viernes, 28 de noviembre de 2014

Oh, vamos; ya sabes de quién hablo.

¿No tienes miedo de haber encontrado ya a tu alma gemela, contra todo pronóstico y sin daños que te marquen el cuerpo en forma de cicatrices invisibles?
Yo sí. Creo que lo he hecho, al menos. Me resulta aterrador pensar que por él estaría dispuesta a renunciar y darlo todo, entregando mi esencia ideal a cambio de esta a su lado; poder decir que soy suya y que él es mío. Decir adiós a un futuro brillante y cambiarlo por uno de purpurina acuosa, en el que diera a luz a sus hijos y mi última preocupación sería si moriría antes que él. Angustiarme ante esa expectativa.
Ser influyente a través de su mano en la mía, y que su boca insufle fuerzas a mis palabras a través de besos.
Pero lo peor de todo es saber que él podría quererte, podría escribir canciones que corearan naciones y siguieran en los oídos de la humanidad cuando vosotros os hubieseis ido. Que seguramente su sol no brillase y su tierra no girase cuando se diera cuenta de que no estás. Pero, ¡claro! Él no sabe que tú no estás. Ni siquiera sabe que estás. Ese es el problema.
Tienes que componerte de un millar de mariposas para siquiera tocarlo... y sería tan valioso ese roce que estarías dispuesta a romperte después.
Es aterrador saber que teníais un futuro juntos...
...y que no se cumplirá, porque el mismo camino que le trajo asta ti, lo cubrió de más y más mariposas. Ya no eres una entre un millón, ahora eres una del millón.
Y él no te ve, pobre granito de arena destinado a ser el Everest.
Él no te ve porque no te busca, y tú crees que la única manera de hacer de ti una montaña de esa forma se evaporó en el momento en que el mundo se fijó en él.
Pobre granito de arena, destinado a ser el Everest.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Terivision: Interstellar... y Sinsajo


¡Hola, Startie! Hoy vuelvo con una reseña de películas. Sí. Películas, en plural. Son dos que vi el jueves pasado, porque hay que fomentar la cultura en este país donde el cine que más se consume es el de Santiago Segura. Se trata de Interstellar y Sinsajo.
Interstellar es una película estrenada este mismo mes, protagonizada por Matthew McConaughey. También aparecen en el reparto nombres como Anne Hathaway, Jessica Chastain o Michael Cane. Sin olvidar a la una vez pequeña de los Cullen, Mackenzie Foy.
En ella, se nos presenta un futuro diatópico en el que el trabajo más útil que puede llevar a cabo un ser humano es el de granjero. La humanidad, destrozando el mundo con su superpoblación, se halla en una encrucijada: las tormentas de polvo amenazan con acabar con su salud, mientras una extraña plaga va mermando las especies de vegetales que pueden cultivar hasta la desaparición de éstas.
El personaje de Matthew, Cooper, es un ex piloto retirado y convertido en granjero que, un buen día, descubre en la habitación de su hija las coordenadas para visitar una zona que resulta ser territorio de la NASA. Estos están llevando a cabo viajes espaciales con el objetivo de encontrar un planeta que se pueda convertir en un hogar, pues está claro que, “la humanidad nació en la Tierra, pero no está destinada a morir en ella”. Cooper, junto con Brand (Anne Hathaway) y demás expertos en física. A través de un agujero de gusano situado al lado de Saturno por unos entes desconocidos, y mucho más avanzados que nosotros, inician un viaje intergaláctico (sí, he dicho intergaláctico) para explorar los planetas más prometedores de aquellos doce a los que se mandó exploradores tiempo atrás. Y todo esto no es más que una carrera contrarreloj, en el que se debe herir en la medidad de lo posible al villano maestro y omnipotente: el tiempo.
Decir que me ha encantado esta película es quedarse extremadamente corto. Ha hecho más que encantarme; el guión, los efectos, incluso la música, son perfectos. Desde el minuto uno, Nolan consigue meterte dentro de la trama y hacer que vibres con ella, a la vez que sientes las emociones de los personajes por estar muy bien construidos. Podemos ver cómo Cooper trata de detener la lucha interna que se desata en su interior cuando le proponen hacer el viaje, sabiendo que es la única oportunidad que tiene la NASA de poder salvar a la humanidad, pero dándose cuenta, también, de que si se va, es probable que nunca vuelva a ver a sus hijos. Se produce un enfrentamiento entre el padre que desea estar allí para sus niños, y el padre que necesita otorgarles un mundo mejor.
La trascendencia de la película es incluso mejor que el propio guión y las luchas internas de sus protagonistas. A pesar de desarrollarse la mayor parte del tiempo fuera incluso de nuestro Sistema Solar, no encuentro nada más mundano que la búsqueda de la autoconservación, propia de cada especie que puebla este planeta en el que yo escribo esto y tú lo lees. A medida que nos vamos alejando de la Tierra, más la echamos de menos y nos damos cuenta de la gran falta que nos hace y lo poco que la valoramos, cosa que sucede aún hoy (así que, ya sabes, recicla). Cuanto más tiempo estás con estos personajes que destacan por encima del resto, más te das cuenta de lo valiosa que puede ser una vida si se encuentra en el momento y lugar adecuados para salvar algo tan importante como la propia especie, yendo a lugares en los que nunca nadie ha estado antes.
La música de Hans Zimmerman y las teorías bien explicadas y desgranadas para conseguir salir del paso y comprender la trama de la película y los problemas que se presentan en ella hacen de esto un proyecto único que va a tardar en repetirse, y que tienes que ver en el cine. De verdad. Vale los 8€ que cueste la entrada, porque el Universo es precioso, y nunca está de más darse un paseíto por él con una pantalla grande (dado que los viajes por fuera de la estratosfera son para millonarios; el que no se consuela, es porque no quiere).
Lo mejor: las explicaciones con ejemplos que utilizan los Nolan para hacerte entender qué es tan importante de la teoría de la relatividad de Einstein (esa que sólo entienden 6 personas en todo el mundo, según su creador). Con meros ejemplos, puedes meterte en la cabeza que en Venus el tiempo pasa más despacio que en la Tierra, por el mero hecho de que el planeta está sometido con mayor fuerza a la gravedad del sol, la cual tiene un efecto en todas las dimensiones, incluida la temporal (como te lo cuento)
Lo peor: se te presentan tanto a héroes como a cobardes, y sales del cine preguntándote a qué grupo perteneces tú.
La molécula efervescente: “Solíamos alzar la vista y preguntarnos cuál sería nuestro sitio entre las estrellas; ahora, bajamos la mirada, angustiados por cuál será nuestro sitio entre el polvo”.
Grado cósmico: Interstellar. ¡JAJAJAJAJA! No, en serio. Galáctico. (5/5). Porque no todos los días te ponen delante una película en la que te saquen de tu galaxia, te paseen por otros planetas, y tú te tragues que estos existen (tengo pendiente buscarlos en Google. En serio, te los venden muy bien).
Vete a verla, en serio.

