lunes, 23 de diciembre de 2019

La capacidad de seducción de un cactus.


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La luz del sol me acarició los párpados, despertándome lentamente como lo hacía durante el verano, cuando era mucho más potente y suave a la vez. Eso fue lo primero que percibí de mi primer día en mi nueva vida, en una segunda oportunidad que el mundo me concedía y no estaba seguro de merecer.
               Lo segundo, fue su cuerpo. Menudo, cálido, acariciando el mío y acoplándose a mí como el mejor de los puzzles, absorbiendo mi calor corporal y regalándome el suyo, mientras me mecía suavemente con su respiración. Sabrae no estaba desnuda, como a mí me habría gustado, pero sí parecía a gusto, como si estuviera en el lugar que estuviera destinada a ocupar. Me la quedé mirando, sin aliento. Las pestañas le acariciaban las mejillas, más largas de lo que jamás se las había visto a ninguna chica; tenía la boca ligeramente contraída en una media sonrisa de la que me encantaría ser causa, y las estrellas de sus lunares espolvoreados sobre su nariz bailaban un lento vals al compás de su respiración. Tenía la mano colocada sobre mi pecho y una pierna entre las mías, con todo el pelo acariciándole la espalda y los hombros, cayendo en cascada sobre ella como si fuera la protagonista de un cuadro que le haría sombra en visitantes y fama a la mismísima Mona Lisa.
               Supe por su belleza y perfección que no lo estaba soñando. Que lo de la tarde pasada había ocurrido de verdad: había venido a verme, había luchado por mí, se había derrumbado a mis pies para que mis demonios y yo nos postráramos ante ella, y así poder decapitarlos. Me había hecho prometerle que nada se interpondría entre nosotros, ni siquiera ella, ni siquiera yo, y yo se lo había jurado con la solemnidad del caballero que jura proteger a su señora. Noté cómo un intenso amor crecía en mi pecho mientras una sonrisa se esparcía por mi boca, contemplando cómo el dorado del sol poco a poco dibujaba su silueta con sombras en las sábanas. Sin poder refrenar mis instintos, tiré de ella para abrazarla aún más a mí, y ella abrió los ojos, somnolienta.
               -Joder-gruñí con voz ronca, preñada de una emoción contenida a duras penas por tenerla allí conmigo, por quererla y ser correspondido-. Creía que lo había soñado.
               Sabrae parpadeó, tratando de enfocarme con sus preciosos ojos castaños, que reflejaban la luz del sol en un bonito tono chocolate.
               -¿El qué?-quiso saber con voz dulce, aniñada, y yo sentí ganas de comérmela a besos. Puede que aquella fuera la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida, la dueña de mi libido y la ama absoluta de mi cuerpo y mi placer, pero también era mi chica, mi niña. Había dentro de mí un monstruo que estaba dispuesto a escupir fuego y sacar las garras sólo por protegerla.
               -Que estabas aquí, conmigo-le aparté un mechón de pelo de la cara para poder verla en todo su esplendor, todo su rostro titiló cuando nos miramos y el universo explotó. Los dos éramos más poderosos que el espacio que nos rodeaba, y entre nosotros había una conexión más intensa que la que mantenía los planetas en sus órbitas, las estrellas en sus galaxias, las galaxias suspendidas en el espacio. Dejé mi mano hundida en su melena y le acaricié la mejilla con el pulgar.
               -No-respondió, acariciándome el mentón-. Esto es real. Muy real-ronroneó como una gatita, de la misma manera que lo hacían las actrices de las películas de acción la primera vez que conocían al protagonista, y con el que terminarían acostándose. En un tono sensual, pero a la vez, Sabrae sonó diferente. Íntima, confiada, cariñosa, segura de que lo que me había dicho era una verdad incuestionable. Se inclinó hacia mi boca y me besó despacio, dejando que nuestros labios se acariciaran como quien acaricia al cachorro que se convertirá en su mejor amigo durante muchos, muchos años.
               Yo sería su compañero más leal, si las mierdas que tenía dentro me dejaban. El perro más fiel que nadie hubiera visto nunca. Haría lo que fuera por ella. Mataría y moriría por ella. Suerte que ella jamás me pediría mi vida, porque eso significaría estar separados.
               Cuando se cansó de besarme, Sabrae se separó lo justo y necesario para mirar mi boca y morderse el labio.
               -Ya lyublyu tebya-me recordó, y yo sonreí. Le di un beso en la punta de la nariz y le respondí.
               -Ya tozhe lyublyu tebya-le respondí, y su sonrisa se ensanchó un poco más. No le había enseñado mucho de ruso, pero sí lo suficiente como para que me dijera que me quería y supiera comprenderme cuando yo le respondía que yo también a ella-. ¿Tengo que pensar que por fin te has declarado?-bromeé, acariciándole la espalda, y ella negó con la cabeza, emitiendo un sonido adorable cuando estiró los brazos por encima de su cabeza.
               -Sólo quiero que lo sepas. Me reservo mi as en la manga para cuando esté desnuda, debajo de ti, contigo en mi interior-suspiró, y yo me relamí los labios. Me imaginé poniéndome encima de ella ahora, quitándome los calzoncillos, liberando sus pechos, retirándole la ropa interior y penetrándola.
               -¿Es eso una sugerencia?-coqueteé, y Sabrae sonrió.
               -Está amaneciendo. Estoy cansada, y tú estás muy guapo-sus dedos toquetearon las puntas de mis mechones-. Hemos acordado un período de abstinencia, yo quiero hacerte disfrutar, y mañana seguramente tengas examen. Estás en último curso-me recordó.
               -Ya es mañana-repliqué, deslizando el cuello de su camiseta y besándole el hombro-. Y ya he superado mi examen más difícil.
               -Con un cinco raspado-me concedió-. Todavía tenemos que repasar un poco antes de que te vuelvas a presentar al examen.
               -No hay nada como unas buenas prácticas para coger experiencia-le acaricié la pierna y Sabrae se rió. Jugueteó con la piel que había detrás de mi oreja y lanzó un largo suspiro.
               -Me lo estás poniendo muy difícil para volverme a dormir-rió.
               -Porque sé que lo que más quieres ahora no es precisamente dormir. No eres caprichosa-le di un beso en los labios-. Venías con una idea en la cabeza cuando cruzaste la puerta de mi casa, y no ha pasado el tiempo suficiente como para haber cambiado de opinión.
               -Pero sí han pasado las suficientes cosas-replicó, elocuente-. Nunca he estado más cómoda contigo que cuando estamos haciendo el amor-sus dedos se deslizaron por mi mandíbula-. Y quiero que tú sientas lo mismo. Que estés igual de a salvo en mis brazos de lo que yo lo estoy en los tuyos.
               Le di un beso en la palma de la mano y asentí con la cabeza. Sabrae volvió a suspirar, se dio la vuelta y se tapó con la sábana hasta la nariz. Me pegué un poco a ella, que soltó una risita a notar mi erección en su culo, y después de un momento de vacilación por mi parte, alcanzó mi mano y se la pasó por la cintura. Suspiró una última vez antes de dormirse, y yo me quedé mirando la nube oscura de su pelo hasta que los párpados me volvieron a pesar tanto que no pude luchar contra el sueño.

               Me volví a dormir a su lado como esperaba no dejar de hacerlo en mi vida, y por primera vez desde que la había estrangulado durante el sexo, reanudé mi sueño profundo, sin pesadillas, donde ella me visitaba y hacíamos el amor en una playa paradisíaca, en mi cama, en la suya, en la de mi casa de Grecia o en una que no conocía y que sospechaba que pertenecería al hogar que construiríamos juntos.
               No tuve ningún sueño erótico de esos; de lo contrario, me habría incorporado y la habría besado hasta que se le olvidaran todas mis reservas, igual que mi locura las había destrozado en mí, y la habría poseído hasta que mi hermana volviera del instituto. La haría mía durante toda la mañana, la desgastaría de tanto acariciarla y la dejaría muda de tanto gemir y suspirar mi nombre.
               Pero no soñé con ella. Menudo polvazo me arrebató mi subconsciente.
               Lo siguiente que percibí entonces fue el sonido del despertador, y todo mi cuerpo se puso en tensión. Sabrae gruñó por lo bajo, tanteando en una cama que no era la suya, en busca de una mesilla de noche que no estaba allí. Por fin, se dio cuenta de que habíamos dejado los móviles en la estantería de las medallas, y tras lo que me pareció un concierto infernal, mi chica alcanzó su móvil y desactivó la alarma.
               Frunció ligeramente el ceño al encenderse la pantalla e incidir la luz sobre su cara, e incluso con esa mueca estaba guapísima.
               -Buenos días-gimoteó, dejando caer el móvil sobre su tripa. Mi camiseta se estiró en su pecho y pude ver la marca de su piercing por debajo del algodón. Me apeteció lamerlo. Sentir sus pezones ponerse duros en mi boca. Palpar con mis dedos su humedad, e ir midiendo cómo crecía.
               -Vaya si lo son-tiré de ella de nuevo hacia mí y colé mis manos por dentro de su camiseta, arrancándole una risotada.
               -Al, Al, ¡Alec!-rió, apartándome de ella-. He puesto el despertador antes porque tengo que pasar por casa para ponerme el uniforme, ¡no intentes hacer que me pierda mi primera hora de clase!
               -Mm, ¿he oído “primera hora”? Suena prometedor-le mordisqueé la oreja y Sabrae se estremeció.
               -Eres una influencia pésima-me riñó-. Creo que necesitamos una serie de reglas.
               -¿Qué sugieres?
               -Nada de sexo en las mañanas escolares-sentenció, poniendo su mano sobre la mía. Me eché a reír.
               -Nada de sexo en las mañanas escolares-consentí, retirándome a regañadientes de mi territorio preferido: su cuerpo. Sabrae sonrió, salió de la cama y caminó hacia el espejo. Se toqueteó los rizos y torció la boca a un lado mientras yo me daba la vuelta para poder mirarla.
               -Me va a costar hacerme las trenzas.
               -Vete con el pelo así.
               -¿Es coña? ¡Parece que me he peleado con una manada de leones!
               -O que te han follado bien-sonreí, frotándome los ojos. La Sabrae del espejo me devolvió la sonrisa.
               -No debería gustarme que fueras así de territorial.
               -¿Pero?-le guiñé un ojo y ella se mordió el labio.
               -… pero quiero chupártela.
               -¿Y qué te lo impide? ¿Son mis calzoncillos? ¿Quieres que me los vaya quitando?
