sábado, 26 de enero de 2019

Terivision: Sigo siendo yo (Antes de ti, #3)


Hace mucho, demasiado, que no hago una reseña de ningún libro que haya leído; a decir verdad, mi ritmo de lectura es de los más bajos de mi vida, pero, ¡oye! ¡He conseguido terminar uno, y es…!


¡Sigo siendo yo, de Jojo Moyes! A pesar de que lo terminé hace un tiempo, ¿creo que a finales de diciembre?, por fin me he animado a escribir la reseña del que es el punto final de la saya Yo antes de ti, para cuyas entregas anteriores, Yo antes de ti y Después de ti no había escrito ninguna reseña. Cuando empecé a escribir mi opinión en mi blog, pensé que sería mejor idea hacerlo todo de una forma más cohesionada, y darla de una saga al completo (si un libro pertenecía a una), en lugar de por cada entrega individual, como hice con la saga de Bajoel cielo púrpura de Roma. Sin embargo, como ha pasado bastante tiempo desde que leí los primeros libros, no creo que sea justo ni para ellos ni para este último que me ponga a escribir sobre la saga al completo cuando la verdad es que no recuerdo muy bien mis impresiones de los dos primeros. Sí que es cierto que recuerdo que el segundo me pareció el más flojo de los tres y que el primero estaba muy bien adaptado al cine y conseguía plasmar a la perfección el carácter de Louisa no sólo en las cosas que hacía, sino en su forma de narrar.
En fin, después de este párrafo introductorio, ¡allá vamos!
 ATENCIÓN: LA SINOPSIS CONTIENE SPOILERS DE LOS DOS PRIMEROS LIBROS.
En Sigo siendo yo, nos enfrentamos a la despedida de Louisa de su Inglaterra natal, para ir a trabajar como asistente personal de una mujer de la alta sociedad neoyorquina. Louisa tiene no sólo que decirles adiós a sus seres queridos y al novio con el que acaba de iniciar una relación, sino adaptarse a un estilo de vida totalmente diferente al que ha llevado a lo largo de su vida, incluso cuando cuidaba de Will. Nada más llegar a Nueva York, Louisa se topa de bruces con un mundo en el que las sonrisas falsas están a la orden del día, y que muchas veces se utilizan para hacer saber a la persona a la que se dedican que la consideras indigna de tu atención.
FIN DE LA SINOPSIS
Tengo que decir que cuando terminé de leer el segundo libro me entró muchísima curiosidad por ver lo que le sucedía a Louisa en NY, aunque como a ella, me dio cierta nostalgia ver que abandonaba su país. De la misma manera que a ella, cruzar el charco me dio cierto vértigo porque suponía encontrarme en un escenario completamente diferente, sin los personajes que habían llenado la historia durante dos entregas (porque en el segundo aparecen nuevos personajes, de los cuales dos con los que más tiran por la trama) y precisamente en un momento en el que Louisa por fin había superado todo lo malo que pasa al final del libro.
Sin embargo, por mucha curiosidad que sintiera por el final del segundo, tuve que esperar más de un año para por fin animarme a leer la terminación, y tengo que decir que me sorprendió muy gratamente.
El libro podría dividirse en dos mitades, por un suceso que ocurre en Nueva York y que hace que Louisa pierda todos sus agarres precisamente cuando ha conseguido acostumbrarse a su nuevo trabajo como asistente personal de una persona que no la necesita realmente, o, al menos, no de la forma en que lo hacía Will. Tengo que confesar que llegar a este punto de inflexión en la historia es un poco cuesta arriba, en el sentido de que Louisa se encuentra en un ambiente que abusa de su buena voluntad y en el que la pobre vive situaciones tremendamente surrealistas y muy injustas, llegando incluso a pagar el pato por alguien que no se merece que se sacrifique por ella… pero bueno, no te quiero contar más. El caso es que la historia es interesante al principio, pero a la mitad, directamente te atrapa. El giro argumental más importante de la historia, y quizá de la saga al completo, aparece a mediados del tercer libro y consigue que lo devores (bueno, dependiendo del tiempo que tengas) porque necesitas saber qué más pasa. Descubres que has juzgado mal a un personaje, un antagonista tan secundario que es prácticamente anecdótico y, junto con Louisa, te das cuenta de que no hay que juzgar a las personas por su manera de comportarse en las zonas comunes de tu edificio, sino por cómo son en el ámbito privado. A partir de entonces, se produce una transformación preciosa de ver en Louisa, y me atrevería a decir que la más importante en toda la saga: Louisa por fin se atreve a mirar por sí misma, a cuidarse y ver qué necesita para ser feliz, y lo más importante de todo, lucha por ello sin necesidad de otra excusa más que el hecho de que lo desea. Ya no se excusada en que alguien querría que hiciera eso, alguien le pidió que hiciera aquello antes de morir. Por fin, después de tres libros en los que va a remolque de su propia vida, Louisa toma las riendas, y de qué manera.

