miércoles, 29 de enero de 2014

Okay? -Okay.

No puedo hablar de nuestra historia de amor, así que hablaré de matemáticas. No soy matemática, pero de algo estoy segura: entre el 0 y el 1 hay infinitos números. Están el 0,1, el 0,12, el 0,112 y toda una infinita colección de otros números. Por supuesto, entre el 0 y el 2 también hay una serie de números infinita, pero mayor, y entre el 0 y un millón. Hay infinitos más grandes que otros. Nos lo enseñó un escritor que nos gustaba. En estos días, a menudo siento que me fastidia que mi serie infinita sea tan breve. Quiero más números de los que seguramente obtendré, y quiero más números para Augustus de los que obtuvo. Pero, Gus, amor mío, no puedo expresar lo mucho que te agradezco nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por el mundo entero. Me has dado una eternidad en esos días contados, y te doy las gracias.

Tal vez "bien" sea nuestro "siempre".

domingo, 26 de enero de 2014

Balas.

 Antes de que empieces esta lectura tan entretenida (oh por dios), tengo que darte un aviso. Te lo debo. Seguramente estés leyendo esto ahora mismo porque leíste Its 1D bitches. Pues bien. Me congratulo de anunciarte que he publicado el primer capítulo de la "continuación" de esa novela. Se llama Chasing the stars. Aquí tienes el primer capítulo. Léelo. Por favor. Y si te gusta y quieres que te avise cuando suba más... ya sabes qué hacer.


