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Jordan se revolvió en su asiento, incómodo. A pesar de
que me sacaba dos cabezas y tres años, la que llevaba la voz cantante ese
momento era yo. Atrapado en su cobertizo sin tener escapatoria y sin autoridad
realmente para echarme, Jordan se veía enjaulado como un leopardo de las nieves
en una de jaulas de un zoo que no se había adaptado del todo a su modo de vida:
en lugar de desfiladeros escarpados con roca desnuda y espolvoreados de nieve,
se veía obligado a conformarse con un espacio de unos cincuenta metros
cuadrados en que sus garras pisaban hierba, y sus patas escalaban por árboles
más pensados para sus primos de la selva.
Había
nacido en cautividad, y no sabía lo que era la libertad, pero sus genes le
decían que no estaba donde debía estar, ni con quien debía estar… igual que yo.
Yo ya había estado en ese cobertizo y podría incluso considerarlo un hogar,
pero si mi compañía no era la que había sido en su momento.
A
Jordan y a mí unos unía un lazo fortísimo con un único nudo que, sin embargo,
estaba tan bien atado que ninguno de los dos podía deshacerlo: sólo el propio
nudo, Alec, sería el que decidiera cuándo se rompería nuestra conexión. Es por
eso que nos resultaba tan raro estar en la misma habitación sin él; cuando
estás unida a una persona por medio de otra, la ausencia de la segunda hace que
la primera se vuelva una desconocida.
El
eco de mi pregunta aún sonaba en el pequeño cobertizo en el que la televisión
estaba silenciada, reproduciendo un episodio de una serie que yo no había visto
en mi vida. Sabes a qué he venido,
¿verdad, Jordan?
Le
había puesto contra la espada y la pared, lo admito. Para él era muy violento
tener que hablarme de lo que pasaba a Alec, pero mi desesperación me había
llevado tan lejos que no iba a abandonar ahora. Jordan podía soportar un poco
de incomodidad; yo, en cambio, me estaba consumiendo por el sufrimiento y las
dudas. Aún me escocían los ojos de llorar delante de Diana, y me había
prometido a mí misma que no lloraría más en cuanto Tommy se marchó, dejándonos
solos.
-Ojalá
no lo supiera-contestó con cautela y una cierta amargura que me hizo sospechar
que a él le hacía la misma gracia que a mí el tener que mantener esa
conversación. Dio un sorbo del botellín de cerveza que tenía mediado sobre la
mesa de los mandos y procuró evitar el contacto visual conmigo.
-Ojalá
no tuviera que recurrir a ti y pudiera hablarlo con él directamente, pero así
están las cosas-entrelacé los dedos sobre mi regazo como hacía mi madre cuando
les explicaba a unos clientes que el caso que le habían traído estaba muy
jodido, pero que haría lo posible por sacarlo adelante.
-Siento
que me estoy metiendo donde no me llaman, Sabrae. Lo que pase entre Alec y tú
es cosa de Alec y tú, nada más-me miró con cierta dureza en la mirada, pero
supe que no era para mí. Jordan era leal a sus amigos, y Alec era su mejor
amigo, así que no iba a venderlo así como así. Y, sin embargo, sabía, igual que
yo, que Alec se estaba portando mal conmigo. Me lo quedé mirando desde la
distancia del sofá, y me descubrí teniendo pensamientos absurdos sobre nuestro
parecido (sólo nuestra piel, en realidad), y si eso tendría algo que ver con
Alec. Podría incluso haberme puesto a reflexionar sobre si el hecho de que Jordan
y yo fuéramos negros tendría algo que ver con una especie de fetiche que
tuviera Alec, y que su genética finalmente le hubiera dado un toque de
atención, pero lo cierto es que la teoría de la segregación racial no era algo
que se compartiera en mi casa, así que ni tuve que desechar ese pensamiento.
Jordan y yo no teníamos nada que ver más allá de nuestras pieles más oscuras
que la media en Inglaterra y el chico que nos venía a la mente cuando alguien
nos hablaba de “la persona en la que más confías en el mundo”.
Yo no
quería perder esa confianza, y si tenía que luchar por ella con otras personas,
lo haría.
-Yo
te estoy llamando-sentencié-. Te lo repito: me hace tanta gracia recurrir a ti
como a ti que lo haga, pero es lo que hay. Alec me tiene a oscuras. Me ha
echado el cerrojo y no quiere escucharme para que le convenza de que le abra la
puerta por muy alto que yo le grite.
-Puedes
volver a esperarlo en su habitación-respondió Jordan con fingida indiferencia-.
Annie te dejará entrar.
Lo
atravesé con la mirada y contuvo un estremecimiento. Soy una Malik, me recordé para infundirme ánimos. He crecido con confianza en mí misma, y no
puedo perderla ahora.
-No
quiero echar un último polvo con él antes de echarlo de mi vida. Y tú, en el
fondo, tampoco quieres que lo haga.
Jordan
parpadeó y subió un pie al sofá. Se
sujetó la pierna doblada con las manos entrelazadas y sorbió por la
nariz.
-No
te tocará un pelo esta noche-declaró-. Ni aunque tú fueras a verlo.
Se me
encogió el estómago al escucharlo. Lo sospechaba. En el fondo, lo sospechaba.
Pero necesitaba que alguien me lo dijera para poder recibir el golpe, y que
empezara el dolor. No podía procesar lo que me estaba pasando, el vacío que
sentía en mi interior; el dolor, en cambio, era algo tangible, cuantificable.
Podía matarme o podía sobrevivirle, pero al menos no me desconectaba por dentro
como lo hacía el vacío. Tragué saliva, mirando un momento al suelo para
recomponerme, y volví a levantar la mirada cuando me sentí preparada.
-¿Quiere
dejarme, Jordan?-quise saber con un hilo de voz que sonó infantil, débil,
indefenso. Noté que se me agolpaban las lágrimas en las comisuras de los ojos,
pero no me permití llorar.
Para
mi alivio y también desesperación, Jordan negó con la cabeza.
-No.
Preferiría estar muerto antes que dejarte, Sabrae.
Tuve
que contener un sollozo, y las ganas de taparme la boca para poder llorar
tranquila. Me clavé las uñas en los vaqueros claros, concentrándome en la
sensación de ardor que sentía en los muslos, allí donde mis dedos se habían
convertido en garras.
-Pues
entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué se está alejando de mí de esta manera?
Jordan
bufó, se frotó la cara, negó con la cabeza, cerró los ojos y se tapó la boca.
Volvió a negar con la cabeza y, cuando levantó los párpados, no me estaba
mirando-. Jordan-exigí, y él me miró.
-Eso
es lo que pasa-apoyó el codo en su rodilla-. Que preferiría estar muerto a
tener que dejarte.
-Entonces,
¿él siente que tiene que dejarme?-pregunté, y Jordan asintió-. ¿Por
qué?-insistí, y Jordan se tomó su tiempo en responder. El tiempo suficiente
para que yo me montara una película digna de todos los premios cinematográficos
habidos y por haber. Le había pedido que cambiara. No me había dado cuenta,
pero así había sido. Rechazándole por su pasado, le había puesto una condición:
o consigues ser monógamo y dejar atrás toda esa mierda de la promiscuidad, u
olvídate de mí. El estómago se me dio la vuelta y me quedé sin aire un momento
al encajar las piezas del puzzle. Había estado raro desde el fin de semana que
había pasado en su casa, un punto de inflexión en nuestra relación. Yo no le
había dado importancia a lo que había dicho Annie respecto de que él jamás se
había traído a una chica a casa, por lo menos con su familia presente, hasta que
llegué yo. Y puede que le gustara follarme en todas las esquinas de su casa, y
lo habría hecho de haber tenido más tiempo, y seguro que le había encantado
tenerme desnuda en su habitación, haciéndome fotos subidas de tono con su
chaqueta de boxeador que seguro que terminaría enviándole en una tarde de sexting travieso. Seguro que le gustaba
dormirse con mi perfume impregnado en las sábanas, y soñar que seguía
follándome en posturas que no habíamos probado aún, que incluso quizá fueran
imposibles.
Pero
quizá no le gustaba todo lo que eso conllevaba, la seriedad con la que nos
estábamos tratando últimamente. Lo de mi casa no tenía importancia porque él
estaba acostumbrado a dormir en camas ajenas y a desayunar en mesas ajenas,
pero lo que yo había hecho era distinto. Le había dado un empujón en la
dirección en que el mundo le decía que tenía que ir, pero que él no había
seguido nunca hasta que me conoció.
Yo no
tenía derecho a pedirle que cambiara, igual que él no me lo había pedido a mí.
Y se había dado cuenta durante el fin de semana, cuando jugamos a las casitas
sin que yo le concediera que estábamos jugando juntos. ¿Por qué tenía que renunciar él a su vida de antes si yo no
renunciaba a la mía? ¿Por qué tenía que reprimir la atracción que sentía por
otras chicas sólo por tenerme desayunando los domingos en su casa? ¿Por qué
debía privarse de aumentar su lista
de conquistas, y dejar escapar la valiosa oportunidad de tirarse a una
americana que le habían puesto en bandeja? Zoe no había sido el desencadenante
de todo, como yo había creído. Era el primer síntoma de la enfermedad, pero no
el contagio.
No
quería renunciar a esa parte de él. Puede que ni pudiera. Por eso tenía que
dejarme. Porque tenía la suficiente decencia como para no ponerme los cuernos
cada vez que se le antojara.
-Está
preocupado por lo que te hizo follando, mientras sonaba The Weeknd-reveló
Jordan, rompiéndome los esquemas, y lo miré. La cabeza me daba vueltas, me
faltaba el aire.
-¿Qué?
-Lleva
desde que te estranguló durante el polvo dándole vueltas a una idea que nadie
ha conseguido quitarle de la cabeza aún: que es peligroso. Que es hijo de su
padre, y no puede dejar que estés cerca cuando su naturaleza explote.
Sentía
ganas de vomitar. Entonces, ¿no tenía nada que ver conmigo? ¿Ni con sus dudas
respecto de nuestra relación? ¿Ni con el hecho de que yo tuviera miedo de que,
si aceptaba su petición de ser novios de forma oficial, todo se descontrolara y
me muriera de pena cuando se marchara a África al voluntariado?
-Pero…
pero… eso no… no tiene sentido. Fueron sólo unos segundos, fue…-levanté la
vista y me encontré con la mirada de Jordan-. ¿Te reconoció que paró en cuanto
yo le dije que no me gustaba?-quise saber, porque conozco a Alec, y sé que no
se concede todos los méritos cuando hace algo bien. Simplemente les resta
importancia, y aún hoy, me molesta que lo haga, porque piensa que las cosas
buenas que hace son por ser una persona normal, y no porque él sea bueno por
naturaleza.
-Sí,
y también me reconoció algo que le da mucha vergüenza que tú sepas: que
estrangularte fue lo que más le gustó. Se corrió mientras lo hacía. Y no sé por
qué, le pareció que sería buena idea intentar superar todo esto haciendo que te
alejes de él de cualquier forma posible. Está convencido de que no te merece
por eso, y de que tenéis que romper, y tú tienes que ser libre y superarlo para
poder encontrar a otro mejor que él…
-Como
si lo hubiera-respondí yo, uniéndome a Jordan, que también pronunció esa frase.
Los dos nos miramos y sonreímos un instante, compartiendo la complicidad que
genera el saber exactamente cuánto vale Alec: todo el dinero del mundo.
-Pero,
entonces, ¿a qué vino lo de pedirme permiso para liarse con Zoe? ¿Por qué no
simplemente… lo hizo, y ya está? Sabe que yo le dejaría si me pusiera los
cuernos.
-¿Lo
harías?-replicó Jordan, perspicaz, y yo me quedé callada. Le había dicho que se
lo perdonaría todo una vez, y no mentía. Tenía que verme en la situación, pero
allí sentada, con los tobillos cruzados, las manos entrelazadas y la cabeza gacha,
me di cuenta de una cosa: había una única excepción a ese “todo”, y que me
pusiera los cuernos podía no entrar en ella.
La
excepción era que Alec le hiciera daño a alguien de mi familia. Y no veía cómo
podía encajar que me fuera infiel dentro de ese espacio.
-Te
preguntó porque está enamorado de ti-continuó Jordan, sacándome de mis
pensamientos-, y no quiere destruirte. Con que uno de los dos ya esté hecho
mierda, basta. Ya sabes cómo es Alec: tiene esta puta tendencia autodestructiva
que él pinta como autocrítica y autoexigencia que le convertiría en el soldado
más eficiente y efímero del mundo. Si fuera a la guerra, nadie en su regimiento
tendría ni un rasguño mientras él estuviera en pie… lo que le empujaría a
tirarse en plancha encima de un campo de minas, sin importar que eso le
redujera a cenizas.
-Pero
yo también estoy hecha mierda, o lo estaba hasta ahora, por no saber qué
pasaba. No entiendo por qué simplemente no lo ha hablado conmigo para…
-¿Para
qué? ¿Para que le convenzas de que no pasa nada? Vamos, Saab. Pensaba que le
conocías mejor. Te lo has follado lo suficiente como para saber cómo es. Es
terco como una mula, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay quien
le haga cambiar de opinión… salvo una persona-Jordan inclinó la cabeza a un
lado y yo me mordí el labio-. Tú. Él sabe que podrías convencerlo de que la
Tierra es plana, la Luna está hecha de queso y los truenos son pedos de
ángeles. Y Al puede ser muchas cosas, pero al contrario de lo que piensa, de
tonto no tiene un pelo. Sabe que la única manera de protegerte es alejándose de
ti, y sólo podrá hacerlo sin decirte por qué, para que tú se lo rebatas todo y
le hagas ver que está siendo gilipollas.
-Odio
que sea tan inseguro-murmuré, subiendo los pies al sofá y abrazándome las
rodillas-. Y odio que piense que todo lo malo que hace no es por meter la pata,
sino porque realmente es así, ¿sabes? Odio que crea que no puede escapar de su
padre ni quince años después de haber dejado de vivir con él. De todas las
personas en el mundo, él es quien menos se merece todo lo que le ha
pasado-apoyé la mejilla sobre mis rodillas unidas y me quedé mirando una foto
de Alec y Jordan juntos, rodeándose el cuello con el brazo, riéndose tanto que,
aunque estaban mirando a cámara, era imposible saber el color de sus ojos.
Ojalá Alec pudiera ser ese chico sonriente y feliz siempre, y no tuviera tanta
mierda dentro que le impidiera ver la increíble persona que es.
