Incluso si
no le hubiera identificado por sus pasos, supe que se trataba de Scott en el
momento en que abrió la puerta de mi habitación sin llamar previamente. Mamá y
papá siempre daban unos golpecitos con los nudillos; mi hermano, no. Supongo
que es por eso por lo que yo tampoco llamaba nunca a su puerta, sino que
entraba directamente como si fuera la dueña y señora de sus dominios y su vida.
O como me gustaría ser, por lo
menos.
Fingí que no me había dado cuenta
de su presencia y pasé una página de una revista de literatura que papá me
había dejado sin prestar atención a las letras que bailaban delante de mis
ojos. Estaba aburrida. Y triste.
La tristeza se estaba evaporando
con la presencia de Scott, pero seguía dejando ese poso amargo en el cuello de
mi estómago que sólo un buen abrazo y una caricia te puede dar.
Había llegado el verano y con él
todas mis pesadillas se habían ido cumpliendo como si de una lista de deseos de
alguien moribundo se tratara. Había dejado de ver mis amigas tan a menudo,
echaba terriblemente de menos a Hugo, con quien apenas intercambiaba mensajes
una vez a la semana, y eso en el grupo de clase, y, para colmo, Scott había
decidido que quería independizarse antes de tiempo. Me habían dejado sola,
tanto Hugo, como mis amigas, como mi hermano.
Acababa de llegar de dormir en
casa de Tommy y seguramente viniera a anunciarme que se iba a comer con Ashley,
que después se iría a dar una vuelta con sus amigos y, por último, se
marcharían de fiesta y no volverían hasta las tantas. Quizá se pasaba por mi
habitación para asegurarse de que yo recordara su cara.
Se acomodó a mi lado en la cama y
apoyó una de sus manos al otro lado de mi cintura, colocándose estratégicamente
encima de mí, haciendo de barrera para que yo no pudiera escaparme. Se inclinó
hacia delante y echó un vistazo al interesantísimo artículo sobre los modismos
estadounidenses y su equivalente anglosajón.
-¿Qué lees?-preguntó, y yo me
encogí de hombros.
-Una de las revistas de papá-pasé
una nueva hoja-. Mamá no me deja ir a comprar un libro hasta después de comer.
Los he terminado todos-señalé con un gesto de la cabeza mi estantería
abarrotada de libros manoseados, y Scott clavó los ojos en ella.
-¿Quieres que vaya ahora y te
coja alguno?
-No hace falta-negué con la
cabeza y pasé una nueva página. Scott me apartó una trenza del hombro y me besó
en la piel descubierta por la camiseta de tirantes.
Me molesta decir que disfruté con
ese pequeño gesto de cariño.
Aunque también he de añadir que
más me hubiera molestado que mi hermano no realizara el mínimo intento de
camelarme.
-¿Me has echado de
menos?-preguntó, y noté una sonrisa traviesa en su voz.
-Ya te gustaría-mentí,
chasqueando la lengua y negando con la cabeza.
-Sí, seguro que sí-se burló él-.
Fijo que te encanta tener la casa para ti sola. Las noches en silencio. Elegir
la peli que te dé la gana y espatarrarte en el sofá.
-Menuda vidorra habría tenido su
fuera hija única-solté, lacerante, y Scott, contra todo pronóstico, se echó a
reír.
-¿Y no crees que te sentirías
solísima?-preguntó.
-¿Qué tal por casa de Tommy?-fue
mi modo de responder y sortear el tema porque, sí, me sentiría solísima si
fuera hija única. Ya me lo sentía cuando Shasha se iba a la cama al empezar a
cabecear en el sofá, cuando las pastillas que le había recetado el médico para
el insomnio comenzaban a hacer efecto, así que… imagínate que no hubiera una
Duna despertándome para jugar. Imagínate que no hubiera una Shasha con la que
ver realities de madrugada, mientras
esperábamos a que le diera el sueño.
Imagínate que no hubiera un Scott
que viniera a ganarse mi perdón cuando iba a dormir a casa de Tommy con besos y
cosquillas.
Escuché cómo mi hermano se
mordisqueaba el piercing, decidiendo si soltar la bomba o no.
-Mamá me ha dicho que has dormido
en mi cama.