martes, 31 de diciembre de 2019

2O19, gracias, ¡adiós!


Recuerdo estar tumbada boca abajo en la cama en verano, viendo cómo la noche va pasando sin que me dé el sueño. Recuerdo estar deseando que pasen los días, vuelva septiembre y estar ocupada de nuevo. Recuerdo estar con el corazón en un puño cada domingo, escribir sin ganas, a veces llorar porque pensaba que no iba a llegar a este día continuando con Sabrae.
Recuerdo pasar un pésimo verano nocturno, y uno genial cada vez que se levantaba el sol.
Empecé este año teniendo miedo de lo que me depararía el futuro, de si tendría tiempo libre suficiente, de si ése sería el último enero en que vería a mis amigas. Llegó febrero y trajo consigo las prácticas, en un despacho al que yo no quería ir bajo ningún concepto nada más ver que se trataba de penal puro y duro, y en el que me siento tan a gusto que, a pesar de que debería estar de vacaciones (o, más bien, terminando el TFM en lugar de escribiendo esto y eligiendo las fotos para subir a Instagram), la semana que viene ya vuelvo a abrir la puerta, buscar expedientes, hacer demandas y trotar detrás de mi tutor, o puede que sola, en dirección al juzgado, al registro civil o a otro registro administrativo. Llega marzo, y yo considero hacer un regalo que finalmente ni siquiera se queda conmigo; el cumpleaños de mi actual rey, y más tarde, en abril, el de mi reina. Antes de que quiera darme cuenta, es mayo y estoy tomando algo con mis compañeros de clase, que dejan de ser compañeros de clase ese mismo día; algunos se convierten sólo en compañeros de grupo de WhatsApp, otros me ven abalanzarme sobre una tabla de quesos a la semana siguiente, y unas pocas incluso sabrán cómo soy cuando me ponen a The Weeknd en los bares.
Entonces llegó junio, en el que hice un viaje increíble con mis amigas; la primera vez que viajábamos juntas, y espero que no sea la última. Para mi sorpresa (y seguro que también la de ellas), no nos peleamos en ningún momento, no paramos de reírnos y de bajar el ritmo cuando una de nosotras empezaba a quedarse atrás. Nos chupamos 8 horas en un autobús que no nos cuesta ni 10 euros para visitar Oporto y Braga, donde “no puedo creerme que me haya metido esto [una francesinha] entre pecho y espalda”, donde “viva España, arriba España, qué guapa es España”, casi me mata una cortina o casi nos matan unos holandeses en el albergue mientras me enseñan por primera vez Black Mirror.
Supongo que junio es el mes más propicio a las vacaciones: de todas las veces que me he ido de viaje, creo que no son más de 3 las que ha sido en un mes distinto. El viaje a Turquía y otras vacaciones cuyas fechas no consigo recordar bien son excepciones que confirman la regla: descubro lugares en junio, y éste no descubrí un país (o parte), sino dos. La tercera semana del mes, me encuentro de camino a Alemania con mi madre, descubriendo castillos de cuentos de hadas y peleándonos las dos con la maleta porque hemos comprado demasiados souvenirs. Vuelvo justo en San Juan, o debería decir “día en que se publica Sabrae”, por ser 23.
Entonces, llega julio, y me rompen un poco el corazón. Por suerte o por desgracia, a una amiga mía también se lo rompen, y en cuidarnos la una a la otra nos redescubrimos, si es que eso es posible. En un afán por mantenerme ocupada, y tratando de superar A todos los chicos de los que me enamoré (el libro), y Crazy rich asians (también el libro), lleno todo mi verano de planes, entre los que se encuentran, por vez primera desde que entré a la universidad, ir a la playa. Puede que fueran sólo tres veces, pero fueron suficientes para que me preguntara por qué dejé que algo que odio, como es la arena, me alejara de algo que siempre me ha encantado, un segundo hogar: el mar. Este año me he reencontrado con amigas, con las que coincidí saliendo de tiendas de cosméticos y simplemente surge tomar algo; pero también me reconcilié con el mar, que ha modelado mi tierra y también modeló mi infancia.
Lo cierto es que, visto en retrospectiva, veo que no paré un segundo de ese verano que me empeñé en calificar como el peor de mi vida mientras marcaba los días de agosto, visitando Santander primero y Bilbao después (mira, ya me quedan sólo tres Comunidades Autónomas por visitar), tostando al sol, recibiendo a mis amigas en casa para las fiestas de mi pueblo y…
… deseando que llegara septiembre. Sí, para estar ocupada y no pensar en ese vacío que sentía en el pecho.
Pero, sobre todo, por el CCME. Por ver a Liam, y también a Louis. Y, especialmente, por ver a las chicas. Tener una foto juntas con alguna por primera vez, y repetirla con otras; en algún caso ni había pasado un año, en otro, más de cinco.
