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Ya sabía que llegábamos tarde incluso antes de llegar a
casa de los Tomlinson, con esa certeza titilante que baila en un rincón de tu
mente en el momento en que te das cuenta de que has esperado demasiado. Igual
que si te despiertas dos horas antes de la hora de despegue de tu avión y el
aeropuerto ya está a una hora de tu casa, y en el momento en que miras el
despertador que no ha sonado ya sabes que has perdido un vuelo al que todavía
no han mandado embarcar a nade, mientras iba a la calle de los Tomlinson con
Duna sobre mis hombros, supe que mi hermano no iba a estar allí. Y me culpaba
por ello.
Me
había pasado la tarde entera sentada frente a mi ordenador, viendo una película
cuyo nombre y trama no recordaba, con el teléfono a mi lado vuelto sobre la
carcasa, para que si me llegaba un mensaje lo viera al instante. Deseaba con
toda mi alma que Alec me enviara una simple pregunta, “¿haces algo esta
noche?”, para que todos mis miedos se disiparan como la bruma a orillas del
Támesis cuando sale el sol. Pero ese mensaje no había llegado, y yo había ido
poniéndome más y más nerviosa, más y más tensa, y más y más triste, a medida
que pasaban los minutos y yo me convencía de que estaba esperando a la
desesperada.
Incluso
había sido débil un par de ocasiones y había pensado en enviarle un mensaje yo.
Las palabras se agolpaban en mi cabeza hasta formar una maraña en la que tenía
la esperanza de poder atrapar a Alec, cortándole unas alas que yo misma le
había entregado pero que egoístamente
deseaba que no usara. No quiero que nos
pase nada malo, y creo que si te acuestas con Zoe me afectaría más de lo que
debería, así que por favor, sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero no hagas
nada con ella.
Demasiado largo.
No hagas nada con Zoe. Me hará daño.
Demasiado doloroso.
No necesitas a otra. Me tienes a mí. Hazme
lo que quieras.
Demasiado suplicante.
Pásalo bien esta noche. Yo lo intentaré.
Demasiado cínico, y nada de
mi estilo… y una excusa perfecta que él podría usar si a mí se me ocurría
echarle en cara que sintiera deseo por otras chicas, algo que me decía que era
completamente normal, pero que en el fondo era como un puñal incandescente
retorciéndose en mis entrañas.
Por favor, no hagas nada con Zoe. Sé que no
debería, pero me va a afectar. Te quiero. No quiero perderte, pero no sé si
podré perdonarte. Y eso que no tengo nada que perdonarte, porque te he dado
permiso. La cuestión es… que no quería darte permiso, no realmente. No tengo
derecho a pedírtelo, ni a sentirme mal, porque yo he sido la primera que nos he
puesto límites, pero si te dije que podías hacer lo que quisieras con Zoe (o
con la chica que quisieras, realmente), es porque sólo quiero que hagas cosas
conmigo. Quiero que mires a una chica y te apetezca llevártela a la cama
durante unos segundos, y luego recuerdes que soy completa, absoluta e
irrevocablemente tuya y que sonrías porque de alguna forma absurda he
conseguido convencerte de que yo soy mejor que las demás, que merezco el
privilegio de ser a la que más deseas, y que lo único mejor que lo que te
apetece hacer con una desconocida que está buenísima y por la que no podría
reprocharte que te sintieras atraído, es hacer eso mismo conmigo. Ojalá ella no
viniera y no estuviéramos en esta tesitura, ojalá mis putas inseguridades no me
hicieran tener miedo de cada chica a la que miras porque son todas mejores que
yo y tú te mereces a alguien que te llene, que te complazca y que no se asuste
en ningún momento cuando estáis en la cama. Te mereces a una mujer y no a la
puta cría que soy, pero la cuestión es que esta puta cría haría lo que fuera
por ti, y lo hará si se lo pides, igual que sabe que también harás lo que sea
por ella, así que por eso te lo pide que simplemente no hagas nada… porque
quiere seguir haciendo lo que sea por ti, quiere conservar lo que tenéis, amor
puro, incondicional, sin ningún tipo de rencor. No sabes lo difícil que es
encontrar a tu persona en el mundo, y tú eres la mía, Al, y no debería dejar
que mi estúpido orgullo se metiera entre nosotros y…
Ni siquiera sabía por dónde
empezar a desgranar ese mensaje, más propio de un pasaje de la Biblia que de un
texto enviado por Telegram, así que con un nudo en el estómago, presioné la
tecla de la goma de borrar y vi cómo mis sentimientos se iban esfumando en el
ciberespacio, sin conseguir siquiera acceder a él. Me hice un ovillo en la
cama, cerré los ojos, me puse los auriculares, le pedí a Siri que me pusiera
una selección de la música más triste que pudiera encontrar en mi móvil, y me
eché a llorar con la primera canción. No sé si me quedé dormida o simplemente
me caí en un agujero de gusano que hizo que el tiempo y el espacio dejaran de
ser una verdad inamovible para mí, pero el caso es que cuando quise darme
cuenta, en el espacio de silencio que hay entre dos canciones en el que caben
un millón de sentimientos encontrados, había dejado de llorar. Puede que ya no
me quedaran lágrimas o puede que me hubiera autoconvencido de que me daba
igual.
Y pude
escuchar a mi padre preparándose para llevar a Duna a casa de los Tomlinson,
donde iba a pasar la noche. Se me encendió la bombilla al instante: si me iba
con mi padre, tal vez no fuera tarde y pudiera encontrarme con Scott. Le
pediría a mi hermano que me llevara con ellos de fiesta; le diría que tenía que
hablar algo muy urgente con Alec, y Scott no podría negarse. Me bajaría la Luna
del cielo si yo se la pedía, así que conducirme hasta uno de sus amigos no era
nada en comparación. Además, estaba Diana. Le diría que había cambiado de
opinión, que le pidiera a Zoe que me perdonara, pero que prefería que se
mantuviera a una prudente distancia de Alec. Me gustaba la monogamia, a fin de
cuentas, si la compartía con él.
De
modo que me enfundé el primer jersey que encontré en el armario, me puse unos
pantalones negros con las botas militares, y bajé zumbando las escaleras de mi
casa. Pillé a papá asegurándose de que embutía a conciencia a Duna en un abrigo
que la hacía triplicar su tamaño y con el que apenas podía moverse,
estrangulándola con una bufanda que le daba tantas vueltas a la cara que apenas podía ver, y con un
gorrito con un pompón de colores cubriéndole la cabeza y convirtiéndola en el
espantapájaros más friolero de la historia. Papá levantó la mirada con el ceño
ligeramente fruncido, mientras Duna trabajosamente giraba sobre sus pies para
poder mirarme también.
-¿Puedo
ir con vosotros?
-Claro
que…-empezó papá.
-¡No!-tronó
mamá, asomándose al recibidor-. ¿Con el frío que hace, pretendes ir así, sin
coger un abrigo siquiera? De eso nada, ¡te quedas en casa!
-Pero,
¡papá!-lloriqueé, volviéndome hacia él, que puso los ojos en blanco y suspiró.
-Vete
a por un abrigo.
-Zayn-protestó
mamá.
-Me
hará compañía a la vuelta-zanjó mi padre, y por una vez, mamá decidió que no
merecía la pena discutir. Me subió la cremallera del abrigo hasta arriba cuando
bajé con él puesto, me rodeó el cuello con una bufanda y frunció el ceño en
dirección a mis leggings de algodón, que también usaba en verano, pero no dijo
nada.
Supongo
que esos minutos que tardé en ponerme el buscar el abrigo fueron los que
hicieron que llegáramos tarde, y mi corazón ya sabía que no íbamos a lograrlo
en cuanto atravesé la puerta de la calle. Duna iba muy despacio, y le suplicaba
a papá que la aupara y la llevara sobre sus hombros, pero papá estaba cansado y
la dejó en el suelo apenas giramos la esquina de nuestra calle, así que me tocó
a mí. Y, claro, yo no soy tan fuerte como él, así que fui más despacio aún… y
eso que conseguí que fuéramos más deprisa que si mi hermana hubiera tenido que
ir sola.
Llamé al timbre de casa de los Tomlinson con
el corazón en un puño, y mientras los pasos del interior se acercaban, papá
cogió a Duna y la levantó de mis hombros, haciendo que me sintiera un gramo más
ligera. Un mísero gramo.
Louis
nos abrió la puerta, con un cigarro a medio consumir en la mano. Nos saludó y
nos indicó que pasáramos con un gesto de la cabeza, y cuando papá iba a
atravesar la puerta, se colocó cortándole el paso.
-No
queremos nada, gracias-comentó, dando una calada de su cigarro. Papá lo fulminó
con la mirada.
-Quítate
de en medio, Louis.
-Ya
te gustaría-respondió el padre de Tommy y Eleanor mientras Duna trotaba al
interior de la casa para abrazarse con Astrid, que se puso a chillar nada más
verla, como si no supiera que iba a dormir en su casa. Afiné el oído por encima
de los gritos de las niñas y las pullas de mi padre y Louis con la esperanza de
oír el runrún de un grupo de adolescentes preparándose para salir de fiesta, pero
sólo me encontré con un silencio desolador.
Tommy,
Zoe, Diana y Scott ya no estaban en casa. De Eleanor no sabía nada, pero
tampoco es que fuera mi prioridad esa noche. Me quedé allí plantada, en la
puerta que comunicaba el salón con el recibidor, sintiéndome una completa
estúpida y deseando haber tenido las luces suficientes para haberme traído el
móvil. Cuando Eri salió de una de las habitaciones del piso inferior de su casa
para venir a recibirnos, esbocé una sonrisa triste que ni siquiera me subió a
los ojos.
-¿Y
mi querido primogénito, el único vástago varón que he conseguido traer a este
mundo?-preguntó papá, yendo a saludar a Eri. Louis frunció el ceño.
-¿Por
qué hablas así? Pareces el puñetero Lord Byron.
-Porque
al contrario que otros-le dedicó una
mirada cargada de intención mientras le daba un beso a Eri en la mejilla-, yo
no soy un puto desempleado de la industria musical que necesita
desesperadamente de cierta banda para poder pagarse la hipoteca.
-Está
feísimo que hables así de Liam cuando no está presente, Zayn. Debería darte
vergüenza-acusó Louis, echándose a reír.
-¿Qué
tal el disco, Zayn?-preguntó Eri.
-Una
mierda.
-Siempre
dices que es una mierda y al año siguiente estás dedicándole otro Grammy a
Sher.
-El
siguiente te lo voy a dedicar a ti, ya que tu marido es incapaz de conseguir
que le den un premio-papá le guiñó un ojo y los dos se echaron a reír.
-Pero,
¡si tengo más premios que tú, fantasma!-se picó Louis, dando un paso hacia él.
Miré en derredor, deseando que Tommy apareciera por algún lado, porque eso
significaba que tanto Scott como Diana estaban en casa. Me descubrí deseando
también que a Zoe le pasara algo de camino a la fiesta (nada grave; con una
torcedura de tobillo me conformaba), y viéndose obligada a regresar a casa para
descansar. Era una persona horrible, lo sé.
-¿Quieres
un poco de té, Zayn?-ofreció Eri cuando papá y Louis empezaron a discutir,
medio en broma medio en serio.
-¿Ha
escupido este animal dentro?-quiso saber papá.
-Aún
no me ha dado tiempo.
-Ven,
Saab. Te prepararé un chocolate-Eri me rodeó de manera maternal los hombros y
me condujo a la cocina, donde me sentó sobre uno de los taburetes de metal
mientras ponía a hervir un poco de chocolate en polvo que ya tenía preparado,
supongo que para tomárselo por la noche y tratar de relajarse mientras los
monstruitos que le tocaba vigilar le destrozaban la casa-. Estás muy callada,
peque. ¿Qué te pasa?
Papá
me acarició el cuello y yo me estremecí. Supe en ese instante que ya me había
notado rara antes de salir de casa, pero no me había dicho nada para dejarme
espacio. Negué con la cabeza.
-Es
que estoy un poco acatarrada.
-Pues
entonces, ¿para qué vienes? Deberías haberte quedado en casa, cómoda y
calentita.
-Eres
un padre pésimo, Zayn.
-Cierra
la boca, Louis.
-Me
apetecía veros-lo cual no era mentira, aunque prefería ver a mi hermano y a
Diana, la verdad. Eri exhaló un gemido y me dio un beso en la mejilla,
comentando lo “rica” que era.
-Es
increíble que tengas una hija tan educada habiéndola criado tú-espetó Louis.
-Quiero
que sepas que en ese “veros” no estás incluido tú-comentó papá.
-Vete
a la mierda.
-Supongo
que hoy tenías un incentivo, ¿verdad?-sonrió Eri, acariciándome la espalda con
cariño mientras me entregaba la tacita de chocolate caliente. Di un sorbo y
noté cómo se me pasaba un poco la tristeza, pero sólo un poco. El dulzor del
chocolate no era suficiente para combatir lo amargo de mi noche-. Querías
conocer a Zoe-sentí una arcada de puros nervios cuando pronunció el nombre de
la chica con la que Alec iba a traicionarme-. Pues no los habéis visto por los
pelos-murmuró, aceptando la taza que Louis le tendió-. Se acaban de ir. Ni
siquiera han querido cenar en casa-suspiró, negando con la cabeza, y yo me
concentré en el reflejo marrón que había en la superficie de mi chocolate. Si
hubiera estado más espabilada y hubiera cogido el puñetero abrigo antes de
bajar como un bólido…-. Aunque Diana me había comentado que ibais a salir un
día, en plan tarde de chicas.
-Sí,
esa era la idea-asentí despacio y di un sorbo del chocolate, concentrándome en
tragármelo, a la par que mis ganas de llorar.
-¿Qué
tal es, por cierto?-quiso saber papá.
-Parece
buena chica. La verdad es que tampoco hemos estado mucho tiempo con ella. A las
comidas, y poco más. Cuando Diana tiene que ir al instituto, se queda
durmiendo. El jet lag.
-Lo
que sí sabemos fijo es que es guapa-aportó Louis.
-Algo
a lo que no pareces acostumbrado-pinchó papá.
-Gracias
por la parte que me toca, Zayn.
-Es
ironía, Eri, mujer. Sus hijos son bastante monos. Especialmente, Eleanor.
Aunque, bueno, ha salido a su madre-papá se inclinó en la mesa y dio un sorbo
de su té mientras Eri se echaba a reír y Louis alzaba las cejas.
-Eh…
¿os busco un hotel, o algo, o me voy a dar una vuelta?
-A mí
con que te vayas a dar una vuelta me basta, cariño.
-Vale,
entonces no será muy larga; no quiero que tengas que darle demasiada
conversación después.
-Cabrón-rió
papá por lo bajo, negando con la cabeza.
-¿Y
Scott, cómo lo lleva? Lo de estar en casa, me refiero.
-Va a
ser un amo de casa estupendo. Y la verdad que a todos nos viene genial. Como se
pasa toda la mañana en casa porque no tiene nada que hacer, él es el que hace
la comida, así que Sher puede descansar cuando vuelve del despacho. Ahora,
anímicamente-papá me miró y los dos arrugamos la nariz-. Ha estado peor,
evidentemente, y ahora parece más animado por el tema de que ya vuelve a estar
bien con Tommy, pero yo creo que tarde o temprano le va a volver a dar un
bajón. Y no es para menos.