               Sabrae se echó a reír, me tiró encima la ropa que habíamos dejado en el suelo la noche anterior, y se sentó en la cama, separada de mí por esa pequeña montaña.
               -Acabamos de acordar que nada de sexo en las mañanas escolares.
               -Las mamadas no cuentan como sexo.
               -¿Ah, no? Entonces, ¿qué son?
               -Servicios a la comunidad-me pasé las manos por detrás de la nuca, le dediqué mi sonrisa de Fuckboy®, y le guiñé un ojo. Sabrae rompió a reír, negó con la cabeza y se puso en pie.
               -Vístete, venga. Tenemos que ir a clase.
               -Ya que me has privado de mis horas de sueño reglamentarias, bombón, creo que voy a pegarme una duchita-salí de la cama y me acaricié los abdominales con una mano mientras me pasaba la otra por el pelo-. Te invitaría a acompañarme, porque hay que ahorrar agua y esas cosas, pero… como “nada de sexo en las mañanas escolares”-hice el gesto de las comillas mientras me dirigía a la habitación-, creo que lo vamos a dejar. Ya sabes… te pones muy salvaje cuando me tienes desnudo delante de ti, y más si el agua me cae por el pecho, me sigue el contorno de la tableta e incluso gotea de la punta de mi polla-Sabrae se estaba poniendo colorada-, y como cuentas el sexo oral como sexo… sería una pena que tuviera que negarme a follarte la boca y comerte el coño como está mandado-espeté, y Sabrae abrió la boca, estupefacta-. Las normas son las normas. No quisiera tener que recurrir a tu madre para que me eche un cable por saltármelas-abrí la puerta de la habitación-. Ah, y… no te masturbes con la imagen mental que acabo de darte, ¿eh? Masturbarse también cuenta como sexo.
               -¿No llevas ropa para cambiarte?
               -Ya me cambiaré en mi habitación, cuando termine. Si estás lo bastante espabilada y terminas de desayunar para entonces, puede que hasta te deje mirar-le guiñé un ojo y cerré la puerta, dejándola a solas con su estupefacción y su calentón. Estaba seguro de que, si entraba en mi habitación un minuto más tarde, me la encontraría con la mano dentro de las bragas, las mejillas coloradas, los ojos cerrados y los dientes hincados en sus labios.
               Por eso tardé un poco más de lo normal en ducharme. Además de todo el proceso de higiene, tenía que hacerme una paja.
               Desgraciadamente para mí, cuando regresé a mi habitación, Sabrae ya se había marchado, así que me tocó vestirme solo. Sólo por eso, por saber que estaba en el piso inferior, conseguí hacerlo en tiempo récord, y en un par de minutos ya estaba bajando las escaleras en dirección a la planta baja, de la que manaba el delicioso aroma de un desayuno casero recién hecho. A diferencia de los domingos, entre semana desayunábamos en la cocina, por eso de que no era especial al no estar Dylan con nosotros, y me descubrí ansioso por ver a Sabrae mejorando una escena tan rutinaria y familiar a su manera. Sin embargo, el timbre me detuvo, y yo no me molesté en contener el gemido de frustración al pensar que tendía que soportar unos segundos más sin ver a mi chica tomándose tranquilamente unos cereales en el mismo lugar donde yo me tomaba mi cacao.
               Tiré de la puerta sin ganas de aguantar a Jordan pero con mucho ímpetu (cuando menos tardara, mejor) y una protesta murió en mi garganta cuando descubrí que quien había llamado al timbre no era mi mejor amigo, sino Scott.
               -Servicio de paquetería a domicilio-anunció, sosteniendo en alto la mochila de Sabrae para que pudiera comprender a qué se debía su visita tan pronto por la mañana. Alcé las cejas, estirando la mano en dirección al asa de la mochila, pero Scott la retiró antes de que pudiera alcanzarla.
               -Sabes que la paquetería suele ser a domicilio, ¿verdad?
               -No me toques los huevos tan de mañana, ¿quieres, Al?-Scott puso los ojos en blanco-. No me he levantado como si tuviera que ir a clase para aguantar tu sarcasmo de mierda.
               -No es sarcasmo, tronco-protesté-. ¿No te das cuenta de lo gilipollas que sonaría que yo dijera “servicio de paquetería a domicilio” cada vez que tengo que llamar al telefonillo de algún destinatario?
               -Cada cosa que sueltas por esa boca suena a soberana gilipollez, así que no noto la diferencia. Bueno, ¿dónde está la chiquilla malcriada?-Scott me dio un empujón para entrar en casa y se colgó la mochila al hombro-. ¿Es que todavía no se ha despertado? ¿Qué le has hecho?- se giró y me miró con suspicacia.
               -Más de lo que te gustaría-me burlé-, y menos de lo que me gustaría a mí.
               -Lo dudo. Si hicieras lo que me gustaría, te casarías con ella y os mudaríais a Tahití para que no tuviera que aguantarla más que en Navidades.
               -¿Scott?-la voz de Sabrae flotó hacia nosotros desde la cocina, y en ese momento, Trufas apareció derrapando por la puerta, dispuesto a embestir a mi amigo con todas sus fuerzas. Se acercó a él como una bala, y ni corto ni perezoso, dio un brinco que le hizo impactar en el esternón de Scott. Scott intentó cogerlo, pero no estaba tan entrenado como yo o no tenía tanto talento como Sabrae, así que Trufas cayó al suelo y se puso a saltar en vertical a su alrededor, llegándole casi a la altura de la cara.
               Ese puto animal parecía poseído cuando tenía un Malik cerca. Había visto gente puesta de cocaína con un comportamiento más normal del que tenía el conejo. Yo, por ejemplo, pensé con amargura, y eso que no había estado muy fino en lo de follarme a Zoe. Sacudí la cabeza para eliminar esa imagen de mi mente, y no me costó mucho, porque enseguida Sabrae apareció por la puerta de la cocina, guiada por la voz de su hermano y un instinto natural más poderoso incluso que el hambre que la había llevado a la cocina.
               -¡SCOTT!-chilló como Penélope Cruz en los Oscar, y yo puse los ojos en blanco mientras mi chica se abalanzaba a los brazos de su hermano, que se la quedó mirando como si le hubiera salido un sarpullido en la cara. Incluso la olfateó.
               -¿Saab? ¿Eres tú?
               -¿Quién iba a ser si no?-ronroneó mi chica, frotándose contra su hermano como una gatita, buscando una postura en la que encajara perfectamente con su pecho. Algo en mi interior estalló con la furia de cien soles, y descubrí con estupefacción que aquello eran celos. Estaba sintiendo celos del hermano de mi chica-. ¿Qué haces aquí?
               -Ser un calzonazos. Quita, anda-Scott la empujó lejos de sí, lo cual me pareció una aberración. ¿De verdad había gente a la que Sabrae agobiaba, cuando ni fusionándose con mis átomos conseguiría hacer que me sintiera incómodo?-, que me vas a poner la camiseta perdida de chocolate. Mira lo que te traigo-se descolgó la mochila del hombro y la dejó en el suelo. Sabrae sonrió, le dedicó una sonrisa, y enrolló un asa en su muñeca-. Para que veas que hay gente que se toma sus labores de hermano mayor en serio-volvió a mirarme con intención una vez más, y yo le enseñé el dedo corazón.
               -Vete a la mierda. Soy un hermano mayor cojonudo.
               -¿Cuántas veces le has llevado la mochila del instituto a la casa donde haya dormido?
               -Ninguna, porque Mary Elizabeth no es tan boba de ir a dormir a otro sitio sin preparar lo que necesita primero.
               -A Sabrae sólo la insulto yo-gruñó Scott, rodeándole los brazos con posesividad.
               -¿Qué libros me has traído, Scott? ¡Esto pesa como si tuviera piedras!
               -Todos. No encontraba tu agenda, así que no sabía qué clases tenías.
               -¿Y pretendes que cargue con todos sus libros con lo pequeñita que es?-acusé. Scott alzó las cejas.
               -Si fueras un buen novio, le llevarías tú la mochila.
               -Si fuera un buen novio-coincidí, y miré a Sabrae, que se había agachado para sacar los libros que no necesitaba-. Pero como no soy novio, no puedo ser bueno ni malo.
               -Qué suerte la tuya.
               -¡Deja a Alec en paz!-Sabrae le dio un manotazo a Scott en la rodilla, y él le soltó una patada-. ¡OYE! ¡MAMÁ NO ESTÁ PARA PROTEGERTE, Y TENGO TUS HUEVOS A LA ALTURA DEL HOMBRO, YO DE TI ME LO PENSARÍA MEJOR LA PRÓXIMA VEZ QUE QUIERAS PEGARME!
               -¡Tú no me dices lo que hago o dejo de hacer con mis amigos, puta cría de los cojones!
                -¡Si cabreas a Alec y él decide pegarte una paliza, que sepas que no intervendré, flipado!
               -Ya le gustaría a éste ponerme la mano encima. Me quiere demasiado como para intentar siquiera hacerme pupa-Scott me pellizco la mejilla y yo le aparté de un manotazo.
               -Me estás buscando, S.
               -Encima que le traigo las cosas a mi hermana para compensar el polvo mañanero antes de ir a clase, ¿todavía tienes la audacia de amenazarme?
               -No ha habido polvo mañanero-respondió Sabrae, incorporándose abrazada a los libros que le sobraban-. Al contrario que tú, soy una persona responsable.
               Scott se la quedó mirando, y tras un momento de silencio, me puso una mano en el hombro.
               -Lo siento mucho por ti, Al. Pensaba que Shasha era la estrecha de mis hermanas. Si esperas diez añitos a que Duna sea mayor de edad, yo no me opondré a lo vuestro.
               -Deja de decir gilipolleces, Scott. Cállate la boca, que tienes medio cerebro dormido aún-bufó Sabrae, pegándole los libros al pecho a su hermano.
               -¿Cómo que “aún”, Saab? Tu hermano vive con medio cerebro dormido. Estoy seguro de que ahora sólo está usando el cinco por cierto de su capacidad-Sabrae y yo nos echamos a reír y Scott nos fulminó a ambos con la mirada.
               -Joder, Dios os cría y vosotros os juntáis. ¿Así me lo pagas, puta cría?-se volvió hacia ella-. Yo te di tu nombre. Te doy el último postre aunque me toque comérmelo a mí. Te dejo elegir el reality de mierda que quieras cuando nos desvelamos de madrugada, y te traigo tus puñeteros libros cuando te los dejas en casa para que puedas follar tranquilamente con Alec. ¿Y así me lo agradeces?
               -Iba a invitarte a desayunar con nosotros, pero no sé si podré con tanto dramatismo.
