viernes, 29 de abril de 2016

Terivision: The magicians.

Resucito de entre los muertos esta “sección”, aprovechando que hace poco terminé de ver la primera temporada de una serie que ha empezado este mismo año. Se trata de…


The magicians.
The magicians narra la historia de dos amigos obsesionados con un mundo fantástico que acceden a unas pruebas para una universidad en la que estudiarán magia. Quentin será el único en obtener la plaza, mientras que Julia tendrá que verse obligada a educar sus poderes y aprender más hechizos por su cuenta.
Cada capítulo de la serie no hacía más que recordarme tanto a Las crónicas de Narnia como Harry Potter. A Harry Potter, por algo evidente: una escuela de magia oculta al mundo (sus puertas se abren sólo a aquellos que van a presentarse al examen de acceso, y los que ya están estudiando en ella), y a Las crónicas de Narnia, por las continuas referencias de los protagonistas (más de Quentin que de Julia, ya que en él se centra más la trama al haber conseguido entrar en la escuela) a unos libros que hablan de un mundo mágico habitado por seres mitológicos (animales que hablan, por ejemplo) al que se accede por los sitios más insospechados. En lugar de un armario, en este caso la puerta de entrada es un reloj. Tal mundo, llamado Fillory, es la ruta de escape de dos hermanos de la realidad.
No tenía muchas expectativas por la serie; de hecho, la descubrí de casualidad en un tráiler (eso sí, muy atractivo y bien montado) y decidí ponerla en pendientes. La empecé hace poco y, aunque los primeros capítulos me engancharon (la novedad de algo relacionado con Harry Potter y Narnia a la vez, pero que parecía nuevo), enseguida perdí el interés por la serie. La trama parece no conseguir decidirse por la dirección que tomar: tan pronto el enemigo mortal es un ser con cabeza formada por polillas, como algo indefinido porque ya nos olvidamos de “la Bestia”, como los magos que no han conseguido ingresar en la escuela pero que sin embargo se las han arreglado para aprende por su cuenta, como una bruja del tiempo a la que se menciona en dos ocasiones (dos ocasiones contadas) y que de repente pasa a ser la mala, malísima, en el último capítulo de la primera temporada.
Pero la falta de un hilo argumental al que ceñirte no es lo peor de esto, oh, no, señor. No contentos con no tener una historia a la que agarrarse y que ir desarrollando, los guionistas deciden confundir aún más al espectador introduciendo escenas de sexo y violencia que no  tienen sentido y que no aportan absolutamente nada al desarrollo de la trama (salvo contadas excepciones, ale, follamos porque sí y le arrancamos la cabeza a un conejo en un primer plano –literalmente- también porque sí). En ese sentido, parece que la sala de producción se reunió, decidió que quería un éxito parecido a Juego de tronos, y copió lo más abundante en la última: sexo (más bien tetas) y violencia. La minúscula diferencia radica en que en Juego de tronos por lo menos tienes la sensación de que todo lo que se te muestra se te muestra por algo, aunque sea sólo por hacer más amena y ambientar una conversación que, de lo contrario, muchos no seguirían, pero The magicians introduce las escenas sangrientas y sexuales simplemente para hacerte apartar la vista un segundo del móvil ante los gemidos de la chica en cuestión, o del guaperas de turno al que le están cortando la garganta.
Tampoco los actores son santo de mi devoción, en especial el sector masculino. Aunque sí que es verdad que ellas se defienden bastante bien, se ven arrastradas por la actitud de ellos. Uno, poniendo la misma cara una y otra vez; otro, abriendo cada vez más y más los ojos hasta que los párpados se le vuelven a juntar en la nuca, y un tercero que denota arrogancia incluso en las escenas en las que se supone que está sufriendo porque el amor de su vida en realidad lo manipulaba para obtener lo que quería.
Una verdadera lástima que se encadenen errores con tanta felicidad y nadie parezca querer hacer nada por evitarlo. La historia, aunque no muy original, sí que podría explotarse fácilmente, pero parece sacada de un cajón con desgana, producto de un trabajador harto de su trabajo que quiere a toda costa cargarse la compañía en la que trabaja para que declaren concurso de acreedores y poder irse a casa con una indemnización, a rascarse la barriga y consumir televisión de calidad. O ver Narnia cuando le apetezca ver Narnia, Harry Potter cuando quiera ver Harry Potter, y Juego de tronos cuando le apetezca ver porno.
Lo mejor: creo que en todos los capítulos se supera el test de Bechdel. No es para menos, dado que hay tantos personajes femeninos como masculinos, pero aun así, se agradece.
Lo peor: al margen de la inexistencia de hilo argumental, la historia va a trompicones, y apáñatelas tú como puedas para saber si ha pasado un año desde el ingreso de los novatos en la escuela o sólo cinco minutos. Que tengas suerte.
La molécula efervescente: la magia es manual, y la representación de los hechizos es exactamente como me la imagino en otros libros de magos que carecen de varita.
Grado cósmico: Meteorito. {1/5}.