Me
sentí una persona horrible. Yo preocupándome por que Alec se fuera a tirar a
otra, y mientras tanto mi hermano encerrado en casa sin un futuro prometedor a
la vista. Con lo buen estudiante que era, me parecía una injusticia tremenda
que le hubieran negado todas las oportunidades sólo por defender a la que
entonces ni siquiera era su chica. Un comportamiento como el suyo debería
premiarse en lugar de castigarse.
-Seguro
que todo se arregla.
-Sher
y yo ya estamos mirando cosas para presentarle unas cuantas opciones, pero
seamos realistas: tiene el curso perdido. Y no poder graduarse con sus amigos
es una putada del quince.
Dímelo a mí, pensé, recordando la
amargura que vestía las palabras de Alec cuando hablaba con fingida
indiferencia de que no conseguiría graduarse y tendría que ver a sus amigos
recoger sus diplomas sentado en el patio de butacas.
-Tiene
más alternativas-comentó Louis, y papá lo miró-. Sabes que le iría bien.
-Se
parece a mí.
-Pues
por eso, precisamente.
Papá
sonrió, cansado.
-Scott
se suicidaría antes de dejar que yo le enchufara en algún trabajo.
-¿Por
qué dices eso, Z?
-Porque
se parece a mí, Eri. Y eso no le gusta.
-Scott
es tonto-aporté yo, y papá sonrió en mi dirección, me acarició la espalda y me
guiñó un ojo.
-Por
lo menos le queda ser guapo.
-Eso
es verdad-me reí. Eri nos miró un momento, dejó con cuidado su taza de té sobre
la superficie de mármol de la isla de su cocina y, para cambiar de tema, se
dirigió directamente a mí, ya que no le gustaba que papá se disgustara. Le
tenía mucho cariño; en cierto sentido, por mucho que se hubiera casado con el
que era su favorito en One Direction, mi padre era su debilidad.
-Bueno,
Saab. ¿Y tú qué? Me han dicho que te lo pasaste bastante bien los dos últimos
fines de semana. Estás teniendo una luna de miel por fascículos, si no lo he
entendido mal, ¿verdad?
Otra
vez, mi estómago dio un triple salto mortal y se enganchó en sí mismo. La
cabeza empezó a darme vueltas y sentí que el mundo se oscurecía por sus bordes,
como si me taparan parte de la cara con una visera como la que les ponen a los
caballos en Andalucía, para que sólo puedan ver al frente. Sin embargo, no
podía dejar que se notara. No quería que me preguntaran y derrumbarme. Y papá
ya tenía bastantes cosas por las que preocuparse como para que yo me sumara a
esa lista.
-Muy
bien. Me lo pasé muy bien-di un sorbo de mi chocolate con la esperanza de que
alguien saliera a mi rescate o cambiaran de tema, porque a fin de cuentas la
vida sexual de una chiquilla de 14 años no resulta muy interesante para un
grupo de adultos que llevan bastantes años casados.
-Nada,
Zayn-Louis le dio una palmada a mi padre en el hombro-. En breves tienes
nietos. Para que luego dijerais que yo era el viejo.
-Cállate,
Louis.
Empezaron
a pelearse de nuevo, como también hacían Scott y Tommy cuando estaban juntos, y
yo sentí mucha envidia de ellos. Ojalá la relación que más parecido tenía con
la de papá y Louis o Scott y Tommy me durara más de unos meses. Sentía que lo
mío con Alec estaba a punto de ser herido de muerte y no había nada que pudiera
hacer para evitarlo. Me sentía estúpida, inútil, y una cobarde por no querer
poner mis cartas sobre la mesa. Ni siquiera se trataba de mi orgullo esta vez,
lo cual era aún peor, porque eso puede disculparse; creía que era insuficiente,
a pesar de que Alec había insistido un millón de veces en que no era así, en
que él me veía con unos ojos que yo adoraría si pudiera utilizarlos; y, a la
vez, empezaba a culpar a Alec y a detestarlo porque era él quien me estaba haciendo sentir así. Sé que es normal sentirse
atraído por otras personas cuando estás en una relación, pero teorizar sobre
sentimientos no tiene nada que ver con finalmente sentirlos en tus propias
carnes.
Me
quedé mirando al exterior, perdida en mis pensamientos, intentando que no se me
notara cómo mi mente se iba cayendo por una espiral gélida, mientras papá y
Louis seguían peleándose. Papá le había dicho que no sabía qué esperaba Louis
haciendo que Diana viviera literalmente encima de Tommy si luego se sorprendía
de que terminaran enrollándose, puesto que el roce hacía el cariño (dímelo a mí) y los dos estaban en edades
muy malas (de nuevo, dímelo a mí).
-¿Y
dónde querías que la metiéramos? Harry me pidió a mí que la cuidara, no a ti.
No pretenderías que la enviara a tu casa. De todas formas, poco importa ahora,
¿no? El caso es que… lo hecho, hecho está, y si te soy sincero, estoy muy
orgulloso de Tommy. Es un puto triunfador. Se ha liado con una modelo, y sin
ser famoso. ¿Cuántos chavales de su edad consiguen eso?
-Te
ha salido guapo, Louis. Es decir… para los genes que tiene…
-¡Vete
a la mierda!
Pero
yo no podía dejar de darle vueltas a lo que había dicho Louis. Consideraba que
Tommy había conquistado a Diana (cuando más bien había sido al revés, o por lo menos
eso parecían asegurar ellos), y la relación de Tommy y Diana había empezado de
una forma bastante parecida a la de Alec y yo. La diferencia estaba en que
seguro que Diana no se amedrentaba cuando aparecían otras chicas. Desde luego,
no lo había hecho cuando Tommy empezó a desarrollar sentimientos por Layla. ¿Y
si era eso lo que Alec esperaba? ¿Quería tener una relación como la de Diana y
Tommy, y sólo se había armado de valor para decírmelo al ver que aparecía una
candidata digna de decir lo que verdaderamente deseaba?
¿Yo
había sido una conquista también? No. No
seas boba. Alec te quiere.
Pero Tommy también quería a
Diana. Y eso no le había impedido desarrollar sentimientos por otra chica.
Cosa
que yo no quería que sucediera con Alec. Pero tampoco podía pedírselo. No era
su novia. A todos los efectos, la relación de Tommy y Diana era más seria que
la mía con Alec; por lo menos ella no era una cobarde que tenía miedo de
enamorarse demasiado de él y tener que sobrevivir a su ausencia durante un año,
cuando Tommy se fuera con mi hermano de mochilero por Europa. Si es que se iba.
Y, si
Diana no le pedía que se reprimiera, menos derecho tenía a hacerlo yo.
Me
terminé mi chocolate y fui al salón a mirar cómo jugaban Astrid, Dan y Duna,
sin animarme a participar en sus juegos a pesar de que yo siempre los volvía
mucho más interesantes. No podía dejar de darle vueltas a eso. ¿Iba a ser
siempre así, a partir de entonces? ¿Cada vez que apareciera una chica guapa, yo
tenía que apartar la mirada mientras Alec iba a por ella? ¿Había venido él a
por mí de la misma forma y yo no me había dado cuenta? ¿E iba a avergonzarme de
esos sentimientos, dejando que me alejaran de mi familia, haciéndome sentir
fuera de lugar incluso cuando estaba en una habitación llena de gente que me
quería, que me había cuidado cuando era un bebé, y que aún se desvivía por mí?
No
podía apartar esas ideas de mi cabeza, como si fueran unos arbustos
particularmente tozudos que no dejaban de salir en mi jardín. Y no es porque no
hubiera gente tratando de ayudarme; Louis me dio un beso en la mejilla y me
acarició la espalda con un aire paternal que me recordó mucho a papá, Eri me
achuchó entre sus brazos y me dio unos besos que resonaron como un gong en un
palacio imperial chino, y papá caminó a mi lado en un silencio respetuoso,
cargado de confianza, dejando que fuera yo quien diera el primer paso. Ese
primer paso fue un suspiro por mi parte mientras echaba la vista atrás,
metafórica y literalmente hablando, y me preguntaba a mí misma si quería pensar
tan mal de Alec como para creer que todo había sido una estrategia. Mi alma y
mi corazón se resistían a creer que yo hubiera sido conquistada, pero mi
cerebro me decía que no fuera estúpida. El estúpido era él, sin embargo: la
confianza estaba en la mente, y no en el corazón, y yo seguía confiando en él.
Me resistía a dejar de hacerlo.
Pero
todo era tan raro…
-¿Querías
ir de fiesta?-preguntó papá al ver cómo me giraba, y yo le miré.
-¿Eh?
-Parecías
ansiosa por llegar a casa de Louis y Eri, y luego, cuando viste que tu hermano
se había ido, nada. Simplemente… triste.
-Un
poco-admití, dándole una patadita a una piedra. A papá no podía mentirle. No
del todo, al menos.
-¿Quieres
que te acompañe?-se ofreció, parándose en seco, con las manos en los bolsillos
de la chaqueta y nubes de vaho saliendo de su boca como si fuera una
locomotora.
-¿Adónde?
-De
fiesta. Buscamos a tu hermano y te puedes quedar con él.
-¿Con
estas pintas?-me tiré inconscientemente del jersey, de fondo blanco, con cuello
y puños de un gastado gris perla y tres picos invertidos de colores amarillo,
rosa y azul llenos de bolas-. Ni de broma. Mejor nos vamos a casa.
-¿Qué
dices de pintas, Sabrae? ¡Si estás guapísima!
-Tú
me ves con buenos ojos, papi-me abracé a su brazo y froté la mejilla contra
éste-. Pero quiero ir a casa, de verdad.
-Como
prefieras. Pero que sepas que, si es por tu aspecto, no deberías preocuparte.
Estás muy guapa, y muy abrigada, lo cual me deja más tranquilo que los
modelitos que te pones a veces. Además, estoy seguro de que quien quieras que
te vea, no le dará tanta importancia a tus “pintas”-hizo el gesto de las
comillas con una mano- como te importan a ti.
Ya, bueno, de mí no dicen que estoy
buenísima, ni les piden permiso a sus casi novias para ponerles los cuernos con
su beneplácito, así que…
-¿Alec no sale esta
noche?-preguntó mi padre, metiendo el dedo en la llaga sin querer. Apreté los
labios en una sonrisa invertida que buscaba ser una mueca con la que despertar
su ternura, y creo que funcionó, porque comentó-: bueno, si te apetece llamarlo
para que se deje caer por casa, por mí no hay problema. Y ya sabes que por tu
madre tampoco. Incluso puede quedarse a dormir, si te apetece. ¿Qué te parece?
-Creo
que voy a pasar, papi, pero gracias.
-¿Seguro?
-Sí.
No me apetece mucho verle, no sé-me froté un ojo luchando contra las agujas que
me pinchaban en la garganta y amenazaban con hacer que mi voz se quebrara.
-Vaya.
¿Está todo bien entre vosotros? Porque puedes decírmelo si no es así.
-No
es nada. Sólo tengo un poco de bajón. No te preocupes-me puse de puntillas para
darle un beso, agradeciéndole a los cielos que, entre todos los hombres que
había en el mundo, hubieran decidido que él fuera mi padre y no otro-. Creo que
es la regla. Me tiene que bajar pronto-mentira,
la había tenido la semana pasada, pero eso mi padre no lo sabía.
Papá
torció la boca, creo que no muy convencido con mi respuesta (normalmente me
vuelvo cariñosa cuando tengo el periodo, y en lugar de querer alejarme del
mundo me acabo convirtiendo en una lapa), pero no dijo nada. Supo adivinar que
yo necesitaba un espacio para regodearme en un dolor que odiaba que tuviera,
pero que no iba a ser capaz de combatir. Las heridas deben supurar antes de
sanar, pues de lo contrario no pueden cerrarse nunca.
Me
imagino que sabía cómo me sentía porque lo había experimentado en sus propias
pieles una vez, hacía mucho, mucho tiempo, y como la soledad a veces es la peor
compañera de alguien con el corazón que se está resquebrajando, pero que no lo
tiene roto y por lo tanto no se permite estar triste, decidió que tendríamos
una noche en familia, lo cual le agradecí. Cuando la casa se vaciaba (todo lo
que puede estarlo una casa en la que conviven 4 hijos con sus padres), papá y
mamá se daban un capricho de intimidad y se acurrucaban en el sofá del salón, a
ver una peli, besarse y, ¿por qué no?, también tener sexo, si las cosas
pintaban bien. Si no, probablemente terminaran en la cama, pero aquello era
parte de una rutina que, si bien no les disgustaba, querían variar de vez en
cuando.
Yo
les fastidié esa noche, y a la vez, papá me hizo sentir como si hubiera salido
ganando, pidiendo comida a domicilio, sentándose con estoicismo a ver una
película de mi elección (casi elijo The
Greatest Showman, pero finalmente me incliné por la grabación de West Side Story de Broadway), y dejando
que me echara sobre él a ver la película, yo boca abajo sobre su pecho,
mientras mamá acogía a Shasha entre sus piernas y le rodeaba la cintura con los
brazos, ambas concentradas en la televisión. Los dedos de papá fueron mágicos
en mi espalda, y consiguieron tranquilizarme hasta el punto de que logré estar
cinco minutos seguidos sin pensar en Alec, con los ojos fijos en la televisión.
Supongo que habrá un hombre que jamás me decepcionará: él.
Mamá
me acarició la espalda y me dio un beso en la cabeza cuando la peli se terminó.
Era hora de irse a la cama, me dijo con una sonrisa en los labios, y yo asentí,
exhalé un sonoro bostezo, y me desperecé encima de papá, que también se había quedado
dormido. Descubrí que nos habían tapado con una manta, y me dieron ganas de
llorar viendo lo protegida que estaba en casa. No debería estar triste, porque
nadie que estuviera entre esas cuatro paredes dejaría que me hicieran daño;
sabía que morirían por mí de la misma manera que yo lo haría por ellos.
Papá
me miró, somnoliento, y bromeó con la posibilidad de que durmiera entre él y
mamá, como si fuéramos un sándwich, pero yo negué con la cabeza. Mientras
recogíamos las cosas, le di las gracias por haberme cuidado tan bien, a lo que
respondió dándome un beso en la frente acompañado de un:
-Es
mi trabajo.
-Tu
trabajo es hacer música genial, papi.
-Y
ser lo mejor padre que pueda-replicó.
-Más
genial incluso que tu música-sentencié, doblando la manta de pelo con la que
mamá nos había tapado y dejándola en el sofá. Me acurruqué contra su pecho,
mimosa-. Gracias, de verdad.
Ni
siquiera me sentía mal por haberle fastidiado la intimidad con mamá. Y debería.
Me llevaría a Shasha arriba y nos pondríamos una serie muy ruidosa como
compensación. Puede que el concierto de Beyoncé en Coachella. No había nada que
me animara más que…
-Ha
sido un placer, mi niña. De verdad-papá me rodeó con los brazos y me besó de
nuevo la cabeza. Y yo me vi teletransportada de vuelta a las millones de veces
en que otra persona, también de sexo masculino, había hecho ese mismo gesto y
había pronunciado las mismas palabras. Alec.
El placer ha sido mío, bombón. El
placer ha sido mío, mi niña. Un placer. Placer, placer, placer.
Justo
lo que él podía estar sintiendo ahora mismo. Con otra.
Era
desesperante. No tenía manera de escapar del veneno que había en mi cabeza.
