viernes, 23 de junio de 2023

Prohibido no disfrutar.



¡Hola, flor! Muchas gracias por tu paciencia. Te recuerdo que la semana que viene tengo el examen del que te hablaba, y además, como hoy es viernes, no habrá capítulo este finde. ¡Nos vemos, entonces, el siguiente, donde todo debería ir ya con normalidad!
Un beso, ¡disfruta del cap!
Sinceramente, creo que lo único que estaba haciendo que mantuviera la cordura era la esperanza de saber que Sabrae, a pesar de todo, estaba bien. De que seguía encontrando motivos para sonreír, aferrándose a lo que compartíamos como las estrellas a los últimos jirones de oscuridad justo antes del amanecer, y de que seguía cobijándose en mí incluso cuando yo no estaba con ella.
               Porque eso era exactamente lo que me pasaba a mí. Ella era la única fuente de esperanza que podía encontrar en el voluntariado, y los recuerdos que atesoraba y que repetía en bucle en mi cabeza por el día, y versionaba para alargarlos en mis noches, la única fuente de verdadera felicidad irónicamente a seis mil kilómetros de ella.
               Perséfone se había quedado, habíamos hecho la piña que yo siempre esperaba que se hiciera mientras veía imágenes y leía testimonios de anteriores voluntarios en la web de la WWF, pero yo me pasaba los días preguntándome qué coño hacía allí y buscando excusas para tirar la toalla y volver. Me volvía loco sentir que sudaba bajo un sol abrasador para nada, que daba vueltas en una cama inmensa en la que sin embargo apenas cabía para nada, que la paz que muy en el fondo había decidido ir a buscar allí se me escapaba, que toda mi existencia se reducía a ser castigado por cosas que en cualquier otra situación habrían demostrado gran carácter y una nobleza propia de un príncipe. No estaba seguro de si tenía sangre real en mis venas, pero lo que sí sabía a ciencia cierta era que el imperio que se suponía que me pertenecía se había convertido en polvo mucho tiempo atrás, y con él habían perecido lo bueno y lo malo de pertenecer a la realeza: quizá no tuviera un ejército de siervos a mi disposición que hicieran que mis días fueran un camino de rosas, pero tampoco lo necesitaba; tampoco tenía un enjambre de asesores obligándome a elegir una princesa, una reina o una zarina en base a su potencial reproductivo, obligándome a resignarme a acostarme con alguien a quien quizás no querría nunca y tratando de reprimir mi amor diciéndome que eso era algo que un rey no necesitaba, o al menos no por su reina.
               Yo ya tenía a mi princesa, a mi reina, a mi zarina. Joder, tenía a mi puta diosa. No tenían que hacerme sufrir por amarla y por darle lo que ella se merecía, por comportarme como se esperaba que lo hicieran los protagonistas masculinos de las películas y las novelas románticas, esos a los que les bastaba con tratar a las mujeres como si fueran personas y no un gasto de espacio para ser idolatrados por las mujeres reales, de tan bajo como dejábamos el listón los hombres. ¿Y aparecía uno entre un millón que hacía lo que tenía que hacer y ya lo condenaban? No era justo.
               Yo no debería estar allí. Tendría que estar con Sabrae. Eso me decía cada mañana cuando me despertaba, cada tarde, cuando me daba una de las duchas de rigor antes de seguir deslomándome; y cada noche, cuando me tumbaba a mirar el techo de la cabaña que compartía con Luca con los músculos tan doloridos que hasta me costaba masturbarme. No debería descargar los logros de otros ni sacarles brillo a sus trofeos; me merecía que me castigaran, sí, pero no por haber ido con Sabrae, sino por haberme marchado de su lado en un principio.
               Todo esto era una puta mierda. La sabana, toda oro y belleza y vibrante vitalidad, todo lo que era Sabrae, estaban al otro lado de unos árboles que a mí ya no se me permitía cruzar. Igual que me había pasado con mi novia, me habían dado a probar la miel simplemente para arrebatármela después, condenándome a una vida de hastío en la que ya no podía tragarme las gachas con que pretendían alimentarme. Veía a mis compañeros formar lazos unos con otros, besándose sin miedo y compartiendo sus noches, y yo me preguntaba qué cojones hacía allí aparte de arrancar las hojas del calendario con desesperante lentitud.
               Tenemos que estar el uno sin el otro. Tenemos que ser nuestras propias personas, me había dicho ella cuando le dije de no regresar al campamento. Tú tienes tu historia, y yo tengo la mía. Además de la nuestra, quiero decir.
               Ya, bueno, pues a mí no me interesaba una puta mierda esta historia en la que me dedicaba a ser el último mono, un cero a la izquierda, y el chivo expiatorio de egos desmesurados que no sabían apreciar los gestos grandiosos y el amor adolescente. Cada día que pasaba sin oír su voz, sin acariciar su cuerpo, sin probar sus labios y sin explorar ese tesoro que Sabrae tenía entre las piernas era un paso más al borde de un precipicio cuyos rugidos había crecido escuchando toda mi vida; de ahí que yo no parara de decir tonterías, porque era mejor escuchar a mis amigos reírse o protestando por lo malas que eran mis bromas antes que quedarnos en silencio y que yo pudiera oír el mar ahí abajo. Pero, Dios, qué cerca estaba ahora.
               Y Valeria no me lo estaba poniendo nada fácil para centrarme en las nubes del cielo. Creía que el tiempo la apaciguaría, pero la llamada que había recibido de Sabrae no había hecho sino cabrearla todavía más. No había vuelto a saber nada de Saab a pesar de que nos quedaba todavía una conversación pendiente, y aunque dudaba de que Valeria fuera tan hija de la grandísima puta como para negarse a pasarme llamadas de casa, lo cierto es que no apostaría toda mi pasta a que no estaba sucediendo así. Y veía cómo me miraba cuando llegaba un nuevo convoy con más animales, la envidia que me carcomía viendo a mis compañeros cubiertos de un polvo muy parecido al mío, y a la vez completamente distinto. La veía mirarme y no apartar los ojos de mí mientras cumplía con mis tareas y regresaba al santuario con los hombros hundidos, quiero creer que no tanto por los ánimos sino por el cansancio de la intensidad con que Nedjet me estaba llevando al límite. ¿Para qué coño explotarme hasta la extenuación si no podía salvar animales más allá de los que rescataban mis compañeros? Odiaba sentirme tan inútil, y el saber que yo era el último eslabón que habían añadido a una cadena que ya era lo suficientemente fuerte para cumplir con su función no hacía sino desquiciarme.
               Jamás le daría la satisfacción de derrumbarme en un sitio en el que ella pudiera verme, pero cada vez se me hacía más difícil aguantarme las ganas de plantarme en su despacho y decirle que ella había ganado y que finalmente me largaba, porque no podía más. Si no lo había hecho ya, no tenía nada que ver con lo mucho que me reventaría darle una satisfacción así, sino con dos cosas, ambas relacionadas con Sabrae:

lunes, 5 de junio de 2023

A cualquier precio.

¡Hola, flor! Primero que todo, quiero darte las gracias por tu paciencia esperando un día extra por este capítulo. Y a continuación tengo una noticia que darte, y que no nos va a gustar mucho a ninguna de las dos: este capítulo va a ser el último en una temporadita. La temporadita en cuestión abarcará hasta el 23 de este mes, y te explico por qué: ¡este finde me voy de viaje! Estoy muy ilusionada porque el jueves voy a ir a ver a Beyoncé en concierto, y, ALERTA DE SPOILER, para mí va a ser un poco como ver a Sabrae por motivos que desvelaré en aproximadamente 500 capítulos.
(Es coña)
(Bueno, no del todo).
FIN DE LA ALERTA DE SPOILER.
Aun así todavía puedo publicar a partir del 17, estarás pensando, ¿no? Y aunque técnicamente tengas razón, lo cierto es que junio va a ser un mes un poco movido para mí. Como bien sabrás, estoy haciendo oposiciones, y resulta que voy a tener un examen la semana del 27 de junio. Es posible que el día 28, pero no lo tengo muy seguro aún. El caso es que quiero dedicarme a estudiar todo lo que pueda, pero no iba a renunciar a subir capítulo el 23. Es por eso que tardaremos un poco más en ver cómo se va desarrollando la vida de Saab sin Alec… aunque, si todo va como planeo, el capítulo del 23 merecerá muchísimo la pena.
Dicho lo cual, ¡disfruta del cap, y muchísimas gracias por tu paciencia, una vez más!   
 