The magicians tiene el triste honor de incorporarse al podio de series que he abandonado y no tengo pensado retomar de un tiempo a esta parte.

lunes, 25 de abril de 2016

Tan solo estamos poniéndonos al día.

               ¿Te imaginas que hubiera podido aguantar diez minutos más sin besarla?
               Yo tampoco.
               Empezaba a sospechar que era yo quien necesitaba que lo protegieran de ella, y no ella de mí.
               Dios, me estaba volviendo loco.
               Debería ir a las Vegas y dilapidar la fortuna familiar en la ciudad del pecado. Si mi suerte continuaba de esa manera, podría comprar todo Estados Unidos, incluso las partes aburridas, y todavía me sobraría dinero para hacerme con algún par de estados caribeños para cuando me aburriera del continente.
               Tendría que haberme imaginado que aprovecharía hasta la más mínima baza que tuviera para estar cerca de mí; lo que más me fastidió era que no se me hubiera ocurrido. Hacía los ejercicios mal a propósito (bueno, la mayoría; algunos sí que le costaban, especialmente los de raíces) sólo para que yo pudiera seguir a su lado.
               Para que pudiera inclinarme hacia su hoja y explicarle dónde había metido la pata.
               Y ella me pudiera acariciar por debajo de la mesa.
               Y luego el adicto al sexo soy yo. Tócate los huevos.
               No sé si morder la parte trasera del lápiz mientras fruncía el ceño y fingía escuchar lo que le decía (porque sabía de sobra dónde había metido la pata) era un acto reflejo o estaba destinado a calentarme más aún. Fuera como fuese, lo conseguía.
               Y tenía ese pequeño arco en el labio, justo debajo de la nariz…
               Cuando terminó el primer ejercicio, bien porque se hartó de jugar conmigo, y decidió recompensarme por mi paciencia y saber estar con un beso, creí que se había vuelto loca.
               Éramos tal para cual.
               Dejó que me tranquilizara y me dedicara a lo mío unos minutos, pero supe en cuanto anunció que iba al baño que quería que la siguiera.
               Mil millones de estrellas fugaces surcaron el cielo sin que yo las viera cuando me di cuenta de que necesitaba materiales para poder continuar con mis ejercicios. Siguieron brillando y precipitándose hacia la atmósfera para mí cuando subí las escaleras y me la encontré en mi habitación. Evidentemente.
               Cerré la puerta, abrí un cajón y me abalancé sobre ella, que me esperaba incluso con más hambre de la que yo tenía. Acababa de echarse el pintalabios de cereza, y yo no podía parar de besarla, y ella suspiraba en mi oído.
               -No vuelvas a hacer lo de esta tarde.
               -¿El qué? ¿Echarte una mano con tus deberes de matemáticas? ¿Ya no quieres que te eche una mano en nada?
               -Eres gilipollas, Scott-todavía que me calentó más que me insultara. Alá, por favor, si así lo deseas, cúrame esta enfermedad mental con la que me has hecho nacer. Soy tu humilde servidor, pero soy demasiado débil. La empotré contra el armario y le sujeté las manos en alto con una mano mientras con la otra recorría todo su cuerpo.
               Todo su cuerpo.

sábado, 23 de abril de 2016

La caverna helénica.

