sábado, 23 de febrero de 2019

Marido interino.


¡Toca para ir a la lista de caps!

… me zambullí en su delicioso interior.
               Y me sorprendió la rapidez con que me hundí en sus profundidades mientras me catapultaba con ella hacia arriba.
               No me había resultado nada fácil. No sólo había tenido que enfrentarme a mis propias reticencias de abandonarla: jamás había estado comiéndole el coño a una chica mientras nos mirábamos a los ojos y nos cogíamos de las manos, compartiendo toda nuestra presencia y nuestra atención; nunca había tenido una conexión tan fuerte con nadie como acababa de tenerla con Sabrae. Verla mientras subía poco a poco, enredándose en las nubes cual grulla nocturna que quiere besar a la luna, mientras nuestras manos estaban juntas y nuestras almas se comunicaban en silencio, en un idioma que no entendíamos, fue una auténtica sesión de hipnosis para mí. Todos mis sentidos estaban centrados en ella: olfato, oído, tacto, gusto, vista. Sólo existía en lo que ella me tocaba, en lo que ella me respiraba, en lo que ella gemía y en lo que ella escuchaba de mí. Pero como lo tocaba todo, lo respiraba todo, lo gemía todo y lo escuchaba todo, estaba al completo, como no lo había estado jamás con ninguna chica.
               Ni con ninguna mujer.
               Con nadie.
               Sentía que era ahí donde debía estar, era ahí donde era yo mismo, al cien por cien; era ahí donde estaba mi propósito: mirándola a los ojos, cogiéndole las manos, mientras le daba un placer que nos recorría a ambos en oleadas con la boca.
                A toda aquella nueva dimensión que estaba descubriendo en mi interior, debíamos añadirle el hecho de que Sabrae no me habría dejado escaparme ni aunque yo quisiera. En sus manos había una velada desesperación; en sus piernas alrededor de mi torso, ansia; en su mirada, un amor tan infinito que se estaba cristalizando en forma de lágrimas.
               Mi chica era una sirena; la única sirena con la suficiente magia a su alrededor como para poder hacer de la cima de una montaña, laguna; de un desierto, un océano. La única sirena que podría atraerme a su costa, hacer que me estrellara con mi barco y besarme en el último momento para insuflarme un poco de aire.
               No podía quererla más. Era imposible. No había espacio físico en mi pecho para más sentimientos. Y pensar que se le veía a leguas que todo lo que yo sentía, ella lo sentía también. Como era más pequeña, su amor era más denso.
                Y como era más denso, le estaba gustando más.
               Sabrae había empezado a acompañar el movimiento de mi boca con las caderas, a contraer y relajar la boca en unos gemidos ahogados que yo me moría por escuchar. Sonreía entre dientes mientras se balanceaba para mí, casi desnuda, sólo cubierta por las mangas de su blusa y aquella corbata mía de la que se había adueñado en cuanto se la anudó al cuello.
               Entonces, ella me había soltado una mano, borracha de mis atenciones, tan enganchada a mí que era como una drogadicta que va aumentando su dosis hasta que termina siendo letal. Por suerte, yo no tenía más efectos secundarios que un momento de clímax en el que todo a tu alrededor se detenía un segundo, se olvidaba de la gravedad, y flotaba en torno a ti.
               Sabrae había llevado la mano al sofá, para empujarse más contra mi boca, mientras me suplicaba que continuara, que no parara, me decía que le gustaba mucho y que jamás había disfrutado tanto con nadie como lo hacía conmigo (estaba bastante seguro de que ella no se daba cuenta de que me decía esas cosas, lo cual no hacía sino enorgullecerme aún más), que tenía una boca que era increíble, que era imposible que algo pudiera hacerla disfrutar tanto…
               Y yo había aprovechado para alcanzar la caja de preservativos. Di gracias al cielo de que ya estuviera abierta mientras metía la mano en su interior, en busca de un paquete que se me resistió entre los dedos. Sabrae me soltó la otra mano y recorrió mi brazo en dirección al hombro cuando yo la sujeté de la cadera para acercármela más.
               -Alec…

