domingo, 8 de diciembre de 2019

La pesadilla que amar.


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Jordan se revolvió en su asiento, incómodo. A pesar de que me sacaba dos cabezas y tres años, la que llevaba la voz cantante ese momento era yo. Atrapado en su cobertizo sin tener escapatoria y sin autoridad realmente para echarme, Jordan se veía enjaulado como un leopardo de las nieves en una de jaulas de un zoo que no se había adaptado del todo a su modo de vida: en lugar de desfiladeros escarpados con roca desnuda y espolvoreados de nieve, se veía obligado a conformarse con un espacio de unos cincuenta metros cuadrados en que sus garras pisaban hierba, y sus patas escalaban por árboles más pensados para sus primos de la selva.
               Había nacido en cautividad, y no sabía lo que era la libertad, pero sus genes le decían que no estaba donde debía estar, ni con quien debía estar… igual que yo. Yo ya había estado en ese cobertizo y podría incluso considerarlo un hogar, pero si mi compañía no era la que había sido en su momento.
               A Jordan y a mí unos unía un lazo fortísimo con un único nudo que, sin embargo, estaba tan bien atado que ninguno de los dos podía deshacerlo: sólo el propio nudo, Alec, sería el que decidiera cuándo se rompería nuestra conexión. Es por eso que nos resultaba tan raro estar en la misma habitación sin él; cuando estás unida a una persona por medio de otra, la ausencia de la segunda hace que la primera se vuelva una desconocida.
               El eco de mi pregunta aún sonaba en el pequeño cobertizo en el que la televisión estaba silenciada, reproduciendo un episodio de una serie que yo no había visto en mi vida. Sabes a qué he venido, ¿verdad, Jordan?
               Le había puesto contra la espada y la pared, lo admito. Para él era muy violento tener que hablarme de lo que pasaba a Alec, pero mi desesperación me había llevado tan lejos que no iba a abandonar ahora. Jordan podía soportar un poco de incomodidad; yo, en cambio, me estaba consumiendo por el sufrimiento y las dudas. Aún me escocían los ojos de llorar delante de Diana, y me había prometido a mí misma que no lloraría más en cuanto Tommy se marchó, dejándonos solos.
               -Ojalá no lo supiera-contestó con cautela y una cierta amargura que me hizo sospechar que a él le hacía la misma gracia que a mí el tener que mantener esa conversación. Dio un sorbo del botellín de cerveza que tenía mediado sobre la mesa de los mandos y procuró evitar el contacto visual conmigo.
               -Ojalá no tuviera que recurrir a ti y pudiera hablarlo con él directamente, pero así están las cosas-entrelacé los dedos sobre mi regazo como hacía mi madre cuando les explicaba a unos clientes que el caso que le habían traído estaba muy jodido, pero que haría lo posible por sacarlo adelante.
               -Siento que me estoy metiendo donde no me llaman, Sabrae. Lo que pase entre Alec y tú es cosa de Alec y tú, nada más-me miró con cierta dureza en la mirada, pero supe que no era para mí. Jordan era leal a sus amigos, y Alec era su mejor amigo, así que no iba a venderlo así como así. Y, sin embargo, sabía, igual que yo, que Alec se estaba portando mal conmigo. Me lo quedé mirando desde la distancia del sofá, y me descubrí teniendo pensamientos absurdos sobre nuestro parecido (sólo nuestra piel, en realidad), y si eso tendría algo que ver con Alec. Podría incluso haberme puesto a reflexionar sobre si el hecho de que Jordan y yo fuéramos negros tendría algo que ver con una especie de fetiche que tuviera Alec, y que su genética finalmente le hubiera dado un toque de atención, pero lo cierto es que la teoría de la segregación racial no era algo que se compartiera en mi casa, así que ni tuve que desechar ese pensamiento. Jordan y yo no teníamos nada que ver más allá de nuestras pieles más oscuras que la media en Inglaterra y el chico que nos venía a la mente cuando alguien nos hablaba de “la persona en la que más confías en el mundo”.
               Yo no quería perder esa confianza, y si tenía que luchar por ella con otras personas, lo haría.
               -Yo te estoy llamando-sentencié-. Te lo repito: me hace tanta gracia recurrir a ti como a ti que lo haga, pero es lo que hay. Alec me tiene a oscuras. Me ha echado el cerrojo y no quiere escucharme para que le convenza de que le abra la puerta por muy alto que yo le grite.
               -Puedes volver a esperarlo en su habitación-respondió Jordan con fingida indiferencia-. Annie te dejará entrar.
               Lo atravesé con la mirada y contuvo un estremecimiento. Soy una Malik, me recordé para infundirme ánimos. He crecido con confianza en mí misma, y no puedo perderla ahora.
               -No quiero echar un último polvo con él antes de echarlo de mi vida. Y tú, en el fondo, tampoco quieres que lo haga.
               Jordan parpadeó y subió un pie al sofá. Se  sujetó la pierna doblada con las manos entrelazadas y sorbió por la nariz.
               -No te tocará un pelo esta noche-declaró-. Ni aunque tú fueras a verlo.
               Se me encogió el estómago al escucharlo. Lo sospechaba. En el fondo, lo sospechaba. Pero necesitaba que alguien me lo dijera para poder recibir el golpe, y que empezara el dolor. No podía procesar lo que me estaba pasando, el vacío que sentía en mi interior; el dolor, en cambio, era algo tangible, cuantificable. Podía matarme o podía sobrevivirle, pero al menos no me desconectaba por dentro como lo hacía el vacío. Tragué saliva, mirando un momento al suelo para recomponerme, y volví a levantar la mirada cuando me sentí preparada.
               -¿Quiere dejarme, Jordan?-quise saber con un hilo de voz que sonó infantil, débil, indefenso. Noté que se me agolpaban las lágrimas en las comisuras de los ojos, pero no me permití llorar.

               Para mi alivio y también desesperación, Jordan negó con la cabeza.
               -No. Preferiría estar muerto antes que dejarte, Sabrae.
               Tuve que contener un sollozo, y las ganas de taparme la boca para poder llorar tranquila. Me clavé las uñas en los vaqueros claros, concentrándome en la sensación de ardor que sentía en los muslos, allí donde mis dedos se habían convertido en garras.
               -Pues entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué se está alejando de mí de esta manera?
               Jordan bufó, se frotó la cara, negó con la cabeza, cerró los ojos y se tapó la boca. Volvió a negar con la cabeza y, cuando levantó los párpados, no me estaba mirando-. Jordan-exigí, y él me miró.
               -Eso es lo que pasa-apoyó el codo en su rodilla-. Que preferiría estar muerto a tener que dejarte.
               -Entonces, ¿él siente que tiene que dejarme?-pregunté, y Jordan asintió-. ¿Por qué?-insistí, y Jordan se tomó su tiempo en responder. El tiempo suficiente para que yo me montara una película digna de todos los premios cinematográficos habidos y por haber. Le había pedido que cambiara. No me había dado cuenta, pero así había sido. Rechazándole por su pasado, le había puesto una condición: o consigues ser monógamo y dejar atrás toda esa mierda de la promiscuidad, u olvídate de mí. El estómago se me dio la vuelta y me quedé sin aire un momento al encajar las piezas del puzzle. Había estado raro desde el fin de semana que había pasado en su casa, un punto de inflexión en nuestra relación. Yo no le había dado importancia a lo que había dicho Annie respecto de que él jamás se había traído a una chica a casa, por lo menos con su familia presente, hasta que llegué yo. Y puede que le gustara follarme en todas las esquinas de su casa, y lo habría hecho de haber tenido más tiempo, y seguro que le había encantado tenerme desnuda en su habitación, haciéndome fotos subidas de tono con su chaqueta de boxeador que seguro que terminaría enviándole en una tarde de sexting travieso. Seguro que le gustaba dormirse con mi perfume impregnado en las sábanas, y soñar que seguía follándome en posturas que no habíamos probado aún, que incluso quizá fueran imposibles.
               Pero quizá no le gustaba todo lo que eso conllevaba, la seriedad con la que nos estábamos tratando últimamente. Lo de mi casa no tenía importancia porque él estaba acostumbrado a dormir en camas ajenas y a desayunar en mesas ajenas, pero lo que yo había hecho era distinto. Le había dado un empujón en la dirección en que el mundo le decía que tenía que ir, pero que él no había seguido nunca hasta que me conoció.
               Yo no tenía derecho a pedirle que cambiara, igual que él no me lo había pedido a mí. Y se había dado cuenta durante el fin de semana, cuando jugamos a las casitas sin que yo le concediera que estábamos jugando juntos. ¿Por qué tenía que renunciar él a su vida de antes si yo no renunciaba a la mía? ¿Por qué tenía que reprimir la atracción que sentía por otras chicas sólo por tenerme desayunando los domingos en su casa? ¿Por qué debía privarse de aumentar su lista de conquistas, y dejar escapar la valiosa oportunidad de tirarse a una americana que le habían puesto en bandeja? Zoe no había sido el desencadenante de todo, como yo había creído. Era el primer síntoma de la enfermedad, pero no el contagio.
               No quería renunciar a esa parte de él. Puede que ni pudiera. Por eso tenía que dejarme. Porque tenía la suficiente decencia como para no ponerme los cuernos cada vez que se le antojara.
               -Está preocupado por lo que te hizo follando, mientras sonaba The Weeknd-reveló Jordan, rompiéndome los esquemas, y lo miré. La cabeza me daba vueltas, me faltaba el aire.
               -¿Qué?
               -Lleva desde que te estranguló durante el polvo dándole vueltas a una idea que nadie ha conseguido quitarle de la cabeza aún: que es peligroso. Que es hijo de su padre, y no puede dejar que estés cerca cuando su naturaleza explote.
               Sentía ganas de vomitar. Entonces, ¿no tenía nada que ver conmigo? ¿Ni con sus dudas respecto de nuestra relación? ¿Ni con el hecho de que yo tuviera miedo de que, si aceptaba su petición de ser novios de forma oficial, todo se descontrolara y me muriera de pena cuando se marchara a África al voluntariado?
               -Pero… pero… eso no… no tiene sentido. Fueron sólo unos segundos, fue…-levanté la vista y me encontré con la mirada de Jordan-. ¿Te reconoció que paró en cuanto yo le dije que no me gustaba?-quise saber, porque conozco a Alec, y sé que no se concede todos los méritos cuando hace algo bien. Simplemente les resta importancia, y aún hoy, me molesta que lo haga, porque piensa que las cosas buenas que hace son por ser una persona normal, y no porque él sea bueno por naturaleza.
               -Sí, y también me reconoció algo que le da mucha vergüenza que tú sepas: que estrangularte fue lo que más le gustó. Se corrió mientras lo hacía. Y no sé por qué, le pareció que sería buena idea intentar superar todo esto haciendo que te alejes de él de cualquier forma posible. Está convencido de que no te merece por eso, y de que tenéis que romper, y tú tienes que ser libre y superarlo para poder encontrar a otro mejor que él…
               -Como si lo hubiera-respondí yo, uniéndome a Jordan, que también pronunció esa frase. Los dos nos miramos y sonreímos un instante, compartiendo la complicidad que genera el saber exactamente cuánto vale Alec: todo el dinero del mundo.
               -Pero, entonces, ¿a qué vino lo de pedirme permiso para liarse con Zoe? ¿Por qué no simplemente… lo hizo, y ya está? Sabe que yo le dejaría si me pusiera los cuernos.
               -¿Lo harías?-replicó Jordan, perspicaz, y yo me quedé callada. Le había dicho que se lo perdonaría todo una vez, y no mentía. Tenía que verme en la situación, pero allí sentada, con los tobillos cruzados, las manos entrelazadas y la cabeza gacha, me di cuenta de una cosa: había una única excepción a ese “todo”, y que me pusiera los cuernos podía no entrar en ella.
               La excepción era que Alec le hiciera daño a alguien de mi familia. Y no veía cómo podía encajar que me fuera infiel dentro de ese espacio.
               -Te preguntó porque está enamorado de ti-continuó Jordan, sacándome de mis pensamientos-, y no quiere destruirte. Con que uno de los dos ya esté hecho mierda, basta. Ya sabes cómo es Alec: tiene esta puta tendencia autodestructiva que él pinta como autocrítica y autoexigencia que le convertiría en el soldado más eficiente y efímero del mundo. Si fuera a la guerra, nadie en su regimiento tendría ni un rasguño mientras él estuviera en pie… lo que le empujaría a tirarse en plancha encima de un campo de minas, sin importar que eso le redujera a cenizas.
               -Pero yo también estoy hecha mierda, o lo estaba hasta ahora, por no saber qué pasaba. No entiendo por qué simplemente no lo ha hablado conmigo para…
               -¿Para qué? ¿Para que le convenzas de que no pasa nada? Vamos, Saab. Pensaba que le conocías mejor. Te lo has follado lo suficiente como para saber cómo es. Es terco como una mula, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay quien le haga cambiar de opinión… salvo una persona-Jordan inclinó la cabeza a un lado y yo me mordí el labio-. Tú. Él sabe que podrías convencerlo de que la Tierra es plana, la Luna está hecha de queso y los truenos son pedos de ángeles. Y Al puede ser muchas cosas, pero al contrario de lo que piensa, de tonto no tiene un pelo. Sabe que la única manera de protegerte es alejándose de ti, y sólo podrá hacerlo sin decirte por qué, para que tú se lo rebatas todo y le hagas ver que está siendo gilipollas.
               -Odio que sea tan inseguro-murmuré, subiendo los pies al sofá y abrazándome las rodillas-. Y odio que piense que todo lo malo que hace no es por meter la pata, sino porque realmente es así, ¿sabes? Odio que crea que no puede escapar de su padre ni quince años después de haber dejado de vivir con él. De todas las personas en el mundo, él es quien menos se merece todo lo que le ha pasado-apoyé la mejilla sobre mis rodillas unidas y me quedé mirando una foto de Alec y Jordan juntos, rodeándose el cuello con el brazo, riéndose tanto que, aunque estaban mirando a cámara, era imposible saber el color de sus ojos. Ojalá Alec pudiera ser ese chico sonriente y feliz siempre, y no tuviera tanta mierda dentro que le impidiera ver la increíble persona que es.
