lunes, 31 de agosto de 2015

Sólo hay una dirección... el oeste.

Hermano, hermano, escucha a los chicos. Jeremy, tengo que pararlo todo un segundo. Antes que nada, muchas gracias, Taylor, por ser tan elegante y darme este premio esta noche. Gracias. Y también pienso muy a menudo en el día en que te conocí. Pienso en ello cuando estoy comprando en el supermercado con mi hija, y mantengo una buena conversación sobre zumo fresco en… ya sabes. Y luego es cuando dicen: “Oh, tampoco eres tan malo, después de todo.” Y muchas veces se me pasa por la cabeza un poquito, cuando voy a un partido de béisbol y 60.000 personas me abuchean. Se me pasa un poco por la cabeza.
Y pienso: si tuviera que hacerlo todo de nuevo, ¿qué es lo que haría? ¿Habría llevado una chaqueta de cuero? ¿Habría bebido media botella de Hennessy y se lo habría dejado el resto al público? Todos sabéis que os habéis bebido esa botella también. Si hubiera tenido una hija en ese momento, ¿habría subido al escenario y le habría quitado el micrófono a alguien? Sabes, este estadio estará montado de una manera totalmente diferente mañana, por algún concierto. Este escenario se habrá ido. Después de aquella noche, el escenario había desaparecido, pero el efecto que tuvo en la gente se mantuvo.
El problema fue la contradicción. La contradicción de que, aunque estaba luchando por algunos artistas, también les estaba faltando al respeto a otros. No sabía cómo decir lo correcto, lo perfecto. Me senté en los Grammys a ver cómo perdían Justin Timberlake y CeeLo Green. […] Y Justin, no quiero ponerte en un aprieto, pero te vi llorar, tío. Y yo mientras tanto pensaba que se merecía ganar Disco del Año. Y esa pequeña cajita que somos los artistas de la noche, ¿cómo podrías explicarlo?
A veces siento que todos sabéis que esta mierda se alimenta de las movidas y todo eso, a veces siento que me moriría por conocer la opinión de un artista, por que el artista tuviera una opinión después de conseguir el éxito. Yo no soy ningún político, tío, pero míralo. ¿Sabes cuántas veces más puso la Mtv ese momento, sólo por que le daba más audiencia? ¿Sabes cuántas veces han anunciado que Taylor iba a darme este premio porque le iba a dar más audiencia?
Escuchad a los niños, tío.
Todavía no entiendo las ceremonias de premios. No entiendo cómo consiguen que 5 personas que trabajan toda su vida vendiendo discos, entradas para conciertos, vengan y se coloquen sobre una alfombra roja y que, por primera vez en su vida sean juzgados en un edificio de oficinas y acepten la oportunidad de que se les considere unos fracasados.  No lo entiendo, macho. Me han liado para eso. Yo sólo quería gustarle a la gente más. Pero que le jodan, hermano. 2015. Moriré por el arte en la que yo creo, y el arte no siempre va a ser educada.  Todos estaréis pensando “me pregunto si se fumó algo antes de subir al escenario”, y la respuesta es sí, me lié algo, y me lo fumé. No sé lo que va a pasar esta noche, ni lo que va a pasar mañana, pero todo lo que puedo decirles a mis artistas es que sólo se preocupen por cómo se sienten en cada momento. Estoy seguro de mí mismo y creo en mí. Somos los del cambio de milenio, hermano. Ésta es una nueva mentalidad. No vamos a controlar a nuestros hijos con marcas. No les vamos a inculcar un bajo autoestima ni a odiarlos. Les vamos a enseñar que pueden ser algo, que pueden luchar por sí mismos. A creer en sí mismos, y si mi abuelo estuviera aquí ahora mismo, no me dejaría echarme atrás.

No sé lo que puedo perder después de esto, y tampoco importa, porque no va sobre mí, sino sobre las nuevas ideas, tío. La gente con ideas. La gente que cree en la verdad. Y sí, como puede que ya hayáis adivinado, he decidido apuntarme a la carrera por la presidencia en 2020.-Kanye West.






jueves, 27 de agosto de 2015

Hace 200 días que no compro nada nuevo, y esto es lo que entendí.


Hace algunos meses tuve que soportar el peor momento de mi vida: la muerte de mi padre. Tenía cáncer.
En nuestra sociedad ya no es normal tener un duelo largo y llorar a quién se ha ido: hay que trabajar. Además hay que diligenciar una montaña de documentos para notificar lo sucedido a una buena cantidad de entidades. Cuando terminé con todo eso, decidí vaciar el apartamento de mi padre.
Es una de las tareas más difíciles que he enfrentado.
Al clasificar cada cosa, la ausencia de mi padre se hacía cada vez más presente. Casi cada objeto estaba relacionado con algún recuerdo. Y había mucho por clasificar.
Necesité dos semanas para poder deshacerme de una vida de pertenencias que reposaba en el apartameneto de soltero de mi padre. Hubo cosas que debí vender, regalé otras tantas e incluso me vi obligada a envíar algunas de ellas al basurero. Cajas llenas de platos y ollas, ropa, muebles, artículos de oficina y muchos otros cachivaches.
Me deshice de lo acumulado durante toda una vida. Una historia que seguramente cada uno de nosotros conoce.
Para obtener todas estas cosas, mi padre tuvo que haber dedicado una buena cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo, todo para que yo acabara por tirarlas o deshacerme de ellas con gran dificultad. Estamos destruyendo nuestro planeta con tal de llenar una corta vida de pertenencias (en muchos casos innecesarias) que usamos con poca frecuencia y en ocasiones nunca. Algunas de ellas pasan a la historia el mismo día de su compra.
Yo decidí que no quería que algo así fuera mi vida “normal“.
Me embarqué en un experimento que duraría 200 días en el que haría mi mejor esfuerzo por no comprar nada nuevo.
Como muchas de las personas con un ingreso fijo, nunca había sido muy disciplinada cuando se trataba de hacer compras. Si podía permitírmelo e incluso si no podía, lo más probable es que lo comprara pensando ”Bueno, ¿y por qué no?“. ¿Podría entonces sobrevivir 200 días sin rendirle culto al Centro Comercial?
Pues sí. A excepción de los alimentos, las medicinas, y los artículos básicos de aseo personal. Pedí prestado, compré de segunda o me las arreglé para vivir si una u otra cosa, y esto fue lo que aprendí:
Ya hay demasiadas cosas en el mundo.Recorriendo tiendas de artículos de segunda mano, clasificados en línea, y grupos en Facebook dedicados a comprar y vender mercancía me sorprendí mucho de ver la enorme cantidad de cosas que los humanos hemos creado hasta ahora. Montañas de ropa, toneladas de muebles, platos, ollas, bastones: un océano casi inimaginable de bagatelas. Todas estas cosas son tiradas, y aún más son producidas. Creo que no hay necesidad de algo así.
La gente compra compulsivamente.Mientras intentaba satisfacer mis necesidades con ayuda de los artículos de segunda mano me impresionó la cantidad de cosas nuevas que hay allí. Cosas que nunca fueron usadas y que reposan incluso con la tirilla con su precio y empaque original: desde velas con esencias hasta ropa completamente nueva llenándose de polvo en los pasillos de las “Second hand”. Eso me mostró que el acto mismo de comprar ya tiene poco que ver con la necesidad de uno u otro objeto, e incluso con el hecho de quererlo; se parece más a un acto compulsivo que debía ser realizado, nada más.
Hay un estigma irracional en contra de lo que ha sido usado previamente.
Tal y como lo escribí en mi blog, obtuve un montón de respuestas interesantes acerca del aspecto higiénico de mi experimento. Muchos sentían que comprar ropa, muebles y otros bienes de segunda era algo sucio y hasta rudo. ¡Pero qué mentalidad más extraña! Esas mismas personas estarían felices de donar lo que ya no usan a asociaciones de caridad. Supongo que piensan que lo usado está bien para los pobres, pero no para ”nosotros“.
Los grandes supermercados no son algo que nosotros necesitemos: los necesitan las grandes corporaciones.Durante los 200 días de mi experimento me dí cuenta que no necesito ir a una gran tienda para comprar lo que necesito: hay muchos pequeños locales en mi comunidad. Las tiendas de ”Segunda Mano" y los clasificados fueron suficientes para satisfacer la mayoría de mis necesidades. Nuestros barrios y sus tiendas también tienen lo necesario para vivir bien, y hay un buen número de personas que están dispuestas a venderlo o obserquiarlo a cambio de una sonrisa o un trueque.
Cuando nada es nuevo, nada es caro.Sin lugar a la menor duda, mi cuenta bancaria descansó bastante durante estos 200 días. Lo de segunda es mucho más económico: la calidad y la utilidad de los artículos es la misma.
Se siente mucho mejor pagarle a una persona en vez de a una corporación.
En específico cuando compras a través de los clasificados. Pude notar que la mayoría de los vendedores son gente honesta y dispuesta a ayudar. Eran personas normales que querían recuperar una porción del dinero al vender artículos en buenas condiciones. Me sentí muy bien de saber que el dinero que estaba pagando sería usado por alguien como yo, y no por una corporación sin rostro.
En realidad no necesito la mayoría de las cosas que están disponibles.
La verdad es que hay cosas que no puedes encontrar de segunda mano. Hay otras que cuya compra de segunda mano sería poco práctica. Cuando me obligué a mí misma (luchando contra mis impulsos más fuertes) a no comprarlas me sorprendí mucho de ver que nada cambió. Ni mi salud, ni mi nivel de felicidad, ni mi armonía interior. Me di cuenta que la mayoría de estas cosas son simplemente algo “lindo”, pero en muy pocas ocasiones algo realmente necesario.
Estos 200 días no sólo fueron una experiencia que decidí tener en el ámbito de la vida sostenible y el minimalismo. Fue un viaje necesario y que me cambió la vida.
Cuando alguien muere, qusieras que “pasara” y volver a la normalidad. Pienso que no haber aprendido nada de ello hubiese sido peor que la muerte misma de mi padre.
Espero que permitas que estas palabras te cambien un poco también. Quizá te des la oportunidad de entrar a una tienda de segunda mano la próxima vez que quieras comprar ropa, o te embarques en un reto de 10, 30 o 200 días sin comprar nada nuevo. Al menos me gustaría que pudieses cambiar lo que piensas a la hora de comprar algo más.

Fuente. 
Seguramente estés pensando que ésta no es manera de volver al blog después de una semana de parón total y absoluto, la semana de descanso (que yo recuerde) más larga desde que lo creé. Pero piensa en ello. Piensa en el mensaje que te transmite realmente este texto que encontré en una página de Facebook.
Lo importante no son los libros que compras, sino los libros que lees, las palabras que haces entrar en ti.
Lo importante no son las películas que vas a ver al cine, sino las películas que ves y que te llegan realmente.
Lo importante no son los zapatos nuevos que compras en el centro comercial de turno, sino los paseos tan largos que das con ellos porque te resultan cómodos.
Lo importante de una cosa no es lo que pagues por ella, ni que la estrenes. No rechazamos a alguien porque ya haya besado a otra persona, porque le haya dicho "te quiero" con anterioridad a alguien, o porque no sea virgen. Le rechazamos porque no nos gusta. O le aceptamos porque nos gusta, esté usado, roto, o a punto de romperse. Y eso que el mundo ya está lleno de personas, pero sentimos la necesidad de salvar a una más.
Entonces, ¿por qué no salvamos también a las cosas?
La vida media de una persona en España es de 75 a 78 años, dependiendo de su sexo.
La vida media de un mueble en el mundo puede pasar los mil años.
¿Realmente vamos a abandonarlo cuando todavía le quedan 922 años en los que puede dar alegrías?
Yo estoy dispuesta a pelear por ellos, por esas "pertenencias con las que destruimos el planeta a cambio de llenar nuestra corta vida de ellas, a pesar de no usarlas nunca o casi nunca".
A mamá no le importa comprarnos algodón de azúcar, a pesar de las caries que puede producir, porque sabe que, durante un instante, lo disfrutaremos.
Lo disfrutaremos mucho.

lunes, 17 de agosto de 2015

Cyntia, me llamo Cyntia.


