jueves, 23 de agosto de 2018

Monstruo.

Antes de que comiences a leer, tengo una "mala" noticia que darte. Mañana me voy de viaje, así que pasaré bastantes días sin escribir, y por tanto, sin actualizar. No obstante, cuando regrese, que será antes de lo que te imaginas, te tengo preparado un capítulo y una sorpresa que harán que tu espera merezca la pena.
¡Que disfrutes del capítulo! Nos vemos en septiembre 


Mamá inclinó la cabeza hacia un lado mientras yo me pegaba una nueva prenda al pecho. Había llegado el viernes después de una lentísima semana en la que yo había pensado que terminaría subiéndome por las paredes, y, decidida como estaba a salir a matar, en vez de a jugar, le había pedido que me hiciera ella las trenzas. Le quedaban muchísimo mejor que a mí, sin ningún mechón suelto y mucho más apretadas, y eso que no me molestaban. Cuando terminara de vestirme le pediría también que me maquillara ella. La experiencia le daba un pulso y una precisión a la hora de hacer los rabitos de las rayas del ojo contra los que los que mi talento innato no podía competir.
               Pero, claro, eso si conseguía encontrar algo que me gustara.
               -¿Y si me pongo un pañuelo anudado al pecho…?
               -Estamos en diciembre, Sabrae-me recordó, y yo asentí con la cabeza. Incluso si me ponía un top con un escote increíble, seguiría abrigándome más que uno de los trucos que mamá me había enseñado con los pañuelos. Los pañuelos eran demasiado finos para retener mi calor corporal-. Aunque se me ocurre…-se levantó y fue derecha a mi armario mientras yo me hacía un lado para dejarla trabajar.
               No le había contado todo lo que había hecho Alec entre el domingo y el martes; sólo le había dicho que hoy salía y que quería dejarlo con la boca abierta, ante lo que ella había alzado las cejas y me había preguntado: “¿Necesitas preservativos?”. Yo había negado con la cabeza y le había dicho que no, que sólo me gustaría… disfrutar un poco del poder que mi cuerpo ejercía sobre el suyo.
               Porque puede que Alec follara con otras, pero estaba claro que no era de piedra. Y yo estaba buenísima, y pretendía salir esa noche, como mínimo, de toma pan y moja. Atrás habían quedado mis inseguridades con respecto a la perfección de Pauline. Puede que ella fuera más alta, más delgada, más guapa que yo, pero yo tenía unas armas de mujer que no iba a dejar en el trastero, cogiendo polvo. Disfrutaría de la seducción y le dejaría claro a Alec que él se lo perdía cuando no me elegía a mí.
               -¿Sigues con la regla?-preguntó mamá, pasando una mano por mi ropa. Las yemas de sus dedos acariciaron todo mi vestuario mientras buscaba algo en concreto.
               -Se me ha terminado de quitar hoy. Por la mañana-especifiqué.
               Intuí la sonrisa de mamá cuando me escuchó. Seguramente el plan maestro que se urdía en la cabeza requería que yo no tuviera la regla. Nunca pensé que nadie pudiera arreglarse tanto de que por fin mi periodo se terminara como me alegraba yo, pero después de notar su cambio de humor, no estaba tan segura.

sábado, 18 de agosto de 2018

Medicina.