Se me pasa el otoño como un suspiro, entre el agobio por las prácticas y el parche en mi corazón de una herida que ya está casi sanada, que mucha gente me ha ayudado a cicatrizar. Y en el otoño, me doy cuenta de que el verano me ha servido para aprender; que puede que con la felicidad se crezca, pero con la tristeza se evoluciona. Todo lo que me dijeron en verano, se asentó en otoño: que no tengo que sentirme mal por querer seguir siendo buena, que las personas te sorprenden y puede ser para mal, pero, ¿sabes? La verdad es que no me arrepiento. Realmente, tampoco he sufrido tanto este año. O, si lo he hecho, ha sido porque iba a madurar, igual que los niños enferman justo cuando van a pegar el estirón.
No creo que haya sido el mejor año de mi vida; recuerdo con demasiado cariño mis 17, en el que todo me salió bien a pesar de pasarme ese septiembre llorando, como para pensarlo. A finde cuentas, en 2015 conocí a mis amigas, ésas que hoy me confiesan que bueno, sí que han leído algún capítulo de mi novela, y que escribo muy bien; las que están ahí para mí aunque yo siempre tenga los mismos problemas, las mismas comeduras de cabeza y la misma forma de despotricar.
Pero sí es el año que más he aprendido. A tenerme como prioridad, a no gastar todo mi amor en otras personas y a reservar un poco para mí, a hacer que lo que más pesa en la balanza de mis decisiones sea lo que amo y lo que detesto. Como nadar en el mar debe triunfar por encima de la grima que me da la arena, también debe hacerlo mostrar mis sentimientos sobre el miedo a que me juzguen personas que sé que no van a hacerlo, o la sensación de plenitud y felicidad y de estar haciendo lo que estoy destinada a hacer cuando estoy escribiendo por encima de esas dudas que me asaltan cuando veo que las visitas no suben como lo hacían. Si jamás dudé en Scott, ¿por qué lo hago con Sabrae, por la que aposté sabiendo que valía incluso más que él?
Estoy orgullosa de mí misma por todo ello como pocas veces lo he estado en mi vida; puede que más que cuando conseguí rozar mi peso ideal con la punta de los dedos para estar presentable en el concierto de One Direction. Curioso… este año he visto a la mitad de la banda, y ese sentimiento de orgullo vuelve a embargarme. Me pregunto si tendrá algún tipo de correlación, y por eso me hizo tan feliz escuchar los primeros acordes de la versión de A whole new world que Zayn quiso regalarme a mediados de año.
Pero el caso es que estoy orgullosa, de las pequeñas cosas y de las grandes. De haberle cambiado la portada a Sabrae, de haber estado ahí cuando mis amigas me necesitaban, de mis ganas de salir de fiesta y de haber sobrevivido a las noches de verano; de mis 17 libros leídos, de las 33 páginas que tengo escritas del TFM a día de hoy, de las 205 películas que he visto este año, de conseguir que los audios de mis amigas llorando se conviertan en mensajes con emoticonos sonrientes y de bombardear nuestro grupo con audios riéndome aunque eso acabe con sus oídos.
Y, sobre todo, estoy orgullosa de que lo que me ha pasado malo este año, no he permitido que lo defina. Sigo conservando la manera de ver la vida que tuve durante 23 años. Las cosas, positivas. A la gente, segundas oportunidades. Lo cual incluye, irremediablemente, a mis personajes.
Porque sí.
Hemos llegado a 2020. La falta de tiempo libre no ha pesado más que mi compromiso por ellos, y espero que así sea cuando termine la siguiente década.
Brindo por ello... y por tener unos felices años 20.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Genios.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Supe que se trataba de ella, a pesar de no haberla visto nunca, en cuanto la vi doblar la esquina en la que se situaba la cafetería en dirección a la puerta. Más que caminar, Chrissy parecía desfilar por la calle. Con una confianza que sólo le había visto a otra chica, nada más y nada menos que Diana, Chrissy levantó la cabeza y miró el cartel con el nombre de la cafetería de los padres de Pauline, donde ésta la había convocado a petición mía.
               Al ver que ya no prestaba atención a lo que me contaba, algo del tiempo de cocción del pastelito que le había pedido, Pauline se giró en dirección a la puerta en el preciso instante en que Chrissy la empujaba, se quitaba el gorro de lana blanco de la cabeza y se bajaba la cremallera de una chaqueta de borreguillo marrón. La coleta de la francesa, como una cascada de carbón, bailó en su espalda.
               Si tuviera que definirla con una palabra, la que le tocaría a Pauline sería “elegancia”. Desde la forma en que me había recibido en cuanto me vio titubear frente a la puerta, acompañada de mis amigas, que habían venido conmigo hasta allí e incluso se habían ofrecido a esperar a Alec juntas; a la forma en que me había traído un poco de chocolate a la taza y un pastelito de queso que estaba que te morías del gusto, pasando por la forma en que me dio conversación cuando me notó nerviosa, a duras penas dando mordisquitos al pastel porque tenía el estómago cerrado, Pauline me recordó a esas damas de la alta sociedad francesa que ves en las películas y cuyo carisma hace que lamentes por un instante que la Revolución sucediera. Incluso su cuerpo desprendía esa elegancia: de piernas y brazos largos y delgados, tenía una ligerísima curva en las caderas que delataba que, a pesar de su oficio, en su cuerpo no había ni un centímetro de grasa. Tenía el vientre más plano que había visto en mi vida, el cuello más largo, y su mentón podría ser el modelo de exhibición de la obra maestra de un cirujano.