               -Bienvenida al club, hermana. Yo llevo intentando convencerlo de lo contrario desde que tengo uso de razón, pero… no hay manera-suspiró-. Él nunca me escucha. Aunque, claro, si me escuchara, tú no estarías aquí, ¿no?
               -¿A qué te refieres?
               -Le eché una bronca increíble cuando me contó que pretendía enrollarse con Zoe. Yo sabía que eso sólo iba a servir para haceros daño a los dos, y, bueno… la verdad es que ojalá me hubiera equivocado, pero cada paso que da este chaval no hace más que darme razones para entrar en un bucle de “te lo dije” de dos siglos. Le dije que se sentiría una mierda cuando se fue a tirarse a Pauline al darse cuenta de que te quería, y así fue; le dije que no se perdonaría liarse con otra para alejarte de él, y así es (sé que no puede dormir por las noches, no hay más que ver sus ojeras). Y… le dije que su plan de alejarte de él no iba a funcionar, que no te ibas a quedar de brazos cruzados. Tú no eres de las que se resignan, Sabrae, y eso es precisamente lo que le llamó la atención de ti. No te sientas a esperar a que te saquen a bailar, sino que te levantas y tiras de él para que te acompañe en cuanto suena una canción que te gusta.
               -¿Cómo puedes estar tan seguro? Estoy segura de que Alec me pone en un pedestal cada vez que habláis de mí, pero yo no soy así.
               -Yo esto ya lo sabía antes. Te conozco desde que naciste, ¿recuerdas? Llevas siendo así toda la vida, incluso cuando sólo eras la hermana de Scott. Era cuestión de tiempo que pidieras explicaciones, aunque si te soy sincero, pensé que te plantarías en su habitación y le amenazarías con no moverte de allí hasta que te contara lo que pasa.
               -¿De qué iba a servir eso? Está tan cambiado, tan cerrado en banda…
               -Es que le da vergüenza, y se arrepiente… y en el fondo es un cabrón que odia darme la razón-se burló Jordan, y yo sonreí-. Pero sobre todo, es lo primero. Y no está acostumbrado a sentir vergüenza, así que no sabe muy bien cómo gestionar todo esto. Y que te tiene miedo, también.
               -¿A mí?
               -Sí. Está convencido de que es una bomba de relojería a punto de estallar, y que tú no puedes estar cerca de él cuando eso suceda, pero te necesita tanto que sabe que tú tienes que poner de tu parte… y tú no vas a poner de tu parte. Te pegarías a él como una lapa si pudieras, ¿verdad?
               -La duda ofende, Jordan. Si no fuera así, yo no estaría aquí. Además, todo eso son pajas mentales muy al estilo de Alec.
               -Ya, pero él no sabe que son pajas mentales. Sólo sabe que tenéis que separaros, y lo único que puede impedir que os separáis eres… bueno, tú. Te bajaría la Luna si se la pidieras. Inventaría la inmortalidad si tú le pidieras que estuviera contigo para siempre. De todas las personas del planeta, tú eres la única a la que Alec es simplemente incapaz de decirle que no.
               Noté que se me deslizaba una lágrima por la mejilla, y me la limpié con la yema de los dedos. Sólo me quedaba una cosa por discutir con Jordan.
               -¿Le gustó? Estar con Zoe-aclaré-. ¿Le gustó? ¿Quiere… seguir como hasta hace unos meses? ¿O es feliz así?
               -A ver… él no es feliz ahora porque cree que no te merece, pero no te voy a mentir. Le gustó mientras lo hacía. Y se sintió una mierda en cuanto acabó. Es como… cuando pruebas una droga. ¿Lo has hecho alguna vez?-preguntó, y negué con la cabeza, con lo que Jordan asintió-. Guay. No lo hagas. Es una movida fea. Pero… el caso es que cuando estás bajo los efectos, todo está de puta madre, todo es la hostia y todo es genial. Pero en cuanto se te pasa todo, te pega un bajón impresionante. Y piensas, “¿qué puta gilipollez acabo de hacer?” Pues en ese plan está ahora Alec. Pensando qué puta gilipollez acaba de hacer.
               -Sé que no tengo ningún derecho a pedírselo, ni a pedirte a ti que se lo pidas, pero…-Jordan esperó, paciente-. ¿Podrías… por favor… decirle que no se líe más con Zoe?-se mordió el labio para contener una sonrisa y bajó la mirada, con sus manos entrelazadas, los codos en sus rodillas separadas-. Ya sé que estoy siendo una egoísta porque no hago más que pedir y pedir y pedir sin concederle nada, pero… le di permiso con la esperanza de que no hiciera nada. No puedo reprocharle nada de lo que ha hecho, porque él lo ha hecho todo bien, pero… Zoe me cae bien. Es una buena chica. No quiero que Alec…
               -No te preocupes-Jordan levantó la cabeza, sonriente-. Ni siquiera necesito decírselo. No va a volver a hacerlo, Saab.
               -¿Estás seguro?-Jordan rió por lo bajo, se tocó la nariz y asintió con la cabeza.
               -Sí. ¿No te lo han dicho tu hermano, o Tommy? Zoe me gusta-confesó-. Bueno, de hecho, es más que gustarme. Me enamoré de ella como un puto gilipollas en el segundo que la vi. Alec no va a tocarla. Ni dejará que nadie en todo Londres lo haga. El soldado más eficaz del mundo, ¿recuerdas?-sonrió-. Él es así.
               Intenté controlar las mariposas en mi estómago, pero fue como tratar de detener las mareas.
               -Sí-concedí-. Él es así-me levanté despacio, con la gracilidad de una emperatriz china, y me limpié los vaqueros, que no tenía sucios. Me temblaban las manos y las rodillas, y por un momento temí que mis piernas no pudieran sostenerme y acabara cayéndome al suelo, pero no fue así.
               Fiel a su palabra, Jordan me acompañó a casa. No hablamos mucho durante el trayecto, supongo que porque cada uno tenía sus propias cosas en las que pensar. Mentiría si dijera que no me aliviaba que Jordan estuviera colado por Zoe, porque eso significaba que estaba aún más vedada para Alec. No tenía en contra de la americana ni nada por el estilo, pero pensar que Alec pudiera volver a liarse con ella antes de que me diera tiempo a hablar con él conseguiría que no durmiera por las noches. Por suerte, ella estaba fuera de la zona de peligro, y confiaba en que tanto Pauline como Chrissy se negarían a acostarse con él si acudía a ellas. Me haría daño de todos modos que Alec buscara a otra chica, pero si volvía a estar con una que yo no conociera, no lo resistiría.
               Jordan declinó la oferta de mis padres de pasar a tomar algo; saludó a Scott y también le rechazó una partida a un videojuego nuevo que acababa de descargarse, y con una simple mirada que lo dijo todo, se despidió de mí. Con esa mirada recordé nuestra conversación íntegra, como si la estuviera viendo en una película acelerada a máxima velocidad y diez minutos no  fueran más que una décima de segundo, un fotograma que destellaba ante ti y, antes de que tus ojos pudieran procesarlo, ya había dado paso al siguiente. Había algo que tenía que tratar con Alec con más urgencia incluso que nuestra relación: sus fetiches sexuales. Por desgracia, allí estaba completamente sola, pues no me atrevía a preguntarle a mi hermano sobre las cosas que hacía en la cama con Eleanor o con otras chicas; con Tommy, más de lo mismo; y con Jordan no tenía ni la confianza suficiente ni él poseía la experiencia que yo. Por cosas que les había escuchado a los chicos en la habitación de mi hermano antes de que yo empezara con Alec, sabía que Jordan era virgen, y sinceramente, la opinión de un chico cuya única experiencia sexual proviene de la masturbación y de las páginas porno que visita con asiduidad no tenía mucho peso para mí, incluso en esas circunstancias.
               Momo y mis amigas ya estaban al corriente de lo que había pasado y tampoco podían asesorarme, pues yo era de lejos la que más versada estaba en el tema. Tampoco podía acudir a Eleanor por la relación que tenía con mi hermano (aunque esperaba que ese pudor se evaporara pronto), así que sólo me quedaba una persona a la que recurrir. Diana.
               Me saqué del móvil del bolsillo de los vaqueros y, tras ignorar un mensaje de Alec en el que me respondía a algo que le había escrito por la mañana, toqué uno que me había enviado Diana en el que me invitaba (o más bien ordenaba) a que la llamara cuando hubiera terminado de hablar con Jordan. Subí a mi habitación, cerré la puerta, me senté a lo indio sobre el edredón y toqué el icono de la cámara bajo su nombre. Necesitaba verle la cara. Si no iba a su casa para hablar con ella, era porque mi hermano haría demasiadas preguntas, y no me apetecía responder. ¿Cómo podría?
               Tras un par de toques en los que llegué a desesperarme, finalmente la cara de Diana apareció invadiendo la pantalla de mi teléfono. Me dedicó una sonrisa blanquísima, llena de dientes.
               -Hola, Saab-sonrió, tumbándose sobre su vientre y colocando lo que supuse que sería su portátil en la almohada. Llevaba puesta una camiseta que le quedaba grande, seguramente de Tommy, y nada más. Tenía el pelo alborotado, la piel brillante y los ojos chispeantes.
               -Uy. No pretendía interrumpir…
               -¡No, no! No interrumpes. Zoe está duchándose, y Tommy se va ya-como si ése fuera su pie, Tommy apareció en una esquina de la pantalla, por encima del hombro de Diana, con la espalda al descubierto y subiéndose unos pantalones. Diana se giró para mirarle el culo descaradamente, y se mordió la uña del pulgar ante tan genial espectáculo-. Hay que aprovechar-comentó en voz baja, más para mí que para ella, incorporándose y dándole un azote a Tommy, que dio un brinco y la miró a ella primero, y al ordenador después.
               -¡Au! Oye, ¿no estarás haciendo videollamada, eh, Diana? Joder… Sabrae, tápate los ojos.
               -No tienes nada que Sabrae no haya visto ya-se cachondeó mientras yo los cerraba, divertida.
               -Ya lo sé, pero es raro que vea cómo me visto. Es mi hermana pequeña.
               -¿Es que Eleanor y Scott no se han visto desnudos nunca?-preguntó Diana, arrugando la nariz. Tommy, que se estaba subiendo la cremallera de los vaqueros, la miró por debajo de sus cejas con la boca ligeramente entreabierta. Alzó una ceja y Diana puso los ojos en blanco-. Me refiero a… antes de todo.
               -Sí, claro que sí, y yo a Sabrae. Pero, ¡joder! Nunca nos hemos visto después de echar un polvo, ésa es la diferencia. ¿Me das mi camiseta?-pidió, extendiendo la mano.
               -Ven a buscarla-coqueteó Diana, y Tommy alzó las cejas, rió por lo bajo, y se abalanzó sobre ella a besuquearla. Diana soltó una carcajada adorable.
               -¿Os apetece que os grabe y luego os pase el sex tape?-me ofrecí, divertida. Tommy dejó de besarla, me miró, luego miró a Diana y le dedicó una sonrisa seductora.
               -Ni lo sueñes. Quítate de encima. Los de Givenchy son unos estirados, y no pienso perder un contrato millonario con ellos porque a ti te dé morbo que nos graben.
               -Sabrae nos guardaría el secreto-lloriqueó Tommy, sentándose al borde de la cama. Diana puso los ojos en blanco y frunció el ceño en su dirección, divertida-. Tommy, ¿vas a quedarte ahí mucho rato?
               -¿Por qué? Estoy en mi casa.
               -Sabrae y yo queríamos un poco de intimidad.
               -Oh, así que, ¿no estoy invitado a la conversación?-Tommy miró al ordenador con expresión herida, y yo me encogí de hombros.
               -Vamos a hablar de cosas de chicas.
               -Yo entiendo mucho de bolsos y maquillaje-espetó Tommy. Diana arrugó la nariz, señaló la trampilla que conducía al piso inferior, y esperó a que Tommy se levantara con un bufido-. Vale, vale. Pero no pienso decirle a Zoe que estáis  manteniendo una conversación privada, así que si os interrumpe, es problema vuestro. Por cierto, Saab, ¿Jordan te acompañó a casa?-se cercioró Tommy, con medio cuerpo ya devorado por la trampilla. Asentí con la cabeza y le dije que su amigo tenía palabra-. Bien, porque si no, lo mato-sentenció, y se quedó allí plantado. Diana y yo esperamos a que se fuera y él levantó las manos-. Ah, sí, claro, es verdad. No soy bien recibido en mi propia casa, con mi propio wifi-bufó, sacudiendo la cabeza-. Venga, hasta luego.
               Se marchó dando un sonoro portazo que hizo que Diana se riera por lo bajo.
               -Creo que te va a costar caro que te perdone.
               -Quizá baje sin bragas a cenar, a ver si así se siente más indulgente-comentó, y se dejó caer con energía sobre su cama-. Bueno, cuéntame. ¿Cómo ha ido la conversación con Jordan? Tienes bastante buena cara. ¿Has conseguido solucionar algo?
               -Pues sí. Resulta que ya sé por qué Alec está tan raro y tan distante conmigo-Diana arqueó las cejas. Se echó el pelo sobre los hombros. Carraspeé. Ella parpadeó. Yo me mordí el labio.
               -Bueno-reflexionó-. Eso supone tener gran parte del camino recorrido, ¿no? ¿Qué es? Quizá pueda ayudarte. A no ser, claro, que sea una intimidad. En ese caso, entenderé si te sientes incómoda y prefieres no contármelo. Necesitas tu espacio, y yo lo respeto. A fin de cuentas, no hace más que unos meses que nos conocemos-comentó, algo triste, y yo negué con la cabeza.
               -Diana, ¿qué dices? Lo que me has dicho esta tarde es mutuo. Yo también te considero como una hermana. Para mí ya eres de la familia-Diana sonrió-. Es sólo que… mira, no sé muy bien cómo afrontarlo, así que intentaré ser lo más directa posible. Durante el fin de semana… mientras estábamos, ya sabes, dale que te pego… pasó algo que ha hecho que Alec se replantee toda nuestra relación.
               -¡Ah!-Diana dio una palmada-. ¡Ya entiendo! Les pasa a muchos chicos, no te preocupes-fruncí el ceño.
               -¿En serio?