Para cuando me animé a levantarme de la cama, mi móvil llevaba un rato sin vibrar. Yo me lo había quedado mirando hasta que finalmente se dio por vencido, sumido en un sueño del que no iba a despertarse a no ser que yo lo invocara.
               Muerto, como estaban mis ilusiones.
               Una marea negra, pegajosa y pesada se había instalado en mi interior. Si antes me había sentido ligera como una pluma y valiente como una leona, ahora me notaba pesada como un lagarto, cobarde como una gallina. Nunca pensé que alguien que no fuera nada mío, absolutamente nada, pudiera hacerme ese daño y sin ni siquiera pretenderlo.
               Me incorporé hasta quedar sentada y me limpié algo húmedo que me mojaba las mejillas. Lágrimas. Me había echado a llorar y ni siquiera me había enterado. Sorbí por la nariz y me miré en el espejo, hecha un completo y absoluto desastre. Tenía el pelo alborotado como si me hubiera estado tirando de los rizos para no volverme loca, y los ojos hinchados y rojos propios de alguien que es adicto a la heroína, no a un chico.
               Un chico que no podía ser más que el antagonista de mi historia particular.
               Ojalá le hubiera dicho que no. Ojalá hubiera cerrado la conversación en cuanto vi los tintes que adoptaba. Ojalá él no tuviera ese efecto hipnótico sobre mí. Ojalá no le hubiera mandado aquellos estúpidos mensajes, que me hacían parecer débil y emocionalmente involucrada. Seguro que yo no era más que una muesca en su cama, un puto palo que añadir a la lista que seguro que guardaba en la funda de la almohada a modo de representación de todas las chicas que habían caído en sus redes.
               Ojalá no me hubiera pasado la vida odiándolo, porque lo único que me molestaba más del comportamiento de Alec, era que yo sabía que era así.
               Volar tiene sus riesgos, y yo me había dado la hostia. Un paso en falso había hecho que me precipitara al vacío; toda la vida había vivido en la cuerda floja, resistiéndome a lo atractivo que era por fuera recordando que no lo era en absoluto por dentro. Un instante de debilidad me había hecho perder el equilibrio, y había estado cayendo durante un glorioso mes en el que me sentí libre como un pájaro.
               Pero si yo era un pájaro, acababa de descubrir mi tipo: un estúpido, incauto, ingenuo e imbécil pingüino. El suelo llegó sin que yo lo previera, y me había estampado contra él con tantísima fuerza que fracaso y cuerpo éramos uno.
               Por qué tuve que equivocarme este mes y estar en lo cierto todos estos años contigo, pensé observando mi reflejo en el espejo, imaginándome a Alec sentado a mi lado en la cama, sintiendo una tristeza que de seguro no experimentaba. Sólo yo. Sus palabras habían sido dulces porque yo era la hermana de Scott. Qué casualidad que justo cuando hablábamos de decírselo a mi hermano, él corría a los brazos de otra. Era un cobarde, un jodido cobarde. Si quería terminar conmigo incluso antes de empezar, no tenía más que decirlo.
               Contuve un nuevo sollozo y me calcé mis zapatillas de bota. El calor que manaba de ellas no me reconfortó en absoluto. Un frío gélido me corroía las entrañas, y una única frase de tres palabras se repetía en mi interior, como un mantra que se sobreponía a las cacofonías que mi cerebro formaba con la voz de Alec y la chica con la que había estado esa misma tarde.
               Necesito a mamá. Necesito a mamá. Necesito a mamá.
               Tiré de los bordes de mi chaqueta hasta convertirme en un improvisado y patético capullo desastroso y me encaminé a la puerta de mi habitación. Sorbí por la nariz y me pasé una mano por los rizos, intentando resolver el desastre en que me había convertido.
               Por supuesto que no iba a quedarse en casa el sábado. Eres una estúpida. Si fue amable contigo cuando tenías la regla era para que no le fueras con el cuento a Scott.
               Y por si decidías chupársela.
               Envidié a mi yo del sábado mientras bajaba las escaleras; la Sabrae del pasado las había subido con ilusión, había esperado con ansias que cayera la noche para hablar con él. Ahora, me aterrorizaba la soledad de mi cuarto. Y mi único fuerte al que batirme en retirada no sólo no estaba en casa (Scott se iría a dormir a casa de Tommy esa noche), sino que tampoco era un puerto seguro para mí en esas condiciones.
               Por mucho que Alec me hubiera hecho daño, yo no quería que Scott se lo devolviera.
               Eso me haría quedar todavía peor, como si me hubiera destrozado lo que había hecho. En cierto modo, así era, pero jamás debía dejar que Alec lo adivinara.
               Además... no quería que él sufriera por mí. Eso me rebajaría a su nivel. Y me dolería más aún.
               Descendí penosamente las escaleras, cada movimiento me dolía horrores en mis músculos agarrotados por la regla y la decepción arrastrada durante toda mi vida. Me tambaleé en el último escalón y logré sujetarme a la pared para no caerme al suelo. Hundirme físicamente era lo último que yo necesitaba.
               Me acerqué a la puerta de la cocina y apoyé la mano abierta en ella, jadeante.
               -Mam…-empecé, sabedora de que mamá estaba en el interior de la estancia, preparando una cena que yo no estaba segura de poder ingerir. Pero un ruido procedente del interior me contuvo.

lunes, 13 de agosto de 2018

Destructor de ilusiones profesional.


