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La luz del sol me acarició los párpados, despertándome
lentamente como lo hacía durante el verano, cuando era mucho más potente y
suave a la vez. Eso fue lo primero que percibí de mi primer día en mi nueva
vida, en una segunda oportunidad que el mundo me concedía y no estaba seguro de
merecer.
Lo
segundo, fue su cuerpo. Menudo, cálido, acariciando el mío y acoplándose a mí
como el mejor de los puzzles, absorbiendo mi calor corporal y regalándome el
suyo, mientras me mecía suavemente con su respiración. Sabrae no estaba
desnuda, como a mí me habría gustado, pero sí parecía a gusto, como si estuviera
en el lugar que estuviera destinada a ocupar. Me la quedé mirando, sin aliento.
Las pestañas le acariciaban las mejillas, más largas de lo que jamás se las
había visto a ninguna chica; tenía la boca ligeramente contraída en una media
sonrisa de la que me encantaría ser causa, y las estrellas de sus lunares
espolvoreados sobre su nariz bailaban un lento vals al compás de su
respiración. Tenía la mano colocada sobre mi pecho y una pierna entre las mías,
con todo el pelo acariciándole la espalda y los hombros, cayendo en cascada
sobre ella como si fuera la protagonista de un cuadro que le haría sombra en
visitantes y fama a la mismísima Mona Lisa.
Supe
por su belleza y perfección que no lo estaba soñando. Que lo de la tarde pasada
había ocurrido de verdad: había venido a verme, había luchado por mí, se había
derrumbado a mis pies para que mis demonios y yo nos postráramos ante ella, y
así poder decapitarlos. Me había hecho prometerle que nada se interpondría
entre nosotros, ni siquiera ella, ni siquiera yo, y yo se lo había jurado con
la solemnidad del caballero que jura proteger a su señora. Noté cómo un intenso
amor crecía en mi pecho mientras una sonrisa se esparcía por mi boca,
contemplando cómo el dorado del sol poco a poco dibujaba su silueta con sombras
en las sábanas. Sin poder refrenar mis instintos, tiré de ella para abrazarla
aún más a mí, y ella abrió los ojos, somnolienta.
-Joder-gruñí
con voz ronca, preñada de una emoción contenida a duras penas por tenerla allí
conmigo, por quererla y ser correspondido-. Creía que lo había soñado.
Sabrae
parpadeó, tratando de enfocarme con sus preciosos ojos castaños, que reflejaban
la luz del sol en un bonito tono chocolate.
-¿El
qué?-quiso saber con voz dulce, aniñada, y yo sentí ganas de comérmela a besos.
Puede que aquella fuera la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida,
la dueña de mi libido y la ama absoluta de mi cuerpo y mi placer, pero también
era mi chica, mi niña. Había dentro de mí un monstruo que estaba dispuesto a
escupir fuego y sacar las garras sólo por protegerla.
-Que
estabas aquí, conmigo-le aparté un mechón de pelo de la cara para poder verla
en todo su esplendor, todo su rostro titiló cuando nos miramos y el universo
explotó. Los dos éramos más poderosos que el espacio que nos rodeaba, y entre
nosotros había una conexión más intensa que la que mantenía los planetas en sus
órbitas, las estrellas en sus galaxias, las galaxias suspendidas en el espacio.
Dejé mi mano hundida en su melena y le acaricié la mejilla con el pulgar.
-No-respondió,
acariciándome el mentón-. Esto es real. Muy
real-ronroneó como una gatita, de la misma manera que lo hacían las
actrices de las películas de acción la primera vez que conocían al
protagonista, y con el que terminarían acostándose. En un tono sensual, pero a
la vez, Sabrae sonó diferente. Íntima, confiada, cariñosa, segura de que lo que
me había dicho era una verdad incuestionable. Se inclinó hacia mi boca y me
besó despacio, dejando que nuestros labios se acariciaran como quien acaricia
al cachorro que se convertirá en su mejor amigo durante muchos, muchos años.
Yo
sería su compañero más leal, si las mierdas que tenía dentro me dejaban. El
perro más fiel que nadie hubiera visto nunca. Haría lo que fuera por ella.
Mataría y moriría por ella. Suerte que ella jamás me pediría mi vida, porque
eso significaría estar separados.
Cuando
se cansó de besarme, Sabrae se separó lo justo y necesario para mirar mi boca y
morderse el labio.
-Ya lyublyu tebya-me recordó, y yo
sonreí. Le di un beso en la punta de la nariz y le respondí.
-Ya tozhe lyublyu tebya-le respondí, y su
sonrisa se ensanchó un poco más. No le había enseñado mucho de ruso, pero sí lo
suficiente como para que me dijera que me quería y supiera comprenderme cuando
yo le respondía que yo también a ella-. ¿Tengo que pensar que por fin te has
declarado?-bromeé, acariciándole la espalda, y ella negó con la cabeza,
emitiendo un sonido adorable cuando estiró los brazos por encima de su cabeza.
-Sólo
quiero que lo sepas. Me reservo mi as en la manga para cuando esté desnuda,
debajo de ti, contigo en mi interior-suspiró, y yo me relamí los labios. Me
imaginé poniéndome encima de ella ahora, quitándome los calzoncillos, liberando
sus pechos, retirándole la ropa interior y penetrándola.
-¿Es
eso una sugerencia?-coqueteé, y Sabrae sonrió.
-Está
amaneciendo. Estoy cansada, y tú estás muy guapo-sus dedos toquetearon las
puntas de mis mechones-. Hemos acordado un período de abstinencia, yo quiero
hacerte disfrutar, y mañana seguramente tengas examen. Estás en último curso-me
recordó.
-Ya
es mañana-repliqué, deslizando el cuello de su camiseta y besándole el hombro-.
Y ya he superado mi examen más difícil.
-Con
un cinco raspado-me concedió-. Todavía tenemos que repasar un poco antes de que
te vuelvas a presentar al examen.
-No
hay nada como unas buenas prácticas para coger experiencia-le acaricié la
pierna y Sabrae se rió. Jugueteó con la piel que había detrás de mi oreja y
lanzó un largo suspiro.
-Me
lo estás poniendo muy difícil para volverme a dormir-rió.
-Porque
sé que lo que más quieres ahora no es precisamente dormir. No eres
caprichosa-le di un beso en los labios-. Venías con una idea en la cabeza
cuando cruzaste la puerta de mi casa, y no ha pasado el tiempo suficiente como
para haber cambiado de opinión.
-Pero
sí han pasado las suficientes cosas-replicó, elocuente-. Nunca he estado más
cómoda contigo que cuando estamos haciendo el amor-sus dedos se deslizaron por
mi mandíbula-. Y quiero que tú sientas lo mismo. Que estés igual de a salvo en mis
brazos de lo que yo lo estoy en los tuyos.
Le di
un beso en la palma de la mano y asentí con la cabeza. Sabrae volvió a
suspirar, se dio la vuelta y se tapó con la sábana hasta la nariz. Me pegué un
poco a ella, que soltó una risita a notar mi erección en su culo, y después de
un momento de vacilación por mi parte, alcanzó mi mano y se la pasó por la
cintura. Suspiró una última vez antes de dormirse, y yo me quedé mirando la
nube oscura de su pelo hasta que los párpados me volvieron a pesar tanto que no
pude luchar contra el sueño.
Me
volví a dormir a su lado como esperaba no dejar de hacerlo en mi vida, y por
primera vez desde que la había estrangulado durante el sexo, reanudé mi sueño
profundo, sin pesadillas, donde ella me visitaba y hacíamos el amor en una
playa paradisíaca, en mi cama, en la suya, en la de mi casa de Grecia o en una
que no conocía y que sospechaba que pertenecería al hogar que construiríamos
juntos.
No
tuve ningún sueño erótico de esos; de lo contrario, me habría incorporado y la habría
besado hasta que se le olvidaran todas mis reservas, igual que mi locura las
había destrozado en mí, y la habría poseído hasta que mi hermana volviera del
instituto. La haría mía durante toda la mañana, la desgastaría de tanto
acariciarla y la dejaría muda de tanto gemir y suspirar mi nombre.
Pero
no soñé con ella. Menudo polvazo me arrebató mi subconsciente.
Lo
siguiente que percibí entonces fue el sonido del despertador, y todo mi cuerpo
se puso en tensión. Sabrae gruñó por lo bajo, tanteando en una cama que no era
la suya, en busca de una mesilla de noche que no estaba allí. Por fin, se dio
cuenta de que habíamos dejado los móviles en la estantería de las medallas, y
tras lo que me pareció un concierto infernal, mi chica alcanzó su móvil y desactivó
la alarma.
Frunció
ligeramente el ceño al encenderse la pantalla e incidir la luz sobre su cara, e
incluso con esa mueca estaba guapísima.
-Buenos
días-gimoteó, dejando caer el móvil sobre su tripa. Mi camiseta se estiró en su
pecho y pude ver la marca de su piercing por debajo del algodón. Me apeteció
lamerlo. Sentir sus pezones ponerse duros en mi boca. Palpar con mis dedos su
humedad, e ir midiendo cómo crecía.
-Vaya
si lo son-tiré de ella de nuevo hacia mí y colé mis manos por dentro de su
camiseta, arrancándole una risotada.
-Al,
Al, ¡Alec!-rió, apartándome de ella-. He puesto el despertador antes porque
tengo que pasar por casa para ponerme el uniforme, ¡no intentes hacer que me
pierda mi primera hora de clase!
-Mm,
¿he oído “primera hora”? Suena prometedor-le mordisqueé la oreja y Sabrae se
estremeció.
-Eres
una influencia pésima-me riñó-. Creo que necesitamos una serie de reglas.
-¿Qué
sugieres?
-Nada
de sexo en las mañanas escolares-sentenció, poniendo su mano sobre la mía. Me
eché a reír.
-Nada
de sexo en las mañanas escolares-consentí, retirándome a regañadientes de mi
territorio preferido: su cuerpo. Sabrae sonrió, salió de la cama y caminó hacia
el espejo. Se toqueteó los rizos y torció la boca a un lado mientras yo me daba
la vuelta para poder mirarla.
-Me
va a costar hacerme las trenzas.
-Vete
con el pelo así.
-¿Es
coña? ¡Parece que me he peleado con una manada de leones!
-O
que te han follado bien-sonreí, frotándome los ojos. La Sabrae del espejo me
devolvió la sonrisa.
-No
debería gustarme que fueras así de territorial.
-¿Pero?-le
guiñé un ojo y ella se mordió el labio.
-…
pero quiero chupártela.
-¿Y
qué te lo impide? ¿Son mis calzoncillos? ¿Quieres que me los vaya quitando?
Sabrae
se echó a reír, me tiró encima la ropa que habíamos dejado en el suelo la noche
anterior, y se sentó en la cama, separada de mí por esa pequeña montaña.
