domingo, 28 de febrero de 2021

Mitad Malik, mitad Whitelaw.


¡Hola! Quería avisarte, antes de que comiences este capítulo, de que el viernes es un día especial. ¡Sí, este viernes es 5 de marzo, el cumpleaños de Alec! Y, a modo de celebración, el siguiente capítulo se publicará ese día, en lugar del domingo, como es costumbre. ¡Te espero!  

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Aguanté todo lo que pude. De veras que lo hice. Así que, por favor, no me juzgues. Créeme: a nadie le gustaría más que a mí el que yo me hubiera quedado todo el rato con Sabrae. Después de todo, para eso me había ido del hospital: para estar con ella el mayor tiempo posible. Y ya me había dolido demasiado tener que dejarla mientras hablaba con sus abuelos, aunque sabía que necesitaba esa intimidad.
               Pero tener que compartirla como lo estaba haciendo ese día no me gustaba, por mucho que me hiciera el digno y dijera que estaba todo bien. Se me daba bien poner una buena cara y decirle que no pasaba nada, que claro que podía hacer lo que quisiera, que era su cumpleaños y yo no tenía ningún derecho a decirle qué hacer o qué decir.
               Aunque, la verdad, me habría gustado que luchara un poco más por mí. Que insistiera en que me quedara, que me cogiera la mano y me mirara con ilusión mientras hablaba por teléfono, que se excusara con sus amigas y viniera a acurrucarse en el sofá cuando le dije que no podía más. Porque de verdad que no podía más.
               Llevaba soportando a duras penas el dolor desde que me había levantado de la cama del hospital, y lo único que me había impulsado a seguir adelante era saber la increíble ilusión que le haría verme. Puede que se enfadara un poco conmigo por no decirle lo que tenía pensado hacer, o que le extrañara que los médicos me dejaran irme cuando hasta hacía dos días necesitaba ayuda para absolutamente todo, y apenas me dejaban solo. Pero, a la hora de la verdad, el simple hecho de verme vencería a todo lo demás, y me dejaría ver esa increíble sonrisa suya que podía calmarme incluso en mis peores momentos, proporcionándome el consuelo que nadie más podía darme, ni tan siquiera la medicación.
               Y, en cierto modo, lo había hecho. Había conseguido que el dolor pasara a un segundo plano, porque mi cerebro estaba demasiado ocupado procesando las sensaciones que ella me proporcionaba (su apariencia, su tacto, e incluso ese olor a ella que no tenía en el hospital, por culpa del desinfectante) como para pararse a pensar en lo mucho que me dolía la pierna.
               O el brazo.
               O la espalda.
               O las costillas.
               O la cabeza.
               El runrún seguía ahí, como el ruido del ambiente en el que tu artista preferido grabó su mejor vinilo, impidiéndote tener una experiencia perfecta, plena y limpia. Ella era guapísima, pero lo habría sido más si yo no tuviera esta maldita jaqueca; era olía increíblemente bien, pero habría olido mejor si no me diera vueltas la cabeza; y estaba hecha para mí, encajaba conmigo perfectamente…
               … y lo habría hecho de una forma deliciosa si yo no estuviera jodido por dentro.
               Supe que todo iba a ser más complicado de lo que había creído en un momento en cuanto se había abalanzado al verme. No me malinterpretes: adoré, adoro y adoraré toda la vida su entusiasmo, pero hay ocasiones en las que, por mucho que quiera siempre que se vuelva loca conmigo, que no se controle no es precisamente lo mejor para ambos.