Toda la clase dejó escapar un gemido de frustración cuando una figura apareció por la puerta. Pasaban siete minutos de la una; faltaban tres para que el señor Blakely se retrasara lo suficiente como para que la clase de Lengua se suspendiera y pudiéramos irnos a casa tan ricamente, una hora antes. Yo ya estaba fantaseando con la cara que pondría Mary al enterarse de que había salido antes cuando llegó nuestro sustituto.
               -Tu suegro-se rió Bey por lo bajo, y yo le di un codazo para que se callara mientras Zayn se subía a la tarima y miraba de reojo a la clase.
               -A mí tampoco me entusiasma estar aquí, creedme; eso significaría que estaría en casa con mi mujer, disfrutando de un poco de tiempo de calidad conyugal, ya me entendéis-se subió las mangas de la camisa y se apoyó en la mesa del profesor, escaneando la clase-. El profesor Blakely no podrá venir a daros clase hoy. Le ha surgido no sé qué urgencia, eh…-se rascó detrás de la oreja y luego hizo un gesto con las manos, como diciendo, ¿qué demonios?-. Me dijo qué le pasaba, pero sinceramente, no me acuerdo. La edad, ya sabéis.
               -Y los porros-acusó Tommy, digno hijo de su padre. Toda la clase explotó en una carcajada, incluido Zayn.
               -Sí, y los porros-concedió nuestro sustituto-. No fuméis porros, chicos. Y, si lo hacéis, procurad que no os graben. Ese vídeo todavía me persigue-se llevó una mano a la cara y volvimos a reírnos. Cuando los ojos de Zayn se encontraron con los míos, sentí un escalofrío que me recorría entero. Zayn fingió que no había notado mi cambio de actitud y se frotó las manos mientras yo me sentaba erguido en el asiento.
               Algo me decía que Sabrae le había contado lo nuestro. O que, por lo menos, estaba casi seguro de que yo me follaba a su hija. Me había cuidado de no rendirme a mis impulsos y plantarme en casa de Sabrae el día anterior después de clase, tanto para explicarle lo que había pasado realmente el sábado (Bey me había dicho que lo ideal sería que lo hablara con ella en persona), como para acurrucarme un poco a su lado y volver a acariciarle las piernas como lo había hecho el viernes por la noche. A estas alturas de la película, ya me daba igual todo.
               Y a estas alturas de la película, Sabrae y yo nos habíamos intercambiado los papeles. Después de su curiosidad del domingo, en el que yo había tenido que sortear la verdad como el capitán de un kayak las rocas de unos rápidos, ahora era yo quien intentaba traer a colación el tema de mis actividades de fin de semana y Sabrae la que eludía la pelota con elegancia. La versatilidad de esa niña me flipaba: era capaz tanto de hacerme quedar como un chulo por acusarme de querer presumir con ella de mis salidas de fiesta, como de mostrar un desinterés absoluto por todo aquello que yo hacía de noche cuando no estaba en su presencia. “Somos mayorcitos y tenemos nuestras vidas”, me había dicho en una ocasión la tarde anterior, en pleno intercambio de pegatinas.
               No sabes lo que me repateaba que yo intentara sincerarme y ella fingiera que no le importaba.
               O peor.
               Que de verdad no le importase.
               -Así que… lengua-comentó Zayn, y un nuevo coro de bufidos llenó la estancia-. Menos mal que el señor Blakely no tiene en cuenta vuestro entusiasmo como lo hago yo; de lo contrario, estaríais todos bastante jodidos. ¿De qué hablasteis en la clase de ayer?
               -Novela negra-respondió Bey, y Zayn asintió con la cabeza.
               -¿Alguien puede decirme algún autor de novela negra? Tú no, Bey-sonrió al ver que mi amiga abría la boca, y ella la cerró, complacida.
               -Los profesores suelen llamarme Beyoncé.
               -¿Vais a poneros a llamarme señor Malik?
               Todo el mundo rió. Yo no me atreví. Estaba seguro de que Zayn me obligaría a llamarlo señor Malik (y a pasar por un detector de metales y condones nada más poner un pie en su porche) si Sherezade le dejara. Aunque él era bueno disimulándola, había notado el cambio de actitud hacia mí las pocas veces que me lo había cruzado en el pasillo. Ya no era el amigo de su hijo. Ahora era el tío que estaba pervirtiendo a su preciosa hija.
               -Algún autor. Venga. Lo sabéis. Aunque sea sólo por el cine. Por favor-casi suplicó. Miró en derredor, haciendo una mueca-. No me lo puedo creer. ¿Nadie?
               Clavó sus ojos en Scott, que se encogió de hombros.
               -No me jodas…-susurró por lo bajo, y Tommy carraspeó.
               -¿Agatha Christie?
               -¡GRACIAS!-Zayn dio una palmada y todos exhalamos un “¡ah!”-. Ah, sí, ah. ¿Alguien me puede decir alguna obra de Agatha Christie?-varias manos se levantaron-. Ah, ahora sí, ¿verdad?
               -Asesinato en el Orient Express.