            Taylor también sonreía, pero no con la sonrisa satisfecha, y con un deje de felicidad, que se había asomado en los labios de Perk al ver a los dos runners allí. Era como si hubiera olvidado todo por lo que estábamos allí, todo el entrenamiento y los planes secretos, y realmente regresara a los momentos antes de que ellos dos aparecieran en el Cristal, cuando éramos un equipo y no estábamos rotos y corruptos por dentro.
            Blondie, sin embargo, sólo tenía ojos para mí. En sus labios se dibujaba la sonrisa más amplia de las tres que allí había: me mostraba los dientes blancos, como si no hubiera visto nunca algo tan hermoso como mi cara. Le lanzó una mirada a Louis, una mirada que no me hubiera esperado en un runner, y con dos zancadas salvó la distancia que había entre nosotras y me estrechó entre sus brazos, hundiendo la cabeza en mi pelo y aspirando el aroma de mi cuello.
            -Sabía que estabas viva, sabía que volvería a verte. Los gatos siempre caen de pie.
            La miré y intenté devolverle la sonrisa triste, pero una parte de mí, demasiado grande y poderosa, estaba decepcionada por que no hubiera venido sola… o se hubiera traído a alguien diferente, y no a mi ex, que seguramente se moría de ganas por dispararnos a mí y a Louis.
            -Te veo muy bien, Kat-saludó Taylor, y su sonrisa se volvió un poco más siniestra. Sentí a Louis dar un paso hacia mí, acercándose más, intentando protegerme. Si las miradas matasen, o Taylor fuera un basilisco, estaríamos muertos los dos.
            -Igualmente… Wolf.
            Sí, para mí no era nada, nada más que otro runner; un runner que podía llegar a ser muy peligroso si se lo proponía… y se lo estaba proponiendo, desde luego. La hostilidad que manaba de él como si del calor de un fuego se tratase no dejaba lugar a dudas.
            Como si quisiera infundirme valor, la pluma que me había dado Louis hacía tantísimo tiempo se hizo notar dentro de mi top. Me tranquilizó un poco; llevaba una parte de ángel en mí. Wolf no me podría empujar hacia un saliente cuando menos me lo esperase, como tampoco podría matarme.
            -¿A qué hora será?-inquirí, rompiendo el contacto visual con Wolf y mirando a Perk y a Blondie consecutivamente. Hacía tanto del Cristal, y, sin embargo, volvíamos a estar allí…
            -Con la primera luz del sol. Antes de que se apaguen las farolas.
            -No queda mucho para eso-intervino Louis, clavando una mirada de advertencia en Wolf, que alzó la cabeza, altivo.
            ¿Realmente me había gustado alguien con esa actitud con los aliados?
            -De eso se trata, pájaro: de que no podáis activar las alarmas.
            -Hemos encontrado fallos en el sistema del Gobierno. Parece ser que sus hackers se han relajado un poco-Blondie se acercó a Perk y lo agarró por los brazos-. Todo gracias a lo que conseguimos en el Cristal-y también lo abrazó.
            Angelica alzó las cejas.
            -¿Todos los runners sois así de cariñosos en la intimidad o es que nos hemos quedado con la arisca?
            La expresión de Blondie se endureció nada más posar los ojos en ella.
            -Oh, ya veo-asintió Angelica, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro y cacareando una risa. Louis la miró, y la carcajada se detuvo en el acto.
            -Estamos aquí para escuchar, y nada más.
            -Ojalá sólo hubieras escuchado en su momento, ángel-espetó Wolf, dando un paso al frente. Blondie lo cogió del brazo.
            -Ahora no. No hay tiempo que perder. Tenemos que volver a la base y ultimar detalles-su mirada era aún más gélida, algo me dijo que no había querido llevarse a Wolf con ella, pero que no le había quedado más remedio. ¿Quién podría haberlo exigido? ¿Puck? Tenía toda la pinta; intentaría volvernos a juntar como fuera.
            Tal vez quisiera hacer de Wolf un señuelo para adelantar la hora en que me volvería a ver.
            -¿Qué tenemos que hacer?-quiso saber Perk, mirando a ambos lados, consciente de que en sus manos estaba el tranquilizar al grupo. Wolf se zafó del abrazo de Blondie.
            -Saldréis de la Central de los Pájaros en cuanto despunte el primer rayo de sol. Se oirá una explosión. Es la señal. Corred al centro de la Ciudad, y, si podéis, entrad en el Gobierno. Necesitaremos muchas piernas allí; cuatro más serán de utilidad.
            -¿Vais a ir todos al Gobierno?-quise saber. Si concentrábamos a toda la Base allí dentro, sería demasiado fácil acabar con nosotros… y lo mejor de todos los runners, la sección Coliflor, acabaría reducida a cenizas, con todo lo que ello implicaba para las demás secciones.
            -Hemos elegido una docena de los objetivos más importantes de la Ciudad. La idea es atacarlos en un margen de 10 minutos para que no puedan ayudarse entre sí, y que caiga.
            -El Ataque Final-susurré, asintiendo con la cabeza. El Ataque Final era una de las bases en las que se asentaba nuestra propia existencia: la primera Faith, la que había impulsado la revolución que terminó reduciéndonos a escombros y demostrándonos que no podríamos con la ciudad si no nos multiplicábamos, y rápido, había soñado, e intentado, un ataque masivo en el que todos los centros de seguridad y control de la ciudad (en definitiva, todo lo que la hacía ser lo que era, y detestable) serían atacados prácticamente a la vez, provocando el colapso y permitiéndonos abrirles la mente a los ciudadanos, con la esperanza de que la libertad que se les había arrebatado volviera a ellos, como se nos había aparecido a todos los runners en una visión.
            Pero, claro, ahora habían pasado demasiados años y no podíamos invertir un proceso de educación desde la infancia que llevaba implantado demasiado tiempo con un par de minutos haciendo de los runners el nuevo dios omnipresente de la ciudad: eso era un milagro lejos de nuestro alcance, y del de nadie. Una de las cosas que habían hecho que Faith fracasara había sido la demostración de que no había algo parecido a un dios en nuestro mundo, y que la fe era algo inútil que causaría un sacrificio innecesario a todo aquel que la profesara… sólo el Gobierno podía ejercer la protección y la justicia que la gente necesitaba.
            Y la humanidad ya había adorado a dioses crueles en anteriores ocasiones, con lo que el plan era viable desde cualquier punto de vista. Especialmente cuando se doblegaban las leyes de la física y conseguías poner a ángeles a caminar por el mundo.
            -¿De quién tenemos el apoyo?
            -Al principio, los del Fuego y las Bases menores de su alrededor se mostraban reticentes- aquello no era bueno. La sección del Fuego recibía su nombre por la gran cantidad de runners que mantenía, y que iban juntos en las misiones, en lo que los demás habían pasado a llamar “incendios”, porque sus corredores se propagaban como llamas veraniegas en territorios donde hacía meses que no llovía-, pero cuando se enteraron de que los ángeles estaban de nuestra parte, accedieron. Podemos ganar esto.
            -Vamos a hacerlo-replicó Louis, cruzándose de brazos. Taylor apartó la cara y frunció el ceño, la luz de la farola le dio un aspecto curioso, como de estatua de ébano que se movía a voluntad, como si su escultor la hubiese hecho con tanto mimo que hubiera entregado una parte de su alma a su obra.
            -Va a caer muchísima gente esta noche-susurró. Blondie se acercó a mí y me colocó algo en la mano.
            -Póntelo cuando llegues  a la batalla. No antes. El rastreador puede ser peligroso. Alguien quiere hablarte antes de que pelees una última vez-y volvió a sonreír. Nunca se había alegrado tanto de nada. Aferré el pequeño transmisor en el puño. Era el puente que necesitaba para volver a mi hogar, y no iba a perderlo así como así.
            -Con suerte, Wolf-intervine-, esta noche caerán muchos que no se han caído nunca. Hay pocas cosas tan gloriosas como la venganza, pero provocar la caída de un Imperio no tiene nada que envidiar.
            Perk hizo caso omiso del consejo de Blondie y se llevó el transmisor a la boca apenas tuvo contacto con él.
            -¿Kelly? ¿Kelly?
            Y se llevó la mano a la boca cuando obtuvo respuesta.
            Yo decidí esperar.
            Quería demostrarle a Puck que sabría llegar a donde tendría que hacerlo, y que en la batalla también podía charlar con él.

            Las escasas estrellas que sobrevivían a las luces de las farolas parecían no querer moverse, y, desde luego, no lo hicieron durante todo el trayecto a la Central.
            Descubrimos que Jack, a pesar de sus nervios, se había dormido sentado en el sofá, porque cuando tocamos el cristal de la ventana para que nos abriera, dio un brinco y tiró una de las lámparas que había cogido de la mesilla de noche. Louis fingió no darse cuenta, y me depositó en el suelo de su casa justo antes de volver a cerrar la ventana. Angelica había contado 7 segundos para pasar.
            Le tocó el turno a Perk, que había terminado su apresurada conversación con Kelly, gritando y susurrando a la vez contra el frío de la noche. Entonces, entró Angelica, y Louis cerró la marcha, asegurándose de no hacer ruido. Jack se incorporó.
            -Bueno, ¿qué os han contado? ¿Qué hay que hacer?
            -Busca a Jackie. Dile que esté preparada para el amanecer. Tendrá que ayudarte a escoltar a los demás. No te preocupes, ya veo que se os ha asignado una misión. Es la coartada perfecta.
            -¿Qué haremos cuando llegue Bryce?
            -Los verá aquí. Ya le han encargado una misión a Angelica a las 6, de manera que tendrá que venir a liberarla. Todavía será de noche a esa hora, de modo que tendremos tiempo. La misión de Angelica es sencilla, pero es suya, de manera que estará ausente unos diez minutos… que es el tiempo que tendréis tú y Jackie para salir a toda hostia de aquí y aseguraros de que no descubran a Cyn y Perk cuando salen.
            -Y, mientras tanto, ¿qué harás tú, Louis?
            Él sonrío.
            -Yo me quedaré aquí, esperando a que me llamen para avisarme de que hay una sublevación. Los demás no saben nada, pero bastará con verme en la sala de las reuniones para saber que es el momento que estamos esperando. No debería llevarnos más de 5 minutos llegar hasta la zona de los runners; han dejado pistas de que algo va a pasar por allí. Bryce tiene la esperanza de capturar a un par de ellos, o verlos en acción. Lo que no sabe es que, si no fracasamos, será la última vez que Bryce vea a un runner, o que esta ciudad lo haga.
            Una sensación de choque se instaló en mi pecho. Era como si me hubiera estrellado contra un camión porque había olvidado calcular el tiempo de caída y la velocidad de los vehículos que pasaban debajo de mí.
            Si triunfábamos, los runners dejaríamos de ser útiles, y miles y miles de personas se encontrarían con habilidades que las separaban de la sociedad y que ahora resultarían totalmente inútiles.
            Nosotros éramos las jeringuillas, y el Gobierno, la enfermedad. Una vez se dejase de vacunar, las jeringuillas se irían a la papelera.
            Perk también cavilaba, seguramente sobre la adolescencia que ninguno de los dos había tenido, y que se les había negado a tantos de nuestros amigos, aquella que nunca podríamos recuperar.
            ¿Podríamos ser felices caminando por las aceras cuando todo esto acabase, por muy libres que fuéramos, o echaríamos tanto de menos los tejados que haríamos lo que fuera por volver a ellos, por incluso morir por salvarlos?
            Si captó mi mirada en él, no lo mostró. Se quedó pensativo, saboreando los últimos minutos de su cautiverio y preguntándose si serían los últimos de su vida, tanto de la que había tenido hasta ahora como de la única que iba a tener.
            Los ángeles parecían no darse cuenta de que tampoco había un futuro para ellos: se estaban tomando el pelo mutuamente, como guerreros que disfrutan de la bebida y del sexo antes de la batalla. Seguramente Perk y yo hiciéramos bien en hacer lo mismo.
            -Vete, capitán. Nos veremos mañana.
            Jack se colocó en el alféizar de la ventana, se giró un momento para mirarnos a los dos runners, asintió con la cabeza, y se lanzó hacia la negrura de la noche.
            Louis cerró la ventana, y Angelica sonrió, cansada.
            -Y ahora, ¿qué, Che Guevara?
            -Ahora, todo el mundo a la cama. Mañana se hace historia, y deberíamos tener sueños históricos.
            Me levanté y lo seguí a su habitación… pero con intenciones diferentes a las de soñar.