               No podía soportar ver lo que ese cabrón le estaba haciendo. La empujaba psicológicamente hasta el punto de conseguir que dependiera de él; hacía que le confundiera con su centro de gravedad, con su sol.
               Y ella, pobrecita de ella, no podía hacer otra cosa que dejarse arrastrar hacia el agujero negro.
               Era increíble cómo jugaba con ella delante de su hermano, que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Vivir con el lobo durante tanto tiempo te hace confundirlo con las ovejas, supongo.
               Contemplé cómo se marchaba después de darle un beso en la frente, un beso que sabía a marca, a un “mía” clarísimo, y cómo lo miraba ella. Como si fuera a la guerra y la dejara sola, esperando un hijo por el que ambos habían luchado.
               Deseé que ocurriera lo que Eleanor más temía, porque era lo que más se merecía él.
               Pocas veces había sentido un odio tan visceral hacia una persona, pero pocas veces había conocido a alguien tan retorcido como él. Los chicos que me rodeaban te tenían un respeto tan reverencial que podrías confundirlo con adoración, pero, ¿Scott? Scott te daba por sentado. Eras un plato más en la carta de su restaurante favorito. El día que le apeteciera probarte, ahí estarías tú.
               Y yo no era un puto manjar a la espera, ni Eleanor era un postre entre varios en los que elegir.
               Le apreté la mano a Tommy, que estudió como Eleanor luchaba por mantenerse entera mientras cargaba con su hermana. Me miró con tristeza, y el cielo se echó a llorar ante el mar melancólico que se rizaba en sus ojos.
               Son tus amigos, me informó una voz en la cabeza cuando se me retorcieron las entrañas al pensar que no podía seguir allí mucho tiempo. No debía permitirme echar raíces. No podía permitírmelo. Era un hermoso pavo real, no un árbol. Los dos estábamos en el parque, pero nuestras funciones eran bien diferentes.
               Erika apenas se inmutó cuando llegamos a casa; sólo se adelantó para recoger a Astrid y, con las manos bien colocadas, asegurándose que no perdiera el equilibrio de su preciada carga (cuatro partos te daban una buena lección sobre cómo coger personas diminutas), subió despacio las escaleras. La niña se despertó, susurró la palabra con la que designaba a su madre en español, y volvió a dormirse.
               Eleanor se sentó en el sofá con la mirada perdida. Era difícil asegurar que no era una viuda de guerra, casada con un héroe que había muerto defendiendo con honor su país.
               -Vete a dormir, El-le instó su hermano, masajeándole los hombros y besándola en la mejilla.
               -Le va a pasar algo. Le va a pasar algo y no me lo voy a perdonar en la vida.
               -Es mayorcito para cuidarse solo-contesté yo, y omití el “por desgracia”, porque Tommy estaba demasiado ciego y sólo él podía abrirse los ojos. No había nada que hacer allí.
               -Dile que te llame cuando acabe. Que te diga que está bien.
               -Jordan está con él, pequeña. Relájate.
               No pareció terminar de convencerse, pero aceptó subir las escaleras, escapando del peso en la conciencia de que seguían siendo siete a dos. Ojalá tuviese en cuenta la calidad, y no la cantidad.
               -Es mentira, ¿verdad?-susurré yo. Tommy me miró y tragó saliva-. Que está con Jordan.
               -Jordan no sale de la cama un domingo después de las nueve y media ni por medio millón de libras. Está solo. Estará bien-bajó la mirada. No estaba tan convencido-. ¿Crees que…?
               -Quédate en casa, Tommy. No puedes hacer nada para ayudar.
               -Debería haber dejado que lo acompañara.
               -Tu hermana te necesita más que Scott. Sabe defenderse.
               Estábamos solos. Nadie nos oía. Éramos el centro de un microcosmos por lo demás vacío de materia.
               Y me lo pidió.
               -Duerme conmigo esta noche.
               No era mi política. Ni siquiera lo hacía por deferencia a los demás. Lo hacía porque me apetecía a mí; nadie me había preguntado la primera vez que me pasó, así que yo tampoco preguntaba ni hacía favores.
               Pero tuve que hacer una excepción.
               Porque éramos amigos.

miércoles, 20 de abril de 2016

Merida, la de Brave, sólo que en negro.

