miércoles, 23 de marzo de 2022

Lo que pasa en Wembley no se queda en Wembley.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Alguien podría explicarme, por favor, por qué coño tengo yo que aguantar esto?-protesté mientras me frotaba el pecho con una toalla que uno de seguridad, al que deberían haber facilitado un chaleco antibalas para poder cumplir con sus funciones más cómodamente, me había tendido. Me froté la cara también, aunque la verdad era que, con el calor que hacía, se agradecía el mejunje que me habían tirado.
               Claro que, por mucho que viniera bien el fresquito, el gesto que había hecho la dueña del vaso que había creído conveniente convertirme en una sopa era suficiente para molestarme.
               -Que me estoy follando a una de las hijas de uno de los protagonistas de la noche, joder. Debería estar en un palco VIP, y no sirviéndoles de diana a esta manada de chaladas-gruñí, mirándome la camisa. Tam se rió, toqueteándose las trenzas.
               -Personalmente no me lo había pasado tan bien en la vida. Y eso que ni siquiera hemos entrado todavía en el recinto.
               Le hice un corte de manga, pero con el buen humor que traía por eso de que era el primer concierto al que iba con Karlie de forma oficial, creo que ni siquiera un meteorito sería capaz de arruinarle la fiesta a Tam.
               Porque ah, sí. El 23 de julio había llegado tan rápido como se nos habían pasado la vacaciones a Sabrae y a mí, y antes de que pudiera darme cuenta, Saab me había despertado esa mañana vistiéndose a toda velocidad, como si el amanecer la hubiera pillado en la cama de un tío con el que se había arrepentido de haberse acostado apenas se había metido en su habitación. Me recordó a cierto chaval que había hecho de la costumbre de escabullirse por las escaleras de incendios o las puertas traseras un arte, y que en otro tiempo había reinado sobre toda la ciudad y todas las mujeres.
                -¿Me llamarás?-lloriqueé, incorporándome todo lo que me permitían mis brazos agotados por la sesión de boxeo del día anterior, la sesión de pesas con Sabrae, vestidos sólo con el condón que nos poníamos religiosamente (porque, al contrario de lo que piensan nuestros padres, ni somos unos irresponsables ni nos morimos de ganas de que Sabrae se quede embarazada con quince años) y los arañazos de que me había llenado la espalda mientras le recordaba a golpe de embestidas cuál era su palabra favorita: mi nombre.
               Gemido.
               -No seas bobo-rió, inclinándose para darme un beso, como si con eso fuera a consolarme la forma tan rápida en la que se estaba vistiendo. Siempre me parecía que Sabrae era demasiado veloz poniéndose ropa y demasiado lenta quitándosela; incluso cuando se vestía en un año y se desnudaba en un nanosegundo, para mí siempre estaba en los extremos equivocados del espectro. Y ahora, bueno…
               -Se me ha hecho tardísimo. Tengo que irme a casa, por si papá me necesita.
               Ah, ya. Zayn, el que tenía ansiedad, había decidido en su juventud que era buena idea perseguir una carrera en la que tenía que plantarse de vez en cuando delante de decenas de miles de personas. El concierto de esa noche había batido récords de ventas: tres horas habían tardado él y sus compañeros en vender las 90 mil entradas que habían salido para el Estadio de Wembley. Más incluso que para el concierto del Live Aid.
               Noventa. Mil. Putas. Entradas.
               En tres horas.
               Yo había estado con ellos cuando se habían sacado a la venta: Liam había venido desde Wolverhampton acompañando a su mujer, que era una de las personas que se había ocupado de reforzar los servidores de todas las web de ventas, porque “no había ninguna página capaz de soportar tantísimo tráfico”. Harry estaba conectado en videollamada desde Nueva York, y Niall llegó apenas cinco minutos antes de que se sacaran las entradas al público.
               Se habían limitado a sentarse a esperar, mirando los teléfonos de vez en cuando, Niall y Louis paseando de un lado a otro, mientras Harry y Liam escribían en su teléfono y Zayn se limitaba a mirar al vacío. A mí me había acojonado un poco ver a mi suegro así, la verdad, e incluso llegué a dudar de que fuera a presentarse finalmente en el concierto. Se limitó a mirar a Shasha cuando el reloj de casa de Louis dio las doce de la mañana, y se relamió los labios y volvió a fijar la vista en el infinito cuando la mediana de sus hijas dijo:
               -La página está caída.