            Llevaba tres minutos corriendo con las sombras de Jack y Jackie encima de nosotros cuando se escuchó la explosión.
            Un minuto antes, a lo lejos, empezó a ladrar un perro.
            Se me erizó el vello de la nuca. No, ahora estamos demasiado cerca, espera un poco más, no des la alarma aún. El ladrido de un perro era siempre mala señal, porque el ladrido venía de unas fauces, fauces que no podían estar muy lejos y que, seguramente, podían (y lo harían) localizarte.
            Odiaba a los perros.
            Podías huir de ellos si tenías el cuerpo caliente y vivo, pero no demasiado: en un punto de equilibrio entre el frío y el calor, con los músculos a plena potencia. No podías estar cansado ni haber echado a correr hacía poco; si era así, era tu fin. Por mucho que las entrenaras, dos piernas nunca iban a correr tanto como cuatro. Lo único que te quedaba era tu astucia.
            Perk me miró, con el viento que generábamos al desplazarnos tan rápido como daban nuestras piernas achinándole los ojos.
            -Está lejos, ¿no?
            -Eso creo-asentí, la trenza dándome coletazos frenéticos. Me la había apretado hasta el dolor cuando salí de la cama de Louis para recibir a Bryce. Y me lo pagaba así: convirtiéndose en un grueso látigo que me azotaba la espalda con cada movimiento del torso, de los pies, o de la cadera. No me daba tregua, pero servía de incentivo para correr más, como la fusta de un caballo con un semental… o, en mi caso, con la mejor yegua de todo el establo.
            Al decimoséptimo coletazo, se escuchó la explosión… y se vio.
            Los muy cabrones habían hecho del Cristal su faro de destrucción, la señal con la que nos guiaríamos todos para acudir como polillas a la luz que nos abrasaría con toda probabilidad.
            -¡Está en los pisos superiores!-gritó Jackie, y yo no pude por más que enorgullecerme de los puntos negros que se precipitaban al vacío. En el último momento, desplegaron paracaídas, y se perdieron en las azoteas de los guardianes del Cristal.
            Perk y yo modificamos el rumbo, decididos a ir hacia allí. El Gobierno estaba a escasas manzanas, y podríamos infundir valor en los runners si nos veían llegar de entre los muertos con ángeles custodiándonos, prometiendo más que aún estaban por llegar.
            Llegamos al río, y Perk y yo nos precipitamos al vacío como habíamos visto a nuestros minúsculos compañeros unos instantes antes. Desplegamos las alas digitales que, por una vez, nos hicieron caso a la primera y se mostraron dóciles en la vida real. Extendí los brazos debajo de ellas mientras me elevaba; las de Perk se limitaban a planear, convirtiendo la fuerza de la gravedad en aceleración horizontal. Atravesamos el río llegando a ver nuestros reflejos en el agua, con dos sombras con cara propia encima de nosotros, cuidando de que nada saliera mal.
            Por primera vez, un ángel femenino era el que cuidaba de mí, y no Louis.
            Sonó otra segunda explosión un segundo antes de que tomáramos tierra en el tejado de los últimos edificios. Echando a correr, me permití el lujo de intentar adivinar dónde había sido.
            -Sonó al norte, ¿no?
            -West Arland, creo-asintió Perk, salvando un conducto de ventilación que se hundía en el tejado a un puñado de centímetros de mí, con lo que le saqué un par de metros que él recuperó en una tirolina más adelante.
            Estudié la calle mientras me desplazaba a toda velocidad por un cable que tenía toda la pinta de ser de teléfono. Era enorme, de un blanco doloroso, y las personas que vivían en ella comenzaban a levantar las persianas para enterarse de qué ocurría, poner imagen al sonido que escuchaban. Unos árboles la custodiaban en cada esquina, y un prado lleno de flores tan blancas como el suelo y de centros amarillos dibujaban figuras de todos los tamaños en el centro mismo, rodeando una fuente como los sirvientes rodearían un banquete.
            -¡Hibiscos!-grité. Era buena señal. Perk se dejó caer en el siguiente tejado, y echó a correr sin esperar a que yo tomara tierra. Era a lo que nos habíamos acostumbrado.
            Saltó una verja mientras yo utilizaba una lona para impulsarme. Otra explosión coincidió con mi aterrizaje. Él se giró, se detuvo y sonrió.
            -Así tocan tierra los dioses.
            Hice una reverencia y abrí los brazos, e iba a añadir algo cuando una, mucho más cerca, me hizo dar un brinco.
            -Estamos cerca.
            -O algo va mal-dijo él, señalando al cielo. Las primeras luces arrancaban sombras de los ángeles que se acercaban, sombras que se proyectaban en los techos y en las nubes, multiplicando su número por mil. Mientras echaba a correr, con la mirada puesta en el cielo (cosa que, por si te lo estás preguntando, un runner no debe hacer nunca), me pregunté cuál de ellos sería Louis.
            Fue salvando el siguiente espacio cuando vi por primera vez a la gente abandonando sus casas a todo correr. Aquello haría del Ataque Final un poco más complicado, pero teníamos que seguir.
            Corrimos entre gritos histéricos, puertas que se cerraban, coches que se arrancaban, y tiros. Tiros por todas partes en cuanto entramos en el perímetro donde ya había habido alguna explosión; sus hermanas se sucedían con frecuencia, y se escuchaban gritos de júbilo de un auténtico ejército reptando por entre los edificios, llenando la ciudad de la cacofonía de una guerra que había tardado demasiado en llegar.
            Todavía nos separaban varios kilómetros del Cristal, y los últimos ángeles estaban sobre nosotros, cuando vimos de dónde procedía ese ruido: miles de runners, decenas de miles, corrían de acá para allá, dueños absolutos del horizonte de la ciudad. Era lo más extraño, y bonito, que había visto en mi vida: miles de figuras con ritmos diferentes, adelantándose y dejándose atrás, salvando obstáculos como un río negro y rojo lo haría, cada uno viendo una oportunidad, cada uno corriendo a todo lo que daba. Los primeros ángeles ya habían caído sobre ellos, y yo tuve que recordarme que esto no era ni la mitad de lo que la ciudad iba a ver ese día. Ni siquiera era la décima parte.
            Los runners chillaban, los ángeles se lanzaban contra ellos, y por aquí y por allí había tiros de advertencia y tiros a matar. Los primeros cadáveres no se hicieron esperar: veías cuerpos caer del cielo y estamparse contra los edificios, a veces atravesándolos como misiles; veías runners caer en mitad de su carrera de rodillas para acabar besando el suelo en un abrazo infinito, y veías policías esconderse detrás de sus coches sólo para mantenerse un segundo más con vida, porque algún proyectil de los robados impactaba contra sus coches o contra la pared contigua, haciendo de la ciudad el infierno oculto que siempre había sido.
            “Era sucia y peligrosa, pero vital y extraordinaria”, había dicho Faith sobre la ciudad original, la de antes de la abominación. Y no fue hasta ese momento que la ciudad de la que había hablado se convirtió en una realidad, abandonando su destino de quimera: gente peleándose y matándose porque tenían ideas diferentes, porque había diversidad, porque el Gobierno no había podido acabar con su semilla, que rebrotaba con más fuerza que nunca, dispuesta a convertirse en el árbol más alto de la selva.
            La suciedad la ponía la sangre de ambas partes; el peligro, las balas; la vitalidad, la muerte allí implantada (moriría más de la mitad del bando vencedor, y el perdedor quedaría erradicado, lo sabía); y lo extraordinario… el que estuviera pasando de verdad.
            La lucha se extendió por toda la ciudad, del cielo caían ángeles y en el suelo los runners se removían, separándose del lugar donde creían que iban a caer y saltando a ayudar a los capturados, esperando tirar al ángel que pretendía secuestrarlos y superarlo en número.
            Perk se lanzó al vacío y desplegó las alas. Jack lo siguió, y se abalanzó directamente hacia una chica que daba vueltas y más vueltas, precipitándose al vacío. La cogió por el torso y, a pesar de su lucha, de los mordiscos que le dio y los puñetazos en los riñones, no la dejó caer hasta colocarla en el suelo, ante la expresión confusa de la chica.
            Jack se levantó, y otra runner lo apuntó con una pistola, pero la chica a la que había salvado le pidió que no disparara a gritos, alzando la mano para detener el tiempo, y con él, las balas.
            El movimiento de los tejados se ralentizó, y se volvió vertical cuando todas las cabezas se levantaban para observar lo inconcebible: un ángel se volvía contra otro y se abalanzaba contra sus alas.
            La ciudad enmudeció por un momento, y mi corazón se detuvo al reconocer las alas de buitre con cuernos.
            Blackfire.
            Y aquellas alas.
            -¡¡¡¡LOUIS!!!!-chillé, y todo el mundo se volvió para mirarme. Y luego, para mirar a Perk, que había alzado su brazo con los tatuajes para que todos vieran quién era.
            -¡LUCHAD! ¡LUCHAD POR LO MISMO! ¡TODOS SOMOS ESCLAVOS! ¡LUCHAD POR VUESTRA LIBERTAD!
            Y no esperó a los gritos de “¡Es Perk! ¡Perk está vivo! ¡Perk!” ni a los de “Dios mío, ¿esa es Kat? ¡Kat está viva! ¡Kat está aquí!” para lanzarse él mismo contra Louis y Blackfire, y ayudarle a despedazarlo en el aire. Blackfire chillaba, lanzaba maldiciones y patadas, embestía a ambos y luchaba por zafarse, pero Louis era un ángel de nacimiento, y no se podía competir contra el cuerpo propio: yo misma había visto la diferencia entre sus cuerpos, cómo el de Angelica tenía dos ríos que conectaban sus alas con su cerebro, cómo por dos simples canales manejaba esas articulaciones, y cómo en el de Louis las alas se fundían con la mayor naturalidad con su espalda, sin cicatrices ni nervios implantados, con la sencillez y la belleza de quien nace así. La maldición era bella.
            Los demás ángeles observaban con incredulidad; algunos incluso sostenían por el cuello a runners a los que estaban asfixiando sin pretenderlo: seguramente lo que querían era reventarles la cabeza contra el suelo, pero lo habían olvidado en su sorpresa al encontrarse con una revolución dentro de ellos.
            Blackfire gritó, cayó en vertical, sacó una pistola y disparó al aire; erró por unos centímetros las alas digitales de Perk, y, antes de poder volver a poner el dedo en el gatillo, Louis había caído sobre él, ave de presa sobre paloma, y se había con su pistola. Le pegó un tiro en una pierna, luego, otro en el ala contraria, y Blackfire lanzó un alarido que dejó sin aliento a los pocos que estuvieran luchando por respirar. Louis lo cogió del cuello; Perk, del torso, y Louis se abalanzó hacia lo que lo hacía fuerte: sus alas.
            En lo que pareció una escena a cámara lenta y producto de la hipnosis, vi cómo le arrancaba el ala sana de un tirón, la alzaba sobre su cabeza y lanzaba el mayor alarido que hubiera escuchado jamás. La sangre manó a borbotones de la espalda de Blackfire, que lanzaba gritos agudos y se debatía, a pesar de que la altura que tanto le había ayudado en ese instante lo mataría.