Y, la segunda…
¡Sinsajo!
Por si no sabes de qué va (puedes haber ido de misión colonizadora al Amazonas profundo, quién sabe), te pongo en situación: Katniss ha sido rescatada del tercer Vasallaje de los Veinticinco, pero el Capitolio tiene a Peeta. Protegida en el Distrito 13, se le encarga la misión de que convenza a Panem de que es el momento de levantarse en armas contra el Capitolio, de que no habrá otra oportunidad así, y de que juntos, pueden lograrlo.
El Distrito 13 y el Capitolio iniciarán una pelea propagandística con sus dos títeres, Katniss, el Sinsajo, y Peeta, el cebo para el sinsajo, por meterse en las mentes de los ciudadanos y convencerlos de que su posición es la mejor. Cuando la balanza comienza a inclinarse a favor de los rebeldes, el Capitolio iniciará una dura represión, tanto sobre sus prisioneros tributos como sobre sus propios ciudadanos/súbditos que irá añadiendo cada vez más y más gotas al vaso de Panem, hasta que éste se colme.
De todas las películas, es probablemente la que menos me ha gustado. No por nada, ni siquiera por ser más lenta que las demás, pues entiendo que no en todas pueden estar abriendo gargantas ni lanzando flechazos (y eso que hay algunas explosiones por ahí), sino porque falta algo muy importante: Katniss y Peeta. Jennifer y Josh. Su química y su colaboración era tan buena y tan natural en las otras películas que no es hasta que los separan y los ves tan sólo con pantallas entre sí que te das cuenta de que son uno de los motores de la revolución, ambos dos. Aunque Los juegos del hambre no es una historia de amor (ni mucho menos, yo la veo más como una historia sobre la lucha contra la injusticia, para mí esa es su esencia última y la que acaba contando), sí que es verdad que el trabajo en equipo de los dos ha llevado la historia hasta el punto donde está.
Las actuaciones, buenas en general. Con mención especial al difunto Philipp Seymour Hoffman (te echaremos de menos, y una mierda de frase al final de la película no era bastante) y de Josh Hutcherson, que se luce en sus pocas apariciones en pantalla. Especialmente al final, SPOILER A PARTIR DE AQUÍ (selecciona el texto para leerlo), durante el ataque de ira en el que se tira al cuello de Katniss y la última escena antes del fundido final, en el que lo vemos retorciéndose en la cama. Se podría acusar a Jennifer de andar un poco perdida, pero no es así. Al menos, no siempre. Sólo está “mentalmente desorientada”.
Lo mejor: la aparición de un nuevo escenario, el Distrito 13, y la visión más técnica de las revoluciones. Muy pocas veces una historia se centra en cómo empieza la revolución y cómo se cocina a fuego lento para obtener sus frutos. Ni siquiera la Revolución Francesa se generó en un día, por mucho que lo libros de historia nos lo vendan así: éstas son, siempre, el trabajo de años y años de masacre y opresión, que terminan estallando más tarde o más temprano y cuyas llamas hay que alimentar más tarde para que no se apaguen.
Lo peor: se pasa a un segundo plano la relación del presidente Snow con las rosas blancas que tanto aterrorizan a Katniss. Al mezclarla con imágenes del SPOILER rescate a Peeta, Johanna y Annie, puedes meterte demasiado en el trabajo de Gale y los demás, y dejar de prestarle atención a Finnick y lo que tiene para contarte sobre el líder de esta nación.
La molécula efervescente: Katniss cantando “el árbol del ahorcado”. Aunque no me esperaba el ritmo que se le dio (detesto que se cortara una palabra entre sílabas para poder encajarla en el verso), está bastante bien, y ha sido una grata sorpresa que la incluyeran en la película.
Grado cósmico: Planeta (3/5).

¿Y tú? ¿Has visto alguna de las dos? ¿Qué te han parecido las actuaciones? ¿Cuál ha sido tu parte favorita, y hay algo que cambiarías?
Házmelo saber, por favor. No seas tímido. Intercambiando opiniones se enriquece la humanidad.
¡Un beso!

martes, 18 de noviembre de 2014

Somos los hijos del cambio de milenio.

