domingo, 1 de diciembre de 2019

Heartless.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Ya sabía que llegábamos tarde incluso antes de llegar a casa de los Tomlinson, con esa certeza titilante que baila en un rincón de tu mente en el momento en que te das cuenta de que has esperado demasiado. Igual que si te despiertas dos horas antes de la hora de despegue de tu avión y el aeropuerto ya está a una hora de tu casa, y en el momento en que miras el despertador que no ha sonado ya sabes que has perdido un vuelo al que todavía no han mandado embarcar a nade, mientras iba a la calle de los Tomlinson con Duna sobre mis hombros, supe que mi hermano no iba a estar allí. Y me culpaba por ello.
               Me había pasado la tarde entera sentada frente a mi ordenador, viendo una película cuyo nombre y trama no recordaba, con el teléfono a mi lado vuelto sobre la carcasa, para que si me llegaba un mensaje lo viera al instante. Deseaba con toda mi alma que Alec me enviara una simple pregunta, “¿haces algo esta noche?”, para que todos mis miedos se disiparan como la bruma a orillas del Támesis cuando sale el sol. Pero ese mensaje no había llegado, y yo había ido poniéndome más y más nerviosa, más y más tensa, y más y más triste, a medida que pasaban los minutos y yo me convencía de que estaba esperando a la desesperada.
               Incluso había sido débil un par de ocasiones y había pensado en enviarle un mensaje yo. Las palabras se agolpaban en mi cabeza hasta formar una maraña en la que tenía la esperanza de poder atrapar a Alec, cortándole unas alas que yo misma le había  entregado pero que egoístamente deseaba que no usara. No quiero que nos pase nada malo, y creo que si te acuestas con Zoe me afectaría más de lo que debería, así que por favor, sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero no hagas nada con ella.
               Demasiado largo.
               No hagas nada con Zoe. Me hará daño.
               Demasiado doloroso.
               No necesitas a otra. Me tienes a mí. Hazme lo que quieras.
               Demasiado suplicante.
               Pásalo bien esta noche. Yo lo intentaré.
               Demasiado cínico, y nada de mi estilo… y una excusa perfecta que él podría usar si a mí se me ocurría echarle en cara que sintiera deseo por otras chicas, algo que me decía que era completamente normal, pero que en el fondo era como un puñal incandescente retorciéndose en mis entrañas.
               Por favor, no hagas nada con Zoe. Sé que no debería, pero me va a afectar. Te quiero. No quiero perderte, pero no sé si podré perdonarte. Y eso que no tengo nada que perdonarte, porque te he dado permiso. La cuestión es… que no quería darte permiso, no realmente. No tengo derecho a pedírtelo, ni a sentirme mal, porque yo he sido la primera que nos he puesto límites, pero si te dije que podías hacer lo que quisieras con Zoe (o con la chica que quisieras, realmente), es porque sólo quiero que hagas cosas conmigo. Quiero que mires a una chica y te apetezca llevártela a la cama durante unos segundos, y luego recuerdes que soy completa, absoluta e irrevocablemente tuya y que sonrías porque de alguna forma absurda he conseguido convencerte de que yo soy mejor que las demás, que merezco el privilegio de ser a la que más deseas, y que lo único mejor que lo que te apetece hacer con una desconocida que está buenísima y por la que no podría reprocharte que te sintieras atraído, es hacer eso mismo conmigo. Ojalá ella no viniera y no estuviéramos en esta tesitura, ojalá mis putas inseguridades no me hicieran tener miedo de cada chica a la que miras porque son todas mejores que yo y tú te mereces a alguien que te llene, que te complazca y que no se asuste en ningún momento cuando estáis en la cama. Te mereces a una mujer y no a la puta cría que soy, pero la cuestión es que esta puta cría haría lo que fuera por ti, y lo hará si se lo pides, igual que sabe que también harás lo que sea por ella, así que por eso te lo pide que simplemente no hagas nada… porque quiere seguir haciendo lo que sea por ti, quiere conservar lo que tenéis, amor puro, incondicional, sin ningún tipo de rencor. No sabes lo difícil que es encontrar a tu persona en el mundo, y tú eres la mía, Al, y no debería dejar que mi estúpido orgullo se metiera entre nosotros y…
               Ni siquiera sabía por dónde empezar a desgranar ese mensaje, más propio de un pasaje de la Biblia que de un texto enviado por Telegram, así que con un nudo en el estómago, presioné la tecla de la goma de borrar y vi cómo mis sentimientos se iban esfumando en el ciberespacio, sin conseguir siquiera acceder a él. Me hice un ovillo en la cama, cerré los ojos, me puse los auriculares, le pedí a Siri que me pusiera una selección de la música más triste que pudiera encontrar en mi móvil, y me eché a llorar con la primera canción. No sé si me quedé dormida o simplemente me caí en un agujero de gusano que hizo que el tiempo y el espacio dejaran de ser una verdad inamovible para mí, pero el caso es que cuando quise darme cuenta, en el espacio de silencio que hay entre dos canciones en el que caben un millón de sentimientos encontrados, había dejado de llorar. Puede que ya no me quedaran lágrimas o puede que me hubiera autoconvencido de que me daba igual.
               Y pude escuchar a mi padre preparándose para llevar a Duna a casa de los Tomlinson, donde iba a pasar la noche. Se me encendió la bombilla al instante: si me iba con mi padre, tal vez no fuera tarde y pudiera encontrarme con Scott. Le pediría a mi hermano que me llevara con ellos de fiesta; le diría que tenía que hablar algo muy urgente con Alec, y Scott no podría negarse. Me bajaría la Luna del cielo si yo se la pedía, así que conducirme hasta uno de sus amigos no era nada en comparación. Además, estaba Diana. Le diría que había cambiado de opinión, que le pidiera a Zoe que me perdonara, pero que prefería que se mantuviera a una prudente distancia de Alec. Me gustaba la monogamia, a fin de cuentas, si la compartía con él.
               De modo que me enfundé el primer jersey que encontré en el armario, me puse unos pantalones negros con las botas militares, y bajé zumbando las escaleras de mi casa. Pillé a papá asegurándose de que embutía a conciencia a Duna en un abrigo que la hacía triplicar su tamaño y con el que apenas podía moverse, estrangulándola con una bufanda que le daba tantas vueltas  a la cara que apenas podía ver, y con un gorrito con un pompón de colores cubriéndole la cabeza y convirtiéndola en el espantapájaros más friolero de la historia. Papá levantó la mirada con el ceño ligeramente fruncido, mientras Duna trabajosamente giraba sobre sus pies para poder mirarme también.
               -¿Puedo ir con vosotros?
               -Claro que…-empezó papá.
               -¡No!-tronó mamá, asomándose al recibidor-. ¿Con el frío que hace, pretendes ir así, sin coger un abrigo siquiera? De eso nada, ¡te quedas en casa!
               -Pero, ¡papá!-lloriqueé, volviéndome hacia él, que puso los ojos en blanco y suspiró.
               -Vete a por un abrigo.
               -Zayn-protestó mamá.

               -Me hará compañía a la vuelta-zanjó mi padre, y por una vez, mamá decidió que no merecía la pena discutir. Me subió la cremallera del abrigo hasta arriba cuando bajé con él puesto, me rodeó el cuello con una bufanda y frunció el ceño en dirección a mis leggings de algodón, que también usaba en verano, pero no dijo nada.
               Supongo que esos minutos que tardé en ponerme el buscar el abrigo fueron los que hicieron que llegáramos tarde, y mi corazón ya sabía que no íbamos a lograrlo en cuanto atravesé la puerta de la calle. Duna iba muy despacio, y le suplicaba a papá que la aupara y la llevara sobre sus hombros, pero papá estaba cansado y la dejó en el suelo apenas giramos la esquina de nuestra calle, así que me tocó a mí. Y, claro, yo no soy tan fuerte como él, así que fui más despacio aún… y eso que conseguí que fuéramos más deprisa que si mi hermana hubiera tenido que ir sola.
                Llamé al timbre de casa de los Tomlinson con el corazón en un puño, y mientras los pasos del interior se acercaban, papá cogió a Duna y la levantó de mis hombros, haciendo que me sintiera un gramo más ligera. Un mísero gramo.
               Louis nos abrió la puerta, con un cigarro a medio consumir en la mano. Nos saludó y nos indicó que pasáramos con un gesto de la cabeza, y cuando papá iba a atravesar la puerta, se colocó cortándole el paso.
               -No queremos nada, gracias-comentó, dando una calada de su cigarro. Papá lo fulminó con la mirada.
               -Quítate de en medio, Louis.
               -Ya te gustaría-respondió el padre de Tommy y Eleanor mientras Duna trotaba al interior de la casa para abrazarse con Astrid, que se puso a chillar nada más verla, como si no supiera que iba a dormir en su casa. Afiné el oído por encima de los gritos de las niñas y las pullas de mi padre y Louis con la esperanza de oír el runrún de un grupo de adolescentes preparándose para salir de fiesta, pero sólo me encontré con un silencio desolador.
               Tommy, Zoe, Diana y Scott ya no estaban en casa. De Eleanor no sabía nada, pero tampoco es que fuera mi prioridad esa noche. Me quedé allí plantada, en la puerta que comunicaba el salón con el recibidor, sintiéndome una completa estúpida y deseando haber tenido las luces suficientes para haberme traído el móvil. Cuando Eri salió de una de las habitaciones del piso inferior de su casa para venir a recibirnos, esbocé una sonrisa triste que ni siquiera me subió a los ojos.
               -¿Y mi querido primogénito, el único vástago varón que he conseguido traer a este mundo?-preguntó papá, yendo a saludar a Eri. Louis frunció el ceño.
               -¿Por qué hablas así? Pareces el puñetero Lord Byron.     
               -Porque al contrario que otros-le dedicó una mirada cargada de intención mientras le daba un beso a Eri en la mejilla-, yo no soy un puto desempleado de la industria musical que necesita desesperadamente de cierta banda para poder pagarse la hipoteca.
               -Está feísimo que hables así de Liam cuando no está presente, Zayn. Debería darte vergüenza-acusó Louis, echándose a reír.
               -¿Qué tal el disco, Zayn?-preguntó Eri.
               -Una mierda.
               -Siempre dices que es una mierda y al año siguiente estás dedicándole otro Grammy a Sher.
               -El siguiente te lo voy a dedicar a ti, ya que tu marido es incapaz de conseguir que le den un premio-papá le guiñó un ojo y los dos se echaron a reír.
               -Pero, ¡si tengo más premios que tú, fantasma!-se picó Louis, dando un paso hacia él. Miré en derredor, deseando que Tommy apareciera por algún lado, porque eso significaba que tanto Scott como Diana estaban en casa. Me descubrí deseando también que a Zoe le pasara algo de camino a la fiesta (nada grave; con una torcedura de tobillo me conformaba), y viéndose obligada a regresar a casa para descansar. Era una persona horrible, lo sé.
               -¿Quieres un poco de té, Zayn?-ofreció Eri cuando papá y Louis empezaron a discutir, medio en broma medio en serio.
               -¿Ha escupido este animal dentro?-quiso saber papá.
               -Aún no me ha dado tiempo.
               -Ven, Saab. Te prepararé un chocolate-Eri me rodeó de manera maternal los hombros y me condujo a la cocina, donde me sentó sobre uno de los taburetes de metal mientras ponía a hervir un poco de chocolate en polvo que ya tenía preparado, supongo que para tomárselo por la noche y tratar de relajarse mientras los monstruitos que le tocaba vigilar le destrozaban la casa-. Estás muy callada, peque. ¿Qué te pasa?
               Papá me acarició el cuello y yo me estremecí. Supe en ese instante que ya me había notado rara antes de salir de casa, pero no me había dicho nada para dejarme espacio. Negué con la cabeza.
               -Es que estoy un poco acatarrada.
               -Pues entonces, ¿para qué vienes? Deberías haberte quedado en casa, cómoda y calentita.
               -Eres un padre pésimo, Zayn.
               -Cierra la boca, Louis.
               -Me apetecía veros-lo cual no era mentira, aunque prefería ver a mi hermano y a Diana, la verdad. Eri exhaló un gemido y me dio un beso en la mejilla, comentando lo “rica” que era.
               -Es increíble que tengas una hija tan educada habiéndola criado tú-espetó Louis.
               -Quiero que sepas que en ese “veros” no estás incluido tú-comentó papá.
               -Vete a la mierda.
               -Supongo que hoy tenías un incentivo, ¿verdad?-sonrió Eri, acariciándome la espalda con cariño mientras me entregaba la tacita de chocolate caliente. Di un sorbo y noté cómo se me pasaba un poco la tristeza, pero sólo un poco. El dulzor del chocolate no era suficiente para combatir lo amargo de mi noche-. Querías conocer a Zoe-sentí una arcada de puros nervios cuando pronunció el nombre de la chica con la que Alec iba a traicionarme-. Pues no los habéis visto por los pelos-murmuró, aceptando la taza que Louis le tendió-. Se acaban de ir. Ni siquiera han querido cenar en casa-suspiró, negando con la cabeza, y yo me concentré en el reflejo marrón que había en la superficie de mi chocolate. Si hubiera estado más espabilada y hubiera cogido el puñetero abrigo antes de bajar como un bólido…-. Aunque Diana me había comentado que ibais a salir un día, en plan tarde de chicas.
               -Sí, esa era la idea-asentí despacio y di un sorbo del chocolate, concentrándome en tragármelo, a la par que mis ganas de llorar.
               -¿Qué tal es, por cierto?-quiso saber papá.
               -Parece buena chica. La verdad es que tampoco hemos estado mucho tiempo con ella. A las comidas, y poco más. Cuando Diana tiene que ir al instituto, se queda durmiendo. El jet lag.
               -Lo que sí sabemos fijo es que es guapa-aportó Louis.
               -Algo a lo que no pareces acostumbrado-pinchó papá.
               -Gracias por la parte que me toca, Zayn.
               -Es ironía, Eri, mujer. Sus hijos son bastante monos. Especialmente, Eleanor. Aunque, bueno, ha salido a su madre-papá se inclinó en la mesa y dio un sorbo de su té mientras Eri se echaba a reír y Louis alzaba las cejas.
               -Eh… ¿os busco un hotel, o algo, o me voy a dar una vuelta?
               -A mí con que te vayas a dar una vuelta me basta, cariño.
               -Vale, entonces no será muy larga; no quiero que tengas que darle demasiada conversación después.
               -Cabrón-rió papá por lo bajo, negando con la cabeza.
               -¿Y Scott, cómo lo lleva? Lo de estar en casa, me refiero.
               -Va a ser un amo de casa estupendo. Y la verdad que a todos nos viene genial. Como se pasa toda la mañana en casa porque no tiene nada que hacer, él es el que hace la comida, así que Sher puede descansar cuando vuelve del despacho. Ahora, anímicamente-papá me miró y los dos arrugamos la nariz-. Ha estado peor, evidentemente, y ahora parece más animado por el tema de que ya vuelve a estar bien con Tommy, pero yo creo que tarde o temprano le va a volver a dar un bajón. Y no es para menos.