               -¡¡¡ALEC!!!-bramó con toda la fuerza de unos pulmones que yo sabía que podían hacer milagros, los únicos pulmones que me importaban, los únicos pulmones que eran capaces de bautizarme y hacer que respondiera realmente al nombre con el que mi madre me había bautizado. Se había soltado de los brazos de Scott tan rápido como se había abalanzado hacia ellos, y aunque me regodeé un poco en el hecho de que me hubiera hecho ganar una apuesta, mi mente estaba demasiado ocupada regodeándose en lo genial que era que nuestro reencuentro fuera así. Porque, francamente, me lo había imaginado de muchas maneras, pero todas tenían un denominador común: Sabrae era demasiado lista como para dejarse llevar por sus emociones, y la preocupación que le producía verme lejos de un equipo médico volcado en curar todas mis dolencias era más fuerte que la alegría de verme allí.
               Claro que la Sabrae de mi cabeza no era capaz de hacerle justicia a la real, de manera que la real siempre conseguía sorprenderme, tanto para bien, como para mal.
               Y esta vez, fue para las dos cosas. Porque, a pesar de que disfruté de ver que no podía controlarse estando conmigo (algo que llevaba sin suceder demasiado tiempo, también por culpa del omnipresente hospital), el estallido que se produjo cuando Sabrae y yo nos tocamos fue tan intenso que simplemente resultó demasiado.
               No sólo sentí que mis costillas crujían, sino que las noté clavárseme de nuevo en los pulmones. Ni siquiera sé cómo me las apañé para no ponerme a toser sangre como un loco; supongo que el subidón de que ella estuviera conmigo y la inundación que había producido en mis sentidos eran tan fuertes que consiguieron eclipsar lo malo el tiempo suficiente como para que no la alcanzara también a ella.
               Sin embargo, en ese momento descubrí que me costaría mucho defenderme si Sabrae llegaba a enfadarse conmigo por haberme ido del hospital. Entonces, más que nunca, decidí que no podía decirle la verdad, por malo que fuera mentirle. Cuando se trataba de la gente que nos importaba, los dos éramos iguales, y comenzábamos a culparlos por las cosas malas que les sucedían a quienes nos rodeaban, o nos responsabilizábamos de las gilipolleces que hacían como si fuéramos nosotros quienes les hubiéramos convencido para llevar a cabo la estupidez de turno.
               Me concentré en la sensación de calidez que manaba de su cuerpo en lugar de en las llamaradas de dolor que había en mi interior. No podía ser tan difícil pensar en el placer teniendo a Sabrae cerca, ¿no?
               Inhalé el aroma de su pelo, más fuerte que nunca (quizá se hubiera duchado por la mañana, pensando en acicalarse para un día tan especial como ése) y cerré los ojos, notando cómo ella enterraba la cara en mi pecho y sus dedos se paseaban por mi espalda. Por mucho que intentara ser cuidadosa, las ganas que tenían de mí estaban tomando las riendas en esta ocasión, y no podía evitar no hacerme daño.
               Me sentí un cabrón por pensar que menos mal que Scott nos hizo separarnos para que yo pudiera respirar, pero lo cierto es que lo necesitaba. Si bien Sabrae no se separó del todo de mí, sí que volvió en sí lo suficiente como para recordar lo delicado de mi estado de salud.