Es a nosotros a quien nos ha tocado ver cómo nuestro propio avance nos lleva a nuestra destrucción. En nuestros ojos hemos visto las típicas situaciones en las que los nervios revuelven el estómago y hacen que te cueste respirar, pero no lo hemos podido sentir en nuestra piel. Porque cuando aquellas cosas pasaban, nosotros aún éramos jóvenes para experimentarlas; los pocos que lo consiguieron, fue a base de correr y, casi siempre, sufrir más de la cuenta. Y, justo ahora, cuando llegaba nuestro turno de poder convertirnos en humanos, nos arrebatan las esperanzas que teníamos y nos envían a un futuro que desconocemos, que vamos a experimentar, del que seremos guías para que los demás nos sigan.
Ya nunca vamos a saber qué es tener un "amigo por correspondencia", estar semanas esperando que llegue una carta y retorcer mil papeles intentando encontrar la expresión adecuada y la letra más legible y bonita posible; no sabremos jamás qué es abrir el buzón y desesperarte un poco más, por si el otro no quiere contestar, por si tu carta anterior no ha llegado a su destino. Ahora son "internet friends", y lo único que te preocupa es que se atrevan a humillarte con un doble tick azul.
Ya no vamos a caminar por la calle y apartar la mirada rápidamente cuando un desconocido nos pille mirándonos; ahora es más importante juntar las tres gominolas idénticas para pasar ese nivel en el que llevamos atascados tres meses.
Ha desaparecido eso de torturarse por qué te pones en una primera cita, o ni siquiera eso, sino simplemente que te pidan una cita. Ahora eso ya no se hace. Ya no tienes que escoger un vestido que te siente bien, ni vas a pasear despacio mientras decidís que vais a hacer, y tanteáis el terreno para saber si os gustáis: ahora os vais a intercambiar emails (si estáis espabilados, con 10 o incluso menos ya sabréis hasta dónde podéis empujar vuestros límites, si sois tímidos, os podrán llevar más de 1.000).
Incluso inscribirse en la universidad ya no es lo que era. Antes, necesitabas mil papeles, entregarlos tal día, a tal hora, en tal lugar, con la debida documentación. Ahora te dan una clave, tienes todo el verano para matricularte, y puedes pagar la matrícula, todo, sin cambiarte el pijama por unos vaqueros.
Ni siquiera lo es el buscar información. Antes, acudías a libros que trasnochaban en bibliotecas, acompañados de sus congéneres, nunca abandonados ni solos, siempre respetados. Y, ahora, con una simple frase en la barra correcta, te puedes convertir en un experto en la materia. Nada de hundirse entre montañas de papel; ahora navegas.
Y eso me aterra. Porque siento que nosotros éramos los últimos en tener una vida como nos venden las películas, los libros que leímos cuando éramos pequeños. No merecemos menos. No merecemos que nos lo quiten.
Pero, ¿cómo no van a quitárnoslo, si los demás no lo entienden? Algunos son demasiado viejos para atravesar el desierto, y se quedan a un lado. Y otros han nacido directamente en él, no saben cómo son los oasis.
Y las dunas nos resultan insoportables a los que una vez disfrutamos de las palmeras dándonos sombra, y sabemos cuánto arde la garganta con la sed, porque una vez tuvimos la boca llena de agua.

Tal vez sea gracioso que esté escribiendo esto en un blog. Pero, al menos, lo admito. Admito que tengo miedo. Exactamente lo que no haces tú.


sábado, 15 de noviembre de 2014

La supervivencia de los marginados.

Es curioso cómo la gente trata al arte, a pesar de ser lo único que realmente nos hace humanos. Siempre que alguien decide ser artista, se le aparta de la sociedad, en un destierro que intenta convencer de que hay otros modos de arruinarse la vida; modos más rápidos y, en cierto modo, más agradecidos. Un cigarro en la boca, unos polvos mágicos entrando por la nariz, saltar en paracaídas, pero sin paracaídas, o una simple bala en la sien. "Eh, si quieres hacer algo que no te reporte beneficios, haz eso: al menos te matará antes".
Y, sin embargo, todos hemos visto películas de pequeños: películas cuyo argumento ya ni recordamos, pero que sabemos que hemos visto por imágenes que tenemos grabadas a fuego en nuestro subconsciente. Todos hemos escuchado canciones cuyo ritmo se activa exclusivamente en los huesos cuando éstas aparecen por la radio; no sabemos qué dicen, ni quién las cantaba, ni cuándo las oímos por primera vez: sólo que hemos escuchado esa música, que ha sido una parte de nosotros en alguna ocasión, y que lo vuelve a ser ahora. Todos hemos contemplado boquiabiertos una fotografía o una pintura, hemos sentido lo que el pintor o el fotógrafo deseaba plasmar, o puede que todo lo contrario, y ya de pequeños extendíamos la mano para intentar tocarla, como si el zorro que está encerrado en una página de una revista fuera a cobrar vida y a dejarnos disfrutar de su suave pelaje entre los dedos con sólo tocar su representación.
Y luego dicen que los actores, los escritores, los fotógrafos, los escultores, los pintores, los cantantes, y los demás artistas, empiezan a hacer arte porque "no saben qué hacer que resulte útil".
Cuando, en realidad, ellos hacen útil todo esto. Nos sacan de las peceras que somos cada uno en nuestra mente, y nos muestran qué hay más allá. Son los únicos que no te ayudan a sobrevivir: te enseñan a vivir.

