domingo, 31 de diciembre de 2017

Besos.

Me pasé una eternidad eligiendo qué ponerme en el fondo del armario. Me palpitaba el corazón y el estómago realizaba unas danzas tribales muy raras a las que no me tenía acostumbrada. Sentía un nerviosismo ancestral que poco tenía que ver con el hecho de que el tiempo corriera sin que yo encontrara algo digno de ponerme en aquella ocasión.
               Incluso le pregunté a Shasha qué le parecía un peto vaquero blanco con unas medias de lunares de terciopelo negro y un jersey por debajo del peto, pero sólo conseguí que me mirara como si estuviera loca y se encogiera de hombros, sin tener ni idea de lo que quería que me dijera. Y se marchó de mi habitación.
               Todavía no estaba tan loca como para preguntarle a Scott qué me sugería y, después de ver cómo papá había hecho pasar vergüenza a Scott al enterarse de que había quedado con su novia, lo último que quería era preguntarle su opinión a mamá y que ella consiguiera que me sonrojara.
               Así que me quedé vestida como estaba; me puse un abrigo peludo de color crema, me colgué una pequeña mochila al hombro en la que metí el móvil, la cartera, las llaves y un poco de gloss con sabor a frutas (nunca estaba de más, o eso decían las revistas sobre famosos en los consultorios y los especiales que hacían explicándote tu primer beso y qué esperar de él) y troté escaleras abajo. Me gané un halagador “¡qué guapa!” y un cómplice “pásatelo bien, cariño” de mi madre cuando pasé a su lado y les di sendos besos en la mejilla.
               Scott levantó la vista dos segundos del móvil y exhaló un bufido a modo de despedida. Se había acabado el momento mimoso de por la mañana, ahora estaba mandándose emoticonos con sus amigos y leyendo noticias de asteroides en blogs con enlaces muy complicados que sólo le interesaban a él.
               Y todos aquellos nervios fueron para nada. Cuando llamé a la puerta de Amoke, hecha un flan por las expectativas, me la encontré con el pelo alborotado y los leggings y la sudadera de andar por casa aún puestos. Se frotó el ojo con la manga de la sudadera y se me quedó mirando.
               -Uy, vaya-musitó.
               -¿Uy, vaya?-respondí yo, molesta-. ¿Se te ha ido otra vez la hora?
               -Se me ha olvidado decírtelo, Saab. No hemos quedado al final.
               Noté cómo el alma se me caía a los pies. Había procurado no hacerme demasiadas ilusiones, no pensar en cómo me armaría de valor para cogerle la mano a Hugo y arriesgarme a su rechazo, no fantasear con cómo sería que él viniera conmigo hasta casa, como hacían los chicos de las películas…
               Sobra decir que había fracasado estrepitosamente en el intento. Prueba de ello era el gloss que ahora se me pegaba de forma estúpida a los labios. Frustrada, contuve el impulso de quitármelo con el dorso de la mano.
               -Y eso, ¿por qué?
               -Me ha dicho que no podía y yo no quise insistir. No quiero resultar pesada, ¿entiendes? Dios-se llevó una mano a la boca, observando mi atuendo-. Estás guapísima. Me siento fatal.
               -No pasa nada-decidí tranquilizarla por el temblor de su labio inferior. Amoke parecía a punto de echarse a llorar-. En serio. No es nada, tesoro. Me gusta ir guapa a los sitios, eso es todo. Si no te apetece hacer nada, puedo ir a mi casa y adelantar unos deberes…
               -No, no-negó con la cabeza, hundiendo sus manos en su pelo-. Daremos una vuelta, tú y yo… Es que…-suspiró-. Estás tan guapa, Sabrae. Deberíamos salir.
               -No me importa, Momo. Si quieres quedarte en casa, yo…-Amoke agitó la mano y me invitó a entrar. Trotó escaleras arriba en dirección a su habitación sin esperar a que yo la siguiera. Sabía que lo haría. Empujé la puerta de su habitación y esperé apoyada en el vano mientras ella se enfundaba un jersey y unos vaqueros rápidamente. El jersey, de color canela, hacía que resaltara el tono ígneo de las puntas de su pelo. Hacía tiempo que su pelo había empezado a oscurecerse por la raíz, pero las puntas se mantenían rebeldes, haciendo de ella una verdadera leona. Me dedicó una sonrisa tímida mientras se calzaba las botas, cogió su bolso y me empujó hacia la puerta.
               -Si quieres, podemos avisar a Kendra y Taïssa…-empecé, sabedora de que le gustaba más cuando estábamos las cuatro. Era más divertido así.
               -Me apetece estar tú y yo solas hoy, ¿qué opinas?-contestó, mimosa, abrazándose a mí y dándome un beso en la mejilla, regalándome un extracto de su perfume con base de coco que me dio mucha hambre.