martes, 23 de febrero de 2021

Un imperio y su príncipe.


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-¿Tú no estabas en el hospital?
               -¿Y tú no estabas en Praga?
               -Yo he preguntado primero-puso los ojos en blanco, en esa expresión de fastidio que tan bien se le daba, pero mejor se le daba a su hermana. A veces, me daba la sensación de que siempre había sido capaz de sacar de quicio a Saab simplemente porque también podía hacerlo con Scott, como si los dos tuvieran algo en las venas que les obligara a sentirse molestos a la mínima de cambio por algo que a mí apenas me requería ningún esfuerzo. Claro que a Sabrae le resultaba todo mucho más fácil: molestarse por menos, y molestarse más.
               -Pero yo soy mayor-ronroneé, inclinando la cabeza a un lado y dedicándole mi sonrisa torcida, aquella que él me había copiado sin ningún tipo de decoro, y que incluso se había atrevido a bautizar antes que yo. Que no te engañen: Scott sería el primero, pero no era el mejor.
               Es más, es que ni siquiera era el primero, técnicamente hablando. A fin de cuentas, yo llevaba un mes ejerciendo de mayor de edad, y él, apenas unos días.
               -Pero yo soy famoso-atacó, como si eso le encantara o a alguno de los dos nos importara el número de seguidores que tenía en sus redes sociales. En otra época, la manera en que Scott levantaba pasiones y tenía a las chicas locas allá por donde iba ya sin tan siquiera esforzarse por hacer otra cosa que no fuera respirar habría hecho que yo me subiera por las paredes. Incluso él se habría aprovechado de ese nuevo don con las mujeres del que yo no disfrutaba (todavía, porque cuando sus fans me descubrieran en sus fotos otro gallo cantaría) para pincharme, como si tirarse a una chica que estuviera deseándolo con solo leer tu nombre en una revista tuviera algún tipo de mérito.
               Ahora, no obstante, a los dos no podía causarnos otra cosa que no fuera gracia toda la atención femenina que despertaba Scott. Los dos sabíamos que era mil veces mejor tener a tu chica preferida en el mundo susurrándote tu nombre al oído, a que lo gritaran miles de desconocidas.
               -Pero yo soy el novio-ronroneé en tono aún más dulce, pues me hacía gracia que Scott se pensara que podía ganarme. Tío, puede que hayas convivido con ella, pero ella ha hecho conmigo cosas que no ha hecho con nadie más, pensé, y no me estaba refiriendo al sexo, precisamente. Quiero decir, no exclusivamente al sexo.
               -Pero yo soy el hermano-me recordó, como si Sabrae no tuviera otras dos como él, y yo no fuera único en su vida.
               -Yo me la follo, ¿qué haces tú?
               -La encontré. Literalmente, te la follas gracias a mí. Deberías darme las gracias, porque si no fuera por mí, no la tendrías.
               -Gracias, pero no la tengo gracias a ti, sino a Tommy. Después de todo, fue él quien hizo que tuvieras ganas de tener una hermana, ¿no? Tú estabas genial dándotelas de principito en tu casa. Pero llegó Eleanor, y Tommy estaba encantado de la vida, y tú sentiste tanta envidia que quisiste otra, así que la fuiste a buscar-le guiñé el ojo, y Scott me fulminó con la mirada.
               -Te voy a partir la cara.
               -¿Vas a dejar a tu pobre hermana sin silla?
               -Me encanta hacerla de rabiar.
               -Eso será si yo te lo permito.
