sábado, 30 de marzo de 2013

Basilisco.

Concéntrate en respirar.
Respira.
Respira.
No mires esos ojos.
Respira.
Me limpié los ojos y seguí mirando la carta, sin atreverme a encontrarme con su mirada, como si de aquella criatura mítica que podía matarte con la mirada y convertirte en una estatua con el reflejo de sus ojos reptilianos si osabas alzar la vista a echarles un vistazo.
Aquello no me podía estar pasando a mí.
Yo había nacido para estar con él, me habían elegido entre miles y miles de chicas para estar con él... y ahora... ahora no podía respirar. Mis músculos se movían, mis pulmones se expandían y contraían, pero no entraba aire. Yo no sentía aire entrar en ellos. Mierda, iba a morir allí. Tendría que enterrarme.
Me tomó de la mandíbula y me miró a los ojos.
-No llores-me pidió. Empecé a explicarme por qué había repetido curso: era un gilipollas integral. Me has dejado, subnormal, eres perfecto, estoy enamorada de ti y nunca encontraré a uno que sea la millonésima parte de increíble que tú eres y...
Me besó.
Me.
Cago.
En.
Mi.
Madre.
Seguía sabiendo a cielo a pesar de que ya no era mío.
-Te quiero, Eri-susurró. Yo no pude  contestarle. ¿Acaso lo estaba disfrutando? ¿Gozaba mi sufrimiento, o algo así?
Me apretó la mano.
-Mírame.
No puedo.
-Eri.
Haré lo que tú me pidas, seré lo que tú quieras que sea, pero, por favor, vuelve conmigo.
Me arrastraré por el infierno si es lo que quieres, pero sigue besándome y tocándome como sólo tú sabes.
Levanté la vista y lo miré a través de la cortina de lágrimas. Dolía demasiado pensar que tanta perfección no era mía ya.
-Te amo-me dijo en mi lengua. Parpadeé, se volvió más borroso. Agaché la cabeza y él suspiró.
-Vamos, nena. Tranquila. Ya ha pasado todo.
¿Que ya ha pasado todo? No tienes ni idea del infierno al que me voy a enfrentar a partir de ahora. Porque me he tatuado tu nombre en el corazón. Llevo tu inicial en la cadera. Y ninguna de esas dos cosas puede cambiarse ya.
Me tomó de la mano. Era tan suave...
-Voy a dejar de beber-susurró. Levanté la vista, sorprendida. Me limpió las lágrimas-. Voy a dejar de beber porque la chica a la que amo, la que me escribió esta carta, está preocupada porque bebo demasiado.
Debía reconocer que Jay le había educado bien. Era un caballero hasta dejando a las chi...
¿La chica a la que amo?
Abrí la boca.
-¿Me amas?
-¿Eres boba?-sonrió, arrugando la nariz-. Pues claro. Eres genial, nena.
-Entonces... ¿no hemos roto?
-¿Qué?-espetó, abrió mucho los ojos y sus pupilas se dilataron delante de mí. ¿Tenía miedo de perderme?-. No... no hemos... no-negó con la cabeza. ¡Vaya! Ni siquiera se atrevía a decirlo.
Casi lo tiré del asiento cuando me abalancé a meterme entre sus brazos y acurrucarme contra él, volviendo a respirar por fin. No se había acabado, gracias, no se había acabado.
Tragó saliva y me acarició el dorso de la mano, mirándome a través de aquellos preciosos zafiros.
-¿Pensabas que yo querría... apartarme de ti?
Me encogí de hombros, bajando la cabeza.
-No sé. Porque he sido una auténtica gilipollas hablándote como te hablé después de todo lo que estás haciendo por mí.
-Es un placer hacer lo que hago por ti-replicó él. Joder, ¿de dónde sacaba esas cosas tan bonitas para decirme? No era ni medio normal que alguien pudiera decir cosas así, que supiera decirlas, o que fueran de su propia cosecha. Pero yo sabía que lo eran; cosas así sólo se encontraban en los libros, y Louis prefería que le arrastraras por una carretera sin asfaltar desnudo antes que leer uno de esos "libros tostón" que yo me cepillaba en una tarde.
Me cogió las manos y me miró a los ojos.
-Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Eri-asintió, yo me mordí el labio inferior y él se humedeció los suyos-. Lo más grande. Tú y los chicos sois lo más grande, porque ellos te han traído hasta mí.
Bajé la mirada, azorada. Ya no estaba llorando, seguramente porque ya no me sentía la cosa más miserable de todo el universo. Sólo él podía llevarme al fondo de la Tierra y a las estrellas en menos de un minuto. Y simplemente con su voz y sus palabras, lo que tenía aún más mérito.
Me apartó el pelo de la cara, colocándome un mechón rebelde detrás de la oreja.
-No sabes la rabia que me da haber estado 20 años sin ti, haberme perdido 15 tuyos. No tienes ni idea.
Me acarició la mejilla espacio, mis ojos volvieron a encontrarse con los suyos.
-Eres la mejor. Eres perfecta-vale, ¿cuándo es la boda?-. Cuando me besaste la primera vez...-sonrió y sacudió la cabeza-... fue como empezar a vivir. No eres la primera, pero te garantizo que serás la última.
Se acercó a mí, me besó despacio en la boca, temiendo romperme, y mi corazón se volvió loco. Nos besamos, nos reímos y nos amamos hasta decir basta.
Me pasó la mano por el pelo y se la quedó mirando, pensativo, mientras yo dejaba que las corrientes eléctricas me volvieran loca. Las disfruté en silencio.
-¿Bebo tanto?
-Bebes bastante.
-Lo suficiente como para poder ser alcohólico, ¿no?
Le cogí la mano, la bajé hasta mi regazo y me dediqué a seguir las líneas de su palma, evitando leérsela como había aprendido con un libro de Harry Potter (mi nivel de frikismo llegaba a esos extremos tan insospechados), pero no pude evitar detenerme y echar un vistazo a la línea que cruzaba la palma, la más cercana al pulgar. La línea de la vida.
Y era larga.
Sonreí para mis adentros. Gracias a Dios.
Tragué saliva y le dediqué la sonrisa interior, dejando que se apoderara de mi boca. Se relajó visiblemente.
-La gente normal no se declara de esta manera cuando discute, ¿sabes?-sonreí, pellizcándole la nariz. Me devolvió la sonrisa.
-¿Sabes lo que hace la gente normal cuando discute?
Alcé las cejas, viéndolo venir. Y la verdad era que me apetecía lo que iba a sugerirme. La última vez que tuvimos una pelea importante no lo habíamos hecho, básicamente porque yo no lo había hecho nunca antes, y dudaba que quisiera empezar de aquella forma.
No tenía nada en contra de Alba, pero yo me imaginaba mi primera vez más tierna que otra cosa, especialmente si aquella otra cosa era salvaje.
Y vaya si había sido tierna aquella vez; él sabía cómo tratar a las mujeres. Seguramente el haber crecido rodeado de ellas y haber nacido en el país en el que había nacido había contribuido mucho a convertirlo en el caballero que era hoy en día. Recordé la carta que me había hecho entregarle a mi padre sin darme ocasión a abrirla, amenazándome con que me acordaría hasta el día en que me muriera del instante en que se me pasaría por la cabeza romper el sobre. Le terminé dando la carta a mi padre como él me había indicado, después de varias noches sin apenas dormir preguntándome qué narices habría allí dentro, mientras la sostenía entre las manos, o sobre el regazo, y la examinaba minuciosamente, intentando en vano echar un vistazo a su interior sin ni siquiera romper el sobre.
-Mientras sea bueno para ti, da igual que no lo trague-me había dicho mi padre una hora después de entregarle el sobre y largarme corriendo a mi habitación a poner música y tratar de relajarme, rezando porque Louis no se pusiera chulo en la  carta y terminara haciendo que su suegro le odiara aún más de lo que ya lo hacía.
En ese momento, sentada a su lado, me pregunté por enésima vez qué habría en aquella carta.
-¿Polvo de reconciliación?-me sugirió con un hilo de voz, pero la voz de un niño con ganas de jugar. Mi sonrisa se amplió.
-Polvo de reconciliación.
-¡Bieeen!-replicó él, a sus 21 años, y sólo le faltó levantar las manos al aire como el niño al que le dicen que va a ir a Disneylandia.
-Cómo eres, Louis-repliqué, poniendo los ojos en blanco y sacudiendo la cabeza, aplacando un poco a la bestia que se despertaba en mi interior, la bestia que susurraba su nombre como un mantra.
-Seré muchas cosas, nena. Pero ante todo soy humano-me acarició las piernas casi desnudas de no ser por los ridículamente cortos pantalones, que no iban en consonancia con la temperatura exterior. Me pegó a él, sonrió ante mi gesto de sorpresa-.Y un hombre-sonrió, antes de abalanzarse a mi boca y reclamarla como suya.
Aunque no necesitaba hacerlo. Era suya, no importaba las reclamaciones que hiciera sobre mí.
Pero debía admitir que me encantaba que lo hiciera.

Volví a repetir aquella frase que me había salvado del suicidio casi involuntario en mi cabeza, pero esta vez por causas muy distintas. Me asfixiaba.
Joder. No sabía que el sexo pudiera ser así... tan... tan...
Estaba destrozada por dentro y me encantaba.
Louis también respiraba con dificultad, debajo de mí. Pensé seriamente en bajarme de su pecho, pero luego decidí que nuestra unión era demasiado valiosa como para romperla así. Me incorporé un poco sobre los codos y lo miré. Me mordí el labio y noté las sombras de su boca invasora aún en ellos, su barba me había hecho daño. Podría haber sangrado de no haber sido por la vaselina con sabor a frambuesa que me echaba religiosamente cada vez que notaba que algo en mi boca no iba bien. Cerré los ojos, suspiré un par de veces, intentando acompasar mi respiración. Me acarició el contorno de un pecho, distraído, mientras luchaba por recuperar el oxígeno del que los dos carecíamos. Me levanté un poco y gemí.
Dios, ¿cómo podía seguir así de duro dentro de mí? Si ya habíamos acabado.
-Tienes que beber menos-le ordené-. Por eso estás tan cansado.
-Estoy cansado porque nunca en mi vida había follado de esta manera, Eri.
Me retorcí de placer. Aquella palabra sonaba tan mal, pero en aquel contexto era tan erótica...
-Y tú tienes que comer más-me aseguró, acariciándome el ombligo y bajando más abajo. Abrí la boca y dejé escapar un gemido. Necesitaba respirar, no estaba para que ahora me anduviera provocando la asfixia-. Además, es un poco triste que yo sea el que más culo tiene de los dos-susurró, pasando a mis nalgas y tirando de mí hacia abajo.
-Ah-gruñí, dejándome caer sobre él.
Lo mejor del polvo había sido la pelea que habíamos tenido dentro de la cama, cada uno luchando con toda su fuerza por hacerse con el control. Yo resistiéndome a que me metiera debajo de él, él saliendo y entrando de mi interior con toda su rabia, yo mordiéndole la boca y todo el cuello mientras me invadía, él poniéndome boca arriba e inmovilizándome las manos sobre la cabeza mientras me mordía con rabia los pechos, yo arañándole la espalda para que fuera más adentro, pues nunca se hundía lo suficiente en mí...
Me sentía devastada. Y en ese momento lo notaba demasiado grande dentro de mi´. Y me gustaba. Me gustaba de una manera que nunca me atrevería a confesar a nadie.
Él también lo notó, sintió cómo me ponía tensa a su alrededor, encantada por cómo sentía las cosas ahora, muchísimo más claras y fuertes que antes.
-Tengo que cabrearte más a menudo en la cama-reflexionó, incorporándose. Grité y me besó la boca, callándome. Mm. Así daba gusto que te hicieran cerrar el pico.
-¿Por qué?-susurré con la voz rota, todo debido a nuestro vínculo.
-Cuando estás enfadada, te cierras.
Lo miré con los ojos del tamaño de platos de sopa.
-Y mola más.
Le di un puñetazo y los dos terminamos jadeando. No debíamos movernos mucho; resultaba letal para nuestros cuerpos.
-¿Qué mierda me habrás hecho, Eri?-preguntó, dejándose caer en la cama. Movió las caderas despacio, yo cerré los ojos y me dejé llevar.
Me tumbé sobre su pecho y se lo acaricié. Alcé la vista.
-Di más bien qué me has hecho tú a mí-repliqué, besándolo en la boca.
-Un buen trabajo. Cogí a una chica del estilo hasta los 7 meses no me tiraré a mi novio y la convertí en una que se dejaba hacer de todo a los dos.
-Gilipollas-repliqué, volviendo a besarle en la boca.  Cerró los ojos y empujó su lengua hacia la mía. Me revolví, disfrutando de la sensación de tenerlo dentro. ¿No íbamos a parar nunca? O, lo peor, ¿cómo se suponía que iba a sobrevivir entonces al instituto después de unas vacaciones tan perfectas? No me entraba en la cabeza. Alba, Noe y yo habíamos estado discutiendo seriamente la posibilidad de irnos a vivir con los chicos después de que ellos nos lo ofrecieran por enésima vez en Nueva York. Nos habíamos pasado todos los recreos discutiendo los pros y los contras de hacer las maletas y mudarnos a Inglaterra, con todo lo que ello implicaba. Yo aún tenía la lista arrugada, manoseada y pintarrajeada en el archivador, guardada a buen recaudo entre los papeles que nuestro tutor nos entregaba con la orientación profesional. Ninguna necesitaría beca; podíamos costearnos los estudios allí, y la vivienda no iba a ser un problema ni de lejos. Los chicos se empeñarían en mantenernos, a pesar de que yo misma podría hacerlo con mis modestas dos millones de libras, que nada tenían que envidiar a las fortunas que los chicos tenían por separado o la señora fortuna que tenían cuando los juntabas a los cinco. Cada vez que acabábamos un examen, nos girábamos para ver si una de las otras dos había terminado también, preguntándonos si aquel sería el último que haríamos en nuestro país. Pero ninguno había sido el último, al menos de momento.
Los suspiros de alivio de todos nuestros compañeros al terminar el último examen el último viernes antes de las vacaciones habían sido gloriosos, pero nada comparado con los nuestros: un mundo de posibilidades se había ante nosotras, mundo cuya puerta había estado hasta hacía poco cerrado con llave. Y ahora la llave era un monosílabo que prometía posibilidades. Sí.
¿Cómo sería estar así todos los días? No tener que esperar con desesperación a los fines de semana porque incluso lunes, martes, miércoles, jueves y viernes serían ya especiales. Los sábados y los domingos perderían su magia, cierto, pero se la repartirían a los otros cinco días. ¿Cómo sería despertarse cada mañana con Louis al lado en la cama, bajar corriendo las escaleras para desayunar y encontrarme a un Zayn que llevaba despierto ya horas mirando por la ventana, dibujando o viendo la tele en el salón, mientras yo me preparaba mis cereales, quejándome porque Niall había terminado con ellos la noche anterior? ¿Decirle a Liam que no hacía falta que me llevara al instituto en coche, que podía ir caminando yo solita? ¿Pelearme con Harry porque tardaba demasiado tiempo en ducharse y yo necesitaba desesperadamente lavarme los dientes, peinarme y hacer lo posible por parecer una tía de belleza más o menos existente?
Pero también eso mataría la magia de algunas cosas, como bien recogía la hoja por completo estimada de mi carpeta: ya no habría los mismos nervios al coger el avión (aunque a eso debíamos añadirle la grandísima ventaja que suponía no tomar tantos vuelos y, por consiguiente, arriesgarnos a morir en un accidente de avión que Noemí veía inminente pero que Alba y yo no creíamos que llegara a suceder), los pequeños vuelcos que daba el estómago cada vez que éramos conscientes de que nos estábamos acercando un poco más a los chicos, que estábamos a menos tiempo de verlos. Y las carreras por el aeropuerto, no haciendo caso de los guardias de seguridad que nos gritaban que no se nos ocurriera correr en su jurisdicción. Y el pequeño infarto que siempre me daba cuando veía a los chicos aparecer entre la masa de personas ajetreadas, mirando a todas partes y a ninguna en particular al mismo tiempo, y el echar a correr. Y la pequeña sensación de anticipación cuando por fin me lanzaba a los brazos de Louis, sabiendo que me iba a besar delante de toda la gente, dándome la oportunidad de presumir de él. Y el miedo que tenía a que cuando llegara un nuevo tatuaje le estropeara su precioso cuerpo, pues sólo el Far Away de su antebrazo le quedaba bien (bueno, y las comillas de la muñeca, los pájaros y el monigote skater). Nunca me iba a gustar nada que tapara el cuerpo perfecto de mi chico; así que nunca iba a ser fan de sus tatuajes, y siempre aborrecería los montajes que algunas fans con demasiado tiempo libre se dedicaban a hacer, empeñándose en convertir a mis mejores amigos en los Trace Cyrus ingleses, que ya no necesitarían llevar camisetas (a eso estaba a favor, al igual que mis amigas) porque sus pechos estarían pintados hasta decir basta, sin un  centímetro libre, como la Capilla Sixtina.
Me bajé lentamente de su pecho, rompiendo la línea de mis pensamientos y decidida a disfrutar del momento presente; tendría tiempo de sobra para preocuparme por el futuro en el futuro... ¡Guau! ¡Eso era total y absolutamente de Louis! Ya volvíamos a mezclarnos el uno con el otro, como si de un par de yogures nos tratásemos que eran lanzados a la vez en una batidora, y unidos hasta que sólo tenías uno. Sonreí, volví a besarle en la boca mientras él fruncía el ceño, seguramente preguntándose qué era lo que me hacía tanta gracia, y me tumbé a su lado. Se dio la vuelta y metió las manos bajo la almohada. Parpadeó un par de veces, cerró los ojos, y pensé que se había dormido. Pero no, terminó abriéndolos un minuto más tarde, dejándome sin aliento con el azul tan brillante que podían adoptar.
Yacíamos en la cama, boca abajo, mirándonos encantados.
-Uf, nena-jadeó, la voz ronca tras esa grandiosa sesión de sexo. Me encantaba cuando su tierna voz tomaba ese matiz ronco, le daba un toque sensual que bastaba para hacer puré mi autodeterminación y conseguir que deseara ser su esclava, en todos los sentidos-. Eres una diosa, Eri.
Paseó sus dedos sobre mi espina dorsal, encendiéndome, enloqueciéndome con las ya familiares corrientes eléctricas.
-He aprendido del mejor-murmuré, tumbándome más cerca de él y acariciando sus piernas con mi pie.
-Déjame ver otra vez el tatuaje-me pidió, recorriéndome aún más débilmente mientras sus ojos hacían lo propio con mi cuerpo. Se mordió el labio, hecho que me encantó. Me di la vuelta, y se incorporó un poco para poder acariciar la pequeña L que adornaba mi cadera. La que indicaba que era suya, para siempre, sin importar qué pasara.
-No te lo esperabas, ¿eh?-sonreí. Ahogué un gemido y me mordí el labio cuando enredó sus dedos en mi vello púbico.
-No. ¿Te dolió?-murmuró, con sus ojos donde tenía los dedos. ¡Serás descarado!
Asentí con la cabeza.
-Más que a ti los tuyos, seguro.
Aquellos zafiros de su cara volaron hasta encontrarse con mis dos onzas de chocolate.
-Ya. Claro-alzó las cejas, aún le brillaban los ojos a modo de recuerdo de lo que habíamos hecho entre las sábanas.
-¡Está en un hueso!-protesté, fingiéndome ofendida.
-Y qué hueso-me concedió, besándome la letra y acariciándome las caderas.
De repente no había sido tan buena idea bajarme de encima de él.