               Por el contrario, la palabra mejor le sentaba a Chrissy era “despampanante”. Un mujerón, como decía papá, de los que sólo veías en los vídeos musicales. Curiosamente su figura llena de curvas me recordó a Sofia Jamora, la modelo que había trabajado dos veces con papá, en los vídeos de Let Me y Entertainer, que había roto con los cánones de belleza en su época. Sus caderas y sus pechos eran más que generosos, tenía las piernas tonificadas y unos muslos que seguro que más de un chico se moría por azotar, y unos labios tan llenos como los de Angelina Jolie, todo ello terminado en una melena de un castaño claro que podrías confundir con rubio, que caía en los mechones ondulados propios de una surfista.
               Era como la versión mejorada de aquella modelo con la que papá había trabajado dos veces. Pensé que papá  Alec tenían el mismo gusto en las mujeres: les había gustado Sofia o Chrissy, les gustaba mi madre…
               Pauline y Chrissy eran increíbles a su manera, pensé. Cualquier chico se consideraría afortunado de estar con ambas, que representaban la perfección de las dos caras de la feminidad. Y Alec había tenido la suerte de tenerlas a la vez, lo cual tampoco era inmerecido. Las dos tenían cuerpos de modelos, tan lejos de mí que me hicieron preguntarme cómo es que, de entre las tres, era yo la que ahora tenía el privilegio de despertarme al lado de Alec siempre que lo deseara; me bastaba con pedirle que no me llevara a casa, y él me dejaría dormir con él. Era un poco injusto.
               -Has conseguido que venga-suspiré con alivio, notando que el nudo en mi estómago se deshacía un momento antes de formárseme dos. Ahora que Chrissy estaba allí, tenía que hablar sí o sí con ellas.
               -Sí-asintió Pauline, pasándose una mano por el cuello-. Es simpática.
               -¿Te ha costado mucho dar con ella?-quise saber, y Pauline se volvió para mirarme mientras Chrissy se quitaba su abrigo y se sacudía la nieve de las botas.
               -¿Cómo?
               -¿Tenías su número de antes?
               -No. Jamás habíamos coincidido hasta ahora-me reveló, levantándose para ir hacia el mostrador, frente al que una anciana se revolvía en el bolso para sacar su monedero-. Busqué su perfil en el Instagram de Alec y le hablé por allí.
               -Oh-asentí con la cabeza. Qué estúpida había sido. Podría haber hablado con ella directamente sin tener que molestar a Pauline, pero había estado demasiado ocupada siendo incapaz de usar la cabeza. Ni siquiera me había puesto en contacto con Pauline con ese mismo método, sino que me había pasado quince minutos tratando de localizar en Google Maps, a base de Street View, la pastelería, para así poder llamar por teléfono y que me pasaran por ella. Seguro que Pauline pensaba que era tonta. Y la verdad es que no se equivocaba.
               Chrissy hizo un barrido con sus ojos por la pastelería, deteniéndose en cada mesa. Sus ojos se clavaron en los míos, y sentí un nuevo tirón en el fondo de mi estómago que nada tenía que ver con los otros. No sólo estaba nerviosísima: también sentí la electricidad que había entre nosotras, y a medida que Chrissy se acercó a mí, sacudiendo las caderas como una modelo de ropa interior deportiva (pues sus curvas sólo entrarían en esa categoría), en el desfile de Victoria’s Secret, me di cuenta de que si había elegido el adjetivo “despampanante” no era casualidad. Asombrada, me percaté de que me gustaba como no me gustaba Pauline, que la elegancia no era lo mío, y sí más lo… explosivo.
               Intenté no hacerlo, pero basta para que una idea germine en tu cabeza para que ya no puedas dejar de darle vueltas. Me imaginé a Alec y Chrissy haciéndolo como no me lo había imaginado con Pauline, y mis mejillas se fueron encendiendo poco a poco a medida que mis fantasías tomaban tintes más y más salvajes. Traté por todos los medios de apartar de mi cabeza la imagen de la espalda musculada de Alec ocultando el torso desnudo de Chrissy, mientras sus piernas rodeaban la cintura de él y sus dedos seguían las líneas de aquellos músculos como tantas veces había hecho yo. Ella echaba la cabeza hacia atrás y gemía, y jadeaba cuando Alec le mordía la mandíbula mientras la penetraba más fuerte, más profundo, más…
               Esto había sido una mala idea. Había querido hablar con ellas para que me ayudaran a destruir los miedos que le asaltaban y que el sexo entre nosotros volviera a ser un espacio seguro. Pero ahora, viendo a Chrissy acercarse a mí, lo único que quería era probarla con Alec. Mirarlos juntos. Disfrutar de mirarlos. Y puede que arriesgarme a que él cayera en que había elegido mal.
               -Hola-saludó Chrissy, efusiva-. Eres Sabrae, ¿verdad?