               -Perdona, pero, ¿piensas que necesito tu permiso para pinchar a Sabrae? Intenta impedírmelo, lisiado. Venga, tío, si ni siquiera puedes correr-Scott se echó a reír.
               -Puede, pero tú tampoco vas a poder esconderte eternamente.
               -No me das ningún miedo, ¿sabes?
               -¿Y Sabrae tampoco? Se cabreará cuando vea que le has jodido la oportunidad de disfrutar de una buena comida de coño simplemente porque tienes un ego que no cabe en toda la Common Wealth, y eres incapaz de aceptar que ya no eres el que corta el bacalao, Scott. ¿Crees que te merece la pena que ella te pegue una paliza para demostrarme que me puedes ganar en una pelea?
               -¿Te importaría repetir eso?-preguntó, sacándose el móvil del bolsillo-. Me ha encantado cachondo escucharte decir eso de que te puedo ganar en una pelea, y quiero dejarlo para la posteridad, para cuando te creas que eres un dios invencible, o algo así. Joder, incluso me ha puesto cachondo.
               -Si te la estás cascando y ves que no llegas, siempre puedes llamarme y pedirme que me ponga a gemir como una puta al otro lado de la línea. Yo por mis amigos soy capaz de hacer cualquier cosa.
               Scott se echó a reír sonoramente y, tras negar con la cabeza, se sentó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros.
               -Me alegro un montón de verte, tío-sonrió, revolviéndome el pelo y aprovechándose así de que yo no podía defenderme como la ocasión requería-. Te sienta guay estar fuera.
               -Gracias, S. La verdad es que lo echaba de menos-suspiré, frotándome la cara y sacudiendo la cabeza mientras pensaba en la increíble sensación de libertad que me inundó cuando la primera ráfaga de aire me azotó al salir del hospital. Echaba de menos lo imprevisible del viento; los conductos de ventilación no estaban mal, pero no hay nada como estar en manos de la meteorología para sentir que puedes volar-. La verdad, no sé cómo se las apaña mi madre para hacer que sus flores le crezcan tan bonitas en el invernadero. Yo me he dedicado a ser un cactus de interior este último mes, y es un putísimo coñazo.
               Scott se echó a reír.
               -Tío, ¿cómo te las has arreglado para salir?
               -Pidiéndolo-sonreí, alcanzando el paquete de tabaco que llevaba en el bolsillo, sacando un cigarro y llevándomelo a la boca. Joder. Mi cuerpo se inundó de endorfinas en cuanto mis labios se posaron sobre el filtro, celebrando que iba a recuperar mi segundo vicio preferido.
               Quizá, con un poco de suerte, mi boca se posaría sobre mi rincón favorito en el mundo esa tarde, y también me reconciliaría con mi vicio favorito.
               -Al-Scott alzó las cejas en un gesto muy típico también de Sabrae, y de nuevo me inundó esa sensación de reconocimiento al darme cuenta de lo mucho que se parecían ambos. Eso era algo que ella y yo nunca íbamos a tener-, a mí me lo puedes contar.
               -He pedido el alta voluntaria-di una calada.
               -¿Y te la han dado?
               Sonreí.
               -Algo así.
               -Alec-Scott estaba luchando por no reírse, porque los dos sabíamos que lo que había hecho estaba mal, pero el fin justificaba los medios-, dime, por favor, que no te has escapado del hospital.
               -Tengo 18 años, Scott. No pueden retenerme allí contra mi voluntad.
               -¡La madre que te parió!-exclamó, riéndose-. ¡Eres un puto sinvergüenza, tío!