Aunque, pensándolo mejor, si no me hubiera apartado un poco de él, no me estaría tocando ni besando así.
-Te quiero dentro de mí, Louis-susurré, recostándome de nuevo sobre la sábana y alzando los hombros, coqueta. Se incorporó hasta dejar su boca a milímetros de mi oreja. Podía sentir el aire entrando y saliendo de su nariz en mi cuello. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación.
-Sólo tienes que pedirlo, Eri-paladeó en mi nombre, haciéndome morderme el labio inferior. Así daba gusto estar con un hombre en la cama. Y más si ese hombre era él.
Como si tuvieras experiencia de otros, niña, sonrió una voz dentro de mi cabeza que se parecía demasiado a la de Eleanor. Me la imaginé delante de mí en una habitación vacía, de paredes blancas, sin ventanas. No podía ver lo grande que era, pues la luz manaba de todas partes y no hacía sombras en las esquinas. Podría estar metida en una esfera lechosa y yo no darme cuenta. Estiré mi brazo imaginario y la aparté perezosamente de mi campo de visión, mientras la sonrisa de El se hacía más ancha.
No necesito experiencia de otros. Con este me basta, y me sobra.
-Por favor-acerté a decir.
Me separó despacio las piernas y se hundió en mí, desnudo, perfecto, con las manos aún acariciándome los glúteos.
Volvió a transportarme a aquella tierra perfecta, cuya llave era él, y yo la cerradura.
Cuando terminamos, en vez de echarme de encima de su pecho, me acarició la espalda y me sugirió bañarnos juntos. Lo miré a los ojos, alcé una ceja y asentí lentamente, disfrutando de su sonrisa traviesa cuando nos levantamos de la cama. No supe con qué fin nos pusimos ropa, pero el caso es que lo hicimos, y fue genial poder volver a desnudarnos el uno al otro en el baño.
Las lágrimas derramadas sobre las teclas blancas y negro se perdían entre la bruma de mi memoria, navegando a una tierra de la que volverían algún día, cuando volviéramos a pelearnos (aquello era casi inevitable).
Después de hacer el amor también en la bañera, echando la mitad del agua fuera, me acurruqué contra él con la espalda en su pecho y suspiré, hundiéndome casi completamente, sólo dejando la cabeza sobre las olas. Él me besaba el pelo mientras yo le acariciaba los nudillos bajo el agua.
-Me has dejado la espalda hecha un asco, Eri-sonrió en mi oreja. No me extrañé de que esta sonrisa fuera contagiosa.
-Y lo que te gustó.
-Me encantó-replicó, pegándome un poco más contra él mientras la imagen de su espalda enrojecida y arañada volvía a mi cabeza. No debería gustarme hacerle daño de esa manera, destrozarle la piel tan impunemente, pero... cómo me había sostenido entre sus brazos... cómo me había empujado... cómo se había apoyado contra el cabecero de la cama para hacerme gritar aún más fuerte...
-A mí me duele la boca-me encogí de hombros, provocando tímidos tsunamis a nuestro alrededor. Me rascó la mejilla con su barba a modo de respuesta.
-Tengo que afeitarme.
-Por mí, no lo hagas. Me gusta notarla-repliqué, girándome y besándole la mejilla, que se hinchó al sonreír.
-Vamos a grabar cuando volvamos a Londres.
-¿Qué vais a grabar?
-Una parte de One Way Or Another.
Asentí con la cabeza y me giré en redondo.
-¿No me vas dejar escucharla?
-Ay, Louis-replicó él, poniendo los ojos en blanco un segundo y agudizando su voz, aunque nunca llegaría a tenerla tan aguda como cuando cantaba-. Me sentiría mal si escuchara Take Me Home antes que las demás fans. No quiero escucharlo-terminó sacándome la lengua y haciendo ruido al sacudirla. Intenté no echarme a reír, pero, ¡era Louis Tomlinson! Si no te reías con él... estabas muerto. Literalmente.
Yo hice lo propio, sacándole lengua también.
-La gente cambia.
-Es verdad. Por eso antes yo quería que tuvieras privilegios. Ahora vas a joderte y vas a esperar como todos los mortales.
-Ya me jode bastante mi novio.
-Y me han dicho que es bueno.
-Hay opiniones.
-Fuera de mi casa-espetó, poniéndose serio de repente. Me aferré a él.
-Oblígame.
Una sonrisa siniestra le cruzó la cara. Hostia. ¿Él tenía de eso?
-¿Que haga qué?
-Que me obligues-dije con apenas un hilo de voz, pues estaba demasiado asustada y confundida ante esa cara, la típica de un asesino en serie.
Negó despacio con la cabeza, sus ojos no se apartaron de mí en ningún momento.
-Me gusta más obligarte a otras cosas.
-Madre de Dios-repliqué yo, abriendo los ojos de forma que casi me ocuparan la totalidad de la cara. Se echó a reír.
-¿Cosas oscuras?
-La mayoría de las veces las hacemos con la luz encendida. Ya sabes. Porque soy un pervertido y me gusta ver cómo te corres-se encogió despacio de hombros. Eso me sonaba, y mucho.
-¿Has vuelto a leer 50 sombras de Grey?
-Di mejor si ya me he leído todas las partes sexuales de los tres libros. Y no.
-Pues lo parecía...
-Nos las leyó Harry a los cinco.
Parpadeé lentamente, intentando imaginarme a Harry leyendo con su voz lenta, aquella voz que le hacía el amor a tus oídos, recitando las guarradas que se describían con total detalle en aquellos deprorablemente adictivos libros. No es que tuvieran un lenguaje y una calidad literaria exquisitos, pero como eran los primeros en su especie siempre iban a tener un estatus que el resto de libros no iban a poder ni soñar. Se habían colocado a la misma altura que Crepúsculo, Harry Potter y Los Juegos del Hambre; aunque me fastidiara reconocerlo en el último caso, todos habían abierto un nuevo camino que miles de autores se habían apresurado a seguir, tratando desesperadamente de subirse al carro de la fama que estos libros habían cosechado.
Me estremecí, consiguiendo por fin formarme la imagen en la cabeza con su correspondiente banda sonora: los cinco metidos en la misma habitación de hotel, tirados los unos encima de los otros mientras Harry, sentado por ahí, les leía  las líneas pervertidas con una sonrisa traviesa en los labios, esperando poder cumplir todas aquellas fantasías con Noemí.
-Vale, creo que puedo empezar a  preocuparme ya-aseguré en voz alta, estirándome y no haciendo caso de su lujuriosa mirada, que no dejó centímetro de mi cuerpo por recorrer-. ¿Incluida la parte de la bañera?
-Sí.
-¿Masaje de pies?-sugerí, aleteando con las pestañas.
Se echó a reír.
-Vas lista.
Hice una mueca, me acerqué a él despacio y le pasé una mano por la nuca. Le besé despacio los labios, que había dejado entreabiertos... y tiré de él hacia abajo, sumergiendo su cabeza debajo del agua.
Se asustó; no esperaba que fuera a convertirme en una cabrona psicópata precisamente en ese momento, justo cuando los dos éramos más vulnerables (por nuestra desnudez y por estar rodeados de agua, lo que dificultaría una huida en el caso de ser necesaria); empezó a patalear para que le dejara sacar la cabeza, pero yo me desplacé hacia delante, haciendo más fuerza bajo él.
Y, al ver que no conseguía emerger, me mordió. Con toda su rabia y su pánico. Yo chillé y brinqué hacia atrás, tirando la mayoría del agua de la bañera al suelo. Sacó la cabeza, tosió, escupió agua, y se pasó una mano por el pelo para poder lanzarme una inquisitiva mirada que decía poco menos que voy a torturarte hasta el Día del Juicio Final.
-¡Me has mordido!-chillé, incrédula, inclinándome para contemplar si me había dejado marcas, o si estaba sangrando, aunque dudaba que hubiera apretado lo suficiente con sus dientes como para hacer que la sangre surgiera de mi interior.
-¡ME METISTE LA CABEZA DEBAJO DEL AGUA!
-¡Estaba jugando!-protesté, riéndome. Frunció el ceño y comenzó a salpicarme, yo me acurruqué en el otro extremo de la bañera-. ¡PARA! ¡PARA! ¡QUE SE ME MOJA EL PELO! ¡PARA!
-¿De eso te preocupas? ¿De tu pelo, nada más?-espetó, inclinándose hacia mí y tirando de mi brazo, arrastrándome hacia él-. ¿Y te da lo mismo intentar ahogarme?
-Así cobro pensión de viudedad.
-No estamos casados, Eri-replicó, poniendo los ojos en blanco.
-Bueno, eso se puede remediar-me encogí de hombros; se me quedó mirando-. Oh, Louis, venga. Ya sabes que no va en serio.
-Es que no me apetece mucho convertirte en mi mujer después de que me metas la cabeza debajo del agua.
-Rencoroso.
-Asesina.
-No te he hecho nada.
-Lo estabas intentando. ¿Sabes qué creo?
Ahí va. Prepárate, porque ahí va.
-¿Qué crees, Lou?-suspiré, meneando el agua a nuestro alrededor de manera que pequeñas corrientes golpearan nuestra piel. Me levantó la mandíbula y me obligó a mirarle.
-Que, cuando nos peleamos, llamaste al MI6 y les dijiste que yo era un terrorista, y que podían acabar conmigo sacándome el cerebro y metiéndome en un cubo de líquido verde; pero les dirías mi paradero con la condición de que te dejaran meter tu cerebro en mi cabeza para así ser yo, saber qué se siente al estar en mis zapatos, y de paso contemplarte desnudo durante una semana mientras te acostumbras a toda la belleza que Dios ha sabido concentrar en mí.
-Y luego Zayn es el vanidoso-espeté, sarcástica. Sonrió.
-Te he jodido el plan, ¿verdad?
-Sí, mi vida, sí. Ahora tendré que apuñalarte y pasar de todo lo que había planeado, e ir improvisando sobre la marcha.
-Si es que soy un genio. Soy superdotado.
Negué con la cabeza.
-En los dos sentidos, además-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
-¡Louis!
-¿Las has visto más grandes que la mía?
-¡SÓLO HE VISTO LA TUYA!
-Así me gusta. Que seas casta y pura cuando yo no estoy-asintió, satisfecho, acariciándome la espalda. Le pasé una mano húmeda por el pelo. Él hizo lo propio, deshaciéndome el apresurado moño que me había hecho para no tener que secármelo después, y me cogió la nuca.
-¿Y si te hundo?-me amenazó. Lo miré, cautiva; tenía fuerza de sobra para meterme la  cabeza debajo del agua incluso ahora que yo estaba tan alerta, dispuesta a hacer lo que hiciera falta porque no me mojara el pelo. Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia; un plan se estaba formando en mi cabeza.
-Como quieras-susurré, distraída, mirando sus labios y acariciándole el inferior con el pulgar. Me besó el dedo.
-Tenemos que hacer esto  más a menudo, ¿eh?
Asentí.
-¿Lo habías hecho con alguien?
No necesité que contestara, porque tardó lo suyo en hacerlo. Sacó mi mano de debajo del agua, entrelazó nuestros dedos y las alzó al aire, contemplando los pequeños arco iris que se formaban en las paredes y los minúsculos diamantes que parecían conformar nuestra piel.
-Una vez. Con Hannah.
Ah, la zorra esa. Había sido bastante putón, dado que si había perdido la virginidad con ella (y ella con él, según tenía entendido, algo que, dados los cada vez más abundantes detalles que poseía de la vida sexual de Louis antes de que yo apareciera en su existencia, dudaba bastante, pues la tía se había mostrado demasiado... propensa a realizar las fantasías que los dos tenían a una velocidad que asustaba).
Tú llevas menos con él y seguramente ya hayáis follado más y mejor que con ella, así que cierra la boca.
Alcé una ceja, y él pensó que me estaba cabreando con él,cuando en realidad me estaba cabreando con la lengua bífida que en ocasiones yo parecía tener sin darme cuenta.
-Hemos hecho bien esperando-cambió rápidamente de tema, con la esperanza de que yo le siguiera el rollo. Sonreí.
-¿Por qué?
-No sé... con condón no se puede hacer.
-¿No?
-No.
-Así que, ¿te la tiraste sin condón?
Parpadeó. Apenas pude aguantarme las ganas de reírme, pues había tropezado consigo mismo. Me mordí el labio inferior un segundo, soltándomelo nada más darme cuenta de lo que estaba haciendo.
-Eh... sí-admitió, avergonzado. Asentí con la cabeza; ahora el labio sobresalía ligeramente sobre el superior.
-¿Quién es mejor?
-Sois distintas-contestó demasiado rápido, lo que me llevó a pensar que ella era una zorra mayor que yo... lo cual era bastante difícil, pero no imposible.
-¿En qué sentido?
-Ella era más... no sé-sacó las manos del agua, intentando atrapar con ellas una idea que se resistía a ser encontrada-. Como más... se preocupaba menos de mí. Más de disfrutar ella. Y tú no. Disfrutamos más parecido tú y yo que Hannah y yo.
Vale, que dijera Hannah y yo sonaba demasiado mal en su boca. No. Hannah y Louis se había acabado. Ahora era Louis y Eri, Eri y Louis. Forevah and evah bitch.
Sonreí ante mi ocurrencia, lo que hizo que se relajara visiblemente.
-Yo soy más fácil que ella, ¿a que sí?-sonreí, acariciándole el pecho, como diciéndole que podía estar tranquilo, que no me iba a enfadar.
-Sin duda.
-¿Y eso mola más?
-No te atrevas a dudarlo-replicó, sonriendo aún más. Casi parecía que su sonrisa fuera a partirle la cara en dos de un momento a otro.
Me eché a reír y volví a sus brazos, que me acogieron con cariño; llevaban echándome de menos lo que parecían años, pero que en realidad no eran más que minutos.
-Si hubieras leído los libros con ella, ¿habrías probado algo? Como lo pruebas conmigo, quiero decir.
Me apartó un poco de él para poder mirarme.
-No te he levantado la mano nunca.
Tragué saliva, frunciendo de nuevo el ceño.
-Ya, lo sé, Lou; yo me refiero al sexo... como lo estamos teniendo a veces ahora.
Dejó soltar todo el aire que había contenido.
-¡Ah! No lo sé-se encogió de hombros, fingiendo desinterés, pero en sus ojos vi que le estaba dando vueltas al asunto. Y la verdad es que yo también, pero a un tema distinto.
Sabía que Louis no me tocaría un pelo ni siquiera aunque yo se lo pidiera (y la verdad era que curiosidad por experimentar lo del libro no me faltaba, pero no estaba segura de soportar el dolor y tenerlo como una referencia erótica igual que hacía la dichosa Anastasia, a la que nunca habían pegado en casa), pero también sabía que él era muy capaz de darle una bofetada a una tía en casos de extrema necesidad. Yo misma lo había experimentado de primera mano cuando le cruzó la cara a Alba en el baño de casa. Sabía que en condiciones normales, aun estando muy cabreado, Louis no pegaría a una chica; pero si la situación lo requería, bueno... tener, tenía manos, y sabía utilizarlas.
-Louis...-susurré, él se puso tenso. Cuando le llamaba de esa manera era que quería algo o que iba a preguntarle algo muy fuerte y, dado que estaba en pleno modo investigadora, no tardó nada en deducir que iba a ser más bien lo segundo.
-¿Qué?
-Aparte de a Alba, ¿pegaste a alguna chica más?
-No pequé a ninguna de mis novias nunca ni pienso pegarte a ti tampoco, nena-replicó, tajante, como si yo tuviera miedo de que pudiera hacerme daño. Sabía que era demasiado bueno para no poder herirme ni aunque quisiera; a no ser, claro, que se alejara de mí, pero aquello no sería como si realmente me diera una bofetada, o algo por el estilo.
-Lo sé.
-Los tíos que pegan a sus novias se deben de creer muy machitos por hacerlo, cuando en realidad son unos putos cobardes. Todos.
-Shh-repliqué, besándole el cuello-. ¿A ninguna?
-A las únicas que pegué alguna vez fue a mis hermanas. Y porque me tocaron muchísimo los huevos. No estoy orgulloso de un guantazo que una vez le metí a Felicité, pero la cría se lo buscó.
-¿Por qué?
La verdad es que eso de que fuera capaz de arrearles a sus hermanas me gustaba y disgustaba a partes iguales; yo misma era partidaria de que una hostia a tiempo hacía milagros con los niños, pero una cosa era una bofetada y otra muy distinta las auténticas palizas que mi padre me pegaba cuando me pasaba más de la cuenta.
-Porque yo soy la autoridad en mi puta casa cuando mis padres han salido. Y tal vez repitiera curso, pero de momento sé yo algo más que ella.
Asentí con la cabeza.
-¿A qué viene este repentino interés por mi oscurísimo pasado lleno de navajazos y peleas callejeras en Doncaster?
-¿Lo echas de menos?
Se encogió de hombros de nuevo.
-A veces confieso que me tocan las pelotas, y que me entran ganas de volver a repartir puñetazos, pero se me pasa en seguida. Ver a alguien hundiéndose desde la distancia y saber que es cosa tuya que se esté hundiendo es más satisfactorio que saltar dientes.
-¿¡Le hiciste saltar un diente a alguien!?
-Lo tenía medio suelto.
-¡LOUIS!
-Estoy de coña, Eri, joder. Si ya sabes que yo soy un santo.
Me eché a reír, negué con la cabeza y le sugerí que saliéramos del agua, pues empezaba a tener frío y los dedos se me habían arrugado. Asintió con la cabeza, y aceptó la mano que yo le tendí cuando salté fuera de la bañera, aterrizando en la pequeña alfombra. Me embutí el pelo en una toalla y busqué otra para enroscarme en ella; no me apetecía secarme.
Las camisetas casi idénticas, de no ser por la talla diferente, de su partido de fútbol nos esperaban al lado del lavamanos.
Él se rodeó la cintura con una toalla (oh, Dios, se le marcaban mucho las líneas de su cadera, las que le había hecho notar hacía un tiempo), dejándome sin aire, y se inclinó hacia el pequeño armario de encima del lavamanos. Sacó un bote, lo miró, lo lanzó al aire, haciéndolo girar y lo dejó sobre la superficie de mármol.
-¿Puedo afeitarte yo?-espeté casi sin darme cuenta; más oí las palabras que las pronuncié. Evité taparme la boca con la mano, alucinada ante lo que acababa de decir.
-¿Que quieres qué?-preguntó él, frunciendo el ceño, sin terminar de creerse lo que había escuchado. La verdad es que yo tampoco podía. Me puse roja como un tomate mientras tartamudeé:
-Afeitarte.
Miró la maquinilla un momento, sopesando las posibilidades de que le cortara la cabeza sin darme cuenta con ella. Cogió el bote, me miró y se sentó en la taza del váter.
-Vale, anda.
Iba a echar de menos esos pelos marrones que le rodeaban la cara; le quedaban genial. Era como el marco que realzaba la belleza de una pintura ya de por sí espectacular.
Me senté en sus rodillas, soltándome el pelo y dejando que me cayera por la espalda, y me aseguré de que me había anudado bien la toalla del cuerpo. Me eché la espuma en una mano y la fui repartiendo lentamente por su cara; no me había dado cuenta de que había sacado la lengua por el esfuerzo hasta que él me indicó, riéndose, que podía guardarla, pues no la iba a utilizar.
-Momentos íntimos de Eri y Louis a las... ¿qué hora será?-preguntó, sonriendo cuando terminé con la espuma, dejándolo igual que un Santa Claus inglés más guapo y joven. Y menos barrigón. Me eché a reír.
-No sé. ¿Las 5?