               Me sentí una persona horrible. Yo preocupándome por que Alec se fuera a tirar a otra, y mientras tanto mi hermano encerrado en casa sin un futuro prometedor a la vista. Con lo buen estudiante que era, me parecía una injusticia tremenda que le hubieran negado todas las oportunidades sólo por defender a la que entonces ni siquiera era su chica. Un comportamiento como el suyo debería premiarse en lugar de castigarse.
               -Seguro que todo se arregla.
               -Sher y yo ya estamos mirando cosas para presentarle unas cuantas opciones, pero seamos realistas: tiene el curso perdido. Y no poder graduarse con sus amigos es una putada del quince.
               Dímelo a mí, pensé, recordando la amargura que vestía las palabras de Alec cuando hablaba con fingida indiferencia de que no conseguiría graduarse y tendría que ver a sus amigos recoger sus diplomas sentado en el patio de butacas.
               -Tiene más alternativas-comentó Louis, y papá lo miró-. Sabes que le iría bien.
               -Se parece a mí.
               -Pues por eso, precisamente.
               Papá sonrió, cansado.
               -Scott se suicidaría antes de dejar que yo le enchufara en algún trabajo.
               -¿Por qué dices eso, Z?
               -Porque se parece a mí, Eri. Y eso no le gusta.
               -Scott es tonto-aporté yo, y papá sonrió en mi dirección, me acarició la espalda y me guiñó un ojo.
               -Por lo menos le queda ser guapo.
               -Eso es verdad-me reí. Eri nos miró un momento, dejó con cuidado su taza de té sobre la superficie de mármol de la isla de su cocina y, para cambiar de tema, se dirigió directamente a mí, ya que no le gustaba que papá se disgustara. Le tenía mucho cariño; en cierto sentido, por mucho que se hubiera casado con el que era su favorito en One Direction, mi padre era su debilidad.
               -Bueno, Saab. ¿Y tú qué? Me han dicho que te lo pasaste bastante bien los dos últimos fines de semana. Estás teniendo una luna de miel por fascículos, si no lo he entendido mal, ¿verdad?
               Otra vez, mi estómago dio un triple salto mortal y se enganchó en sí mismo. La cabeza empezó a darme vueltas y sentí que el mundo se oscurecía por sus bordes, como si me taparan parte de la cara con una visera como la que les ponen a los caballos en Andalucía, para que sólo puedan ver al frente. Sin embargo, no podía dejar que se notara. No quería que me preguntaran y derrumbarme. Y papá ya tenía bastantes cosas por las que preocuparse como para que yo me sumara a esa lista.
               -Muy bien. Me lo pasé muy bien-di un sorbo de mi chocolate con la esperanza de que alguien saliera a mi rescate o cambiaran de tema, porque a fin de cuentas la vida sexual de una chiquilla de 14 años no resulta muy interesante para un grupo de adultos que llevan bastantes años casados.
               -Nada, Zayn-Louis le dio una palmada a mi padre en el hombro-. En breves tienes nietos. Para que luego dijerais que yo era el viejo.
               -Cállate, Louis.
               Empezaron a pelearse de nuevo, como también hacían Scott y Tommy cuando estaban juntos, y yo sentí mucha envidia de ellos. Ojalá la relación que más parecido tenía con la de papá y Louis o Scott y Tommy me durara más de unos meses. Sentía que lo mío con Alec estaba a punto de ser herido de muerte y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Me sentía estúpida, inútil, y una cobarde por no querer poner mis cartas sobre la mesa. Ni siquiera se trataba de mi orgullo esta vez, lo cual era aún peor, porque eso puede disculparse; creía que era insuficiente, a pesar de que Alec había insistido un millón de veces en que no era así, en que él me veía con unos ojos que yo adoraría si pudiera utilizarlos; y, a la vez, empezaba a culpar a Alec y a detestarlo porque era él quien me estaba haciendo sentir así. Sé que es normal sentirse atraído por otras personas cuando estás en una relación, pero teorizar sobre sentimientos no tiene nada que ver con finalmente sentirlos en tus propias carnes.
               Me quedé mirando al exterior, perdida en mis pensamientos, intentando que no se me notara cómo mi mente se iba cayendo por una espiral gélida, mientras papá y Louis seguían peleándose. Papá le había dicho que no sabía qué esperaba Louis haciendo que Diana viviera literalmente encima de Tommy si luego se sorprendía de que terminaran enrollándose, puesto que el roce hacía el cariño (dímelo a mí) y los dos estaban en edades muy malas (de nuevo, dímelo a mí).
               -¿Y dónde querías que la metiéramos? Harry me pidió a mí que la cuidara, no a ti. No pretenderías que la enviara a tu casa. De todas formas, poco importa ahora, ¿no? El caso es que… lo hecho, hecho está, y si te soy sincero, estoy muy orgulloso de Tommy. Es un puto triunfador. Se ha liado con una modelo, y sin ser famoso. ¿Cuántos chavales de su edad consiguen eso?
               -Te ha salido guapo, Louis. Es decir… para los genes que tiene…
               -¡Vete a la mierda!
               Pero yo no podía dejar de darle vueltas a lo que había dicho Louis. Consideraba que Tommy había conquistado a Diana (cuando más bien había sido al revés, o por lo menos eso parecían asegurar ellos), y la relación de Tommy y Diana había empezado de una forma bastante parecida a la de Alec y yo. La diferencia estaba en que seguro que Diana no se amedrentaba cuando aparecían otras chicas. Desde luego, no lo había hecho cuando Tommy empezó a desarrollar sentimientos por Layla. ¿Y si era eso lo que Alec esperaba? ¿Quería tener una relación como la de Diana y Tommy, y sólo se había armado de valor para decírmelo al ver que aparecía una candidata digna de decir lo que verdaderamente deseaba?
               ¿Yo había sido una conquista también? No. No seas boba. Alec te quiere.
               Pero Tommy también quería a Diana. Y eso no le había impedido desarrollar sentimientos por otra chica.
               Cosa que yo no quería que sucediera con Alec. Pero tampoco podía pedírselo. No era su novia. A todos los efectos, la relación de Tommy y Diana era más seria que la mía con Alec; por lo menos ella no era una cobarde que tenía miedo de enamorarse demasiado de él y tener que sobrevivir a su ausencia durante un año, cuando Tommy se fuera con mi hermano de mochilero por Europa. Si es que se iba.
               Y, si Diana no le pedía que se reprimiera, menos derecho tenía a hacerlo yo.
               Me terminé mi chocolate y fui al salón a mirar cómo jugaban Astrid, Dan y Duna, sin animarme a participar en sus juegos a pesar de que yo siempre los volvía mucho más interesantes. No podía dejar de darle vueltas a eso. ¿Iba a ser siempre así, a partir de entonces? ¿Cada vez que apareciera una chica guapa, yo tenía que apartar la mirada mientras Alec iba a por ella? ¿Había venido él a por mí de la misma forma y yo no me había dado cuenta? ¿E iba a avergonzarme de esos sentimientos, dejando que me alejaran de mi familia, haciéndome sentir fuera de lugar incluso cuando estaba en una habitación llena de gente que me quería, que me había cuidado cuando era un bebé, y que aún se desvivía por mí?
               No podía apartar esas ideas de mi cabeza, como si fueran unos arbustos particularmente tozudos que no dejaban de salir en mi jardín. Y no es porque no hubiera gente tratando de ayudarme; Louis me dio un beso en la mejilla y me acarició la espalda con un aire paternal que me recordó mucho a papá, Eri me achuchó entre sus brazos y me dio unos besos que resonaron como un gong en un palacio imperial chino, y papá caminó a mi lado en un silencio respetuoso, cargado de confianza, dejando que fuera yo quien diera el primer paso. Ese primer paso fue un suspiro por mi parte mientras echaba la vista atrás, metafórica y literalmente hablando, y me preguntaba a mí misma si quería pensar tan mal de Alec como para creer que todo había sido una estrategia. Mi alma y mi corazón se resistían a creer que yo hubiera sido conquistada, pero mi cerebro me decía que no fuera estúpida. El estúpido era él, sin embargo: la confianza estaba en la mente, y no en el corazón, y yo seguía confiando en él. Me resistía a dejar de hacerlo.
               Pero todo era tan raro…
               -¿Querías ir de fiesta?-preguntó papá al ver cómo me giraba, y yo le miré.
               -¿Eh?
               -Parecías ansiosa por llegar a casa de Louis y Eri, y luego, cuando viste que tu hermano se había ido, nada. Simplemente… triste.
               -Un poco-admití, dándole una patadita a una piedra. A papá no podía mentirle. No del todo, al menos.
               -¿Quieres que te acompañe?-se ofreció, parándose en seco, con las manos en los bolsillos de la chaqueta y nubes de vaho saliendo de su boca como si fuera una locomotora.
               -¿Adónde?
               -De fiesta. Buscamos a tu hermano y te puedes quedar con él.
               -¿Con estas pintas?-me tiré inconscientemente del jersey, de fondo blanco, con cuello y puños de un gastado gris perla y tres picos invertidos de colores amarillo, rosa y azul llenos de bolas-. Ni de broma. Mejor nos vamos a casa.
               -¿Qué dices de pintas, Sabrae? ¡Si estás guapísima!
               -Tú me ves con buenos ojos, papi-me abracé a su brazo y froté la mejilla contra éste-. Pero quiero ir a casa, de verdad.
               -Como prefieras. Pero que sepas que, si es por tu aspecto, no deberías preocuparte. Estás muy guapa, y muy abrigada, lo cual me deja más tranquilo que los modelitos que te pones a veces. Además, estoy seguro de que quien quieras que te vea, no le dará tanta importancia a tus “pintas”-hizo el gesto de las comillas con una mano- como te importan a ti.
               Ya, bueno, de mí no dicen que estoy buenísima, ni les piden permiso a sus casi novias para ponerles los cuernos con su beneplácito, así que…
               -¿Alec no sale esta noche?-preguntó mi padre, metiendo el dedo en la llaga sin querer. Apreté los labios en una sonrisa invertida que buscaba ser una mueca con la que despertar su ternura, y creo que funcionó, porque comentó-: bueno, si te apetece llamarlo para que se deje caer por casa, por mí no hay problema. Y ya sabes que por tu madre tampoco. Incluso puede quedarse a dormir, si te apetece. ¿Qué te parece?
               -Creo que voy a pasar, papi, pero gracias.
               -¿Seguro?
               -Sí. No me apetece mucho verle, no sé-me froté un ojo luchando contra las agujas que me pinchaban en la garganta y amenazaban con hacer que mi voz se quebrara.
               -Vaya. ¿Está todo bien entre vosotros? Porque puedes decírmelo si no es así.
               -No es nada. Sólo tengo un poco de bajón. No te preocupes-me puse de puntillas para darle un beso, agradeciéndole a los cielos que, entre todos los hombres que había en el mundo, hubieran decidido que él fuera mi padre y no otro-. Creo que es la regla. Me tiene que bajar pronto-mentira, la había tenido la semana pasada, pero eso mi padre no lo sabía.
               Papá torció la boca, creo que no muy convencido con mi respuesta (normalmente me vuelvo cariñosa cuando tengo el periodo, y en lugar de querer alejarme del mundo me acabo convirtiendo en una lapa), pero no dijo nada. Supo adivinar que yo necesitaba un espacio para regodearme en un dolor que odiaba que tuviera, pero que no iba a ser capaz de combatir. Las heridas deben supurar antes de sanar, pues de lo contrario no pueden cerrarse nunca.
               Me imagino que sabía cómo me sentía porque lo había experimentado en sus propias pieles una vez, hacía mucho, mucho tiempo, y como la soledad a veces es la peor compañera de alguien con el corazón que se está resquebrajando, pero que no lo tiene roto y por lo tanto no se permite estar triste, decidió que tendríamos una noche en familia, lo cual le agradecí. Cuando la casa se vaciaba (todo lo que puede estarlo una casa en la que conviven 4 hijos con sus padres), papá y mamá se daban un capricho de intimidad y se acurrucaban en el sofá del salón, a ver una peli, besarse y, ¿por qué no?, también tener sexo, si las cosas pintaban bien. Si no, probablemente terminaran en la cama, pero aquello era parte de una rutina que, si bien no les disgustaba, querían variar de vez en cuando.
               Yo les fastidié esa noche, y a la vez, papá me hizo sentir como si hubiera salido ganando, pidiendo comida a domicilio, sentándose con estoicismo a ver una película de mi elección (casi elijo The Greatest Showman, pero finalmente me incliné por la grabación de West Side Story de Broadway), y dejando que me echara sobre él a ver la película, yo boca abajo sobre su pecho, mientras mamá acogía a Shasha entre sus piernas y le rodeaba la cintura con los brazos, ambas concentradas en la televisión. Los dedos de papá fueron mágicos en mi espalda, y consiguieron tranquilizarme hasta el punto de que logré estar cinco minutos seguidos sin pensar en Alec, con los ojos fijos en la televisión. Supongo que habrá un hombre que jamás me decepcionará: él.
               Mamá me acarició la espalda y me dio un beso en la cabeza cuando la peli se terminó. Era hora de irse a la cama, me dijo con una sonrisa en los labios, y yo asentí, exhalé un sonoro bostezo, y me desperecé encima de papá, que también se había quedado dormido. Descubrí que nos habían tapado con una manta, y me dieron ganas de llorar viendo lo protegida que estaba en casa. No debería estar triste, porque nadie que estuviera entre esas cuatro paredes dejaría que me hicieran daño; sabía que morirían por mí de la misma manera que yo lo haría por ellos.
               Papá me miró, somnoliento, y bromeó con la posibilidad de que durmiera entre él y mamá, como si fuéramos un sándwich, pero yo negué con la cabeza. Mientras recogíamos las cosas, le di las gracias por haberme cuidado tan bien, a lo que respondió dándome un beso en la frente acompañado de un:
               -Es mi trabajo.
               -Tu trabajo es hacer música genial, papi.
               -Y ser lo mejor padre que pueda-replicó.
               -Más genial incluso que tu música-sentencié, doblando la manta de pelo con la que mamá nos había tapado y dejándola en el sofá. Me acurruqué contra su pecho, mimosa-. Gracias, de verdad.
               Ni siquiera me sentía mal por haberle fastidiado la intimidad con mamá. Y debería. Me llevaría a Shasha arriba y nos pondríamos una serie muy ruidosa como compensación. Puede que el concierto de Beyoncé en Coachella. No había nada que me animara más que…
               -Ha sido un placer, mi niña. De verdad-papá me rodeó con los brazos y me besó de nuevo la cabeza. Y yo me vi teletransportada de vuelta a las millones de veces en que otra persona, también de sexo masculino, había hecho ese mismo gesto y había pronunciado las mismas palabras. Alec.
               El placer ha sido mío, bombón. El placer ha sido mío, mi niña. Un placer. Placer, placer, placer.
               Justo lo que él podía estar sintiendo ahora mismo. Con otra.