               -Sí. A ver, a nosotras se nos va un poco las manos, y ellos tienen tanto vicio con la penetración que, bueno, tarde o temprano se te acaba pasando por la cabeza que, si ellos tienen el punto G en el ano, puede que les guste el sexo anal pero siendo ellos los penetrados, en lugar de los que penetran. Eso no significa nada. Es decir, que se replanteen su sexualidad está bien, pero no tiene que ver que seas gay con que te guste que te metan cosas por el…
               -Eh… creo que estamos en sintonías diferentes, Didi.
               -¿En serio?-frunció el ceño y yo asentí-. Vaya. Creía que… ¿ya habéis pasado por eso?
               -La verdad es que nunca se me había ocurrido que intercambiáramos los papeles. No sé si a Alec le gustaría. Es muy… macho-arrugué la nariz.
               -Cariño, todos son “muy machos” hasta que les haces correrse en medio minuto. Entonces, tienes que esconder a conciencia todos los pepinos que tengas por casa-solté una sonora risotada y Diana sonrió-. Vale, pues si no es eso, ¿te importaría decirme qué es lo que os ha pasado en la cama para que ahora Alec decida que quiere ser como una abeja de nuevo, y volver a ir de flor en flor?
               -Verás… el caso es que, mientras estábamos en plena faena, él me… pues… eh…-me pasé una mano por la nuca, la dejé ahí reposando un momento, y cerré los ojos en busca de las palabras adecuadas. Me dije a mí misma que no pasaba nada, que Diana no iba a juzgarnos ni a escandalizarse; había hecho cosas suficientes para que un simple estrangulamiento no la asustara, pero yo quería que entendiera que la situación podía ser grave, sin condicionarla a que me dijera que me alejara de él porque pensara que era eso lo que yo buscaba-. Alec… me cogió del cuello.
               Diana asintió lentamente con la cabeza, esperando que la pusiera un poco más en situación. Me atusé los rizos y me mordí el labio.
               -Sí… es eso. Alec me estranguló.
               -Vale… ¿y a ti te gustó?
               -No mucho, la verdad.
               Diana tomó aire y lo soltó muy despacio.
               -Mira, Saab, tienes que tener muy claro que por mucho que te guste un chico, y por muy mayor que sea y muy bueno que esté y muy guay que te parezca, no estás obligada a absolutamente nada con él. Lo principal durante el sexo es que estés cómoda, y si hay algo que no te gusta, tienes que decírselo. Y él tiene que parar. No, no “tiene”… debe parar. Y si no lo hace, es que es un hijo de puta-sentenció-. Y no deberías tenerlo a menos de un kilómetro. ¿Me has entendido?
               -Didi, Alec paró en cuanto notó que no me gustaba. No es por eso por lo que estamos mal.
               -Oh. Bueno. Bien. No me esperaba menos de él-Diana se cruzó de brazos-. Pero, entonces, ¿qué es lo que pasa? No lo entiendo. Vale, él intentó estrangularte, a ti no te gustó, así que paró, y santas pascuas. ¿Cuál es el problema?
               -Creo que el contexto. Estaba siendo un polvo muy guarro. Alec jamás me había follado así. Y a mí me… me gustó-reconocí, poniéndome colorada-. Me gustó mucho. Me trató con rudeza, como si no le importara, como…-dejé la frase en el aire, pero Diana la completó.
               -Como si fueras una puta a la que le hubiera pagado para desfogarse, ¿no?
               -Sí. Una a la que le hubiera pagado mucho para desfogarse muchísimo. Y a mí me encantó. Tuve uno de los orgasmos más intensos de mi vida. Jamás le había visto así, tan salvaje, tan desinhibido. Siempre me tiene un poco entre algodones, ¿sabes? Siempre soy yo la que manda. Y me gusta que, de vez en cuando, quien lleve la voz cantante sea él-me estremecí al recordar cómo se había follado mi boca, cómo me había agarrado y me había tirado sobre la cama y me había penetrado como si aquella fuera la última hora de nuestras vidas y se hubiera propuesto que los dos tuviéramos mil orgasmos-. El problema es que a él le impactó muchísimo todo. Es decir... ya había sido rudo otras veces, pero no tanto. Creo que no hemos pasado una noche juntos sin que me dé algún azote, ¿sabes? Todo consentido, por supuesto. Me gusta que me pegue y que me diga guarradas mientras follamos, y a él le gusta hacerlo, pero… lo del estrangulamiento se le vino grande. Está preocupado desde entonces. Verás, él… tuvo una infancia muy dura-Diana parpadeó-. Lo que te voy a contar, él me lo ha contado hace muy poco, así que por favor, no le digas a nadie que lo sabes, ¿vale?
               -Por supuesto.
               -Resulta que su padre maltrataba a su madre. Maltrato de manual. Creo que hasta casi la mata varias veces. Si fue intencional o accidental, no lo sé, pero Alec tiene eso muy grabado, como es natural. Y no quiere… creo que le da miedo reproducir sus traumas conmigo. Supongo que por eso nunca pierde el control del todo. Siempre que lo habíamos hecho antes, se había preocupado de que estaba bien. Incluso cuando me llamaba de todo menos bonita y me dejaba las manos marcadas en las nalgas, me miraba como si fuera lo más valioso y lo más delicado del mundo. Se preocupaba por mí. Que yo estuviera cómoda siempre fue la prioridad. Hasta esa noche. Y creo que él se está martirizando pensando en que, si la primera vez que pierde el control ya es así, cómo será la segunda, y la tercera. Y yo… la verdad es que me asustó. No te voy a engañar, Didi. No me lo esperaba y de repente me sentí como muy… desprotegida. Sé que él jamás me haría daño, pero en ese instante, estaba a su merced, y yo…
               -Tienes que contárselo a tu madre-sentenció Diana, y yo la miré.
               -Pero, Diana…
               -No quiero decirte que no pasa nada cuando puede ser algo grave, Sabrae. Yo nunca he estado con el mismo chico más de una semana. No puedo decirte si esto es el principio de algo o simplemente estáis haciendo una montaña de un grano de arena.
               -Yo sólo quiero saber si tú… si alguna vez te ha pasado.
               -Créeme, Sher te puede aconsejar mejor que yo. No deberías tomarme como ejemplo en lo que a sexo se refiere-su semblante se ensombreció-. Si conocieras mi historial al completo, sabrías que acudir a tu madre es la mejor opción.
               -Pero… dime una cosa, Didi, por favor. ¿Tommy te ha hecho eso alguna vez?-pregunté a la desesperada, y Diana frunció los labios-. ¿Sí, o no?
               -No-concedió por fin, y yo sentí que perdía pie. El suelo bajo mis pies se desmoronaba, y estaba en ese instante de confusa ingravidez que hace que te lo replantees absolutamente todo. ¿Se equivocaba Newton? ¿Y si mi mundo no se rige por las leyes de la física, improrrogables para el resto del universo?-. Pero otros chicos sí-añadió-, y, que yo sepa, ninguno tenía el pasado que tiene Alec. Así que no sé qué decirte, porque no quiero que me uses de excusa ni que te nuble el juicio, pero…
               -Yo sólo quiero tu opinión, Didi.
               -Prométeme que lo hablarás con tu madre-ordenó.
               -Pero…
               -Prométemelo, Sabrae. Tienes una madre presente-me recordó, y la amargura tiñó su voz-. Una madre que no te manda al otro extremo del océano para que otros se ocupen de ti. Una madre a la que puedes acudir. Pídele consejo, por todas las que no podemos. Prométemelo-insistió, y vi que sus ojos se habían empañado. Asentí con la cabeza y dije que se lo prometía-. Bien. No creo que sea cosa de Alec y de su relación con su padre, pero nunca está de más pedir la opinión de alguien que lo conoce más que yo, y que te conoce incluso mejor que tú misma. Por eso tienes que hablarlo con tu madre. Mira, a mí nunca me ha preocupado que los chicos me traten mal: hasta que no llegó Tommy, para mí no eran más que pasatiempos con los que saciar mi apetito, y si me trataban mal, simplemente no volvía a abrirme de piernas para ellos, y ya estaba. O yo les hacía sentir peor. Ningún chico en toda la Costa Este puede presumir de que se haya corrido dentro de mí, o sobre mí, si yo no me corrí con él antes. Yo era una auténtica zorra en Nueva York-esbozó una sonrisa oscura, perdida en sus recuerdos-. Pero no podría ser esa zorra con Tommy-meditó, y bajó la mirada-. Por eso tienes que hablarlo con Sher. Alec es tu Tommy. Tienes que saber si es bueno que se lo pases o no. A los chicos les gusta llevar la voz cantante; que Alec no lo haya hecho hasta ahora denota lo mucho que te quiere, y más aún, lo que te respeta. Si es la primera vez que te pasa, y necesitas hablarlo para decidir si quieres seguir, o no, ¿con quién mejor que con Sherezade? Ella lleva 18 años en una relación. Sabe cómo funcionan mejor que yo. De hecho-Diana se echó a reír-. ¡No sé por qué me pides consejo a mí! Tú has tenido novios antes; yo, por el contrario, estoy con el primero. Si alguien sabe de chicos-sonrió Diana, doblando una pierna y apoyando el brazo sobre la rodilla mientras alzaba una ceja como un personaje de una serie cómica con risas enlatadas de fondo-, ésa es la mujer de Zayn Malik.
               Seguro que a mamá le habría hecho gracia el tono con el que Diana dijo eso, al igual que la frase en sí, y puede que con eso tuviera que bastarme para acudir a ella, pero una parte de mí se resistía, incluso mientras me ocupaba de los baklava que había decidido hacer esa tarde, al día siguiente de hablar con Jordan y Diana, para que mamá me diera su opinión. No sabía cómo afrontar la conversación, ni cómo empezarla, ni cómo sobreviviría si mamá se preocupaba por lo que estaba a punto de contarle y me decía que debía cortar inmediatamente con Alec.
               Pero era mi madre. Ella me quería. Quería lo mejor para mí, que fuera feliz a largo plazo, con alguien que me hiciera soñar despierta en lugar de vivir una pesadilla. Eso me repetí mientras los sacaba del horno y los espolvoreaba con un poco de azúcar, el truco que mamá me había enseñado para que quedaran aún más dulces y deliciosos. Los coloqué cuidadosamente en una bandeja para subírselos a su despacho, y cuando me volví, me encontré a papá, Shasha y Duna, asomados a la puerta de la cocina, como un tiki generacional perfectamente esculpido. Me di cuenta de lo mucho que se parecían mis hermanas a mi padre, y de lo mucho que yo me parecía a él psicológicamente: los dos éramos artistas, uno con más suerte que la otra, y los dos dudábamos, de vez en cuando, de nuestros talentos.
               -¿Has hecho baklava?-preguntó papá, esbozando una sonrisa radiante que había conquistado a toda la industria musical. Mis hermanas imitaron esa sonrisa, y la sensación de que estaba contemplando un tiki se reforzó.
               -Sí, pero son para mamá-respondí, alzando la mandíbula y recogiendo la bandeja.
               -Yo te escribí una canción, niña-me recordó papá, severo, y tuve que dejar que asaltaran la bandeja antes de subir las escaleras y quedarme plantada frente a la puerta del despacho de mamá. La escuché teclear en su ordenador mientras hablaba por teléfono con alguien, seguramente una de sus compañeras de despacho. Durante un instante, titubeé. Las horas de trabajo de mamá eran sagradas, y de la misma manera que a mí me dejaba hacer los deberes sin molestarme, yo no me sentía con derecho a interrumpirla cuando estaba liada. Si cerraba la puerta de su despacho, era que se traía algo importante entre manos, y yo no debería preocuparla con mis dramas amorosos.
               No, me reprendí a mí misma, recordando la cantidad de veces que mamá lo había dejado por mí o por mis hermanos. Ella siempre nos recordaba que, ante todo, era nuestra madre; ése era su trabajo principal y un papel que no dejaría de representar hasta que no abandonara la tierra, el personaje que la había hecho saltar a la fama y al que le debía acudir siempre a las reuniones del elenco cada vez que se convocaban. Llevo una hora trabajando, añadí, recriminándome intentar escurrir el bulto a base de poner excusas. Lo cierto era que me daba miedo lo que mamá pudiera decirme, pero de la misma manera que tenía confianza con ella para preguntarle mis dudas, también debía contarle mis problemas.
               Había depositado en mí la confianza suficiente como para no prohibirme hacer cosas que otras madres puede que no consideraran “propias de mi edad”, porque sabía que tenía la cabeza suficiente como para acudir a ella si me encontraba en una situación que me superara, como aquélla. Y yo no debía traicionar esa confianza.
               Así que tomé aire, di un paso al frente y llamé a la puerta.
               -Espera… ¿sí?-preguntó mamá, y giré el pomo de la puerta. Me la encontré vestida con uno de sus trajes preferidos, rojo pasión con una camiseta ceñida debajo que le marcaba las curvas. Tenía el pelo suelto, aún seguía maquilada, y le colgaba el cable de un auricular de la oreja: justo ahí estaba el micrófono con el que mantenía la conversación telefónica. Mamá me dedicó una sonrisa radiante-. Hola, cariño. ¿Vienes a hacerme una visita?-su sonrisa titiló un poco-. Con Sabrae, Tinashe. Al contrario que tú, yo me ocupo de mis hijos-comentó con cierto retintín, mientras me hacía un gesto con la mano para que entrara en el despacho.
               -He hecho baklava-anuncié, depositando la bandeja sobre su escritorio-. Y te he subido unos cuantos antes de que papá y las chicas se lo coman. No creo que Scott pueda llegar a probarlos-mi hermano, para variar, había quedado con sus amigos y se había ido de casa nada más comer. Ni siquiera había lavado los platos, cosa que se suponía que era tarea suya durante esa semana, pero como el calendario de tareas era mensual, aún no habíamos podido incluir la variable de la expulsión de Scott en la ecuación, así que todo estaba un poco en el aire. Además, él hacía todas mis tareas durante la mañana, así que no me sentía con derecho a quejarme.