-Bienvenida
al club, hermana. Yo llevo intentando convencerlo de lo contrario desde que
tengo uso de razón, pero… no hay manera-suspiró-. Él nunca me escucha. Aunque,
claro, si me escuchara, tú no estarías aquí, ¿no?
-¿A
qué te refieres?
-Le
eché una bronca increíble cuando me contó que pretendía enrollarse con Zoe. Yo
sabía que eso sólo iba a servir para haceros daño a los dos, y, bueno… la
verdad es que ojalá me hubiera equivocado, pero cada paso que da este chaval no
hace más que darme razones para entrar en un bucle de “te lo dije” de dos
siglos. Le dije que se sentiría una mierda cuando se fue a tirarse a Pauline al
darse cuenta de que te quería, y así fue; le dije que no se perdonaría liarse
con otra para alejarte de él, y así es (sé que no puede dormir por las noches,
no hay más que ver sus ojeras). Y… le dije que su plan de alejarte de él no iba
a funcionar, que no te ibas a quedar de brazos cruzados. Tú no eres de las que
se resignan, Sabrae, y eso es precisamente lo que le llamó la atención de ti.
No te sientas a esperar a que te saquen a bailar, sino que te levantas y tiras
de él para que te acompañe en cuanto suena una canción que te gusta.
-¿Cómo
puedes estar tan seguro? Estoy segura de que Alec me pone en un pedestal cada
vez que habláis de mí, pero yo no soy así.
-Yo
esto ya lo sabía antes. Te conozco desde que naciste, ¿recuerdas? Llevas siendo
así toda la vida, incluso cuando sólo eras la hermana de Scott. Era cuestión de
tiempo que pidieras explicaciones, aunque si te soy sincero, pensé que te
plantarías en su habitación y le amenazarías con no moverte de allí hasta que te
contara lo que pasa.
-¿De
qué iba a servir eso? Está tan cambiado, tan cerrado en banda…
-Es
que le da vergüenza, y se arrepiente… y en el fondo es un cabrón que odia darme
la razón-se burló Jordan, y yo sonreí-. Pero sobre todo, es lo primero. Y no
está acostumbrado a sentir vergüenza, así que no sabe muy bien cómo gestionar
todo esto. Y que te tiene miedo, también.
-¿A
mí?
-Sí.
Está convencido de que es una bomba de relojería a punto de estallar, y que tú
no puedes estar cerca de él cuando eso suceda, pero te necesita tanto que sabe
que tú tienes que poner de tu parte… y tú no vas a poner de tu parte. Te
pegarías a él como una lapa si pudieras, ¿verdad?
-La
duda ofende, Jordan. Si no fuera así, yo no estaría aquí. Además, todo eso son
pajas mentales muy al estilo de Alec.
-Ya,
pero él no sabe que son pajas mentales. Sólo sabe que tenéis que separaros, y
lo único que puede impedir que os separáis eres… bueno, tú. Te bajaría la Luna
si se la pidieras. Inventaría la inmortalidad si tú le pidieras que estuviera
contigo para siempre. De todas las personas del planeta, tú eres la única a la
que Alec es simplemente incapaz de decirle que no.
Noté
que se me deslizaba una lágrima por la mejilla, y me la limpié con la yema de
los dedos. Sólo me quedaba una cosa por discutir con Jordan.
-¿Le
gustó? Estar con Zoe-aclaré-. ¿Le gustó? ¿Quiere… seguir como hasta hace unos
meses? ¿O es feliz así?
-A
ver… él no es feliz ahora porque cree que no te merece, pero no te voy a
mentir. Le gustó mientras lo hacía. Y se sintió una mierda en cuanto acabó. Es
como… cuando pruebas una droga. ¿Lo has hecho alguna vez?-preguntó, y negué con
la cabeza, con lo que Jordan asintió-. Guay. No lo hagas. Es una movida fea.
Pero… el caso es que cuando estás bajo los efectos, todo está de puta madre,
todo es la hostia y todo es genial. Pero en cuanto se te pasa todo, te pega un
bajón impresionante. Y piensas, “¿qué puta gilipollez acabo de hacer?” Pues en
ese plan está ahora Alec. Pensando qué puta gilipollez acaba de hacer.
-Sé
que no tengo ningún derecho a pedírselo, ni a pedirte a ti que se lo pidas,
pero…-Jordan esperó, paciente-. ¿Podrías… por favor… decirle que no se líe más
con Zoe?-se mordió el labio para contener una sonrisa y bajó la mirada, con sus
manos entrelazadas, los codos en sus rodillas separadas-. Ya sé que estoy
siendo una egoísta porque no hago más que pedir y pedir y pedir sin concederle
nada, pero… le di permiso con la esperanza de que no hiciera nada. No puedo
reprocharle nada de lo que ha hecho, porque él lo ha hecho todo bien, pero… Zoe
me cae bien. Es una buena chica. No quiero que Alec…
-No
te preocupes-Jordan levantó la cabeza, sonriente-. Ni siquiera necesito
decírselo. No va a volver a hacerlo, Saab.
-¿Estás
seguro?-Jordan rió por lo bajo, se tocó la nariz y asintió con la cabeza.
-Sí.
¿No te lo han dicho tu hermano, o Tommy? Zoe me gusta-confesó-. Bueno, de
hecho, es más que gustarme. Me enamoré de ella como un puto gilipollas en el
segundo que la vi. Alec no va a tocarla. Ni dejará que nadie en todo Londres lo
haga. El soldado más eficaz del mundo, ¿recuerdas?-sonrió-. Él es así.
Intenté
controlar las mariposas en mi estómago, pero fue como tratar de detener las
mareas.
-Sí-concedí-.
Él es así-me levanté despacio, con la gracilidad de una emperatriz china, y me
limpié los vaqueros, que no tenía sucios. Me temblaban las manos y las
rodillas, y por un momento temí que mis piernas no pudieran sostenerme y
acabara cayéndome al suelo, pero no fue así.
Fiel
a su palabra, Jordan me acompañó a casa. No hablamos mucho durante el trayecto,
supongo que porque cada uno tenía sus propias cosas en las que pensar. Mentiría
si dijera que no me aliviaba que Jordan estuviera colado por Zoe, porque eso
significaba que estaba aún más vedada para Alec. No tenía en contra de la
americana ni nada por el estilo, pero pensar que Alec pudiera volver a liarse
con ella antes de que me diera tiempo a hablar con él conseguiría que no
durmiera por las noches. Por suerte, ella estaba fuera de la zona de peligro, y
confiaba en que tanto Pauline como Chrissy se negarían a acostarse con él si
acudía a ellas. Me haría daño de todos modos que Alec buscara a otra chica,
pero si volvía a estar con una que yo no conociera, no lo resistiría.
Jordan
declinó la oferta de mis padres de pasar a tomar algo; saludó a Scott y también
le rechazó una partida a un videojuego nuevo que acababa de descargarse, y con
una simple mirada que lo dijo todo, se despidió de mí. Con esa mirada recordé
nuestra conversación íntegra, como si la estuviera viendo en una película
acelerada a máxima velocidad y diez minutos no
fueran más que una décima de segundo, un fotograma que destellaba ante
ti y, antes de que tus ojos pudieran procesarlo, ya había dado paso al
siguiente. Había algo que tenía que tratar con Alec con más urgencia incluso
que nuestra relación: sus fetiches sexuales. Por desgracia, allí estaba
completamente sola, pues no me atrevía a preguntarle a mi hermano sobre las
cosas que hacía en la cama con Eleanor o con otras chicas; con Tommy, más de lo
mismo; y con Jordan no tenía ni la confianza suficiente ni él poseía la
experiencia que yo. Por cosas que les había escuchado a los chicos en la
habitación de mi hermano antes de que yo empezara con Alec, sabía que Jordan
era virgen, y sinceramente, la opinión de un chico cuya única experiencia
sexual proviene de la masturbación y de las páginas porno que visita con
asiduidad no tenía mucho peso para mí, incluso en esas circunstancias.
Momo
y mis amigas ya estaban al corriente de lo que había pasado y tampoco podían asesorarme,
pues yo era de lejos la que más versada estaba en el tema. Tampoco podía acudir
a Eleanor por la relación que tenía con mi hermano (aunque esperaba que ese
pudor se evaporara pronto), así que sólo me quedaba una persona a la que
recurrir. Diana.
Me
saqué del móvil del bolsillo de los vaqueros y, tras ignorar un mensaje de Alec
en el que me respondía a algo que le había escrito por la mañana, toqué uno que
me había enviado Diana en el que me invitaba (o más bien ordenaba) a que la llamara cuando hubiera terminado de hablar con
Jordan. Subí a mi habitación, cerré la puerta, me senté a lo indio sobre el
edredón y toqué el icono de la cámara bajo su nombre. Necesitaba verle la cara.
Si no iba a su casa para hablar con ella, era porque mi hermano haría
demasiadas preguntas, y no me apetecía responder. ¿Cómo podría?
Tras
un par de toques en los que llegué a desesperarme, finalmente la cara de Diana
apareció invadiendo la pantalla de mi teléfono. Me dedicó una sonrisa
blanquísima, llena de dientes.
-Hola,
Saab-sonrió, tumbándose sobre su vientre y colocando lo que supuse que sería su
portátil en la almohada. Llevaba puesta una camiseta que le quedaba grande,
seguramente de Tommy, y nada más. Tenía el pelo alborotado, la piel brillante y
los ojos chispeantes.
-Uy.
No pretendía interrumpir…
-¡No,
no! No interrumpes. Zoe está duchándose, y Tommy se va ya-como si ése fuera su
pie, Tommy apareció en una esquina de la pantalla, por encima del hombro de
Diana, con la espalda al descubierto y subiéndose unos pantalones. Diana se
giró para mirarle el culo descaradamente, y se mordió la uña del pulgar ante
tan genial espectáculo-. Hay que aprovechar-comentó en voz baja, más para mí
que para ella, incorporándose y dándole un azote a Tommy, que dio un brinco y la
miró a ella primero, y al ordenador después.
-¡Au!
Oye, ¿no estarás haciendo videollamada, eh, Diana? Joder… Sabrae, tápate los
ojos.
-No
tienes nada que Sabrae no haya visto ya-se cachondeó mientras yo los cerraba,
divertida.
-Ya
lo sé, pero es raro que vea cómo me visto. Es mi hermana pequeña.
-¿Es
que Eleanor y Scott no se han visto desnudos nunca?-preguntó Diana, arrugando
la nariz. Tommy, que se estaba subiendo la cremallera de los vaqueros, la miró
por debajo de sus cejas con la boca ligeramente entreabierta. Alzó una ceja y
Diana puso los ojos en blanco-. Me refiero a… antes de todo.
-Sí,
claro que sí, y yo a Sabrae. Pero, ¡joder! Nunca nos hemos visto después de
echar un polvo, ésa es la diferencia.
¿Me das mi camiseta?-pidió, extendiendo la mano.
-Ven
a buscarla-coqueteó Diana, y Tommy alzó las cejas, rió por lo bajo, y se
abalanzó sobre ella a besuquearla. Diana soltó una carcajada adorable.
-¿Os
apetece que os grabe y luego os pase el
sex tape?-me ofrecí, divertida. Tommy dejó de besarla, me miró, luego miró
a Diana y le dedicó una sonrisa seductora.
-Ni
lo sueñes. Quítate de encima. Los de Givenchy son unos estirados, y no pienso
perder un contrato millonario con ellos porque a ti te dé morbo que nos graben.
-Sabrae
nos guardaría el secreto-lloriqueó Tommy, sentándose al borde de la cama. Diana
puso los ojos en blanco y frunció el ceño en su dirección, divertida-. Tommy,
¿vas a quedarte ahí mucho rato?
-¿Por
qué? Estoy en mi casa.
-Sabrae
y yo queríamos un poco de intimidad.
-Oh,
así que, ¿no estoy invitado a la conversación?-Tommy miró al ordenador con
expresión herida, y yo me encogí de hombros.
-Vamos
a hablar de cosas de chicas.
-Yo
entiendo mucho de bolsos y maquillaje-espetó Tommy. Diana arrugó la nariz,
señaló la trampilla que conducía al piso inferior, y esperó a que Tommy se
levantara con un bufido-. Vale, vale. Pero no pienso decirle a Zoe que
estáis manteniendo una conversación
privada, así que si os interrumpe, es problema vuestro. Por cierto, Saab,
¿Jordan te acompañó a casa?-se cercioró Tommy, con medio cuerpo ya devorado por
la trampilla. Asentí con la cabeza y le dije que su amigo tenía palabra-. Bien,
porque si no, lo mato-sentenció, y se quedó allí plantado. Diana y yo esperamos
a que se fuera y él levantó las manos-. Ah, sí, claro, es verdad. No soy bien
recibido en mi propia casa, con mi
propio wifi-bufó, sacudiendo la cabeza-. Venga, hasta luego.
Se
marchó dando un sonoro portazo que hizo que Diana se riera por lo bajo.
-Creo
que te va a costar caro que te perdone.
-Quizá
baje sin bragas a cenar, a ver si así se siente más indulgente-comentó, y se
dejó caer con energía sobre su cama-. Bueno, cuéntame. ¿Cómo ha ido la
conversación con Jordan? Tienes bastante buena cara. ¿Has conseguido solucionar
algo?
-Pues
sí. Resulta que ya sé por qué Alec está tan raro y tan distante conmigo-Diana
arqueó las cejas. Se echó el pelo sobre los hombros. Carraspeé. Ella parpadeó.
Yo me mordí el labio.
-Bueno-reflexionó-.
Eso supone tener gran parte del camino recorrido, ¿no? ¿Qué es? Quizá pueda
ayudarte. A no ser, claro, que sea una intimidad. En ese caso, entenderé si te
sientes incómoda y prefieres no contármelo. Necesitas tu espacio, y yo lo
respeto. A fin de cuentas, no hace más que unos meses que nos
conocemos-comentó, algo triste, y yo negué con la cabeza.
-Diana,
¿qué dices? Lo que me has dicho esta tarde es mutuo. Yo también te considero
como una hermana. Para mí ya eres de la familia-Diana sonrió-. Es sólo que…
mira, no sé muy bien cómo afrontarlo, así que intentaré ser lo más directa
posible. Durante el fin de semana… mientras estábamos, ya sabes, dale que te
pego… pasó algo que ha hecho que Alec se replantee toda nuestra relación.
-¡Ah!-Diana
dio una palmada-. ¡Ya entiendo! Les pasa a muchos chicos, no te
preocupes-fruncí el ceño.
-¿En
serio?
-Sí.