               -Es mi casa, Sabrae.
               -Tu madre me ha dicho que también es la mía, ¿recuerdas?
               -Paso de aguantaros un minuto más, la verdad-cortó Scott-. Prefiero que me hagan la cera en los huevos a tener que sentarme con vosotros.
               -Annie ha hecho tortitas caseras-respondió Sabrae, sonriendo con cara de listilla. Scott frunció los labios, se mordisqueó el piercing y asintió despacio con la cabeza.
               -Bueno… me quedaré-decidió-. Pero por no hacerle un feo a Annie. Bastante tiene la pobre teniendo que aguantar a éste como hijo.
               -¿Te importaría recordarme por qué coño te soporto, Scott?
               Scott sonrió, me cogió de la mandíbula y me pellizcó a ambos lados de la boca, juntando mis comisuras y haciendo que me sobresalieran los labios como si fuera una dama de la alta sociedad que se ha pasado con el botox.
               -Porque me quieres.
               -Deja de sobarme la cara, tío, que pareces maricón, joder—gruñí, y no miré en dirección a Sabrae para no ver cómo me fulminaba con la mirada-. Sabes lo mucho que lo odio y cada vez que puedes lo haces. Me tienes hasta los huevos, Scott.
               -Yo también te lo hago-Sabrae puso cara de corderito degollado, decidiendo ignorar mi pulla (hacía demasiado poco que nos habíamos reconciliado como para pelearnos de nuevo, así que era mejor dejarme pasar un comentario desafortunado ahora).
               -Con lo que nos da el coñazo contigo estando borracho, peque, no me extrañaría que le gustara hasta que le tires de los pelos del sobaco.
               -Pues ahora que lo dices…
               -¡PARA DE HABLAR, SABRAE!-ladré, y ella se echó a reír. Si le contaba a Scott que me hacía gracia cuando estábamos tumbados en la cama, desnudos, y ella se aburría y se ponía a tirarme de los pelos del sobaco sólo para fastidiarme, y se reía de una forma monísima cuando yo me enfadaba con ella, mis amigos no me darían tregua. Me lo estarían recordando hasta el día en que me muriera.
               Scott alzó una ceja, y Sabrae se cruzó de brazos.
               -¿Te pensabas que eras el único que me tenía consentida?
               -Pues no me lo explico, con lo fea que eres…
               -Amén, hermano-me reí yo, y Sabrae me fulminó con la mirada.
               -Yo de vosotros iría ya a la cocina, no vaya a ser que las tortitas desaparezcan antes de que lleguéis-y se marchó, muy digna, con la cabeza bien alta y Trufas siguiéndola como el tigre Rajá sigue a Jasmine a todas partes en Aladdín. Scott y yo nos miramos un momento.
               -De todas las tías que podías tener, has tenido que elegir a la más insoportable de toda Inglaterra.
               -A mí no me parece en absoluto insoportable-hice una pausa, y añadí en voz más baja, propia de un niño enamorado de su profesora que le confiesa sus sentimientos acompañados de una flor en el día de San Valentín-. Y tampoco pienso que sea fea.
               Scott rió entre dientes.
               -Ella no está aquí para escucharte, ¿sabes?
               -Pero tú sí-respondí, y Scott sonrió, volvió a reírse entre dientes, asintió con la cabeza, me dio una palmada en el omóplato, y siguió a su hermana a la cocina. Le recibió una exclamación de sorpresa y alegría entremezcladas por parte de mi madre, de la que cualquiera diría que jamás veía a mis amigos. Mamá despegó los riñones del borde de la encimera de la cocina, donde siempre se situaba por si sus hijos necesitaban algo cuando había poco tiempo para desayunar, y estrechó a Scott entre sus brazos. A pesar de que él también era mayor que mi madre, ella se arregló para llevar la voz cantante.
               -¡Scott! ¡Cuánto me alegro de verte!
               -Sabrae se ha chivado de que has hecho tortitas. ¿Habrá alguna para mí?-Scott puso cara de niño bueno y mamá agitó la mano en el aire.
               -¡Por supuesto que sí! ¿Qué pregunta es esa? Siempre habrá comida en mi mesa para los hijos de Sherezade-sentenció mamá, y Sabrae comentó, divertida:
               -A papá que le den.
               -Por descontado, siempre y cuando no sean de otra mujer-comentó mamá con retintín, y Scott y Sabrae se miraron estupefactos antes de unirse a las carcajadas a las que nos habíamos entregado Mimi y yo. Pocos conocían esa faceta de mi madre, que se mantenía en un discretísimo rincón del escenario cada vez que había una visita invitada por sus hijos, pero detrás de esa fachada seria y falta de interés en las conversaciones de críos que manteníamos en el salón de mi casa, se escondía una mujer que quería con locura y defendía a sus seres queridos a muerte. De no ser así, yo no estaría allí, viendo cómo mis mundos se solapaban, y cada versión de mí mismo que era a lo largo del día se iba juntando con las demás: Alec amigo, Alec novio (bueno, dejémoslo en “pareja”), Alec hermano y Alec hijo. Sólo faltaba el Alec deportista, y ya estaríamos todas mis versiones y yo juntas por primera vez en mucho, mucho tiempo.
               Por desgracia, esa fusión se repetiría en menos de dos meses, por motivos que nada tenían que ver con la felicidad. Pero yo, eso, aún no lo sabía, así que me senté en uno de los taburetes con pata de metal, a disfrutar de cómo Sabrae devoraba las tortitas que mi madre había puesto frente a ella, estratégicamente colocadas entre un botecito de miel y un tarro de cacao, para que cada uno escogiera su versión. Sabrae se llevó a la boca un pedazo de tortita bañado en chocolate y miró a mi madre cuando ésta le entregó una taza a Scott rebosante de leche.
               -¿Qué tal todo por casa, Scott?
               -Bien, bien-sonrió mi amigo, soplando sobre la superficie y haciendo que surgiera una pequeña isla de nata, recortándose en el horizonte-. Ahora las cosas se han vuelto a encauzar; seguro que Alec ya te lo ha contado…
               -Bueno, no todo, ¿cierto? Aún tienes un asuntillo pendiente-mamá se sentó entre mi amigo y mi hermana y le acarició la nuca y el hombro con cariño. No como lo hacía conmigo, porque yo había salido de su vientre, pero sí con un amor que pocas mujeres les profesan a hijos ajenos. La única que tocaba de una manera más cariñosa a Scott de lo que lo hacía mi madre (con permiso de Sherezade, por supuesto), era Eri, y a ella ni siquiera se le aplicaban los baremos de las demás, puesto que había criado tanto a Scott como a Tommy, sin hacer distinciones entre ellos. Scott era su hijo de la misma manera que lo era Tommy, con la salvedad de que Tommy se parecía a su marido, y Scott, no.
               Scott suspiró, cansado, y asintió con la cabeza.
               -Sí, bueno. Intento no pensar mucho en ello, porque a lo hecho, pecho, ¿no?-miró a Sabrae, que asintió con la cabeza. Me di cuenta de que ya no estaba engullendo tortitas, con toda su atención centrada en escuchar la conversación de mamá y Scott. Estaba preocupada, igual que yo, por el tono cansado que había adoptado S al contestarle a mi madre. Y yo me sentí un poco miserable, lo confieso, por ser parte de lo que había hecho que Scott perdiera su plaza en nuestro instituto, con todo lo que ello implicaba, sin haber sufrido las mismas consecuencias que él. Yo había pegado a más chicos que él, yo había hecho más daño que él, y sin embargo allí estábamos: yo, preparándome para ir a unas clases que no iba a aprovechar, y él, haciendo tiempo por las mañanas hasta que llegara su familia y dejara de preocuparse por un futuro que se había visto truncado injustamente. Si alguien tenía que quedarse en casa era yo, y no él. Scott era brillante, de los mejores de clase; iba a estudiar una ingeniería y algún día iría al espacio,  como siempre había soñado desde que era un crío, pero un puto violador de mierda y sus secuaces se habían interpuesto en su camino, y ahora dormía las mañanas que debería pasarse estudiando.
               -Es un poco aburrido-Scott sonrió, restándole hierro al asunto, seguramente porque se había dado cuenta del cambio de actitud de Sabrae y no quería preocuparla-, supongo que eso es lo que peor llevo. No solía tener mucho tiempo muerto antes de que me dieran la patada-una amargura muy justificada tiñó su voz, y yo sentí que se me daba la vuelta el estómago de pura rabia-. Pero procuro mantenerme entretenido con tareas de la casa-sonrió, fingiendo que no le importaba, pero una mirada intercambiada con Sabrae me bastó para saber que no nos había engañado a ninguno de los dos. Puede que a mi madre sí, pero nosotros le conocíamos de verdad. Le habíamos visto llorar por chicas que le habían hecho daño y le habíamos dado palmaditas en la espalda mientras vomitaba porque se había pasado con el alcohol (bueno, eso más bien yo); le habíamos acompañado a la cama y desvestido cuando estaba demasiado borracho, y no nos habíamos chivado al día siguiente a nuestros padres (vale, eso era cosa de Sabrae). Le habíamos visto pasar de ser un crío feliz a un preadolescente feliz, y de ahí a un adolescente cachondo hasta un joven hombre que había encontrado a la chica con la que quería pasar el resto de su vida, y que había terminado renunciando a sus sueños por ella.
               Yo no había renunciado a mis sueños por Sabrae. Los había perdido antes de que ella entrara en mi vida. Así que nuestra relación jamás tendría el horrible reproche del sacrificio hecho por el otro, un reproche que ahora pendía sobre las cabezas de Eleanor y Scott sin que ellos lo supieran. Hoy valía la pena, pero, ¿qué pasaría mañana, o dentro de unos años?
               No quería que Scott se despertara un día, viera a Eleanor dormida a su lado y se preguntara “¿para qué?”. Él no se lo merecía. Si a mí no iba a pasarme nunca, tampoco debería pasarle a él.
               -Es increíble lo mucho que hay que hacer en una casa tan grande llena de gente-comentó como quien habla del tiempo, y por la forma en que su boca pronunció “llena de gente”, supe que aquello era lo que le mantenía a flote. Su familia y sus amigos, que si bien no vivíamos con él, seríamos su refugio siempre que él lo necesitara.
               -Qué me vas a contar-rió mamá, la única persona en la habitación que compartía oficio de ama de casa con Scott.
               -La verdad es que nunca me he sentido tan útil, Annie. ¿A ti no te pasa que te sientes el puto amo cuando no sobra ni un poco de la comida que has hecho? Y no porque te hayas quedado corto, sino porque te ha salido genial y todo el mundo ha querido repetir.