Blondie se pegó a la pared contigua a la calle y se llevó el dedo índice a los labios, indicándome así que no hiciera ruido.
Puse especial cuidado en acercarme a ella apenas acariciando el suelo, colocando a conciencia las plantas de los pies de manera que mi caminar fuera lo más silencioso posible. Ella se hizo una cola de caballo rápidamente, se sacó la pistola del cinturón, y le quitó el seguro.
-¿Cuánta munición te queda?
Eché un vistazo al cargador de mi pistola. Había ido abandonando todas mis armas en la carrera por perseguir a la policía, a la que habíamos encontrado minutos después de que las runners de otra Sección se unieran al grupo que conformáramos, y terminasen disolviéndolo al ordenar Blondie que Night y el chico de la mochila las llevaran a la Base y les hicieran cantar como a las gallinas.
-No mucha-medité. Ella chasqueó la lengua, luego cerró los ojos y se tapó la cara, molesta por su desliz. Asintió con la cabeza, tragó saliva sonora y visiblemente y volvió a inclinarse. Hizo un gesto con la mano para que me acercara a ella. Me pegué a su cuerpo, que ardía como un sol, y me asomé, poniendo todo el cuidado del mundo en no dejar que mi trenza nos delatara.
-Estamos rodeadas-dijo. Bufé, puse los ojos en blanco, e inmediatamente busqué una salida, tal y como llevaba haciendo desde que nos tendieron una emboscada.
Cada vez estaba más segura de que la policía había planeado mucho más que el atentado contra nuestra Base, y sabía que íbamos a salir en su búsqueda cuando raptaran a algunos de nuestros vigilantes y compañeros. No podía explicarse, pues, que fueran tan organizados y no dejaran casi pistas, sólo las justas para que dedujéramos con rapidez y nerviosismo hacia dónde se dirigían y a quién se llevaban.
Había visto en ocasiones varias huellas, todas diferentes, que me recordaban demasiado a Taylor. No sabría decir qué había en ellas que me había hecho pensar en mi novio, pero tenía la sensación de que estaba en lo cierto y él estaba con ellos. Era el rehén para algo más valioso.
Yo.
Se suponía que yo debía llevar el resto de planos encima...
… si es que no se los habían llevado todos.
Era lo natural, ¿no? Al fin y al cabo, yo era la gran ladrona, yo era la que había entrado en la Central de Pajarracos Express, y era yo la que había salido impune. No había conseguido cumplir la misión totalmente, pero algo era mejor que nada.
Mi estómago volvió a llamear cuando la razón por la que no había conseguido hacer lo que me pidieron apareció en mi mente.
Tomé aire, alzando los hombros, y lo dejé escapar muy lentamente. Blondie me miró con ojos preocupados.
-¿Podrás hacerlo?
-No es la primera vez que tengo el pellejo en juego-repliqué, asintiendo con la cabeza. Todo rastro de ira justiciera había desaparecido, y ahora estaba más ocupada preocupándose de ser mi niñera que de cumplir con su trabajo y sacarse a sí misma de allí. Que le dieran a la poli. Ella saldría de allí; para eso se había entrenado. Lo que le ocurriera a los demás era cosa de ellos, no suya.
¿Es que lo había olvidado?
-¿Cuántos hay?-inquirí. Ella volvió a asomarse, silenciosa, apenas enseñando la punta de la nariz y algunas de sus pestañas, las más largas que había visto jamás. ¿La conocería Taylor? Si lo hacía y nunca me había hablado de ella, podría cabrearme mucho. Pero que mucho, mucho.
-Tres. Al menos ahí. ¿En las azoteas?
-Hacen guardias. Dan vueltas en círculos. Tendrás a uno a tiro dentro de 7 segundos.
Ella empezó a contar tan sólo moviendo los labios, en un silencio tan cerrado como un volcán muerto.
Un hombre con una escopeta en cuya parte superior había una mira que emitía luz, vestido con un atuendo azul, gorra y gafas de sol, asomó la cabeza en el lugar exacto en el que Blondie tenía los ojos clavados. Una sonrisa cínica apareció en la boca de mi compañera.
-Eres buena contando, ¿eh, cabrona?
-Se irá en seguida. No he visto a más, pero puede que los haya. La mejor manera de salir de aquí es siguiendo hacia delante.
-¿Te crees de verdad que había pensado en dar la vuelta y encontrarme cara a cara con la poli?-inquirió, escupiendo sarcasmo, recordándome a una serpiente sacando la lengua, divertida al saber que ese gesto ponía histéricas a sus víctimas al recordarles lo peligroso que era un beso suyo.
-Sólo por si te habías vuelto gilipollas momentáneamente-comenté encogiéndome de hombros y girándome, nerviosa.
-A mi señal-se limitó a responder, levantando la mano y volviendo su atención a los hombres que tenía tan bien vigilados que ellos no se daban ni cuenta. Levantó los dedos, y luego, con un movimiento seco, bajó la mano y echó a correr sin esperar para ver si yo la contemplaba. La seguí en silencio, corriendo tan rápido como mi cuidada coartada me permitía. Nos pegamos contra una nueva pared y levantamos la mirada. Ahora estábamos bajo la azotea del poli al que tenía controlado. Nadie se había percatado de nuestros movimientos.
Sin atrevernos a despegar los cuerpos de las paredes, nos movíamos pegadas como lagartos, sin atrevernos a cruzar ni media palabra. Yo miraba hacia delante, ella miraba hacia atrás, buscando una nueva ruta de huida para usarla en caso de que la que yo encontrara no fuera lo suficientemente buena; bien por estar ocupada, bien por ser demasiado difícil de aprovechar, o bien porque no estuviéramos del todo seguras de que nadie nos vigilara.
Casi todos nuestros compañeros habían vuelto a la Base, y algún runner con más inteligencia que los demás había ordenado silencio absoluto de radio cuando se escucharon los primeros tiros en los que nos vimos involucradas. A la policía no le gustó especialmente que nos cargásemos a sus ángeles, y así nos lo hicieron saber disparando por la espalda.
Un grupo de agentes especiales había esperado escondido en las casas vacías de alrededor de la Base a que nosotros saliéramos de nuestro escondrijo para ir por detrás, expectantes, buscando el momento preciso en que nos alejáramos lo bastante de nuestro centro de operaciones y la seguridad que éste nos aportaba para cruzar un poco de fuego y caldear el ambiente.
Agradecía que se estuvieran callados si no podían ayudarme, pero en el fondo me cabreaba que nadie encontrara a ningún vigilante. No podían haberlos dejado solos a todos; alguien tenía que haber quedado libre para que ahora nos ayudara. Blondie y yo necesitábamos desesperadamente que nos dijeran dónde cojones estaban todos y cada uno de los hijos de puta con pistola que intentaban matarnos sólo para conseguir una subida salarial.
La idea de verlos como asesinos a sangre fría hacía que fuera mucho más fácil cargárselos; al menos para mí. Quería creer que las muertes que yo repartía eran cosa digna, algo que me ayudaría a alcanzar aquel fin por el que corría: la venganza suprema de mi hermana y de todos los que habían muerto en la más absoluta de las inocencias.
En el fondo, así era. Yo mataba porque no me quedaba más remedio, porque eran ellos o no. Ellos nos mataban a nosotros porque deseaban una medalla más adornando uniformes tan horriblemente sosos que eran capaces de hacerte vomitar hasta la última papilla.
Estaba preparándome para cruzar otra pequeña callejuela y volver a esconderme tras un contenedor, lo que habíamos venido haciendo desde que nos alejamos de lugar seguro, cuando Blondie tiró de mí y me pegó de nuevo contra la pared. Nos arrastró, literalmente, por el suelo hasta una pequeña oquedad. Allí había una escalera que conducía a una puerta excavada en el suelo. La luz no llegaba hasta el final del pasillo que llevaba a un hipotético infierno, lo cual lo convirtió en el escondite perfecto para los breves momentos en los que varios policías pasaron corriendo, recorriendo la ruta que habíamos ido siguiendo con tanta precisión que creí que la tenían inscrita en un mapa trazado antes incluso de que nosotras eligiéramos el camino.
-¿Cuántas balas te quedan?-repitió Blondie. Me giré y contuve el escalofrío que me recorrió toda la espina dorsal al contemplar sus ojos frotando en la oscuridad más negra que había visto nunca, como dos centellas a punto de explotar. La rabia había vuelto a su expresión.
-Seis-dije tras contar con la yema de los dedos las pequeñas protuberancias de la recámara de mi pistola. Ella asintió con la cabeza y contó las suyas propias. Me la imaginé torciendo la boca, cosa que seguramente hizo.
Un runner no necesitaba vivir con otro toda la vida para conocerlo bien. Bastaba con correr juntos en un par de ocasiones, o cooperar en una misión casi suicida una única vez, tal y como hacíamos nosotras.
Me entristecía que nuestros conocimientos mutuos se dieran así, porque rara vez los compañeros de misiones suicidas volvían a juntarse. Simplemente el uno le proporcionaba demasiados recuerdos al otro, y eso sin pretenderlo, cosa que no nos podíamos permitir.
-Vamos a cargarnos a esos-sentenció, inclinándose hacia delante, asomando la cabeza, arrancando destellos de oro con su pelo, y echando una ojeada a la callejuela nuevamente desierta. Quedaban pocas horas de luz, y la policía cambiaría turno rápido. Si teníamos las suficientes balas en la recámara, podríamos tener posibilidades.
-Está bien-dije, quitando el seguro de mi pistola y saliendo a toda velocidad de la calle. Escuché sus pasos detrás de mí, su respiración explosiva, sus jadeos en busca de aire con el que avivar el fuego de su interior. Me tiró del pelo y me obligó a detenerme justo antes de que yo girara la esquina en la que se encontraban los policías.
-Yo iré por detrás. Así tendremos más posibilidades y gastaremos menos balas. ¿Te parece?
En realidad no estaba pidiéndome permiso, sino simplemente asegurándose de que yo no era subnormal profunda y comprendía a la perfección lo que me estaba pidiendo. Me limité a asentir y esperé a que ella desapareciera por entre los edificios.
Recé por que en las azoteas contiguas no hubiera francotiradores, y luego caminé, casi me pavoneé, hasta quedarme en medio de la callejuela donde estaban los polis.
Se me cayó el alma a los pies cuando los conté. Eran ocho. Blondie no tenía tantas balas.
Estaba jodida.
Estaba jodidísima, de hecho.
La muy hija de puta me había tendido una trampa para que me cosieran a tiros mientras ella salía por la puerta de atrás sin pena ni gloria.
El instinto de auto protección que tanto había hecho por mí en ocasiones anteriores, y que tanta fama me había reportado, se puso a gritar en mi cabeza que diera la vuelta, edulcorando sus órdenes con insultos cargados de amor.
Pero tenía orgullo, y no podía hacer eso. Si moría, moriría con dignidad. Prefería que me atravesasen el estómago por dar la cara a que me dejaran paralítica por atravesarme la espina dorsal mientras huía.
Levanté la pistola y encañoné a uno de los guardias. No me rendiría sin luchar.
-¡Eh!-grité, y todos se dieron la vuelta, más rápido o más despacio. O eran nuevos o habían olvidado lo que era la disciplina. No me parecían demasiado jóvenes, pero nunca se sabía cuando el Gobierno era capaz de despertar en sus ciudadanos un marcado sentimiento de la justicia social que hacía que los derechos fueran algo de lo que se podía prescindir.
Sus reacciones fueron las mismas en el mismo período de tiempo.
-¡Quieta, en nombre de la ley! ¡Queda usted detenida!
-¡Que le den a vuestra ley! ¿¡Dónde mierda están nuestros vigilantes!?-inquirí, ejerciendo una presión en el gatillo tan visible que me permitió ver su reflejo en sus rostros. Se pusieron tensos. Uno incluso ya estaba sudando. Sería el segundo al que me cargaría si tenía tiempo de hacerlo. Me caía mal. Cagado de mierda.
-¡Silencio! ¡Deje la pistola en el suelo y levante las manos!
Vi un destello rubio en el flanco derecho del cuerpo policial. Blondie, con una determinación asesina, se acercaba con aires de depredadora hacia ellos.
Tomé una decisión.
Les seguiría el juego.
No podía dejar la vieran.
Abrí las manos, en un gesto exagerado, e hice una profunda reverencia. Dejé la pistola en el suelo y volví a inclinarme.
El policía central dio un paso, colocándose en línea con sus compañeros.
Blondie se incorporó a la velocidad del rayo, colocó su arma en la sien del policía más cercano a ella y disparó.
Cinco de ellos ni siquiera supieron lo que sucedía.
Los otros tres apenas pudieron girarse para ver la cara de su asesina, que, en esta ocasión, les disparó al costado.
El más alejado de ella cayó al suelo, derrumbado, y boqueando como pez fuera del agua.
Recogí mi pistola y me acerqué corriendo a él. Blondie se inclinó hacia su presa y le obligó a mirarla.
-¿Dónde tenéis a vuestros vigilantes?
-Nadie... ha salido... de... vuestr... vuestro edificio-gimoteó el chico. Me dio cierta pena. No estaba hecha para las muertes lentas; prefería matar rápido y ocuparme de otros asuntos cuanto antes mejor.
-¡Jodido mentiroso! ¡¿Dónde están?!
-Nadie ha s...sa...lido.
-¿Cómo es eso? ¿Habéis creado un sótano de repente y habéis conseguido esconderlos allí sin que los demás nos enteremos?-le reté con la mirada. Blondie observó su sangre y sonrió sádica, al encontrar una daga escondida en uno de los compartimentos secretos del chaleco antibalas del chico, que no había funcionado tan bien como se esperaba de él.
-Arriba-se limitó a decir, cerrando los ojos y gimiendo de dolor.
-Blondie...-la llamé.
-¿DÓNDE ES ARRIBA?
-Blondie, mátalo. No se merece sufrir así.
Blondie se giró hacia mí. Me cortaría el cuello allí mismo si seguía provocándola.
-¿Qué acabas de decir?
-No nos va a decir nada más; no se merece...
-¡Es un jodido poli! ¡Te haría esto si le dieras la ocasión! ¡Sí que lo merece!
-Dinos dónde es “arriba” y te remataremos. Dejarás de sufrir.
-Arriba. Los pi...sos. Sup...riores...-consiguió articular entre estertores. Se alejó en la medida de lo posible de Blondie; casi podía ver su alma agazapándose en un rincón de su cuerpo, el más alejado de ella. Su alma me miró a los ojos, suplicante.
-Espero que no tengas familia... porque sufrirán tu pérdida y la de la paz.
Y disparé.
Blondie bramó un “no” con toda la fuerza de sus pulmones, cabreada porque su presa se fuera antes de poder terminar de jugar con ella. Levantó la vista y me lanzó una mirada envenenada que me hubiera hecho retroceder de no estar inclinada para acabar con la vida de aquel pobre chico cuyo único error había sido entrar en el cuerpo de policía equivocado.
Blondie me cogió del cuello de la camiseta y tiró de mí hasta colocarme frente a ella; su aliento cálido me quemaba la boca. Pensé que iba a comerme, tal era la furia reflejada en aquellos ojos azules que podrían encandilar a cualquiera con tan sólo proponérselo.
-¿Por qué lo has hecho?
-Nos ha visto. Sabía como somos. No podíamos dejar que escapara.
-¿Eres imbécil? No iba a dejar que escapara. Iba a matarlo, pero después de que nos dijera dónde están los demás.
Meneé la cabeza, la trenza se balanceó de un lado a otro.
-Nos cogerán si seguimos aquí, Blondie. Cojamos las balas y larguémonos.
Ella gruñó por lo bajo algo que no llegué a entender del todo, pero no le di importancia. Me parecía más meritorio de atención el hecho de que estábamos en territorio enemigo, sin apenas munición, y sin nadie cerca que nos pudiera salvar el culo si las cosas se nos ponían feas.
Le susurré a nuestro vigilante aficionado en voz baja que rastrearan todo el edificio en busca de algo que pudiera darnos pistas de dónde habían encerrado a nuestros compañeros, y Blondie y yo casi nos retorcimos en el suelo debido al alboroto formado en nuestros oídos. No escuchamos nada más que gritos durante un breve lapso de tiempo; tal era el escándalo que ella incluso apagó su pinganillo y todavía oía el escándalo que manaba del mío a varios metros de distancia. Me tapé la cabeza con las manos, luchando por no volverme loca, y lo único que conseguí fue que los ruidos aumentaran más. Focalicé mi atención exclusivamente en desmontar las armas de los policías, sacar las balas y, sin tan siquiera examinarlas, sólo pendiente del tacto del metal y de la frialdad de las pequeñas asesinas, las guardaba una a una en los bolsillos de mi pantalón, o en la recámara de mi pistola, si cabían. Blondie caminaba de un lado para otro, vigilando cada esquina con una escopeta recién adquirida en la mano. Sabía que dispararía a cualquier cosa que se moviera de un modo sospechoso sin pararse a preguntar si sería amiga o enemiga.
Estaba terminando mi tarea cuando escuchamos pasos acercándose a nosotras a toda velocidad, rebotando en las paredes de los edificios y haciendo eco. Busqué sin ver nada de dónde procedían. Blondie me instó a que terminara pronto.
Terminé de revolver en el uniforme del policía, buscando algo con que defenderme si había que luchar otra vez, y me topé con un objeto circular metálico que no había visto antes. No era una bala; hacía años que no se fabricaban balas así. Las últimas habían sido destruidas porque no servían para mucho: se desviaban con facilidad, hacían poco daño... las que había en forma de flecha eran mucho mejores.
-¡Kat, me cago en la puta!-siseó ella. Me pegaría un tiro si no me apresuraba, y lo peor era que me daba absolutamente igual. Estaba absorta en la pequeña bala extinta, casi hipnotizada por ella. ¿Era impresión mía o realmente tenía una serie de marcas que parecían seguir un patrón estricto? Las marcas eran rectas sobre la superficie curva; formaban dibujos minúsculos que no logré entender.
-¡¡Kat!!-chilló mi compañera cuando los pasos resonaban casi encima de nosotras. Su grito fue tan fuerte que alertó a todo el mundo de dónde estábamos.
Había que salir de allí.
Ya.
De modo que cogí el pequeño objeto circular, me lo metí dentro de la camiseta, donde solía llevar las cosas preciadas, me levanté y eché a correr como alma que llevaba el diablo.
Ni siquiera tuve tiempo a pararme a pensar en por qué había hecho eso de irme con aquello: podría ser un buscador, una pequeña bomba de última generación de la que aún no teníamos constancia... cualquier peligro velado que no conocíamos todavía. No pude preguntarme a mí misma a qué se debía mi especial interés en aquellas marcas, pues estaba demasiado ocupada no muriendo en mi huida frenética.
De aquella carrera sólo recuerdo el mirar a Blondie correr a mi lado, inclinada, casi paralela al suelo, como una flecha, mirando hacia delante con determinación asesina, y esquivando las balas con la elegancia de una bailarina de ballet ejecutando una obra que lleva practicando toda la obra.
Podría fiarme de ella.

Necesitaría fiarme de ella.

martes, 21 de enero de 2014

Medidas.

"Te quiero. Ya sé que termino así todos los mensajes, pero es que me da pánico que se te olvide.
Que entre distancias y cosas nuevas crezca una pregunta en tu estómago.
Que un día te tomes un café en a saber dónde y dudes.
No hay nada más peligroso y humano que una duda.
Así que sólo estoy tomando medidas"

domingo, 19 de enero de 2014

Pérdida.