miércoles, 23 de enero de 2019

Follamigo premium.


Unos firmes toques en la puerta me arrancaron de la tranquilidad de mi sueño con la crueldad del despertador que se te olvida apagar el fin de semana y te obliga a madrugar cuando llevas apenas dos horas durmiendo. Me quedé quieto un momento, con todo el cuerpo en tensión, asimilando dónde estaba.
               La habitación no me sonaba, porque no había estado en ella antes de esa noche. La música me resultaba vagamente familiar, como si fuera parte de un lugar de vacaciones de mi infancia olvidado por el tiempo que hacía que no lo visitaba.
               La presión en mi pecho era lo más familiar. Tenía una mano puesta sobre mi camisa, y la otra sobre su cabeza. Sabrae.
               Sonreí. ¿Me había quedado frito con ella encima? No me extrañaba, la verdad. Estaba comodísimo, incluso con el peso de su cuerpo aplastándome ligeramente y haciendo que me fuera un pelín más complicado respirar. Podría acostumbrarme a ser como un colchón.
               Los toques  volvieron, insistentes. Chasqueé la lengua: cualquiera que fuera el imbécil que estuviera intentando molestarme, lo llevaba claro. Le castigaría con mi furia silenciosa si se atrevía a abrir la puerta.
               -Ocupado-gruñí, odiando tener que hacer más ruido y así poner en peligro el sueño de Sabrae. Cuando ella se revolvió ligeramente sobre mi pecho, yo la abracé para impedir que se moviera, haciendo una burbuja protectora con mis brazos alrededor de su cuerpo. Si alguien hubiera venido a reclamarla en ese momento, se habría encontrado con un pseudo novio posesivo que no la dejaría marchar sin pelear.
               Ya me había peleado por ella una vez esa noche. No me importaba que fueran dos. Lo difícil es empezar a delinquir, no reincidir.
               -Soy Bey-respondió mi amiga al otro lado de la puerta, y yo me mordí la sonrisa. ¿De verdad había estado a punto de liarme a leches con ella?
               -Pasa.
               Ella abrió la puerta, y su melena afro de siempre, a la que ya había recuperado, se difuminó como un halo dorado con las luces del pasillo.
               -Me quedé esperando un ratito, a ver si escuchaba ruido. No quería interrumpir-explicó, cerrando de nuevo la puerta y encendiendo la luz del techo, a la que yo no recordaba haber apagado. Puede que la casa tuviera uno de esos sistemas inteligentes que hace que todos los electrodomésticos se apaguen si detecta que hay alguien durmiendo en la cama. Quizá tuviera algún sensor de pulsaciones.
               Me pregunté si la casa también haría algo especial si notaba que las pulsaciones se aceleraban en vez de ralentizarse. Si prepararía algún desfibrilador por si me daba una taquicardia al notar que estaba al borde del infarto por ver a Sabrae desnuda.
               O si pondría música sensual si por un casual adivinaba que estábamos follando.
               Bey se detuvo en seco a los pies de la cama, su vestido negro ciñéndose a sus curvas y mostrándome a la perfección cómo su pecho se hinchaba al tomar aire al darse cuenta de que yo no llevaba puesta la camisa, sino que lo hacía Sabrae, que estaba tumbada encima de mí.
               -No hemos hecho nada-le dije, y ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, y dejó unas cuantas botellas de agua a mis pies, aún sobre el colchón.

