lunes, 30 de junio de 2014

Rehén.


No me percaté de que me había desmayado hasta que escuché una voz lejana, como pronunciada a través de montañas, exclamar:
-¡Ayudadme a quitármela de encima!
Abrí los ojos con las pocas fuerzas que me quedaban, preguntándome durante cuánto tiempo había estado dormida, grogui, o como quisiera que se llamara aquello. Tragué saliva, y me sorprendí al notar que tenía un sabor metálico. Había sangre en mi boca, además de corriéndome por la cara desde la herida de la frente y las del resto del cuerpo.
El mundo a mi alrededor no tenía sustancia; era incorpóreo salvo por aquella masa que me tenía bien agarrada. A sus ojos, era el objeto más preciado del mundo. Si no, no me explicaba por qué ponía tanto empeño en no dejar que la incorporeidad se hiciese cargo de mí.
Tras una sacudida, mis pies tocaron algo mucho más duro que la masa que me había sujetado. Me balanceé peligrosamente, y supe que me caería, y que me haría mucho daño. Efectivamente, pasó. La fuerza del mundo corrió hacia mí como si se hubiera acordado de repente de que existía, y la gravedad me tragó con toda la furia de quien descubre que tiene tareas pendientes.
Volví a cerrar los ojos, y las voces que siguieron a la caída desaparecieron: sólo estábamos el blanco del mundo, yo, y el pitido de mi cabeza. Fue lo único que me hizo saber que no estaba muerta.
Sentí muy de lejos, casi a través de una armadura que no recordaba haberme puesto, cómo alguien me levantaba. Escuché gritos e improperios mientras me movían, me separaban del mundo más blando y me arrastraban por el más duro. Me dejaron quieta. Volvieron a moverme. Me volvieron a detener en mi tortuoso avance de caracol vuelto sobre su concha.
-No sobrevivirá-dijo alguien, un chico, y supe que tenía razón. No recordaba aquella voz. Pero el suelo era demasiado familiar como para no estar en casa.
-Tiene que hacerlo; me ha costado muchísimo traerla-esta vez la voz era la de una chica, que jadeaba a causa del esfuerzo. Me resultaba familiar. ¿Blondie?-. Además, Louis no me perdonará que su juguete se haya roto antes de acabar sus juegos.
-¿Es de Louis?
-Es mía. Yo la cogí primero-replicó la chica, testaruda. Louis, Louis, Louis. ¿Por qué sabían quién era Louis? ¿Por qué no me mataban allí mismo si ya sabían del ángel, mi ángel de la guarda? No tenía ningún sentido.
-Sus heridas son muy graves. No podremos hacer mucho.
-Haced lo que queráis. No pienso renunciar tan fácilmente a mi primera runner. Además, Louis parece interesado en ella. No me extraña-alguien me movió el pelo, sentí una ráfaga de viento azotar mi cara. Una pestaña se desprendió de su sitio y voló por los aires, sin saber muy bien a dónde debía ir ni por qué se había escapado de mis párpados-; es bastante guapa.
-No puede juntarse con ella.
-Louis puede juntarse con quien le dé la gana, ¿lo has olvidado?
-Con ella, no-dijo el chico, tozudo. Dos troncos pasaron por debajo de mi cuerpo, sus ramas se curvaron y me sostuvieron con un calor que no era propio de la madera.
Puck, me estás haciendo daño, pensé a gritos, llenando el vacío con mis súplicas de que se detuviera o de que, al menos, tuviera más cuidado. No recordaba que la voz de Puck sonase tan rara, pero, ¿quién sabía? Bien podía estar medio sorda y oír mal. A eso debía deberse todo.
-Si muere, me encargaré perfectamente de que te dejen desarmado sin anestesia, y luego te tiraré desde el Cristal-amenazó Blondie, con una originalidad que no me esperaba de ella. ¿Desarmarlo sin anestesia? ¿A qué se debía aquello?
Un nuevo mundo blando se pegó a mi costado. Me balanceó varias veces, con ruido de tormenta muy lejana que se presentaba para destruir la poca calma que yo aún conservaba.
Con los relámpagos y sus correspondientes truenos de fondo, traté de recapitular. Pero es difícil mirar cuando no tienes ojos. No conseguí mucho.
-¿Qué llevas ahí?-preguntaban fantasmas que iban y venían. Intenté correr, moverme, perseguirlos, pero nada surtió efecto. Mis piernas apenas respondían, mis brazos colgaban inertes, bailando al son de un vals que no conseguía sintonizar en la radio.
-¿Y esos tatuajes?
-¿Es una de ellos?
-¿Va a sobrevivir?
A todos les respondía el silencio, y los fantasmas se iban por donde habían llegado, si es que alguna vez habían llegado a ningún sitio. Eso sí, antes de desaparecer sin dejar rastro, subían un poco el volumen de los lejanos truenos y su abundancia, de tal forma que llegó un momento en que apenas se oía nada más que el sonido de las nubes cargadas eléctricamente chocar las unas contra las otras, en una espiral de caos que pocas veces podría repetirse.
Entonces, llegó el terremoto.
El mundo que me sostenía vaciló un momento. Los troncos que me llevaban volando se movieron de forma tan violenta que creí que volvería a caerme (¿“volvería”?), las ramas desaparecieron, y otros troncos vinieron a recogerme.
-La ha traído Angelica.
No recordaba que Blondie se llamase en realidad Angelica. Ni siquiera sabía si me había dicho su nombre. Poco importaba. El caso era que me habían traído a casa, que me estaban depositando sobre algo frío y liso, y que por fin parecía que la tormenta había pasado. Desapareció en el más absoluto de los silencios.
-¿Se ha desmayado?
-No lo sé, no ha dicho nada y no se ha movido.
Tal vez esté muerta, y no pueda escapar de aquí nunca más, pensé.
-¿Qué quiere Angelica que hagamos con ella? ¿Intentamos insertárselas?
-Me parece que lo único que quiere es que la curemos. Nuestra leyenda viviente se ha encaprichado de ella-el sarcasmo de la voz me hizo preguntarme a qué se debía toda aquella fiesta de voces. En la Base nunca, jamás, iba nadie a recoger a los heridos, ni a preguntar cómo estaban, ni nada por el estilo. De ser así, en pocos minutos se interrumpirían todas las misiones, y casi nadie podría salir de nuestro edificio por temor a que llegase un nuevo lesionado y no poder enterarse.
Esperaba no estar realmente muerta. El protocolo cambiaba si había una muerte, más si eran varias, y si era en una misión muy importante, nuestra vida se paralizaba.
Me pregunté si los muertos serían conscientes de parte de lo que sucedía a su alrededor. Si realmente era así, me alegraría mucho se haber jurado ante el cuerpo aún caliente de mi pequeña hermana que no descansaría hasta poder vengarme y matar, al menos, a un ángel. Ojo por ojo.
Así ella sabría que lo habría intentado con todas mis fuerzas y que su marcha realmente me había dolido.
Cientos de manos me rozaron, me dejaron descubierta ante un frío que no me esperaba, y serpientes de bocas sin colmillos se clavaron en mi cuerpo.
-Tiene pulso.
-Está viva-susurró la voz del que me había traído, el Puck mutante. Alguien suspiró. Esperé que fuera Puck.
-Tiene mala pinta, pero creo que saldrá de esta-informó otra voz, esta vez la de una mujer, que no era Blondie. Tampoco era Blueberry. Parecía realmente mayor. No anciana, pero sí mayor. De las que se quedaban vigilando nuestras carreras.
-Bien. Iré a decirle a Angelica que su pequeña mascota se pondrá bien.
Y sonido de algo metálico arrastrándose, deteniéndose, y volviéndose a arrastrar.
Una luz penetró por mi campo visual y me hirió en lo más profundo de mi ser cuando alguien me movió un párpado.
-Decidme que no tiene ningún brazo roto.
-El desnudo.
-Bien. No debemos tocarle los tatuajes. Nunca nos han traído a ninguno con los tatuajes tan bien hechos y conservados. Vendádselos.
¿Qué pasaba con mis tatuajes? No era tan difícil volver a hacérmelos.
-Puede que esto de moleste un poco, runner-musitó una voz dulce, que no había hecho acto de presencia hasta la fecha. A continuación, me clavó una jeringuilla en el brazo. Sentí el líquido correr por mi cuerpo hasta que el frío se mezcló con el calor. Todo desapareció.
-¿La despertamos?
-Estaría bien, sí.
Les llevaron muchas sacudidas, momentos de espera y suspiros de frustración, pero por fin consiguieron que respondiera a sus estímulos y que la armadura que me llevaba cubriendo durante lo que parecía toda la eternidad desapareciera. Miré en derredor, intentando reconocer la sala. Por desgracia, no había estado nunca en todas las habitaciones de la Base. Sí que había frecuentado en cierta ocasión la enfermería, pero desde luego jamás había pisado todas y cada una de sus consultas. En cuanto lo hacías, te sentaban en una silla acolchada, cómoda, frente a varios monitores, y te hacían dar órdenes a cambio de no volver a tomar decisiones sobre la marcha.
Lo que me puso tensa fue que no reconocí ninguna de las caras con las que me encontré. Todos me miraban con la fascinación y la preocupación mezcladas en el rostro. Me hizo pensar que había estado muy mal, y que podría haber muerto. Seguramente era un milagro andante. Me pregunté si me exhibirían en alguna vitrina para recordarles a los aprendices que no estaba bien arriesgarse a lo tonto.
-¿Cuál es tu nombre?
-Kat-murmuré con un hilo de voz. ¿No sabían leer tatuajes, o qué? Los médicos que teníamos cada vez eran peores.
-Bien, Kat. Necesitamos que colabores. Vamos a pasarte unas luces para ver qué huesos tienes rotos. No te asustes.
Dicho eso, cogió una lámpara de mano que emitía una luz azulada, ligeramente violácea, y la paseó por mi cuerpo. El brazo de los tatuajes estaba bien. El desnudo, no tanto. Tenía una rotura a mitad del radio que hacía que una de las partes se clavase en el cúbito. ¿Por qué no me dolía si tenía tan mala pinta?
El doctor chasqueó la lengua. Pasó a mis piernas. Tenía una cadera ligeramente desplazada. Habría que arreglar eso.
Y no me dolía.
Oh, y me había roto una pierna. El fémur y el peroné. La tibia estaba bien.
Y no me dolía nada.
-De acuerdo. Vamos a soldártelos para que te recuperes, ¿eh? Volveremos a dormirte.
-¿Por qué no me duelen?-quise saber, pero otro líquido de un amarillo brillante ya estaba entrando en mi organismo.
Lo último que escuché fue el sonido de mi cabeza al caer y chocar contra una almohada que no había estado allí hasta hacía un segundo. Por supuesto, no noté nada.