               -Qué detalle, cariño. Muchas gracias-sonrió mamá, cogiendo uno con delicadeza y llevándoselo a la boca. Cerró los ojos al morderlo, y al crujido que emitió el pequeño dulce le acompañó un estremecimiento por su parte-. Mm. Delicioso. Mi niñita, cómo me cuida-ronroneó, incorporándose y dándome un beso en la mejilla mientras aún rumiaba el dulce. Cogió otro, se limpió las manos con un pañuelo de papel, y volvió a sentarse en su silla. Entrecerró los ojos y toqueteó la pequeña barrita blanca en la que tenía el micrófono y el control de volumen-. Llevo toda la semana echándole un vistazo a los informes que nos han filtrado las becarias, Tin, y no le encuentro sentido a nada. Para mí que es puro papeleo, y lo han metido simplemente para que perdamos el tiempo creyendo que podemos encontrar…-mamá volvió a mirarme, parpadeó despacio y tocó la barrita para bajar el volumen-. Espera. ¿Te encuentras bien, Sabrae?
               Yo me mordí el labio y cambié el peso del cuerpo de un pie a otro. No sabía cómo decirle a mamá que necesitaba que ejerciera de madre antes que de abogada de la élite. Los pingüinos del ártico la necesitaban, sí, pero yo la necesitaba más directamente en ese momento. Y, sin embargo, no me sentía con derecho a molestarla. Las palabras “¿puedes consolarme un momento, mamá?” simplemente se enganchaban en mis dientes, y no conseguían atravesar mis labios.
               Por suerte, mamá lo notó.
               -¿Qué te pasa, tesoro?-tragué saliva para conseguir liberarme del nudo que me impedía hablar, pero eso sólo consiguió apretarlo un poco más. Mamá descruzó las piernas, haciendo que su tacón tintineara en el suelo-. Tinashe, te dejo-sentenció, incorporándose. Esta noche le echo un vistazo y mañana seguimos hablando, ¿vale?... de acuerdo, pues hasta mañana…-sonrió, echando mano de sus auriculares-. Y tú. Hasta mañana-se lo sacó de la oreja, cerró la tapa del ordenador y los dejó sobre éste-. Bueno, mi vida. ¿Qué te parece si me pongo ropa de andar por casa mientras tú nos haces unos chocolates, y me cuentas lo que te pasa mientras nos los tomamos envueltas en nuestros albornoces, mm?-sugirió.
               -Pero… ¿no estás ocupada?
               -Preferiría vivir bajo un puente por ejercer demasiado de madre a tener un palacio sin preocuparme por ti, mi vida-me acarició la mejilla y yo sonreí, asentí con la cabeza, me incliné para darle un beso y corrí escaleras abajo. Diez minutos después, estaba revolviendo el chocolate en un cazo con leche hirviendo cuando mamá apareció por la cocina, enrollándose el nudo del albornoz rosa a juego con su pijama de satén. Me pregunté si dormiría así con papá incluso en invierno, o si se lo ponía nada más salir de la cama, porque dormían desnudos. Me pregunté si Diana usaría esa ropa.
               Y me pregunté si la conversación que estaba a punto de mantener con mamá me permitiría usarla algún día con Alec. Nada me gustaría más que levantarme un buen día, con un pijama de ese estilo acariciándome la piel, y bajar a la cocina sólo para encontrármelo a él sin camiseta, preparándonos el desayuno, en una cocina que sería sólo nuestra. Por favor, que no sea nada grave lo que nos está pasando.
                Ya con nuestros chocolates, nos sentamos en el sofá del salón, una frente a la otra, con una pierna doblada bajo nuestros cuerpos y la otra estirada, en el suelo. Mamá revolvió el líquido con una cuchara, sopló un poco, y le dio un sorbo. No tenía ni una gota de maquillaje en la cara.
               Papá atravesó el salón en dirección a la habitación en la que hacía los graffitis y también componía, y se detuvo en seco al vernos en plan tan solemne.
               -¿Reunión familiar?-preguntó, y mamá sacudió la cabeza.
               -Sólo vamos a tener una charla madre-hija-sonrió.
               -Espero que no te importe, papi-le puse ojitos, y él negó con la cabeza.
               -No te preocupes, peque.
               -Te queremos-ronroneó mamá.
               -Y yo a vosotras-respondió, abriendo la puerta de la sala de los graffitis y colocándose unos auriculares inalámbricos en el oído-. Voy a escuchar música. Si queréis algo, llamad a la puerta. O dadme un toque al móvil-y, sin más, nos dejó de nuevo solas en el salón. Yo eché un vistazo al rincón visible de las escaleras, temiendo que Duna o Shasha aparecieran por ellas. O, peor, que lo hiciera Scott por la puerta que daba al vestíbulo.
               -¿Prefieres que hablemos en tu habitación? ¿O en la mía? Allí tendremos más intimidad-sugirió mamá, y yo me sorprendí negando con la cabeza.
               -No. Ya te he mareado bastante-tamborileé con las uñas en la taza de cerámica e inspiré hondo-. Mamá, ¿tú… alguna vez… has estado incómoda en la cama con algún hombre?-quise saber-. ¿Con… papá, por ejemplo?
               La verdad es que me importaba más saber si papá había sido el que había ocasionado esa incomodidad. Yo también había estado con chicos que no me habían tratado precisamente como a una princesa, aunque por suerte jamás había estado con uno que me hubiera faltado al respeto o hubiera sido muy desconsiderado. Claro que yo tenía una lista de compañeros sexuales muy reducida; mamá, por el contrario, estaba más versada en ese sentido. Se había acostado con muchos más hombres antes de encontrar a papá.
               Mamá se inclinó ligeramente hacia mí, con el instinto maternal diciéndole que debía proteger a su cachorrita.
               -¿Qué te pasa, mi amor?-había una preocupación controlada en su voz. No quería alarmarme alarmándose demasiado, pero estaba claro que la conversación iba a ser algo dura, al menos por su inicio-. ¿Te han hecho hacer algo que tú no querías?-la dureza que tiñó su tono me hizo confiar en que no sería indulgente con nadie que me hiciera daño, por mucho que ese alguien fuera Alec. A fin de cuentas, por mucho que lo conociera desde pequeño, yo era su hija. Su papel de madre sería siempre prioritario, incluso al de suegra encantada con el yerno que le había tocado.
               -Es que… el otro día, en su casa, Alec hizo una cosa que no me gustó, pero… ya está. Al menos, por mi parte. No le di demasiada importancia, pero él está distante, y yo… la verdad es que no creo que sea para tanto. Pero como estoy enamorada de él, y además, no tengo la experiencia que tiene él, realmente no sé si es algo grave o si simplemente está preocupándose en exceso, como suele hacer.
               -Quieres mi opinión-resumió mamá, asintiendo con la cabeza-. Está bien. ¿Qué pasó?
               -Por favor, no nos juzgues. Ni a él ni a mí. No quiero que lo que voy a contarte cambie la percepción que tienes de nosotros, mamá.
               -Eso tendré que decidirlo en función de lo que vayas a contarme, Sabrae-respondió con cierta severidad-. Pero tú siempre serás mi hija, y yo te querré siempre, por mucho que me sorprenda las cosas que haces. De todas formas… estamos hablando de sexo. Aunque seas mi niñita, sé que ya no eres una niña. No del todo, al menos. Además… llevo casi 20 años casada. No creo que tú hayas probado algo que yo no he hecho ya lo menos cien veces-sonrió, jugueteando con su anillo de compromiso y su alianza de casada-. Pero, por favor, cuéntame.
               -Pues verás-dejé la taza sobre la mesa de los mandos y entrelacé los dedos para no empezar a retorcerme las manos-. Nosotros… bueno, estábamos a nuestro rollo, nos pusimos música, nos fuimos calentando poco a poco, y la cosa se nos fue de las manos. En el buen sentido-me apresuré a explicar cuando mamá alzó una ceja, perspicaz-. La cosa es que… a mí me… gusta… cuando…-empecé a tartamudear y me puse colorada. Me ardía tanto la cara que me sorprendió que no se me prendiera fuego el pelo.
               Mamá dio un sorbo de su taza y se relamió el chocolate que se le quedó en los labios.
               -Te gusta que follar guarro de vez en cuando-comentó como quien habla del tiempo, y al ver mi expresión de sorpresa, se echó a reír-. ¡Cariño, por favor! Me tiré a un hombre al que conocía de hacía media hora en una fiesta en un barco, con la música a todo trapo. Conozco la sensación de necesitar tanto desfogarte que incluso necesitas que te hagan un poco de daño-me guiñó un ojo y yo suspiré.
               -Es que… una parte de mí me dice que está mal que me guste, ¿sabes? Que… no debería dejarme llevar por el placer que me da que me dominen. No es muy feminista.
               -Cariño, si no fuera feminista, yo no habría parido al hijo de ese hombre nueve meses después-mamá sonrió, arqueando las cejas-. El feminismo consiste en liberarte para que puedas elegir todo en tu vida. Eso incluye también la manera en que quieres disfrutar de tu sexualidad. Además… que levante la mano la que no se pierda una manifestación feminista y luego siempre folle despacio-comentó, aleteando con las pestañas en mi dirección, dando otro sorbo de su chocolate-. Vale. Te gusta portarte mal de vez en cuando, y que Alec se lo porte contigo. Sinceramente, no me parece nada malo, ni por lo que debas preocuparte.
               -Es que hizo algo que puede ser un poco más que… portarse mal.
               Mamá asintió con la cabeza. Subió las dos piernas al sofá, sentada a lo indio.
               -¿Qué hizo?
               -Me agarró del cuello.
               Mi estómago se retorció de puro nerviosismo, y con razón. En cuanto hice esa afirmación, los ojos de mi madre chispearon, perspicaces. Ya está, pensé. Acababa de sentenciar mi relación con Alec, y yo no me había dado cuenta de que estaba herida de muerte desde que él hizo eso, tan enamorada de él como estaba. Siempre había creído que él era el que menos cordura tenía en la relación, pero después de ver la reacción de mi madre, ya no estaba tan segura. Debería haberlo sabido; Diana me lo había advertido: ningún chico que le hubiera hecho eso se preocupaba por ella, o dejaba de tratarla como un objeto, así que ella hacía lo mismo con ellos. Las personas que se quieren no se hacen daño de esa manera. Alec me daba azotes porque me excitaba, pero que le excitara hacerme daño debería ser una luz roja.
               Y lo peor de todo es que yo le perdonaba. Por eso él se había alejado y no nos permitía tener un final: porque yo me pasaría la vida escribiendo epílogos para que la novela no se terminara nunca.
               Es por eso que enseguida me apresuré a añadir:
               -Fue muy respetuoso conmigo, y no me hizo nada. En cuanto yo le dije que me sentía incómoda, paró, y desde entonces siempre se ha ocupado de hacer que yo estuviera a gusto. Volvimos a acostarnos varias veces, y no volvió a repetirse. Incluso tuvo más cuidado conmigo del que jamás había tenido, y eso que él siempre ha sido muy atento-recordé nuestra primera vez, cómo me había empeñado en meterme su miembro dentro a pesar de que yo sabía que iba a hacerme daño; cómo había echado la cabeza hacia atrás, disfrutando del roce, y luego… luego se había dado cuenta de que yo no disfrutaba, así que había renunciado a su placer por conseguir que yo me sintiera a gusto y complacida. Se había arrodillado frente a mí, me había dado placer con la boca como no lo había hecho ningún chico hasta entonces, y yo había descubierto una faceta de él que jamás había creído posible: se preocupaba. Se preocupaba muchísimo. Era atento, bueno y gentil. Pero escondía algo oscuro en su interior, algo que estaba luchando por salir. No era propio de él, y sin embargo, le era inherente. Por eso había decidido que teníamos que terminar-. Pero ahora no habla conmigo, y se está acostando con otras-los ojos de mi madre se entrecerraron una milésima de segundo, buscando no preocuparme, pero consiguiéndolo de todos modos­-, y creo que lo hace para alejarme de él, pero… yo no quiero que se aleje, ¿sabes, mamá? Porque seguro que te suena horrible y estás de acuerdo con él, pero a mí no me parece para tanto, ¿sabes? Él cree que es por su padre, pero yo creo que la influencia que ha tenido en él es nula, así que no creo que deba juzgarse tantísimo-me quedé callada, buscando una ventana por la que huir de aquel callejón sin salida al que había entrado sin pretenderlo-. De todas formas, ¿a ti te ha pasado alguna vez?
               Mamá carraspeó. Y le costó empezar.
               Porque, hasta ahora, habíamos creído que Alec era para mí lo que papá era para ella. Sin embargo, ahora, sabíamos que Alec era lo que el resto de chicos que no le habían dado una familia. Alguien con quien pasar el rato, a quien querer mucho, pero no el definitivo.
               Y un puñal helado se estaba clavando en mi corazón. Deseaba con todas mis fuerzas que Alec fuera el definitivo.
               -Mira, Sabrae… en el sexo, no deberías hacer nada que te hiciera sentir incómoda, o que incomodara a la otra persona. Eso, siempre. Una cosa es que cedas un poco con cosas que no te importan, y a la otra persona le encantan, porque en eso se basa vivir en pareja, pero creo que la comodidad es fundamental. Por supuesto que he tenido compañeros sexuales-Dios, detestaba esa expresión, “compañeros sexuales”. Era tan fría, tan distante- con los que no he estado a gusto. Incluso con tu padre-reveló, torciendo la boca y rascándose una aleta de la nariz, sumida en sus pensamientos-, porque nos gusta probar cosas nuevas, pero siempre ha sido por la cosa que estábamos probando, ¿sabes? No por él. La comunicación es fundamental, y creo que Alec la ha respetado. Que no lo esté haciendo ahora no significa que no sea malo-meditó.
               -Sí, pero es que, a la vez, estoy preocupada porque no sé a qué atenerme. Parece que ahora él no quiere saber nada de mí, o de lo que ha pasado, realmente, y… claro, yo no sé si es que no le estoy dando la importancia que se merece porque se trata de Alec, o si es Alec el que lo está sacando todo de quicio. No quiero perderle, mam…-un ruido en mi costado me hizo callarme y girarme para mirar qué era lo que se había caído. Abrí la boca, estupefacta, cuando me encontré a Shasha pegada a la pared, sentada en las escaleras, con la mano suspendida en el aire, tratando de alcanzar su teléfono, que se le había resbalado del bolsillo de la sudadera.