               Parpadeé y noté la forma en que me ardían las mejillas mientras Chrissy tomaba asiento, dedicándole sólo una mirada a Pauline, que estaba en el mostrador seleccionando pasteles. La estrella de la función era yo.
               -Eh… no sé...-¿qué? ¿Cómo que no sabes? ¡Sabrae Gugulethu Malik! ¡Claro que Sabrae eres tú! ¡Eres la hija mayor de Zayn y Sherezade Malik, la segunda de cuatro hermanos, hermana pequeña de Scott y hermana mayor de Shasha y Duna, la única adoptada en tu familia más cercana y la primera de dos en todo tu círculo familiar! ¡Eres la mejor amiga de Amoke, y la casi novia de Alec! ¡Por supuesto que tú eres Sabrae!-. Esto… sí. Eh… yo…-vale, definitivamente pensaban que era retrasada-. ¿Cómo lo… sabes?-intenté cruzar las piernas, pero mis muslos demasiado gorditos me impidieron hacerlo, así que sólo le di una patada a Chrissy. Nada grave. Creo.
               Por Dios bendito, Sabrae, ¿has venido aquí a hacer el ridículo?

lunes, 23 de diciembre de 2019

La capacidad de seducción de un cactus.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La luz del sol me acarició los párpados, despertándome lentamente como lo hacía durante el verano, cuando era mucho más potente y suave a la vez. Eso fue lo primero que percibí de mi primer día en mi nueva vida, en una segunda oportunidad que el mundo me concedía y no estaba seguro de merecer.
               Lo segundo, fue su cuerpo. Menudo, cálido, acariciando el mío y acoplándose a mí como el mejor de los puzzles, absorbiendo mi calor corporal y regalándome el suyo, mientras me mecía suavemente con su respiración. Sabrae no estaba desnuda, como a mí me habría gustado, pero sí parecía a gusto, como si estuviera en el lugar que estuviera destinada a ocupar. Me la quedé mirando, sin aliento. Las pestañas le acariciaban las mejillas, más largas de lo que jamás se las había visto a ninguna chica; tenía la boca ligeramente contraída en una media sonrisa de la que me encantaría ser causa, y las estrellas de sus lunares espolvoreados sobre su nariz bailaban un lento vals al compás de su respiración. Tenía la mano colocada sobre mi pecho y una pierna entre las mías, con todo el pelo acariciándole la espalda y los hombros, cayendo en cascada sobre ella como si fuera la protagonista de un cuadro que le haría sombra en visitantes y fama a la mismísima Mona Lisa.
               Supe por su belleza y perfección que no lo estaba soñando. Que lo de la tarde pasada había ocurrido de verdad: había venido a verme, había luchado por mí, se había derrumbado a mis pies para que mis demonios y yo nos postráramos ante ella, y así poder decapitarlos. Me había hecho prometerle que nada se interpondría entre nosotros, ni siquiera ella, ni siquiera yo, y yo se lo había jurado con la solemnidad del caballero que jura proteger a su señora. Noté cómo un intenso amor crecía en mi pecho mientras una sonrisa se esparcía por mi boca, contemplando cómo el dorado del sol poco a poco dibujaba su silueta con sombras en las sábanas. Sin poder refrenar mis instintos, tiré de ella para abrazarla aún más a mí, y ella abrió los ojos, somnolienta.
               -Joder-gruñí con voz ronca, preñada de una emoción contenida a duras penas por tenerla allí conmigo, por quererla y ser correspondido-. Creía que lo había soñado.
               Sabrae parpadeó, tratando de enfocarme con sus preciosos ojos castaños, que reflejaban la luz del sol en un bonito tono chocolate.
               -¿El qué?-quiso saber con voz dulce, aniñada, y yo sentí ganas de comérmela a besos. Puede que aquella fuera la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida, la dueña de mi libido y la ama absoluta de mi cuerpo y mi placer, pero también era mi chica, mi niña. Había dentro de mí un monstruo que estaba dispuesto a escupir fuego y sacar las garras sólo por protegerla.
               -Que estabas aquí, conmigo-le aparté un mechón de pelo de la cara para poder verla en todo su esplendor, todo su rostro titiló cuando nos miramos y el universo explotó. Los dos éramos más poderosos que el espacio que nos rodeaba, y entre nosotros había una conexión más intensa que la que mantenía los planetas en sus órbitas, las estrellas en sus galaxias, las galaxias suspendidas en el espacio. Dejé mi mano hundida en su melena y le acaricié la mejilla con el pulgar.
               -No-respondió, acariciándome el mentón-. Esto es real. Muy real-ronroneó como una gatita, de la misma manera que lo hacían las actrices de las películas de acción la primera vez que conocían al protagonista, y con el que terminarían acostándose. En un tono sensual, pero a la vez, Sabrae sonó diferente. Íntima, confiada, cariñosa, segura de que lo que me había dicho era una verdad incuestionable. Se inclinó hacia mi boca y me besó despacio, dejando que nuestros labios se acariciaran como quien acaricia al cachorro que se convertirá en su mejor amigo durante muchos, muchos años.