domingo, 14 de febrero de 2021

Nefertiti.


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Prácticamente dancé en dirección a la puerta como la mejor de las bailarinas, con unos movimientos que habrían hecho que Mimi me aplaudiera por lo mucho que había avanzado en el poco tiempo que había pasado con bailarinas profesionales en el programa, sabiendo que quien estaba al otro lado de la misma no me guardaría ningún rencor por lo que había hecho.
               Después de todo, era mi cumpleaños, así que tenía más excusas que nunca para comportarme como una niña caprichosa y consentida a la que nunca le han dicho que no. Pero es que nunca me habían dicho que no.
               El día estaba siendo genial, a pesar de que no era ni de lejos como había planeado. Puede que tuviera un poco de obsesión con el control y la organización a veces, algo que siempre hacía que todos a mi alrededor me tomaran el pelo por lo mucho que llegaban a preocuparme los pequeños detalles, pero yo era de las que creían que, cuanto más anticiparas algo y más trabajaras para ir construyéndolo poco a poco en tu mente, mejor sería el momento en que se haría realidad. En mi mente, el día de mi cumpleaños sería fundamentalmente en el exterior, entendido éste como las afueras de mi casa; no teníamos por qué estar en la calle para estar fuera, y yo tenía pensado aprovechar todo el tiempo que pudiera con la gente que me importaba, pero con la que no compartía apellido. Mis amigas y yo iríamos a dar una vuelta, paseando por el parque y tomándonos unos gofres, quizá incluso yendo a patinar, y luego, yo pondría rumbo al hospital, donde compensaría a Alec por el tiempo que había pasado alejada de él. Por supuesto, no había rastro de mi hermano en mis planes, con quien contaba para una videollamada y poco más.
               Y luego Scott había aparecido, y lo había trastocado absolutamente todo, demostrándome que los accidentes que le dan la vuelta a tu vida no tienen por qué ser negativos, necesariamente. Fiel a su más pura esencia de improvisación, al ser la mayor sorpresa que se habían llevado mis padres en toda su vida (contando, incluso, encontrar a su alma gemela en un mundo demasiado amplio y súper poblado como para que estuviera en el mismo país, y compartiera la misma cultura), Scott había conseguido que mi vida se pusiera patas arriba, y a mí me encantara.
               Especialmente porque estaba empezando a aficionarme a los accidentes, ya que lo mío con Alec no podía llamarse de otra manera. El destino y el azar están tan ligados que son inseparables, se parecen tanto que no se distinguen, y Taylor Swift había sido muy sabia cuando escribió «odio los accidentes, excepto cuando pasamos de amigos a esto» en Paper Rings.
               Quizá el día que había pintado en mi cabeza era una obra de arte, pero el que Alec y Scott me estaban haciendo tener era una obra maestra accidental. Y me encantaba. Así que no había dudado en borrar de un plumazo mis expectativas para el día, y simplemente dejarme llevar en la tarde. El amor que profesaba a los hombres más importantes de mi vida me había susurrado al oído que no pasaba nada, que ceder las riendas no estaba mal, que los planes estaban para establecer una guía y no un férreo guión, y que la vía fluía como un río y no se compartimentaba como la cuadrícula de una libreta.
               Me dijo que me encantaría el día hiciera lo que hiciera con ellos dos, porque igual que era novia de Alec y hermana de Scott por accidente y nunca se me había ocurrido quejarme, ellos sabrían hacer que hasta el plan más tranquilo fuera especial.