domingo, 17 de febrero de 2019

Partidazo.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Habría jurado que Alec había escuchado la pulla que acababa de soltarle Jordan pero, por supuesto, yo estaba en un punto de mi vida en el que desestimar a Alec formaba parte de mi rutina diaria. Por supuesto que no le había escuchado; Alec dejaba de estar alerta a todo lo que sucedía a su alrededor en el momento en que yo entraba en escena, como Duna dejaba de escuchar lo que le decías cuando en la televisión echaban el anuncio del último modelo de las Bratz, Shasha no prestaba atención a nada más que a la música coreana que ponían de fondo en alguna película, Scott no veía más allá del documental sobre galaxias que estaban poniendo en el canal de National Geographic…
               … o yo era incapaz de saber dónde estaba en el momento en que veía a Alec. Éramos tal para cual; supongo que no debería sorprenderme de que el mundo a su alrededor desapareciera en el momento en que sus ojos se posaban en mí. A fin de cuentas, era lo mismo que me pasaba a mí.
               Alec esbozó una sonrisa tímida, nada acostumbrado a que una chica lo pillara tan de sorpresa que perdiera el equilibrio y dejara de tener esa actitud de dios de la seducción y del sexo que tanto había detestado en otra época y ahora me encantaba. Me gustó aquella sonrisa de niño bueno, de niño travieso al que no le termina de salir bien eso de salirse con la suya, de sincera felicidad de verme, hasta el punto de que no le importaba que yo pudiera considerarlo torpe.
               -Hola-jadeó, sorprendido, con sus labios curvados en esa preciosa sonrisa y su voz susurrada en aquella exhalación cargada de promesas. Porque, en el fondo, sabía a qué había venido: a lo mismo que él quería.
               Y sabía que no tardaríamos en conseguir estar solos. Cueste lo que cueste. Así que aquella mirada, aquella sonrisa, era la del niño que arranca por fin la hoja de Noviembre del calendario y se encuentra con que el codiciado 25 de Diciembre está a la vuelta de la esquina, a sólo tres semanas del día en que se encuentra.
               Mi niño.
               Sin dejar que se levantara, y admirando en el poco tiempo que me llevó su belleza (Dios mío, pero qué guapo es), me abalancé literalmente sobre él y le eché los brazos al cuello. Me eché con tanta efusividad sobre él que hice que perdiera el equilibrio de nuevo, y que su espalda chocara contra el sofá, presa de mi alivio de por fin estar con él. Besé la sonrisa de su boca y noté cómo su mentón raspaba suavemente por la barba incipiente que ya le estaba saliendo, después de que se hubiera afeitado hacía 4 días, en lo que había sido literalmente el año pasado. Mi lengua exploró su boca mientras mis dedos se enredaban en su pelo, y sus manos recorrían mi cuello, mis brazos, mi cintura, y llegaban hasta mis caderas en una deliciosa promesa que me encantó.
               Noté que todo su cuerpo se ponía en alerta, acuciado por la cercanía del mío, y me descubrí adorando su boca de forma que mi lengua le transmitiera lo mucho que me alegraba el hecho de que estuviera tan preparado para complacerme cuando todavía no había podido asimilar del todo que yo estaba allí.
               Alec jadeó en mi boca y una de sus manos descendió hasta mi culo, mientras me mordía el labio inferior y gruñía un delicioso asentimiento a modo de recompensa cuando yo le tiré del pelo para tener un ángulo mejor en el que comerle la boca. Le gustaba muchísimo que yo tomara la iniciativa y que le hiciera saber de forma física lo que él le provocaba a mi cuerpo, dado que éste no tenía reacciones tan evidentes como las del suyo. Dios, nos estábamos morreando de una forma tan obscena que puede que fuera demasiado incluso para una película porno.
               -Bombón-gruñó a modo de saludo, el niño inocente que había sido hacía un instante bien lejos de nosotros, ahora el hombre enloquecido por la lujuria dominando su cuerpo.
               El hombre experto en sexo.
               El hombre que sabía cómo satisfacer a una mujer.
               El hombre que sabía cómo satisfacerme a mí.
               El hombre que tanto adoraba satisfacerme.
               Mi partidazo particular.
               Jadeé en su boca cuando él me cogió de las caderas, tomando las riendas de nuestra sesión de morreos y tocamientos muy halagüeños, y Alec sonrió.
               Sólo había una cosa que le gustara más que el que yo tomara la iniciativa: que yo le dejara besarme como lo hacía, tocarme como lo hacía, frotarme contra él como lo hacía. Que le consintiera sentirme de una forma en que nadie antes, en toda mi vida, me había sentido; ni siquiera los otros chicos con los que me había acostado antes que él.
               Pero, ¿cómo iba a dejar que los demás me tocaran como él lo hacía, si sólo Alec sabía tocarme así?