               -Tú siempre has cocinado bien, S-sonrió Saab, y Scott le dedicó a su niña una sonrisa radiante. Supongo que en Sabrae estaba la clave: ella podría convertir un funeral en una celebración. Cualquier desgracia dejaba de serlo en el momento en que ella entraba en la habitación.
               -Gracias, peque.
               Sabrae se levantó para darle un beso a su hermano, rodeándole los hombros con su brazo, hundiendo su cara en el hueco entre el hombro y el cuello, y le susurró al oído:
               -Te quiero mucho.
               Sorprendentemente, no me puse celoso de que Scott sí pudiera escuchar a Sabrae decirle que le quería en su idioma y yo tuviera que “conformarme”, si es que se puede decir así, con que me lo dijera en ruso. Supongo que veía tan mal a mi amigo que, por mucho que tuviera esa suerte, no le envidiaba, al estar mejor que él, y ser consciente de ello. Al menos yo tenía la opción de un futuro; que fuera a echarlo por la borda era otra historia. Pero estando allí, sentado, viendo cómo Scott y mamá intercambiaban opiniones sobre lo satisfactorio que era el trabajo del hogar (que no lo dudo, pero… simplemente no es para mí), no podía dejar de pensar en cómo las cosas se habían ido a la mierda de una forma tan desastrosa en tan poco tiempo.
               El sitio de Scott estaba entre las estrellas, no entre productos de limpieza. Él había nacido para algo mejor que cuidar su casa y tener la comida caliente y la mesa puesta para cuando llegaran el resto de miembros de su familia. Un niño que se las apaña para nacer a pesar de que sus padres se pusieron condón cuando lo engendraron, su madre tomó la píldora del día después, y pasó un embarazo de riesgo, simplemente merece algo más especial. Que su nombre se recuerde con el paso del tiempo, y no sólo por los miembros de su familia más directa.
               Sabrae se excusó para ir a vestirse, y por la forma en que me miró, supe que ella también estaba pensando en lo mismo que yo: teníamos que ayudar a su hermano. No podíamos dejar que una injusticia se lo tragara y no lo escupiera. Había hecho algo bueno, defendido a alguien que merecía que le defendieran, ¿y le recompensaban así? Aquello era injusto incluso para nuestro puto instituto, incluso para nuestra puta sociedad racista, y teníamos que hacer algo. Pero, ¿qué?
               Sabrae me acarició la espalda cuando pasó por detrás de mí en dirección a las escaleras, seguida de cerca por Trufas, su fiel custodio. No pienses más en ello. Se nos ocurrirá una solución juntos. Pobrecita. Las mierdas que yo tenía en la cabeza le hacían pensar que tocaría techo con Scott y me ahogaría con los problemas de los dos. Como si yo no estuviera dispuesto a ahogarme por él, o como si, sin siquiera saberlo yo, no viera a mis amigos con mucho mejores ojos de lo que jamás sería capaz de verme a mí mismo. No podía dejar de pensar en eso así como así, y cuanto más hablaban Scott y mi madre, más fuera de lugar me parecía aquella conversación, como si hubiera puesto un capítulo de mi serie preferida y me hubieran cambiado la trama, los actores y el escenario de un episodio para otro.
               Mi chica se detuvo un segundo bajo el arco de la puerta, con sus dedos sobre el marco, y nos miramos un instante. Noté que Mimi nos miraba alternativamente a ambos, pero me dio igual.
               Esto también es un poco culpa mía, le dije a Sabrae con mis ojos, y los de ella se entristecieron. Creía firmemente que tenía una tendencia malsana de cargarme los problemas de los demás a las espaldas, pero en eso no podía estar de acuerdo con ella. Nosotros habíamos estado allí igual que lo había estado Scott; la única diferencia era que no habíamos ido a liberar a esos cabrones (un acto noble por parte de nuestro amigo) y Fitz no tenía ninguna prueba de nuestra participación en la pelea. Scott podría habernos vendido, y no lo había hecho.
               Igual que no me merecía la forma en que Sabrae me quería y apostaba cien por cien por mí, tampoco me merecía robarle el futuro a Scott. Por eso, también, tenía que ayudarle.
               Saab se mordió el labio, como si hubiera leído mis pensamientos, y desapareció por la puerta, meditando sobre la forma en que distraerme. Era tan buena que quería que la felicidad me durara un poco más, y por suerte se le ocurrió una manera eficaz y eficiente: cuando Scott y yo subimos a mi habitación para comprobar si estaba lista, nos la encontramos en bragas, haciéndose un nudo en la parte baja de un polo que había sacado de mi armario. Scott exhaló un sonoro bufido.
               -¿De verdad me he levantado más temprano para que tú te pases las normas de vestuario del instituto por el forro?-soltó, y Sabrae se giró, presta a cepillarse el pelo. Me quedé sin aliento al ver la piel desnuda de su vientre en el borde del polo, bajo el cual incluso se asomaba su ombligo. Me dieron ganas de darle un mordisquito en ese rinconcito de su anatomía.
               Y quise comérmela cuando vi el escudo del instituto en su pecho. Había pensado que se había puesto esa prenda para peinarse, pero viendo que había elegido el polo que había sido mi uniforme hasta el año pasado, caí en la cuenta de que pretendía ir así vestida a clase. Imaginármela por los pasillos, luciendo con orgullo mi ropa y recordándoles a todos los chicos con los que se cruzaba que su corazón me pertenecía, y confirmando a las chicas que las cosas entre nosotros volvían a estar bien, hizo que dentro de mí estallaran un millón de fuegos artificiales.
               -Así está incluso más guapa-murmuré sin aliento, y ella sonrió.
               -Todo mi esfuerzo para nada-masculló su hermano en voz baja, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Deja de protestar y ven a ayudarme con las trenzas, anda-instó, y Scott arrastró los pies en su dirección cuando yo habría brincado encantado. Observé muerto de envidia cómo Scott le pasaba el cepillo por el pelo a Sabrae, deshaciéndole los nudos y también un poco los rizos, y le tendía una goma del pelo para que se amarrara la trenza.
               -Haz el favor de vestirte, que vas a coger una pulmonía y paso de aguantarte tosiendo de madrugada-gruñó Scott.
               -Duermes como un tronco, S.
               -Ojalá estuviera durmiendo como un tronco cuando te escuché follar con Alec hace un par de semanas-ladró, y Sabrae, ni corta ni perezosa, giró la cabeza y, mirándolo por encima del hombro con una radiante sonrisa en los labios, espetó:
               -¿Aprendiste algo?
               -Puta cría de los cojones-escupió Scott, levantándose-. Encima que te traigo la ropa y los libros, todavía tienes la poca vergüenza de vacilarme. ¡Soy tu hermano mayor! ¡Ten más respeto, Sabrae! Debería haberte asfixiado en la cuna cuando se me presentó la ocasión-masculló, y Sabrae se echó a reír, saltó sobre él, le lamió la cara y soltó una risotada cuando Scott lanzó un chillido de asco.
               -Vaya, S. No sabía que pudieras hacer esos ruidos-comenté, y se volvió hacia mí, limpiándose las babas de Sabrae con el dorso de la mano-. Inglaterra se está perdiendo toda una soprano contigo.
               Scott me dedicó una sonrisa oscura, cargada de maldad.
               -No lo sabes tú bien…
               Sabrae se metió mi polo por el interior de su falda, y para mi gran deleite descubrí que no se había puesto sujetador. Scott también hizo el mismo descubrimiento que yo, pero a él no le hizo tanta ilusión.
               -Así que… ahí es donde tienes el piercing-gruñó, y se volvió para mirarme. No necesité que me dijera nada, yo mismo tuve la decencia de pasarme una mano por el pelo, hundir los hombros y prepararme para la bronca que de seguro iba a caerme si pensaba que yo le había pedido que se lo hiciera.
               -Oh, vamos, Scott, no pongas esa cara-Sabrae puso los ojos en blanco-. Te hiciste el piercing del labio siendo más joven que yo.
               -¡Exacto! ¡El del labio! ¿Y sabes la lata que me dio?-protestó, mordisqueándoselo inconscientemente-. ¡Como para que se te infecte a ti!
               -Lo cuidamos muy bien, pero gracias por preocuparte por mí-sentenció Sabrae.
               -¿¡Lo cuidamos!?
               -¡Sí! Puede que te sorprenda, pero Alec es súper cuidadoso conmigo en todo momento. Desde que lo llevo, ni una sola vez ha hecho nada que me hiciera daño en el piercing. Así que… sí-esbozó una sonrisa pagada de sí misma-. Alec sabe lo que se hace. Sabe tener cuidado. Aunque, ¿qué sabrás tú, que eres una bestia? Fijo que eres de los que presumen de ser capaces de meter tres dedos en el clítoris.
               -¡YO NO PRESUMO DE METER DEDOS EN EL CLÍTORIS!-ladró Scott, abalanzándose sobre ella, aunque Sabrae consiguió esquivarlo antes de que yo interviniera, y se escondió detrás de mí, sabedora de que no dejaría que Scott le hiciera daño-. ¡APÁRTATE DE EN MEDIO, ALEC! ¡LA VOY A MATAR!
               -¿Puede no ser en mi cuarto? Mamá me obligará a limpiarlo-gimoteé, y Sabrae me dio un manotazo en el brazo.
               -¿Así piensas defender a tu novia?
               -Disculpa, bombón, pero yo por mi novia dejaría tetrapléjico a este mamarracho. La cuestión es...
               -¿A QUIÉN LLAMAS TÚ MAMARRACHO?
               -… ¿eres tú mi novia, nena?
               Sabrae sonrió y me dio un beso en el brazo.
               -¡Ya te gustaría a ti poder hacerme nada, puto payaso! ¡Esto es increíble! Dios los cría y ellos se juntan.
               -Sigue en este plan, Scott, y todavía cobras así, de gratis-le advertí.
               -¿Crees que te tengo miedo?-Scott se pegó a mí, gallito, y yo me eché a reír.
               -Yo no soy Tommy, gilipollas. Si te tengo que partir la cara, te la parto sin miramientos. ¿Quieres una demostración?
               -Chicos, por mucho que me encante esta exhibición de testosterona y masculinidad tóxica, y por muchas ganas que tengo de que a los dos se os bajen un poco los humos… tengo que ir a clase. Soy la primera de mi curso, y ese puesto no se consigue llegando tarde.
               -Yo a éste me lo meriendo, Sabrae-discutió Scott.