Para cuando me desperté, la sala había sufrido una metamorfosis brutal. Estaba tendida en una cama, de proporciones épicas, mucho mayor que mi habitación en la Base. No podía haber lugares tan grandes en nuestro edificio. Me habían llevado a un lugar diferente.
Había muchísima luz, y no de la clase que procede de arriba, no. No era luz fluorescente, sino natural, luz solar, que se filtraba por unas enormes ventanas por las que podía pasar un humano perfectamente. Me incorporé, recordando todo lo que había pasado. Y esta vez pude ir más allá del mundo insustancial y el incorpóreo. Recordé la subasta. Lo anterior a esta, y lo posterior. La llegada al Cristal. La lucha por la supervivencia como nunca antes la había vivido. La azotea, las vistas, el ser la reina del mundo por un momento.
El ángel rubio, Angelica, atrapándome y tirándome por la azotea.
Y Louis volando y recogiéndome en medio de un resplandor azul.
Fui uniendo las piezas que no había conseguido asimilar y encajar en el puzzle hasta darme cuenta de lo evidente: si no había reconocido las voces, era porque no las había escuchado nunca. Si no había reconocido a los doctores, era porque había sido la primera vez que los veía.
Dios, era tan estúpida. Les había dicho mi nombre de runner. Ahora no podría correr más. Me matarían. Un bando u otro lo haría.
Temblando, me destapé con cuidado, esperando un ramalazo de dolor que jamás llegó. Observé mi cuerpo, y me fascinó no encontrar ningún cambio. Conté las cicatrices, y todas estaban allí, sin compañeras nuevas con las que jugar y de las que jactarme.
Cuando me decidí a alzar la vista, un pájaro de ojos azules y pelo castaño me estaba mirando, con la preocupación escrita en el rostro. Le sostuve la mirada, y supe que él no empezaría a hablar antes que yo.

Decidí hacer un esquema mental coherente antes de empezar con mi interrogatorio. Y mis huesos rotos sin cicatrices estarían en un lugar muy elevado.

jueves, 26 de junio de 2014

La emperatriz de la República.