               Yo sería su compañero más leal, si las mierdas que tenía dentro me dejaban. El perro más fiel que nadie hubiera visto nunca. Haría lo que fuera por ella. Mataría y moriría por ella. Suerte que ella jamás me pediría mi vida, porque eso significaría estar separados.
               Cuando se cansó de besarme, Sabrae se separó lo justo y necesario para mirar mi boca y morderse el labio.
               -Ya lyublyu tebya-me recordó, y yo sonreí. Le di un beso en la punta de la nariz y le respondí.
               -Ya tozhe lyublyu tebya-le respondí, y su sonrisa se ensanchó un poco más. No le había enseñado mucho de ruso, pero sí lo suficiente como para que me dijera que me quería y supiera comprenderme cuando yo le respondía que yo también a ella-. ¿Tengo que pensar que por fin te has declarado?-bromeé, acariciándole la espalda, y ella negó con la cabeza, emitiendo un sonido adorable cuando estiró los brazos por encima de su cabeza.
               -Sólo quiero que lo sepas. Me reservo mi as en la manga para cuando esté desnuda, debajo de ti, contigo en mi interior-suspiró, y yo me relamí los labios. Me imaginé poniéndome encima de ella ahora, quitándome los calzoncillos, liberando sus pechos, retirándole la ropa interior y penetrándola.
               -¿Es eso una sugerencia?-coqueteé, y Sabrae sonrió.
               -Está amaneciendo. Estoy cansada, y tú estás muy guapo-sus dedos toquetearon las puntas de mis mechones-. Hemos acordado un período de abstinencia, yo quiero hacerte disfrutar, y mañana seguramente tengas examen. Estás en último curso-me recordó.
               -Ya es mañana-repliqué, deslizando el cuello de su camiseta y besándole el hombro-. Y ya he superado mi examen más difícil.
               -Con un cinco raspado-me concedió-. Todavía tenemos que repasar un poco antes de que te vuelvas a presentar al examen.
               -No hay nada como unas buenas prácticas para coger experiencia-le acaricié la pierna y Sabrae se rió. Jugueteó con la piel que había detrás de mi oreja y lanzó un largo suspiro.
               -Me lo estás poniendo muy difícil para volverme a dormir-rió.
               -Porque sé que lo que más quieres ahora no es precisamente dormir. No eres caprichosa-le di un beso en los labios-. Venías con una idea en la cabeza cuando cruzaste la puerta de mi casa, y no ha pasado el tiempo suficiente como para haber cambiado de opinión.
               -Pero sí han pasado las suficientes cosas-replicó, elocuente-. Nunca he estado más cómoda contigo que cuando estamos haciendo el amor-sus dedos se deslizaron por mi mandíbula-. Y quiero que tú sientas lo mismo. Que estés igual de a salvo en mis brazos de lo que yo lo estoy en los tuyos.
               Le di un beso en la palma de la mano y asentí con la cabeza. Sabrae volvió a suspirar, se dio la vuelta y se tapó con la sábana hasta la nariz. Me pegué un poco a ella, que soltó una risita a notar mi erección en su culo, y después de un momento de vacilación por mi parte, alcanzó mi mano y se la pasó por la cintura. Suspiró una última vez antes de dormirse, y yo me quedé mirando la nube oscura de su pelo hasta que los párpados me volvieron a pesar tanto que no pude luchar contra el sueño.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Degenerados.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Se echó a reír, cínico. Aquel fue uno de esos momentos en los que me apeteció darle un tortazo para que espabilara, pero sabía que la violencia no era la solución por dos motivos: el primero, que estaba tan convencido de que esa violencia era herencia familiar, que usarla contra él sería contraproducente; y el segundo, que era mi novio, aunque yo no quisiera darle el título de manera oficial. Le debía un respeto que con mis hermanos no tenía.
               Así que simplemente me quedé allí plantada, con las rodillas a ambos lados de sus piernas, la cara a unos centímetros de la suya, mis pechos rozando su pecho y su aliento ardiendo en mi cara.
               -Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae. Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de justificar mi comportamiento de mierda, ¿eh?-preguntó, hiriente, dejando atrás el tono conciliador que había teñido su voz de cariño durante los últimos instantes, cuando me dejó acercarme a él de nuevo y así entrar en su vida otra vez-. ¡No soy buena persona, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza?
               -Sí lo eres-respondí, acariciándole las mejillas. Me regodeé en el hecho de que él no se apartó; a fin de cuentas, no estaba todo perdido-. Te lo demostraré-me puse en pie y me dirigí a su escritorio, donde su ordenador reposaba sobre una pila de libros arrugados, pero no demasiado utilizados.
               -El porno no tiene la culpa de todas las cosas malas que pasan en el mundo, Sabrae-gruñó.
               -De ésta, sí-me senté en el borde de la cama, a su lado, y levanté la tapa del ordenador. Miré mi reflejo desnudo en la pantalla negra, y por un instante me permití examinar mi anatomía y preguntarme si no habría algo más detrás de la elección de Alec con respecto a Zoe… pero enseguida aparté ese pensamiento de mi mente. No era propio de mí compararme con otras chicas; mamá me había inculcado que las demás no eran competencia sino compañeras, y no podía martirizarme por las decisiones de otras personas, que siempre escaparían a mi control. Además, Alec era joven, estaba en la flor de la vida y en plena explosión de su sexualidad, así que no podía recriminarle que le gustaran otras.