               -Yo en cambio no tengo ni para empezar contigo. Ni a entrante me llegas, retrasado.
               -¿De verdad os vais a pegar por mí?-inquirió Sabrae con exagerada ilusión. Si nuestra vida fuera una película de dibujos animados japoneses, de sus ojos habrían salido estrellitas.
               -¿Pegarme por ti? Yo por ti ni muevo un dedo, puta cría. Si acaso, para conseguir que te vayas de casa y no vuelvas-soltó Scott, y Sabrae frunció el ceño, enfadada. Sin pensárselo dos veces, dispuesta a luchar hasta la muerte si era preciso, acostumbrada a vivir en un entorno en el que quien da el primer golpe es quien gana, Sabrae echó el pie hacia atrás y lo balanceó a la velocidad del rayo en dirección a la entrepierna de Scott.
               Por suerte para Scott, Eleanor, y la descendencia que esperaban tener algún día juntos, yo tengo mejores reflejos que Sabrae, y detuve su golpe antes de que el apellido Malik muriera en su hermano.
               -¿¡Qué coño haces, Sabrae!? ¡Los huevos son sagrados!
               -Lo mejor que puede pasarle al mundo es que Scott no se reproduzca.
               -Querrás decir después de que tú descubras que eres incapaz de poner huevos, ¿no, monstruito?
               -¡Eres una sucia, Sabrae! ¡Los huevos se respetan en cualquier pelea!
               -Los respetaréis vosotros, que sois tíos. Yo bastante tengo con sangrar cada mes; creo que tengo derecho a patear unos cuantos testículos a lo largo de mi vida como compensación por autodestruirme-Sabrae se cruzó de brazos, chula, y Scott y yo nos miramos.
               -¿Ves con lo que tengo que lidiar? Por eso estoy deseando que te la traigas a casa. Te la mandaré con un lacito, y todo.
               -¿Sabes quién tiene la culpa de lo que acaba de pasar? Tú. Eres tú quien no le ha enseñado el código de honor de las peleas, tío. Si pelea sucio, es porque tú no le has enseñado las normas más básicas.
               -¿Qué normas más básicas, tío? Esto no es el campeonato nacional de boxeo. Mi vida no es la que ves en Rocky. Tengo que lidiar-se llevó las manos al pecho-, a diario, con tres chiquillas de hormonas revolucionadas que han nacido para hacerme la vida imposible.
               -Y reducir tu parte de la herencia de papá y mamá-le recordó Sabrae, sonriente.
               -Qué ganas tengo de que mamá os enseñe su testamento y descubráis que no os ha dejado nada más que sus brochas de maquillaje.
               -¿Ves lo tonto que eres, Scott? Las brochas de maquillaje de mamá valen más que nuestra casa.
               Scott se presionó el puente de la nariz.
               -Me quitas años de vida.
               -Pero me quieres-ronroneó Sabrae, colgándose de su cuello.
               -Quita, bicho. Y ni se te ocurra hacerme cosquillas en el cuello. Estoy enfadado contigo.
               -Porfi, perdóname, Scott-jugueteó Sabrae, soplándole en el cuello a su hermano. Scott me pidió ayuda, pero yo levanté las manos. Aquello eran cosas entre hermanos y yo no tenía derecho a meterme, igual que él no podía meterse entre Mimi y yo. Finalmente, se reconciliaron gracias al don de persuasión que tenía Sabrae, consistente en hacer muchas cosquillas, volverse monísima y adorable y cubrir a su hermano de besos hasta que consiguió arrancarle un perdón del pecho.
               Scott recogió los libros que Sabrae no iba a utilizar, abrió la puerta de mi casa y, al ver que nuestros amigos nos estaban esperando, se giró y anunció:
               -Zoe se marcha hoy.
               El semblante de Sabrae cambió radicalmente. Hasta hacía unos segundos, sonreía y se divertía, y puede que incluso considerara seriamente la posibilidad de faltar a clase para poder estar un rato con su hermano, recuperando el tiempo perdido. Sin embargo, después de aquella frase, Sabrae quería llegar al instituto y hundirse entre una montaña de libros, ejercicios y explicaciones que la hicieran no pensar en lo que había pasado el fin de semana.
               -Tío-protesté, sintiendo que algo dentro de mí ardía. Molestia.
               -No-decidió Sabrae, que es más buena que el pan-. No te preocupes, Al. No pasa nada. Es pasado. Zoe me cae bien-le aseguró a su hermano, que asintió con la cabeza.
               -Mira, no lo digo porque quiera que te la vuelvas a… digo, que se repita lo que os pasó. Yo soy el primer interesado en que estéis bien. La única forma de que tus hijos no salgan subnormales es siendo sobrinos míos-soltó Scott, y Sabrae se puso roja como un tomate-. Pero no te lo digo por eso. Lo digo porque es la última oportunidad que tenemos-miró en dirección a Jordan, que en ese momento estaba mirando su móvil, quizá buscando la forma de ponerse en contacto con Zoe-. Queremos que coma con todos antes de marcharse, en plan despedida. Eh… Saab, si quieres venir…
               -Tengo cosas que hacer-se disculpó su hermana.
               -Vale.
               -Y además sería un poco… incómodo-expliqué, y Sabrae alzó las cejas en mi dirección.
               -¿Qué quieres decir? ¿Te resultaría incómodo que coincidiera con alguna de las chicas con las que te has acostado antes, Al?
               -No tengo ningún problema en que te cruces por la calle con medio Londres-respondí-, pero no sé si estarías a gusto comiendo con una chica con la que básicamente te puse los cuernos, Sabrae.
               -No me pusiste los cuernos. Yo te di permiso.
               -Pero no querías.
               -Pero te lo di. Y tú tampoco querías acostarte con ella-me recordó ella, jugueteando con mi jersey. Me mordí el labio. Tenerla tan cerca me desequilibraba.
               -Vale, tortolitos, no quiero que os pongáis a reflexionar sobre vuestra vida sexo afectiva conmigo delante. Mi hermana está implicada en esta relación; debería vomitar de solo imaginármela teniendo sexo.
               -Entonces, ¿para qué coño sacas el dichoso temita, Scott? Sabes que si vamos a comer todos, yo también iré. De hecho, eres tú el único que tiene que venir adrede. Los demás ya estaremos todos juntos.
               -Yo voy a traerla-confirmó Scott, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.
               -Espera… tienes algo en mente, ¿a que sí?
               Scott me dedicó su mejor sonrisa torcida.
               -¿El agua moja?-respondió, y volvió a mirar en dirección a Jor-. Mira, haz lo que quieras, pero todos sabemos cómo es Jordan, y que con las tías necesita un empujón.
               -¿Un empujón? A estas alturas de la película estoy dudando entre si es gay o no sabe en qué agujero meterla.
               -Ni que fuera tan complicado-comentó Sabrae, frunciendo el ceño.
               -Te lo digo para que hagas lo que creas conveniente con respecto a cierto amigo tuyo-Scott me dio un codazo, abriendo más la puerta-. Tú mejor que nadie sabes lo que les mola a las tías.
               -En la cama, Scott-le recordé, y él puso los ojos en blanco y miró a Sabrae.
               -Tenías que quedarte con el más gilipollas de todos mis amigos, ¿no?
               -Es el segundo más guapo-respondió ella.
               -¿¡Cómo que el segundo!?-repliqué.
               -Tommy ya estaba cogido-Sabrae se encogió de hombros.
               -¿TE RUEGO ME DISCULPES?
               -Alec-Scott me agarró por los hombros-. Céntrate. Aeropuerto. Despedida-alzó las cejas varias veces.
               -¿Te crees que soy retrasado, tío? Ya sé por dónde vas. Tú quieres un momento de película romántica, de la que tiene a las tías llorando dos horas después de acabarse. Si Jordan la besa antes de que se suba a ese avión, no podrá olvidarse de él-Scott sonrió, complacido con mi contestación-. Dalo por hecho. Vamos, como si tengo que ir y juntarles los morros personalmente.
               -Debe de follar muy bien, para que te tomes tantas molestias-comentó Sabrae, echándose una trenza por encima del hombro y caminando hacia la calle, pero yo la agarré de la cintura.
               -No tan bien como tú-respondí, pegándola contra mi pecho. Sus dientes se asomaron entre sus labios cuando esbozó una sonrisa complacida, y acariciándome los brazos, miró a su hermano.
               -¿Ves ahora por qué me quedé con él, S?
               -Ya le comentaré a Diana que por su culpa no va a haber una doble unión Tomlinson-Malik-se burló mientras nos morreábamos-. Y que también es culpa suya que Tommy y yo nos peleáramos.
               Me costó una vida quitarme de la cabeza la imagen del piercing de Sabrae intuyéndose bajo la tela del polo en mi habitación, pero gracias a Dios, estuve atento cuando me tocó actuar. A pesar de que no podía dejar de pensar en cómo su anatomía se intuía en la tela de aquella prenda que me había cogido sin mi permiso (o más bien sin pedírmelo; lo cierto es que no necesitaba avisarme de que me robaba ropa, ya que le quedaba mejor que a mí), una parte de mí logró estar atento a cada interacción de Jordan con Zoe. Nos las apañamos entre todos para que, en la comida, se sentaran frente a frente y Jordan pudiera hartarse a mirarla mientras Zoe hablaba con nuestros amigos. Creo que detestó cada palabra que salió de unos labios que no eran los de la americana, porque le impedían escuchar su voz, y adoró cada sílaba modulada por un acento distinto del nuestro cada vez que ella abría la boca.
               Prestaba atención a cada gesto de la americana como si fuera un actor que estuviera tomando nota del personaje al que debía interpretar. La miraba como un escultor mira a su modelo para asegurarse de que la figura que le arranque a la piedra será exactamente igual que ella. Se detenía en cada detalle de su rostro, en cada gesto, en cada palabra, cada minúscula pincelada de lo que Zoe era, aprovechando los últimos minutos que les quedaban juntos.
               La miraba, en definitiva, como sabía que Sabrae y yo nos miraríamos cuando se acercara la hora de que yo me marchara al voluntariado. Memorizándonos. Asegurándonos de que nos llevábamos todo lo que podíamos con nosotros cuando la distancia entre nosotros creciera, atesorando un detalle por kilómetro que nos separara.
               -Jordan y yo vamos a ir con vosotros al aeropuerto-anuncié tras aclararme la garganta, y por primera vez, los ojos de Zoe chispearon con genuina felicidad. No es que necesitara la confirmación, pero me alegró conseguirla: Zoe le correspondía. Sentía lo mismo por Jordan que lo que él sentía por ella.