            Los runners de toda la ciudad reaccionaron al unísono, lanzando gritos y los puños al aire… y algunos ángeles lo imitaron, tirándose hacia los que sabían fieles incondicionales a Bryce. Unos cuantos se miraron entre ellos, inseguros, y emprendieron el vuelo, alejándose de allí.
            Pero la mayoría se quedó para luchar contra ángeles y runners a la vez.
            Perk me hizo un gesto con el brazo, y entonces, yo misma me lancé al vacío, extendí las alas y volé hacia ellos. Choqué contra el cuerpo de Blackfire, que sollozaba y me miraba con asco a través de las lágrimas. Con una sed de sangre que había experimentado sólo una vez en mi vida, con el cadáver de mi hermana entre los brazos, le quité la pistola a Louis, se la introduje en la boca a mi presa, y le sonreí.
            -Vete limpiando el infierno para cuando llegue mi ángel.
            Le di un beso en la frente y apreté el gatillo.
            Y disfruté como nunca de ver morir a un hombre.
            Perk se desprendió de él, y yo tuve tiempo de impulsarme en su abdomen para saltar hacia arriba y salir disparada con mis alas antes de que su cuerpo terminara de hacerse añicos contra el asfalto del suelo.
            Pero mi felicidad y mis giros duraron poco, porque su segundo de abordo pareció darse cuenta de que yendo a por mí haría más daño a Louis que arrancándole las alas, de modo que se me encaró como un proyectil, me lanzó contra un edificio, y traspasó el cristal con mi cuerpo.
            Hiciste esto mismo en las oficinas donde Louis te besó por primera vez, pensé, justo antes de sentir cómo mis alas se rompían, desaparecían, y me abandonaban. Pero no importaba: era una runner que volaba, una runner, podría con todo. Me dio un puñetazo, que esquivé bajando la cabeza, y le di un cabezazo entre las costillas, lanzando la mano hacia delante para sacarle la pistola del cinto y meterle un tiro por el cuello. El ángel cayó a un lado, sin comprender lo que había pasado. Yo me incliné hacia él, estudié su herida y, en un ataque de compasión, le pegué un tiro entre las cejas.
            Eché a correr hacia delante, decidida a salir por el mismo cristal por el que había entrado, y salté.
            Salté como no había saltado nunca en mi vida, con una gracilidad y una eficiencia que merecían entrar en los libros de historia… pero no había nada delante.
            -¡¡Perk!!-grité, y mi compañero, mi amigo, el único que sabía por lo que había pasado esos meses, me agarró de la mano y me lanzó contra uno de los tejados más cercanos y más bajos.
            Estaba escalando por una tubería para ayudar a Jackie a zafarse de un par de ángeles que la habían tomado con ella por ayudar a una runner cuando empezaron los tiros, procedentes del edificio en el que había entrado. No le di importancia, porque al principio, los falló todos por mucha distancia, pero cuando casi me alcanzó en un pie, me volví para ver al francotirador.
            -¡Dadme una puta ametralladora!
            Porque las habían traído, ¿no?
            Alguien me pasó por el suelo una ametralladora y la emprendió a puñetazo limpio con un policía al que uno de los pájaros había subido al tejado. Cogí el arma, la sopesé de la que calculaba la distancia y el flujo del viento, y quité el seguro mientras daba una vuelta para ocultarme en un conducto de ventilación.
            Yo era la cara de una revolución, habían gritado mi nombre como si fuera lluvia en el desierto cuando me habían visto con más fuerza y alegría del que gritaron el de Perk. Y, a pesar de sus alas perfectas, de luz, y las mías, rotas y apagadas, el francotirador lo sabía. Si acababa conmigo, los runners se desmoralizarían.
            Pegué un tiro al aire para comprobar que la pistola funcionara correctamente, y, satisfecha por el resultado, esperé inclinada y calculando la orientación del cañón.
            Me levanté y fue automático: disparé una ráfaga de unos 15 tiros que rompió diversos cristales, y que hizo que el francotirador perdiera pie por un momento.
            -Cáete, hijo de puta-susurré, bajando un poco el arma para enfocarle los pies. A esa distancia, y sin una mira telescópica como la de un rifle, poco podría hacer, pero sabía que estaba en racha. Me había corrido dos veces con Louis, había sido yo la que había matado a Blackfire metiéndole un tiro en la boca y a uno de sus fans. Era mi día de suerte.
            Volví a disparar, pero sólo conseguí romper los cristales del techo del piso inferior. El francotirador recogió su pistola y desapareció por atrás.
            -Vete, vete, hijo de puta-sonreí, y me desplacé hacia otro saliente, dispuesta a esperar a que apareciera por otro lugar.
            Se abrió una ventana, y vi el brillo de un cañón antes de que éste disparara… pero ya no me estaba disparando a mí. Disparaba al cielo.
            Alcé la vista y, como eran mi día de suerte, pude ver cómo una bala perforaba el ala enferma de Louis. Fue una herida pequeña, casi superficial, que le había dado al borde, de manera que pudo seguir volando, aunque no con la gracilidad de antes.
            El francotirador la emprendió entonces con los ángeles, y el cielo comenzó a caerse de una forma en la que nunca se había caído. La lucha se recrudecía: los runners habían superado a la policía, y los ángeles se concentraban en masacrarse unos a otros, sin hacer caso del cobarde que se escondía tras un edificio para matar nuestra esperanza.
            Me quedé sin balas, así que corrí enloquecida a por otra pistola, algo con defender lo poco que nos quedaba para ganar.
          -¿Tenéis una pistola? ¿¡Una pistola!? ¡Me vale un puto arco! ¡Algo para disparar!
            Una chica pequeña me tendió un rifle.
            -Fríe a ese hijo de puta, Kat.
            La miré a la cara, y se me cayó el alma a los pies. Blueberry me sonrió, con las puntas del pelo del mismo azul y violeta, y los ojos azules con motas negras brillando de alegría.
            -Siempre supe que volverías, Kat.
            La abracé, a pesar de toda la destrucción, de todas las luchas y de la sangre, propia y ajena, que nos cubría a ambas. Éramos leonas que llevaban mucho tiempo sin verse.
            -Te llevaré al Cristal, te lo prometo.
            Ella asintió, se volvió y se dispuso a echar a correr.
            Pero un alarido como no se había escuchado otro hendió el aire e hizo que todos nos detuviéramos en nuestros lugares. Alcé la mirada, temiendo ver, temiendo no ver… y lo vi caer en espiral, con un ala ensangrentada y sollozando como nadie debería sollozar nunca.
            El hijo de puta había dado a Louis.
            Blueberry se volvió hacia mí y me tendió un cuchillo.
            -Tráeme su cabeza; yo cuidaré de tu novio.
            No necesité que me lo dijera dos veces; los runners se habían lanzado a por él, decididos a protegerlo a toda costa. Al fin y al cabo, había sido el primero en matar a uno de los suyos, y otros lo habían seguido, de manera que, por fuerza, tenía que ser importante.
            Me hice paso a codazos y, antes de darme cuenta, ya estaba atravesando de nuevo el edificio que había visitado. El cadáver seguía allí, dejando un charco de sangre cada vez mayor a su alrededor, como un aura. Me lancé a las escaleras, enloquecida, con una parte de mi cerebro concentrada en el presente y otra en aquellas oficinas en las que había empezado todo.
            Sorprendentemente, no me arrepentí de nada.
            Me detuve de repente cuando descubrí una puerta abierta, y, con el cuchillo que me había dado Blueberry en la mano izquierda y una pistola en la derecha, me acerqué al vano. Pero la habitación estaba vacía: era la primera que el hijo de puta había ocupado.
            Justo entonces, como confirmando mis sospechas, se oyó un tiro en el piso de arriba. Y yo me deslicé, sigilosa como un gato, por las escaleras, dispuesta a matar nada más ver.
            Le di una patada a la puerta, pero el rifle estaba vacío: o lo habían puesto en modo automático, o el tirador seguía allí.
            Di un paso dentro; luego dos, y luego, otro.
            La puerta se cerró a mi espalda, y yo no pude ver la cara de aquel al que iba a matar.
            Sentí el cañón de una pistola colocarse justo entre mis vértebras.
            -¿Vas a necesitar tu columna vertebral?-me preguntó. Y yo le di una patada, me volví y le propiné un puñetazo que ardió en mi brazo. Él, con la fuerza que le caracterizaba, me dio una bofetada, y me dejó sin aliento el tiempo suficiente como para tirarme la pistola, arrebatarme el cuchillo, agarrarme por la trenza y obligarme a mirar por la ventana.
            Todo porque había sido lo bastante gilipollas como para dejar que mi rabia me dominara y no mirar a los lados de la puerta antes de entrar en la habitación.
            Casi podía escuchar a Puck descojonándose en mi mente porque nunca había sido tan imbécil.
            Puck… al final no me había puesto el auricular, lo tenía en el top, con mi bolita plateada. Mierda, mierda, mierda. No iba a poder pedir refuerzos, se iba a ir de rositas.
            -Mira tu imperio, Kat. Mira lo que has hecho por no conformarte con lo que tenías. Siempre quisiste volar, ¿eh? Sólo así puedes perseguir bien a la muerte.
            Taylor sostuvo mi cabeza alzada contra los cristales para ver la destrucción que había causado por no haber sabido correr más rápido y escapar mejor de Louis. Agarrándome bien fuerte por la trenza, me obligó a presenciar cada enfrentamiento, cada muerte.
            -Esto es lo que has conseguido por querer hacer de las sombras tus aliadas, Kat. Nosotros luchamos por la luz; ellos, por la oscuridad.
            A pesar de tener la rente perlada de sudor, a pesar de saber que iba a morir y de sentir el aliento de la muerte en mi espalda, a pesar de sentir el gélido cuchillo que me había dado Blueberry para matar y que me iba a matar a mí en mi garganta, repliqué:
            -Leí una vez que las sombras son las mayores siervas de la luz, pues la hoguera más brillante es la que proyecta una sombra más oscura.
            A mi espalda se escucharon unos gritos, y una puerta se abrió. Louis, como venido del cielo, apareció ante nosotros, irrumpiendo en la habitación cual huracán. Sin embargo, sus vientos de ráfagas ardientes se evaporaron al encontrarse con aquella situación. Seguramente esperase ver a una reina asesina triunfadora, y lo que tenía ante sí era poco más que una plebeya acusada de traición, en la cola del verdugo.
            -Dile a tu hermana que dejaste a alguien encargado de tu promesa, Kat-rugió por lo bajo Taylor, y yo quise gritarle que ella no sabía quién era Kat, que Kat era ella, que yo me llamaba Cyntia, yo me llamaba Cyntia y le pertenecía a Louis como nunca podría pertenecerle a él, y que Louis sería nuestra salvación, y no él.
            Pero todas las palabras se ahogaron en mi garganta, y nunca pude llegar a pronunciarlas.
            El cuchillo se desplazó por mi garganta, convirtiendo la tundra en el mismísimo infierno. Me esforcé por despedirme y disculparme ante Louis, decirle que lo sentía por no haber conseguido lo que nos habíamos propuesto… pero no encontré fuerzas.