A ver, a nosotras se nos va un poco las manos, y ellos tienen tanto vicio con
la penetración que, bueno, tarde o temprano se te acaba pasando por la cabeza
que, si ellos tienen el punto G en el ano, puede que les guste el sexo anal
pero siendo ellos los penetrados, en
lugar de los que penetran. Eso no significa nada. Es decir, que se replanteen
su sexualidad está bien, pero no tiene que ver que seas gay con que te guste
que te metan cosas por el…
-Eh…
creo que estamos en sintonías diferentes, Didi.
-¿En
serio?-frunció el ceño y yo asentí-. Vaya. Creía que… ¿ya habéis pasado por
eso?
-La
verdad es que nunca se me había ocurrido que intercambiáramos los papeles. No
sé si a Alec le gustaría. Es muy… macho-arrugué la nariz.
-Cariño,
todos son “muy machos” hasta que les haces correrse en medio minuto. Entonces,
tienes que esconder a conciencia todos los pepinos que tengas por casa-solté
una sonora risotada y Diana sonrió-. Vale, pues si no es eso, ¿te importaría
decirme qué es lo que os ha pasado en la cama para que ahora Alec decida que
quiere ser como una abeja de nuevo, y volver a ir de flor en flor?
-Verás…
el caso es que, mientras estábamos en plena faena, él me… pues… eh…-me pasé una
mano por la nuca, la dejé ahí reposando un momento, y cerré los ojos en busca
de las palabras adecuadas. Me dije a mí misma que no pasaba nada, que Diana no
iba a juzgarnos ni a escandalizarse; había hecho cosas suficientes para que un
simple estrangulamiento no la asustara, pero yo quería que entendiera que la
situación podía ser grave, sin condicionarla a que me dijera que me alejara de
él porque pensara que era eso lo que yo buscaba-. Alec… me cogió del cuello.
Diana
asintió lentamente con la cabeza, esperando que la pusiera un poco más en situación.
Me atusé los rizos y me mordí el labio.
-Sí…
es eso. Alec me estranguló.
-Vale…
¿y a ti te gustó?
-No
mucho, la verdad.
Diana
tomó aire y lo soltó muy despacio.
-Mira,
Saab, tienes que tener muy claro que por mucho que te guste un chico, y por muy
mayor que sea y muy bueno que esté y muy guay que te parezca, no estás obligada
a absolutamente nada con él. Lo
principal durante el sexo es que estés cómoda, y si hay algo que no te gusta,
tienes que decírselo. Y él tiene que parar. No, no “tiene”… debe parar. Y si no lo hace, es que es
un hijo de puta-sentenció-. Y no deberías tenerlo a menos de un kilómetro. ¿Me
has entendido?
-Didi,
Alec paró en cuanto notó que no me gustaba. No es por eso por lo que estamos
mal.
-Oh.
Bueno. Bien. No me esperaba menos de él-Diana se cruzó de brazos-. Pero,
entonces, ¿qué es lo que pasa? No lo entiendo. Vale, él intentó estrangularte,
a ti no te gustó, así que paró, y santas pascuas. ¿Cuál es el problema?
-Creo
que el contexto. Estaba siendo un polvo muy guarro. Alec jamás me había follado
así. Y a mí me… me gustó-reconocí, poniéndome colorada-. Me gustó mucho. Me
trató con rudeza, como si no le importara, como…-dejé la frase en el aire, pero
Diana la completó.
-Como
si fueras una puta a la que le hubiera pagado para desfogarse, ¿no?
-Sí.
Una a la que le hubiera pagado mucho para
desfogarse muchísimo. Y a mí me
encantó. Tuve uno de los orgasmos más intensos de mi vida. Jamás le había visto
así, tan salvaje, tan desinhibido. Siempre me tiene un poco entre algodones,
¿sabes? Siempre soy yo la que manda. Y me gusta que, de vez en cuando, quien
lleve la voz cantante sea él-me estremecí al recordar cómo se había follado mi
boca, cómo me había agarrado y me había tirado sobre la cama y me había
penetrado como si aquella fuera la última hora de nuestras vidas y se hubiera
propuesto que los dos tuviéramos mil orgasmos-. El problema es que a él le
impactó muchísimo todo. Es decir... ya había sido rudo otras veces, pero no
tanto. Creo que no hemos pasado una noche juntos sin que me dé algún azote,
¿sabes? Todo consentido, por supuesto. Me gusta que me pegue y que me diga
guarradas mientras follamos, y a él le gusta hacerlo, pero… lo del
estrangulamiento se le vino grande. Está preocupado desde entonces. Verás, él…
tuvo una infancia muy dura-Diana parpadeó-. Lo que te voy a contar, él me lo ha
contado hace muy poco, así que por favor, no le digas a nadie que lo sabes,
¿vale?
-Por
supuesto.
-Resulta
que su padre maltrataba a su madre. Maltrato de manual. Creo que hasta casi la
mata varias veces. Si fue intencional o accidental, no lo sé, pero Alec tiene
eso muy grabado, como es natural. Y no quiere… creo que le da miedo reproducir
sus traumas conmigo. Supongo que por eso nunca pierde el control del todo.
Siempre que lo habíamos hecho antes, se había preocupado de que estaba bien.
Incluso cuando me llamaba de todo menos bonita y me dejaba las manos marcadas
en las nalgas, me miraba como si fuera lo más valioso y lo más delicado del
mundo. Se preocupaba por mí. Que yo estuviera cómoda siempre fue la prioridad.
Hasta esa noche. Y creo que él se está martirizando pensando en que, si la
primera vez que pierde el control ya es así, cómo será la segunda, y la
tercera. Y yo… la verdad es que me asustó. No te voy a engañar, Didi. No me lo
esperaba y de repente me sentí como muy… desprotegida. Sé que él jamás me haría
daño, pero en ese instante, estaba a su merced, y yo…
-Tienes
que contárselo a tu madre-sentenció Diana, y yo la miré.
-Pero,
Diana…
-No
quiero decirte que no pasa nada cuando puede ser algo grave, Sabrae. Yo nunca
he estado con el mismo chico más de una semana. No puedo decirte si esto es el
principio de algo o simplemente estáis haciendo una montaña de un grano de
arena.
-Yo
sólo quiero saber si tú… si alguna vez te ha pasado.
-Créeme,
Sher te puede aconsejar mejor que yo. No deberías tomarme como ejemplo en lo
que a sexo se refiere-su semblante se ensombreció-. Si conocieras mi historial
al completo, sabrías que acudir a tu madre es la mejor opción.
-Pero…
dime una cosa, Didi, por favor. ¿Tommy te ha hecho eso alguna vez?-pregunté a
la desesperada, y Diana frunció los labios-. ¿Sí, o no?
-No-concedió
por fin, y yo sentí que perdía pie. El suelo bajo mis pies se desmoronaba, y
estaba en ese instante de confusa ingravidez que hace que te lo replantees
absolutamente todo. ¿Se equivocaba Newton? ¿Y si mi mundo no se rige por las
leyes de la física, improrrogables para el resto del universo?-. Pero otros
chicos sí-añadió-, y, que yo sepa, ninguno tenía el pasado que tiene Alec. Así
que no sé qué decirte, porque no quiero que me uses de excusa ni que te nuble
el juicio, pero…
-Yo
sólo quiero tu opinión, Didi.
-Prométeme
que lo hablarás con tu madre-ordenó.
-Pero…
-Prométemelo,
Sabrae. Tienes una madre presente-me recordó, y la amargura tiñó su voz-. Una
madre que no te manda al otro extremo del océano para que otros se ocupen de
ti. Una madre a la que puedes acudir. Pídele consejo, por todas las que no
podemos. Prométemelo-insistió, y vi que sus ojos se habían empañado. Asentí con
la cabeza y dije que se lo prometía-. Bien. No creo que sea cosa de Alec y de
su relación con su padre, pero nunca está de más pedir la opinión de alguien
que lo conoce más que yo, y que te conoce incluso mejor que tú misma. Por eso
tienes que hablarlo con tu madre. Mira, a mí nunca me ha preocupado que los
chicos me traten mal: hasta que no llegó Tommy, para mí no eran más que
pasatiempos con los que saciar mi apetito, y si me trataban mal, simplemente no
volvía a abrirme de piernas para ellos, y ya estaba. O yo les hacía sentir
peor. Ningún chico en toda la Costa Este puede presumir de que se haya corrido
dentro de mí, o sobre mí, si yo no me corrí con él antes. Yo era una auténtica
zorra en Nueva York-esbozó una sonrisa oscura, perdida en sus recuerdos-. Pero
no podría ser esa zorra con Tommy-meditó, y bajó la mirada-. Por eso tienes que
hablarlo con Sher. Alec es tu Tommy. Tienes que saber si es bueno que se lo
pases o no. A los chicos les gusta llevar la voz cantante; que Alec no lo haya
hecho hasta ahora denota lo mucho que te quiere, y más aún, lo que te respeta.
Si es la primera vez que te pasa, y necesitas hablarlo para decidir si quieres
seguir, o no, ¿con quién mejor que con Sherezade? Ella lleva 18 años en una
relación. Sabe cómo funcionan mejor que yo. De hecho-Diana se echó a reír-. ¡No
sé por qué me pides consejo a mí! Tú has tenido novios antes; yo, por el
contrario, estoy con el primero. Si alguien sabe de chicos-sonrió Diana,
doblando una pierna y apoyando el brazo sobre la rodilla mientras alzaba una
ceja como un personaje de una serie cómica con risas enlatadas de fondo-, ésa
es la mujer de Zayn Malik.
Seguro
que a mamá le habría hecho gracia el tono con el que Diana dijo eso, al igual
que la frase en sí, y puede que con eso tuviera que bastarme para acudir a
ella, pero una parte de mí se resistía, incluso mientras me ocupaba de los baklava que había decidido hacer esa
tarde, al día siguiente de hablar con Jordan y Diana, para que mamá me diera su
opinión. No sabía cómo afrontar la conversación, ni cómo empezarla, ni cómo
sobreviviría si mamá se preocupaba por lo que estaba a punto de contarle y me
decía que debía cortar inmediatamente con Alec.
Pero
era mi madre. Ella me quería. Quería lo mejor para mí, que fuera feliz a largo
plazo, con alguien que me hiciera soñar despierta en lugar de vivir una
pesadilla. Eso me repetí mientras los sacaba del horno y los espolvoreaba con
un poco de azúcar, el truco que mamá me había enseñado para que quedaran aún
más dulces y deliciosos. Los coloqué cuidadosamente en una bandeja para
subírselos a su despacho, y cuando me volví, me encontré a papá, Shasha y Duna,
asomados a la puerta de la cocina, como un tiki
generacional perfectamente esculpido. Me di cuenta de lo mucho que se
parecían mis hermanas a mi padre, y de lo mucho que yo me parecía a él
psicológicamente: los dos éramos artistas, uno con más suerte que la otra, y
los dos dudábamos, de vez en cuando, de nuestros talentos.
-¿Has
hecho baklava?-preguntó papá,
esbozando una sonrisa radiante que había conquistado a toda la industria
musical. Mis hermanas imitaron esa sonrisa, y la sensación de que estaba
contemplando un tiki se reforzó.
-Sí,
pero son para mamá-respondí, alzando la mandíbula y recogiendo la bandeja.
-Yo
te escribí una canción, niña-me recordó papá, severo, y tuve que dejar que
asaltaran la bandeja antes de subir las escaleras y quedarme plantada frente a
la puerta del despacho de mamá. La escuché teclear en su ordenador mientras
hablaba por teléfono con alguien, seguramente una de sus compañeras de
despacho. Durante un instante, titubeé. Las horas de trabajo de mamá eran
sagradas, y de la misma manera que a mí me dejaba hacer los deberes sin
molestarme, yo no me sentía con derecho a interrumpirla cuando estaba liada. Si
cerraba la puerta de su despacho, era que se traía algo importante entre manos,
y yo no debería preocuparla con mis dramas amorosos.
No, me reprendí a mí misma, recordando
la cantidad de veces que mamá lo había dejado por mí o por mis hermanos. Ella
siempre nos recordaba que, ante todo, era nuestra madre; ése era su trabajo
principal y un papel que no dejaría de representar hasta que no abandonara la
tierra, el personaje que la había hecho saltar a la fama y al que le debía
acudir siempre a las reuniones del elenco cada vez que se convocaban. Llevo una hora trabajando, añadí,
recriminándome intentar escurrir el bulto a base de poner excusas. Lo cierto
era que me daba miedo lo que mamá pudiera decirme, pero de la misma manera que
tenía confianza con ella para preguntarle mis dudas, también debía contarle mis
problemas.
Había
depositado en mí la confianza suficiente como para no prohibirme hacer cosas
que otras madres puede que no consideraran “propias de mi edad”, porque sabía
que tenía la cabeza suficiente como para acudir a ella si me encontraba en una
situación que me superara, como aquélla. Y yo no debía traicionar esa
confianza.
Así
que tomé aire, di un paso al frente y llamé a la puerta.
-Espera…
¿sí?-preguntó mamá, y giré el pomo de la puerta. Me la encontré vestida con uno
de sus trajes preferidos, rojo pasión con una camiseta ceñida debajo que le
marcaba las curvas. Tenía el pelo suelto, aún seguía maquilada, y le colgaba el
cable de un auricular de la oreja: justo ahí estaba el micrófono con el que
mantenía la conversación telefónica. Mamá me dedicó una sonrisa radiante-.
Hola, cariño. ¿Vienes a hacerme una visita?-su sonrisa titiló un poco-. Con
Sabrae, Tinashe. Al contrario que tú, yo me ocupo de mis hijos-comentó con
cierto retintín, mientras me hacía un gesto con la mano para que entrara en el
despacho.
-He
hecho baklava-anuncié, depositando la
bandeja sobre su escritorio-. Y te he subido unos cuantos antes de que papá y
las chicas se lo coman. No creo que Scott pueda llegar a probarlos-mi hermano,
para variar, había quedado con sus amigos y se había ido de casa nada más
comer. Ni siquiera había lavado los platos, cosa que se suponía que era tarea
suya durante esa semana, pero como el calendario de tareas era mensual, aún no
habíamos podido incluir la variable de la expulsión de Scott en la ecuación,
así que todo estaba un poco en el aire. Además, él hacía todas mis tareas
durante la mañana, así que no me sentía con derecho a quejarme.
-Qué
detalle, cariño. Muchas gracias-sonrió mamá, cogiendo uno con delicadeza y
llevándoselo a la boca. Cerró los ojos al morderlo, y al crujido que emitió el
pequeño dulce le acompañó un estremecimiento por su parte-. Mm. Delicioso. Mi
niñita, cómo me cuida-ronroneó, incorporándose y dándome un beso en la mejilla
mientras aún rumiaba el dulce. Cogió otro, se limpió las manos con un pañuelo
de papel, y volvió a sentarse en su silla. Entrecerró los ojos y toqueteó la
pequeña barrita blanca en la que tenía el micrófono y el control de volumen-.