Definitivamente, no.
No se podía correr con la cabeza en otra parte.
No, a no ser que quisieras estamparte contra alguna pared, o peor, creer que había alguna cuando era mentira, y terminar estampándote contra el suelo, con su correspondiente lesión.
Echando la vista atrás, me di cuenta de que había saltado las vallas de la misma manera autómata que había empezado a recoger gente cuando la luz se apagó. Sin pensar en ello, simplemente había alzado las manos, agarrado con toda la fuerza posibles el borde de la valla, y alzado las piernas en una escalada infernal que poco tendría que envidiar a los que habían subido a la cima más alta del mundo; aquellos montes que se habían alzado de repente, debido a un enorme terremoto que se sintió en cada rincón del mundo, en África.
Me pregunté qué se sentiría al subir un edificio natural que se levantara 10 kilómetros arañando a las nubes... y si los ángeles podrían subir hasta allí.
Kat, concéntrate me exigí a mí misma, sacudiendo la cabeza, escuchando los pasos de mis compañeros a mi alrededor. Algunos se habían adelantado y ya iban varias manzanas por delante de nosotros, sin preocuparse de parar a examinar las pistas que los policías podrían haber dejado en la huida en la que, con toda seguridad, se habían llevado a mi novio.
Otros, en cambio, preferíamos detenernos cuando creíamos que algo merecía la pena y examinar la situación con relativa calma; la que nos podíamos permitir en aquella situación de tensión. Temíamos con toda nuestra alma que se hubieran llevado no sólo a algunos de nosotros, sino a nuestros vigilantes; expertos runners que eran capaces de leer pantallas llenas de códigos que para nosotros no tenían más sentido que las nubes en el cielo: estaban allí y punto, no había manera de interpretarlos, porque no había interpretación posible.
El tiempo de preparación y los ejercicios intensivos a los que se sometían nuestros vigilantes eran tales y tan disciplinarios que, cuando un vigilante quería dejar su trabajo, debía decirlo con al menos un par de años de antelación. Después, se elegía al mejor de los runners que estuvieran al borde de perder su posición de soldados de calle, y se le entrenaba para que, algún día, se sentara en una silla que durante años había sido calentada por un culo que no era el suyo.
Y no teníamos tiempo para prepararnos, no después de que la policía hubiera retomado lo dejado hacía décadas y se hubiera atrevido a entrar en nuestros barrios, nuestra Base, nuestras casas,entrando hasta la cocina y aterrorizando a los nuestros.
El chico que corría a mi lado había tenido que vivir cómo su familia entraba en nuestro centro principal de operaciones, temiendo por lo peor, y cómo se sumía en el pánico al apagarse todas las luces. Quería venganza tanto o más que el resto; porque había sido el encargado de meterlos en lugar seguro y cerciorarse de que estaban protegidos antes de ir a reclamar la sangre que le habían arrebatado.
Además, se rumoreaba que era uno de los aprendices de Puck, que ya se estaba preparando para irse, esperando en secreto algo que yo estaba atrasando a propósito: quería ser siempre quien me guiara, nadie debía hacerse cargo de mí más que él, de modo que se iría cuando yo lo hiciera... más razón para que yo buscara a la policía y encontrara a los que los habían secuestrado. Necesitaba a Puck y sus compañeros para que nos asesoraran y ayudaran a sobrevivir en un mundo de gatillo suelto a pesar de que rara vez había armas...
… y tenía que encontrar a Taylor.
Las voces de nuestros oídos no paraban de hablar entre ellas, como si el propio pinganillo que llevábamos puesto no fuera más que un objeto propio de espías. Todos queríamos girarnos y gritarle a la Base, que se alzaba en la distancia, cada vez más lejos, que se callaran. Era evidente que nadie era un experto en dirección de runners, porque cada minuto alguien protestaba al no entender las cifras de las pantallas... y no había conversaciones privadas. Podía escuchar perfectamente lo que les decían a los que habían ido en la dirección contraria, creyendo que los policías saldrían por un sitio diferente del que entraron.
Era una locura, y estábamos encerrados en los tejados, por lo que sólo podíamos correr y luchar por aclarar nuestras ideas, poniendo orden por encima de los gritos que se seguían en nuestras cabezas cada segundo.
El chico de piel de ébano, alto y robusto como pocos runners, gruñó cuando se detuvo frente a una cornisa. Yo iba tras él, demasiado rápido para frenar, de modo que me tiré al suelo con la esperanza de parar antes de precipitarme al vacío...
… pero él se las apañó para agarrarme y sostenerme en el aire, de pie, con la punta de los dedos clavados sobre la cornisa.
Exhalé una exclamación ahogada, mirando aterrorizada el asfalto que se extendía por el suelo de allá abajo, como la arena de un desierto. Notaba el corazón latiéndome en la boca, y tenía unas ganas horribles de vomitar. No podía controlar las náuseas de puro pánico, así como no podía dejar de mirar hacia abajo, segura de que si él no me hubiera recogido ahora mismo no lo contaría...
Me sujetaba con fuerza, agarrándome de la camiseta, que se había subido hasta mostrar mi vientre plano y duro. Giré la cabeza, la trenza roja perpendicular con el suelo tan lejano, y susurré un tímido “gracias”, odiando no haber calculado bien la distancia.
-Más cuidado la próxima vez-se limitó a decir mi compañero de ébano-. Somos demasiado valiosos. Y más las gatitas como tú.
-De modo que sabes de dónde viene mi apodo-repliqué, sonriendo. A mi cabeza volaron los recuerdos de aquel primer examen en el que me sometieron a diversas pruebas para demostrar que lo valía. Los que me evaluaban (uno de ellos, de hecho, era Puck) se habían mostrado muy interesados en mi talento, hasta el punto de que me dificultaban las cosas que debía hacer, colocando límites nunca antes alcanzados.
Me gané mi nombre cuando escalé algo nunca antes escalado. Recordé cómo mis manos protestaban al clavar en ellas todo el peso de mi cuerpo, cómo mis piernas se encogían hasta unirse a mi torso cuando salté para salvar una distancia imposible, cómo caí de pie, cómo volví a escalar con rabia y furia, cómo llegué a la cima, nunca antes conocida, y cómo recogí la bandera roja (como mi pelo) y la alcé sobre mí.
Mis compañeros de entrenamiento y preparación aullaron en la parte baja del recinto, celebrando que hubiera llegado hasta arriba, que me hubiera colocado entre las más importantes y hubiera subido rápidamente en los escalafones sociales... como los gatos.
-Te vi entrenando-se limitó a contestar, y después me tocó el hombro- y esto ayuda-sonrió, colocando los dedos justo debajo de mi tatuaje de un gato contemplando con el hocico alzado la luz que manaba de nadie sabía realmente dónde. Sonreí, sorprendida de que hubiera visto el animal escondido entre los intrincados tatuajes que me identificaban, en mi sección y para los demás runners.
Eché una ojeada a sus brazos, cuyos músculos parecían a punto de reventar. Las marcas negras apenas se distinguían en su piel, del mismo color, pero los destellos que manaban de sus brazos, iluminados por el sudor que le cubría todo el cuerpo, delataban la silueta de los tatuajes.
Alcancé a distinguir una luna menguante, sólo dibujada, no pintada. Eché cuentas, pensando en los runners que conocía y los nombres que ya había oído. Moon no me parecía un nombre demasiado masculino, y no casaba muy bien con el porte de mi recién estrenado amigo, pero...
-Night-informó él, esbozando una sonrisa de un blanco impoluto, que chocó de una forma impresionante con el carbón que le cubría el cuerpo.
Abrí la boca y asentí con la cabeza, dispuesta a disculparme por no darme cuenta antes, pero en seguida Night tiró de mí y me empujó para que siguiéramos corriendo.
-¿Por qué has venido por aquí?-preguntó, escupiendo el aire. Me encogí de hombros salvando una distancia que a los demás habría hecho recular. Nos habíamos quedado considerablemente rezagados; nada, sin embargo,que no pudiera recuperarse. Él se impulsó y cayó a pocos centímetros de mí. Se agarró a la cornisa y, sin inmutarse, se impulsó hacia arriba, aterrizando a mi lado.
-Creo que tienen a mi novio. ¿Y tú?
Su rostro se ensombreció, tomando el aspecto del de un cazador sanguinario.
-Dispararon a mi hermana-gruñó.
Noté unos retortijones en la boca de mi estómago al reconocer la sensación de furia justiciera. Quise matarlos también por no distinguir entre mujeres y hombres, ancianos, adultos y niños. La policía mataba sin detenerse a pensar en qué estaban haciendo, pues, al fin y al cabo, para ellos sólo éramos delincuentes. Rebeldes que aún no se habían rebelado pero que algún día lo harían.
Y aquel era el momento perfecto para rebelarse.
Corrimos en silencio, alcanzando al grupo en el que íbamos antes, que se había detenido a contemplar unas huellas de destrucción sospechosas. Las voces en nuestra cabeza habían disminuido; bien habían acusado la distancia que cada vez aumentaba más, o bien habían encontrado la manera de bajar el volumen y no torturarnos tanto.
-¿Alguien sabe dónde están?-preguntó una rubia de rostro duramente hermoso, alzando la cabeza y mirando hacia el horizonte, justo donde se levantaba el sol. Quise preguntarle si sabía algo que yo no, pues su mirada estaba tan segura de que aquella era la dirección correcta, que creí haber soñado con aquella pregunta.
Pero ella torció el gesto, molesta porque no le contestaran, y ladró en voz baja.
-¿Miles? ¿Eres tú? Miles, maldito hijo de puta, ¿dónde está la policía?
-No encuentro nada, Blondie.
¿Blondie? Bueno, el apodo le pegaba, al igual que a mi amigo.
-Sigue buscando.
-¿Qué crees que hago?-espetó el tal Miles, tan fuerte que todos los presentes nos llevamos las manos a los oídos; todos salvo la rubia, que esbozó una sonrisa cínica, se giró y siguió su camino; despacio, sin embargo, para permitir que fuéramos tras ella.