               Louis se había revuelto en el momento, mirando a Liam, que se limitó a sonreír con inquina.
               -El tiempo corre a partir de que la página responda.
               -Una mierda. Haber pensado en eso antes de apostar que las agotarían en una hora.
               -Me están insultando en las menciones-dijo Harry desde el otro lado del océano.
               -Normal. Seguro que piensan que es culpa tuya, H-se burló Niall-. No sería la primera vez que se la metes doblada y les jodes un tour.
               -O dos-pinchó Louis.
               -O la segunda-dijo Liam, que dejó su móvil encima de la mesa y empezó a dar golpecitos en el suelo con el talón de su pie.

lunes, 14 de marzo de 2022

Resaca emocional.


¡Toca para ir a la lista de caps!

A pesar de que ya entraba en mis planes que el timbre me pillara con las manos literalmente en la masa, mi estómago se hundió un par de centímetros, acurrucándose en mis entrañas como un animal asustado durante una partida de caza, cuando mamá me fulminó con la mirada al escucharlo.
               La comida no estaba lista por culpa de mi postre, que yo me había empeñado en preparar más tarde contando con que los Whitelaw llegaran cuando todavía no hubiera acabado, y Alec pudiera ayudarme a darle el toque final. Tener un novio cuyo atractivo residía en la fuerza de su torso y en su pasado como boxeador era una ventaja que yo no pretendía desperdiciar, así que cuando papá y mamá habían propuesto invitar a los Whitelaw a comer, mi cabeza había empezado a funcionar a mil por hora, recordándome que, si echaba de menos lo que habíamos tenido en Mykonos había sido, en parte porque me encantaba enseñarle cosas a Alec y que él me las enseñara a mí.
               Entre ellas, a cocinar.
               Se me daban bien los postres gracias a mamá y su dedicación, pero me salían mejor desde que se los dedicaba a Alec o, incluso, él mismo me ayudaba a hacerlos. Ponía más amor en ellos, más interés y más cuidado, y también me atrevía con combinaciones con las que otras veces no osaría siquiera pensar delante de los fogones, simple y llanamente porque sabía que no podría cargarme un postre que estuviera pensado para mi chico.
               Así que yo me había puesto a sonreír como una boba, montando ya en mi cabeza el menú, mientras papá y mamá comentaban que, efectivamente, hacía mucho que no comían con Annie y Dylan. Y ahora tenían más motivos aún para juntar a las familias, con lo que incluso estaban siendo maleducados tardando tanto en ofrecerles unos sitios en nuestra mesa.
               -Ya va siendo hora de invitar a los consuegros-bromeó papá, acariciándome la cintura y sonriéndome con esa calidez que delataba que yo era la favorita, pues era incapaz de sonreírles a mis hermanos así.
               Cosa que había puesto tremendamente territorial a Scott, que levantó la cabeza del suelo, en el que estaba analizando unos bocetos de cómo sería el escenario del concierto de aniversario que la banda de nuestros padres tenía pensado dar, y lo fulminó con la mirada.
               -A mí nunca me habéis propuesto nada como lo que le acabáis de decir a Sabrae-los ojos de mamá en el cuerpo de papá saltaron de mamá a papá alternativamente, buscando en la conexión entre nuestros padres una respuesta a esa incógnita-. ¿Por qué nunca habéis invitado a mis suegros de comidita oficial?
               -Porque tu suegro ya viene sin invitarlo. Me da miedo que, como le invitemos, nos acampe en el salón. Y no quiero tenerlo en casa a todas horas.
               -¡Oye! ¡Eso no es verdad! ¡Yo no estoy en tu casa a todas horas!-protestó Louis, girándose para fulminar con la mirada a papá, también sentado en el suelo, mientras Tommy simplemente se partía el culo. Aparentemente, lo único que le gustaba más a Tommy que tocarle los huevos a Scott era ver cómo mi padre se los tocaba al suyo.
               -¿Entonces qué coño llevas haciendo los últimos quince días si no es comportarte como un okupa? Ni siquiera puedo enrollarme a gusto con mi mujer sin que aparezcas por cualquier esquina y nos interrumpas.