Llevo toda la semana echándole un vistazo a los informes que nos han filtrado
las becarias, Tin, y no le encuentro sentido a nada. Para mí que es puro papeleo, y lo han metido simplemente para
que perdamos el tiempo creyendo que podemos encontrar…-mamá volvió a mirarme,
parpadeó despacio y tocó la barrita para bajar el volumen-. Espera. ¿Te
encuentras bien, Sabrae?
Yo me
mordí el labio y cambié el peso del cuerpo de un pie a otro. No sabía cómo
decirle a mamá que necesitaba que ejerciera de madre antes que de abogada de la
élite. Los pingüinos del ártico la necesitaban, sí, pero yo la necesitaba más
directamente en ese momento. Y, sin embargo, no me sentía con derecho a
molestarla. Las palabras “¿puedes consolarme un momento, mamá?” simplemente se
enganchaban en mis dientes, y no conseguían atravesar mis labios.
Por
suerte, mamá lo notó.
-¿Qué
te pasa, tesoro?-tragué saliva para conseguir liberarme del nudo que me impedía
hablar, pero eso sólo consiguió apretarlo un poco más. Mamá descruzó las
piernas, haciendo que su tacón tintineara en el suelo-. Tinashe, te
dejo-sentenció, incorporándose. Esta noche le echo un vistazo y mañana seguimos
hablando, ¿vale?... de acuerdo, pues hasta mañana…-sonrió, echando mano de sus
auriculares-. Y tú. Hasta mañana-se lo sacó de la oreja, cerró la tapa del ordenador
y los dejó sobre éste-. Bueno, mi vida. ¿Qué te parece si me pongo ropa de
andar por casa mientras tú nos haces unos chocolates, y me cuentas lo que te
pasa mientras nos los tomamos envueltas en nuestros albornoces, mm?-sugirió.
-Pero…
¿no estás ocupada?
-Preferiría
vivir bajo un puente por ejercer demasiado de madre a tener un palacio sin
preocuparme por ti, mi vida-me acarició la mejilla y yo sonreí, asentí con la
cabeza, me incliné para darle un beso y corrí escaleras abajo. Diez minutos
después, estaba revolviendo el chocolate en un cazo con leche hirviendo cuando
mamá apareció por la cocina, enrollándose el nudo del albornoz rosa a juego con
su pijama de satén. Me pregunté si dormiría así con papá incluso en invierno, o
si se lo ponía nada más salir de la cama, porque dormían desnudos. Me pregunté
si Diana usaría esa ropa.
Y me
pregunté si la conversación que estaba a punto de mantener con mamá me
permitiría usarla algún día con Alec. Nada me gustaría más que levantarme un
buen día, con un pijama de ese estilo acariciándome la piel, y bajar a la
cocina sólo para encontrármelo a él sin camiseta, preparándonos el desayuno, en
una cocina que sería sólo nuestra. Por
favor, que no sea nada grave lo que nos está pasando.
Ya con nuestros chocolates, nos sentamos en el
sofá del salón, una frente a la otra, con una pierna doblada bajo nuestros
cuerpos y la otra estirada, en el suelo. Mamá revolvió el líquido con una
cuchara, sopló un poco, y le dio un sorbo. No tenía ni una gota de maquillaje
en la cara.
Papá
atravesó el salón en dirección a la habitación en la que hacía los graffitis y
también componía, y se detuvo en seco al vernos en plan tan solemne.
-¿Reunión
familiar?-preguntó, y mamá sacudió la cabeza.
-Sólo
vamos a tener una charla madre-hija-sonrió.
-Espero
que no te importe, papi-le puse ojitos, y él negó con la cabeza.
-No
te preocupes, peque.
-Te
queremos-ronroneó mamá.
-Y yo
a vosotras-respondió, abriendo la puerta de la sala de los graffitis y
colocándose unos auriculares inalámbricos en el oído-. Voy a escuchar música.
Si queréis algo, llamad a la puerta. O dadme un toque al móvil-y, sin más, nos
dejó de nuevo solas en el salón. Yo eché un vistazo al rincón visible de las
escaleras, temiendo que Duna o Shasha aparecieran por ellas. O, peor, que lo
hiciera Scott por la puerta que daba al vestíbulo.
-¿Prefieres
que hablemos en tu habitación? ¿O en la mía? Allí tendremos más
intimidad-sugirió mamá, y yo me sorprendí negando con la cabeza.
-No.
Ya te he mareado bastante-tamborileé con las uñas en la taza de cerámica e
inspiré hondo-. Mamá, ¿tú… alguna vez… has estado incómoda en la cama con algún
hombre?-quise saber-. ¿Con… papá, por ejemplo?
La
verdad es que me importaba más saber si papá había sido el que había ocasionado
esa incomodidad. Yo también había estado con chicos que no me habían tratado
precisamente como a una princesa, aunque por suerte jamás había estado con uno
que me hubiera faltado al respeto o hubiera sido muy desconsiderado. Claro que
yo tenía una lista de compañeros sexuales muy reducida; mamá, por el contrario,
estaba más versada en ese sentido. Se había acostado con muchos más hombres
antes de encontrar a papá.
Mamá
se inclinó ligeramente hacia mí, con el instinto maternal diciéndole que debía
proteger a su cachorrita.
-¿Qué
te pasa, mi amor?-había una preocupación controlada en su voz. No quería
alarmarme alarmándose demasiado, pero estaba claro que la conversación iba a
ser algo dura, al menos por su inicio-. ¿Te han hecho hacer algo que tú no
querías?-la dureza que tiñó su tono me hizo confiar en que no sería indulgente
con nadie que me hiciera daño, por mucho que ese alguien fuera Alec. A fin de
cuentas, por mucho que lo conociera desde pequeño, yo era su hija. Su papel de
madre sería siempre prioritario, incluso al de suegra encantada con el yerno
que le había tocado.
-Es
que… el otro día, en su casa, Alec hizo una cosa que no me gustó, pero… ya
está. Al menos, por mi parte. No le di demasiada importancia, pero él está
distante, y yo… la verdad es que no creo que sea para tanto. Pero como estoy
enamorada de él, y además, no tengo la experiencia que tiene él, realmente no
sé si es algo grave o si simplemente está preocupándose en exceso, como suele
hacer.
-Quieres
mi opinión-resumió mamá, asintiendo con la cabeza-. Está bien. ¿Qué pasó?
-Por
favor, no nos juzgues. Ni a él ni a mí. No quiero que lo que voy a contarte
cambie la percepción que tienes de nosotros, mamá.
-Eso
tendré que decidirlo en función de lo que vayas a contarme, Sabrae-respondió
con cierta severidad-. Pero tú siempre serás mi hija, y yo te querré siempre,
por mucho que me sorprenda las cosas que haces. De todas formas… estamos
hablando de sexo. Aunque seas mi niñita, sé que ya no eres una niña. No del
todo, al menos. Además… llevo casi 20 años casada. No creo que tú hayas probado
algo que yo no he hecho ya lo menos cien veces-sonrió, jugueteando con su
anillo de compromiso y su alianza de casada-. Pero, por favor, cuéntame.
-Pues
verás-dejé la taza sobre la mesa de los mandos y entrelacé los dedos para no
empezar a retorcerme las manos-. Nosotros… bueno, estábamos a nuestro rollo,
nos pusimos música, nos fuimos calentando poco a poco, y la cosa se nos fue de
las manos. En el buen sentido-me apresuré a explicar cuando mamá alzó una ceja,
perspicaz-. La cosa es que… a mí me… gusta… cuando…-empecé a tartamudear y me
puse colorada. Me ardía tanto la cara que me sorprendió que no se me prendiera
fuego el pelo.
Mamá
dio un sorbo de su taza y se relamió el chocolate que se le quedó en los
labios.
-Te
gusta que follar guarro de vez en cuando-comentó como quien habla del tiempo, y
al ver mi expresión de sorpresa, se echó a reír-. ¡Cariño, por favor! Me tiré a
un hombre al que conocía de hacía media hora en una fiesta en un barco, con la
música a todo trapo. Conozco la sensación de necesitar tanto desfogarte que
incluso necesitas que te hagan un poco de daño-me guiñó un ojo y yo suspiré.
-Es
que… una parte de mí me dice que está mal que me guste, ¿sabes? Que… no debería
dejarme llevar por el placer que me da que me dominen. No es muy feminista.
-Cariño,
si no fuera feminista, yo no habría parido al hijo de ese hombre nueve meses
después-mamá sonrió, arqueando las cejas-. El feminismo consiste en liberarte
para que tú puedas elegir todo en tu
vida. Eso incluye también la manera en que quieres disfrutar de tu sexualidad.
Además… que levante la mano la que no se pierda una manifestación feminista y
luego siempre folle despacio-comentó, aleteando con las pestañas en mi
dirección, dando otro sorbo de su chocolate-. Vale. Te gusta portarte mal de
vez en cuando, y que Alec se lo porte contigo. Sinceramente, no me parece nada
malo, ni por lo que debas preocuparte.
-Es
que hizo algo que puede ser un poco más que… portarse mal.
Mamá
asintió con la cabeza. Subió las dos piernas al sofá, sentada a lo indio.
-¿Qué
hizo?
-Me
agarró del cuello.
Mi
estómago se retorció de puro nerviosismo, y con razón. En cuanto hice esa
afirmación, los ojos de mi madre chispearon, perspicaces. Ya está, pensé. Acababa de sentenciar mi relación con Alec, y yo no
me había dado cuenta de que estaba herida de muerte desde que él hizo eso, tan
enamorada de él como estaba. Siempre había creído que él era el que menos
cordura tenía en la relación, pero después de ver la reacción de mi madre, ya
no estaba tan segura. Debería haberlo sabido; Diana me lo había advertido:
ningún chico que le hubiera hecho eso se preocupaba por ella, o dejaba de
tratarla como un objeto, así que ella hacía lo mismo con ellos. Las personas
que se quieren no se hacen daño de esa manera. Alec me daba azotes porque me
excitaba, pero que le excitara hacerme daño debería ser una luz roja.
Y lo
peor de todo es que yo le perdonaba. Por eso él se había alejado y no nos
permitía tener un final: porque yo me pasaría la vida escribiendo epílogos para
que la novela no se terminara nunca.
Es
por eso que enseguida me apresuré a añadir:
-Fue
muy respetuoso conmigo, y no me hizo nada. En cuanto yo le dije que me sentía
incómoda, paró, y desde entonces siempre se ha ocupado de hacer que yo
estuviera a gusto. Volvimos a acostarnos varias veces, y no volvió a repetirse.
Incluso tuvo más cuidado conmigo del que jamás había tenido, y eso que él
siempre ha sido muy atento-recordé nuestra primera vez, cómo me había empeñado
en meterme su miembro dentro a pesar de que yo sabía que iba a hacerme daño; cómo había echado la cabeza hacia
atrás, disfrutando del roce, y luego… luego se había dado cuenta de que yo no
disfrutaba, así que había renunciado a su placer por conseguir que yo me
sintiera a gusto y complacida. Se había arrodillado frente a mí, me había dado
placer con la boca como no lo había hecho ningún chico hasta entonces, y yo
había descubierto una faceta de él que jamás había creído posible: se
preocupaba. Se preocupaba muchísimo. Era
atento, bueno y gentil. Pero escondía algo oscuro en su interior, algo que
estaba luchando por salir. No era propio de él, y sin embargo, le era
inherente. Por eso había decidido que teníamos que terminar-. Pero ahora no
habla conmigo, y se está acostando con otras-los ojos de mi madre se
entrecerraron una milésima de segundo, buscando no preocuparme, pero
consiguiéndolo de todos modos-, y creo que lo hace para alejarme de él, pero…
yo no quiero que se aleje, ¿sabes, mamá? Porque seguro que te suena horrible y
estás de acuerdo con él, pero a mí no me parece para tanto, ¿sabes? Él cree que
es por su padre, pero yo creo que la influencia que ha tenido en él es nula,
así que no creo que deba juzgarse tantísimo-me quedé callada, buscando una
ventana por la que huir de aquel callejón sin salida al que había entrado sin
pretenderlo-. De todas formas, ¿a ti te ha pasado alguna vez?
Mamá
carraspeó. Y le costó empezar.
Porque,
hasta ahora, habíamos creído que Alec era para mí lo que papá era para ella.
Sin embargo, ahora, sabíamos que Alec era lo que el resto de chicos que no le
habían dado una familia. Alguien con quien pasar el rato, a quien querer mucho,
pero no el definitivo.
Y un
puñal helado se estaba clavando en mi corazón. Deseaba con todas mis fuerzas que
Alec fuera el definitivo.
-Mira,
Sabrae… en el sexo, no deberías hacer nada que te hiciera sentir incómoda, o
que incomodara a la otra persona. Eso, siempre. Una cosa es que cedas un poco
con cosas que no te importan, y a la otra persona le encantan, porque en eso se
basa vivir en pareja, pero creo que la comodidad es fundamental. Por supuesto
que he tenido compañeros sexuales-Dios, detestaba esa expresión, “compañeros
sexuales”. Era tan fría, tan distante- con los que no he estado a gusto.
Incluso con tu padre-reveló, torciendo la boca y rascándose una aleta de la
nariz, sumida en sus pensamientos-, porque nos gusta probar cosas nuevas, pero
siempre ha sido por la cosa que estábamos probando, ¿sabes? No por él. La
comunicación es fundamental, y creo que Alec la ha respetado. Que no lo esté
haciendo ahora no significa que no sea malo-meditó.
-Sí,
pero es que, a la vez, estoy preocupada porque no sé a qué atenerme. Parece que
ahora él no quiere saber nada de mí, o de lo que ha pasado, realmente, y…
claro, yo no sé si es que no le estoy dando la importancia que se merece porque
se trata de Alec, o si es Alec el que lo está sacando todo de quicio. No quiero
perderle, mam…-un ruido en mi costado me hizo callarme y girarme para mirar qué
era lo que se había caído. Abrí la boca, estupefacta, cuando me encontré a
Shasha pegada a la pared, sentada en las escaleras, con la mano suspendida en
el aire, tratando de alcanzar su teléfono, que se le había resbalado del
bolsillo de la sudadera.