Vuelvo a ponerme pesada con las encuestas, pero me interesa saber tu opinión. Estoy ansiosa por escribir, literalmente; no veo la hora de que sean las 9 para cenar y poder aprovechar esos últimos momentos del día para darles vida a todos mis hijitos. El caso es que los capítulos me están ocupando una media de 20 folios, y yo me pregunto, ¿te cansa leer tanto? ¿Preferirías que fueran más cortos? ¿O así están bien? Dímelo respondiendo en esta encuesta.
No te prometo seguir al pie de la letra todo lo que digas; intentaré adaptarme a tus deseos... si mi historia me deja. 
Y ahora... mis chicos son todos tuyos. ♥



               -Tuve que sujetarla para que no le reventara la cabeza a ese tío, Tommy, en serio. Fue una locura. Nunca la había visto así, seguramente tú tampoco-sonrió-. Me sentó… no sé cómo. Era como si ya no nos necesitara. Y, justo cuando la cojo, Sabrae se le pone encima, con una barra arrancada por ella en la mano… pasé miedo, pero a la vez me gustó. Seguro que te sientes igual viendo cómo hacen una película de terror en directo.
               Tragué saliva, no podía imaginarme a mi hermana de esa manera. Tenía un nudo en la garganta que no se deshacía por más que luchara contra él. Eleanor era una tocapelotas de manual, pero también era tan tierna cuando le apetecía… no podía hacerle daño a una mosca.
               ¿Tanto daño le habían hecho para que finalmente pudiera defenderse a ese nivel?
               ¿Esto venía de esa noche en el baño en la que casi le arrebatan su ser al casi conseguir robarle la libertad, o venía de antes? ¿Cuántas cosas no me habría contado? ¿Se habría acostado noches llorando porque la habían manipulado para hacer algo que no quería?
               ¿Se había odiado a sí misma alguna vez, cuando, recogiendo su ropa del suelo, todavía medio borracha, había tenido que salir pitando de algún baño en el que la habían follado?
               -No quiero perder a mi hermana-murmuré. Scott se me quedó mirando, con los ojos brillantes durante un instante. Pensé que me lo había imaginado.
               -Siguen siendo ellas, pero ya no son los bebés a los que ayudamos a aprender a caminar, T. A mí me alivia pensar que mi hermana puede defenderse sola, que no me necesita para que cuide de ella.
               -Me gustaba cuidar de ella-repliqué.
               -Vamos a seguir haciéndolo, ¿vale? Para algo nacimos antes que ellas. Otra cosa es que no se vayan a morir si en algún momento se quedan solas.
               -Sabrae fue fuerte siempre. Eleanor, en cambio… no es propio de ella pegarle una paliza a un tío. Tuvo que haberle pasado algo malo para que llegue hasta este punto.
               -La rabia es buena, en ocasiones. Y a todos nos pasan cosas malas. Te hacen espabilar-me puso la mano en el hombro y me la apretó suavemente; la calidez de nuestras pieles unidas se entremezcló. Scott siempre sabía qué hacer para animarme.
               No llevaría mi sangre. Ni siquiera nos pareceríamos. Pero vaya si era mi hermano.
               -Esto es culpa de 50 sombras de Grey. Ahora todas quieren ser dominatrices. Tendrás que acostumbrarte a que te den azotes.

sábado, 16 de abril de 2016

Lo que pasa en las Vegas, se queda en las Vegas.