domingo, 10 de febrero de 2019

Invasores.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Mamá sólo me miró cuando dejé el platito con el bizcocho a su lado, sobre la mesa de cristal del comedor, pero me dedicó una sonrisa de agradecimiento que también tenía un poco de disculpa por el poco caso que me había hecho cuando entré en la habitación.
               Después de quedarme toda la mañana en casa, viendo realities con Shasha y jugando con Duna a conquistar el mundo, me había tirado en la cama nada más comer y me había dedicado a contemplar el techo. Cada actividad que se me ocurría para distraerme era desechado por insulso; tenía una cosa muy concreta en mente y estaba claro que ninguna excusa serviría para distraerme.
               Quería ver a Alec. Incluso cuando bajé a darle unos golpes a mi saco de boxeo, ése que colgaba del techo en una de las habitaciones que daba al jardín, donde mamá tenía su esterilla de hacer yoga, no fui capaz de  sacármelo de la cabeza, a pesar de que hacer kick siempre me la despejaba. No podía dejar de pensar en él: se me había pasado la resaca y lo único que me apetecía era celebrarlo por todo lo alto con mi chico preferido en el mundo.
               Además, estaba el hecho de que teníamos que hablar sobre lo que había sucedido en Nochevieja, y la posterior visita de Bey a su cama. Cuando llegué a casa después de que Scott me obligara a ir a la de Alec para disculparme por mi comportamiento, le envié un mensaje diciéndole que estaba disponible para hablar de lo que había pasado cuando él quisiera; que no había prisa, pero que esperaba su respuesta.
               Él me abrió conversación después de que yo me echara una siesta reparadora que me dejó la cabeza un poco mejor, justo mientras estaba con Shasha mirando ropa por Internet.
Ya estoy.
Dime que no estás enfadada, por favor. Puedo explicártelo.
¿Puedo mandarte un audio?
               Sonreí, mirando la pantalla, y me salí de la cama de mi hermana, que no protestó. Me dirigí a mi habitación mientras tecleaba en la pantalla de mi teléfono.
Mejor te llamo y hablamos
               Toqué su foto y le di al icono del teléfono; Alec no tardó ni un toque en responder.
               -¿Hola?-prácticamente jadeó, sin aliento. Parecía la borde de un colapso nervioso, y tuve que controlarme para no echarme a reír. Le había asustado de verdad. Quizá debería haberle aclarado que no le guardaba rencor por lo que había hecho, que no me parecía mal, que él seguía siendo libre y no tenía por qué reprimirse si algo le apetecía. Quería ir más en serio con él, quería tener la típica relación tradicional, pero a la vez no quería sentir que él estaba renunciando a cosas cuando a mí aún me daba demasiado miedo etiquetarnos como lo que todo el mundo pensaba que éramos: novios.
               -Hola-contesté, sentándome en mi cama y acariciando las mantas. Alec suspiró.
               -¿Estás enfadada, nena?
               -¿Tengo motivos?-jugué, y miré mi reflejo en el espejo, que tenía una ceja alzada, y me tapé la boca para que no me escuchara reírme.
               -Dios…-bufó él al otro lado de la línea, y me lo imaginé pasándose una mano por el pelo y cerrando los ojos, lo cual lanzó una descarga eléctrica que descendió hasta mi entrepierna-. Vale, si estás enfadada por lo que has visto esta mañana, créeme que lo siento mucho. Sabes que mi intención no es hacerte daño, y si te ha parecido mal, te pido perdón.
               -¿Con quién estabas?
               -Ya sabes con quién.
               -Sí, pero quiero que me lo digas.
               Me lo imaginé presionándose el puente de la nariz, cerrando los ojos de nuevo y asintiendo con la cabeza para darse ánimos.
               -Con Bey.
               -Ajá-asentí, y no dije nada más, y él se lo tomó como si acabara de darme una patada en el estómago.
               -Pero, nena, te juro que no lo hice con la intención de hacerte daño. Simplemente sucedió, ¿vale? No lo planeé. Si te sirve de consuelo, no pude sacarte de la cabeza ni un segundo. Y mira que es difícil, porque Bey está tremenda…-bromeó, y soltó una risita, pero luego se quedó callado un segundo, dándose cuenta de que acababa de meter la pata-. Mierda. No debería haber dicho eso. Perdona, bombón. No quiero hacerte sentir mal. El caso es… que no se va a repetir. Y que no ha sido un desliz. Es decir, un poco sí, pero… quiero decir que lo he hecho con Bey porque sólo podría hacerlo con Bey. Si hubiera venido cualquier otra chica, por muy buena que estuviera, le habría dado la vuelta y la habría mandado derechita a su casa. Ya sabes lo que siento por ti. Tú me importas. Muchísimo. Para mí es primordial que estés bien, prefiero mil veces que estés contenta a echar yo 50 polvos. Me quedaría con las ganas de 50 polvos si pudiera garantizarte la felicidad, Sabrae-me hice un ovillo en la cama mientras le escuchaba, sonriendo-. Joder, me volvería célibe si fuera el caso.
               Alec esperó a que yo dijera algo, con la esperanza de que fuera a detenerlo, pero no lo hice.