               Cuando apareció a mi lado, apoyándose detrás de mí para ver lo que yo veía, deseché todos esos pensamientos de un plumazo a la vez que él me apartaba la melena del hombro de forma casi inconsciente. Miró sus rizos entre mis dedos un segundo antes de volver la vista a mi reflejo. No miró mis pechos, sino mis ojos.
               No hay otras, me había dicho, y con eso me bastó. Con eso supe que aquellas inseguridades terminarían desapareciendo, igual que había acabado perdiendo el miedo a desnudarme frente a él, que había visto tantos cuerpos perfectos y sin embargo adoraba el mío por encima de los demás.
               Porque para mí, tampoco había otros.
               Alec deslizó la yema de los dedos por mi hombro, se perdió por mi espalda y la punta de estos apareció de nuevo en el reflejo oscuro cuando siguió el contorno de mi cuerpo, dibujando líneas en mi costado. Se me puso la carne de gallina y cerré los ojos cuando sus dedos llegaron al elástico de mis braguitas, que sin embargo no me retiró, como deseaba, ni sobrepasó, como anhelaba.
               -Hay muchas cosas que tendría que cambiar para poder merecerte. Pero tú sabes que el porno no es una de ellas.
               -Te equivocas-negué con la cabeza despacio, girándome para mirarlo directamente a los ojos, sin pantallas por en medio, sin distancia-. Y te lo voy a demostrar-le acaricié el mentón y le di un fugaz beso en los labios que no le disgustó. Una sonrisa fugaz le cruzó la boca, y mientras yo abría el navegador y tecleaba la misma palabra que había tecleado mi madre y que yo jamás me habría esperado escribir en ningún buscador, Alec se inclinó a un lado de la cama y alcanzó una camiseta y un marcador de plástico. Me los tendió y me preguntó qué prefería-. ¿Por qué?
               -Bueno, ya que parece que vas en serio con esta labor de investigación-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la lista de resultados de Google, que había volcado varios millones de resultados a “pornhub”-, me imagino que no te hará mucha gracia entrar en una página porno con las tetas al aire. Así que, ¿tapo la cámara, o te vistes?

domingo, 8 de diciembre de 2019

La pesadilla que amar.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Jordan se revolvió en su asiento, incómodo. A pesar de que me sacaba dos cabezas y tres años, la que llevaba la voz cantante ese momento era yo. Atrapado en su cobertizo sin tener escapatoria y sin autoridad realmente para echarme, Jordan se veía enjaulado como un leopardo de las nieves en una de jaulas de un zoo que no se había adaptado del todo a su modo de vida: en lugar de desfiladeros escarpados con roca desnuda y espolvoreados de nieve, se veía obligado a conformarse con un espacio de unos cincuenta metros cuadrados en que sus garras pisaban hierba, y sus patas escalaban por árboles más pensados para sus primos de la selva.
               Había nacido en cautividad, y no sabía lo que era la libertad, pero sus genes le decían que no estaba donde debía estar, ni con quien debía estar… igual que yo. Yo ya había estado en ese cobertizo y podría incluso considerarlo un hogar, pero si mi compañía no era la que había sido en su momento.
               A Jordan y a mí unos unía un lazo fortísimo con un único nudo que, sin embargo, estaba tan bien atado que ninguno de los dos podía deshacerlo: sólo el propio nudo, Alec, sería el que decidiera cuándo se rompería nuestra conexión. Es por eso que nos resultaba tan raro estar en la misma habitación sin él; cuando estás unida a una persona por medio de otra, la ausencia de la segunda hace que la primera se vuelva una desconocida.
               El eco de mi pregunta aún sonaba en el pequeño cobertizo en el que la televisión estaba silenciada, reproduciendo un episodio de una serie que yo no había visto en mi vida. Sabes a qué he venido, ¿verdad, Jordan?
               Le había puesto contra la espada y la pared, lo admito. Para él era muy violento tener que hablarme de lo que pasaba a Alec, pero mi desesperación me había llevado tan lejos que no iba a abandonar ahora. Jordan podía soportar un poco de incomodidad; yo, en cambio, me estaba consumiendo por el sufrimiento y las dudas. Aún me escocían los ojos de llorar delante de Diana, y me había prometido a mí misma que no lloraría más en cuanto Tommy se marchó, dejándonos solos.
               -Ojalá no lo supiera-contestó con cautela y una cierta amargura que me hizo sospechar que a él le hacía la misma gracia que a mí el tener que mantener esa conversación. Dio un sorbo del botellín de cerveza que tenía mediado sobre la mesa de los mandos y procuró evitar el contacto visual conmigo.
               -Ojalá no tuviera que recurrir a ti y pudiera hablarlo con él directamente, pero así están las cosas-entrelacé los dedos sobre mi regazo como hacía mi madre cuando les explicaba a unos clientes que el caso que le habían traído estaba muy jodido, pero que haría lo posible por sacarlo adelante.