-¿Vamos, al menos, en la dirección correcta?-la escuché dentro de mi cabeza. El tal Miles, o bien había dejado sus auriculares al lado de su micrófono, o bien había conectado los puertos mal.
-No lo sé.
Blondie gruñó, se dio la vuelta y nos miró. Su expresión molesta seguía en su cara, pero no era tan profunda cuando sus ojos se cruzaron con los míos.
-¿Qué opináis?
-Que hay que seguir en marcha-dijo un chico del equipo, con una mochila a la espalda. No sabía qué pretendía encontrar, pero me apetecía desearle suerte en la búsqueda del tesoro.
Ella hizo sobresalir su labio inferior sobre el superior, asintió con la cabeza, casi uniendo las cejas en el entrecejo, y echó a andar. Los demás nos incorporamos, abandonando aquella huella destruida en el asfalto, y rápidamente nos volvimos a convertir en una masa conformada de varias partes independientes entre sí; como un enjambre de abejas.
Cuando estábamos llegando a la frontera de nuestros suburbios, escuchamos gritos a nuestra derecha. Blondie, que iba conmigo dirigiendo al grupo, alzó la cabeza sobre sus hombros y echó un vistazo a los demás. Yo la miré, vi cómo asentía y volvía sus ojos a los míos. Me señaló el lugar del que provenía el alboroto, y yo imité su asentimiento.
Rápidamente cambiamos el rumbo, con tanta elegancia que todo le hubiera parecido planeado a quien nos estuviera observando sin saber qué nos proponíamos.
Los edificios comenzaron a hacerse más altos y a tener más separación entre sí. El trabajo pasó a ser más de escalada que de velocidad, de modo que Blondie, Night, el chico de la mochila y yo rápidamente dejamos a los demás atrás. Estos decidieron seguir rodeando las partes más altas, y dos incluso se animaron a bajar a las calles y correr por allí sin llamar la atención.
El chico de la mochila les lanzó una botella llena de líquido rosáceo, que ellos cogieron al vuelo, alzaron sobre sus cabezas, a modo de trofeo, y celebraron con un “salud”, para dos segundos después desaparecer entre los edificios.
Night y el chico no eran tan rápidos como nosotras, y Blondie y yo les terminamos sacando una ventaja considerable.
Todavía escuchábamos los gritos cuando llegamos a la parte de arriba del edificio del que procedían.
Nos colocamos en el borde, tumbadas, y estudiamos la situación.
Un grupo de hombres acosaba a dos mujeres, que no parecían amedrentarse a pesar de que las superaban en número, duplicándolo. Ellas gritaban algo que yo no logré entender, tal vez por lo lejos que estaban, tal vez porque lo hacían presas del pánico o tal vez porque no se molestaban demasiado en vocalizar; casi parecía más importante gritar cuanto más fuerte mejor que lo que se estuviera gritando en sí.
Uno de los hombres se acercó a una de ellas, colocándola contra la pared y riendo cuando ella luchó por zafarse de él, arañándole el pecho y golpeándole los pectorales.
No pude no ver lo pequeña que parecía la chica en relación a su captor.
La otra gritaba desesperada que las dejara en paz, ellas no habían hecho nada, y no estaba consiguiendo asustarlas.
Las lágrimas que le poblaban el rostro decían más bien lo contrario.
Rápidamente cogieron a la libre, cuya valentía no le había permitido escapar, y la pegaron contra la pared. La alzaron sobre sus cabezas, y ella boqueaba, buscando aire, luchando por no ahogarse, mientras la otra daba patadas y maldecía con toda la capacidad de sus pulmones.
-¡Se enterarán de esto! ¡Se enterarán! ¡Bastardos! ¡La policía vendrá y...!
Uno de los chicos le cruzó la cara con una sonora bofetada, tan fuerte y potente que consiguió su propio eco.
Night y el chico de la mochila seguían sin llegar a la cima de aquella azotea, y Blondie y yo no hacíamos más que mirar hipnotizadas.
-Deberíamos hacer algo-susurré, sin demasiadas ganas. Una parte de mi furia justiciera quería matar a esos bastardos, pero la otra seguía preocupada por mi novio, temiendo que se estuviera alejando de mí a cada minuto que pasaba. Y si empezaba una pelea no podía dejarla a medias; había que matar a todos los que hubieran participado de ella hasta que quien quedase en pie sólo fuese uno, dos como mucho, y siempre del mismo bando.
-Nos estamos retrasando demasiado-dijo Blondie y, para reforzar su postura, aquellos dos runners que se habían separado de nosotras pasaron por un callejón contiguo al de los gritos, persiguiendo un objetivo que no habían visto aún.
Me palpé los pantalones, y suspiré aliviada al ver que las pistolas seguían allí. Blondie se giró y se me quedó mirando.
-¿Acertaremos desde esta distancia?
Negué con la cabeza, luego asentí, y terminé encogiéndome de hombros.
-Podemos intentarlo.
-Night es el mejor en esto-dijo ella, tomando la pistola que le tendí y sopesándola en sus manos.
-No podemos esperar-le urgí. Ella frunció el ceño, suspiró y encañonó a los dos chicos.
-Dime que son automáticas.
-Lo son.
-Bien, porque vamos a tener muy poco tiemp...-dejó la frase en el aire cuando una de las chicas gritó, aterrorizada, al ver cómo dos alas enormes se desplegaban frente a ella.
-Mierda, ángeles-gruñí yo.
-Oh, bien. Cenaremos pollo al horno-sonrió mi compañera, y mis entrañas se revolvieron. No podría disparar a mi ángel de la guarda, no podría disparar a Louis, y, por aquella regla de tres, no podría disparar a ninguno de sus compañeros... porque no quería herirle, ni física ni emocionalmente. ¿Y si eran amigos?
-¿Dónde los tenéis?
-No sabemos de qué habláis.
-¡Lo sabéis de sobra!
Pero, ¿qué podía hacer? ¡No había otra solución! Si no disparaba, Blondie daría la voz de alarma de que yo no era tan de fiar como había tratado de hacer pensar, y luego se me relegaría, volvería a ser una traidora, esta vez para siempre...
-¡¿Dónde los tenéis?!
-¡Ni siquiera son de nuestra sección!-bramó la de los ojos ahogándose en lágrimas. Blondie abrió los ojos, yo me volví hacia ellas.
-¡Tenéis que tener los planos! ¡Sabemos que los han sacado de donde los guardabais!
-Vamos, nena-canturreó el ángel de las alas desplegadas, besando en el cuello a la chica que había cogido-. Tenéis que tenerlos. Sabemos que los tenéis. ¿Por qué enfadarnos?
La chica abrió la boca, disfrutando del contacto de aquellos labios.
Mi vientre ardió de pura rabia, comprendiendo por fin a qué venía todo aquello.
Louis me había quitado mis planos con la misma facilidad y de la misma manera que aquel chico estaba seduciendo a la chica.
-Tío, son runners. Valen mucho si las llevamos a la Central.
-¡¡No tenemos esos putos planos!!
Blondie y yo nos miramos, comprendiendo por fin. Efectivamente, alguien se había infiltrado en nuestro edificio y habían conseguido los planos.
-¿Las reconoces?-inquirí en un susurro.
-No. ¿Y tú?
-Sería una lástima matarte, nena... eres tan guapa.
La chica a la que estaban seduciendo lanzó una suave exclamación. La estaban enamorando.
Como me habían enamorado a mí.
Mis mejillas ardían de pura rabia.
-Ya he visto suficiente-anuncié. De repente no tenía ante mí a unos ángeles desconocidos, ni siquiera a unos mercenarios que merecían el castigo.
Louis estaba frente a mí, mirándome. La imagen duró un segundo en mi cabeza, y luego se sustituyó por una visión de nosotros dos, pegados contra la pared de aquella oficina tanto tiempo atrás. Louis sonrió, me dijo que era tan jodidamente guapa... y... y...
Sentí su boca en la mía a pesar de que nos veía desde fuera. Vi cómo mis manos abandonaban la cápsula con las hojas, y cómo se enredaban en su pelo mientras en su boca se dibujaba la sonrisa del que ha conseguido ganarse la confianza del enemigo, salirse con la suya, y de paso obtener un beso robado y bien ofrecido.
-Te estaba utilizando-dijo un Louis nuevo, colocándose a mi lado, con las alas desplegadas, y observando la escena con diversión. Tenía la mano en la barbilla, contemplando lo mismo que yo, con sentimientos radicalmente opuestos. El sabor de la victoria estaba en aquel beso que había acudido a sus labios de la misma manera que lo había hecho con los míos.
-Mira cuánto me importa-repliqué, alzando la pistola, apuntando directamente a la cabeza, y apretando el gatillo sin vacilar.
La bala atravesó el espacio y cruzó la cabeza del ángel que me había engañado para que pensara en abandonar a los míos, y también mató al que estaba amenazando a otra runner.
Blondie disparó dos veces, acertando en ambas. Sólo uno de los abusones se enteró de lo que sucedía, y estudió el aire, desenfundando la pistola, antes de que dos balas le atravesaran el cuerpo.
Las dos runners chillaron, aterrorizadas. La que lloraba saltó hacia atrás, pegándose de nuevo contra la pared y recuperando el aire, mientras la otra se las arreglaba para patear el cuerpo moribundo de su agresor y alejarse para abrazar a su compañera.
Habían sido bien entrenadas, porque sabían a dónde mirar. Levantaron la cabeza.
-¡Sección centro!-gritaron al unísono. Blondie alzó la mano.
-¡Sección noroeste!
-¿Qué hacéis tan lejos de casa?-pregunté.
-¡Nos mandaron señales de socorro, y acudimos! ¿Ha pasado algo?
-La policía nos ha atacado.
-Supongo que podríamos decir lo mismo-sonrió una de las de abajo mientras la otra se encargaba de comenzar a escalar.
-¿No habréis visto por casualidad a un grupo de policías de la que veníais?
La escaladora negó con la cabeza.
-No, nada.
Me giré hacia Blondie, alzando las cejas, preguntando sin abrir la boca.
-¿Deberíamos seguir?
Ella asintió con la cabeza.
-Sí, Night y el otro pueden ocuparse de ellas.
Justo en ese momento, nuestros dos acompañantes nos alcanzaron. Blondie les contó lo sucedido mientras yo observaba los cadáveres, semejantes a mi relación con Louis.
Night tiró de mí para levantarme, y me empujó para que siguiera a Blondie, pero lo único que podía hacer en ese momento, era envidiar a los muertos por no sentir dolor.
Si no tenía poco con preocuparme por dónde estaba Taylor, ahora para colmo sufría mal de amores.