domingo, 20 de enero de 2019

Preliminares suaves.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Si mi vida fuera una película, a esa frase que acababa de pronunciar le habrían seguido trompetas y efectos especiales que hicieran que mi silueta pareciera recortada contra fuegos artificiales. El cielo se abriría para iluminarme como si los ángeles me hubieran elegido, y una escala de cantos celestiales llenaría el silencio que vino después, mientras me giraba para mirar a Sabrae, a la que milagrosamente se le habría pasado la borrachera y estaría de pie frente a mí, mirándome a los ojos sin poder creerse lo que acababa de decir. Me sonreiría, me cogería la cara entre las manos, me daría un beso en los labios y me diría que había escuchado toda la conversación, que le encantaba la forma en que la había dado por terminada, que me quería y que quería que le hiciera el amor.
               Claro que si mi vida fuera una película, ella no se habría emborrachado tanto; eso ya, para empezar. Seguro la peli terminaría con nosotros dos entrando en la habitación, un poco chispas y terriblemente cachondos, y con la puerta cerrándose para desesperación de los espectadores.
               Aunque que mi vida fuera una peli explicaría que ella fuera tan preciosa y que me hiciera sentir las cosas que me hacía sentir. Las emociones que me embargaban cuando pensaba en ella estando solo, o cuando la tenía delante con ropa no demasiado provocativa (porque si iba con ropa provocativa, como ese maldito mono que quería arrancarle a bocados, el único órgano que funcionaba como se esperaba de él era mi rabo), parecían sacadas directamente de una película ñoña de Hollywood o de uno de esos libros más ñoños aún en los que mi hermana hundía tanto la nariz.
               De todas formas, que la protagonista de mi vida fuera tan preciosa y me  tuviera tan loco por ella no era prueba suficiente de que mi vida fuera una película. Lo que sí probaba que no lo era, era la situación que me estaba tocando vivir.
               Cuando me volví para mirarla, ya con la puerta cerrada y los ruidos de la música amortiguados por la lejanía, Sabrae estaba tirada cuan larga era (que no era mucho, las cosas como son) sobre el colchón, tumbada sobre su costado, con el codo en la almohada y mirándome. Acariciaba con sensualidad el espacio de la cama a su lado, con unos dedos largos y sensuales que intenté no imaginarme rodeando mi polla y haciendo que perdiera la razón.
               Sabrae sonrió, arqueó una ceja, y me incitó a que me acercara a ella extendiendo la mano hacia mí y enrollando y desenrollando su dedo índice. Ven.
               Habría ido corriendo. Habría ido andando. Habría ido de rodillas e incluso habría ido a rastras.
               Estaba buenísima. Estaba sola conmigo. Estaba cachonda, lo podía notar en cada célula que la componía, porque su excitación también la sentía yo.
               Y sólo llevaba dos prendas puestas. Una que impedía que estuviera desnuda, y otra que hacía de puerta a ese paraíso salado que tenía entre las piernas.
               Y, Dios… esos zapatos. Esas botas casi inexistentes. Esas sandalias altas. No sabía cómo calificarlas: lo único que sabía era que querías arañándome los glúteos, mientras me la follaba desnudo, ella sólo calzada.
               Pero no podía. A pesar de que tenía muy claro que los dos lo deseábamos por igual (y ese deseo me estaba llevando por la calle de la amargura), sentía que estaba mal. Ella estaba borracha, muy borracha, y yo apenas estaba contentillo, aunque habría bebido poco menos que ella. Yo estaba en mis cabales; Sabrae, no.
               No es que no hubiera follado con chicas borrachas antes: claro que sí. Incluso me jactaba de que mis polvos borracho eran casi tan buenos como los que echaba sobrio (Chrissy y Pauline se habían encargado de confirmármelo cuando yo se lo pregunté), pero no era lo mismo. Las chicas con las que había estado no estaban tan mal como lo estaba Sabrae. Sabían lo que hacían. Sabían con quién lo hacían. Y se acordarían al día siguiente.
               Joder, se acordarían incluso cuando sus putos maridos estuvieran encima de ellas, intentando hacerles un hijo por enésima vez, y mi cara les cruzara la mente acompañada de un pensamiento: A Alec no le costaría tanto.
               No, nena, a mí no me costaría tanto.
               Y con él me gustaría más intentarlo.
               Vaya que si te gustaría, muñeca.
               Me acerqué a la cama y Sabrae sonrió. Rodó hasta quedarse tumbada sobre su espalda y esperó a que yo me colocara a sus pies. Separó las piernas sugerentemente y me guiñó un ojo mientras subía desde su rodilla hasta sus muslos, acariciándose con un dedo que tenía más suerte que yo.