jueves, 9 de agosto de 2018

Troya.


Lo más inteligente en esa situación habría sido mostrarme sumiso y dejar ver que su presencia me preocupaba. Que entendía a qué había venido y no había necesidad de darme la charla porque yo mismo me daba cuenta de que había hecho mal.
               Pero seamos francos.
               En 17 años de mi vida no he hecho nunca lo más inteligente.
               No iba a empezar justo ahora, hecho un puto lío y con las endorfinas del sexo emponzoñándome la piel.
               Así que dejé que mi mecanismo de defensa favorito se activara sin oponer resistencia ni considerar las consecuencias: me puse chulo.
               -¿Ahora tú también vas detrás de mí?
               Bey alzó las cejas y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, los brazos aún cruzados. Me examinó de arriba abajo y chasqueó la lengua, como diciendo: no estoy para tus historias, chico.
               -Tienes tres segundos para abandonar esa actitud de mierda antes de que te suelte una bofetada.
               -No tengo ninguna actitud de mierda.
               -Uno.
               -¿A qué viene esto?
               -Dos.
               -¿Te crees que te tengo miedo?
               -Tres.
               -Pégame si tienes co…-empecé, pero no pude terminar la frase. Bey me cruzó la cara con una sonora bofetada que hizo que me pitaran los oídos. Me la quedé mirando, estupefacto, y ella esbozó una sonrisa de suficiencia mientras un par de pájaros que anidaban en la casa de al lado se alejaban volando, asustados por el escándalo.
               Al otro lado de la calle, desde la ventana entreabierta de la cocina de Jordan, se escuchó un glorioso:
               -¡Gracias, Bey!
               -¡A ti te pillaré yo luego!-gruñí, frotándome la zona dolorida, en la que seguramente se me estuviera formando una mancha roja con los dedos de Bey perfectamente delineados-. Y a ti, ¿qué bicho te ha picado, tía?
               -No aprendes, ¿eh? ¿Quieres otra? He dicho que tenemos que hablar. ¿Te imaginas por qué?
               -Dudo que sea sobre algún examen-respondí, mirándome la mano, como si esperara que parte de la rojez de la bofetada se traspasara a ella.
               -Te dejaré adivinar-Bey puso los brazos en jarras y los ojos en blanco. Como no contesté, sino que me mantuve estoico y hostil, Bey suspiró, su paciencia perdiéndose a cada minuto que pasara-. ¿Adónde has ido esta noche?
               -¿Qué te importa?
               -Jordan me ha contado todo. Te has comportado como un gilipollas.
               -¿Porque he ido a meterle la polla a otra y no a ti?-solté antes de poder reprimirme, y Bey alzó las cejas, impresionada por mi ataque. Me llevé una mano a la boca y empecé con mi disculpa. Claramente no pensaba, para nada, lo que acababa de decir. No utilizaría a Bey de ese modo. Ni para darle en la boca a Jordan ni para ninguna otra cosa. La quería demasiado. Era mi mejor amiga, y para colmo, ambos sabíamos que estaba colada por mí. Manteníamos una distancia prudencial a pesar de nuestra cercanía y mi constante coqueteo, porque ella nunca me dejaba atravesar una frontera invisible que ella misma nos había dibujado-. Reina B…-retrocedí un par de pasos hasta tropezar con la moto, momento en el que me detuve y alcé una mano a la altura de mi pecho para demostrarle que iba en serio.
               Pero a Bey no le interesaba mi excusa. Ni siquiera comprendí sus intenciones hasta que fue demasiado tarde. Levantó la rodilla y un dolor estrellado, cegador, me atravesó de abajo arriba. Me doblé sobre mí mismo, llevándome una mano a la zona dolorida y perdiendo por un momento todo el aire que había en mis pulmones. Se me llenaron los ojos de lágrimas y la cara se contrajo en una mueca de dolor mientras me hacía una bola para proteger mis partes nobles.