martes, 11 de noviembre de 2014

Empire State of Mind.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

Desde que el sobre llegara a su casa, Noemí sentía un nudo en la garganta que le era imposible ignorar. Se sorprendía, incluso, de que el aire pudiera atravesarlo, posarse en sus pulmones y permitirle respirar, seguir viviendo.
Se descubría a sí misma contemplando el reloj con estupefacción, preguntándose cuándo su cuerpo diría “basta” y se negaría a seguir luchando contra sí misma, y abandonar su alma a su suerte.
Diana llevaba ya horas encerrada en su habitación, en una huelga vital que no parecía decaer. Harry acababa de marcharse al instituto de la chiquilla, donde saquearía la taquilla de ésta junto a Zoe, la mejor amiga de su hija, cual par de piratas sin navío.
Y ella había entrado en su estudio, se había sentado en su escritorio y se había dedicado a pasar hojas de las carpetas que contenían sus diseños, inspeccionando cosas que sus ojos no podían ver, y a sumirse en una meditación sin los garabatos que en países lejanos invocaban a la paz y a los dioses más benévolos, pidiéndoles clemencia ante lo que ellos sabían que se avecinaba, y los mortales desconocían.
Aparó la vista de un boceo del vestido que pretendía tener listo para el decimoséptimo cumpleaños de su pequeña, en más de medio año, pero que llevaba ideando prácticamente desde que nació.
Todo parecía encajar como el más sencillo de los puzzles: ella, una de las mejores de Nueva York (y, consecuentemente, del mundo); su marido, una de las mayores estrellas de la música de todos los tiempos; y el producto de ese amor incondicional que sentía por Harry: Diana, la modelo más cotizada del momento, a la que todos querían y a la que muy pocos conseguían encandilar.
La niña ya había ocupado portadas en VOGUE, pero lo que le habían preparado para su 17º aniversario no tenía nada que ver.
El número de Septiembre, el más importante.
El número más internacional y sincronizado.
Un vestido de brillantes en cascada con la espalda descubierta, y las correspondientes joyas.
Y su hija alcanzando la edad en que comenzaba a pertenecerse a sí misma.
Ahora, todo se había ido al traste, y había saltado por los aires como explotan los fuegos artificiales el Día de la Independencia, precisamente el único día en que Diana se permitía recuperar su edad y alzar los brazos al cielo, embobada con las luces que, por un momento, cambiaban su hábitat natural sobre el asfalto de la jungla por el de las estrellas sobre el Hudson, aquella serpiente negra que llegaba cada noche y que abrazaba Manhattan con abrazo cruel.
Abajo, la vida y segura, y Nueva York, palpitaban como siempre, ajenas a todos los dramas de los áticos más exclusivos y grandes de la zona de más grande exclusividad de la ciudad.
Podrían haber ido mal tantas cosas, y precisamente la que más le dolía a Noemí era la que había acabado por estallar... Podrían haberse perdido los negocios, en VOGUE podrían cambiar de opinión y decidir apostar por una top que llevase mucho tiempo en el negocio, Diana podría incluso decidir que se había aburrido de las pasarelas y que quería pasarse a otra cosa, como el vestir a las demás en vez de dejar que las demás la vistieran a ella.
Pero nunca, jamás, pensó que podría ocurrir algo que hiciera apetecible la idea de mandarla al otro extremo del mundo, desterrarla hasta que lo peor de su ser se quedase anclado en la capital del Viejo Mundo.
Había debatido eso largo y tendido con Harry, ya desde que el día anterior, por la tarde, cuando llegaba de una comida de negocios, él recogiera un sobre marrón con un sencillo mensaje escrito a letra apresurada a permanente negro: “el karma acabará por alcanzarla”.
Posibilidades de que Erika hubiera atravesado el océano para dedicarse a semejantes gilipolleces, como predicar su querido karma por todo lo ancho y alto de la ciudad aparte, por la cabeza de Noemí pasó efectivamente un segundo el rostro de su amiga. La imagen de ella, décadas atrás, estirada cuan larga era en el sofá, contemplando la televisión y encogiéndose de hombros mientras hablaban de que tal chica de su instituto había conseguido tal papel, ella había pronunciado exactamente la misma frase.
-El karma acabará por alcanzarla.
Y dicho, y hecho. Como si tuviera algún poder sobrenatural sobre el universo, a las pocas semanas de conseguir saltar a la fama, la chica se veía oscurecida por la noticia de que habían encontrado drogas en su casa, y fotografías con las que chantajeaba a los productores para conseguir un hueco en el mundo de la actuación... el mundo que, precisamente, había anhelado la española vidente desde que tenía uso de razón.
La habían absuelto, sí, por lo que Noemí no sabía si considerarlo una acción de la “justicia universal”. Pero las puertas del limbo se cerraron en sus narices, y la criatura se vio arrastrada hacia el mar del anonimato, condenada a navegar a la deriva, siguiendo los caprichos de las corrientes marinas.
Erika no pudo estar más satisfecha en toda su vida por aquello. No habría mártires. No habría esperanza. Simplemente justicia limpia, auténtica, no como la que practicaban los juzgados.
Harry había subido las escaleras (sí, siempre subía por las escaleras) contemplando el sobre, decidiendo si sería mejor mirarlo primero él y luego dárselo a su mujer, o hacerlo conjuntamente. Sospechaba que se trataba de su hija; el 99% del tiempo era Diana, lo que le hacía vacilar más aún.
El sobre permanecía cerrado cuando Styles abrió la puerta, y siguió cerrado mientras comían él, su hermana, y su esposa.
Una vez se fue Gemma, Harry tomó el sobre, que había guardado dentro de su gabardina, y se lo tendió a Noemí con gesto serio.
Noemí siempre tenía la sensación de que Harry se negaba en redondo a aceptar las cosas malas que hacía su hija, que ella pudiera realmente ser una mala persona y llevar el demonio en el fondo, porque él era incapaz de ver maldad alguna en las personas. Podía ver deslices, actos que no se correspondían con lo moralmente correcto, pero, ¿Diana siendo mala? ¿Haciendo daño, a propósito, a los demás? A veces, a la madre le entraban dudas de cómo era su hija realmente.