-Pues momentos íntimos de Eri y Louis a las 5 de la tarde-sacudió la cabeza, echándose el pelo hacia atrás y meneando los labios, como queriendo cerciorarse de que la espuma estaba bien colocada.
-No creo que esto vaya a superar lo del fisting.
-No, vas a necesitar algo más que un poco de espuma y una cuchilla para superar ese momento-coincidió, echándose a reír y acercándose para darme un beso. Chillé, ¡Louis, la espuma! pero en realidad me daba igual, me entregué a su boca y sonreí al recordar cuando llegué a esa parte del libro, en el que mencionaban aquella palabra que yo no sabía traducir. Me había girado hacia él y le había preguntado:
-Louis, ¿qué es el fisting?
Se me había quedado mirando pero había terminado explicándomelo rápidamente, mientras mi ceño se acentuaba más y más en la conversación.
-¿Y tú cómo sabes eso?
-Porque tengo 20 y soy un tío y estoy autorizado a ver películas porno.
Había levantado las cejas hasta casi hacerlas desaparecer en el pelo; no me lo imaginaba viendo películas porno.
-¿Las ves?
-Las veía cuando...¿POR QUÉ TE LO ESTOY CONTANDO?-había gritado, negando con la cabeza y distrayéndome a base de besos en la clavícula, arrastrándome de nuevo a una tierra que sólo con él existía.
Gimió imperceptiblemente cuando cogí la cuchilla y la acerqué a su cara, pero me sorprendió con su valentía al no hacer amago de apartarse. Le sonreí.
-No te voy a hacer nada.
-Pero vete despacio, no te lances, ¿vale?
-Vaaaaale-repliqué, con su vale patentado, el vale Tomlinson.
No sé cuánto me llevó afeitarlo, el caso es que lo hice lentamente, temiendo cortarle, y los resultados fueran plenamente satisfactorios. Asentí con la cabeza y él se acercó al espejo; abrió la boca, pero yo traté de no ofenderme. No era tan chapucera como él se creía.
-¿Sabías que una de mis fotos favoritas de ti es una  que vi en Internet, con las gafas, el gorro de lana gris y cortes de afeitarte?
Se giró a mirarme.
-¿Qué haces buscando fotos mías en Internet?
-No puedo estar 263 horas sólo viéndote en una pantalla. Una chica necesita ver más físicamente a su novio.
-Y la solución es una foto-espetó, echando mano del sarcasmo cada día más venenoso que cultivaba en algún rincón de su mente.
-Es lo que hay. Tu novia no es normal.
-Ya lo sé.
-Si lo fuera, no estaría contigo-le pinché, pero él se limitó a sonreírse en el espejo, contemplando los resultados de nuestro experimento.
-Vas a tener que afeitarme tú más a menudo, nena-sugirió, asintiendo con la cabeza.
Le abracé, orgullosa, y nos vestimos rápidamente. Bajamos las escaleras y, mientras decidíamos qué cenar, sonó un móvil.
-Cógelo, amor-susurró mientras se inclinaba hacia la nevera. El malestar porque pudiera coger una cerveza ya había desaparecido; dudaba bastante que lo hiciera después de la bronca épica que habíamos tenido por la mañana. Descolgué sin mirar; al fin y al cabo, seguramente le llamara alguien que yo no conocía y, en el caso de conocer al interlocutor, sería capaz de identificarlo por la voz.
-¿Sí?
-Hola, em.... ¿Louis?-preguntó una mujer joven.
-Ahora te lo paso-pues claro, al fin y al cabo le había llamado a él, no a mí.
-¿Quién es?-preguntó Louis en silencio, cogiendo el teléfono y tapando el altavoz. Me encogí de hombros.
-¿Me has visto preguntar?
Me ignoró sabiamente.
-¿Hola?... ¡Hannah!
¡LA MADRE QUE ME PARIÓ!
-¿Qué tal?
¿CÓMO QUE QUÉ TAL? 
-¿Qué quiere?-espeté, me mordí la lengua antes de terminar la frase con un la zorra esa.
-Gracias. ¿Y tú cómo estás? ¿Qué tal en la universidad?
Se inclinó y cogió un paquete de galletas, lo abrió con una mano y asintió con la cabeza, dándole un sensual mordisco a un dulce que en ese momento tenía más suerte que yo.
-Dile a esa zorra que ya tienes nueva dueña. Y no te pongas a comer ahora, que estás echando culo.
-Yo toda mi vida tuve culo, Eri-espetó, poniendo los ojos en blanco. Le devolví la mueca y me dirigí a mi teléfono, pensando en hacer una pizza con la receta de mi padre. Le llamaría, le preguntaría qué tal estaba y de paso le pediría que me explicara la manera de hacerla-. Ajá... No, voy a estar en España. Este año no pondremos Doncaster patas arriba, Han-sonrió. ¿CÓMO QUE HAN? ¡TE ACABAS DE QUEDAR SIN SEXO UN MES, BASTARDO HIJO DE PUTA!-... Ya, bueno, todavía se queda Stan, pero el pobre sin mí no las arma bien-se echó a reír ante algún comentario de la fulana y asintió con la cabeza-. Sí, cuando vuelva te llamo. Me encantó verte en la fiesta, ya lo sabes.
-¿Qué fiesta?
-Hasta luego, Hannah.
-¿QUÉ FIESTA?-bramé.
-La de mi cumpleaños-espetó como si fuera lo más normal del mundo.
-¿La zorra esa estuvo allí?
-Eri, no la insultes. Somos amigos.
-¡Y UNA MIERDA! ¡QUIERE FOLLARTE! ¡LO HE ESCUCHADO EN SU VOZ!
-Eri...
-¡ESA PUTA! ¡QUIERE VOLVER CONTIGO! ¡PUES SE VA A JODER PORQUE AHORA ERES MÍO, MÍ-O, Y....!
-Es lesbiana.
Me quedé a cuadros, a medio grito, y lo miré.
-Qué va a ser lesbiana. Si estuvo contigo.
-Cuando lo dejamos se dio cuenta de que no había otro hombre como yo, y entonces buscó a su alma gemela en una mujer. Y tiene novia ahora mismo, de hecho.
-Me estás vacilando.
Negó con la cabeza y me obligó a dejar el tema, pero yo no pude evitar volver a sacarlo mientras preparábamos la pizza. Llevaba un rato extendiendo tomate por la masa ya prefabricada que Louis había encontrado en el congelador (había sido una gran casualidad que lo hubiera tenido allí, dado que siempre pedíamos pizza, pero la casualidad desaparecía en cuanto recordábamos que había sido Niall el que había ido de compras y que Nialler nunca dejaba una tienda con comida sobrante), y él se había empezado a preocupar cuando había más tomate en la futura pizza que masa que lo sostuviera.
-A ver, anda-había suspirado-, ¿qué pasa?
Yo dejé la cuchara en la encimera con chulería y lo miré.
-Me parece cojonudo que la defiendas, porque al fin y al cabo es tu ex novia y alguna vez fuiste lo suficientemente gilipollas para ver algo en ella y...
-Si la vieras no pensarías que fui gilipollas por sentirme atraído por ella, Eri.
-¡TODAVÍA TE GUSTA!
-Cierra la boca. Me gustas más tú.
-Eres un mentiroso.
Maldijo para sí mismo, se acercó a mí y puso mi mano en su pecho. Me quedé callada, sintiendo los latidos de su corazón en mis dedos.
-Ella no me volvió loco de la manera en que tú lo haces. Nunca.
-Pero...-empecé a protestar, pero me calló inclinándose hacia mí y besándome la boca, mordiéndome los labios. Sentí en mis dedos cómo su corazón se aceleraba. Mierda. Le afectaba. Le afectaba tanto como él a mí.
-Como te conozco de sobra-replicó impasible, después de reclamar mi boca de una manera que pocas veces había igualado, y desbloqueando su teléfono-, voy a enseñarte a su novia.
Entró en Facebook y se metió en el perfil de Hannah, pulsó en una foto y me la enseñó. Vale, se estaba besando con una tía. ¿Besando? Más bien se metían la lengua hasta el esófago.
-Qué simpática.
-Se echó a reír.
-Estás loca. Y me vuelves loco. Y no sé qué es peor-replicó, volviendo a besarme.
-Las mejores personas lo están-le sonreí, poniéndome de puntillas para fundir nuestros labios en uno de nuevo. Tal vez se quejara de que era "bajo", pero la verdad es que a mí me encantaba su estatura, y seguía siendo más alto que yo.
Terminamos nuestra cena, y la verdad es que no nos quedó tan mal. Nos apoltronamos en el sofá y Louis silbó cuando encontró un canal donde estaban echando una película de Tom Cruise que acababa de empezar. Asintió con la cabeza y subió el volumen, devorando el manjar que habíamos hecho con avidez.
A pesar de tener la boca llena, me avisaba en los momentos en que me sugería apartar la mirada por haber cosas demasiado fuertes (como el gesto de la chica a la que le explotaba una mini bomba dentro del cerebro, matándola al instante), lo que no hacía más que alimentar mi admiración y mi amor por él, mientras la frase que había cruzado mi cabeza cuando me contó en España que sus padres se divorciaban y se derrumbó delante de mí, preocupado por sus hermanas, volvía a mí una y otra vez.
Si Louis no existiera, está claro que habría que inventarlo.
Mantelo contigo, Eri. Algunas hemos pagado precios muy altos por él, susurró una voz que no era mía en mi cabeza mientras masticaba una aceituna. Asentí y lo miré, miré su sonrisa, su boca manchada de tomate, sus preciosos ojos concentrados en la tele. Sentí su corazón en mis dedos, su voz en mis oídos, cantándome sólo a mí.
La verdad es que yo también daría mi vida con tal de que él siguiera sonriendo.

domingo, 24 de marzo de 2013

Is it over?

Asentí con la cabeza mientras me desplazaba por la cocina como si realmente perteneciera a aquel lugar.
-Red one-se anunció la chica del modo aleatorio del iPod, yo asentí con la cabeza y me dispuse a seguirla.
-¡COME ON! ¡VAMOS A LA PLAYA, PUTAS, VÁMONOS BIEN LEJOS! ¡ELLOS, DICEN, QUE DIGAN LO QUE QUIERAN! ¡BEBE ESTO, AQUELLO, BÉBETELO TODO, PARA LAS ZORRAS COMO YO NO HAY VUELTA ATRÁS!-grité con todas mis fuerzas en español, meneando la cabeza de que mi improvisada coleta me azotaba la espalda. Sacudí las caderas y empecé a brincar mientras sacaba la carne-.  El patrón, oh, lo tiene todo. La zona, ¿está? Oh vaya si está. ¿Son uno, o dos? Bah, déjalo ya. TIRARÉ MI DINERO Y HARÉ COMO SI NADA. I'M ON THE FLOOR, FLOOR, I LOVE TO DANCE NOW GIVE ME MORE, MORE, TIL I CAN'T STAND GET ON THE FLOOR FLOOR LIKE IT'S YOUR LAST CHANCE, IF YOU WANT MORE, MORE, THEN HERE I AM.
Estaba claro que a Louis le encantaría verme de esa guisa, dando saltos por la cocina como si fuera la reina de las cabras, despotricando en español, destrozando todas y cada una de las canciones que se atrevían a aparecer pro mi reproductor y volar por el aire hasta mis oídos, en su estúpida valentía.
-Starships were meant to fly-canturreé, sacando una cuchara y extendiendo la carne ya picada por la láminas de pasta, tal y como indicaba la caja de lasaña. Todo mi cuerpo se movía solo, respondiendo a aquella canción que había intentado cantar en la gala de Simon, pero que Harry me fastidió cuando me pidió expresamente que cantara Superbass.
-¡MÁS ALTOS QUE UN HIJO DE PUTA!-bramé con todas mis fuerzas, colocando la siguiente lámina de lasaña encima de la carne, y decidida a repetir el proceso- ¡MÁS ALTOS QUE...!
Unas manos me agarraron de la cintura y yo chillé, más del susto y la impresión que otra cosa, porque no me esperaba que fuera a volver tan pronto... si un par de horas se podían considerar pronto.
Me giré en redondo y le di con la cuchara de madera mientras Louis se reía.
-¿Cuánto llevas aquí, eh, hijo de puta? ¿Cuánto has visto?
-Lo suficiente, créeme.
-¡Cabrón! ¡Me has dejado sola! ¡He tenido que ponerme a hacer la comida yo! ¡Si morimos intoxicados, será todo tu culpa! ¿Me estás oyendo?
Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, y tiró de mí.
-Me ha gustado mucho mi regalo-gimió contra mis labios, apretando los suyos a ellos. Empecé a derretirme entre sus brazos; tuve que recordarme que debía guardar la compostura.
-Me alegro.
-Estás loca. Un Lamborghini es demasiado.
-Un tatuaje en ti es demasiado.
Alzó las cejas.
-Sé por quién va el Far Away en realidad-le aseguré.
Se encogió de hombros.
-Mi corazón suele estar lejos de mí.
-Estás loco.
-Las mejores personas lo están-replicó, poniendo los ojos en blanco. ¿Me cansaría alguna vez de que se comportara como un crío cuando estábamos juntos, de que me sacara una sonrisa con tan sólo respirar? Esperaba que no.
Puse los ojos en blanco, sacudí la cabeza y bajé la vista hacia la lasaña.
Pero a él le apetecía jugar; se colocó detrás de mí, me puso las manos en las caderas y se inclinó hacia mi cuello. Me lo besó despacio, sabedor de aquellas corrientes eléctricas que me desquiciaban por dentro.
Su barba me raspaba suavemente el hombro, pero no me importaba. Dios... Me mordí el labio inferior sólo para no darle el gusto de gemir.
-Eri...
-¿Mm?-murmuré sin despegar los labios, entrecerrando los ojos para enfocar bien la lasaña e ignorando la erección que se estaba despertando en él. Hazle sufrir. Cuando sufre es cuando más disfrutáis los dos.
-¿Qué estás cocinando?
-Lasaña.
Sus helados dientes me mordisquearon el hombro cuando sonrió.
-Me gusta-murmuró. Los pelos de su barba me volvieron a raspar. Oh, señor. Noté cómo mi fuerza de voluntad se iba deshaciendo poco a poco, se desmoronaba a pasos agigantados-. Siempre que comemos lasaña consigo meterme entre tus piernas.
Pestañeé lentamente.
-No siempre. La primera vez, no.
-Estaba tanteando el terreno.
-Si no me dejas terminar de hacerla, no podremos comer.
-No tengo ganas de morir intoxicado-replicó, mordiéndome el cuello.
Me traicioné a mí misma echándolo hacia atrás y abriendo la boca, intentando respirar. Me estaba atacando la cabeza, lo sabía, pero le daba lo mismo.
-¿No será que no tienes ganas de comer, y punto? ¿Y de dónde coño has sacado esa camiseta?
¿Quién le había dado permiso para vestirse? No, no, y no.
-Del coche. Mi precioso nuevo coche. Ése que me regaló mi novia.
-No me suena-repliqué.
Me pegó aún más contra él.
-Tengo que follarte en ese coche-murmuró con la voz ronca. ¡Joder! Todavía iba a notarse que había leído las partes guarras de 50 sombras de Grey-. Pero más tarde, que como lo abollemos me va a dar algo.
Ya se iba pareciendo un poco más al Louis que conocía.
-Me gustan las chicas que conducen Lamborghinis-me burlé, haciéndole sonreír. Me aparté un poco de él y negué con la cabeza-. Tengo que terminar la comida, Lou. ¿O no tienes hambre?
-No de eso.
Me giré en redondo y tragué saliva. Sus ojos se clavaron en los míos, desnudándome el alma y echando un vistazo dentro.
Me apoyé contra la encimera y estudié su expresión mientras se acercaba a mí. Se inclinó hacia mis labios, no podía apartar la vista de ellos, estaba hipnotizada.
-Yo también tengo hambre de eso.
-¿De qué?-se rió.
-Lo sabes de sobra. No me vas a hacer decírtelo.
-Vale-replicó, separándose de mí y sentándose en la mesa. Abrí la boca.
-¡Louis!
-¿Qué?
-¿No me estabas seduciendo?
-No tienes ganas.
-Mentiroso.
Alzó las cejas y siguió mirándome sin pronunciar palabra. Me acerqué a la mesa, me apoyé en ella y me incliné hacia él.
-Nadie te ha dado permiso para ponerte una camiseta.
-¿Me la quito?-asentí con la cabeza, solemne. Sonrió, y obedeció. Menos mal, era una de las pocas veces que me obedecía. Sus ojos bajaron hasta mis piernas-. Entonces, a ti, ¿quién te ha dado permiso para ponerte esos pantalones?
-Oh, Louis, tampoco son tan largos...
-Me pongo la camiseta-amenazó. Suspiré, sacudí la cabeza de forma que mi pelo volara a mi alrededor, y me llevé una mano al botón de los pantalones. Luego volví a mirarlo.
-¿Quieres hacerlo tú?
-Sí-asintió, sin moverse. Me acerqué a él y dejé que me acariciara el vientre mientras me levantaba la camiseta para meter una mano por los pantalones. Procuré no dar un brinco de la sorpresa. Me mordí el labio mientras él se peleaba lentamente con el botón. Se levantó, me miró a los ojos y me arrastró hasta ponerme de nuevo contra la encimera. Me alzó en volandas y me sentó en ella mientras yo me inclinaba a besarlo.
Habíamos empezado a jugar, y ya no íbamos a parar nunca.
Se separó de mí lo justo para librarse de mis pantalones, y me acarició las piernas. Gemí en su boca cuando llegó a mis bragas.
-Espera...-susurré en cuanto noté cómo sus manos subían por mi camiseta, pretendiendo quitármela. Negué con la cabeza y él me miró a los ojos, divertido.
-¿Segura?
Pasé mi mano por su espalda mientras reflexionaba. Sí, me apetecía hacerlo así. Sólo lo habíamos hecho una vez así, y aquella vez había sido legendaria. No hacía falta que me quitara la camiseta.
-Quiero verte-susurró. Negué con la  cabeza, divertida, y le mordí la oreja.
-Puedes verme. Venga, machote. Hazme saber lo que es bueno-me burlé, dándole una palmada en el culo. Abrió mucho los ojos, divertido. Cerré mis piernas en torno a su cintura y me arrastré hasta el borde.
Me quitó las bragas y las lanzó bien lejos; a continuación me tomó de la cintura. Moví los pies hasta bajarle un poco los pantalones, mordiéndome el labio cuando vi las ganas que tenía.
Tiró de mí y consiguió meterse en mi interior.
Grité, tanto de la impresión de que lo hubiera hecho tan rápido como de lo bien que me había sentado. Me apoyé en su hombro y solté todo el aire que había en mis pulmones de golpe.
-¿Te he hecho daño?
Negué con la cabeza, se revolvió en mi interior y gemí. Estar así, sentada, con él entre mis piernas, y encima sobre la fría encimera... simplemente era demasiado para mí.
Me eché hacia atrás un poco para mirarlo, y le acaricié el pecho. Le cogí un brazo, miré sus tatuajes, repasé con el dedo todos y cada uno, recordándome que yo ahora también tenía uno, y le besé el Far Away.
Era el único que me parecía que no le estropeaba el brazo, pero seguramente fuera porque estaba dedicado a mí.
Me moví un poco más en la encimera y volví a gemir. Louis luchaba por no reírse.
-¿No lo notas?
-¿El qué?-replicó, moviéndose a propósito, desquiciándome por completo. Acaba esto, por favor, sigue.
-El contraste.
Estaba tan cálido, y la encimera estaba tan fría... recordé que había pensado lo mismo en aquella otra sesión de sexo, cuando todavía no conocíamos nuestros límites y nuestros gustos en la cama demasiado bien...