domingo, 5 de agosto de 2018

Terivision: Ocean's 8.


¡Hola, delicia! Llevo amenazando un tiempo con escribir esta reseña, y por fin me he decidido. Hoy vengo a hablarte de una de las películas que se han estrenado este verano y que más ilusión me hacía ir a ver:

Ocean’s 8. Como ya sabrás, se trata del spinoff de la saga de Ocean’s 11, protagonizada por George Clooney, Julia Roberts y Brad Pitt. En este spinoff, sin embargo, no aparece ninguno de los personajes de la saga original: Sandra Bullock recoge el testigo de una de mis películas sobre robos preferidas, reinventando toda la saga y dándole un toque mucho más personal y femenino que me encanta.
En Ocean’s 8 conocemos la historia de Debbie Ocean, hermana del protagonista de la saga principal. Debbie obtiene finalmente la condicional después de que un colega la traicionara y la delatara por un robo anterior. Lejos de mantener las promesas que les hizo a los funcionarios de prisiones, Debbie sale de prisión con un único objetivo: cometer el robo del siglo. Para ello, se armará con un cuerpo de mujeres con el que crear el equipo perfecto, en el que cada detalle estará planeado al milímetro y no hay margen a error.
He de decir que iba al cine con unas expectativas altísimas: Ocean’s 11 es la primera película de “mayores” que vi en mi vida (como ya dije en Letterboxd, recuerdo que la primera vez que la vi y me quedé fascinada con la forma en que se trazaban los planes y cómo se llevaban a cabo, mi padre comentó a modo de broma que “ya empezaban a interesarme las pelis de mayores”), por lo que le tengo un cariño especial. No en vano es la primera película que vi del cine “adulto” (que no porno, ya sabes 😉), la que me introdujo en este mundo que tanto me encanta y en el que tanta evasión y buenos momentos encuentro. Es por ello que, en cierta medida, Ocean’s 8 tenía todas las papeletas para ser una de las películas que más me gustaran del año, o uno de las que más odiara en mi vida.
Por suerte, me decanté por la primera opción. No sólo me parece que recoge perfectamente el testigo de la saga original, sino que me atrevería a decir que es la mejor de todas las que han sacado. No sólo tiene esa frescura tan típica de los spinoff bien hechos, sino que también tiene una ambición propia de una entrega experimental propia de un director afamado que sabe que su audiencia tragará con lo que sea (aunque aquí no sea el caso). Ocean’s 8 consigue reinventar la saga tanto por el robo y los diversos giros de guión que hay a lo largo del metraje, como por la forma en que trata temas de actualidad, particularmente, el feminismo, aunque de una forma un tanto velada.
Y es que ni Debbie ni el resto de sus compañeras asisten a ninguna manifestación ni hacen ningún tipo de comentario que puedas identificar claramente como feminista, pero toda la película está cargada de un simbolismo empoderante que es imposible ver incluso para el más obtuso. Desde la propia negativa explícita de Debbie a incluir hombres en el equipo hasta la forma en que todas se las apañan para salir adelante sin ningún tipo de ayuda masculina, pasando por las relaciones que surgen entre las protagonistas. Y es que ésta es una película preciosa de ver si quieres hacerte una idea de una de las consecuencias del feminismo: no hay malos rollos, no hay competitividad, las ocho mujeres trabajan juntas para conseguir un fin común y en ningún momento hay nada mínimamente machista que pueda interponerse entre ellas y formar rencillas. Son, en cierta medida, hermanas, más que competencia, y ver tanta mujer junta sin que haya esa negatividad tan típica de Hollywood cuando se unen a varias féminas en una película es, cuanto menos, refrescante. Otra de las cosas que más me gusta de esta película es que el buen rollo entre las protagonistas