-Acabamos
de acordar que nada de sexo en las mañanas escolares.
-Las
mamadas no cuentan como sexo.
-¿Ah,
no? Entonces, ¿qué son?
-Servicios
a la comunidad-me pasé las manos por detrás de la nuca, le dediqué mi sonrisa
de Fuckboy®, y le guiñé un ojo. Sabrae rompió a reír, negó con la cabeza y se
puso en pie.
-Vístete,
venga. Tenemos que ir a clase.
-Ya
que me has privado de mis horas de sueño reglamentarias, bombón, creo que voy a
pegarme una duchita-salí de la cama y me acaricié los abdominales con una mano
mientras me pasaba la otra por el pelo-. Te invitaría a acompañarme, porque hay
que ahorrar agua y esas cosas, pero… como “nada de sexo en las mañanas
escolares”-hice el gesto de las comillas mientras me dirigía a la habitación-,
creo que lo vamos a dejar. Ya sabes… te pones muy salvaje cuando me tienes
desnudo delante de ti, y más si el agua me cae por el pecho, me sigue el
contorno de la tableta e incluso gotea de la punta de mi polla-Sabrae se estaba
poniendo colorada-, y como cuentas el sexo oral como sexo… sería una pena que
tuviera que negarme a follarte la boca y comerte el coño como está
mandado-espeté, y Sabrae abrió la boca, estupefacta-. Las normas son las
normas. No quisiera tener que recurrir a tu madre para que me eche un cable por
saltármelas-abrí la puerta de la habitación-. Ah, y… no te masturbes con la
imagen mental que acabo de darte, ¿eh? Masturbarse también cuenta como sexo.
-¿No
llevas ropa para cambiarte?
-Ya
me cambiaré en mi habitación, cuando termine. Si estás lo bastante espabilada y
terminas de desayunar para entonces, puede que hasta te deje mirar-le guiñé un
ojo y cerré la puerta, dejándola a solas con su estupefacción y su calentón.
Estaba seguro de que, si entraba en mi habitación un minuto más tarde, me la
encontraría con la mano dentro de las bragas, las mejillas coloradas, los ojos
cerrados y los dientes hincados en sus labios.
Por
eso tardé un poco más de lo normal en ducharme. Además de todo el proceso de
higiene, tenía que hacerme una paja.
Desgraciadamente
para mí, cuando regresé a mi habitación, Sabrae ya se había marchado, así que
me tocó vestirme solo. Sólo por eso, por saber que estaba en el piso inferior,
conseguí hacerlo en tiempo récord, y en un par de minutos ya estaba bajando las
escaleras en dirección a la planta baja, de la que manaba el delicioso aroma de
un desayuno casero recién hecho. A diferencia de los domingos, entre semana
desayunábamos en la cocina, por eso de que no era especial al no estar Dylan
con nosotros, y me descubrí ansioso por ver a Sabrae mejorando una escena tan
rutinaria y familiar a su manera. Sin embargo, el timbre me detuvo, y yo no me
molesté en contener el gemido de frustración al pensar que tendía que soportar
unos segundos más sin ver a mi chica tomándose tranquilamente unos cereales en
el mismo lugar donde yo me tomaba mi cacao.
Tiré
de la puerta sin ganas de aguantar a Jordan pero con mucho ímpetu (cuando menos
tardara, mejor) y una protesta murió en mi garganta cuando descubrí que quien
había llamado al timbre no era mi mejor amigo, sino Scott.
-Servicio
de paquetería a domicilio-anunció, sosteniendo en alto la mochila de Sabrae
para que pudiera comprender a qué se debía su visita tan pronto por la mañana.
Alcé las cejas, estirando la mano en dirección al asa de la mochila, pero Scott
la retiró antes de que pudiera alcanzarla.
-Sabes
que la paquetería suele ser a domicilio, ¿verdad?
-No
me toques los huevos tan de mañana, ¿quieres, Al?-Scott puso los ojos en
blanco-. No me he levantado como si tuviera que ir a clase para aguantar tu
sarcasmo de mierda.
-No
es sarcasmo, tronco-protesté-. ¿No te das cuenta de lo gilipollas que sonaría
que yo dijera “servicio de paquetería a domicilio” cada vez que tengo que
llamar al telefonillo de algún destinatario?
-Cada
cosa que sueltas por esa boca suena a soberana gilipollez, así que no noto la
diferencia. Bueno, ¿dónde está la chiquilla malcriada?-Scott me dio un empujón
para entrar en casa y se colgó la mochila al hombro-. ¿Es que todavía no se ha
despertado? ¿Qué le has hecho?- se giró y me miró con suspicacia.
-Más
de lo que te gustaría-me burlé-, y menos de lo que me gustaría a mí.
-Lo
dudo. Si hicieras lo que me gustaría, te casarías con ella y os mudaríais a
Tahití para que no tuviera que aguantarla más que en Navidades.
-¿Scott?-la
voz de Sabrae flotó hacia nosotros desde la cocina, y en ese momento, Trufas apareció derrapando por la
puerta, dispuesto a embestir a mi amigo con todas sus fuerzas. Se acercó a él
como una bala, y ni corto ni perezoso, dio un brinco que le hizo impactar en el
esternón de Scott. Scott intentó cogerlo, pero no estaba tan entrenado como yo
o no tenía tanto talento como Sabrae, así que Trufas cayó al suelo y se puso a saltar en vertical a su alrededor,
llegándole casi a la altura de la cara.
Ese
puto animal parecía poseído cuando tenía un Malik cerca. Había visto gente
puesta de cocaína con un comportamiento más normal del que tenía el conejo. Yo, por ejemplo, pensé con amargura, y
eso que no había estado muy fino en lo de follarme a Zoe. Sacudí la cabeza para
eliminar esa imagen de mi mente, y no me costó mucho, porque enseguida Sabrae
apareció por la puerta de la cocina, guiada por la voz de su hermano y un
instinto natural más poderoso incluso que el hambre que la había llevado a la
cocina.
-¡SCOTT!-chilló
como Penélope Cruz en los Oscar, y yo puse los ojos en blanco mientras mi chica
se abalanzaba a los brazos de su hermano, que se la quedó mirando como si le
hubiera salido un sarpullido en la cara. Incluso la olfateó.
-¿Saab?
¿Eres tú?
-¿Quién
iba a ser si no?-ronroneó mi chica, frotándose contra su hermano como una
gatita, buscando una postura en la que encajara perfectamente con su pecho.
Algo en mi interior estalló con la furia de cien soles, y descubrí con
estupefacción que aquello eran celos. Estaba sintiendo celos del hermano de mi chica-. ¿Qué haces aquí?
-Ser
un calzonazos. Quita, anda-Scott la empujó lejos de sí, lo cual me pareció una
aberración. ¿De verdad había gente a la que Sabrae agobiaba, cuando ni
fusionándose con mis átomos conseguiría hacer que me sintiera incómodo?-, que
me vas a poner la camiseta perdida de chocolate. Mira lo que te traigo-se
descolgó la mochila del hombro y la dejó en el suelo. Sabrae sonrió, le dedicó
una sonrisa, y enrolló un asa en su muñeca-. Para que veas que hay gente que se
toma sus labores de hermano mayor en serio-volvió a mirarme con intención una
vez más, y yo le enseñé el dedo corazón.
-Vete
a la mierda. Soy un hermano mayor cojonudo.
-¿Cuántas
veces le has llevado la mochila del instituto a la casa donde haya dormido?
-Ninguna,
porque Mary Elizabeth no es tan boba de ir a dormir a otro sitio sin preparar
lo que necesita primero.
-A Sabrae
sólo la insulto yo-gruñó Scott, rodeándole los brazos con posesividad.
-¿Qué
libros me has traído, Scott? ¡Esto pesa como si tuviera piedras!
-Todos.
No encontraba tu agenda, así que no sabía qué clases tenías.
-¿Y
pretendes que cargue con todos sus libros con lo pequeñita que es?-acusé. Scott
alzó las cejas.
-Si
fueras un buen novio, le llevarías tú la mochila.
-Si
fuera un buen novio-coincidí, y miré a Sabrae, que se había agachado para sacar
los libros que no necesitaba-. Pero como no soy novio, no puedo ser bueno ni
malo.
-Qué
suerte la tuya.
-¡Deja
a Alec en paz!-Sabrae le dio un manotazo a Scott en la rodilla, y él le soltó
una patada-. ¡OYE! ¡MAMÁ NO ESTÁ PARA PROTEGERTE, Y TENGO TUS HUEVOS A LA
ALTURA DEL HOMBRO, YO DE TI ME LO PENSARÍA MEJOR LA PRÓXIMA VEZ QUE QUIERAS
PEGARME!
-¡Tú
no me dices lo que hago o dejo de hacer con mis amigos, puta cría de los
cojones!
-¡Si cabreas a Alec y él decide pegarte una
paliza, que sepas que no intervendré, flipado!
-Ya
le gustaría a éste ponerme la mano encima. Me quiere demasiado como para
intentar siquiera hacerme pupa-Scott me pellizco la mejilla y yo le aparté de
un manotazo.
-Me
estás buscando, S.
-Encima
que le traigo las cosas a mi hermana para compensar el polvo mañanero antes de
ir a clase, ¿todavía tienes la audacia de
amenazarme?
-No
ha habido polvo mañanero-respondió Sabrae, incorporándose abrazada a los libros
que le sobraban-. Al contrario que tú, soy una persona responsable.
Scott
se la quedó mirando, y tras un momento de silencio, me puso una mano en el
hombro.
-Lo
siento mucho por ti, Al. Pensaba que Shasha era la estrecha de mis hermanas. Si
esperas diez añitos a que Duna sea mayor de edad, yo no me opondré a lo
vuestro.
-Deja
de decir gilipolleces, Scott. Cállate la boca, que tienes medio cerebro dormido
aún-bufó Sabrae, pegándole los libros al pecho a su hermano.
-¿Cómo
que “aún”, Saab? Tu hermano vive con
medio cerebro dormido. Estoy seguro de que ahora sólo está usando el cinco por
cierto de su capacidad-Sabrae y yo nos echamos a reír y Scott nos fulminó a
ambos con la mirada.
-Joder,
Dios os cría y vosotros os juntáis. ¿Así me lo pagas, puta cría?-se volvió
hacia ella-. Yo te di tu nombre. Te doy el último postre aunque me toque
comérmelo a mí. Te dejo elegir el reality
de mierda que quieras cuando nos desvelamos de madrugada, y te traigo tus
puñeteros libros cuando te los dejas en casa para que puedas follar
tranquilamente con Alec. ¿Y así me lo agradeces?
-Iba
a invitarte a desayunar con nosotros, pero no sé si podré con tanto dramatismo.
-Es
mi casa, Sabrae.