Es lo malo de enamorarse dos veces.

miércoles, 15 de enero de 2014

Defectos.

No puedes confiar en un mentiroso, pero puedes confiar en que te haga un favor cuando la verdad no sea el mejor camino.
No es bonito ser tímido, pero a veces a los demás les resulta tierno.
No es bueno ser un cabrón, pero siéndolo consigues evitarte muchos daños.
Es malo ser egoísta, pero a veces tu propio egoísmo te ayuda a tener algo cuando lo necesitas y en un tiempo creíste que no ibas a hacerlo más.
Es malo robar, pero a veces te ayuda a conseguir algo que de otras maneras nunca habría llegado hasta ti.
Es malo no mostrar tus sentimientos, no sentir demasiado fuerte. Pero es sólo así como consigues que todas las sensaciones que llegan hasta ti sean más especiales y tengan más sentido. No vas a pasarte la vida encerrado en una cárcel fría y oscura. Cuando llegue el rayo de luz, para ti será más brillante y más hermoso de lo que será jamás para los demás.
Por que a veces los defectos se convierten en virtudes. A veces estar aislado te hace involucrarte más que los demás.
Y sólo es con una persona con la que te darás cuenta de esto y serás capaz de darle la vuelta a la situación. Le querrás con todos sus defectos, porque para ti no serán eso, sino simples virtudes que, en ocasiones, simplemente se desmadran y se vuelven delicadamente malas.
Que tengas suerte en tu búsqueda.

domingo, 12 de enero de 2014

Caos.

