miércoles, 30 de mayo de 2018

Dejadnos entrar.


En mi instituto había dos escritoras. Una de ellas, la que lo reconocía, decía siempre con cierto sonrojo y la voz un poco más tímida de lo habitual que ella, lo que quería, era ser escritora. Todo el mundo lo sabía y creo que muchos confiábamos en que algún día tendría su nombre impreso a tinta y rasgado con la celulosa del papel en ejemplares del escaparate de una librería. Escribía a mano en libretas que no le enseñaba a nadie, y participaba en concursos que siempre ganaba. Sus historias sólo salían a la luz elegidas a través de una ruleta de la que sólo ella conocía el mecanismo. Compartía las palabras, pero no sus personajes.
               La otra no decía que era escritora; tardaría mucho en etiquetarse como tal. Simplemente llevaba un blog, y lo que quería era que más personas vieran las palabras que codificaba en un baile de unos y ceros, en un idioma que nunca conseguiría entender. Compartía las palabras, y sus personajes, incluso los que debería haberse guardado para sí misma, salían a chorro de sus dedos como de un manantial surgía el agua.

               Ambas sentían el mismo amor y disfrutaban con la misma actividad, pero no podían hacerlo de formas tan diferentes. Una decía que le encantaba el susurro del bolígrafo rasgando el papel mientras escribía; era el único confidente que guardaría sus secretos hasta que ella decidiera revelarlos. En cambio, la otra, adoraba el tamborileo rítmico del teclado mientras escribía en una pantalla, sus gafas con un ligero tono azul para que no le doliera la cabeza al escribir, tan sólo el alma.
               Puedo entender su referencia a los secretos, la intimidad del papel. Pero nada se compara a la música de la auténtica voz de los personajes; ni siquiera el silencio que contiene su misma esencia.
               El sonido del tecleo son las pulsaciones del corazón de los personajes a los que das vida en bits o en páginas. Su particular lucha por escapar de tu interior, pasar de energía a materia, de potencia a ser, de pensamiento a verdad.
               Son esos toquecitos insistentes, de impaciencia, en la puerta del mundo real.
               Existimos de veras.
               Dejadnos entrar.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Un animal de interiores.


               JUSTICIA.
               SÍ. SEÑOR. GRACIAS, DIOS. NO MEREZCO ESTE REGALO.
               Pasé olímpicamente de la pizza y de todo lo que me rodeaba, demasiado ocupado en detestar cada parpadeo de las líneas de la rueda de mi móvil que me indicaban que se estaba descargando la conversación.