El sobre se encargó de arrojar luz sobre el asunto, a pesar de que no contenía una bombilla, ni tampoco una lupa.
La Noemí actual abrió un cajón y contempló la gran letra apresurada, como si el que había dejado en el buzón aquello se hubiera decidido en el último instante. No era para menos, la verdad. Había cambiado más vidas de las que, seguramente, pudiera llegar a crear más tarde.
Siempre es duro cuando te abren los ojos, pensó Noemí con un acento exageradamente neoyorquino. De las tres españolas, era la que más fácilmente cambiaba de dialecto del inglés; le habían llegado a decir en París que hablaba como las autóctonas de la ciudad de la luz, cosa que la halagó sobremanera.
Volvió a abrir el sobre y a estudiar su contenido, horrorizada por lo que podían llegar a hacer algunas personas, aunque la acción no llegara a consumarse.
-Ha sido esta vida, Noe-dijo Harry, alcanzándole la mano mientras ella contemplaba con pánico lo que se había esparcido sobre la mesa. Harry no lo había mirado mucho; con un vistazo le había bastado para constatar que, efectivamente, no quería saber más. Pero en ella, todo el sobre ejercía un efecto hipnótico, y no se dio cuenta de que Harry estaba estirando la mano y la estaba mirando hasta que sintió sus dedos enormes acariciar los suyos.
Diana no era un demonio. Eso lo sabían ambos. Nadie en este mundo era un demonio; siempre había una razón por la que hacer las cosas, un dolor primero que justificaba el daño posterior, que se hacía siempre como venganza de esta masa primigenia que queríamos ocultar.
Pero algo no encajaba en el puzzle, y era, precisamente, que Diana llevaba una vida perfecta, que le permitía llevar a cabo todo lo que deseaba, sin más consecuencias que las laborales. Nadie se atrevía a tratarla mal, nadie la trataba mal, simplemente porque era de las mejores en lo que hacía y, para colmo, se apellidaba Styles. Su padre era demasiado bueno para causarle daño alguno.
Así que, ¿qué podía empujar a la chiquilla a un precipicio tal como en el que se había terminado encontrando? ¿Por qué volverse una mala persona cuando la vida la había tratado tan bien, sonriéndole en más ocasiones que a su padre y a su madre, juntos?
No le entraba en la cabeza, y por eso buscaba respuestas en la jungla de asfalto, la ciudad que se enteraba de todo mucho antes incluso de que las cosas pasasen. Sólo se había sorprendido a aquella ciudad en una ocasión, y era porque el dragón aún se estaba desperezando de un apacible sueño, estirando las garras y bostezando humo.
Noemí recordó haber deseado con todas sus fuerzas que Harry se callara. Por una vez en su vida, la voz de su marido, que siempre le resultaba lo más atractivo que había sobre la tierra, se había convertido en una tormenta eléctrica sobre el bosque en el que se encontraba; cada sonido era un suplicio, cada palabra, una promesa del pánico que la atenazaba un segundo después, cuando conseguía procesar su significado.
-Tal vez lo mejor será apartarla de todo eso. No podemos permitir que algo así vuelva a pasar, Noe. Es nuestra hija, debemos educarla. Hay que velar por que esté bien, pero también porque no les haga daño a los demás. Y no creo que podamos hacerlo aquí.
-¿Qué sugieres?-había inquirido ella, que se imaginó a sí misma subiendo las piernas a la silla y abrazándose las rodillas, luchando por hacerse más y más pequeña, tanto como fuera necesario para que el universo, Dios, o quien fuera que estuviera al mando de todo se olvidase de ella.
-Enviarla lejos.
Noemí quiso creer, por un segundo, que hablaba de fuera de Nueva York. La ciudad podía ser muy cruel cuando se lo proponía, y teñir vestidos de novia de blanco nuclear en trajes de viuda de un negro impecable, porque era lo más conveniente, de lo que más provecho se sacaba. Sí, tenía sentido: la ciudad en sí podía ser la causa de que Diana se encontrara en la situación actual.
Pero en el fondo de su corazón, la respuesta se desgranó mucho antes de que Harry se atreviera a sacarla de sus labios.
-¿Adónde?
Podría seguir trabajando a las afueras de la ciudad. Joder, podría trabajar de la misma manera dentro del estado, incluso en uno vecino. Pero... ¿merecía la pena echar la vida de su hija por la borda, la carrera con la que llevaba soñando años, por un sobre marrón?
Harry la había mirado con aquellos ojos verdes teñidos de tristeza. Y Noemí quiso que se callara y que ignorase su pregunta, a pesar de que sabía que no iba a suceder eso.
-Sabes adónde. A Inglaterra.
Y ella se quedó callada, en silencio, ahogando la lágrimas, quemándolas en sus propios ojos, porque sabía que era lo mejor, la única alternativa, y que la pequeña se lo acabaría agradeciendo algún día. La mandaría al mismo infierno si me garantizasen que allí sería donde mejor estuviera, pensó con amargura.
Nunca se perdonaría haber comparado al país natal de su marido con el infierno, pero todo lo que pusiera un océano de distancia entre ella y su hija bien se merecía los remordimientos posteriores.
Y Diana había llegado, con ojos de haber estado borracha como una cuba y andares de haber tomado sustancias más apetecibles que las golosinas, y la tormenta se había desatado, y ella había sacado fuerzas de donde no las tenía para ser el poli malo una vez más. Era lo que le tocaba. La suerte de haber tenido una hija era que podía ser el poli malo con ella, mientras que, si hubiera sido un niño el que naciera de su amor hacia Harry, habría sido él quien se tuviera que comportar como un auténtico cabrón. Y dudaba que Harry pudiera comportarse así.
Lejos, muy lejos, en el asfalto de la calle, un autobús abarrotado de turistas giró una esquina y entró en el campo de visión de Noemí. Imitaba a los autobuses de Londres, con color rojo y de dos plantas, y sus ojos se vieron hipnotizados por semejante oruga ígnea, a la que siguió hasta que desapareció de su vista, aparcándose una y otra vez a la orden de los semáforos tan odiados como necesarios en la ciudad.
La marea de turistas, neoyorquinos y otros seres no identificados en general seguía manando en cientos de direcciones, tal y como llevaba haciéndolo desde que se fundó la ciudad. Se descubrió a sí misma retorciéndose las manos mientras la gente se esquivaba una a otra; de vez en cuando, alguien chocaba; de vez en cuando, alguien cruzaba la calle con más impertinencia de la habitual, y los taxis jaleaban tal atrevimiento con pitidos enfurecidos.