               -¿Ah, sí?-inquirió mi amigo, sorprendido, girándose para mirarme. Contuve las ganas de poner los ojos en blanco, y en lugar de eso, le di un manotazo por debajo de la mesa, peligrosamente cerca de los huevos. Espabila, le dije-. ¡Au! Ah, ¡sí, sí! Sí, es verdad. T, no te importa, ¿verdad?
               -¿A qué?-quiso saber Max, que no se enteraba de una. Tanto salir con su novia y pasar de nosotros en consecuencia terminaba haciendo que fuera el último en descubrir las cosas. Para que luego dijeran que el gilipollas del grupo era yo.
               -A la tienda de baloncesto-respondí a la velocidad del rayo mientras a Jordan le daba una embolia intentando pensar una excusa que no tuviera nada que ver con Zoe-. Han salido unas camisetas geniales de…
               -Las de Oxford Street también las tien…-empezó Logan, pero yo le solté una patada por debajo de la mesa que hizo que cerrara la boca.
               -Inglaterra es un país libre, no como las colonias-Tommy se encogió de hombros, con Scott asintiendo con la cabeza a modo de apoyo, y Diana fulminándolo con la mirada, dispuesta a soltarle cualquier corte que hiciera que se lo pensara dos veces antes de meterse con su país… pero no le dio tiempo, porque Megan decidió venir a aguarnos la fiesta.
               Suerte que se fue enseguida, y pronto llevamos a la pareja al aeropuerto. Tras hacerles sentarse en asientos contiguos en el metro, nos las apañamos para meterlos en una tienda de souvenirs, y no les hicimos el menor caso hasta que no vieron algo con lo que entretenerse ambos. Entonces, Scott, Eleanor y Tommy se esfumaron. Yo me escabullí disimuladamente hacia una esquina de la tienda y me detuve frente a una estantería desde la que podía mirar cómo Zoe y Jordan tonteaban a muerte, aprovechando el tiempo que les quedaba, mientras se probaban camisetas y gorras con nuestra bandera o alguna de las insignias nacionales. Vi por el rabillo del ojo cómo Diana se acercaba a mí y se fijaba en la caja que había cogido y que hacía girar entre mis manos mientras analizaba a Jordan. Bésala. Bésala, joder. ¿No ves que no para de mirarte la boca? Lo está deseando.
               -¿Qué esperas?-preguntó Diana, y me la quedé mirando. Señaló la caja que sostenía y bajé la mirada.
               -Gemelos-respondí al darme cuenta de que había cogido nada más y nada menos que un test de embarazo, así que por eso me había estado mirando mal la dependienta. Seguramente pensara que quería robar algo y no quería hacerla sospechar marchándome con las manos vacías.
               -No te rindes nunca, ¿verdad?-hizo un gesto con la cabeza en dirección a Jordan y Zoe, que estaban cerquísima. Contuve la respiración cuando ella le tocó el brazo, y bufé sonoramente cuando él se apartó.
               -No suelo, Didi, aunque me lo está poniendo muy difícil.
               -Hablando de poner las cosas difíciles… siento que las cosas con Sabrae no estén bien por culpa de Zoe. Si hubiera sabido que ibais a tener problemas, le habría dicho que no se acercara  a ti.
               -No te preocupes por eso. Las cosas ya vuelven a estar bien.
               Diana parpadeó.
               -¿De verdad? Has sido rápido pidiéndole perdón.
               -No me importa disculparme por cosas de las que me arrepiento. Y no es nada personal, así que no te lo tomes a mal, pero… me lo pasé bien con Zoe. Sólo que… no tan bien como con otras.
               -¿Con otras?-replicó Diana, cruzándose de brazos y haciendo énfasis en el plural.
               -Bueno, vale, con otra-admití, pasándome una mano por el pelo. La americana sonrió.
               -Pues me alegro mucho de que todo os vaya bien. No quisiera que tuviera que surgir una pareja de la ruptura de otra, y menos si ésa es precisamente la que formáis Sabrae y tú-comentó, y yo iba a responderle, pero Tommy nos interrumpió comentando alucinado que había tabletas de chocolate que pesaban un kilo en las tiendas del aeropuerto. No pude responderle a Diana que ella no tenía culpa de nada, que sólo la tenía yo, pero la sola mención del nombre de Sabrae ya me tuvo distraído el resto del tiempo, hasta que llegó el momento de que Zoe se despidiera de nosotros y atravesara los controles de seguridad, en los que Diana iba a acompañarla a pesar de no tener tarjeta de embarque porque, bueno… ser Diana Styles tiene sus ventajas.
                Zoe se plantó frente a mí, con el asa de su bolso colgando de su hombro de una forma en la que sólo las tías pueden llevar colgadas las cosas. Sonrió, tímida, y se puso de puntillas para abrazarme y darme un beso en la mejilla. Llevó la boca hasta mi oreja para susurrarme algo al oído mientras sus dedos se deslizaban por mi nuca.
               Y, por primera vez en mi vida, ese gesto no me volvió loco. Ahora sólo respondía a los estímulos de una única persona.
               -Sé que debería pedirte perdón por lo que vino después a lo que nos pasó, pero… la verdad es que disfruté mucho. Estuviste increíble, incluso distraído. Sabrae tiene mucha suerte. Gracias por darme a probarla.
               -El placer ha sido mío, pelirroja-respondí, devolviéndole el beso y dándole un apretón en la cintura. Zoe sonrió, asintió con la cabeza, y pasó a despedirse de Tommy, con quien intercambió más cariños que nadie, al haber sido el que más había estado con ella. Miré a Jordan, que se me había quedado mirando con ojos opacos. Espero que lo que teñía su mirada fueran celos. Podíamos trabajar con celos, pero no con indiferencia o timidez.
               Para mi horror, lo que cristalizó en su mirada cuando Zoe se volvió hacia él, fue timidez. Jordan tragó saliva y Zoe se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja. Bésala.
               -Bueno-susurró la chica, balanceándose sobre sus pies.
               -Esto… ya te vas-comentó Jordan, metiéndose las manos en los bolsillos. Bésala.
               Tommy miró a Jordan. Scott me miró a mí. Eleanor miró a Jordan. Diana me miró a mí.
               Jordan abrió la boca para decir algo. Por Dios, declárate. Dile que es la chica más guapa que has conocido en tu vida. Dile que no quieres que se vaya. Dile que no vas a poder vivir sin ella ahora que ya la conoces. Dile que quieres que te invite a su casa. ¡Demuestra interés! ¡Dile ALGO!
               -Ha sido… genial conocerte.
               Diana hundió los hombros. Tommy y Scott inhalaron profundamente. Yo me tapé los ojos con las manos. No quería ver esto. Miré por el hueco entre mis dedos cómo Zoe se mordía el labio.
               -Igualmente, Jordan.
               ¡DILE QUE LA QUIERES, JODER!
               -Cuando vuelvas…-pídele una cita, sí, sí, tío, ¡vas genial por ahí! Me quité las manos de la cara y observé con muchísima atención, como un juez de silla en la final de un torneo olímpico-, bueno, Tommy nos avisará. Así que no hará falta que lo hagas tú.
               Scott, Tommy y yo nos miramos.
               -Prefiero ver a dos hipopótamos apareándose que este esperpento-murmuró Tommy.
               -Pero estaría bien volver a dar una vuelta-continuó Jordan. ¿Estaría bien volver a dar una vuelta? Ay, mi madre, esto no hay quien lo mejore. Llévatela al baño y cómele el coño.
                -Sí-asintió Zoe, y en su tono de voz escuché la desilusión-. Estaría bien dar una vuelta. Y que me explicaran cómo funcionan las luces de la discoteca-añadió, dándole una oportunidad a Jordan que, por supuesto, él era demasiado gilipollas para aprovechar.
               -Bueno, no tienen mucho misterio; hay un programa de ordenador que las controla. Es pirata.
               Volví a mirar a los chicos.
               -¿Cómo se puede ser así de virgen?-siseé.
               -Te lo puedes descargar, si quieres, para… las luces de tu habitación-Jordan se toqueteó la nuca, nervioso-. Puedo enviarte el link.
               -Ah-asintió Zoe, completamente fascinada (no) por la explicación de mi amigo. Si a mí me apetecía que la tierra me tragara, no quería ni pensar en cómo se sentía ella-. Eso suena bien. Bueno, yo… tengo que coger un avión-señaló las puertas de la terminal-. Supongo que… ya nos veremos.
               -Sí-asintió Jordan-. Buen viaje-extendió los brazos y le dio el abrazo más incómodo de la historia, no porque no se tocaran, sino porque no se tocaron lo suficiente. Querían estar siempre en los brazos del otro, que el tiempo se detuviera para ellos mientras el mundo seguía girando para el resto.
               Pero el mundo no hace excepciones, y menos las hace el tiempo, así que llegó el momento de separarse. Zoe no pudo mirar a los ojos a Jordan, lo cual le hizo más daño a mi amigo que mil puñales clavándosele en el pecho. Diana recogió una de las maletas de Zoe, nos hizo un gesto con la mano a modo de despedida temporal, y la acompañó a través de los controles de seguridad. Jordan se las quedó mirando a ambas, derrotado, con las manos en los bolsillos y los hombros hundidos.
               Suspiró, musitó un cansado “bueno, vale”, y se giró para mirarnos.
               -¿Qué?-preguntó al ver la expresión que adornaba nuestras caras.
               -¿Tommy nos avisará?-espeté-. ¿Así que no hace falta que lo hagas tú?
               -No quería que se agobiara.
               -Di más bien que no querías que pensara que le molas. O mejor aún, admite que te gusta ser un puto virgen para que podamos ir buscándote un monasterio en el que ingresar como novicio. ¿Y qué cojones ha sido eso de las luces?-le recriminé-. Joder, Jordan, no he pasado tanta vergüenza en mi vida.
               -¡Es que yo no sé ligar! ¡No sabía qué decirle!
               -¿Qué tal esto: “oye, Zoe, me ha encantado conocerte, creo que eres una tía cojonuda que casualmente folla de puta madre, y yo soy virgen, así que cuando quieras vienes y me enseñas”?-sugerí, y Scott frunció el ceño.
               -No puede decirle que es virgen, ¡la espantaría!
               -¡Tampoco es que yo sea virgen!-protestó Jordan, y yo puse los ojos en blanco.
               -Metérsela a una tía y darle cuatro empujones no es perder la virginidad.
               -Me pregunto quién cojones tiene la culpa de que sólo diera cuatro empujones-Jordan me fulminó con la mirada y di un paso hacia él.