 Antes de la sacudida y la explosión, lo único que oí fueron los pasos de June mientras trataba de alejarse de mí en la oscuridad arañada solamente por las linternas, pequeñas guerreras que no se daban por vencidas.
Pude escuchar la reprimenda a sí misma que se echó June entre los dientes antes de girarse y enfocarme con su linterna. El haz de luz me dio justo en la cara, dañándome la vista. Fruncí el ceño y me tapé la cara instintivamente, sin tan siquiera pretenderlo.
-¿Qué ha sido eso?
-Estoy aquí contigo-respondí, cortante, meneando la mano para que apartara la linterna. Evidentemente, no había pensado en que podría fastidiarme.
O sí que lo había pensado y lo estaba haciendo a mala uva.
Después empezaron las carreras demenciales; todos los runners que no estaban haciendo nada buscaban la manera de enterarse de qué pasaba. Descubrir qué ocurría era la primera forma, y la más rápida, de resolver la situación.
Con los ojos todavía clavados en mí y mis facciones, seguramente esperando que hiciera algo que me delatara, June apartó de mala gana la linterna e hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. A ninguna de las dos nos apetecía tener las espaldas descubiertas en ese momento, y podía comprenderlo. Mejor de lo que me gustaría, de hecho.
Echamos a correr a toda velocidad por la Base, sin apenas fijarnos en las esquinas y los recovecos más insospechados que se revelaban a la oscuridad como si poseyeran bioluminiscencia. Con ella delante y yo pisándole los talones, lo único que cabía en mi cabeza era la tarea ya automatizada de correr y dejar la mente en blanco. Ahora no necesitaba salidas, necesitaba concentrarme en darles a mis piernas el mayor impulso posible.
Sentía la histeria de la gente de los pisos superiores, que no sabía muy bien qué ocurría, como sentía la mía propia. Estaba demasiado nerviosa como para apartar mis pensamientos del continuo “izquierda, derecha, izquierda, derecha, más rápido, un poco más”, pero eso no hacía que me aislara de mi entorno, ni mucho menos.
June se detuvo de repente frente a las escaleras. Le habría preguntado por qué no cogíamos el ascensor, directamente, dado que nos estábamos apelotonando todos en un mismo sitio, cuando me di cuenta: podría haber alguien metido en el ascensor, esperando a que el pánico cundiera y empezar la masacre.
O incluso el ascensor podría haber sido detenido por la misma persona que había cortado la luz, porque si había detenido la corriente eléctrica que alimentaba las luces, siempre encendidas del enorme edificio con forma de hongo, ¿no podría detener el ascensor?
Recé porque el ascensor estuviera efectivamente parado y Puck estuviera dentro. Así no habría forma de llegar hasta él.
Y, sobre todo, quería que tuviera todos los planos consigo, que nadie pudiera alcanzar nada comprometedor con lo que hacernos daño si había conseguido entrar.
-Dime que tienes una pistola.
-Tengo una pistola.
June alzó la cabeza, con el pelo negro cayéndole sobre la cara, la boca abierta en una mueca aterrorizada que luchaba por disimular:
-¿Es en serio?
Le tendí una a modo de respuesta, y juro que nunca la había visto sonreír de la manera en que lo hizo cuando sus dedos tocaron el material del arma. Con un movimiento seco, apuntó al pie de las escaleras mientras yo hacía lo propio con la luz que manaba de mi linterna.
-¿Quién eres?
Alguien estaba allí tirado, y no llevaba mucho tiempo, pues la sangre todavía brillaba fantasmagóricamente. Noté un sabor metálico esparciéndose por mi boca, como si me hubiera mordido la lengua; era una tontería pensar eso ya que, a fin de cuentas, había matado a mucha más gente y había herido a otros de gravedad. Casi prefería matar a herir, porque los heridos eran una carga para la familia, pero también hacían más daño a su Gobierno, que tenía que fabricar excusas para por qué el policía en cuestión cojeaba cuando había sido atleta en su instituto.
-Percy-gruñó el chico, levantando la cabeza y mostrándonos unos ojos verdes, semejantes a esmeraldas. Quise abalanzarme sobre él para detenerle la hemorragia, pero podía ser un truco.
Los runners éramos buenos mentirosos, y si alguien quería hacerse pasar por uno de nosotros, debía serlo también. Incluso mejor.
-¿Percy?-ladré yo, sacando la otra pistola que tenía y encañonándolo. June bajó lentamente las escaleras, cuidando de no perder de vista ni un sólo segundo al chico. Su ceño se hizo más profundo.
-Sí, Percy, sector 5-jadeó-. Aerodinámica.
June se giró y me miró largo rato, preguntándome en silencio qué debíamos hacer. Me encogí de hombros. No podíamos esperar que nos preguntara quiénes éramos; en su estado habría aceptado ayuda hasta de la policía, aunque luego aquello implicara torturas mucho peores que tener un balazo en el vientre.
-¿Qué haces tú tan lejos de tu sitio? ¿No se supone que estabais recluidos buscando maneras de ir a por los ángeles?
-Cuando oímos todo el alboroto salimos de nuestra investigación-contestó él. Me coloqué al lado de June, que había vuelto a girarse y atravesarlo con la mirada.
-Tenemos que hacer algo.
-Seguir el camino es la solución, y él está en medio.
-No, June. Somos valiosos, y los de aerodinámica, en estos tiempos, lo son más.
June alzó una ceja, mirándome. Bajó la pistola y el chico suspiró, aliviado de no estar en el punto de mira. Emitió un gemido de miedo cuando su suspiro hizo que June se diera cuenta del error y le apuntara directamente a la cabeza. En mi opinión, hubiera sido mejor apuntarle al vientre, si lo que quería era amedrentarlo. Se veía en sus ojos que casi prefería morir a dejarse contemplar como un animal en el zoológico mientras se iba desangrando lentamente. Tal vez la herida física se curase, pero la del orgullo permanecería allí para siempre.
-Tenemos que llevarlo a la enfermería.
-¿No es mejor, directamente, a una planta de médicos?
-La enfermería está aquí mismo-sacudí la cabeza-. Y no creo que a nuestro amiguito le importe, ¿verdad que no, Percy del sector 5?
Percy negó con la cabeza, el pelo negro cubierto de sudor, apelmazado en greñas que hacía unos minutos no estaban allí.
-Nos retrasará mucho-gruñó June. Yo bufé y me giré.
-De acuerdo. Lo llevaré sola.
-No me fío de ti. Podrías estar de su parte.
-¿De parte de quién?-preguntamos Percy y yo a la vez. A él aún le quedaba sangre en el cuerpo para ruborizarse al sentir mis ojos clavarse en los suyos.
-De quienes nos atacan-respondió June, hinchando el pecho con un tono condescendiente, típico del que se usa con los niños pequeños, cuando quieres explicarles algo que no van a comprender por mucho que lo intenten. Simplemente les dices cualquier cosa, sabiendo que va a ser demasiado complicada, y te sientes superior al tener una mínima idea de lo que a ellos no les entra en la cabeza.
-¿Y por qué no puedo ir con él si estoy de parte de “ellos”?-espeté, haciendo el gesto de las comillas con sorna. Ella apretó los dientes.
-Podrías aprovechar que es de aerodinámicas y sacarlo por la puerta trasera...
-No hay puerta trasera.
-... y conseguir que uno de tus amigos lo saque de aquí, lo cure, y luego le sonsaque todo lo que sabemos de ellos.
-¿Qué amigos?-ladré yo, molesta. ¿Estábamos de verdad discutiendo por esas gilipolleces cuando había un compañero nuestro, y encima de los que más falta nos hacían, desangrándose frente a nosotras?
El charco de sangre en que Percy se estaba convirtiendo ya casi llegaba a alcanzar el primer escalón sobre el que nos encontrábamos. Un ligero reguero goteaba escaleras abajo.
-Espera, ¿quién te ha hecho eso?-me giré para mirarlo. Bajé el escalón que me separaba de él y me acuclillé a su lado. Respiraba con dificultad y cada vez le costaba más hablar, pero tenía que decírmelo ahora. Si no, June jamás le permitiría que se acercara a mí, ni yo a él, y mucho menos que me contara la verdad.
-No logré verle la cara.
-Qué casualidad-gruñó June.
-¡¿Quieres dejar de tratarlo así?! ¡Todo lo que está pasando no es culpa suya!-exploté. Ella sonrió.
-Estáis compinchados, ¿no es así?
-Estás como una puta cabra.
-Dile a la puta cabra que me lleve a algún sitio, pelirroja. Prefiero ir con ella a quedarme aquí-jadeó Percy en un intento de salvarse.
-Oh, no. No te dejaré solo con ella.
-Mientras habláis de vuestros amoríos, no sé si lo sabéis, nos están atacando. Haced lo que os dé la gana, pero alguien tiene que bajar ahí abajo-señaló el límite de las escaleras, a través de las que se veía a algunos runners saltando de acá para allá, buscando la salida más rápida.
-Yo le llevaré a la enfermería. Baja tú si quieres-respondí, pasando uno de los brazos del herido por encima de mis hombros y luchando por levantarlo. June se cruzó de hombros y torció la boca.
-No voy a darte la espalda.
Puse los ojos en blanco.
-Entonces ayúdame a llevarlo.
No tenía muchas ganas de obedecerme, estaba claro, pero sabía que en el fondo era más importante cuidar de ese chico que cualquier otra cosa. Al fin y al cabo, no estábamos seguras de lo que había sido la explosión, pero sí que sabíamos que, si alguien no ayudaba a aquel chaval, moriría allí mismo.
De modo que terminó acercándose a mí y apoyó el peso de Percy contra sí. Él gimió, pero trató de soportar, estoico, todo el dolor que le estábamos causando.
Apenas llevábamos recorrida la mitad del camino cuando nos encontramos con un runner de proporciones típicas de un armario. June levantó la vista y le sonrió.
-Crow.
-¿Qué hay?-respondió él, recorriéndome con la mirada, sin creerse que estuviéramos juntas, colaborando.
-Ahora somos enfermeras-respondió ella, soltando una risotada cínica. Luego se dirigió a mí-. ¿Sabes? Una de las dos podría irse ahora.
-Y esa vas a ser tú, ¿no es así?
Negó con la cabeza y soltó una risita.
-En realidad, he estado pensando que, si te quedas a solas con él, tal vez podáis hablar de una coartada, o le hagas algo. Crow tiene cosas que hacer, ¿no es así?
-Sí.
-Iré yo con él. Tú baja. Entérate de todo lo que haya pasado e infórmame.
Percy había agachado la cabeza y exhalaba e inhalaba hondas bocanadas de aire, luchando por conseguir un poco de oxígeno de cualquier sitio.
-¿Estás segura?
-No voy a poder bajar, pero odiaré que alguien me lo cuente mal. Sé que tú eres buena en tus informes, y que tienes buena memoria, así que... largo. Yo me ocupo de éste.
Me quité de encima el peso muerto de Percy y observé cómo Crow se lo cargaba encima como si de un fardo bien ligero se tratara. Luego, sin esperar a que June me dijera nada más, me giré y eché a correr como alma que llevaba el diablo escaleras abajo. Me daba la impresión de que todo había pasado en muchísimo tiempo, dilatándose en el espacio, pero la realidad era que apenas habían pasado 5 minutos entre la explosión y el temblor hasta que me puse realmente en marcha.
En el piso más bajo de la Base no necesité utilizar ya la linterna. Un gran boquete en la pared exhibía todo lo que había fuera y que un día había estado oculto tras muros de hormigón.
Decenas de compañeros se apelotonaban en el mismo lugar. Pude distinguir la silueta de Faith poniéndose de puntillas sobre una chica baja que se encontraba entre las primeras filas, examinando el destrozo entre las piernas de un chaval alto y delgado, que recordaba a un espárrago.
Seguramente fuera uno de los que se colaban por los conductos de ventilación a la menor oportunidad.
Empujé a todos los que se interpusieron en mi camino y me encargué de comprobar yo misma la magnitud de la masacre. No había ni una gota de sangre, pero aquello era comprensible: todos estábamos arriba ayudando a las familias cuando aquello ocurrió. Los que más abajo se encontraban estaban en el 7º piso, por lo menos.
Tan sólo dos o tres runners se habían atrevido a atravesar las fronteras de la luz y colocarse justo debajo de la abertura, examinando el color ennegrecido de la pared y escudriñando el suelo en busca de algo que sólo ellos sabían cómo era.
-¿Qué hacen?-preguntó uno de los principiantes más avanzados a su tutor. Él puso mala cara, molesto por tener que explicar aquellas cosas que a los demás nos parecían tan evidentes.
-Buscan la composición de la bomba. Quieren saber de qué estaba hecha.
-¿Alguien ha visto a Puck?-levanté la voz por encima del murmullo general, que iba en aumento a medida que más runners se acercaban al lugar y demandaban noticias. Varios de los que estaban a mi lado negaron con la cabeza.
-La pregunta es, ¿alguien ha visto a alguno de los vigilantes?
Esta vez fueron todas las cabezas las que negaron automáticamente, y luego se miraron entre sí, sin comprender muy bien cómo podía ser aquello posible. No es que hubiera demasiados vigilantes, pero tampoco eran difíciles de identificar, ni había los suficientes como para poder meterlos a todos en una sala.
-Tal vez estén arriba coordinando a los que ayudan a la gente-susurró una chica, no muy segura de aquello, pero con ganas de creerlo a pies juntillas.
-¿Quién podrá haber sido?
-La policía, ¿no es evidente?
-Se fueron y no han vuelto. Yo no he visto a nadie, salir corriendo de aquí antes de que la bomba estallara, y eso que estaba en una de las ventanas de ahí arriba en el momento de la explosión.
-Han venido de otro lado de la ciudad; la puerta está justo en el otro extremo.
-Tal vez lo que hayan hecho ha sido entrar, ¿estaba alguien vigilando cuando...?
Empezaron con sus teorías conspirativas, achacando los problemas a gente que ni existía. Tan sólo buscaban la manera de comprender qué había pasado, por qué sucedían cosas así, a qué se debía todo lo que pasaba...
Y yo no podía ser partícipe de todo aquello porque estaba aterrorizada ante la idea de que, tal vez, los vigilantes hubieran ido al bajo con la esperanza de hacer contabilidad de los runners que iban llegando.
Y la bomba podría haberlos matado, pero, claro, eso no había sido así: no había cadáveres.
Pero podían haber ido a ver qué pasaba y ser sorprendidos allí por la policía, que se las habría arreglado para salir por otro lugar sin que les viéramos. Tal vez, incluso, hubieran salido por la misma puerta, creyendo que todos íbamos a ir allí.
-Deberíamos ir a buscarlos-grité por encima del ruido del grupo, que se había metamorfoseado en verdaderos gritos.
Todo el mundo se me quedó mirando.
-¿En serio, Kat? ¿En serio?-respondieron. A ellos no les parecía tan buena idea como a mí.
-Les necesitamos para que nos coordinen en las misiones.
-Estamos preparados para vengarnos sin que ellos estén susurrándonos continuamente al oído-respondió un chico, molesto por mi insinuación. Parecía entrado en edad, seguramente estuviera en sus últimos años de servicio y hubiera elegido aprovecharlos al máximo apagando la mitad de las veces su comunicador.
Si no, no encontraba ninguna explicación lógica a por qué le faltaba media oreja.
-Pero les necesitamos para que localicen todo lo que puede hacernos daño. Además, mi vigilante estaba comprobando que todo iba bien cuando se fue la luz.
-¿Y qué?
-Hace tiempo fui a una misión. La del ángel-dije, extendiendo la mano. Todos murmuraron asentimientos, en parte incrédulos porque hablara de aquello como si nada-. Recogí unos papeles que podrían hacer que los pájaros perdieran el monopolio que tienen sobre nosotros. Y eso, lógicamente, a los pájaros no les gusta. Puck estaba comprobando esos documentos cuando se fue la luz.
-¿Y qué?-repitió el mismo chico. Me apeteció meterle la pistola en la boca y disparar, pero me contuve.
-Que la luz no se va así como así. Alguien de dentro tuvo que apagarla.
Nadie había pensado en eso. Era increíble, pero nadie lo había hecho; yo había sido la primera. Lo supe por las caras sorprendidas de los demás: algunos abrieron la boca, otros parpadearon extrañados, y otros simplemente agacharon la cabeza, reprochándose no haber caído en ello mucho antes.
-Tal vez los hayan sacado por aquí. Y estarán muy lejos cuando sepamos dónde tenemos a nuestros vigilantes si no los buscamos y esperamos a que falten algunos. No podremos encontrarles a no ser que empecemos ya.
-Las vallas estaban electrificadas-dijo uno-. No han tenido mucho tiempo para llevarlos lejos.
-Si no hay luz dentro, es evidente que tampoco la hay fuera, so gilipollas-replicó una rubia que mascaba chicle con una rabia digna de admiración. Varios le dieron la razón mientras el otro enfurecía de furia.
-Nadie los vio salir-protestó otro.
-Tal vez hayan dado la vuelta y rodeado el edificio aprovechando los puntos ciegos. La policía no es tan tonta.
-Te sorprenderías.
-Me apuesto lo que quieras a que ha sido como dice el retaco.
-¿A quién estás llamando retaco?
Y así fue como empezamos a organizarnos para buscar a nuestros vigilantes. Decidimos que un grupo se quedaría allí, en el boquete, esperando a que algo sucediera y vigilando que nadie entrara ni saliera; otros subirían a los centros de control y nos informarían de lo que pasaba.
Y otros nos armaríamos con los intercomunicadores y nos echaríamos a la calle, trazando las rutas más rápidas hasta los cuarteles de la policía, con la secreta esperanza de llegar antes que ellos.
Como éramos gente de disciplina, salimos por la puerta que siempre utilizábamos y no nos molestamos en pensar que aprovecharíamos mucho tiempo si nos íbamos por otro lugar. Apuntamos nuestros nombres en la pequeña pizarra bajo la frase Búsqueda, inédita en aquella pantalla, y nos echamos a la calle.
Sólo cuando estaba saltando la valla, demasiado ocupada pensando en qué había sucedido y en las miradas de June, con aquellas palabras siempre cargadas de doble sentido, cuando su nombre corrió a mi mente.
Taylor.
Llevaba sin verlo desde antes de que se apagaran las luces,y recordaba haber subido en el ascensor con él, pero luego... nada. Ni rastro.
No podía dejar de pensar en que últimamente pasaba mucho tiempo con Puck, y que tal vez hubiera quedado con él para examinar los planos y hacer contabilidad de lo que había y lo que no. No podía dejar de darle vueltas a eso, ni a que hacía mucho tiempo de que no corría a buscarme cada vez que algún imprevisto sucedía, aun sabiendo lo muchísimo que me molestaba.
Puck y el resto de los vigilantes pasaron a un segundo plano; ahora todo lo que me importaba era mi novio.
Deseé tener alas para poder levantar el vuelo y contemplar el suelo desde una distancia prudente, y poder llegar más rápido a los sitios. Mis piernas no bastaban para alejarse de las penas, pero confiaba en que las alas sí.
Las alas podían ser la solución a muchas cosas, eso lo sabía. Así como también eran la causa de decenas de problemas.
Un par de alas en particular había sido el que nos había metido en ese lío.
Deseé que ese par de alas me ayudara a salir de él, pero... claro.
Eso sería confirmar que estaba traicionando a todo lo que me importaba. Y, de momento, no podía permitirme eso.