               Los astros se habían alineado para darme toda la suerte del universo. Cuando invité a Eleanor a pasar la noche conmigo, no había contado en el minúsculo detalle de que Sabrae ya estaba con nosotros, y que, por tanto, si decidía poner fin a la jornada a la vez que yo, tendríamos que retrasar nuestro revolcón nocturno.
               Por eso suspiré con alivio cuando me miró con el ceño fruncido al decirme que me iba a casa.
               -¿Tan pronto? Si hasta yo voy a dar una vuelta, Scott. No seas bebé-puso los ojos en blanco.
               -Cállate, Sabrae, estoy cansado y punto.
               Se limitó a encogerse de hombros y miró a Eleanor sin tan siquiera un mínimo rastro, una traza, de sospecha en los ojos.
               -¿Tú también te vas, El?
               Eleanor asintió. Tenía la mano muy cerca de la mía, casi me imaginé cómo entrelazaba sus dedos con los míos y confesaba lo que estábamos a punto de hacer. No sabía lo bien que podía funcionar bajo presión.
               O que ni siquiera había presión para ella.
               -Han sido un par de días muy intensos. Necesito descansar.
               -¿Son de fiar tus amigos, Scott?
               -Depende de qué les fíes. Diez libras, ni de coña-los chicos se echaron a reír, porque era la verdad: darles un billete para que lo sujetaran un momento equivalía a que se lo gastaran antes incluso de que terminaras de atarte los cordones de los zapatos-. Ahora, a una hermana…
               Me encogí de hombros, como si yo fuera de fiar.
               A ver, voy a cuidar bien a Eleanor. Otra cosa es dónde entendamos que están esos límites de “cuidar bien”.
               Estaba bastante seguro de que hacer no que íbamos a hacer esa noche estaba bastante más allá de aquellas fronteras. Pero no iba a dejar que le pasara nada; estaba a salvo conmigo.
               - Volveré cuando Tommy-sentenció, girándose sobre sus talones y echando a andar en dirección a la calle por la que solíamos dar una vuelta los sábados por la noche. La comitiva ya estaba bañada por la oscuridad cuando le advertí:
               -¡No des el coñazo!
               Sabrae sonrió por encima del hombro, como diciendo “pero si yo no lo doy nunca”.
               Eleanor echó a andar en dirección contraria, rehaciendo el camino del día anterior.
               -¿Vamos?-inquirió al ver que yo me quedaba allí clavado.
               Debería haberle dicho que no.
               Debería haber parado eso.
               Una vez podía ser un desliz. Hasta yo se lo perdonaría a Tommy si le ocurriera con Sabrae. Joder, mi hermana era preciosa.
               Pero dos ya era una falta de respeto. Era traicionar su confianza. Era jugar con los sentimientos de los dos, y eso era imperdonable. Un pecado capital.
               Debería haber aprendido alguna vez en mi vida a decirle que no a una chica, a pensar con la cabeza y no con la polla.
               Pero esa noche no iba a aprender. Me conocía demasiado bien.
               Y Eleanor era preciosa.
               Y de verdad que me apetecía mucho estar con ella.
               Y la respetaba y la trataría bien.
               No podía haber problema.
               Si eso era así, ¿por qué una minúscula parte de mí se encogió cuando me di la vuelta y la seguí?
               Recorrimos el trayecto casi en silencio, como dos desconocidos resignados a pasar la noche juntos. Parecíamos dos turistas de continentes distintos que coincidían en la parada del metro de su hotel, y, por un casual, se cambiaban de acera y esperaban en los mismos pasos de cebra para atravesar las manzanas hasta llegar al vestíbulo del edificio, y luego al pasillo, y luego a la habitación, en la que compartían techo por no poder permitirse nada para ellos solos.
               -He vuelto a dejarme la pecera-observó, detenida en un paso de cebra. Me eché a reír, y ella también.
               -¿Es una excusa para que nos quedemos solos?
               Puf, la distancia que nos separaba desde que habíamos nacido se disipó. Éramos amigos que viajaban juntos, se peleaban porque sus gustos turísticos no coincidían, y hacían el amor en baños y con las ventanas de la habitación abiertas, porque, ¿qué importaba que nadie los escuchara gritar el nombre del otro en un país donde nadie los conocía?
               Lo que pasaba en las Vegas, se quedaba en las Vegas.
               -Tal vez-susurró, dándole una patada a un guijarro.
               Y volví a ser el del baño, porque no estábamos haciendo nada malo. Los dos lo queríamos.
               -No necesitas excusas para estar conmigo, El-susurré contra su nariz, clavando mis ojos en los suyos. Me veía reflejado en sus inmensas pupilas de gacela; se distinguían las motitas verdes y doradas dentro de mis ojos.
               -Pero me vienen bien para que me acaricies como ayer-murmuró, poniéndose de puntillas, pidiendo que pusiera algo de mi parte. Acaricié mis labios con los suyos, y notamos la sonrisa del otro antes de verla esbozarse.
               -Esta noche te vas a hartar de que te acaricien-respondí, y se echó a reír suavemente.
               Iniciamos nuestra odisea particular deteniéndonos en cada esquina a besarnos. Para cuando llegamos a casa, estaba harto de decirle que la deseaba al oído, y de escucharla decir que ella a mí también.
               Recé mentalmente para que mis padres ya estuvieran acostados y poder besarla mientras subíamos las escaleras, y mientras abría muy despacio la puerta de mi habitación para no despertar a mis hermanos, y mientras entraba y tropezaba con uno de los mandos de la consola, y yo la agarraba de una forma que la habría hecho sonrojarse hacía dos días, y mientras se quitaba la ropa, se desnudaba ante mis ojos con la ayuda de mis manos, suspiraba mi nombre y órdenes de que no parara.
               -No voy a hacerlo, mi amor-anunciaría contra su cuello.
               Afinamos el oído cuando entramos en la casa. Todo estaba a oscuras, incluso la tele que me había recibido la noche anterior, cuando todo era diferente, frente a la cual se proyectaba la figura de Sabrae.
               Escaleras arriba, se escuchaban los ronquidos de mi padre.
               Mamá era una santa por no mandarlo a dormir a Francia.
               Nota mental: fumar es malo, niños.
               -He entrado poquísimas veces en tu habitación-comentó entre beso y beso.
               -¿Y cuántas te has desnudado allí dentro?
               -Deja de provocarme, aunque sea sólo durante dos segundos.
               -Es mi deporte favorito.
               Justo cuando íbamos a entrar, se dio la vuelta y capturó mi cara entre sus manos, como si quisiera escaparme. Vamos a ver, si quisiera irme, ya lo habría hecho el día anterior, antes de meter la pata hasta el fondo y probarla, y darme cuenta de lo deliciosa que era, de que no me iba a saciar tan fácilmente. Noté su sonrisa en mis labios; había pocas cosas más atractivas que una chica que sonreía mientras la besabas.