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Sabía que iba a haber movida en cuanto abriera la puerta de casa y dejara caer las llaves a la par que mi abrigo. Que lo recogiera quien quisiera: yo estaba demasiado cansada. La fiesta había sido agotadora, la bebida habría corrido lo justo y habríamos bailado y tocado instrumentos toda la noche.
Habría tocado instrumentos sobre todo si me hubieran enseñado a hacerlo. Sí, si supiera cómo tocar una guitarra, sería probable que la utilizara en mi beneficio, pero, ¿para qué la quería? Mi mejor instrumento era mi cuerpo, que ya me había dado todo lo que quería a una edad escandalosamente corta.
Así que, para hacer tiempo, le busqué a mi instrumento favorito una funda. En lugar de coger un taxi y darle las indicaciones para ir a casa, decidí ir caminando y deteniéndome en cada escaparate de las boutiques que proliferaban alejadas de la zona rica. Se notaba sus esperanzas de moverse hacia el lugar donde la pasta se utilizaba para sonarte los mocos, pero, por las razones que fueran, aún no habían conseguido una mudanza ni una metamorfosis de seta del bosque a enredadera de mansiones. C'est la vie.
Mientras estudiaba un amoroso pañuelo en tonos grises y rosáceos, alguien me tocó el hombro. Me giré y estiré las comisuras de la boca en una sonrisa sarcástica. Las damas de honor de la abeja reina de su instituto estaban allí, frente a mí, deseosas de cumplir mis órdenes al pie de la letra con la esperanza de que yo tuviera a bien poner mi mano mágica sobre ellas y convertirlas en ídolos para todo el instituto. Cosa que, claro, no iba a pasar. Es decir, ¿cómo iba a permitir que semejantes seres, que llevaban una talla 38 y cuyos culos no habían catado ninguna mano porque necesitabas un GPS para no perderte en ellos, llegaran a algo en mi instituto? No mientras yo viviera, y no mientras quedase aún algo de mí, alguna pizca del bonito cadáver que dejaría si me sucediera algo. Algo trágico que me convirtiese en inmortal. Todo el mundo sabe que la gente que muere joven es recordada por siempre. Porque, ¿quién se acuerda del viejo de 84 años que vivía en su bloque que estiró la pata durmiendo?
Pero, ¿quién se acordaba de la niña de 7 a la que una enfermedad rarísima había hecho caer fulminada al otro lado del mundo?
Exacto.
-Priscilla. Caroline. Qué alegría veros-espeté con un veneno en la voz que hubiera atropellado a un autobús de poder conducir. Me lo imaginé con forma de tanque, enfocando su cañón hacia ellas y haciéndolas estallar en una explosión como no se había visto en aquella ciudad. A pesar de lo que había pasado cierto día de septiembre de hacía bastante tiempo. Oh, sí. Aquello sería un juego de niños comparado con lo que yo les tenía preparado a aquellas dos.
-¡Diana! ¿Qué haces tú por aquí?-dijeron al unísono, o más bien se turnaron para decir las palabras. Parecía que las tenían ensayadas. Qué asco daban.
-He estado en una fiesta esta noche.
Sus rostros mudaron de la ilusión a la confusión y luego a la tristeza mal disimulada. Si había algo que me daba más asco que la gente asquerosa, era la gente que no sabía disimular. ¿O sería que el no saber disimular contribuía aún más al ser asqueroso? Nadie lo sabría jamás, porque a mí no me quedaban fuerzas psicológicas y de voluntad para averiguarlo, y sólo aquella clase de pordioseros se manifestaban en mi presencia.
-No sabíamos nada.
-Es una pena. Me lo he pasado muy bien. ¿Qué habéis hecho vosotras?
-Pues la verdad es que...
-Genial, chicas, me ha encantado veros-dije, tocándoles a cada una el hombro contrario. Se juntaron un poco entre ellas, como esperando que las abrazara. Pues que esperaran sentadas y, a poder ser, con comida a mano, porque yo no iba a hacer nada por el estilo-. Ya hablaremos mañana en el instituto, ¿eh?
Y, sin darles tiempo a responder, pasé entre ellas (se las apañaron con su estupefacción y consiguieron hacerse en el momento justo a un lado), y me alejé de aquel par de personas tristes, y del pañuelo que tanto me había encantado. Una razón más para odiarlas.
Sentí sus ojos clavados en mí durante todo el trayecto a casa, a pesar de que sólo me habían mirado con aire desesperado y triste hasta que un edificio creyó que ya se habían autocompadecido bastante de sí mismas, y se puso entre nosotras, ocultándome de la corriente de pena que me azotaba la espalda y trataba de instaurarse en mi corazón. Lástima. La vida no era justa para nadie, y si querías ganar, necesitarías luchar por la victoria.
Ojalá pudiera decir que no llegué a casa con el mal humor aumentado por ese encuentro, que me habían sido indiferentes, pero la verdad es que estaría mintiendo. Echaba humo cuando entré en el ascensor, y seguramente hubiera conseguido que mi cabreo subiera la temperatura de aquella caja metálica tan necesaria y vital en mi ciudad varios grados. Tenía los puños apretados, y sentía las uñas postizas clavárseme en la palma de las manos, como si quisieran distraerme de mi estado mental.
Llevaba varios días más insoportablemente irascible que de costumbre, y lo peor de todo era que me gustaba, porque mamá no mostraba su rabia casi nunca (en el caso de que la tuviera), y papá era demasiado bueno para estar enfadado con alguien más de medio minuto seguido.
Habría barajado la posibilidad de ser adoptada de no ser por mis ojos verdes, los que todo el mundo decía que eran la “marca registrada Styles”. Sí, bueno, la verdad es que no estaban mal, y eran bastante exclusivos. Mi pelo rubio... simplemente se debía a un buen tinte. En Nueva York otra cosa no, pero estilistas teníamos un rato.
No podías triunfar en el mundo de la moda teniendo el pelo marrón y los ojos verdes. O al menos yo no quería triunfar así. El pelo marrón era el de las perdedoras. El rubio era el de las tops. Y yo ya había ganado naciendo donde había nacido, era demasiado de la realeza como para dejar que una rubia gilipollas y esquelética me pisoteara sólo porque el color de su pelo tendría comparaciones fáciles con el sol... mientras que el mío podría ser equiparado al chocolate, y eso si los poetas que se refirieran a él tenían el día inspirado
Saqué las llaves del bolso y las ensarté en la cerradura como haría un gladiador romano con otro en la final de los juegos. ¿Cómo se llamaban aquellos puñeteros juegos? No, Olimpiadas no. Ahí había tocado papá, y no había gladiadores.
Joder, ¿por qué no me habían puesto a un profesor guapo de historia? La vida era demasiado injusta.
Me contuve lo suficiente (con muchísima sorpresa por mi parte) no abriendo la puerta de una patada y bramando que ya estaba en casa con el tono del dragón que descubre intrusos en el castillo que está custodiando. Oh, cómo me gustaría escupir fuego. Sería muy útil contra los pordioseros.
Por suerte o por desgracia, la primera persona a la que vi fue a mi tía Gemma. ¿Qué coño estaba haciendo allí? Se suponía que estaba en Londres, trabajando en no sé qué estudio fotográfico. Se había mudado con mi padre los primeros años que papá había pasado en Nueva York, pero había terminado decidiendo que aquella ciudad era demasiado algo para ella, y había terminado volviendo a su Londres natal.
Yo ni en broma cambiaría Londres por Nueva York, y quienquiera que lo hiciera no se esforzaba demasiado por ocultar su severa enfermedad mental. Es decir, ¿estamos tontos? Si en Londres ni siquiera saben conducir por el lado correcto. Me extraña muchísimo que cada día no atropellen a varios cientos de personas.
Un pensamiento que en mi casa se castigaba duramente pasó por mi cabeza, y sonreí con malicia al plantarlo en mi mente justo cuando tenía a mi tía delante: Ingleses.
-¿De dónde vienes?
Oh, guay, ni “hola” ni todas esas cosas. No, cuando vas a casa de su hermano y pillas a tu sobrina entrando por la puerta, en lugar de decirle “Ey, Diana, guapa, ¿cómo estás? He venido de visita. Te veo muy bien” prefieres pedirle explicaciones sobre qué ha hecho la noche anterior, cuántas drogas ha tomado y cuántas pollas han entrado en su cuerpo. Me gusta la idea. Debería ponerla en práctica más a menudo; seguro que realza el cutis.
-De por ahí-contesté, encogiéndome de hombros. No le daba explicaciones a nadie de mi continente, ¿iba a dárselas a mi tía? Ja.
Más tarde me arrepentiría de no haberle dado una respuesta más desarrollada, como “de los genitales de mi madre”. Sonaría un poco cursi, pero a mamá no le gustaba que ni papá ni yo dijésemos tacos en su presencia, y si ya estaría caliente por mi resaca y posterior añadido de sustancias estupefacientes (vamos ahí con mi vocabulario hermoso), no sería una buena estrategia el ir por la vida chuleándome (más de lo que ya lo hacía normalmente).
En lugar de mi frase filosófica, espeté:
-¿Qué haces aquí?
-Tus padres están preocupados.
-¿Haces que mis padres estén preocupados?
En el fondo, tía Gemma me caía bien. Era una buena tía. Era legal. Sabía mantener el pico cerrado cuando merecías que lo tuviera. Tal vez en ese momento yo no lo mereciese, pero... nos llevábamos bien. Nos picábamos hasta el punto en que fuera necesario para conseguir lo que quisiéramos la una de la otra.
-No; eso lo has hecho tú.
-Las vistas del Empire State a estas horas son geniales. La luz se refleja en los cristales de los pisos superiores y puedes ver el arcoíris atravesar la ciudad si tienes una buena lente-informé, quitándome el abrigo y dejándolo en el pequeño mueble de la entrada. Que lo recogiese quien quisiese, porque yo me iba a dormir un poco más. El paseo desde los suburbios a casa me había dejado agotada-. Date prisa.
Gemma puso los ojos en blanco, dio un sorbo de la bebida que tenía en la mano, se dio la vuelta con maestría y se alejó. Pude constatar que había cambiado de tinte. Aquellas mechas californianas rubias no eran a las que nos tenía acostumbrados.
Contemplando que todo estuviera en su sitio, atravesé el gran salón en dirección a las escaleras que conducían a mi habitación, en el último piso de aquel edificio, con las mejores vistas de todo Manhattan y, por ende, del mundo. Pero cuando estaba a punto de alcanzar la escalera metálica de caracol, una voz me interrumpió en mi escalada.
-¿Diana?
Mierda, joder, mierda, musité al borde de las escaleras, agarrándome a la barandilla y dándole patadas al aire. Si me hubieran grabado, podrían usar esa coreografía improvisada para el videoclip de despegue de algún artista callejero. No me importaría. Sería publicidad; tal vez mala, pero publicidad al fin y al cabo.
-Diana-repitió aquella voz de mujer, en tono suave pero firme. Como se me ocurriera poner un pie en el primer escalón, mamá llamaría a las fuerzas de Satán y haría que me colgaran boca abajo de la azotea mientras me gritaba la bronca del día, igual que en El lobo de Wall Street.
¿Por qué no había nacido antes, señor? ¿Por qué no había podido conocer a Leonardo DiCaprio más joven y poder follármelo? Qué injustísima era la vida.
Me mordí el labio inferior, callando al camionero texano que llevaba dentro, y me desvié en mi travesía para meterme en la cocina.