-Tu
madre me ha dicho que también es la mía, ¿recuerdas?
-Paso
de aguantaros un minuto más, la verdad-cortó Scott-. Prefiero que me hagan la
cera en los huevos a tener que sentarme con vosotros.
-Annie
ha hecho tortitas caseras-respondió Sabrae, sonriendo con cara de listilla.
Scott frunció los labios, se mordisqueó el piercing y asintió despacio con la
cabeza.
-Bueno…
me quedaré-decidió-. Pero por no hacerle un feo a Annie. Bastante tiene la
pobre teniendo que aguantar a éste como hijo.
-¿Te
importaría recordarme por qué coño te soporto, Scott?
Scott
sonrió, me cogió de la mandíbula y me pellizcó a ambos lados de la boca,
juntando mis comisuras y haciendo que me sobresalieran los labios como si fuera
una dama de la alta sociedad que se ha pasado con el botox.
-Porque
me quieres.
-Deja
de sobarme la cara, tío, que pareces maricón, joder—gruñí, y no miré en
dirección a Sabrae para no ver cómo me fulminaba con la mirada-. Sabes lo mucho
que lo odio y cada vez que puedes lo haces. Me tienes hasta los huevos, Scott.
-Yo
también te lo hago-Sabrae puso cara de corderito degollado, decidiendo ignorar
mi pulla (hacía demasiado poco que nos habíamos reconciliado como para
pelearnos de nuevo, así que era mejor dejarme pasar un comentario desafortunado
ahora).
-Con
lo que nos da el coñazo contigo estando borracho, peque, no me extrañaría que
le gustara hasta que le tires de los pelos del sobaco.
-Pues
ahora que lo dices…
-¡PARA
DE HABLAR, SABRAE!-ladré, y ella se echó a reír. Si le contaba a Scott que me
hacía gracia cuando estábamos tumbados en la cama, desnudos, y ella se aburría
y se ponía a tirarme de los pelos del sobaco sólo para fastidiarme, y se reía
de una forma monísima cuando yo me enfadaba con ella, mis amigos no me darían
tregua. Me lo estarían recordando hasta el día en que me muriera.
Scott
alzó una ceja, y Sabrae se cruzó de brazos.
-¿Te
pensabas que eras el único que me tenía consentida?
-Pues
no me lo explico, con lo fea que eres…
-Amén,
hermano-me reí yo, y Sabrae me fulminó con la mirada.
-Yo
de vosotros iría ya a la cocina, no vaya a ser que las tortitas desaparezcan
antes de que lleguéis-y se marchó, muy digna, con la cabeza bien alta y Trufas siguiéndola como el tigre Rajá sigue a Jasmine a todas partes en Aladdín. Scott y yo nos miramos un
momento.
-De
todas las tías que podías tener, has tenido que elegir a la más insoportable de
toda Inglaterra.
-A mí
no me parece en absoluto insoportable-hice una pausa, y añadí en voz más baja,
propia de un niño enamorado de su profesora que le confiesa sus sentimientos
acompañados de una flor en el día de San Valentín-. Y tampoco pienso que sea
fea.
Scott
rió entre dientes.
-Ella
no está aquí para escucharte, ¿sabes?
-Pero
tú sí-respondí, y Scott sonrió, volvió a reírse entre dientes, asintió con la
cabeza, me dio una palmada en el omóplato, y siguió a su hermana a la cocina.
Le recibió una exclamación de sorpresa y alegría entremezcladas por parte de mi
madre, de la que cualquiera diría que jamás veía a mis amigos. Mamá despegó los
riñones del borde de la encimera de la cocina, donde siempre se situaba por si
sus hijos necesitaban algo cuando había poco tiempo para desayunar, y estrechó
a Scott entre sus brazos. A pesar de que él también era mayor que mi madre,
ella se arregló para llevar la voz cantante.
-¡Scott!
¡Cuánto me alegro de verte!
-Sabrae
se ha chivado de que has hecho tortitas. ¿Habrá alguna para mí?-Scott puso cara
de niño bueno y mamá agitó la mano en el aire.
-¡Por
supuesto que sí! ¿Qué pregunta es esa? Siempre habrá comida en mi mesa para los
hijos de Sherezade-sentenció mamá, y Sabrae comentó, divertida:
-A
papá que le den.
-Por
descontado, siempre y cuando no sean de otra mujer-comentó mamá con retintín, y
Scott y Sabrae se miraron estupefactos antes de unirse a las carcajadas a las
que nos habíamos entregado Mimi y yo. Pocos conocían esa faceta de mi madre,
que se mantenía en un discretísimo rincón del escenario cada vez que había una
visita invitada por sus hijos, pero detrás de esa fachada seria y falta de
interés en las conversaciones de críos que manteníamos en el salón de mi casa,
se escondía una mujer que quería con locura y defendía a sus seres queridos a
muerte. De no ser así, yo no estaría allí, viendo cómo mis mundos se solapaban,
y cada versión de mí mismo que era a lo largo del día se iba juntando con las
demás: Alec amigo, Alec novio (bueno, dejémoslo en “pareja”), Alec hermano y
Alec hijo. Sólo faltaba el Alec deportista, y ya estaríamos todas mis versiones
y yo juntas por primera vez en mucho, mucho tiempo.
Por
desgracia, esa fusión se repetiría en menos de dos meses, por motivos que nada
tenían que ver con la felicidad. Pero yo, eso, aún no lo sabía, así que me
senté en uno de los taburetes con pata de metal, a disfrutar de cómo Sabrae
devoraba las tortitas que mi madre había puesto frente a ella, estratégicamente
colocadas entre un botecito de miel y un tarro de cacao, para que cada uno
escogiera su versión. Sabrae se llevó a la boca un pedazo de tortita bañado en
chocolate y miró a mi madre cuando ésta le entregó una taza a Scott rebosante
de leche.
-¿Qué
tal todo por casa, Scott?
-Bien,
bien-sonrió mi amigo, soplando sobre la superficie y haciendo que surgiera una
pequeña isla de nata, recortándose en el horizonte-. Ahora las cosas se han
vuelto a encauzar; seguro que Alec ya te lo ha contado…
-Bueno,
no todo, ¿cierto? Aún tienes un asuntillo pendiente-mamá se sentó entre mi
amigo y mi hermana y le acarició la nuca y el hombro con cariño. No como lo
hacía conmigo, porque yo había salido de su vientre, pero sí con un amor que
pocas mujeres les profesan a hijos ajenos. La única que tocaba de una manera
más cariñosa a Scott de lo que lo hacía mi madre (con permiso de Sherezade, por
supuesto), era Eri, y a ella ni siquiera se le aplicaban los baremos de las
demás, puesto que había criado tanto a Scott como a Tommy, sin hacer
distinciones entre ellos. Scott era su hijo de la misma manera que lo era
Tommy, con la salvedad de que Tommy se parecía a su marido, y Scott, no.
Scott
suspiró, cansado, y asintió con la cabeza.
-Sí,
bueno. Intento no pensar mucho en ello, porque a lo hecho, pecho, ¿no?-miró a
Sabrae, que asintió con la cabeza. Me di cuenta de que ya no estaba engullendo
tortitas, con toda su atención centrada en escuchar la conversación de mamá y
Scott. Estaba preocupada, igual que yo, por el tono cansado que había adoptado
S al contestarle a mi madre. Y yo me sentí un poco miserable, lo confieso, por
ser parte de lo que había hecho que Scott perdiera su plaza en nuestro
instituto, con todo lo que ello implicaba, sin haber sufrido las mismas
consecuencias que él. Yo había pegado a más chicos que él, yo había hecho más
daño que él, y sin embargo allí estábamos: yo, preparándome para ir a unas
clases que no iba a aprovechar, y él, haciendo tiempo por las mañanas hasta que
llegara su familia y dejara de preocuparse por un futuro que se había visto
truncado injustamente. Si alguien tenía que quedarse en casa era yo, y no él.
Scott era brillante, de los mejores de clase; iba a estudiar una ingeniería y
algún día iría al espacio, como siempre
había soñado desde que era un crío, pero un puto violador de mierda y sus
secuaces se habían interpuesto en su camino, y ahora dormía las mañanas que
debería pasarse estudiando.
-Es
un poco aburrido-Scott sonrió, restándole hierro al asunto, seguramente porque
se había dado cuenta del cambio de actitud de Sabrae y no quería preocuparla-,
supongo que eso es lo que peor llevo. No solía tener mucho tiempo muerto antes
de que me dieran la patada-una amargura muy justificada tiñó su voz, y yo sentí
que se me daba la vuelta el estómago de pura rabia-. Pero procuro mantenerme
entretenido con tareas de la casa-sonrió, fingiendo que no le importaba, pero
una mirada intercambiada con Sabrae me bastó para saber que no nos había
engañado a ninguno de los dos. Puede que a mi madre sí, pero nosotros le
conocíamos de verdad. Le habíamos visto llorar por chicas que le habían hecho
daño y le habíamos dado palmaditas en la espalda mientras vomitaba porque se
había pasado con el alcohol (bueno, eso más bien yo); le habíamos acompañado a
la cama y desvestido cuando estaba demasiado borracho, y no nos habíamos
chivado al día siguiente a nuestros padres (vale, eso era cosa de Sabrae). Le
habíamos visto pasar de ser un crío feliz a un preadolescente feliz, y de ahí a
un adolescente cachondo hasta un joven hombre que había encontrado a la chica
con la que quería pasar el resto de su vida, y que había terminado renunciando
a sus sueños por ella.
Yo no
había renunciado a mis sueños por Sabrae. Los había perdido antes de que ella
entrara en mi vida. Así que nuestra relación jamás tendría el horrible reproche
del sacrificio hecho por el otro, un reproche que ahora pendía sobre las
cabezas de Eleanor y Scott sin que ellos lo supieran. Hoy valía la pena, pero,
¿qué pasaría mañana, o dentro de unos años?
No
quería que Scott se despertara un día, viera a Eleanor dormida a su lado y se
preguntara “¿para qué?”. Él no se lo merecía. Si a mí no iba a pasarme nunca,
tampoco debería pasarle a él.
-Es
increíble lo mucho que hay que hacer en una casa tan grande llena de
gente-comentó como quien habla del tiempo, y por la forma en que su boca
pronunció “llena de gente”, supe que aquello era lo que le mantenía a flote. Su
familia y sus amigos, que si bien no vivíamos con él, seríamos su refugio
siempre que él lo necesitara.
-Qué
me vas a contar-rió mamá, la única persona en la habitación que compartía
oficio de ama de casa con Scott.
-La
verdad es que nunca me he sentido tan útil, Annie. ¿A ti no te pasa que te
sientes el puto amo cuando no sobra ni un poco de la comida que has hecho? Y no
porque te hayas quedado corto, sino porque te ha salido genial y todo el mundo
ha querido repetir.