-Shasha,
¿cuánto llevas ahí? No está bien escuchar las conversaciones ajenas, por mucho
que sea algo que puede que te suceda a ti. Pídele disculpas a tu hermana
inmediatamente-ordenó, y Shasha se sonrojó, se levantó, y desapareció un par de
segundos antes de volver a emerger por la puerta, visiblemente arrepentida, con
los hombros bajos y la cabeza gacha, un semblante de circunstancias pintado en
su cara.
-Es
que… quería ver si quedaban más baklava-explicó,
roja como un tomate-. Lo siento mucho, Saab.
A
modo de respuesta, abrí los brazos y negué con la cabeza. Shasha rodeó el sofá
para abrazarme, y cuando yo tiré de ella para tirarla encima de mí, ahogó una
exclamación y se aferró con más determinación a mis hombros. Puede que ella
fuera más alta que yo, pero yo era la hermana mayor, y me correspondía
consolarla. Así que le di la vuelta, le di un beso en la cabeza, y me quedé
mirando a mamá, diciéndole sin palabras que no me importaba que Shasha
escuchara nuestra conversación. Como ella había dicho, podría resultarle útil
en un futuro. Además, quería que la
oyera. Quizá aprendiera algo, y puede que yo cometiera los errores que yo, así
que no sufriría como lo estaba haciendo yo.
Mamá
se tocó los labios con dos dedos, pensativa. Sus ojos eran opacos, analizando
una realidad que a sus hijas les resultaba invisible. Frunció ligeramente el
ceño, llegando a una conclusión, y por fin, me miró.
-Cuando
dices que te cogió del cuello, ¿a qué te refieres, exactamente?-quiso saber-.
Sé específica, Sabrae. ¿Se estaba apoyando en ti, simplemente, o…?-dejó la
frase en el aire y yo asentí con la cabeza. Shasha me miraba desde abajo. Ella
estaba al corriente de lo que nos había pasado.
-Sí.
Me… estranguló.
Mi
hermana apretó los labios, pero no dijo nada. Mamá, por el contrario, asintió
con la cabeza.
-Creo
que ya sé qué pasa-murmuró, alcanzando el iPad con el que papá había estado
jugueteando mientras yo cocinaba-. Venid aquí, niñas.
Mientras
nos acurrucábamos a su lado, mamá abrió el navegador y tecleó siete letras.
Tanto Shasha como yo abrimos los ojos como platos cuando leímos lo que estaba a
punto de utilizar como palabra de búsqueda, y nos la quedamos mirando.
-No
quiero que volváis a meter esta palabra, ni otra que se le parezca, en ningún
buscador nunca más, ¿queda claro? Si
vamos a entrar ahora, es porque quiero enseñaros de qué pretendo protegeros.
¿Entendéis?
Tanto
Shasha como yo asentimos con la cabeza, mudas de asombro. Mamá asintió también,
presionó “buscar”, y entró en el primer resultado que el navegador volcó sobre
la palabra. Estuvimos casi media hora navegando por la web, Shasha y yo
calladas, absorbiéndolo todo, como a quien se le permite dar un paseo por la
ciudad prohibida de Pekín, mientras mamá nos mostraba los recovecos a los que,
esperaba, no volviéramos a recurrir. Creí que nos lo haría prometer, pero
después de que yo le ofreciera el dedo meñique instintivamente para sellarlo
con una promesa a la que vincularía mi vida, mamá simplemente bajó la tapa del
ordenador, comentó que ya éramos mayorcitas para saber las consecuencias de
nuestras acciones, y hundió sus ojos marrones, con motas doradas y verdes, en
los míos.
-Ahí
tienes mi opinión. Ahora, la decisión la tienes que tomar tú. Sea la que sea,
yo te apoyaré, igual que tu hermana-miró a Shasha, que asintió con decisión-, tu
hermano o tu padre. Es tu vida. Tú decides.
Nos
dispensó con un gesto de la mano que a todas luces significaba que podíamos
irnos, y tras darle sendos besos en la mejilla, Shasha y yo subimos a su
habitación. Nos sentamos en la cama para ver una serie, pero dejamos pasar diez
minutos frente a la pantalla sin elegir ningún episodio que ver, hasta que
finalmente mi hermana decidió romper el hielo.
-¿Qué
vas a hacer con Alec?
-¿Crees
que debería dejarle?
-Él
te hace feliz. Y no le tienes miedo-añadió-. Confías en él. Creo que eso es
importante.
-Sí,
lo es. Pero… no sé, Shash. Todo esto es tan complicado… no quiero que se aleje
de mí, pero por otro lado siento que él cree que es lo mejor para los dos. Y
estoy segura de que querrá que cortemos de buenas, y que intentemos ser amigos,
pero… yo no sé si estoy preparada para
ser amiga suya. Le quiero demasiado. Me dolería mucho tenerlo cerca, pero no
tanto como estoy acostumbrada.
Shasha
se hundió en la cama, torciendo la boca, con las cejas formando una montaña
cuya cúspide estaba en el espacio que había entre ellos.
-Es
un poco tonto, ¿eh? Todos los chicos lo son. ¡Y yo que pensaba que los de mi
clase lo eran porque estaban en la edad del pavo!-se echó a reír, y yo sólo
sonreí. Cuando terminó, Shasha se me quedó mirando, calculando la situación-. O
sea, que básicamente te ha puesto los cuernos con tu consentimiento porque cree
que es como su padre, pero resulta que sólo es un chico, ¿eh?
-Alec
no es “sólo un chico”-salí en defensa de él como una fiera, quizá con más
ímpetu del que debería, si teníamos en cuenta que estaba decidiendo si cortaba
con él o no. Shasha sonrió.
-¿Ves?
Ahí tienes tu respuesta. Yo creo que deberías luchar por él, incluso aunque
tenga que ser contra él. Por suerte para ti, tienes a toda una experta en líos
románticos, cortesía de las televisiones coreanas, que puede asesorarte en cómo
proceder. Estamos en una clarísima situación de “galán en apuros”-asintió con
la cabeza, convencida.
-¿Galán
en apuros? ¿Qué es eso?
-Es
cuando el protagonista del drama es más bueno que el pan, pero por vicisitudes
de la vida, hay algo que le hace pensar que es el malo de la película, y se
esfuerza en alejar a todo el que le importa para no poder hacerles daño. Sí.
Alec es un galán en apuros-Shasha asintió con la cabeza, pensativa-. Creo que
he visto en algún sitio esta historia de salir con otras chicas para que su
enamorada decida cortar. Aunque, personalmente, tenía mejor opinión de Alec.
Creía que le echaría cojones a la vida, y apechugaría con sus actos, en lugar
de forzarte a ti a dejarlo. No es típico de sus rasgos de personalidad, pero
supongo que todo el mundo puede sorprenderte, ¿mm?
-Vale,
tía lista, ¿y qué sugieres que haga? Porque Alec no me deja acercarme a él,
¿recuerdas? No voy a poder contarle todo lo que mamá me ha enseñado.
Shasha
inclinó la cabeza hacia un lado, sonriente.
-Muy
fácil: haces lo que hacen las protagonistas en estos casos: utilizar tus armas
de mujer.
-¿Mis
armas de…?-empecé a repetir, incrédula, y Shasha bajó la vista hasta cierto
rincón de mi cuerpo. Mi entrepierna. Yo también la bajé, y me quedé mirando el
espacio entre mis muslos, ahora cubierto por un pijama gordito que me hacía
sentir cómoda y calentita. Shasha y yo levantamos la mirada a la vez y nos
quedamos frente a frente, sus ojos reflejando los míos. Hice sobresalir el
labio inferior en el típico gesto de no
es mala idea.
-Podría funcionar. A fin de
cuentas, el sexo me ha metido en este lío, así que el sexo debería sacarme.
¿Eso es lo que hacen las protagonistas femeninas?
-Básicamente.
Suelen aliarse con el mejor amigo del galán en apuros, lo pillan desprevenido,
y lo ponen contra la espada y la pared. ¿Crees que podrás hacerlo?
-¿Que
si podré?-me eché a reír-. Cariño, no sabes la cantidad de veces que Alec me ha
puesto contra la pared. Ya es hora de que sea yo quien toma las riendas, por
una vez.
-¡Genial!
Vamos a prepararte para ir a la guerra-sentenció, cerrando la tapa de su
ordenador de un golpetazo y levantándose de un brinco. Me enganchó de la muñeca
y empezó a tirar de mí con rabia.
-¿Qué?
-¡Venga!
Tienes que prepararte, Saab. Vas a salir a matar esta noche-echó un vistazo por
la ventana y asintió con la cabeza, confirmando que ya se había escondido el
sol-. Te vas a vestir y a maquillar como lo que eres, y no le vas a dejar
escapatoria a Alec. ¡El pobre no sabe la que le espera!
-¿Y
qué se supone que soy, si puede saberse?-pregunté, dejando que Shasha me sacara
de la cama. Shasha alzó las cejas, se apartó un mechón de pelo de la cara con
elegancia, y constató:
-La
perra más mala de Inglaterra-dijo, como si fuera evidente-. Y vas a poner a ese
fuckboy en su sitio.
Me la
quedé mirando, pasmada. Jamás había escuchado a mi hermana hablar así. No solía
ser tan efusiva, y desde luego, nunca me había dado una frase de ese calibre,
digna de finalizar un capítulo de Gossip
Girl.
Entonces, Shasha volvió a ser la que había
sido siempre. Aplaudió con entusiasmo, riéndose, y me agarró de nuevo del
brazo.
-¡Vamos,
vamos! Siempre he querido hacer un desfile improvisado de ropa para matar.
Tengo clarísimo qué tienes que ponerte…
A
pesar de que mi hermana no se maquillaba para salir aún (era demasiado pequeña,
aunque sí que habíamos trasteado juntas de vez en cuando con las sombras de
mamá cuando ella no estaba en casa para detenernos), supo indicarme exactamente
cómo tenía que maquillarme, y también vestirme, para la ocasión. Trajo de su
armario una sudadera blanca con rombos azules, amarillos y rosas en las mangas,
que me quedaba grande lo miraras por donde lo miraras. Además, no la había
estrenado.
-Shash,
no sé si es buena idea que me ponga…
-¡Tonterías!
Te quedará genial-sentenció, quitándome el albornoz-. Serás como esos asesinos
de élite que visten siempre de punta en blanco, porque son tan buenos que no se
manchan ni de una gota de sangre aunque descuarticen ocho cadáveres-comentó,
sonriente.
-Creo
que debería decirles a papá y a mamá que te
activen el control parental en la cuenta de Netflix-musité mientras me
abrochaba el sujetador y me pasaba los brazos por una camisa blanca que me
había puesto en un total de dos ocasiones con anterioridad. Shasha me pasó su
sudadera por la cabeza y trotó a la habitación de mamá, para regresar con unas
botas de tacón violetas, tan altas que me llegaban a los muslos, muy parecidas
a las que había llevado Leigh-Anne de Little Mix en el vídeo de Power. Las miré con desconfianza cuando
me las tendió-. Shasha, voy a hacer creer a Alec que quiero cortar con él, no a
protagonizar el vídeo debut de una girlband.
Mi
hermana entrecerró los ojos de una forma tan amenazante que ni siquiera
necesitó abrir la boca. Me enfundé las botas y la sudadera y me senté frente al
tocador de mi habitación, con mi mejor paleta de sombras abierta frente a mí.
Shasha esparció todos mis productos de maquillaje en la superficie plana del
mueble mientras yo coloreaba mis párpados del mismo tono violeta que mis botas.
Mientras me iba transformando en una diva en el espejo, una idea tomó forma en
mi cabeza. Shasha me tendió un pincel para que me delineara los ojos, pero yo
negué con la cabeza.
-Lo
haré con un lápiz. Ése no es waterproof.
-¿Es
que piensas echarte a llorar?-espetó mi hermana, sorprendida.
-No
voy a echarme a llorar, listilla. Pienso sentarme encima de él y hacerle
cambiar de idea a base de montarlo como si fuera un potro salvaje-respondí, y
me di cuenta entonces de que Duna se había asomado a mi puerta y ahora estaba
entrando en mi habitación.
-¿Estáis
jugando a ser modelos y no me habéis avisado?
-Sabrae
va a asustar a Alec.
-¿Y
por qué no se está vistiendo de zombie?-quiso saber Duna, asomándose al espejo.
-Buena
pregunta-respondió Shasha, cogiendo el lápiz de ojos antes de que lo alcanzara
yo-. No, Sabrae. No vas a poder hacerte una raya fina, y como te hagas un
difuminado, te va a quedar fatal.
-¿Que
no puedo…? Mira y aprende, mocosa-sentencié, arrebatándole el lápiz, sacándole
punta y haciendo la raya más fina que había dibujado en mi vida. Ni a Diana la
habían maquillado así de bien. Me eché un poco de gloss en los labios y lo escondí antes de que Duna lo enganchara y
se lo echara por toda la cara. Me volví hacia mis hermanas-. ¿Cómo estoy?
-Guapísima-celebró
Duna, brincando y dando palmadas. Shasha asintió con la cabeza, aprobadora.
-Puede
que no vengan de ninguna película de miedo a cogerte como monstruo principal,
después de todo-comentó.
-¿Puedo
ir contigo, Saab? ¡Me chiflan los sustos! Y seguro que Alec está guapísimo
hasta asustado-ronroneó Duna, tumbada en el suelo, balanceando sus piececitos
en el aire y escudriñando el cielo con expresión soñadora.
-No.
Hay sustos que tengo que dar yo sola, Dundun.
-Pero,
¿¡por qué!?-bramó mi hermana, furiosa-. ¡Quiero ver a Alec! ¡Hace mucho que no
la traes por casa! ¡Te odio! ¡Egoísta! ¡Apaciguadora!
-Se
dice “acaparadora”, Dun-rió Shasha.
-Intentaré
traerlo para la hora de acostarse y que te dé un besito de buenas noches,
¿vale?-inquirí, acuclillándome frente a mi hermana.
-Vale-cedió
cual corderito. Me eché a reír, le di un beso en la mejilla, comprobé que no le
había dejado ni una gotita de maquillaje en la cara, miré a Shasha y le guiñé
un ojo.
-No
es a mí a quien tienes que seducir, sino a Alec, chula.
-A
Alec ya lo tengo seducido, guapa.
Cogí
mi móvil, lo metí en el bolso, y troté escaleras abajo. Me asomé a una de las
estancias contiguas del comedor, donde mamá estaba haciendo yoga.
-Me
voy, mamá.
-¿A
casa de Alec?-preguntó, cabeza abajo, con las piernas en el aire.
-Sí.
-¿Vas
a venir para cenar?
-A
ver, mamá… Alec es rápido, pero no tanto-me burlé, y mamá sonrió.