               -Vale, tíos, calma-instó Tommy, metiéndose entre nosotros-. Al, Jordan no puede decirle a Zoe de buenas a primeras que es virgen. Sonaría muy desesperado. Pero Jor, tío, tienes que reconocer que te has lucido con ella. He visto caracoles ligar mejor que tú.
               -Todo esto es por culpa de esas puñeteras rastas-espeté-. Te pesan en la cabeza y tienes el cerebro atrofiado porque tienes los nervios retorcidos y en tensión.
               -¿Quieres dejar de meterte con mis putas rastas?
               -¡Dejaría de meterme si no dieras puta vergüenza ajena, Jordan! ¿¡A ti te parece normal lo que le has dicho a Zoe!? ¡He escuchado cosas más sensuales de viejas de 70 años cuando voy a llevarles los pedidos de Amazon!
               -¡Eso es porque tú eres guapo!-protestó Jordan, y yo me quedé a cuadros.
               -Tú también eres guapo, Jordan-respondió Eleanor, de quien me había olvidado hasta entonces. Casi doy un brinco al escucharla hablar.
               -Puede, pero no estoy a la altura de Al. No estoy a la altura de ninguno de los chicos, realmente. Zoe jamás se quedaría conmigo. ¿No habéis visto cómo se ha ido? Le he dado lástima porque sabe que nunca voy a encontrar a alguien que me corresponda.
               -¿CÓMO VAS A ENCONTRAR A ALGUIEN QUE TE CORRESPONDA, SI TIENES LA CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN DE UN PUTO CACTUS MARCHITO?-estallé-. ¡QUE LE MOLAS A ZOE, GILIPOLLAS! ¡LLEVA TODA LA PUTA TARDE PIDIÉNDOTE CON SU LENGUAJE CORPORAL QUE LA BESES, PERO TÚ ERES TAN LERDO QUE NI TE HAS DADO CUENTA! ¿Tengo que recordarte que me la follé?-espeté, y Eleanor alzó las cejas.
               -Vaya, no me esperaba que la conversación fuera a ir por ahí. Menuda escalada de tensión.
               -Pues no te queda nada-contestó su hermano mientras Jordan me fulminaba con la mirada.
               -Sí, tío: me la follé. Como un cabrón-sonreí, viendo que Jordan se echaba a temblar de pura rabia-. ¿Sientes eso? ¿A que me matarías si pudieras ahora mismo? Eso es lo que siento yo por Sabrae. ¿Y qué hago yo por Sabrae? Todo. Así que, ¿qué tienes que hacer tú por Zoe? Todo-le dediqué una sonrisa oscura-. Y no me vengas con historias. Si no habéis follado mientras ella estaba aquí, si todavía eres un puto virgen, desde luego, no es porque ella no quisiera. Lleva queriendo sentarse en tu cara desde que te vio. ¿Cuándo has visto que una tía pase de mí después de que me la folle con la alegría con que lo hizo Zoe en el momento en que te vio por primera vez?-algo en la expresión de Jordan cambió, y yo sonreí-. Exacto, hermano. Lo único que la americana cambiaría de su estancia en Londres no ha sido conocerte, sino que fuera yo quien se la llevó a los baños en lugar de tú.
               Jordan se llevó las manos a la cabeza, y las entrelazó en su nuca, mirando en dirección a las puertas de embarque.
               -¿Por qué no me lo habéis dicho antes? Sabéis lo mal que se me dan las chicas. ¿Por qué no me habéis dado un empujón?
               -¿Que no te…? La madre que me parió, Jordan. ¡Llevamos toda la semana dándote empujones! ¡Te acompañé a un puto parque de atracciones para que le ganaras un peluche! ¡Dejé el hueco frente a ti libre para que ella se sentara y pudierais hablar! ¡Te traje al aeropuerto! ¿¡Qué más quieres!? ¿Que te quite la ropa, te ponga un condón y te ayude a metérsela?
               Eleanor parpadeó.
               -Sí, realmente la conversación está escalando de una forma peligrosísima.
               -Te dije que no te quedaba nada, El.
               -Mira, macho, por muchos pelos rizados que tengas en los huevos, no dejas de ser un niñato si no eres capaz de decirle a la tía que te gusta que lo hace. Así que haz el favor-le di una palmada en el hombro-, cruza ese puto control de seguridad, vete a buscar a Zoe, y dile lo que sientes antes de que sea tarde. Sé un hombre por una vez en tu puta vida.
               Jordan me miró un instante.
               -¿Sabes que te quiero, Al?
               -Así me gusta-le di una palmadita en la cara-, que practiques para cuando se lo tengas que decir a ella. Vete haciéndolo de camino. Anda, tira.
               Observé con los brazos en jarras cómo Jordan se dirigía hacia el control de seguridad.
               -Vaya, Al. Jordan te ha dicho que te quiere, ¿vas a llorar?-me pinchó Scott.
               -Cómeme la polla.
               -Creo que voy a tener que ponerme a la cola-se burló, y yo puse los ojos en blanco. Cuando vimos que Jordan intercambiaba demasiadas palabras con la funcionaria de seguridad, trotamos hacia ella, que echó mano de su pistola, como comprobando que podía freír a balazos a una manada de adolescentes sin control.
               -¿Qué pasa?
               -Es demasiado tarde-masculló Jordan, hundido-. No me dejan pasar el control de seguridad si no tengo tarjeta de embarque.
               -Son las normas-confirmó la de seguridad.
               -Escuche, señorita, mi amigo no se quiere subir a ningún avión-intentó explicar Tommy-. Verá, acaban de pasar dos chicas, una rubia y una pelirroja, las dos muy guapas, (aunque más la rubia; resulta que es mi novia, y casualmente es mi novia…)…
               -No es momento para que te chulees de tu escalada social, Thomas-le recriminó Scott.
               -Y el caso es que mi amigo está enamorado de la pelirroja, pero no ha podido decírselo por circunstancias de la vida.
               -Nació con un cromosoma menos-comenté yo, y la de seguridad me fulminó con la mirada.
               -Así que sólo quiere pasar para poder declararse antes de que se suba al avión, como en las películas románticas, ¿sabe lo que le digo?
               -Odio las películas románticas.
               -No me digas-puse los ojos en blanco y Eleanor me tiró del jersey para que me callara.
               -Vamos a ver, chata-estalló Scott-. ¿Qué mal puede hacer que dejes pasar a mi amigo? ¡Si no va a hacer nada! Podrías cogerte una pausa para ir al baño y que él se colara sin que tú lo supieras, y nadie te echaría en cara…
               -¿Tú te crees que yo soy tonta, chaval?-replicó la tía-. Seguro que queréis entrar a robar.
               -¿CÓMO QUE ENTRAR A ROBAR? ¡SERÁS RACISTA! ¿TIENES IDEA DE QUIÉN SOY YO?
               Tanto Tommy, como Jordan, Eleanor y yo nos quedamos mirando a Scott.
               -Jamás en mi vida habría creído que te escucharía decir eso-comentó Tommy, pero Scott no le hizo caso.
               -¡SOY SCOTT MALIK, TRONCA! ¡YA NOS ESTÁS DEJANDO PASAR, O TE MONTO TAL POLLO QUE CIERRAN EL AEROPUERTO UN PAR DE HORAS! ¡TÚ MISMA!
               -Sí, cuidado, amiga, no vaya a ser que su padre te escriba una canción insultándote-ironicé, y Scott se volvió hacia mí.
               -Lo decía por mi madre, gilipollas. ¿Has oído hablar de Sherezade Malik? Fijo que sí. Sale en las noticias prácticamente todas las semanas. No ha perdido un caso en su vida. Estoy seguro de que le encantaría llevar un caso de discriminación racial a menores. Hace mucho tiempo que no lo llevan en el despacho…
               -Conozco lo suficiente a Sherezade Malik como para saber que ella no ha llevado jamás ningún caso contra una mujer, y menos contra una trabajadora que sólo se quiere ganar el sueldo-se encogió de hombros y Scott se mordió el piercing tan fuerte que podría haberlo roto-. Haced el favor de apartaros. Me estáis haciendo cola.
               -Pero…-empezó Eleanor.
               -Sin tarjeta de embarque no podéis acceder a la terminal, lo siento.
               -¡Pero si Diana Styles acaba de pasar sin tarjeta!-protestó Tommy.
               -La señorita Styles tiene tratamiento preferente en los aeropuertos.
               -¡Pues yo me la estoy tirando!-estalló mi amigo-. ¿Por qué no tengo yo ese tratamiento entonces?
               -Porque no estás bueno. ¿Eres lesbiana?-pregunté antes de poder frenarme, y la chica me fulminó con la mirada-. Oye, no me mires así, que no pasa nada. A mí me encantan las lesbianas. Jugáis al fútbol que te cagas. Estoy súper a favor de las lesbianas. Odio lo discriminadas que…
               -Vale, gracias, señorita-se despidió Eleanor, tapándome la boca y tirando de mí para llevarme hasta una zona de asientos. Jordan miró su móvil y gimió.
               -Hemos perdido muchísimo tiempo.
               -¿Una semana, por ejemplo?-inquirí, y él jadeó.
               -No está la cosa para bromitas, Alec.
               -Chicos-comentó Eleanor.
               -Podemos llamar a Diana y pedirle que acerque a Jordan a los controles-sugerí-. Con un poco de suerte, podrá sortearlos antes de que nos frían a tiros.
               -Chicos.
               -A mi madre no le va a hacer gracia tener que ir a por nosotros al calabozo-comentó Tommy.
               -A la mía menos aún. Encima que no tengo el graduado escolar, ahora me vuelvo delincuente profesional. Seguro que me deshereda-bufó Scott.
               -Chicos.
               -¿Y si hago videollamada con ellas?-comentó Jordan-. Mejor que nada…
               -¡CHICOS!
               -¡¿QUÉ?!-tronamos los cuatro a la vez, y Eleanor señaló un mostrador vacío con el nombre de una aerolínea en lo alto. Jordan frunció el ceño, Tommy arrugó la nariz, y Scott alzó una ceja… pero yo me levanté.
               -¿Quieres que facturemos a Jordan en el vuelo a Nueva York dentro de una maleta, Eleanor? Son más de 9 horas de viaje en la bodega.
               -No, imbécil-repliqué, sacudiendo la mano en dirección a Tommy-. Tu hermana es un puto genio. Necesitamos una tarjeta de embarque-me giré y los miré.
               -¿Y?
               -¡Tíos! ¡Estamos en un aeropuerto! ¡Aquí venden tarjetas de embarque!