Traté de centrarme en correr, pero es muy difícil que tus piernas vayan a un lugar y tu corazón quiera regresar a otro, del que piensas que nunca deberías haberte ido. No puedes huir de casa cuando lo único que quieres hacer es volver.

sábado, 11 de enero de 2014

Chasing the stars.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

No sueles tener mucha suerte si te pillan peleándote en el instituto, y deciden que eres tú el importante y los demás a los que no hacer caso. Pero cuando tu padre trabaja en el mismo instituto, y justamente pasa por la zona de los castigados cuando tú estás sentado a la mesa, bueno... no es momento para comprar un boleto de lotería, colega.
Scott Malik se masajeaba la mejilla, cabreado porque no había podido devolver los golpes recibidos. Levantó la vista, sus ojos color miel, y la clavó un segundo en la entrada. Frunció ligeramente el ceño para volver a bajar los ojos, pero su mano se deslizó hasta pellizcarme suavemente en la cara interna del hombro, en nuestra señal de cuidado particular.
Yo estaba tirado en la silla, más tumbado entre ella y el aire que otra cosa, cuando Scott me tocó. Ni siquiera necesité levantarme; sabía qué pasaba, algo en mi interior me lo decía.
Además, había crecido escuchando esa voz, y papá no la cambiaba cuando hablaba con los demás. Podía cantar muy bien pero, en lo que se refería a la voz, no hacía unos milagros lo suficientemente buenos como para que su propio hijo no le reconociera.
-Susan, ¿ya están las fotocopias que te pedí esta mañana?
No necesité girarme al escuchar la respuesta de la secretaria de los del instituto, alias la conserje, alias la esclava vital a la que todo el mundo tenía por allí sin necesitar realmente de sus servicios, a la que todo se le pedía y exigía (Susan contestó con timidez, y me la imaginé bajando la vista. A pesar de ser mayor, todavía tenía gusto por los hombres jóvenes, y mi padre tampoco era un carcamal, precisamente), para saber que papá le sonreía y esperaba pacientemente a que ella le entregara los papeles que había venido a buscar. Papá miraría a su alrededor, intentando recuperar esos segundos que de todas maneras no iba a utilizar para nada, y...
-¿Scott?
Bam.
-Thomas.
Lo único peor de que tus padres fueran tan cabrones de ponerte un nombre tan parecido a tu apellido que le causara gracia a todo el mundo al que conocías y se lo contabas por primera vez, era cuando tu padre fingía ser imparcial contigo. Me iba a caer una hostia monumental en cuanto llegara a casa, pero aquí tenía que guardar las apariencias.
Levanté la vista y clavé los ojos en papá, azules, idénticos a los míos.
-Hola-dije. Siempre procuraba evitar encontrármelo en público, dado que no sabía cómo dirigirme a él. Es decir, ¿cómo llamas a tu puñetero padre cuando estás en el instituto y los dos tenéis que fingir que la relación entre vosotros viene dada exclusivamente por lo que hay en esas cuatro paredes que, en realidad, rodean al infierno? ¿Lo llamo papá? ¿Señor Tomlinson, como se empeñan en llamarlo los alumnos nuevos, hasta que él les convence de que le llamen Louis? ¿Cómo mierdas te diriges a tu padre?
-¿Qué coño estáis haciendo aquí?
Sentí a Scott encogerse de hombros detrás de mí.
-Nos hemos peleado.
Me di la vuelta y le clavé una mirada envenenada, aunque el pequeño corte aún sangrante de mi labio (me daba mucho asco estar tragándome la sangre continuamente, pero más asco me daría la bronca que me echaría mamá si llegaba a casa con el uniforme blanco teñido de rubí) no escondía la acción que acababa de producirse, precisamente.
Él se encogió de hombros, excusándose por ser un bocazas gilipollas. Puse los ojos en blanco, negué despacio con la cabeza y me giré hacia papá. Él se me quedó mirando, con semblante duro, pero sin decir nada aún. Seguramente estuviera meditando cómo echarme la bronca, cuándo, dónde... antes de que mamá me pillara por banda y me hiciera acojonarme.
Le sacaba una cabeza a mamá, pero mamá siempre se las ingeniaba para volver eso contra mí. A pesar de que era pequeña (de estatura normal, salvaba con apenas 3 centímetros el metro 60), y yo llevaba años contemplándola desde arriba, el poder que le otorga a una mujer el hecho de haberte parido es inmenso.
-¿Por qué?-respondió por fin, aceptando con una cálida pero efímera sonrisa las fotocopias que le tendió Susan. Las ojeó distraído, sin hacernos mucho caso, y pensé que ahí se acabaría nuestra conversación... pero no.
-Thomas.
Suspiré.
-¿Acaso importa? Vamos a ver al director, hablaremos con él, le diremos que no volveremos a hacerlo, y nos portaremos bien, bla bla bla...
Papá iba a añadir algo, pero la voz gutural del director del instituto lo acalló. Frunció el ceño y asintió con la cabeza, dejándome ir. Ahí no era totalmente suyo, pertenecía a más gente, y aceptaba compartirme.
No tenía miedo de perder el trabajo; de hecho, no trabajaba ahí por necesidad. Podríamos vivir perfectamente y con todas las comodidades del mundo sin que papá ni mamá trabajaran más, gracias a los ingresos de ambos antes de que mis hermanos y yo apareciéramos, pero... la vida nunca dejaba de ser extraña si tus dos padres estaban en casa, muertos del asco, todo el día.
Claro que mis padres aprovechaban el tiempo, sabían hacerlo.
Desgraciadamente.
Arrastré la mochila por el suelo mientras caminaba los pocos metros de pasillo hacia el despacho del director, siguiendo a Scott, que llevaba la cabeza bien alta, con la altanería propia de la familia Malik. Solamente cuando conocías a sus tías y primas comprendías por qué alguna gente el tenía tanto asco a Scott. Cuando le salía la vena Malik, esa vena que en su padre rara vez se manifestaba, se volvía insoportablemente pedante.
Nos sentamos en las sillas de siempre, escuchamos la bronca de siempre del hombre de siempre, respondimos lo de siempre con la esperanza de librarnos pronto, cosa que nunca sucedía. Y, tras media hora de gritos, por fin el hombre que estaba al frente de nuestro instituto y era jefe directo de nuestros padres nos permitió marchar. Con un gesto de la cabeza, haciendo relucir su calva casi perfecta de no ser por una especie de corona que le rodeaba la parte baja de la cabeza, nos indicó que podíamos irnos. Ni siquiera movió su rechoncho cuerpo cuando Scott y yo le dirigimos la mirada más dura que habíamos conseguido recrear y nos tomamos nuestro tiempo en abandonar su despacho.
El día que me graduase, entraría allí con un bate y no dejaría nada entero. Lo juro por Dios.
Me eché la mochila al hombro y recé porque papá o Zayn tuvieran alguna hora ocupada, pero ninguno de los dos tenía nada más interesante que hacer que reñir a su descarriado hijo por ser la vergüenza de la familia.
Después de que Zayn le diera una colleja a Scott, y literalmente se lo llevara a rastras lejos de mí, papá y yo nos miramos un segundo. Él se levantó lentamente, dio un sorbo de su café y meneó la taza, haciendo bailar en círculos el líquido del interior. Mi estómago se quejó, retorciéndose, al acusar el delicioso aroma del café reptando hasta mi nariz. Con eso de la pelea, había terminado por no comer nada.
-¿Qué clase tienes?
-Filosofía-dije, recolocándome la mochila, cambiándola de hombro, al igual que cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro.
-Ah, bueno. Entonces puedes venir conmigo. Total, llevas sin ir mucho tiempo, ¿no?
-Fui la semana pasada-protesté, sin levantar demasiado la voz. En el colegio había que ser un buen chico, obediente, pero lo justo. Había que ser rebelde, pero solo una mínima parte; lo necesario para que te tomaran en serio, pero no lo suficiente como para hacer que alguien quisiera cruzarte la cara.
Papá no me hizo caso, como venía siendo tradición cuando alguno de mis hermanos o yo le cabreábamos, e hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera. Sabía que no me iba a escapar, ya hacía mucho tiempo que había aprendido que huir de una bronca de mis padres conseguía única y exclusivamente que la bronca durara el doble, y fuera aún mayor. Me cargué la mochila del hombro y lo seguí, fiel como un cordero, por los pasillos del instituto, que estaban ahora totalmente vacíos, en silencio excepto por algunos gritos aislados de alumnos que aún no habían entrado en clase.
No pude evitar echarme a temblar cuando abrió la puerta de la sala de profesores de un empujón. Hubiera preferido que lo hubiera dejado estar, al fin y al cabo, la sala de profesores siempre impresionaba cuando entrabas, puesto que, al ser alumno, eras capaz de sentir el poder que almacenaban aquellas cuatro paredes, poder que los profesores parecían emanar como si de un volcán echando lava se tratasen. Algunos decidían esconder ese poder y sacarlo a relucir solamente en las ocasiones especiales (ese era el caso de mi padre, pero también el menos corriente); por el contrario, otros profesores llevaban ese halo de poder como una corona de flores que indicaba que eran mejores a los demás, superiores en todo, recordándonos que podían jodernos con sólo proponérselo.
De todas formas, ¿no podía haberme llevado a su departamento? Seguramente estuviese vacío, y no habría peligro de que nadie entrara y nos interrumpiera en nuestra discusión (que en realidad iba a ser un monólogo iracundo del que una vez hubiera llenado escenarios de tías de mi edad gritando como locas, deseando follárselo de todas las formas posibles, uf, y ahora era alguien que llenaba aulas de tías nada interesadas en su asignatura, pero sí en mojar las bragas bastante, fantaseando con quitarle el lugar que a mi madre le correspondía porque todos los astros lo habían decidido así), lo que sería muy humillante.
La profesora de matemáticas de la clase vecina a la mía levantó la cabeza un segundo de los exámenes que estaba corrigiendo. Miró a Louis, que se encogió de hombros. Ella torció el gesto, y volvió a centrarse en los folios que estaba cubriendo de tachones en rojo. Daba la impresión de que se habían llevado esos papeles al rodaje de alguna película de guerras, como aquella que aún veían mis padres y que presentaba a un actor que apenas podía caminar por sí solo, Russell Crowe. ¿Cómo se llamaba la película?
-Papá-dije, y anoté mentalmente que lo había llamado así, precisamente en ese lugar. La profesora de matemáticas reprimió una sonrisa, enganchándose el pelo por detrás de las orejas, como si la cosa no fuera con ella, pero pudiera disfrutar del humor que yo no veía en la situación.
-Siéntate, Thomas- gruñó mi padre, haciendo que volviera a estremecerme. En casa no solían llamarme así, yo siempre era Tommy, Tommy Tomlinson, porque mis padres eran los dos un par de cachondos y habían decidido que yo era el sujeto perfecto con el que hacer la gracia.
Dejé la mochila en el suelo y arrastré en silencio una silla, procurando no hacer demasiado ruido. Me dejé caer en ella despacio, y jugueteé con las cremalleras de la mochila, sin saber muy bien qué hacer.