Apartó el cuenco con la lasaña de cerca de mí y me obligó a echarme hacia atrás. Así entraba más adentro. Así yo sentía más.
Empecé a moverme a su ritmo, arrastrándolo a él conmigo. Cerré los ojos cuando noté cómo se corría en mi interior, murmurando mi nombre entre dientes. Qué bien sonaba cuando lo decía, sobre todo cuando lo decía así...
No se detuvo, esperó hasta que yo también llegué a la cima y me rompí en pedazos a su alrededor. Se quedó quieto, inclinado hacia delante, jadeando por el esfuerzo de tenerme sujeta para que no me cayera. Volvió a sentarme en el frío revestimiento de mármol, o lo que fuera aquello, y se apoyó a ambos lados de mi cuerpo. Los músculos de sus brazos estaban hinchados por el esfuerzo de sujetarme tanto tiempo mientras estaba dándolo todo para mí. Le acaricié la cara y también me eché atrás, recuperando el aliento a mi vez.
-No es ni medio normal lo bien que encajamos-murmuré. Se echó a reír.
-¿Tú crees?
-¿No da un poco de cosa?
-A mí me gusta-se encogió de hombros-. Voy a salir-susurró, haciendo un gesto con la mandíbula entre nuestras piernas. Asentí con la cabeza y tiré de la camiseta para taparme. De repente me daba vergüenza que me viera así, no sabía por qué. Me había visto de todas las maneras posibles, ¿por qué ahora me daba cosa?
Se inclinó a besarme en la boca, divertido.
-¿Qué pasa?
-Nada-susurré, mirándome las manos.
-¿Seguro?
Asentí con la cabeza, me tomó de la mano y me besó despacio cada nudillo.
-Gracias por el coche.
Y dale con el coche.
-No es nada-sonreí. Quería que me besara, pero no en los labios. Quería volver a probar qué se sentía cuando él me besaba... allí.
Pero, claro, tal vez me molestara con la barba.
Me mordí el labio y noté que me dolía: sus besos habían sido demasiado apasionados, yo le había respondido con demasiada rabia, y ahora tenía la boca inflamada. Sin embargo, ¿por qué me gustaba tanto esa pequeña molestia que apenas merecía llamarse así? No me dolía, me molestaba, pero me gustaba, me encantaba notar aún su boca sobre la mía a pesar de que ya estaba poniéndose la camiseta.
-No-protesté, señalando la camiseta y negando con la cabeza. Sonrió.
-Voy a ponerme malo.
-Yo te cuidaré. Pero no te tapes.
Se volvió a acercar a mí, con un trozo de tela en las manos. Mis bragas. Le tendí la mano para que me las devolviera pero, en lugar de dejarlas en ella, me cogió los pies y los metió por las bragas. Las subió lentamente hasta llegar al mueble. Salté para bajarme al suelo y terminé de colocármelas yo.
Me giré en redondo y recogí el plato con nuestra comida, dispuesta a terminar mi tarea, costara lo que costara.
Louis me acarició la pierna con un pie.
-Vas a coger frío tú, Eri.
-Tú también estás descalzo-repliqué.
Se encogió de hombros, pude verlo por el rabillo del ojo.
-Soy inglés. Estoy acostumbrado a ir por ahí con frío.
Alcé una ceja, incrédula, y dejé que se inclinara hacia la nevera. Supe qué iba a sacar incluso antes de que lo hiciera.
Cerveza.
Siempre era la cerveza.
Suspiré mientras él se alejaba silbando en dirección al salón. Había cogido su camiseta, el muy cabrón, y estaba segura de que se la pondría cuando saliera de mi campo de visión. Pero no me importó mucho, le obligaría a quitársela en escasos minutos, cuando terminara con la lasaña y pudiera irme a acurrucarme en su pecho. ¿Por qué se estaría tan a gusto allí?
-¿Comemos viendo la tele?-sugerí, asomándome por la puerta de la cocina como en Enredados. Mi pelo se quedó colgando verticalmente, esperando tocar el suelo. En el fondo yo también esperaba que fuera tan largo como para tocar el suelo, pero las cosas así no sucedían porque sí. Echó la cabeza atrás y me miró, encogiéndose de hombros. La lata de cerveza estaba colocada en su vientre que, sorprendentemente, no estaba tapado por ningún trozo de tela. Me recordó a Homer Simpson, ahí, espatarrado, mirando la televisión con su bebida en la barriga, esperando a que le diera un chungo.
-Me parece bien.
-La comida estará lista en seguida.
-¿No tengo un último deseo?
Le tiré el rodillo de cocina con el que me estaba secando las manos.
-Vete a la mierda-repliqué, girándome y regresando a la cocina, digna como la mayor de las reinas del mundo.
Stephenie Meyer.
Abrí el microondas y asentí con la cabeza al llegarme el olor de la lasaña a la nariz. Mmm... la verdad es que olía bien, sobre todo teniendo en cuenta la autora de tal manjar. Tan sólo esperaba no coger una diarrea galopante de esas que son capaces de tumbar a un caballo y quedarme seca en el sitio.
Me las arreglé para colocar la comida en una bandeja y la llevé al salón. Louis la miró con el ceño fruncido.
-¿Has llamado al demonio, o algo? ¿Por qué huele tan bien?
-Estoy a esto-susurré, inclinándome hacia él y poniendo el índice y el pulgar a escasos milímetros- de darte una bofetada. Tú verás si quieres que te pegue al final o no.
-¿Y si me pegas en la cama?-replicó, estirando la mano y pasándomela por detrás de la pierna. Intenté ignorar las corrientes eléctricas.
-No te pego porque como lo haga todavía te dejo peor de lo que estás.
-¿Y cómo estoy?
-Fatal de la cabeza-dije, volviendo a la cocina y mordiéndome la sonrisa que luchaba por nacer en mi boca. No iba a darle ese gusto, no iba a sonreírle porque sí.
Cuando me giré con los tenedores en la mano, estaba detrás de mí. Di un brinco.
-¡LOUIS!
Él brincó también.
-¡¿Qué?!
-¡No me asustes!
-¡No te asusto! ¡Eres tú, que eres tonta!
Le bufé a la cara y él sonrió.
-Sí, eres tonta.
-Tienes razón. Mira con quién me conformo-repliqué, pasándole los brazos por la cintura y sonriéndole.
-¿Te conformas? Estoy fuera de tus posibilidades y lo sabes.
-¡¿A que te pincho?!-le amenacé. Se echó a reír y me puso los dedos bajo la barbilla para besarme mejor. Me dejé llevar por su beso, dejé caer los cubiertos y enredé mis dedos en su pelo. Estábamos empezando otra vez, pero teníamos que comer, y la lasaña no se iba a mantener caliente siempre. No era como yo.
-Louis...
-Mm-susurró en mi clavícula, cubriéndola de pequeños besitos.
-Tenemos que reponer fuerzas.
-Yo estoy bien.
-Louis.
-Vale, vaaaaaaaaaaaaaale. A veces eres peor que mi madre, nena.
Me encogí de hombros.
-Soy mala.
-Eres el demonio.
Recogimos las cosas y nos hicimos con el resto de los utensilios. Yo cogí una botella de agua y la planté al lado de su cerveza. No pude evitar comentar que era más larga que la suya cuando las puse a ambas al lado. Mi botella era casi una lata y media.
-Lo dudo mucho-replicó él, negando con la cabeza-. ¿Quieres la prueba?
-Estoy comiendo, tío-repliqué, aunque técnicamente no habíamos empezado. Levantó las manos.
-Tú te lo pierdes, vaquera-espetó con un exagerado acento texano. Me eché a reír y le di un codazo.
-Qué tonto eres cuando quieres.
-Pero tú te arrastras por mí.
Puse los ojos en blanco, metí el dedo en la  lasaña y se la restregué por la nariz. Aun así, en el fondo tenía razón. Recordé cuando hablamos con los chicos y Victoria le dijo a Louis que lo notaba diferente.
-Es que ya tengo un poco de barba.
-¡Guau! ¡Louis con barba!
-Siéntete afortunada, no muchos me han visto así.
-¿Por qué?
-Normalmente me afeito, pero Eri no me deja.
-¡Mentiroso!-repliqué-. Aféitate si te da la gana.
-Vale-había espetado él, levantándose de la cama. Y yo había pensado, ¿va a hacerlo de verdad? Le había cogido del brazo y había negado con la cabeza.
-No, no.
No pude evitar sonreír ante ese recuerdo. La verdad era que me gustaba jugar con él, bromear con él, tomarnos el pelo mutuamente. Era guay poder considerar a mi novio también mi mejor amigo; sabía que muchas chicas no lo hacían así: tenía un mejor amigo y luego un novio. Se suponía que al novio lo querían más, pero siempre iban a confiar más en el mejor amigo, lo que a mí me resultaba bastante confuso, muy complicado de entender.
Dimos buena cuenta de la comida entre risas y bromas, cambiando de vez en cuando de canal. Me quejé cuando quitó los Simpson porque ya había visto un montón de veces un capítulo que a mí no me sonaba de nada, pero, al fin y al cabo, ese fin de semana podía mandar él, pues había sido su cumpleaños, y todavía estábamos en el plazo en el que intentaría hacerlo lo más feliz posible.
Pero no llegué a cumplir mi parte del trato cuando, aburrida de la vida, cogí su ordenador y me puse a navegar por Internet, acabando metida en la página de una de las revistas que solía leer. Siempre me metía en la sección de sexo y hombres, aunque rara vez hacía caso de los consejos que las redactoras daban, y me iba bastante bien.
Levanté la vista y una periodista joven, rubia y de sonrisa  falsa, hablaba acerca de el alcoholismo en los jóvenes de Europa. No me extrañó nada que pusiera imágenes de mi país: los españoles éramos los más borrachos con diferencia, estaba segura. Era cierto que los alemanes e ingleses venían a España y se desmadraban, pero seguro que no bebían con tanta frecuencia como nosotros (bueno, ellos, yo no) lo hacían.
Louis dio un trago distraído de su cerveza, seguramente ni siquiera estaba escuchando lo que decían. Captó mi atención algo que dijo la mujer.
-...la edad de alcoholismo está bajando entre la población inglesa también; en los varones ya ha alcanzado la tasa de los 20 años, aunque es más abundante a partir de los 40, y en las mujeres ha llegado a los 30...
Louis tenía 21 años.
Y no podía parar de beber, estaba segura de que ni aunque se lo propusiera.
-¿Estás escuchando?-pregunté. Me miró con cara de ¿qué me estás contando? por lo que supe que no, no estaba escuchando.
-¿Qué pasa?
-Que puede que seas alcohólico, eso pasa-puse los ojos en blanco, bajando la tapa del ordenador. Más tarde me daría cuenta de que con eso lo único que quería era meterme más en la conversación, y, ¿por qué no?, en la pelea que se estaba avecinando. Una de esas peleas monumentales que tambaleaban una relación.
-Soy joven todavía-él no quería movida, se le notaba en el cuerpo, pero había un problema muy grande: que yo era mujer, y encima era yo, lo que era añadir "terca" a la palabra "terca" que me venía por lo que tenía (o más bien no tenía) entre las piernas. Él siempre iba a dejar las cosas pasar porque era un él, y no un ella. Pero yo no iba a dejar que se destrozara el hígado por esa afición estúpida.
-Acaban de decir que ya a los 20 se puede ser alcohólico.
Se encogió de hombros, dando otro trago de su bebida. ¿Lo estaba haciendo para provocarme?
-Puedo dejarlo cuando quiera.
-Déjalo ahora.
Me miró y dio otro sorbo.
Lo estaba haciendo para provocarme.
-¿Quién eres para decirme que pare? Que yo sepa, no eres mi madre.
Uy.
Uy.
Uuuy.
Menuda puñalada.
-Soy tu novia-le recordé-. Y se supone que voy a estar una temporada contigo.
-Eso suena a amenaza.
¡La madre que lo parió!
Dio otro trago.
Te voy a terminar metiendo la botella entera en la boca. Borracho.
-¿Tan mal sería estar mucho tiempo conmigo?-gruñí, entrecerrando los ojos.
-No, pero lo has dicho como si tú me estuvieras amenazando con algo.
-¿En serio?-espeté, sarcástica. Se incorporó.
-En serio.
Nos miramos un segundo, midiéndonos con la mirada, dos luchadores comprobando la fuerza y la destreza del otro.
-Nadie es perfecto-susurró, negando lentamente con la cabeza.
-Tú lo serías si dejaras de beber tanto.
-Nadie. Es. Perfecto.
-¿Ni siquiera yo?-me reí. No, no lo era, pero entonces que no me dijera en una canción, la canción más perfecta de aquel mundo que yo era perfecta para él. Eso se llamaba mentir.
Se mordió el labio.
-Eri...
-¿No contestas?
-Eri.
-¿Qué?
-Eres anoréxica.
¡La madre que lo parió!
-Ya no lo soy.
-No comes como antes.
-Antes comía como una cerda-repliqué-. Y no estamos hablando de mí ahora.
-Un poco sí.
-Escucha. Me preocupo por ti, ¿vale? Y no quiero que...
-¿Quieres decir que yo no me preocupo por ti? Ah, vale. Pensaba que querer que comieras y no querer que te mataras de hambre era preocuparse-se encogió de hombros.
-¿Te quieres callar?-y cerró la boca-. Gracias. Lo que te decía era que yo no quiero que te vuelvas alcohólico. Te quita años de vida.
-También dejar de comer. Bastantes más que beber una cerveza al día.
-No bebes una cerveza al día y lo sabes.
-¿Tengo yo la culpa de que me guste la cerveza?
-¡Tienes la culpa de no controlarte!
-¡Pero si me controlo!
-¡Louis! ¡No! ¡Te! ¡Controlas!
-¡Eri! ¡Sí! ¡Me! ¡Controlo!
Me puse de pie y él rápidamente me imitó.
-¡NO QUIERO QUE A LOS 40 LA PALMES ECHANDO EL HÍGADO POR LA BOCA!
-¡NO VOY A PALMARLA ECHANDO EL HÍGADO POR LA BOCA! ¡CON SUERTE ME MATARÉ YO MISMO A LOS 27 DE SOBREDOSIS O ALGO ASÍ, COMO AMY WINEHOUSE!
-¡NO TE VAS A LIBRAR DE MÍ TAN FÁCILMENTE!
-¿COMO TÚ CON TU ANOREXIA?
-¡YA ESTOY CURADA!
-¡Y UNA PUTA MIERDA! ¿POR QUÉ ME DA LA IMPRESIÓN DE QUE SABES DECIRME EXACTAMENTE CUÁNTO PESAS, CON GRAMOS Y TODO? ¿EH?
Lo miré sin decir nada.
-¿EH?
-No sé cuánto peso.
-Mentirosa.
-¡NO SÉ CUÁNTO PESO!
-¡MENTIROSA!
-PODÍAS CONFIAR UN POCO MÁS EN MÍ.
-¡MIRA QUIÉN HABLA!
-¡AL MENOS YO NO PIENSO QUE TÚ PODRÍAS ESTAR ESPERANDO UN HIJO MÍO Y AZORRONARÍAS Y TE CALLARÍAS Y NO ME DIRÍAS NADA!
-¡LO DE AYER TE  LO PREGUNTÉ PARA ASEGURARME!
-¡YO NO NECESITARÍA PREGUNTÁRTELO!
-¿ME ESTÁS HABLANDO DE CONFIANZA TÚ? ¿TÚ? ¿TÚ, QUE ME ACABAS DE DECIR QUE SOY UN ALCOHÓLICO? SABES QUE SI LO FUERA TE LO DIRÍA.
-BEBER CUATRO CERVEZAS AL DÍA NO ES NORMAL Y LO SABES, LOUIS.
Estuve a nada de decir su nombre y su apellido en esa frase, pero me mordí la lengua a tiempo. Conmigo sólo iba a ponerse de más mala leche, no iba a tener el efecto paralizador que tenía en boca de su madre.
-NO BEBO CUATRO CERVEZAS AL DÍA Y LO SABES.
-NO SABES CUÁNTO BEBES.
-¡NO BEBO CUATRO PUTAS CERVEZAS!
-El primer paso para curarse es reconocerlo.
-¿Reconociste tú que tenías anorexia o te limitaste a asentir con la cabeza cuando te lo dijimos nosotros al no poder comerte ni una puta magdalena?
-No me compares eso. Yo no lo elegí.
-Espera, ¿qué? ¿No me estarás diciendo que ahora la culpa la tengo YO?
-NO.
-ACABAS DE INSINUAR ESO.
Alzó las cejas, incrédulo. Sabía que iba ganando. Mierda, mierda, ¿por qué siempre ganaba Louis? A veces me gustaría ganar a mí, para variar.
-Si no me hubierais obligado a cantar...
-NADIE TE OBLIGÓ A NADA.
-LE DIJISTEIS A LA REINA QUE YO CANTARÍA POR HARRY.
-TIENES BOCA. PODRÍAS HABER DICHO QUE NO.
-ERA LA PUTA REINA.
-YO NO TENGO LA CULPA DE QUE TE MATARAS DE HAMBRE UNA SEMANA.
-A LO MEJOR SÍ-ladré-. A LO MEJOR ME PRESIONASTE DEMASIADO.
Me había pasado tres pueblos, lo vi en sus ojos, pero ya no podía parar, a pesar de la chispa de dolor que se encendió en ellos.
-¡A lo mejor yo no estaba preparada! ¡A lo mejor a ti te gustaba cómo era yo antes, pero a mí no! ¡Me daba asco, Louis, as-co, y tú lo sabes! ¡Lo supiste siempre, pero te dio igual! ¡Te limitaste a tratarme como si fuera perfecta cuando sabías de sobra que no lo era! ¡Y desde que lo soy me pones pegas! ¡Y tiene que ser siempre todo como tú dices! ¡Y cuando los demás te decimos algo tú en seguida te cabreas y dices que estás bien! ¡Y NO ESTÁS BIEN, LOUIS, NO ESTÁS BIEN! ¡NO ME PUEDES DECIR QUE ES NORMAL QUE UN TÍO SANO COMO TÚ SE META ENTRE PECHO Y ESPALDA MÁS DE UN LITRO DE ALCOHOL AL DÍA Y QUE ESO SEA NORMAL, PORQUE NO LO ES!
Tragó saliva.
-Y luego encima no te fías de mí.
-Yo me fío de ti.
-¡SI LO HICIERAS NO ME PREGUNTARÍAS SI ESTARÍA PREÑADA!
Suspiró.
-Y NO PONDRÍAS LA CARA QUE PUSISTE CUANDO TE DIJE QUE NO LO ESTABA.
-¿QUÉ CARA PUSE, ERIKA, A VER? ¿QUÉ CARA PUSE?
Que me llamara así me sentó como una bofetada. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre completo. Y me sorprendió muchísimo ver que perdió su acento inglés y que pronunció mi nombre bien,  acentuándolo donde tenía que acentuarlo.
-PUSISTE CARA DE "OH, GRACIAS AL CIELO, NO ESTÁ PREÑADA, NO TENDRÉ QUE OCUPARME DE ELLA"
-Sabes que me encanta ocuparme de ti.
-Eso lo dices ahora para que no te grite más.
-Puede ser.
Di un paso hasta quedar pegada a él. Ignoré a propósito las corrientes eléctricas, mucho más débiles ahora que me daba tanta rabia todo. Absolutamente todo.
-Vete a la mierda-susurré en voz baja, apenas me oí yo. Pero él, por la cuenta que le traía, me oyó.