               Y tenía la suerte de contar con unas amigas comprensivas que se adaptaban sin rechistar a mis cambios de humor, que aceptaban mis sugerencias y que sonreían cuando les explicaba con cierto rubor que quizá fuera mejor pasarnos el día en casa. Aunque en mi defensa diré que en un primer momento ni siquiera había considerado la posibilidad de hacer un plan sencillo: el día era demasiado bueno para ser verdad, el césped apenas estaba húmedo e invitaba a tumbarse sobre él, y por el cielo discurrían unas nubes tan perezosas como inofensivas. De modo que, cuando terminamos la comida, con los regalos aún sobre la mesa, todavía sin desenvolver, yo ya me había puesto a relatar lo que podríamos hacer Alec, Scott, las chicas y yo con tanto entusiasmo que la velocidad de mis palabras se triplicó. Me habría venido muy bien ser así de rápida en la actuación; por mucho que Nicki me hubiera alabado y me hubiera dicho que lo había hecho mejor que ella, una parte de mí no dejaba de hacer caso del síndrome del impostor, y pensaba que lo había hecho por quedar bien, por ser buena con una chiquilla que lo hacía lo mejor que podía, y no porque realmente lo pensara.
               -Podemos ir a patinar, y a tomar unos gofres; creo que ya han traído los siropes nuevos, y están para morirse. Además, ya hay un montón de artistas callejeros en el parque, y las flores están floreciendo, así que todo está perfecto para hacernos fotos. ¡Incluso podríamos acercarnos hasta el centro! Me parece que hay una exposición genial en los jardines del Museo de Historia Natural; además, muy cerca de Covent Garden va a tocar un grupo que…
               -Cielo-mamá me puso una mano en el brazo, viendo la expresión aterrorizada de Alec y Scott, que no sabían cómo decirme que quizá me estaba pasando llenándonos la agenda, y que mi cumpleaños, por muy especial que me pareciera, duraba lo de lo que el resto de los mortales: 24 horas-, quizá sea mejor pensar en un plan más relajado. Tu hermano tiene que coger un vuelo esta noche, y Alec necesitará descansar todo lo que pueda.
               -Yo estoy bien, Sher-se defendió Alec, a quien podríamos encontrarnos tirado en la calle con la cabeza a cinco metros del cuerpo, y aun así se ofrecería a llevarnos las bolsas de la compra porque “parecen demasiado pesadas”.
               Sin embargo, yo ya le conocía. Sabía que mamá no había puesto a Scott más que como excusa para recordarme algo que se me había olvidado durante mi entusiasmo: puede que a Alec le hubieran dado un día de permiso en el hospital, pero eso no significaba que estuviera, ni mucho menos, para que le dieran el alta. No nos convenía meterle demasiada caña, o su recuperación se vería comprometida, todo por mi ansia por hacer un millón de cosas especiales, como si fuera el plan lo que importaba, y no la persona.
               -Oh-jadeé, formando la mitad del símbolo de los juegos olímpicos con los ojos y la boca. Alec clavó los ojos en mí.
               -Por mí no cambies los planes, ¿eh, bombón? Todo eso me suena perfecto. Me vendría bien que me diera un poco el aire.
               No hagas eso, pensé. No me ofrezcas pelearme por tener que cuidar de ti.
               Por suerte para mí, yo no era la única en la mesa que conocía a Alec. Scott estiró los brazos y exageró un bostezo, como recalcando que estaba tan cansado que la sola idea de pensar en dar vueltas por Londres le había dejado exhausto.
               -De hecho… la verdad es que me vendrían bien un par de horitas de relax. No te importa, ¿verdad que no, Saab?