Mamá y papá estaban los dos juntos, sentados uno frente al otro, en la pequeña mesa donde se trituraban las cosas antes de echarlas a freír, cocer, o sucedáneos. Los ojos marrones y verdes se giraron a la vez hacia mí, y luché por no estremecerme, diciéndome que dos miradas no podían hacer nada en mi fortaleza si había desfilado en las mejores pasarelas del mundo.
Fracasé en mi intento.
-¿De dónde vienes?-inquirió mamá con una mirada gélida, que poco dejaba entrever la existencia de una mujer cariñosa que lo habría dado todo por ti. Ahora era una leona a la que no le gustaba lo que tenía delante.
Constaté que papá no se movía de su sitio y seguía con los ojos clavados en los míos. También había dureza en aquellos ojos verdes, pero no era nada comparado con lo que me tocaba sufrir con mi madre.
-De casa de Nate. Os lo dije.
-Llamamos a sus padres y nos dijeron que no estabais en su casa.
-Ellos están de vacaciones en la costa Este.
-Hablaron con el servicio.
Oh, claro, el servicio. Se me había pasado por completo las casi esclavas que tenía Nate paseándose por casa, una de las cuales tenía pinta de modelo de los catálogos de ropa que se vendía exclusivamente por Internet. La tía tenía esperanzas de que Nate la sacara del mundo del servicio y le otorgara sirvientas; Nate sólo quería de ella polvos rápidos sin compromiso ninguno, con el plus de que no tenía que salir de casa para disfrutar de sexo fácil.
-Estábamos en los suburbios. También os lo dije-repliqué, tozuda, sabiendo que ni lo había mencionado ni había pensado en ello. Conocía a mis padres. No les molaba demasiado que me dedicara a dar brincos por toda Nueva York sola, y mucho menos cuando iba a una fiesta, porque era cuando más guapa iba y más violadores en potencia poblaban las calles.
-No habrás venido en metro-intervino mi padre por fin, con la preocupación tildándole la voz con tonos más agudos de lo normal. Su voz adormilada casi había sonado como la de una persona normal.
Puse los ojos en blanco y me limité a mirarlo.
-Claro, papá, y luego me he puesto a repartir mis accesorios de Chanel por ahí. Por favor.
Papá no se merecía aquel trato, pero me estaban calentando más de lo debido, y nadie quería calentarme más de lo debido, especialmente cuando venía medio drogada a casa.
-¿Qué has bebido?
-Cosmos-susurré, frotándome la cara y bostezando-. ¿Podemos dejar esta conversación para más tarde? Estoy agotada. La verdad es que ni siquiera sé qué hago todavía despierta cuando tenemos un acuerdo no establecido de que me preguntáis sobre lo que hago con mi vida después de que pueda pensar con tranquilidad las respuestas que daros.
-Lo sabemos, Diana.
-¿El qué?
-Lo del instituto.
Como no especificaran más, me vería obligada a llamar al CSI para que me dijeran de qué diablos estaban hablando. Una no puede estar al tanto de todo lo que pasa en su instituto, por mucho que sean tus dominios y tus palabras sean la ley que se talla en la piedra para que soporte al paso de los siglos, no puedes estar atenta a todo, ni preocupándote por todo. Ya ni siquiera sabía de qué promoción iban a ser las crías que me paseaban los libros mientras iba del brazo de Zoe, riéndome de los accesorios que las demás estudiantes añadían a sus uniformes, en un empeño por parecerse a mí.
-¿Qué del instituto?
Me tendieron un sobre marrón, con la apertura rota. Antes había tenido pegamento para encerrar bien los secretos que contenía, algo así como una caja de Pandora, pero, al igual que en el mito romano (tenía que ser romano, si no, ¿por qué algunas palabras estaban en latín en las pulseras de cuentas que poblaban mi casa y para las que mi madre había diseñado una línea veraniega?), el contenido se había vertido sobre el mundo y había traído la desgracia consigo.
Dejé mi bolso sobre la mesa para tener las manos libres, y recogí el pequeño paquete plano con manos curiosas, en las que se adivinaba un Párkinson momentáneo. Mi estómago se revolvió: ya sabía lo que iba a ver antes incluso de que mis ojos los tocaran con sus poderes sobrenaturales.
Abrí la boca en un gesto de horror, estudiando lo que había allí dentro. Todos mis secretos al descubierto, los más oscuros, recopilados con mano dura y apresados dentro de dos paredes de papel, una cárcel de marrón débil preparada para que se escaparan.
Alcé los ojos cuando mi madre se levantó, y me fulminó con la mirada, haciéndome sentir muy pequeña a pesar de que era más alta que ella. Había heredado la estatura de mi padre, los ojos de mi padre, y el pelo de mi madre. Gracias a Dios, también me había dado su elegancia. No todo lo que me había regalado era malo, al fin y al cabo.
-¿Quién te crees que eres, Diana? ¿Cómo te atreves a destruir así todo por lo que tu padre y yo hemos trabajado tanto para darte?
-Estamos muy decepcionados contigo, Diana-intervino mi padre, asintiendo con la cabeza. Su expresión me dolió más incluso que los gestos de mamá, que empezó a gritarme cosas incoherentes debido a un acento horrible que no le había escuchado nunca. No tenía nada que ver con el acento inglés de mi padre, aquel que no había perdido a pesar de años viviendo en la Gran Manzana, ni con el acento neoyorquino que había terminado adquiriendo y que tan acorde era con su manera de ganarse la vida. Parecía extranjera. Me sorprendió que lograra concordar con coherencia los verbos con sus sujetos.
-...¡todo lo que hemos sacrificado por ella, Harry! ¡Todo a lo que renunciamos para que nos salga con esto!-dio una manotazo al sobre, que cayó sobre la mesa y desnudó mi alma y sus entresijos más oscuros. Yo observé lo que me habían hecho sin poder dar crédito aún.
Estás borracha y vas a despertar en casa de Nate, y todo habrá pasado, en realidad estás soñando.
Despiértate, Diana.
Despierta.
Por mucho que me hiciera a mí misma reaccionar, no lo conseguía. Me eché a temblar cuando mi madre se acercó a mí.
-Noemí-llamó papá con una voz pacificadora que no había tenido que usar nunca con mi madre. Cada vez que había bronca en casa, se limitaba a levantar la voz en cuanto yo empezaba a dar gritos, harta de que se me tratase como a una niña pequeña cuando ya tenía más carrera que mi madre a mi edad.
-Llevamos sospechándolo más tiempo del que te puedes imaginar, Diana. Más tiempo del que nos gustaría. Ojalá nunca hubiera entrado este sobre en esta casa, pero, ¿de quién es la culpa? Desde luego, no del mensajero.
-¿Quién lo ha traído?
-Cállate, Diana. Cállate-instó papá, negando con la cabeza y tapándose la cara con las manos. Mamá se apoyó en la mesa, lo miró y empezó a hablar de nuevo, sin apartar los ojos de él, de manera que creí que estaba excluyéndome de la conversación y que lo peor había pasado.
Pero no. Aquello solo fue el ojo del huracán.
-Lo hemos hecho lo mejor que hemos podido, bien lo saben los de arriba que lo hemos intentado con todas nuestras fuerzas-se frotó la cara, posó su mano en la cadera y me observó con una mirada reprobatoria, durísima-. No me arrepiento de nada de lo que he hecho para educarte, Diana, excepto de una cosa: el no haber sido capaz de hacerlo mejor.
-Pero eso no es culpa mía...-señalé con un dedo tembloroso las fotos, la carta, todo aquello que se contaban sobre mí. Qué defensa más patética el no poder recurrir a un grito glorioso de “¡Eso es mentira!”.
-Oh, no. Puede que haya pequeñas cosas que no hayas hecho a propósito, Diana, pero... la mayoría es culpa tuya. Tienes demasiada libertad.
-Como todos mis amigos-murmuré, empequeñeciéndome y sintiéndome como si me estuviera creciendo lana, mis manos y pies se apretaran hasta ser pezuñas, y observando con espanto cómo mis padres veían sus dientes crecer y hacerse puntiagudos como dagas. Su piel se volvió negra y peluda, sus ojos amarillos y sedientos de sangre.
-Sí, como todos tus amigos. Como todo Nueva York. Por eso, tu padre y yo hemos estado hablando...-mamá loba miró a papá lobo, que asintió con la cabeza. Al menos él no tenía el hocico arrugado en una mueca sobrehumana que no dejaba nada a la tranquilidad.
-Te vas a Inglaterra a pasar unos meses. Tienes que cambiar.
El susto me esquiló. Abrí los ojos como platos.
-¿¡QUÉ!?
-Ya lo has oído. Te vas unos meses a vivir con los Tomlinson.
Ni siquiera me alegré de que no hubieran elegido a los Malik o a los Payne. Horan era un caso perdido. Louis me caía bien porque era auténtico, en el fondo sabía que era como yo, borde e hijo de puta cuando era necesario, sin escrúpulos, un cabrón integral que se había hecho fuerte gracias a eso.
-No-susurré, negando con la cabeza. Me escocían los ojos y se me nubló la visión. Mamá me contempló impasible; estaba más que acostumbrada a mis trucos de mujer para conseguir lo que quería.
Lo más doloroso fue que papá no movió un músculo ni se levantó para calmar a su niña, como siempre hacía cada vez que me echaba a llorar. Así conseguía todo lo que quería.
Pero las lágrimas dejaron de ser balas de agua y sal que pudiesen traspasar la coraza de mi padre.
-Diana, déjalo, ya no eres una cría.
-Por favor, mamá, papá, por favor, no quiero ir, no puedo ir, mi sitio está aquí, tengo los desfiles, a mis amigos, el instituto, el viaje de fin de curso, la graduación, ¡oh dios mío el bailenovoyapoderiralbailenoserélareinaseréunafracasadaohdiosmíoNO!-chillé, sintiendo cómo mis piernas me fallaban y me caía al suelo, clavando las rodillas como si creyera en algo que estuviera por encima del as nubes y que rigiera los destinos de los demás.
No podían arrancarme de cuajo de mi vida. ¿Qué coño era para que me extirparan así? ¿Un maldito tumor? Si me hubieran dado a elegir entre tirarme por la ventana o ir a Inglaterra, yo misma habría abierto el puto cristal.
Claro que también prefería tirarme por la ventana de un quinto piso a hacer servicios comunitarios, pero es que los servicios comunitarios eran peores que ir a Inglaterra. En Inglaterra al menos conservabas una pequeña reputación. Limpiando las mierdas que otros dejaban por las calles, la tarea se volvía muy difícil.
-Levántate del suelo, Diana. Esta tarde vas a tu instituto a recoger las cosas de tu taquilla-ordenó mamá, apartándose de mí y saliendo de la habitación. Ojalá tuviera la dignidad de llorar un poco por mandar a su hija al otro extremo del mundo. Ojalá tuviera un pequeño trozo de corazón.
-He ido esta mañana, pero, como has cambiado la combinación que tenían apuntada, no he podido hacer nada-murmuró papá, poniéndome una mano en el hombro. Me la sacudí, todavía con mis manos en el rostro, sin ver el suelo que tenía a escasos centímetros.
¿Qué había sido del bueno de mi padre? El que no podía vivir sin mí. El que cuando preguntaban por mí apenas acababa de nacer, decía con una sonrisa bobalicona en los labios “me tiene loco”.
Él no me dejaría marchar así. No. Tenía corazón y se dejaba guiar por él. En el fondo era bueno y no le gustaban las injusticias.
La leona de mamá no podía habérselo comido.
-No puedo creer que hayas accedido a esto-acusé, incorporándome con un dolor en el pecho increíble que apenas me dejaba moverme. Papá volvió a ponerme una mano en el hombro-. ¡¡NO ME TOQUES!!-bramé, girándome y azotando el aire con mi pelo. Me imaginé que tenía vida, como el de Medusa, y que me vengaría por las afrentas a las que me habían sometido.
Corrí a mi habitación y di un portazo que hubiera hecho desmoronarse a media ciudad.
¿Ir a Inglaterra? ¿En serio?