Me giré sobre mis talones y me encaminé fuera del salón. No sabía a dónde iba, pero no importaba; necesitaba salir de allí. Necesitaba estar sola para poder echarme a temblar como un flan, desatando mi rabia, mi furia, mi ira, dejando que saliera de mí para que no me consumiera. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. ¿Se había acabado? En ese momento no sabía decir si era así o no. Pero de lo que estaba segura era de que me iba a costar muchísimo cualquier cosa a partir de entonces si Louis no estaba conmigo.
Y luego estaba esa capacidad que tenía de decir mi nombre bien y de clavarme un puñal con esa simple sílaba final.
-Me encanta ese talento tuyo para ver problemas donde no los hay-murmuró. Me giré lo justo para verlo dar otro sorbo de aquel maldito líquido.
-No me pidas que te vea irte al otro barrio echando los intestinos por la boca.
-No vas a tener esa suerte-replicó.
Lo miré de arriba a abajo como buenamente pude y salí del salón haciendo acopio de la poca dignidad que me quedaba. Era asombroso cómo era capaz de ponerme una máscara utilizando la energía de mi enfado descomunal.
Una vez estuve fuera de su vista, eché a correr sin rumbo, buscando un lugar en el que meterme. Se había acabado. Se había acabado, nunca nos volveríamos a tratar como antes.
Acabábamos  de tener la típica pelea que tenían mis padres, después de la cual estaban tres días sin hablarse. Solo que mis padres tenían tres días, y nosotros no. Cada segundo era oro para nosotros, nuestros países así nos lo recordaban.
Cerré la puerta de la habitación en la que me había metido tras de mí, me apoyé en ella y me deslicé hacia abajo, enterrando mi rostro entre las manos. No quería romper con Louis. Le amaba demasiado, joder, no podía estar sin él. Sin él yo no existía. Él me había hecho lo que yo era ahora, me había hecho perfecta, tal y como era... sólo que a veces podía ser tan gilipollas. Y tan estúpido... ¿por qué tenía que darse a la bebida así? No le pasaba nada... Na...
Mierda, el divorcio.
Sacudí la cabeza. No, él ya bebía de antes.
Traté de tranquilizarme, no quería que de repente a él le diera por ir a buscarme para seguir discutiendo y me encontrara en el suelo hecha un ovillo, porque entonces perdería definitivamente la discusión. Luché por respirar hondo, pero no fui capaz, lo único que me salían eran jadeos superficiales.
Joder, lo que podían cambiar las cosas en diez minutos. Hacía nada estábamos en el sofá, tirados el uno encima del otro mirando la tele, y ahora estaba segura de que no nos íbamos a hablar en una temporada. Me pasé una mano por el pelo, apartándomelo de la cara para no mojarlo con las lágrimas y alcé la vista. Intenté deducir dónde estaba a través de la cortina de lágrimas, pero era algo muy complicado, debido a que las lágrimas que salían eran rápidamente sustituidas por lágrimas nuevas. Me sentía un asco.
¿Por qué no se lo había dicho con suavidad? Estaba segura de que podía convencerlo de que estaba bebiendo demasiado, de que debía moderarse, pero la manera no era gritándole, eso estaba claro. Me mordí el labio inferior, reprimiendo un sollozo. Joder, mi puta lengua y yo.
Me quedé muy quieta, intentando tranquilizarme. Enterré la cara entre las rodillas y traté de ir normalizando mi respiración. Tras muchos intentos lo conseguí. Asentí con la cabeza, me miré las uñas como si fueran lo más interesante del mundo, y por fin me digné a levantar la mirada. Estaba en la habitación del piano; me quedé muda de asombro. Me levanté despacio, como si el piano fuera un animal salvaje, y me pegué a la puerta. ¿Acaso iba a atacarme?
Descubrí que no me había puesto los pantalones. Oh, y tampoco había llamado a mi madre por su cumpleaños. Y tenía el móvil en el bolsillo de los vaqueros. Bien, tendría que volver a salir otra vez.
Abrí la puerta y me asomé fuera; caminé de puntillas hasta llegar a la cocina. Me abalancé sobre mis vaqueros, los cogí y corrí otra vez a la habitación del piano. Louis debía de seguir en el salón, seguramente poniéndose morado a beber cerveza.
¿A quién quería engañar? Me ponía mucho cuando bebía cerveza. Pero no estaba de humor como para ponerme a pensar en cuando fuéramos mayores y ya llevara años y años metiéndose el alcohol prácticamente en vena.
Como si fueras a verlo a los 40 años, se burló mi yo más cabrón y sarcástico. Cerré los ojos y me deslicé por el suelo de nuevo, con los vaqueros ya puestos. Intenté relajarme, miré el piano y me arrastré hasta el taburete que estaba frente a él. Me senté y abrí la tapa del precioso instrumento de cola. Saqué el móvil del bolsillo y miré la pantalla, ignorando el reflejo de la chica que me miró destrozada, con los ojos bañados en lágrimas. Tenía que hacerlo ahora antes de que me empezara a deprimir más porque Louis no me dirigía la palabra.
Desbloqueé el teléfono y marqué el número de mi madre, intentando concentrarme. Sorbí por la nariz y me limpié las lágrimas, a pesar de que no me iba a ver ni nada. Estuve esperando que cogiera el teléfono cinco pitidos.
-Erika-susurró. Me mordí le labio y reprimí un gemido. No me podía creer que Louis me hubiera llamado así. Debería tenerlo prohibido.
-Hola, mamá. Felicidades.
Mamá se quedó callada un momento.
-¿Estás bien?
-He cogido frío, eso es todo-sorbí por la nariz- .¿Cómo estáis?
-Bien, ¿y tú? ¿Vosotros?-se corrigió, lo que me pareció sorprendente. Mamá adoraba a Louis.
Seguramente no tuviera que adorarlo mucho más tiempo, pensé con rabia.
-Estamos bien. Cansados-de todo, de mis mierdas especialmente. Me pasé la mano por la cara y volví a sorber por la nariz.
-¿Estás tomando medicamentos?
-Leche con miel cuando voy a dormir-mentí descaradamente; para algo se me daba bien. Debía aprovecharlo.
-Ya.
-¿De qué es la tarta?
-Almendra.
Sonreí, ¡sonreí!
-Papá estará encantado.
-A tu padre le hemos cogido unos pasteles.
-Cuando vuelva, ¿comeremos tarta? Pero no de almendra. De turrón.
-Tal vez.
-Por favor.
-De acuerdo. Comeremos tarta cuando vuelvas, de turrón.
-De la que hacen en la pastelería del pueblo. La que lleva yema por encima. La que está tan rica.
Necesitaba darme el atracón de mi vida, y luego, ¿quién sabe? Tal vez tuviera fuerza de voluntad suficiente para meterme la mano hasta el codo en la boca y echar hasta mi última papilla. ¿Que yo era anoréxica? Louis iba a saber lo que era la anorexia. Me iba a pasar a la bulimia, que era mucho más guay y mucho más...
Mierda, ¿de verdad estaba pensando yo eso? Iba a darle la  razón cuando era lo último que quería. No. Volveré a comer como comía. Pero también me mataré en el gimnasio. Y no dejaré que me toque... como si tuviera fuerza de voluntad. Me encantaba cuando me tocaba. No quería que parase nunca.
-Sí, niña. ¿Algo más?
-No. Espera. ¿Cómo está Iván?
-Bien.
-Vale.
-Abrígate, ¿vale? Cuida ese resfriado, que luego ya sabes que no se te quita en un mes y te quedas sin ir a clase.
-Sí, mamá-genial, acababa de alejar de mí a la única persona a la que le daba igual que no fuera a clase, siempre y cuando estuviera bien. Suspiré-. Adiós.
-Adiós, Erika. Te quiero.
Colgué; me daba una vergüenza terrible decirle a mi madre que la quería, no se lo había dicho nunca. Por eso alucinaba muchas veces cuando Louis se lo decía a su madre así, sin más, como quien estaba hablando del tiempo.
Dejé el teléfono encima del soporte de las partituras y acaricié las teclas sin llegar a apretarlas. ¿Se cabrearía  Louis si tocaba algo? Necesitaba tocar, tocar algo aleatorio, algo que nunca nadie había escrito y que nunca nadie volvería a escuchar. Me encantaba dejar volar los dedos por el teclado, porque era cuando realmente me sentía libre; haciendo mi propia música, sólo preocupándome de hacerla sonar como yo quería...
Apreté el fa sostenido y mi móvil empezó a sonar. Di un brinco y miré la pantalla. Me tomé mi tiempo para contestar a Harry, pues sabía que él tendría paciencia y esperaría a que lo cogiera. ¿Por qué me llamaba a mí? Mierda, ¿le habría dicho Louis algo de nuestra super pelea? Mis dedos recorrieron el botón de silencio ausente y la rotura de la parte de atrás. Si Harry me llamaba para echarme la bronca, quería morirme.
Tragué saliva, inspiré hondo y deslicé el dedo por la pantalla, rezando porque la pelea con él no fuera demasiado fuerte. No soportaría que alguien más me gritara. Con que el centro de mi universo me odiara ya tenía bastante.
-Dime, Hazza-intenté sonar lo más natural posible, pero creo que no lo conseguí.
-¿Eri? ¿Estás bien?
Como era una gilipollas integral, asentí con la cabeza. Tardé un momento en darme cuenta de que no me veía.
-Sí... sólo es... no importa. ¿Qué pasa?
-¿Crees que Noe está de verdad en Cantabria?
Parpadeé.
-¿Qué?
No supe cómo, pero de repente me había levantado y estaba caminando hacia la puerta. Cuando me quise dar cuenta, estaba en el salón, haciéndole un gesto a Louis para que me siguiera a la habitación del piano. Él frunció el ceño pero no hizo comentario alguno al verme al teléfono, seguramente oliéndose que era algo sobre los chicos.
-Me senté de nuevo en el taburete y él en el otro extremo; gracias a Dios que no era muy grande y nos rozábamos un poco. Necesitaba saber que aún soportaba mi contacto.
Puse el manos libres y dejé el móvil sobre el soporte de las partituras, donde lo había colocado antes.
-¿Por qué dices eso?
-Bueno, pues porque... no sé. Pero no me pareció que estuviera en Cantabria cuando hablamos con ella. El fondo de la habitación no me sonaba.
-Estaba oscuro, Hazza. Y era tarde. Estabas medio sobado-replicó Louis, pasándose una mano por el pelo y acariciando el piano de la misma manera que lo había hecho yo antes. Estábamos hechos el uno para el otro, ¿por qué no podíamos ser exactamente iguales? ¿Por qué él no podía tenerle asco al alcohol, como yo, y yo comer como comía él?
-No era Cantabria. Además, creo que... hay otro.
Fruncí el ceño.
-¿Cómo que otro?
-Sí. Otro. Mirad sus tweets. Son tipo gracias por estar ahí, eres genial, cosas así. Y está claro que no es por mí porque yo no estoy... ya sabéis. Ahí.
-¿Y eso quiere decir automáticamente que hay otro?
-Ha dicho que le quiere.
-Tal vez fuera para ti.
-¿Y por eso no me coge el móvil?
La angustia en la voz de Harry me estaba volviendo loca a mí también. ¿De qué cojones iba Noemí? ¿Cómo se atrevía a estar preocupando a Harry de esa manera?
Es exactamente lo que estás haciendo tú.
Miré la mano de Louis, deseando poder entrelazarla  con la mía.
-Noemí te quiere-susurró Louis, mirándome a mí y alzando las cejas. Me puse roja como un tomate. Estaba claro que estaba a punto de decir algo referente a mí, pero, ¿qué?-. No creo que haya otro. Eres tú, Harry.
-Era belieber antes que Directioner.
-Justin pasa de ella-espeté yo-. Es por ti por lo que la tiene en cuenta en las redes sociales y eso.
-Sí, ninguna de las tres existe sin nosotros.
Luché por ignorarle. Me tragué mis lágrimas.
-Hay otro, estoy seguro. Lo peor es que no es famoso. Y será una puta humillación cuando me deje por él.
-No te va a dejar, Harry.
-Sí, va a dejarme. ¿Por qué no me coge el teléfono entonces?
-Porque Noemí es gilipollas perdida.
-Es tu amiga-me recriminó Louis, su mirada se oscureció cuando se cruzó conmigo.
-Harry también lo es.
Harry suspiró en Chesire, o donde fuera que estaba.
-¿Qué hago?
-Esperar. Vamos a ir a España en fin de año. ¿O no?-le gruñí a Louis, que no me contestó. De puta madre. No nos íbamos a hablar. ¿Hasta cuándo? ¿El 2014? Genial-. Puedes ir a por ella entonces, la sacas de casa y listo.
-¿Y si no está?
-Estará.
-Pero, ¿si no está? ¿Crees que está realmente en casa? De estarlo me cogería el teléfono y no se despegaría del ordenador para hablar con nosotros. Y no se conecta. Nunca.
-Sí que lo hace.
-De madrugada.
-Tengo una amiga que está conectada toda la madrugada. Noe podría ser como ella. Ya sabes cómo es su madre, seguro que no le deja coger el ordenador.
Louis se revolvió en el asiento. Su hombro rozó el mío. Me dio un vuelco el corazón cuando se apartó un poco para dejar de tocarme. No, por favor, no...
-Si no está en casa, iremos a buscarla a donde esté.
-Louis...
-No, Louis, no, Harry. Iremos a por ella. Y aclararemos toda esta mierda. Con que dos no nos dirijamos la palabra ya es suficiente.
-¿Qué?
-Eso.
-No te entiendo.
Louis se encogió de hombros; yo no podía apartar la vista de mis pies en los pedales del piano.
-Eri y yo...-negó con la cabeza-. No...
No estamos más juntos.
Harry se quedó mudo.
-Yo... eh... lo siento.
-Yo también-convino Louis. Un sollozo se escapó de mi garganta; me tapé la boca rápidamente.
-Bueno, entonces tendréis mucho de qué hablar... yo... voy a colgar. Luego me llamáis, ¿vale?
-Vale-susurré con la voz rota. Ya no importaba que me oyera llorar, ni que Louis me viera llorar. Acababa de decir que habíamos roto. Me acababa de dar el golpe de gracia.
Louis estiró la mano al teléfono y lo colgó. Se quedó mirando nuestra foto en el fondo de la pantalla. Cerré los ojos, luchando contra las lágrimas. Encajábamos bien, ¿realmente no había otra solución? Apreté los puños.
-¿Quieres que te lleve a Londres?
Aquella pregunta me sobresaltó. Lo miré con la vista nublada, negué despacio con la cabeza; no iba a poder decir nada más. Ni una sola palabra.
A pesar de que ya no era mío, todavía necesitaba seguir pasando tiempo con él.
Acerqué mi mano a la suya, pero él se levantó, aprovechando para apartarla. Una vez de pie, me miró un par de segundos, pestañeó y se giró. Se encaminó a la salida.
-¿Hemos terminado?-susurré con un hilo de voz, no pude decirlo más fuerte.
Me ignoró y salió de la habitación, dejándome hecha un manojo de lágrimas, mientras el Louis y la Eri de mi móvil me miraban sonrientes, ajenos a todo.
Ni siquiera habéis durado seis meses...
Volvió tras una hora a la habitación; no pude ver que tenía los ojos, seguramente de haber llorado él también. Traía algo consigo.
Se me cayó el alma a los pies cuando reconocí mi carta.
La dejó al lado del móvil y se sentó conmigo en el taburete. Se me quedó mirando, aquellos preciosos ojos azules  clavados en mí, esperando que yo hiciera algo... morirme, por ejemplo. Era lo que más me apetecía en ese momento.
Estiré la mano, cogí la carta, la desdoblé y comencé a leerla, a pesar de que me sería muy fácil recitarla de memoria.
Hola, amor <3
Como es costumbre que escriba algo en los cumples, y siempre lo hago en Tuenti, y sería un poco raro que te conectaras con mi cuenta para leerlo, te escribo esta carta. Te escribo esta carta porque quiero felicitarte el cumpleaños. Como te conozco, sé que estarás triste, seguramente. Pero yo no quiero que lo estés, estoy contenta de poder felicitarte este cumpleaños, porque significa que estoy contigo y que me has aguantado todo este tiempo.
Estoy feliz de poder decirte que felicidades, felices 21. No debes estar triste, yo estoy contenta.  Pero estos 21 van a ser pocos para mí, así que te pediré un favor: déjame estar contigo hasta  tus 81, 91, 101... hasta el final, ¿vale? 
No, no vale. No vas a estar hasta el final con él.
Necesito estar hasta el final para agradecerte todo lo que estás haciendo por mí. Agradecerte que me hagas sentir como que valgo algo, que me hagas sentir querida, la persona más querida del mundo. Cuando estoy contigo me siento útil, no hay nada que pueda hacerme daño, no hay sombra alguna que me alcance. Eres como un sol que me ilumina y me da calor; me proteges y me cuidas como tú mejor sabes. Recuerdo la primera noche que nos besamos, lo nerviosa que estaba, lo imposible dela situación: tú, tú en tu perfección, estabas enamorado de mí. Yo te gustaba, yo, la criatura más imperfecta del universo le gustaba al chico más perfecto que jamás hubiera existido. Y luego me llevaste a Londres. Me escribiste esas canciones preciosas cuando nos peleamos (no quiero que nos peleemos nunca más) (Vas lista), conseguiste lo imposible: que llorara con una canción. Hiciste mi sueño realidad, ahora gracias a ti la gente me recordará. No tantos como a ti, no tanto como tú, pero yo también voy a vivir a mi modo para siempre. Y gracias a ti seguramente consiga una carrera en el mundo de la música, he de reconocer que no es lo que había planeado, pero es perfecto y maravilloso. Y todo te lo debo a ti.
¿Y la noche de mi cumpleaños? Mi cumpleaños fue el mejor de todos los tiempos, el mío y el de toda la historia. Te quiero. Te quiero y te quise y te querré, desde aquel día de noviembre en el que vi el vídeo diario hasta el día en que me muera, seguramente incluso después. Pero esa noche fue perfecta, me di cuenta de la inmensa suerte que tenía por estar  con un caballero como tú. Me hace gracia que tú no creas que eres un caballero, porque lo eres, Louis, lo eres. Eres perfecto, eres el típico caballero inglés que se preocupa por su dama más que por su vida. Y eso me encanta. Tú, todo tú, me encantas. Desde tus preciosos ojos, tu sonrisa traviesa, tus miradas de "eres tonta", tu boca, tus besos... ¿y tu voz? Un caso aparte. ¿Dónde tienes las alas? Porque cantas como un auténtico ángel. Y sabes que yo no regalo mis cumplidos; si digo que cantas como un ángel es que cantas como un ángel.
Gracias por dejarme estar contigo y por hacerme la más feliz de la Tierra. Un único segundo a tu lado merece cualquier precio que tenga que pagar por ti. Me da igual el odio, me da igual lo que la gente piense; mientras tú me quieras o por lo menos me toleres cerca y pueda estar a tu alrededor, yo seré la más dichosa. Te quiero. Muchísimo. Más de lo que se puede querer a nadie, más de lo que yo misma pensé que podría querer nunca.
Te quiero muchísimo, mi amor. Sabes que si me dejas estaré contigo hasta el final, ¿no? Por favor, por favor, Louis, déjame estar hasta el final. Te prometo que haré lo que esté en mi mano para hacerte feliz.
Pero se había acabado, ya no podía hacerle feliz por mi estúpida manera de decirle las cosas. Seguía queriéndole igual que cuando escribí esa carta, incluso más. Pero no era bastante. Él merecía a alguien mejor que yo.
Me había transformado en un torrente de lágrimas. Dejé la carta en su sitio, él la cogió, y negó despacio con la cabeza.
Sí.
Se había acabado.