-Entonces,
¿has tomado una decisión?
-Sí.
Voy a seguir con él.
-¿Y
él contigo?
-Después
de esta tarde, no le va a quedar más remedio-volví a reírme, y mamá sonrió.
-Dile
a tu padre que te acompañe. Así tiene una excusa para ir a ver a Louis y que le
diga que la canción que ha escrito esta semana no es “una putísima mierda”,
como él dice.
Papá
caminó más despacio que yo a pesar de que yo iba en tacones, aunque creo que lo
hizo a propósito. No sé por qué, pero todas las figuras paternas que tengo en
mi vida intentan por todos los medios sacarme de quicio. Aunque, por suerte,
Scott no andaba cerca, porque si no, mi hermano me habría obligado a seguir la
ruta más larga, sólo por fastidiarme. Eso sí, habría sido bueno y, cuando me
hubiera quejado de que me dolían los pies, me habría llevado a caballito.
Estaba
preparada para coger a Trufas en
brazos en cuanto se abriera la puerta, y el conejito no me decepcionó.
Entusiasmadísimo con mi llegada, bajó derrapando las escaleras nada más oír mi
voz, y de un salto que bien podría haber llegado a las olimpiadas, se hizo un
hueco en mi regazo y se acurrucó contra él, pegando tanto las orejas al lomo
que se volvió completamente aerodinámico.
-¡Saab!-festejó
Annie, ilusionada por mi llegada-. ¡Qué sorpresa! Alec no me había dicho que
ibas a venir.
-Es
que no lo sabe. Está trabajando, ¿verdad?-cuando mi suegra negó con la cabeza,
me dije a mí misma que tendría que estar muy atenta para meterme en el papel de
perra mala cuando lo escuchara llegar; no tendría la guía de su moto.
-¿Quieres
tomar algo, Zayn?
-De
hecho, me voy ya, pero gracias, Annie. Estoy de repartidor oficial-comentó mi
padre mientras yo atravesaba el recibidor y me quedaba al pie de las escaleras.
Mimi se asomó a la cocina para ver a qué se debía el alboroto, y cuando me vio,
esbozó una sonrisa oscura, dio un sorbo de su batido, y se sacó el móvil del
bolsillo, seguramente a punto de contarle a Eleanor que me había presentado en
su casa, y que muy pronto habría un jugoso cotilleo nuevo-. Tengo que ir a ver
a Louis; Niall está tocando los huevos otra vez con que quiere hacer gira, y ya
estamos escribiendo de nuevo.
-¿Los
cinco juntos? ¡Qué bien! Tus fans estarán encantadas.
-Bueno,
las que no se pegan con las del resto de los chicos-papá se echó a reír.
-Seguro
que no es para tanto. A fin de cuentas, sois amigos…-comentó Annie, y mientras
mi padre y ella seguían charlando, yo me escabullí en dirección a la habitación
de Alec. Dejé a Trufas en el suelo y
procuré no caerme cuando empezó a frotarse contra mis pies, exigiendo mimos. Me
senté a los pies de la cama, saqué el móvil de mi bolso y miré la hora. No
debía de faltar mucho para que Alec llegara; enseguida cenarían.
Trufas me puso una patita encima de la
pantalla del teléfono, como diciendo “adórame, humana”, y yo me entretuve con
él. Acariciarle las orejas a un conejito es terapéutico. Más tranquila,
sabiendo que todo dependía del paso del tiempo y nada más, me dediqué a ultimar
mi plan.
Se me
aceleró el corazón cuando escuché a alguien subiendo las escaleras, pero se
trataba de Annie.
-¿Te
quedas a cenar, Sabrae?
-Sí-asentí
con la cabeza-, pero eso tu hijo no lo sabe. Ah, Annie-añadí cuando ésta hizo
amago de marcharse-. No te preocupes si nos oyes discutir a gritos. He venido a
resolver una cosa con Alec, y ya sabes cómo somos los dos-puse los ojos en
blanco, y Annie me imitó.
-Descuida,
querida. Sé lo que tengo en casa. Si se pasa contigo, tienes mi permiso para
darle una bofetada.
-No
lo necesitaba, pero gracias por dármelo-me carcajeé, y Annie también se rió.
Volvió a bajar las escaleras y encendió la televisión del salón.
Un
rato después, Trufas saltó de mi
regazo y salió escopetado de la habitación de Alec. Escuché un nuevo par de
pasos, más enérgicos que los demás, atravesando el piso inferior. Me puse en
pie y contuve le aliento, con el corazón latiéndome a mil por hora. Reconocería
el caminar de Alec en cualquier parte.
Al
otro lado de la pared, Mimi abrió la puerta de su habitación.
-Trufas, ven-ordenó, y después de que el
animal se reuniera con ella, dio un fortísimo portazo.
-¿No
te alegras de verme, Mary Elizabeth?-se burló Alec en tono cruel.
-¡Vete
a la mierda!
Alec
se echó a reír, y apareció por la puerta de su habitación negando con la
cabeza. Yo me crucé de brazos, y disfruté de cómo se detenía en seco y me
analizaba como si tuviera que reproducirme para sus lecciones de arte.
Se me
comió con los ojos, cada centímetro de mi cuerpo. Y yo hice lo mismo. Sus
zapatillas de deporte, sus pantalones de chándal, su entrepierna (ñam), su cintura, sus abdominales, sus
pectorales, sus hombros, su mandíbula, sus ojos, y su pelo. Todo él estaba
hecho para tentarme, y yo no soy de las que se resisten, sino más bien de las
que se entregan con todo lo que tienen.
Que te crees tú que voy a dejarte ir porque
te da por pensar que no eres bueno para mí, le dije con la mirada, alzando
una ceja, mientras Alec decidía dónde me follaba primero: si contra la pared,
en el suelo, o en su cama. Voy a sacarte
de ese cascarón de niñato chulo aunque sea lo último que haga en esta vida.
-Esto me suena-soltó con
prepotencia, todo lo cerca que podía del Alec que había sido hacía unos meses.
Yo levanté la mandíbula.
-¿De
veras?-ronroneé como una gatita, altiva, todo lo cerca que pude de la Sabrae
que había sido hacía unos meses. Me contoneé hacia él y Alec tuvo que
controlarse para no arrancarme la ropa a bocados-. Pues a ver si te suena
esto-le di una patada a la puerta para cerrarla. Había empezado la función.
¿Quieres cortar?-lo atravesé con la mirada, todo lo cerca que pude de la Sabrae
que había sido hacía unos meses-. Porque, si es así, quiero mi polvo de
despedida. Para que te acuerdes toda tu puta vida de lo que tenías, y dejaste
escapar.
Alec
se me quedó mirando, sin aliento, luchando contra un millón de fuerzas que le
decían que eso no era buena idea, y una única fuerza, la más poderosa de todas,
que le decía que tomara todo lo que pudiera de mí y recapacitara. Todo lo cerca
que podía del Alec que había sido hacía unos meses.
El
Alec que había sido hacía unos meses me habría saqueado sin más. Y la Sabrae
que había sido hacía unos meses habría echado un polvo de despedida, y luego se
habría marchado.
Pero
había un problema: esas dos personas habían muerto. En su lugar, estábamos
nosotros. Atrayéndonos como dos imanes de polaridad invertida, destinados y
condenados por igual a estar juntos.
Sólo
tenía que hacérselo entender. Y donde no podrían las palabras, quien hablaría
sería mi cuerpo.
Sabrae dio un último paso hacia mí, de manera que su cuerpo
quedó pegado al mío. Sentía su respiración impactar contra mi pecho,
moldeándolo igual que unas olas a un acantilado. En sus ojos había
determinación, decepción, pero también un amor incondicional que yo sabía que
no me merecía. Quise levantar la mano, acariciarle la mejilla, pasar los dedos
por sus labios deliciosos una última vez, pero mi cuerpo no me respondía.
Es el final. Es verdaderamente el final.
-Con Hugo no lo tuve-comentó
en voz más baja, pues su cercanía nos permitía un tono más íntimo-, pero tú me
importas lo suficiente como para buscarlo.
Tragué
saliva y asentí despacio con la cabeza. Sabía que si hablaba, me echaría a
llorar y le pediría que no me dejara. Le diría que era un gilipollas (lo cual
no sería mentira), que no me la merecía (lo cual tampoco sería mentira), pero
que la amaba con toda mi alma, todo mi corazón, todo mi maldito ser sucio e
imperfecto (lo cual tampoco sería mentira) y que me esforzaría en no volver
nunca a traicionarla.
Sabrae
estudió mi expresión contrariada unos instantes, y luego, con manos raudas, me
bajó la cremallera de la chaqueta y me la tiró al suelo, sobre mi bolsa de
deporte. Miró mis brazos con hambre y a la vez con odio: aquellos brazos podían
abrazarla, pero también podían abrazar a otras, haciéndola sentir especial y
del montón, todo dependiendo de cómo los usara un gilipollas como yo. Me pasó
los dedos por los músculos, memorizándolos, y me arañó involuntariamente con
sus uñas de gata. Me di cuenta de que aquélla sería la última vez que sentiría
sus uñas arañándome, dejando surcos rojos en mi espalda mientras la penetraba,
y algo dentro de mí se rompió. Una cosa es buscar una última vez, y otra muy
diferente es vivirla. Querer decirle adiós a alguien no es nada comparado con
quedarte en el muelle mientras su barco zarpa y su silueta se va haciendo más y
más pequeña, hasta que ya se vuelve indistinguible.
-Quítate
la ropa, Alec-instó con cierta dureza-. Ya has echado polvos de despedida otras
veces. Sabes cómo va esto. No puede ser muy diferente.
Te equivocas, me habría gustado decirle.
No estaba enamorado de esas chicas; de
ti, sí. Y eso era un cambio abismal. Hacía que, simplemente, no pudiera
compararlos. Lo que se aplicaba con Chrissy y con Pauline simplemente no era
válido con Sabrae. A ella la iba a seguir deseando incluso cuando la empujara
lejos de mí; a Chrissy y Pauline, las quería como amigas, sin más. No sentía la
atracción física que me había movido a acostarme con ellas; ya no había
electricidad entre nosotros, mientras que a Sabrae me ataba una tormenta
eléctrica.
Sabrae
chasqueó la lengua, puso los ojos en blanco, y tiró de mi camiseta para
quitármela. Se puso un poco de puntillas sobre sus tacones cuando me acarició
los brazos en sentido ascendente, siguiendo por mis hombros, y finalmente,
deteniéndose en mi cara. Planeó sobre mis labios como un ave carroñera que
espera a que las hienas den buena cuenta de las sobras que han dejado los
leones, y tras lo que me pareció una verdadera eternidad, me besó.
O,
más bien, me lamió los labios. Pasó la punta de la lengua por mi labio
inferior, y luego por el superior, probando el sabor de mi boca, como si
quisiera asegurarse de que ya no sabía a Zoe, o a Pauline, o a Chrissy, o a
cualquier otra chica con la que me había acostado desde la última vez que había
estado con ella. Sabrae jadeó, hundiendo las uñas en mi nuca, y yo la atraje
instintivamente hacia mí. Inspiré su respiración, me empapé de su aroma, y me
dije que tenía que disfrutar de mi última vez con ella. Tenía que volverme
loco. Tenía que dejarme llevar. Hacerle todo lo que quería hacerle, porque era
ahora o nunca.
Pero
no podía. Había algo que me lo impedía. Llámalo conciencia, reticencia a asumir
que aquello era un adiós, o simplemente cobardía. Sabrae sonrió, complacida por
mi respuesta, y se separó un poco de mí, más que dispuesta a torturarme. Se
quitó la sudadera, y dejó al descubierto una camisa blanca que resaltaba el
moreno de su piel, y que a duras penas descendía por sus muslos.
-Desnúdame,
Alec-ordenó, y mis manos subieron a su camisa. Empecé a desabrochársela y mi
cerebro se desconectó. Agaché la cabeza, intentando aislarme de todo lo que
estaba pasando, a pesar de que algo en mi interior me decía que tenía que
disfrutar de mi último paseo por el cielo antes de empezar mi vida en un eterno
purgatorio.
Terminé
de abrirle los botones de la camisa, y una de mis manos cobró conciencia propia
y se deslizó por su piel. Le rodeé la cintura y Sabrae cerró los ojos. No es
que pudiera verlo; estaba mirando al suelo, tan avergonzado por lo que le había
hecho que ni siquiera podía levantar la vista, pero mi conexión con ella me
permitía verla incluso con los ojos cerrados. Me incliné un poco hacia ella,
inhalando el perfume que desprendía su piel y su pelo, y me entraron ganas de
llorar. Aquella sería la última vez que podría disfrutar de Sabrae con mi
olfato, el más íntimo de todos los sentidos. Tenía que colocarme con su olor,
emborracharme, morirme de una sobredosis de su cuerpo y no tener que
sobrevivirla.
Sabrae
se quitó la camisa. La deslizó por sus hombros, y luego dejó caer los brazos, y
con ellos fue su camisa. Se quedó hecha una aureola a sus pies, como las ropas
de una virgen en el momento en que van a sacarla de procesión.
Miré
sus pies. Subí por sus piernas hasta sus rodillas. Luego, a sus muslos, pero no
me permití detenerme en el monte de Venus cubierto por una pieza de lencería de
un precioso color lavanda que le quedaba de cine. Subí hasta su vientre, y me
concentré en su ombligo, en la curvita que formaba su tripa antes de descender
hacia su entrepierna.
Escuché
el clic que produjo el enganche de su sostén al desabrocharlo ella, y cuando lo
dejó caer al suelo, me permití fijarme en que era del mismo tono que sus
braguitas. También era de encaje. Se había vestido para la ocasión.
Y yo
ni siquiera me lo merecía. Ni siquiera me merecía mirarla. Me moría de
vergüenza, pero no de esa vergüenza en la que no sabes dónde meterte: era la
vergüenza en la que tu cuerpo es enano y no cabes dentro de él, la vergüenza en
la que tu propia respiración te produce náuseas, la vergüenza en la que el
tamborileo de tu corazón en los tímpanos es el ruido más insoportable y
ensordecedor que has escuchado nunca. La vergüenza en la que te preguntas qué
cojones haces ahí, viviendo.
Pensé en Chrissy. En Pauline. En Perséfone. En
todas las chicas con las que había estado. Pensé en Zoe. Y me pregunté por qué,
de entre todas ellas, a la que tenía que haber estrangulado era Sabrae. Las
posibilidades de que la cagara con ella eran altísimas, pero jamás habría dicho
que sería durante el sexo. ¿Cuándo me había roto? ¿En qué momento había dejado
de follar porque me gustaba la sensación y había empezado a hacerlo porque eso
me hacía sentir especial, importante? ¿Por qué había tenido que ser Sabrae la
que me hiciera descubrir el monstruo de mi interior? ¿Y por qué se había
despertado ahora?