Cada cosa que me rodeaba me recordaba a él, incluso si no habían tenido ningún
tipo de contacto. Mi corazón encontraba maneras de relacionarlo todo con Alec y
lo que había vivido con él, como si la felicidad fuera la enfermedad más
contagiosa que existía, y su falta se convirtiera en letal.
Con
unas dotes que ya quisieran muchas actrices de Hollywood, le dediqué una sonrisa
a papá, me puse en pie y le di un beso en la mandíbula. Como si no me costara
nada. Como si no estuviera rompiéndome por dentro.
No
podía dejar de imaginármelo con Zoe, y eso que sólo la había visto en fotos.
Sin embargo, mi mente perversa era capaz de rellenar los huecos que me faltaban
con una imaginación muy propia de mi familia, y por mucho que intentara
concentrarme en otras cosas, no dejaba de verla a ella, agachada frente a él,
dándole placer con su boca mientras él gemía, apretaba la mandíbula y gruñía
como yo ya sabía que hacía. O ella, abierta de piernas, con su cabeza entre los
muslos. O ella, de pie, contra la pared, recibiendo su miembro grande, duro y
fuerte en su interior, haciendo que la empujara hacia el cielo con el ímpetu de
un bate de béisbol que consigue un home
run.
Entré
en mi habitación, cogí el móvil y entré en mi conversación con Alec. No podía
seguir haciéndome daño así. Teníamos que hablarlo, lo sabía, pero ahora
necesitaba un bote salvavidas; ya nos ocuparíamos más tarde de quién tenía la
culpa del naufragio, si el iceberg o el barco.
Por
favor, no hagas nada con ella. No hagas nada con ninguna. Lo siento mucho. Ven
a mi casa si necesitas desfogarte. Me apeteces, ahora y siempre.
Observé
cómo un pequeño reloj movía las manecillas a la velocidad del rayo en el
interior del bocadillo del mensaje, y luego, un pequeño tick aparecía en su
lugar. El mensaje se había enviado.
Dejé
el móvil en mi mesilla de noche y fui a lavarme los dientes. Observé a la chica
del reflejo en el espejo: ojerosa, con la nariz un poco hinchada y los ojos
rojos, producto de aquel llanto a solas en mi habitación que me había mandado a
la cama.
Y me
pregunté cómo iba a preferirme a mí así, teniendo a su disposición a chicas tan
guapas como Zoe, que seguro que siempre estaban perfectas.
Y me
pregunté cómo iba a hacer él para resistirse a una tentación mucho más fuerte,
y simplemente conformarse con lo que tenía en casa.
Y me
pregunté cuánto tiempo tardaría en leer mi mensaje después de hacer justo lo que
le pedía que no hiciera. No era justo por mi parte. No debía hacerle sentir
mal. Le había negado la única cosa que él deseaba; ahora no podía echarme atrás
y repetirle un “no” que no se merecía.
Así
que cuando volví a mi habitación, con el aliento más fresco y la cabeza aún más
embotada, me metí en la cama, entré en la conversación y borré el mensaje con
dedos temblorosos. Observé cómo desaparecía de la conversación y de mi vida, y
me prometí a mí misma que hablaría las cosas con Alec, que intentaría superarlo,
que no caería en los errores que tanto había criticado en las demás, y que sin
embargo ahora me perseguían incansables. No tenía derecho a sentir celos, y
debía apartarlos.
Lo
único que debía hacer ahora era intentar distraerme, leer un libro que
consiguiera que mi cabeza se ocupara tanto en sus palabras que se me olvidara
lo que Alec estaría haciendo en ese mismo momento, pero descubrí que era
inútil. Pasé páginas y páginas de mi lectura de ese momento sin concentrarme en
más de una frase, y lo poco que absorbía del libro hacía que mis fantasías de
Alec con Zoe fueran mucho peores. De modo que cerré el libro, me froté los
ojos, me acurruqué en la cama y, escondida bajo las mantas, entré en Twitter.
Que
resultaba estar plagado de fotos de
Alec. Quién lo diría. Después de subir mis historias con él haciendo lo nuestro
oficial, todo el mundo le había descubierto, y como yo, se habían rendido a sus
pies. Tenía la cronología llena a rebosar de tweets hablando de lo guapo que
era, de la suerte que tenía yo de poder meterme en la bañera con alguien así,
de despertarme a su lado, de besarlo y “más cosas que no digo, porque si no me
denuncian la cuenta, pero ya me entendéis”, seguidos de un coro de “amén,
hermana”, “ugh, nosotros-” y demás
expresiones propias de la parte fan de la red social. Sentí una opresión en el
pecho cuando me encontré con capturas de pantalla de historias mías, yo
sonriendo a la cámara con los ojos chispeantes de felicidad, negando con la
cabeza o echándome a reír en silencio, acompañadas de frases que decían lo
afortunada que era, lo mucho que me lo merecía y lo normal que era que
consiguiera a un chico como él.
Otro
cuarteto de fotos de Alec sin camiseta, sacados de su cuenta de Instagram,
hicieron que bloqueara el móvil y lo tirara al suelo. En aquellas fotos, la
cuenta que las había publicado me advertía de que tuviera cuidado, porque
habría mucha competencia, “literalmente mataría por él”, decían. Se me
volvieron a llenar los ojos de lágrimas mientras pensaba en lo horrible que era
estar con el “chico blanco del mes” en Twitter, como lo llamaban algunas, y no
poder presumir de lo que hacíais, porque estabais mal. No quería pensar en
ello, pero puede que estuvierais a punto de romper. Y eso le encantaría a toda
la gente que ahora me decía que tuviera cuidado. No dudaba de que tenía que
tenerlo; es más, si ya creía que había metido la pata diciéndole a Alec que
hiciera lo que quisiera con Zoe, ahora estaba convencida. Con esa cantidad de
gente detrás de él, no me quedaría más remedio que dar un paso atrás, apretar
los dientes mientras me desinfectaba la herida con alcohol, y mirar cómo él
seguía con su vida anterior, siendo el amo y señor de todo Londres, como
siempre había querido.
Cerré
los ojos y me concentré en dormirme, contando ovejas que en ocasiones se
intercalaban con imágenes de Alec: Alec con las manos en los bolsillos,
esperando con impaciencia a que yo llegara al sitio donde nos habíamos citado;
Alec sonriendo mientras me veía reírme; Alec haciéndome cosquillas en la cintura,
Alec besándome la punta de la nariz mientras me acariciaba la mejilla, Alec
apartándome un mechón de pelo de la cara, Alec deshaciéndome las trenzas para
liberar mi melena, Alec jadeando al entrever mi cuerpo desnudo bajo la cúpula
del iglú con las pantallas, Alec apretando la mandíbula y conteniendo un gemido
cuando se hundía en mi interior, Alec mirándome desde abajo cuando me separaba
las piernas y acercaba su boca a mi sexo, Alec pegando la nuca a la pared de
azulejos del baño mientras yo le practicaba sexo oral…
Alec
enfadado mientras discutíamos.
Alec
distraído mientras yo trataba de hablar con él en su cama.
Alec
con la vista perdida, recordando a su padre, en la bañera donde había nacido su
fama.
Alec
examinando con mucha atención y más interés las fotos de Zoe.
Alec
ni siquiera mirándome cuando me agradeció que yo le dijera que podía hacer lo
que quisiera con ella. No contradiciéndome cuando le dije que no podía pedirle
nada, porque yo no le había dado nada. No era verdad: se lo había dado todo,
absolutamente todo de mí: mi corazón, mi alma, mis pensamientos, mis ansias de
regresar a casa y verlo y mis cada vez menos ganas de ir de viaje porque eso
significaba que no estaríamos juntos; mi intimidad, mis expectativas de futuro
y mis remordimientos del pasado. Mi placer. Mi cuerpo. Y eso no era suficiente.
Había
hecho bien rechazándole, pero no por mí: por él. Se merecía tener libertad y no
tener que conformarse conmigo, cuando podía aspirar a chicas mucho mejores,
chicas con un linaje claro que pudieran hacer que se lo pasara en grande sin
tener que preocuparse de si les hacía daño o no, chicas que no dudarían en
someterse en cuanto él mostrara signos de querer dominar. Supongo que en eso
era en lo que había fallado yo: me habían educado en la insumisión, y yo
concebía el amor como un cielo abierto en lugar de una jaula, y que alguien
quisiera meterme dentro de una pequeña cárcel con barrotes de oro para
escucharme cantar cuando quisiera hacía que algo dentro de mí se retorciera. Me
decía que me estaba traicionando a mí misma queriendo cambiar por Alec, pero,
¿no consistía en eso el amor? ¿En dos personas que se adaptan la una a la otra
para formar algo más especial que ellas dos por separado?
Éramos
compatibles, de verdad que sí. Y yo creo que aún tenía un poco más de margen
para adaptarme a él, pero él no me dejaba. ¿Por qué no me dejaba? Podía ser
mejor que todas esas chicas. Yo, al contrario que el resto del mundo, no le
trataba como un objeto sexual, un trozo de carne de usar y tirar, un vibrador
de lujo y de última generación, que no sólo te penetraba sino que también podía
comerte el coño. Escuchaba mis problemas, y yo lo valoraba, y creía que a él le
gustaba que se los contara. Valoraba la confianza por encima de todo lo demás,
y sin embargo, allí estaba: físicamente, a un par de kilómetros de mí, pero
emocionalmente, a varios mundos de distancia. Con una chica que no era yo.
Alguien
que debía ser yo.
Un
momento, ¿era esto una prueba? ¿Había entrado en Twitter y había visto cómo se
había revolucionado todo con su descubrimiento? Porque, de ser así, lo llevaba
claro si me iba a rendir sin luchar. Ni de broma.
Fue
con esa férrea determinación con que me dormí, y como era de esperar, aterricé
en un sueño en el que él estaba allí, conmigo. Estábamos en su habitación; él
acababa de entrar, y por cómo iba vestido y la llama que ardía en sus ojos, una
llama que yo conocía muy bien, supe que venía de acostarse con Zoe.
Probablemente hubiera sido un polvo sucio, en el que ella no había parado de
gemir, y se había caído de rodillas tras un orgasmo fulminante que la había
hecho perder el conocimiento durante unos segundos. Alec era capaz de hacerte
sentir un placer así.
Nos
medíamos con la mirada, cada uno deseando arrancarle la ropa a mordiscos al
otro, si hacía falta. Él llevaba puesta una camisa que resaltaba el dulce
bronceado de su piel, unos vaqueros que se ceñían a su culo de una forma que
quitaba el hipo, y unas Converse que le había quitado en un par de ocasiones.
Yo, por mi parte, llevaba un vestido bien ceñido a mis curvas, de un color
morado que hacía que mi piel resplandeciera y se abrochaba con una cremallera
dorada a la espalda. La falda me llegaba un par de dedos por encima de la
rodilla, y mis botas de tacón de filigrana dorada, las mismas que había llevado
en Nochevieja, me alargaban y estilizaban las piernas y me hacían parecer mucho
más alta. No era la ropa propia de una noche de invierno, y Alec se dio cuenta…
y le encantó. Sabía que venía a buscar bulla, y estaba más que dispuesto a
dármela.
Estaba
encantado, de hecho. Me notaba enfadada, y cuando estoy enfadada follo que da
gusto. Quiero decir… más que de costumbre.
-¿Qué
tal el polvo?-pregunté, cruzándome de brazos. Mis pechos se subieron un poco en
el escote redondeado que dejaba más bien poco a la imaginación. Alec sonrió, se
relamió de una forma descaradísima que sin embargo era completamente
involuntaria, y se pasó una mano por la mandíbula.
-¿Cuál
de todos?
-¿Has
echado varios?-alcé las cejas y crucé las piernas, sintiendo cómo mi sexo
agradecía la presión que mis muslos hacían el uno contra el otro. Alec rió.
-No
te habrías vestido así si quisieras que parara con tu primer orgasmo, bombón.
-No
me he vestido así porque quiera follarte, Alec-repliqué, avanzando hacia él,
poniéndome a su altura y dándole un toquecito en el pecho con un dedo
acusador-. Me he vestido así porque
quiero que veas que esto-hice un
gesto que abarcaba todo mi cuerpo- es lo que te pierdes.
Alec
rió por lo bajo, chulo, prepotente, egoísta, incluso un poco gilipollas.
-¿Perdérmelo?-respondió,
y me empotró contra la pared, presionando su cuerpo contra el mío de una forma
deliciosa-. No me estoy perdiendo nada, bombón.
Empezó
a besarme con urgencia, como si llevara años sin probar a una mujer. Me rompió
la cremallera del vestido al bajármela con rudeza, y liberó mis pechos sólo
para morderlos en cuanto estos entraron en contacto con el aire. Sus caderas
presionaban las mías, atrapándome de una forma deliciosa entre su cuerpo y la
pared. Metió las manos por debajo de mi falda y me quitó las bragas.
Perdón,
el tanga negro. Porque había ido a matar. Y eso le hizo gracia.
Yo,
por mi parte, le salté varios botones de la camisa al abrírsela con ímpetu, y
acaricié los músculos de sus pectorales con las manos al completo, antes de
clavarle las uñas en la carne cuando hizo que una corriente de aire recorriera
mi sexo.
Entre
los dos, le desabrochamos los vaqueros y liberamos su erección. Se la acaricié
con una mano que adoró lo grande y dura que era.
-Es
la última vez que te follas a otra y luego a mí en la misma noche-le advertí,
fiera.
-No
voy a volver a follarme a otra-me prometió.
-Ya,
eso me suena de algo-respondí, acariciando los pliegues de mi sexo con la punta
de su miembro. Sí. Sin protección. Lo cual era incluso un poco mejor.
-Lo
digo en serio-insistió, y cuadró la mandíbula cuando yo me metí lentamente su
polla en mi interior-. Esto ha sido sólo un experimento.
-No
quiero hablar. Quiero sexo, y lo quiero ya.
Sonrió.
-¿No
quieres escuchar lo que tengo que decirte?
-Si
no es “joder, Sabrae, qué bien follas”, no me interesa.
-Sólo
quería ver si otras hembras pueden darme lo que sólo tú puedes-sí, la cosa de
leer novelas latinoamericanas subidas de tono es ésa: que los protagonistas de
sus sueños eróticos hablan como terratenientes mexicanos. Y lo que te encanta.
Me
detuve un segundo y le miré a los ojos.
-¿Y
qué has descubierto?
Alec
sonrió, una sonrisa oscura, cargada de malas intenciones. Me agarró de las
muñecas, me hizo darme la vuelta, se pegó tanto a mí que podía sentir su calor
corporal abrasándome la piel de la espalda, y se inclinó hacia mi oído.
-Que
no.
Me la
metió en ese mismo instante, y yo exhalé un grito que también se trasladó al
mundo real. No tuvo que embestirme demasiadas veces para conseguir que me
corriera, y cuando lo hice, me desperté, empapada en sudor, con mi entrepierna
mojada por el orgasmo que acababa de tener en sueños, y el pulso y la
respiración aceleradas. Miré a mi alrededor, confusa, creyendo que todo había sido
una horrible pesadilla y que Alec estaba tumbado a mi lado, desnudo, con el
mismo sudor que me cubría a mí perlándole la piel.
Pero
no era así, y el éxtasis propio de segundos de ignorancia en los que ya estás
despierto pero aún no eres consciente de cómo es tu vida se evaporó en ese
instante.