               Era desesperante. No tenía manera de escapar del veneno que había en mi cabeza. Cada cosa que me rodeaba me recordaba a él, incluso si no habían tenido ningún tipo de contacto. Mi corazón encontraba maneras de relacionarlo todo con Alec y lo que había vivido con él, como si la felicidad fuera la enfermedad más contagiosa que existía, y su falta se convirtiera en letal.
               Con unas dotes que ya quisieran muchas actrices de Hollywood, le dediqué una sonrisa a papá, me puse en pie y le di un beso en la mandíbula. Como si no me costara nada. Como si no estuviera rompiéndome por dentro.
               No podía dejar de imaginármelo con Zoe, y eso que sólo la había visto en fotos. Sin embargo, mi mente perversa era capaz de rellenar los huecos que me faltaban con una imaginación muy propia de mi familia, y por mucho que intentara concentrarme en otras cosas, no dejaba de verla a ella, agachada frente a él, dándole placer con su boca mientras él gemía, apretaba la mandíbula y gruñía como yo ya sabía que hacía. O ella, abierta de piernas, con su cabeza entre los muslos. O ella, de pie, contra la pared, recibiendo su miembro grande, duro y fuerte en su interior, haciendo que la empujara hacia el cielo con el ímpetu de un bate de béisbol que consigue un home run.
               Entré en mi habitación, cogí el móvil y entré en mi conversación con Alec. No podía seguir haciéndome daño así. Teníamos que hablarlo, lo sabía, pero ahora necesitaba un bote salvavidas; ya nos ocuparíamos más tarde de quién tenía la culpa del naufragio, si el iceberg o el barco.

Por favor, no hagas nada con ella. No hagas nada con ninguna. Lo siento mucho. Ven a mi casa si necesitas desfogarte. Me apeteces, ahora y siempre.

               Observé cómo un pequeño reloj movía las manecillas a la velocidad del rayo en el interior del bocadillo del mensaje, y luego, un pequeño tick aparecía en su lugar. El mensaje se había enviado.
               Dejé el móvil en mi mesilla de noche y fui a lavarme los dientes. Observé a la chica del reflejo en el espejo: ojerosa, con la nariz un poco hinchada y los ojos rojos, producto de aquel llanto a solas en mi habitación que me había mandado a la cama.
               Y me pregunté cómo iba a preferirme a mí así, teniendo a su disposición a chicas tan guapas como Zoe, que seguro que siempre estaban perfectas.
               Y me pregunté cómo iba a hacer él para resistirse a una tentación mucho más fuerte, y simplemente conformarse con lo que tenía en casa.
               Y me pregunté cuánto tiempo tardaría en leer mi mensaje después de hacer justo lo que le pedía que no hiciera. No era justo por mi parte. No debía hacerle sentir mal. Le había negado la única cosa que él deseaba; ahora no podía echarme atrás y repetirle un “no” que no se merecía.
               Así que cuando volví a mi habitación, con el aliento más fresco y la cabeza aún más embotada, me metí en la cama, entré en la conversación y borré el mensaje con dedos temblorosos. Observé cómo desaparecía de la conversación y de mi vida, y me prometí a mí misma que hablaría las cosas con Alec, que intentaría superarlo, que no caería en los errores que tanto había criticado en las demás, y que sin embargo ahora me perseguían incansables. No tenía derecho a sentir celos, y debía apartarlos.
               Lo único que debía hacer ahora era intentar distraerme, leer un libro que consiguiera que mi cabeza se ocupara tanto en sus palabras que se me olvidara lo que Alec estaría haciendo en ese mismo momento, pero descubrí que era inútil. Pasé páginas y páginas de mi lectura de ese momento sin concentrarme en más de una frase, y lo poco que absorbía del libro hacía que mis fantasías de Alec con Zoe fueran mucho peores. De modo que cerré el libro, me froté los ojos, me acurruqué en la cama y, escondida bajo las mantas, entré en Twitter.
               Que resultaba estar plagado de fotos de Alec. Quién lo diría. Después de subir mis historias con él haciendo lo nuestro oficial, todo el mundo le había descubierto, y como yo, se habían rendido a sus pies. Tenía la cronología llena a rebosar de tweets hablando de lo guapo que era, de la suerte que tenía yo de poder meterme en la bañera con alguien así, de despertarme a su lado, de besarlo y “más cosas que no digo, porque si no me denuncian la cuenta, pero ya me entendéis”, seguidos de un coro de “amén, hermana”, “ugh, nosotros-”  y demás expresiones propias de la parte fan de la red social. Sentí una opresión en el pecho cuando me encontré con capturas de pantalla de historias mías, yo sonriendo a la cámara con los ojos chispeantes de felicidad, negando con la cabeza o echándome a reír en silencio, acompañadas de frases que decían lo afortunada que era, lo mucho que me lo merecía y lo normal que era que consiguiera a un chico como él.
               Otro cuarteto de fotos de Alec sin camiseta, sacados de su cuenta de Instagram, hicieron que bloqueara el móvil y lo tirara al suelo. En aquellas fotos, la cuenta que las había publicado me advertía de que tuviera cuidado, porque habría mucha competencia, “literalmente mataría por él”, decían. Se me volvieron a llenar los ojos de lágrimas mientras pensaba en lo horrible que era estar con el “chico blanco del mes” en Twitter, como lo llamaban algunas, y no poder presumir de lo que hacíais, porque estabais mal. No quería pensar en ello, pero puede que estuvierais a punto de romper. Y eso le encantaría a toda la gente que ahora me decía que tuviera cuidado. No dudaba de que tenía que tenerlo; es más, si ya creía que había metido la pata diciéndole a Alec que hiciera lo que quisiera con Zoe, ahora estaba convencida. Con esa cantidad de gente detrás de él, no me quedaría más remedio que dar un paso atrás, apretar los dientes mientras me desinfectaba la herida con alcohol, y mirar cómo él seguía con su vida anterior, siendo el amo y señor de todo Londres, como siempre había querido.
               Cerré los ojos y me concentré en dormirme, contando ovejas que en ocasiones se intercalaban con imágenes de Alec: Alec con las manos en los bolsillos, esperando con impaciencia a que yo llegara al sitio donde nos habíamos citado; Alec sonriendo mientras me veía reírme; Alec haciéndome cosquillas en la cintura, Alec besándome la punta de la nariz mientras me acariciaba la mejilla, Alec apartándome un mechón de pelo de la cara, Alec deshaciéndome las trenzas para liberar mi melena, Alec jadeando al entrever mi cuerpo desnudo bajo la cúpula del iglú con las pantallas, Alec apretando la mandíbula y conteniendo un gemido cuando se hundía en mi interior, Alec mirándome desde abajo cuando me separaba las piernas y acercaba su boca a mi sexo, Alec pegando la nuca a la pared de azulejos del baño mientras yo le practicaba sexo oral…
               Alec enfadado mientras discutíamos.
               Alec distraído mientras yo trataba de hablar con él en su cama.
               Alec con la vista perdida, recordando a su padre, en la bañera donde había nacido su fama.
               Alec examinando con mucha atención y más interés las fotos de Zoe.
               Alec ni siquiera mirándome cuando me agradeció que yo le dijera que podía hacer lo que quisiera con ella. No contradiciéndome cuando le dije que no podía pedirle nada, porque yo no le había dado nada. No era verdad: se lo había dado todo, absolutamente todo de mí: mi corazón, mi alma, mis pensamientos, mis ansias de regresar a casa y verlo y mis cada vez menos ganas de ir de viaje porque eso significaba que no estaríamos juntos; mi intimidad, mis expectativas de futuro y mis remordimientos del pasado. Mi placer. Mi cuerpo. Y eso no era suficiente.
               Había hecho bien rechazándole, pero no por mí: por él. Se merecía tener libertad y no tener que conformarse conmigo, cuando podía aspirar a chicas mucho mejores, chicas con un linaje claro que pudieran hacer que se lo pasara en grande sin tener que preocuparse de si les hacía daño o no, chicas que no dudarían en someterse en cuanto él mostrara signos de querer dominar. Supongo que en eso era en lo que había fallado yo: me habían educado en la insumisión, y yo concebía el amor como un cielo abierto en lugar de una jaula, y que alguien quisiera meterme dentro de una pequeña cárcel con barrotes de oro para escucharme cantar cuando quisiera hacía que algo dentro de mí se retorciera. Me decía que me estaba traicionando a mí misma queriendo cambiar por Alec, pero, ¿no consistía en eso el amor? ¿En dos personas que se adaptan la una a la otra para formar algo más especial que ellas dos por separado?
               Éramos compatibles, de verdad que sí. Y yo creo que aún tenía un poco más de margen para adaptarme a él, pero él no me dejaba. ¿Por qué no me dejaba? Podía ser mejor que todas esas chicas. Yo, al contrario que el resto del mundo, no le trataba como un objeto sexual, un trozo de carne de usar y tirar, un vibrador de lujo y de última generación, que no sólo te penetraba sino que también podía comerte el coño. Escuchaba mis problemas, y yo lo valoraba, y creía que a él le gustaba que se los contara. Valoraba la confianza por encima de todo lo demás, y sin embargo, allí estaba: físicamente, a un par de kilómetros de mí, pero emocionalmente, a varios mundos de distancia. Con una chica que no era yo.
               Alguien que debía ser yo.
               Un momento, ¿era esto una prueba? ¿Había entrado en Twitter y había visto cómo se había revolucionado todo con su descubrimiento? Porque, de ser así, lo llevaba claro si me iba a rendir sin luchar. Ni de broma.
               Fue con esa férrea determinación con que me dormí, y como era de esperar, aterricé en un sueño en el que él estaba allí, conmigo. Estábamos en su habitación; él acababa de entrar, y por cómo iba vestido y la llama que ardía en sus ojos, una llama que yo conocía muy bien, supe que venía de acostarse con Zoe. Probablemente hubiera sido un polvo sucio, en el que ella no había parado de gemir, y se había caído de rodillas tras un orgasmo fulminante que la había hecho perder el conocimiento durante unos segundos. Alec era capaz de hacerte sentir un placer así.
               Nos medíamos con la mirada, cada uno deseando arrancarle la ropa a mordiscos al otro, si hacía falta. Él llevaba puesta una camisa que resaltaba el dulce bronceado de su piel, unos vaqueros que se ceñían a su culo de una forma que quitaba el hipo, y unas Converse que le había quitado en un par de ocasiones. Yo, por mi parte, llevaba un vestido bien ceñido a mis curvas, de un color morado que hacía que mi piel resplandeciera y se abrochaba con una cremallera dorada a la espalda. La falda me llegaba un par de dedos por encima de la rodilla, y mis botas de tacón de filigrana dorada, las mismas que había llevado en Nochevieja, me alargaban y estilizaban las piernas y me hacían parecer mucho más alta. No era la ropa propia de una noche de invierno, y Alec se dio cuenta… y le encantó. Sabía que venía a buscar bulla, y estaba más que dispuesto a dármela.
               Estaba encantado, de hecho. Me notaba enfadada, y cuando estoy enfadada follo que da gusto. Quiero decir… más que de costumbre.
               -¿Qué tal el polvo?-pregunté, cruzándome de brazos. Mis pechos se subieron un poco en el escote redondeado que dejaba más bien poco a la imaginación. Alec sonrió, se relamió de una forma descaradísima que sin embargo era completamente involuntaria, y se pasó una mano por la mandíbula.
               -¿Cuál de todos?
               -¿Has echado varios?-alcé las cejas y crucé las piernas, sintiendo cómo mi sexo agradecía la presión que mis muslos hacían el uno contra el otro. Alec rió.
               -No te habrías vestido así si quisieras que parara con tu primer orgasmo, bombón.
               -No me he vestido así porque quiera follarte, Alec-repliqué, avanzando hacia él, poniéndome a su altura y dándole un toquecito en el pecho con un dedo acusador-.  Me he vestido así porque quiero que veas que esto-hice un gesto que abarcaba todo mi cuerpo- es lo que te pierdes.
               Alec rió por lo bajo, chulo, prepotente, egoísta, incluso un poco gilipollas.
               -¿Perdérmelo?-respondió, y me empotró contra la pared, presionando su cuerpo contra el mío de una forma deliciosa-. No me estoy perdiendo nada, bombón.
               Empezó a besarme con urgencia, como si llevara años sin probar a una mujer. Me rompió la cremallera del vestido al bajármela con rudeza, y liberó mis pechos sólo para morderlos en cuanto estos entraron en contacto con el aire. Sus caderas presionaban las mías, atrapándome de una forma deliciosa entre su cuerpo y la pared. Metió las manos por debajo de mi falda y me quitó las bragas.
               Perdón, el tanga negro. Porque había ido a matar. Y eso le hizo gracia.
               Yo, por mi parte, le salté varios botones de la camisa al abrírsela con ímpetu, y acaricié los músculos de sus pectorales con las manos al completo, antes de clavarle las uñas en la carne cuando hizo que una corriente de aire recorriera mi sexo.
               Entre los dos, le desabrochamos los vaqueros y liberamos su erección. Se la acaricié con una mano que adoró lo grande y dura que era.
               -Es la última vez que te follas a otra y luego a mí en la misma noche-le advertí, fiera.
               -No voy a volver a follarme a otra-me prometió.
               -Ya, eso me suena de algo-respondí, acariciando los pliegues de mi sexo con la punta de su miembro. Sí. Sin protección. Lo cual era incluso un poco mejor.
               -Lo digo en serio-insistió, y cuadró la mandíbula cuando yo me metí lentamente su polla en mi interior-. Esto ha sido sólo un experimento.
               -No quiero hablar. Quiero sexo, y lo quiero ya.
               Sonrió.
               -¿No quieres escuchar lo que tengo que decirte?
               -Si no es “joder, Sabrae, qué bien follas”, no me interesa.
               -Sólo quería ver si otras hembras pueden darme lo que sólo tú puedes-sí, la cosa de leer novelas latinoamericanas subidas de tono es ésa: que los protagonistas de sus sueños eróticos hablan como terratenientes mexicanos. Y lo que te encanta.
               Me detuve un segundo y le miré a los ojos.
               -¿Y qué has descubierto?
               Alec sonrió, una sonrisa oscura, cargada de malas intenciones. Me agarró de las muñecas, me hizo darme la vuelta, se pegó tanto a mí que podía sentir su calor corporal abrasándome la piel de la espalda, y se inclinó hacia mi oído.
               -Que no.
               Me la metió en ese mismo instante, y yo exhalé un grito que también se trasladó al mundo real. No tuvo que embestirme demasiadas veces para conseguir que me corriera, y cuando lo hice, me desperté, empapada en sudor, con mi entrepierna mojada por el orgasmo que acababa de tener en sueños, y el pulso y la respiración aceleradas. Miré a mi alrededor, confusa, creyendo que todo había sido una horrible pesadilla y que Alec estaba tumbado a mi lado, desnudo, con el mismo sudor que me cubría a mí perlándole la piel.
               Pero no era así, y el éxtasis propio de segundos de ignorancia en los que ya estás despierto pero aún no eres consciente de cómo es tu vida se evaporó en ese instante.