continuaba incluso cuando se detenían las cámaras, como declararon las actrices en varias ocasiones (mismamente, cuando Anne Hathaway habló de las reacciones de sus compañeras de rodaje al verla llegar en su primer día, haciendo que perdiera la vergüenza que tenía por el cambio que ha sufrido su cuerpo tras pasar por la maternidad). Detallitos como estos en los que las mujeres se apoyan unas en otras en lugar de intentar destruirse hacen que se me llene el corazón de esperanza y felicidad, porque demuestra que las cosas están cambiando (más despacio o más rápido, depende de qué sector observemos) y que estamos yendo por el buen camino y los esfuerzos son recompensados.
El éxito de esta película y su gran anticipación se debe en gran medida a ese toque de frescura que le aporta a la industria del cine: Sandra Bullock comentó en varias ocasiones que el feminismo ha hecho posible que se apostara por esta película, que Ocean’s 8 en sí es una muestra de los avances que estamos viendo como sociedad. Hace una década, esta película sería más un chiste por lo imposible de su realización que una realidad tangible. Ahora, se alza como uno de los éxitos del verano.
Antes de pasar a hablar de los aspectos más técnicos de la película, me gustaría comentar algo que me pasó desapercibido en el cine pero que, viendo los comentarios de la gente en Letterboxd, me sorprendió gratamente: no sólo las protagonistas son sus propias salvadoras, siendo mujeres las que ayudan a otras mujeres (como es el caso de Cate Blanchett y Sandra Bullock con Helena Bonham Carter), sino que hay un cierto toque lésbico que no se confirma ni se desmiente entre el personaje de Sandra y el de Cate, y, además, las mujeres comen. A esto hacían referencia los comentarios que leí y que más me chocaron en Letterboxd: las mujeres comen, comparten comida en sus restaurantes, y en el guión se trata como algo natural. Tan natural, que ni siquiera se menciona. Estoy bastante segura de que ésta es la primera película en la que aparecen personajes femeninos comiendo en bastantes escenas y en ningún momento se hace mención a que lo están haciendo, como si fuera la gran cosa. Nada de “menudas calorías tiene esto”, nada de “siento que me va directamente a los muslos”. No hay un solo comentario de ese tipo a lo largo de la película, y creo que eso es un buen indicador del paso adelante que da en relación al resto del cine. No sólo trata a las mujeres como seres humanos, sino que las cosas que hacen y se muestran en cámara no son la gran cosa como sucede en el resto de películas. Y, sinceramente, esto me parece mucho más realista. No sé si tú, como mujer, en algún momento has comentado “esto me va a ir directamente a x sitio”; yo, desde luego, lo he hecho, pero más porque sentía que era lo que se esperaba de mí, que tenía que excusarme (¿?) porque mi cuerpo necesitara comer. Como si considerara que hacerlo fuera una tara, algo de lo que avergonzarme. Y estoy convencida de que el papel del cine en ese tipo de comportamientos ha sido protagonista, y me alegra muchísimo ver que por fin hay una película que no sólo no me hace sentirme mal por necesidades de mi cuerpo, ni tampoco intenta excusarme por ello, sino que directamente lo menciona porque es una cosa normal. Ocean’s 8 no grita “¡vivan los carbohidratos!”, ni tampoco “¡te vas a poner como una vaca!”; no dice absolutamente nada, lo cual es como si viniera a decir “¡sí, las mujeres comemos y no, no es motivo por el que obsesionarse, dejadnos vivir, Hollywood!”.