¿Fan de los dinosaurios?🦖
               Me quedé mirando la camiseta que llevaba puesta. De color marrón, tenía una flecha señalando estratégicamente hacia mi entrepierna. En el pecho, en letras grandes y blancas, se leía “El último dinosaurio con vida”.
               Me eché a reír. Ni siquiera me había dado cuenta de qué llevaba puesto en el momento en que me hice la foto. Simplemente, en lo único en que podía pensar, era en que necesitaba desesperadamente que Sabrae me diera bola.
               Aunque no me imaginaba que lo haría por mi atuendo.
¿Y quién no?
Confieso que a mí me gustaría más una con un dibujo, pero la referencia de la tuya tampoco está nada mal.
Vaya, Saab, no sé cómo tomarme eso. ¿Acabas de hacerme un cumplido? ¿Tú, precisamente? ¿Te encuentras bien?
Hombre, yo me relaciono con gente que tiene buen gusto. Por eso de que yo también lo tengo y sé identificarlos bien, y tal.
Claro, claro. Eso explicaría muchas cosas.
¿Qué cosas?
Con quién te juntas los fines de semana.😏
¡Mira que eres tonto!😂
Seré lo que tú quieras que sea, bombón.😉
               Estaba tan ocupado ligando y perdonando a Sabrae por su tardanza (ya que sus intervenciones lo merecían), que ni me percaté de que Mimi se había incorporado para leer la conversación.
               -Vaya, vaya-comentó mi hermana, y yo di un brinco y me la quedé mirando. Me había olvidado completamente de su presencia.
               Bueno, qué cojones. Me había olvidado de todo lo que no tuviera que ver con Sabrae y las reacciones químicas que provocaba en mi cuerpo, incluso a distancia.
               Era como una estrella gigantesca, que me atrapaba con su luz y tiraba de mí hacia su superficie, y yo iba, aun sabiendo que me pegaría el leñazo del siglo.
               -¿Desde cuándo te mandas mensajitos con Sabrae?-quiso saber mi hermana, alzando las cejas. Bloqueé el móvil y lo tiré a mi lado, lejos de ella.
               -Cállate-urgí, cogiendo un trozo de pizza y metiéndomelo en la boca-. Yo no me mando mensajitos con nadie.
               -Ya, seguro. ¿Qué crees que Sabrae quiere que seas para ella, exactamente?-Mimi esbozó una sonrisa traviesa y yo me la quedé mirando.
               -Métete en tus asuntos-ladré-, haz el favor.
               -Vamos, Al. ¡Tengo curiosidad! ¿Qué serías por ella?-insistió, e incluso pasó por encima de mí para poder cogerme el teléfono y tratar de desbloquearlo.
               Regla número uno: no permitas que tu hermana ponga su huella como huella reconocible que puede desbloquear tu móvil. Es peligroso.
               -¿Quieres callarte? Qué plasta eres, tía. ¿No puedo mantener conversaciones con nadie sin que tú metas tu estúpida nariz en ella?
               -¡Es divertido leer cómo tonteas!
               -Sí, ya. Lo siento si tus conversaciones con Eleanor son monotemáticas-ataqué-, pero la verdad es que yo soy una persona muy interesante que puede hablar de muchísimos temas.
               Mimi me estudió, impasible.
               -Mis conversaciones con Eleanor no son monotemáticas-constató.
               -¿Qué nos apostamos a que, si ahora leo tu conversación con ella, me encuentro con el nombre de Scott en el último mensaje?
               -No hablamos de Scott-discutió Mimi, tozuda como ella sola. Por favor, a otro con ese cuento. Eleanor estaba enamoradísima de Scott, ¿cómo no iban a hablar de él? Si casi teníamos que ir con cuidado cuando los dos estaban en la misma habitación, no nos fuéramos a resbalar con las babas de la hermana de Tommy y darnos un tortazo tremendo.

miércoles, 16 de mayo de 2018

De Enero y Mayo se sale; del cementerio, no.


Llevaba un tiempo preguntándome si debería escribir esta entrada o no, pensando que quizá no le importara a nadie, pero después de recibir una pregunta en curiouscat, finalmente me he animado .
               A la hora de estudiar para mis exámenes, lo primero que hago es corregir mis apuntes. Normalmente tengo pocas cosas que modificar, pero siempre se me escapa algo que voy viendo cuando leo toda la asignatura tal y como tengo que estudiarla. Tener unos apuntes bonitos me parece algo esencial que te facilita un montón la vida a la hora de estudiar: parece que no, pero no lo coges con las mismas ganas si tienes algo limpio y bonito, que si tienes un texto a sucio que no hay quien entienda. Corrijo mis apuntes leyéndolos en Word para ir viendo las erratas y cambiando cosas en el formato o reformular explicaciones; no me suele llevar mucho tiempo y normalmente dedicaba los primeros días de “vacaciones” (las universitarias, vaya) a preparar los apuntes para llevarlos a imprimir. Al principio puede aborrecerte muchísimo, pero si lo haces todo seguido, ya cuenta como un primer paso en el estudio. Si tardas en corregir, tendrás las cosas más frescas cuando te pongas en serio.
               Una vez tengo los apuntes impresos y demás, los subrayo con varios colores. Tengo amigas que van subrayando al mismo color dependiendo del apartado que estén estudiando; a mí, personalmente, me parece un lío y prefiero ir subrayando con una jerarquía: en un color lo más importante, en otro lo menos… así con hasta cinco colores, más dos extra para títulos de epígrafes y números de artículos (creo que todos en derecho tenemos un color especial para números de artículo). Para mí, subrayar a colores es súper importante porque a medida que se acerca el día del examen, voy prescindiendo de repasar lo de los colores menos importantes y sólo miro lo de los más (por ejemplo, las explicaciones van en amarillo y los conceptos fundamentales en azul; cuando estoy repasando para el examen, ya sólo leo lo que está en azul).
               Es importantísimo establecer un horario realista a la hora de subrayar; si tardas 1 hora en subrayar 10 páginas, no tiene sentido alguno que decidas que vas a subrayar en un día 100. No vas a estar 10 horas seguidas subrayando sin parar. Ni puedes, ni quieres.
               Cuando termino de subrayar los apuntes es cuando empieza lo bueno, realmente. Preparo la habitación en la que estudio y me pongo a ello:
No, éste no es mi escritorio, ya me gustaría xd