               -Estoy cuidando de Sher. Se ha cansado de ti y no sabe cómo decírtelo. Pobrecita, cómo la entiendo. Te debe de tener una lástima increíble, si es capaz de comerse vivos a siete directores ejecutivos de multinacionales y luego no reúne el coraje para decirte que la aburres.
               Entonces, el que se echó a reír fue Scott. Ya que, naturalmente, lo único que le gustaba más que vacilar a papá era ver cómo lo hacía Louis por él.
               -Lárgate de mi casa.
               -Sé profesional, Zayn. Si quieres volver a pirarte en medio de un tour, por lo menos tienes que empezar el tour-papá puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, rodeando los sofás que le separaban de Louis y pegándole una patada para tirarlo al suelo.
               -Si vais a pelearos, hacedlo en el jardín-riñó mamá-. No quiero que ensuciéis mi alfombra favorita.
               -A los críos no les dices nada cuando se pelean encima de ella.
               -Porque los amamanté-respondió mamá, apartándose el pelo del hombro con chulería. Papá no se cortó en soltarle:
               -He estado comiéndote las tetas más tiempo que Scott; creo que va siendo hora de que esa antigüedad también cuente.
               Eso le ganó un día entero sin que mamá le permitiera tocarla, y aunque papá lo pasó bastante mal tratando de dormir en el sofá mientras Shash y yo veíamos nuestros programas de madrugada y yo no paraba de mensajearme con Alec, creo que, en comparación, le parecía que había merecido la pena.
               No nos costó mucho organizar la comida con los Whitelaw: Annie estaba más que dispuesta a obligar a Dylan a que cancelara reuniones si hacía falta, pero durante el verano su marido se tomaba las cosas con más calma, lo que le permitía decir que, por supuesto, toda la familia iría encantada el día propuesto.
               -Por confirmar: Alec está invitado también, ¿verdad?-bromeó él, y su esposa se echó a reír.
               -Conociéndolo, seguro que es él quien nos abre la puerta cuando vayamos.
               Lo cierto es que habíamos estado muy cerca de dormir juntos esa noche, pero Jordan le había avisado de que el juego online era gratis ese día (una de las muchas ofertas sorpresa de las que Jor conseguía enterarse) y Alec había salido corriendo en dirección a su cobertizo, no sin antes prometerme que me lo compensaría y que, en realidad, lo pasaría peor jugando a videojuegos que acurrucándose conmigo.
               -Lo contrario me preocuparía, Al. El Animal crossing no puede abrazarte como lo hago yo.
               -Me abraza el alma, que no es poco-respondió él, dándome un último beso y saliendo escopetado por la calle. A pesar de que había sentido una extraña sensación de vacío al enfrentarme al fresquito de la noche yo sola, sin tener sus brazos rodeándome o su piel acariciando la mía y manteniendo a raya el viento, me había venido mejor que se fuera para poder levantarme tranquila y acompañar a mis padres a hacer la compra. Por mucho que prefiriera quedarme en la cama retozando con mi novio sin nada de ropa, a veces una chica tiene que ponerse mona para ir al súper y pelearse con las viejas por la caja de cerezas más rojas.
                Lo malo de estar sin Alec era que le echaba de menos… y lo bueno de estar sin él era que podía dedicar mis energías en ponerme más guapa para cuando volviera a verlo. Porque sí, vale, él me miraba con adoración sin importar cómo estuviera yo… pero, de vez en cuando, está genial deslumbrar al hombre al que amas y que se le caiga la baba.
               -Mira que te avisé, Sabrae-me recriminó mi madre-. Pero no. No podías soltar el móvil media hora antes.

sábado, 5 de marzo de 2022

Midas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sólo nos quedan 10 minutos, pero… ¡feliz cumple de Alec a todas!
No estaba acostumbrada a mirar a Alec y ver en él las puertas cerradas de un museo, en lugar de la exposición amplísima y rica que siempre albergaba dentro. Siempre me había resultado fácil saber qué era lo que le pasaba: quizá no podía ver el cuadro completo, ya que también era capaz de esconderlo tras un espeso velo con el que pretendía no preocuparme, pero siempre había sabido más o menos en qué dirección se encontraba la tormenta para poner rumbo hacia ella y salvarlo.