Eso era demasiado cruel. Incluso para mí.

lunes, 23 de junio de 2014

Filo.

Después de salvarme la vida y planear sobre mí un segundo, comprobando que ningún cazador pudiera aprovecharse de mi debilidad, mi ángel cayó en picado y se inclinó hacia mí. Me sostuvo el rostro entre las manos y me miró con ojos llorosos. Tal vez le asustara ser bueno, encontrar aquello que en mí se había manifestado mucho antes y con lo que estaba a gusto, y feliz. Me acarició la mandíbula con los pulgares.
-Cyntia, Cyntia, quédate conmigo, por favor, no cierres los ojos, no te duermas, ¿vale? Estarás bien, yo cuidaré de ti, te pondrás bien-murmuraba, y me apretó contra su pecho. Era cálido y dulce, pero a la vez duro, lo suficiente como para considerarlo un hogar, aquel sitio en el que me sentía segura. Me acarició el pelo, y cerré los ojos ante esa muestra de cariño que hasta hacía unos minutos no me esperaría, y no desearía.
O eso pensaba.
Puse todo el empeño del mundo en mover la mano y colocarla alrededor de él, indicándole que no quería irme sin luchar. Él, por su parte, se sentó tras de mí y tiró lo justo para tenerme acunada y caliente a base de su calor corporal. Me di cuenta de que tenía frío.
-Esto no es el fin, ¿vale? Te llevaré a casa. Allí te curarán.
Un rastro de conciencia y lucidez se preguntó a qué casa iría: si a la suya, o a la mía. Por el tono con el que hablaba, parecía que me llevaría a la mía. Me estremecí. Lo matarían en cuanto lo vieran aparecer, y después yo no tendría nadie que me cuidara ni que velara por mí en mis caídas. Necesitaba un ángel de la guarda, todos lo hacíamos. Yo ya había encontrado el mío, y no quería que nadie me lo quitara.
A través de los ojos entreabiertos, dibujándose a medio diluir entre mis pestañas, el Cristal brillaba como nunca antes. Traté de rememorar lo que había pasado: la caída, la aparición de los ángeles, el viento de la azotea, la sensación de ser la reina del mundo, la sala del centro de control de la ciudad, el hueco de los ascensores, la gran sala en la que nos esperaba la policía...
...Wolf...
… el párking, los conductos de ventilación, las salidas de mantenimiento, los runners que se detenían en sus misiones para escoltarnos, los abrazos y despedidas a todos los demás runners. Blueberry contemplando cómo me preparaba y siendo la última en dejar de aplaudir cuando aparecí en la subasta tanto tiempo atrás.
El edificio brillaba con luz propia, como si del capullo de una mariposa luminosa se tratara. Se distinguían ya los primeros rayos de luz en el cielo, que rasgaban el negro con tonos rosáceos que se iban haciendo más y más poderosos a medida que el negro perdía la batalla. No había estrellas; las luces las ahogaban por doquier. Sólo podías disfrutar de ellas en la Cima del Mundo, o en lugares de gran oscuridad, como, por ejemplo, el techo de la Base.
Una sombra se movió a mi izquierda, y Louis se puso en tensión en cuanto ésta hizo acto de presencia. Con un esfuerzo abismal, conseguí mover la cabeza y contemplar a Blondie, que nos miraba a ambos sin comprender qué estaba pasando. Sacó su pistola del cinturón, quitó el seguro y apuntó directamente a Louis. Me habría gustado ponerme entre ambos, ser un escudo cuando más necesitaba que me escudaran a mí. Pero apenas podía moverme.
-Déjala en paz.
-Por favor-intenté decir yo, y las palabras se confundieron de labios y surgieron de los de mi ángel. Sus alas se agitaron en un gesto que más tarde identificaría de rendición-. Por favor, déjame curarla. La caída ha sido muy fuerte.
-¿Por qué la habéis recogido? ¿Crees que voy a dejar que os la llevéis?
Louis me apretó más contra sí al oír esas palabras. Lo comprendí: Blondie no iba a disparar a un ángel, no sin antes dispararme a mí y asegurarse de que no podían utilizarme como rehén, con todo lo que aquello implicaba.
-Hay esperanza-musitó él, derrotado. ¿No podía arrastrarme hasta un lugar seguro con aquellos dos miembros enormes y blancos como las nubes de un día de verano?
-No para ti.
Sus alas se cerraron un poco en torno a nosotros. ¿Sería verdad que podían hacer magia?
La expresión de Blondie resultaba imperturbable. Jamás hubiera podido decir qué se proponía, en qué pensaba, qué opinión le merecía mi mano alrededor de la cintura de Louis, aferrada a él como los moribundos se aferran a la vida. Cerré los ojos.
-Por favor. Podemos curarla. No quiero que muera.
-No vais a experimentar con ella.
-No hemos venido a por ella para que experimenten. Deja que me la lleve. Vosotros no podéis curarla, pero nosotros sí.
Ella frunció el ceño. La mano que sostenía la pistola tembló. Me giré para mirarla, la observé con atención. Sus ojos me estudiaban con cautela: no estaba segura de si estaba en plena posesión de mis facultades, pero, ¿quién lo estaba? No volvería a caer después de semejante caída. Louis había tardado demasiado en cogerme. Apenas notaba algo más allá de la cintura. Si tenía piernas, desde luego, no se estaban afanando en hacer acto de presencia.
-Blondie-musité, y ella se acercó a mí. Louis se puso aún más tenso. Comenzó a respirar en silencio, temiendo que sus simples inhalaciones desataran la ira con la que seguramente lidiaba mi compañera y amiga en esos momentos.
Con los pasos que dio ella, entró en el círculo de luz de una de las farolas de la azotea. Pude comprobar que estaba llena de sangre: sangre en su pelo sangre en la ropa, sangre manando de una herida del brazo...
-¿Qué?-pregunté, porque sabía que no necesitaba más.
-Subieron arriba. Me tocó distraerlos. Wolf y Fire se han ido, y Perk... bueno, él subió arriba contigo, y nunca más bajó.
Suspiré, y me dolieron todas y cada una de las costillas que conformaban mi caja torácica.
-Cuida de Blueberry. Dile a mis padres lo que ha pasado. Haré lo posible por volver sana y salva a casa lo antes posible.
Blondie alzó la vista hacia mi captor y salvador.
-¿Cuándo será eso?
-En cuanto pueda.
La runner frunció el ceño.
-Y, ¿por qué la ayudas?
-¿No es evidente?
Blondie asintió con la cabeza.
-Jamás pensé que fuera verdad que pasó algo en la misión en la que la hiciste fallar.
-Yo nunca pensé que me pasaría algo con alguien que no puede levantar los pies del suelo, y sin embargo, aquí la tengo-murmuró él, sujetándome con fiereza pero dulzura a la vez. No me dejaría marchar tan fácilmente.
-Por esta vez pase, pájaro. Pero si te veo alguna vez por las calles, no dudes que practicaré el tiro al blanco contigo-susurró, encañonándolo y haciendo bailar el cañón de la pistola a medida que hablaba. Sin embargo, ninguno de los dos temió que se disparara sin querer: le había puesto el seguro antes de iniciar aquellos bailes.
-Vete, runner. No he venido solo, y créeme si te digo que cuando somos dos, nos volvemos mucho más cabrones.
-Como le hagáis daño, os mataré-replicó, reculando y mirando al cielo un segundo. Una sombra se movía en las alturas, dejando una mancha negra sobre el cielo albar.
-Entonces, ¿qué hago aún respirando?-replicó el ángel, pero ella ya se había marchado. Sin decir adiós. Porque decir adiós, era olvidar, algo que no podíamos permitirnos en aquellos tiempos.
Louis me volvió a dejar totalmente en el suelo, me acarició la mejilla y me contempló con gesto colmado de preocupación. No le quedaba ver tener las cejas alzadas y fruncidas, la boca torcida, y los ojos chispeantes. Debía dejar de mirarme así si no quería que me derrumbara y llorara como pocas veces lo había hecho en mi vida.
No como en el funeral de mi hermana, eso por descontado. Y no como lo haría cuando asumiera totalmente que me iba al lugar de donde habían salido los asesinos de tantos y tantos compañeros míos, con alguien que probablemente también había matado a algunos de aquellos.
-No digas nada-murmuró él, y yo pestañeé a modo de asentimiento.
En dos minutos de silencio, sólo roto por el susurro de las alas de su compañera a medida que descendía hacia nosotros, pude pensar en muchas cosas: en cómo nos habíamos conocido, en cómo me había castigado a mí misma por sorprenderme pensando en aquel primer beso, en cómo me había aterrorizado la sola idea de que me consideraran una traidora.. y ahora allí estaba, esperando a que me llevaran a la Central de Pajarracos Express, donde todo eran diversión y golosinas para aquellos que tenían alas, ¡yupi!, y donde se torturaba a los que volábamos entre tejados aun careciendo de ellas, ¡jo!
Angelica aterrizó con mucha elegancia, apenas rozando la superficie en la que nos sosteníamos con los pies, y luego dejando caer las alas y arrastrándolas tras de sí. Eran mucho más grandes que las de Louis, con muchas más plumas, y parecían mucho más poderosas... y pesadas. Tal vez por eso no pudiera sostenerlas erguidas como siempre lo hacía Louis.
-El de arriba está encerrado. Podemos llevárnoslo cuando quieras-informó sin hacerme caso. Yo gemí. Louis me lanzó una mirada asesina, cargada de desprecio. No supe si se debía a que no había obedecido lo que me había dicho, o a que estaba metido en un papel extremadamente convincente.
Me imaginé lo que debía ser tener que cuidar de mí en aquel momento; bailar al filo del espejo sin que nadie más se diera cuenta de su inestabilidad. Era admirable la entereza con la que lo llevaba, al menos, delante de los suyos.
-También nos llevaremos a esta.
Temblé de miedo. Una parte de mí comenzó a gritar en mi interior, preguntándose cuál de los dos Louis era el verdadero, y cuál simplemente un producto de un papel muy ensayado y un actor con muchas tablas.
-No podremos con los dos.
-Entonces nos llevaremos sólo a esta.
Angelica se lo quedó mirando.
-No hay alas para los dos.
¿Qué?
-¿Y si uno no sobrevive? Así tendremos otro de recambio. Venga, Angie, tienes que reconocer que las cosas no están tan mal como las pintas.
El ángel rubio se quedó un momento en silencio, contemplando al de pelo castaño con los ojos entrecerrados.
-Te gusta.
-Es guapa-replicó Louis, bajando la mirada un segundo hacia mí y recorriendo mi cuerpo dolorido y prácticamente inútil con los ojos.
-Es peligrosa. Ya has visto la luz azul, y sabes lo que significa. ¿Llegaste, siquiera, a cogerla?
Él negó con la cabeza.
-Una razón más para llevárnosla, para poder interrogarla. ¿Cómo ha hecho eso?
-¿Cómo he hecho qué?
-Anda, pero si habla-susurró la chica, inclinándose hacia mí y dejando que algunas plumas sueltas me acariciaran las piernas desnudas. Vaya, pues sí que sentía algo; algo muy lejano, pero algo al fin y al cabo.
-Cómo has conseguido activar unas alas que funcionan vinculadas con el ADN, runner-replicó Louis con tono frío, que heló mi corazón.
-Yo no...
-Y de dónde has sacado la bomba.
Negué despacio con la cabeza, y Louis sonrió, satisfecho.
-¿Ves por qué tenemos que llevárnosla?
Angelica asintió con la cabeza.
-Pero yo me encargo de ella. Tú... llévate al otro. O espera a que lleguen refuerzos.
Él se limitó a asentir con la cabeza, luego, se quitó un cinturón que traía puesto y se lo tendió a la chica. Mientras ella lo manipulaba, él me levantó sin el menor gesto de preocupación por mi estado de salud. Gruñí varias veces, gemí otras tantas e incluso solté una exclamación cuando me hizo ponerme en pie sujetándome por la cintura, clavándome las uñas en las costillas más de lo que dictaba la ley. Aquello ya era regodeo.
-Ven aquí, ya está bastante herida.
Angelica se adelantó varios pasos, hasta pegarse a mí, y me pasó el cinturón por el pecho. Me dolía hasta respirar. Noté cómo el color me abandonaba el rostro, y ella sonrió al verlo.
-¿Has volado alguna vez, runner?
-¿Eres tonta, Angelica? Si me he quedado cuidándola es porque podía volar.
Ella no contestó, se limitó a sonreír con autosuficiencia y alzar una ceja.
-Pásala también por las piernas. No quiero llevarla colgando.
-Te costará volar.
-Para eso tenemos dos cinturones-respondió la chica, y él obedeció. Me pasó la cinta por las piernas, y luego las unió a las de ella, apretándola tanto que me apeteció volver a gritar. Tal vez, si lo hubiera hecho, le hubiera roto un tímpano a la paloma gigante y gilipollas que se encargaría de llevarme. Puede que el quejarse no fuera sólo inconvenientes.
-Y ocúpate de que no pierda la bomba. Una vez vinculada con ella, no funcionará con otro. Puede ser útil arriba.
Angelica alzó el vuelo perdiendo toda la elegancia de la que había alardeado hasta entonces. Nos tambaleamos en el aire y en varios momentos tuve la certeza de que íbamos a caernos, pero consiguió mantenernos flotando sin más apoyo que el de sus monstruosas alas hasta que mi ángel despegó también. El chico nos dirigió una última mirada de consideración, y se lanzó como un bólido en un abrir y cerrar de ojos hacia el cielo, escalando el Cristal sin más ayuda que la de unas alas que no deberían estar en su espalda.
-No se te ocurra disfrutar del viaje-me advirtió mi nuevo taxi aéreo, y en un abrir y cerrar de ojos el viento me azotaba la cara, me enmarañaba el pelo, y hacía que no pudiera ver nada de lo que tenía debajo. Oí su suspiro más allá de los silbidos del viento-. Por dios, levanta la cabeza. Cógete a mí si quieres.
Consideré no hacerlo, pero sabía que el viaje sería un poco largo y que no estaba para más molestias. Y la verdad era que en menos de un minuto de viaje ya me dolían muchísimo las cervicales, de llevar el cuello colgando y luchando contra la fuerza del viento. Si seguía así, podría incluso rompérmelo, y adiós juguete para los ángeles, adiós vuelta a casa, y adiós venganza prometida a una niña muerta.