               Y yo me eché a llorar. ¿Qué vida me esperaba, si no podía escapar de Alec ni en sueños? ¿Por qué había sido tan imbécil de decirle que me parecía bien que se fuera con otras cuando no era así? Allí estaba yo, aovillada en mi cama, llorando a moco tendido porque había empujado a mi hombre lejos de mí, le había incitado a que buscara en otras lo que yo no podía darle en lugar de pedirle que me enseñara a ofrecérselo, mientras él se lo pasaba en grande con mi beneplácito, destruyendo todo lo que teníamos, lo poco y lo mucho.
               Sólo en sueños él hacía lo que yo quería. Y los sueños no eran más que eso. Sueños. No eran la vida real.
               Y, después de tenerlo en la vida real, yo no iba a ser capaz de sobrevivir a su ausencia a base de soñar.


Si no hubiera sido por Momo, casi con total seguridad no habría salido con las chicas la tarde en que se suponía que iba a conocer a Zoe. No tenía ningunas ganas; incluso el planazo de quedarme encerrada en mi habitación llorando a moco tendido me parecía más atractivo que el tener que fingir que no me importaba que la amiga de Diana se hubiera acostado con el que aún tozudamente consideraba mi chico. Y digo “tozudamente” porque apenas había tenido contacto con Alec desde la última vez que había estado en su casa. Apenas habíamos intercambiado unos cuantos mensajes por Telegram, la gran mayoría conversaciones vacías que manteníamos más bien por no tener un día en la conversación en que no hubiéramos hablado, que porque nos interesáramos realmente por el otro. Él seguía enviándome videomensajes con el amanecer todos los días, y yo le daba las gracias y los buenos días nada más levantarme, acompañando mis mensajes de emoticonos sonrientes, nunca corazones. Hacía una semana que no le enviaba un mísero corazón a Alec, pero él tampoco había hecho amago de enviármelo a mí.
               Pero lo peor no era eso. No. Lo peor era que estábamos distanciándonos y ninguno de los dos pensaba que merecería la pena intentar hablarlo. Sólo cruzábamos un par de palabras cuando nos encontrábamos por el instituto de casualidad, pues jamás nos habíamos ido a buscar el uno al otro. Era como si ya nos diera igual lo que fuera de nosotros, lo cual me dolía muchísimo, porque yo no me mantenía a una distancia prudente de él por orgullo, sino porque tenía miedo de que volviera a hacerme daño. No quería ver indiferencia en su mirada si le pedía hablar, ni que me dijera que todo estaba en mi cabeza, porque yo ya me había dado cuenta de que no era así. Saltaba a la vista con todo el mundo. Incluso Scott, que ni siquiera estaba en el instituto, se había acercado a preguntarme si estaba todo bien con Alec.
               -Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
               -Es que… no ha venido ningún día a casa, y tú no has venido a vernos entrenar. Me parecía raro, eso es todo.
               -Estamos ocupados-contesté con indiferencia, volviendo la vista a mis deberes. Scott se mordisqueó el piercing, distraído.
               -Peque, sabes que aunque él sea mi amigo, soy tu hermano y siempre te voy a apoyar, ¿verdad?
               Volví a levantar la vista de mis deberes, en los que era incapaz de concentrarme, pero por lo menos ahora Scott me daba una excusa para no poder pasar del ejercicio 1.
               -Lo sé. Pero no tienes de qué preocuparte. Estamos bien. Yo, por lo menos. Él está incluso mejor que yo-añadí por lo bajo, apretando demasiado mi portaminas.
               -Qué raro-murmuró por lo bajo-. No me dio esa impresión cuando…-me tiró el anzuelo, pero yo no lo mordí-. Bueno, da igual. ¿Tienes deberes de mates con los que necesites ayuda?
               -Me apaño bien.
               No quería estar distante con Scott, pero de momento me escocía mucho pensar que las veces que se iba de casa, tenía más papeletas de encontrarse con Alec que yo. Yo ya había perdido la esperanza de encontrármelo en el gimnasio siquiera de casualidad; estaba segura de que me estaba evitando, e incluso si no fuera así, seguro que Zoe le tenía demasiado ocupado como para pensar en mantener su estatus de boxeador retirado. Fijo que ella le cansaba muchísimo, más que yo, y por eso apenas me enviaba un par de mensajes a lo largo del día para asegurarse de que estaba viva. A estas alturas de la película, ya ni me hacían ilusión.  Cada vez que me aparecía su nombre en la pestaña de las notificaciones, algo dentro de mí se revolvía, recordando lo que había sido y ahora ya no era.
               No hay nada más doloroso que mantener el contacto con una persona con quien lo has compartido todo y que ahora es una extraña, pero yo soy masoquista, y creo que Alec también. Además, no podía renunciar a él así como así. Estaba dolida con él, pero seguía queriéndole, y eso no iba a cambiar de buenas a primeras. Necesitaba que pasara algo un poco más gordo que que él se follara a una chica con mi permiso para poder tratar de pasar página. Todo habría sido diferente si lo hubiera hecho a mis espaldas (quería pensar que no se lo perdonaría, aunque la violencia con que le echaba de menos me indicaba otra cosa), pero como me había preguntado y yo le había dicho que sí, no había nada que pudiera reprocharme.
               Así que allí estaba yo, mirando a la pizarra sin prestarle la más mínima atención, fingiendo que me enteraba de todo lo que estaban explicando sobre raíces cuadradas y sucedáneos, cuando sonó el timbre que indicaba el final de las clases y me pilló desprevenida. Di un brinco en la silla y miré a mi alrededor, sólo para descubrir que Momo ya había guardado sus cosas y estaba descolgando la bolsa con la ropa que se iba a poner en mi casa de la perchita de la mesa.
               -Me odio por lo que estoy a punto de hacerte, Momo, pero creo que le voy a decir a Diana que me encuentro mal y que no puedo quedar hoy. Siento que hayas tenido que ir cargando con la ropa por medio barrio.
               Momo se me quedó mirando, los moñitos en que recogía los mechones de pelo que le caían por la cara destacando en su perfil. Se apartó la melena que no había recogido del hombro y respondió:
               -¿Por qué?
               -Ya sabes por qué.
               -¿Por Alec? Mira, ya sé que estás mal, como es lógico, Saab, pero no creo que encerrarte en casa sea la solución. Necesitas purgarte y llorar todo lo que quieras, pero no puedes pedirme que deje que desaproveches cada oportunidad de distraerte para seguir haciéndote daño.
               -Es que no me siento con ánimos, Momo, de verdad. Puedo distraerme perfectamente estando contigo, viendo una peli y… no sé. Haciendo cualquier cosa. No tengo muchas ganas de fingir que no me ha afectado que Alec se acueste con Zoe, ¿sabes? Y no quiero tenerle tirria. Ella no se lo merece. No me ha hecho nada.
               -Bueno, se ha follado a un tío con novia, que casualmente eres tú. Eso de que “no te ha hecho nada”…
               -Pues por eso mismo lo digo, ¿sabes? No quiero serle hostil. Lo mejor será que le diga a Diana que me he puesto mala durante el recreo y que no puedo ir a ningún sitio. Me meteré en la cama y me distraeré con lo que pueda; ya sé que no es el mejor plan del mundo, pero por supuesto, estás invitada-me colgué la mochila al hombro e hice ademán de zigzaguear por los pasillos que formaban las mesas, pero Momo me cortó el paso.
               -Sabrae Gugulethu Malik. Eres la hija mayor de Sherezade y Zayn Malik, la reina de la justicia inglesa y el rey del R&B, respectivamente. Te prohíbo estar triste por el chico blanco del mes de Twitter. Te vas a encerrar en tu casa y a tirar tu melena por la ventana para que venga algún príncipe a rescatarte por encima de mi cadáver, ¿queda claro? Vas a ir a tu casa, te vas a poner guapa, y vamos a ir de paseo con cuatro chicas cojonudas, una de las cuales tiene un gusto similar al tuyo y da la casualidad de que se ha tirado a tu chico. ¿Y qué vas a decirle?
               -Nada. Zoe no me ha hecho nada.
               -Oh, sí que le vas a decir cosas. Le vas a decir muchas, la principal: que eres una señora que está por encima de todas esas tácticas barriobajeras que se llevan en Nueva York. Eres la perra más mala de Inglaterra, tienes el mejor pedigrí de todo Reino Unido, ¿y vas a dejar que una gata callejera te quite lo que es tuyo? Oh, no, querida. Ni de broma. Olvídate de llorar sobre la tarrina de helado que les has pedido a tus padres que te compren para hoy. Eres una puta reina-me enganchó del brazo y me arrastró fuera de la clase-, y como la reina que eres vas a saludar a Zoe y le vas a demostrar que no hay nada que pueda hacerte, ni ella ni Alec, que haga que tires por la borda tu vida. Además, ¿quién sabe? Quizá te caiga bien, como Pauline. Se llama Pauline, ¿no? La de la pastelería que se follaba a Alec antes que tú. Quizá podáis hacer un grupo de Telegram para compartir experiencias sexuales y daros consejos mutuamente. Puede que deba tirármelo yo también…-meditó, y yo me eché a reír-, para no dejarte sola en ese grupo, porque eres peligrosísima cuando estás a tu bola, Saab.
               -¿No crees que será incómodo?-pregunté, bajando las escaleras en dirección al vestíbulo.
               -No, tía. Para eso vamos a estar Eleanor, Diana, Mimi y yo. No es como si estuvierais solas, ¿no? Si no os lleváis bien, con no hablar ya basta. Somos un grupo lo bastante grande como para que no tengáis que relacionaros demasiado. Y, si estás demasiado incómoda, simplemente podemos perdernos “por accidente”. Tú solo… dale una oportunidad, ¿vale?
               -¿A quién le tienes que dar una oportunidad?-preguntó Eleanor, acercándose a nosotras. La falda de su uniforme se balanceaba en sus muslos como las campanas de una catedral. Mimi venía tras ella, con el pelo recogido en una cola de caballo y el flequillo acariciándole el borde de las gafas redondas. No fue hasta que la vi que caí en que ella también venía, a pesar de que Momo acababa de recordármelo. Me pregunté si se habría dado cuenta de que me pasaba algo con su hermano, y por la forma en que me miró, obtuve la respuesta: sí.
               -A Zoe-explicó Momo, y Eleanor arrugó la nariz.
               -¿Por qué ibas a tener que…?
               -¿No te has enterado? Se ha enrollado con Alec.
               Mimi abrió la boca, estupefacta.
               -¿Que mi hermano ha hecho qué?
               -Como lo oyes, Mimi-torcí la boca-. Que me pidió permiso, ¿eh? Pero… no sé, me arrepiento de ello. Pensé que no me afectaría, pero no ha sido así.
               -Éste es tonto. Voy a ir ahora mismo a cantarle las cuarenta…-Mimi se giró sobre sus talones y trató de echar a andar en dirección al pasillo de Alec, pero la retuve.
               -No, de verdad. Lo aprecio de veras, pero no eres tú quien tiene que hablar con él sobre eso.
               -¿Por eso no te has pasado por casa desde la última vez que viniste? Mamá está un poco  preocupada; dijo que parecías enfadada cuando te marchaste.
               -Es que lo estaba. Alec acababa de pedirme permiso, y lo notaba raro conmigo.
               -¿Has hablado con él?-preguntó Eleanor.
               -Nos estamos rehuyendo mutuamente.
               -Vaya.
               -Sí. Lo cierto es que no me apetece mucho hablar del tema.
               -No te preocupes. No lo sacaremos. Y no creo que Zoe lo haga tampoco. Seguro que a ella también le resulta violento.
               -¿De qué habláis, chicas?-Diana acababa de materializarse al lado de Eleanor. Tenía el pelo dorado cayéndole sobre los hombros, suelto, y llevaba un maquillaje discreto que resaltaba la belleza y la perfección de su rostro aún más.
               -De mi hermano-comentó Mimi, y Diana alzó las cejas.
               -Ah, ya veo. Bueno, pues aprovechad para hacerlo ahora, porque en cuanto llegue Zoe, no va a querer hablar de otra cosa que no sea Jordan.
               Fruncí el ceño.
               -¿Jordan? ¿Qué pasa con Jordan?
               -Oh, ¿Alec no te lo ha dicho?-comentó de forma casual Diana, colgándose del hombro de Eleanor. Aquella pregunta fue como un puñal en el pecho, pero supe que no lo hacía con mala intención. Ella no sabía nada de lo que nos había pasado; en lo que a Diana respectaba, Alec y yo estábamos tan bien y teníamos tanta confianza el uno en el otro que podía acostarse con otras chicas sin que yo creyera que nuestra relación podía resentirse. Si supiera que estaba en las últimas…-. ¡Zoe se ha enamorado de Jordan! Fue tan bonito de ver. Amor a primera vista, en toda regla. Esas cosas existen-Diana se enganchó la uña del dedo índice con la del corazón a propósito y sonrió, alzando las cejas en mi dirección.
               -¿No te pasó lo mismo con Tommy?-rió Eleanor.
               -Nah. Tu hermano es muy guapo y todo lo que quieras, pero tuve que mirarlo un par de veces más antes de pensar “oye, pues igual haber venido a Inglaterra tampoco está tan mal”.
               -¿Cuánta ropa llevaba Tommy cuando decidiste pensar eso?-la picó Momo, y Diana sonrió.
               -No voy a hablar de mi vida privada, que la filtráis a la prensa y os hacéis de oro a mi costa. El caso, Saab, es que… no te preocupes. Voy a tener sobrinos ingleses, pero van a ser mulatos.
               -¡Eh, eh, eh! ¡Frena un poco, lady Di!-Eleanor levantó las manos-. Que Scott y yo sólo estamos empezando.
               -¿Quién ha hablado de Scott y tú? Además, ¿cómo iban a ser tus hijos mis sobrinos si…?-todas la miramos con una ceja alzada-. ¿Estáis locas? A ver, que Tommy es muy guapo, folla de vicio y besa de alucine, pero… toda la vida es muchísimo tiempo.
               -Acabas de decir que mi hermano te hizo pensar que puede que venir a Inglaterra tampoco fuera tan malo-le recordó Eleanor.
               -Ah, aquí vienen-Diana se abrió paso entre la gente con una mano levantada-. ¡Zorrita! ¡Ven!
               Miré a Eleanor.
               -¿“Zorrita”?
               -Se llaman así-asintió mi cuñada.
               -Bueno, al menos, si te peleas con Zoe y la llamas zorra, no se puede ofender-bromeó Momo, y yo me eché a reír y negué con la cabeza. Seguí la estela que había abierto Diana para nosotras en dirección a la salida, con las rodillas temblándome de puros nervios y el estómago bailando una samba.
               Contuve la respiración para intentar controlarme mientras me acercaba a Diana, que ya había soltado a la chica a la que había corrido a estrechar entre sus brazos. No debía dejar que se me notara lo preocupada que estaba con el tema de Zoe y Alec, y con mi hermano presente, ya que él había sido quien la había llevado al instituto, lo tenía muy complicado. Él podía leerme como si de un libro abierto se tratara cuando se lo proponía. Finge que todo está bien, Saab.