Enterré mi rostro entre las manos y lloré como si estuviera sola, a pesar de que lo tenía a mi lado, seguramente tan jodido como yo.

martes, 19 de marzo de 2013

Tan tierno como un bizcocho.

Estaba todo oscuro, y yo seguía encima de él.
Su respiración me acunaba lentamente, y el sol dejaba escapar sus últimos estertores en el horizonte. Dios, se estaba tan a gusto durmiendo en el pecho de Louis...
Pero tenía hambre, no había comido desde hacía horas, y necesitaba algo que llevarme a la boca. Me había deshecho de las calorías que me habían regalado los numerosos platos de la comida en cuanto me metí en la cama con él... y ahora volvía a tener hambre. Una bestia sin fondo se desperezaba en mí, exigiéndome su ración de filetes diarios. Suspiré, él también suspiró en sueños. Me quedé muy quieta, pensando cómo hacer para bajar a la cocina sin despertarlo.
Cosa difícil, porque, en cuanto me moví un moco, lo noté. Jadeé y me quedé otra vez quieta, con el pelo suspendido a escasos centímetros de su cuello. Si me dejaba caer, seguramente el golpe le despertaría. Si me movía, volvería a notarlo, a gemir como una perra, y necesitaría más, volviendo a despertarlo.
Y si seguía así, estaba claro que, tarde o temprano, me cansaría y bajaría la cabeza, con lo que mis rizos le tocarían, le harían cosquillas, y se despertaría.
La segunda opción parecía la única asequible. Dado que, si me lo montaba bien, conseguiría sacarlo de mi interior sin grandes dificultades... y si no lo sacaba, siempre nos quedaba la opción de volver a hacerlo, acercarnos un polvo más a la apuesta con los chicos.
Apuesta que estaba complicada, pues no se podían echar 21 polvos en 24 horas. Aquello no era justo. Nosotros éramos los que más teníamos que hacerlo para mantener el estatus sólo porque Louis era el mayor de todos.
Me mordí el labio, sonriendo al pensar que a él le encantaría verme, y escuchar mi dilema mental, y me deslicé despacio hacia delante, intentando contener los gemidos histéricos e ignorando a la puta que llevaba dentro, que me gritaba si estaba loca, lo tenía dentro, joder, no podía estar sacándolo a voluntad.
Y menos ahora que había descubierto que encajábamos así de bien.
Me detuve un segundo, y volví a mirarlo a la luz de los últimos rayos de sol, rezagados. Cerré los ojos, me apreté aún más los dientes contra el labio y me relajé, asentí con la cabeza y volví a moverme.
Cuando por fin lo saqué de mi interior, jadeé. Me había sentado a horcajadas encima de él, lo que había empeorado un poco todo, y ahora estaba sentada sobre su vientre.
Respiraba sin enterarse de que su chica necesitaba comer desesperadamente... pero también comérselo a él.
Pasé una pierna al lado donde estaba la otra y me senté en el colchón a su lado. Protestó en sueños, usando palabras que yo nunca había escuchado, y sonreí.
-Qué tonto eres, Luisín-musité en español, inclinándome hacia él y besándole la frente. Sonrió.
Sonrió, joder.
Era tan tierno como un bizcocho de chocolate relleno de nata montada.
Me levanté de la cama y me agaché, buscando el teléfono, decidida a no encender la luz y estropear todo el trabajo que hasta entonces había hecho. Dado que no encontraba mi mochila, fui al armario de puntillas, y lo abrí, esperando encontrarme con una camiseta suya que ponerme por encima. Chasqueé la lengua, y negué con la cabeza cuando me di cuenta de que estaba haciendo ruido, al encontrar la camiseta de fútbol que había utilizado en su partido. Sonreí, la saqué, me la pasé por los hombros desnudos y sonreí para mis adentros cuando recogí con los pies mis bragas. Me las subí sensualmente por las piernas, como si él estuviera despierto y mirándome, y me mordí el labio.
Puse los ojos en blanco ante mi estupidez, recogí el móvil y salí de la habitación. Miré a ambos lados, intentando recordar por dónde me había traído, pero había un problema: me había estado tocando mientras me dirigía a la habitación, por lo que yo no había prestado atención. Encendí la pantalla del teléfono y me dediqué a apretar los escasos botones del iPhone, iluminando el camino. No encontraba los interruptores. Suspiré, me pasé una mano por el pelo y asentí con la cabeza. Aquello iba a ser más difícil de lo que parecía, pero yo no me iba a dejar asustar tan fácilmente. Comencé a tararear en bajito una canción aleatoria que nunca llegué a identificar del todo, con la esperanza de mantenerme lo suficiente ocupada como para no ponerme histérica, pensando que había alguien detrás de mí, y echar a correr como una cría de 2 años desquiciada por la oscuridad, perdiendo así toda mi dignidad.
Y, cuando aparecí en una habitación que no había visto en mi vida, decidí dejarme de gilipolleces y encender la luz. Al fin y al cabo, había cerrado la puerta de nuestra habitación (mm, nuestra habitación), por lo que Louis no tendría por qué darse cuenta de que iba por la vida gastando electricidad.
Por fin, tras minutos que me parecieron horas de ir de aquí para allá, apagando y encendiendo luces, conseguí llegar a las escaleras. Suspiré de alivio y las bajé lentamente, decidida a aplacar mi hambre.
Me detuve en la puerta de la cocina cuando me di cuenta de que Louis me había dicho que aquél iba a ser el primer día que pasaría en casa. Por tanto, no tendría comida. Seguramente planeara llevarme de compras a hacernos con provisiones para nuestro falso fin de semana.
Estaba a punto de dar la vuelta cuando decidí que no perdía nada por intentarlo, así que encendí las luces, me acerqué a la encimera y me incliné hacia delante, buscando algo que llevarme a la boca. Abrí el primer armario y, ¡sorpresa! Una legión de botes de especias me esperaba, como deseando que me los metiera entre pecho y espalda así, sin más.
Llegué a pensar que la casa podría haber estado ocupada antes por otras personas, pero no.
Asentí con la cabeza cuando mi expedición de espeleología terminó de manera repentina cuando encontré una bolsa de pan de molde. Hice sobresalir el labio inferior, como si hubiera encontrado oro, y me estiré para recogerlo. Tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en la encimera (¿por qué siempre ponían los armarios con la comida ahí encima? ¿Acaso no era más fácil tener un armario vertical en alguna parte de la cocina y ya ir a tiro fijo hacia allí cuando querías comida, y no estar haciendo contorsionismo hasta el Día del Juicio Final porque no conseguías alcanzar el orégano? Ingleses) para lograr alcanzar la bolsa. Tiré de ella con la punta de los dedos índice y corazón, y por fin conseguí que cayera en la encimera  con un ruido sordo.
Miré la fecha de caducidad y asentí con la cabeza, intentando ignorar el silencio que se escuchaba en la casa, silencio que llevaba instalado en mi corazón desde que nos separamos en el aeropuerto cuando nos tocó volver de Nueva York.
Mis cinco niños eran ruidosos, y a veces que hicieran tanto ruido molestaba. Pero lo peor era cuando escuchabas los latidos de tu corazón en el tímpano, cuando oías a tus pulmones tomar aire, cuando escuchabas tus propios parpadeos... porque ellos no estaban.
Tragué saliva, recordándome que faltaba poco para Nochevieja, y que la pasaríamos todos juntos de fiesta. Mi primera Nochevieja fuera de casa, y la iba a pasar a lo grande, con mi novio, mis otros cuatro mejores amigos, y mis amigas.
Me incliné hacia la nevera y encontré un bote de Nutella allí metido. ¡¿Pero qué clase de herejía es esta?! pensé, alzando las cejas y contemplando el bote marrón, que suplicaba que lo salvara. Lo acaricié con los dedos, como si fuera un bebé, y lo dejé en la encimera. Tal vez lo metiera en el microondas, lo calentara un poco y tomara un par de cucharadas... al fin y al cabo, estaba haciendo ejercicio suficiente.
Me sonrojé ante ese pensamiento. Claro, Eri... ejercicio. Claro que sí.
Recordé las palabras de Zayn cuando había apartado un plato de pasta porque engordaba mucho, curada de hacía tiempo la anorexia.
-Tienes aquí a Louis, y el sexo es el deporte con el que más calorías se queman.
-Por eso yo tengo que ir al gimnasio tanto-había dicho Niall, encogiéndose de hombros y asintiendo con la cabeza. Todos se habían echado a reír, yo los había mirado sin entenderlos, hasta que caí en la cuenta.
Debería darme vergüenza haber perdido la virginidad mucho antes que Niall.
Saqué un par de envases de charcutería y me senté en la isla de la cocina, mirando a la piscina. Las estrellas se reflejaban en la superficie ondeada, mientras yo me daba cuenta de que había una fina capa de nieve en el jardín. Deseé que nevara; nunca había visto nevar en Inglaterra, a pesar de que me habían dicho que era algo común.
Descubrí que estaba hambrienta, muy hambrienta, cuando acerqué el bote de Nutella y lo destapé. En cuanto el olor de ese pequeño manjar de dioses llegó hasta mi nariz, mi estómago comenzó a rugir como nunca, y eso que había pasado una semana de mi vida sin comer, y esa misma tarde me había dado un atracón importante.
Cerré el bote, prometiéndole que muy pronto le haría el amor a base de arrancarle todo su contenido, y bufé al darme cuenta de que me había dejado la mayonesa. Volví a arrastrar todas las cosas hasta la encimera, sacando dos rebanadas de pan y colocándolas en un plato que me costó encontrar, y me incliné hacia la puerta de la nevera de nuevo.
¿Poner ketchup y rodajas de tomate en un mismo bocadillo sería pecado capital? Parecía ser causa suficiente para arder por los siglos de los siglos (amén) en el infierno. Sí, definitivamente lo sería. Con el tomate bastaría, y la mayonesa debería cumplir su cometido de dejarlo todo pringoso y asqueroso, a la vez que delicioso.
Estaba dejando cuidadosamente una loncha de queso encima de otra de jamón york cuando algo me abrazó la cintura.
Louis me besó el cuello mientras yo sonreía.
-Me desperté y no estabas-susurró, acusatorio. Qué poca vergüenza tenía, mira que ir y dejarlo solo, cuando más indefenso y guapo estaba, dormido... Me mordí el labio y me giré a mirarlo. Sus ojos estaban fijos en la comida.
-Tenía hambre.
Asintió con la cabeza, su barba incipiente me rascó el hombro, pero no me importó. Me gustaba su barba.
Me recordaba que era mayor, que tenía más experiencia, y que de algún modo siempre iba a cuidar de mí porque yo era la pequeña en nuestra relación. Bastante tenía con ser el cerebro y la sensatez (a veces), no necesitaba ser la que siempre cuidara.
-¿Tienes hambre?-susurré con un hilo de voz. Sonrió, mirándome a los ojos.
-De ti, pequeña.
-Aw-repliqué, acariciándole la barbilla y besándolo despacio en la boca. Pegó su frente a la mía cuando separamos nuestros labios y sonrió.
-¿Compartimos?
-Está bien.
Tras terminar mi pequeña obra culinaria, todo un logro en mí, busqué un cuchillo bajo su atenta mirada. Encendió la luz, yo me lo quedé mirando.
-No iba a matarte con nocturnidad y alevosía, Louis.
-Lo primero, ¿qué es eso de alevosía? ¿Existe esa palabra?-frunció el ceño, rascándose la nuca-. Y lo segundo; me importa más que no te rebanes un dedo a que me mates, la verdad.
-No sé si eso es raro o bonito.
-Es de mala persona, porque si me haces algo, entonces vas a la cárcel con mujeres, y no habrá ningún tío más guapo que yo.
-No hay ningún tío más guapo que tú-repliqué. Cruzó los brazos.
-¿A  que no hay huevos a repetirlo con Zayn delante?
-¡Me matará!-chillé, abriendo los ojos y mirándole. Alzó las cejas en aquel gesto que había copiado de Leonardo DiCaprio, y que tantísimo me recordaba que él podía ser muchas cosas, una mi novio, otra mi mejor amigo... y otra el integrante de mi banda favorita.
-No es mi problema-aseguró, inclinándose hacia delante. Le puse los ojos en blanco y me dediqué a cortar el sándwich en dos.
-Toma-dije, cogiendo las cortezas que le había quitado y entregándoselas. Se me quedó mirando como si fuera estúpida.
-¿Eri?
-¿Sí?
-¿Sabes que te puedo echar de casa cuando quiera?
Me eché a reír y le pasé los brazos por el cuello.
-No puedes.
-¿Que no?-empezó a arrastrarme por la casa, pero yo me negaba a que los brazos que me ataban a él se soltaran.
-Eres buena persona.
-Pelota.
-Imbécil.
-Retrasada.
-Estúpido.
-Boba-replicó, inclinándose hacia mí y besándome en los labios.
-Chulo-gemí, respondiendo a su beso. Menos mal que había dejado el cuchillo en la cocina, si no, se lo habría clavado cuando enredé mis dedos en su pelo.
-Guapa-susurró él cuando nuestros labios se separaron medio segundo, pero fue suficiente para hacerme sonreír.
-Eso tú.
-Ya lo sé-replicó, echándose a reír. Qué bien sonaba su risa, sobre todo por la noche, sobre todo después de hacer el amor como lo habíamos hecho...
Le pasé una mano por el pelo y él hizo una mueca, como si aquello no le volviera loco. Suspiró, llevando sus manos a mi cintura, acariciándome lentamente los huesos de la cadera. Aquello era jugar sucio.
Me apoyé en su pecho y suspiré.
-Podría estar así toda la noche.
-¿Hacemos un club de gente que podría estar abrazándose toda la noche?
-Vale-asentí con la cabeza, cerrando los ojos e inhalando su aroma. Sus brazos ahora me estrechaban contra él... como si tuviera intención de escaparme.
¿Dónde iba a estar  mejor que a su lado, entre sus brazos, dejando que me acunara despacio?
-¿Eri?
-¿Sí?
-Te amo-susurró en mi lengua, de lo poco que sabía decir. Lo miré a los ojos.
-Yo también te amo.
Sacó la traducción por mi mirada sincera y mi sonrisa.
-I love you too?-inquirió, tímido, con aquél acento suyo, aquel acento en el que el inglés era la lengua más perfecta y cada palabra era música. Asentí con la cabeza-. ¿Me lo escribes en la libreta de español?
Asentí con la cabeza, sonriendo ante la mención de la libreta. Había sido sugerencia de Niall que todos los demás que no nos entendieran tuvieran una libreta en la que ir anotando palabras que nosotras les decíamos.
Zayn y Harry tenían una lista de insultos impresionante, pero, a su vez, en la parte de atrás, anotaban cumplidos. Además, Zayn había desarrollado un gusto particular por los refranes, y cada fin de semana nos hacía a cada española escribirle uno allí, y explicarle lo que quería decir.
Ah, sí, también nos estaba obligando a traducirle el Quijote del español al inglés. Las líneas impares, las de la parte de arriba, eran en español. Las líneas pares, las de debajo, eran en inglés. Era divertido, pues te ponías a leerlo y te colapsabas.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no ha...Some place in the Mancha, wich name I don't want to remember, used to live not long ago...
Y se lo leías a los chicos, y todos se quedaban mirándote con una cara como diciendo ¿qué dice? ¿Está loca, o algo? ¿Por qué habla así?
Liam en ocasiones ponía la tele y comenzaba a preguntarnos por palabras al azar, disculpándose cada vez que abría la boca porque no nos dejaba oír lo que decían, y nos acercaba un bolígrafo con la mirada gacha y nos suplicaba que escribiéramos la palabra, pues "tenía miedo de escribirla mal y ofendernos".
Pero el peor era Louis.
-Eri, ¿cómo se dice beer?
-Eri, ¿cómo es brandy?
-Eri, ¿cómo es wine?
-Eri, ¿cómo es vodka?
No sería preocupante si a) no sólo me preguntara por bebidas alcohólicas (me daba igual lo que dijera, estaba convencida de que era alcohólico y punto) y b) la mayoría de las veces las cosas que me preguntaba ya las había apuntado en la libreta. Yo lo miraba con paciencia, le explicaba las cosas, le obligaba a repetir después de mí para que se le quedara, incluso a veces le ponía una frase entera con la esperanza de que se acordara mejor...
Y luego me venía diciendo que qué cojones significaba "cerveza", y que cómo se traducía beer.
Y me daban ganas de cogerlo de los pelos y llevarlo a rastras por toda Inglaterra.
Y entonces llegaba Niall, gritando cosas incoherentes en mi idioma, cosas que sin embargo tenían mucho sentido, y ponía la radio, y ponía flamenco, y yo me desesperaba, porque no soportaba el flamenco. Y le ordenaba que lo quitara, y él me decía que le obligara, y echaba a correr detrás de él acordándome de toda su familia en español, y él me respondía en español, y yo le tiraba cosas, y él me espetaba que tiraba como una chica, que había visto piedras con más puntería que yo, que ni con una casa sería capaz de acertarle... y era deprimente porque lo estaba diciendo todo en mi lengua materna mientras se reía como loco. Y yo me frustraba, mucho.
Porque luego me venía con todo su encanto irlandés, y me miraba con ojos de corderito degollado, y echaba mano de aquel acento británico que en él no existía y me decía:
-¿Me perdonas?
Le faltaba gemir como un perrito abandonado. Y yo asentía con la cabeza, y lo abrazaba.
Y entonces él me hacía darle uno de mis libros, y se sentaba a traducirlo, quejándose de que el mundo era muy injusto porque su diccionario no traía las palabras en femenino o en plural.
-Reniego de este puto idioma, reniego de los que lo hablan, me cago en la puta que parió a-y miraba la portada-, Laura Gallego-a lo que yo le miraba muy, muy mal-, la Victoria esta, que es una guarra, porque se tira al otro estando preñada del de más allá, maldita zorra, bastarda, a mí eso no me lo hace...
Y no se  callaba, y no me dejaba leer, y nadie le decía nada.
-Luego te lo apunto, ¿vale?-le dije, cuando vi que se movía, pretendiendo ir a por su libreta. Espera, ¿la tenía aquí?
-Eri...-susurró cuando volví a acurrucarme contra él. Ay, déjame, ¿no ves que eres cómodo?
-¿Qué?
-¿No tenías hambre?
Y me rugieron las tripas a modo de respuesta. Nos echamos a reír, me tomó de la mano y me llevó a la cocina de vuelta. Corté el sándwich a la mitad y le di una. Nos sentamos en la mesa, uno al lado del otro, y comimos mirando la piscina, y las luces de Londres muy a lo lejos. No me había dado cuenta  de que desde allí también se veía la capital.
-¿Y?-preguntó, comiéndose el bocadillo a unos bocados tan grandes que me dio qué pensar. Tal vez sí que tuviera hambre-. ¿Te gusta la casa?
Asentí con la cabeza.
-Es muy...-me encogí de hombros-. Muy de peli.
-La vamos a usar para los vídeos del tour-asintió con la cabeza y contempló el paisaje por la ventana, intentando contener su sonrisa: ya había sembrado la semilla de la curiosidad en mí... ahora tocaba recoger la  cosecha.
-¿Qué vídeos?
-Para cuando vayamos a salir al escenario. Y cuando nos estemos cambiando.
-Oh-asentí con la cabeza, cogiendo un trozo de lechuga embadurnado de mayonesa y llevándomelo a los labios. Lo mordisqueé lentamente, disfrutando de aquella sensación (nunca antes en mi vida había conseguido cortar nada con los dientes, gracias a que estos habían decidido separarse los unos de los otros, pero los brackets estaban haciendo un gran trabajo en tiempo récord), mientras cavilaba acerca de sus conciertos.
