viernes, 30 de marzo de 2018

Mayores.

En este capítulo, y puede que en los siguientes, encontrarás incongruencias con respecto a Chasing the Stars. En este en particular, la incongruencia viene en la línea de tiempo de las dos historias: mientras en CTS pasó sólo un día entre el anterior capítulo de Sabrae y el actual, en éste ha pasado una semana entera.
Lo siento si la lectura se te hace muy liosa por ir dando estos saltos y haber estos errores, pero Chasing the Stars y Sabrae son historias que, aunque interconectadas, para mí son independientes. Simplemente, cuando en CTS se diga una cosa y en Sabrae, la contraria, haz como si no pasara nada y tómate lo que diga cada novela de forma literal, sin relacionarlo con la otra.
Espero que esto no te cause muchos inconvenientes a la hora de leer; intentaré que las incongruencias sean las menos posibles. Dicho esto, ¡disfruta de la lectura! 

Si salí esa noche fue porque me había prometido a mí mismo que haría que Bey se lo pasara genial.
               Bueno, vale, y también porque quería pillarme una buena borrachera.
               Pero lo de Bey estaba en primer lugar en mi lista de prioridades, lo prometo.
               Había tenido una semana tremenda, sabía que se le había hecho cuesta arriba incluso aunque ella se esforzaba en ponerme buena cara y aseguraba que no pasaba nada. Pero yo sabía que le fastidiaban mis contestaciones a destiempo y que se moría de ganas por soltarme un bofetón. Había estado de un humor de perros desde el martes hasta el viernes por la mañana, cuando Tommy se había inclinado hacia atrás en su silla, columpiándola sobre dos patas, y había preguntado:
               -Hoy se sale, ¿no?
               Ella se había reído cuando yo me incorporé como un resorte. En cosa de medio segundo había pasado de estar con los codos en la mesa y la mandíbula sobre mis manos pegadas a la madera, a clavar la espalda en la silla como un buen alumno.
               -¿Vas a traerte a Diana?-quise saber, y Tommy me soltó un tortazo mientras Bey se reía y negaba con la cabeza. Scott sólo puso los ojos en blanco y bufó un “ojalá no”.
               Pero que el viernes se me pasara el mosqueo no quitaba de que hasta ese día no hubiera estado que me subía por las paredes. Apenas había dormido el martes desde el descubrimiento de los planes de Sabrae, y por si mis ojeras no lo delataban lo suficiente, mi hostilidad hacia absolutamente todo el mundo me acompañaba como el calor a una estufa.
               Y luego estaba Tamika, que había considerado que mi mala cara era motivo de chiste.
               -¿Te han cortado el suministro de electricidad en la consola?-inquirió, riéndose y toqueteándose las trenzas. Me dieron ganas de arrastrarla por el asfalto sujetándola sólo del pelo, pero los ojos en blanco de Bey me contuvieron. Contesté a mi mejor amiga con monosílabos durante toda la mañana, y sólo cuando dije que no me apetecía ir a jugar a baloncesto con los chicos, movió ficha. Se presentó en mi casa y subió a mi habitación saltando los escalones de dos en dos. Me encontró tirado en la cama, refrescando mi página de inicio de Instagram como un obseso, necesitado de historias nuevas de Sabrae con las que hurgarme en la herida.
               Bey apoyó las manos en las caderas y alzó una ceja. Aparté el móvil lo justo y necesario para retarnos con la mirada.
               -¿Habíamos quedado para follar y yo no me acordaba?-quise saber. Bey chasqueó la lengua, abrió mi armario, sacó la camiseta de baloncesto, la hizo una bola y me la tiró.
               -Cámbiate. Vamos a jugar.
               -¿A qué?
               -Al teto. Tú te agachas, y yo te la meto-contestó, y yo sonreí. Porque Bey tenía ese poder. Podía conseguir que me pusiera bien en tiempo récord-. La hostia, quiero decir. Venga, ¡arriba!-tiró de mí para ponerme en pie-. Que no tengo todo el día.
               Incluso me arrancó un par de bromas en el juego, pero cuando ella se alejaba lo bastante de mí como para que yo no sintiera su campo magnético atrayéndome, volvía a pensar en lo mismo. Sabrae, renunciando a un polvo conmigo por echar uno con el tal Hugo, que fijo que follaba peor que yo, que fijo que no la tocaba como la tocaba yo.
               No había nadie que consiguiera que ella gritara como podía hacerlo yo.
               ¿En qué cabeza cabía que le prefiriera a él antes que a mí?
               Pues en cualquiera en la que una idea hubiese hecho explosión cual saco de dinamita: yo no le importaba, y el puñetero Hugo, el que tenía que ser tan feo como para tener la cuenta privada, pero no lo suficiente como para que Sabrae no quisiera estar con él, sí.
               Mira, es que me llevaban los putos demonios, te lo juro. Y no me gustaba una mierda sentirme así. Quería tenerla y no podía. No quería que nadie la tocara, pero no podía reclamarla.
               Quería poseerla. Que fuera mía. Que me diera una última oportunidad de montarla y demostrarle que nadie podría compararse a mí, no en igualdad de condiciones, no así. No con ella. Me esforzaría, se lo haría como nadie. El viernes, el sábado, el día que a ella le diera la gana. Pero que me diera una última oportunidad. No había ultimátums que no se anunciaran.
               Hasta los más mortíferos se anunciaban, yo lo sabía bien.