2O17, gracias, adiós♥


-Descubrí mi bisexualidad
-Terminé Chasing the Stars
-Empecé Sabrae
-Este año nacieron Scott y Tommy
-Visité Austria
-Leí 22 libros
-Vi 173 películas
-Vi a Viola Davis ganar un Oscar
-Vi a Auli’i Cravalho dar una lección sobre espectáculo

Not bad for a girl with no talent, huh?

jueves, 28 de diciembre de 2017

Plutón.

La conocí de noche.
               Papá y mamá nos habían dejado solos a media tarde. Tenían que ir a hacer unas pruebas de un vestuario que yo no entendí muy bien (esperaba que me enseñaran el resultado final o, como mínimo, los esbozos de lo que fuera que tuvieran que ponerse para asistir a la enésima fiesta de inicio de año) y aprovecharían para ir a cenar solos y volver muy, muy tarde. Ese tipo de “tarde” que quiere decir “no nos esperéis despiertos, portaos bien y no arméis mucha bulla para no molestar a los vecinos”.
               Le dieron a Scott un par de billetes, de veinte y diez libras, y le dijeron que cuidara de nosotras, que pidiera comida a donde le apeteciera y que escuchara lo que nosotras queríamos. Nada de salir y dejarnos solas, nada de permitir que Duna tome azúcar después de las 7 y media, nada de golosinas antes de irnos a la cama. Asegúrate de que nos lavamos los dientes y de que estamos metidas en la cama y con la luz apagada antes de las 12.
               Evidentemente, no nos acostamos antes de las 12. Eran las 12 y un minuto y Shasha y yo estábamos lanzándonos cojines, chillando y saltando por encima del sofá mientras Scott nos miraba tirado en el sillón con la esperanza de que en algún momento se nos acabara este frenesí de independencia y quisiéramos ir a la cama. A Shasha le entró el sueño a las 12 y 10. Scott no subió con ella a comprobar que se lavaba los dientes (se fiaba de nosotras, o le aborrecía, no sabría decir qué era), pero sí que subió cuando mi hermana pequeña nos llamó para que le diéramos un beso de buenas noches mientras se acurrucaba en la cama. Imitando a mamá, la arropé hasta que el borde de la manta rozó su naricita y le di un beso en la frente. Shasha se revolvió, riéndose, con los ojos achinados y la mirada brillante, y se dio la vuelta cuando Scott y yo salimos de la habitación.
               -A la cama-ordenó Scott, pero yo no le hice el más mínimo caso, bajé las escaleras al trote, procurando no hacer demasiado ruido, y me tumbé cuan larga era en el sofá. Scott suspiró, gruñó algo por lo bajo y se volvió a sentar en el sillón. Apoyó la cabeza en su mano y se acodó en el reposabrazos y se quedó mirando la televisión con aburrimiento, esperando a que yo me cansara del programa que estaban echando, el millonésimo episodio de Los Simpson que te sabes de memoria de tanto que lo repiten pero no renuncias a ver cada vez que aparece en televisión.
               -¿Cuándo te vas a acostar, Sabrae?-exigió saber mi hermano, más cortante de lo que debería. Me volví hacia él, abrazándome las piernas y acariciándome el pijama rosa con elefantitos grises.
               -Cuando tenga sueño.
               -Vete a dormir ahora-espetó, y yo di un brinco.
               -Pero…
               -¡Ya!-ladró, poniéndose en pie y agarrándome del brazo de muy malos modos. Me levantó y yo miré el reloj, ofendida ante tal incursión.
               -¡Se lo voy a decir a mamá!-amenacé.
               -Dile lo que te salga de los cojones-rezongó, y yo me solté de su brazo, le di un empujón y di un paso atrás para evitar que él me lo devolviera.
               -Vale, borde-gruñí, y me di la vuelta y subí las escaleras pegando pisotones, para que él supiera lo molesta que estaba con su estúpida actitud. Me lavé los dientes, consideré la posibilidad de pasar el cepillo de Scott por el suelo para que aprendiera la lección, pero finalmente negué con la cabeza, me incliné y escupí en el desagüe. Tremendamente enfadada, me escondí entre las mantas, miré la hora en el teléfono (la 1 menos 20) y apagué la luz de un manotazo al interruptor.
               Sabía que no iba a dormirme pronto, así que ni siquiera cogí el peluche de Bugs Bunny que Scott me había regalado por Navidades cuando me di la vuelta, enfurruñada, y me quedé mirando una sombra en mi habitación.
               Estaba empezando a pasárseme el enfado, y por tanto el sueño se apoderaba de mí, cuando escuché los pasos de Scott en el piso de abajo, tremendamente silenciosos, dirigirse hacia la puerta. Incomprensiblemente, mi hermano la abrió y dijo algo que yo no conseguí entender.
               Mamá le había dicho que nada de que viniera Tommy. Cuando estaban juntos, no eran capaces de cuidarnos. Se distraían el uno al otro con continuas peleas.
               Esperaba que Scott le hubiera dicho que no podía ir a ningún sitio con él ni tampoco quedarse. Hundí la cara en la tripa del peluche y aguanté la respiración. Escuché a Scott sentarse en el sofá y no decir nada durante un rato, lo suficiente como para que yo pensara que se había vuelto a quedar solo.
               Pero entonces… una risa.
               Y estaba bastante segura de que no era de Scott.
               Era la de una chica.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Best-seller.

