domingo, 29 de septiembre de 2019

La cueva de las maravillas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Entré en su habitación aguantando la respiración, como haces cuando visitas por primera vez un monumento que has visto miles de veces en las películas. Con la misma anticipación que encontrándome por primera vez bajo la Torre Eiffel, entré en la habitación de Alec, con un paso ligeramente vacilante que delataba lo importante que consideraba ese momento para mí.
               En cierto sentido, era un santuario. Atravesar la puerta de su habitación y entrar en uno de los pocos rincones en los que podía ser él mismo, sin tener que cubrirse con ninguna máscara ni levantar ninguna barrera, era un momento especial que yo sabía que no se repetiría. Y saber que me ofrecía un vistazo a su alma, los últimos rincones íntimos a los que yo no había podido acceder, despertaba algo en mi interior que deseé que jamás se durmiera de nuevo.
               Por eso entré conteniendo la respiración, saboreando el momento… y, cuando inhalé, no pude evitar sonreír. Por supuesto, su habitación emitía el mismo aroma a lavanda que impregnaba su olor de forma tan sutil que era difícil identificarlo, y por la misma razón, eliminarlo. Daba igual que Alec cambiara de colonia, que acabara de salir de la ducha o que estuviera en el gimnasio: su presencia siempre evocaba ese olor a campo de lavandas que podía transportarse a la campiña con sólo cerrar los ojos y concentrarte.
               Ese olor hacía que le conociera un poco mejor: por fin podía saber de dónde venían esos toques que él no podía disimular ni aunque quisiera, de dónde sacaban sus abrazos esa esencia floral tan impropia de alguien como él, de quien esperabas que oliera más bien a sexo, drogas y rock n’ roll que a una flor de pétalos pequeños y crecimiento en comuna. Su habitación olía a limpio, pero no el limpio propio de la esterilización de un hospital, ni el limpio apresurado de un hotel en el que se fumiga todo con un ambientador agradable pero impersonal: olía al limpio de hogar, el mismo que te incita a saltar sobre tu cama y hundir la cara en ella cuando le has puesto sábanas limpias, el mismo que te hace descansar y relajarte después de un duro día de instituto, batallando con el mundo exterior y también con el interior.
               Miré a mi alrededor, intentando no pensar en la tensión que manaba de Alec, que estaba tan cerca de mí que podía sentir su calor corporal como si fuera unas brasas que se iban apagando poco a poco. La habitación era cuadrada, pero más grande de lo que esperaba; lo poco que había visto de ella en la infinidad de videomensajes que Alec me había enviado no le hacía justicia a su tamaño. No pude evitar sonreír al pensar en esa palabra, “tamaño”. Claramente, era una de las palabras que usaría si me obligaran a definirlo en el espacio que ocupa un tweet. Él era alto, fuerte, estaba bien dotado, y además su habitación era grande. Todo tenía su consonancia.
               Las paredes estaban pintadas de un blanco muy cuidado que me hizo sospechar que le habían dado una nueva capa recientemente (¿en verano, quizá?), y noté cómo se me encendían las mejillas al imaginarme a Alec ocupándose de su habitación, cubriendo sus muebles con sábanas y pasando rodillos empapados de pintura blanca por las paredes y el techo, haciendo que unas gotitas blancas se le cayeran encima, salpicando sus vaqueros de talle bajo, en el que se verían las líneas de sus caderas, y los músculos bronceados por el sol que su camiseta de tirantes dejaría ver (o, ¿por qué no?, podría pintar sin camiseta, mmm… me gustaría verlo) de pequeñas estrellas de distintos tamaños y densidades, pero todas del mismo tono níveo.
               Y, en contraposición, los muebles eran negros o grises, como yo ya sabía por lo poco que había visto de su habitación en los videomensajes. El armario, el escritorio, una cómoda, una caja al lado de una cómoda que yo no sabía muy bien qué era, la pequeña pera de boxeo que colgaba de una esquina…
               … incluso la cama.
               Pero no quería mirarla todavía, o lo empujaría encima.
               Cada segundo que pasaba conmigo en silencio, plantada en la puerta de su habitación, ponía a mi chico más y más nervioso. Recordé cómo me había sentido yo cuando entró en la mía, las ganas de que abriera la boca y lo mucho que se regodeó en hacerme sufrir. A cada instante que pasaba yo encontraba un nuevo defecto en mi habitación, que ni siquiera había podido preparar decentemente, y ahora las tornas estaban cambiadas y era él el examinado y no yo.