               Eleanor le dio un beso en la mejilla de saludo a Zoe, y, tras presentarle a Mimi e intercambiar las frases de cortesía de rigor, todas se volvieron hacia mí.
               Los ojos de Zoe se encontraron con los míos y, a pesar de que estaba segura de que nadie le había enseñado una foto mía ni me había descrito, sé que supo al instante quién era yo. La otra chica, la “oficial”, si es que podíamos calificarme así. Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo, estudiándome, y yo hice lo mismo.
               Lo cierto es que Alec tenía razón, eso tenía que concedérselo: Zoe estaba muy buena, y en persona incluso ganaba. Vestía unos pantalones de cuero que no le quedarían bien a cualquiera, pero que lamían sus piernas tonificadas, ni demasiado delgadas ni demasiado musculadas, y ascendían por su cuerpo hasta un jersey de punto verde que, si bien era suelto, se las apañaba para resaltar la curva de su busto. Tenía el rostro plagado de pecas como una modelo exótica, y su pelo de fuego me hizo pensar en los reportajes fotográficos escoceses, donde se resaltaban los rasgos como los de Zoe como una seña de identidad que diferenciaba a Escocia del resto de Gran Bretaña. Su mirada parda, concentrada en mis caderas demasiado anchas para mi edad y mi estatura, destilaba una inteligencia fría de la que te podías esperar cualquier cosa, normalmente de índole mala.
               Scott dio un paso al frente y se aclaró la garganta, notando que el ambiente entre Zoe y yo se cargaba de electricidad mientras ambas pensábamos “así que esto también le gusta a Alec”.
               -Zoe, ésta es Sabrae. La mayor de mis hermanas-especificó, pero no había necesidad alguna. Si sabía que en casa éramos tres chicas, estaba claro que la mayor no podía ser otra que yo: Shasha estaba en primer curso y, si bien ya me sacaba una cabeza, se notaba que era la mediana, y Duna tenía ocho años, así que apenas había empezado el cole.
               Los ojos de Zoe volvieron a los míos, examinándome con atención, intentando traspasar la barrera impenetrable que había decidido que fuera mi mirada. Pensé algo muy retorcido por su interés: que, si de verdad quería conocerme y descubrir mis secretos, era porque me había subestimado, y mi influencia sobre lo que había pasado entre Alec y ella era mayor de lo que yo creía. Quizá me hubiera recordado durante el polvo. Quizá le hubiera hablado de mí.
               Y sé que no debería, pero… me tranquilizó. Además, me recordé, aquella chica no era mi enemiga. Mi madre se había esforzado toda la vida en inculcarme que el resto de chicas no eran competencia, que pasaban por lo mismo por lo que pasaba yo. Y mira… sinceramente, después de estar mal por Alec y tener la certeza de que estaba a punto de perderlo, lo último que me apetecía era enemistarme con nadie, o hacerle más difícil la tarde a Diana.
               Es por eso que esbocé una sonrisa cálida y comenté:
               -Chica, veo que Alec tiene buen gusto.
               Puede que hubiera una pulla velada oculta tras esa frase, ya que a fin de cuentas, no dejaba de ser una manera de confirmarle mi identidad y marcar territorio a la par. Pero, si aquello tenía la intención de ser un ataque, Zoe ni lo descubrió, ni entró al trapo.
               Se echó a reír con una risa entonada en acento americano, como descubrí que también se reía Diana, dio un paso hacia mí y me abrazó.
               -Supongo que va empeorando-respondió, y todo mi cuerpo se relajó en ese instante. Podría haberme dicho muchas cosas, pero se había decantado por la más amable. No nos peleemos por un chico, enterremos el hacha de guerra. Yo encantada de no entrar en batalla. Bastante tenía con la lucha constante contra mí misma, como para encima tener que pelearme ahora también con ella.
               -¿Bromeas? ¡Mira qué pecas! ¡Si son preciosas!
               -¿Hablas de pecas? ¡Mira qué piel tienes, chica, ya la quisiera yo para mí!
               -¿Te gusta mi piel?-contesté-. Pues espera a ver mis rizos, eso que se merece envidia, nena-y, ni corta ni perezosa, empecé a deshacerme las trenzas. Hundí los dedos en mi melena para terminar de darle vida, Zoe alzó las cejas, impresionada con lo rápido que cogieron volumen y recuperaron su forma habitual. Capturó uno de mis mechones entre sus dedos y alabó lo fuerte que era y lo bien definido que estaba mi rizo, y antes de que me quisiera dar cuenta, íbamos camino de mi casa, cogidas del brazo, como si fuéramos amigas de toda la vida y no hubiera ningún tipo de rencilla entre nosotras.
               -La verdad es que entiendo perfectamente que Alec quisiera volver pronto a casa, si eras tú la que le estaba esperando allí-me había comentado, y yo sacudí la cabeza.
               -Qué va. No vivimos juntos. Sólo llevamos unos pocos meses.
               -También Diana y Tommy, y míralos-se rió, echando la vista hacia atrás y mirando a su amiga, que iba cogida de la mano de Tommy, charlando con él sobre nadie sabía qué-. Puede que sea cosa de la convivencia. Quizá te lo secuestre y vea qué le hago para que se olvide de ti.
               Ahí empezó a desvanecerse la ilusión de que las cosas iban bien. No iban tan bien como Zoe se pensaba, y desde luego, no necesitaría exprimirse los sesos pensando qué hacer para que Alec me olvidara. Ya me había olvidado, o había olvidado lo fuerte que era mi conexión con él, en el momento en que vio una foto suya y decidió que le apetecía tirársela, justo cuando más distanciado estaba de mí. Eso era lo peor de todo: que ni siquiera podía echarle la culpa a Zoe, porque simplemente había aparecido en el momento más oportuno para ella, pues las cosas ya estaban mal de inicio. Una parte de mí, la parte romántica y esperanzada, me decía que Alec no habría hecho nada con Zoe de haber estado bien las cosas entre nosotros, así que, en cierto sentido, la culpa era de él y mía.
               -Todo tuyo, chica-respondí como si no me importara y las bases de mi vida no se estuvieran tambaleando.
               -¿Tú crees? Porque me ha dicho un pajarito que está bastante pillado por ti, y que buscaría la manera de escaparse y volver contigo cuanto pudiera. Así que, no sé, la verdad es que no soy de las que van detrás de los tíos.
               -¿Es un pajarito rubio?-las dos nos volvimos y miramos a Diana, que ya nos prestaba atención.
               -Así es.
               -Es gracioso, porque ese mismo pajarito me ha dicho que estás interesada en cierto rey del ébano-ataqué, dejando las cosas claras. Zoe se rió.
               -Parece que ese pajarito es más bien una lagarta, de la lengua tan larga que tiene-comentó, siguiéndome al interior de mi casa. Le presenté a mi familia y, mientras mis padres hablaban con ella, subimos a cambiarnos en mi habitación. Eleanor volvió a decirle a Shasha que viniera con nosotras si quería, pero mi hermana negó con la cabeza, alegando que tenía pendiente un capítulo de no sé qué novela, y decidió dejarnos intimidad.
               -¿Estás bien?-me preguntó cuando fui a su habitación a despedirme de ella, y asentí con la cabeza. Me senté en su cama y me terminé de anudar el cordón de las zapatillas blancas de deporte que había decidido ponerme ese día. Completaban mi conjunto unos vaqueros azules y una sudadera rosa claro con la que me sentía muy femenina y un poco más segura de mí misma.
               -Casi no salgo hoy. Momo ha tenido que convencerme, y me alegro de que lo haya hecho. Zoe me hace sentir bastante cómoda, ¿sabes?
               -Procura distraerte, y no dejes que se meta en tu cabeza.
               -¿Crees que lo intentará?
               -Tú sólo… no le des demasiada importancia a lo que te diga. Y recuerda que Alec te quiere. A pesar de que últimamente está raro, y que me apetezca darle una patada en los huevos porque te hace estar triste, él te quiere, y a ella, no. No la conoce. A ti, sí. Mejor que yo-comentó con cierta tristeza, y yo me incliné hacia ella para darle un beso.
               -Tú eres mi hermanita. Claro que hay cosas que Alec conoce de mí que tú no. Con él tengo relaciones, y contigo me atiborro a palomitas con mantequilla.
               -A todo esto, ¿crees que podrías traerme una cajita de dulces coreanos del centro?
               -Ya iremos mañana.
               -¡Pero la quiero hoy!
               -¡Pues yo no te la pienso traer hoy, Shasha!
               -¡ERES UNA EGOÍSTA!-bramó mi hermana, echándome de su habitación.
               -¡Y TÚ UNA CAPRICHOSA!
               -¡¡TE ODIO!!-tronó, cerrándome la puerta en las narices.
               -¡¡¡YO TE ODIO MÁS!!!-le exclamé a su puerta cerrada.
               -Vale, creo que esto es algo que no voy a envidiar de vosotras, inglesas-comentó Zoe, y Diana y Eleanor se echaron a reír. Momo frunció el ceño, sin entender, pero no tuvo ocasión a preguntar qué era lo que envidiaba de nosotras.
               Nos llevamos a Zoe a comer al Imperium, el restaurante italiano del centro al que había ido una vez con Alec, y mientras esperábamos a que nos trajeran nuestros pedidos, le fuimos enumerando los sitios de mayor interés a Zoe para que decidiera qué quería visitar. Intenté no pensar en él mientras me comía mi lasaña, y casi había conseguido apartarlo de mi cabeza cuando volvió a surgir en la conversación. Intenté llevarlo todo con la mayor naturalidad posible, y cuando Zoe se refirió a que ella no podría hacer lo que había hecho yo (“prestárselo a otra chica”, quería decir cuando yo le pedí que especificara un poco más), sentí que un nudo se me formaba en el estómago. Intenté inventarme una excusa que hiciera plausible que me gustara la distancia entre nosotros, cuando la realidad era bien diferente: cada centímetro que me separaba de él me dolía y, como Zoe misma había reconocido, no me hacía ninguna gracia que estuviera con otras. Sé que debería, pero no me la hacía. No debería sentirme insegura ni menos válida, pero no podía dejar de pensar en que no era suficiente, por muy absurda que fuera la idea.
               -Mi hermano ha sido un gilipollas de manual toda su vida. Sin ánimo de ofender, Zoe-comentó Mimi, mirando a la americana, que levantó una mano en señal de disculpa. Y, a pesar de que yo seguí hablando, reforzando mi tesis de que no me importaba estar lejos de Alec ni que hiciera cosas con otras, lo cierto era que lo sentía como una herida en mi corazón. Momo notó que me iba hundiendo poco a poco y que cada vez me costaba más y más mentir, de manera que tomó el testigo de la conversación y empezó a preguntarle a Zoe por su vida. Descubrimos entonces que le encantaba presumir, y procedió a soltarnos un rollo sobre las casas en Europa que tenía su familia, sus vacaciones en la campiña francesa, los bronceados que siempre acababan en quemaduras de tercer grado en Mónaco y sus tardes de compras en nuestras capitales.
               Layla se nos unió cuando estábamos terminando con la comida, y perspicaz como ella sola, se dio cuenta de que algo me pasaba, lo cual fue la confirmación que Diana necesitaba.
               -¿Estás bien, Saab?
               -Sí, Lay. No te preocupes-sonreí, cansada, y Diana sugirió que fuéramos al centro comercial al que me había llevado a comprar lencería para tomar allí el postre. Consiguió convencer con sutileza a Zoe de que tenía que probar los gofres de la gofrería de la última planta, y cuando estábamos en la cola, más larga de lo que jamás la había visto, se estiró y comentó que le apetecía ir a por un yogur helado.
               -¿Alguna más quiere? ¿O me acompaña? ¿Saab?-pidió, y yo asentí despacio con la cabeza. Había notado que me miraba muy de seguido en el restaurante, y supuse que aquella era una oportunidad improvisada de quedarnos a solas y poder hablar tranquilas. Lo cierto es que quería contarle todo lo que me pasaba a Diana y que ella me aconsejara. -Guay. ¿Os parece si vamos nosotras tres a por un yogur, y luego venimos y buscamos una mesa para todas?-sugirió, y le lanzó una mirada cargada de intención a Layla, que asintió con la cabeza.
               -Me parece una idea genial, Didi.
                -Genial, pues nos vemos en nada-me cogió de la mano y me llevó en dirección a la yogurtería de la esquina. Le tendí un vasito de cartón a Diana y me afané en llenar el mío a conciencia de sirope de praliné y trocitos de galleta, mientras Diana me esperaba con una montañita minúscula de nata bañada de sirope de arándanos. No me dijo nada mientras pagábamos, así que creí que me había imaginado que quería hablar, pero no era así. Antes de que pudiéramos salir del local, me enganchó del codo y me llevó a la zona de las mesas. Se sentó en una silla frente a mí y se me quedó mirando, hasta que yo tomé asiento con un suspiro trágico.
                -Estás rara. Y no me digas que no; lo he notado. Creo que todas lo hemos hecho, excepto Zoe, claro. ¿Qué te pasa, Saab?
               -Estoy bien-respondí, jugueteando con la cucharilla de plástico en mi postre. No podía dejar de pensar en cómo Alec y yo habíamos hablado de nosotros compartiendo el mismo tipo de comida, y el primer beso que nos habíamos dado estando sobrios había sido frente a un plato parecido a aquél.
               -Eso no es verdad y lo sabes, Saab. Estás apagada. ¿Qué sucede?-al ver que yo no respondía, se inclinó hacia mí-. ¿Quieres que vaya a buscar a Momo? ¿Te sentirás más segura si ella está aquí, con nosotras?
               -Me siento segura contigo.
               -Pues entonces dime qué te pasa, Saab, por favor. Odio ver cómo tratas de fingir que todo está bien si no es así.
               -Es que…-y me eché a llorar. No podía más. Si Diana me pedía que se lo contara, yo lo haría, aun cuando había muchísimas posibilidades de que se lo repitiera a Zoe. Esperaba que no lo hiciera, pero siendo su mejor amiga, creer que guardaría mi secreto sin rechistar era pecar de inocente.
               -Oh, cariño-gimoteó Diana, levantándose y cubriéndome con sus brazos. Me besó la cabeza y me acarició la espalda-. ¿Qué pasa?
               -Alec y yo estamos mal.
               -¿Por qué?
               -No lo sé, yo… no lo sé-gemí, angustiada-. No sé qué he hecho mal, pero… Dios mío, Didi. Me da tanta vergüenza… tú deberías estar con tu mejor amiga, y no aquí, consolando a una mocosa como yo que no sabe lidiar con sus problemas, lo bastante tonta como para no saber qué ha pasado…
               -No hables así de ti delante de mí, ¿me oyes?-me reprendió con severidad, limpiándome las lágrimas con una servilleta-. No eres una mocosa, y desde luego, no eres tonta. Quiero ayudarte. Eres mi amiga. No pasa nada porque esté diez minutos separada de Zoe. No se va a morir. Ha sobrevivido a mi ausencia de meses; se las arreglará durante un cuarto de hora.
               -¿De verdad no te importa?