            Abandoné este mundo con la misma situación en la que llegué a él, y me habría dolido de no haberme sumido en la oscuridad de los ángeles, contemplando la luz de sus ojos. Los ojos más hermosos, pertenecientes al más perfecto de todos ellos. La luz que los guiaría por la oscuridad.

viernes, 14 de agosto de 2015

Terivision: Ciudades de Papel

¡Hola, Startie! Hoy vuelvo a traerte la opinión de una película, película que vi el miércoles pasado en el cine, y cuyo título es:

¡Ciudades de papel! Es la segunda novela de John Green, autor de Bajo la misma estrella, que se lleva al cine. Conserva, sorprendentemente (o, tal vez, no tanto) a uno de los actores que trabajó en la primera: Natt Wolf.
En Ciudades de papel, Natt interpreta a un joven llamado Quentin Tarantino  que lleva enamorado como dos milenios de su vecina de enfrente, Margo, a quien da vida Cara Delevingne, una modelo que puede que no conozcas. La relación de Quentin y Margo se vuelve prácticamente inexistente desde que encuentren un cadáver, ya que ella quiere investigar y él no quiere saber nada del tema, pero una noche, Margo entra en la habitación de Quentin y le propone un plan de venganza que él acepta. Después de eso, Margo desaparece, y Quentin se embarcará en un periplo (quería usar esa palabra) para encontrarla siguiendo pistas sobre las ciudades de papel, ciudades que los cartógrafos se inventaban y que colocaban en sus mapas con el objetivo de defenderse de las copias ilegales de sus obras (vamos, como medio Blogger con Creative Commons, yo incluida).
Hasta ahí, todo bien, ¿verdad? La historia suena bastante interesante, y muy diferente de lo que pudieras esperarte con Bajo la misma estrella. Puede que hasta te guste más.
¡ERROR!
A pesar de que vi la película intentando controlar mi lado crítico y sádico, al final no pude más: Quentin termina pareciéndome un estúpido sin amor propio, dispuesto a perseguir a una chica que ha pasado de él durante todo el instituto por medio país (sale de Florida y se pasa 26 putas horas conduciendo), y Margo, una “quiero llamar la atención pero oye como estoy por encima de eso me voy a pirar sin decirles nada a mis padres porque me la bufa lo que piensen de mí ja ja ja ya verás qué risas me echo viéndoles la cara cuando vuelva”. Vale, puede que con Margo me haya pasado un poco, porque está pasando por momentos muy duros y tal, pero, ¿hola? Yo no me iría sin decirle a nadie más que a mi hermano a dónde voy, ni dejando pistas enigmáticas para decir que estoy bien en vez de, si acaso, preocuparme de mandar un par de sms de vez en cuando. Joder, chica, que Quentin, el pobrecito y aburrido Quentin, te ayudó en tus planes de venganza. Podías decirle al pobre adónde vas, o que te vas a ir, antes de pirarte sin dejar rastro (por cosas menores en España ya se llama a la poli, pero viva Estados Unidos, el país de los valientes).
Y luego, para colmo, los dos comparten una característica que hace que no los soporte: un egoísmo que va más allá de todo lo que hacen. Margo se pira dejando pistas para que la vayan a buscar SPOILER A PARTIR DE AQUÍ (selecciona el texto para seguir leyendo) (y me da igual que le diga a Quentin que es sólo para decirle que está bien, si dejas putos cachitos de periódico con direcciones es que quieres que te sigan), y Quentin arrastra a sus amigos y hace de sus deseos de menos; para él, encontrar a DiosEncarnadoEnMargo, la vecina que lleva sin hacerme caso 4 eones, es más importante que que sus amigos asistan al baile de fin de curso, que no se va a repetir en su vida y al que tienen la ilusión de ir. Ole vuestros cojones y vuestro útero morenos, coño ya.
Eso sí, al margen de los protagonistas, el resto de personajes me han gustado: los dos amigos fieles que deciden hacer el viaje un poco más ameno para Quentin y que lo acompañan en su búsqueda de pistas, la novia de uno de ellos y la mejor amiga de Margo. Al final, la película tiene un mensaje que se opone a todo lo que ha ido defendiendo Quentin a capa y espada durante las casi 2 horas de duración del filme, y que ha hecho que le coja asco porque en él sólo veo a un pobre calzonazos: la humanización de los personajes y la caída de mitos (xd el paralelismo con un ídolo aquí es jodidamente evidente xd) y el ensalzamiento de las relaciones humanas bidireccionales, y no unidireccionales, en la que uno reza por ser escuchado y el otro ni siquiera parpadea ante las palabras que se le dedican.
La película tiene momentos graciosos, evidentemente, heredados de John Green. En vez de una Hazel llamando a su tanque de oxígeno Philip, porque tiene cara de Philip, esa parte acaba materializándose en un personaje cómico hasta casi la lástima: Ben, uno de los amigos de Quentin, que ya se hace notar en su primera intervención: “Quentin, cómo está tu madre”. O algo así.
Lo mejor: SPOILER la cara de gilipollas que se le queda a Quentin cuando Margo le dice que no quería que fuera a buscarlo {sí, ya}. Aun así, chapó, oye. En mi vida me había reído tanto. Todo el cine me odió, pero mereció la pena.
Lo peor: tener que aguantar una historia que gira en torno a dos personas a las que dejas de soportar en el minuto 20. Con Margo fue casi instantáneo; con Quentin, sin embargo, el odio fue poco a poco hasta el final de la película.
La molécula efervescente: otra vez, SPOILER. Ansel. Puñetero. Elgort. ¡Gracias Dios, por este inmerecido regalo! Eso sí, su tatuaje del dragón no me gustó lo más mínimo.
Grado cósmico: Planeta  {3/5}.
Y no, antes de que vengas a comerme, NO HE LEÍDO EL LIBRO. Tengo pensado hacerlo, pero hay otras obras mejores que tienen turno primero; léase Les Mis o Cumbres borrascosas. Además, me estoy haciendo partidaria de ver las películas primero, despejarte la incógnita de la trama en dos horas, y luego poder disfrutar de las palabras; al fin y al cabo, la literatura es el arte hecha con ellas, ¿no? Entonces, ¿por qué correr?
Ale, venga, pónme a vuelta y media por ver una película basada en un libro que yo no he leído.
Y luego date una hostia, porque dudo que hayas leído la Biblia para poder ver la infinidad de películas que hay sobre ella.
Un besote.

martes, 11 de agosto de 2015

El manto de estrellas de Dublín.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