Y yo
me eché a llorar. ¿Qué vida me esperaba, si no podía escapar de Alec ni en
sueños? ¿Por qué había sido tan imbécil de decirle que me parecía bien que se
fuera con otras cuando no era así? Allí estaba yo, aovillada en mi cama,
llorando a moco tendido porque había empujado a mi hombre lejos de mí, le había
incitado a que buscara en otras lo que yo no podía darle en lugar de pedirle
que me enseñara a ofrecérselo, mientras él se lo pasaba en grande con mi beneplácito,
destruyendo todo lo que teníamos, lo poco y lo mucho.
Sólo
en sueños él hacía lo que yo quería. Y los sueños no eran más que eso. Sueños.
No eran la vida real.
Y,
después de tenerlo en la vida real, yo no iba a ser capaz de sobrevivir a su
ausencia a base de soñar.
Si no hubiera sido por Momo, casi con total seguridad no
habría salido con las chicas la tarde en que se suponía que iba a conocer a
Zoe. No tenía ningunas ganas; incluso el planazo de quedarme encerrada en mi
habitación llorando a moco tendido me parecía más atractivo que el tener que
fingir que no me importaba que la amiga de Diana se hubiera acostado con el que
aún tozudamente consideraba mi chico. Y digo “tozudamente” porque apenas había
tenido contacto con Alec desde la última vez que había estado en su casa.
Apenas habíamos intercambiado unos cuantos mensajes por Telegram, la gran
mayoría conversaciones vacías que manteníamos más bien por no tener un día en
la conversación en que no hubiéramos hablado, que porque nos interesáramos
realmente por el otro. Él seguía enviándome videomensajes con el amanecer todos
los días, y yo le daba las gracias y los buenos días nada más levantarme,
acompañando mis mensajes de emoticonos sonrientes, nunca corazones. Hacía una
semana que no le enviaba un mísero corazón a Alec, pero él tampoco había hecho
amago de enviármelo a mí.
Pero
lo peor no era eso. No. Lo peor era que estábamos distanciándonos y ninguno de
los dos pensaba que merecería la pena intentar hablarlo. Sólo cruzábamos un par
de palabras cuando nos encontrábamos por el instituto de casualidad, pues jamás
nos habíamos ido a buscar el uno al otro. Era como si ya nos diera igual lo que
fuera de nosotros, lo cual me dolía muchísimo, porque yo no me mantenía a una
distancia prudente de él por orgullo, sino porque tenía miedo de que volviera a
hacerme daño. No quería ver indiferencia en su mirada si le pedía hablar, ni
que me dijera que todo estaba en mi cabeza, porque yo ya me había dado cuenta
de que no era así. Saltaba a la vista con todo el mundo. Incluso Scott, que ni
siquiera estaba en el instituto, se había acercado a preguntarme si estaba todo
bien con Alec.
-Sí,
claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
-Es
que… no ha venido ningún día a casa, y tú no has venido a vernos entrenar. Me
parecía raro, eso es todo.
-Estamos
ocupados-contesté con indiferencia, volviendo la vista a mis deberes. Scott se
mordisqueó el piercing, distraído.
-Peque,
sabes que aunque él sea mi amigo, soy tu hermano y siempre te voy a apoyar,
¿verdad?
Volví
a levantar la vista de mis deberes, en los que era incapaz de concentrarme,
pero por lo menos ahora Scott me daba una excusa para no poder pasar del
ejercicio 1.
-Lo
sé. Pero no tienes de qué preocuparte. Estamos bien. Yo, por lo menos. Él está
incluso mejor que yo-añadí por lo bajo, apretando demasiado mi portaminas.
-Qué
raro-murmuró por lo bajo-. No me dio esa impresión cuando…-me tiró el anzuelo,
pero yo no lo mordí-. Bueno, da igual. ¿Tienes deberes de mates con los que
necesites ayuda?
-Me
apaño bien.
No
quería estar distante con Scott, pero de momento me escocía mucho pensar que
las veces que se iba de casa, tenía más papeletas de encontrarse con Alec que
yo. Yo ya había perdido la esperanza de encontrármelo en el gimnasio siquiera
de casualidad; estaba segura de que me estaba evitando, e incluso si no fuera
así, seguro que Zoe le tenía demasiado ocupado como para pensar en mantener su
estatus de boxeador retirado. Fijo que ella le cansaba muchísimo, más que yo, y
por eso apenas me enviaba un par de mensajes a lo largo del día para asegurarse
de que estaba viva. A estas alturas de la película, ya ni me hacían
ilusión. Cada vez que me aparecía su
nombre en la pestaña de las notificaciones, algo dentro de mí se revolvía, recordando
lo que había sido y ahora ya no era.
No
hay nada más doloroso que mantener el contacto con una persona con quien lo has
compartido todo y que ahora es una extraña, pero yo soy masoquista, y creo que
Alec también. Además, no podía renunciar a él así como así. Estaba dolida con
él, pero seguía queriéndole, y eso no iba a cambiar de buenas a primeras.
Necesitaba que pasara algo un poco más gordo que que él se follara a una chica
con mi permiso para poder tratar de pasar página. Todo habría sido diferente si
lo hubiera hecho a mis espaldas (quería pensar que no se lo perdonaría, aunque
la violencia con que le echaba de menos me indicaba otra cosa), pero como me
había preguntado y yo le había dicho que sí, no había nada que pudiera
reprocharme.
Así
que allí estaba yo, mirando a la pizarra sin prestarle la más mínima atención,
fingiendo que me enteraba de todo lo que estaban explicando sobre raíces
cuadradas y sucedáneos, cuando sonó el timbre que indicaba el final de las
clases y me pilló desprevenida. Di un brinco en la silla y miré a mi alrededor,
sólo para descubrir que Momo ya había guardado sus cosas y estaba descolgando
la bolsa con la ropa que se iba a poner en mi casa de la perchita de la mesa.
-Me
odio por lo que estoy a punto de hacerte, Momo, pero creo que le voy a decir a
Diana que me encuentro mal y que no puedo quedar hoy. Siento que hayas tenido
que ir cargando con la ropa por medio barrio.
Momo
se me quedó mirando, los moñitos en que recogía los mechones de pelo que le
caían por la cara destacando en su perfil. Se apartó la melena que no había
recogido del hombro y respondió:
-¿Por
qué?
-Ya
sabes por qué.
-¿Por
Alec? Mira, ya sé que estás mal, como es lógico, Saab, pero no creo que
encerrarte en casa sea la solución. Necesitas purgarte y llorar todo lo que
quieras, pero no puedes pedirme que deje que desaproveches cada oportunidad de
distraerte para seguir haciéndote daño.
-Es
que no me siento con ánimos, Momo, de verdad. Puedo distraerme perfectamente
estando contigo, viendo una peli y… no sé. Haciendo cualquier cosa. No tengo
muchas ganas de fingir que no me ha afectado que Alec se acueste con Zoe,
¿sabes? Y no quiero tenerle tirria. Ella no se lo merece. No me ha hecho nada.
-Bueno,
se ha follado a un tío con novia, que casualmente eres tú. Eso de que “no te ha
hecho nada”…
-Pues
por eso mismo lo digo, ¿sabes? No quiero serle hostil. Lo mejor será que le
diga a Diana que me he puesto mala durante el recreo y que no puedo ir a ningún
sitio. Me meteré en la cama y me distraeré con lo que pueda; ya sé que no es el
mejor plan del mundo, pero por supuesto, estás invitada-me colgué la mochila al
hombro e hice ademán de zigzaguear por los pasillos que formaban las mesas,
pero Momo me cortó el paso.
-Sabrae
Gugulethu Malik. Eres la hija mayor de Sherezade y Zayn Malik, la reina de la
justicia inglesa y el rey del R&B, respectivamente. Te prohíbo estar triste por el chico blanco del mes de Twitter. Te vas
a encerrar en tu casa y a tirar tu melena por la ventana para que venga algún
príncipe a rescatarte por encima de mi
cadáver, ¿queda claro? Vas a ir a tu casa, te vas a poner guapa, y vamos a
ir de paseo con cuatro chicas cojonudas, una de las cuales tiene un gusto
similar al tuyo y da la casualidad de que se ha tirado a tu chico. ¿Y qué vas a
decirle?
-Nada.
Zoe no me ha hecho nada.
-Oh,
sí que le vas a decir cosas. Le vas a decir muchas, la principal: que eres una señora que está por encima de todas esas
tácticas barriobajeras que se llevan en Nueva York. Eres la perra más mala de
Inglaterra, tienes el mejor pedigrí de todo Reino Unido, ¿y vas a dejar que una
gata callejera te quite lo que es tuyo? Oh, no, querida. Ni de broma. Olvídate
de llorar sobre la tarrina de helado que les has pedido a tus padres que te
compren para hoy. Eres una puta reina-me enganchó del brazo y me arrastró fuera
de la clase-, y como la reina que eres vas a saludar a Zoe y le vas a demostrar
que no hay nada que pueda hacerte, ni ella ni Alec, que haga que tires por la
borda tu vida. Además, ¿quién sabe? Quizá te caiga bien, como Pauline. Se llama
Pauline, ¿no? La de la pastelería que se follaba a Alec antes que tú. Quizá
podáis hacer un grupo de Telegram para compartir experiencias sexuales y daros
consejos mutuamente. Puede que deba tirármelo yo también…-meditó, y yo me eché
a reír-, para no dejarte sola en ese grupo, porque eres peligrosísima cuando estás a tu bola, Saab.
-¿No
crees que será incómodo?-pregunté, bajando las escaleras en dirección al
vestíbulo.
-No,
tía. Para eso vamos a estar Eleanor, Diana, Mimi y yo. No es como si
estuvierais solas, ¿no? Si no os lleváis bien, con no hablar ya basta. Somos un
grupo lo bastante grande como para que no tengáis que relacionaros demasiado.
Y, si estás demasiado incómoda, simplemente podemos perdernos “por accidente”.
Tú solo… dale una oportunidad, ¿vale?
-¿A
quién le tienes que dar una oportunidad?-preguntó Eleanor, acercándose a
nosotras. La falda de su uniforme se balanceaba en sus muslos como las campanas
de una catedral. Mimi venía tras ella, con el pelo recogido en una cola de
caballo y el flequillo acariciándole el borde de las gafas redondas. No fue
hasta que la vi que caí en que ella también venía, a pesar de que Momo acababa
de recordármelo. Me pregunté si se habría dado cuenta de que me pasaba algo con
su hermano, y por la forma en que me miró, obtuve la respuesta: sí.
-A
Zoe-explicó Momo, y Eleanor arrugó la nariz.
-¿Por
qué ibas a tener que…?
-¿No
te has enterado? Se ha enrollado con Alec.
Mimi
abrió la boca, estupefacta.
-¿Que
mi hermano ha hecho qué?
-Como
lo oyes, Mimi-torcí la boca-. Que me pidió permiso, ¿eh? Pero… no sé, me
arrepiento de ello. Pensé que no me afectaría, pero no ha sido así.
-Éste
es tonto. Voy a ir ahora mismo a cantarle las cuarenta…-Mimi se giró sobre sus
talones y trató de echar a andar en dirección al pasillo de Alec, pero la
retuve.
-No,
de verdad. Lo aprecio de veras, pero no eres tú quien tiene que hablar con él
sobre eso.
-¿Por
eso no te has pasado por casa desde la última vez que viniste? Mamá está un
poco preocupada; dijo que parecías
enfadada cuando te marchaste.
-Es
que lo estaba. Alec acababa de pedirme permiso, y lo notaba raro conmigo.
-¿Has
hablado con él?-preguntó Eleanor.
-Nos
estamos rehuyendo mutuamente.
-Vaya.
-Sí.
Lo cierto es que no me apetece mucho hablar del tema.
-No
te preocupes. No lo sacaremos. Y no creo que Zoe lo haga tampoco. Seguro que a
ella también le resulta violento.
-¿De
qué habláis, chicas?-Diana acababa de materializarse al lado de Eleanor. Tenía
el pelo dorado cayéndole sobre los hombros, suelto, y llevaba un maquillaje
discreto que resaltaba la belleza y la perfección de su rostro aún más.
-De
mi hermano-comentó Mimi, y Diana alzó las cejas.
-Ah,
ya veo. Bueno, pues aprovechad para hacerlo ahora, porque en cuanto llegue Zoe,
no va a querer hablar de otra cosa que no sea Jordan.
Fruncí
el ceño.
-¿Jordan?
¿Qué pasa con Jordan?
-Oh,
¿Alec no te lo ha dicho?-comentó de forma casual Diana, colgándose del hombro
de Eleanor. Aquella pregunta fue como un puñal en el pecho, pero supe que no lo
hacía con mala intención. Ella no sabía nada de lo que nos había pasado; en lo
que a Diana respectaba, Alec y yo estábamos tan bien y teníamos tanta confianza
el uno en el otro que podía acostarse con otras chicas sin que yo creyera que
nuestra relación podía resentirse. Si supiera que estaba en las últimas…-. ¡Zoe
se ha enamorado de Jordan! Fue tan bonito de ver. Amor a primera vista, en toda
regla. Esas cosas existen-Diana se enganchó la uña del dedo índice con la del
corazón a propósito y sonrió, alzando las cejas en mi dirección.
-¿No
te pasó lo mismo con Tommy?-rió Eleanor.
-Nah.
Tu hermano es muy guapo y todo lo que quieras, pero tuve que mirarlo un par de
veces más antes de pensar “oye, pues igual haber venido a Inglaterra tampoco
está tan mal”.
-¿Cuánta
ropa llevaba Tommy cuando decidiste pensar eso?-la picó Momo, y Diana sonrió.
-No
voy a hablar de mi vida privada, que la filtráis a la prensa y os hacéis de oro
a mi costa. El caso, Saab, es que… no te preocupes. Voy a tener sobrinos
ingleses, pero van a ser mulatos.
-¡Eh,
eh, eh! ¡Frena un poco, lady Di!-Eleanor levantó las manos-. Que Scott y yo
sólo estamos empezando.
-¿Quién
ha hablado de Scott y tú? Además, ¿cómo iban a ser tus hijos mis sobrinos
si…?-todas la miramos con una ceja alzada-. ¿Estáis locas? A ver, que Tommy es muy guapo, folla de vicio y besa de
alucine, pero… toda la vida es muchísimo
tiempo.
-Acabas
de decir que mi hermano te hizo pensar que puede que venir a Inglaterra tampoco
fuera tan malo-le recordó Eleanor.
-Ah,
aquí vienen-Diana se abrió paso entre la gente con una mano levantada-.
¡Zorrita! ¡Ven!
Miré
a Eleanor.
-¿“Zorrita”?
-Se
llaman así-asintió mi cuñada.
-Bueno,
al menos, si te peleas con Zoe y la llamas zorra, no se puede ofender-bromeó
Momo, y yo me eché a reír y negué con la cabeza. Seguí la estela que había
abierto Diana para nosotras en dirección a la salida, con las rodillas
temblándome de puros nervios y el estómago bailando una samba.
Contuve
la respiración para intentar controlarme mientras me acercaba a Diana, que ya
había soltado a la chica a la que había corrido a estrechar entre sus brazos.
No debía dejar que se me notara lo preocupada que estaba con el tema de Zoe y
Alec, y con mi hermano presente, ya que él había sido quien la había llevado al
instituto, lo tenía muy complicado. Él podía leerme como si de un libro abierto
se tratara cuando se lo proponía. Finge
que todo está bien, Saab.