Papá seguía acariciándome despacio, sin pausa pero sin prisa, cuando escuché unos pasos ruidosos bajar las escaleras a toda velocidad. Con la mano de mi padre sobre la cabeza, enredando sus dedos en mis rizos, me di la vuelta y abrí un ojo, detestando aquel ser que pudiera interrumpir nuestro momento de comunión mutua, aquella preciosa conexión que habíamos desarrollado ahora que yo era una mujer adulta (o, por lo menos, estaba en trámites de serlo).
               Entreabrí los ojos escurriéndome entre los dedos de Morfeo, que me dejaba marchar a regañadientes, y me quedé mirando a mi hermano, que se ajustaba las mangas de una chaqueta de cuero negra que le había visto a papá en un par de ocasiones. A todos nos gustaba mucho y nos encantaba cuando papá se la ponía, se ajustaba las cremalleras, se revolvía un poco el pelo y nos decía que se iba a trabajar, que volvería de noche. Siempre nos decía que no le esperásemos despiertos, pero todos lo hacíamos, y él regresaba con bollería que desayunábamos al día siguiente, robada del cáterin de alguna sesión de fotos o reunión creativa a la que tenía que ir cuando se preparaba para la temporada de premios o el lanzamiento de un nuevo disco.
               Esa chaqueta de cuero significaba algo.
               Y que Scott la hubiera cogido sin avisar debería haber activado mis alarmas, pero, francamente, estaba tan atontada por el sueño, el calorcito de mi padre, las caricias que me daba y lo bien que le sentaba a mi hermano esa ropa, que ni siquiera pensé en la trascendencia de aquel vestuario.
               Scott no nos hizo caso mientras pasaba al lado del sofá: se ajustó las cremalleras, mordiéndose el piercing, y continuó caminando a toda prisa en dirección a la puerta. Tanta indiferencia me molestó. Soy tu hermana, pensó un animal rencoroso en mi interior. Mi primera palabra fue tu nombre. Por lo menos reconoce mi presencia.
               -Qué guapo-dije, sin embargo, porque soy el animal más puro que ha conocido este mundo. Scott se dignó a mirarnos por fin, un poco sorprendido por encontrarnos tumbados en el sofá, los pies de papá sobresaliendo por un extremo, tapados con la manta y ajenos al mundo. Me dedicó una tímida sonrisa que no escaló a sus ojos.
               Incluso en esa duermevela que me atenazaba podía ver que estaba nervioso por algo.
               -Gracias-susurró. Papá lo miró y frunció el ceño, examinando su vestuario: las Converse blancas, los vaqueros negros, la camiseta blanca, la chaqueta negra. Parecía uno de esos mafiosos elegantes que salen en las películas, el heredero de un imperio del crimen que controlaba todo lo que sucedía en un país.
               El típico niño mimado de mirada traviesa que no ha roto un plato en su vida.
               Esa fue la primera vez que vimos a Scott Malik abrazando lo que significaba ser Scott Malik.
               -¿Dónde vas tan guapo?-preguntó papá, con ganas de camorra. Scott puso los ojos en blanco y se detuvo un segundo para girarse y mirarnos.
               -Por ahí. ¿Disfrutando de una siesta?-atacó, pues la mejor defensa es siempre un buen ataque. Papá se incorporó un poco, asegurándose de que no me caía al suelo pero de conseguir suficiente espacio como para revolverse con comodidad, y así, poder examinar a su primogénito con la profundidad deseada.
               -¿Esa chaqueta no es mía?-quiso saber, y Scott se tocó la prenda
               -Ah, sí, eh… voy a estar mucho tiempo fuera, hace frío, así que…
               -Ya, ¿y la colonia también es para el frío?