               Me apetecía hacérselo pasar un poco mal, porque Alec era muy bueno devolviéndomelas. Sabía vengarse de mí como nadie que yo conociera podía hacerlo, y esas venganzas nunca eran frías, al contrario de lo que decían, ni tampoco silenciosas.
               Así que, con la mala intención de hacer que Alec sufriera un poco, di un par de pasos para introducirme en su habitación, miré en derredor y extendí ligeramente los dedos cuando giré sobre mí misma, estudiándolo todo.
               -Vaya-observé, divertida, y escuché en mi voz un timbre travieso que no pretendía aportarle, pero que esperaba que él no pasara por alto-. ¿Has hecho limpieza?-pregunté, alzando una ceja y clavando los ojos directamente en él, que se apoyó en el marco de la puerta, cruzó los pies y los brazos y respondió con una ceja arqueada, en tono casual:
               -No.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Netflix sin chill.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Trufas se revolvió a los pies de la cama de Mimi cuando yo abrí la puerta, muy despacio. No quería sobresaltarla y que se negara a ayudarme. Llevaba casi una hora intentando hacer las cosas yo solo, pero me era imposible. No entendía cómo mamá podía apañárselas para llevar toda la casa y ni siquiera despeinarse. Puede que fuera que ya estaba acostumbrada, las más de dos décadas que llevaba siendo un ama de casa casi de forma profesional, pero no me entraba en la cabeza que pudiera hacer que todo pareciera tan fácil.
               -Mimi-musité, acuclillándome al lado de mi hermana, en la penumbra. Ella respiraba profundamente, con los ojos cerrados firmemente, negándose a alejarse de un sueño que seguro estaba disfrutando mucho, del que a mí me dolía en el alma sacarla, pero lo primero era lo primero-. Mimi-repetí, y Trufas levantó una oreja, como un ave que comprueba las corrientes de aire justo antes de echar a volar-. Mimi, despierta. Necesito que me ayudes con una cosa-la zarandeé suavemente por el hombro, y la nariz de mi hermana se arrugó mientras un desconsiderado la sacaba del mundo de sueños que estaba conquistando.
               Mimi suspiró sonoramente, lanzó un bufido, entreabrió los ojos y me miró a través de la bruma de su somnolencia. Encendí la luz y me mordisqueé el labio. Lo siento muchísimo, pequeña, pero tengo que hacer esto.
               Notaba una maraña horrible en mi estómago, como si un trapecista se estuviera asegurando de que las cuerdas que sujetaban la red de debajo estaban bien colocadas. Y también tenía una presión en el interior de la cabeza, como si estuvieran hinchándome un globo dentro y ya hubiera llegado al límite de resistencia de mi cráneo. Tenía que salir todo perfecto, absolutamente todo. No había pegado ojo en toda la noche; después de ver que Tommy y Scott ya estaban bien, e incluso habían dormido en la misma habitación, creí que se me quitaría un enorme peso de encima. En cierto modo, así había sido, pero mi preocupación por la pelea de mis amigos se vio sustituida por mis ganas de que todo con Sabrae fuera genial. Esa noche sería la primera que ella pasara en mi casa, y confiaba en que después de esa vinieran muchas otras, pero quería que fuera especial. A fin de cuentas, no se tiene más que una primera vez de cada cosa en la vida. Quería que le encantara mi casa, que quisiera venir cuando estuviera aburrida, que estuviera ansiosa de que la invitara y se presentara sin previo aviso cuando yo no lo hiciera, sorprendiéndome después de venir del trabajo con una buena sesión de mimos en el sofá o, ¿por qué no?, de sexo en mi cama.
               Ah, joder, tenía que cambiarle las sábanas a la cama. Pero las que tenía eran las de un suave tono lavanda, y a ella le encantaba el lila, así que quizá fuera buena idea meterlas en la lavadora, después en la secadora, finalmente plancharlas y luego ponerlas en mi cama como si no hubiera pasado nada. Le echaría un extra de suavizante durante el lavado. Puede que, incluso, las planchara justo antes de que ella fuera a llegar. Así estarían calentitas y ella estaría mucho más cómoda. Se quitaría antes la ropa. Tendríamos más tiempo para hacerlo.
               Sí, definitivamente necesitaba la ayuda de mi hermana.
               -¿Qué pasa, Alec?-gruñó Mimi, frotándose los ojos y dejando caer su mano sobre el colchón, al lado de su cuerpo, haciendo de barrera natural entre ella y yo. Me mordí el labio y susurré, en el tono más suplicante sin rayar en lo patético que pude:
               -Necesito que me ayudes a poner la lavadora.
               Mimi parpadeó despacio mientras su ceño fruncido se acentuaba más y más.
               -¿Qué?