Lo iba a tener lejos mucho, mucho tiempo.
Habría fines de semana que volvería a mi vieja vida; encerrándome en el pueblo y resguardándome en el ordenador y en Twitter.
Pero no iba a poder soportarlo, y los dos lo sabíamos. No estaba acostumbrada a estar tanto tiempo sin ellos.
Los dos lo habíamos pasado mal aquellos días que estuvimos sin vernos, cuando él se fue a Japón y yo tuve que quedarme por los puñeteros exámenes de la primera evaluación. A mis padres no les había parecido adecuado que me fuera a Inglaterra, habían dicho que yo allí no iba a estudiar, y seguramente tendrían razón... pero con media hora me hubiera bastado, y ellos lo sabían.
En realidad, aquellos días me habían cundido como semanas. Estaba claro que cogería una depresión importante cuando los chicos se marcharan de tour y estuvieran meses lejos de casa... lejos de mí.
-Lou-murmuré, mirando de repente los pequeños agujeros del pan del sándwich, intentando distraerme-, ¿cuánto llevábamos sin... estar...?-lo miré, suplicándole que me entendiera. Miró su vaso de agua y se encogió de hombros.
-¿Sin tener sexo?
Negué con la cabeza. No era sólo el sexo, joder. Era cierto que era bueno, era cierto que lo necesitaba, pero no era lo que más había echado de menos, precisamente. Una pantalla no le hacía justicia, no podría sustituirle.
-Sin estar los dos juntos otra vez. Ya sabes. Vernos-dejé el bocadillo en el plato y me lo quedé mirando. Sus ojos se clavaron en los míos, abandonando la vista de la capital inglesa.
-¿Te digo los días, o las horas?
Parpadeé. No podía saber las horas.
-20 días-murmuré. Asintió con la cabeza y de su taburete hasta mí- No sabes las horas-susurré, clavando la vista en sus tatuajes, el pequeño skater, las comillas... ese Far Away. que tan dirigido a mí parecía.
-463-replicó, alzándome la barbilla-, y 26 minutos.
Noté cómo se me llenaban los ojos de lágrimas.
-Eres perfecto-repliqué con un hilo de voz. Ni siquiera yo había calculado el tiempo,a pesar de que cada minuto me había pesado como una tonelada, y me había cundido como un año sin él... pero no me había atrevido, ni tan siquiera se me había ocurrido, ponerle una medida, un número, a ese sufrimiento.
Sonrió.
-No, amor-negó con la cabeza, y cerró los ojos. Me entraron ganas de abrírselos a besos. Entrelazó mis dedos con los suyos y los miró-. Tú eres la perfecta. Eres tú la que hace que quiera contar los minutos que estamos separados, no soy yo el que quiere contarlos.
-Siento no saberlos.
-Me aburría esta noche y me puse a hacer cuentas.
-¿Me quedé dormida?-pregunté, notando cómo me sonrojaba. Se encogió de hombros.
-No pasa nada.
-¿Habíamos acabado?
Asintió.
-¿Me dirías que no si fuera la verdad?
Negó con la cabeza y una tierna sonrisa le cruzó la cara.
-Te preocupas demasiado.
-Tú te preocupas muy poco-le acaricié el dorso de la mano unida a la mía con los dedos y sonreí.
Volvimos a nuestras improvisadas cenas y, cuando terminamos, contemplamos la ciudad. Al final no me apetecía tanto la Nutella como en un principio. Sólo quería acurrucarme en la cama, junto a él, y dormir.
-Tienes mayonesa-susurró, tocándose la comisura de la boca. Fruncí el ceño.
-¿Me la quitas?-inquirí, acercándole una servilleta. Asintió con la cabeza, pero se levantó y tiró de mí. Me pasó el dedo índice por la boca, llegando por fin a la zona manchada, retiró la salsa y se llevó el dedo a la boca. Puse los ojos en blanco, pero algo en mí ya estaba despertándose, listo para jugar.
Se pegó un poco más a mí e, inclinándose, me pasó la lengua por esa zona. Abrí la boca en un acto reflejo, preparada para recibir sus labios, pero tuve que esperar a que terminara, derritiéndome en sus brazos. Por fin, me besó.
-Vamos a la cama-susurró-. Quiero hacerte el amor después de 463 horas y 22 minutos.
-No llevamos tanto-repliqué, divertida, pero dispuesta. Más que dispuesta, de hecho.
-¿En serio?
-Sí.
-A mí me parece que sí.
-Entonces llévame arriba y hazme el amor... si es que tienes lo que hay que tener.
Me pegó aún más contra él, mirándome a los ojos. Mm. Sí, lo tenía.
No tuvo mucha ropa que quitarme, ni yo a él. Me tumbó sobre la cama y me separó las piernas despacio, entrando en mí lentamente, como muchas veces hacía, volviéndome loca. Le acaricié la espalda y eché la cabeza hacia atrás mientras me besaba el pecho, el cuello, los labios, todo mi cuerpo que estuviera a su alcance. Cerré los ojos, dejándome llevar por sus suaves embestidas, acompañándolo para sentirlo más.
Nos rompimos juntos, algo que sucedía pocas veces, lo que aumentó aún más la magia del momento. Se dejó caer sobre mí, recuperando el aliento, y yo le acaricié el pecho.
Me miró a los ojos y me besó la palma de la mano.
-Te quiero-susurré. Sonrió.
-Y yo a ti, pequeña.
Cerró los ojos, acomodándose en mi pecho, y su respiración se fue haciendo más lenta y profunda, mucho más regular. Se había quedado dormido.
Yo también los cerré, y dejé que la oscuridad se apropiara de mí.

Algo encima se movió. Abrí los ojos de golpe, asustada, preguntándome qué pasaba. Ah, sólo era Louis...
¿Eh? ¿Por qué se estaba poniendo los pantalones? ¡No! ¿Cuándo había salido de mi interior?
Rodé hacia un lado y me tumbé de costado. Él me sonrió.
-Buenos días, Eri.
Pero aún era de noche, la luz del sol no existía aún. Parpadeé, confusa.
-¿Qué hora es?
-Se encogió de hombros.
-No podía dormir más, y tú no has descansado mucho. Vuelve a dormirte.
-No-repliqué. Se sentó a mi lado en la cama y me acarició la mandíbula despacio. Tenía que sabe algo de las corrientes eléctricas, seguramente las generara a posta. No podía ser de otro modo; si no, ¿cómo es que me tocaba así siempre, como si supiera que de hacerlo más profundamente o con menos cuidado, me destrozaría los nervios y terminaría pidiéndole hijos?
Tragué saliva.
-Vuelve a la cama-susurré con un hilo de voz, bajando la cara y besándole la muñeca. Su sonrisa se hizo más amplia.
-No te voy a dejar dormir.
-No me apetece dormir-repliqué, estirándome y bostezando. Sí que me apetecía. Pero más me apetecía que dejara de comerme con los ojos y me empezara a comer con otras partes de su cuerpo mucho menos inocentes.
Cogió el portátil y lo puso encima de la cama mientras se desperezaba. Me pasó la camiseta y yo me la puse. No me pasó las bragas, y yo tampoco se las pedí.
Esperamos mientras la pantalla se encendía, yo acurrucada contra él. Miré el reloj de la mesilla. ¿Las 2 y media de la madrugada? Debía de estar mal. ¿Por qué no tenía sueño?
Ah, sí, porque había dormido una siesta importante.
-Ya es el cumpleaños de mi madre-murmuré, sin apartar la vista del reloj. Louis frunció el ceño.
-¿No era el 28?
Negué con la cabeza.
-El 28 murió mi abuelo.
Se quedó callado, pensativo.
-Lo siento.
-Yo también-murmuré con un nudo en la garganta. Debería haber sido menos estúpida cuando era pequeña y haberle  dado todos los besos que él me había perdido sin protestar. Mi abuelo había mantenido a mi abuela a ralla, controlándola para que no se sobrepasara conmigo, y, cuando él se fue, acusé su ausencia mucho más de lo que yo había pensado.
Él me había animado a empezar a tocar el piano, y cantaba muy bien, por lo que yo podía recordar. Era una persona alegre, siempre hablando de aquel saxofón que había tenido que vender para poder hacer frente a unos gastos de los que nadie sabía nada (en realidad, a mi abuela no le gustaba el saxofón y le había convencido para venderlo). Además, me había tratado muy bien. Mejor que nadie.
Como Louis.
En el fondo Louis me recordaba a mi abuelo, me sentía igual de cómoda con mi novio que con él, porque me protegían de la misma manera: cuando estaba  cerca de alguno de los dos, nadie se atrevía a meterse conmigo, a levantarme la mano, porque los dos actuaban ante eso.
-¿Era bueno?-preguntó, mirándome a los ojos. Parpadeé, saliendo de mis ensoñaciones, y me hundí en aquel mar.
-Sí. Como tú cuando tengas nietos-susurré casi sin pensar, él frunció el ceño.
-Eso me recuerda...-musitó para sí, apartando un poco el ordenador de sus rodillas y dejándolo en el suelo. Cruzó las piernas. Mierda, mierda, ¿qué había hecho mal?-¿Leíste mi mensaje?
-¿Qué mensaje?-inquirí, arrugando la nariz. Me habían llegado un montón, porque los imbéciles de las aerolíneas casi me cancelaron el billete a última hora, por lo que me había pasado toda la tarde de acá para allá mandando mensajes y haciendo llamadas, exigiendo que alguien, quien fuera, me llevara a Inglaterra. Tenía que estar en el cumpleaños de Louis.
Alzó las cejas y sacó su teléfono. Lo desbloqueó y, tras llegar al mensaje que me había enviado, me lo mostró. Fruncí el ceño.
-Lo siento, no lo vi. ¿Qué pasaba?
Sus ojos se oscurecieron un poco, como si no supiera muy bien cómo abordar ese tema.
-Estaba hablando con mi abuela... y...
-¿Sí...?-le animé.
-Me dijo una cosa que es un poco... increíble. Bastante fuerte, de hecho.
-¿Y es?
-Esto...
-Louis-susurré. Me estaba matando-. Escúpelo.
-¿Estás embarazada?
Me lo quedé mirando con la misma cara que pondría si de repente me diera una bofetada. ¿Eh? ¿Hola? Sólo lo habíamos hecho sin protección un par de veces. Y habían sido esos días. Era imposible que me hubiera quedado embarazada tan rápido. Y menos para la fecha y hora de su mensaje, por la mañana del 24. ¿Estaba mal de la cabeza?
-Claro que no.
-¿Seguro?
-Sí.
-¿Cuándo te vino la  regla?
Seguía siendo bastante impactante que dijera esa palabra como si nada. Al fin y al cabo, era un tío, y  todos los tíos salían corriendo en cuanto hacías referencia a aquella semana en que tu vagina se volvía tarumba y decidía ponerse a sangrar como si llevaras un bote de ketchup abierto dentro.
-Al día siguiente de despedirnos-contesté, sin necesidad de echar cuentas-. Sabes que te lo diría-ahora me estaba empezando a cabrear. ¿Cómo se atrevía? Se lo diría,joder. No era sólo cosa mía, era cosa de los dos. Yo no podía autofecundarme a mí misma y tener un bebé yo sola, básicamente porque yo no podía ni penetrarme ni producir espermatozoides para mis óvulos. ¿Acaso estamos todos locos, o qué? ¿Yo, teniendo secretos de ese tipo, con Louis? Siguiente broma, por favor.
-Lo sé-se defendió. Es simplemente que...-se encogió de hombros y se pasó una mano por el pelo. Tampoco era para tanto, ¿no? ¿Tanto asco me tenía, como para tener un hijo conmigo?
Oh, Dios, Eri, cierra el pico. Sabes que quiere un hijo tuyo. Pero no ahora.
-Mi abuela estaba muy convencida de que estabas embarazada. Me dio una charla acerca de lo maravilloso que era que fueras latina, porque podías parir como una coneja.
-¿QUÉ?
-Eso dijo ella. Y yo le dije que me lo dirías. Pero quería asegurarme.
-¿Y de dónde lo sacó?
-De la prensa-se encogió de hombros y se volvió para coger el ordenador. Me puse pálida.
Como mis padres vieran eso me encerrarían en la torre más alta del castillo más aislado del mundo y arrojarían la llave a un volcán.
-¿Cómo que en la prensa?
-Oh, relájate, Eri, si no estás embarazada no pasa nada.
-¡COMO VEAN ESO MIS PADRES ME DESPELLEJARÁN VIVA!
-No tienen que creerse todo lo que ven-puso los ojos en blanco y me dieron muchas, muchas ganas de soltarle una bofetada.
-Pero...
-Oye, para empezar, hay sitios en los que aseguran que todo eso de Larry Stylinson es verdad,  y que tú eres la tapadera a mi relación con Harry-tuvo que aguantar la risa, aunque yo no le veía la gracia por ningún sitio-. Como si Harry y yo no os quisiéramos a Noemí y a ti.
-Pero, ¿entonces?
-Cuando vean que no te pones como una vaca, ya se cerrarán la boca.
-¿Y mientras tanto?
Se encogió de hombros.
-Disfruta de la vida.
Me dejé caer en la cama, mirando la techo, mientras él tecleaba a diestro y siniestro, hablando con sabía Dios quién.
Me levanté de un brinco y fui hasta mi mochila.
-¿Y ahora qué pasa?
-Voy a tomar la píldora.
-Eri...
-¡Déjame! ¡No puedo darles la razón!
Cuando quise darme cuenta estaba en el suelo, agarrándome del tobillo y arrastrándome de vuelta a la cama. Se me subía la camiseta, y mi piel sufría por el frío de la habitación. Gemí y él se quedó quieto, todavía cogiéndome el pie.
-No vas a tomar una pastilla cada vez que me acueste contigo.
-Pero...
-No. Vas. A. Tomarla. ¿Está claro?-gruñó, dejándome el pie en el suelo y soltándolo. Asentí con la  cabeza, colocándome la camiseta bien. Palmeó la cama a su lado y yo subí a duras penas-. Podría sentarte mal.
Dios, ¿por qué habría dicho nada de mi abuelo? Ahora estábamos a punto de pelearnos, y no molaba.
-No te enfades-le pedí, besándole la mejilla y acariciándole la mandíbula con la nariz. Se apartó para poder clavar sus preciosos ojos azules en mí.
-No estoy enfadado.
-Bien-repliqué, besándole entre la oreja y la mandíbula, en ese punto que a él tanto le gustaba. Sonrió, me devolvió el beso e inició sesión en Skype.
Rápidamente Harry y Zayn lo invitaron a unirse a la conversación.
-Louis-saludó Harry, poniendo un emoticono sonriente. Louis le devolvió la sonrisa.
Tommato!-escribió Zayn a su vez, con un lacasito amarillo partiéndose de risa. Louis le hizo un corte de manga.
-Ojalá no encuentres nunca una esposa, Malik-espetó.
-¿Puedes hacer videollamada o estás haciendo cosas indecentes con tu respectiva?-replicó, sin más preámbulos. Louis pinchó en el icono de la cámara y ambos aceptaron la petición. Las caras de Zayn y Harry ocuparon toda la pantalla.
-Hola, señores-saludé, sonriéndoles. Jo, cuánto les echaban de menos.
-Hola, milady-sonrió Zayn.
-Buenas noches, guapa-Harry me mostró sus hoyuelos mientras se tapaba un poco más con la manta, no supe si era porque tenía frío, o si era por si Noemí se cabreaba porque viera más anatomía de su novio de la necesaria.
¿Qué bobada era esa? Harry se paseaba desnudo por casa, y nadie le decía nada. Seguramente simplemente tuviera frío.
-¿Qué tal el fin de semana romántico que os traéis entre manos vosotros dos?-preguntó Zayn, cogiendo una chuchería y metiéndosela en la boca, aburrido.
-Bien-susurró Louis, nos miramos y sonreímos-. ¿Cómo es que no estáis de fiesta?
-Acabo de llegar-replicó Harry.
-¿Tan temprano?
-Ya ves-se encogió de hombros, y se apartó un rizo salvaje de la cara. Le entendía; los rizos podían ser muy pesados cuando se lo proponían.
-¿DJ Malik?
-No me apetecía salir. Mi hermana anda por ahí de fiesta, pero a mí hoy me daban ganas de quedarme en casa. ¿Y vosotros? ¿No vais a pasear vuestro amor por las calles de la capital?
-Ya lo paseamos bastante por la casa, no os preocupéis-repliqué.
-¿Habéis salido de la cama desde que llegasteis?
-No-replicamos Louis y yo a la vez, chocamos los cinco y nos echamos a reír. Harry puso los ojos en blanco.
-Y yo, si quiero sexo, tengo que recurrir a mi mano. Quiero mucho a mi suegra.
-Joder, tío, podías ir a España antes que los demás y darle una sorpresa a Noemí.
-¡Tú quieres que me secuestren!-Harry sacudió la cabeza y miró la pantalla de su teléfono, distraído.
-Nadie te va a secuestrar, Harry, ¿no ves que tienes las manos de un camionero?-se burló Zayn-. Tus hostias duelen.
-¿Quieres ver cuánto duelen?
-Chicos, chicos. Paz, que es Navidad-puse los ojos en blanco y ellos se calmaron un poco. Chillaron cuando vieron que Liam se conectaba, y rápidamente lo invitaron a la conversación.
-Buenas noches-saludó Liam, poniendo morritos. Alba estaba detrás de él, tumbada en la cama jugando con su móvil. Liam se giró, le dijo algo a mi amiga, y ella se levantó y cogió una silla. Liam protestó, podía  coger él una para ella, pero ella se encogió de hombros.
-¿Qué es esto? ¿Una reunión familiar, o algo?-sonrió la española. Todos nos echamos a reír.
-Falta Niall-observó Louis, mirando si estaba conectado.
-¿Lo despertamos?-sugirió Liam.
-¿Acaso lo dudas?-replicó Harry, desbloqueando por enésima vez el teléfono y buscando el número de Niall. Lo marcó y se llevó el móvil al oído.
Negó con la cabeza.
-No lo coge.
-Espera-Zayn cogió el suyo y empezó a teclear algo.
-¿Qué escribes , Zayn?-preguntó Alba.
-Niall-leyó el musulmán-, Demi está conectada en Skype.
-Oh, con eso viene seguro-observó Louis, asintiendo con la cabeza y alzando el pulgar-. Bien, DJ Malik, bien.
-¿Tenía que ser Demi?-gruñó Alba. Liam la miró, riéndose-. ¿Qué?
-Nada.
Empezaron a contar los segundos hacia atrás.
En medio minuto Niall iniciaba sesión.
-¡DÓNDE ESTÁ!-ladró cuando le añadieron a la conversación.
-Era mentira-informó Harry, echándose a reír. Queríamos estar todos juntos.
-Estaba hablando con Victoria. ¿Os importa si la meto?-Niall se pasó una mano por el pelo, estaba muy guapo con las puntas rubias y la raíz morena. Le quedaba realmente bien.
-Métela, métela-sonrió Louis, y todos nos echamos a reír, incluido él.
La galesa sonrió, tímida, cuando vio que estábamos todos en la cama, o casi todos. Sólo Liam y Alba estaban sentados, pero estaban muy cerca el uno del otro. Seguramente habían terminado de acostarse hacía poco.
-Hola Vic-saludó Niall, y ella se puso roja como un tomate.
-Hola, Niall. Hola, chicos. Chicas-susurró con un hilo de voz. Todos le sonreímos. Era tan tímida, tan mona...
-Vic, te voy a agregar, ¿vale?-dijo Harry, inclinándose hacia delante-. No sé por qué no te tengo.
-Y yo.
-Y yo.
-Y yo.