               -Shasha, ¿cuánto llevas ahí? No está bien escuchar las conversaciones ajenas, por mucho que sea algo que puede que te suceda a ti. Pídele disculpas a tu hermana inmediatamente-ordenó, y Shasha se sonrojó, se levantó, y desapareció un par de segundos antes de volver a emerger por la puerta, visiblemente arrepentida, con los hombros bajos y la cabeza gacha, un semblante de circunstancias pintado en su cara.
               -Es que… quería ver si quedaban más baklava-explicó, roja como un tomate-. Lo siento mucho, Saab.
               A modo de respuesta, abrí los brazos y negué con la cabeza. Shasha rodeó el sofá para abrazarme, y cuando yo tiré de ella para tirarla encima de mí, ahogó una exclamación y se aferró con más determinación a mis hombros. Puede que ella fuera más alta que yo, pero yo era la hermana mayor, y me correspondía consolarla. Así que le di la vuelta, le di un beso en la cabeza, y me quedé mirando a mamá, diciéndole sin palabras que no me importaba que Shasha escuchara nuestra conversación. Como ella había dicho, podría resultarle útil en un futuro. Además, quería que la oyera. Quizá aprendiera algo, y puede que yo cometiera los errores que yo, así que no sufriría como lo estaba haciendo yo.
               Mamá se tocó los labios con dos dedos, pensativa. Sus ojos eran opacos, analizando una realidad que a sus hijas les resultaba invisible. Frunció ligeramente el ceño, llegando a una conclusión, y por fin, me miró.
               -Cuando dices que te cogió del cuello, ¿a qué te refieres, exactamente?-quiso saber-. Sé específica, Sabrae. ¿Se estaba apoyando en ti, simplemente, o…?-dejó la frase en el aire y yo asentí con la cabeza. Shasha me miraba desde abajo. Ella estaba al corriente de lo que nos había pasado.
               -Sí. Me… estranguló.
               Mi hermana apretó los labios, pero no dijo nada. Mamá, por el contrario, asintió con la cabeza.
               -Creo que ya sé qué pasa-murmuró, alcanzando el iPad con el que papá había estado jugueteando mientras yo cocinaba-. Venid aquí, niñas.
               Mientras nos acurrucábamos a su lado, mamá abrió el navegador y tecleó siete letras. Tanto Shasha como yo abrimos los ojos como platos cuando leímos lo que estaba a punto de utilizar como palabra de búsqueda, y nos la quedamos mirando.
               -No quiero que volváis a meter esta palabra, ni otra que se le parezca, en ningún buscador nunca más, ¿queda claro? Si vamos a entrar ahora, es porque quiero enseñaros de qué pretendo protegeros. ¿Entendéis?
               Tanto Shasha como yo asentimos con la cabeza, mudas de asombro. Mamá asintió también, presionó “buscar”, y entró en el primer resultado que el navegador volcó sobre la palabra. Estuvimos casi media hora navegando por la web, Shasha y yo calladas, absorbiéndolo todo, como a quien se le permite dar un paseo por la ciudad prohibida de Pekín, mientras mamá nos mostraba los recovecos a los que, esperaba, no volviéramos a recurrir. Creí que nos lo haría prometer, pero después de que yo le ofreciera el dedo meñique instintivamente para sellarlo con una promesa a la que vincularía mi vida, mamá simplemente bajó la tapa del ordenador, comentó que ya éramos mayorcitas para saber las consecuencias de nuestras acciones, y hundió sus ojos marrones, con motas doradas y verdes, en los míos.
               -Ahí tienes mi opinión. Ahora, la decisión la tienes que tomar tú. Sea la que sea, yo te apoyaré, igual que tu hermana-miró a Shasha, que asintió con decisión-, tu hermano o tu padre. Es tu vida. Tú decides.
               Nos dispensó con un gesto de la mano que a todas luces significaba que podíamos irnos, y tras darle sendos besos en la mejilla, Shasha y yo subimos a su habitación. Nos sentamos en la cama para ver una serie, pero dejamos pasar diez minutos frente a la pantalla sin elegir ningún episodio que ver, hasta que finalmente mi hermana decidió romper el hielo.
               -¿Qué vas a hacer con Alec?
               -¿Crees que debería dejarle?
               -Él te hace feliz. Y no le tienes miedo-añadió-. Confías en él. Creo que eso es importante.
               -Sí, lo es. Pero… no sé, Shash. Todo esto es tan complicado… no quiero que se aleje de mí, pero por otro lado siento que él cree que es lo mejor para los dos. Y estoy segura de que querrá que cortemos de buenas, y que intentemos ser amigos, pero… yo no sé si estoy  preparada para ser amiga suya. Le quiero demasiado. Me dolería mucho tenerlo cerca, pero no tanto como estoy acostumbrada.
               Shasha se hundió en la cama, torciendo la boca, con las cejas formando una montaña cuya cúspide estaba en el espacio que había entre ellos.
               -Es un poco tonto, ¿eh? Todos los chicos lo son. ¡Y yo que pensaba que los de mi clase lo eran porque estaban en la edad del pavo!-se echó a reír, y yo sólo sonreí. Cuando terminó, Shasha se me quedó mirando, calculando la situación-. O sea, que básicamente te ha puesto los cuernos con tu consentimiento porque cree que es como su padre, pero resulta que sólo es un chico, ¿eh?
               -Alec no es “sólo un chico”-salí en defensa de él como una fiera, quizá con más ímpetu del que debería, si teníamos en cuenta que estaba decidiendo si cortaba con él o no. Shasha sonrió.
               -¿Ves? Ahí tienes tu respuesta. Yo creo que deberías luchar por él, incluso aunque tenga que ser contra él. Por suerte para ti, tienes a toda una experta en líos románticos, cortesía de las televisiones coreanas, que puede asesorarte en cómo proceder. Estamos en una clarísima situación de “galán en apuros”-asintió con la cabeza, convencida.
               -¿Galán en apuros? ¿Qué es eso?
               -Es cuando el protagonista del drama es más bueno que el pan, pero por vicisitudes de la vida, hay algo que le hace pensar que es el malo de la película, y se esfuerza en alejar a todo el que le importa para no poder hacerles daño. Sí. Alec es un galán en apuros-Shasha asintió con la cabeza, pensativa-. Creo que he visto en algún sitio esta historia de salir con otras chicas para que su enamorada decida cortar. Aunque, personalmente, tenía mejor opinión de Alec. Creía que le echaría cojones a la vida, y apechugaría con sus actos, en lugar de forzarte a ti a dejarlo. No es típico de sus rasgos de personalidad, pero supongo que todo el mundo puede sorprenderte, ¿mm?
               -Vale, tía lista, ¿y qué sugieres que haga? Porque Alec no me deja acercarme a él, ¿recuerdas? No voy a poder contarle todo lo que mamá me ha enseñado.
               Shasha inclinó la cabeza hacia un lado, sonriente.
               -Muy fácil: haces lo que hacen las protagonistas en estos casos: utilizar tus armas de mujer.
               -¿Mis armas de…?-empecé a repetir, incrédula, y Shasha bajó la vista hasta cierto rincón de mi cuerpo. Mi entrepierna. Yo también la bajé, y me quedé mirando el espacio entre mis muslos, ahora cubierto por un pijama gordito que me hacía sentir cómoda y calentita. Shasha y yo levantamos la mirada a la vez y nos quedamos frente a frente, sus ojos reflejando los míos. Hice sobresalir el labio inferior en el típico gesto de no es mala idea.
               -Podría funcionar. A fin de cuentas, el sexo me ha metido en este lío, así que el sexo debería sacarme. ¿Eso es lo que hacen las protagonistas femeninas?
               -Básicamente. Suelen aliarse con el mejor amigo del galán en apuros, lo pillan desprevenido, y lo ponen contra la espada y la pared. ¿Crees que podrás hacerlo?
               -¿Que si podré?-me eché a reír-. Cariño, no sabes la cantidad de veces que Alec me ha puesto contra la pared. Ya es hora de que sea yo quien toma las riendas, por una vez.
               -¡Genial! Vamos a prepararte para ir a la guerra-sentenció, cerrando la tapa de su ordenador de un golpetazo y levantándose de un brinco. Me enganchó de la muñeca y empezó a tirar de mí con rabia.
               -¿Qué?
               -¡Venga! Tienes que prepararte, Saab. Vas a salir a matar esta noche-echó un vistazo por la ventana y asintió con la cabeza, confirmando que ya se había escondido el sol-. Te vas a vestir y a maquillar como lo que eres, y no le vas a dejar escapatoria a Alec. ¡El pobre no sabe la que le espera!
               -¿Y qué se supone que soy, si puede saberse?-pregunté, dejando que Shasha me sacara de la cama. Shasha alzó las cejas, se apartó un mechón de pelo de la cara con elegancia, y constató:
               -La perra más mala de Inglaterra-dijo, como si fuera evidente-. Y vas a poner a ese fuckboy en su sitio.
               Me la quedé mirando, pasmada. Jamás había escuchado a mi hermana hablar así. No solía ser tan efusiva, y desde luego, nunca me había dado una frase de ese calibre, digna de finalizar un capítulo de Gossip Girl.
                Entonces, Shasha volvió a ser la que había sido siempre. Aplaudió con entusiasmo, riéndose, y me agarró de nuevo del brazo.
               -¡Vamos, vamos! Siempre he querido hacer un desfile improvisado de ropa para matar. Tengo clarísimo qué tienes que ponerte…
               A pesar de que mi hermana no se maquillaba para salir aún (era demasiado pequeña, aunque sí que habíamos trasteado juntas de vez en cuando con las sombras de mamá cuando ella no estaba en casa para detenernos), supo indicarme exactamente cómo tenía que maquillarme, y también vestirme, para la ocasión. Trajo de su armario una sudadera blanca con rombos azules, amarillos y rosas en las mangas, que me quedaba grande lo miraras por donde lo miraras. Además, no la había estrenado.
               -Shash, no sé si es buena idea que me ponga…
               -¡Tonterías! Te quedará genial-sentenció, quitándome el albornoz-. Serás como esos asesinos de élite que visten siempre de punta en blanco, porque son tan buenos que no se manchan ni de una gota de sangre aunque descuarticen ocho cadáveres-comentó, sonriente.
               -Creo que debería decirles a papá y a mamá que te  activen el control parental en la cuenta de Netflix-musité mientras me abrochaba el sujetador y me pasaba los brazos por una camisa blanca que me había puesto en un total de dos ocasiones con anterioridad. Shasha me pasó su sudadera por la cabeza y trotó a la habitación de mamá, para regresar con unas botas de tacón violetas, tan altas que me llegaban a los muslos, muy parecidas a las que había llevado Leigh-Anne de Little Mix en el vídeo de Power. Las miré con desconfianza cuando me las tendió-. Shasha, voy a hacer creer a Alec que quiero cortar con él, no a protagonizar el vídeo debut de una girlband.
               Mi hermana entrecerró los ojos de una forma tan amenazante que ni siquiera necesitó abrir la boca. Me enfundé las botas y la sudadera y me senté frente al tocador de mi habitación, con mi mejor paleta de sombras abierta frente a mí. Shasha esparció todos mis productos de maquillaje en la superficie plana del mueble mientras yo coloreaba mis párpados del mismo tono violeta que mis botas. Mientras me iba transformando en una diva en el espejo, una idea tomó forma en mi cabeza. Shasha me tendió un pincel para que me delineara los ojos, pero yo negué con la cabeza.
               -Lo haré con un lápiz. Ése no es waterproof.
               -¿Es que piensas echarte a llorar?-espetó mi hermana, sorprendida.
               -No voy a echarme a llorar, listilla. Pienso sentarme encima de él y hacerle cambiar de idea a base de montarlo como si fuera un potro salvaje-respondí, y me di cuenta entonces de que Duna se había asomado a mi puerta y ahora estaba entrando en mi habitación.
               -¿Estáis jugando a ser modelos y no me habéis avisado?
               -Sabrae va a asustar a Alec.
               -¿Y por qué no se está vistiendo de zombie?-quiso saber Duna, asomándose al espejo.
               -Buena pregunta-respondió Shasha, cogiendo el lápiz de ojos antes de que lo alcanzara yo-. No, Sabrae. No vas a poder hacerte una raya fina, y como te hagas un difuminado, te va a quedar fatal.
               -¿Que no puedo…? Mira y aprende, mocosa-sentencié, arrebatándole el lápiz, sacándole punta y haciendo la raya más fina que había dibujado en mi vida. Ni a Diana la habían maquillado así de bien. Me eché un poco de gloss en los labios y lo escondí antes de que Duna lo enganchara y se lo echara por toda la cara. Me volví hacia mis hermanas-. ¿Cómo estoy?
               -Guapísima-celebró Duna, brincando y dando palmadas. Shasha asintió con la cabeza, aprobadora.
               -Puede que no vengan de ninguna película de miedo a cogerte como monstruo principal, después de todo-comentó.
               -¿Puedo ir contigo, Saab? ¡Me chiflan los sustos! Y seguro que Alec está guapísimo hasta asustado-ronroneó Duna, tumbada en el suelo, balanceando sus piececitos en el aire y escudriñando el cielo con expresión soñadora.
               -No. Hay sustos que tengo que dar yo sola, Dundun.
               -Pero, ¿¡por qué!?-bramó mi hermana, furiosa-. ¡Quiero ver a Alec! ¡Hace mucho que no la traes por casa! ¡Te odio! ¡Egoísta! ¡Apaciguadora!
               -Se dice “acaparadora”, Dun-rió Shasha.
               -Intentaré traerlo para la hora de acostarse y que te dé un besito de buenas noches, ¿vale?-inquirí, acuclillándome frente a mi hermana.
               -Vale-cedió cual corderito. Me eché a reír, le di un beso en la mejilla, comprobé que no le había dejado ni una gotita de maquillaje en la cara, miré a Shasha y le guiñé un ojo.
               -No es a mí a quien tienes que seducir, sino a Alec, chula.
               -A Alec ya lo tengo seducido, guapa.
               Cogí mi móvil, lo metí en el bolso, y troté escaleras abajo. Me asomé a una de las estancias contiguas del comedor, donde mamá estaba haciendo yoga.
               -Me voy, mamá.
               -¿A casa de Alec?-preguntó, cabeza abajo, con las piernas en el aire.
               -Sí.
               -¿Vas a venir para cenar?
               -A ver, mamá… Alec es rápido, pero no tanto-me burlé, y mamá sonrió.