miércoles, 18 de septiembre de 2019

El CCME de Lilo, sin Stitch.


El CCME no me quitó mi “virginidad de festivales”, las cosas como son. Ya había ido a otro, el Wireless Festival en Londres, el verano en el que pasaba de primero a segundo de carrera. El verano pasado, había visto a 1d, y aunque estuvo un poco mal organizado, no creía que fuera a ser inferior al festival al que me dirigía en tren en vez de avión. Iba al ccme convencida de que me pasaría dos días como una croqueta: marrón por fuera y blanca por dentro, con un centímetro de rebozado cortesía de unas nubes que sólo iban a pasarse por Madrid ese fin de semana en todo el verano. Había pedido que no hubiera una ola de calor, pero la verdad es que me iba a salir caro, o eso pensaba yo.
Y, a pesar de que las cosas pintaban mal desde el principio y no era mi “primera vez” estrictamente hablando, lo cierto es que no hay nada que hubiera cambiado de haber podido (bueno, salvo la baja que tuvimos el domingo en el grupo de Chasing the stars y nuestra posición en los conciertos, lo bastante cerca como para no poder bailar cómodamente como yo esperaba pero no lo suficiente como para poder decir que Liam o Louis nos saludó con la mano). Nos llovió a cántaros desde que llegamos, y por un momento pensé que todas cogeríamos una pulmonía y no podríamos ir al festival al día siguiente, aunque por suerte Liam era el primero y no me iba a perder el acto principal que yo quería ver. La tarde empezó a mejorar cuando sólo llevaba un par de horas, y leímos que podíamos llevar un paraguas en el recinto, al contrario de lo que había anunciado la organización días atrás, cuando ya estaba confirmadísimo que iba a llover a cántaros el viernes, y la tormenta eléctrica del sábado.

Cuando fuimos al McDonald’s y, separados en dos mesas, empezó a sonar A million dreams de The greatest showman, y luego Zayn, yo supe que había tenido bajas expectativas con respecto al festival en vano.
Al contrario de lo que pueda parecer, no iba al ccme por Louis. Él era sólo un incentivo que añadir a la lista de razones por las que ir, pero lo que me hizo coger los billetes de tren y reservar una habitación de cuatro tiene nombre de tres chicas y un chico: Bárbara, María, Patri y Liam. Si me llovía, al menos, estaría con las chicas, y por lo menos podríamos ver a Liam, aunque sólo fuera de lejos.
Menos mal que cuando decido ponerme pesimista, el universo se compincha para que yo vea que no tengo razones por las que pensar mal. Apenas nos llovió el viernes, y el tiempo que pasaba entre cantante y cantante que no nos interesaba, lo invertíamos en montarnos en los coches de choque, dar una vuelta para ver las atracciones y tomarnos el pelo las unas a las otras, como si fuera una de muchas veces que estábamos juntas en lugar de la primera. Y, cuando quise darme cuenta, estábamos a unos 10 metros de Liam, y yo me volvía y le chillaba a Celia “¡que le veo las flechas, que le veo las flechas!”.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Superhéroe imposible.

¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, quería avisarte de que la semana que viene no habrá capítulo porque, ¡estaré en el ccme perreando como una loca al ritmo que me marque Liam! Pero no sufras. Este capítulo es largo, así que hará que tu espera merezca la pena 💜

¡Toca para ir a la lista de caps!