-Tú
siempre has cocinado bien, S-sonrió Saab, y Scott le dedicó a su niña una
sonrisa radiante. Supongo que en Sabrae estaba la clave: ella podría convertir
un funeral en una celebración. Cualquier desgracia dejaba de serlo en el
momento en que ella entraba en la habitación.
-Gracias,
peque.
Sabrae
se levantó para darle un beso a su hermano, rodeándole los hombros con su
brazo, hundiendo su cara en el hueco entre el hombro y el cuello, y le susurró
al oído:
-Te
quiero mucho.
Sorprendentemente,
no me puse celoso de que Scott sí pudiera escuchar a Sabrae decirle que le
quería en su idioma y yo tuviera que “conformarme”, si es que se puede decir
así, con que me lo dijera en ruso. Supongo que veía tan mal a mi amigo que, por
mucho que tuviera esa suerte, no le envidiaba, al estar mejor que él, y ser
consciente de ello. Al menos yo tenía la opción de un futuro; que fuera a
echarlo por la borda era otra historia. Pero estando allí, sentado, viendo cómo
Scott y mamá intercambiaban opiniones sobre lo satisfactorio que era el trabajo
del hogar (que no lo dudo, pero… simplemente no es para mí), no podía dejar de
pensar en cómo las cosas se habían ido a la mierda de una forma tan desastrosa
en tan poco tiempo.
El
sitio de Scott estaba entre las estrellas, no entre productos de limpieza. Él
había nacido para algo mejor que cuidar su casa y tener la comida caliente y la
mesa puesta para cuando llegaran el resto de miembros de su familia. Un niño
que se las apaña para nacer a pesar de que sus padres se pusieron condón cuando
lo engendraron, su madre tomó la píldora del día después, y pasó un embarazo de
riesgo, simplemente merece algo más especial. Que su nombre se recuerde con el
paso del tiempo, y no sólo por los miembros de su familia más directa.
Sabrae
se excusó para ir a vestirse, y por la forma en que me miró, supe que ella
también estaba pensando en lo mismo que yo: teníamos que ayudar a su hermano.
No podíamos dejar que una injusticia se lo tragara y no lo escupiera. Había
hecho algo bueno, defendido a alguien que merecía que le defendieran, ¿y le
recompensaban así? Aquello era injusto incluso para nuestro puto instituto,
incluso para nuestra puta sociedad racista, y teníamos que hacer algo. Pero,
¿qué?
Sabrae
me acarició la espalda cuando pasó por detrás de mí en dirección a las
escaleras, seguida de cerca por Trufas,
su fiel custodio. No pienses más en ello.
Se nos ocurrirá una solución juntos. Pobrecita. Las mierdas que yo tenía en
la cabeza le hacían pensar que tocaría techo con Scott y me ahogaría con los
problemas de los dos. Como si yo no estuviera dispuesto a ahogarme por él, o
como si, sin siquiera saberlo yo, no viera a mis amigos con mucho mejores ojos
de lo que jamás sería capaz de verme a mí mismo. No podía dejar de pensar en
eso así como así, y cuanto más hablaban Scott y mi madre, más fuera de lugar me
parecía aquella conversación, como si hubiera puesto un capítulo de mi serie
preferida y me hubieran cambiado la trama, los actores y el escenario de un
episodio para otro.
Mi
chica se detuvo un segundo bajo el arco de la puerta, con sus dedos sobre el
marco, y nos miramos un instante. Noté que Mimi nos miraba alternativamente a
ambos, pero me dio igual.
Esto también es un poco culpa mía, le
dije a Sabrae con mis ojos, y los de ella se entristecieron. Creía firmemente
que tenía una tendencia malsana de cargarme los problemas de los demás a las
espaldas, pero en eso no podía estar de acuerdo con ella. Nosotros habíamos
estado allí igual que lo había estado Scott; la única diferencia era que no
habíamos ido a liberar a esos cabrones (un acto noble por parte de nuestro
amigo) y Fitz no tenía ninguna prueba de nuestra participación en la pelea.
Scott podría habernos vendido, y no lo había hecho.
Igual
que no me merecía la forma en que Sabrae me quería y apostaba cien por cien por
mí, tampoco me merecía robarle el futuro a Scott. Por eso, también, tenía que
ayudarle.
Saab
se mordió el labio, como si hubiera leído mis pensamientos, y desapareció por
la puerta, meditando sobre la forma en que distraerme. Era tan buena que quería
que la felicidad me durara un poco más, y por suerte se le ocurrió una manera
eficaz y eficiente: cuando Scott y yo subimos a mi habitación para comprobar si
estaba lista, nos la encontramos en bragas, haciéndose un nudo en la parte baja
de un polo que había sacado de mi armario. Scott exhaló un sonoro bufido.
-¿De
verdad me he levantado más temprano para que tú te pases las normas de
vestuario del instituto por el forro?-soltó, y Sabrae se giró, presta a
cepillarse el pelo. Me quedé sin aliento al ver la piel desnuda de su vientre
en el borde del polo, bajo el cual incluso se asomaba su ombligo. Me dieron
ganas de darle un mordisquito en ese rinconcito de su anatomía.
Y
quise comérmela cuando vi el escudo del instituto en su pecho. Había pensado
que se había puesto esa prenda para peinarse, pero viendo que había elegido el
polo que había sido mi uniforme hasta el año pasado, caí en la cuenta de que
pretendía ir así vestida a clase. Imaginármela
por los pasillos, luciendo con orgullo mi ropa y recordándoles a todos los chicos
con los que se cruzaba que su corazón me pertenecía, y confirmando a las chicas
que las cosas entre nosotros volvían a estar bien, hizo que dentro de mí
estallaran un millón de fuegos artificiales.
-Así
está incluso más guapa-murmuré sin aliento, y ella sonrió.
-Todo
mi esfuerzo para nada-masculló su hermano en voz baja, y Sabrae puso los ojos
en blanco.
-Deja
de protestar y ven a ayudarme con las trenzas, anda-instó, y Scott arrastró los
pies en su dirección cuando yo habría brincado encantado. Observé muerto de
envidia cómo Scott le pasaba el cepillo por el pelo a Sabrae, deshaciéndole los
nudos y también un poco los rizos, y le tendía una goma del pelo para que se
amarrara la trenza.
-Haz
el favor de vestirte, que vas a coger una pulmonía y paso de aguantarte
tosiendo de madrugada-gruñó Scott.
-Duermes
como un tronco, S.
-Ojalá
estuviera durmiendo como un tronco cuando te escuché follar con Alec hace un
par de semanas-ladró, y Sabrae, ni corta ni perezosa, giró la cabeza y,
mirándolo por encima del hombro con una radiante sonrisa en los labios, espetó:
-¿Aprendiste
algo?
-Puta
cría de los cojones-escupió Scott, levantándose-. Encima que te traigo la ropa
y los libros, todavía tienes la poca vergüenza de vacilarme. ¡Soy tu hermano
mayor! ¡Ten más respeto, Sabrae! Debería haberte asfixiado en la cuna cuando se
me presentó la ocasión-masculló, y Sabrae se echó a reír, saltó sobre él, le
lamió la cara y soltó una risotada cuando Scott lanzó un chillido de asco.
-Vaya,
S. No sabía que pudieras hacer esos ruidos-comenté, y se volvió hacia mí,
limpiándose las babas de Sabrae con el dorso de la mano-. Inglaterra se está
perdiendo toda una soprano contigo.
Scott
me dedicó una sonrisa oscura, cargada de maldad.
-No
lo sabes tú bien…
Sabrae
se metió mi polo por el interior de su falda, y para mi gran deleite descubrí
que no se había puesto sujetador. Scott también hizo el mismo descubrimiento
que yo, pero a él no le hizo tanta ilusión.
-Así
que… ahí es donde tienes el piercing-gruñó, y se volvió para mirarme. No
necesité que me dijera nada, yo mismo tuve la decencia de pasarme una mano por
el pelo, hundir los hombros y prepararme para la bronca que de seguro iba a
caerme si pensaba que yo le había pedido que se lo hiciera.
-Oh,
vamos, Scott, no pongas esa cara-Sabrae puso los ojos en blanco-. Te hiciste el
piercing del labio siendo más joven que yo.
-¡Exacto!
¡El del labio! ¿Y sabes la lata que me dio?-protestó, mordisqueándoselo
inconscientemente-. ¡Como para que se te infecte a ti!
-Lo
cuidamos muy bien, pero gracias por preocuparte por mí-sentenció Sabrae.
-¿¡Lo
cuidamos!?
-¡Sí!
Puede que te sorprenda, pero Alec es súper cuidadoso conmigo en todo momento.
Desde que lo llevo, ni una sola vez ha hecho nada que me hiciera daño en el
piercing. Así que… sí-esbozó una sonrisa pagada de sí misma-. Alec sabe lo que
se hace. Sabe tener cuidado. Aunque, ¿qué sabrás tú, que eres una bestia? Fijo
que eres de los que presumen de ser capaces de meter tres dedos en el clítoris.
-¡YO
NO PRESUMO DE METER DEDOS EN EL CLÍTORIS!-ladró Scott, abalanzándose sobre
ella, aunque Sabrae consiguió esquivarlo antes de que yo interviniera, y se
escondió detrás de mí, sabedora de que no dejaría que Scott le hiciera daño-.
¡APÁRTATE DE EN MEDIO, ALEC! ¡LA VOY A MATAR!
-¿Puede
no ser en mi cuarto? Mamá me obligará a limpiarlo-gimoteé, y Sabrae me dio un
manotazo en el brazo.
-¿Así
piensas defender a tu novia?
-Disculpa,
bombón, pero yo por mi novia dejaría tetrapléjico a este mamarracho. La
cuestión es...
-¿A
QUIÉN LLAMAS TÚ MAMARRACHO?
-…
¿eres tú mi novia, nena?
Sabrae
sonrió y me dio un beso en el brazo.
-¡Ya
te gustaría a ti poder hacerme nada, puto payaso! ¡Esto es increíble! Dios los
cría y ellos se juntan.
-Sigue
en este plan, Scott, y todavía cobras así, de gratis-le advertí.
-¿Crees
que te tengo miedo?-Scott se pegó a mí, gallito, y yo me eché a reír.
-Yo
no soy Tommy, gilipollas. Si te tengo que partir la cara, te la parto sin
miramientos. ¿Quieres una demostración?
-Chicos,
por mucho que me encante esta exhibición de testosterona y masculinidad tóxica,
y por muchas ganas que tengo de que a los dos se os bajen un poco los humos…
tengo que ir a clase. Soy la primera de mi curso, y ese puesto no se consigue
llegando tarde.
-Yo a
éste me lo meriendo, Sabrae-discutió Scott.