               -Entonces, ¿has tomado una decisión?
               -Sí. Voy a seguir con él.
               -¿Y él contigo?
               -Después de esta tarde, no le va a quedar más remedio-volví a reírme, y mamá sonrió.
               -Dile a tu padre que te acompañe. Así tiene una excusa para ir a ver a Louis y que le diga que la canción que ha escrito esta semana no es “una putísima mierda”, como él dice.
               Papá caminó más despacio que yo a pesar de que yo iba en tacones, aunque creo que lo hizo a propósito. No sé por qué, pero todas las figuras paternas que tengo en mi vida intentan por todos los medios sacarme de quicio. Aunque, por suerte, Scott no andaba cerca, porque si no, mi hermano me habría obligado a seguir la ruta más larga, sólo por fastidiarme. Eso sí, habría sido bueno y, cuando me hubiera quejado de que me dolían los pies, me habría llevado a caballito.
               Estaba preparada para coger a Trufas en brazos en cuanto se abriera la puerta, y el conejito no me decepcionó. Entusiasmadísimo con mi llegada, bajó derrapando las escaleras nada más oír mi voz, y de un salto que bien podría haber llegado a las olimpiadas, se hizo un hueco en mi regazo y se acurrucó contra él, pegando tanto las orejas al lomo que se volvió completamente aerodinámico.
               -¡Saab!-festejó Annie, ilusionada por mi llegada-. ¡Qué sorpresa! Alec no me había dicho que ibas a venir.
               -Es que no lo sabe. Está trabajando, ¿verdad?-cuando mi suegra negó con la cabeza, me dije a mí misma que tendría que estar muy atenta para meterme en el papel de perra mala cuando lo escuchara llegar; no tendría la guía de su moto.
               -¿Quieres tomar algo, Zayn?
               -De hecho, me voy ya, pero gracias, Annie. Estoy de repartidor oficial-comentó mi padre mientras yo atravesaba el recibidor y me quedaba al pie de las escaleras. Mimi se asomó a la cocina para ver a qué se debía el alboroto, y cuando me vio, esbozó una sonrisa oscura, dio un sorbo de su batido, y se sacó el móvil del bolsillo, seguramente a punto de contarle a Eleanor que me había presentado en su casa, y que muy pronto habría un jugoso cotilleo nuevo-. Tengo que ir a ver a Louis; Niall está tocando los huevos otra vez con que quiere hacer gira, y ya estamos escribiendo de nuevo.
               -¿Los cinco juntos? ¡Qué bien! Tus fans estarán encantadas.
               -Bueno, las que no se pegan con las del resto de los chicos-papá se echó a reír.
               -Seguro que no es para tanto. A fin de cuentas, sois amigos…-comentó Annie, y mientras mi padre y ella seguían charlando, yo me escabullí en dirección a la habitación de Alec. Dejé a Trufas en el suelo y procuré no caerme cuando empezó a frotarse contra mis pies, exigiendo mimos. Me senté a los pies de la cama, saqué el móvil de mi bolso y miré la hora. No debía de faltar mucho para que Alec llegara; enseguida cenarían.
               Trufas me puso una patita encima de la pantalla del teléfono, como diciendo “adórame, humana”, y yo me entretuve con él. Acariciarle las orejas a un conejito es terapéutico. Más tranquila, sabiendo que todo dependía del paso del tiempo y nada más, me dediqué a ultimar mi plan.
               Se me aceleró el corazón cuando escuché a alguien subiendo las escaleras, pero se trataba de Annie.
               -¿Te quedas a cenar, Sabrae?
               -Sí-asentí con la cabeza-, pero eso tu hijo no lo sabe. Ah, Annie-añadí cuando ésta hizo amago de marcharse-. No te preocupes si nos oyes discutir a gritos. He venido a resolver una cosa con Alec, y ya sabes cómo somos los dos-puse los ojos en blanco, y Annie me imitó.
               -Descuida, querida. Sé lo que tengo en casa. Si se pasa contigo, tienes mi permiso para darle una bofetada.
               -No lo necesitaba, pero gracias por dármelo-me carcajeé, y Annie también se rió. Volvió a bajar las escaleras y encendió la televisión del salón.
               Un rato después, Trufas saltó de mi regazo y salió escopetado de la habitación de Alec. Escuché un nuevo par de pasos, más enérgicos que los demás, atravesando el piso inferior. Me puse en pie y contuve le aliento, con el corazón latiéndome a mil por hora. Reconocería el caminar de Alec en cualquier parte.
               Al otro lado de la pared, Mimi abrió la puerta de su habitación.
               -Trufas, ven-ordenó, y después de que el animal se reuniera con ella, dio un fortísimo portazo.
               -¿No te alegras de verme, Mary Elizabeth?-se burló Alec en tono cruel.
               -¡Vete a la mierda!
               Alec se echó a reír, y apareció por la puerta de su habitación negando con la cabeza. Yo me crucé de brazos, y disfruté de cómo se detenía en seco y me analizaba como si tuviera que reproducirme para sus lecciones de arte.
               Se me comió con los ojos, cada centímetro de mi cuerpo. Y yo hice lo mismo. Sus zapatillas de deporte, sus pantalones de chándal, su entrepierna (ñam), su cintura, sus abdominales, sus pectorales, sus hombros, su mandíbula, sus ojos, y su pelo. Todo él estaba hecho para tentarme, y yo no soy de las que se resisten, sino más bien de las que se entregan con todo lo que tienen.
               Que te crees tú que voy a dejarte ir porque te da por pensar que no eres bueno para mí, le dije con la mirada, alzando una ceja, mientras Alec decidía dónde me follaba primero: si contra la pared, en el suelo, o en su cama. Voy a sacarte de ese cascarón de niñato chulo aunque sea lo último que haga en esta vida.
               -Esto me suena-soltó con prepotencia, todo lo cerca que podía del Alec que había sido hacía unos meses. Yo levanté la mandíbula.
               -¿De veras?-ronroneé como una gatita, altiva, todo lo cerca que pude de la Sabrae que había sido hacía unos meses. Me contoneé hacia él y Alec tuvo que controlarse para no arrancarme la ropa a bocados-. Pues a ver si te suena esto-le di una patada a la puerta para cerrarla. Había empezado la función. ¿Quieres cortar?-lo atravesé con la mirada, todo lo cerca que pude de la Sabrae que había sido hacía unos meses-. Porque, si es así, quiero mi polvo de despedida. Para que te acuerdes toda tu puta vida de lo que tenías, y dejaste escapar.
               Alec se me quedó mirando, sin aliento, luchando contra un millón de fuerzas que le decían que eso no era buena idea, y una única fuerza, la más poderosa de todas, que le decía que tomara todo lo que pudiera de mí y recapacitara. Todo lo cerca que podía del Alec que había sido hacía unos meses.
               El Alec que había sido hacía unos meses me habría saqueado sin más. Y la Sabrae que había sido hacía unos meses habría echado un polvo de despedida, y luego se habría marchado.
               Pero había un problema: esas dos personas habían muerto. En su lugar, estábamos nosotros. Atrayéndonos como dos imanes de polaridad invertida, destinados y condenados por igual a estar juntos.
               Sólo tenía que hacérselo entender. Y donde no podrían las palabras, quien hablaría sería mi cuerpo.


Sabrae dio un último paso hacia mí, de manera que su cuerpo quedó pegado al mío. Sentía su respiración impactar contra mi pecho, moldeándolo igual que unas olas a un acantilado. En sus ojos había determinación, decepción, pero también un amor incondicional que yo sabía que no me merecía. Quise levantar la mano, acariciarle la mejilla, pasar los dedos por sus labios deliciosos una última vez, pero mi cuerpo no me respondía.
               Es el final. Es verdaderamente el final.
               -Con Hugo no lo tuve-comentó en voz más baja, pues su cercanía nos permitía un tono más íntimo-, pero tú me importas lo suficiente como para buscarlo.
               Tragué saliva y asentí despacio con la cabeza. Sabía que si hablaba, me echaría a llorar y le pediría que no me dejara. Le diría que era un gilipollas (lo cual no sería mentira), que no me la merecía (lo cual tampoco sería mentira), pero que la amaba con toda mi alma, todo mi corazón, todo mi maldito ser sucio e imperfecto (lo cual tampoco sería mentira) y que me esforzaría en no volver nunca a traicionarla.
               Sabrae estudió mi expresión contrariada unos instantes, y luego, con manos raudas, me bajó la cremallera de la chaqueta y me la tiró al suelo, sobre mi bolsa de deporte. Miró mis brazos con hambre y a la vez con odio: aquellos brazos podían abrazarla, pero también podían abrazar a otras, haciéndola sentir especial y del montón, todo dependiendo de cómo los usara un gilipollas como yo. Me pasó los dedos por los músculos, memorizándolos, y me arañó involuntariamente con sus uñas de gata. Me di cuenta de que aquélla sería la última vez que sentiría sus uñas arañándome, dejando surcos rojos en mi espalda mientras la penetraba, y algo dentro de mí se rompió. Una cosa es buscar una última vez, y otra muy diferente es vivirla. Querer decirle adiós a alguien no es nada comparado con quedarte en el muelle mientras su barco zarpa y su silueta se va haciendo más y más pequeña, hasta que ya se vuelve indistinguible.
               -Quítate la ropa, Alec-instó con cierta dureza-. Ya has echado polvos de despedida otras veces. Sabes cómo va esto. No puede ser muy diferente.
               Te equivocas, me habría gustado decirle. No estaba enamorado de esas chicas; de ti, sí. Y eso era un cambio abismal. Hacía que, simplemente, no pudiera compararlos. Lo que se aplicaba con Chrissy y con Pauline simplemente no era válido con Sabrae. A ella la iba a seguir deseando incluso cuando la empujara lejos de mí; a Chrissy y Pauline, las quería como amigas, sin más. No sentía la atracción física que me había movido a acostarme con ellas; ya no había electricidad entre nosotros, mientras que a Sabrae me ataba una tormenta eléctrica.
               Sabrae chasqueó la lengua, puso los ojos en blanco, y tiró de mi camiseta para quitármela. Se puso un poco de puntillas sobre sus tacones cuando me acarició los brazos en sentido ascendente, siguiendo por mis hombros, y finalmente, deteniéndose en mi cara. Planeó sobre mis labios como un ave carroñera que espera a que las hienas den buena cuenta de las sobras que han dejado los leones, y tras lo que me pareció una verdadera eternidad, me besó.
               O, más bien, me lamió los labios. Pasó la punta de la lengua por mi labio inferior, y luego por el superior, probando el sabor de mi boca, como si quisiera asegurarse de que ya no sabía a Zoe, o a Pauline, o a Chrissy, o a cualquier otra chica con la que me había acostado desde la última vez que había estado con ella. Sabrae jadeó, hundiendo las uñas en mi nuca, y yo la atraje instintivamente hacia mí. Inspiré su respiración, me empapé de su aroma, y me dije que tenía que disfrutar de mi última vez con ella. Tenía que volverme loco. Tenía que dejarme llevar. Hacerle todo lo que quería hacerle, porque era ahora o nunca.
               Pero no podía. Había algo que me lo impedía. Llámalo conciencia, reticencia a asumir que aquello era un adiós, o simplemente cobardía. Sabrae sonrió, complacida por mi respuesta, y se separó un poco de mí, más que dispuesta a torturarme. Se quitó la sudadera, y dejó al descubierto una camisa blanca que resaltaba el moreno de su piel, y que a duras penas descendía por sus muslos.
               -Desnúdame, Alec-ordenó, y mis manos subieron a su camisa. Empecé a desabrochársela y mi cerebro se desconectó. Agaché la cabeza, intentando aislarme de todo lo que estaba pasando, a pesar de que algo en mi interior me decía que tenía que disfrutar de mi último paseo por el cielo antes de empezar mi vida en un eterno purgatorio.
               Terminé de abrirle los botones de la camisa, y una de mis manos cobró conciencia propia y se deslizó por su piel. Le rodeé la cintura y Sabrae cerró los ojos. No es que pudiera verlo; estaba mirando al suelo, tan avergonzado por lo que le había hecho que ni siquiera podía levantar la vista, pero mi conexión con ella me permitía verla incluso con los ojos cerrados. Me incliné un poco hacia ella, inhalando el perfume que desprendía su piel y su pelo, y me entraron ganas de llorar. Aquella sería la última vez que podría disfrutar de Sabrae con mi olfato, el más íntimo de todos los sentidos. Tenía que colocarme con su olor, emborracharme, morirme de una sobredosis de su cuerpo y no tener que sobrevivirla.
               Sabrae se quitó la camisa. La deslizó por sus hombros, y luego dejó caer los brazos, y con ellos fue su camisa. Se quedó hecha una aureola a sus pies, como las ropas de una virgen en el momento en que van a sacarla de procesión.
               Miré sus pies. Subí por sus piernas hasta sus rodillas. Luego, a sus muslos, pero no me permití detenerme en el monte de Venus cubierto por una pieza de lencería de un precioso color lavanda que le quedaba de cine. Subí hasta su vientre, y me concentré en su ombligo, en la curvita que formaba su tripa antes de descender hacia su entrepierna.
               Escuché el clic que produjo el enganche de su sostén al desabrocharlo ella, y cuando lo dejó caer al suelo, me permití fijarme en que era del mismo tono que sus braguitas. También era de encaje. Se había vestido para la ocasión.
               Y yo ni siquiera me lo merecía. Ni siquiera me merecía mirarla. Me moría de vergüenza, pero no de esa vergüenza en la que no sabes dónde meterte: era la vergüenza en la que tu cuerpo es enano y no cabes dentro de él, la vergüenza en la que tu propia respiración te produce náuseas, la vergüenza en la que el tamborileo de tu corazón en los tímpanos es el ruido más insoportable y ensordecedor que has escuchado nunca. La vergüenza en la que te preguntas qué cojones haces ahí, viviendo.
                Pensé en Chrissy. En Pauline. En Perséfone. En todas las chicas con las que había estado. Pensé en Zoe. Y me pregunté por qué, de entre todas ellas, a la que tenía que haber estrangulado era Sabrae. Las posibilidades de que la cagara con ella eran altísimas, pero jamás habría dicho que sería durante el sexo. ¿Cuándo me había roto? ¿En qué momento había dejado de follar porque me gustaba la sensación y había empezado a hacerlo porque eso me hacía sentir especial, importante? ¿Por qué había tenido que ser Sabrae la que me hiciera descubrir el monstruo de mi interior? ¿Y por qué se había despertado ahora?