               -Siento que me estoy metiendo donde no me llaman, Sabrae. Lo que pase entre Alec y tú es cosa de Alec y tú, nada más-me miró con cierta dureza en la mirada, pero supe que no era para mí. Jordan era leal a sus amigos, y Alec era su mejor amigo, así que no iba a venderlo así como así. Y, sin embargo, sabía, igual que yo, que Alec se estaba portando mal conmigo. Me lo quedé mirando desde la distancia del sofá, y me descubrí teniendo pensamientos absurdos sobre nuestro parecido (sólo nuestra piel, en realidad), y si eso tendría algo que ver con Alec. Podría incluso haberme puesto a reflexionar sobre si el hecho de que Jordan y yo fuéramos negros tendría algo que ver con una especie de fetiche que tuviera Alec, y que su genética finalmente le hubiera dado un toque de atención, pero lo cierto es que la teoría de la segregación racial no era algo que se compartiera en mi casa, así que ni tuve que desechar ese pensamiento. Jordan y yo no teníamos nada que ver más allá de nuestras pieles más oscuras que la media en Inglaterra y el chico que nos venía a la mente cuando alguien nos hablaba de “la persona en la que más confías en el mundo”.
               Yo no quería perder esa confianza, y si tenía que luchar por ella con otras personas, lo haría.
               -Yo te estoy llamando-sentencié-. Te lo repito: me hace tanta gracia recurrir a ti como a ti que lo haga, pero es lo que hay. Alec me tiene a oscuras. Me ha echado el cerrojo y no quiere escucharme para que le convenza de que le abra la puerta por muy alto que yo le grite.
               -Puedes volver a esperarlo en su habitación-respondió Jordan con fingida indiferencia-. Annie te dejará entrar.
               Lo atravesé con la mirada y contuvo un estremecimiento. Soy una Malik, me recordé para infundirme ánimos. He crecido con confianza en mí misma, y no puedo perderla ahora.
               -No quiero echar un último polvo con él antes de echarlo de mi vida. Y tú, en el fondo, tampoco quieres que lo haga.
               Jordan parpadeó y subió un pie al sofá. Se  sujetó la pierna doblada con las manos entrelazadas y sorbió por la nariz.
               -No te tocará un pelo esta noche-declaró-. Ni aunque tú fueras a verlo.
               Se me encogió el estómago al escucharlo. Lo sospechaba. En el fondo, lo sospechaba. Pero necesitaba que alguien me lo dijera para poder recibir el golpe, y que empezara el dolor. No podía procesar lo que me estaba pasando, el vacío que sentía en mi interior; el dolor, en cambio, era algo tangible, cuantificable. Podía matarme o podía sobrevivirle, pero al menos no me desconectaba por dentro como lo hacía el vacío. Tragué saliva, mirando un momento al suelo para recomponerme, y volví a levantar la mirada cuando me sentí preparada.
               -¿Quiere dejarme, Jordan?-quise saber con un hilo de voz que sonó infantil, débil, indefenso. Noté que se me agolpaban las lágrimas en las comisuras de los ojos, pero no me permití llorar.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Heartless.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Ya sabía que llegábamos tarde incluso antes de llegar a casa de los Tomlinson, con esa certeza titilante que baila en un rincón de tu mente en el momento en que te das cuenta de que has esperado demasiado. Igual que si te despiertas dos horas antes de la hora de despegue de tu avión y el aeropuerto ya está a una hora de tu casa, y en el momento en que miras el despertador que no ha sonado ya sabes que has perdido un vuelo al que todavía no han mandado embarcar a nade, mientras iba a la calle de los Tomlinson con Duna sobre mis hombros, supe que mi hermano no iba a estar allí. Y me culpaba por ello.
               Me había pasado la tarde entera sentada frente a mi ordenador, viendo una película cuyo nombre y trama no recordaba, con el teléfono a mi lado vuelto sobre la carcasa, para que si me llegaba un mensaje lo viera al instante. Deseaba con toda mi alma que Alec me enviara una simple pregunta, “¿haces algo esta noche?”, para que todos mis miedos se disiparan como la bruma a orillas del Támesis cuando sale el sol. Pero ese mensaje no había llegado, y yo había ido poniéndome más y más nerviosa, más y más tensa, y más y más triste, a medida que pasaban los minutos y yo me convencía de que estaba esperando a la desesperada.
               Incluso había sido débil un par de ocasiones y había pensado en enviarle un mensaje yo. Las palabras se agolpaban en mi cabeza hasta formar una maraña en la que tenía la esperanza de poder atrapar a Alec, cortándole unas alas que yo misma le había  entregado pero que egoístamente deseaba que no usara. No quiero que nos pase nada malo, y creo que si te acuestas con Zoe me afectaría más de lo que debería, así que por favor, sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero no hagas nada con ella.
               Demasiado largo.
               No hagas nada con Zoe. Me hará daño.
               Demasiado doloroso.
               No necesitas a otra. Me tienes a mí. Hazme lo que quieras.
               Demasiado suplicante.