               -¡Pues claro que no! ¿Sabes? Nunca te lo había contado, ni a Eleanor, pero cuando las cosas entre Tommy y yo estaban mal, lo único que me impedía marcharme erais vosotras. Y Mimi. Y Layla, por supuesto. Os he cogido muchísimo cariño a todas. Sois como mis hermanitas. Nunca había tenido un grupo de amigas como el que tengo aquí, en Inglaterra. Siempre éramos Zoe y yo con otras chicas, pero no las consideraba amigas como sí hago con vosotras. Y las amigas se apoyan, ¿no es así?-frotó su nariz con la mía en un saludo esquimal mientras sostenía mis manos entre las suyas-. Así que venga, dime qué te pasa.
               La miré un momento, tan preciosa, tan perfecta, con un cuerpo por el que literalmente el mundo se peleaba, y un horrible pensamiento me invadió: si fuera un poco más como Diana y un poco menos como yo, si pudiera llevar los hombros al descubierto y que mis pechos se mantuvieran en su sitio como lo hacían los suyos a pesar de no llevar sujetador, si mi vientre fuera plano como una pista de aterrizaje y mis piernas kilométricas, Alec no podría haberse distanciado de mí. Toda yo le compensaría lo que fuera que no le gustaba, si es que podía no gustarle algo.
               Me di cuenta entonces de que Alec estaba volviéndome insegura, a mí, que siempre había confiado en mi potencial y había vivido más bien cómoda en mi cuerpo. Por supuesto que había cosas que quería cambiar de él, como todo el mundo, pero a diferencia de las chicas de mi edad, yo me enorgullecía de cada una de mis curvas, me gustaba lo que veía cuando me miraba al espejo, y era capaz de quedarme plantada desnuda frente a mi reflejo sin sentir ganas de llorar o de derrumbarme. Hasta entonces, al menos. Ahora, la verdad es que no había probado. No sabía si podría.
               Lo que sí podía hacer era compartir mis miedos con Diana, que era mayor, y por tanto, más sabia.
               -Es que… no sé qué ha pasado, realmente. No sé si he hecho algo, o lo ha hecho él, pero desde que vine de su casa el fin de semana, está muy raro conmigo. Es como si estuviera cansado de mí, ¿sabes? Parece incluso que se arrepiente de haberme llevado a su casa. Volví la semana pasada por mi cuenta para darle una sorpresa, y a pesar de que lo hicimos… bueno, más o menos, él… no sé. Creo que habría preferido estar haciendo otras cosas. Lo cual es muy triste, ¿sabes? Porque para mí, estar con él es mi pasatiempo preferido en el mundo. Y más si tenemos sexo. Pero él… no sé. Ya no me busca. No parece interesado en mí. Lo poco que hablamos por mensaje, siento que estoy hablando con un desconocido en lugar de con el chico del que estoy enamorada. Y lo de Zoe… me ha dejado un poco descolocada. Me está afectando más de lo que creía. Cuando me pidió permiso para hacerlo con ella, me dolió mucho, pero creía que estaba de farol y buscaba una reacción en mí que yo no iba a concederle, y ahora… ahora se han acostado y yo me siento traicionada y a la vez me siento estúpida porque realmente él no me ha traicionado si desde un principio se ha comportado como un caballero conmigo, ¿entiendes?
               -No puede haber sido muy caballeroso contigo si tú te sientes así, Saab-meditó Diana, pasándose una mano por el cuello.
               -Pero ha sido un buen detalle que me preguntara si me importaba que se acostara con Zoe.
               -A mí no me parece que sea nada por lo que tengamos que aplaudirle. Mira, cuando salimos de compras y yo bromeé con enrollarme con él, me dijiste que no eras celosa, y yo te creí. Y lo sigo creyendo. Lo que no me explico es qué os ha podido pasar para que hayáis pasado de estar genial a… esto. Tú llorando por él, y él acostándose con otras, cuando nadie me había mirado con el desinterés con que me mira Alec-me aseguró-. Ni siquiera tu hermano. Por mucho que a Scott le joda, yo noto que se siente atraído por mí, lo que pasa que lo controla por Eleanor y por Tommy, así que sé que jamás me tocará por ellos dos, pero, ¿Alec? Alec no tiene nada que controlar. Ni le gusto yo, ni le gusta Zoe, ni le gusta ninguna otra que no seas tú, estoy segura. Cómo se las apañó para liarse con ella es algo que se me escapa, pero que se comporte así, viendo lo mucho que te quiere, tiene aún menos lógica para mí. ¿Cuánto dices que os lleva pasando esto?
               -Pues… desde que volví de su casa el finde, más o menos. Empecé a notar que algo pasaba el martes, pero ya el lunes, visto en retrospectiva, Alec estaba frío conmigo. Fui a verlo a su mesa en el recreo y ni me pidió que me quedara cuando dije que me iba. No hablamos esa noche, a pesar de que me lo prometió. Y luego, el miércoles, va y me pide permiso para liarse con Zoe, y yo… pues… no me sentía en posición de negarme, ¿sabes?
               -Joder, Sabrae… yo no habría dejado a Zoe acercarse a Alec de haber sabido que estabais mal.
               -Es que ni siquiera sé si estamos mal, ¿sabes? No sé si yo tenía unas expectativas demasiado altas respecto de lo que iba a pasar después de dormir en su casa, o…
               -¿Está distinto a como estaba antes?
               -Sí. Sin duda.
               -Entonces es que algo pasa. No son tus expectativas. Algo os ha pasado. ¿Has intentado hablarlo con él?
               -¡Es que ésa es la cosa, Didi! ¡No sé qué hacer, de verdad! Siento que nos estamos distanciando, y no quiero, pero tampoco quiero atosigarlo ni nada, y él parece que se ha cerrado en banda, no me deja acceder a él…
               -¿Y por qué no hablas con Jordan?-preguntó, y yo la miré-. Tienes en él a un aliado, y nosotras nunca lo vemos. No hay nadie que quiera que estemos con nuestros chicos favoritos en el mundo más que sus mejores amigos, si les hacemos felices. Y tú haces feliz a Alec. Así que no hay manera de que Jordan no te cuente lo que pasa.
               Madre mía, ¡claro! Si Alec me estaba evitando, había una persona en el mundo que podía decirme a qué se debía. Alec le contaba todo a Jordan, era como su conciencia externa, de manera que todo lo que le pasara por la cabeza a mi chico, Jordan lo conocía y me lo podía repetir. Si había hecho algo que a Alec le había molestado, Jordan me lo contaría y podríamos solucionarlo. Al era terco como una mula y si se le metía algo en la cabeza no había manera de que cambiara de opinión, pero Jordan estaba hecho de otra pasta. Si no estaba de acuerdo con algo que había decidido su amigo, intentaba que cambiara de idea, y en ocasiones incluso lo conseguía.
               Eso era lo que me repetí durante toda la tarde, y en el trayecto a casa de Jordan. Había pensado en llamarlo por teléfono, pero Diana no tuvo que presentarme demasiados argumentos para disuadirme: había cosas que se hablaban mejor en persona, y si Jordan no estaba seguro de que quisiera hablar conmigo, con colgarme le bastaba. Tendría que esperar más tiempo para verlo y conseguir las respuestas que quería, pero si iba a su casa, tenía prácticamente garantizado conseguirlas.
               Me costó lo mío no cruzar la calle y dirigirme a casa de Alec cuando llegamos por la noche, después de pedirle a Tommy que me acompañara. Él también había notado raro a Alec, y directamente no aprobaba lo que había hecho con Zoe, llegando a resistirse e incluso defenderme cuando ni siquiera Scott lo había hecho (claro que mi hermano conocía mejor la mecánica de mi relación con Alec, pero aun así… era un poco decepcionante que Scott no hubiera hecho nada). Pero, de la misma forma en que me había defendido, cuando me detuve y me giré para permitir que las luces de su casa me tentaran, Tommy me puso una mano en la parte baja de la espalda.
               -¿Quieres cambiar de opinión?
               Negué con la cabeza.
                -No serviría de nada verlo ahora.
               -Quizá a ti sí.
               -No me gusta la forma en que me mira últimamente, como si… ya estuviéramos lejos.
               -Si te sirve de consuelo, esto también le hace daño a él.
               Me mordí el labio y miré a Tommy.
               -Lo cierto es que sí. Gracias, T-al menos ya sabía que él también sentía algo, la misma lástima que yo. Supongo que no estaba todo perdido.
               Atravesamos el jardín de casa de Jordan, rodeándola, para llegar hasta su cobertizo, en el que estaban las luces encendidas. Me detuve un momento, indecisa. Si Alec estaba con Jordan, yo no tendría ninguna excusa que presentarle para mi visita, y no sabía si quería enfrentarme a mi chico ahora, cuando no sabía si tendríamos una discusión o una reconciliación, ni la razón de una u otra. Por suerte para mí, Tommy no tenía ningún interés en el asunto más allá de conseguir que las cosas entre Alec y yo volvieran a estar bien, de manera que avanzó con decisión y tranquilidad a la puerta, llamó, y la entreabrió.
               -Hola, Jor. ¿Estás solo?
               -Sí, ¿por?-preguntó su amigo. Tommy abrió la puerta de par en par, me miró, y Jordan se levantó, creyendo que era otra persona a la que Tommy acompañaba.
               Me temo que decepcionamos a Jordan cuando la que atravesó la puerta fui yo y no Zoe.
               -Ah. Hola, Saab. Alec no está.
               -Lo sé. En realidad, venía a verte a ti-contesté, sentándome en el borde del sofá mientras me abría el abrigo. Jordan se sentó en el otro extremo y se me quedó mirando, confuso. Sus ojos saltaron de Tommy a mí, y de nuevo a Tommy, y finalmente, una última vez, a mí.
               -¿Quieres que me vaya?-ofreció Tommy cuando yo le miré, y me mordí el labio. Lo cierto es que no me importaba que Tommy se quedara porque sabía que él no me juzgaría si me echaba a llorar como una magdalena, e incluso hasta me consolaría, pero sentía que no sería correcto que Jordan y yo habláramos de Alec y de lo que le pasaba con otra persona presente, por mucho que esa persona fuera Tommy.
               -¿Te importa esperarme?
               Tommy parpadeó.
               -Fuera hace frío, Sabrae.
               -A mis padres no les va a hacer gracia que vuelva sola a casa.
               -Yo la acompañaré-se ofreció Jordan, y me giré para mirarlo.
               -Supongo que te imaginas a qué vengo.
               -Lo cierto es que no.
               -Y entonces, ¿por qué has dicho que me acompañarías tú, en lugar de que avisarías a Alec para que me acompañara él?-Jordan se quedó planchado ante mi pregunta, que pronuncié con elegancia e indiferencia, y asintió despacio con la cabeza. Miró a Tommy y se toqueteó una rasta.
               -Vete tranquilo, T. Yo me ocupo de ella.
               -Queda de tu cargo-sentenció Tommy, saliendo de la estancia y cerrando la puerta tras de sí. Jordan y yo nos miramos, carraspeamos, apartamos la mirada y volvimos a mirarnos pasados unos segundos. Abrí la boca para decir algo, pero él se  me adelantó.
               -¿Quieres beber algo? Tengo cerveza.
               -No me voy a quedar mucho rato-respondí, inspirando profundamente y armándome de valor para lo que iba a decir-. Vale, allá voy. Sabes a qué he venido, ¿verdad, Jordan?


Menuda  vida de mierda me esperaba sin Sabrae.
               Cuando descubres lo que es volar por encima de las nubes, las demás maneras de moverte te parecen casi un insulto. Caminar es un insulto, correr es un insulto, y planear es una forma patética de intentar recuperar la gloria perdida, que te concedieron una vez y no te van a volver a permitir.
               Lo mismo me pasaba con Sabrae. Como si de una reacción en cadena se tratara, se había corrido la voz de que yo o bien estaba soltero, o bien en una relación abierta en la que sólo una chica (que se supiera) podía presumir de mí, pero muchas pudieran follarme. Lo que había hecho con Zoe me iba a perseguir tanto por fuera como por dentro: por fuera, en la infinidad de mensajes que poblaban mis redes sociales de chicas abriéndome conversación para saber qué tal me iba (no hay nada como echarte novia para convertirte en el objeto de deseo de las chicas que jamás se han dignado a mirarte); y por dentro, por razones evidentes. No podía dejar de pensar en cómo la culpabilidad había devorado mis neuronas y había conseguido que me creyera por un momento que la que estaba conmigo en aquel cubículo era Sabrae y no Zoe. Mis sentidos me habían engañado, y me había entregado a ese polvo como lo hacía con los de Sabrae porque para mí estaba haciéndolo con Sabrae. Lo cual era una maldita gilipollez, porque siempre había sido consciente de que me había metido en el cubículo con Zoe en lugar de con mi chica, y sin embargo… ahí había estado, poseyéndola, adorándola y complaciéndola como mejor sabía y como siempre había hecho.
               Bueno, siempre no. Más bien, en un instante del pasado que no iba a ser suficiente para mí. Ni siquiera una vida entera sería suficiente, igual que tampoco una vida de remordimientos sería castigo bastante para lo que le había hecho a Sabrae. De todas las chicas del mundo, ella era la más increíble, la más genial y la más perfecta, y yo había sido un cobarde y un niñato que no había sabido tratarla como se merecía. Cada vez lo veía más claro: había cometido el mayor error de mi vida acostándome con otra chica mientras nuestra relación aún duraba, por mucho que Sabrae me hubiera dado permiso. Creo que en el fondo los dos sabíamos que yo no quería que me diera permiso, sino más bien una razón para romperme y que ella pudiera echar un vistazo a mi interior.
               Todavía no sabía por qué había hecho eso, y puede que  no llegara a adivinarlo nunca. A fin de cuentas, si eres lo bastante gilipollas para tener una chica como Sabrae y dejarla escapar, significa que tienes las neuronas justas para no cagarte encima, de modo que tampoco vas a desentrañar los secretos del universo que se esconden detrás de cada puta subnormalada que haces.
               Menuda vida de mierda me esperaba sin Sabrae. Si ya no la tenía a ella, ¿qué me quedaba? Porque estaba claro que el sexo no iba a ser mi salvación, como sí lo había sido de Scott cuando rompió con Ashley. Habíamos creado un monstruo empujándolo a la promiscuidad, pero yo ya era un monstruo promiscuo, y los viejos remedios no curan heridas nuevas. No había más que ver cómo no paraba de recibir mensajes de chicas dispuestas a todo con tal de un poco de mi atención, y ninguno despertaba en mí más que una profunda vergüenza de mí mismo. Cada vez que lo pensaba (y lo pensaba mucho), entendía mejor por qué sus amigas la habían disuadido para que no saliera conmigo. Seguro que habían visto lo que había dentro de mí antes incluso de que yo lo hiciera.
               Iba en dirección al gimnasio con la esperanza de que el boxeo, que me había salvado antes, pudiera rescatarme también esta vez, aunque lo veía muy difícil. A diferencia de otras veces en las que me había cebado con el saco, esta vez mi lucha era interna; no estaba enfadado con otra persona que no fuera yo. Ni siquiera le tenía rencor a Sabrae por no haber sido capaz de ver lo que yo pretendía cuando le había pedido permiso para estar con otra, y así poder echarme la bronca del siglo y alejarse de mí antes de que yo le hiciera daño. Porque, oh, le había hecho mucho daño, me constaba.