-A mí agrégame tú, Vic-dije, y le deletreé mi Skype. Ella tecleó y asintió con la cabeza. Alba hizo lo propio.
-¿No sales, nena?-inquirió Louis; ella negó con la cabeza.
-No, soy más de quedarme en casa. Ya sabes.
-Como Eri.
-Un poco-coincidió, poniéndose más y más roja. Parecía que iba a explotar en cualquier momento. No pude evitar sonreír, era demasiado tierna. Louis me pasó la mano por la cintura, me miró a los ojos y me besó en la mejilla.
-¿Estás bien?-me susurró al oído. Procuré no derretirme, pues me encantaba que se preocupara por mí de aquella manera. Asentí con la cabeza y le besé la mandíbula, en ese lugar a donde él le encantaba.
-¿Y tú?
Asintió, tragó saliva y sonrió cuando vio que todos miraban sus pantallas en silencio, seguramente mirándonos.
-¿Queréis una foto?-preguntó. Victoria se apartó el pelo de la cara y se sentó con las piernas cruzadas, Liam y Alba se miraron y sonrieron, tímidos. Zayn se encendió un cigarrillo y contempló las pequeñas nubecitas que escalaban por su habitación, asintiendo con la cabeza.
-Deberíais haceros fotos así-reflexionó. Louis entrecerró los ojos.
-¿Para...?
Zayn se encogió de hombros.
-¿Soy el único que lo piensa?-Todos nuestros amigos negaron con la cabeza mientras Victoria se enterraba en su pelo azabache, apenas sacudiéndola.
Alcé las cejas.
-¿Tan guapa soy?
-Perdona, nena, pero me están mirando a mí-replicó él, poniéndose entre la cámara y yo y robándome el plano. ¡Gran error! ¡Un cantante no iba a quitarle el plano a una actriz aficionada! ¡Ni aunque el cantante fuera profesional e integrante de una de las bandas más exitosas del momento!
Miré de Louis a base de agarrarle el hombro y lo puse detrás de mí, acicalándome el pelo mientras tanto. Sólo me faltaba suspirar porque aquel ejercicio me había parecido demasiado fácil.
Como Louis no se levantaba, me giré a mirarlo. Las comisuras de su boca no se habían puesto de acuerdo; una estaba alzada, pero la otra yacía tranquila, en una perfecta sonrisa chula, orgullosa.
-¿Qué?
-Que eres más vanidosa que Zayn. Y ya es decir.
-¿¡Perdona!?
-Yo nunca he quitado a los chicos de un plano, y tú sí, Eri-replicó Zayn, burlón, dando una lenta calada de su cigarrillo, disfrutando del momento. Harry se echó a reír mientras Niall tecleaba rápidamente en su ordenador.
Oímos un aviso de mensaje entrante, pero ningún icono se iluminó en el escritorio. Louis y yo nos dedicamos a investigar quién estaba hablando con alguien ajeno. Victoria se inclinó hacia delante, se llevó el dedo índice a los labios y sonrió, leyendo algo de su ordenador. Oh, qué monos, Nialler y Vic. Escribiéndose a esas horas de la noche.
-¿Alguien puede poner música? Voy a terminar durmiéndome, y Noemí no se conecta-Harry bostezó, aburrido de la vida y enfadado con el mundo. Sonreí y abrí iTunes, pero no había ninguna canción que me convenciera para aquellas horas del a noche.
-Yo haría una Twitcam para mantenerme despierto...-murmuró Liam, a lo que Alba respondió palmeándole la espalda.
-Gracias por la información, mi amor, no nos habríamos dado cuenta nunca.
-Alba, deja a mi chico. Eres una borde-espetó Louis, frunciendo el ceño y enseñándole los dientes como si fuera un perro. Me llevé una mano a la boca.
-Madre de Dios-repliqué, sacudiendo la cabeza.
-Tommo, hijo de puta, como toques a Alba te rajo-amenazó Niall.
-Irlandés, me cago en tu vida, no le hables así al Swagmasta-ladró Zayn, fumándose su cigarro de repente como un gángster.
-¿Quieres pelea, moro? ¿Eh? ¿Quieres pelea? ¡VEN A CHESIRE SI TIENES COJONES!-gritó Harry, haciendo que sus dedos crujieran.
-¡Dios mío!-Victoria abrió mucho los ojos, asustada. Todos nos echamos a reír-. ¿Son así todas vuestras noches?
-Y hoy estamos amorosos, porque es Navidad-admitió Alba, asintiendo con la cabeza con su típica cara de acabo de decir la verdad más grande de este universo; los ojos medio entrecerrados y una sonrisa satisfecha en el rostro.
-Ya no.
-Cómeme el coño, Erika.
-Cómeme tú el mío, Alba.
-Zorra.
-Guarra.
-Puta.
-No lo sabes tú bien.
-Sí, no lo sabes-asintió Louis con la cabeza, alzando el pulgar. Le di una bofetada suave, pero él se echó a reír como si no hubiera mañana.
Harry alzó las cejas y Liam puso los ojos en blanco.
-Te garantizo que Noemí no se queda atrás.
-Lo mismo digo de la santa aquí presente-puntualizó Liam, haciendo que Alba negara con la cabeza, reprobando su comportamiento.
-¿Y vosotros, chicos? ¿Os habéis animado ya?-inquirió Zayn, dando una sensual calada y alzando las cejas de manera sugerente. Procuré no reírme, pero no lo conseguí: una risita se escapó entre mis dientes sin que pudiera hacer nada por evitarla.
Victoria y Niall negaron con la cabeza; ella se inclinó sobre su teclado y escribió algo, seguramente una respuesta sarcástica sólo dirigida a su novio, respuesta que los nunca llegaríamos a ver. Niall se llevó la mano a la boca, leyó la respuesta y sonrió, los dos se echaron a reír.
Louis puso los ojos en blanco.
-Idos a un hotel.
-Vosotros estáis en uno, y nadie os dice nada.
-A mí no me han hecho la cama-repliqué, frunciendo el ceño-, y no me van a traer el desayuno cuando me despierte.
-¿Y si lo hago?-replicó mi novio, alzando las cejas en actitud provocadora.
-Los dos sabemos que no vas a hacerlo, Louis.
-Es verdad, soy muy vago-asintió con la cabeza y me revolvió el pelo con la única intención de putearme. Lo consiguió.
Seguimos intercambiando bromas, sólo interrumpidos cuando Victoria interrumpió el monólogo de Zayn, que nos contaba cómo había sido su día, cuando, mirando a un lado de su habitación, preguntó:
-¿No te dejo dormir, princesa?
Todos nos quedamos callados, mudos por la expectativa. ¿Con quién hablaba?
Una preciosa niña de unos 5 o 6 años llegó hasta donde estaba Victoria y contempló la pantalla.
-¿Qué haces, Vic?-preguntó, mordisqueándose un dedo y señalando el ordenador. Victoria la cogió en brazos y la sentó en sus rodillas.
-Hablo con los chicos. Diles hola.
La niña observó la pantalla y abrió mucho la boca cuando reconoció a aquellos a los que la mayor llamaba los chicos.
Bueno, tampoco era tan raro. Todas las fans llamaban a los chicos los chicos. Yo lo hacía. Casi nunca me refería a ellos como One Direction. Simplemente eran los chicos.
-Hola chicos-saludó la niña. Me incliné un poco hacia delante, como todos, para estudiarla mejor. Se parecía  terriblemente a Victoria. ¿Eran hermanas?
La pequeña bajó la vista.
-¿Es tu hermana?-preguntó Liam.
-Hola, Mel-saludó Niall, sonriéndole con ternura. La pequeña se sonrojó mientras Victoria asentía.
-Se llama Melanie. Tiene 5 años.
-Es muy tierna-comentó Louis. La criatura se puso aún más roja.
-Su favorito es Liam-sonrió Victoria, acariciándole el pelo a su hermanita y besándole la mejilla. Melanie casi podía iluminar la habitación con el rubor de sus mejillas-. ¿Verdad, princesa?
Melanie asintió.
-Sí.
-Si quieres te lo presto, guapa. Soy celosa, pero creo que contigo puedo hacer una excepción-le ofreció Alba. Melanie abrió mucho los ojos, parpadeó varias veces, haciendo que el esmeralda de ellos brillara como si estuviera engarzado en una corona bien cuidada.
-¿En serio?
-¡Pues claro!
Alba le sonreía a la cría con una ternura que yo nunca le había visto. Parecía caerle bien. Bueno, era un amor, así que era normal que le cayera bien.
-Tienes 19, ¿no, Vic?-preguntó Louis, pasándose el pulgar por el labio inferior. De repente me apetecía mordérselo, pero no con la pequeña delante. En la intimidad.
Victoria asintió.
-¿Por qué?
Louis se encogió de hombros.
-Porque casi le sacas a tu hermana los mismos años que yo a las gemelas.
-Le saca ella más-repliqué, haciendo mis cálculos. Louis puso los ojos en blanco.
-Que haya repetido curso no significa que sea retrasado, Eri.
-Hay opiniones-replicaron todos a la vez, casi pareció que llevaban ensayándolo siglos, como su saludo.
Louis hinchó los carrillos y no dijo nada.
-Estoy rodeado de traidores-soltó por fin, después de fulminar a todos con la mirada, yo incluida. Me eché a reír y le besé en la mejilla, pero no surtió el efecto esperado: pensé que se iba a apaciguar un poco, pero para nada.
Melanie se sentó en la cama de Victoria con las piernas colgadas mientras su hermana hablaba con nosotros, como esperando permiso para meterse bajo las mantas.  Cerró los ojos un par de veces, bostezó, y terminó saltando de nuevo al suelo, con su conejo de peluche de grandes orejas siendo arrastrado por el suelo tras de sí.
-¿Puedo poner música?-preguntó, señalando el reproductor de CD de Victoria. Ella asintió.
-Claro, pequeña.
Melanie se dirigió a la estantería de su hermana mientras todos la contemplábamos en silencio, esperando para ver qué hacía.
Terminó cogiendo una disco de portada en blanco y negro y mostrándoselo a su hermana. Victoria esbozó una sonrisa nerviosa.
-¿Lo habéis visto?
-¿Es Take Me Home?-preguntó Zayn, terminando el que ya era le segundo cigarro de la noche. No fumaría más, lo había prometido. Vic asintió.
-Dale caña, que esa es música de la buena. Te lo digo yo-sonrió Niall, haciendo que su novia se echara a reír.
Los últimos acordes de Kiss You estaban sonando cuando Noemí se conectó. Harry dio un brinco en la cama y corrió a agregarla a la conversación.
-¡Hola!-saludamos todos, a los chicos sólo le faltó espetar el típico we're One Direction.
Noemí bostezó y sonrió, saludó con la mano como si fuera la misma reina de Inglaterra y miró a la pequeña que se había sentado en las piernas de Victoria otra vez.
-¿Quién es?
-Es Melanie, mi hermana.
-Oh. Hola-saludó Noemí, poniendo la típica voz que se ponía cuando uno quería hablar con un niño, como si el pequeño fuera retrasado. Melanie sonrió.
-Hola.
-¿Cuántos años tienes?
-Cinco.
-Ah, ya veo. Eres toda una señorita-la sonrisa de Noe se hizo más amplia. Tenía don de gentes, sobre todo  cuando se trataba de niños.
-¿Dónde estabas? Llevo llamándote siglos-acusó Harry. Noe hizo una mueca.
-Perdón, Hazza, es que tengo la BlackBerry sin batería. Y... mi madre... ya sabes-se encogió de hombros, suspiró, se echó el pelo atrás y cogió un par de horquillas-. No creo que me deje salir en Nochevieja.
-Será broma-replicó Alba, alzando las cejas-. ¿Cómo no te va a dejar salir?
-Alba, somos 10, y sólo 4 hablamos bien español. Sé que es un poco alucinante, pero sigue con tu inglés barriobajero, ¿eh?-la pinché. Niall sonrió, negando con la cabeza, como si no se pudiera  creer lo que acababa de hacer.
-Al menos yo no hablé nunca como una vulgar señorita de compañía de los bajos fondos de California-acusó. Sonreí.
-Envidia que me tienes.
Ya empezábamos a pelearnos por los chicos, como si lo necesitáramos realmente. ¿No íbamos a parar nunca?
-No sé por qué no me deja. Ya sabéis cómo es-se encogió de hombros, mirando ambos perfiles, comprobando que todos sus pelos estaban en la correcta posición-. Tal vez ni me saque de Cantabria. Así que, nada...-volvió a encogerse de hombros-. Supongo que nos veremos después de fin de año.
-¿No hay manera de convencerla?-preguntó Liam. Noemí negó con la cabeza.
-Ya lo he intentado todo.
-Sólo faltaría una cosa. Ser yo. O cualquiera de los demás. Tal vez nos escuche-Zayn se encogió de hombros-. Podríamos intentarlo.
-Si su madre es la mitad de terca que ella, no conseguiréis nada-murmuré, mirándome las uñas. Habíamos planeado pasar nuestro primer fin de año todos juntos, ¿tanto le costaba a su madre dejar que saliera por ahí, aunque fuera un par de horas? Estaría bien cuidada, los chicos se ocuparían de ella. Esa misma excusa había utilizado yo con mis padres, y, mientras no hiciera "cosas raras" con Louis, tenía vía libre. Alba ni siquiera había tenido que convencerlos, bastaba con que Liam estuviera por allí. Era lo que tenía ser la novia de don Me dan 11 nuggets y devuelvo 1 porque pagué 10.
-Sólo hay una persona más terca que cualquier otra, y esa eres tú, Eri-murmuró Louis, acariciándome la cintura.
-Tal vez, pero...
Noemí se desconectó. Niall frunció el ceño.
-¿Qué coño acaba de pasar?-preguntó Zayn, abriendo mucho los ojos. Alba se encogió de hombros, sorprendida como pocos lo estábamos.
-Ni idea.
-¿Su madre tiene el pelo largo?-preguntó Niall. Sacudí la cabeza.
-No, lo lleva más o menos por los hombros. ¿Por?
-Estaba con alguien de pelo largo.
-Tal vez se llevara a una amiga a Cantabria-Alba se encogió de hombros-. Sabéis que lo hace a menudo.
Louis se dejó caer en la cama, suspirando.
-¿Cansado, Swagmasta?-preguntó Victoria, jugueteando con el peluche de su hermana mientras sus labios seguían la letra de Little Things en silencio. Louis asintió.
-Demasiadas emociones en tan poco tiempo.
Sonreí.
-Entonces, nosotros nos vamos ya.
-Sois unos traidores. Se va Noe, os vais vosotros.
-La verdad es que no me esperaba menos de Erika.
-Al final Jacob se carga a Edward porque no le deja salir con Renesmee-espeté, sonriente. Liam no pudo contener su sonrisa; por suerte para él, Alba estaba de demasiada mala leche como para volverse y descarga toda su ira en su novio.
-Mira, Erika...
-Vic-susurré, haciendo caso omiso de los depotriques de mi amiga, que pasaron al español para que yo entendiera mejor a quiénes de mi familia estaba mencionando-. ¿Te han dicho alguno de estos de venir a España a pasar Nochevieja?
-¿Dónde nos quedaremos?-preguntó, devolviendo el peluche a su hermana y dándole una palmada para que se bajara de sus rodillas. La pequeña obedeció, pero se quedó en la habitación.
-En mi casa. Sé que no es mucho, pero es lo que hay.
-No, tía, es mucha movida... no quiero molestar.
-La princesa de Niall no molesta nunca-repliqué, sonriéndole. Todos gimieron. Vale, eso me había quedado bonito.
-¿Seguro que no...?
-Tía, eh. Bienvenida al clan-Alba asintió con la cabeza-. Eres parte de esto, y te lo mereces.
Vic arrugó la nariz.
-Lo pensaré.
-Le diré a Niall que te vaya a buscar de los pelos, si hace falta-aseguré. Niall negó con la cabeza.
-No la voy a traer de los pelos.
-Pero la vas a traer.
-Eso sí.
-Así me gusta, Nialler.
-Bueno tíos, señoritas, mi pequeña lady-Louis sonrió a la niña, que se sonrojó-. Nosotros nos vamos. Procurad no hacer cosas raras, ¿vale?
Todos asintieron con la cabeza, como si Louis de repente se hubiera convertido en el padre de todos. Se despidieron, algunos sacudiendo la mano, otras lanzando besos, todos sonriéndonos, porque casi todos sabían lo que íbamos a hacer.
Nos miramos a los ojos cuando el portátil se terminó de apagar, él lo dejó en el suelo y llevó sus dedos por mis piernas.
-¿Cuántos nos quedan?-preguntó, refiriéndose al reto/apuesta que nos traíamos entre manos. Me puse encima de él, sentada a horcajadas sobre su pecho.
-Suficientes.
-Eso me gusta.
Me quitó la camiseta, yo le quité la suya, terminamos de desnudarnos y nos dejamos llevar el uno por el otro, como bien sabíamos hacerlo.
A la mañana siguiente, el móvil se encargó de despertarme. Me las había arreglado para ponerlo debajo de la almohada y no moverme durante el sueño, esperando despertar tan sólo con la vibración, y así fue. Miré el número que me llamaba y asentí con la cabeza, reconociendo la foto de Liam.
Luché por quitarme el brazo de Louis de encima de mí y lo dejé a un lado de la cama. Louis protestó algo, pero se dio la vuelta y siguió durmiendo.
Me puse rápidamente la camiseta de 17 TOMLINSON, las bragas, unos pantalones (¿por qué tenía unos shorts vaqueros metidos en la mochila si era invierno y hacía muchísimo frío? Bueno, daba igual), y bajé haciendo acopio de velocidad y sigilo a partes iguales.
Llegué justo a tiempo para abrir la puerta del garaje al coche que traía Liam. Harry y Zayn venían detrás en otro.
-Servicio de aparcacoches-canturreó Liam, apagando el deportivo y maravillándose por cómo el ronroneo del motor se extinguía lentamente. Debía reconocer que era un coche precioso.
-¿A cuánto tocamos?-pregunté, acariciando el capó y teniendo pensamientos indecentes pero, a la vez, adecuados con mi situación. Estaba de fin de semana de sexo salvaje, así que era normal que no pudiera pensar en otra cosa, ¿no?
Harry puso mala cara.
-Eri...
-También es mi regalo. ¡Joder, tíos! ¿Qué obsesión tenéis con que yo no pague? También tengo dinero, no ando corta para llegar a fin de mes.
-Lo hablamos con más calma en casa, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza,resignada. Era una pena que Niall no estuviera allí, él me hubiera defendido, o al menos eso esperaba.
Llevé a los chicos hasta la habitación de Louis y dejé que rodearan la grandísima cama, aquella en la que tantas facetas de él y de mí misma había descubierto.
Cogieron el colchón y tiraron a Louis al suelo.
-¡EH!-bramó él.
-Tenemos tu regalo. Vístete y baja a verlo-informó Zayn, dándose la vuelta y encaminando la marcha hacia el garaje.
Louis se puso unos pantalones rápidamente, y bajó sin camiseta a ver su nuevo coche.
Se quedó a petrificado, mirando el Lamborghini con la boca abierta.
-¿Tíos? Os habéis pasado tres pueblos.
-Ha sido idea de Eri.
Louis se me quedó mirando, se mordió el labio, miró al coche, luego a mí, luego al coche, luego a mis piernas y después al coche.
Alcé las cejas y puse los brazos en jarras.
-¿Te gusta?
-Estás loca-replicó.
-¿Te gusta, sí o no?
-Cásate conmigo-fue lo único que acertó a decir, sonriéndome. Harry silbó, Liam se echó a reír-. Pero luego. Antes tengo que probar mi nuevo coche.