Cerca, muy cerca, una puerta se abrió y otra se cerró con más fuerza. El sonido era demasiado característico como para que no fuera de Diana. Noemí se llevó los dedos a la sien y cerró los ojos un momento, masajeándose la piel y pensando a toda velocidad. Había mucho que hacer en muy poco tiempo.
Harry se había encargado de llamar a Inglaterra. Tras varios momentos de discusión, decidiendo sobre si se iba a quedar con Alba o con Erika, al final ganó la segunda, a pesar de que a)hiciera varios años que no hablaba con ella y b) se llevaba mejor con la mujer de Liam. Todo eso se debía a que a)Erika estaba casada con Louis, a quien Harry adoraba, no era ningún secreto, b) era la que más cerca vivía de Londres de las tres españolas (a Alba no se le había ocurrido que tal vez necesitase de sus servicios y se había terminado mudando a Wolverhampton, en el culo del mundo, al norte de Inglaterra), y c) seamos francos, Noe; ha parido a los hijos de Louis y su camada se parece más a un ejército de lobos bien sincronizado, esperando la orden de mamá loba para atacar, más que a una manada de hienas enloquecidas por el hambre.
Sí, Erika había resultado ser una buena madre, a pesar de que nadie daba un duro por ella cuando era joven, pues detestaba, con todas las letras, a los críos. Aunque no había estado sola: Louis también ejercía parte activa en la educación de sus hijos.
Aunque, claro... aportaba los genes más peligrosos a la familia.
Así que Noe había tenido que aceptar esa estocada con la mayor elegancia posible y se había retirado de la competición.
Echando un último vistazo a sus diseños, aquellos que ya nunca verían la luz, se incorporó en su asiento y salió del despacho. Recorrió el pasillo hasta llegar a la habitación de Diana, cerrada a cal y canto. Dio varios golpes con los nudillos en la puerta y, al no recibir respuesta, entró.
Se pasó allí dentro la siguiente media hora, rebuscando en los cajones la droga que, de seguro, estaba escondida por la habitación. Siempre había sabido que Diana acabaría drogándose (¿hola? Era modelo), pero algo le decía que aquél era el momento crítico en el que las drogas tomarían parte en la vida de su hija como nunca antes lo habían hecho.
Tuvo que interrumpir la búsqueda cuando la puerta de la calle se abrió y Harry anunció que estaba en casa. Al otro lado de la pared, varias decenas de litros de agua, seguramente espumosos, se balancearon en la bañera. Y Noemí salió corriendo de la habitación de su hija como ladrón de un banco.
Bajó las escaleras con la mayor compostura que consiguió reunir y fue a reunirse con Harry, que portaba en las manos (oh, aquellas manos) todas las cosas que había ido acumulando su hija en la taquilla a lo largo de los años. Incluida, cómo no, una bolsita de polvos blancos.
-¿Te parece normal?
Noe suspiró.
-Se supone que controlan lo que llevan a clase.
-Con las pocas pegas que me han puesto para conseguir a alguien que le abriera la taquilla, no me extrañaría una mierda que tuvieran un laboratorio de anfetaminas en el sótano-respondió él. Ella se odió a sí misma por comprobar lo guapo que se ponía cuando la rabia lo invadía.
-¿Había algo más?
-Recortes de revistas, un cuaderno a medio escribir y unos calzoncillos de Calvin Klein. Ah, y libros-Harry se encogió de hombros.
-¿Qué?
-Sí, Noe. Libros. La cría los necesita para...
-Calzoncillos. De Calvin Klein. Me estás vacilando-meditó.
Harry sonrió.
Le apeteció cruzarle la cara, luego besarlo y, si acaso, arriesgarse a darle más descendencia.
Luego, tuvo que recordarse a sí misma que ya no le correspondía el papel de adolescente loca, y que ya estaba ocupado por alguien más legítimo en la casa. En su lugar, paseó la mirada hacia la bolsa de deportes que Harry sujetaba con dos dedos, sin apenas esfuerzo, ayudándose en parte por aquellas enormes manos, y en parte por todo el trabajo llevado a cabo cuando era más joven.
Y la visión de aquel conjunto de objetos personales la perturbó más de lo que hubiera esperado. Los libros, los calzoncillos famosos, los cuadernos, los recortes de revista, y las fotos eran más de lo que podía manejar. Los objetos personales, almacenados a lo largo de toda una vida, seleccionados a conciencia debido a su millar de significados diferentes, fue más de lo que pudo soportar.
Noemí se echó a llorar, ya que la visión de aquel conjunto sólo tenía un poder, pero uno muy fuerte: le recordaba a ella que la marcha de su hija era real, que no se trataba sólo de una pesadilla de la que fuese a despertar antes o después, sino de una realidad que se acercaba a ella a toda velocidad, como un camión en dirección contraria. Demasiado rápido para esquivarlo, pero no lo suficiente como para no ser consciente de lo que iba a pasar.
Aquel conjunto de objetos, una parte de su hija, hicieron de ella un volcán de lágrimas, que explotó en una violentísima erupción salina acuciada por los años de estoicismo, acumulando disgustos tras disgustos, siendo fuerte por los demás, para acabar traicionándola cuando más fuerte necesitaba ser.
-Pero... Noe... mi amor-Harry la acogió en sus brazos, pobre consuelo para todo lo que se avecinaba, pero ella tuvo que consolarse.
-No quiero que se vaya, Harry, no quiero. No quiero que se vaya. No quiero que nadie la eduque por mí. No quiero que nadie intente enmendar mis errores. Es mi hija. Es mía. No quiero que nadie la arrope por las noches, ni le dé un beso, ni la abrace cuando esté triste, ni le dé consejo sobre amor cuando lo necesite si ese alguien no soy yo. No quiero que nadie ponga un océano entre nosotras. Dios, Harry, no te la lleves, por favor, no la separes de mí. Podemos arreglarlo...
-No la separo de ti, mi vida. La separo de todo lo que le ha hecho mal. Sólo si la sacamos de aquí y la llevamos a un lugar seguro, donde nada de esto la alcance, estará a salvo. Y nosotros somos una vía de alcance para este cáncer que se ha cebado con ella.
-Pero, ¡es mi hija, Harry! ¡Yo la llevé en mis entrañas! ¡No puedes llevártela así, ponerla a un infierno de distancia de nosotros, quienes más la queremos, y decir que así es como mejor estará!