viernes, 23 de marzo de 2018

Trapecista de precipicios.


Se me hacía cuesta arriba respirar con ella encima de mí, moviéndose así, sometiéndome como si fuera un animal que necesitaba ser domado. Meneaba las caderas en círculos tremendamente lentos y amplios, asegurándose de que cada centímetro de mi piel colisionara con la suya. El roce me volvía loco, pero más su lengua en mi boca, y sus manos en mi cuello.
               Prácticamente me dolía todo lo que me estaba haciendo, porque mi cuerpo apenas era capaz de registrar tanto placer. Sabía exactamente lo que tenía que hacerme para acelerar mi pulso y que me costara tomar aliento, y se aprovechaba de esa sabiduría como el profesor al que le plantean una pregunta particularmente difícil.
               Arrancó un par de gemidos de mi boca mientras mis manos se agarraban a su cintura y la anclaban sobre mi erección. Dejó escapar un suave jadeo y volvió de nuevo a mis labios, los capturó, los mordisqueó, y sonrió en nuestro beso cuando su melena me molestó y se la eché a un lado.
               Me incorporé hasta quedar sentado debajo de ella, que me mordisqueó el labio inferior, satisfecha, sabiendo lo que venía a continuación, y continuó agitando las caderas, esta vez con el mismo más acelerado.
               Me puse tenso entre sus piernas y la pegué más contra mí. La miré a los ojos un momento mientras decidía qué hacer a continuación. Me di cuenta de que no me bastaba con acariciar sus pechos, necesitaba probarlos. Así que bajé la cabeza y hundí la cara en su busto, abriendo la boca y pasando la lengua lentamente por uno de sus pezones. Ella clavó los dedos en mi nuca, las uñas se hundieron en mi piel, mientras yo rozaba esa parte tan sensible con los dientes.
               Se echó a temblar, la señal que yo necesitaba. Traté de controlarme con todas mis fuerzas, pero había cosas que escapaban a mi dominación. Es por eso que separé la boca de sus pechos y volví a su lengua: temía herirla.
               No porque ella fuera a rechazarme si yo le hacía daño.
               Era porque pronto tendría que irme, y si mezclábamos dolor y placer, los dos sabíamos que no habría quien nos separara hasta el siguiente amanecer.
               Jadeó mi nombre cuando le sostuve la cara entre las manos y la miré a los ojos con intensidad, leyendo todas y cada una de sus intenciones. Se quedó muy quieta, dejando que la explorara, y se echó a reír (lo cual tuvo un efecto curioso en nuestra unión) cuando la volví a sujetar de las caderas y, sin sacarme de su interior, la tumbé debajo de mí y continué poseyéndola. Gimió un agradecido “sí” mientras sus dedos pasaban por mi espalda, reconociendo cada uno de mis músculos, y cerró las piernas en torno a mi cintura, evitando que me escapara, cuando se sintió cerca.
               Sonreí mientras le besaba de nuevo los pechos mientras la consumía el orgasmo. Se retorció debajo de mí, arqueó la espalda y gritó en un extraño intento de conseguir más aire con el que llenar sus pulmones.
               Me la quedé mirando un momento, con la piel brillante por la suave película de sudor que la cubría, los ojos encendidos y las pupilas dilatadas, huellas todas de lo que podíamos hacer cuando estábamos juntos. Le pellizqué el pezón que no le había besado y ella se echó a reír. Se frotó la cara y me sacó de su interior, incorporándose hasta quedar ligeramente sentada mientras yo me tumbaba de lado, examinando su cuerpo: sus largas piernas, su vientre plano, su silueta estilizada y su melena negra.

jueves, 15 de marzo de 2018

Terivision: Bajo el cielo púrpura de Roma.