domingo, 17 de diciembre de 2017

Primavera.

Decidí no responder al empujón de Kendra porque eso era lo que ella quería: un poco de pelea para que, con suerte, se me cayera el poco helado que me quedaba en la tarrina y así tuviéramos que volver a rodear el estanque del panque y acercarnos al pequeño puesto de yogur helado, batidos y crepes. Le saqué la lengua mientras daba un salto hacia atrás y ella tropezaba con el bordillo y casi se caía al suelo, mientras Amoke y Taïssa se reían a mandíbula batiente al ver la cara de furia de nuestra amiga.
               A ella todo lo que fuera comer le venía genial y le parecía poco; tenía la constitución de un cervatillo y un estómago sin fondo, pero yo me estaba quedando sin dinero, los pantalones estaban empezando a apretarme, y, además, me sentía tremendamente torpe debido al pedazo de sandía que nos habíamos comido hacía una hora, el cual me había terminado más por orgullo que por hambre o, siquiera, gula.
               -¡Sabrae!-protestó, Kendra, trastabillando y mirándose los playeros para asegurarse de que no se le habían ensuciado más de lo que ya estaban. Llevábamos toda la semana aprovechando el final de las vacaciones, sentándonos en los bancos del parque a contemplar a los niños pasear con sus madres, o tirándonos en el césped a disfrutar del sol mientras los patos y los cisnes se nos acercaban y trataban de robarnos las mochilas, creyendo que teníamos bolsas de pan dentro.
               La culpa de la conducta criminal de los animales la teníamos un poco nosotras, vale, porque siempre nos acercábamos al estanque a tirarles un puñado de migas antes de seguir nuestro camino.
               -¡Has empezado tú!-le recriminé, metiéndome en la boca otra cucharada de mi helado de frambuesa.
               -Momo, ¿qué tal vas con lo de ir de compras el jueves?-preguntó Taïssa, girándose hacia Amoke, que en ese momento lamía el vasito de cartón de su helado de chocolate blanco. Amoke se encogió de hombros.
               -Ahí vamos; todavía no he conseguido convencer a mi madre. Dice que deberíamos haber ido antes, cuando todavía estuvieran las rebajas.
               -Pero, ¡si no vamos a comprar nada!-protestó Kendra.
               -Algo siempre cae-respondí yo, riéndome.
               -¡Porque tú nos lías! Liante, que eres una liante, Sabrae.
               -¿Qué culpa tengo yo de que me llevéis siempre a las tiendas con la ropa más bonita? Si fuéramos a esas tiendas aburridas de diseño, no os tendría que convencer para que comprarais algo conmigo y no sentirme mal yo, porque a mí no me apetecería comprar nada-me encogí de hombros.
               -El caso es que ya fuimos hace dos semanas y no le da la gana de adelantarme la paga para que podamos ir por el centro.
               -Podríamos poner un poco de dinero nosotras-sugirió Taïssa, y Amoke negó con la cabeza.
               -No, que luego os lo tengo que pagar con intereses.
               -¡Hombre! ¡A ver si te crees que somos una ONG, o algo por el estilo!-se burló Kendra.
               -¿Mañana vamos al cine?-quise saber yo-. Es el día del espectador, y podemos aprovechar para no cenar. Cogemos un cubo de palomitas de esos gigantes, y…
               -¿Ves, Saab?-rió Momo-. Ya lo estás haciendo otra vez.
               -¿Qué estoy haciendo?-respondí, dando una patada a un guijarro con fingida inocencia.
               -Vendernos la moto.
               -No es una moto, Momo, por dios-puse los ojos en blanco-. Sólo son palomitas.
               -Podéis comprarlas entre las tres-respondió Taïssa-. A mí mi madre me echa la bronca si llego a casa y no ceno.
               -Pues cena-zanjó Kendra.
               -No soy un agujero negro de comida como tú, Ken.
               -Soy una persona activa, necesito comer para mantener la energía-discutió Kendra.
               -Tú lo que tienes es a una fábrica de duendes en el estómago, porque si no, no se explica que comas tanto-respondí, y Amoke se echó a reír.
               -¿Podemos dejar de hablar de comida, por favor? Me está dando un hambre que me voy a morir aquí mismo, y a ver dónde me enterráis-protestó Kendra, echándose una mano con gesto tétrico a la cara, y todas nos echamos a reír.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Origen.