Eleanor
le dio un beso en la mejilla de saludo a Zoe, y, tras presentarle a Mimi e
intercambiar las frases de cortesía de rigor, todas se volvieron hacia mí.
Los
ojos de Zoe se encontraron con los míos y, a pesar de que estaba segura de que
nadie le había enseñado una foto mía ni me había descrito, sé que supo al
instante quién era yo. La otra chica, la “oficial”, si es que podíamos calificarme
así. Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo, estudiándome, y yo hice lo mismo.
Lo
cierto es que Alec tenía razón, eso tenía que concedérselo: Zoe estaba muy
buena, y en persona incluso ganaba. Vestía unos pantalones de cuero que no le
quedarían bien a cualquiera, pero que lamían sus piernas tonificadas, ni
demasiado delgadas ni demasiado musculadas, y ascendían por su cuerpo hasta un
jersey de punto verde que, si bien era suelto, se las apañaba para resaltar la
curva de su busto. Tenía el rostro plagado de pecas como una modelo exótica, y
su pelo de fuego me hizo pensar en los reportajes fotográficos escoceses, donde
se resaltaban los rasgos como los de Zoe como una seña de identidad que
diferenciaba a Escocia del resto de Gran Bretaña. Su mirada parda, concentrada
en mis caderas demasiado anchas para mi edad y mi estatura, destilaba una
inteligencia fría de la que te podías esperar cualquier cosa, normalmente de
índole mala.
Scott
dio un paso al frente y se aclaró la garganta, notando que el ambiente entre
Zoe y yo se cargaba de electricidad mientras ambas pensábamos “así que esto
también le gusta a Alec”.
-Zoe,
ésta es Sabrae. La mayor de mis hermanas-especificó, pero no había necesidad
alguna. Si sabía que en casa éramos tres chicas, estaba claro que la mayor no
podía ser otra que yo: Shasha estaba en primer curso y, si bien ya me sacaba
una cabeza, se notaba que era la mediana, y Duna tenía ocho años, así que
apenas había empezado el cole.
Los
ojos de Zoe volvieron a los míos, examinándome con atención, intentando
traspasar la barrera impenetrable que había decidido que fuera mi mirada. Pensé
algo muy retorcido por su interés: que, si de verdad quería conocerme y
descubrir mis secretos, era porque me había subestimado, y mi influencia sobre
lo que había pasado entre Alec y ella era mayor de lo que yo creía. Quizá me
hubiera recordado durante el polvo. Quizá le hubiera hablado de mí.
Y sé
que no debería, pero… me tranquilizó. Además, me recordé, aquella chica no era
mi enemiga. Mi madre se había esforzado toda la vida en inculcarme que el resto
de chicas no eran competencia, que pasaban por lo mismo por lo que pasaba yo. Y
mira… sinceramente, después de estar mal por Alec y tener la certeza de que
estaba a punto de perderlo, lo último que me apetecía era enemistarme con
nadie, o hacerle más difícil la tarde a Diana.
Es
por eso que esbocé una sonrisa cálida y comenté:
-Chica,
veo que Alec tiene buen gusto.
Puede
que hubiera una pulla velada oculta tras esa frase, ya que a fin de cuentas, no
dejaba de ser una manera de confirmarle mi identidad y marcar territorio a la
par. Pero, si aquello tenía la intención de ser un ataque, Zoe ni lo descubrió,
ni entró al trapo.
Se
echó a reír con una risa entonada en acento americano, como descubrí que
también se reía Diana, dio un paso hacia mí y me abrazó.
-Supongo
que va empeorando-respondió, y todo mi cuerpo se relajó en ese instante. Podría
haberme dicho muchas cosas, pero se había decantado por la más amable. No nos peleemos por un chico, enterremos el
hacha de guerra. Yo encantada de no entrar en batalla. Bastante tenía con
la lucha constante contra mí misma, como para encima tener que pelearme ahora
también con ella.
-¿Bromeas?
¡Mira qué pecas! ¡Si son preciosas!
-¿Hablas
de pecas? ¡Mira qué piel tienes, chica, ya la quisiera yo para mí!
-¿Te
gusta mi piel?-contesté-. Pues espera a ver mis rizos, eso sí que se merece envidia, nena-y, ni corta ni perezosa, empecé a
deshacerme las trenzas. Hundí los dedos en mi melena para terminar de darle
vida, Zoe alzó las cejas, impresionada con lo rápido que cogieron volumen y
recuperaron su forma habitual. Capturó uno de mis mechones entre sus dedos y
alabó lo fuerte que era y lo bien definido que estaba mi rizo, y antes de que
me quisiera dar cuenta, íbamos camino de mi casa, cogidas del brazo, como si
fuéramos amigas de toda la vida y no hubiera ningún tipo de rencilla entre
nosotras.
-La
verdad es que entiendo perfectamente que Alec quisiera volver pronto a casa, si
eras tú la que le estaba esperando allí-me había comentado, y yo sacudí la
cabeza.
-Qué
va. No vivimos juntos. Sólo llevamos unos pocos meses.
-También
Diana y Tommy, y míralos-se rió, echando la vista hacia atrás y mirando a su
amiga, que iba cogida de la mano de Tommy, charlando con él sobre nadie sabía
qué-. Puede que sea cosa de la convivencia. Quizá te lo secuestre y vea qué le
hago para que se olvide de ti.
Ahí
empezó a desvanecerse la ilusión de que las cosas iban bien. No iban tan bien
como Zoe se pensaba, y desde luego, no necesitaría exprimirse los sesos
pensando qué hacer para que Alec me olvidara. Ya me había olvidado, o había
olvidado lo fuerte que era mi conexión con él, en el momento en que vio una
foto suya y decidió que le apetecía tirársela, justo cuando más distanciado
estaba de mí. Eso era lo peor de todo: que ni siquiera podía echarle la culpa a
Zoe, porque simplemente había aparecido en el momento más oportuno para ella,
pues las cosas ya estaban mal de inicio. Una parte de mí, la parte romántica y
esperanzada, me decía que Alec no habría hecho nada con Zoe de haber estado
bien las cosas entre nosotros, así que, en cierto sentido, la culpa era de él y
mía.
-Todo
tuyo, chica-respondí como si no me importara y las bases de mi vida no se
estuvieran tambaleando.
-¿Tú
crees? Porque me ha dicho un pajarito que está bastante pillado por ti, y que
buscaría la manera de escaparse y volver contigo cuanto pudiera. Así que, no
sé, la verdad es que no soy de las que van detrás de los tíos.
-¿Es
un pajarito rubio?-las dos nos volvimos y miramos a Diana, que ya nos prestaba
atención.
-Así
es.
-Es
gracioso, porque ese mismo pajarito me ha dicho que estás interesada en cierto
rey del ébano-ataqué, dejando las cosas claras. Zoe se rió.
-Parece
que ese pajarito es más bien una lagarta, de la lengua tan larga que
tiene-comentó, siguiéndome al interior de mi casa. Le presenté a mi familia y,
mientras mis padres hablaban con ella, subimos a cambiarnos en mi habitación.
Eleanor volvió a decirle a Shasha que viniera con nosotras si quería, pero mi
hermana negó con la cabeza, alegando que tenía pendiente un capítulo de no sé
qué novela, y decidió dejarnos intimidad.
-¿Estás
bien?-me preguntó cuando fui a su habitación a despedirme de ella, y asentí con
la cabeza. Me senté en su cama y me terminé de anudar el cordón de las
zapatillas blancas de deporte que había decidido ponerme ese día. Completaban
mi conjunto unos vaqueros azules y una sudadera rosa claro con la que me sentía
muy femenina y un poco más segura de mí misma.
-Casi
no salgo hoy. Momo ha tenido que convencerme, y me alegro de que lo haya hecho.
Zoe me hace sentir bastante cómoda, ¿sabes?
-Procura
distraerte, y no dejes que se meta en tu cabeza.
-¿Crees
que lo intentará?
-Tú
sólo… no le des demasiada importancia a lo que te diga. Y recuerda que Alec te
quiere. A pesar de que últimamente está raro, y que me apetezca darle una
patada en los huevos porque te hace estar triste, él te quiere, y a ella, no.
No la conoce. A ti, sí. Mejor que yo-comentó con cierta tristeza, y yo me
incliné hacia ella para darle un beso.
-Tú
eres mi hermanita. Claro que hay cosas que Alec conoce de mí que tú no. Con él
tengo relaciones, y contigo me atiborro a palomitas con mantequilla.
-A
todo esto, ¿crees que podrías traerme una cajita de dulces coreanos del centro?
-Ya
iremos mañana.
-¡Pero
la quiero hoy!
-¡Pues
yo no te la pienso traer hoy, Shasha!
-¡ERES
UNA EGOÍSTA!-bramó mi hermana, echándome de su habitación.
-¡Y
TÚ UNA CAPRICHOSA!
-¡¡TE
ODIO!!-tronó, cerrándome la puerta en las narices.
-¡¡¡YO
TE ODIO MÁS!!!-le exclamé a su puerta cerrada.
-Vale,
creo que esto es algo que no voy a envidiar de vosotras, inglesas-comentó Zoe,
y Diana y Eleanor se echaron a reír. Momo frunció el ceño, sin entender, pero
no tuvo ocasión a preguntar qué era lo que envidiaba de nosotras.
Nos
llevamos a Zoe a comer al Imperium, el restaurante italiano del centro al que
había ido una vez con Alec, y mientras esperábamos a que nos trajeran nuestros
pedidos, le fuimos enumerando los sitios de mayor interés a Zoe para que
decidiera qué quería visitar. Intenté no pensar en él mientras me comía mi
lasaña, y casi había conseguido apartarlo de mi cabeza cuando volvió a surgir
en la conversación. Intenté llevarlo todo con la mayor naturalidad posible, y
cuando Zoe se refirió a que ella no podría hacer lo que había hecho yo
(“prestárselo a otra chica”, quería decir cuando yo le pedí que especificara un
poco más), sentí que un nudo se me formaba en el estómago. Intenté inventarme
una excusa que hiciera plausible que me gustara la distancia entre nosotros,
cuando la realidad era bien diferente: cada centímetro que me separaba de él me
dolía y, como Zoe misma había reconocido, no me hacía ninguna gracia que
estuviera con otras. Sé que debería, pero no me la hacía. No debería sentirme
insegura ni menos válida, pero no podía dejar de pensar en que no era
suficiente, por muy absurda que fuera la idea.
-Mi
hermano ha sido un gilipollas de manual toda su vida. Sin ánimo de ofender,
Zoe-comentó Mimi, mirando a la americana, que levantó una mano en señal de
disculpa. Y, a pesar de que yo seguí hablando, reforzando mi tesis de que no me
importaba estar lejos de Alec ni que hiciera cosas con otras, lo cierto era que
lo sentía como una herida en mi corazón. Momo notó que me iba hundiendo poco a
poco y que cada vez me costaba más y más mentir, de manera que tomó el testigo
de la conversación y empezó a preguntarle a Zoe por su vida. Descubrimos
entonces que le encantaba presumir, y procedió a soltarnos un rollo sobre las
casas en Europa que tenía su familia, sus vacaciones en la campiña francesa,
los bronceados que siempre acababan en quemaduras de tercer grado en Mónaco y
sus tardes de compras en nuestras capitales.
Layla
se nos unió cuando estábamos terminando con la comida, y perspicaz como ella
sola, se dio cuenta de que algo me pasaba, lo cual fue la confirmación que
Diana necesitaba.
-¿Estás
bien, Saab?
-Sí,
Lay. No te preocupes-sonreí, cansada, y Diana sugirió que fuéramos al centro
comercial al que me había llevado a comprar lencería para tomar allí el postre.
Consiguió convencer con sutileza a Zoe de que tenía que probar los gofres de la
gofrería de la última planta, y cuando estábamos en la cola, más larga de lo
que jamás la había visto, se estiró y comentó que le apetecía ir a por un yogur
helado.
-¿Alguna
más quiere? ¿O me acompaña? ¿Saab?-pidió, y yo asentí despacio con la cabeza.
Había notado que me miraba muy de seguido en el restaurante, y supuse que
aquella era una oportunidad improvisada de quedarnos a solas y poder hablar
tranquilas. Lo cierto es que quería contarle todo lo que me pasaba a Diana y
que ella me aconsejara. -Guay. ¿Os parece si vamos nosotras tres a por un
yogur, y luego venimos y buscamos una mesa para todas?-sugirió, y le lanzó una
mirada cargada de intención a Layla, que asintió con la cabeza.
-Me
parece una idea genial, Didi.
-Genial, pues nos vemos en nada-me cogió de la
mano y me llevó en dirección a la yogurtería de la esquina. Le tendí un vasito
de cartón a Diana y me afané en llenar el mío a conciencia de sirope de praliné
y trocitos de galleta, mientras Diana me esperaba con una montañita minúscula
de nata bañada de sirope de arándanos. No me dijo nada mientras pagábamos, así
que creí que me había imaginado que quería hablar, pero no era así. Antes de
que pudiéramos salir del local, me enganchó del codo y me llevó a la zona de
las mesas. Se sentó en una silla frente a mí y se me quedó mirando, hasta que
yo tomé asiento con un suspiro trágico.
-Estás rara. Y no me digas que no; lo he
notado. Creo que todas lo hemos hecho, excepto Zoe, claro. ¿Qué te pasa, Saab?
-Estoy
bien-respondí, jugueteando con la cucharilla de plástico en mi postre. No podía
dejar de pensar en cómo Alec y yo habíamos hablado de nosotros compartiendo el
mismo tipo de comida, y el primer beso que nos habíamos dado estando sobrios
había sido frente a un plato parecido a aquél.
-Eso
no es verdad y lo sabes, Saab. Estás apagada. ¿Qué sucede?-al ver que yo no
respondía, se inclinó hacia mí-. ¿Quieres que vaya a buscar a Momo? ¿Te
sentirás más segura si ella está aquí, con nosotras?
-Me
siento segura contigo.
-Pues
entonces dime qué te pasa, Saab, por favor. Odio ver cómo tratas de fingir que
todo está bien si no es así.
-Es
que…-y me eché a llorar. No podía más. Si Diana me pedía que se lo contara, yo
lo haría, aun cuando había muchísimas posibilidades de que se lo repitiera a
Zoe. Esperaba que no lo hiciera, pero siendo su mejor amiga, creer que
guardaría mi secreto sin rechistar era pecar de inocente.
-Oh,
cariño-gimoteó Diana, levantándose y cubriéndome con sus brazos. Me besó la
cabeza y me acarició la espalda-. ¿Qué pasa?
-Alec
y yo estamos mal.
-¿Por
qué?
-No
lo sé, yo… no lo sé-gemí, angustiada-. No sé qué he hecho mal, pero… Dios mío,
Didi. Me da tanta vergüenza… tú deberías estar con tu mejor amiga, y no aquí,
consolando a una mocosa como yo que no sabe lidiar con sus problemas, lo
bastante tonta como para no saber qué ha pasado…
-No
hables así de ti delante de mí, ¿me oyes?-me reprendió con severidad,
limpiándome las lágrimas con una servilleta-. No eres una mocosa, y desde
luego, no eres tonta. Quiero ayudarte. Eres mi amiga. No pasa nada porque esté
diez minutos separada de Zoe. No se va a morir. Ha sobrevivido a mi ausencia de
meses; se las arreglará durante un cuarto de hora.
-¿De
verdad no te importa?