Metiéndome ya en cuestiones más técnicas de la película, tengo que decir que el guión me parece sublime. Bien construido, perfectamente sellado y con unos personajes que sinceramente da gusto verlos, con aspiraciones y una profundidad excepcional, incluso para los que tienen menos presencia en lo que respecta a la historia. El tema, el robo de una joya en la gala del MET, no podría interesarme más, y la forma de plantearlo y resolverlo me parece sencillamente fascinante. Sí que es cierto que hay determinados momentos en que sientes que ves venir el final, o en que éste se te presenta como un reflejo que captas por el rabillo del ojo sin saber a ciencia cierta qué lo ocasiona, pero el caso es que, aun si consigues adivinar cómo se va a terminar la película, estoy segura de que consigues disfrutarla. Como en las anteriores entregas de Ocean’s, ningún paso que dan los protagonistas es porque sí, todo responde a un propósito. Y chapó.
Es más, esta película no es la típica entrega independiente que Hollywood se saca de la manga para intentar sacar más oro de una mina, sino que es digna heredera de las anteriores. Sabe de dónde viene, incluso en el mismo tráiler se menciona cuando se explica la relación de Debbie con Danny y se da la razón de que la película sea otra Ocean’s. Los guionistas se encargan de responder a esa pregunta inevitable de “¿dónde está George Clooney?” pronto, para que tú no te pases las dos horas de duración del filme preguntándotelo y que puedas disfrutar de la historia. Movimiento que, por otra parte, me parece muy inteligente.
Y el elenco. Qué decir del elenco, por favor. Como decimos en Asturias, se juntaron la fame con las ganas de comer. Si ya el guión es espléndido, las actrices son sencillamente espectaculares. A pesar de que cada una tiene un determinado peso en la historia, se las apañan para brillar con luz propia, sin quitarle el foco de atención a las demás. Sandra Bullock capitanea a un pequeño ejército de reinas de la interpretación de coronas más o menos longevas, comandadas en segunda opción por una Cate Blanchett a la que le viene como anillo al dedo el papel de segunda de a bordo. Helena Bonham Carter consigue aprovechar esa parte de su talento más extravagante dando vida a una diseñadora caída en desgracia a la que Sandra y Cate sacarán de la ruina; Mindy Kaling interpreta a una joyera que no piensa resignarse al rol de esposa a la que su familia quiere someterla; Awkwafina pone el toque divertido a la película como carterista experimentada, Sarah Paulson es la ama de casa cuyas dotes de organización no podían faltar en una película en la que todo se planea al milímetro, Rihanna se sale en un papel de hacker caribeña que le viene como anillo al dedo, y Anne Hathaway encarna el alter ego de la película en la que yo la conocí, El diablo viste de Prada. Anne es la mala malísima a la que hay que robar, la actriz pagada de sí misma que se comporta como si salvara vidas. Todas tienen un papel diferente y sin embargo esencial en la película, y todas sus interpretaciones se complementan a la perfección, como sólo podía ocurrir en una película que trate de un robo de un objeto tan importante como de uno de los collares de diamantes más caros del mundo.
Lo mejor: los hombres no están, ni se les esperan. Son poco más que figurantes.
Lo peor: los cameos de famosos, entre los que no faltaba ESA familia (leí que Zayn salía en la película, y chico, yo no le vi la cara. Eso sí, a la Kim Kardashian, bien que me la metieron entre pecho y espalda sin yo pedirlo).
La molécula efervescente: los robos de Debbie nada más salir de prisión. Realmente le viene en la sangre a esta chica. Mientras redactaba esta reseña, pensaba en hablar del momento del hotel, pero cuando está en la tienda robando maquillaje tampoco se queda corta, así que me quedo con el hecho de que, muchas veces, para ser un ladrón de guante blanco basta con tener más cara que espalda.
Grado cósmico: Estrella galáctica {4.5/5}.
¿Y tú? ¿Ya has visto Ocean’s 8? De ser así, ¡no dudes en dejarme tu opinión en los comentarios!