Empujé la puerta con entusiasmo mientras me recolocaba el jersey. Me saqué los rizos del cuello de algodón y le di la vuelta.
               Scott dio un brinco en la cama y cerró a toda velocidad la tapa de su ordenador portátil.
               -¿No sabes llamar?-ladró, antes de que yo pudiera pedirle disculpas. Que se pusiera tan chulito sin yo darle motivos me irritó. Con lo que me había costado convencer a papá y mamá para que me dejaran ir con él, para ver las luces de navidad del centro con Amoke… y ahora él se hacía el ofendido.
               -¿Qué hacías?-pregunté, entrando en la habitación. Scott se puso colorado, colocó su ordenador a un lado de la cama y se incorporó.
               -Nada-respondió, tirando de su sudadera y fulminándome con la mirada, retándome a seguir.
               -¿No estarías viendo vídeos guarros?-pregunté. Scott se puso aún más rojo, pillado con las manos en la masa.
               -¡Claro que no!
               -Mamá se disgustaría mucho si se enterara de que te gusta ver vídeos guarros.
               -¡No veo vídeos guarros, pesada! ¡Fuera de mi habitación, venga!-tronó, caminando hacia mí y empujándome en dirección a la puerta, pero yo me resistí.
               -¿Por qué te gusta verlos? Con lo bonita que es la ropa que le ponen a algunas actrices en las películas, ¿qué sentido tiene que quieras verlas desnudas?
               -¡Que no los veo!-respondió el, rojo de vergüenza, arrastrándome hacia la puerta.
               -Entonces, si no estabas viendo vídeos guarros, ¿me enseñas lo que estabas viendo?
               -No.
               -¿Por qué?
               -Son cosas de mayores-contestó, cogiendo el abrigo e interponiéndose entre la puerta y yo.
               -¿Lo ves?
               -Los mayores hacemos otras cosas que no son ver porno-espetó, cerrando de un portazo y haciendo un gesto con la cabeza en dirección a las escaleras. Como yo no me moví, me dio otro empujón.
               -¡Ay! ¡Mamá!-protesté, y desde la otra punta de la casa llegó la voz de mi madre nombrando a mi hermano, que puso los ojos en blanca, escupió un “chivata” y echó a andar hacia las escaleras. Le seguí al trote, con la mochila a modo de bolso en la que llevaría el móvil de papá y un poco de dinero colgada al hombro.
               Mamá nos recolocó la bufanda, se aseguró de que tenía bien puesto el gorro de lana gris y rosa, a juego con mi jersey azulado, y nos dio un beso en la mejilla.
               -Abrigaos. No cojáis frío-indicó, y luego se volvió hacia Scott-. No pierdas de vista a tu hermana.
               -No.
               -Cógela de la mano en los pasos de peatones.
               -Que sí.
               -Ni se te ocurra dejarla sola.
               -Que noooooooooo-baló Scott, poniendo los ojos en blanco y negando con la cabeza. Se mordió el labio y se sacó el teléfono del bolsillo.
               -No cojáis el metro a partir de las 7, ¿de acuerdo? Nos llamáis y os vamos a buscar. No quiero que vayáis en transporte público vosotros tan tarde.
               -Voy con Tommy, mamá-le recordó Scott.
               -No me importa. Cuando queráis volver, llamáis a casa y nos pasaremos a recogeros, donde sea. Id por sitios en los que haya gente, pero no demasiada gente, ¿entendido, hombrecito?-dijo mamá, tirando de la bufanda de Scott y dándole una vuelta alrededor de su cuello.
               -¡Mamá!-se quejó Scott-. ¡Que ya no soy un niño! Venga, ¿podemos irnos ya?
               -¿Lleváis los móviles con suficiente batería?-inquirió ella, y asentimos con la cabeza, enseñándoles la pantalla libre encendida-. Estupendo. Pasáoslo bien-sonrió, dándonos un último beso y abriendo la puerta para que pudiéramos salir.
               -¿A ella no le vas a decir nada sobre que sea obediente?-se quejó Scott, y mamá se echó a reír.
               -Ella ya lo es, ¿verdad, cariño?
               -Mucho, mami-sonreí, y me giré para sacarle la lengua a Scott, que puso cara de fastidio y no dijo nada más.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Elegida.