               -Cojo una botella de agua y la tengo a mano para ir dando sorbos de vez en cuando; no sé por qué, pero me canso menos y me concentro mejor cuando tengo la botella cerca.
               -Tengo chicles o caramelos también a mano. Los chicles son para cuando leo un tema que no  gusta; los caramelos, para cuando noto que no estoy del todo centrada. Por el azúcar, estudias mejor (o eso leí hace un montón de tiempo, puede que sea un placebo).
               -Muchas veces (aunque no siempre), me enciendo una vela. Estoy más a gusto cuando tengo algo que haga que mi habitación huela bien. Es raro, pero me dan ganas de meterme en la habitación y ponerme a estudiar por el simple hecho de que mi escritorio huele a frambuesa, a mora, o el olor de la mora de turno. Es importantísimo estar a gusto en la habitación en la que estás estudiando.
               -Dejo el móvil en otra habitación, con poco sonido para no escucharlo y que no me dé la tentación de ir a mirar quién me habla.
               -Tengo mi agenda a mano, por si me acuerdo de cosas que hacer, para anotarlas y no tener una excusa para marcharme y dejarlo todo a medias.
               -También tengo a mano mi botecito de vaselina de frambuesa.
               -Cojo mi libreta en la que anoto ideas para mis novelas, por si se me ocurre algo, para no tener que ir a escribirlo en el móvil y quedarme media hora mirando Twitter.
               -Uso una lámpara con una bombilla que emite luz blanca, no amarilla. La luz amarilla muchas veces se comía el color de los subrayadores, y al final terminaba leyendo cosas que no tenía subrayadas y a las que no les quería prestar atención, lo cual me hacía perder tiempo. Además, como la luz amarilla es la que suele haber en el resto de mi casa, no la relaciono con el estudio y me lo tomo como más a cachondeo. También leí algo hace tiempo sobre que la luz blanca te lleva a centrarte más, aunque canse la vista, mientras que la amarilla es para momentos más distendidos.
               -También suelo estudiar con sudadera, por si tengo frío en las manos (es verídico, créeme).
               Una vez está más o menos todo, ya me pongo a estudiar haciendo esquemas o escribiendo notitas en post its con lo más importante. Los esquemas y los post its son dos caras de la misma moneda, dependiendo de cómo tenga el día usaré mi libreta de los esquemas o de post its. Mis esquemas no son resúmenes del tema, sino recopilaciones de fragmentos de mis apuntes que separo para tenerlos más visuales, y poder repasarlos más tarde. En los post its hago básicamente lo mismo, lo único que, mientras que los esquemas van en una libreta aparte, los post its los pongo tal cual en la página que estoy estudiando.
               Lo de los esquemas y los post its puede parece una pérdida de tiempo, pero ayuda a que no me aburra y luego me da otra cosa para estudiar más rápido, cuando estoy repasando.
               Para las cosas difíciles intento inventarme ejemplos o hacer dibujos que puedan ayudarme a entender lo que estoy leyendo.
               También cuando estoy con algo que me cuesta interiorizar, me visualizo a mí misma contestando esa pregunta en el examen, pensando cómo la empiezo, qué escribiré, y demás. Me ha pasado ya varias veces a lo largo de la carrera que me preguntaban algo en concreto y yo recordaba verme a mí misma escribiendo en el examen; no tenía la imagen delos apuntes, sino a respondiendo la pregunta.
               Y, si hay algo que ni visualizándome me entra y consiste en varias cosas (por ejemplo, las características del delito), lo que hago es formar una palabra con las iniciales de las palabras que quiero memorizar. Intento aprenderme la palabra de memoria, la escribo y la voy escribiendo varias veces hasta que sé sacar todas las demás a partir de sus iniciales.