Para cuando doblé la esquina de la calle de Alec, ya empezaban a dolerme los riñones por los golpes rítmicos de la parte baja de la mochila en mi espalda. Como los tambores indicando la marcha que debían seguir las tropas, ese pulso me había perseguido durante todo el trayecto, dándome ánimos y a la vez recriminándome que no pudiera ir más deprisa. Era rápida, era ágil, y estaba acostumbrada a hacer deporte, así que, ¿por qué mis piernas simplemente no se movían a la velocidad que yo quería? El aire era mucho más denso ahora que los latidos desbocados de mi corazón, en parte por el ejercicio y en parte por los nervios, no me dejaban escuchar mis pensamientos.
               Derrapé en las piedras del sendero de entrada a su casa y por poco me caigo al suelo, pero de nuevo mis reflejos consiguieron salvarme. Salvé el escalón de la entrada de un salto, y presioné el timbre con tanta insistencia que me costó apartar el dedo de él. Sólo una voz en mi cabeza diciéndome que intentara tranquilizarme, que no había necesidad de ponerse así de nerviosa y que todo tendría una explicación lógica, fue lo que me hizo acabar con el repiqueteo.
               Pero yo sabía que no me estaba comportando de forma exagerada. Puede que el mundo me viera como una paranoica, pero las semanas que habíamos pasado Alec y yo peleados, y las que estaban pasando ahora Scott y Tommy, me hacían tener motivos de sobra para preocuparme. Por mucho que las voces de mi cabeza me dijeran que puede que sólo se hubiera quedado dormido, yo sabía que Alec no se dormiría y se perdería un amanecer. Y no había pasado nada que hiciera que no me enviara el mensaje. Incluso si se hubiera caído la red, lo habría terminado recibiendo. A una hora diferente, puede que cuando yo me conectara, pero estaría ahí.
               Y, sin embargo, ahí estaban los dos mensajes, uno en azul y otro en blanco, poniendo broche a nuestra conversación, la última piedra de la catedral que estábamos construyendo.
Hoy no voy a poder hablar, sol, me quedo a dormir en la habitación de Scott que descanses

Vale, no te preocupes descansa tú también, mañana nos vemos

               Descansa tú también. Descansa tú también. ¿Descansar de qué? Si yo apenas estaba haciendo nada. Todo el peso de la pelea de Scott y Tommy lo estaba cargando él sobre sus hombros; él, y nadie más que él. Más tarde lo comprobaría, pero ahora…
               La puerta se abrió y yo contuve el aliento, deseando que alguien de cabello de tonos de chocolate caliente que tan bien casaba con los dulces sentimientos que me despertaba, y mechones aún más ensortijados de lo que me tenía acostumbrada por haberse levantado de la cama, me estuviera esperando al otro lado. Con un bostezo, rascándose un omóplato y haciendo que la camiseta que se ponía para bajar a desayunar se le subiera y me mostrara la línea perfilada de sus abdominales, Alec sonreiría.