               Igual que nunca nos habíamos sumido en un silencio incómodo que sintiéramos la necesidad de romper. Incluso al principio de nuestra relación, cuando las ansias de descubrir los recovecos del otro habían hecho de los silencios fracasos, habíamos podido disfrutar de la presencia del otro como lo que era: un regalo del destino, una hermosa y deliberada coincidencia.
               Hasta ahora.
               Había salido de hospital como una fiera domesticada a la que acababan de liberar del circo, y que se encontraba con unos sentidos demasiado acostumbrados a la rutina que no eran capaces de asumir las novedades del mundo moderno, los estímulos que conllevaba el recuperar su esencia. Me había cogido de la mano como un fantasma, apretándome apenas los dedos cuando antes lo hacía con la fuerza necesaria para hacerme saber que todas sus células concentraban su atención en mí, pero no la suficiente como para hacerme daño. Había asentido con gesto distraído cuando yo le había propuesto los planes del día: ir a comer, dar una vuelta, acercarnos hasta los iglús; y cuando le había añadido “y lo que surja”, coqueteando con tanto descaro que me sorprendió que los chicos en un radio de un kilómetro a la redonda no cayeran rendidos a mis pies, Alec me miró y me dedicó una sonrisa fantasma. El sexo parecía ser lo único que arrancaba una respuesta más intensa que las demás, e incluso aquella era apenas una pincelada de lo que antes había sido un cuadro más elaborado.
               -¿El Imperium está bien?-pregunté, lanzándole el guante de un buen recuerdo con el que esperaba que pudiera anclarse en el presente. Pero no lo recogió.
               -Lo que tú quieras, bombón.
               Bueno, al menos me había llamado “bombón”. Se acordaba de mi nombre. Ya era un avance.
               Me dejó elegir también el menú, y ni rechistó cuando le pedí irnos a la mesa más apartada, en una esquina, en lo que yo pensé que sería un intento por abrirse conmigo y contarme lo que le pasaba. Pero ni por esas: nos terminamos la lasaña y los espaguetis, que comió tan despacio que supe que tenía el estómago cerrado, pero a los que no renunció para no preocuparme, y mientras esperábamos a que nos trajeran el postre, ni me invitó a sentarme en su regazo ni hizo amago de venir a sentarse en el sofá que ocupaba, subiéndome él mismo sobre sus rodillas. Simplemente cogió su cuchara y se puso a juguetear con el helado desde el otro lado de la mesa, la vista fija en uno de los regueros de chocolate mientras lo esparcía por su lado.
               La última vez que nos habíamos comido un helado así, con cucharas separadas y cada uno en una silla, todavía no nos habíamos acostado. De hecho, si mal no recordaba, yo no había parado de protestar mientras lo hacíamos, y a él le había parecido divertidísimo todas y cada una de mis quejas porque no me parecía bien tener que aguantar a un gilipollas como él llenando de babas mi comida, aunque fuera comunitaria y no fuéramos los únicos hinchándole el diente.
               Con lo único con lo que reaccionó, y lo hizo a duras penas, fue cuando nos trajeron la cuenta. Ya que no le dejé que me invitara porque ya lo había hecho en Mykonos, por lo menos, me dijo, debía dejar que pagara su parte, así que depositó un billete de cincuenta libras encima de la bandejita con el ticket y puso los ojos en blanco cuando yo le envié la cantidad exacta que me correspondía, peniques incluidos, sin redondear a la baja para que la cifra fuera más redonda.
               -No tenías que mandarme los treinta y siete peniques-dijo, y yo sonreí, encogiéndome de hombros.
               -A las niñas ricas nos gusta fardar.
               Esbozó una sonrisa que, sin embargo, no le subió a los ojos.
               -Tú no eres una niña rica.
               Alcé una ceja, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado.
               -¿Y Scott sí? ¿Cómo es posible? ¿Es porque soy adoptada?-puse cara de cachorrito abandonado, y esta vez se rió suavemente, no muy convencido, pero había ciertas ganas en él.  Ahí me di cuenta de que, quizá, lo que necesitaba era un poco de espacio. No contaba con que me vería tan pronto, y lo había descolocado. Puede que lo mejor fuera no imponerle planes, fluir a su lado y que él eligiera qué hacíamos, incluso si no era nada. Incluso si era sentarnos en ese silencio incómodo y desagradable durante toda la tarde, hasta que los camareros nos pidieran amablemente que nos fuéramos.