-Ya está, Noe. Lo hecho, hecho está. Louis y Eri ya están esperando por ella. Será lo mejor, de veras. Llevas toda la vida confiando en mí, así que por favor, por favor, no dejes de hacerlo ahora.
Pero ella sólo tenía fuerzas para pelear, llorar, y aferrarse a su camiseta oscura cual náufrago se aferra a un trozo de barco, esperando que la madera lo mantenga lejos de las profundidades oceánicas donde tantos males acechan y reinan.
-Es... mi hija, y...
-También es la mía, amor-contestó él, con tono dulce pero autoritario. La obligó a separarse un poco de sí; lo justo para acariciarle la mejilla y bajar por la mandíbula hasta su cuello, y, después, su clavícula. Sus dedos ejercieron un efecto poderosamente relajante en ella, que dejó de sollozar, aunque sus ojos siguieron creyéndose fuentes.
-Sé fuerte. Por mí. Una última vez. Jamás volveré a pedirte nada. Pero sé fuerte por mí y por tu hija.
Ella cerró los ojos, apartó la cara y asintió despacio. La casa en la que habían criado a su pequeña, el lugar por el que tanto tiempo había estado peleando, de repente se convertía en un borrón aborrecible ante sus ojos incapaces de cumplir con su única misión.
Terminó asintiendo, y Harry se inclinó para recogerla y abrazarla con todas sus fuerzas. Le susurró al oído que la amaba, y ella le respondió de la misma manera: pasándole los brazos por los hombros y diciendo que ella le quería también.
El fin de semana pasó rápido, y, antes de que su hija la dejara para siempre, la ansiedad volvió a hacerse con el control de su cuerpo. La única solución fue levantar el teléfono y marcar un número apuntado en la nevera, y en su memoria.
Un tono.
Dos tonos.
¿Qué hora es en Londres?
Tres tonos.
Tal vez aún no se hayan levantado.
Cuatro tonos...
...cinco tonos...
...seis, y el último, y ya iba a colgar, estaba separando el auricular de su rostro cuando:
-¿Sí?
Y una voz con la que había crecido se hizo eco por detrás.
-¿Quién cojones es? Pásame el puto teléfono. ¿Son estas malditas horas para llamar a una casa? ¡Que tengo críos durmiendo, joder!
-¿Louis?-inquirió una orilla del Atlántico, y la otra enmudeció tras un susurro.
-¡Cállate, me cago en dios ya! ¡Es Noemí!
Y los improperios cesaron con la última palabra.
-¿Noe? ¿Eres tú?
-Sí-suspiró de puro alivio, como si la voz de Louis fuera agua tras una travesía de varios meses por el desierto-. Sí, sí. ¿Está... todo bien?
-¿Qué? Ah. Sí. ¡Claro! Sí, ya sabes que mi palabra es misa para Eri. El evangelio en verso.
-Eres gilipollas-espetó la otra española, la Tomlinson.
-Pero si es atea-replicó la otra, la Styles.
-Bueno, la esencia es que ya estamos preparados para que venga Diana. ¿Eso no te sirve?-se burló él, y Noemí se lo imaginó poniendo los ojos en blanco y sonriéndole a la nada como si hiciera cinco minutos desde la última vez que lo vio.
-Guay. Eh... va a coger el avión pronto. Y la verdad es que estoy acojonada.
-No tienes por qué. A ver, todo el mundo lo dice: mis hijos no son unos putos salvajes. Nos lo hemos apañado bien, a pesar de “mis genes”-pronunció las dos últimas palabras con sorna-. Y tu hija... es hija de Harry, a ver. La rama cabrona de One Direction soy yo. Estará chupado.
-¿Puede... Eri ponerse?
Se hizo un incómodo silencio al otro lado de la línea.
-Claro-dijo él por fin, y el teléfono chocó contra algo un instante.
-¿Para mí?-dijo alguien al otro lado.
-No, es para mi madre. Como tiene muy buen oído, igual oye a Noe desde Doncaster.
-Puto gilipollas. Mira a ver si desayunas ya-otro susurro de nuevo, y esta vez, una voz femenina-. Dime, Noe.
-Prométeme que cuidarás de ella como si fuera hija tuya.
-A Eleanor le cruzo la cara de vez en cuando-fue su respuesta.
-Maltratadora...
-¡Que te vayas a desayunar, Louis!
-Me gustaría que no pegases a Diana, a poder ser. Si no hay otro remedio, pues... hazlo.
-No le voy a poner la mano encima a tu hija, Noe. No te preocupes.
-Gracias.
Otro incómodo silencio.
-Es como un libro.
-¿Qué?
Ya empezábamos con los símiles de Erika.
-Sí, como cuando la gente me prestaba un libro. ¿Te acuerdas? Yo a mis libros les daba la vuelta para poder leer mejor; en ocasiones les rompía la cubierta y todo de las torturas a las que los sometía con tal de leer mejor. Pero, cuando alguien me dejaba el suyo, no les hacía nada. Era como si no los hubiera tocado nunca. No se notaba mi paso por allí. Puedo ser delicada cuando quiero. Y Diana es como una primera edición del Quijote: te juro por Dios... bueno, te prometo, por Louis y por mis hijos, que no voy a devolvértela en peor estado de lo que me la traes.
-Gracias-volvió a decir, pero esta vez, lo sentía de verdad. Por haber sido directa, por leer entre líneas... y por prometer, no por jurar, y por hacerlo por Louis y sus hijos, no por Dios. Sus promesas valían más que sus juramentos, a los que ella no daba casi autoridad. Y Louis y sus hijos eran lo que más quería.
De repente, Eri había pasado a ser una muy buena opción.
-Te... te voy a escribir algo. Mereces saber por qué va.
-Uy, pero, mi niña, ¿no viene por el amoroso tiempo de Inglaterra? ¿No viene para ponerse morena? Yo creía que me la mandabais para eso.
Noe se echó a reír, y a Harry, que acababa de entrar en la estancia, se le iluminó la mirada.
-En realidad, te voy a escribir algo para que sepas qué factor de protección debe ponerse.
-No se pondrá como un cangrejito, ¿verdad que no?
-Es hija de Harry.
-Oh, Jesús. Va a ponerse como un cangrejito-se imaginó a su vieja amiga tapándose los ojos con una mano-. Que el karma se apiade de ella, a mis hijos les encanta el cangrejo.
Se despidieron, colgaron, y Noe tomó bolígrafo y papel. Harry la besó en la mejilla.
-Ahora entiendes por qué Louis es el mejor. Te puede hacer reír incluso cuando crees que no merece la pena vivir.
-No ha sido Louis. Ha sido Eri.
Harry alzó las cejas, sonrió, y asintió con la cabeza, como si aquello fuese mejor. Ella bajó la mirada, sujetó el bolígrafo con fuerza, y dejó que las palabras fluyeran solas en un idioma casi olvidado.
Un idioma sin genitivos.
Un idioma con ñ.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Terivision: Agosto.