domingo, 13 de enero de 2019

Fuego.


¡Toca para ir a la lista de caps!


Recordé vagamente haber hablado con Alec que quería que Annie se enterara de lo nuestro de una forma al uso. Que le había dicho que sería mejor que se lo dijera él cuando lo considerara un buen momento para ponerla al día del cambio en su soltería, o que incluso deberíamos decírselo los dos juntos.
               Lo recordé como el destello de quien recuerda una broma olvidada con otra persona cuando la palabra clave de esa broma se menciona en una conversación en el que ambas están presentes. Y, de la misma manera en que se vuelve a desechar al olvido una broma estúpida por su naturaleza, yo deseché esa idea cuando Alec pasó a mi lado, acudiendo a la llamada de su madre, y me miró de reojo, divertido.
               Que se entere ahora, pensé para mis adentros, comiéndome al primogénito de los Whitelaw con la mirada. Cómo se le marcaba el traje en los hombros. Cómo el corte se le adhería a la espalda, haciéndose a las formas de su cuerpo. Cómo los pantalones le levantaban el culo, redondo, que me estaba apeteciendo morder.
               Dios mío…
               No quería irme. No quería salir de aquella casa. No quería seguir vestida. Quería que Alec me arrancara el mono, con las manos o con la boca, rasgándolo o quitándomelo de alguna forma mágica en la que se las apañara para liberar mis curvas y no romperlo, y me poseyera. En el suelo. En la cocina, que aún no había visto. En aquellas escaleras. Contra la puerta de la calle. En el sofá en L, donde estaban sus padres sentados mirando la televisión.
               En su habitación, donde se había quitado la toalla nada más entrar, estaba segura, y había caminado desnudo, con su miembro balanceándose en su desnudez, terriblemente apetecible y deliciosamente grande. Donde había elegido con cuidado la ropa interior de la misma forma en que lo había hecho yo. Donde había cogido el traje y lo había dejado encima de la cama mientras comenzaba a vestirse. Donde había cogido su cartera y se la había guardado en el bolsillo interior de la americana, rebosante de preservativos que nos garantizaran el placer.
               Ojalá hubiera tenido el valor de seguir los instintos más primarios de mi cuerpo y haber subido las escaleras tras él. Ojalá hubiera abierto la puerta mientras él se inclinaba hacia su armario y elegía con cuidado la ropa que ponerse. Ojalá la hubiera cerrado a mi espalda y me hubiera relamido. Ojalá él se hubiera dado la vuelta y yo hubiera disfrutado de la visión de su cuerpo desnudo por fin, en una cama a la que podríamos regresar cuando quisiéramos, y el poder de su hombría acrecentándose al darse cuenta de que estábamos solos.
               -¿Ansiosa por tu noche, bombón?-preguntaría Alec con ese tono chulo suyo que hacía que mi entrepierna se humedeciera, ansiosa de sus expertas atenciones. A modo de respuesta yo me bajaría los tirantes del mono de los hombros y éste lamería mi piel al caerse.
               En mis ensoñaciones, yo no llevaba bragas. En mis ensoñaciones, Alec me devoraba con la mirada mientras el frío aire de su habitación se encargaba de vestirme apresuradamente. En mis ensoñaciones, mis pezones estaban duros por la anticipación; mis muslos, mojados a causa de la excitación; y la polla de Alec, enhiesta, impaciente por complacerme.
               -Ya es de noche-le contestaría. Y ninguno de los dos dejaría pasar un segundo más sin nuestros cuerpos en contacto. Alec avanzaría hacia mí y yo avanzaría hacia él y chocaríamos con la violencia de dos trenes a plena potencia; nos mezclaríamos con la intensidad de dos galaxias que por fin se encuentran, tras millones de años precipitándose la una hacia la otra.
               Le mordería la boca.
               Me empujaría contra su puerta.
               Le arañaría la espalda.
               Me separaría las piernas.
               Le rodearía las caderas con mis piernas.
               Manosearía mis pechos, pellizcando el del pezón.
               Me frotaría contra él.
               Y me penetraría.
               Duro. Sucio. Saciante. Su miembro estaría a pleno rendimiento, más grande que nunca, y mi interior lo recibiría con la pompa que se merecía: con la más deliciosa calidez líquida, acomodándome a él, rindiéndome a su presencia invasiva. Alec, sí…
               -Qué guapo, cariño-ronronearía Annie desde el sofá, estirando una mano en dirección a su hijo-. Deja que te vea.