               No suelo estar mucho tiempo seguido estudiando porque no soy capaz de concentrarme mucho tiempo. Para mí, escucharme a mí misma y hacer descansos es súper importante. Si, por ejemplo, noto que llevo 5 minutos sentada delante de los apuntes sin estar leyendo realmente nada, lo que hago es dejarlos por un momento, (10 o 15 minutos), irme a hacer otra cosa (ver un vídeo, mirar Twitter, leer un poco) y volver a estudiar pasado ese tiempo, cuando ya esté descansada. Volverte tozudo estudiando y decir que no te levantas de la silla en 5 horas no es ni realista ni productivo. Es muchísimo mejor parar de vez en cuando que insistir e insistir e insistir en quedarte frente a los apuntes cuando no estás absorbiendo lo mismo. En cuanto bajes el nivel o sientas que te dispersas, lo mejor que puedes hacer es parar un poco y retomarlo más tarde.
               Si hay ruido y no puedo concentrarme, yo no puedo estudiar con música, así que me pongo los cascos y abro una app llamada Relaxia en el móvil. Creo que ahora es de pago, pero seguro que hay un montón como esa aplicación que sean gratuitas. O, si no, puedes probar con RainyMood.
               Por último, intento no estar todo el día estudiando porque así me da la sensación de que aprovecho más el día. Me establezco un horario más o menos flexible en el que decido que voy a estudiar, pongamos, de 10 a 1 y media, y de 3 a 8. Suelo dejarme un rato antes de comer, ponerme justo después, y parar antes de cenar. Yo nunca estudio por la noche, y la verdad es que no se lo recomiendo a nadie, porque toda la gente que conozco termina agotada y reconoce que realmente eso no le sirve para casi nada, más que para calmar la histeria.
               Tener esos ratos libres después de estudiar me sirve para estar más motivada, pensando que no voy a estar todo el día dedicada exclusivamente a estar sentada delante de mis apuntes, sino que también voy a hacer cosas que me gustan. Y la motivación en enero y en mayo es básica.
               Lo que sí que me permito hacer es repasar mentalmente lo que estudié mientras estoy haciendo otras cosas. Me ayuda a tener el tema fresco y a saber qué es lo que tengo que repasar el día siguiente, cuando vuelva a ponerme con ello.
               En resumen: sobrevivir a la época de exámenes es más fácil si aprendes a gestionarte bien el tiempo: echar 5 horas seguidas delante de los apuntes no implica que vayas a aprender más cosas que si estás 4 salteadas; estar a gusto estudiando es tan importante como la fuente que vas a estudiar, porque cuanto más cómodo, más concentrado; hacer esquemas para repasar cuando se acerque el examen no es perder el tiempo; y reservar un poco de tiempo al día para hacer lo que te guste no es dejar de ser productivo, sino cuidar tu estabilidad emocional.
               Y, si eres escritor… tus personajes te agradecerán esa horita entre el estudio y la cena en la que puedes dedicarles toda la atención del mundo.
               Por último, si éste es tu primer año de universidad, ¡no te desanimes! Todos, absolutamente todos, bajamos el rendimiento en nuestro primer año. Hay muchísimo más que estudiar y el método es completamente diferente; estamos acostumbrados a que en el instituto estén más encima de nosotros, y la libertad de la universidad puede ir en contra nuestra. A todos nos ha pasado lo de pegar un bajón en nuestros primeros exámenes, pero luego, míranos, ¡agobiándonos con el TFG! Si nosotros podemos, tú también.