jueves, 14 de abril de 2016

Si encuentras a tus musas, no las dejes ir.

El representante de Leonardo DiCaprio le dijo en los albores de su carrera que probablemente lo mejor fuera que se cambiase el nombre. A algo más “americano”. Más fácil de recordar. Que sonara menos extranjero y exótico.
Pero se mantuvo con su nombre, menos americano, más extranjero y exótico, más difícil de recordar.
Su nombre ahora es inspiración, producto, garantía de calidad.
Algo parecido me sucede a mí: escribía como por inercia, manteniendo una historia para obligarme a mí misma a tener una rutina, estar ocupada y no abandonar algo que me encantaba. Hasta que conseguí algo, a alguien, que ha hecho que llegue a casa casi corriendo, que me moleste perder el tiempo que echo esperando el bus cada día, que haga que me acueste más tarde de lo que lo hacía antes, por el simple hecho de permanecer pegada a su ordenador, siendo su esclava y dándole vida a la velocidad a que le permiten mis dedos.
Puede que las musas no lleguen al principio, pero si tu material te gusta, acabarán llamando a tu puerta y hablándote al oído en susurros mientras el resto de la gente se dirige a ti a voces, mirándote a los ojos, vigilando que no te distraigas.
Y harán que, de noche, ya no seas la protagonista de esos escenarios antes de dormir, sino que tu mente siga trabajando a la velocidad de la luz, intentando descifrar los enigmas de esta historia.
Me ducho y me dejo el pelo secando al aire porque esos minutos en los que estoy con el secador, al margen de que me destrocen la melena, no estoy hablando como lo haría Scott.
Tengo el móvil en la mesilla de noche y le bajo el brillo al mínimo, para que cuando se me ilumine otra escena, los ojos no me ardan al transcribirla.
Mantengo siempre cerca un bolígrafo y el archivador, por si acaso no puedo permitirme encender el ordenador y apuntar las cosas que se me van viniendo a la cabeza.
La religión que las vio nacer, crió y alimentó puede haber desaparecido hace mucho tiempo, pero las musas jamás habían estado tan vivas. Son una bendición, un milagro de aquella época en la que los dioses caminaban por la tierra, mantenían relaciones con humanos y daban lugar a seres divinos, a los que no puedes hacer otra cosa que adorar y temer.
Adoro y temo Chasing the stars.  La adoro, porque me ha devuelto la ilusión de teclear, ir cada vez más rápido hasta que los programas que utilizo no sean capaces de seguir el cómputo de palabras, los documentos se vuelvan demasiado largos y cada vez más pesados. Las páginas vuelan como los chicles en un patio de colegio.
La temo, porque ya no me cabreo cuando no hay internet y no puedo ver una película. No pasa nada, eso es más tiempo para escribir. Me está absorbiendo; es una estrella gigantesca que arrastra hacia sí todo lo que encuentra en su campo gravitacional. Porque no me deja escribir otras cosas, hace que mi estómago se retuerza incluso por “perder el tiempo” variando un poco y escribiendo esta entrada.
Hoy, no voy a subrayar apuntes, a pesar de que voy retrasada con mis planes. Ni siquiera aprovecharé las tres horas que quedan hasta que salga con mis padres a ver un musical para ver una película y, en lugar de tener 124 pendientes, tener 123.
Me pelearé con acentos, comas, exclamaciones e interrogantes hasta que haya terminado de exprimir mi dosis de jugo diario. Escribiré sobre sexo y drogas sin haber probado ninguna de las dos cosas; hablaré de gente que no existe en la realidad, pero que en mi cabeza están más vivos que personas a las que conocí (o, mejor dicho, dejé de conocer) hace mucho tiempo.
Es lo que ellas quieren, y no soy más que una esclava de las musas. Al igual que DiCaprio es esclavo del exotismo de su nombre.