La casa se parecía a Times Square la víspera de Año Nuevo, eso tenía que admitirlo. Donde solía haber calles plagadas de jóvenes cargadas de bolsas, eligiendo la ropa del día siguiente, y de funcionarios que preparaban la bola para que se deslizara con majestuosidad a los ojos del mundo, había ahora un coro de voces (las que más se oían, infantiles) que se reían y protestaban a partes iguales. Los pasos de las voces incorpóreas pero  fuertes flotaban hasta mi habitación, colándose por la trampilla y anunciándome que se cumplía el primer día oficial de mi encarcelamiento en tierras extrañas.
            Al menos me gustaba el jefe de mis captores.
            Desperezándome con el coro de voces todavía resonando por la casa, me arrastré como pude hacia la trampilla, y de allí me deslicé sigilosamente para acabar saliendo al pasillo como desembocaban los ríos en las calles de mi ciudad cada vez que nevaba demasiado y un día de calor sofocante lo seguía. Claro que, por mucho que me esforzara, no iba a tener un escenario tan idóneo ni la fuerza destructiva que me gustaría.
            Llegué a la parte superior del salón en el momento justo en el que Louis se giraba para darle un beso en los labios a Erika, le susurraba un tranquilo “hasta luego, amor”, y se volvía en dirección a la puerta.
            Algo le llamó la atención en la parte superior de su casa, porque alzó la mirada y se encontró con la mía, de frío y azul acero, coronada por todo el oro de mi continente, el que me había permitido ser la Emperatriz.
            -Buenos días, América-sonrió, y yo tuve que devolverle la sonrisa, porque era la típica cosa que me hubiera esperado de no estar cautivada y de saber que Louis era así (cosa que sí sabía), la típica cosa que habría hecho que soltara una carcajada divertida.
           El timbre de la puerta bramó en mis oídos.
            -¡Ya voy, joder! ¡Puto Zayn!
            Y la única ventaja auténtica de mi cárcel se desvaneció tal y como había aparecido.
            Volví a quedarme sola, al pie de las escaleras, contemplándolo todo. Bajé como hubiera bajado en las ceremonias de presentación de alguna película que prometía ser taquillazo y me dejé caer en el sofá, dándome cuenta de repente de la hora que era en Nueva York, del sueño que tenía, y del error que había sido salir de la cama. Puede que hasta intentaran hacerme ir al colegio; sin éxito, claro.
            Una segunda alma hizo su aparición estelar, todo rizos de chocolate que bailaban tras de sí. No me dedicó ni una mirada, ni yo a ella.
            -Eleanor…-empezó mi anfitriona suprema, y la chica se dio la vuelta con gesto contrariado, como si ir al colegio fuera la gran cosa de su vida y la estuvieran privando de ese placer.
            -Me he comido la tostada, mamá, de verdad que me tengo que ir, Katie…
            -Acuérdate de que tu hermano y tú no podéis dejar la casa sola hoy, ¿vale?
            -¿Para que no me escape?-inquirí yo. Entonces, Eleanor, la prima a la que no había dedicado ni un segundo de atención en toda mi vida, clavó sus ojos en mí, y yo le devolví la mirada de la reina de las animadoras que es coronada en el baile mientras la pringada mayúscula babeaba por su novio (que, por cierto, y como era de esperar, la acompañaba en el trono).
            -Me fío de ti, Diana-contestó su madre desde la cocina. Eleanor sonrió.
            -Sí, se fía de ti más que de mí.
            -A ti te he parido. A Diana no. Los críos se ganan la confianza; que la pierdan con el tiempo es culpa suya.
            -Vale, adióoooooooos, mamá-contestó la chiquilla, girando sobre sus talones, haciendo bailar su falda azul y desapareciendo en dirección a la calle.
            No pasaron dos segundos cuando Erika se asomó a la puerta de la cocina, escudriñó las escaleras, y bramó:
            -¡TOMMY!
            Una centésima de segundo después, su hijo mayor (y su obra maestra) se abalanzó escaleras abajo, con el pelo alborotado, y luchando con una camiseta de manga corta que se le enredaba en la cintura y le dejaba a la vista unos abdominales que yo no me habría esperado allí.
            Bueno, tal vez con Louis no se fuese lo mejor de su casa, después de todo.
            -No ha sonado el despertador, mamá, yo…
            -Te he hecho el desayuno. Porque estoy cansada de que llegues tarde. Yo tengo una reputación que mantener, ¿entiendes?-puso los ojos en blanco, persiguiendo a su hijo por la casa-. Fui matrícula de honor en el puto instituto, a pesar de estar ya viviendo con tu padre, y me saqué una carrera universitaria mientras iba de acá para allá en una gira que encima no me iba a dar un duro. Bastante he peleado ya en mi vida como para que ahora encima a ti no te den ganas de encender el despertador.
            Seguramente aquel gen estuviera en todas las mujeres y se despertase en cuanto algo que no era simple sangre te salía del útero. Mi madre también se ponía así de irascible cuando no me sonaba un despertador, aunque, claro, ¿para qué iba a ir al instituto? Ya tenía la vida arreglada, había ganado suficiente dinero como para mantenerme de acuerdo con el nivel que me correspondía durante más de un siglo. Podría acoger a Zoe si quería, y dedicarnos ambas a la buena vida. Disculpa si no me interesan los presidentes de los Estados Unidos, mamá, pero, ¿quién quiere ser presidente cuando puedes ser el rey? Estudiar es para los fracasados que no tienen otra cosa de la que servirse. Yo me daré de comer a mí misma, cosa que casi nadie puede decir hoy en día.
            Y no, para nada estaba hablando de que todas, las tres, tuvieran vidas gracias a que cinco chicos estuvieron juntos en el momento adecuado y en el lugar exacto.
            Me quedé allí quieta, estirada en el sofá, escuchando el sonido de los platos entrechocando entre sí, el murmullo constante de mi anfitriona escupiendo bilis (en español, lo cual era un detalle, así no tendría que aguantar las típicas tonterías de madre), Tommy refunfuñando (también en español, o eso me pareció, lo cual ya no me gustó tanto, aunque su voz sonaba curiosa cuando cambiaba a ese horrible idioma gutural), y el de los dos pequeños de la casa tomándose su tiempo y chillándose entre sí (en varios idiomas).
            Después de una sarta de gritos un poco más duradera y sonora que aquello a lo que se había acostumbrado mi anfitriona, la puerta acabó abriéndose y un airadísimo Tommy la atravesó, echándose la mochila al hombro y bufando algo que no conseguí entender.
            Me miró de reojo cuando pasaba a mi lado, y con una sonrisa socarrona, me tocó la rodilla y susurró:
            -Hasta luego, americana.
            -Adiós, inglés-repliqué yo, ignorando lo suaves que había notado sus dedos en mi rodilla.
            Su sonrisa se hizo un poco más amplia, espetó un sonoro “¡Adiós!” por encima del hombro, abrió la puerta y desapareció por el mismo lugar por el que lo había hecho su hermana.
            Muchos ruidos después, una agobiada Erika pasó a mi lado, con los dos críos de la mano (ew, pero si ya parecían mayores, ¿no podían ir solos?), y se excusó diciendo que tenía que llevarlos al colegio, que podía ir a hacerme el desayuno, que los platos estaban en tan sitio y los vasos en tal otro, y que ella no tardaría en volver.
            Y así fue como me quedé sola en una casa plagada de gente.
            No me moví del sofá.
            ¿Hacerme el desayuno? ¿Yo? ¿Yo? ¿No me lo hacía en casa, me lo iba a hacer cuando ni siquiera estaba allí, en un lugar en el que no sabía dónde estaba nada?
            Iba lista.
            Enganché el mando a distancia con un pie y lo lancé al aire, con tan mala suerte que terminó cayendo un centímetro por encima de donde yo lo esperaba, y me golpeó en todo el pecho.
            Antes de pensar en las consecuencias que eso podría tener (no conocía a Erika, no sabía cómo iba a reaccionar, y tampoco conocía los lugares en que me podría esconder un tiempo, hasta que se le pasara el posible enfado), y llevada por la ira que se había saltado una generación con mi padre y había recaído en mí directamente canalizada desde mi tía y mi abuela, me incorporé como una exhalación y lancé el mando con todas mis fuerzas contra la pared más cercana.
            Al menos el destino me sonrió y evitó que rompiera un cristal.
            -Mierda-mascullé al darme cuenta de lo que había hecho, cuando el aparato ya se había estrellado contra la pared y se había roto en varios pedazos, difícilmente unibles.
            Con un ojo en la puerta y el otro en el reloj de la pared, me acerqué sigilosamente y recogí los pedazos más grandes, eligiendo entre ser una buena persona y pedir perdón, ser patética y tratar de arreglarlo, o ser una zorra y echarle la culpa a alguien.
            Lo de ser patética me pareció una opción más accesible que las demás, dado que la televisión no estaba encendida cuando Erika se fue (y ni de coña iba yo a ir y apagarla), y el mando reposaba tranquilamente en la mesa, ajeno al hecho de que tenía un dios al lado que acabaría con su vida a la mínima oportunidad.    
            Ya había recogido una cinta de celo de un cajón, y estaba terminando de colocar algunas tiras que había cortado con los dientes (no conseguí encontrar unas tijeras, tal vez porque había críos pequeños en casa), cuando unas llaves tintinearon al otro lado de la puerta, anunciando que el dragón había vuelto al castillo.
            -¿Qué haces?-quiso saber, más curiosa que otra cosa, al verme enroscada sobre mis piernas dobladas, peleándome con algo negro mientras una cinta de celo me colgaba de los dientes.
            Y, por primera vez en mi vida, me puse roja en Inglaterra.
            -Esto…
            Bueno, pues tocaría ser una buena persona.
            -… lo he… roto. Ha sido sin querer. O al menos, eso creo. Se me cayó encima, ¿sabes?-estaba hablando más rápido de lo que había hablado en mi vida, pero era ahora o nunca. No podía dar marcha atrás, tendría que confiar en mi talento y en mi encanto para conseguir que no me encerrara en algún sótano oscuro porque, ¿a quién quiero engañar? Estoy en Inglaterra, tienen sótanos oscuros y aparatos de tortura en todas las casas. No podía arriesgarme a que me rompiera un hueso en un ataque de ira y perder alguna posible portada, especialmente en ese momento, que empezaba la campaña de primavera y VOGUE iniciaba su caza de modelos para el inicio de un año de moda-. Estaba… bueno, lo estaba cogiendo, y se me cayó encima, y le di un manotazo. Fue un acto reflejo. Y lo lancé al otro extremo de la habitación.
            Vi cómo en sus ojos se iniciaba un incendio.
            Pero, claro, los dragones no se quemaban con un simple fuego. Eran el fuego hecho carne; sabían controlarlo.
            -Te dio un ataque de rabia, ¿a que sí?
            A mí el fuego sí que me afectaba, no como a ella, y una bola inmensa se me colocó en la garganta cuando tragué saliva de manera imperceptible. Era como tener un meteorito del tamaño de toda la Gran Manzana metido en el esófago, sin permitirme respirar ni vivir a gusto.
            -S…bueno, yo… sí.
            Sus ojos se pasearon del aparato que tenía entre las manos a mí; de mí al aparato. Lo dejé encima de la mesa y entrelacé los dedos de las manos, esperando la tormenta que siempre, siempre venía con esa mirada. Ya estaba acostumbrada a mamá, pero ella era otra historia. Ya la conocía, me había parido, llevaba una parte de ella en mí y no iba a poder luchar contra esa parte, que sería, a su vez, la que la enterneciera y haría que no me terminase arrancando la cabeza.
            Eso, y que era demasiado guapa como para dejarme sin cabeza.
            Pero, claro, Erika era una historia completamente diferente; ni siquiera sería un mismo tipo de ropa. Si mi madre era un abrigo, Erika bien podía ser ropa interior… o peor, un accesorio.
            Y nadie sabía cómo controlar un accesorio rebelde.
            -¿Y creías que ibas a arreglarlo con celo?
            No, tenía la intención de dejarlo ahí, hecho mierda, para que te dieras cuenta de que lo había roto en cuanto te sentaras en el sofá.
            Hasta los planes aparentemente perfectos acababan teniendo fallos.
            -No.
            Torció el gesto.
            -Entonces, ¿qué…?
            -No quería que te enfadaras-espeté, aferrándome con uñas y dientes al último resquicio de esperanza. Ya está. Es una madre. Tiene hijos pequeños. Seguro que está cansada de reñir a gente.
            Abrió mucho los ojos, como si la idea de sí misma enfadada fuese algo impensable; como si no se dejara llevar por su sangre y gritara más a menudo de lo que había visto hacer a nadie, a horas en las que nadie que yo conociera era capaz, siquiera, de susurrar.
            -¿Por qué me iba a enfadar contigo? Es sólo un mando.
            Y me dejó allí, con la palabra en la boca y una cara de gilipollas de campeonato. Ya estaba. Mi madre me había enviado con la única amiga subnormal que tenía.
            O tal vez con la amiga más rencorosa.
            Me levanté del sofá en el momento justo en que ella terminaba de subir las escaleras y desaparecía en dirección a su habitación. Movida por la curiosidad, ya más que por el simple deseo de disculparme, me quedé en la puerta, estudiando la habitación, mientras ella vaciaba su bolso y caminaba hacia un armario.
            -¿Va en serio?-inquirí, después de reconocer la zona. Una cama inmensa, unas ventanas más grandes aún, una televisión enfrentándose a la cama, un armario, una cómoda, un tocador… sí, la típica habitación que te esperarías en la casa de un matrimonio.
            -¿El qué?
          -He roto una cosa de tu casa. ¿No me vas a… hacer nada? ¿Ni siquiera a gritarme?
            -No me como a mis hijos cuando rompen algo; esas cosas pasan. Además, si te ha apetecido romper algo, es porque llevas esa destrucción dentro. Echarte una bronca es lo peor que podría hacer.
            Fruncí el ceño.
            -Pero….
            -Por Dios, Diana, déjalo estar, ¿vale?-se terminó de hacer una coleta; sus rizos bailaban con cada movimiento de la cabeza, como si fueran un indicador de su humor-. Sólo es un mando. Puedo permitírmelo, ¿sabes?
            Entrecerré aún más los ojos, y ella suspiró, susurró un “bien”, y se acercó a una puerta colocada estratégicamente de manera que la confundieras con un armario empotrado que complementaba al de al lado.