domingo, 3 de febrero de 2019

Final boss.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Bey se me quedó mirando cuando le solté la mano para ir hacia el baño, justo en dirección contraria a mi habitación, donde ella se dirigía. Se mordió el labio, preguntándome si estaba todavía un poco borracho y por eso me comportaba de una forma tan extraña, y yo señalé la puerta con el pulgar por encima de mi hombro.
               -Voy a lavarme los dientes.
               -¿Qué?-se echó a reír y sacudió la cabeza-. Al, que he estado contigo cada vez que íbamos a comer fuera. Créeme, si cuando te dio por comer ajo no salí corriendo, no voy a hacerlo ahora.
               -Ya, bueno… cuando comí ajo no te ibas a enrollar conmigo. Y no querrás que nos liemos mientras me huele el aliento a tocino, ¿no?
               Puso los ojos en blanco, volvió a sacudir la cabeza e hizo un gesto con la mano indicando que me marchara. Ella entró en mi habitación, y cuando yo volví, con una sensación de frescor en la boca y mi estómago haciendo triples saltos mortales como si tuviera que remontar como fuera una mala puntuación en las Olimpiadas, estaba sentada en la cama, con Trufas en su regazo. Me miró y me sonrió cuando cerré la puerta y acudí a su lado con una recién adquirida timidez. El conejo abrió los ojos y clavó en mí una mirada oscura, amenazante, como advirtiéndome de que si Bey dejaba de acariciarlo por mi culpa, se aseguraría de que mi almohada acabara llena de conguitos.
               Trufas se giró para darme la espalda, muy digno, meneó las orejas y volvió a aovillarse en el regazo de Bey. Pareció relajarse cuando yo le puse una mano encima y paseé los dedos por su pelo suave y brillante. Bey y yo lo acariciamos durante un rato, distraídos, tan avergonzados de repente por la presencia del otro y por lo que estábamos a punto de hacer que cualquier excusa era buena, incluida mimar a Trufas.
               Llegado un momento, Trufas se dio la vuelta y agitó las patitas para que le rascáramos la barriga. Después de que le consintiéramos el capricho, el puñetero animal trató de darme un mordisco para que lo dejáramos tranquilo y se bajó de un brinco del regazo de Bey. Trotó hasta una esquina de mi habitación y se acurrucó en un cojín que yo había puesto allí hacía mucho tiempo, con la esperanza de que dejara de mordisquear mis guantes de boxeo cada vez que se aburría. No había surtido mucho efecto, pero por lo menos lo usaba de cama.
               Bey se mordió el labio, observando cómo Trufas saltaba sobre el cojín para ablandarlo y moldearlo a su cuerpo. Di una palmada sobre mis muslos y suspiré.