               -Me preguntaba cuánto tardarías en venir corriendo al ver que me había olvidado de ti.
               Y yo le respondería que sólo me había apresurado porque necesitaría una barra de labios que le había prestado a Mimi, aún no se sabía cuándo ni con qué pretexto, porque a Mimi le gustaba maquillarse, pero apenas lo hacía por su timidez. O eso me había contado Eleanor. Los dos nos reiríamos y continuaríamos con nuestra mañana, esta vez juntos, casi como si yo hubiera dormido en su casa…
               … sólo que aquellas esperanzas no salieron de mis sueños, tal y como me temía. Quien me había abierto la puerta no era Alec, sino su madre; Annie llevaba el pelo recogido en un moño apresurado, una chaqueta de chándal que a todas luces era de su hijo, y sus cejas arqueadas como si fueran parte de la estructura del Coliseo Romano.
               -Sabrae… qué sorpresa-comentó, y aunque mi presencia en su casa sería agradable a lo largo de los años por todo lo que eso implicaría con su hijo (que estaba con él, que le hacía feliz, y se sentía cómodo llevándome a casa), que me presentara así, de sopetón, no dejaba de contrariarla-. ¿Te encuentras bien? Parece que hayas venido corriendo.
               -Sí-jadeé, apoyándome en el marco de la puerta al darme cuenta de que la mochila me pesaba horrores y apenas tenía aliento para mantenerme en pie, ya no digamos una conversación-. Es que… lo… sien… to.
               -Respira, cariño. No tenemos prisa. ¿Qué te pasa?
               -Es que... Alec… ¿está en casa?-pregunté con el corazón en un puño. Por favor, que estuviera en casa. Por favor, que se hubiera dormido. Por favor, que Annie estuviera a punto de subir a regañarlo.
               -No-Annie arrugó la nariz-. Ya está en el instituto. Cuando yo me levanté, ya se había marchado. Mary me ha explicado que tenía un examen, y había quedado con las gemelas y Jordan para repasar en el instituto. Abren la sala de estudio una hora antes para los de último curso, ¿no? Seguro que Scott jamás ha tenido que utilizarla-Annie puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos-. ¿Para qué lo querías?
               No está en casa. No está en casa. No está en casa.
               Lo de la sala de estudio era mentira. Los conserjes llegaban apenas 15 minutos antes que los primeros estudiantes; 20 minutos más tarde, sonaría el timbre y todos tendríamos que estar en clase. La sala de estudio se abría a primera hora, sí, pero después de que sonara el timbre, y permanecía abierta hasta las 6 de la tarde, cuando los del turno de tarde estaban en pleno horario lectivo.
               -Es que… es que…-jadeé, tragando saliva y luchando por no vomitar. Tenía que ir a buscarlo, y tenía que salir ya, si quería minimizar los daños. Porque estaba claro que no estaba bien. No se habría pirado de su casa con una excusa tan pobre si no hubiera pasado algo muy, muy gordo.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Terivision: La boda de Rachel Chu.