               Pásalo bien esta noche. Yo lo intentaré.
               Demasiado cínico, y nada de mi estilo… y una excusa perfecta que él podría usar si a mí se me ocurría echarle en cara que sintiera deseo por otras chicas, algo que me decía que era completamente normal, pero que en el fondo era como un puñal incandescente retorciéndose en mis entrañas.
               Por favor, no hagas nada con Zoe. Sé que no debería, pero me va a afectar. Te quiero. No quiero perderte, pero no sé si podré perdonarte. Y eso que no tengo nada que perdonarte, porque te he dado permiso. La cuestión es… que no quería darte permiso, no realmente. No tengo derecho a pedírtelo, ni a sentirme mal, porque yo he sido la primera que nos he puesto límites, pero si te dije que podías hacer lo que quisieras con Zoe (o con la chica que quisieras, realmente), es porque sólo quiero que hagas cosas conmigo. Quiero que mires a una chica y te apetezca llevártela a la cama durante unos segundos, y luego recuerdes que soy completa, absoluta e irrevocablemente tuya y que sonrías porque de alguna forma absurda he conseguido convencerte de que yo soy mejor que las demás, que merezco el privilegio de ser a la que más deseas, y que lo único mejor que lo que te apetece hacer con una desconocida que está buenísima y por la que no podría reprocharte que te sintieras atraído, es hacer eso mismo conmigo. Ojalá ella no viniera y no estuviéramos en esta tesitura, ojalá mis putas inseguridades no me hicieran tener miedo de cada chica a la que miras porque son todas mejores que yo y tú te mereces a alguien que te llene, que te complazca y que no se asuste en ningún momento cuando estáis en la cama. Te mereces a una mujer y no a la puta cría que soy, pero la cuestión es que esta puta cría haría lo que fuera por ti, y lo hará si se lo pides, igual que sabe que también harás lo que sea por ella, así que por eso te lo pide que simplemente no hagas nada… porque quiere seguir haciendo lo que sea por ti, quiere conservar lo que tenéis, amor puro, incondicional, sin ningún tipo de rencor. No sabes lo difícil que es encontrar a tu persona en el mundo, y tú eres la mía, Al, y no debería dejar que mi estúpido orgullo se metiera entre nosotros y…
               Ni siquiera sabía por dónde empezar a desgranar ese mensaje, más propio de un pasaje de la Biblia que de un texto enviado por Telegram, así que con un nudo en el estómago, presioné la tecla de la goma de borrar y vi cómo mis sentimientos se iban esfumando en el ciberespacio, sin conseguir siquiera acceder a él. Me hice un ovillo en la cama, cerré los ojos, me puse los auriculares, le pedí a Siri que me pusiera una selección de la música más triste que pudiera encontrar en mi móvil, y me eché a llorar con la primera canción. No sé si me quedé dormida o simplemente me caí en un agujero de gusano que hizo que el tiempo y el espacio dejaran de ser una verdad inamovible para mí, pero el caso es que cuando quise darme cuenta, en el espacio de silencio que hay entre dos canciones en el que caben un millón de sentimientos encontrados, había dejado de llorar. Puede que ya no me quedaran lágrimas o puede que me hubiera autoconvencido de que me daba igual.
               Y pude escuchar a mi padre preparándose para llevar a Duna a casa de los Tomlinson, donde iba a pasar la noche. Se me encendió la bombilla al instante: si me iba con mi padre, tal vez no fuera tarde y pudiera encontrarme con Scott. Le pediría a mi hermano que me llevara con ellos de fiesta; le diría que tenía que hablar algo muy urgente con Alec, y Scott no podría negarse. Me bajaría la Luna del cielo si yo se la pedía, así que conducirme hasta uno de sus amigos no era nada en comparación. Además, estaba Diana. Le diría que había cambiado de opinión, que le pidiera a Zoe que me perdonara, pero que prefería que se mantuviera a una prudente distancia de Alec. Me gustaba la monogamia, a fin de cuentas, si la compartía con él.
               De modo que me enfundé el primer jersey que encontré en el armario, me puse unos pantalones negros con las botas militares, y bajé zumbando las escaleras de mi casa. Pillé a papá asegurándose de que embutía a conciencia a Duna en un abrigo que la hacía triplicar su tamaño y con el que apenas podía moverse, estrangulándola con una bufanda que le daba tantas vueltas  a la cara que apenas podía ver, y con un gorrito con un pompón de colores cubriéndole la cabeza y convirtiéndola en el espantapájaros más friolero de la historia. Papá levantó la mirada con el ceño ligeramente fruncido, mientras Duna trabajosamente giraba sobre sus pies para poder mirarme también.
               -¿Puedo ir con vosotros?
               -Claro que…-empezó papá.
               -¡No!-tronó mamá, asomándose al recibidor-. ¿Con el frío que hace, pretendes ir así, sin coger un abrigo siquiera? De eso nada, ¡te quedas en casa!
               -Pero, ¡papá!-lloriqueé, volviéndome hacia él, que puso los ojos en blanco y suspiró.
               -Vete a por un abrigo.
               -Zayn-protestó mamá.