-Yo
en cambio no tengo ni para empezar contigo. Ni a entrante me llegas, retrasado.
-¿De
verdad os vais a pegar por mí?-inquirió Sabrae con exagerada ilusión. Si
nuestra vida fuera una película de dibujos animados japoneses, de sus ojos
habrían salido estrellitas.
-¿Pegarme
por ti? Yo por ti ni muevo un dedo, puta cría. Si acaso, para conseguir que te
vayas de casa y no vuelvas-soltó Scott, y Sabrae frunció el ceño, enfadada. Sin
pensárselo dos veces, dispuesta a luchar hasta la muerte si era preciso,
acostumbrada a vivir en un entorno en el que quien da el primer golpe es quien
gana, Sabrae echó el pie hacia atrás y lo balanceó a la velocidad del rayo en
dirección a la entrepierna de Scott.
Por
suerte para Scott, Eleanor, y la descendencia que esperaban tener algún día
juntos, yo tengo mejores reflejos que Sabrae, y detuve su golpe antes de que el
apellido Malik muriera en su hermano.
-¿¡Qué
coño haces, Sabrae!? ¡Los huevos son sagrados!
-Lo
mejor que puede pasarle al mundo es que Scott no se reproduzca.
-Querrás
decir después de que tú descubras que eres incapaz de poner huevos, ¿no,
monstruito?
-¡Eres
una sucia, Sabrae! ¡Los huevos se respetan en cualquier pelea!
-Los
respetaréis vosotros, que sois tíos. Yo bastante tengo con sangrar cada mes;
creo que tengo derecho a patear unos cuantos testículos a lo largo de mi vida
como compensación por autodestruirme-Sabrae se cruzó de brazos, chula, y Scott
y yo nos miramos.
-¿Ves
con lo que tengo que lidiar? Por eso estoy deseando que te la traigas a casa.
Te la mandaré con un lacito, y todo.
-¿Sabes
quién tiene la culpa de lo que acaba de pasar? Tú. Eres tú quien no le ha
enseñado el código de honor de las peleas, tío. Si pelea sucio, es porque tú no
le has enseñado las normas más básicas.
-¿Qué
normas más básicas, tío? Esto no es el campeonato nacional de boxeo. Mi vida no
es la que ves en Rocky. Tengo que
lidiar-se llevó las manos al pecho-, a
diario, con tres chiquillas de hormonas revolucionadas que han nacido para hacerme la vida imposible.
-Y
reducir tu parte de la herencia de papá y mamá-le recordó Sabrae, sonriente.
-Qué
ganas tengo de que mamá os enseñe su testamento y descubráis que no os ha
dejado nada más que sus brochas de maquillaje.
-¿Ves
lo tonto que eres, Scott? Las brochas de maquillaje de mamá valen más que
nuestra casa.
Scott
se presionó el puente de la nariz.
-Me
quitas años de vida.
-Pero
me quieres-ronroneó Sabrae, colgándose de su cuello.
-Quita,
bicho. Y ni se te ocurra hacerme cosquillas en el cuello. Estoy enfadado
contigo.
-Porfi,
perdóname, Scott-jugueteó Sabrae, soplándole en el cuello a su hermano. Scott
me pidió ayuda, pero yo levanté las manos. Aquello eran cosas entre hermanos y
yo no tenía derecho a meterme, igual que él no podía meterse entre Mimi y yo.
Finalmente, se reconciliaron gracias al don de persuasión que tenía Sabrae,
consistente en hacer muchas cosquillas, volverse monísima y adorable y cubrir a
su hermano de besos hasta que consiguió arrancarle un perdón del pecho.
Scott
recogió los libros que Sabrae no iba a utilizar, abrió la puerta de mi casa y,
al ver que nuestros amigos nos estaban esperando, se giró y anunció:
-Zoe
se marcha hoy.
El
semblante de Sabrae cambió radicalmente. Hasta hacía unos segundos, sonreía y
se divertía, y puede que incluso considerara seriamente la posibilidad de
faltar a clase para poder estar un rato con su hermano, recuperando el tiempo
perdido. Sin embargo, después de aquella frase, Sabrae quería llegar al
instituto y hundirse entre una montaña de libros, ejercicios y explicaciones
que la hicieran no pensar en lo que había pasado el fin de semana.
-Tío-protesté,
sintiendo que algo dentro de mí ardía. Molestia.
-No-decidió
Sabrae, que es más buena que el pan-. No te preocupes, Al. No pasa nada. Es
pasado. Zoe me cae bien-le aseguró a su hermano, que asintió con la cabeza.
-Mira,
no lo digo porque quiera que te la vuelvas a… digo, que se repita lo que os
pasó. Yo soy el primer interesado en que estéis bien. La única forma de que tus
hijos no salgan subnormales es siendo sobrinos míos-soltó Scott, y Sabrae se
puso roja como un tomate-. Pero no te lo digo por eso. Lo digo porque es la
última oportunidad que tenemos-miró en dirección a Jordan, que en ese momento
estaba mirando su móvil, quizá buscando la forma de ponerse en contacto con
Zoe-. Queremos que coma con todos antes de marcharse, en plan despedida. Eh…
Saab, si quieres venir…
-Tengo
cosas que hacer-se disculpó su hermana.
-Vale.
-Y
además sería un poco… incómodo-expliqué, y Sabrae alzó las cejas en mi dirección.
-¿Qué
quieres decir? ¿Te resultaría incómodo que coincidiera con alguna de las chicas
con las que te has acostado antes, Al?
-No
tengo ningún problema en que te cruces por la calle con medio
Londres-respondí-, pero no sé si estarías a gusto comiendo con una chica con la
que básicamente te puse los cuernos, Sabrae.
-No
me pusiste los cuernos. Yo te di permiso.
-Pero
no querías.
-Pero
te lo di. Y tú tampoco querías acostarte con ella-me recordó ella, jugueteando
con mi jersey. Me mordí el labio. Tenerla tan cerca me desequilibraba.
-Vale,
tortolitos, no quiero que os pongáis a reflexionar sobre vuestra vida sexo
afectiva conmigo delante. Mi hermana está implicada en esta relación; debería vomitar de solo imaginármela teniendo
sexo.
-Entonces,
¿para qué coño sacas el dichoso temita, Scott? Sabes que si vamos a comer
todos, yo también iré. De hecho, eres tú el único que tiene que venir adrede.
Los demás ya estaremos todos juntos.
-Yo
voy a traerla-confirmó Scott, metiéndose las manos en los bolsillos del
pantalón.
-Espera…
tienes algo en mente, ¿a que sí?
Scott
me dedicó su mejor sonrisa torcida.
-¿El
agua moja?-respondió, y volvió a mirar en dirección a Jor-. Mira, haz lo que
quieras, pero todos sabemos cómo es Jordan, y que con las tías necesita un
empujón.
-¿Un
empujón? A estas alturas de la película estoy dudando entre si es gay o no sabe
en qué agujero meterla.
-Ni
que fuera tan complicado-comentó Sabrae, frunciendo el ceño.
-Te
lo digo para que hagas lo que creas conveniente con respecto a cierto amigo
tuyo-Scott me dio un codazo, abriendo más la puerta-. Tú mejor que nadie sabes
lo que les mola a las tías.
-En
la cama, Scott-le recordé, y él puso los ojos en blanco y miró a Sabrae.
-Tenías
que quedarte con el más gilipollas de todos mis amigos, ¿no?
-Es
el segundo más guapo-respondió ella.
-¿¡Cómo
que el segundo!?-repliqué.
-Tommy
ya estaba cogido-Sabrae se encogió de hombros.
-¿TE
RUEGO ME DISCULPES?
-Alec-Scott
me agarró por los hombros-. Céntrate. Aeropuerto. Despedida-alzó las cejas
varias veces.
-¿Te
crees que soy retrasado, tío? Ya sé por dónde vas. Tú quieres un momento de
película romántica, de la que tiene a las tías llorando dos horas después de
acabarse. Si Jordan la besa antes de que se suba a ese avión, no podrá olvidarse
de él-Scott sonrió, complacido con mi contestación-. Dalo por hecho. Vamos,
como si tengo que ir y juntarles los morros personalmente.
-Debe
de follar muy bien, para que te tomes tantas molestias-comentó Sabrae,
echándose una trenza por encima del hombro y caminando hacia la calle, pero yo
la agarré de la cintura.
-No
tan bien como tú-respondí, pegándola contra mi pecho. Sus dientes se asomaron
entre sus labios cuando esbozó una sonrisa complacida, y acariciándome los
brazos, miró a su hermano.
-¿Ves
ahora por qué me quedé con él, S?
-Ya
le comentaré a Diana que por su culpa no va a haber una doble unión
Tomlinson-Malik-se burló mientras nos morreábamos-. Y que también es culpa suya
que Tommy y yo nos peleáramos.
Me
costó una vida quitarme de la cabeza la imagen del piercing de Sabrae
intuyéndose bajo la tela del polo en mi habitación, pero gracias a Dios, estuve
atento cuando me tocó actuar. A pesar de que no podía dejar de pensar en cómo
su anatomía se intuía en la tela de aquella prenda que me había cogido sin mi
permiso (o más bien sin pedírmelo; lo cierto es que no necesitaba avisarme de
que me robaba ropa, ya que le quedaba mejor que a mí), una parte de mí logró
estar atento a cada interacción de Jordan con Zoe. Nos las apañamos entre todos
para que, en la comida, se sentaran frente a frente y Jordan pudiera hartarse a
mirarla mientras Zoe hablaba con nuestros amigos. Creo que detestó cada palabra
que salió de unos labios que no eran los de la americana, porque le impedían
escuchar su voz, y adoró cada sílaba modulada por un acento distinto del
nuestro cada vez que ella abría la boca.
Prestaba
atención a cada gesto de la americana como si fuera un actor que estuviera
tomando nota del personaje al que debía interpretar. La miraba como un escultor
mira a su modelo para asegurarse de que la figura que le arranque a la piedra
será exactamente igual que ella. Se detenía en cada detalle de su rostro, en
cada gesto, en cada palabra, cada minúscula pincelada de lo que Zoe era,
aprovechando los últimos minutos que les quedaban juntos.
La
miraba, en definitiva, como sabía que Sabrae y yo nos miraríamos cuando se
acercara la hora de que yo me marchara al voluntariado. Memorizándonos.
Asegurándonos de que nos llevábamos todo lo que podíamos con nosotros cuando la
distancia entre nosotros creciera, atesorando un detalle por kilómetro que nos
separara.
-Jordan
y yo vamos a ir con vosotros al aeropuerto-anuncié tras aclararme la garganta,
y por primera vez, los ojos de Zoe chispearon con genuina felicidad. No es que
necesitara la confirmación, pero me alegró conseguirla: Zoe le correspondía.