¡Hola, delicia! Vuelvo, una semana más, a traerte mi opinión sobre uno de los últimos libros que he leído. Siguiendo con el tema de la reseña anterior, hoy me toca hablar de:
 
créditos de imagen: kingdom.starbooks (instagram)


¡La boda de Rachel Chu! Sí, lo has adivinado: se trata de la segunda parte de la trilogía de Locos, ricos y asiáticos de la que te hablé la semana pasada. He de decir que este verano estuve bastante animada con los libros, a pesar de que he leído más bien poco (sólo tres en el “verano estricto”, por así decirlo), y es que las historias que cayeron en mis manos conectaron conmigo de una forma que hacía mucho tiempo que no me pasaba.
ATENCIÓN, LA SIGUIENTE RESEÑA CONTIENE SPOILERS (más o menos) de la trama de locos, ricos y asiáticos. ¡lee bajo tu responsabilidad!
En esta segunda entrega, Kevin Kwan vuelve a sumergirnos en el mundo de la élite económica y social de Asia, aunque el escenario cambia ligeramente: de Singapur, pasamos a Hong Kong y la China “continental” (me hace muchísima gracia cómo lo llaman los personajes, perdón). La novela arranca con un accidente misterioso y con Eleanor Young, la madre de Nick, angustiada ante la noticia de que su único hijo va a casarse con Rachel. Nick y su madre llevan dos años sin hablarse, y la falta de contacto desgasta a la mujer hasta el punto de que parece dispuesta a “perdonar” la baja condición social de Rachel con tal de recuperar a su primogénito, pero debido a ese accidente misterioso descubre que quizá no haya mucho que perdonar… y terminan organizándose unas vacaciones a lo largo del verano para la pareja de recién casados.
Debo decir que la novela me ha sorprendido mucho en tanto que reinterpreta su estilo: lo que mencionaba que me había llamado la atención de Kevin Kwan en lo relativo a sus notas al pie (o al final; no sé cómo estará en el libro físico) es el hecho de que les da la misma importancia que a la escritura principal, con lo que el primer tomo tiene, por así decirlo, dos formas marcadas. Aquí, va un paso más allá: no sólo tenemos la narración en sí, sino también cartas que se envían los personajes, publicaciones en periódicos o blogs de moda, e incluso una especie de cronología de Twitter que una influencer orquesta en colaboración con una marca para cubrir un importantísimo evento. Todas estas variaciones le dan a la novela un toque de realismo increíble, porque se te puede olvidar que estás leyendo una historia ficticia en lugar de algo real, que aparece por todas partes, como cualquier drama entre famosos o un problema/salseo que haya en tu grupo de amigos.
A esa variación en el estilo tenemos que añadir la aparición de nuevos personajes, unos que se hacen querer más que otros, que le quitan el protagonismo a Rachel y Nick hasta el punto de que ya no puedas considerarlos los únicos protagonistas. Astrid, por ejemplo, que también tiene mucha relevancia en la primera novela, da un paso al frente; Kitty Pong, que en la primera novela sólo es una secundaria más, se convierte en protagonista y toma parte en algunas de las escenas más cómicas y a la vez desesperadas de la historia. En cierto sentido, La boda de Rachel Chu es una ampliación del universo de Locos, ricos y asiáticos más allá de lo que las segundas partes suelen serlo: en lugar de ahondar en personajes que ya conocemos y seguirlos muy de cerca, porque funcionaron por algo, la trama se diversifica y se bifurca como un relámpago visto a cámara muy lenta. Y, de la misma forma que un rayo, también te puede iluminar los momentos oscuros y sacarte una sonrisa (especialmente si se hace mención a alguna religión que venere a Meryl Streep, que definitivamente conseguiría que fuera religiosamente –¿lo pillas? –a misa). Devoré este libro como devoré el primero; quizá más, incluso, porque aquí no tenía nada a lo que agarrarme ni con lo que compararlo. Hay muchos cambios en la película con respecto al primer libro, cambios que, visto en retrospectiva, no sé cómo harán casar con cosas que pasan en esta historia. Sólo sé que tengo tantas ganas de ver la película como de que alguien, el que sea, traduzca y publique la tercera y última entrega de la saga: Rich People Problems.
Lo mejor: la novela consigue mantener el tono fresco que tanto caracteriza a la primera, mezclando romance, drama y comedia en su justa medida.
Lo peor: El título lleva a pensar que la boda tiene mucha más importancia de la que tiene realmente, y la familia de Nick y Peik Lin, que tan importantes fueron en la primera novela, prácticamente desaparecen con el final de la primera parte.
La molécula efervescente: «¿Sabes de lo que me he dado cuenta hoy? De que Chu fue el apellido que me dio mi madre, pero resulta que no es el mío. Y a pesar de que mi padre se apellida Bao, tampoco es su auténtico apellido. El único apellido realmente mío es Young, y esa es mi elección. »
Grado cósmico: Galaxia {5/5}. Estar tirada a la bartola leyendo a toda velocidad mientras me aso en la terraza de mi casa en el pueblo no se merece menos puntuación.
¿Y tú? ¿Has leído el libro? ¡Hazme saber qué opinas de él escribiéndome aquí!