               Mentiría si dijera que no me desanimaba un poco el plan, pero prefería mil veces quedarme con Alec y que él estuviera a gusto a presumir de él por toda Londres si él no se sentía bien. Me había puesto ese vestido para lucirme al lado de él, y también porque estaba deseando que me lo quitara, y experimentar sus manos en mi piel desnuda cuando las colara por dentro de la prenda.
               Pero prefería mil veces no volver a desnudarme nunca a que él disfrutara de mi cuerpo por obligación y no porque realmente lo deseara, así que estiré la mano para cogerle la suya por encima de la mesa y le dije:
               -Oye, si quieres, podemos pasar de dar una vuelta e ir a casa. A la tuya o a la mía. Podemos dejar lo de los iglús para después.
               -¿Los iglús?-preguntó, frunciendo el ceño, y yo asentí con la cabeza. Durante un segundo fue incapaz de disimular su confusión; luego, se relamió los labios, parpadeó rápidamente y negó con la cabeza-. No, no, no. El plan está genial, bombón. Yo, por mí, vamos. Me mola la idea. Salvo que tú hayas cambiado de opinión-añadió con timidez-. ¿Estás cansada? ¿Te duelen las piernas?
               Me obligué a mí misma a no reprimir la sonrisa de ternura que se dibujó en mis labios, por muy miserable que me sintiera premiando su comportamiento, ya que por un lado no debería ponerme por delante de su bienestar, peor por otro no me parecía que Alec necesitara que lo riñeran en ese momento. Así que, enternecida porque su instinto de protección fuera incluso superior al de supervivencia, sonreí y sacudí despacio la cabeza.
               -Yo estoy bien. ¿Tú estás bien?
               -Estoy genial-me mintió, cogiéndome la mano y llevándosela a los labios, depositando un suave beso en mis nudillos que me supo a gloria, siquiera por el contacto entre nuestras pieles. No quería dejarlo solo y no iba a dejarlo solo, no cuando los buitres de su cabeza habían salido de aquella para sobrevolarlo como los carroñeros que eran.
               Así que esperé a que se diera cuenta de que aquellas sombras que notaba sobre su cabeza se movían en círculos independientes que las distinguían de las de las nubes. Jugueteó con la propina que dejamos en la pequeña bandejita en la que habían traído la vuelta, y sumido en sus pensamientos esperó a que yo le dijera que era hora de ponernos en marcha.
               Detestaba verlo así, y tenía que contenerme mucho para pedirle que me dijera qué era lo que le pasaba,, pero sabía que hacerle confesar sus miedos en un sitio público sólo conseguiría que se cerrara en banda y se creyera acorralado. Quería que no tuviera miedo de expresar sus emociones y que pudiera desahogarse tranquilo, y sabía que el único sitio en el que podríamos hacerlo sería en los iglús. Estaba a punto de girarme para proponerle un cambio de planes: acurrucarnos en los iglús, que tenían aire acondicionado, a ver una peli mientras las horas más calurosas convertían los rascacielos de Londres en lupas gigantescas con los que hacer arder el asfalto, y luego, cuando refrescara, irnos a casa o a cenar por ahí. Ni siquiera sabría decir qué era lo que me apetecía más: si cenar en algún sitio pijo, decidida a probar cosas nuevas con las que iba a invitarlo gracias a la paga que me habían dado papá y mamá, o irnos a su casa, ponerme su ropa de hacer deporte y tumbarme en su cama a ver una peli cuyo único propósito era encendernos con una escena de sexo a la que nos apresuraríamos a imitar, ya más relajados y sin sombras oscureciendo el glorioso semblante de mi chico.
               Quizá incluso lo hiciéramos en los iglús… siempre y cuando él se abriera para mí. Lo que Claire le había dicho sobre la relación que teníamos con el sexo me había calado hondo, y no estaba dispuesta a tratar lo que nos había unido como el puente que cualquier pareja sana debía encontrare en comunicarnos. No quería que Alec se odiara mientras me adoraba, y la única manera de hacerlo era conseguir que verbalizara lo que le preocupaba para que yo pudiera convencerlo de que podía con ello. Podía con todo: solamente necesitaba creer en sí mismo.
               Ya creería yo por los dos mientras él no pudiera.