               -Alec, ¿qué pasa?
               Tenía los ojos anegados en lágrimas. No podía pensar. La cabeza me daba vueltas. Sentía ganas de vomitar, pero le debía esto a Sabrae. Le debía hacerlo una última vez. Si ella quería que yo la poseyera, lo haría encantado. Me estaba concediendo un honor del que no era digno; debería estar de rodillas, haciendo que se corriera mil veces, en lugar de allí, plantado, pensando en las cosas que había hecho mal en la vida y que me habían llevado hasta ese maldito momento, esa putísima despedida.
               -¿Es que no te gusta lo que ves?-me había preguntado Zoe, coqueta, mostrándome sus tetas en aquel cubículo.
               -Claro que sí, no seas boba-le había respondido, y me había puesto a manosearla como si no hubiera un mañana-. Me gustáis muchísimo todas las mujeres.
                Lo que jamás le habría dicho (porque para hacerlo primero tenía que tener cojones y admitirlo ante mí mismo) era que yo ya no follaba con mujeres que me gustaban muchísimo, sino con mujeres que me encantaban. Y sólo había una en toda la tierra que me encantara.
               Y ahora no podía ni mirarla.
               -Alec, mírame, joder-instó Sabrae, rabiosa, agarrándome de la mandíbula y haciendo que mis ojos se encontraran con los de ella. Llameaban como un incendio forestal. Brillaban como un océano rabioso. Y…
               … se estaban derritiendo, como un glaciar que tiene las horas contadas.
               -Aprovéchame ahora que voy a dejar de ser tuya, y hazme todo lo que quieras.
               Yo lo que quiero es merecerte.
               -¿Como cogerte del cuello?-pregunté con una amargura que me rasgó la voz. Sabrae parpadeó, sorprendida, y me soltó la mandíbula. Mi cabeza cayó de nuevo, orientada hacia el suelo. ¿Cómo podía haber pensado que podía hacer esto hacía tan solo unos minutos, cuando venía del gimnasio? ¿De verdad había sido tan imbécil como para creer que iba a sobrevivirla?
               Con un esfuerzo sobrehumano, conseguí subir de nuevo los ojos y encontrarme con los suyos. Estaba confusa como una niña a la que le acaban de decir que los Reyes son los padres. Toda su vida era una mentira.
               -No me merezco mirarte-le dije simplemente, y Sabrae tragó saliva.
               -Ahí está…-murmuró para sí misma, perdida un momento en sus pensamientos, hasta que volvió a enfocarme-. Alec, tienes que hacerlo. Ya lo has hecho más veces. Necesito pasar página de esto. Necesito…-se le quebró la voz y yo cerré los ojos-, necesito que tengamos un final. Necesito que me hagas el amor una última vez.
               Volví a mirarla, cansado. Ella era una niña indefensa y yo un anciano con una vida llena de remordimientos a sus espaldas, atrapado en el cuerpo de un chaval de 17 años. Asentí con la cabeza, di un paso hacia ella, y me obligué a pensar sólo en su cuerpo. Le acaricié la mejilla con la yema de los dedos primero, y luego la acuné contra la palma de mi mano. Sabrae cerró los ojos y yo me permití contemplarla un momento. La curva deliciosa de su boca, el arquito que su labio superior hacía justo debajo de su nariz, espolvoreada con virutas de chocolate. Sus pestañas larguísimas, acariciando sus mejillas preciosas, tan suaves y jugosas como un melocotón de bronce. Sus cejas, protegiendo unos ojos más preciosos de lo que las palabras podrían describir nunca. El principio de su pelo, la orilla de un mar de aguas negras cargado de olas.
               Me latía el corazón en la boca cuando la besé. Me pregunté cuántos besos nos quedarían, cuántas veces iba a poder sacar la cabeza de debajo del agua a base de rozar mis labios con los suyos… y me di cuenta de que serían muy pocas. Sus labios sabían a mar. Estaba llorando, y lo hacía por mi culpa. No te mereces nada, Alec. Absolutamente nada. Deberías volverte alérgico al oxígeno.
               -No llores por mí-le supliqué.
               -No lloro por ti-respondió, tozuda, sorbiendo por la nariz.
               -¿Por quién lloras, entonces?
               -Por mí. Desbaratas todos mis planes, Alec. Yo… había venido con la intención de darte una lección-confesó, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano-. Quería demostrarte que no puedes alejarme de ti, pero…estamos muy lejos. Estamos en franjas horarias distintas. Ni siquiera estamos en el mismo mes-susurró, mirándome, y sacudió la cabeza-. Algo ha cambiado entre nosotros.
               -Los dos sabemos lo que ha cambiado-contesté, pasándome una mano por el pelo, pero Sabrae negó con la cabeza.
               -Esto no tiene nada que ver con Zoe. No tiene que ver con nadie más que contigo y conmigo-se abrazó a sí misma, cubriéndose los pechos, y yo me detesté por hacerla sentir lo suficientemente incómoda como para que su desnudez fuera un problema para ella. Le tendí mi camiseta y ella se la quedó mirando-. ¿Significa esto que no vamos a…?
               -Mira, Sabrae, hoy no me siento con ánimos. Todo está muy reciente. No puedo… me da vergüenza mirarte a la cara. No podría acostarme contigo ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas.
               -¿No quieres?
               -Claro que quiero. Siempre voy a querer. ¡Joder! Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que… tú no te mereces que yo te toque. Destrozo todo lo que toco. Míranos a nosotros-abarqué el espacio que había entre nosotros con un gesto de la mano-. Entiendo lo que me pides. Y me parece bien. Es sólo que… no puedo ahora. No puedo simplemente meterme en la cama contigo y fingir que nada de esto importa. Necesito hacerme a la idea de que es la última vez que vamos a estar juntos en la misma habitación. Lo siento por todo el esfuerzo que has invertido en prepararte para mí. Está claro que estás decidida a pasar página cuanto antes, y créeme que lo haremos en cuanto pueda, pero… ahora me es imposible. Necesito unos días. Además, tengo demasiada rabia acumulada, y necesito desfogar antes de acostarnos. No quiero pagarlo contigo sin querer. Tengo que tranquilizarme, soltar mi mierda, y…
               -No te acuestes con otras.
               -No voy a acostarme con otras, Sabrae. ¿No me estás escuchando?
               -Sólo escucho excusas, Alec. Es lo único que llevas dándome desde que me marché de tu casa hace dos semanas.
               -Vale-gruñí-. ¿Quieres planes? Toma planes. ¿Qué día quieres que echemos el polvo de despedida? Di una fecha. Yo me ocupo de…
               -Cuando tenga noventa años-soltó ella, descolocándome completamente-, y esté a un par de horas de morir. Ahí es cuando quiero echar mi polvo de despedida, pero supongo que lo que yo quiero no importa, ¿verdad?-inquirió con amargura, lanzándome mi camiseta hecha una bola y recogiendo su ropa apresuradamente del suelo.
               -¿A qué cojones se supone que viene eso?
               -¿Cómo que a qué cojones viene, Alec? ¡No tengas morro, tío! Llevas dos semanas tratándome como si fuera una cría. Pasando de mí como de la mierda. Esforzándote en ser lo más frío posible porque no tienes cojones para hablar conmigo sobre lo que te preocupa, o sobre lo que quieres. Yo quería que fueras sincero. Quería que me dijeras “Sabrae, mira, no estoy seguro de adónde va esto”, o que habías cambiado de opinión, o lo que sea que te esté pasando, Alec, en lugar de simplemente dar marcha atrás unos meses y volver a solucionarlo todo follando con otras otra vez. Quería sinceridad. Te quería a ti diciéndome lo que te pasaba, no a mí teniendo que investigarlo como si fuera el puto Sherlock Holmes. Eso quería.
               -¿Te crees que ha sido fácil para mí? ¿Eh? ¿Que he disfrutado estas semanas?
               -¡NO LO SÉ, ALEC, PORQUE NO HABLAS CONMIGO! ¡No me dices qué te pasa, simplemente esperas a que yo me canse y yo… yo estoy harta!-Sabrae se echó a llorar y yo di un paso hacia ella-. No. No me toques. No me toques, joder. No me toques-gimió, pero se abrazó a mí y se echó a llorar contra mi pecho-. No quiero que estés lejos. No quiero que otras personas me digan lo que nos pasa. No quiero que metas a otras personas en nuestra relación. No quiero que quieras cortar-jadeó-. Yo no quiero cortar. Pero tampoco quiero seguir así. No quiero. No… no quiero quedarme despierta por las noches, pensando en con quién estás. Qué chica es suficiente para ti cuando yo no lo soy.
               -¿Es que estás mal de la cabeza?-protesté-. ¿Quién cojones ha dicho aquí que tú no seas suficiente? ¡El único que no soy suficiente soy yo, Sabrae!
               Sabrae se separó de mí, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y jadeó.
               -No quiero… tener que devolverte tus cosas.
               Fruncí el ceño.
               -¿Eh?
               -Tu sudadera. No quiero tener que devolvértela.
               -¿Por qué ibas a tener que…? Es un regalo, Sabrae.
               -Ya, bueno, ya sé que es un regalo, pero yo no sé si quiero tener algo en casa que me recuerde el finde increíble que pasamos juntos y que no se va a volver a repetir.
               Me la quedé mirando, estupefacto. Aquello era más de lo que yo podía soportar. No sé por qué, siempre había pensado que las cosas que le había regalado a Sabrae se quedarían con ella, igual que las suyas se quedarían conmigo. Eran regalos, y los regalos no se devuelven. Claro que los regalos de parejas son diferentes. No se les aplican las mismas normas, supongo.
               Siempre había pensado en alejarme, pero seguir queriéndola desde la distancia. Velar por ella como si fuera un ángel de la guarda, encargado de que jamás le hicieran daño. No como se lo había hecho yo, al menos. Quería no pasar página, quería regodearme en mi dolor, en lo que había tenido y en lo que perdí… pero no era justo, y ahora me daba cuenta, desear que Sabrae también se regodeara en su fuero interno. Si quería hacer borrón y cuenta nueva, estaba en su derecho. Yo no la culparía si quisiera deshacerse de todos los recuerdos. Haría lo mismo, si estuviera en su situación. Si me hubiera acostado y pillado de un mierdas de mi calibre, intentaría borrar todo rastro de aquella relación en el menor tiempo posible.
               -Haz lo que quieras, pero yo no voy a devolverte tus cosas.
               -No quiero que me devuelvas mis cosas. Ahora son tus cosas-bajó la vista hasta el anillo que pendía de mi cuello y se mordió el labio-. Dime una cosa, Alec. ¿Todo esto era un juego para ti? ¿Querías… no sé-se encogió de hombros, con los brazos en jarras-, traerte a una chica a casa y ver cómo era jugar a las casitas? ¿Salir en las historias de alguien dejando que te besen?
               -Estás siendo cruel, Sabrae, y eso no es propio de ti.
               -Mira quién habla. El que simplemente se cierra en banda.
               -¿Qué es lo que pasa?
               -¡Me jode muchísimo que, aun viendo cómo estoy, tú sigas erre que erre, haciéndote el loco!
               -¿¡De qué coño estás hablando!?
               -¡SÉ QUE QUIERES ROMPER POR LO QUE NOS PASÓ EN LA CAMA, ALEC!-chilló con todas sus fuerzas, y yo me descubrí dando un paso hacia delante y tapándole la boca con la mano. Una cosa era que me estuviera convirtiendo en un monstruo, y otra muy diferente era que mi madre lo descubriera. No se merecía vivir con la sombra de su propia pesadilla.
               -¿Estás loca? ¡Baja la voz! Además, ¿qué cojones importa por qué quiera dejarlo?
               -¿Cómo que qué importa? Mírame a los ojos y dime que quieres dejarlo. Que quieres, Alec, no que te sientes obligado, y me pondré la ropa y me iré cagando hostias y no me verás más el pelo-ante mi silencio, Sabrae esbozó una sonrisa triunfal-. Ajá. Lo sabía.
               -¿Qué más da que yo no quiera? Por mí estaríamos juntos hasta que uno de los dos muriera. Joder, Sabrae, ¡si de mí dependiera, nos enterrarían juntos y todo, hostia! Pero no puede ser.
               -¿Quién lo dice?
               -¡LO DIGO YO!-le grité, y luego, más bajo, repetí-: Lo digo yo. No puedo… no puedo dormir sabiendo que estamos juntos y que en cualquier momento voy a hacerte daño.
               -Ya me lo has hecho.
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -¿Y tú?-contestó, clavando un índice acusador en mi pecho-. No creo que sepas a qué me refiero. Me has hecho daño con tanto secretismo. Pensaba que ya no me querías.
               -No sabía que fueras retrasada, Sabrae, pero mira tú por donde-espeté, y Sabrae debería haberme cruzado la cara, pero no hizo nada.
               -Podría haber soportado que te fueras con Zoe, o con Diana, o con Chrissy o Pauline o con la que te saliera de los cojones o, ¿qué coño? ¡Con las cuatro a la vez! Podría haberlo soportado y ni siquiera me habría importado si no lo hubieras hecho como lo hiciste. ¿Tenías que hacerme sentir como que yo ya no era suficiente? ¿Tenías que estar distante y pedirme permiso de esa manera?
               -¡No pensé que fueras a dármelo!
               -¡Pero lo hice! ¿Y qué hiciste tú? Te acostaste con ella. ¡Te acostaste con ella mientras yo me pasaba la noche llorando porque los dos somos unos cobardes, tú porque no me dices las cosas, y yo porque no soy capaz de decirte que me duele que pienses en otras! Porque sí, me duele, ¿vale? Me duele. Me duele verte y pensar que puede que ya no te guste cómo te lo hago yo porque has estado con otra que te lo hace mejor.
               -No es cuestión de quién es mejor, Sabrae, es cuestión de conexión, y tú sabes que sólo la tengo contigo.
               -¿Lo sé?-respondió, incrédula-. No estoy segura, Alec. Lo único que sé es que metiste a Zoe entre nosotros cuando teníamos problemas, en lugar de intentar resolverlos conmigo.