domingo, 1 de septiembre de 2019

Ángel de la guarda.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Si tenía que mirar el lado positivo de lo que diría Eleanor de camino a su casa, cuando el tiempo se nos hubiera agotado con nuestras respectivas parejas, era que le había borrado la sonrisita de suficiencia de la boca a mi hermana. Mimi se había ocupado de Eleanor de la misma manera que yo me había ocupado de Scott a lo largo de la tarde, como si los hermanos Whitelaw fuéramos los ángeles de la guarda de la “parejita de la discordia”, como estaba seguro que mi madre se refería a Eleanor y Scott en su cabeza cuando nos pillaba a Mimi y a mí hablando de ellos. A mí me habían asignado a mi amigo, y a mi hermana, a su mejor amiga, casualmente del mismo sexo que ella, y en cuyos probadores podía colarse a probarse prendas que no iba a ponerse nunca sin que nadie la mirara mal. Pobre de mí si a mí se me ocurría siquiera meter la cabeza en el probador de alguna tienda a la que llevara Sabrae, no porque fueran a mirarnos mal (eso me importaba una mierda), sino porque haría que pasáramos la noche siguiente en el calabozo, separados por una reja, por escándalo público (hacerlo en un probador era una de mis fantasías sexuales, y podía ponerme muy persuasivo si quería; además, si Sabrae me llamaba para que le diera mi opinión sobre una prenda, seguro que lo hacía con segundas intenciones).
               El caso es que, mientras yo me ocupaba en darle la vuelta al colchón de Scott y rezaba por que eso supusiera también un cambio de humor en él, Mimi se había ocupado de tener distraída a Eleanor en el equivalente femenino de una tarde jugando a videojuegos y bebiendo cerveza: llevándosela de compras y tirando de la tarjeta de crédito cuyos gastos mamá y papá no tenían del todo controlados. Las dos eran unas mimadas, pero no hacían peligrar la estabilidad económica de sus familias, así que yo no iba a juzgarlas.
               Sin embargo, todo lo bueno se acaba, y mi sesión de trabajos en beneficio de la comunidad (léase, arrastrar a Scott todo lo lejos que pudiera de las garras de la depresión) se habían visto recompensados con una sesión de compañía, después mimos, y casi sexo con Sabrae, mientras mi hermana se dedicaba a dar vueltas por el vecindario y a visitar a una compañera de baile con la que no terminaba de congeniar del todo, con la excusa de que tenían que preparar un baile juntas.
               Mimi se había cansado pronto de estar con aquella chica. Así que se había dejado caer en casa de los Malik, y poniendo ojos de corderito degollado, frotándose las manos mientras se soplaba sobre ellas, y aleteando con las pestañas, consiguió que Zayn no viera la mala víbora que era y la dejara entrar en casa. Lo siguiente que seguiría sería una petición con fingida timidez por parte de Mimi: “¿siguen Alec y Eleanor en vuestra casa? A mamá no le gusta que vaya por ahí de noche, sola”.
               Lo que en su idioma venía a ser como “Sherezade, ¿te importaría subir y joderle el pollo al santo de mi hermano, que me aguanta una tanda de tonterías que no toleraría ni el dalái lama?” Gracias”.
                Y Shasha, ya acostumbrada a cortarnos el rollo, había trotado de nuevo escaleras arriba, en dirección a la habitación de mi chica, confiando en que no estaríamos usando los cupcakes que habíamos rescatado del horno como juguetes sexuales. Por lo menos no pervertimos a la chiquilla; eso sí, la risita mal disimulada que exhaló cuando nos pilló otra vez semidesnudos, enrollándonos sobre las migas de los que habíamos subido a su habitación, no se la quitaba nadie.
               Sabrae se puso roja como un tomate al ver que su hermana nos había pillado con las manos en la masa de nuevo; y yo, que no tenía nada que perder y muchísimo que ganar, le dije a Shasha que estaba en medio de algo y que no iba a dejar que cierta petarda me lo estropeara (palabras textuales).
               -No seas malo-me recriminó Sabrae, dándome un manotazo en el hombro a los que empezaba a acostumbrarme… y que echaría muchísimo de menos si algún día se detenían. Así que me abroché los pantalones (no, no habíamos llegado a quitárnoslos, aún), me abotoné la camisa y recogí mi móvil y mi cartera de la mesilla de noche de Sabrae mientras ella se enfundaba unos leggings, intentando ignorar los ojos abrasadores de Shasha, que no se apartaban de ella.
               Salí de su habitación y bajé las escaleras con la gracilidad del príncipe de la Cenicienta, ese cabrón con suerte al que le hacen un baile para que pueda elegir a quién de todas las doncellas del reino va a querer tirarse esa noche, y cuando mis ojos se encontraron con los de Mimi, mi hermana ni se molestó en disimular la sonrisa de “te he jodido el polvo” que la acompañaría toda la tarde… o, por lo menos, todo el trayecto a casa. Me dieron ganas de decirle que no estábamos haciendo nada por iniciativa de Sabrae, no porque ella hubiera influido en algo, pero lo único que le podía causar más satisfacción a Mimi que joderme los planes de diversión era que yo le demostrara que me había picado con ella. Sólo se encontró con mi mejor cara de póker, que no cambié en ningún momento, ni siquiera cuando Eleanor bajó las escaleras y la expresión de Mimi se tornó de culpabilidad. No había pensado en los daños colaterales de su plan.
               -No seas malo-me repitió Sabrae, poniéndose de puntillas, acariciando la cara interna de mi brazo con su mano, la otra entrelazada con la mía.