No era aficionada a incumplir mis promesas y a las despedidas, de modo que alcé los brazos y me aferré al cuello de la chica. A ninguna de las dos nos gustó aquello, pero hubo que tragar. Ella podía distraerse obligando a sus alas a mantener un ritmo constante, y yo podía mirar los edificios entre los que pasábamos a toda velocidad. No intercambiamos palabra, pero era mejor así. No íbamos a hacernos amigas nunca, así que, ¿por qué conversar cuando podías maquinar la forma en la que condenarla a correr siempre, porque le arrancarías las alas?

domingo, 22 de junio de 2014

Ambitious.

La ambición es lo que mueve el mundo. Es lo que hace que el sol nos ilumine y caliente en su intento de cegarnos y quemarnos. Es lo que hace que la Tierra gire a su alrededor, tratando de escapar de él, mientras él lucha por someterla a su yugo ígneo.
Es lo que hace que la gravedad intente destruir esos edificios que se alzan orgullosos porque nosotros los construimos para satisfacer nuestros deseos de vivir en los cielos.
Lo que hace que amemos porque creemos que la felicidad no es nada si no tienes con quién compartirla.
Lo que hace que busquemos lo que nos gusta y sólo lo consigan quienes están dispuestos a pagar el precio.
En el fondo, nadie nunca es demasiado ambicioso. Sólo los cobardes utilizan esas dos palabras juntas, sin darse cuenta de que en realidad jamás pueden unirse bien.

miércoles, 18 de junio de 2014

Pluma.