               La noche en que todo se fue a la mierda (o más bien yo lo mandé a la mierda), me había alejado a conciencia del móvil porque no quería caer en la tentación de llamarla, echarme a llorar como el puto gilipollas manipulador que era y suplicarle que me perdonara, porque sabía que lo haría. Yo era su punto débil, ese talón de Aquiles que ella también era en mí, y me perdonaría todo lo que le hiciera, me lo había dejado claro.
               Pero mis amigos me habían dejado solo, y había terminado sacando el móvil del bolsillo por pura inercia, sólo para encontrarme con que me había enviado un mensaje que me cortó la respiración.
               Por favor, no hagas nada con ella. No hagas nada con ninguna. Lo siento mucho. Ven a mi casa
               Deslicé el dedo por la notificación a la velocidad del rayo, pero cuando entré en la conversación con Sabrae, el mensaje había desaparecido. Lo había borrado en algún punto de la noche, y me odié a mí mismo por no haber mirado en qué momento había recibido aquel mensaje. Si lo había tenido en el bolsillo todo el tiempo, si había seguido escrito en nuestra conversación mientras Zoe me chupaba la polla, yo le comía el coño, o me la follaba como un cabrón, no me lo perdonaría. Me tiraría al Támesis. Iba en serio.
               Me entró pánico al instante de pensar en encontrármela por la calle, o en el instituto. Se me caería la cara de vergüenza si la veía y me la imaginaba en su cama, esperando a que yo me conectara, leyera el mensaje y le dijera que por supuesto, que no iba a hacer nada, que la quería solo a ella y todo mi ser le pertenecía, alma, corazón y cuerpo incluidos. Especialmente, cuerpo. Decía mucho del poder que Sabrae tenía en mí y lo fuertes que eran mis sentimientos por ella si tenía que imaginarme que estaba con ella para poder follarme a otras. Era el castigo que me merecía, pero… ella no se merecía esperar y esperar y esperar a que yo me conectara, y terminar borrando el mensaje porque se había dado cuenta de que toda esperanza depositada en mí era vana.
               Cada cosa que había experimentado desde que me tiré a Zoe me había recordado a Sabrae, y había traído la punzada de rigor en el corazón consigo. Fui a echar un partido con mis amigos, y no dejé de pensar en cómo Sabrae me había mirado lanzar a canasta la semana anterior. Cené con mis padres y mi hermana, y no dejé de pensar en cómo nos habíamos acurrucado Saab y yo en el sofá a comer unas pizzas. Desayuné con ellos y no dejé de pensar en cómo Sabrae había estado cómoda, integrada y a gusto en la mesa, a mi lado. Me duché y recordé cómo se había sentido su cuerpo desnudo contra el mío, sólo el agua entre nosotros, mientras se recostaba contra mí en la bañera del piso inferior. Fui a clase y recordé cómo había contado los minutos para que llegara el recreo en otra época, y poder verla, y que me sonriera y me besara y me dijera que me había echado de menos. Fui a trabajar, y no dejé de pensar en la vez que le había llevado un paquete a casa sin que me correspondiera, cómo le había pedido el teléfono y ella se había negado a dármelo.
               También me masturbé, y no dejé de pensar en ella ni un instante. Recordé mi semen resbalando por su piel la última vez que habíamos estado juntos, el momento en que se había agachado para comérmela por primera vez en los baños del gimnasio, su cara al verme la polla en todo su esplendor por primera vez, su esfuerzo por acogerme en su interior y su gozo cuando la hice llegar con mi boca, algo que ninguno antes que yo había hecho. Mi mano se convirtió en las suyas mientras me tocaba, y ninguna peli porno que me pusiera podía evitar que mi cabeza volara a ella. Me puse porno lésbico, me puse un trío, incluso me puse porno gay, y ninguno surtió efecto: en cuanto empezaban los gemidos, yo dejaba de ver y mi cerebro volaba al momento en que de la boca de Sabrae empezaban a escapar esos ruidos. Ni siquiera dos maromos dándose por el culo consiguieron distraerme, y cuando me quise dar cuenta estaba hecho mierda, mirando mi reflejo en la claraboya, mientras dos tíos que me sacaban por lo menos tres cabezas y cuyo peso era el doble del mío hacían el 69.
               ¿Y lo mejor de todo? Que no podía refugiarme ni en la música ni en mis amigos. Había ido con Jordan a dar una vuelta para que estuviera con Zoe, y si bien los dos se lo habían pasado bien, yo sabía que había sido un compañero de tarde pésimo para Diana. La pobre no se merecía dar vueltas por una feria mientras yo me comía el coco, pidiéndome que me montara con ella en atracciones y yo suspirando un hastiado “vale” que le quitaba las ganas de todo. Al día siguiente, quedaría con Sabrae, y yo necesitaba resistirme a la tentación de suplicarle que le pidiera que me perdonara. Cuando Jordan y Zoe volvieron, no sé quién de los dos se alegró más, si ella o yo, pero la alegría me duró poco: cuando dejamos a las chicas en su casa y le dije a Jor de echar unas partidas en su cobertizo, me dijo que estaba muy cansado y que se iba a meter en la cama nada más cenar.
               Estuvo jugando hasta las dos de la mañana. Lo sé porque fue a esa hora cuando apagó las luces del cobertizo y se fue a dormir. Lo sé porque yo estuve sentado en el salón de mi casa, incapaz de dormir. Me daba miedo cerrar los ojos y quedarme dormido, porque desde que me había acostado con Zoe, no paraba de soñar con Sabrae. A veces la veía siendo feliz con otros chicos, y cuando sus ojos se encontraban con los míos no me reconocía; a veces estábamos casados y yo entraba en nuestro dormitorio y la pillaba con otro tío, y cuando le pedía explicaciones ella simplemente se encogía de hombros, respondía “ahora ya estamos en paz”, y volvía a besar a aquel gilipollas.
               La noche pasada a mi presente había sido la peor de todas. Me había metido en la cama con resignación, confiando en que el sueño no sería demasiado horrible esta vez. Mi mente estaba cansada y no era la persona más imaginativa del mundo, pero resultó que mi culpa era toda una artista en lo que a confeccionar guiones de pesadillas se refería. La última fue horrible, y cuando me desperté cubierto de sudor y con los ecos de mis jadeos aún reverberando en mi habitación, supe que aquella sería la que me perseguiría a partir de entonces. Nada que no me mereciera.
               Estaba en un callejón oscuro, sucio, húmedo y frío. La música de The Weeknd atravesaba amortiguada las paredes de la discoteca en la que había perdido a Sabrae. Pude escuchar sus gemidos, sus súplicas y sus sollozos a unos metros de mí. Suplicaba que parara, por favor, por favor, por favor. Pero quien le estuviera haciendo daño, no tenía pensado dejarlo, así que eché a correr hacia ella. Cuando escuchó mis pasos, el tío que la tenía pegada contra la pared y se había metido entre sus piernas, la tiró al suelo como si fuera basura y echó a correr. Sabrae se quedó inmóvil unos segundos, incapaz de reaccionar, mientras yo llegaba a ella y le acariciaba las mejillas para que se tranquilizara, mientras unos ojos que apenas podían ver luchaban por encontrar un punto de luz. Las lágrimas le dividían las mejillas en dos, y sus mocos se mezclaban con su saliva para deslizarse hasta su cuello, donde empezaban las marcas. Tenía marcas de dedos en el cuello, y mordiscos en sus pechos, arañazos en sus muslos y… y… y sangre. Me quedé petrificado, y me odié a mí mismo por no llegar a tiempo, como había hecho Scott, y pararlo todo, como había hecho Scott.
               -Vete-me pidió Sabrae sin verme, y yo la solté y eché a correr, dispuesto a matar a ese hijo de puta. Le destrozaría con mis propias manos; ya vería cómo recomponía las piezas de mi chica más adelante, pero ahora necesitaba matar a ese cabrón. Corrí como alma que lleva el diablo, giré la esquina, y me encontré al tío de espaldas a mí, bajo la luz de una farola.
               -¡Eh!-le grité al alcanzarlo. Le di la vuelta y le solté un puñetazo en la mandíbula… y el puñetazo me dolió a mí. Confuso, miré al chico del suelo, que me miró con la locura en los ojos y sonrió, escupiendo un diente.
               -Aaron tenía razón-me dije a mí mismo-. Arrancarles a la puta que llevan dentro es un don que no todos tienen.
               Un segundo antes de despertarme, antes de comprender lo que estaba viviendo, me vi a mí mismo en el espejo: la ropa rota, arañazos cubriéndome el pecho, y restos de sangre en mis vaqueros, mezclados con semen.
               El violador era yo.
               Por eso me había dicho que me fuera. No para que cazara a ese hijo de puta. Para que dejara de hacerle daño.
               No había vuelto a dormir desde que me desperté cubierto de sudor esa noche, y ni siquiera la música pudo tranquilizarme. Canción que me ponía, canción que me recordaba a Sabrae, no importa si la había escuchado con ella o no. De perdidos al río, me dije cuando me salieron canciones nuevas que yo jamás había escuchado y aun así me las apañé para recordar lo bien que follábamos en el sofá de la discoteca de los padres de Jordan. Cogí el móvil y le di una calada a mi cigarro mientras entraba en el perfil de The Weeknd. Le di al aleatorio y la primera canción que me salió fue Blinding lights, que me venía que ni pintada por la frase que decía “no podré dormir hasta que no sienta tu tacto”, algo que sospechaba que jamás volvería a pasarme con Sabrae. Me tenía pánico a mí mismo después de aquella pesadilla, aunque en mi defensa diré que (todavía) no era lo bastante depravado como para haberme despertado con los calzoncillos manchados de lefa, como me había pasado hacía poco soñando con ella.
               La siguiente canción que sonó fue Heartless, como si de una broma pesada del destino se tratara, y antes de poder darme cuenta, me descubrí gritándole al cielo sin usar mi voz que no tenía corazón, que siempre volvía a lo mismo porque no tenía corazón, que siempre tendría la misma vida porque no tenía corazón, que intentaría ser mejor hombre pero no tenía corazón, que nunca tendría planes de boda porque no tendría corazón, que…
               No voy a escucharla nunca decir que está embarazada de mí, pensé de repente, y aquel pensamiento, a mis puñeteros 17 años de edad, sin tener dónde caerme muerto, sin más titulación que un graduado escolar, me volvió literalmente loco. Rompió la única hebra de cordura que quedaba en mi cuerpo y me hizo echarme a llorar a lo bestia, como un bebé, de forma que no podía respirar, ni pensar, y creo que mi corazón se detuvo una vez, para empezar a latir a continuación a toda velocidad. Un ataque de ansiedad. Es curioso: había tenido el primero en presencia de Sabrae, y tenía el segundo por su ausencia. Supongo que ya jamás volvería a tener otro, o al contrario, mi vida se convertiría en un ataque de ansiedad constante.
               No saludé a nadie cuando llegué al gimnasio. Iba con los cascos puestos, con la música resonando en mis oídos a todo trapo, amenazando con dejarme sordo. Si me reventaba la cabeza por algún acorde más alto de lo que me convenía, tanto mejor. Lo lamentaría por las limpiadoras que tuvieran que fregar mis trocitos de cerebro del suelo, pero la verdad es que no me parecía tan mal plan simplemente desaparecer.
               Tiré mi bolsa al suelo y me encontré con que un principiante se había puesto en mi saco. Me acerqué a él, con los guantes puestos, y alcé las cejas.
               -Estás en mi terreno, chaval.
               El chico dejó de golpear el saco y se me quedó mirando con el ceño fruncido.
               -Hay un montón de sacos libres, tío. ¿Qué más dará uno que…?-me eché a reír y el chico se puso pálido. Di un paso hacia él y pegué tanto mi cara a la suya que pude oler los macarrones que había tomado para comer.
               -Creo que no lo has entendido, colega. Éste es mi saco y el que toca mi saco sale de este gimnasio en una bolsa de la morgue. Tienes mucho donde escoger-le guiñé un ojo y tiré del saco hacia mí sin apenas esfuerzo, lo que acojonó al chaval, pues aquel saco pesaba cerca de 70 kilos, lo que lo convertía en la puta fiera de la sala… justo lo que yo necesitaba-. Seguro que hay alguno que te sirva.
               -¿Asustando a los nuevos, campeón?-se rió Sergei, rodeando el ring y acercándose a nosotros. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
               -Sólo le estaba dejando las cosas claras aquí a la princesita-me encogí de hombros y le di un golpecito al saco.
               -Eres nuevo, ¿verdad? Deberías probar con los más ligeros. Éste está reservado para los monstruos como éste-Sergei me dio una palmada en el brazo y yo no pude evitar sonreír. Si tú supieras…
               Me sirvió más de lo que esperaba desfogarme con el saco, pero no todo lo que debería. Siempre entrenaba con música cuando estaba solo, y a pesar de que Sergei se ofreció a hacer un circuito conmigo, decliné su invitación. Necesitaba despejar la mente, y sabía que él empezaría a darme el coñazo con preguntas que no quería contestar, ni siquiera considerar. Tenía que dejar la mente en blanco, y la manera principal sería con una lista de reproducción bien movidita que me pusiera las pulsaciones a 130.
               No calenté, y podría haberme lesionado con la intensidad del entrenamiento, pero tenía tanta rabia acumulada que redundó en mi beneficio. Prácticamente destrocé el saco; para cuando acabé con él, estaba mucho más blando que cuando lo había cogido, y eso que eran de los que utilizabas con los guantes, cuyos golpes eran mucho más amortiguados que los del puño. Sergei no dijo nada cuando vio que se saltaba una tuerca del soporte, y sólo se movió del lado del chico al que yo había amedrentado cuando volví a hacer que se cayera al suelo. Una chica que estaba con una de las peras de la esquina se giró y nos miró con el ceño fruncido.
               -¡Bueno! ¿Se puede saber qué te ha hecho el pobre saco, Alec?-protestó Sergei, tratando de recogerlo del suelo. Me quité los auriculares, sin molestarme a detener la canción que había sacado mi vena más destructiva (Blinding lights, cómo no; demasiados recuerdos) y me metí el móvil en el bolsillo.
               -Quita, viejo-le insté a Sergei, dándole un empujón con una mano y levantando el saco con la otra sin esfuerzo. Sergei se me quedó mirando, estupefacto, mientras yo lo colgaba del anclaje del techo, que emitió un crujido pero consiguió soportar el peso-. Mañana traeré un anclaje nuevo y lo arreglaré, no te preocupes.
               Arrojé mi móvil dentro de mi bolsa de deporte y me marché de la sala de boxeo. Bajé al trote al vestuario, me desnudé y me metí bajo las duchas, donde no pude evitar pensar en Sabrae poniéndose de rodillas frente a mí, acariciándome la polla y besándome la punta, juguetona.
               -Vas a tener que enseñarme-ronroneó como una gatita antes de metérsela hasta el esófago como una campeona, y contener una arcada.