lunes, 11 de abril de 2016

El miedo va a cambiar de bando.

Estás a punto de leer, literalmente, 20 folios de una sentada porque estoy jodidamente enferma de la cabeza, y me he planteado la duda de si preferirías leer menos, pero más a menudo (por ejemplo, en lugar de 20 páginas al mes, 10 cada 15 días), o continuar como hasta ahora, así que si pudieras contestar esta encuesta, te lo agradecería un montón.
Y ahora, que lo disfrutes ♥


Aún no sé cómo conseguí no vomitar. Apenas el coche de Niall había doblado una esquina e, ignorando el semáforo que le indicaba que se detuviera, había serpenteado hasta incorporarse al tráfico, Tommy me susurró al oído que  vigilara, que se iba a llevar a Diana a dar una vuelta.
               -Perdóname por dejarte de canguro otra vez.
               -Tendrás suerte si no me acabo tirando a tu hermana sólo por putearte-quise replicar yo, pero sólo me salió poner los ojos en blanco y hacerle un gesto con la cabeza que significaba claramente “vete a morrearte con tu demonio lejos de mi vista, deprisita”.
               Eleanor miró cómo se marchaban sin mediar palabra. Diana, que había sido todo mimos durante el paseo, sólo la miró por encima del hombro una vez. Y porque quería ver mi cara de mala hostia, y advertirme de que no se me ocurriera hacer nada con ella en su ausencia.
               Me entraron todavía más ganas de repetir lo de la noche anterior, pero no llegaba a esos niveles de hijo de puta.
               -Tu hermano tiene talento para elegirte las cuñadas.
               -Yo estoy bastante más fina-respondió, cruzándose de brazos y encogiéndose un poco sobre sí misma-. Además, no es tan mala como tú crees.
               -Dios, Eleanor, no me voy a pelear contigo también, ¿vale?
               Siguió contemplando la otra esquina, de la que no paraban de salir coches. El viento hacía ondear sus mechones de pelo cual bandera. Se le quedó uno pegado en el labio, y se lo relamió, intentando apartárselo. Fui yo el que se lo quité.
               Me miró a los ojos mientras lo hacía y me percataba de la pequeña hendidura que hacía su labio justo debajo de la nariz. Nunca me había fijado, y eso que la veía prácticamente cada día.
               Me miró con esos ojos de gacela dispuesta a hacerte echar la carrera de tu vida, y entreabrió un poco los labios.
               -Scott…
               No era de noche. No estaba borracho. No estábamos solos. No estábamos a oscuras.
               Y, aun así, me encantó cómo dijo mi nombre. Tanto, que tuve que contenerme para no pedirle que lo dijera así otra vez.
               Estaba tan mal…
               -Scott…-repitió. Debería haberle dicho que ya sabía cómo me llamaba, pero me sentía en un trance. Me estaba bautizando a niveles místicos; el estómago se me retorcía, recordando cómo había sonado mi nombre la última vez que alguien me hizo sentir algo así.
               -Mm-la invité a seguir. Algo en mi pecho le pedía que se pasara la tarde diciendo mi nombre, como Hodor en Juego de Tronos, que repetía la única palabra en bucle una, y otra, y otra vez.
               -Gracias por lo de anoche.
               -Fue un placer.
               -Me refiero a todo.
               -Yo también.
               Sus ojos corrieron a mis labios, y se me secó la boca, y ella era una fuente, y tenía mucha sed.

sábado, 9 de abril de 2016

The golden trio.