viernes, 12 de febrero de 2021

Terivision: A todos los chicos: para siempre.

 ¡Cuidado, esta reseña contiene spoilers tanto de los libros como de las películas de To all the boys i've loved before!

No me puedo creer que acabe de vivir la última vez en la que veré por primera vez una peli de To all the boys…, no sé qué va a ser de mi vida a partir de ahora, pero por suerte puedo decir que la película ME HA ENCANTADO. Me hace gracia que antes dijera que me gustaba la segunda película, y que incluso llegara a decir que me gustaba igual que la primera, cuando al pensar en hacer maratón de las dos que ya estaban publicadas antes de ver estas, consideré seriamente la posibilidad de ver la primera y pasar directamente a la nueva. No tengo nada en contra de Jordan Fisher, todo lo contrario; él es lo único que voy a lamentar de no tener las ganas que tuve de ver la primera, pero por lo demás, me alegro muchísimo de que las cosas hayan vuelto a su tendencia normal. No me voy a obsesionar con esta película lo que me obsesioné con la primera, y menos mal, pero sí sé que voy a guardarla en un rinconcito especial de mi corazón.
Creo que la trilogía no podría haber tenido mejor final (bueno, en realidad, sí; el hecho de que Lara Jean y Peter se acuesten me molesta un poco, porque creo que fastidia un poco la construcción de su relación y el por qué son como son sólo por adaptar su historia a lo que Netflix espera de ellos), aunque sí que es cierto que las diferencias con el libro son brutales. Supongo que era complicado hacer que las cosas se encauzaran, viendo lo mucho que se alejaron de la novela en la segunda película, pero hay cosas que tienen sentido, y cosas que en absoluto. Por ejemplo, me tiene todo el sentido del mundo que el viaje a Corea de Lara Jean ocurra al principio de la película, en lugar de al final, ya que nos perderíamos esos momentazos con las hermanas. Ese es el principal cambio que noto con respecto a los libros, ya que casi dos años de haberlos leído es  excusa suficiente para olvidarlos y, así, poder regresar a ellos.
Pero los cambios que no me han gustado son más abundantes que los que sí. No me ha gustado que cambien la localización de la casa de Lara Jean, importantísimo para ella y que juega un papel en su historia crucial. Ella vive en Virginia, no en Oregón. Y quiere ir a la universidad de Virginia porque está cerca de casa, no tendría ni que independizarse, y así podría seguir con su familia. Así que es una movida cuando no la aceptan, no sólo porque deja de ver a Peter, sino porque literalmente tendría que mudarse y salir del cascarón incluso aunque ella no quiere. También eché de menos la fiesta en la casa de la playa, pero supongo que sería añadirle  muchas cosas complicadas de encajar. Y luego está lo del sexo que, en fin, mejor no comento porque ME ENFADO Y ME HA PARECIDO SÚPER MAL.
Movidas aparte con el tema de la trama, la verdad es que en esta película veo que hay un poco de la magia que había en la primera, y que en la segunda se perdió por el camino. Peter se comporta un poco como un imbécil, aunque también es normal que le aborden sentimientos así cuando se entera de que su novia se va a estudiar a la otra punta del país, en lugar de a una hora en coche. Debe de ser mucha gafada, y me alegro de no haber tenido que pasar por eso. Y aquí, Lara Jean no parece la mala de la película, como sí que era un poco en la segunda, así que me alegro de que hayan corregido ese rumbo. Sus actuaciones son geniales, aunque no tan buenas como en la primera película, en la que creo que el no saber cómo iba a resultar todo no hacía que estuvieran cohibidos. De la misma manera, hay demasiados momentos cuquis entre ellos como para quedarme sólo con uno, o resistirme siquiera a poner a Sabrae y Alec a ver esta peli en el próximo capítulo. Covinsky aquí son demasiado Sabralec, más que en la segunda, así que eso les suma muchísimos puntos. Peter es demasiado Alec, ha recuperado esa chispa tan divertida y dulce que tenía en la primera peli (aunque sí que es cierto que un poco más exagerada; tanto, que en ocasiones llegaba a resultar demasiado), pero, a la vez, se han separado para siempre, dejándonos independencia sin terminar de perder esa conexión que me enamoró va a hacer ya tres veranos.
Jo, voy a echar mucho de menos esta historia. Voy a echar de menos las interacciones entre Lana y Noah, las publicaciones en la cuenta de Instagram, y los memes sobre lo genial que es Peter y lo evidente que es que es un personaje literario, porque los hombres así NO EXISTEN. Voy a echar muchísimo de menos la sensación de que me duelan las mejillas por sonreír por culpa de lo que veo en la pantalla, el sentirme representada (un momento, NOS HAN QUITADO UNA IMPORTANTÍSIMA REPRESENTANTE A LAS VÍRGENES!!! EXIJO INDEMNIZACIÓN!!!) en lo tierna que es Lara Jean, el ver una protagonista que quiere sin miedo a ser intensa, y el especular con qué les va a deparar un futuro que ha llegado demasiado pronto. Ojalá la espera hubiera sido un poco más larga, para hacer este momento todavía más dulce.
Por lo menos, tengo el consuelo de ver que han sabido arreglar una historia que parecía que iba a desviarse. Han hecho que recupere el entusiasmo y que quiera volver aquí, que quiera hacer un maratón con mis amigas, acurrucadas en el sofá de casa de una de ellas mientras comemos nachos y suspiramos por lo genial que es Peter y lo tierna que es Lara Jean. Han conseguido construir un hogar, sueños y esperanzas para mí en una película que, eso sí, se me ha hecho un poco larga al final.
Pero jo, cómo me encanta tener un guilty pleasure como esta trilogía. Qué agradecida estoy de que hayan dado voz a esta historia, tanto en papel como en película, y me hayan hecho descubrir tantos anhelos, querer hacer tantos planes, y ver que puedo sentirme arropada por personajes que no conozco, y de los que no hay muchos así
Lo mejor: la cantidad de sororidad que hay en esta película, de verdad, ya era hora
Lo peor: la puñetera Kitty, lo único que no voy a echar de menos de esta trilogía. Puta mocosa infernal, la detesto.
La molécula efervescente: el segundo contrato que firman Lara Jean y Peter, es que NO PUEDO!
Grado cósmico: estrella {4/5}. Me ha llegado al corazón, pero los cambios tan importantes y el hecho de que se me terminó haciendo un poco larga hacen que no consiga la nota de la primera… eso sí, supera, con creces, a la segunda. Lo siento, Jordan Fisher

domingo, 7 de febrero de 2021

Vidriera.