Sentía lo mismo por Jordan que lo que él sentía por ella.
-¿Ah,
sí?-inquirió mi amigo, sorprendido, girándose para mirarme. Contuve las ganas
de poner los ojos en blanco, y en lugar de eso, le di un manotazo por debajo de
la mesa, peligrosamente cerca de los huevos. Espabila, le dije-. ¡Au! Ah, ¡sí, sí! Sí, es verdad. T, no te
importa, ¿verdad?
-¿A
qué?-quiso saber Max, que no se enteraba de una. Tanto salir con su novia y
pasar de nosotros en consecuencia terminaba haciendo que fuera el último en
descubrir las cosas. Para que luego dijeran que el gilipollas del grupo era yo.
-A la
tienda de baloncesto-respondí a la velocidad del rayo mientras a Jordan le daba
una embolia intentando pensar una excusa que no tuviera nada que ver con Zoe-.
Han salido unas camisetas geniales de…
-Las
de Oxford Street también las tien…-empezó Logan, pero yo le solté una patada
por debajo de la mesa que hizo que cerrara la boca.
-Inglaterra
es un país libre, no como las colonias-Tommy se encogió de hombros, con Scott
asintiendo con la cabeza a modo de apoyo, y Diana fulminándolo con la mirada,
dispuesta a soltarle cualquier corte que hiciera que se lo pensara dos veces
antes de meterse con su país… pero no le dio tiempo, porque Megan decidió venir
a aguarnos la fiesta.
Suerte
que se fue enseguida, y pronto llevamos a la pareja al aeropuerto. Tras
hacerles sentarse en asientos contiguos en el metro, nos las apañamos para
meterlos en una tienda de souvenirs, y no les hicimos el menor caso hasta que
no vieron algo con lo que entretenerse ambos. Entonces, Scott, Eleanor y Tommy
se esfumaron. Yo me escabullí disimuladamente hacia una esquina de la tienda y
me detuve frente a una estantería desde la que podía mirar cómo Zoe y Jordan
tonteaban a muerte, aprovechando el tiempo que les quedaba, mientras se
probaban camisetas y gorras con nuestra bandera o alguna de las insignias
nacionales. Vi por el rabillo del ojo cómo Diana se acercaba a mí y se fijaba
en la caja que había cogido y que hacía girar entre mis manos mientras
analizaba a Jordan. Bésala. Bésala,
joder. ¿No ves que no para de mirarte la boca? Lo está deseando.
-¿Qué esperas?-preguntó
Diana, y me la quedé mirando. Señaló la caja que sostenía y bajé la mirada.
-Gemelos-respondí
al darme cuenta de que había cogido nada más y nada menos que un test de
embarazo, así que por eso me había estado mirando mal la dependienta.
Seguramente pensara que quería robar algo y no quería hacerla sospechar
marchándome con las manos vacías.
-No
te rindes nunca, ¿verdad?-hizo un gesto con la cabeza en dirección a Jordan y
Zoe, que estaban cerquísima. Contuve la respiración cuando ella le tocó el
brazo, y bufé sonoramente cuando él se apartó.
-No
suelo, Didi, aunque me lo está poniendo muy difícil.
-Hablando
de poner las cosas difíciles… siento que las cosas con Sabrae no estén bien por
culpa de Zoe. Si hubiera sabido que ibais a tener problemas, le habría dicho
que no se acercara a ti.
-No
te preocupes por eso. Las cosas ya vuelven a estar bien.
Diana
parpadeó.
-¿De
verdad? Has sido rápido pidiéndole perdón.
-No
me importa disculparme por cosas de las que me arrepiento. Y no es nada
personal, así que no te lo tomes a mal, pero… me lo pasé bien con Zoe. Sólo
que… no tan bien como con otras.
-¿Con
otras?-replicó Diana, cruzándose de brazos y haciendo énfasis en el plural.
-Bueno,
vale, con otra-admití, pasándome una
mano por el pelo. La americana sonrió.
-Pues
me alegro mucho de que todo os vaya bien. No quisiera que tuviera que surgir
una pareja de la ruptura de otra, y menos si ésa es precisamente la que formáis
Sabrae y tú-comentó, y yo iba a responderle, pero Tommy nos interrumpió
comentando alucinado que había tabletas de chocolate que pesaban un kilo en las
tiendas del aeropuerto. No pude responderle a Diana que ella no tenía culpa de
nada, que sólo la tenía yo, pero la sola mención del nombre de Sabrae ya me
tuvo distraído el resto del tiempo, hasta que llegó el momento de que Zoe se
despidiera de nosotros y atravesara los controles de seguridad, en los que
Diana iba a acompañarla a pesar de no tener tarjeta de embarque porque, bueno…
ser Diana Styles tiene sus ventajas.
Zoe se plantó frente a mí, con el asa de su
bolso colgando de su hombro de una forma en la que sólo las tías pueden llevar
colgadas las cosas. Sonrió, tímida, y se puso de puntillas para abrazarme y
darme un beso en la mejilla. Llevó la boca hasta mi oreja para susurrarme algo
al oído mientras sus dedos se deslizaban por mi nuca.
Y,
por primera vez en mi vida, ese gesto no me volvió loco. Ahora sólo respondía a
los estímulos de una única persona.
-Sé
que debería pedirte perdón por lo que vino después a lo que nos pasó, pero… la
verdad es que disfruté mucho. Estuviste increíble, incluso distraído. Sabrae
tiene mucha suerte. Gracias por darme a probarla.
-El
placer ha sido mío, pelirroja-respondí, devolviéndole el beso y dándole un
apretón en la cintura. Zoe sonrió, asintió con la cabeza, y pasó a despedirse
de Tommy, con quien intercambió más cariños que nadie, al haber sido el que más
había estado con ella. Miré a Jordan, que se me había quedado mirando con ojos
opacos. Espero que lo que teñía su mirada fueran celos. Podíamos trabajar con
celos, pero no con indiferencia o timidez.
Para
mi horror, lo que cristalizó en su mirada cuando Zoe se volvió hacia él, fue
timidez. Jordan tragó saliva y Zoe se apartó un mechón de pelo detrás de la
oreja. Bésala.
-Bueno-susurró la chica,
balanceándose sobre sus pies.
-Esto…
ya te vas-comentó Jordan, metiéndose las manos en los bolsillos. Bésala.
Tommy
miró a Jordan. Scott me miró a mí. Eleanor miró a Jordan. Diana me miró a mí.
Jordan
abrió la boca para decir algo. Por Dios,
declárate. Dile que es la chica más guapa que has conocido en tu vida. Dile que
no quieres que se vaya. Dile que no vas a poder vivir sin ella ahora que ya la
conoces. Dile que quieres que te invite a su casa. ¡Demuestra interés! ¡Dile
ALGO!
-Ha sido… genial conocerte.
Diana
hundió los hombros. Tommy y Scott inhalaron profundamente. Yo me tapé los ojos
con las manos. No quería ver esto. Miré por el hueco entre mis dedos cómo Zoe
se mordía el labio.
-Igualmente,
Jordan.
¡DILE QUE LA QUIERES, JODER!
-Cuando vuelvas…-pídele una cita, sí, sí, tío, ¡vas genial
por ahí! Me quité las manos de la cara y observé con muchísima atención,
como un juez de silla en la final de un torneo olímpico-, bueno, Tommy nos
avisará. Así que no hará falta que lo hagas tú.
Scott,
Tommy y yo nos miramos.
-Prefiero
ver a dos hipopótamos apareándose que este esperpento-murmuró Tommy.
-Pero
estaría bien volver a dar una vuelta-continuó Jordan. ¿Estaría bien volver a dar una vuelta? Ay, mi madre, esto no hay quien
lo mejore. Llévatela al baño y cómele el coño.
-Sí-asintió Zoe, y en su tono de voz escuché
la desilusión-. Estaría bien dar una vuelta. Y que me explicaran cómo funcionan
las luces de la discoteca-añadió, dándole una oportunidad a Jordan que, por
supuesto, él era demasiado gilipollas para aprovechar.
-Bueno,
no tienen mucho misterio; hay un programa de ordenador que las controla. Es
pirata.
Volví
a mirar a los chicos.
-¿Cómo
se puede ser así de virgen?-siseé.
-Te
lo puedes descargar, si quieres, para… las luces de tu habitación-Jordan se
toqueteó la nuca, nervioso-. Puedo enviarte el link.
-Ah-asintió
Zoe, completamente fascinada (no) por la explicación de mi amigo. Si a mí me
apetecía que la tierra me tragara, no quería ni pensar en cómo se sentía ella-.
Eso suena bien. Bueno, yo… tengo que coger un avión-señaló las puertas de la
terminal-. Supongo que… ya nos veremos.
-Sí-asintió
Jordan-. Buen viaje-extendió los brazos y le dio el abrazo más incómodo de la
historia, no porque no se tocaran, sino porque no se tocaron lo suficiente.
Querían estar siempre en los brazos del otro, que el tiempo se detuviera para
ellos mientras el mundo seguía girando para el resto.
Pero
el mundo no hace excepciones, y menos las hace el tiempo, así que llegó el
momento de separarse. Zoe no pudo mirar a los ojos a Jordan, lo cual le hizo
más daño a mi amigo que mil puñales clavándosele en el pecho. Diana recogió una
de las maletas de Zoe, nos hizo un gesto con la mano a modo de despedida
temporal, y la acompañó a través de los controles de seguridad. Jordan se las
quedó mirando a ambas, derrotado, con las manos en los bolsillos y los hombros
hundidos.
Suspiró,
musitó un cansado “bueno, vale”, y se giró para mirarnos.
-¿Qué?-preguntó
al ver la expresión que adornaba nuestras caras.
-¿Tommy
nos avisará?-espeté-. ¿Así que no hace
falta que lo hagas tú?
-No
quería que se agobiara.
-Di
más bien que no querías que pensara que le molas. O mejor aún, admite que te
gusta ser un puto virgen para que podamos ir buscándote un monasterio en el que
ingresar como novicio. ¿Y qué cojones ha sido eso de las luces?-le recriminé-.
Joder, Jordan, no he pasado tanta vergüenza en mi vida.
-¡Es
que yo no sé ligar! ¡No sabía qué decirle!
-¿Qué
tal esto: “oye, Zoe, me ha encantado conocerte, creo que eres una tía cojonuda
que casualmente folla de puta madre, y yo soy virgen, así que cuando quieras
vienes y me enseñas”?-sugerí, y Scott frunció el ceño.
-No
puede decirle que es virgen, ¡la espantaría!
-¡Tampoco
es que yo sea virgen!-protestó Jordan, y yo puse los ojos en blanco.
-Metérsela
a una tía y darle cuatro empujones no es perder la virginidad.
-Me
pregunto quién cojones tiene la culpa de que sólo diera cuatro empujones-Jordan
me fulminó con la mirada y di un paso hacia él.