martes, 8 de enero de 2019

Insaciable.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Alec está aquí-anunció Eleanor, entrando en tromba en el baño y cerrando la puerta tras ella. Dejé escapar un pequeño alarido por la impresión (a pesar de que la casa estaba llena de gente, yo estaba acostumbrada a no cerrar la puerta del baño), y me volví hacia ella, sin registrar la información.
               -¿Qué?
               -Que Alec ha venido.
               -¿Cómo que Alec ha venido?
               -Pues sí. Ha venido. Está abajo, en el salón-explicó, sacando una toalla de un cajón y estirándola frente a ella.
               -Pero, ¿qué Alec? ¿Alec, Alec?
               -Sí. Alec, Alec. El hermano de Mimi. El amigo de nuestros hermanos. Tu Alec. Está aquí. Así que más vale que te des prisa…-comenzó, pero yo no la escuché. Me abalancé hacia ella, que se interponía entre la puerta y yo. En mi cabeza reverberaba su frase. Alec está aquí. Ha venido Alec. Alec está abajo.
               Seguro que había venido a cualquier cosa que no fuera verme. Puede que estuviera aburrido y hubiera decidido venir antes de las campanadas españolas para reírse de cómo Tommy se metía las uvas a puñados para conseguir arañarle un poco de suerte al reloj de la Puerta del Sol. Puede que los chicos le hubieran dicho que se habían pasado toda la tarde cocinando y hubiera venido para no perder la oportunidad de probar todo aquello que Tommy y Scott habían preparado.
               Puede que Mimi le hubiera encargado un recado de última hora y hubiera venido a regañadientes, sin acordarse siquiera de que los Malik pasábamos la Nochevieja en casa de los Tomlinson.
               Eso es lo que pensaría una persona normal a la que Alec no le importara mucho, pero a mí Alec me importaba mucho, demasiado, incluso. Y no podía quitarme de la cabeza la idea de que había venido para verme, porque no soportaba esperar más, porque quería empezar ya nuestra primera noche juntos. Juntos de verdad.
               No iba a ser yo quien se interpusiera entre nuestra noche y nosotros. Por eso corrí hacia la puerta: porque si él había venido para verme, yo iría a verle a él también. Tenía las mismas ganas de verlo que él tendría de verme a mí, tenía las mismas ganas de pasar la noche con él que él tendría de pasarlas conmigo; contaba los minutos que nos separaban, desesperándome por lo despacio que parecían pasar, de la misma forma en que los contaba y se desesperaba él.
               -Pero, ¿adónde vas, so loca?-inquirió Eleanor, agarrándome por los hombros húmedos e impidiendo que saliera en tromba del baño para verlo.
                -Eh… ¿a verlo?-inquirí con cautela, aunque yo sabía por cómo me miraba ella que había estado a punto de meter la pata. Eleanor frunció el ceño y se separó de mí.
               -Y dime, Saab, ¿piensas bajar así?
               Miré mi indumentaria, de la que no había sido consciente hasta entonces. Iba enrollada en mi toalla y con el pelo recogido en un turbante-toalla que había comprado con muy buen criterio en una droguería del centro. Envolver mi melena en una toalla normal y corriente que no estaba pensada para convertirme en una especie de reina árabe era una tarea imposible.
               Levanté de nuevo la vista, aterrorizada por la tragedia que habíamos evitado de milagro, y Eleanor alzó una ceja y asintió. Se puso los brazos en jarras.
               -Tengo que vestirme.
               -Efectivamente.
               Me acerqué al pequeño banco de baño que había pegado a una pared, donde mi ropa descansaba, esperando pacientemente a que me la pusiera. Me había llevado mi mejor sudadera heredada de Scott, la roja con la cara de Deadpool; unos leggings gruesos y calcetines gorditos con los que los dedos de mis pies no se enterarían de que estábamos cambiando de año. Eleanor carraspeó.
               -¿Vas a ponerte eso?
               Me volví para mirarla, y luego volví a mirar mi ropa, perfectamente doblada de forma que no tuviera ninguna arruga en el momento en que me la pusiera. Vale que no iba a salir de casa con aquello puesto, pero me gustaba estar presentable, al menos para comerme las uvas, robar un último trozo de turrón de la bandeja con los dulces, y luego subir a cambiarme de ropa y ponerme el mono y los zapatos.
               -Sí.
               -No-zanjó Eleanor.
               -¿No?
               -Sabrae-contestó ella con paciencia-. Alec ha venido a mi casa. En Nochevieja. A buscar algo que se supone que tengo que darle a Mimi. Y está en el salón. ¿Por qué crees que no ha subido detrás de mí a meterme prisa para poder largarse cuanto antes?
               Me quedé callada, flotando en una nube tan ligera que, si me movía o hablaba, puede que explotara como una pompa de jabón e hiciera que me precipitara hacia el suelo.
               -Porque… ¿quiere verme?