domingo, 13 de mayo de 2018

Aliento de diosa.


               -No me has puesto tu teléfono-comenté, mostrándole la imagen de su firma sin nada más añadido en el móvil. Ella sonrió, sus dientes rozaron su labio superior.
               -Cierto.
               -Veo que no eres de fiar; el otro día me dijiste que me lo pondrías.
               Se echó a reír.
               -Lo dijiste tú todo-corrigió, inclinando la cabeza a un lado y guiñándome un ojo-. Y dijiste que volverías al día siguiente, y no lo hiciste. Tu propia oferta expiró exclusivamente por tu culpa.
               -¿Vas a hacer que vuelva mañana?-coqueteé, pasándole la yema de los dedos por el antebrazo.
               -Yo no le doy mi número a cualquiera.
               -Pero yo no soy cualquiera, Saab.
               Ella sonrió.
               -Muy cierto-asintió con la cabeza, mordisqueándose de nuevo el labio-. Tampoco me acuesto con cualquiera-tonteó, poniéndose de puntillas y acercándose a mis labios, sin ninguna intención de besarme pero con todas las ganas de hacerme de rabiar. Me eché a reír.
               -¿Debo interpretar con esto que se te ha pasado el enfado?
               -¿Qué enfado?-contestó, apoyándose de nuevo en sus talones.
               -El del sábado. El de... ya sabes-murmuré, encogiéndose de hombros, y ella se puso colorada.
               -Fuiste algo cruel, ¿no te parece?
               -Estabas en la otra punta de la ciudad; relájate un poco, ¿quieres? Ni que te hubiera dejado con el calentón después de empotrarte… o, espera, ésa fuiste tú.
               Volvió a reírse. Joder, me encantaba mi talento para hacerla reír. Se le achinaban los ojos de una forma muy mona. Qué estás haciendo, tío…
               -Entonces, ¿todo bien entre nosotros?
               -¿Qué te hace pensar que algo estaba mal, Alec?
               -No sé. Hace que no hablamos desde la noche del sábado. No me has mandado ningún mensaje.
               -Tú tampoco me lo has mandado a mí, ¿no?-rebatió-. Y tampoco es que me des mucho material para comentar, que digamos.
               -¡Perdona si no hago un documental de lo que hago las 24 horas del día! Algunos valoramos nuestra intimidad, ¿sabes?
               -¡Me gusta compartir las cosas buenas! Creo que es una buena filosofía de vida. Ayuda con el positivismo.
               -Sí, seguro que Instagram te paga por tus historias.
               Sabrae me dio un empujón, divertida.
               -¡Serás bobo! Si tanto te molestan, bloquéalas. Yo no te obligo a verlas.
               -Me gusta verlas. Tengo las notificaciones activadas-agité el móvil en el aire y Sabrae esbozó una sonrisa.
               -No quieres perderte ningún nude, ¿verdad?

jueves, 10 de mayo de 2018

Terivision: The Belles.

¡Hola, delicia! Hoy vuelvo a traerte una reseña, esta vez del último libro que he leído. Se trata de:
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The Belles, de Dhonielle Clayton. 
The Belles trata la historia del reino de Orléans, cuyos habitantes fueron maldecidos por los dioses con una apariencia horrible: piel gris y ojos rojos, como venganza contra la Diosa de la Belleza. Sin embargo, en el reino también existe la contraparte de los llamados “Grises”: las Belles, jóvenes capaces de otorgarles belleza al resto de los humanos gracias a sus poderes especiales.

lunes, 7 de mayo de 2018

Cómo entrenar a tu Word 2.



               En la primera entrada que hice recopilando trucos del Word (a la que puedes acceder haciendo clic aquí), así como en el hilo del que surgió la entrada, hice referencia a una herramienta que hoy vamos a recuperar: Autorrecuperación.

Acceso a documentos no guardados.

               A la hora de utilizar Autorrecuperación y que ésta te sea útil, el 95% del tiempo Word te dará la opción a utilizarla sin que tú se lo pidas. Normalmente, Autorrecuperación sirve para acceder a documentos que estabas escribiendo y de los que ya tenías guardada una copia “completa” anterior, pero en la que no están todos los cambios en el documento desde que diste por última vez a Guardar y Word se cerró inesperadamente, bien porque el ordenador se te apagara, bien porque dejara de funcionar.
               Cuando esto sucede, la solución es bien sencilla: vuelves a abrir el documento, y el propio programa te informa de que tienes versiones posteriores del archivo que no han sido guardadas correctamente, en la parte izquierda de la pestaña en la que escribas. Te dará a elegir entre el último documento guardado (que no tiene todos los cambios) o el documento recuperado: o sea, la versión de Autorrecuperación. Aquí, la cosa no tiene mucho misterio: simplemente pinchas en la versión que te aparezca como la recuperada, y, una vez te la abra la guardas como si fuera el documento normal.
               Sin embargo, ésta no es el único uso útil de Autorrecuperación. También puedes acceder a documentos que hayas creado (ya sabes, ctrl+u) y que cerraste sin guardar por un millón de cosas diferentes. Siempre que cierras un documento en Word sin guardar ninguna copia, el propio programa te mostrará una pestaña recordándote que no has guardado el documento y preguntando si de verdad quieres hacerlo:

martes, 1 de mayo de 2018

Una noche de Perseidas.