¡Hola, startie! Hoy te traigo una película que vi la semana pasada, entre el viernes y el sábado. Se trata de August: osage county. Agosto, simplemente, para los que no piloten en inglés.

Se trata de una película que se estrenó el año pasado, y que llegó a competir en varias categorías de los Oscar de este año (sí, esos Oscar en los que Leonardo DiCaprio volvió a quedarse con cara de depresión porque al pobre lo odian por ser ecologista).
Y tenía ganas de verla por una razón en particular. ¿O, debería decir, mil razones?

Sí, señores. Se trata, como siempre, del elenco, o de una parte de él. Y es que Meryl estuvo nominada a mejor actriz por su interpretación de la matriarca de la familia. Pero no sólo se llevó grandes méritos ella, sino también Julia Roberts, nominada a mejor actriz de reparto.
La película versa sobre el futuro de familia Weston cuando el padre desaparece y, posteriormente, SPOILER (O NO MUCHO, PERO POR SI ACASO) selecciona para seguir leyendo, aparece muerto. Venidas las hijas de Violet (Meryl) a casa para intentar dar apoyo a su madre, descubren que se ha convertido en una drogadicta debido al cáncer que padece. Así, tras el funeral del patriarca, la familia se sienta a la mesa en conmemoración del muerto, y todos los trapos sucios que tienen acaban saliendo a la luz. Los puñales vuelan en la cena, y no sólo los de cortar carne, sino los verbales también.
Las críticas en Series.ly de la película son bastante desfavorables y, aunque lo entiendo, no lo comparto. Al tratarse de una película que versa sobre los dramas familiares, el ritmo puede ser algo lento para algunas personas, pero a mí no se me hizo aburrida en absoluto. Es más, cada vez que salía Violet, yo me erguía en el asiento para ver qué bomba tenía preparada la mujer en esta ocasión. Llegas a reírte con algunas ocurrencias, y te enternece, porque al fin y al cabo, se trata de una película que ahonda en lo humano, en nuestras debilidades y los reproches que tenemos contra los que nos rodean.
Lo mejor: que las hermanas que ahora dirigen a la familia no son, en absoluto, la típica "mujer florero" de los pueblos del medio oeste (¿o es el centro? Bueno, que son de Oklahoma, y Oklahoma es un estado puramente rural) americano, donde la mujer ni pincha ni corta. No. Aquí son ellas las que dirigen el cotarro, por así decirlo. Y lo que ellas digan va a misa.
Lo peor: cómo se meten con la joven de la familia, hija de Barbara (Julia), por ser vegetariana. Me pareció muy ofensivo la manera de tratar a la muchacha al enterarse de que ésta no comía carne por "ingerirse el miedo aferrado a la carne del animal, pues lo sintió a la hora de su muerte".
La molécula efervescente: "Bárbara, debería darte vergüenza. No se dice "jugar a indios y vaqueros", se dice "jugar a nativos americanos y vaqueros".
Grado cósmico: Estrella galáctica (4.5/5), porque es verdadera.
¿Y tú? ¿La has visto? ¿Qué te ha parecido? Espero con ansia que me contestes. ¡Un beso!

martes, 4 de noviembre de 2014

Anclas y arrecifes.

Hay días en los que sólo te apetece ponerte delante de esa persona que un día lo fue todo, abrir los brazos y decirle "ya no me importas nada".
Hoy es uno de esos días.
Y las ganas que tengo van en aumento, porque siento que dejando las cosas estar, simplemente estás postergando lo inevitable.
Me cansa que la gente se esconda, que no te busque, y que no se preocupe de que tú te preocupes.
Me aburre que entren en tu vida fingiendo que van a quedarse hasta que tu luz se apague, cuando, al minuto siguiente, cuando una nube está cruzando el cielo, simplemente se van.
Yo te puse en tu lugar.
Yo te ayudé a levantarte.
Finge al menos que te acuerdas de lo que un día fuiste y en lo que yo te convertí.
Intenta hacerme creer que lo que te falta es tiempo, y no ganas. No por mí, sino por ti. Para poder alejarnos con dignidad.
Finge al menos que reconoces los sacrificios de los demás, los míos y los del resto, antes de decir adiós.
Porque vas a decir adiós.
Porque le vas a contestar a mi despedida, la de verdad. La que te confirme que gracias a ti, a fuerzas aún más poderosas, a astros de mayor gravedad, he aprendido la lección. Ahora soy más fuerte. Ahora soy más guerrera.
Ahora sé qué es lo único sin lo cual no puedo vivir.
Soy yo misma.
Las anclas salvan vidas, sí. Pero cuando la marea sube y el viento se levanta, es hora de dejar libre el arrecife, y dejar que la corriente te arrastre.

Adiós.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Terivision: 1989.

¡Hola, Startie! Hoy vengo a hablarte de un año; un año importante. Se trata de 1989. Es el año en el que sucedieron grandes cosas, como el galardón al Dalai Lama del Premio Nobel de la Paz, la caída del Muro de Berlín, las primeras imágenes de Neptuno gracias al acercamiento de la sonda espacial Voyager 2...
Ah, sí, y el nacimiento de Taylor Swift.
No, esta no es la portada. Es que me gusta este edit (que es mío, por cierto).
Y por eso, precisamente, el nuevo disco que ha salido hace nada, se llama 1989.
Lo cual me parece poco menos que curioso, porque este nuevo disco no se me parece en nada a los trabajos anteriores de Taylor: es mucho más pop, mucho más movido... en resumen, diferente. Ya se la veía venir con RED, aunque lo cierto es que yo no me fiaba mucho de este cambio que la muchacha quería dar. Siempre me había gustado su lado country, el que pudieras distinguirla en la radio de todos los demás por ese banjo (o guitarra clásica, en su defecto) que siempre sonaba en sus canciones, y que era la voz cantante en los discos.
Y, ¡qué gran sorpresa me llevo al escuchar el disco y ver que todos mis miedos eran infundados! 1989 es mucho más "joven", más maduro y despreocupado a la vez. No es tan melancólico como los demás, tampoco tan calmado, y con la mayoría de las canciones no podrías mecerte hasta quedarte dormida en una hamaca. Para mí, es simplemente una oda a la vida, a ser feliz estando tal cual estás: si estás enamorado, bien, si no, también bien; a no escuchar las opiniones negativas de los demás y a escapar de todo lo que te haga daño.
He leído que ella llevaba bastante tiempo con la idea de este disco, de alejarse "por fin" del country y meterse en el pop de lleno, crear ritmos más pegadizos y seguir cuidando las letras como lo había hecho siempre.
Y ahora entiendo por qué.
Lo mejor: Out of the woods.
Lo peor: Que ya no me da la gana comerme la cabeza pensando en a quién va dedicada tal canción. Era parte del encanto de escucharla, el estar media hora meditando y examinando cada palabra, buscando un trasfondo. Me apetece demasiado bailar como para preocuparme de a quién está llamando mala amiga.
La molécula efervescente: en Wildest Dreams, parece que Taylor va a estornudar pero, en el último momento, consigue aguantarse las ganas. Y eso me encanta. Me hace reír. Y ninguna otra canción me ha hecho reír jamás.
Grado cósmico: Estrella (4/5). Porque me ha encantado que se contradiga a sí misma, que encuentre la felicidad en un mundo cuando no está enamorada, se haya cortado el pelo y se haya mudado a Nueva York. Tres cosas que dijo con anterioridad que nunca pasarían.
¿Y a ti? ¿Te ha gustado el disco de Taylor, o sigues nostálgico porque canciones como Back to December parecen no tener intención de volver? ¿Cuál es tu canción favorita?