Papá miró en segundo a la profesora, que seguía a lo suyo. Carraspeó, pero, al no darse ella por aludida, me miró un segundo, como diciéndome “espera un minuto”, y se fue hacia ella. Se acercó y, amablemente, se inclinó a echar un vistazo por encima del hombro de la mujer, que desvió un segundo la vista, solamente para comprobar que quien le importunaba era un colega, no uno de aquellos alumnos que lo estaban haciendo tan mal en sus exámenes.
Al fin y al cabo, era normal que aquella mujer tuviera tanto que corregir. Corrían rumores de que era una verdadera zorra. Y tenía cara de zorra, lo que era más preocupante.
Papá se inclinó hacia ella y le susurró algo. Ella lo miró con el ceño fruncido señalando con la punta del bolígrafo el trabajo que estaba haciendo. Pequeñas lagunas aparecieron en exámenes que parecían sangrar, sin que ellos hubieran hecho nada para merecerlo. El papel era la gran víctima de todo aquello. Papá se explicó un segundo, sin entrar demasiado en detalles, y luego me señaló con la barbilla. La profesora se giró, asintió con la cabeza, emitió un sonido de asentimiento y empezó a recoger sus exámenes.
Una vez los hubo metido en su carpeta, se levantó sin hacer ruido. Colocó la silla en su posición inicial, pegada a la mesa para que no ocupase demasiado espacio, y salió sin prisa de la sala.
-Suerte con ello, Louis.
-Gracias, Catherine-se limitó a decir mi padre, mirándome a los ojos con una mirada ardiente que hubiera podido eliminar todo el hielo del ártico, a pesar de todas las técnicas que la ciencia había logrado alcanzar para frenar un calentamiento global que, cuando mis padres eran jóvenes, parecía inevitable. Por suerte, se habían puesto las pilas, y antes de que entrara el año 2010 ya habían empezado con protocolos de emergencia que no permitirían que todos los territorios a menos de 50 m de altitud sobre el nivel del mar se hundieran totalmente en su superficie salada, llena de oleaje.
Yo suspiré, cerré los ojos un segundo y me miré los pies, incapaz de aguantar su inquisidora mirada.
-¿A qué estás jugando, Tommy?
Bueno, al menos ya no era Thomas, lo cual era un avance.
-¿Yo? A nada-respondí, alzando la cabeza a la vez que hacía lo mismo con los hombros.
-Entonces, ¿por qué me acaba de decir tu profesor de historia que no has entregado ni uno solo de los exámenes de lo que lleváis de curso con algo escrito más que tres palabras, lo que viene a ser... déjame pensar... tu jodido nombre?
Papá se llevó un dedo a la mandíbula, pensativo. Me encogí de hombros.
-Sabes que no se me da bien la historia.
-Gilipolleces, Tommy. Toda tu vida has sido un buen estudiante, y ahora que cuenta lo que hagas y lo que te esfuerces, ¿decides que no merece la pena estudiar un poco?
Se inclinó hacia mí. Me hubiera gustado echarme hacia atrás.
Negué con la cabeza.
-Solamente estoy poniendo en orden mis prioridades, y organizando mi vida. También merezco divertirme-dije, tímido, alzando las cejas como un niño bueno. Papá las alzó, incrédulo, sin poder entender que me atreviera a usar ese viejo truco con él, precisamente en ese momento.
-¿Es por eso que no trabajas una puta mierda?
-Sí que trabajo.
-Permíteme que lo dude, porque, chaval, si estás metiendo la pata hasta el fondo entregando exámenes en blanco, es que mucho no estás trabajando.
-Tengo cosas más importantes en las que pensar. Además, el de historia es un gilipollas. ¿Para qué necesito la carrera? ¿No iba a hacer traducción? Es una soberana gilipollez que me obliguen a saber de memoria todos los reyes de Inglaterra, con fecha de nacimiento, coronación y muerte incluidos, si luego no los voy a necesitar para nada.
-Es cultura general.
-¿Tú te los sabes?-espeté.
Se me quedó mirando un instante, con la cabeza inclinada, sin saber si cruzarme la cara ya o esperar un poco. Le aguanté la mirada, desafiante.
-Yo no soy tu madre, Thomas. Sabes que yo te daré una hostia si me tocas los cojones.
Asentí con la cabeza, deseando que siguiera con su charla, porque cuanto menos tardara en soltarme todo lo que me tenía que soltar, antes podría irme de allí. Me estaba empezando a encontrar mal, me dolía la cabeza y se me estaba revolviendo el estómago, y las piernas comenzaban a temblarme en un ritmo rabioso que no sería capaz de controlar durante mucho tiempo.
-Te diré lo que haremos-se inclinó hacia mí y me colocó bien el cuello de la camisa, que siempre se me doblaba y yo nunca me molestaba en colocar bien. Era perder el tiempo-: vas a volver a clase, vas a estudiar como has hecho hasta ahora, y mejorarás tus notas. Puedo conseguirte una prueba extraordinaria; no será como si todos los errores que has cometido no hubieran sucedido nunca, pero, ¿de qué te serviría eso?-alzó una ceja, y me recordó a ese ser sarcástico y borde que afloraba en su piel cuando alguien le cabreaba lo suficiente. Y ese ser raras veces había surgido frente a mi madre, que estallaba como un fuego artificial, llenaba todo el radio de alcance de un sonido de explosión durante unos segundos, para luego volver a darle a la noche silencio y oscuridad-. No aprenderías nada, y, la verdad, me has cabreado lo suficiente como para que no me apetezca una puta mierda que nadie te favorezca. No te lo mereces, Tommy.
Asentí con la cabeza, porque en el fondo tenía razón. Había descuidado las cosas, pero, ¿qué podía decir? No era culpa mía, yo no me había buscado todo aquello, las cosas habían venido a mí, y yo me había visto arrastrado por ellas; así de simple era todo.
-Volverás a ser el de antes-qué más quisiera él-, volverás a hacer las cosas que hacías antes. Tienes buena genética, Tommy- arguyó, dándome una palmada en el hombro y levantándose-. No te será demasiado complicado contrarrestar mis genes con los de tu madre, y las cosas simplemente volverán a su cauce, del que nunca debieron salir.
Volví a asentir, sumiso.
Papá me miró un segundo, con la ceja alzada, disfrutando de la posición de superioridad que había adquirido por el mero hecho de haberse puesto en pie.
-¿Por qué has elegido este momento para arriesgarlo todo, Tommy? Precisamente ahora que necesitabas la nota.
Me encogí de hombros y, por fin, me digné a levantar la mirada y mirarlo a los ojos. Sentí toda su fuerza inquisidora volar hacia mí como si de flechas punzantes se trataran, sin piedad, sin nada que se le asemejara.
Reuní todas las fuerzas de mi interior, la rabia, la tristeza, todos aquellos sentimientos que barrían mi ser y mi esperanzas vitales como un tsunami arrasaba una isla a pocos metros del nivel del mar; la tempestad que había encontrado su lugar en mí ahora parecía tener sentido. Podría canalizar el viento que no dejaba de amenazar con echarme abajo para mi propio beneficio.
-Papá...-me atreví a decir, e ignoré la imperiosa necesidad de apuntarme a mí mismo que, una vez más, había dicho esa palabra en aquellas cuatro paredes que convertían al instituto en una cárcel en la que mi padre era alguien a quien tenía que fingir desconocer-, no sé si estoy tan seguro de qué es lo que quiero hacer con mi vida.
Lo que había estado pasando aquellos últimos días me había hecho ver las cosas de un modo diferente a como había creído que era. Las cosas en el instituto estaban que echaban humo; se acercaban los exámenes finales de la primera evaluación, nos lo jugábamos todo a muy pocas cartas, y muchos teníamos nota de corte que decidiría si fracasaríamos o triunfaríamos en la vida.
Y ahora no sabía si merecía la pena deslomarse más de lo que llevaba haciéndolo toda la vida.
Pero ese no era el único obstáculo con el que me había encontrado, que me había hecho tropezar y ver las cosas desde una perspectiva nueva.
Había sido ella. La razón por la que últimamente no dejaba de pelearme. La razón por la que ya no había podido controlar más mi vena más anarquista y largarme por ahí en cuanto pudiera, reivindicando cosas que en el fondo me daban igual, protestando por cosas que no conocía, pidiendo cosas que no deseaba... simplemente porque odiaba a aquella versión de mí mismo que había permitido que ella se alejara de mí y me hiciera daño, mucho daño, más daño del que nadie había hecho jamás a otra persona, más daño del que seguramente se podía hacer a alguien.
-No sé qué quiero... hacer con mi vida.
En cuanto las palabras salieron por mi boca me arrepentí de decirlas. Irle con un cuento así a papá era como irle a un león salvaje con un filete en la mano y esperar que no te intentara matar a ti después de probar el aperitivo que le despertaría el hambre y, a consecuencia, incendiaría la bestia que el animal llevaba dentro.
Papá tomó aire con fuerza, alzando los hombros, y se me quedó mirando un segundo.
-Escucha, Tommy; sé que puedes tener dudas, yo también las tuve, pero tienes que seguir adelante. Puede que aprovecharte de tu apellido y de todo lo que conlleva eso sea demasiado tentador, pero, créeme, no quieres triunfar por otro. No quieres vivir de otro.
Fruncí el ceño, pero me quedé callado.
-No desperdicies tu vida, ¿quieres?-me puso la mano en el hombro; ésa fue la señal para que me levantara. Me cargué la mochila al hombro y lo seguí hacia la puerta de la sala de profesores, sabedor de que a esta le seguirían varias, hasta encontrarme por fin en la calle-. Ya no sólo por ti, porque, créeme, es algo que duele, duele y mucho, y por lo que vas a tener que luchar. No lo hagas por mí. O, si eso no te sirve, no lo hagas por tu madre. No tires por la borda el sacrificio que ha hecho tu madre-parpadeé, incrédulo.
-¿Qué...?
-No harás nunca lo que llegué a hacer yo, Tommy-se limitó a decir como si no hubiera nada que pudiera hacerme cambiar de opinión más que eso. Y, tras revolverme el pelo de forma cariñosa, se giró y desapareció por el pasillo, sin demasiada prisa, casi disfrutando de un corto paseo. Seguramente no tuviera ninguna clase, o estuvieran ocupando su puesto y no le apetecía ir a recuperar su lugar en el sistema.
Miré al suelo, negué con la cabeza, me ajusté las tiras de la mochila y me saqué el móvil de la parte interna, donde nadie podría robármelo. Después de mucho tiempo debatiendo con Scott sobre dónde era mejor guardar el aparato, habíamos decidido que lo meteríamos en un compartimento secreto, hecho por nosotros mismos, donde nadie podría encontrarlo nunca. Llevarlo en el bolsillo era arriesgarlo tontamente; al fin y al cabo, no teníamos planeadas las peleas continuas en las que no parábamos de meternos.


Le envié un mensaje a mi mejor amigo diciéndole que me largaba a mi casa y caminé en silencio por los entresijos del pasillo, temiendo encontrarme con alguien que me obligara a volver a clase. Tuve suerte y, apenas dos minutos después de que terminara mi reunión con mi padre, ya estaba fuera. No llovía. Mi suerte aumentaba por momentos.