               -No hables como si a mí me hubiera encantado follármela, porque no es así. Tengo pesadillas desde entonces. Llevo sintiéndome aún más mierda, si cabe, desde que nos enrollamos. Si ya antes no te podía mirar a la cara, imagínate ahora.
               -Pero te corriste-acusó-, ¿verdad?
               -Bueno, sí. Pero igual que hay chicas que se corren cuando las violan-solté antes de poder frenarme, o siquiera de saber que iba a decir aquello-. Eso no significa nada.
               Menudo mierdas eres Alec. Menudo gilipollas. La madre que te parió.
               La cara de Sabrae era un poema. Creo que nunca me había visto meter la pata de aquella forma. Abrió la boca como un pececito, boqueando, y parpadeó un par de veces.
               -Bueno, creo que… entiendo lo que quieres decir. Aunque la comparación ha dejado bastante que desear.
               -No, la verdad es que no he estado muy fino-musité-, y te pido perdón si te ha ofendido. Pero… bueno, la verdad es que estoy en mi línea-comenté, pasándome una mano por el pelo, y Sabrae parpadeó.
               -¿Sabes? Estoy un poco cansada de todo este rollo, Alec. Este rollo de “¡no Aléjate de mí, soy peligroso”, es demasiado Edward Cullen o Christian Grey, y tú ni eres un vampiro que brilla como una bola de discoteca a la luz del sol, ni un millonario sociópata. Tienes alma-dio un paso hacia mí, y yo di un paso atrás-. Y no está rota, ni es oscura.
               -Eso no lo sabes-discutí.
               -Sí lo sé.
               -¡NO, NO LO SABES, SABRAE!-troné, apartándola a un lado y dejándome caer sobre el borde de la cama. Sabrae me miraba con preocupación, como el cuidador que ve que el jaguar anda suelto y lleva su carne en un cubo-. ¿Lo ves? Joder. Llevo todo esto dentro. Estoy explotando. No deberías quedarte cerca de mí.
               -Soy más fuerte de lo que piensas.
               -No más que yo.
               -No necesito ser más fuerte que tú. Paraste, ¿recuerdas? En cuanto yo te dije que no me gustaba. Paraste y te aseguraste de que estuviera bien. ¿Es eso ser mala persona?
               -Basta con que no pare una vez. Podría matarte, Sabrae.
               -Oh, Alec, no seas melodramático-puso los ojos en blanco y caminó hacia mí, desnuda, gloriosa, inmerecidamente mía. Me pasó una mano por el pelo y yo me descubrí abandonándome a mis instintos más primarios, buscando su contacto. Le cogí la mano y me la llevé a la boca, dándole un beso en la palma. Sabrae me dedicó una sonrisa cansada.
               -Tienes una confianza ciega en mí que yo no me merezco.
               -Yo decidiré quién es digno de mi confianza, Al-susurró.
               -Me lo perdonarías todo. Absolutamente todo. No puedes perdonarme esto-le besé los nudillos-. Tenemos que cortar, Sabrae.
               -No-respondió, tozuda.
               -Sabes que está ahí. Lo llevo en la sangre-insistí-. Ahora no ha sido nada, pero un día… un día podrías cabrearme de verdad, y yo…
               -No le harías daño a una mosca.
               -Mírame, Sabrae. ¿No ves los moratones? Acabo de pegarle una paliza a un tío en el gimnasio porque ha sido lo suficientemente gilipollas como para no darse cuenta de que no estoy para que me toquen los cojones.
               -A ti te tocan los cojones fácilmente cuando se trata de mí-susurró, sentándose sobre mi regazo y besándome el cuello. Me estremecí de pies a cabeza y se me empezó a poner dura.
               -No hagas eso. Estamos hablando.
               -Pues terminemos de hablar. Quiero demostrarte que eres bueno. Muy bueno-ronroneó, acariciándome el vientre y descendiendo hasta mi entrepierna. Sus dedos rodearon mi miembro y yo dejé escapar un gruñido.
               -¿Me estás preparando para nuestro polvo de despedida?-quise saber.
               -No vamos a tener un polvo de despedida-me prometió, acariciándome el tronco despacio. Tragué saliva, intentando pensar en animalitos muertos para no ponerme tan cachondo que la conversación se acabara ahí.
               -Sabrae, para mí es importante que lo hablemos.
               Sabrae detuvo su mano y abrió los ojos. Nos miramos a centímetros de distancia.
               -Vale-me dio un toquecito en la nariz-. Hablemos.
               -Escucha, yo…-suspiré. Tenía la cabeza hecha un lío. Junté las piernas para que Sabrae no se cayera de mi regazo, y ella cruzó las suyas. Apoyó un brazo sobre mi hombro y jugueteó con mi pelo-. Te quiero. Muchísimo. Te quiero más que a nada ni a nadie en este mundo. Eres la persona más importante de mi vida, y… por eso no quiero joderlo contigo, ¿entiendes? No quiero hacerte tanto daño que la sola mención de mi nombre te produzca escalofríos, o llegue a protagonizar todas tus pesadillas. Pero esto no puede seguir así. Sabes de dónde vengo. Sabes cuáles son mis primeros recuerdos. Sé que eso está mal, que no es amor, sólo odio y pura dominación, pero… yo no controlo mi subconsciente. No quiero que me domine un día, y de repente encontrarte hecha un ovillo en la cocina, con la cara amoratada y tu sangre en mis nudillos. Odiaría que nos pasara eso, Sabrae.
               -No va a pasarnos. Te lo prometo-susurró, besándome el cuello.
               -Eso no lo sabes. Pero da igual. Te mereces que te diga la verdad. Ésa es la verdad. Tengo miedo de lo que llevo dentro, pero tienes razón: no he sido justo contigo, me he comportado como un cabrón de campeonato, y te mereces que me disculpe contigo. Así que… siento mucho lo de Zoe. Muchísimo. No te haces una idea de lo que me duele saber que te ha hecho daño. Si te sirve de consuelo, no dejé de pensar en ti ni un instante. Ya sé que no se le compara, pero en cierto sentido, estuve contigo y no con ella. Pero, bueno… supongo que ésa es otra cosa que añadir a la lista de razones por las que no soy digno de ti, y… la razón de que esto se termine.
               Sabrae jugueteó con un mechón de pelo que me caía sobre la oreja.
               -Ya, bueno… sabes que no voy a decírtelo ahora, porque creo que ninguno de los dos lo merece, pero sabes que yo siento lo mismo por ti, y realmente no me siento en posición de pedirte nada, pero…
               -No tenemos por qué cortar radicalmente. Podemos seguir siendo amigos.
               -Yo no puedo ser sólo tu amiga, Alec. Tú literalmente desencadenaste mi despertar sexual. Me masturbé por primera vez pensando en ti. Tuve un orgasmo con sexo oral estando contigo. Sólo he hecho squirting estando juntos. Tú me has enseñado muchísimas cosas. En el sexo y en lo demás. Y tengo una conexión demasiado fuerte contigo. Eres mi mejor amigo, pero también eres muchísimo más que eso. Tengo más confianza contigo de la que tengo con nadie, porque eres mi pareja, Alec. Sé que no es lo que querías oírme decir, pero… me da miedo que mis sentimientos se desboquen si empiezo a llamarte novio. Que lo seas no significa que no me aterre llamártelo y llegar a quererte tanto que no te deje marchar. Porque está claro que necesitas irte y encontrarte a ti mismo-entrelazó sus dedos en mi nuca y me miró a los ojos-. Por eso no quiero terminar. No quiero dejar de acostarme contigo. No quiero dejar de recibir tus mensajes de buenos días. No quiero dejar de ojear webs de lencería para encontrar algo con lo que sorprenderte.
               -Me sorprendes más desnuda-la interrumpí, juguetón, guiñándole un ojo, y Sabrae sonrió, triste.
               -No me dejes. Por favor. Sé que te he pedido muchísimas cosas y tú siempre me las has concedido, pero ésta es la más importante. No quiero irme de tu habitación sabiendo que mañana no podré besarte cuando te vea en el instituto. Alá me ha dado el gusto para que pueda saborear tus besos-susurró, inclinándose hacia mi boca y besándome despacio.
               -No voy a volver a hacer nada con ninguna otra-le prometí-. O sea, ¿para qué? No tiene sentido. Te hace daño.
               -Y no lo disfrutas.
               -Como si tengo orgasmos bestiales, Sabrae. Prefiero un orgasmo de mierda contigo (que todavía no lo he tenido, toco madera)-le di un golpecito con los nudillos al pie de la cama y Sabrae se echó a reír-, a correrme de forma bestial con otra. Eso me da igual. Te hace daño, y a mí es lo que me importa. De todas formas… yo ya sabía… iba a vivir resignado, ¿sabes?-Sabrae frunció el ceño-. Iba a vivir queriéndote toda mi vida, y sabiendo que te había perdido porque no soy digno de ti, pero también estaba pensando que había tenido una suerte de la hostia de que me hubieran dejado estar contigo, aunque fuera sólo unos meses. Y sabía que serían los mejores meses de mi vida, aunque terminara casado con otra, con un montón de críos… que no me veía casado, ni menos siendo padre-sonreí, y ella también-. Pero… pff-me pasé una mano por el pelo y los ojos de Sabrae resplandecieron-. Tú me estás haciendo vivir el mejor momento de mi vida, y no sabes lo que me ha jodido por dentro pensar que no soy digno de esto.
               -Ése es el problema: que piensas que no eres digno-Sabrae hundió sus dedos en mi pelo, pegándome a ella-. Y eres la única persona en la tierra que no se da cuenta de cuánto vales, Al. Pero yo estoy aquí para hacértelo ver.
               -Lo soy porque también soy el único que oye mis pensamientos y ve lo que hay dentro de mi cabeza. No es un buen sitio para estar, Saab. Tú lo has visto.
               -Yo sólo he visto a un chico que vestido es flipante y desnudo gana mucho, tan bueno por dentro como por fuera, y eso que está de toma pan y moja. Un chico que recorrería el infierno por mí, y que se ha quedado conmigo a pesar de que no tengo experiencia en darle placer cuando podría haber elegido a cualquier otra que sabe cómo complacerle mil veces mejor que yo.
               -No hay otras-respondí, mirando mi mano en sus glúteos-. Pero te has olvidado de que ese chico estrangula a su novia.
               -Ese chico se preocupa mucho. Piensa una cosa, Al. El sexo conmigo es el mejor, ¿no?
               -Oh, sí, nena-ronroneé, dándole un manotazo que resonó en toda mi habitación, y Sabrae se echó a reír.
               -Entonces, ¿cómo vas a alejarte de esto tan ricamente por una nimiedad?-me pasó las manos por la cabeza, alborotándome el pelo según las iba deslizando por él. Se había puesto a horcajadas sobre mí, ofreciéndome una visión increíble de sus pechos. Me dieron ganas de lamérselos como si fueran dos bolas de helado en el día más caluroso de la historia.
               -Porque no quiero que dolor y placer terminen siendo la misma cosa para nosotros.
               -Ya lo son-replicó, frotándose hábilmente contra mí como una gatita-. Un poco, al menos. A veces, me duele un poco al principio, porque lo hacemos con rudeza, pero me gusta, porque tú eres grande y fuerte. Me recuerda que eres tú. Y que mi cuerpo puede adaptarse a ti. De hecho, es de los momentos que más me gustan. Todavía no somos uno durante esa molestia del principio, y yo me doy cuenta de que estamos juntos, y que estamos disfrutando los dos. Me prometiste que no dejarías que nadie se interpusiera entre nosotros. “Ni siquiera yo”, te dije, ¿recuerdas? ¿Tendría que haberte pedido que me prometieras que tampoco nos separarías tú?
               Me incliné hacia atrás.
               -No estás jugando limpio, Sabrae.
               -Tú tampoco lo haces nunca. No puedes quitarte la cara ni cambiarte la voz para hablar.
               -No quiero que tengamos que usar palabras de seguridad.
               -Pues no las usemos-ronroneó, besándome el hombro-. Yo tengo más aguante que tú.
               -No quiero que tengas aguante. Quiero que disfrutes. Sin más. Sin preocupaciones, sin tener miedo de…
               -Yo jamás he tenido miedo estando contigo, Alec. Ni yendo por la autopista sin casco me he sentido desprotegida.
               Me la quedé mirando.
               -No quiero ser tu pesadilla que amar, Sabrae-murmuré, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -¿Quién dice que vayas a convertirte en mi pesadilla? Llevo soñándote desde que tengo uso de razón, solo que no fue hasta hace unos meses cuando por fin me di cuenta de cuál era tu cara.
               -Mírame, Sabrae. Te he agarrado el cuello, y no llevamos más que unos meses. ¿Qué voy a hacer cuando llevemos medio año? ¿O un año? ¿O dos? Esto sólo puede ir a más.
               -Alec, me he puesto jerséis de cuello alto que me apretaban más que tú-respondió, tozuda, y yo bufé.
               -Esa no es la cuestión, Sabrae. La cuestión es que me gustó, muchísimo, y no debería. Eso es jodidamente peligroso; se empieza por ahí, y se acaba por…-no me dejó acabar, porque había agotado su paciencia. Estaba poniéndome demasiado terco describiéndole una figura plana que Sabrae podía ver en tres dimensiones.
               -¡Alec!-me recriminó-. ¡Que me hayas estrangulado no tiene nada que ver con tu padre! ¡Me has estrangulado porque ves porno!




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1 comentario:

  1. Tía, adoro este capítulo. Es que me ha encantado de principio a fin, desde la charla de Jordan y Sabrae (cuya relación espero que crezca también) a la charla con Sher y la parte final del capítulo. Adoro ver como este va a ser el principio de como Sabrae va a empezar a ayudar a Alec a verse mejor consigo mismo y a sacarse todos esos prejuicios que tiene con el mismo. Me ha encantado lo peleona qué es y como no da su brazo a torcer ni aunque Alec diga barbaridades o gilipolleces sin sentido, de verdad que la adoro. Luego con Alec me ha dolido el corazoncito cada vez que le daban ganas de llorar o como hablaba en la parte final, de verdad que sufro con su sufrimiento. Estoy jodida. Deseando estoy leer la continuación de esta conversación.

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