miércoles, 1 de agosto de 2018

Señor de la guerra.

Antes de que te pongas a leer, quiero que sepas que al final del capítulo tienes una encuesta respecto de éste que me gustaría que contestaras. ¡Tu opinión es muy importante para mí! 


La moto ronroneó y vibró entre mis piernas, impaciente, mientras yo me quedaba mirando la nada. Ante mí se extendía el asfalto iridiscente de uno de los miles de puentes que atravesaban el Támesis y conectaban las dos mitades de Londres entre sí. La decisión se cruzar de una orilla a otra sólo te correspondía a ti, pero tu ciudad te brindaba todas las oportunidades que quisieras para cruzar al otro lado.
               Hacer lo que necesitaras hacer.
               Lo correcto.
               O meter la pata hasta el fondo.
               Eras quien decidía y eras quien lidiaba con las consecuencias, no nuestra gloriosa capital. Por eso, había que escoger muy bien, con mucho cuidado, cuál sería tu siguiente movimiento.
               El semáforo sobre mi cabeza parpadeó sin que yo me moviera. El verde continuó brillando con la fuerza de mil soles, pero yo mantenía la vista fija en la carretera, incapaz de tomar una decisión.  Incapaz de sentir la moto bajo mis pies.
               Da la vuelta, Alec. Da la vuelta, tío. Da la vuelta, joder.
               Casi podía escuchar la llamada de Jordan desde la distancia, implorándome que hiciera lo correcto y que no me marchara con Pauline por puro despecho. No tenía nada que demostrarle, nada que ocultar que Jordan no supiera ya. El problema era que yo no quería admitirlo en voz alta, apenas me atrevía a admitirlo para mí mismo.
               Y, aunque me dolía reproducir en bucle lo que Jordan me había dicho con respecto a Scott (¿Crees que te querrá cerca de ella si no puedes decirlo en voz alta?), una parte de mí creía que estaba haciendo lo correcto. No podía dejar que ella me definiera. No podía dejar que ella me hiciera dejar de ser quien era.
               Todos los fines de semana echaba un polvo. Todos. Sin excepción. Nunca me encontraba con un obstáculo lo suficientemente grande como para que yo no pudiera salvarlo y cumplir con mi objetivo en la vida: meterme en las bragas de la chica de la semana. Por mucho que ese obstáculo fuera Sabrae.
               Me odié a mí mismo por considerarla un obstáculo, después de todo lo que había hecho por ella, no sólo la noche anterior, sino a lo largo de todas nuestras vidas juntos.
               Me recliné en el asiento de la moto, sosteniéndola en pie sobre la punta de mis zapatos, y miré el vacío mientras decidía. Algo en mí estaba intentando hacer clic. El semáforo cambió y yo levanté la vista. Rojo. Como sus labios. Como sus mejillas mientras yo le decía alguna guarrada. Como el sentimiento que me llenaba cuando estaba con ella.
               Como el mismo sentimiento que me había llenado cuando leí, hacía tiempo, los comentarios de aquel tal Hugo en su perfil de Instagram. Aquellos celos viscerales que ella había puesto en mí, que ninguna otra sería capaz de poner. Los celos que no me había gustado sentir por ser hijos de quien yo lo era, por ser la conexión que mantenía con mi padre, la última de todas las que había intentado romper durante 17 años de existencia.
               No te la mereces.
               Y ella no se merece cambiarte, respondió una voz oscura dentro de mí. Me volví a inclinar hacia la moto y, haciendo caso omiso tanto del color del semáforo como de las voces en mi interior que me decían que diera la vuelta, me dejé llevar por la rabia que me llenaba y giré la muñeca para apretar el acelerador. La moto salió disparada hacia delante, con un rugido triunfal de puro júbilo que compartí con la boca dentro de mi casco. Pasé zumbando delante de edificios emblemáticos que hacían las maravillas de los turistas que abarrotaban la ciudad, intentando ignorar cómo me juzgaban desde su augusta altura, y atravesé calles iluminadas por farolas que me ardían en los ojos.