               -¿Y decís que Alec es el imbécil del grupo?-preguntó Eleanor, inclinando la cabeza hacia un lado.
               -Dame tu carnet de identidad, Jordan.
               -Pero…
               -¡Que me des tu puto carnet de identidad!
               Jordan se sacó la cartera y me entregó lo que le pedía.
               -Al, ¡espera! ¡No tengo pasta!
               -Yo sí. Vete dándoles los objetos punzantes a Scott y Tommy. Te conseguiré un vuelo barato a algún sitio-le guiñé un ojo, caminando hacia atrás, y sorteando milagrosamente a todos los pasajeros que se dirigían a los controles de seguridad. Me giré, eché a correr, y llegué derrapando al mostrador de British Airways.
               -Un billete, por favor.
               -¿Adónde, señor?
               -Adonde sea más barato.
               La chica se me quedó mirando.
               -¿Nacional o internacional?
               -Donde más rabia te dé, chata.
               -Tenemos una oferta de un vuelo a Escocia que…
               -Ese mismo-deposité el carnet de identidad de Jordan sobre el mostrador y la chica lo examinó.
               -Éste no es usted, caballero.
               -Sí que soy yo; me hice las fotos en verano, lo que pasa que igual que me pongo moreno muy rápido, también pierdo el color.
               -Tenemos protocolos de seguridad que nos impiden…
               -Escucha, guapa-ronroneé, cogiéndola de las manos. La chica alzó las cejas y yo me giré en dirección a Jordan-. ¿Ves a ese tío de ahí? Bueno, pues resulta que es mi mejor amigo, y la chica que le gusta está a punto de coger un avión a Nueva York sin que él haya podido declarársele. Es que se le dan fatal las chicas-le dediqué mi mejor sonrisa de Fuckboy® y la chica se me quedó mirando sin aliento un instante. Me sentí un poco sucio por jugar con ella de esa manera, sobre todo porque esa forma de tontear era casi una infidelidad, pero ahora no podía pensar en Sabrae-. El caso es que hemos conseguido ahora que reúna el valor suficiente para ir a verla, pero necesitamos una tarjeta de embarque para que pueda pasar los controles de seguridad. No se va a subir a ese avión. Sólo quiere besarla antes de irse. ¿Lo entiendes?
               -¿A ella le gusta?
               -¿Qué importa eso?-repliqué, arrugando la nariz.
               -Importa. No quiero que bese a una chica que no quiere ser besada.
               -Ah, lo pillo. Sororidad, y todo eso. Sí, sí que le gusta. De hecho, se ha ido bastante disgustada porque él no le ha dicho lo que sentía.
               -En ese caso…-recogió  el carnet de Jordan y yo contuve mis ganas de ponerme a saltar-, el ordenador te asignará un asiento aleatorio. Para no aumentar los costes. No creo que en Amazon sean tan generosos como para sufragarte esto también, ¿verdad?
               -No, la verdad es que con el seguro de… espera, ¿cómo sabes que trabajo en Amazon?
               La chica alzó una ceja y sonrió antes de volver la vista a su pantalla.
               -Mierda. Me he acostado contigo alguna vez, ¿a que sí?-pregunté, y ella se echó a reír y asintió con la cabeza.
               -En Septiembre. Me trajiste los libros del módulo de azafata. Y luego, te quedaste-sonrió-. Llevo intentando que me traigas otro paquete desde entonces. Aprobé el examen que tenía al día siguiente. Supongo que me diste suerte.
               -No estabas asignada a mi zona.
               -Ni siquiera sabes cómo me llamo.
               -Tampoco me dedico a follar con todas las tías a las que les entrego un paquete, muñeca.
               -Seguro. Por eso no me has reconocido, ¿verdad? Debe de ser por el maquillaje.
               -O por la ropa-sonreí, y ella alzó una ceja.
               -Siempre visto los mismos colores.
               -No cuando estabas encima de mí, chata.
               Se echó a reír y me entregó el billete.
               -¿Cómo te llamas?
               -¿Para qué quieres saberlo? ¿Para ponerlo en observaciones?-me eché a reír-. Alec. Puedo llevarte algún paquete, si lo pides, pero no vamos a acostarnos más.
               -¿Una mala experiencia con otra clienta?-ronroneó.
               -Todo lo contrario. Ahora tengo novia. Y tú eres…-se señaló la plaquita con su nombre, Gwen, y yo sonreí-. Ah, sí. Cierto. ¿Sigues teniendo ese cuadro de Andy Warhol encima de la cama?-se echó a reír.
               -Serás fantasma…
               -Te dije que no te había reconocido, no que no me acordara. Bonito tatuaje, el de los lumbares, por cierto-le guiñé un ojo-. Seguro que a tu novio le encantará. A ti, no tanto, cuando te pongas a dar a luz sin epidural, pero supongo que eso no es asunto mío.
               -No tengo pensado tener hijos, la verdad-se rió.
               -Sí, eso decís todas, hasta que sois incapaces de localizarme-volví a guiñarle un ojo y troté hacia Eleanor y los chicos. Extendí la tarjeta de embarque hacia Jordan, y cuando él alargó la mano para cogerla, la retiré rápidamente.
               -No la cagues.
               Jordan asintió solemnemente con la cabeza y recogió la tarjeta de embarque.
               -Gracias, tío. No sé cómo agradecerte…
               -Perdiendo la virginidad. Anda, tira, antes de que tu avión a Escocia despegue sin ti-le di una palmada en la espalda y observé con nerviosismo cómo Jordan atravesaba los controles.
               -La azafata no deja de mirarte, Al-comentó Eleanor, divertida, y yo miré en su dirección. Gwen apartó la vista en ese momento, fingiéndose concentrada en sus tareas.
               -Ah, sí. Es que es clienta. Me la tiré.
               -No digas “es clienta, me la tiré”-Tommy se echó a reír-. Hace que parezcas un gigoló.
               -¿Sabes? Tiene gracia. Mimi dijo que era básicamente un gigoló de beneficencia hace un tiempo.
               -No me imagino a Mimi usando esas palabras contigo-comentó Scott.
               -Pues yo sí-intervino Eleanor, sonriente.
               -Es que estaba enfadada conmigo.
               -¿Por qué?
               Sonreí.
               -¿Por qué va a ser? Por Sabrae-me deleité en cómo sonaba su nombre en mi boca, y Scott y Tommy intercambiaron una mirada y sonrieron.
               -Me alegra saber que mi hermana tiene a otra persona dispuesta a cuidar de ella.
               -¿Es broma? Estamos hablando de Sabrae. Todos los que la conozcan quieren cuidarla. Es algo que nos sale de dentro.
               -Va a ir un poco corta de gente cuidándola a partir de ahora.
               Fruncí el ceño, sin entender. ¿Cómo que iba a andar corta? ¿Es que se había peleado con sus amigas de nuevo? ¿Habían decidido otra vez que no apoyaban nuestra relación?
               -¿Qué quieres decir, S?
               Scott y Tommy volvieron a mirarse, hablando en silencio, en una conversación a la que sólo ellos dos podían acceder. Tommy asintió con la cabeza, dándole permiso a Scott, y Scott se volvió para mirarme.
               -Verás, eres el primero al que le decimos esto. Ni siquiera nuestras familias lo saben, así que te pido por favor que no le comentes nada a nadie. Especialmente, a mi hermana. Me gustaría ser yo quien se lo dijera.
               -¿Estás bien, Scott?-una alarma angustiada tiñó mi voz, pero mi amigo se apresuró a tranquilizarme.
               -Sí, sí. No te preocupes. De hecho, no he estado mejor-volvió a mirar a Tommy, y esta vez, también a Eleanor-. Verás, a T se le ha ocurrido una solución para mi situación.
               -¿Ah, sí?             
               -Sí. Ya que no tengo un futuro académico inmediato, pues… hemos decidido formar una banda.
               No lo entendí. Era como si la palabra “banda” estuviera fuera de mi vocabulario, como si fuera una palabra prohibida que jamás hubiera escuchado y que por lo tanto no consiguiera comprender.
               -¿Una… banda? ¿De qué?
               -De música, Al-Tommy se echó a reír-. ¿De qué va a ser?
               -Tenemos a Layla y Diana a bordo. Sólo falta Chad.
               -¿Ya? Pero… ¿tan rápido? ¿Qué tenéis pensado hacer?
               -Ahí está la cosa. Eleanor va a presentarse a este programa, The Talented Generation… y nos hemos apuntado a los castings. Creemos que tenemos posibilidades de que nos cojan.
               -Vamos-comentó Eleanor-. Sois One Direction parte 2. Se pelearán por vosotros.
               La cabeza me daba vueltas. Demasiada información en muy poco tiempo.
               -Pero… ¿cuándo va a ser esto? ¿El programa no empieza en primavera?
               -Si todo va bien, y nos cogen… entraríamos en el programa la semana después de tu cumpleaños-informó Scott, y yo lo miré.
               Para mi cumpleaños faltaba un mes.
               ¿Me quedaba un mes con mis amigos?
               O, peor aún… ¿a Sabrae le quedaba un mes con su hermano? ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a eso? Sabrae adoraba a Scott. Si tuviera que elegir entre él y yo, se quedaría con él, y yo no podría culparla. Él había estado allí antes que yo, y puede que también lo estuviera después.
               Asentí despacio con la cabeza, procesando la información, prometiéndome que haría todo lo posible por reducir al mínimo el impacto, ser el consuelo de Sabrae. Yo ya le había roto el corazón, y había sido doloroso.
               Pero que se lo fuera a romper Scott, de quien ella no se lo esperaba, a quien ella quería más… la destrozaría. Tenía que estar a la altura. Recoger el testigo de su hermano.
               Cuidar de ella mejor de lo que lo había hecho hasta ahora. Puede que incluso mejor de lo que supiera.




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1 comentario:

  1. ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO.
    O sea en el principio casi me muero de una hiperglucemia porque ha sido demasiado azúcar, mi corazón no aguanta muy bien leer a Alec narrando como de pillado esta por Sabrae.
    Luego hablemos del hecho que echaba de menos leer tanto Scott de seguido, es que ay lloro, lo echo mucho de menos. Y LUEGO HABLEMOS DE QUE LA PARTE DEL AEROPUERTO ES PURA POESÍA O SEA TÍA ME HE DESCOJONADO VIVA TE LO JURO HACÍA MAZO TIEMPO QUE NO ME REÍA TAN DE SEGUIDO CON UN CAP.
    Estoy triste pensando en como va a reaccionar Sabrae a la marcha de Scott pero los capítulos que se vienen me van a encantar así que felissssss.

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