Empezaba a comprender por qué teníamos que ir los mejores al Cristal, y no podíamos ser un grupo demasiado grande: cuanta más gente subiera, más fácil era que pasara algo que nos hiciera tener que volver. Y cuantos más de los nuestros escalásemos aquellas paredes acristaladas inexpugnables, más fácil sería que cometiésemos errores, porque la calidad del equipo descendería.
Después de un largo viaje en coche por las calles más concurridas de la ciudad, nos habían dejado finalmente en un callejón oscuro al que no daba ninguna ventana. Era, en toda regla, un punto muerto a la visión de la ciudad. Nadie podría dispararnos allí, a no ser que los francotiradores estuvieran en las azoteas, cosa dudosa ya que teníamos nuestros propios vigías.
Entramos por las salidas de mantenimiento del Cristal: un demoníaco laberinto en el que te era imposible orientarte, y del que pudimos salir gracias a las indicaciones de nuestros vigilantes. Había oído que Blueberry estaría allí también, aconsejando a uno de mi equipo, y me alegré de que pudiera echar un vistazo a la misión a la que tanto había aspirado y que, finalmente, se le había resistido. Por supuesto, la alegría me duró poco, pues la acción empezó en cuando llegamos al aparcamiento subterráneo más bajo de todos. No sabríamos decir si nos estaban esperando (la idea de un chivatazo me aterrorizó enormemente, tanto que estuve un segundo más de la cuenta quieta en el vano de la puerta, ganándome un muy merecido empujón del tío de la mochila, que quería escapar y no quería que me mataran, así que gracias, mochilero) o si la vigilancia era la normal, pero, teniendo en cuenta las armas que los policías estaban utilizando y la disciplina de la que hacían gala, más bien me parecía lo primero.
Blondie fue la primera en salir de la zona de mantenimiento y lanzarse como un rayo al campo de batalla: mató a dos policías e hirió a uno en la pierna antes de que los demás advirtieran nuestra presencia; una vez los primeros disparos resonaron en las paredes huecas, la cosa cambió radicalmente, y una tormenta de balas cruzadas cayó sobre nosotros.
Wolf se encaramó a las paredes y abatió a casi todos los guardias, dejando a uno libre, el de la herida en la pierna, para que los demás nos ocupáramos de él. Los heridos nunca habían sido su estilo: los consideraba una mancha en su honor y valentía de runner, más que un número que agudizase su expediente de asesino bien pagado y con la huida más fácil del barrio.
No me tocó matar a nadie en aquella planta, y tampoco al de la mochila. De ello se encargó el primero de nuestros ganadores, que escudriñó los cadáveres mientras el de la herida en la pierna se arrastraba hacia su pistola, sin poder hacer nada más que gemir y dejar un rastro de sangre que recordaba a las películas de acción baratas por las que los chicos sentían tanto apego. Le di una patada a la pistola y el policía maldijo al alejarla más de sí.
-¿Sabíais que veníamos?
Me miró a través de sus gafas de sol (¿quién coño lleva gafas de sol en un sótano iluminado por fluorescentes?), y no contestó. Contuve mis ganas de acuclillarme, arrancarle las gafas de una bofetada y estudiar sus facciones, porque sabía que si lo hacía me pondría a tiro y sería fácil que mi misión acabara mucho antes de que lo bueno hubiese llegado a empezar.
Perk, que así se llamaba el primero en hacerse con su maletín en la subasta, terminó de registrar los cadáveres y se acercó a mí.
-No hay cámaras por aquí.
-Eso no quiere decir que no hayan dado el aviso-replicó, cargando una pistola de las que había robado y disparándole al policía justo entre los ojos. Los gemidos roncos y los estertores cesaron en el acto. Le quité todo lo que pudiera cargar sin que me afectara a la carrera, y seguí a los demás hacia los ascensores.
La siguiente etapa era bastante tranquila: caminamos por pasillos desiertos en cuyos cristales se reflejaba a medias mi silueta, con el fondo cambiado; en lugar de consistir en paredes blancas contra las que me recortaba, se trataba del duro exterior, donde nadie quería advertir aún nuestra presencia.
-Tanto silencio me pone nerviosa-murmuró Blondie, y yo asentí con la cabeza, mostrándome de acuerdo. Wolf se llevó un dedo a los labios y negó con la cabeza, pegándose a una pared cercana a una puerta. La abrí de una patada, empuñando el arma en alto, lista para disparar...
… pero allí no había nadie.
Atravesamos oficinas, cruzamos por conductos de ventilación en las zonas donde había más cámaras (era sorprendente que el ojo de la ciudad no se vigilase con tanto cuidado a sí mismo como a sus dominios), nos pegábamos a cada pared y conteníamos la respiración cada vez que había que abrir una puerta.
La acción real, por la que todos estábamos esperando y que ninguno quería realmente, empezó cuando llegamos a un patio interior. Habíamos tenido que bajar unas escaleras cubiertas a medias por columnas, y en el blanco de las paredes se distinguían sombras que se movían demasiado para ser de sofás o estatuas que los del Gobierno hubieran puesto allí para embellecer. Al llegar abajo, no había nada.
Pero, cuando el último de los nuestros puso el pie en el piso, una decena de policías vestidos de negro, armados hasta los dientes y con cascos protectores, salió de sus escondrijos y se movió lentamente por la habitación, esperando a que nosotros hiciéramos el primer movimiento.
-Joder-murmuró Puck, que no tenía un escáner térmico en aquella sala y que, por tanto, sólo se valía de lo que yo estaba viendo. Los aparatos que nos conectaban al cerebro para las misiones más importantes era impresionantemente útiles, y te privaban horriblemente de toda privacidad. Así no había traición posible.
-Estáis rodeados-informó un policía con voz metálica a través de un megáfono. Podríamos oírlo perfectamente sin aquellas gilipolleces, pero, ¿qué se le iba a hacer? A la pasma le gustaban todas esas tonterías-. Poned las manos en alto y no sufriréis daño alguno.
Nos miramos entre nosotros. Los chicos asintieron al unísono y empezaron a levantar las manos tímidamente. Blondie las alzó a la altura de sus orejas, y las detuvo allí.
Yo di una palmada, la palmada que empezó la fiesta.
Nos lanzamos como rayos, cada uno en una dirección distinta, esquivando las balas como nunca antes lo habíamos hecho. El sonido de los proyectiles silbando cuando pasaban a mi alrededor me hacía sentir bien; era la prueba de que no me habían dado. “Si las escuchas, es que no te han alcanzado”, me habían explicado en las primeras sesiones de entrenamiento con balas, en las que los aprendices nos poníamos histéricos ante un sonido cuyo poder de relajación no sabíamos apreciar.
Por el rabillo del ojo vi cómo Blondie esquivaba los disparos de un policía al que cada vez se acercaba más y más. Cuando el policía quiso darse cuenta, ella ya estaba saltando sobre él, derribándolo, rompiéndole el casco y pisándole el cuello. No escuché crujido alguno, pero supe que lo había matado porque, de no ser así, no se habría dado la vuelta con tanta agilidad para seguir su trayectoria.
Al otro lado de la estancia había unos ascensores con las puertas abiertas.
Escuché murmullos en mi cabeza cuando Puck comprendió qué se me pasaba por la mente y les daba instrucciones a los demás vigilantes. “A los ascensores del final, ya”. Sonreí para mis adentros y me colé por un pequeño pasillo hecho a base de unas pocas columnas dentro de la misma sala. Al girar una esquina, me choqué de bruces con Wolf, que me puso un cuchillo en el cuello y lo soltó en cuanto vio que sólo se trataba de mí. Me observó con ojos oscuros, ennegrecidos por la batalla.
-Esto se está poniendo feo.
-Nunca hemos ido por caminos de rosas.
-No vamos a salir de esta todos-me apartó un mechón de pelo de detrás de la oreja-. Son demasiados.
-También hay demasiados pájaros en esta ciudad, y de momento no me ha cagado encima ninguno.
-Si me pasa algo, sé libre, Kat. No me llores. Sigue adelante. Cumple la misión-me besó en los labios con una ternura infinita, desconocida en su boca, y me dejé llevar un segundo. Lo suficiente como para que entendiera que la despedida era sincera, pero no lo bastante como para que las tornas cambiaran demasiado.
Perk ya estaba llegando a los ascensores, y a Blondie le faltaba poco también para alcanzar la puerta. Miré en derredor; el de la mochila no estaba en ningún sitio.
-Hay que largarse-dije, cogiéndole de la mano y tirando de él. Inició su carrera detrás de mí, pero cambió de rumbo para enfrentarse a un policía que había salido de detrás de uno de los pilares que sustentaban aquel edificio de tan grandes proporciones, y lo perdí de vista.
El chico de la mochila surgió detrás de unos muebles del otro extremo del a habitación. Corría a toda velocidad, con los pies apenas tocando el suelo, casi como si volara. Cada vez nos quedaba menos para llegar a los ascensores.
-¡Cierra la puerta!-gritó Taylor a Blondie, que esperaba con la mano en los paneles de la máquina. Atravesé el umbral de la caja mágica metálica y me giré en el momento en que una bala se estrellaba contra el espejo del ascensor. Grité.
-Subirá con nosotros-dijo alguien a mi derecha, y dentro de mi cabeza a la vez. El de la mochila. Claro-. Seguid. Despejad el camino para cuando os alcancemos.
-Nada de dispersarse-amenacé, pero Blondie ya estaba apretando el botón. Las puertas comenzaron a cerrarse, y con el subidón de adrenalina que experimenté al ver a uno de mis compañeros, el más preciado de todos, vérselas con varios agentes armados a la vez, lo hicieron a cámara lenta. Cuando aún quedaba una rendija a través de la cual podía ver, pude presenciar cómo Taylor se daba la vuelta y abría la boca para gritar algo. No llegué a oír lo que decía. Había tirado el comunicador en cuanto se dio cuenta de que estaba haciendo interferencia con los mensajes de la policía, y no podíamos permitirnos eso. Alguien asintió en mi cabeza mientras Blondie y yo salíamos disparadas hacia arriba, con una musiquita desquiciante rebotando en las paredes de acero.
-Se ha cargado a todos los polis-informó Perk en mi oreja. Asentí con la cabeza, a pesar de que no podía verme-. Pero no ha subido con nosotros.
Blondie me sujetó por los hombros al ver mi cara de espanto. Nunca había pensado que moriría allí.
-Se encuentra bien-me aseguró ella-. No va a dejar esta misión sin cumplir.
-Sí, lo vimos yendo por las escaleras mientras las puertas se cerraban. Tardará en alcanzarnos, pero lo hará.
Y el mundo se detuvo en su escalada. Literalmente. Con un ruido seco, el ascensor dio una sacudida, y todo se quedó en silencio un momento.
-¿Qué coño ha sido eso?-espeté.
-Salid de ahí. Han parado las cajas-amenazó una voz que no era de ninguno de los que estábamos en el campo. Venía de muy lejos, de un edificio con forma de champiñón, pero no era la de Puck. Y, sin embargo, obedecimos a toda velocidad: abrimos las compuertas de por encima del ascensor, y nos quedamos muy quietas encima de las cajas mientras oíamos el sonido de un soldador cortar el aire con su llama. Blondie colocó un espejo (del que no sabía nada hasta entonces) en el borde del agujero, y me indicó que me quedara muy quieta. Echó un vistazo hacia abajo, para ver cómo Perk y el de la mochila empezaban a moverse para llegar a nuestro nivel, balanceándose por tuberías y subiendo escaleras de pared. Yo no pude apartar los ojos de aquella pequeña ventana al mundo exterior, y contuve la respiración cuando la puerta finalmente cedió y se abrió. Un aluvión de manchas negras cubrió la visión, y de todas surgía el cañón de una pistola. Tragué saliva.