-Alec,
¿qué pasa?
Tenía
los ojos anegados en lágrimas. No podía pensar. La cabeza me daba vueltas.
Sentía ganas de vomitar, pero le debía esto a Sabrae. Le debía hacerlo una
última vez. Si ella quería que yo la poseyera, lo haría encantado. Me estaba
concediendo un honor del que no era digno; debería estar de rodillas, haciendo
que se corriera mil veces, en lugar de allí, plantado, pensando en las cosas
que había hecho mal en la vida y que me habían llevado hasta ese maldito
momento, esa putísima despedida.
-¿Es
que no te gusta lo que ves?-me había preguntado Zoe, coqueta, mostrándome sus
tetas en aquel cubículo.
-Claro
que sí, no seas boba-le había respondido, y me había puesto a manosearla como
si no hubiera un mañana-. Me gustáis muchísimo todas las mujeres.
Lo que jamás le habría dicho (porque para
hacerlo primero tenía que tener cojones y admitirlo ante mí mismo) era que yo
ya no follaba con mujeres que me gustaban muchísimo, sino con mujeres que me encantaban. Y sólo había una en toda la
tierra que me encantara.
Y
ahora no podía ni mirarla.
-Alec,
mírame, joder-instó Sabrae, rabiosa, agarrándome de la mandíbula y haciendo que
mis ojos se encontraran con los de ella. Llameaban como un incendio forestal.
Brillaban como un océano rabioso. Y…
… se
estaban derritiendo, como un glaciar que tiene las horas contadas.
-Aprovéchame
ahora que voy a dejar de ser tuya, y hazme todo lo que quieras.
Yo lo que quiero es merecerte.
-¿Como cogerte del cuello?-pregunté
con una amargura que me rasgó la voz. Sabrae parpadeó, sorprendida, y me soltó
la mandíbula. Mi cabeza cayó de nuevo, orientada hacia el suelo. ¿Cómo podía
haber pensado que podía hacer esto hacía tan solo unos minutos, cuando venía
del gimnasio? ¿De verdad había sido tan imbécil como para creer que iba a
sobrevivirla?
Con
un esfuerzo sobrehumano, conseguí subir de nuevo los ojos y encontrarme con los
suyos. Estaba confusa como una niña a la que le acaban de decir que los Reyes
son los padres. Toda su vida era una mentira.
-No
me merezco mirarte-le dije simplemente, y Sabrae tragó saliva.
-Ahí
está…-murmuró para sí misma, perdida un momento en sus pensamientos, hasta que
volvió a enfocarme-. Alec, tienes que hacerlo. Ya lo has hecho más veces.
Necesito pasar página de esto. Necesito…-se le quebró la voz y yo cerré los
ojos-, necesito que tengamos un final. Necesito que me hagas el amor una última
vez.
Volví
a mirarla, cansado. Ella era una niña indefensa y yo un anciano con una vida
llena de remordimientos a sus espaldas, atrapado en el cuerpo de un chaval de
17 años. Asentí con la cabeza, di un paso hacia ella, y me obligué a pensar
sólo en su cuerpo. Le acaricié la mejilla con la yema de los dedos primero, y
luego la acuné contra la palma de mi mano. Sabrae cerró los ojos y yo me
permití contemplarla un momento. La curva deliciosa de su boca, el arquito que
su labio superior hacía justo debajo de su nariz, espolvoreada con virutas de
chocolate. Sus pestañas larguísimas, acariciando sus mejillas preciosas, tan
suaves y jugosas como un melocotón de bronce. Sus cejas, protegiendo unos ojos
más preciosos de lo que las palabras podrían describir nunca. El principio de
su pelo, la orilla de un mar de aguas negras cargado de olas.
Me
latía el corazón en la boca cuando la besé. Me pregunté cuántos besos nos
quedarían, cuántas veces iba a poder sacar la cabeza de debajo del agua a base
de rozar mis labios con los suyos… y me di cuenta de que serían muy pocas. Sus
labios sabían a mar. Estaba llorando, y lo hacía por mi culpa. No te mereces nada, Alec. Absolutamente
nada. Deberías volverte alérgico al oxígeno.
-No llores por mí-le
supliqué.
-No
lloro por ti-respondió, tozuda, sorbiendo por la nariz.
-¿Por
quién lloras, entonces?
-Por
mí. Desbaratas todos mis planes, Alec. Yo… había venido con la intención de
darte una lección-confesó, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano-.
Quería demostrarte que no puedes alejarme de ti, pero…estamos muy lejos.
Estamos en franjas horarias distintas. Ni siquiera estamos en el mismo
mes-susurró, mirándome, y sacudió la cabeza-. Algo ha cambiado entre nosotros.
-Los
dos sabemos lo que ha cambiado-contesté, pasándome una mano por el pelo, pero
Sabrae negó con la cabeza.
-Esto
no tiene nada que ver con Zoe. No tiene que ver con nadie más que contigo y
conmigo-se abrazó a sí misma, cubriéndose los pechos, y yo me detesté por
hacerla sentir lo suficientemente incómoda como para que su desnudez fuera un
problema para ella. Le tendí mi camiseta y ella se la quedó mirando-.
¿Significa esto que no vamos a…?
-Mira,
Sabrae, hoy no me siento con ánimos. Todo está muy reciente. No puedo… me da
vergüenza mirarte a la cara. No podría acostarme contigo ni aunque lo intentara
con todas mis fuerzas.
-¿No
quieres?
-Claro
que quiero. Siempre voy a querer. ¡Joder! Pero esa no es la cuestión. La
cuestión es que… tú no te mereces que yo te toque. Destrozo todo lo que toco.
Míranos a nosotros-abarqué el espacio que había entre nosotros con un gesto de
la mano-. Entiendo lo que me pides. Y me parece bien. Es sólo que… no puedo
ahora. No puedo simplemente meterme en la cama contigo y fingir que nada de
esto importa. Necesito hacerme a la idea de que es la última vez que vamos a
estar juntos en la misma habitación. Lo siento por todo el esfuerzo que has
invertido en prepararte para mí. Está claro que estás decidida a pasar página
cuanto antes, y créeme que lo haremos en cuanto pueda, pero… ahora me es
imposible. Necesito unos días. Además, tengo demasiada rabia acumulada, y
necesito desfogar antes de acostarnos. No quiero pagarlo contigo sin querer.
Tengo que tranquilizarme, soltar mi mierda, y…
-No
te acuestes con otras.
-No
voy a acostarme con otras, Sabrae. ¿No me estás escuchando?
-Sólo
escucho excusas, Alec. Es lo único que llevas dándome desde que me marché de tu
casa hace dos semanas.
-Vale-gruñí-.
¿Quieres planes? Toma planes. ¿Qué día quieres que echemos el polvo de
despedida? Di una fecha. Yo me ocupo de…
-Cuando
tenga noventa años-soltó ella, descolocándome completamente-, y esté a un par
de horas de morir. Ahí es cuando quiero echar mi polvo de despedida, pero
supongo que lo que yo quiero no importa, ¿verdad?-inquirió con amargura,
lanzándome mi camiseta hecha una bola y recogiendo su ropa apresuradamente del
suelo.
-¿A
qué cojones se supone que viene eso?
-¿Cómo
que a qué cojones viene, Alec? ¡No tengas morro, tío! Llevas dos semanas
tratándome como si fuera una cría. Pasando de mí como de la mierda.
Esforzándote en ser lo más frío posible porque no tienes cojones para hablar
conmigo sobre lo que te preocupa, o sobre lo que quieres. Yo quería que fueras
sincero. Quería que me dijeras “Sabrae, mira, no estoy seguro de adónde va
esto”, o que habías cambiado de opinión, o lo que sea que te esté pasando, Alec, en lugar de simplemente dar marcha
atrás unos meses y volver a solucionarlo todo follando con otras otra vez.
Quería sinceridad. Te quería a ti diciéndome
lo que te pasaba, no a mí teniendo que investigarlo como si fuera el puto
Sherlock Holmes. Eso quería.
-¿Te
crees que ha sido fácil para mí? ¿Eh? ¿Que he disfrutado estas semanas?
-¡NO
LO SÉ, ALEC, PORQUE NO HABLAS CONMIGO!
¡No me dices qué te pasa, simplemente esperas a que yo me canse y yo… yo estoy
harta!-Sabrae se echó a llorar y yo di un paso hacia ella-. No. No me toques.
No me toques, joder. No me toques-gimió, pero se abrazó a mí y se echó a llorar
contra mi pecho-. No quiero que estés lejos. No quiero que otras personas me
digan lo que nos pasa. No quiero que metas a otras personas en nuestra
relación. No quiero que quieras cortar-jadeó-. Yo no quiero cortar. Pero
tampoco quiero seguir así. No quiero. No… no quiero quedarme despierta por las
noches, pensando en con quién estás. Qué chica es suficiente para ti cuando yo
no lo soy.
-¿Es
que estás mal de la cabeza?-protesté-.
¿Quién cojones ha dicho aquí que tú no seas suficiente? ¡El único que no soy
suficiente soy yo, Sabrae!
Sabrae
se separó de mí, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y jadeó.
-No
quiero… tener que devolverte tus cosas.
Fruncí
el ceño.
-¿Eh?
-Tu
sudadera. No quiero tener que devolvértela.
-¿Por
qué ibas a tener que…? Es un regalo, Sabrae.
-Ya,
bueno, ya sé que es un regalo, pero yo no sé si quiero tener algo en casa que
me recuerde el finde increíble que pasamos juntos y que no se va a volver a
repetir.
Me la
quedé mirando, estupefacto. Aquello era más de lo que yo podía soportar. No sé
por qué, siempre había pensado que las cosas que le había regalado a Sabrae se
quedarían con ella, igual que las suyas se quedarían conmigo. Eran regalos, y
los regalos no se devuelven. Claro que los regalos de parejas son diferentes.
No se les aplican las mismas normas, supongo.
Siempre
había pensado en alejarme, pero seguir queriéndola desde la distancia. Velar
por ella como si fuera un ángel de la guarda, encargado de que jamás le
hicieran daño. No como se lo había hecho yo, al menos. Quería no pasar página,
quería regodearme en mi dolor, en lo que había tenido y en lo que perdí… pero
no era justo, y ahora me daba cuenta, desear que Sabrae también se regodeara en
su fuero interno. Si quería hacer borrón y cuenta nueva, estaba en su derecho.
Yo no la culparía si quisiera deshacerse de todos los recuerdos. Haría lo
mismo, si estuviera en su situación. Si me hubiera acostado y pillado de un
mierdas de mi calibre, intentaría borrar todo rastro de aquella relación en el
menor tiempo posible.
-Haz
lo que quieras, pero yo no voy a devolverte tus cosas.
-No
quiero que me devuelvas mis cosas. Ahora son tus cosas-bajó la vista hasta el
anillo que pendía de mi cuello y se mordió el labio-. Dime una cosa, Alec.
¿Todo esto era un juego para ti? ¿Querías… no sé-se encogió de hombros, con los
brazos en jarras-, traerte a una chica a casa y ver cómo era jugar a las
casitas? ¿Salir en las historias de alguien dejando que te besen?
-Estás
siendo cruel, Sabrae, y eso no es propio de ti.
-Mira
quién habla. El que simplemente se cierra en banda.
-¿Qué
es lo que pasa?
-¡Me
jode muchísimo que, aun viendo cómo estoy, tú sigas erre que erre, haciéndote
el loco!
-¿¡De
qué coño estás hablando!?
-¡SÉ
QUE QUIERES ROMPER POR LO QUE NOS PASÓ EN LA CAMA, ALEC!-chilló con todas sus
fuerzas, y yo me descubrí dando un paso hacia delante y tapándole la boca con
la mano. Una cosa era que me estuviera convirtiendo en un monstruo, y otra muy
diferente era que mi madre lo descubriera. No se merecía vivir con la sombra de
su propia pesadilla.
-¿Estás
loca? ¡Baja la voz! Además, ¿qué cojones importa por qué quiera dejarlo?
-¿Cómo
que qué importa? Mírame a los ojos y dime que quieres dejarlo. Que quieres,
Alec, no que te sientes obligado, y me pondré la ropa y me iré cagando
hostias y no me verás más el pelo-ante mi silencio, Sabrae esbozó una sonrisa
triunfal-. Ajá. Lo sabía.
-¿Qué
más da que yo no quiera? Por mí estaríamos juntos hasta que uno de los dos
muriera. Joder, Sabrae, ¡si de mí dependiera, nos enterrarían juntos y todo,
hostia! Pero no puede ser.
-¿Quién
lo dice?
-¡LO
DIGO YO!-le grité, y luego, más bajo, repetí-: Lo digo yo. No puedo… no puedo
dormir sabiendo que estamos juntos y que en cualquier momento voy a hacerte
daño.
-Ya me
lo has hecho.
-Ya
sabes a qué me refiero.
-¿Y
tú?-contestó, clavando un índice acusador en mi pecho-. No creo que sepas a qué
me refiero. Me has hecho daño con tanto secretismo. Pensaba que ya no me
querías.
-No
sabía que fueras retrasada, Sabrae, pero mira tú por donde-espeté, y Sabrae debería
haberme cruzado la cara, pero no hizo nada.
-Podría
haber soportado que te fueras con Zoe, o con Diana, o con Chrissy o Pauline o
con la que te saliera de los cojones o, ¿qué coño? ¡Con las cuatro a la vez! Podría
haberlo soportado y ni siquiera me habría importado si no lo hubieras hecho
como lo hiciste. ¿Tenías que hacerme sentir como que yo ya no era suficiente?
¿Tenías que estar distante y pedirme permiso de esa manera?
-¡No
pensé que fueras a dármelo!
-¡Pero
lo hice! ¿Y qué hiciste tú? Te acostaste con ella. ¡Te acostaste con ella
mientras yo me pasaba la noche llorando porque los dos somos unos cobardes, tú porque
no me dices las cosas, y yo porque no soy capaz de decirte que me duele que
pienses en otras! Porque sí, me duele, ¿vale? Me duele. Me duele verte y pensar
que puede que ya no te guste cómo te lo hago yo porque has estado con otra que
te lo hace mejor.
-No
es cuestión de quién es mejor, Sabrae, es cuestión de conexión, y tú sabes que sólo
la tengo contigo.