               Cuando nos poníamos serios, nos poníamos serios, eso había que reconocerlo. Las luces de las estaciones en las que el tren se separaba le arrancaban muecas a Scott que, en realidad, no estaba haciendo. Me observaba muy serio cuando le di cuenta de lo que recordaba la noche anterior, sin dejarme nada: él yendo a buscarme al baño (vale, lógicamente, tenía que acordarme de eso, porque todavía no había empezado a emborracharme, pero quería que empezara desde el principio), dándome la botella, Bey cuidando de mí, las cosas volviéndose cada vez más y más borrosas, mi hermana con nosotros por la calle, luego, dándole un mordisco a una hamburguesa pringosa que yo también había probado, Diana mirando mal a alguien (“Era a mí”, me confesó él), alguien dándole la mano a mi hermana (“Era yo”, me informó para tranquilizarme, aclarándose la garganta), yo subiendo las escaleras detrás de Diana, ella acercándose a mí, besándome e invitándome a subir a su recién estrenada habitación…
               -Hay que joderse-espetó él, incorporándose de un brinco y empezando a reptar entre la gente. El tren comenzó a reducir la velocidad.
               -Y luego tú en mi habitación, con mi hermana, que me daba un beso. Y tú me dabas otro. Y… creo que ya está.
               -¿No te acuerdas de nada? ¿No te despertaste en mitad de la noche?
               -Me despertaste tú, tío.
               -O sea, que no nos oíste hablar a tu hermana y a mí después de que te durmieras.
               -¿Acaso debería?-gruñí. Empezaba a cabrearme tanto misterio. Nos agarramos a una barra en el momento justo en el que, con un chirrido, el vagón se detenía y las puertas empezaban a abrirse.
               -Ayer, Eleanor volvió a casa con nosotros. Salimos del bar los cuatro juntos: Diana, El, tú y yo.
               -Creí... que había vuelto con sus amigas y que nos la habíamos encontrado por ahí.
               -Estuve con ella toda la noche.
               -¿Estuviste cuidándola?
               Se dio la vuelta y me miró, en sus ojos había algo que no sabía identificar. Las puertas del tren se cerraron, y la máquina echó a andar con la banda sonora de la gente subiendo las escaleras despidiéndola. Había hablado, pero no le entendí.
               -¿Qué?
               -A Eleanor casi la violan anoche.
               Deseé que se hubiera echado a reír al ver mi cara de estupefacción, que me hubiera dado un puñetazo en el hombro y me hubiera dicho “¿De verdad piensas que dejaríamos que pasara eso?”, hubiera sacudido la cabeza y me dejase atrás, invitándome sin palabras a echar una carrera.
               No hizo nada de lo anterior.
          Nos miramos en silencio; él esperaba a que yo reaccionara. Y yo esperaba a que él reaccionara.
               -Scott…

lunes, 4 de abril de 2016

Estar sola, pero no sentírselo.

Que te digan que eres egoísta no es un insulto. Ser egoísta significa que te pones por delante de todos los demás, y, en el fondo, ¿acaso no es eso lo más importante? Eres la única persona, el único ser, lo único, en definitiva, que va a estar contigo en todo momento, desde que naces hasta que mueres. Es imposible, literalmente, que te dejes solo a ti mismo. Entonces, ¿por qué ofenderse cuando te digan que eres egoísta? ¿Por qué tienes que poner a simples momentos (buenos y malos) de tu vida por delante de la totalidad de ésta?
Me gustaría no dejarme engañar por las presiones sociales, pensar que a nadie le va a importar que haga sola cosas que se hacen en grupo. Pero, ¿por qué nos empeñamos en ir tanto contra la sociedad cuando nosotros somos la sociedad?
No es suficiente con que uno vaya contra las construcciones; se necesita a mucha gente más. Creo que soy fuerte, y valiente, o me gusta pensar en ello antes de irme a dormir por las noches, y sin embargo hay cosas para las que necesito a otras personas.
Y me da rabia depender de alguien, igual que me da rabia que me ninguneen. Despertarme por las noches y escuchar los ronquidos y saber que voy a tardar en volver a dormirme, y apretar la cara contra la almohada y chillar antes que hacer de mis manos unas garras y colocarlas de collar ajustado en una garganta que lo lleva pidiendo muchos meses.
¿Por qué tengo que gritar contra la almohada?
¿Acaso no puedo joder yo también?