-Vale,
tíos, calma-instó Tommy, metiéndose entre nosotros-. Al, Jordan no puede decirle
a Zoe de buenas a primeras que es virgen. Sonaría muy desesperado. Pero Jor,
tío, tienes que reconocer que te has lucido con ella. He visto caracoles ligar
mejor que tú.
-Todo
esto es por culpa de esas puñeteras rastas-espeté-. Te pesan en la cabeza y
tienes el cerebro atrofiado porque tienes los nervios retorcidos y en tensión.
-¿Quieres
dejar de meterte con mis putas rastas?
-¡Dejaría
de meterme si no dieras puta vergüenza ajena, Jordan! ¿¡A ti te parece normal
lo que le has dicho a Zoe!? ¡He escuchado cosas más sensuales de viejas de 70
años cuando voy a llevarles los pedidos de Amazon!
-¡Eso
es porque tú eres guapo!-protestó Jordan, y yo me quedé a cuadros.
-Tú
también eres guapo, Jordan-respondió Eleanor, de quien me había olvidado hasta
entonces. Casi doy un brinco al escucharla hablar.
-Puede,
pero no estoy a la altura de Al. No estoy a la altura de ninguno de los chicos,
realmente. Zoe jamás se quedaría conmigo. ¿No habéis visto cómo se ha ido? Le
he dado lástima porque sabe que nunca voy a encontrar a alguien que me
corresponda.
-¿CÓMO
VAS A ENCONTRAR A ALGUIEN QUE TE CORRESPONDA, SI TIENES LA CAPACIDAD DE
SEDUCCIÓN DE UN PUTO CACTUS MARCHITO?-estallé-. ¡QUE LE MOLAS A ZOE,
GILIPOLLAS! ¡LLEVA TODA LA PUTA TARDE PIDIÉNDOTE CON SU LENGUAJE CORPORAL QUE
LA BESES, PERO TÚ ERES TAN LERDO QUE NI TE HAS DADO CUENTA! ¿Tengo que
recordarte que me la follé?-espeté, y Eleanor alzó las cejas.
-Vaya,
no me esperaba que la conversación fuera a ir por ahí. Menuda escalada de
tensión.
-Pues
no te queda nada-contestó su hermano mientras Jordan me fulminaba con la
mirada.
-Sí,
tío: me la follé. Como un cabrón-sonreí, viendo que Jordan se echaba a temblar
de pura rabia-. ¿Sientes eso? ¿A que me matarías si pudieras ahora mismo? Eso
es lo que siento yo por Sabrae. ¿Y qué hago yo por Sabrae? Todo. Así que, ¿qué
tienes que hacer tú por Zoe? Todo-le dediqué una sonrisa oscura-. Y no me
vengas con historias. Si no habéis follado mientras ella estaba aquí, si
todavía eres un puto virgen, desde luego, no es porque ella no quisiera. Lleva
queriendo sentarse en tu cara desde que te vio. ¿Cuándo has visto que una tía
pase de mí después de que me la folle con la alegría con que lo hizo Zoe en el
momento en que te vio por primera vez?-algo en la expresión de Jordan cambió, y
yo sonreí-. Exacto, hermano. Lo único que la americana cambiaría de su estancia
en Londres no ha sido conocerte, sino que fuera yo quien se la llevó a los
baños en lugar de tú.
Jordan
se llevó las manos a la cabeza, y las entrelazó en su nuca, mirando en
dirección a las puertas de embarque.
-¿Por
qué no me lo habéis dicho antes? Sabéis lo mal que se me dan las chicas. ¿Por
qué no me habéis dado un empujón?
-¿Que
no te…? La madre que me parió, Jordan. ¡Llevamos toda la semana dándote
empujones! ¡Te acompañé a un puto parque de atracciones para que le ganaras un
peluche! ¡Dejé el hueco frente a ti libre para que ella se sentara y pudierais
hablar! ¡Te traje al aeropuerto! ¿¡Qué más quieres!? ¿Que te quite la ropa, te
ponga un condón y te ayude a metérsela?
Eleanor
parpadeó.
-Sí,
realmente la conversación está escalando de una forma peligrosísima.
-Te
dije que no te quedaba nada, El.
-Mira,
macho, por muchos pelos rizados que tengas en los huevos, no dejas de ser un
niñato si no eres capaz de decirle a la tía que te gusta que lo hace. Así que
haz el favor-le di una palmada en el hombro-, cruza ese puto control de
seguridad, vete a buscar a Zoe, y dile lo que sientes antes de que sea tarde.
Sé un hombre por una vez en tu puta vida.
Jordan
me miró un instante.
-¿Sabes
que te quiero, Al?
-Así
me gusta-le di una palmadita en la cara-, que practiques para cuando se lo
tengas que decir a ella. Vete haciéndolo de camino. Anda, tira.
Observé
con los brazos en jarras cómo Jordan se dirigía hacia el control de seguridad.
-Vaya,
Al. Jordan te ha dicho que te quiere, ¿vas a llorar?-me pinchó Scott.
-Cómeme
la polla.
-Creo
que voy a tener que ponerme a la cola-se burló, y yo puse los ojos en blanco.
Cuando vimos que Jordan intercambiaba demasiadas palabras con la funcionaria de
seguridad, trotamos hacia ella, que echó mano de su pistola, como comprobando
que podía freír a balazos a una manada de adolescentes sin control.
-¿Qué
pasa?
-Es
demasiado tarde-masculló Jordan, hundido-. No me dejan pasar el control de
seguridad si no tengo tarjeta de embarque.
-Son
las normas-confirmó la de seguridad.
-Escuche,
señorita, mi amigo no se quiere subir a ningún avión-intentó explicar Tommy-.
Verá, acaban de pasar dos chicas, una rubia y una pelirroja, las dos muy guapas,
(aunque más la rubia; resulta que es mi novia, y casualmente es mi novia…)…
-No
es momento para que te chulees de tu escalada social, Thomas-le recriminó
Scott.
-Y el
caso es que mi amigo está enamorado de la pelirroja, pero no ha podido
decírselo por circunstancias de la vida.
-Nació
con un cromosoma menos-comenté yo, y la de seguridad me fulminó con la mirada.
-Así
que sólo quiere pasar para poder declararse antes de que se suba al avión, como
en las películas románticas, ¿sabe lo que le digo?
-Odio
las películas románticas.
-No
me digas-puse los ojos en blanco y Eleanor me tiró del jersey para que me
callara.
-Vamos
a ver, chata-estalló Scott-. ¿Qué mal puede hacer que dejes pasar a mi amigo?
¡Si no va a hacer nada! Podrías cogerte una pausa para ir al baño y que él se
colara sin que tú lo supieras, y nadie te echaría en cara…
-¿Tú
te crees que yo soy tonta, chaval?-replicó la tía-. Seguro que queréis entrar a
robar.
-¿CÓMO
QUE ENTRAR A ROBAR? ¡SERÁS RACISTA! ¿TIENES IDEA DE QUIÉN SOY YO?
Tanto
Tommy, como Jordan, Eleanor y yo nos quedamos mirando a Scott.
-Jamás
en mi vida habría creído que te escucharía decir eso-comentó Tommy, pero Scott
no le hizo caso.
-¡SOY
SCOTT MALIK, TRONCA! ¡YA NOS ESTÁS DEJANDO PASAR, O TE MONTO TAL POLLO QUE CIERRAN
EL AEROPUERTO UN PAR DE HORAS! ¡TÚ MISMA!
-Sí,
cuidado, amiga, no vaya a ser que su padre te escriba una canción
insultándote-ironicé, y Scott se volvió hacia mí.
-Lo
decía por mi madre, gilipollas. ¿Has oído hablar de Sherezade Malik? Fijo que
sí. Sale en las noticias prácticamente todas las semanas. No ha perdido un caso
en su vida. Estoy seguro de que le encantaría llevar un caso de discriminación
racial a menores. Hace mucho tiempo que no lo llevan en el despacho…
-Conozco
lo suficiente a Sherezade Malik como para saber que ella no ha llevado jamás
ningún caso contra una mujer, y menos contra una trabajadora que sólo se quiere
ganar el sueldo-se encogió de hombros y Scott se mordió el piercing tan fuerte
que podría haberlo roto-. Haced el favor de apartaros. Me estáis haciendo cola.
-Pero…-empezó
Eleanor.
-Sin
tarjeta de embarque no podéis acceder a la terminal, lo siento.
-¡Pero
si Diana Styles acaba de pasar sin tarjeta!-protestó Tommy.
-La
señorita Styles tiene tratamiento preferente en los aeropuertos.
-¡Pues
yo me la estoy tirando!-estalló mi amigo-. ¿Por qué no tengo yo ese tratamiento
entonces?
-Porque
no estás bueno. ¿Eres lesbiana?-pregunté antes de poder frenarme, y la chica me
fulminó con la mirada-. Oye, no me mires así, que no pasa nada. A mí me
encantan las lesbianas. Jugáis al fútbol que te cagas. Estoy súper a favor de
las lesbianas. Odio lo discriminadas que…
-Vale,
gracias, señorita-se despidió Eleanor, tapándome la boca y tirando de mí para
llevarme hasta una zona de asientos. Jordan miró su móvil y gimió.
-Hemos
perdido muchísimo tiempo.
-¿Una
semana, por ejemplo?-inquirí, y él jadeó.
-No
está la cosa para bromitas, Alec.
-Chicos-comentó
Eleanor.
-Podemos
llamar a Diana y pedirle que acerque a Jordan a los controles-sugerí-. Con un
poco de suerte, podrá sortearlos antes de que nos frían a tiros.
-Chicos.
-A mi
madre no le va a hacer gracia tener que ir a por nosotros al calabozo-comentó
Tommy.
-A la
mía menos aún. Encima que no tengo el graduado escolar, ahora me vuelvo
delincuente profesional. Seguro que me deshereda-bufó Scott.
-Chicos.
-¿Y
si hago videollamada con ellas?-comentó Jordan-. Mejor que nada…
-¡CHICOS!
-¡¿QUÉ?!-tronamos
los cuatro a la vez, y Eleanor señaló un mostrador vacío con el nombre de una
aerolínea en lo alto. Jordan frunció el ceño, Tommy arrugó la nariz, y Scott
alzó una ceja… pero yo me levanté.
-¿Quieres
que facturemos a Jordan en el vuelo a Nueva York dentro de una maleta, Eleanor?
Son más de 9 horas de viaje en la bodega.
-No,
imbécil-repliqué, sacudiendo la mano en dirección a Tommy-. Tu hermana es un
puto genio. Necesitamos una tarjeta de embarque-me giré y los miré.
-¿Y?
-¡Tíos!
¡Estamos en un aeropuerto! ¡Aquí venden
tarjetas de embarque!