-Está vacío-informó un policía del que sólo se distinguían los ojos.
-Joder, han subido en eso-replicó otro-. No pueden haberse teletransportado.
Blondie me cogió la mano. Si caían en la cuenta de la trampilla, estaríamos perdidas. Más nos valía lanzarnos por el hueco del ascensor.
-Tal vez se hayan bajado en alguna otra planta y hayan cambiado de ascensores-sugirió una mujer, a la que amaré eternamente por esa ocurrencia. Los demás se quedaron un momento en silencio. Luego, asintieron y comenzaron a cerrar la puerta.
Antes de que ésta terminara de cerrarse, Perk resbaló y su espalda llena de armas con el seguro puesto chocó contra la pared. Blondie saltó para quitar el espejo y se colgó del otro lado del ascensor. Escuché cómo la puerta volvía a abrirse, y me deslicé sigilosamente hacia abajo en el momento en que un policía entraba en la caja y la estudiaba.
-La trampilla está abierta-informó. Más pasos dentro. Perk y el de la mochila se escondieron en la sombra. Mis nudillos se volvieron blancos mientras luchaba por mantenerme quieta. Blondie había cerrado los ojos y se afanaba en no respirar como un hipopótamo.
-Aúpame.
Estamos perdidos, joder, vamos a morir, vamos a fallar, nunca conseguiremos llegar arriba empecé a ponerme histérica.
-Unidad 6, tenemos actividad en las escaleras de la planta 38, repito. Tenemos actividad en las escaleras de la planta 38.
-Los hijos de puta han abierto la trampilla para despistar-protestó uno. Otro rumió una respuesta que le dio una vez volvieron a cerrar la puerta.
Tuvimos que rodear todo el hueco, del ancho de un edificio, hasta llegar a las azoteas de los últimos lugares. Como era de esperar, había francotiradores de los que Blondie y Perk se encargaron uno a uno. El de la mochila, con el que entablé una mínima conversación y cuyo nombre no me decepcionó en absoluto, Fire, fue el primero en lanzarse a la carrera por los tejados para volver a entrar al Cristal. Por supuesto, nadie hubiera dado un dólar porque hubiera sido el primero, siendo yo la mejor saltadora de mi sección. Fui la primera en atravesar las azoteas y volver a encaramarme a la puerta de las afueras del Cristal, aquellas cuya lógica no existía.
Recogí a Fire y Blondie; Perk no necesitó de mis servicios. Tiró una farola estratégicamente colocada y atravesó el vació haciendo equilibrio en ella. Al final podía ser verdad que nadie fuera a morir allí.
Volvimos a aparecer en unas oficinas atestadas de papeles y mesas con tazas de café a medio recoger. Daba la impresión de que el trabajo se había interrumpido por un incendio. Era como si nadie descansara allí, y se hubiera evaporado todo el mundo por tener tanto trabajo. Por las paredes había repartidos monitores en los que se veía gran parte de la ciudad. Me acerqué a uno, asombrada. Era una Base, no la mía, pero eso no importaba. Me aterrorizaba la idea de que pudieran controlar nuestros movimientos con tanta facilidad, sin que nosotros pudiéramos hacer nada por impedirlo.
Al final del festival de oficinas y mesas a medio recoger, había un ascensor por el que Puck protestó mucho.
-Necesito que lo pirateéis desde dentro.
Fire quedaba automáticamente descartado aun siendo el mejor en estas cosas. Lo necesitaríamos arriba, y cualquier imprevisto con el ascensor podría hacer que nos lo arrebataran. Perk se empeñó en hacerlo él, a pesar de ser con diferencia el que más tardaría. Yo nunca había pirateado nada más complejo que una cerradura eléctrica, y aquel ascensor estaba claramente cifrado.
Blondie se quitó la cazadora, estiró los nudillos, y empezó a teclear en una pantalla táctil. Las puertas se abrieron. Todos entramos, y nos las apañamos para que se cerraran de nuevo y el ascensor escalara a toda velocidad a los pisos superiores del edificio.
Una de las paredes estaba hecha íntegramente de cristal, con lo que nos acercamos a ella y contemplamos una vista de la ciudad como nunca antes ninguno de nosotros la había experimentado.
-Blueberry-susurré.
-Lo estoy viendo-dijo ella entre respiración contenida y respiración contenida.
La caja fue aminorando poco a poco hasta que finalmente se detuvo. Había más guardias en aquel lugar; cuatro, uno para cada uno. Una vez terminamos con ellos sin pena ni gloria, corrimos por la sala, de techo alto y aire acondicionado activado, hasta atravesarla y encontrarnos con el ordenador central, que constaba de un monitor relativamente grande, pantalla anexa táctil, y, cómo no, el teclado reglamentario.
-¿Todo esto es la seguridad de la ciudad? Menuda mierda-protestó Perk, bufando.
-Me esperaba más-asentí yo también, subiendo por las escaleras que había a ambos lados de la sala y paseando por un pasillo flotante cuya función nadie sabía.
-Las cajas blancas con la franja roja y negra son la memoria de la ciudad. Esto sólo es la puerta-dijo Fire, señalando el monitor un segundo y lanzándose a teclear de nuevo a toda velocidad. Alcé las cejas y miré a mi alrededor. Así que ¡a eso se debía el aire acondicionado tan fuerte! Ni siquiera había reparado en las cajas blancas, de gran tamaño, como el tráiler de un camión. Los servidores eran inmensos, y eran 12. Repartidos en grupos de tres, se situaban alrededor de la sala, como guardianes colosales de su acceso.
-Esto me va a llevar tiempo-murmuró Fire-. Subid a la azotea si queréis.
Miré a Perk y a Blondie.
-Me quedaré con él-se ofreció Blondie, la que más posibilidades tenía de volver algún día. Lo sabía. Todos lo sabíamos.
Perk asintió con la cabeza, la abrazó, la besó en los labios (¿PERO QUÉ?) y le dedicó una cálida sonrisa y un apretón en el brazo. Ella le acarició la mejilla y observó cómo me lo llevaba por unos pasillos condenadamente estrechos, que parecían querer compensar lo monstruoso de la sala que los precedía.
Allí no había seguridad alguna, y pudimos acceder a la azotea sin gran esfuerzo. El aire allá arriba soplaba con furia, tanto que podía llegar a dejarte sorda y arrastrarte metros si tú no te resistías. Con un helipuerto incorporado, el Cristal era útil en cada centímetro. Perk subió las escaleras metálicas con paso firme y mano segura, agarrando con fuerza la escalerilla, y se acercó lo más posible al borde del edificio. Yo contemplé las vistas desde el centro de la azotea, y fui saliendo poco a poco, acercándome al borde y deleitándome aún más. Podría haber pasado años allí, sentada en el techo del mundo, contemplando como una diosa la vida de los demás mortales, tan inferiores a mí, sin preocuparme de los problemas que éstos pudieran tener.
-Tenemos que hacernos con este edificio, Perk-grité a las corrientes de viento, que se llevaron mi voz y la colocaron en sus oídos. Él asintió y se echó a reír. Se encaramó con más fuerza aún a las barandillas, echó la cabeza hacia atrás y aulló con toda la rabia y pasión que tenía dentro. Yo también me puse a gritar, segura de que me oirían en cada rincón del mundo.
Entre los gritos y el viento, no escuché las advertencias de Puck de que volviera dentro.
-...ÁNGELES-gritaba, y yo me detuve. Alcé la mano para que Perk se callara. Lo hizo y agucé el oído-. YA ESTÁN ALLÍ. BAJAD A TODA HOSTIA. SE ACERCAN ÁNGELES.
Lo miré con el pánico tiñendo mis ojos, me giré y eché a correr sin contar con la resistencia del aire. Me arrastró varios metros más allá de mi objetivo mientras él se arrastraba por las escaleras, agarrándose con fuerza a la barandilla.
Conseguí estabilizarme, y caminé despacio hacia la puerta que se hundía en el cemento. Estaba a escasos cinco metros cuando Perk me agarró por detrás y me empujó y tiró de mí a la vez. Íbamos a lograrlo. No nos cogerían allí fuera, y conseguiríamos luchar en el interior, donde teníamos ventaja...
… o eso creía hasta que una masa blanca y amarilla aterrizó donde comenzaban las escaleras de la puerta. Todo plumas, la chica alada alzó la cabeza cubierta de un glorioso pelo rubio que le arrancaba destellos a las estrellas y nos miró con una sonrisa que anunciaba problemas.
Me detuve y comencé a sacar la pistola del cinturón, pero no conseguí apuntar bien. Su sonrisa se ensanchó cuando mi bala ni siquiera la rozó. Perk me soltó, seguramente para que pudiera pelear mejor. Tal vez si era una tendríamos alguna posibilidad, tal vez Blondie pudiera subir y ayudarnos...
Me giré para comprobar que él también tenía armas, y me encontré con que otro ángel lo arrastraba hasta el borde de la azotea. Perk luchaba, se retorcía y daba patadas en un esfuerzo inútil por recuperar la libertad.
-Queréis la corona, y no os dais cuenta de que un decapitado no puede llevarla-dijo el ángel chica, que se echó a reír y agitó sus alas níveas, que se regocijaban con las corrientes de aire.
-Acabemos el trabajo, Angelica, ¿eh? Quiero irme a casa-gritó una voz que yo conocía muy bien, y que había susurrado mis dos nombres con un amor tan bien fingido que había terminado creyéndomelo. Abrí la boca, lista para jadear, cuando sentí cómo alguien me agarraba por los hombros y me arrastraba hacia sí.
-La chica es débil.
-Y él no tiene pinta de saber mucho. Nos la llevamos a ella-dijo Louis, girándose y observando a su compañera. Sus ojos se posaron en mí, y toda expresión huyó de su rostro.
-No sirven. Puede que si los tiramos los otros suban. Habrá más donde elegir.
-Tienen que llegar enteros-replicó él. La tal Angelica se echó a reír.
-No pienso cargar con un runner-sentenció, haciendo que el suelo desapareciera de mis pies. Había levantado el vuelo, había incumplido su promesa. Me alzó en el aire varios metros, el aire tiraba de ambas, y, con una sonrisa aterradora, la de la muerte misma, me cogió del cuello. Clavó sus uñas en mi piel, sus ojos en los míos, y sentí cómo todo valor me abandonaba-. Dulces sueños, bombón.
Me soltó.
En los entrenamientos nunca te preparaban para caerte y matarte. Jamás se contemplaba que pudieras morir en una caída, a pesar de que la mayoría moríamos así. No te enseñaban a ver la belleza en los objetos que ascendían a la velocidad de la luz mientas tú te acercabas cada vez más al suelo. ¿O era el suelo el que se acercaba a ti? No podía saberlo con claridad.
Y, sin embargo, era lo único que teníamos garantizado: que moriríamos, de una manera u otra, moriríamos. Y aún no había vengado a mi familia, no había vengado a mis padres por el hijo que les arrebataron cuando era demasiado pequeño.
-Lo siento, Puck-susurré, con lágrimas en los ojos. Al otro lado de la línea, alguien lloraba.
-Has sido la mejor que he tenido, Kat-murmuró con la voz rota mientras los primeros edificios corrían hacia mí. Cerré los ojos en un resplandor azul que me quemaba el pecho, me abracé a mí misma, y sentí un tirón antes de que el negro de mis pupilas se hiciera aún más oscuro.
Lo último que pude pensar antes de creer que tal vez quedara una esperanza, durante el tirón, fue que el que los ángeles fueran la principal causa de nuestra muerte no era casualidad. La muerte también tenía alas.
Sentí un golpe seco, más suave de lo que creía, y abrí los ojos, lo justo para ver una sombra blanca planeando sobre mí. Sonreí, porque todo ese tiempo había creído que no había tenido un ángel de la guarda, pero parecía que estaba equivocada. Llevaba su pluma en el pecho.