-¡Pues
claro que no! ¿Sabes? Nunca te lo había contado, ni a Eleanor, pero cuando las
cosas entre Tommy y yo estaban mal, lo único que me impedía marcharme erais
vosotras. Y Mimi. Y Layla, por supuesto. Os he cogido muchísimo cariño a todas.
Sois como mis hermanitas. Nunca había tenido un grupo de amigas como el que
tengo aquí, en Inglaterra. Siempre éramos Zoe y yo con otras chicas, pero no
las consideraba amigas como sí hago con vosotras. Y las amigas se apoyan, ¿no
es así?-frotó su nariz con la mía en un saludo esquimal mientras sostenía mis
manos entre las suyas-. Así que venga, dime qué te pasa.
La
miré un momento, tan preciosa, tan perfecta, con un cuerpo por el que
literalmente el mundo se peleaba, y un horrible pensamiento me invadió: si
fuera un poco más como Diana y un poco menos como yo, si pudiera llevar los
hombros al descubierto y que mis pechos se mantuvieran en su sitio como lo
hacían los suyos a pesar de no llevar sujetador, si mi vientre fuera plano como
una pista de aterrizaje y mis piernas kilométricas, Alec no podría haberse
distanciado de mí. Toda yo le compensaría lo que fuera que no le gustaba, si es
que podía no gustarle algo.
Me di
cuenta entonces de que Alec estaba volviéndome insegura, a mí, que siempre
había confiado en mi potencial y había vivido más bien cómoda en mi cuerpo. Por
supuesto que había cosas que quería cambiar de él, como todo el mundo, pero a
diferencia de las chicas de mi edad, yo me enorgullecía de cada una de mis
curvas, me gustaba lo que veía cuando me miraba al espejo, y era capaz de
quedarme plantada desnuda frente a mi reflejo sin sentir ganas de llorar o de
derrumbarme. Hasta entonces, al menos. Ahora, la verdad es que no había
probado. No sabía si podría.
Lo
que sí podía hacer era compartir mis miedos con Diana, que era mayor, y por
tanto, más sabia.
-Es
que… no sé qué ha pasado, realmente. No sé si he hecho algo, o lo ha hecho él,
pero desde que vine de su casa el fin de semana, está muy raro conmigo. Es como
si estuviera cansado de mí, ¿sabes? Parece incluso que se arrepiente de haberme
llevado a su casa. Volví la semana pasada por mi cuenta para darle una
sorpresa, y a pesar de que lo hicimos… bueno, más o menos, él… no sé. Creo que
habría preferido estar haciendo otras cosas. Lo cual es muy triste, ¿sabes?
Porque para mí, estar con él es mi pasatiempo preferido en el mundo. Y más si
tenemos sexo. Pero él… no sé. Ya no me busca. No parece interesado en mí. Lo
poco que hablamos por mensaje, siento que estoy hablando con un desconocido en
lugar de con el chico del que estoy enamorada. Y lo de Zoe… me ha dejado un
poco descolocada. Me está afectando más de lo que creía. Cuando me pidió
permiso para hacerlo con ella, me dolió mucho, pero creía que estaba de farol y
buscaba una reacción en mí que yo no iba a concederle, y ahora… ahora se han
acostado y yo me siento traicionada y a la vez me siento estúpida porque
realmente él no me ha traicionado si desde un principio se ha comportado como
un caballero conmigo, ¿entiendes?
-No
puede haber sido muy caballeroso contigo si tú te sientes así, Saab-meditó
Diana, pasándose una mano por el cuello.
-Pero
ha sido un buen detalle que me preguntara si me importaba que se acostara con
Zoe.
-A mí
no me parece que sea nada por lo que tengamos que aplaudirle. Mira, cuando
salimos de compras y yo bromeé con enrollarme con él, me dijiste que no eras
celosa, y yo te creí. Y lo sigo creyendo. Lo que no me explico es qué os ha
podido pasar para que hayáis pasado de estar genial a… esto. Tú llorando por él,
y él acostándose con otras, cuando nadie me había mirado con el desinterés con
que me mira Alec-me aseguró-. Ni siquiera tu hermano. Por mucho que a Scott le
joda, yo noto que se siente atraído por mí, lo que pasa que lo controla por
Eleanor y por Tommy, así que sé que jamás me tocará por ellos dos, pero, ¿Alec?
Alec no tiene nada que controlar. Ni le gusto yo, ni le gusta Zoe, ni le gusta
ninguna otra que no seas tú, estoy segura. Cómo se las apañó para liarse con
ella es algo que se me escapa, pero que se comporte así, viendo lo mucho que te
quiere, tiene aún menos lógica para mí. ¿Cuánto dices que os lleva pasando
esto?
-Pues…
desde que volví de su casa el finde, más o menos. Empecé a notar que algo
pasaba el martes, pero ya el lunes, visto en retrospectiva, Alec estaba frío
conmigo. Fui a verlo a su mesa en el recreo y ni me pidió que me quedara cuando
dije que me iba. No hablamos esa noche, a pesar de que me lo prometió. Y luego,
el miércoles, va y me pide permiso para liarse con Zoe, y yo… pues… no me
sentía en posición de negarme, ¿sabes?
-Joder,
Sabrae… yo no habría dejado a Zoe acercarse a Alec de haber sabido que estabais
mal.
-Es
que ni siquiera sé si estamos mal, ¿sabes? No sé si yo tenía unas expectativas
demasiado altas respecto de lo que iba a pasar después de dormir en su casa, o…
-¿Está
distinto a como estaba antes?
-Sí.
Sin duda.
-Entonces
es que algo pasa. No son tus expectativas. Algo os ha pasado. ¿Has intentado
hablarlo con él?
-¡Es
que ésa es la cosa, Didi! ¡No sé qué hacer, de verdad! Siento que nos estamos
distanciando, y no quiero, pero tampoco quiero atosigarlo ni nada, y él parece
que se ha cerrado en banda, no me deja acceder a él…
-¿Y
por qué no hablas con Jordan?-preguntó, y yo la miré-. Tienes en él a un
aliado, y nosotras nunca lo vemos. No hay nadie que quiera que estemos con
nuestros chicos favoritos en el mundo más que sus mejores amigos, si les
hacemos felices. Y tú haces feliz a Alec. Así que no hay manera de que Jordan
no te cuente lo que pasa.
Madre
mía, ¡claro! Si Alec me estaba evitando, había una persona en el mundo que
podía decirme a qué se debía. Alec le contaba todo a Jordan, era como su
conciencia externa, de manera que todo lo que le pasara por la cabeza a mi
chico, Jordan lo conocía y me lo podía repetir. Si había hecho algo que a Alec
le había molestado, Jordan me lo contaría y podríamos solucionarlo. Al era
terco como una mula y si se le metía algo en la cabeza no había manera de que
cambiara de opinión, pero Jordan estaba hecho de otra pasta. Si no estaba de
acuerdo con algo que había decidido su amigo, intentaba que cambiara de idea, y
en ocasiones incluso lo conseguía.
Eso
era lo que me repetí durante toda la tarde, y en el trayecto a casa de Jordan.
Había pensado en llamarlo por teléfono, pero Diana no tuvo que presentarme
demasiados argumentos para disuadirme: había cosas que se hablaban mejor en
persona, y si Jordan no estaba seguro de que quisiera hablar conmigo, con
colgarme le bastaba. Tendría que esperar más tiempo para verlo y conseguir las
respuestas que quería, pero si iba a su casa, tenía prácticamente garantizado
conseguirlas.
Me
costó lo mío no cruzar la calle y dirigirme a casa de Alec cuando llegamos por
la noche, después de pedirle a Tommy que me acompañara. Él también había notado
raro a Alec, y directamente no aprobaba lo que había hecho con Zoe, llegando a
resistirse e incluso defenderme cuando ni siquiera Scott lo había hecho (claro
que mi hermano conocía mejor la mecánica de mi relación con Alec, pero aun así…
era un poco decepcionante que Scott no hubiera hecho nada). Pero, de la misma
forma en que me había defendido, cuando me detuve y me giré para permitir que
las luces de su casa me tentaran, Tommy me puso una mano en la parte baja de la
espalda.
-¿Quieres
cambiar de opinión?
Negué
con la cabeza.
-No serviría de nada verlo ahora.
-Quizá
a ti sí.
-No
me gusta la forma en que me mira últimamente, como si… ya estuviéramos lejos.
-Si
te sirve de consuelo, esto también le hace daño a él.
Me
mordí el labio y miré a Tommy.
-Lo
cierto es que sí. Gracias, T-al menos ya sabía que él también sentía algo, la
misma lástima que yo. Supongo que no estaba todo perdido.
Atravesamos
el jardín de casa de Jordan, rodeándola, para llegar hasta su cobertizo, en el
que estaban las luces encendidas. Me detuve un momento, indecisa. Si Alec
estaba con Jordan, yo no tendría ninguna excusa que presentarle para mi visita,
y no sabía si quería enfrentarme a mi chico ahora, cuando no sabía si
tendríamos una discusión o una reconciliación, ni la razón de una u otra. Por
suerte para mí, Tommy no tenía ningún interés en el asunto más allá de
conseguir que las cosas entre Alec y yo volvieran a estar bien, de manera que
avanzó con decisión y tranquilidad a la puerta, llamó, y la entreabrió.
-Hola,
Jor. ¿Estás solo?
-Sí,
¿por?-preguntó su amigo. Tommy abrió la puerta de par en par, me miró, y Jordan
se levantó, creyendo que era otra persona a la que Tommy acompañaba.
Me
temo que decepcionamos a Jordan cuando la que atravesó la puerta fui yo y no
Zoe.
-Ah.
Hola, Saab. Alec no está.
-Lo
sé. En realidad, venía a verte a ti-contesté, sentándome en el borde del sofá
mientras me abría el abrigo. Jordan se sentó en el otro extremo y se me quedó
mirando, confuso. Sus ojos saltaron de Tommy a mí, y de nuevo a Tommy, y
finalmente, una última vez, a mí.
-¿Quieres
que me vaya?-ofreció Tommy cuando yo le miré, y me mordí el labio. Lo cierto es
que no me importaba que Tommy se quedara porque sabía que él no me juzgaría si
me echaba a llorar como una magdalena, e incluso hasta me consolaría, pero
sentía que no sería correcto que Jordan y yo habláramos de Alec y de lo que le
pasaba con otra persona presente, por mucho que esa persona fuera Tommy.
-¿Te
importa esperarme?
Tommy
parpadeó.
-Fuera
hace frío, Sabrae.
-A
mis padres no les va a hacer gracia que vuelva sola a casa.
-Yo
la acompañaré-se ofreció Jordan, y me giré para mirarlo.
-Supongo
que te imaginas a qué vengo.
-Lo
cierto es que no.
-Y
entonces, ¿por qué has dicho que me acompañarías tú, en lugar de que avisarías
a Alec para que me acompañara él?-Jordan se quedó planchado ante mi pregunta,
que pronuncié con elegancia e indiferencia, y asintió despacio con la cabeza.
Miró a Tommy y se toqueteó una rasta.
-Vete
tranquilo, T. Yo me ocupo de ella.
-Queda
de tu cargo-sentenció Tommy, saliendo de la estancia y cerrando la puerta tras
de sí. Jordan y yo nos miramos, carraspeamos, apartamos la mirada y volvimos a
mirarnos pasados unos segundos. Abrí la boca para decir algo, pero él se me adelantó.
-¿Quieres
beber algo? Tengo cerveza.
-No
me voy a quedar mucho rato-respondí, inspirando profundamente y armándome de
valor para lo que iba a decir-. Vale, allá voy. Sabes a qué he venido, ¿verdad,
Jordan?
Menuda vida de
mierda me esperaba sin Sabrae.
Cuando
descubres lo que es volar por encima de las nubes, las demás maneras de moverte
te parecen casi un insulto. Caminar es un insulto, correr es un insulto, y
planear es una forma patética de intentar recuperar la gloria perdida, que te
concedieron una vez y no te van a volver a permitir.
Lo
mismo me pasaba con Sabrae. Como si de una reacción en cadena se tratara, se
había corrido la voz de que yo o bien estaba soltero, o bien en una relación
abierta en la que sólo una chica (que se supiera) podía presumir de mí, pero
muchas pudieran follarme. Lo que había hecho con Zoe me iba a perseguir tanto
por fuera como por dentro: por fuera, en la infinidad de mensajes que poblaban
mis redes sociales de chicas abriéndome conversación para saber qué tal me iba
(no hay nada como echarte novia para convertirte en el objeto de deseo de las
chicas que jamás se han dignado a mirarte); y por dentro, por razones
evidentes. No podía dejar de pensar en cómo la culpabilidad había devorado mis
neuronas y había conseguido que me creyera por un momento que la que estaba
conmigo en aquel cubículo era Sabrae y no Zoe. Mis sentidos me habían engañado,
y me había entregado a ese polvo como lo hacía con los de Sabrae porque para mí
estaba haciéndolo con Sabrae. Lo cual
era una maldita gilipollez, porque siempre había sido consciente de que me
había metido en el cubículo con Zoe en lugar de con mi chica, y sin embargo…
ahí había estado, poseyéndola, adorándola y complaciéndola como mejor sabía y
como siempre había hecho.
Bueno,
siempre no. Más bien, en un instante del pasado que no iba a ser suficiente
para mí. Ni siquiera una vida entera sería suficiente, igual que tampoco una
vida de remordimientos sería castigo bastante para lo que le había hecho a
Sabrae. De todas las chicas del mundo, ella era la más increíble, la más genial
y la más perfecta, y yo había sido un cobarde y un niñato que no había sabido
tratarla como se merecía. Cada vez lo veía más claro: había cometido el mayor
error de mi vida acostándome con otra chica mientras nuestra relación aún
duraba, por mucho que Sabrae me hubiera dado permiso. Creo que en el fondo los
dos sabíamos que yo no quería que me diera permiso, sino más bien una razón
para romperme y que ella pudiera echar un vistazo a mi interior.
Todavía
no sabía por qué había hecho eso, y puede que
no llegara a adivinarlo nunca. A fin de cuentas, si eres lo bastante
gilipollas para tener una chica como Sabrae y dejarla escapar, significa que
tienes las neuronas justas para no cagarte encima, de modo que tampoco vas a
desentrañar los secretos del universo que se esconden detrás de cada puta
subnormalada que haces.
Menuda
vida de mierda me esperaba sin Sabrae. Si ya no la tenía a ella, ¿qué me
quedaba? Porque estaba claro que el sexo no iba a ser mi salvación, como sí lo
había sido de Scott cuando rompió con Ashley. Habíamos creado un monstruo
empujándolo a la promiscuidad, pero yo ya
era un monstruo promiscuo, y los viejos remedios no curan heridas nuevas.
No había más que ver cómo no paraba de recibir mensajes de chicas dispuestas a
todo con tal de un poco de mi atención, y ninguno despertaba en mí más que una
profunda vergüenza de mí mismo. Cada vez que lo pensaba (y lo pensaba mucho), entendía
mejor por qué sus amigas la habían disuadido para que no saliera conmigo.
Seguro que habían visto lo que había dentro de mí antes incluso de que yo lo
hiciera.
Iba
en dirección al gimnasio con la esperanza de que el boxeo, que me había salvado
antes, pudiera rescatarme también esta vez, aunque lo veía muy difícil. A
diferencia de otras veces en las que me había cebado con el saco, esta vez mi
lucha era interna; no estaba enfadado con otra persona que no fuera yo. Ni
siquiera le tenía rencor a Sabrae por no haber sido capaz de ver lo que yo
pretendía cuando le había pedido permiso para estar con otra, y así poder
echarme la bronca del siglo y alejarse de mí antes de que yo le hiciera daño.