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Mis pies no me respondían, aunque el suelo parecía arder bajo sus plantas. Me sentía en una de esas pesadillas en las que no puedes correr lo bastante rápido, no paras de caer, y estás completamente paralizada por el miedo mientras unas sombras que sabes a ciencia cierta, como sólo se saben las cosas en los sueños, que son venenosas se acercan a ti, dispuestas a disolverte.
               -¿Qué es esto?-pregunté en tono cortante, y me volví para mirar a Fiorella. Como si no lo supiera ya: una intervención en toda regla, y no una cualquiera, sino la más grave a la que se podía enfrentar una chica. Que tus amigas te hicieran una encerrona en casa de una de ellas porque estabas pasando demasiado tiempo con tu novio y las hubieras desatendido completamente era una cosa ya de por sí desagradable; pero que fuera tu familia al completo la que te esperara en el despacho de tu psicóloga para asegurarse de comerte la cabeza como pretendían me parecía de coña.
                Y lo peor de todo era que se habían tomado la molestia de traer a Scott, porque sabían que si mi madre no podía convencerme de que mi novio era el demonio, ya que yo siempre podría sacar la carta de que ella no había estado con él tanto tiempo como yo, Scott sería el que me desmontaría ese argumento. Él era el Malik que más tiempo había pasado con mi chico, el que le había visto en las situaciones más variadas y que podía disputarme el puesto de persona que mejor lo conocía. Scott era ese as en la manda que mis padres estaban más que dispuestos a utilizar, todo con tal de ganar.
               Conquistarían un imperio exclusivamente de ruinas, porque yo no me rendiría hasta que no quedara nada en pie. Tendrían que masacrarme para convencerme de que Alec no era bueno para mí, o que no debía ser para mí, directamente. Tendrían que descomponer cada una de mis moléculas para hacer que dejara de querer tenerlo  conmigo. Y ellos lo sabían. Parecía un precio que estaban dispuestos a pagar.
               Todo con tal de tener razón. Aparentemente la felicidad de su hija no era lo suficientemente importante como para inclinar la balanza en su favor y hacer que perdiera su orgullo. Bueno, pues que así fuera.
               Claire suspiró a mi espalda, y escuché cómo se apoyaba en el sofá, seguramente mirando a Fiorella, expectante por su explicación. Fiorella levantó un poco la barbilla, fingiendo seguridad, y dijo:
               -Ya te lo he dicho. Hoy he decidido programar una sesión conjunta para ahondar un poco más en lo que te preocupa y tratar de encontrarle una solución.
               -¿No se supone que tienes que avisarme previamente cuando vaya a haber más gente en nuestras sesiones de terapia y que yo tengo que darte mi consentimiento explícito?-ataqué. Cuando Alec se había pasado una semana entera sin dirigirle la palabra a Claire para no avanzar nada en sus sesiones por el terror que le daba descubrir lo que tenía dentro de él, yo me había pasado cada tarde navegando por internet en busca de una solución, cualquier cosa a la que agarrarme para que Alec colaborara, incluso obligado, si hacía falta. Se me podría considerar una experta en las normas deontológicas de la Psicología; e, incluso de no haberme memorizado el Código Deontológico de los Profesionales de Psicología del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, creo que cae de cajón eso de que tu terapeuta tiene que pedirte permiso para traerse público a tus sesiones de terapia. Joder, lo mío con Fiorella era un espacio seguro. No podía pretender en serio que le hablara de mis problemas con total sinceridad si la fuente de mis problemas estaba en la habitación conmigo.
               Fiorella suspiró sonoramente, pero no soltó el pomo de la puerta, que tenía sujeto a su espalda. No se me escapó el simbolismo que había tras ese gesto: “no te vas a ir de aquí”.
               Si quería encerrarme, que lo hiciera en un sitio cuyas paredes no fueran de cristal.
               -Técnicamente sí, pero creo que no pasa nada por saltarnos las normas de vez en cuando, ¿no?
               -Eres literalmente la psicóloga adjunta de un despacho de abogadas-le recordé.