-Buena gana tienes tú de pasearte por Londres con la que está cayendo-gruñó mamá cuando me acerqué a darle un beso, anunciándole que me marchaba a trabajar-. Un día te va a pasar algo, y ya verás el disgusto que me vas a dar-como si su papel de madre dramática no estuviera ya representado a la perfección, se cruzó los bordes de la chaqueta sobre el pecho y se quedó mirando la televisión con gesto ausente y preocupado. Me eché a reír y volví a darle un beso.
               -No puedo dejar el curro, mamá. Me gusta ser independiente.
               -¿Independiente? Pero si vives en nuestra casa, comes de la comida que yo te pongo en el plato y que Dylan paga, ¿qué independencia es ésa?
               -Tú no me pagas los chupitos ni los condones; eso sale de mi bolsillo.
               Mamá bufó algo entre dientes cuyo final se parecía a “puto gilipollas”. No lo escuché bien por el trueno que acalló su gruñido, y la risa entre dientes de Dylan al ver la contrariedad de mamá.
               Cogí las llaves de la moto y me abroché la chaqueta.
               -Alec-casi suplicó mi madre, mirando desde el sofá del salón a un punto en el suelo cercano a mi pie izquierdo-. Te lo pido por favor. No vayas a trabajar hoy.
               -No está en mis manos, mamá-contesté, abriendo la puerta y haciendo que el sonido del chaparrón irrumpiera como un huésped indeseado en nuestra casa.
               -A veces no vas-discutió mamá, molesta, y estaba a punto de contestarle cuando Dylan intercedió por ti.
               -Venga, cariño, no seas tan dura con él. Habrá quedado con alguien-y me lanzó una mirada cargada de intención. No era la primera vez que se me escapaba una exclamación delante de Dylan cuando recibía un mensaje de Amazon diciendo que, debido al mal tiempo, tendríamos que ir por parejas a hacer las entregas del día.
               Y mi pareja no era otra que Chrissy.
               Había nacido con estrella.
               Sonreí a modo de respuesta y mamá bufó secamente.
               -Odio cuando hacéis eso-le confió a Dylan cuando yo cerré la puerta de la calle y troté hacia el garaje. Tenía tantas ganas de mojarme como mi madre de que fuera a currar, pero estaba demasiado centrado en lo que me esperaba en los almacenes como para pensar en entrar al garaje por la puerta interior. Lluvia significaba entrega en furgoneta, entrega en furgoneta significaba Chrissy, y Chrissy significaba polvo.
               Sin condón.
               Dios podría mandar el diluvio universal otra vez, que si un polvo sin preservativo me esperaba tras las puertas de mi casa, las abriría y bucearía lo que fuera preciso.
               Quité la sábana de la moto, acaricié sus líneas sensuales, en negro y plateado, y salí cagando leches de mi calle.
               Casi me mato.
               3 veces.
               Suerte que tengo unos reflejos de pantera y pude reaccionar cuando un par de chicos se pusieron a cruzar una calle por donde no había ningún paso de peatones, una señora mayor se saltó un stop, y yo atravesaba la línea de un semáforo en el momento en que se ponía en ámbar (tuve que sortear como pude a los coches que seguían en el cruce).
               Lo bueno de que lloviera a cántaros, al margen de lo de Chrissy, era que todo el mundo aparecía por las oficinas con el bono de transporte a mano o el teléfono bien cargadito de batería, para avisar al amigo-chófer de cuándo tenía que recoger al trabajador, en el mismo punto en que le había dejado.
               Todo eso me convertía en uno de los últimos en llegar, así que tenía que esperar menos tiempo. Dejé la moto apartada en una zona de carga y descarga que nunca se llenaba y me senté en la parte trasera de la furgoneta, al lado de Chrissy, que me saludó con un guiño del ojo. Esperamos a que nos hicieran oficiales como la pareja del día (nunca había salido en una furgoneta sin ella como mi compañera) y nos pusimos manos a la obra. Cargamos los paquetes, sonreímos al escuchar los truenos que descargaban con furia sobre el cielo de la capital, y me subí al asiento del copiloto de un brinco.