            La seguí hasta la puerta, sólo para encontrarme con uno de los mayores depósitos de joyas que había presenciado en mi vida. Unas paredes de un suave tono rojo custodiaban decenas (me atrevería incluso a decir cientos) de colgantes de las más diversas formas y tamaños. Y pulseras. Y pendientes. Y anillos.
            Pero la estrella eran, sin duda, los colgantes.
            Me acerqué a uno especialmente brillante, uno de los pocos que estaba colocado en un busto, y ni siquiera me pregunté cómo había encontrado la manera de introducir aquella habitación dentro de la suya en una casa que parecía tan pequeña (era más larga que mi ático, pero mis dos pisos estaban mejor aprovechados que los suyos; más espaciosos y libres para lo que se te antojara hacer). A pesar de haber estado rodeada de joyas en muchísimas ocasiones, casi incontables, no pude dejar de fascinarme por la colección tan grande que se ocultaba entre las paredes de su habitación. Tuve que recordarme que estaba ante una colección que no tenía nada que envidiar de algunos pases, especialmente los más caros, y que, para colmo, esa colección era privada.
            -Tuve más, pero las vamos subastando para obras de caridad-explicó ella, sin parecer darse cuenta de que el brillo de aquella habitación, que nada tenía que envidiar a las fotografías de galaxias que había visto en algunos museos, cautivaba mi alma y se entrelazaba con ella de una manera que apenas pudiera pensar con claridad.
            Me sentía de nuevo en casa, a pesar de estar a un océano de distancia.
            -Ése que estás mirando-susurró, y noté la sonrisa en su boca- es precisamente el único que se llevó a subasta y que conseguí traer de vuelta a casa. Accedí a ponerlo en venta cuando me enteré de que la reina estaba interesada, pero Louis sabía lo que me gustaba, y pujó y pujó sin yo saberlo hasta que finalmente los emisarios de la reina tuvieron que rendirse. El intermediario les aseguró que igualaría que igualaría el precio, y que ni vaciando la Torre de Londres serían capaces de ponerle éste a Kate-me volví para mirarla, estupefacta.
            -¿Cuánto sacasteis?
            -Casi 100 millones-y tuvo la decencia de ponerse colorada; estaba claro que aquel colgante valía, por lo menos, diez veces más. Incluso colocado en un cuello como el suyo, en una subasta con reyes, aquella cifra era tristemente baja… y, para colmo, era dinero perdido.
            -Al menos ahora hay toda una región de África con agua potable-susurró, acariciando un reposabrazos del único sofá de piel que había en la estancia.
            -Mamá me ha hablado de tus legendarias donaciones, pero nunca mencionó que donaseis tanto a una sola causa.
            -Y no solemos hacerlo; la mayoría del dinero que se dona a África ni siquiera llega a los pobres: se lo quedan los caciques, o quien sea que mande. Por eso con la que más colaboro es con la de tu madre-sí, mamá había montado una fundación que se encargaba de financiar el cultivo y mejora de la pesca en el golfo de Guinea-, porque sé que ella hace lo posible porque llegue todo.
            -Qué lástima que trate mejor a gente que no conoce que a su propia hija-espeté, pasando la mano por un impecable diamante, el más grande de todos. El collar en cuestión, por el que se habían peleado reinas y plebeyas, se trataba de una intrincada red de diamantes, de los más puros que había visto en mi vida, engarzados en un oro blanco que relucía casi tanto como los pequeños soles azules que había en su interior. Soles que, además, tenían la forma de estrellas; una miríada de estrellas de diversos colores, colocadas unas entre otras en una red que casi parecía una tela, con una gigantesca estrella al final del todo, justo donde empezaría el escote, que haría las delicias de cualquiera. Sería imposible estar fea con aquello puesto, y sería un pecado adornar a la mujer que la llevara con otra joya, pues nada, absolutamente nada, le haría justicia.
            -Se lo presté a Noemí cuando fue a su primera Semana de la Moda en París, y se lo dejo a Alba cada vez que me lo pide porque tiene algún evento. Ella se siente culpable llevando tanto encima. Lo suyo son las inversiones en empresas pequeñas, no las donaciones a ONGs.
            -¿Nadie os echó en cara lo de la subasta?
            -Louis utilizó aun intermediario también; yo no entendía por qué se reía cuando la gente pujaba, hasta que se empezó a hablar de 50 millones. Entonces creí que le hacía gracia porque el colgante iba a triplicar su precio, o algo así. Luego resultó que lo que lo divertía tanto era lo bueno que era Niall pujando.
            -¿¡Fue Niall el que pujó!?
            -Oh, por teléfono, pero sí. Se dijo que se trataba del descendiente de un antiguo lord irlandés. No fue hasta que salimos de la subasta y Louis me devolvió la cajita, descojonándose por mi cara, cuando me di cuenta de que y no quedan lores irlandeses.
            -Todo esto son regalos, ¿a que sí?
            Y se puso más colorada aún, como si el hecho de que alguien te quisiera tanto para estar dispuesto a llenar una habitación de semejantes características fuera motivo de vergüenza.
            A mí me molestaba que me hubieran enviado lejos de mi casa, ¿y ella se ponía roja por su habitación?
            -Y todos son de Louis-me aventuré a añadir. Ella entrecerró los ojos.
            -Tu madre y Alba también me han regalado cosas. Y yo a ellas. Y los demás. No son sólo de Louis.
            -¿Cuánto de lo que hay aquí te lo ha dado Louis?
            Parecía un semáforo.
            -Yo no se lo pido, ¿vale? Se empeña él. Me gustan las joyas, sí, pero con libros también soy feliz. O con películas. Le gusta fardar. Y no me extraña. Yo también lo haría, pero le compré con los chicos un Lamborgini cuando tenía 21. No puedo igualar ese regalo. Pero-añadió, al ver que yo estaba al borde de un ataque de risa- muchas veces llevo cosas que me han regalado las chicas. Como esto-se giró para recoger una pulsera de plata que le daba varias vueltas al brazo. Por su longitud, deduje que alguna ya había cambiado de apellido antes de comprar ese regalo; si no, no podía explicarme cómo tres chiquillas anónimas de un país que ni pinchaba ni contaba en la moda mundial podrían permitirse una pulsera semejante-. Fue un regalo por mi vigésimo cumpleaños. Le tengo mucho cariño-susurró, acariciándola despacio y arrancándole brillos. Alzó la vista-. ¿Quieres probártela?
            Negué con la cabeza.
            -Me he puesto muchas cosas así antes. No; lo que quiero probarme es el colgante de las estrellas. ¿Puedo?
            Hizo un gesto con la mano, indicando que tenía vía libre; pero luego se lo pensó mejor, y me indicó que ella me lo pondría. Me senté delante de un espejo en el que una agotada yo me devolvió la mirada. Inglaterra no me hacía bien, pero por lo menos mantenía un poco de la belleza que tenía en Nueva York.
            Todo cambió cuando Erika me colocó el colgante, que cayó con gracilidad por mi cuello y me devolvió el aspecto de diosa que había tenido en mis mejores momentos, y eso que sólo estaba en pijama.
           Era como si yo fuese la primera diosa griega y de mi cuello colgase la Vía Láctea, que estaba a punto de repartir por el cielo.
            -Esto vale más de 100 millones-susurré, acariciándolo. Ella asintió imperceptiblemente.
            -Si no fuera por Guillermo, habríamos terminado batiendo un récord, o algo por el estilo-sonrió, acariciándome el cuello, y yo me di cuenta de que mi madre solía hacerlo de la misma manera.
            -¿Te lo puedo ver?
            Su sonrisa se hizo más amplia; dejó que yo misma me desabrochara el broche, y con manos expertas, las que estaban acostumbradas a eso, se apartó el pelo y se colocó el colgante.
            Tenía que reconocer que sabía cómo llevarlo: cuadró los hombros, alzó la cabeza e hinchó el pecho. A pesar de la ropa que se había puesto para llevar a sus hijos, tenía el aspecto de una reina, con lo que no se me hizo tan complicado comprender por qué Louis habría arriesgado todo por asegurarse de que mantenía aquella luz. Su mirada irradiaba poder bajo ese manto de estrellas, cada una más reluciente que la anterior. Supe que, si mi país fuera un reino, no me importaría que ella se sentara en el trono, ni pagarle impuestos.
            Se inclinó para contemplar su reflejo en el espejo.
            -Louis hizo bien no desprendiéndose de eso.
            -Louis es tonto-replicó, pero estaba claro que estaba lejos de pensar aquello-. Mira, como regalo de bienvenida, puedes elegir la joya que más te guste.
            -Entre el pollo de anoche, y esta habitación, creo que mi madre me terminará llevando a alguna cárcel. Me tratáis mejor que ella.
            Empezó a reírse, con una risa que no había escuchado antes en este lado del mundo; sólo se daba en la cima de Nueva York, de noche, cuando mis padres se sentaban después de un duro día de trabajo, enroscados en el sofá, para ver una peli, y papá decía algo, y arrancaba ese sonido de la garganta de mamá. Era el típico sonido que haría pujaras hasta quedarte sin nada.
            Colocó despacio el colgante en el busto y lo volvió a dejar en su lugar.
            Justo cuando me estaba levantando, se escuchó el timbre. Ella frunció el ceño, echó un vistazo a su indumentaria, y salió de la habitación, no sin antes decirme que cerrara la puerta cuando saliera y que no me preocupara de cerrarla, pues lo hacía sola.
            Decidida a meditar durante mucho tiempo qué joya acabaría llevándome (estaba claro que la Vía Láctea estaba fuera de mis posibilidades), la seguí apenas atravesó el umbral de la puerta de su habitación, pero me cogió tal ventaja que, cuando llegué al pie de las escaleras, ella ya estaba abriendo la puerta de la calle.
            Soltó un grito en su idioma y se abalanzó sobre la persona que estuviera allí. La mujer a la que abrazó replicó:
            -No me hables en ese idioma satánico tuyo; sabes que lo odio. A tu marido puedes echarle los hechizos que quieras, pero a mí, me dejas en paz.
            Me sonaba esa voz, pero no supe darle cara hasta que la dueña entró en la casa. De pelo negro, rizado hasta hacerla parecer negra, y tupido como las nubes sobre Times Square en las ventiscas, aquella a la que mi madre tanto había criticado por lo imposible de hacer que algo le quedara bien le dedicó una sonrisa a su anfitriona mientras daba un paso, y metía su cuerpo blanco en el corazón de mi prisión.
            Sus ojos de un verde grisáceo se clavaron en mí, y frunció un ceño tan acostumbrado a esa posición que unas arrugas prematuras se habían instaurado en él.
            -¿Y ésta?-inquirió, girándose hacia Erika-. Ya has tenido otra hija. Por Dios, eres igual que una coneja. Sabes que estamos en el siglo XXI y hay condones, ¿verdad?
            Erika se echó a reír de nuevo, pero aquel toque musical del cuarto de las joyas se había perdido.
            -No es mía, Ella.
            Ella. Claro. Se llama Ella. El otro es el nombre artístico.
            -Pues me suena tu cara, niña-espetó, inclinándose hacia delante y dedicándome una sonrisa burlona y curiosa a la vez-. ¿Te he insultado alguna vez?
            -Es la hija de Harry.
            Bajé las escaleras con la dignidad de la diosa que había sido hacía escasos minutos.
            -¿Harry? ¿Qué Harry?-se estaba pensando caminar hacia mí y examinarme, lo sabía. No supe qué me ofendió más: si que se planteara aquello, o que no me reconociera de inmediato.
            Hasta Lorde vivía en mi mundo.
            -¿Qué Harry va a ser, Ella, joder? Harry Styles, no el príncipe de Inglaterra.
            -¿Y qué haces tú con la cría de Harry en casa?-inquirió, girándose rápidamente y haciendo que todo su pelo bailara como una gran falda de luto flamenca-. ¿Ahora eres niñera? ¿Quieres que te traiga al mío?
            -No, por Dios. No sé si sabría mantener una conversación de 10 minutos a su nivel intelectual.
            -Los europeos sois todos imbéciles. Por eso me caéis mal. Tú especialmente.
            -Sólo conoces a unos pocos.
            -De entre ellos, a ti y a tu puñetero marido. No necesito conocer a más.
            -Perdón, pero, ¿qué tienes en contra de Louis, exactamente?-me metí yo. Vale que quisiera tomarle el pelo a mi anfitriona, pero nadie se iba a meter con Louis Tomlinson delante de mí, por muy amiga que fuera de su mujer.
            Lorde frunció los labios.
            -Mi tercer disco era mejor que el séptimo suyo, entonces, ¿por qué se llevó el Grammy? ¡Yo ni siquiera hago pop!
            -Es artpop. Lo tuyo es respetable, Ella.
            -¡Me da igual! Tenía el sitio preparado, el premio era mío, pero tu estúpido maridito y sus amigos me lo quitaron. No me extraña que ahora estén callados; les carcome la conciencia.
            Ella y Erika intercambiaron una mirada y luego, sin previo aviso, se echaron a reír, histéricas, y se dieron un fortísimo abrazo que mezcló piel morena con piel pálida, rizos chocolate con leche con rizos chocolate puro, y labios sonrosados contra labios pintados en un fuerte tono rojo.
            -Hacía tanto que no te veía, ¿cómo estás, kiwi?
            -Bien, española, como siempre-susurró la recién llegada, aceptando de buena gana los besos en la mejilla que mi anfitriona le ofreció-. Y veo que tú sigues igual que siempre, ¿no? ¿Dónde tienes a los críos?
            -Todos en el colegio.
            -Qué aplicados.
            -¿Y el tuyo?
            -Ya ha terminado de escribir su primer álbum. Es incluso mejor que Pure Heroine. Estoy orgullosa de él-y Lorde se hinchó como un pavo por algo que no había hecho ella; mi madre no podría creérselo.
            -Eso hay que celebrarlo con… Dios, sólo tengo té. Té y Cola Cao.
            -Ugh, prefiero un Cola Cao. No pienso beber ese pis de gato que tomáis en esta gigantesca isla.
            Eri sonrió, negó con la cabeza y le hizo un gesto para que fuera delante de ella hacia la cocina.
            -¿Te vienes, Diana?
            Miré un momento las escaleras, sopesando si me convendría subir y elegir mi regalo ahora. Pero me lo pensé mejor: después de todo, estaba bien conocer al mayor número de gente influyente posible. Nunca sabías quién podría necesitarte.
            Por mucho que me doliera, a pesar del rencor que le tenía (y que le tendría siempre) a mi madre, decidí traicionar su confianza y aceptar la invitación de Erika. Un león tiene que vigilar a su presa antes de atacarla.