               Teníamos que hacer eso. Bey lo sabía. Yo lo sabía. Y estaba convencido de que Sabrae lo sabía también. Pero eso no quitaba de que un fantasma oscureciera el cielo cuando planeaba sobre mi cabeza, haciéndome pensar en la penumbra en lo que aquello podía provocar: sí, vale, había una parte de mí que siempre le pertenecería a Bey, y sí, vale, cuanto antes le diera esa parte mejor; incluso sí, de acuerdo, Sabrae entendía que aquello tenía que pasar y puede que incluso lo aprobara, pero…
               … seamos sinceros. A mí no me haría ninguna gracia que ella se fuera a casa de Hugo para echarle un polvo de despedida. Hugo no tenía las mismas implicaciones con ella que tenían los otros tíos con los que se había enrollado, de la misma forma que a mí Bey me importaba de una forma mucho más profunda y diferente a como lo hacían Chrissy y Pauline. Les tenía un cariño infinito a las chicas, pero Bey era mi chica, mi mejor amiga, la que siempre había estado ahí para mí incluso cuando yo no sabía que tenía a alguien permanente a mi lado, apoyándome.
               No era tan estúpido como para no creer que eso le haría daño a Sabrae. Y era lo bastante bueno como para tratar de resistirme, aunque fuera inútilmente. Estaba posponiendo lo inevitable, pero una parte de mí quería pensar que todavía quedaba un poco de honor en mí por mi forma de pensar desesperadamente en una excusa por la que no hacer aquello.
               Pero no se me ocurría ninguna, así que lo mejor sería hacerlo rápido. Cortar por lo sano, sin pensar. Arrancar la espina del tirón y rezar para que no doliera demasiado. Cuanto más lo pensara, más me decepcionaría a mí mismo y más me dolería el estar hurgando en la herida.
               -Bueno. Al lío-dije, acallando así las voces que trataban de disuadirme. Tiré de los tirantes de mi camiseta y empecé a quitármela por la cabeza.
               -¿Así, sin más?-preguntó ella, y yo me la quedé mirando a través de mi improvisada máscara.
               -¿Qué?
               -A ver, Alec, que estás muy bueno y todo eso, pero… si pretendes que lo hagamos así, en fin… para eso no lo hacemos-Bey alzó las manos y chasqueó la lengua.
               -No, no. Lo hacemos, lo hacemos-me escuché decir, porque soy como un puto tiburón desquiciado que acaba de oler un poco de sangre a varios kilómetros. Por mucho que mi mente consciente tuviera dudas, mi subconsciente y mi ego masculino ya habían hecho un pacto por el que no sólo tendría sexo esa noche, sino que lo tendría muy bueno.