 Oigo pasos a mi lado y ni siquiera me digno en girarme para hacerle saber que sé que está ahí. Sé que no es de buena educación y que mamá se sentiría decepcionada conmigo si me viera ahora, pero no lo puedo evitar.
               Soy toda rencor. Froto el palo contra el suelo de asfalto de colores y me fuerzo a mí misma a interesarme más por el color parduzco que está adquiriendo la mariposa dibujada con tiza en el suelo, en cómo se difumina, igual que mi felicidad ayer. Amoke levanta la vista y me mira, luego, le mira a él.
               Sus ojos vuelven a mí pero yo la ignoro también a ella, que tuerce la boca, triste, pero continúa con su dibujo, ignorando su instinto. Ella dibuja con tizas de colores, y yo destruyo lo que ella hace.
               Carraspea y yo trago saliva y me giro un poco más, apoyada sobre la planta de mis pies y fingiendo que me da igual que esté ahí. Le doy la espalda a propósito, a pesar de que él ha dado un par de pasos para aparecer en mi campo de visión.
               -Sabrae-dice, y yo continúo sin hacerle caso-. Sabrae-insiste, y yo suspiro, enfadada, como veo que mamá hace cuando está molesta con papá y él intenta arreglarlo cuando ella sólo está de humor para sulfurarse-. ¿Estás enfadada conmigo?-pregunta en tono inocente, y a mí me entran unas ganas terribles de levantarme y darle un gran empujón.
               -No sé-respondo, encogiéndome de hombros-. Tú sabrás.
               La fórmula más típica del enfado de mi madre, la que nunca falla, la que hace que papá se amedrente apenas la ha escuchado.
               Pero hay un pequeño problema.
               Scott no es papá…
               … y Alec, lo es aún menos.
               -No, no lo sé-dice él en un tono dulce que me revuelve por dentro, pero no voy a ceder a su manera de hablar. Ni le voy a mirar a los ojos tan bonitos que tiene. Ni voy a mirar tampoco sus ricitos marrones. No voy a estirar la mano y jugar con ellos como solía hacer siempre, cuando éramos amigos.
               Porque Alec y yo ya no somos amigos. Eso era antes de que me robara a Scott.
               -Oh, oh-musita Amoke, soltando su tiza y levantándose antes que yo. Es sólo un segundo, pero tiempo suficiente como para que Alec se percate de que algo no va del todo bien. Da un paso atrás y espera mientras yo me incorporo, dejo caer mi palo (o más bien lo lanzo contra el suelo) y me vuelvo hacia él con la mueca más digna que puedo.
               Un poco de mi fortaleza se disipa en cuanto me encuentro con su cara.
               No, me digo a mí misma. Mantente firme. Scott es tuyo.
               -Es que… no has venido a saludarme cuando hemos entrado en clase…-Alec se pasa una mano por el brazo y se pellizca el codo. Es un gesto que copia de su padre.
               Un gesto que va a repetir durante toda su vida, cuando en el fondo sabe que ha hecho algo mal…
               … y un gesto que a mí me va a volver loca siempre. Porque ese pequeño pellizco, esa suave caricia en su brazo, es lo que convertirá a Alec Whitelaw cuando sea Alec Whitelaw con mayúsculas, en simplemente Alec.
               Al.
               -Ya-contesto, recogiendo mi palo y volviendo a inclinarme.
               -¿No me habías visto?-insiste él.
               -Sí.
               -¿Entonces?
               -Tienes razón-respondo-. Estoy enfadada contigo.