-¿Lo
sé?-respondió, incrédula-. No estoy segura, Alec. Lo único que sé es que
metiste a Zoe entre nosotros cuando teníamos problemas, en lugar de intentar
resolverlos conmigo.
-No
hables como si a mí me hubiera encantado follármela, porque no es así. Tengo pesadillas
desde entonces. Llevo sintiéndome aún más mierda, si cabe, desde que nos
enrollamos. Si ya antes no te podía mirar a la cara, imagínate ahora.
-Pero
te corriste-acusó-, ¿verdad?
-Bueno,
sí. Pero igual que hay chicas que se corren cuando las violan-solté antes de
poder frenarme, o siquiera de saber que iba a decir aquello-. Eso no significa
nada.
Menudo mierdas eres Alec. Menudo gilipollas.
La madre que te parió.
La cara de Sabrae era un
poema. Creo que nunca me había visto meter la pata de aquella forma. Abrió la
boca como un pececito, boqueando, y parpadeó un par de veces.
-Bueno,
creo que… entiendo lo que quieres decir. Aunque la comparación ha dejado bastante que desear.
-No,
la verdad es que no he estado muy fino-musité-, y te pido perdón si te ha
ofendido. Pero… bueno, la verdad es que estoy en mi línea-comenté, pasándome
una mano por el pelo, y Sabrae parpadeó.
-¿Sabes?
Estoy un poco cansada de todo este rollo, Alec. Este rollo de “¡no Aléjate de
mí, soy peligroso”, es demasiado
Edward Cullen o Christian Grey, y tú ni eres un vampiro que brilla como una
bola de discoteca a la luz del sol, ni un millonario sociópata. Tienes alma-dio
un paso hacia mí, y yo di un paso atrás-. Y no está rota, ni es oscura.
-Eso
no lo sabes-discutí.
-Sí
lo sé.
-¡NO,
NO LO SABES, SABRAE!-troné, apartándola a un lado y dejándome caer sobre el
borde de la cama. Sabrae me miraba con preocupación, como el cuidador que ve
que el jaguar anda suelto y lleva su carne en un cubo-. ¿Lo ves? Joder. Llevo todo
esto dentro. Estoy explotando. No deberías quedarte cerca de mí.
-Soy
más fuerte de lo que piensas.
-No
más que yo.
-No
necesito ser más fuerte que tú. Paraste, ¿recuerdas? En cuanto yo te dije que
no me gustaba. Paraste y te aseguraste de que estuviera bien. ¿Es eso ser mala
persona?
-Basta
con que no pare una vez. Podría matarte, Sabrae.
-Oh, Alec,
no seas melodramático-puso los ojos en blanco y caminó hacia mí, desnuda,
gloriosa, inmerecidamente mía. Me pasó una mano por el pelo y yo me descubrí
abandonándome a mis instintos más primarios, buscando su contacto. Le cogí la
mano y me la llevé a la boca, dándole un beso en la palma. Sabrae me dedicó una
sonrisa cansada.
-Tienes
una confianza ciega en mí que yo no me merezco.
-Yo
decidiré quién es digno de mi confianza, Al-susurró.
-Me
lo perdonarías todo. Absolutamente todo. No puedes perdonarme esto-le besé los
nudillos-. Tenemos que cortar, Sabrae.
-No-respondió,
tozuda.
-Sabes
que está ahí. Lo llevo en la sangre-insistí-. Ahora no ha sido nada, pero un
día… un día podrías cabrearme de verdad, y yo…
-No
le harías daño a una mosca.
-Mírame,
Sabrae. ¿No ves los moratones? Acabo de pegarle una paliza a un tío en el
gimnasio porque ha sido lo suficientemente gilipollas como para no darse cuenta
de que no estoy para que me toquen los cojones.
-A ti
te tocan los cojones fácilmente cuando se trata de mí-susurró, sentándose sobre
mi regazo y besándome el cuello. Me estremecí de pies a cabeza y se me empezó a
poner dura.
-No
hagas eso. Estamos hablando.
-Pues
terminemos de hablar. Quiero demostrarte que eres bueno. Muy bueno-ronroneó, acariciándome el vientre y descendiendo hasta
mi entrepierna. Sus dedos rodearon mi miembro y yo dejé escapar un gruñido.
-¿Me
estás preparando para nuestro polvo de despedida?-quise saber.
-No
vamos a tener un polvo de despedida-me prometió, acariciándome el tronco
despacio. Tragué saliva, intentando pensar en animalitos muertos para no
ponerme tan cachondo que la conversación se acabara ahí.
-Sabrae,
para mí es importante que lo hablemos.
Sabrae
detuvo su mano y abrió los ojos. Nos miramos a centímetros de distancia.
-Vale-me
dio un toquecito en la nariz-. Hablemos.
-Escucha,
yo…-suspiré. Tenía la cabeza hecha un lío. Junté las piernas para que Sabrae no
se cayera de mi regazo, y ella cruzó las suyas. Apoyó un brazo sobre mi hombro
y jugueteó con mi pelo-. Te quiero. Muchísimo. Te quiero más que a nada ni a
nadie en este mundo. Eres la persona más importante de mi vida, y… por eso no
quiero joderlo contigo, ¿entiendes? No quiero hacerte tanto daño que la sola
mención de mi nombre te produzca escalofríos, o llegue a protagonizar todas tus
pesadillas. Pero esto no puede seguir así. Sabes de dónde vengo. Sabes cuáles
son mis primeros recuerdos. Sé que eso está mal, que no es amor, sólo odio y
pura dominación, pero… yo no controlo mi subconsciente. No quiero que me domine
un día, y de repente encontrarte hecha un ovillo en la cocina, con la cara
amoratada y tu sangre en mis nudillos. Odiaría que nos pasara eso, Sabrae.
-No
va a pasarnos. Te lo prometo-susurró, besándome el cuello.
-Eso
no lo sabes. Pero da igual. Te mereces que te diga la verdad. Ésa es la verdad.
Tengo miedo de lo que llevo dentro, pero tienes razón: no he sido justo
contigo, me he comportado como un cabrón de campeonato, y te mereces que me
disculpe contigo. Así que… siento mucho lo de Zoe. Muchísimo. No te haces una
idea de lo que me duele saber que te ha hecho daño. Si te sirve de consuelo, no
dejé de pensar en ti ni un instante. Ya sé que no se le compara, pero en cierto
sentido, estuve contigo y no con ella. Pero, bueno… supongo que ésa es otra
cosa que añadir a la lista de razones por las que no soy digno de ti, y… la
razón de que esto se termine.
Sabrae
jugueteó con un mechón de pelo que me caía sobre la oreja.
-Ya,
bueno… sabes que no voy a decírtelo ahora, porque creo que ninguno de los dos
lo merece, pero sabes que yo siento lo mismo por ti, y realmente no me siento
en posición de pedirte nada, pero…
-No
tenemos por qué cortar radicalmente. Podemos seguir siendo amigos.
-Yo
no puedo ser sólo tu amiga, Alec. Tú literalmente desencadenaste mi despertar
sexual. Me masturbé por primera vez pensando en ti. Tuve un orgasmo con sexo
oral estando contigo. Sólo he hecho squirting
estando juntos. Tú me has enseñado muchísimas cosas. En el sexo y en lo
demás. Y tengo una conexión demasiado fuerte contigo. Eres mi mejor amigo, pero
también eres muchísimo más que eso. Tengo más confianza contigo de la que tengo
con nadie, porque eres mi pareja, Alec. Sé que no es lo que querías oírme
decir, pero… me da miedo que mis sentimientos se desboquen si empiezo a
llamarte novio. Que lo seas no significa que no me aterre llamártelo y llegar a
quererte tanto que no te deje marchar. Porque está claro que necesitas irte y
encontrarte a ti mismo-entrelazó sus dedos en mi nuca y me miró a los ojos-. Por
eso no quiero terminar. No quiero dejar de acostarme contigo. No quiero dejar
de recibir tus mensajes de buenos días. No quiero dejar de ojear webs de
lencería para encontrar algo con lo que sorprenderte.
-Me
sorprendes más desnuda-la interrumpí, juguetón, guiñándole un ojo, y Sabrae
sonrió, triste.
-No
me dejes. Por favor. Sé que te he pedido muchísimas cosas y tú siempre me las
has concedido, pero ésta es la más importante. No quiero irme de tu habitación sabiendo
que mañana no podré besarte cuando te vea en el instituto. Alá me ha dado el
gusto para que pueda saborear tus besos-susurró, inclinándose hacia mi boca y
besándome despacio.
-No
voy a volver a hacer nada con ninguna otra-le prometí-. O sea, ¿para qué? No tiene
sentido. Te hace daño.
-Y no
lo disfrutas.
-Como
si tengo orgasmos bestiales, Sabrae. Prefiero un orgasmo de mierda contigo (que
todavía no lo he tenido, toco madera)-le di un golpecito con los nudillos al
pie de la cama y Sabrae se echó a reír-, a correrme de forma bestial con otra. Eso
me da igual. Te hace daño, y a mí es lo que me importa. De todas formas… yo ya
sabía… iba a vivir resignado, ¿sabes?-Sabrae frunció el ceño-. Iba a vivir
queriéndote toda mi vida, y sabiendo que te había perdido porque no soy digno
de ti, pero también estaba pensando que había tenido una suerte de la hostia de
que me hubieran dejado estar contigo, aunque fuera sólo unos meses. Y sabía que
serían los mejores meses de mi vida, aunque terminara casado con otra, con un
montón de críos… que no me veía casado, ni menos siendo padre-sonreí, y ella
también-. Pero… pff-me pasé una mano por el pelo y los ojos de Sabrae resplandecieron-.
Tú me estás haciendo vivir el mejor momento de mi vida, y no sabes lo que me ha
jodido por dentro pensar que no soy digno de esto.
-Ése
es el problema: que piensas que no eres digno-Sabrae hundió sus dedos en mi
pelo, pegándome a ella-. Y eres la única persona en la tierra que no se da
cuenta de cuánto vales, Al. Pero yo estoy aquí para hacértelo ver.
-Lo
soy porque también soy el único que oye mis pensamientos y ve lo que hay dentro
de mi cabeza. No es un buen sitio para estar, Saab. Tú lo has visto.
-Yo
sólo he visto a un chico que vestido es flipante y desnudo gana mucho, tan
bueno por dentro como por fuera, y eso que está de toma pan y moja. Un chico
que recorrería el infierno por mí, y que se ha quedado conmigo a pesar de que
no tengo experiencia en darle placer cuando podría haber elegido a cualquier
otra que sabe cómo complacerle mil veces mejor que yo.
-No
hay otras-respondí, mirando mi mano en sus glúteos-. Pero te has olvidado de que
ese chico estrangula a su novia.
-Ese
chico se preocupa mucho. Piensa una cosa, Al. El sexo conmigo es el mejor, ¿no?
-Oh,
sí, nena-ronroneé, dándole un manotazo que resonó en toda mi habitación, y Sabrae
se echó a reír.
-Entonces,
¿cómo vas a alejarte de esto tan ricamente por una nimiedad?-me pasó las manos
por la cabeza, alborotándome el pelo según las iba deslizando por él. Se había
puesto a horcajadas sobre mí, ofreciéndome una visión increíble de sus pechos. Me
dieron ganas de lamérselos como si fueran dos bolas de helado en el día más
caluroso de la historia.
-Porque
no quiero que dolor y placer terminen siendo la misma cosa para nosotros.
-Ya
lo son-replicó, frotándose hábilmente contra mí como una gatita-. Un poco, al
menos. A veces, me duele un poco al principio, porque lo hacemos con rudeza,
pero me gusta, porque tú eres grande y fuerte. Me recuerda que eres tú. Y que mi
cuerpo puede adaptarse a ti. De hecho, es de los momentos que más me gustan. Todavía
no somos uno durante esa molestia del principio, y yo me doy cuenta de que estamos
juntos, y que estamos disfrutando los dos. Me prometiste que no dejarías que
nadie se interpusiera entre nosotros. “Ni siquiera yo”, te dije, ¿recuerdas?
¿Tendría que haberte pedido que me prometieras que tampoco nos separarías tú?
Me incliné
hacia atrás.
-No estás
jugando limpio, Sabrae.
-Tú
tampoco lo haces nunca. No puedes quitarte la cara ni cambiarte la voz para
hablar.
-No
quiero que tengamos que usar palabras de seguridad.
-Pues
no las usemos-ronroneó, besándome el hombro-. Yo tengo más aguante que tú.
-No quiero
que tengas aguante. Quiero que disfrutes. Sin más. Sin preocupaciones, sin
tener miedo de…
-Yo jamás he tenido miedo estando contigo, Alec.
Ni yendo por la autopista sin casco me he sentido desprotegida.
Me la
quedé mirando.
-No
quiero ser tu pesadilla que amar, Sabrae-murmuré, y Sabrae puso los ojos en
blanco.
-¿Quién
dice que vayas a convertirte en mi pesadilla? Llevo soñándote desde que tengo
uso de razón, solo que no fue hasta hace unos meses cuando por fin me di cuenta
de cuál era tu cara.
-Mírame,
Sabrae. Te he agarrado el cuello, y no llevamos más que unos meses. ¿Qué voy a
hacer cuando llevemos medio año? ¿O un año? ¿O dos? Esto sólo puede ir a más.
-Alec,
me he puesto jerséis de cuello alto que me apretaban más que tú-respondió,
tozuda, y yo bufé.
-Esa
no es la cuestión, Sabrae. La cuestión es que me gustó, muchísimo, y no debería. Eso es jodidamente peligroso; se empieza
por ahí, y se acaba por…-no me dejó acabar, porque había agotado su paciencia. Estaba
poniéndome demasiado terco describiéndole una figura plana que Sabrae podía ver
en tres dimensiones.
-¡Alec!-me
recriminó-. ¡Que me hayas estrangulado no tiene nada que ver con tu padre! ¡Me
has estrangulado porque ves porno!
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Tía, adoro este capítulo. Es que me ha encantado de principio a fin, desde la charla de Jordan y Sabrae (cuya relación espero que crezca también) a la charla con Sher y la parte final del capítulo. Adoro ver como este va a ser el principio de como Sabrae va a empezar a ayudar a Alec a verse mejor consigo mismo y a sacarse todos esos prejuicios que tiene con el mismo. Me ha encantado lo peleona qué es y como no da su brazo a torcer ni aunque Alec diga barbaridades o gilipolleces sin sentido, de verdad que la adoro. Luego con Alec me ha dolido el corazoncito cada vez que le daban ganas de llorar o como hablaba en la parte final, de verdad que sufro con su sufrimiento. Estoy jodida. Deseando estoy leer la continuación de esta conversación.
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