               Ya no iba a volver a tener eso. Ninguna chica que a mí me interesara volvería a ponerse de rodillas frente a mí, me la chuparía como si fuera un polo en un día insoportablemente caluroso, ni me dejaría correrme en su garganta mientras esbozaba una sonrisa triunfal. No es que me faltaran candidatas (créeme, el móvil me echaba humo), pero a mí no me interesaba ninguna más que ella. Y no podía acercarme a menos de un kilómetro de Sabrae, no si mi subconsciente me alertaba que era peligroso para ella a base de hacerme soñar que una versión oscura de mí mismo la violaba.
               Pegué la frente a la pared y dejé que el agua bajara por mi espalda, recorriéndome los músculos, deseando que se lo llevara todo de la misma manera que se estaba llevando mi sudor. Ojalá los sentimientos fueran como la grasa, y a base de ejercicio terminaran desapareciendo. No era más feliz cuando me tiraba a toda tía que se me pusiera por delante, pero por lo menos convivía conmigo mismo, lo cual no se podía decir de mi yo de ahora.
               -Alec, macho-rió Kevin, un compañero del instituto que hacía natación a la misma hora que yo boxeaba, dándome una palmada en la espalda-. ¿Qué te pasa? Esto no es King’s Cross. Aquí no hay ninguna entrada a Hogwarts.
               -No me hagas caso, tío. Me está dando una ida de olla emocional, eso es todo.
               -Ah, bueno, entonces, ¡agarrad a vuestras novias, chicos, antes de que las enganche él! ¡No existe una chica que sea cornuda sólo una vez!-bromeó Kevin, y todos los tíos del club de natación estallaron en carcajadas.
               No se rieron tanto cuando le pegué un puñetazo que le reventó la nariz. Kevin ahogó un grito, sorprendido, y trató de devolverme el puñetazo mientras yo me ponía encima de él. Sus compañeros empezaron a gritar, y trataron de separarnos, pero yo me revolví como gato panza arriba.
               -¡A SABRAE NI LA MENCIONES, HIJO DE PUTA!-bramé cuando consiguieron cogerme por los brazos y levantarme del suelo.
               -¿QUÉ COJONES PASA AQUÍ?-gritó Sergei, entrando en las duchas, atraído por el griterío.
               -¡Se ha vuelto puto loco, tío!-se quejó uno de los amigos de Kevin mientras éste se apretaba la nariz-. ¡Se ha tirado encima de Kevin como un ratón sobre un gato!
               -Vete a que te curen eso, Kevin-sentenció Sergei, agarrándome por la nuca-. Y tú… vístete y ven a mi oficina. Como me entere de que te escapas, no vuelves a pisar ningún gimnasio con saco de boxeo en todo Londres, ¿estamos?
               -No te tengo miedo.
               -Pues deberías. ¿Se te ha olvidado que tengo un revólver en el cajón?
               -Sin balas, para metértelo por el culo cuando tu novio no puede venir a verte-repliqué, y Sergei me fulminó con la mirada antes de echarse a reír.
               -Serás puto psicópata, mocoso…
               Diez minutos después, con los nudillos doloridos y un moratón creciéndome en la mandíbula justo donde había tenido el que me había proporcionado mi queridísimo hermano, entraba en la oficina de Sergei. Kevin estaba sentado frente a su escritorio, vistiendo un albornoz blanco en el que le había goteado la sangre de la herida que le habían cerrado con tiritas.
               -¿Llego en mal momento?-pregunté, arqueando las cejas.
               -¿No tienes nada que decirle a Kevin?
               -De hecho, sí. Perdona, tío. No es nada personal. No sé qué me ha pasado. Te dejaría que me rompieras la nariz como compensación, pero soy el único boxeador de Inglaterra al que no se la han roto nunca, y sería un poco humillante que lo hiciera un nadador.
               -Menuda disculpa de mierda-gruñó Sergei, pero Kevin aceptó la mano que le tendí.
               -Sin rencores, tronco. Yo tampoco he estado muy fino. No debería haberme metido con tu chica.
               -No-coincidí-. La verdad es que eso ha sido una cagada monumental.
                -No volverá a pasar-prometió.
               -Lo mismo digo.
               -Más os vale-zanjó Sergei, mientras Kevin salía de su oficina y se me quedaba mirando-. Anda que, ya te vale. El nadador estrella de este puto gimnasio, y vas y le rompes la nariz. ¿No te pareció más adecuado romperle un brazo o una pierna?
               -Que no me hubiera tocado los cojones. Se lo ha buscado.
               -Le he ofrecido el resto del año gratis para que no se pire a otro gimnasio.
               -Joder. Qué suerte-ironicé-. A la próxima le digo a Jordan que me rompa la cara en las instalaciones. Yo te he dado más trofeos que él y no me perdonas un mes ni aunque te traiga a una tía para que te la folles.
               -Tú nunca me has traído a una chica para que me la folle, mocoso. Además, no necesito que lo hagas.
               -Prefiero follármelas yo antes, que para algo me las trabajo.
               -Vas a pagarlo tú.
               -¿El qué?
               -Lo de Kevin.
               -Sí, claro. ¿Te la chupo o te pongo el culo, de paso?-Sergei puso los ojos en blanco y yo me incliné hacia él-. Te lo juro por Dios, Sergei. Como me subas un penique el abono, salgo por esa puerta y no me vuelves a ver el pelo.
               -¿Por qué me da la sensación de que no te lo voy a ver de todas formas?-preguntó, y yo fruncí el ceño.
               -No sé. Yo no entiendo cómo funciona tu cerebro, si es que funciona.
               Sergei parpadeó.
               -Vale, Alec, ¿qué cojones te pasa? Estás rarísimo últimamente. Muy… agresivo. Arisco, incluso.
               Se levantó y se sentó en el borde de la mesa, frente a mí.
               -¿Hola? La que hace ballet es mi hermana. Soy boxeador, Sergei. Somos agresivos por naturaleza.
               -Sabes a qué me refiero. Sé que lo sabes. Nunca te sales por la tangente, salvo cuando no quieres hablar de algo. ¿Qué pasa? ¿Está todo bien en casa?
               -Mi madre limpia con regularidad.
               Sergei negó con la cabeza, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro. Le dio una patada a la silla para acercármela y la señaló con la mandíbula. Esta vez, quien cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro fui yo. Miré la silla, bufé, puse los ojos en blanco, y me senté en ella. Puede que Sergei me entendiera. Él siempre había lidiado con mi mierda.
               -Sabrae me va a dejar-revelé. Abrió los ojos como platos, estupefacto.
               -¿Qué? Eso… no lo sabes. Me parece imposible. Esa chica está loca por ti. He visto cómo te mira.
               -Ya, bueno-me froté la cara, cansado-. Lo cierto es que no estás ayudando mucho.
               -Oh, venga. Me pegaste una paliza por su culpa. A mí. Tu entrenador. Me quieres más que a tu padre.
               -Quiero más que a mi padre hasta a las mierdas que piso por la calle, Sergei, no eres especial en ese sentido.
               Sergei puso los ojos en blanco.
               -Lo que te estoy intentando decir es que si ella te quisiera dejar (que no creo, te repito)… es su problema. Hay que ser muy zorra para ver cómo se pegan por ti y luego querer pasar de...lo siento-se disculpó cuando vio cómo le miré al llamarla “zorra”-. Pero… en fin. El caso es que ella no me ha parecido ninguna zorra. Parece una tía legal. Fiel. Tiene madera de novia de boxeador. Podría haber sobrevivido a tus campeonatos, estoy seguro. No son de las que apartan la mirada ante un K.O.
               -Aun así, no le cojas demasiado cariño.
               -Oh, vamos, muchacho, ¿a qué viene tanto pesimismo de repente? Seguro que son imaginaciones tuyas. Mira, las tías son muy distintas, ¿vale? Si la notas rara es porque probablemente esté con la regla o…
               -Sé cuándo le viene la regla, Sergei. Y no es eso. Además, que lo sé a ciencia cierta. Créeme. Lo sé. A fin de cuentas, soy yo quien está intentando a posta que me deje.
               Sergei se quedó a cuadros, mirándome con la boca abierta y los brazos cruzados.
               -¿Pero tú eres gilipollas, Alec?-preguntó, y yo bufé, me levanté con tanto ímpetu que tiré la silla al suelo, y lo fulminé con la mirada.
               -Tampoco esperaba que lo entendieras, después de todo. Siempre te has empeñado en ver lo bueno de mí, sin importar si era realmente bueno. Toda la rabia que tenía dentro, te has ocupado de canalizarla, sin preocuparte de descubrir de dónde venía para poder acabar con ella. Eso te beneficiaba, a fin de cuentas. A los dos. Pero, ¿no has visto lo que acabo de hacer, Sergei? ¡Se me han cruzado los putos cables y le he roto la nariz a un tío que no me ha hecho nada!
               -Se metió con tu chica. No es la primera vez que se te cruzan los cables con ella.
               -No de esta manera-sentencié, dándome la vuelta y agarrando el pomo de la puerta.
               -Está bien. Vete, y aprovéchala mientras puedas. Corre con tu zorrita.
               Me detuve en seco y me giré lentamente.
               -¿Cómo la acabas de llamar, Sergei?-Sergei sólo sonrió.
               -¿Ves? Siempre has reaccionado así. ¿Lo notas?-se levantó, caminó hacia mí y cerró los puños, inclinándose un poco hacia delante-. ¿La puta rabia que tienes dentro ahora mismo? ¿La sientes burbujear? ¿A que me matarías ahora mismo por lo que acabo de llamarla? Zorrita-repitió, y yo me estremecí, sintiendo que la temperatura de mi cuerpo se disparaba-. Una tía que te hace sentir eso no es una tía de la que simplemente te alejas porque de vez en cuando le rompas la nariz a un puto pijo como Kevin. Te la follas. Duro. Para asegurarte de que no se aleja de ti.
               Reí entre dientes.
               -Y si siento esa rabia con ella, ¿qué hago, eh? Ya me la follo. Duro. Por eso tengo que esforzarme para que se aleje de mí. Porque yo no puedo vivir sin ella, ni podré hacerlo nunca, pero ella todavía tiene posibilidades de vivir sin mí. Y, por la cuenta que le trae, más vale que lo haga antes de que la puta bomba de relojería en la que me he convertido explote-abrí la puerta-. Mañana te traigo el anclaje de los cojones, Sergei. Y no pienso pagarte una mierda del abono de Kevin. Si tienes cojones para meterte con Sabrae Malik delante de Alec Whitelaw, tienes que tener cojones también para lidiar con las consecuencias. Ah… y otra cosa-me colgué de la puerta y le di un toquecito en el hombro a Sergei-. Vuelve a llamarla “zorrita”, y te mato-sonreí-. No seré el primero de mi familia que intenta cargarse a alguien, pero no me importará ser el primero que lo logra-le guiñé un ojo, le di una torta suave, y me marché del gimnasio. Puse el disco de Imagine Dragons que había estado escuchando la noche que me tiré a Zoe a pleno volumen, y e regodeé en los pensamientos negativos que me embargaban. Hoy es el día, me dije. O, bueno, más bien, la noche, porque el sol ya se había puesto. Me sentía con la fuerza suficiente como para comportarme como un hombre, ir a ver a Sabrae, y decirle que mejor sería romper.
               Seguro que ella estaba tan hasta los huevos de mí a esas alturas de la película que celebraría mi sugerencia. Quizá, hasta termináramos bien.
               Llegué a mi casa con los auriculares aún puestos, y me visualicé tumbándome en la cama, encendiendo un cigarro, pensando mi discurso y levantándome cuando lo hubiera terminado y ya no me quedaran más cigarros. Mi aliento de fumador haría que Sabrae me rechazara incluso si se me cruzaban los cables y le pedía un beso. Todo genial. Mi plan no tenía fisuras.
               Trufas trotó hacia mí, feliz de verme, y yo le acaricié entre las orejas. Vi que Mimi se asomaba a su habitación, me fulminaba con la mirada (creo que le habían contado la tarde anterior que su hermano no era tan santo como se pensaba) y llamó al conejo para que se fuera con ella antes de cerrar con un sonoro portazo.
               -¿No te alegras de verme, Mary Elizabeth?-me burlé, y ella me gritó que me fuera a la mierda. Me eché a reír, negué con la cabeza, y entré en mi habitación, animado por sentirme con un nuevo propósito.
               Ni en un millón de años me habría esperado ver a Sabrae allí plantada, de pie, con los brazos cruzados, la mandíbula levantada y una fiera determinación en la mirada. A pesar de que para mí fue una sorpresa (grata, a pesar de todo), conseguí no quedarme paralizado como un ciervo ante unos faros. Me quité los auriculares y me la comí con los ojos. Si me comportaba como el fuckboy que había sido en otra época, romper sería más fácil.
               Y, además, me apetecía comérmela con los ojos. Se había puesto un sudadera blanca con mangas con rombos de color azul, amarillo y rosa, llevaba unas botas de tacón de charol violeta más allá de las rodillas, se había soltado el pelo, y delineado los ojos y pintado los párpados con una sombra del mismo color que su calzado.
               -Esto me suena-solté con prepotencia, y Sabrae descruzó los brazos mientras yo tiraba los auriculares a un lado. Bueno, por lo menos no tendría que ir a su casa para…
               -¿De veras?-respondió ella, alzando una ceja, dando un par de pasos hacia mí con un contoneo de caderas que me volvió loco-. Pues a ver si te suena esto-se quedó plantada frente a mí, a un par de pasos que se me antojaron un mundo. La tenía ahí, al alcance de la mano. Sólo tenía que estirar el brazo y tocarla-. ¿Quieres cortar?-preguntó, con una rabia que jamás había escuchado en su voz. Me quedé helado. Así que ahí estaba. El momento que había estado preparando. El desastre que había buscado durante más de una semana.
               Supe por cómo me miró que no podríamos acabar bien. Que lo que habíamos tenido antes de lo que teníamos ahora sería una relación idílica comparado con lo que nos esperaba. Antes, le caía mal. Ahora, me odiaba. No era para menos, pero…
               … me jodía que jamás pudiera volver a tocarla, la verdad. Mentiría si lo dijera.
               Abrí la boca para responder, pero ella no me dejó.
               -Porque, si es así, quiero mi polvo de despedida-le dio una patada a la puerta para cerrarla de un portazo y volvió a mirarme-. Para que te acuerdes toda tu puta vida de lo que tenías y dejaste escapar.




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1 comentario:

  1. Madre mia de mi vida y de mi corazón, estoy mordiéndome las uñas de las ansias de saber que pasa en el siguiente capítulo. Sabía que mi niña Sabrae cogería el toro por los cuernos, pero no me esperaba que de esta forma y tan radical. La puto adoro.
    He pasado fatal este capítulo porque el ver desde la perspectiva de Sab todo el sufrimiento ha sido horroroso, me ha muchísima pena y ya el momento de Alec en el gimnasio en fin, hundida me hallo. Necesito que se pongan a hablar de una vez y lo arreglen de unaputa vez

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