jueves, 3 de enero de 2019

Novio en funciones.

Si eres de las que me sigue en Twitter, seguramente te hayas enterado de que con este capítulo iba a venir una sorpresa.
Empezamos año, y con 2019 viene mi sorpresa:
¡Sabrae va a tener una portada diferente a partir de ahora!
He decidido que, como la novela va a ser bastante larga, la dividiré en "temporadas", por así decirlo, que harán que la portada cambie conforme la historia avance, y Sabrae vaya creciendo con ella.
¡Aquí están todas! Decidme qué os parecen, ¡me moría de ganas de enseñároslas!
Que disfrutéis del capítulo♥





Incluso si me quedaba alguna duda de qué era lo que todo mi círculo de amigos y conocidos estaba intentando hacer, apenas un par de horas antes de que el Big Ben marcara el comienzo de un nuevo año me habría quedado bastante claro, cuando mi repelente hermana pequeña se asomara a la puerta de mi habitación, donde yo asistía al festival de fotos que Tommy y Scott estaban enviando de los platos que se habían pasado la tarde preparando, y pronunciara mi nombre con voz melosa:
               -Al…
               -No-sentencié, con una mano tras la cabeza y el pulgar de la otra toqueteando la pantalla, preguntándome por qué Tommy no se había presentado a Masterchef Junior cuando estaba claro que el cabrón estaba listo para abrir un restaurante, a juzgar por la presentación de su lubina. Mimi siempre me hacía lo mismo. Me usaba como su recadero personal a pocas horas de un evento importante (como Nochevieja lo era para mí) para ir a sacarle las castañas de fuego, castañas que se quemaban por la falta de previsión de ella. Siempre que llegaba un viernes, o un sábado, o una fiesta a la que ambos teníamos pensado asistir, ella se las apañaba para recordar algo arrinconado en los confines de su memoria en el último momento, y siempre venía a llorarme a mí para que fuera a conseguírselo: un rímel que tenía tal amiga, una falda que quería ponerse y que todavía no se había planchado, una docena de pastelitos, las pastillas con las vitaminas de Trufas
               No iba a joderme Nochevieja. No iba a pasarme lo poco que me quedaba de ese año correteando para salvarle el culo a mi querida hermanita.
               -Pero es que…
               -Ocúpate tú.
               -Es importantísimo, de verdad-se mordisqueó el labio-. No te lo pediría si no fuera un asunto de vida o muerte.
               -Estoy ocupado no haciendo nada, Mary Elizabeth.