Porque, oh, le había hecho mucho daño, me constaba.
La
noche en que todo se fue a la mierda (o más bien yo lo mandé a la mierda), me había alejado a conciencia del móvil
porque no quería caer en la tentación de llamarla, echarme a llorar como el
puto gilipollas manipulador que era y suplicarle que me perdonara, porque sabía
que lo haría. Yo era su punto débil, ese talón de Aquiles que ella también era en
mí, y me perdonaría todo lo que le hiciera, me lo había dejado claro.
Pero
mis amigos me habían dejado solo, y había terminado sacando el móvil del
bolsillo por pura inercia, sólo para encontrarme con que me había enviado un
mensaje que me cortó la respiración.
Por favor, no hagas nada con ella. No hagas
nada con ninguna. Lo siento mucho. Ven a mi casa…
Deslicé
el dedo por la notificación a la velocidad del rayo, pero cuando entré en la
conversación con Sabrae, el mensaje había desaparecido. Lo había borrado en
algún punto de la noche, y me odié a mí mismo por no haber mirado en qué
momento había recibido aquel mensaje. Si lo había tenido en el bolsillo todo el
tiempo, si había seguido escrito en nuestra conversación mientras Zoe me
chupaba la polla, yo le comía el coño, o me la follaba como un cabrón, no me lo
perdonaría. Me tiraría al Támesis. Iba en serio.
Me
entró pánico al instante de pensar en encontrármela por la calle, o en el
instituto. Se me caería la cara de vergüenza si la veía y me la imaginaba en su
cama, esperando a que yo me conectara, leyera el mensaje y le dijera que por
supuesto, que no iba a hacer nada, que la quería solo a ella y todo mi ser le
pertenecía, alma, corazón y cuerpo incluidos. Especialmente, cuerpo. Decía
mucho del poder que Sabrae tenía en mí y lo fuertes que eran mis sentimientos
por ella si tenía que imaginarme que estaba con ella para poder follarme a
otras. Era el castigo que me merecía, pero… ella no se merecía esperar y
esperar y esperar a que yo me conectara, y terminar borrando el mensaje porque
se había dado cuenta de que toda esperanza depositada en mí era vana.
Cada
cosa que había experimentado desde que me tiré a Zoe me había recordado a
Sabrae, y había traído la punzada de rigor en el corazón consigo. Fui a echar
un partido con mis amigos, y no dejé de pensar en cómo Sabrae me había mirado
lanzar a canasta la semana anterior. Cené con mis padres y mi hermana, y no
dejé de pensar en cómo nos habíamos acurrucado Saab y yo en el sofá a comer
unas pizzas. Desayuné con ellos y no dejé de pensar en cómo Sabrae había estado
cómoda, integrada y a gusto en la mesa, a mi lado. Me duché y recordé cómo se
había sentido su cuerpo desnudo contra el mío, sólo el agua entre nosotros,
mientras se recostaba contra mí en la bañera del piso inferior. Fui a clase y
recordé cómo había contado los minutos para que llegara el recreo en otra
época, y poder verla, y que me sonriera y me besara y me dijera que me había
echado de menos. Fui a trabajar, y no dejé de pensar en la vez que le había
llevado un paquete a casa sin que me correspondiera, cómo le había pedido el
teléfono y ella se había negado a dármelo.
También
me masturbé, y no dejé de pensar en ella ni un instante. Recordé mi semen
resbalando por su piel la última vez que habíamos estado juntos, el momento en
que se había agachado para comérmela por primera vez en los baños del gimnasio,
su cara al verme la polla en todo su esplendor por primera vez, su esfuerzo por
acogerme en su interior y su gozo cuando la hice llegar con mi boca, algo que
ninguno antes que yo había hecho. Mi mano se convirtió en las suyas mientras me
tocaba, y ninguna peli porno que me pusiera podía evitar que mi cabeza volara a
ella. Me puse porno lésbico, me puse un trío, incluso me puse porno gay, y ninguno
surtió efecto: en cuanto empezaban los gemidos, yo dejaba de ver y mi cerebro
volaba al momento en que de la boca de Sabrae empezaban a escapar esos ruidos.
Ni siquiera dos maromos dándose por el culo consiguieron distraerme, y cuando
me quise dar cuenta estaba hecho mierda, mirando mi reflejo en la claraboya,
mientras dos tíos que me sacaban por lo menos tres cabezas y cuyo peso era el
doble del mío hacían el 69.
¿Y lo
mejor de todo? Que no podía refugiarme ni en la música ni en mis amigos. Había
ido con Jordan a dar una vuelta para que estuviera con Zoe, y si bien los dos
se lo habían pasado bien, yo sabía que había sido un compañero de tarde pésimo
para Diana. La pobre no se merecía dar vueltas por una feria mientras yo me
comía el coco, pidiéndome que me montara con ella en atracciones y yo
suspirando un hastiado “vale” que le quitaba las ganas de todo. Al día
siguiente, quedaría con Sabrae, y yo necesitaba resistirme a la tentación de
suplicarle que le pidiera que me perdonara. Cuando Jordan y Zoe volvieron, no
sé quién de los dos se alegró más, si ella o yo, pero la alegría me duró poco:
cuando dejamos a las chicas en su casa y le dije a Jor de echar unas partidas
en su cobertizo, me dijo que estaba muy cansado y que se iba a meter en la cama
nada más cenar.
Estuvo
jugando hasta las dos de la mañana. Lo sé porque fue a esa hora cuando apagó
las luces del cobertizo y se fue a dormir. Lo sé porque yo estuve sentado en el
salón de mi casa, incapaz de dormir. Me daba miedo cerrar los ojos y quedarme dormido,
porque desde que me había acostado con Zoe, no paraba de soñar con Sabrae. A
veces la veía siendo feliz con otros chicos, y cuando sus ojos se encontraban
con los míos no me reconocía; a veces estábamos casados y yo entraba en nuestro
dormitorio y la pillaba con otro tío, y cuando le pedía explicaciones ella
simplemente se encogía de hombros, respondía “ahora ya estamos en paz”, y
volvía a besar a aquel gilipollas.
La
noche pasada a mi presente había sido la peor de todas. Me había metido en la
cama con resignación, confiando en que el sueño no sería demasiado horrible
esta vez. Mi mente estaba cansada y no era la persona más imaginativa del
mundo, pero resultó que mi culpa era toda una artista en lo que a confeccionar
guiones de pesadillas se refería. La última fue horrible, y cuando me desperté
cubierto de sudor y con los ecos de mis jadeos aún reverberando en mi
habitación, supe que aquella sería la
que me perseguiría a partir de entonces. Nada que no me mereciera.
Estaba
en un callejón oscuro, sucio, húmedo y frío. La música de The Weeknd atravesaba
amortiguada las paredes de la discoteca en la que había perdido a Sabrae. Pude
escuchar sus gemidos, sus súplicas y sus sollozos a unos metros de mí.
Suplicaba que parara, por favor, por
favor, por favor. Pero quien le
estuviera haciendo daño, no tenía pensado dejarlo, así que eché a correr hacia
ella. Cuando escuchó mis pasos, el tío que la tenía pegada contra la pared y se
había metido entre sus piernas, la tiró al suelo como si fuera basura y echó a
correr. Sabrae se quedó inmóvil unos segundos, incapaz de reaccionar, mientras
yo llegaba a ella y le acariciaba las mejillas para que se tranquilizara,
mientras unos ojos que apenas podían ver luchaban por encontrar un punto de
luz. Las lágrimas le dividían las mejillas en dos, y sus mocos se mezclaban con
su saliva para deslizarse hasta su cuello, donde empezaban las marcas. Tenía
marcas de dedos en el cuello, y mordiscos en sus pechos, arañazos en sus muslos
y… y… y sangre. Me quedé petrificado, y me odié a mí mismo por no llegar a
tiempo, como había hecho Scott, y pararlo todo, como había hecho Scott.
-Vete-me
pidió Sabrae sin verme, y yo la solté y eché a correr, dispuesto a matar a ese
hijo de puta. Le destrozaría con mis propias manos; ya vería cómo recomponía
las piezas de mi chica más adelante, pero ahora necesitaba matar a ese cabrón.
Corrí como alma que lleva el diablo, giré la esquina, y me encontré al tío de
espaldas a mí, bajo la luz de una farola.
-¡Eh!-le
grité al alcanzarlo. Le di la vuelta y le solté un puñetazo en la mandíbula… y
el puñetazo me dolió a mí. Confuso, miré al chico del suelo, que me miró con la
locura en los ojos y sonrió, escupiendo un diente.
-Aaron
tenía razón-me dije a mí mismo-. Arrancarles a la puta que llevan dentro es un
don que no todos tienen.
Un
segundo antes de despertarme, antes de comprender lo que estaba viviendo, me vi
a mí mismo en el espejo: la ropa rota, arañazos cubriéndome el pecho, y restos
de sangre en mis vaqueros, mezclados con semen.
El
violador era yo.
Por
eso me había dicho que me fuera. No para que cazara a ese hijo de puta. Para
que dejara de hacerle daño.
No
había vuelto a dormir desde que me desperté cubierto de sudor esa noche, y ni
siquiera la música pudo tranquilizarme. Canción que me ponía, canción que me
recordaba a Sabrae, no importa si la había escuchado con ella o no. De perdidos
al río, me dije cuando me salieron canciones nuevas que yo jamás había
escuchado y aun así me las apañé para recordar lo bien que follábamos en el
sofá de la discoteca de los padres de Jordan. Cogí el móvil y le di una calada
a mi cigarro mientras entraba en el perfil de The Weeknd. Le di al aleatorio y
la primera canción que me salió fue Blinding
lights, que me venía que ni pintada por la frase que decía “no podré dormir
hasta que no sienta tu tacto”, algo que sospechaba que jamás volvería a pasarme
con Sabrae. Me tenía pánico a mí mismo después de aquella pesadilla, aunque en
mi defensa diré que (todavía) no era lo bastante depravado como para haberme
despertado con los calzoncillos manchados de lefa, como me había pasado hacía
poco soñando con ella.
La
siguiente canción que sonó fue Heartless,
como si de una broma pesada del destino se tratara, y antes de poder darme
cuenta, me descubrí gritándole al cielo sin usar mi voz que no tenía corazón,
que siempre volvía a lo mismo porque no tenía corazón, que siempre tendría la
misma vida porque no tenía corazón, que intentaría ser mejor hombre pero no
tenía corazón, que nunca tendría planes de boda porque no tendría corazón, que…
No voy a escucharla nunca decir que está
embarazada de mí, pensé de repente, y aquel pensamiento, a mis puñeteros 17
años de edad, sin tener dónde caerme muerto, sin más titulación que un graduado
escolar, me volvió literalmente loco. Rompió
la única hebra de cordura que quedaba en mi cuerpo y me hizo echarme a llorar a
lo bestia, como un bebé, de forma que no podía respirar, ni pensar, y creo que
mi corazón se detuvo una vez, para empezar a latir a continuación a toda
velocidad. Un ataque de ansiedad. Es curioso: había tenido el primero en
presencia de Sabrae, y tenía el segundo por su ausencia. Supongo que ya jamás
volvería a tener otro, o al contrario, mi vida se convertiría en un ataque de
ansiedad constante.
No
saludé a nadie cuando llegué al gimnasio. Iba con los cascos puestos, con la
música resonando en mis oídos a todo trapo, amenazando con dejarme sordo. Si me
reventaba la cabeza por algún acorde más alto de lo que me convenía, tanto
mejor. Lo lamentaría por las limpiadoras que tuvieran que fregar mis trocitos
de cerebro del suelo, pero la verdad es que no me parecía tan mal plan
simplemente desaparecer.
Tiré
mi bolsa al suelo y me encontré con que un principiante se había puesto en mi
saco. Me acerqué a él, con los guantes puestos, y alcé las cejas.
-Estás
en mi terreno, chaval.
El
chico dejó de golpear el saco y se me quedó mirando con el ceño fruncido.
-Hay
un montón de sacos libres, tío. ¿Qué más dará uno que…?-me eché a reír y el
chico se puso pálido. Di un paso hacia él y pegué tanto mi cara a la suya que
pude oler los macarrones que había tomado para comer.
-Creo
que no lo has entendido, colega. Éste es mi
saco y el que toca mi saco sale
de este gimnasio en una bolsa de la morgue. Tienes mucho donde escoger-le guiñé
un ojo y tiré del saco hacia mí sin apenas esfuerzo, lo que acojonó al chaval,
pues aquel saco pesaba cerca de 70 kilos, lo que lo convertía en la puta fiera
de la sala… justo lo que yo necesitaba-. Seguro que hay alguno que te sirva.
-¿Asustando
a los nuevos, campeón?-se rió Sergei, rodeando el ring y acercándose a
nosotros. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
-Sólo
le estaba dejando las cosas claras aquí a la princesita-me encogí de hombros y
le di un golpecito al saco.
-Eres
nuevo, ¿verdad? Deberías probar con los más ligeros. Éste está reservado para
los monstruos como éste-Sergei me dio una palmada en el brazo y yo no pude
evitar sonreír. Si tú supieras…
Me sirvió más de lo que
esperaba desfogarme con el saco, pero no todo lo que debería. Siempre entrenaba
con música cuando estaba solo, y a pesar de que Sergei se ofreció a hacer un
circuito conmigo, decliné su invitación. Necesitaba despejar la mente, y sabía
que él empezaría a darme el coñazo con preguntas que no quería contestar, ni
siquiera considerar. Tenía que dejar la mente en blanco, y la manera principal
sería con una lista de reproducción bien movidita que me pusiera las
pulsaciones a 130.
No
calenté, y podría haberme lesionado con la intensidad del entrenamiento, pero
tenía tanta rabia acumulada que redundó en mi beneficio. Prácticamente destrocé
el saco; para cuando acabé con él, estaba mucho más blando que cuando lo había
cogido, y eso que eran de los que utilizabas con los guantes, cuyos golpes eran
mucho más amortiguados que los del puño. Sergei no dijo nada cuando vio que se
saltaba una tuerca del soporte, y sólo se movió del lado del chico al que yo
había amedrentado cuando volví a hacer que se cayera al suelo. Una chica que
estaba con una de las peras de la esquina se giró y nos miró con el ceño
fruncido.
-¡Bueno!
¿Se puede saber qué te ha hecho el pobre saco, Alec?-protestó Sergei, tratando
de recogerlo del suelo. Me quité los auriculares, sin molestarme a detener la
canción que había sacado mi vena más destructiva (Blinding lights, cómo no; demasiados recuerdos) y me metí el móvil
en el bolsillo.
-Quita,
viejo-le insté a Sergei, dándole un empujón con una mano y levantando el saco
con la otra sin esfuerzo. Sergei se me quedó mirando, estupefacto, mientras yo
lo colgaba del anclaje del techo, que emitió un crujido pero consiguió soportar
el peso-. Mañana traeré un anclaje nuevo y lo arreglaré, no te preocupes.
Arrojé
mi móvil dentro de mi bolsa de deporte y me marché de la sala de boxeo. Bajé al
trote al vestuario, me desnudé y me metí bajo las duchas, donde no pude evitar
pensar en Sabrae poniéndose de rodillas frente a mí, acariciándome la polla y
besándome la punta, juguetona.