            La guitarra nunca me había obedecido tanto como esa mañana. Tirado en el sofá, con los pies en el reposabrazos y la cabeza en el contrario, y el mástil clavado en los cojines, mis manos y el instrumento eran uno.
            Papá solía cabrearse, y cabrearse de verdad, cuando cogía esa guitarra. Pero después de cómo lo había pasado anoche, podría meter un elefante en casa y él no se daría cuenta.
            Rasgué unos acordes, me gustaron, y los repetí. Me pregunté cómo sonaría la voz de alguna chica con ellos, y, antes de que pudiera evitarlo, tenía unos labios en mi garganta extrayendo las palabras de mi subconsciente.
            Debería anotarlas, pero sabía que si me movía, se rompería la magia.
            No podía renunciar a mi musa tan pronto.
            Seguí tocando, dejando que el sonido me rodeara, y sonriendo cuando la voz procedente de la boca flotante, que tenía dueña, pero que no se quería mostrar, hacía alguna floritura. Dios, me encantaba cuando hacía eso en clase. Me encantaba cuando hacía eso en las obras.
            Estaba tan entregado a la voz fantasma que no escuché los pasos que se me acercaban.
            -Buenos días-canturreó una voz femenina, una voz que siempre cambiaba. No podía juzgar a mi padre: si la vida te daba limones, tenías que hacer limonada.
            Pero si la vida te daba uvas y tú no aprovechabas para hacer un vino, era que eras gilipollas.
            -Hola-saludé, incorporándome y dejando la guitarra a un lado. La voz se desvaneció, junto con la boca y la musa, pero no me preocupé. Volvería en cuanto la convocase.
            -Soy Lucy-dijo la chica, echando a un lado su melena negra. Podría tirármela yo, pero lo hacía mi padre. Y yo no me podía quejar, la verdad-. Tú debes de ser Chad.
            -El mismo-sonreí, y vi cómo sus ojos verdes se clavaban en los míos.
            -Es un placer-susurró, extendiendo la mano. Por el deje cantarín de su voz, supe que era italiana.
            -Igualmente-asentí. Hice un gesto con la cabeza hacia la cocina-. Bueno, ¿quieres comer algo?
            Echó un vistazo por encima del hombro a la habitación de la que acababa de venir. Entonces, me percaté de que llevaba puesta una camisa blanca, tan grande que sólo podía ser de papá. Todas hacían lo mismo. Por eso papá terminaba comprando las camisas de docena en docena; le salía más rentable.
            Porque, si no, ¿qué podía hacer? ¿Dejar que se paseasen desnudas por ahí? Entonces, cambiaría la guitarra por las conquistas que traía noche sí, noche también. Y dudaba que eso le pareciera sano.
            -No quiero ser molestia.
            -Oh, no lo eres, tranquila-coloqué despacio la guitarra sobre el sofá; si hubiera tratado a mis novias con la misma delicadeza, me hubieran permitido ser 3 a la vez. Pero sólo la música podía despertar mi lado más tierno-. Mi padre os folla y yo os doy de desayunar. Así lo tenemos montado; bienvenida a la suite Horan.
            La italiana se echó a reír.
            -Eres gracioso.
            -Sí, me lo dicen mucho-respondí. Lo oía prácticamente cada mañana.
            La conduje a la cocina, le preparé lo de siempre, y ella se lo comió mientras me dedicaba las alabanzas de siempre.
            Pero, cuando estaba terminando, sucedió algo que no presenciaba mucho: papá entró en la habitación, me dedicó una sonrisa y le dio un beso a su chica del día. Ella se rió. El beso tuvo que saber a café y nata.
            -Veo que ya os conocéis-sonrió papá, con esa sonrisa bien entrenada que le escalaba a los ojos, los que me había dado a mí, y que hacía que se volvieran locas, de la primera a la última.
            -Tu hijo es muy simpático.
            -Porque lo he educado bien. Oye, ¿quieres que te acompañe a casa?
            ¿Pero qué cojones? ¿Iba a hacer de una italiana mi madrastra? ¿En serio?
            Si iba a tener pizza para cenar todas las noches, rezaría un Padrenuestro antes de irme a dormir, tanto para agradecerle ese regalo como para suplicar que no me volviera obeso y muriera de un ataque al corazón por culpa del colesterol.
            -No, no hace falta. Sé el camino-ella le volvió a besar en los labios; yo no aparté la vista como de costumbre. Estaba demasiado ocupado flipando.
            -Como desees, princesa.
            Agh. Odiaba cuando las llamaba “princesas”. Somos una puta república, papá. Si tanto quieres tener una princesa, vamos al norte.
            La chica dejó obedientemente su taza en el lavavajillas, se giró, haciendo que su pelo bailase detrás de ella, nos guiñó un ojo y desapareció escaleras arriba. Papá puso los ojos en blanco y dio un sorbo de su café.
            -Sé lo que estás pensando.
            -¿Qué el Derby lo tiene jodido este año?
            Entrecerró los ojos.
            -El Derby lo tiene jodido desde que naciste. Eres una maldición. Por favor, pásate al Manchester. O mejor, al Bradford. Me encantaría poder putear a Zayn con Louis. Me refiero a lo otro-volvió a dar un sorbo.
            -¿Que qué te ha pasado para volver a Europa con tus conquistas? Me gustaban las americanas. Más explosivas.
            -Y escandalosas. No las soporto. Se piensan que cuanto más gritan, más nos gusta. No, tía. Me gusta que te muevas, no que chilles para que te oigan en tu puto estado.
            Y nos echamos a reír.
            -Soy demasiado cruel, ¿verdad?
            -Un poco, papá, pero se te perdona.
            -Tienen que hacerlo-asintió con la cabeza-. ¿Qué te ha parecido?
            -Italiana.
            Chasqueó la lengua.
            -Chad.
            -Niall-repliqué, sólo por hacerlo de rabiar.
            -Hijo-asintió.
            -Padre.
            -¿Te gusta?
            -La mayoría de las que traes me gustan. Pero no las toco. Por respeto.
            -Te lo agradezco.
            -… hacia mí. No me como tus sobras. Yo también soy un cazador.
            -Si cazaras mujeres tan bien como cazas guitarras, ya sería abuelo.
            -¿Igual que yo hermano?
            -No hay ningún Chad Piedra por ahí.
            -Ni Nieve. Ni Arena. Espero. Aunque molaría. Podría haber un par de ellos de España; así, la tía Eri podría juntarnos y hacer de nosotros las Serpientes de Arena en masculino.
            Papá iba a añadir algo, pero la chica había regresado. Se mesaba el pelo, capturando un mechón entre los dedos y haciéndolo bailar una y otra y otra vez. Se mordió el labio y aleteó con las pestañas.
            Si no fuera porque yo estaba allí, papá se habría despedido de ella arriesgándose a dejarla embarazada. Pero, como lo único bueno que había hecho en la vida estaba presente, tuvo que contenerse y meterle la lengua hasta la campanilla, en lugar de hasta los bajos fondos.
            -¿Me llamarás?
            -Te llamaré-aseguró, como hacía siempre. Y las llamaba, eso es verdad. Para decirles que se lo había pasado muy bien, pero que era un espíritu libre y que no podía atarse. Con una atadura paterno-filial era bastante.
            La chica se despidió con un gesto de la mano y se volvió para marcharse, pero papá la agarró de la mano y la detuvo.
            -Mi camisa-dijo. Fruncí el ceño. Tenía 26 iguales, ¿qué más le daba? Podríamos abrir una tienda de empeños con ellas, y forrarnos más que con los discos.
            -No quiero ir a quitármela.
            -Puedes hacerlo aquí.
            Oh, sí, hazlo aquí.
            -Pero, ¡está tu hijo! ¡Es demasiado joven!
            Papá se echó a reír.
            -Pero no inexperto-espeté, sabiendo que no me iba a defender. Era un Horan por la rama de Niall, no por la de Greg. Y seguramente ya hubiera estado con más tías que mi primo Theo, a pesar de que él ya hubiera cumplido los 20 y yo todavía tuviese que esperar 3 años.
            No iba a consentir que se me tachara de virginal principito.
            -¿Puedo quedármela?-preguntó la chica, restregándose cual gatita contra mi padre. Él se hizo de rogar, pero terminó asintiendo. Le dio una palmada en el culo, volvió a besarla, y la tal Lucy desapareció.
            Yo alcé las cejas.
            -Nunca bajas a despedirte de ellas; siempre me toca echarlas a mí.
            -Las cosas cambian, chaval. Y si no puedes adaptarte a los cambios, pues…-se encogió de hombros-… te terminan devorando.
            -Lección de vida número… 3. En 17 años. Te estás luciendo, papá.
            -Cállate-espetó, pero le hacía gracia.
            Había pocas cosas que se comparasen a estar con papá.
            -Por cierto, a finales de esta semana te vas con tu madre.
            -No toca. Este mes era contigo.
            -Tengo planes.
            -Mamá también. Tenía una cita.
            -No me jodas, ¿con quién?
            Sonreí por encima de mi café.
            -Me dijo que te dijera qué hacía, pero no con quién.
            Entrecerró los ojos.
            -¿Sabes? La odio. Mucho. No sé qué tiene, ni por qué me acerqué a ella, ni por qué te tuvimos a ti, cuando me da asco.
            Pero la realidad era bien distinta: papá y mamá se llevaban muy bien, llegando incluso a tontear delante de mí, aunque yo no albergaba esperanzas. Aunque hubiera química entre ellos, y yo fuera el resultado de esa química, no era lo suficientemente fuerte como para provocar una reacción en cadena que os llevara a volver a estar juntos. Y yo no me quejaba. Iba y venía cuando me daba la gana, me consentían lo que quisiera y no me habían sentado en ningún juzgado a pelearse por mí.
            Era lo mejor de todo: que me compartían, sin dividirme.
            -Mamá es guapa.
            -Joder que si es guapa. No hay mujer más guapa en toda Irlanda. En las dos Irlandas-asintió papá-. Por eso las busco continentales-hizo un gesto con la mano-. Te dejaré con tu tío.
            -Puedo cuidarme solo, ¿sabes?
            -¿Te crees que no te conozco? Eres hijo mío. O eso me dijo Vee. El caso-dejó la taza encima de la mesa y me puso una mano en el hombro-, es que no te va a ser tan fácil montar una fiesta aquí. No, irás con tu tío mientras yo voy a Londres.
            Y entonces, algo hizo clic dentro de mí.
            -¿Qué vas a hacer en Londres?
            -Negocios-espetó, pero sabía que era mentira. Había estado el fin de semana, con la misma excusa. Y yo no era gilipollas: sabía que sus negocios cerraban los fines de semana.
            -Vas a ver a alguno de mis tíos.
            -No. Qué ocurrencia. Los vi a principios de mes-pero se puso colorado.
            -¿A quiénes? ¿A Liam y a Alba?
            Concentró la mirada en el café.
            -¿A Zayn y Sherezade?
            Eso sí que sería interesante. La mujer de Zayn estaba tremenda; a otro nivel. Ni juntando todas las conquistas de mi padre de un año lograbas crear a una mujer más guapa. Y, para colmo, me encontraba gracioso. Y se reía con lo que le decía.
            Bueno, y también estaba Scott.
            Volvió a mirar al café.
            Sonreí.
            -Louis y Eri-Harry y Noemí quedaban automáticamente descartados, por esa manía suya de vivir en Nueva York.
            Miró el café… y sus ojos se escaparon hacia los míos una millonésima de segundo.
            -Voy contigo-espeté.
            -No; tú te quedas aquí. Ya han tenido movida con Tommy, como para que te plantes tú también.
            -¿Movida? ¿Por qué?
            -Por Diana. Está en su casa.
            -Diana. ¡No me jodas! ¿Qué Diana? ¿Mi prima?
            Mi “prima”, al igual que mi “primo” Tommy, mi “primo” Scott, y mi “prima” Layla.
            -Sí, esa Diana.
            Me lancé hacia las puertas de la cocina.
            -Papá, puedes desheredarme, o echarme de casa, pero por favor, ¡por favor! Déjame ir contigo a conocer a mi prima, la modelo.
            Papá dio un nuevo sorbo a su café.
            -No quiero problemas, Chad.
            -Y no los daré. Lo prometo. Me comportaré.
            Le pediré que sea mi novia si lo quiere; y dudo mucho que se arriesgue a que la deje embarazada.
            -Eres hijo mío.
            -Que tú sepas. Ahora puedes comprobarlo.
            Suspiró.
            -No; eres demasiado guapo para no serlo. Está bien, dejaré a Greg tranquilo por una vez. Pero como la armes gorda-me amenazó con un índice que podría haber sido un cuchillo de carnicero-, te mato.
            Asentí con la cabeza, y me lancé por el pasillo en dirección a mi habitación.
            -¡Y ni se te ocurra meter condones en la maleta!
            Me detuve un momento, sopesando las posibilidades. Bueno, tal vez con alegrarme la vista tuviera suficiente. No estaba mal cambiar de musa de vez en cuando.
            Por un segundo, lo único que deseé fue que cantase bien.
            Y luego recordé a qué se dedicaba, y se me cayó el alma a los pies mientras una única palabra se me escapaba de los labios.
            -Joder.