¡Hola! Antes de empezar el capítulo, quería informarte de que hay un error bastante gordo en él, pero corregirlo supondría fastidiar una de las mayores sorpresas que Scott y Alec le dieron a Sabrae. Efectivamente, hablo del tiempo, ya que hay un baile de fechas importante: Scott nació el 23 de abril, y Sabrae, el 26, de modo que si el cumpleaños de Scott cayó en miércoles, el de Sabrae debería caer en sábado. Pero, como cuando escribí Chasing the Stars no tenía muy claro qué día eran las galas en The Talented Generation, tiré pa’lante y partí de la base de que Saab tendría clase el día de su cumpleaños. Así que… simplemente finjamos que el 24, o el 25, no existe, y que al miércoles 23 le puede seguir un viernes 26.
No te doy más la brasa, me parecía importante que lo supieras para no causarte dolor de cabeza. ¡Disculpa las molestias, y que disfrutes del cap!

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Había ocasiones en las que no me cambiaría por nadie en todo el mundo, en las que adoraba mi vida y me consideraba la persona más afortunada de la Tierra, tanto por lo que sucedía a mi alrededor (las personas que me rodeaban) como por lo que sucedía en mi interior (los preciosos sentimientos que me embargaban cuando estaba con esas personas, o cuando me daba cuenta de mi propio potencial).
               Aquélla no era una de ellas. Las mañanas de mi cumpleaños solían ser lo más caótico del mundo, con un festival de ruidos hechos exclusivamente para molestarme, como si mis hermanos quisieran compensar de alguna manera las atenciones que me iban a prestar y el hecho de que yo fuera indiscutiblemente la reina por un día (yo era la reina siempre, pero les gustaba cuestionar mi importancia sólo para hacerme rabiar) y hubiera que hacer todo lo que se me antojara sin rechistar.
               A veces envidiaba a Alec por sus despertares apacibles, por ser capaz de amanecer con el amanecer real, por tener fuerzas para estirarse y salir de la cama aunque sea cinco minutos para contemplar el espectáculo de la salida del sol. Esta vez, sin embargo, también le envidiaba por su despertar tan tranquilo durante su cumpleaños, con su madre sentándose a su lado en la cama y acariciándole el pelo para asegurarse de que no fuera nada traumático…
               … precisamente todo lo contrario a lo que me sucedía a mí. Desde que Duna había pasado a ser consciente de sí misma y de los cambios en el calendario a medida que se iban sucediendo las noches, los cumpleaños de todos habían dado un giro radical: pasábamos de despertares amorosos a auténticas orgías de gritos.
               Así que estrenaba los quince años como había estrenado los catorce, o los trece, o los doce, o los once: con Duna abriendo la puerta de mi habitación con más fuerza de la que debería tener una chiquilla de ocho años (tanto, que el pomo golpeaba la pared y la puerta rebotaba) y bramaba, a plena potencia de unos pulmones que indudablemente eran herencia de papá:
               -¡¡¡Sabrae!!! ¡¡HOY ES TU CUMPLE!! ¡¡¡¡¡¡¡FELICIDADES!!!!!!!
               Me encogí instintivamente en la cama, haciéndome aún más un ovillo. Duna siempre era un torbellino de energía cuando llegaba un día especial, ajena por completo a que los demás teníamos nuestras propias circunstancias. No todos dormíamos como bebés, y puede que ni siquiera aprovecháramos todas las horas que nuestras puertas estaban cerradas; yo, por ejemplo, me había pasado más tiempo del que debería mensajeándome con Alec de madrugada, prometiéndonos el uno al otro que pasaríamos el mayor tiempo posible juntos dentro de mi apretadísima agenda.
               Sin embargo, tampoco podía guardarle rencor a mi pequeñina. Lo hacía con la mejor de las intenciones, pues así se aseguraba de ser la primera en felicitarme. Una pena que el amor de la vida de ambas se le hubiera adelantado varias horas.
               -¿Qué hora es…?-pregunté, rodando por la cama y temiendo abrir un ojo, por si me quedaba ciega con la luz del techo.