-Vas
a tener que enseñarme-ronroneó como una gatita antes de metérsela hasta el
esófago como una campeona, y contener una arcada.
Ya no
iba a volver a tener eso. Ninguna chica que a mí me interesara volvería a
ponerse de rodillas frente a mí, me la chuparía como si fuera un polo en un día
insoportablemente caluroso, ni me dejaría correrme en su garganta mientras
esbozaba una sonrisa triunfal. No es que me faltaran candidatas (créeme, el
móvil me echaba humo), pero a mí no me interesaba ninguna más que ella. Y no
podía acercarme a menos de un kilómetro de Sabrae, no si mi subconsciente me
alertaba que era peligroso para ella a base de hacerme soñar que una versión
oscura de mí mismo la violaba.
Pegué
la frente a la pared y dejé que el agua bajara por mi espalda, recorriéndome
los músculos, deseando que se lo llevara todo de la misma manera que se estaba llevando
mi sudor. Ojalá los sentimientos fueran como la grasa, y a base de ejercicio
terminaran desapareciendo. No era más feliz cuando me tiraba a toda tía que se
me pusiera por delante, pero por lo menos convivía conmigo mismo, lo cual no se
podía decir de mi yo de ahora.
-Alec,
macho-rió Kevin, un compañero del instituto que hacía natación a la misma hora
que yo boxeaba, dándome una palmada en la espalda-. ¿Qué te pasa? Esto no es King’s Cross. Aquí no hay ninguna
entrada a Hogwarts.
-No
me hagas caso, tío. Me está dando una ida de olla emocional, eso es todo.
-Ah,
bueno, entonces, ¡agarrad a vuestras novias, chicos, antes de que las enganche
él! ¡No existe una chica que sea cornuda sólo una vez!-bromeó Kevin, y todos
los tíos del club de natación estallaron en carcajadas.
No se
rieron tanto cuando le pegué un puñetazo que le reventó la nariz. Kevin ahogó
un grito, sorprendido, y trató de devolverme el puñetazo mientras yo me ponía
encima de él. Sus compañeros empezaron a gritar, y trataron de separarnos, pero
yo me revolví como gato panza arriba.
-¡A
SABRAE NI LA MENCIONES, HIJO DE PUTA!-bramé cuando consiguieron cogerme por los
brazos y levantarme del suelo.
-¿QUÉ
COJONES PASA AQUÍ?-gritó Sergei, entrando en las duchas, atraído por el
griterío.
-¡Se
ha vuelto puto loco, tío!-se quejó uno de los amigos de Kevin mientras éste se
apretaba la nariz-. ¡Se ha tirado encima de Kevin como un ratón sobre un gato!
-Vete
a que te curen eso, Kevin-sentenció Sergei, agarrándome por la nuca-. Y tú…
vístete y ven a mi oficina. Como me entere de que te escapas, no vuelves a
pisar ningún gimnasio con saco de boxeo en todo Londres, ¿estamos?
-No
te tengo miedo.
-Pues
deberías. ¿Se te ha olvidado que tengo un revólver en el cajón?
-Sin
balas, para metértelo por el culo cuando tu novio no puede venir a
verte-repliqué, y Sergei me fulminó con la mirada antes de echarse a reír.
-Serás
puto psicópata, mocoso…
Diez
minutos después, con los nudillos doloridos y un moratón creciéndome en la
mandíbula justo donde había tenido el que me había proporcionado mi queridísimo
hermano, entraba en la oficina de Sergei. Kevin estaba sentado frente a su
escritorio, vistiendo un albornoz blanco en el que le había goteado la sangre
de la herida que le habían cerrado con tiritas.
-¿Llego
en mal momento?-pregunté, arqueando las cejas.
-¿No
tienes nada que decirle a Kevin?
-De
hecho, sí. Perdona, tío. No es nada personal. No sé qué me ha pasado. Te
dejaría que me rompieras la nariz como compensación, pero soy el único boxeador
de Inglaterra al que no se la han roto nunca, y sería un poco humillante que lo
hiciera un nadador.
-Menuda
disculpa de mierda-gruñó Sergei, pero Kevin aceptó la mano que le tendí.
-Sin
rencores, tronco. Yo tampoco he estado muy fino. No debería haberme metido con
tu chica.
-No-coincidí-.
La verdad es que eso ha sido una cagada monumental.
-No volverá a pasar-prometió.
-Lo
mismo digo.
-Más
os vale-zanjó Sergei, mientras Kevin salía de su oficina y se me quedaba
mirando-. Anda que, ya te vale. El nadador estrella de este puto gimnasio, y
vas y le rompes la nariz. ¿No te pareció más adecuado romperle un brazo o una
pierna?
-Que
no me hubiera tocado los cojones. Se lo ha buscado.
-Le
he ofrecido el resto del año gratis para que no se pire a otro gimnasio.
-Joder.
Qué suerte-ironicé-. A la próxima le digo a Jordan que me rompa la cara en las
instalaciones. Yo te he dado más trofeos que él y no me perdonas un mes ni
aunque te traiga a una tía para que te la folles.
-Tú
nunca me has traído a una chica para que me la folle, mocoso. Además, no
necesito que lo hagas.
-Prefiero
follármelas yo antes, que para algo me las trabajo.
-Vas
a pagarlo tú.
-¿El
qué?
-Lo
de Kevin.
-Sí,
claro. ¿Te la chupo o te pongo el culo, de paso?-Sergei puso los ojos en blanco
y yo me incliné hacia él-. Te lo juro por Dios, Sergei. Como me subas un
penique el abono, salgo por esa puerta y no me vuelves a ver el pelo.
-¿Por
qué me da la sensación de que no te lo voy a ver de todas formas?-preguntó, y
yo fruncí el ceño.
-No
sé. Yo no entiendo cómo funciona tu cerebro, si es que funciona.
Sergei
parpadeó.
-Vale,
Alec, ¿qué cojones te pasa? Estás rarísimo últimamente. Muy… agresivo. Arisco,
incluso.
Se
levantó y se sentó en el borde de la mesa, frente a mí.
-¿Hola?
La que hace ballet es mi hermana. Soy boxeador,
Sergei. Somos agresivos por naturaleza.
-Sabes
a qué me refiero. Sé que lo sabes. Nunca te sales por la tangente, salvo cuando
no quieres hablar de algo. ¿Qué pasa? ¿Está todo bien en casa?
-Mi
madre limpia con regularidad.
Sergei
negó con la cabeza, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro. Le dio una
patada a la silla para acercármela y la señaló con la mandíbula. Esta vez,
quien cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro fui yo. Miré la silla, bufé,
puse los ojos en blanco, y me senté en ella. Puede que Sergei me entendiera. Él
siempre había lidiado con mi mierda.
-Sabrae
me va a dejar-revelé. Abrió los ojos como platos, estupefacto.
-¿Qué?
Eso… no lo sabes. Me parece imposible. Esa chica está loca por ti. He visto
cómo te mira.
-Ya,
bueno-me froté la cara, cansado-. Lo cierto es que no estás ayudando mucho.
-Oh,
venga. Me pegaste una paliza por su culpa. A mí. Tu entrenador. Me quieres más que a tu padre.
-Quiero
más que a mi padre hasta a las mierdas que piso por la calle, Sergei, no eres
especial en ese sentido.
Sergei
puso los ojos en blanco.
-Lo
que te estoy intentando decir es que si ella te quisiera dejar (que no creo, te
repito)… es su problema. Hay que ser muy zorra para ver cómo se pegan por ti y
luego querer pasar de...lo siento-se disculpó cuando vio cómo le miré al
llamarla “zorra”-. Pero… en fin. El caso es que ella no me ha parecido ninguna
zorra. Parece una tía legal. Fiel. Tiene madera de novia de boxeador. Podría
haber sobrevivido a tus campeonatos, estoy seguro. No son de las que apartan la
mirada ante un K.O.
-Aun
así, no le cojas demasiado cariño.
-Oh,
vamos, muchacho, ¿a qué viene tanto pesimismo de repente? Seguro que son
imaginaciones tuyas. Mira, las tías son muy distintas, ¿vale? Si la notas rara
es porque probablemente esté con la regla o…
-Sé
cuándo le viene la regla, Sergei. Y no es eso. Además, que lo sé a ciencia
cierta. Créeme. Lo sé. A fin de cuentas, soy yo quien está intentando a posta
que me deje.
Sergei
se quedó a cuadros, mirándome con la boca abierta y los brazos cruzados.
-¿Pero
tú eres gilipollas, Alec?-preguntó, y yo bufé, me levanté con tanto ímpetu que
tiré la silla al suelo, y lo fulminé con la mirada.
-Tampoco
esperaba que lo entendieras, después de todo. Siempre te has empeñado en ver lo
bueno de mí, sin importar si era realmente bueno. Toda la rabia que tenía
dentro, te has ocupado de canalizarla, sin preocuparte de descubrir de dónde
venía para poder acabar con ella. Eso te beneficiaba, a fin de cuentas. A los
dos. Pero, ¿no has visto lo que acabo de hacer, Sergei? ¡Se me han cruzado los
putos cables y le he roto la nariz a un tío que no me ha hecho nada!
-Se
metió con tu chica. No es la primera vez que se te cruzan los cables con ella.
-No
de esta manera-sentencié, dándome la vuelta y agarrando el pomo de la puerta.
-Está
bien. Vete, y aprovéchala mientras puedas. Corre con tu zorrita.
Me detuve
en seco y me giré lentamente.
-¿Cómo
la acabas de llamar, Sergei?-Sergei sólo sonrió.
-¿Ves?
Siempre has reaccionado así. ¿Lo notas?-se levantó, caminó hacia mí y cerró los
puños, inclinándose un poco hacia delante-. ¿La puta rabia que tienes dentro
ahora mismo? ¿La sientes burbujear? ¿A que me matarías ahora mismo por lo que
acabo de llamarla? Zorrita-repitió, y yo me estremecí, sintiendo que la
temperatura de mi cuerpo se disparaba-. Una tía que te hace sentir eso no es
una tía de la que simplemente te alejas porque de vez en cuando le rompas la
nariz a un puto pijo como Kevin. Te la follas. Duro. Para asegurarte de que no
se aleja de ti.
Reí
entre dientes.
-Y si
siento esa rabia con ella, ¿qué hago, eh? Ya me la follo. Duro. Por eso tengo
que esforzarme para que se aleje de mí. Porque yo no puedo vivir sin ella, ni
podré hacerlo nunca, pero ella todavía tiene posibilidades de vivir sin mí. Y, por
la cuenta que le trae, más vale que lo haga antes de que la puta bomba de
relojería en la que me he convertido explote-abrí la puerta-. Mañana te traigo
el anclaje de los cojones, Sergei. Y no pienso pagarte una mierda del abono de
Kevin. Si tienes cojones para meterte con Sabrae Malik delante de Alec Whitelaw,
tienes que tener cojones también para lidiar con las consecuencias. Ah… y otra
cosa-me colgué de la puerta y le di un toquecito en el hombro a Sergei-. Vuelve
a llamarla “zorrita”, y te mato-sonreí-. No seré el primero de mi familia que
intenta cargarse a alguien, pero no me importará ser el primero que lo logra-le
guiñé un ojo, le di una torta suave, y me marché del gimnasio. Puse el disco de
Imagine Dragons que había estado escuchando la noche que me tiré a Zoe a pleno
volumen, y e regodeé en los pensamientos negativos que me embargaban. Hoy es el día, me dije. O, bueno, más
bien, la noche, porque el sol ya se había puesto. Me sentía con la fuerza
suficiente como para comportarme como un hombre, ir a ver a Sabrae, y decirle
que mejor sería romper.
Seguro
que ella estaba tan hasta los huevos de mí a esas alturas de la película que celebraría
mi sugerencia. Quizá, hasta termináramos bien.
Llegué
a mi casa con los auriculares aún puestos, y me visualicé tumbándome en la cama,
encendiendo un cigarro, pensando mi discurso y levantándome cuando lo hubiera
terminado y ya no me quedaran más cigarros. Mi aliento de fumador haría que Sabrae
me rechazara incluso si se me cruzaban los cables y le pedía un beso. Todo
genial. Mi plan no tenía fisuras.
Trufas trotó hacia mí, feliz de verme, y
yo le acaricié entre las orejas. Vi que Mimi se asomaba a su habitación, me
fulminaba con la mirada (creo que le habían contado la tarde anterior que su
hermano no era tan santo como se pensaba) y llamó al conejo para que se fuera
con ella antes de cerrar con un sonoro portazo.
-¿No
te alegras de verme, Mary Elizabeth?-me burlé, y ella me gritó que me fuera a
la mierda. Me eché a reír, negué con la cabeza, y entré en mi habitación,
animado por sentirme con un nuevo propósito.
Ni en
un millón de años me habría esperado ver a Sabrae allí plantada, de pie, con
los brazos cruzados, la mandíbula levantada y una fiera determinación en la
mirada. A pesar de que para mí fue una sorpresa (grata, a pesar de todo),
conseguí no quedarme paralizado como un ciervo ante unos faros. Me quité los
auriculares y me la comí con los ojos. Si me comportaba como el fuckboy que había sido en otra época,
romper sería más fácil.
Y,
además, me apetecía comérmela con los ojos. Se había puesto un sudadera blanca con
mangas con rombos de color azul, amarillo y rosa, llevaba unas botas de tacón
de charol violeta más allá de las rodillas, se había soltado el pelo, y
delineado los ojos y pintado los párpados con una sombra del mismo color que su
calzado.
-Esto
me suena-solté con prepotencia, y Sabrae descruzó los brazos mientras yo tiraba
los auriculares a un lado. Bueno, por lo menos no tendría que ir a su casa para…
-¿De
veras?-respondió ella, alzando una ceja, dando un par de pasos hacia mí con un
contoneo de caderas que me volvió loco-. Pues a ver si te suena esto-se quedó
plantada frente a mí, a un par de pasos que se me antojaron un mundo. La tenía
ahí, al alcance de la mano. Sólo tenía que estirar el brazo y tocarla-.
¿Quieres cortar?-preguntó, con una rabia que jamás había escuchado en su voz. Me
quedé helado. Así que ahí estaba. El momento que había estado preparando. El
desastre que había buscado durante más de una semana.
Supe por
cómo me miró que no podríamos acabar bien. Que lo que habíamos tenido antes de
lo que teníamos ahora sería una relación idílica comparado con lo que nos
esperaba. Antes, le caía mal. Ahora, me odiaba. No era para menos, pero…
… me
jodía que jamás pudiera volver a tocarla, la verdad. Mentiría si lo dijera.
Abrí la
boca para responder, pero ella no me dejó.
-Porque,
si es así, quiero mi polvo de despedida-le dio una patada a la puerta para
cerrarla de un portazo y volvió a mirarme-. Para que te acuerdes toda tu puta
vida de lo que tenías y dejaste escapar.
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Madre mia de mi vida y de mi corazón, estoy mordiéndome las uñas de las ansias de saber que pasa en el siguiente capítulo. Sabía que mi niña Sabrae cogería el toro por los cuernos, pero no me esperaba que de esta forma y tan radical. La puto adoro.
ResponderEliminarHe pasado fatal este capítulo porque el ver desde la perspectiva de Sab todo el sufrimiento ha sido horroroso, me ha muchísima pena y ya el momento de Alec en el gimnasio en fin, hundida me hallo. Necesito que se pongan a hablar de una vez y lo arreglen de unaputa vez