-¿Y
decís que Alec es el imbécil del grupo?-preguntó Eleanor, inclinando la cabeza
hacia un lado.
-Dame
tu carnet de identidad, Jordan.
-Pero…
-¡Que
me des tu puto carnet de identidad!
Jordan
se sacó la cartera y me entregó lo que le pedía.
-Al,
¡espera! ¡No tengo pasta!
-Yo
sí. Vete dándoles los objetos punzantes a Scott y Tommy. Te conseguiré un vuelo
barato a algún sitio-le guiñé un ojo, caminando hacia atrás, y sorteando
milagrosamente a todos los pasajeros que se dirigían a los controles de
seguridad. Me giré, eché a correr, y llegué derrapando al mostrador de British
Airways.
-Un
billete, por favor.
-¿Adónde,
señor?
-Adonde
sea más barato.
La
chica se me quedó mirando.
-¿Nacional
o internacional?
-Donde
más rabia te dé, chata.
-Tenemos
una oferta de un vuelo a Escocia que…
-Ese
mismo-deposité el carnet de identidad de Jordan sobre el mostrador y la chica
lo examinó.
-Éste
no es usted, caballero.
-Sí
que soy yo; me hice las fotos en verano, lo que pasa que igual que me pongo
moreno muy rápido, también pierdo el color.
-Tenemos
protocolos de seguridad que nos impiden…
-Escucha,
guapa-ronroneé, cogiéndola de las manos. La chica alzó las cejas y yo me giré
en dirección a Jordan-. ¿Ves a ese tío de ahí? Bueno, pues resulta que es mi
mejor amigo, y la chica que le gusta está a punto de coger un avión a Nueva
York sin que él haya podido declarársele. Es que se le dan fatal las chicas-le
dediqué mi mejor sonrisa de Fuckboy® y la chica se me quedó mirando sin aliento
un instante. Me sentí un poco sucio por jugar con ella de esa manera, sobre
todo porque esa forma de tontear era casi una infidelidad, pero ahora no podía
pensar en Sabrae-. El caso es que hemos conseguido ahora que reúna el valor suficiente para ir a verla, pero
necesitamos una tarjeta de embarque para que pueda pasar los controles de
seguridad. No se va a subir a ese avión. Sólo quiere besarla antes de irse. ¿Lo
entiendes?
-¿A
ella le gusta?
-¿Qué
importa eso?-repliqué, arrugando la nariz.
-Importa.
No quiero que bese a una chica que no quiere ser besada.
-Ah,
lo pillo. Sororidad, y todo eso. Sí, sí que le gusta. De hecho, se ha ido
bastante disgustada porque él no le ha dicho lo que sentía.
-En
ese caso…-recogió el carnet de Jordan y
yo contuve mis ganas de ponerme a saltar-, el ordenador te asignará un asiento
aleatorio. Para no aumentar los costes. No creo que en Amazon sean tan
generosos como para sufragarte esto también, ¿verdad?
-No,
la verdad es que con el seguro de… espera, ¿cómo sabes que trabajo en Amazon?
La
chica alzó una ceja y sonrió antes de volver la vista a su pantalla.
-Mierda.
Me he acostado contigo alguna vez, ¿a que sí?-pregunté, y ella se echó a reír y
asintió con la cabeza.
-En
Septiembre. Me trajiste los libros del módulo de azafata. Y luego, te
quedaste-sonrió-. Llevo intentando que me traigas otro paquete desde entonces.
Aprobé el examen que tenía al día siguiente. Supongo que me diste suerte.
-No
estabas asignada a mi zona.
-Ni
siquiera sabes cómo me llamo.
-Tampoco
me dedico a follar con todas las tías a las que les entrego un paquete, muñeca.
-Seguro.
Por eso no me has reconocido, ¿verdad? Debe de ser por el maquillaje.
-O
por la ropa-sonreí, y ella alzó una ceja.
-Siempre
visto los mismos colores.
-No
cuando estabas encima de mí, chata.
Se
echó a reír y me entregó el billete.
-¿Cómo
te llamas?
-¿Para
qué quieres saberlo? ¿Para ponerlo en observaciones?-me eché a reír-. Alec.
Puedo llevarte algún paquete, si lo pides, pero no vamos a acostarnos más.
-¿Una
mala experiencia con otra clienta?-ronroneó.
-Todo
lo contrario. Ahora tengo novia. Y tú eres…-se señaló la plaquita con su
nombre, Gwen, y yo sonreí-. Ah, sí. Cierto. ¿Sigues teniendo ese cuadro de Andy
Warhol encima de la cama?-se echó a reír.
-Serás
fantasma…
-Te
dije que no te había reconocido, no que no me acordara. Bonito tatuaje, el de
los lumbares, por cierto-le guiñé un ojo-. Seguro que a tu novio le encantará.
A ti, no tanto, cuando te pongas a dar a luz sin epidural, pero supongo que eso
no es asunto mío.
-No
tengo pensado tener hijos, la verdad-se rió.
-Sí,
eso decís todas, hasta que sois incapaces de localizarme-volví a guiñarle un
ojo y troté hacia Eleanor y los chicos. Extendí la tarjeta de embarque hacia
Jordan, y cuando él alargó la mano para cogerla, la retiré rápidamente.
-No
la cagues.
Jordan
asintió solemnemente con la cabeza y recogió la tarjeta de embarque.
-Gracias,
tío. No sé cómo agradecerte…
-Perdiendo
la virginidad. Anda, tira, antes de que tu avión a Escocia despegue sin ti-le
di una palmada en la espalda y observé con nerviosismo cómo Jordan atravesaba
los controles.
-La
azafata no deja de mirarte, Al-comentó Eleanor, divertida, y yo miré en su
dirección. Gwen apartó la vista en ese momento, fingiéndose concentrada en sus
tareas.
-Ah,
sí. Es que es clienta. Me la tiré.
-No
digas “es clienta, me la tiré”-Tommy se echó a reír-. Hace que parezcas un
gigoló.
-¿Sabes?
Tiene gracia. Mimi dijo que era básicamente un gigoló de beneficencia hace un
tiempo.
-No
me imagino a Mimi usando esas palabras contigo-comentó Scott.
-Pues
yo sí-intervino Eleanor, sonriente.
-Es
que estaba enfadada conmigo.
-¿Por
qué?
Sonreí.
-¿Por
qué va a ser? Por Sabrae-me deleité en cómo sonaba su nombre en mi boca, y
Scott y Tommy intercambiaron una mirada y sonrieron.
-Me
alegra saber que mi hermana tiene a otra persona dispuesta a cuidar de ella.
-¿Es
broma? Estamos hablando de Sabrae. Todos los que la conozcan quieren cuidarla.
Es algo que nos sale de dentro.
-Va a
ir un poco corta de gente cuidándola a partir de ahora.
Fruncí
el ceño, sin entender. ¿Cómo que iba a andar corta? ¿Es que se había peleado
con sus amigas de nuevo? ¿Habían decidido otra vez que no apoyaban nuestra
relación?
-¿Qué
quieres decir, S?
Scott
y Tommy volvieron a mirarse, hablando en silencio, en una conversación a la que
sólo ellos dos podían acceder. Tommy asintió con la cabeza, dándole permiso a
Scott, y Scott se volvió para mirarme.
-Verás,
eres el primero al que le decimos esto. Ni siquiera nuestras familias lo saben,
así que te pido por favor que no le comentes nada a nadie. Especialmente, a mi
hermana. Me gustaría ser yo quien se lo dijera.
-¿Estás
bien, Scott?-una alarma angustiada tiñó mi voz, pero mi amigo se apresuró a
tranquilizarme.
-Sí,
sí. No te preocupes. De hecho, no he estado mejor-volvió a mirar a Tommy, y esta
vez, también a Eleanor-. Verás, a T se le ha ocurrido una solución para mi
situación.
-¿Ah,
sí?
-Sí.
Ya que no tengo un futuro académico inmediato, pues… hemos decidido formar una
banda.
No lo
entendí. Era como si la palabra “banda” estuviera fuera de mi vocabulario, como
si fuera una palabra prohibida que jamás hubiera escuchado y que por lo tanto
no consiguiera comprender.
-¿Una…
banda? ¿De qué?
-De
música, Al-Tommy se echó a reír-. ¿De qué va a ser?
-Tenemos
a Layla y Diana a bordo. Sólo falta Chad.
-¿Ya?
Pero… ¿tan rápido? ¿Qué tenéis pensado hacer?
-Ahí
está la cosa. Eleanor va a presentarse a este programa, The Talented Generation… y nos hemos apuntado a los castings.
Creemos que tenemos posibilidades de que nos cojan.
-Vamos-comentó
Eleanor-. Sois One Direction parte 2. Se pelearán por vosotros.
La
cabeza me daba vueltas. Demasiada información en muy poco tiempo.
-Pero…
¿cuándo va a ser esto? ¿El programa no empieza en primavera?
-Si
todo va bien, y nos cogen… entraríamos en el programa la semana después de tu
cumpleaños-informó Scott, y yo lo miré.
Para
mi cumpleaños faltaba un mes.
¿Me
quedaba un mes con mis amigos?
O,
peor aún… ¿a Sabrae le quedaba un mes con su hermano? ¿Cómo se suponía que iba
a sobrevivir a eso? Sabrae adoraba a Scott. Si tuviera que elegir entre él y
yo, se quedaría con él, y yo no podría culparla. Él había estado allí antes que
yo, y puede que también lo estuviera después.
Asentí
despacio con la cabeza, procesando la información, prometiéndome que haría todo
lo posible por reducir al mínimo el impacto, ser el consuelo de Sabrae. Yo ya
le había roto el corazón, y había sido doloroso.
Pero
que se lo fuera a romper Scott, de quien ella no se lo esperaba, a quien ella
quería más… la destrozaría. Tenía que estar a la altura. Recoger el testigo de
su hermano.
Cuidar
de ella mejor de lo que lo había hecho hasta ahora. Puede que incluso mejor de
lo que supiera.
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ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO.
ResponderEliminarO sea en el principio casi me muero de una hiperglucemia porque ha sido demasiado azúcar, mi corazón no aguanta muy bien leer a Alec narrando como de pillado esta por Sabrae.
Luego hablemos del hecho que echaba de menos leer tanto Scott de seguido, es que ay lloro, lo echo mucho de menos. Y LUEGO HABLEMOS DE QUE LA PARTE DEL AEROPUERTO ES PURA POESÍA O SEA TÍA ME HE DESCOJONADO VIVA TE LO JURO HACÍA MAZO TIEMPO QUE NO ME REÍA TAN DE SEGUIDO CON UN CAP.
Estoy triste pensando en como va a reaccionar Sabrae a la marcha de Scott pero los capítulos que se vienen me van a encantar así que felissssss.