Hace como dos millones de años que no escribo una reseña sobre un libro, pero lo cierto es que tengo una excusa: llevaba varios meses leyendo una saga que este fin de semana por fin conseguí terminar. Se trata de:
Fuente de la imagen: Bookstagram

lunes, 5 de marzo de 2018

El cazador cazado.


Tengo una mala noticia que darte (sí, precisamente en el capítulo en el que te tirarás de los pelos porque empieza el salseo): como tengo marzo un poco cargado de exámenes y quiero ponerme con el Trabajo de Fin de Grado, no subiré nada más hasta el 23 de marzo. Siento decirte esto antes de que empieces el capítulo, pero... seguro que se te olvida con lo que estás a punto de leer. 😉

Hay dos cosas en las que todo el mundo está de acuerdo en que pueden describirme a la perfección.
               La primera: soy un bocazas. De gran nivel. Pensabas que iba a decir que soy un mujeriego, ¿verdad? Pues no. Bueno, en realidad, un poco sí. Pero no me considero un “mujeriego” como lo suelen pintar en las películas o en las pelis. Los chicos dicen que yo soy más bien una especie de marchante de arte con muy buen gusto, y, ¿qué mayor obra de arte hay en la Creación que las mujeres? Bingo. Ninguna.
               Pero no. El caso es que soy un bocazas, el más bocazas que se haya paseado por la ciudad, el país, o puede que incluso el mundo. No es que no piense las cosas que digo (créeme, digo todo lo que pienso), sino que mi lengua tiene una especie de conciencia propia, muy a lo películas apocalípticas de robots, y es más rápida que yo.
               No es que sea cruel. Las cosas malas que pienso de la gente, me las guardo para mí; eso es algo que todos aprecian de mí. Es que directamente no tengo filtro, suelto las cosas tal cual me vienen en un intento por hacer que mi interlocutor se ría. El problema es que no siempre tiene por qué reírse.
               Seguro que ahora estás pensando “está exagerando, fijo. Es imposible que Alec sea así”. Lo soy. Créeme. Para que te hagas una idea: el año pasado, cuando cumplí los 16, Amazon estaba haciendo una campaña para contratar a jóvenes como repartidores para el servicio Premium. Yo me apunté, por eso de que me gusta tener pasta propia, y porque para motivarnos a los adolescentes, la empresa nos ofrecía pagarnos la gasolina y el seguro de la moto. De puta madre hasta ahí, ¿a que sí?
               Error. Tuve que hacer una entrevista, y estaba bastante bien, muy cómodo, manteniendo a raya mi boca hasta que el de Recursos Humanos señaló mi solicitud de trabajo, currículum adornado incluido (gracias, Jeff, por dejarme poner que había currado antes como repartidor en tu hamburguesería), y observó:
               -No has puesto cuáles son tus aficiones.
               Yo me había encogido de hombros y me había rascado la nuca. Bey me había dicho que fuera yo mismo y que estuviera tranquilo, pero no demasiado yo mismo ni demasiado tranquilo. Es por eso que no había puesto lo de que me levantaba a las seis de la mañana los sábados, después de ir de fiesta (a veces ni me acostaba) para poder ir a boxear tranquilo. Ni que me gustaba trastear en los electrodomésticos y descubrir cómo funcionaban. Ni que me creía el mejor mecánico de la historia (eso decía mi mejor amiga, pero yo creo que conseguir montar una moto y que ésta ande bien con tus propias manos tiene un mérito que se merece ser reconocido). O que me gustaba emborracharme para jugar con Jordan a la consola. Eso no me haría de fiar.
               -No sé-murmuré, clavando los ojos en mi currículum un momento, pensando la trola que le contaba ahora al señor-. Son las típicas, supongo. Estar con amigos, y tal.
               -¿Qué haces para evadirte?-insistió el hombre, siguiendo el guión preestablecido para detectar si era un psicópata que pretendía arrollar a 40 personas en una calle peatonal, o algo por el estilo.
               -No mucho-volví a encogerme de hombros, y entonces… la bomba.
               Casi pude escuchar la palmada en la frente de Bey cuando me preguntara qué tal había ido la entrevista y yo le reprodujera con las mismas palabras lo que acababa de decir: