domingo, 28 de febrero de 2021

Mitad Malik, mitad Whitelaw.


¡Hola! Quería avisarte, antes de que comiences este capítulo, de que el viernes es un día especial. ¡Sí, este viernes es 5 de marzo, el cumpleaños de Alec! Y, a modo de celebración, el siguiente capítulo se publicará ese día, en lugar del domingo, como es costumbre. ¡Te espero!  

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Aguanté todo lo que pude. De veras que lo hice. Así que, por favor, no me juzgues. Créeme: a nadie le gustaría más que a mí el que yo me hubiera quedado todo el rato con Sabrae. Después de todo, para eso me había ido del hospital: para estar con ella el mayor tiempo posible. Y ya me había dolido demasiado tener que dejarla mientras hablaba con sus abuelos, aunque sabía que necesitaba esa intimidad.
               Pero tener que compartirla como lo estaba haciendo ese día no me gustaba, por mucho que me hiciera el digno y dijera que estaba todo bien. Se me daba bien poner una buena cara y decirle que no pasaba nada, que claro que podía hacer lo que quisiera, que era su cumpleaños y yo no tenía ningún derecho a decirle qué hacer o qué decir.
               Aunque, la verdad, me habría gustado que luchara un poco más por mí. Que insistiera en que me quedara, que me cogiera la mano y me mirara con ilusión mientras hablaba por teléfono, que se excusara con sus amigas y viniera a acurrucarse en el sofá cuando le dije que no podía más. Porque de verdad que no podía más.
               Llevaba soportando a duras penas el dolor desde que me había levantado de la cama del hospital, y lo único que me había impulsado a seguir adelante era saber la increíble ilusión que le haría verme. Puede que se enfadara un poco conmigo por no decirle lo que tenía pensado hacer, o que le extrañara que los médicos me dejaran irme cuando hasta hacía dos días necesitaba ayuda para absolutamente todo, y apenas me dejaban solo. Pero, a la hora de la verdad, el simple hecho de verme vencería a todo lo demás, y me dejaría ver esa increíble sonrisa suya que podía calmarme incluso en mis peores momentos, proporcionándome el consuelo que nadie más podía darme, ni tan siquiera la medicación.
               Y, en cierto modo, lo había hecho. Había conseguido que el dolor pasara a un segundo plano, porque mi cerebro estaba demasiado ocupado procesando las sensaciones que ella me proporcionaba (su apariencia, su tacto, e incluso ese olor a ella que no tenía en el hospital, por culpa del desinfectante) como para pararse a pensar en lo mucho que me dolía la pierna.
               O el brazo.
               O la espalda.
               O las costillas.
               O la cabeza.
               El runrún seguía ahí, como el ruido del ambiente en el que tu artista preferido grabó su mejor vinilo, impidiéndote tener una experiencia perfecta, plena y limpia. Ella era guapísima, pero lo habría sido más si yo no tuviera esta maldita jaqueca; era olía increíblemente bien, pero habría olido mejor si no me diera vueltas la cabeza; y estaba hecha para mí, encajaba conmigo perfectamente…
               … y lo habría hecho de una forma deliciosa si yo no estuviera jodido por dentro.
               Supe que todo iba a ser más complicado de lo que había creído en un momento en cuanto se había abalanzado al verme. No me malinterpretes: adoré, adoro y adoraré toda la vida su entusiasmo, pero hay ocasiones en las que, por mucho que quiera siempre que se vuelva loca conmigo, que no se controle no es precisamente lo mejor para ambos.
               -¡¡¡ALEC!!!-bramó con toda la fuerza de unos pulmones que yo sabía que podían hacer milagros, los únicos pulmones que me importaban, los únicos pulmones que eran capaces de bautizarme y hacer que respondiera realmente al nombre con el que mi madre me había bautizado. Se había soltado de los brazos de Scott tan rápido como se había abalanzado hacia ellos, y aunque me regodeé un poco en el hecho de que me hubiera hecho ganar una apuesta, mi mente estaba demasiado ocupada regodeándose en lo genial que era que nuestro reencuentro fuera así. Porque, francamente, me lo había imaginado de muchas maneras, pero todas tenían un denominador común: Sabrae era demasiado lista como para dejarse llevar por sus emociones, y la preocupación que le producía verme lejos de un equipo médico volcado en curar todas mis dolencias era más fuerte que la alegría de verme allí.
               Claro que la Sabrae de mi cabeza no era capaz de hacerle justicia a la real, de manera que la real siempre conseguía sorprenderme, tanto para bien, como para mal.
               Y esta vez, fue para las dos cosas. Porque, a pesar de que disfruté de ver que no podía controlarse estando conmigo (algo que llevaba sin suceder demasiado tiempo, también por culpa del omnipresente hospital), el estallido que se produjo cuando Sabrae y yo nos tocamos fue tan intenso que simplemente resultó demasiado.
               No sólo sentí que mis costillas crujían, sino que las noté clavárseme de nuevo en los pulmones. Ni siquiera sé cómo me las apañé para no ponerme a toser sangre como un loco; supongo que el subidón de que ella estuviera conmigo y la inundación que había producido en mis sentidos eran tan fuertes que consiguieron eclipsar lo malo el tiempo suficiente como para que no la alcanzara también a ella.
               Sin embargo, en ese momento descubrí que me costaría mucho defenderme si Sabrae llegaba a enfadarse conmigo por haberme ido del hospital. Entonces, más que nunca, decidí que no podía decirle la verdad, por malo que fuera mentirle. Cuando se trataba de la gente que nos importaba, los dos éramos iguales, y comenzábamos a culparlos por las cosas malas que les sucedían a quienes nos rodeaban, o nos responsabilizábamos de las gilipolleces que hacían como si fuéramos nosotros quienes les hubiéramos convencido para llevar a cabo la estupidez de turno.
               Me concentré en la sensación de calidez que manaba de su cuerpo en lugar de en las llamaradas de dolor que había en mi interior. No podía ser tan difícil pensar en el placer teniendo a Sabrae cerca, ¿no?
               Inhalé el aroma de su pelo, más fuerte que nunca (quizá se hubiera duchado por la mañana, pensando en acicalarse para un día tan especial como ése) y cerré los ojos, notando cómo ella enterraba la cara en mi pecho y sus dedos se paseaban por mi espalda. Por mucho que intentara ser cuidadosa, las ganas que tenían de mí estaban tomando las riendas en esta ocasión, y no podía evitar no hacerme daño.
               Me sentí un cabrón por pensar que menos mal que Scott nos hizo separarnos para que yo pudiera respirar, pero lo cierto es que lo necesitaba. Si bien Sabrae no se separó del todo de mí, sí que volvió en sí lo suficiente como para recordar lo delicado de mi estado de salud.
               Y me demostró que siempre estaría ahí para mí, incluso en mis peores momentos, cuando, de camino a su casa, cargó con el peso de mi cuerpo como si quisiera convertirse en mi muleta más valiosa. Ninguno de los dos comentó nuestra nueva simbiosis, pero por la forma cariñosa en la que Sabrae me acariciaba la cintura con la yema de los dedos, supe que era consciente de que ahora más que nunca estaba haciendo de apoyo para mí.
               ¡Si incluso decidió ser buena conmigo dejando estar mi pobre excusa de que les había pedido a los médicos que me dejaran salir del hospital por un día para poder celebrar su cumpleaños! Viendo cómo estaba reaccionando mi cuerpo a la excursión sin medicamentos, entendía que todo el mundo se pusiera contra mí. La verdad es que me lo merecía, por ser necio, tozudo y temerario rayando en lo gilipollas, pero…. Entiéndeme. No podía no ir al cumpleaños de Sabrae. No podía no esforzarme por ella. No podía dejar que ese día fuera como los demás.
               Y puede que me comportara como un gilipollas egoísta pensándolo, pero una parte de mí detestaba que ella no se postrara ante mí para agradecerme mi sacrificio igual que yo lo haría con ella. Había dejado todo por ella durante mi cumpleaños, y que Sabrae siguiera siendo amiga, hermana e hija, en lugar de exclusivamente mi novia, me escocía por dentro y hacía que los demonios de mi cabeza se regodearan, riéndose en silencio de esos pensamientos que me iban carcomiendo poco a poco, diciéndome que si no estaba conmigo nada más, era porque yo no era suficiente.
               Por eso no podía concentrarme en la televisión: porque la parte masoquista de mi persona me hacía ver que ella se lo pasaba bien incluso sin mí. Que me estaba arriesgando por nada. Que me había ganado a pulsa un millón de broncas de todo el mundo por estar allí, sentado a solas en el sofá de la sala de juegos de Scott, mientras los demás seguían con sus vidas. Era como un intruso en una casa en la que siempre me había sentido como en mi propio hogar… y no pude evitar preguntarme si Tommy se habría sentido así alguna vez.
               Me quedé mirando mi reflejo en la pantalla negra de la televisión, que había apagado cuando Scott me anunció que se iba al baño. Me daba la sensación de que llevaba toda la vida arriba, igual que creía haber nacido allí abajo.
               La temperatura de la sala de juegos era un poco más baja que la del resto de la casa, seguramente porque allí no había calefacción y también se acumulaba un poco la humedad, que los Malik se cuidaban en contrarrestar con paquetitos de bolitas de alcanfor y pequeñas estufas repartidas estratégicamente por la habitación, y que se iban encendiendo dependiendo de las necesidades de sus habitantes. Hacía un milenio que no estaba en aquella habitación: desde la última vez que habíamos visto el programa de Scott y Tommy, en compañía de mis amigos y las hermanas y amigas de Sabrae. Aquella había sido una de las últimas noches antes de que todo se fuera a la mierda, y, sin embargo, también había sido una de las últimas noches sin felicidad completa.
               Puede que estar ingresado fuera una putísima mierda, pero cuando escuchaba a Sabrae decir que me quería con una sonrisa en los labios y los ojos chispeantes de felicidad, se me hacía todo mucho más ameno. Aun así, me descubrí preguntándome si lo habría cambiado todo por volver hacia atrás y no haber aceptado nunca ese último trabajo extra, que terminó siendo el último en serio. Todavía no me había visto sin las vendas, pero no era gilipollas, y sabía que mi anatomía había cambiado para siempre por culpa del accidente. ¿Me seguiría queriendo Sabrae incluso con mis heridas? ¿Le seguiría poniendo? ¿Seguiría muriéndose por follar conmigo cuando me viera desnudo, incluso con tantos moratones? ¿Seguiría masturbándose pensando en mi yo actual, en lugar del pasado, glorioso como un héroe de las epopeyas que nos hacían estudiar en Literatura?
               ¿Cuánto influía mi físico en mi relación con ella, y cuánto se resentiría ésta cuando los dos viéramos que el accidente me dejaría secuelas durante tanto tiempo que ya no podría recuperar al que había sido antes, por haberlo olvidado?
               Cuando se fuera el dolor físico, ¿se iría también el emocional? ¿Se disiparían estas dudas?
               -¿Te aburres?-preguntó una voz a mi lado, la única voz que podría convertir una pesadilla en un sueño. Me giré a la velocidad a la que lo había hecho siempre, guiándome por el instinto y no por la razón, y a pesar de que eso me produjo un latigazo en la columna vertebral, no pude evitar sonreír. Sabrae estaba de pie frente a mí, vestida con su delantal sonrosado lleno de harina, sus trenzas más gruesas que nunca, esbozándome una sonrisa de disculpa que hinchaba sus mejillas tiznadas de chocolate como globos aerostáticos.
               Tenía en las manos un pequeño cuenco de cristal en el que había enroscado unos regalices, mis preferidos.
               -Estoy bien.
               -Te he traído esto-explicó, dejándome el cuenco sobre las rodillas en lugar de la mesa baja de los mandos, evitando así que me pusiera nostálgico pensando en lo llena de comida que estaba la última vez que la había visto, y lo feliz y acompañado y sin preocupaciones que había estado en aquella ocasión-. Duna ha querido hacer los brownies con gominolas, así que están vaciando todas las bolsas que hay por casa, pero he pensado que tal vez te apetecería que te guardara unos regalices.
               Le sonreí.
               -¿Seguro que no quieres que te los esconda?
               -Nah-hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto-. Ya he guardado a buen recaudo los ladrillos y los pulpitos, así que no te preocupes por mí. Estaré bien. Si quieres, puedo hacer lo mismo con ellos-los señaló-. No tienes por qué comértelos ahora.
               -Lo dices como si me supusiera una tortura comer regalices-ronroneé, metiéndome el primero en la boca y masticándolo despacio, mirándola de arriba abajo y de abajo arriba. Incluso con su ropa de estar por casa y espolvoreada de ingredientes, seguía siendo más guapa que la modelo mejor pagada de la historia cubierta de piedras preciosas. Y yo, como un imbécil, preguntándome si todo esto merecía la pena.
               Como si no estuviera dispuesto a saltar a un volcán activo si ella me lo pedía.
                -Lo digo-respondió, sentándose con gracilidad a mi lado, con una expresión triste-, porque sé que te ha puesto un poco triste no poder terminarte la tarta.
               -Es que estaba deliciosa.
               -Lo sé. Te he guardado un trocito, ¿sabes? Nos llevaremos un poco de la que ha quedado para que te la puedas comer en el hospital.
               -Ñam-respondí, relamiéndome e inclinándome ligeramente hacia ella. Lo hice todo lo que pude; por lo menos, tanto como me permitieron mis articulaciones y mis vendas. Sabrae se apartó un mechón de pelo suelto de las trenzas y rozó mis labios con los suyos.
               -¿Te estás haciendo el fuerte? Porque no tienes por qué hacerte el fuerte por mí. Ahora, no-negó con la cabeza y me acarició la mano.
               -¿A qué te refieres?
               -Debe de dolerte mucho para haber querido alejarte de mí-murmuró, analizando la forma en que sus dedos y los míos encajaban a la perfección. Tragué saliva.
               -Lo puedo soportar. De verdad, Saab, no tienes por qué sentirte culpable por nada. Yo no quiero que pares tu vida por mí.
               Bueno, un poco sí. Pero, aunque soy lo bastante hijo de puta como para quererlo, no lo soy lo suficiente como para decírtelo.
               -Tus amigas se merecen estar contigo tanto como yo-añadí, y ella se relamió los labios.
               -Supongo…-dejó la frase en el aire, y yo no supe si iba a decir algo más, o si aquello era todo lo que quería comentar conmigo. Apoyó el codo en el respaldo del sofá y se mordisqueó el codo, seguramente decidiendo si hablábamos de lo que yo estaba poniendo en peligro estando allí, o si lo dejaba estar. Supongo que decidió lo último, porque continuó-. Oye, ¿te apetece que luego estemos un rato solos?-ronroneó, acariciándome el hombro-. Antes de ir al hospital, me refiero.
               -Si no quisiera que estuviéramos solos, no me habría marchado de uno de los edificios más superpoblados de la ciudad, ¿no crees, bombón?
               -Cierto-sonrió, enseñándome todos sus blanquísimos y perfectos dientes, y puede, y sólo puede, que mis costillas se soldaran solas. Y entonces, afortunado de mí, se acercó para darme un nuevo beso. Y luego, otro. Y luego, otro más.
               Por desgracia, no tuve tanta suerte como para conseguir que se quedara mucho más tiempo. Por mucho que yo le atrajera, Sabrae era responsable, y tenía unos brownies de los que cuidar, de modo que, tras preguntarme de nuevo si estaba bien, y yo insistirle en que no se preocupara por mí, se marchó.
               Las voces no regresaron, pero no por falta de ganas, sino porque enseguida volví a tener compañía. Mientras deslizaba el dedo por la pantalla para eliminar las notificaciones de los mensajes de mi madre, asegurándome que me acordaría de lo que había hecho hoy toda la vida (eso esperaba, la verdad), escuché unos pasos a mi espalda.
               -¿Has cambiado de opinión con respecto a los regalices?-pregunté, riéndome. Esperé a que Sabrae apareciera de nuevo a mi lado, o incluso que lo hiciera Scott.
               Con quien no me esperaba encontrarme era con Zayn.
               Lo cual es bastante curioso, porque, bueno… el invitado era yo, no él.
               -Hola-jadeé al ver a mi suegro, que traía un vaso con agua y un sobrecito azul y blanco colgándole de los dedos.
               -¿Cómo lo llevas?-sonrió-. Te he traído esto. He pensado que quizás lo necesitarías-a diferencia de su hija, Zayn no era tan consciente de mi situación, de modo que dejó el vaso y el sobre de medicación encima de la mesa, a una distancia que no supondría nada para alguien que tuviera los músculos bien. Pero, para mí, era casi un abismo. Especialmente ahora que no estaba Sabrae.
               -¿Qué es?
               -Ibuprofeno. Me pareció que necesitabas algo que te ayudara a combatir el dolor, porque, bueno… no es que tengas muy buena cara, que digamos.
               -¿Tan mal estoy?-pregunté, nervioso, notando cómo de nuevo me corría el sudor por la espalda. Lo había estado controlando no sabía muy bien cómo, pero ahora que Zayn me mostraba que puede que no pareciera tan bien como yo creía, mis nervios se añadían al cóctel explosivo del frío que sentía y el dolor.
               -Bueno, pareces un poco apagado, y si te soy sincero, creí que te daría algo mientras Sabrae abría tus regalos. Me sorprende que seas capaz de aparentar tanta entereza. Anda, tómatelo. Me imagino que ya no te está haciendo efecto la medicación que te pusieron en el hospital, ¿verdad?
               -Te imaginas bien-murmuré, estirándome con cuidado hacia el vaso, vertiendo el contenido del sobre en el vaso y revolviéndolo hasta que desapareció en el agua, dejándola de un color blanquecino y sabor a limón extremadamente ácido.
               -Al…-empezó, y luego señaló el sillón a mi lado-, ¿te importa si…?
               -Estás en tu casa. Literalmente-respondí, limpiándome la boca con el dorso de la mano.
               -Pues también tienes razón-sonrió, tomando asiento e inclinándose hacia mí-. Dime la verdad. Yo no se lo voy a contar a nadie. No te han dejado salir del hospital, ¿verdad?-preguntó a bocajarro, sus ojos castaños hundiéndose en los míos. Y, sin embargo, a pesar de que me había acorralado en una habitación de una sola puerta, de la que tampoco podría escaparme, no sentí que aquello fuera una encerrona. Por muy cerca que lo tuviera, por muy débil que yo estuviera, algo me decía que Zayn se preocupaba por mí, y que no estaba haciendo aquello porque quisiera desenmascararme más tarde frente a Sabrae. Lo hacía porque ella le preocupaba, y por ende, también le preocupaba yo.
               Pero esa no era la única razón.
               -No-admití, tragando saliva y dejando el vaso sobre la mesa, sin preocuparme del pequeño surco de agua con medicación que dejó allí. El calambrazo que sentí en la rodilla cuando la doblé más de la cuenta ocupó toda mi mente en ese instante.
               -Te has ido por tu propio pie, entonces, ¿no?
               -Por sorprendente que pueda parecer, sí. Y, créeme, no lo digo con sarcasmo. Yo soy el primero que alucina con haber sido capaz de llegar hasta aquí. Cuando me levanté de la cama… creí que no lo conseguiría.
               -Tiene que ser una puta mierda.
               -Es como si el coche me pasara por encima una y otra vez cada vez que me muevo. Sinceramente, no tengo muchas esperanzas en que mejore después de eso-señalé el vaso vacío, con las huellas de mis labios como prueba del engaño que Zayn me estaba ayudando a acometer-. Pero lo agradezco de todos modos.
               -Con Sher hace milagros, las pocas veces que accede a tomárselo. Tiene un período terrible-comentó, recostándose en el asiento y suspirando-. Le duele muchísimo, y por eso se pone de muy mal humor. Se vuelve insoportable.
               -Sabrae es al revés. Se vuelve más cariñosa. Aunque qué te voy a contar yo, ¿no? Tú sabes cómo es. La ayudaste la primera vez que le vino la regla.
               -¿Te lo ha contado?-Zayn me miró, y yo asentí, y él sonrió-. Dios, no puedo creer que te lo haya contado-rió, frotándose la cara-. Sí, la verdad es que Saab es bastante más agradable cuando está en sus días que Sher.
               -A mí me encanta. Y, si te sirve de algo, creo que lo hiciste de puta madre con ella. No me lo contó como si fuera algo traumático. Me lo contó como si…-me quedé callado, meditando. Una cosa era decirle a Zayn que me había escapado del hospital, y todo después de que él me hiciera una pregunta directa, y otra muy diferente ponerme a contarle las cosas que Sabrae y yo hablábamos en la intimidad.
               Algo dentro de mí me decía que había una parcela que Sabrae no compartiría con sus padres, por mucho que los quisiera y por mucha confianza que tuviera con ellos. Y yo, bajo ningún concepto, debía abrirles esa parcela y dejarles inspeccionar en ella.
               Dentro de esa parcela, por supuesto, tenían que estar los sueños que compartíamos con respecto a nuestro futuro. ¿Creía que Sabrae desgranaba nuestras conversaciones con Amoke? Sin duda. ¿Lo hacía yo con Jordan? También. Pero sus padres no eran sus amigos.
               -¿Como si…?
               -Como si me estuviera dando instrucciones sobre cómo tengo que ser con mis hijas en esa situación, algún día.
               -Ah, ya. Sí, estaría bien que tomaras notas. No quiero que sea algo súper traumático para mis nietas-soltó Zayn, sonriendo, mientras alcanzaba un regaliz. Me quedé estupefacto mirándolo, incapaz de procesar bien lo que acababa de decir.
               -¿Qué?
               -Ya me has oído, chaval-me guiñó un ojo y se repantingó en el sillón. Justo en ese momento, entró Scott, que se quedó parado un instante al ver a su padre conmigo, como si nos lleváramos fatal y le sorprendiera ver que podíamos estar bajo un mismo techo sin lanzarnos cuchillos.
                -¿A ti también te han desterrado, papá?-sonrió mi amigo, rodeando el sofá para sentarse a mi lado. Lo fulminé con la mirada.
               -Has tardado un montón.
               -Estaba hablando con Eleanor.
               -¿Así es como llamáis ahora a pasaros fotopollas con vuestras novias?-le vaciló Zayn, y yo me eché a reír, una pésima idea por mi parte. Pero es que realmente me hizo gracia.
               -Al menos mi novia me hace caso, no como la de otros.
               -¿De quién hablas, chaval? ¿Tengo que recordarte que yo estoy casado? Ya te gustaría a  ti.
               -No, ya te gustaría a ti estar en mis zapatos, vieja gloria. Soy la nueva leyenda viva de esta familia-se chuleó Scott, abriendo los brazos y abarcando todo el sofá con ellos. Pude disfrutar de cómo Zayn y Scott se peleaban un rato, medio en broma, medio en serio, recuperando todo el tiempo que habían perdido, mientras yo mantenía la mente en blanco y no pensaba en otra cosa que no fuera en lo que haríamos Sabrae y yo cuando nos quedáramos solos por fin. ¿Podríamos hacerlo? Seguramente no. Más bien, ni de coña. Viendo que apenas podía moverme, veía jodido eso de follar con ella y estar a la altura de sus expectativas. Y ella no se merecía sexo de cumpleaños mediocre.
               -Al-me llamó Scott, y yo di un brinco y lo miré.
               -¿Sí?-Scott me hizo un gesto con la cabeza en dirección a su padre, que había esbozado una sonrisa indulgente, perdonándome por mis errores incluso antes de cometerlos.
               -Te preguntaba qué tal te va por el hospital. Hace un montón que no nos vemos, pero viendo lo jodido que estabas, no sé si te estarás recuperando todo lo rápido que a todos nos gustaría, y Sabrae no es nada objetiva en ese aspecto.
               -Los médicos hacen lo que pueden, aunque no es mucho-me encogí de hombros-. Me han hecho unas cuantas resonancias, incluidas de la cabeza, y parece que está todo bien. Son las lesiones internas lo que les trae por la calle de la amargura. Y a mí también, la verdad. A veces es jodido.
               -¿La resonancia del cráneo ha dado buenos resultados?-preguntó Scott, riéndose, con gesto de incredulidad. Si hubiera estado bien, le habría soltado una hostia. Estaba hasta los huevos de aguantarlo haciéndose el gracioso.
               Zayn parpadeó, intentando no reírse por respeto a mí, pero yo sabía que se moría por celebrar la grandísima subnormalidad que acababa de decir su hijo con una buena risotada.  Me constaba que Zayn y Louis tenían una relación similar a la que teníamos Scott y yo, así que no me extrañaría una mierda que Scott hubiera sacado un comentario semejante de alguna de las entrevistas en las que Louis y Zayn se insultaban mutuamente como si estuvieran en un concurso, dejando a los periodistas alucinados del trato que se daban y lo poco que afectaba al funcionamiento de su relación.
               -Pero no es sólo eso, ¿sabes?-le comenté a Zayn después de fulminar con la mirada a Scott, que se puso serio de repente y comenzó a mordisquearse el piercing, un gesto que hacía cuando estaba concentrado-.  Ya no es sólo el dolor que siento constantemente, porque eso se puede combatir con analgésicos. El tema es…-me toqué la sien-. También me afecta psicológicamente, ¿sabes? Me noto más cansado, más desanimado, es como si todo lo que se me viene encima se me viniera grande.
               -Sí, las convalecencias largas es lo que suelen tener. Pueden generar problemas de ansiedad o de estrés, según me cuentan. Una de mis hermanas es médico, ¿sabes?
               -Papá, la tía Waliyha es nutricionista.
               -Sí, bueno, técnicamente, estudió Nutrición, pero trabaja en la rama sanitaria, ¿recuerdas?-replicó Zayn, muy digno-. El caso es que… bueno, Alec, que tengo información privilegiada a ese respecto, y mi hermana suele decir que los principales esfuerzos de sus compañeros en pacientes de estancias largas se vuelcan sobre todo en ayudarles a mantener el ánimo alto. Incluso la persona más vivaracha se termina apagando en un hospital. A fin de cuentas, por muy acogedores que traten de hacerlos, no son casas.
               -No, no son casas. Y es verdad lo que dices. Yo me noto un poco… diferente. Más irascible, quizá-me encogí de hombros, mirándome las manos de nuevo. No me sentía nada incómodo hablando de esto con Zayn y Scott, sino hablando de ese tema, punto. Puede que intentara negármelo a mí mismo, pero lo cierto es que, desde que había despertado en el hospital, notaba cómo mi ansiedad iba creciendo poco a poco, como si la atmósfera del edificio fuera inflando el inmenso globo que tenía en mi interior, y que amenazaba con explotar en cualquier momento.
               Claro que también tendría que ver el hecho de ver cómo todo el mundo continuaba con su vida, era libre, hacía lo que quería, y yo tenía que estar confinado en una habitación, mirando por la ventana y consolándome con que mi existencia se viera reducida ahora a una habitación de unos veinte metros cuadrados. Estaba acostumbrado a volar por toda la ciudad, a correr libre allá por donde me placiera, y ahora… ahora ni siquiera podía andar, y tenía que ver cómo todo el mundo continuaba con su vida, surcando el cielo, mientras yo me quedaba en tierra.
               ¿Eso era ansiedad, o eran celos?
               -Pues lo disimulas muy bien, Al-Scott me tocó el hombro y yo puse los ojos en blanco.
               -Si supieras lo que pienso a veces… es acojonante. No pensé que pudiera tener tanta maldad dentro-los miré a ambos, mordisqueándome el labio.
               -Tú siempre has sido muy duro contigo mismo-respondió Scott con suavidad, acariciándome la cabeza y la nuca como quien acaricia a un Golden Retriever agotado por el paso del tiempo. Me sentía un poco así. Cansado, agarrotado, y hasta algo inútil.
               Ni siquiera servía para estar todo el rato con Sabrae, y lo pagaba con ella, echándole en cara mentalmente que no quisiera estar conmigo, que no lo dejara todo por sentarse en un sofá con un tullido con el que, para colmo, podía hacer poco más que morrearse. La verdad es que no la culpaba. O no debería, si tuviera medio dedo de frente.
               -Pero estás trabajando para solucionarlo, ¿verdad?-preguntó Zayn, y yo me mordisqueé el labio. Me pregunté cuánto les habría contado Sabrae de las cosas que pasaban en el hospital. Yo sabía que a veces me ponía un poco difícil con ella (prueba de ello eran los pensamientos que me asaltaban en ese momento), y no era tan tonto como para creer que Sabrae no se desahogaba con alguien. O al menos esperaba que se desahogara con alguien. Detestaba sentir que volcaba mis frustraciones en ella sin tan siquiera pretenderlo, y ella no tenía ningún saco de boxeo metafórico con el que relajarse. A los dos nos hacía muy mal no poder boxear.
               No hay de qué avergonzarse en buscar ayuda, me insistía mucho ella al principio, cuando yo me negaba en redondo en ir al psicólogo, porque había gente más jodida que yo (lo cual tenía que ser, por fuerza, verdad; o al menos lo era en el momento en que yo le decía todo aquello, antes de que mi vida se fuera a la mierda), porque las cosas que yo tenía en la cabeza no eran algo que pudiera arreglarse, y porque, la verdad, me daba un poco de miedo la mierda que revolvería el comecocos en el momento en que yo me abriera para él. Pero Sabrae era tan buena convenciendo a la gente que había terminado consiguiendo lo imposible, y me hizo ceder.
               No tienes de qué preocuparte fue el nuevo mantra que adoptó cuando yo empecé a ver a Claire, y descubrí que lo único peor que no hablar con un psicólogo es hablar con uno. Aquella tía había conseguido ponerme de los nervios y hacerme sentir peor en menos tiempo del que nadie había requerido nunca, con la salvedad de mi padre. Aunque, claro, mi padre tenía todo un circo de recuerdos a la espalda, así que él no contaba. No me gustaba cómo me miraba Claire, no me gustaba cómo inclinaba la cabeza cuando yo le decía algo completamente inocente y sin ningún tipo de trasfondo psicológico, no me gustaba cómo asentía despacio con la cabeza ante mis gestos, como si fuera una frase de dos líneas que tenía que analizar sintácticamente, y no me gustaba que todo lo que yo le decía terminara por escrito en una libreta. Bastante malo era ya lo que me decían mis demonios, y eso se desvanecía en cuando ellos dejaban de hablarme, así que no necesitaba que quedara constancia de todas las mierdas que había en mi interior, y pudiera cruzarme con ellas en un momento en que estuviera bien.
               Ya me jodían los buenos momentos y los convertían en malos; no quería que me encontraran en uno regular y lo convirtieran en pésimo.
               Ella no te juzga, me decía siempre Sabrae, suplicándome que me abriera con Claire como me abría con ella. Pero no podía. No podía. De verdad que no podía. Qué más quisiera yo que arreglarme la puta cabeza y dejar de preocuparme por literalmente la más mínima mierda, o conseguir convencerme a mí mismo de que yo no era como mi padre y que jamás le haría a nadie las monstruosidades que él le había hecho a mi madre. Qué más quisiera yo que poder hablar con alguien con formación como lo hacía con Sabrae. La única razón de que fuera capaz de abrirme con Sabrae era porque sabía que me quería, sabía que me cuidaría, sabía que me diría que yo era bueno incluso si no lo fuera, porque ella sólo veía lo mejor de mí, pero ¿una desconocida? ¿Que ha estudiado esto?
               Todo indicaba a que me confirmaría mis peores pesadillas, no a que me despertaría. Me enterraría en el agujero que yo había cavado solito, en lugar de tirarme una cuerda para ayudarme a salir de él. Claire me juzgaba, pero no era algo personal. No me conocía de nada, y me daba la sensación de que, en otras circunstancias, incluso podríamos haber llegado a ser amigos y llevarnos bien. No, me juzgaba por lo que había estudiado.
               Pero Zayn y Scott no habían estudiado eso, así que seguramente me entendieran como Sabrae no parecía ser capaz de hacerlo.
               -Sí. Eh… bueno-me froté las palmas de las manos, húmedas de sudor, y formé pequeños hilos de suciedad que se habían ido acumulando en ellas, que cayeron como una lluvia de ceniza sobre mis pantalones-. No sé si Sabrae os habrá comentado algo-miré directamente a Zayn, pues Scott ya lo sabía-, pero he empezado a ir al psicólogo.
               -Sí, algo nos había dicho de que estaba intentando convencerte-Zayn asintió con la cabeza con gesto comprensivo, y yo me relamí el labio. Sentía una opresión tremenda en la garganta, y en el momento en que noté que me costaba respirar, supe que Zayn tendría que arrancarme la verdad. Yo no podría contársela.
               Estaba demasiado ocupado intentando acallar las voces de mi cabeza, que me decían que Zayn jamás me querría cerca de Sabrae si se enteraba de lo chiflado que estaba, como para intentar construir una historia más o menos comprensible.
               -¿Y cómo va?
               -Progresa adecuadamente.
               Scott hizo un mohín a mis espaldas, pero ni yo lo vi, ni Zayn le hizo el menor caso. De hecho, sonrió, quizá convencido de que estaba tratando de colársela.
               -Bueno, a veces hay que darles tiempo.
               -Sí, supongo que será eso…-Claire había dejado de reservarme el tiempo normal de una sesión el día anterior, cuando simplemente se limitó a asomarse a mi habitación, y me preguntó si tenía intención de hablar algo con ella hoy.
               -Sí.
               -Al margen de tu “buenos días”. Que se aprecia, a decir verdad. Tienes una voz bonita; una lástima que no quieras usarla conmigo. Y ser educado nunca está de más.
               -Hoy sólo tengo para ti un “buenos días”, lo siento.
               -Lo suponía. Bien. En ese caso… creo que no tenemos por qué perder el tiempo, ¿no? Los dos estamos ocupados-consultó su libreta-. Me imagino que no te importará, entonces, que siga con mi ruta de pacientes.
               La había despachado con una sacudida de cabeza, y ella había esbozado una sonrisa sardónica, había asentido con la cabeza y, tras mirarse los pies mientras se mordía el labio, había vuelto a mirarme con sus ojos zafiro.
               -Ya. Imagino que hoy ya te he hecho hablar más de la cuenta. En fin. Que pases una buena mañana-se despidió con una palmadita en el vano de la puerta, y ni siquiera esperó para escuchar mi “igual”. Tampoco es que pudiera culparla.
               Si le daba un poco más de tiempo a Claire, terminaría mandándome un mensaje cada semana, pidiéndome que le enviara un emoticono distinto, dependiendo de si estaba hablador o no. Y, la verdad, dudaba que ninguno de sus compañeros fuera a tomarse más molestias por mí.
               -Puedes pedirme ayuda, si quieres, Al. Mira, ya sé que no soy ningún profesional, ni pretendo serlo, pero a veces necesitas apoyo de alguien que te entienda. Así que… estoy aquí, si me necesitas.
               Fruncí el ceño, tratando de atar cabos, pero Zayn me malinterpretó.
               -Mira, ahora estamos los tres solos en la habitación. No tienes por qué hacerte el fuerte con nosotros; Sabrae no está aquí, no puede oírte, así que no va a preocuparse. Ahora somos los tres hombres de la casa, los tres. Y tenemos que apoyarnos entre nosotros.
               Scott asintió con la cabeza, silencioso pero participativo.
               -¿Ayuda… por qué?-pregunté, y esta vez, quien frunció el ceño fue Zayn.
               -¿Sabrae no te lo ha contado? Verás, yo también tengo ansiedad. A día de hoy, todavía la arrastro. Me da más fuerte cuando estoy preparando algo en solitario, y todos en casa saben qué hacer cuando me da.
               -¿En serio?
               ¡Claro! Ahora lo recordaba: cuando me había dado el primer ataque de ansiedad, Sabrae había sabido cómo cuidarme porque había visto un millón de veces a Sher haciéndolo. Estaba muy versada en esos temas por el mero hecho de que lo tenía en casa. Quizá, por eso, era tan insistente con que fuera al psicólogo. Puede que a Zayn le hubiera ayudado, y tuviera esperanzas en que lo hiciera también conmigo.
               -Sí. Desde tu edad, más o menos. Me empezó con la banda. One Direction me jodió bastante, psicológicamente hablando. A todos nos dejó hechos mierda mentalmente, pero a mí el que más, según he hablado con los chicos.
               -Pues no se te nota. Es decir… hay gente a la que se le nota. Ni siquiera en tu música.
               Zayn sonrió.
               -¿Va en serio? Porque tengo una canción que incluso habla de eso. Good years, del segundo disco. ¿Sabrae te la ha puesto?
               -Creo que sí.
               -Bueno, pues entonces, seguro que sabes de qué te hablo. De todos modos, tampoco es que cuando canto se me note mucho. Es decir, me pongo fatal cuando tengo algún concierto o alguna actuación en directo, y los minutos previos son una puta pesadilla. Cuando hay algo gordo, Sher tiene que venir conmigo, y me está calmando hasta el momento de subir al escenario. Pero cuando me subo al escenario, o cuando estoy componiendo, la ansiedad desaparece. Mi música es como mi Sabrae.
               -¿Tu Sabrae no es Sherezade?
               -Sher no estaba conmigo cuando hice el primer disco, y Mind of mine fue la primera vez en seis años en los que, a pesar de que sentía muchísima presión por lo que tenía que demostrar, creía que podía manejarlo. Que tenía unas expectativas que podía alcanzar, que me merecía tener. Fue la primera vez en mi vida profesional en que tuve algo de control, y sentía que podía manejar las cosas y superarlo. Cuando no estaba escribiendo, o grabando, o en el estudio en general, sentía que no podía más. La banda me ayudaba mucho, especialmente Louis, y por aquella época estábamos peleados, así que no había nada que pudiera cuidarme. Tenía que hacerlo otra cosa, la cosa por la que todo había empezado en un primer momento. Y mi música es lo que hizo que cambiara de opinión con respecto a mí mismo; por eso es por lo que te recomiendo que tengas paciencia con la terapia, pero también, que les ayudes a ayudarte. Los que te quieren pueden sacarte siempre la cabeza del agua, pero es la terapia la única que hace que cambies tu percepción de ti mismo. Sabrae no puede hacer que te veas como ella lo hace porque ni siquiera comprende bien cómo te ves tú, al margen de lo que vemos todos los demás: que eres duro contigo mismo, que te exiges como no le exiges a nadie, y te machacas por cosas que ni siquiera considerarías que tuvieras que perdonarles a los demás, porque ni siquiera te ofenden.
               Zayn se inclinó hacia mí, los codos en las rodillas las manos unidas en las yemas de los dedos.
               -Alec, de verdad que tienes que tomártelo todo en serio. Todos nos merecemos una oportunidad. Sé lo que es que todos te vean como un globo aerostático, y tú sentirte como un ancla. Que todos crean que no tienes motivo para machacarte así, y tú seas incapaz de parar. Por eso necesitas que te quieran fuerte, porque sólo cuando te quieren fuerte te empiezas a creer que te mereces ayuda. Y es ahí cuando la pides. Pero la ayuda que necesitas, a pesar de que siempre se la vas a pedir a quienes te quieren, porque son los únicos en los que confías, casi nunca van a poder proporcionártela ellos. Sabrae no puede ayudarte como tú necesitas porque ella sabe cómo mantenerte a flote, pero no puede enseñarte a nadar.
               Noté cómo sus palabras calaban hondo en mi interior, como una estrella fugaz que atraviesa el cielo y termina estrellándose contra la superficie, dejando fragmentos de luz esparcidos aquí y allá.
                De todas las personas del mundo, Zayn era la última que esperaba que me convenciera para darle otra oportunidad a Claire. Para abrirme con ella. Para liberar toda la oscuridad que tenía dentro. Ya no sólo por Sabrae, que no se merecía tener a alguien a medias, sino también, por mí mismo. Porque, si Sabrae había visto algo en mí, era porque había algo dentro de mí que merecía la pena salvar. Y merecía la pena luchar por ese algo, aunque sólo fuera un trocito de mí. Ese trocito tenía que bastar.
               -Y después de esta frase tan épica… me las piro. Seguro que las chicas están terminando-anunció Scott, levantándose del sofá con el sigilo de un felino. Fue entonces cuando Zayn se dignó a mirarlo, con una ceja alzada.
               -¿A qué viene ese tono de sorpresa? ¿Crees que me han dado todos los premios que tenemos en casa por mi cara bonita?
               -Bueno, papá, los que tienen grabado “pibonazo del verano” no te los dieron por tus canciones, precisamente.
               Zayn puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, pero dejó que Scott saliera sin oponer resistencia. Comprendí que los dos me estaban dando espacio, por si necesitaba hablar con Zayn a solas.
               Y la verdad es que lo necesitaba.
               -Pero, Zayn, si tú tienes algo parecido a lo que tengo yo, ¿cómo hiciste para confiar en quien tuviera que ayudarte?
               -Es su trabajo. Es su deber-Zayn se encogió de hombros.
               -Pero tú más que nadie debías de estar aterrorizado ante la posibilidad de que algo de lo que le dijeras se filtrara. Tendrías a todo el mundo pendiente de cada paso que dabas, ¿y simplemente conseguiste… confiar?
               -Es que no podemos vivir desconfiando de todo el mundo, Al. Si no, no habría arte, porque no habría civilización, ni habría nada. Y yo vivo del arte. E, incluso si no lo hiciera, creo que es esencial que nos demos cuenta de que ser vulnerables no tiene por qué ser algo que sólo hagamos con la gente que más nos quiere. En esta vida hay que arriesgarse de vez en cuando, y ser vulnerable con alguien a quien no conoces, confiando en que será humano y no te venderá al mejor postor como si fueras mercancía.
               -Bueno, en eso sí que tienes razón. Y a mí no me va a pasar. No soy tan interesante.
               -Yo creo que sí. Pero, vale, pongámonos en que no eres interesante. Aun así, ¿no crees que tienes derecho a elegir quién cuenta tu historia, y quién no? ¿Y cómo lo hace? Para eso tienen obligación de secreto. ¿O se te ha olvidado?
               -No, pero no es el secreto lo que me preocupa.
               -¿Entonces?
               -Me preocupa lo que puedan decirme que tengo. Me preocupa que, si ven lo que hay en mi interior, de dónde vengo y adónde voy, no sea más que una especie de… profecía maligna de la que no puedo escapar. No quiero que alguien me confirme lo que ya sé.
               -¿Y qué es lo que ya sabes? Si me lo quieres contar.
               -Sabrae-confesé, notando que me sonrojaba un poco-. Sé que es demasiado buena para mí. No se merece a nadie en el mundo, y mucho menos, a mí.
               -Yo no estoy de acuerdo.
               -Porque no me conoces.
               -No, Alec, porque te conozco, al contrario que tú. Escucho a mis hijos cuando hablan, y cuando lo hacen de ti, Scott sólo dice maravillas de ti como amigo, y Sabrae no ha estado nunca más feliz. Mi niña no hace más que sonreír cada vez que habla de ti. Incluso cuando no estabais en vuestro mejor momento, te adoraba, aunque eso le doliera. Así que, dime, ¿crees que ella es tonta? ¿Crees que se enamoraría de alguien que no la mereciera?
               Tragué saliva. Me di cuenta de que hacía mucho que no me dolían las costillas. El monstruo de dolor de mi interior buceaba en mis entrañas, esperando a ver cuál era mi punto débil, dónde podía atacar.
               -¿Te ha dicho…?
               -Ella no me ha pedido que hable contigo-negó con la cabeza-. Ni estaba planeado, a decir verdad. Simplemente… sé lo complicado que puede llegar a ser. Verte hundido, y que intenten sacarte, y que tú creas que no lo mereces. Pero lo mereces, Alec. De verdad-me puso una mano en el hombro, el ambiente entre nosotros estaba cargado de electricidad-. Te mereces todo lo bueno que te pase. Y lo malo, también. Porque tiene mucho mérito seguir siendo como tú eres, teniendo dentro todo lo que tienes, o seguir creciendo como lo haces a pesar de todo el peso que cargas a tus espaldas.
               Tiene mérito seguir siendo como tú eres teniendo dentro todo lo que tienes.
               Y lo tenía. Sí que lo tenía. Tenía mérito que, día tras día, eligiera no seguir el camino que llevaba en los genes. Tenía mérito que no me tomara las cosas a mal, cuando tenía excusas de sobra para enfadarme por la más absoluta gilipollez. Tenía mérito que me riera a gritos y no gritar nunca, que tuviera una paciencia que a veces no tenían conmigo. Tenía mérito que fuera bueno como lo era, cuando podía ser el demonio. Tenía mérito que escuchara, incluso cuando no hacía caso de lo que me decían y hacía lo que me daba la gana, porque eso significaba que me importaba mi interlocutor.
               Tenía mérito que estuviera allí sentado, con unos dolores tremendos, y no hubiera decidido irme antes al hospital, sino conformarme con un poco de medicación.
               Tenía mérito que amara como lo hacía, cuando mis genes y mi infancia me habían enseñado cómo odiar.
                Ya era hora de aprender a olvidarlo.
               -Zayn… gracias-lo miré, notando que el pecho se me dilataba más allá de las fronteras de mis vendas, pero no porque éstas estuvieran más apretadas de lo que debían, sino porque era más grande de lo que nunca me había permitido a mí mismo desde que me había despertado-. Gracias, de verdad. No sabes lo que acabas de hacer, lo que significa para mí que te tomes la molestia…
               -Eh, no es molestia ninguna, chaval. Eres de la familia. Siempre has sido como un hijo para mí, pero ahora lo eres. Así lo ha querido mi niña, y la verdad es que a mí me gusta la decisión que ha tomado.
               Sabrae. Otra vez, todo se reducía a ella. Incluso cuando Sabrae no estaba en la habitación, se las apañaba para ser el origen de todo. Era algo así como una Eva inversa; en lugar de darle a su hombre una fruta que les granjearía la expulsión del paraíso, Sabrae no paraba de ofrecerme la manera de volver a él. De vivir siempre en la luz, sin dolor, sin miedos.
               Me puse en pie. Me costó un gran esfuerzo, pero descubrí que el dolor que me produjo no fue nada comparado con el inmenso alivio que me producía saber que, por fin, habían conseguido convencerme de algo que me vendría bien. Que nos vendría bien a ambos.
               -Lo aprecio de veras. Y aunque no quieras que lo haga, te lo agradezco. Para mí también sois mi familia. Supongo que por eso has conseguido tocarme la fibra sensible, porque… de verdad que lo necesitaba. Esto me estaba destrozando, odiaba sentir que estaba decepcionado a Sabrae, pero de verdad que no lo hacía a propósito.
               -Sé que puede resultar difícil a veces. Por eso quiero que sepas mi historia. Por eso, y porque mi familia tiene que saber de dónde venimos. Sólo así podremos saber adónde vamos.
               -Yo sé adónde voy. Es lo único que tengo seguro en esta vida. No sé qué cojones va a pasar conmigo, salvo esto: voy a casarme con tu hija. Voy a trabajar para mejorar esto, y voy a casarme con ella. No sé cómo, ni cuándo, ni dónde, pero lo haré. Sé que no me la merezco ahora, y sinceramente, dudo que jamás llegue a pensar que la merezca, igual que un hombre no se merece tener a una diosa como la que tengo yo. Es más, estoy seguro de que nunca llegaré a merecérmela, como lo sabemos todos los enamorados que no nos merecemos a quienes amamos. Y sé que ahora mismo no tengo nada que darle, salvo mi amor. No tengo ningún techo bajo el que cobijarla, ni medios para mantenerla caliente más allá de mis brazos. Pero te lo juro, Zayn. Cada paso que dé será sólo para acercarla más al pedestal en el que se merece estar. Cada aliento mío sólo buscará darle impulso para volar más alto. Quiero hacerla feliz, y cada latido de mi corazón irá destinado a eso. No importa la distancia, ni el tiempo que nos separe. No amaré a nadie como a ella, y a ella no la amarán como yo. Y mira que es difícil no enamorarse de Sabrae. Tú lo sabes mejor que nadie.
               -Sí. Yo lo sé mejor que nadie.
               -Sé que ahora mismo sólo soy un crío, y que me queda mucho camino por recorrer, pero créeme si te digo que no me interesa dar ni un paso si no es con ella a mi lado.
               -Para mí es irrelevante que no tengas techo para Sabrae. Ella lo prefiere así. El techo te impide ver las estrellas.
               -Entonces, le construiré una bóveda de cristal.
               Zayn sonrió.
               -Y todavía piensas que ella se ha equivocado escogiéndote, puto crío…
               -No creo que se haya equivocado. Nada más lejos de la realidad. Sé que hay gente, tíos y tías, que podrían ser mejores para ella, pero no ha nacido todavía nadie que pueda quererla como voy a hacerlo yo. Como ya lo hago. Así que… me tomaré la terapia en serio, porque es lo que ella se merece. Lo que nos merecemos los dos.
               -Me alegra oír eso-sonrió Zayn.
               -Y Zayn… te prometo que no le romperé el corazón. Nunca. Sé que los artistas creéis que sólo con un corazón roto se puede querer a pleno rendimiento, pero…
               -Eso no es verdad. Y, de todas formas, poco importa. Ya se lo han roto. Y uno de ellos, has sido tú. Varias veces, además. Pero ella elige quererte, y yo soy su padre, así que no puedo hacer otra cosa que apoyar su decisión.
               -¿Cuáles son las varias?-pregunté, pero no en tono beligerante, sino genuinamente curioso. Sabrae y yo sólo nos habíamos hecho daño una vez: cuando habíamos tenido esa pelea horrible, en la que los dos habíamos pensado que lo nuestro se había acabado para siempre, incluso antes de empezar, lo cual resultaba aún más doloroso.
               -Cuando tuvisteis esa bronca en la que no os hablasteis varias semanas, y ella estaba como alma en pena. Y antes…
               -Antes, ¿cuándo? Ésa fue la primera.
               -Cuando tú eras de esa manera en la que ella no podía dejar de detestarte-me quedé pasmado, y Zayn se rió-. Venga. Se os notaba a la legua que os gustabais. Creo que por eso Sabrae te tenía más tirria que a los demás; realmente, te pareces mucho a tus amigos, pero ninguno le atraía como lo hacías tú. Por eso era tan dura contigo. Y por eso era tan jodidamente divertido ver cómo hacías lo imposible por picarla-me dio una palmada en el hombro y me guiñó un ojo-. Es lo único que echo de menos de cuando no eras de la familia: ver cómo sacabas de quicio a Sabrae sólo con respirar.
               -Eso es que no nos miras mucho. Todavía puedo hacerlo-me reí.
               -Cuando te den el alta, asegúrate de venir y hacerlo cuanto antes. Hace tiempo que no me río como lo hacía con vosotros dos.
 
 
Si el trayecto en coche del hospital al instituto fue horrible, el trayecto de mi casa hasta el hospital fue un puto castigo. De haber sabido que me pondría tan mal, me habría tragado mi jodido orgullo y le habría pedido a Dylan que nos llevara a Sabrae y a mí. A fin de cuentas, mamá ya estaba hecha un basilisco por cómo me había ido del hospital sin consultárselo (porque, ¿para qué iba a consultárselo, si ya sabía cuál iba a ser su respuesta?), así que pedir un favor a mi padrastro no haría saltar por los aires ninguna coartada bien cuidada, pues ya la había perdido hacía tiempo.
               Aunque, si tengo que ser completamente sincero, creo que una parte de ese dolor me lo había buscado yo solito. Sabía de sobra de mis limitaciones incluso antes de encontrarme con Sabrae, y aun así, había planeado como quien organiza un golpe en un museo bien protegido cada detalle de la sorpresa que tenía pensado darle, paseo en carrito incluido. Como si cada paso no me supusiera un triunfo. Como si tuviera libertad de movimientos. Como si mi peso no fuera más que suficiente para hacer que a mis piernas les entraran ganas de claudicar.
               Había perdido músculo en el hospital, hasta un niño podría deducirlo incluso sin verme. Había pasado de tener la vida más activa del mundo a una completamente sedentaria, en el que el escasísimo ejercicio que hacía se reducía a sentarme y levantarme en la taza del váter, o incorporarme un poco en la cama cuando llegaba el desayuno, la comida, o la cena. Suerte que mi estómago se hubiera adaptado con tanta rapidez a la poca demanda de energía que había ahora en mi cuerpo, y con lo que antes no tenía ni para empezar, ahora me daba más que de sobra. Por eso había comido tan poco en casa de Sabrae, dejando casi medio plato cuando antes habría repetido dos, o incluso tres veces: porque no necesitaba comer más, y mi cuerpo lo sabía.
               Así que, claro, al hecho de que tenía los músculos agarrotados, había que añadirle la falta de energía que, sumada a mi pésima capacidad pulmonar, hacía que dar diez pasos seguidos me supusiera el mismo esfuerzo que una maratón hacía un mes.
               Tendría que haberme aprovechado de Scott todo lo que pude. Tendría que haberles pedido a las amigas de Sabrae que nos acompañaran. Tendría que haberme bastado con compartirla, en lugar de quererla sólo para mí y terminar acusando cada gota de sudor que se había derramado por mi cuerpo.
               Sabrae había sido increíblemente paciente conmigo, a pesar de tener los ojos vendados y el bamboleo irregular de la carretilla cuando yo me detenía en busca de aire, o para sortear un bache del que sospechaba que no podría sacar los ruedines. Me daba miedo que se cayera por pedirle yo que se bajara del carrito, que buscara apoyo en mí y que los dos acabáramos en el suelo.
               Porque ah, sí, ni de coña iba a poder con ella. Ésa era otra de las cosas que me traía por la calle de la amargura: cuando me había visto en la salida del instituto, Sabrae había saltado hacia mí de un modo que no dejaba duda posible a su intención de que la cogiera en el aire, como había hecho ya un millón de veces, y tanto nos gustaba a ambos. Ahora, sin embargo, ni siquiera podía levantarla un centímetro del suelo, ya no digamos cargármela encima como si fuera un koala.
               Lo cual me mataba, porque sabía que eso haría que Sabrae empezara a comerse la cabeza otra vez, diciendo que se veía gorda y que le vendría bien perder un poco de peso (la pobre, a veces, también era un poco lerda: no se daba cuenta de que estaba buenísima y que no le sobraba ni un gramo, y en el caso de que así fuera, a mí no me supondría ningún problema; más para acariciar, lamer, chupar, besar y morder, ¡todo ventajas!).
               Ella no os dirá absolutamente nada porque es adorable y no hace más que excusar todas las cosas malas que yo hago, pero el caso es que tuvimos que parar en unas cuantas ocasiones para que yo pudiera coger aire, porque yo ya…
              
… en realidad, sí que se lo dije.
 
¿Va en serio?
 
¡Lo siento! A decir verdad, no me parece nada malo, todo lo contrario; que hagas todos esos esfuerzos y te tomes tantas molestias por mí te honra, y que lo sigas haciendo incluso cuando ya no puedes más…
 
…te odio.
               En fin, el caso es que estaba sudando como un auténtico cabrón cuando llegamos a casa, y estaba sin aliento cuando tuve que enfrentarme a mi madre. No obstante, me quedó el consuelo de que Sabrae estaba más que dispuesta a lamer mi sudor.
               Por lo menos, había disfrutado de un delicioso descanso en el que sus manos me habían recompensado tiempo y esfuerzo invertidos en ella con una paja como me habían hecho pocas en mi vida. Caminando por la calle, en el más absoluto silencio salvo por el ruido de algún coche atravesando las calles contiguas de vez en cuando, podía, por lo menos, distraerme pensando en lo que había pasado en mi habitación. Sabrae seguía sabiendo igual de bien, quizá, un poco más dulce; seguía sabiendo moverse igual de bien, y seguía volviéndome loco como lo había hecho el primer día. Al menos eso no había cambiado entre nosotros. Todo lo demás se había puesto patas arriba, y ahora era ella la que tenía que cuidar de mí y no yo el que cuidaba de ella, pero la química continuaba ahí, inalterable, si acaso incluso más intensa que nunca.
               La única distracción que tenía para no volverme loco y ponerme a gritar y llorar de dolor era, precisamente, su respiración a mi lado. Se parecía demasiado a los jadeos que había exhalado mientras le metía los dedos, a los gemidos suaves cuando sus caderas la habían abandonado y habían seguido el movimiento de mi mano en su entrepierna, buscando una satisfacción que sólo yo podía darle. Y, como respuesta, se había ocupado de sobarme la polla como hacía mucho tiempo que no me la sobaban. Aún me sorprendía no haberme corrido en cuanto ella empezó a tocarme, y una parte de mí ya estaba histérica, preguntándose si el accidente me habría afectado en aspectos que aún no habíamos probado.
                Sabrae se detuvo a analizar un anuncio de un perro perdido, con lo que su respiración se interrumpió, y yo pude concentrarme en la mía. Traté de duplicar el tiempo que pasaba inhalando el aire con el que lo exhalaba, pero teniendo la cabeza como la tenía, era un milagro que consiguiera mantenerme en pie. No sabía cuánto duraban los efectos del sobre que me había dado Zayn, pero sospechaba que ya se me habían pasado.
               Sólo cuando mi respiración se normalizó, Sabrae echó a andar de nuevo, tirando suavemente de mí, al ritmo que le marcaban mis pobres piernas cansadas. Notaba las vendas que Sergei me había hecho por la mañana mucho más flojas, así que a cada paso que daba, más acusaba el dolor en las articulaciones. Algo me decía que tardaría más de una semana en recuperarme de esa tarde, y traté de buscarle el lado positivo, como que no tendría que ir tantas veces al hospital a ver a mi psicóloga, sino que ella vendría a mi habitación a visitarme, lo que me supondría menos molestias.
               Justo cuando pensé que ya no podía más, Sabrae se detuvo a examinar las camelias de un jardín. La parada del bus estaba a un par de manzanas de distancia, lo que para ella no era nada y para mí era un abismo, de modo que le agradecí aquel descanso. Se inclinó para olfatear la flor, que tenía todos sus pétalos abiertos en un tutú morado invertido, pero sin soltar mi mano, que había entrelazado con la suya cuando yo me apoyé en su hombro.
               -Sé lo que estás haciendo-le dije, y Sabrae abrió los ojos y me miró.
               -¿Escoger las flores del ramo?-me pinchó, y yo me reí. Muy a pesar de mis costillas, muy al gusto del monstruo del dolor que me corría por las venas, me reí.
               -¿No se supone que deben ser blancas?
               -Qué poco sabes de bodas.
               -Es que no presté demasiada atención en las que asistí. ¿Tú sí?
               -¿Lo dices en serio? Los realities sobre bodas son lo mejor del mundo. Shasha y yo hemos decidido que nos vamos a divorciar mínimo diez veces, para tener once bodas. Ya tenemos los once vestidos elegidos, ahora sólo nos quedan los hombres.
               -¿Se puede repetir marido?
               -No-sonrió, tirando de mí suavemente para ponerme de nuevo en marcha-. Tienen que ser todos distintos. Si no, no tiene gracia hacer una boda espectacular. ¿Por qué ibas a celebrar casarte de nuevo con un payaso del que te divorciaste por una buena razón?
               -Tan buena no sería la razón, si decidiste divorciarte de él.
               Sabrae se rió.
               -Siempre estás pensando en lo mismo.
               -¿Es que tú no?
               Se relamió los labios y, tras besarme la palma de la mano y dar un par de pasos en silencio, meditando su respuesta, asintió con la cabeza.
               -Lo de antes estuvo genial. Fue perfecto, ¿no te parece?
               -Sí, salvo por un detalle.
               -Que es…
               -No llegamos hasta el final.
               -¡Porque tú no querías!
               -Sabrae, ¿a ti te parece que yo estoy para estos trotes? Y mejor no hablemos de ti.
               -¿Perdona?
               -Estás completamente desquiciada. “Follamos sin condón”-la imité, poniendo voz de pito-. ¿Qué quieres, protagonizar un capítulo de Teen mom? Manda huevos que tenga que ser yo el que tiene cuidado con estas cosas. Como si tuviera una voluntad de hierro, o algo así.
               -Sí que la tienes. ¿Qué harías si te pidiera que me lo comieras ahora, aquí, en plena calle? Seguro que me dirías que no.
               -Pero porque no me doblan las rodillas lo suficiente, no porque sea lo bastante sinvergüenza.
               -Yo nunca he dicho que no seas un sinvergüenza-sonrió, dejándome caer suavemente en el banco de la parada del bus, y sentándose a mi lado en cuanto comprobó que no corría peligro. Me acarició el mentón y me dio un beso en la mejilla, y yo me la quedé mirando.
               No podía creerme la suerte que tenía. En serio. Incluso hecho mierda física y psicológicamente, me sentía el tío con más suerte del mundo simplemente porque yo era el único que estaba con ella en ese momento. Todavía no sabía cómo haría para subirme al avión cuando me llegara la hora de embarcarme rumbo a Etiopía. Y pensar en las vueltas que daba la vida, cómo hacía un año Sabrae habría dado lo que fuera por no tener que compartir a Scott conmigo, por no tener que verme ni aguantar mis gilipolleces, ese tono con el que la felicitaría simplemente para fastidiarle el cumpleaños…
               -¿Qué pasa?-preguntó, pasando sus rodillas por encima de mi pierna buena y dejando que las suyas colgaran en el hueco entre las mías. Me encantaba cuando hacía eso. Hasta ahora, molestándome como lo hacía por la presión que hacía en mi cadera, me encantaba sentirla así de cercana y cariñosa.
               -Estaba pensando en tu último cumpleaños.
               -Ah-sonrió-. Literalmente vivías para amargarme la existencia. ¿De qué te ríes?
               -De que tu padre se muere de ganas porque te pinche otra vez. Es curioso: siempre he tenido carta blanca para tocarte los huevos; antes lo hacía porque me divertía enfadarte, y ahora lo hago porque me divierte enfadarte y me encanta hacer que nos reconciliemos.
               -¿Incluso cuando no podemos hacer nada?
               -Tengo los labios bien-lloriqueé, y ella se rió y me dio un piquito.
               -¿Cuál crees que fue tu mejor cumpleaños?
               -El último-ronroneé, cariñoso, pasándole una mano por la cintura y acariciándole la espalda. Tiré de ella para acercarla más a mí, lo cual hizo estragos en mi hombro, pero poco me importó. Me gustaba olerla-. ¿Y el tuyo?
               -Hace dos años. Cuando te tiré una Coca Cola a la cara. ¿Te acuerdas?
               -Una premonición de cómo me ibas a salpicar con otros chorros más adelante-solté, girándome en dirección a las luces del autobús. Sabrae chilló.
               -¡Alec!
               Se incorporó para darme un manotazo, pero se contuvo en el último segundo.
               Cómo iba a echar de menos esos momentos de tranquilidad con Saab, incluso esa misma noche. A cada paso que daba y me acercaba más al hospital, un nuevo malestar se apoderaba de mi cuerpo. El monstruo del dolor cedía paso gustoso a los nervios que me atenazaban cada vez que pensaba que quedaba menos para que se descubriera el pastel, y Sabrae se molestara conmigo. Esa mañana había creído posible que estuviera tan contenta de tenerme con ella que me daría la oportunidad de explicarme y conseguir convencerla de que lo que había hecho era un increíble gesto de amor.
               Esa mañana también había creído que sería capaz de disimular todo el día el dolor que me producía no estar tendido en mi cama. Sergei había tenido razón en sus reticencias: jamás había tenido lesiones como las que tenía ahora, y el vendaje de competición no era suficiente para retener todo lo que en mi cuerpo quería escaparse en su sitio.
               Salir de la parada del metro nos llevó más tiempo del que duró el viaje en el tren, y eso que teníamos que esperar más de diez paradas. Nos costó lo suyo salir a la superficie (o, para ser justos, a Sabrae le costó sacarme a la superficie) pero, cuando por fin el aire frío de la noche nos dio en la cara, dos emociones muy diferentes nos inundaron. A Sabrae, orgullo por haber conseguido llegar.
               A mí, terror por lo que me esperaba.
               Atravesamos las puertas automáticas, nos acercamos al mostrador de recepción, y nos detuvimos en la línea de rayas. Mientras la recepcionista más rezagada de su turno salía a recibirnos, me giré y miré a Sabrae desde arriba, tomándola de la mandíbula para memorizar lo mejor que pudiera su precioso rostro mientras aún siguiera expresando felicidad.
               -¿Te lo has pasado bien?
               -Ha sido increíble. Gracias-ronroneó, poniéndose de puntillas y dándome un beso en los labios.
               -De nada-suspiré, aliviado-. Que no se te olvide lo mucho que has disfrutado, ¿vale?
               -¿Por qué habría de olvidárseme?-ahí estaba la mueca de perspicacia que a veces le contraía el gesto cuando se daba cuenta de que algo no iba como debiera.
               -Ya lo verás. Tú sólo… estate tranquila-le pedí, sabiendo que no lo estaría, pero con la esperanza de quien atraviesa el desierto sin ningún mapa y anhela un oasis justo cuando vaya a desfallecer.
               -El horario de visitas es de nueve a…-empezó la recepcionista, pero no la dejé terminar. Me apoyé en la barra, disimulando que estaba descargando todo el peso que podía sobre mis manos, y la miré.
               -Lo sé, lo sé. Vengo a ingresar. Alec Whitelaw.
               En mi defensa diré que podía explicarme que no necesitara mirar sus papeles para saber quién era yo; después de todo, no todos los días tenían un paciente que despertaba de un coma de una semana por obra y gracia del Espíritu Santo.
               Claro que tampoco era tan tonto como para pensar que mi nombre no sería el mantra que todo el maldito hospital se habría repetido ese día, ya que tampoco todos los días se escapa un paciente, y menos de los encamados.
               -¿Alec Whitelaw?-espetó, pálida. Deseé poder pedirle que bajara la voz para que Sabrae no sospechara, pero eso habría sido incluso más sospechoso que simplemente dejarla gritar-. ¿Tú eres Alec Whitelaw? ¡Estábamos a punto de llamar a la policía!
               Escuché a Sabrae bufar a mis espaldas, preguntándose qué era lo que había hecho para que tuviera que intervenir la pasma.
               -Pues no sé por qué. Dejé aviso de dónde iba a estar.
               -Dijiste que vendrías a cenar-añadió la chica. Vaya, parece ser que habían encontrado mi nota bajo la almohada. Qué suerte la mía: me esperaban sábanas limpias. Ojalá también pudiera ser una ducha, aunque lo dudaba.
               -Sí, bueno, es que me liaron. Lamento mucho haberme perdido el filete de salmón, ¿sabes si ha quedado algo?
               -Eh…
               -Es igual-le dediqué mi mejor sonrisa torcida y la recepcionista, que bien podría ser mi madre, se quedó sin palabras. Quizá no me hubiera visto en mi mejor momento, y puede que incluso yo no fuera capaz de rendir en la cama como lo había hecho con anterioridad, pero parece que mis dotes de seductor se mantenían lo suficientemente bien como para dejar sin aliento a una mujer de mediana edad. Suerte que el accidente no me había estropeado la cara-. Ya me las apaño mañana. Bueno-tamborileé sobre la barra y me separé de ella, animándome a mí mismo con el poco trayecto que me quedaba-. Me voy a mi planta, ¡gracias por todo!-para terminar de decorar el pastel, le guiñé el ojo mientras me despedía con la mano.
               Sabrae me miró como si fuera un extraño problema matemático que nadie le había explicado y que esperaban que resolviera sola.
               -Hay algo que no me estás contando-adivinó.
               -Sí: cuáles son tus regalos del cumple-adopción-sonreí, y Sabrae torció la boca, pero pareció decidir que no le merecía la pena montarme el pollo del siglo.
               Pobrecita, no le quedaba nada. En cuanto se abrieron las puertas del ascensor y las enfermeras me vieron, no le dieron opción a echarme la mayor bronca de mi vida. Mientras yo caminaba hacia la habitación, rezándole a todos los santos para que me dejaran torear a las enfermeras hasta que el reloj diera las doce y se terminara oficialmente el cumpleaños de Sabrae sin incidentes, ella se quedó anclada a las puertas del ascensor, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar.
               Incluso pude oír el momento en que su cabeza hizo clic y la última de las piezas del puzzle encajó con las demás. Mis lesiones. Mis vendas nuevas, distintas a las que me había visto el día anterior, cuando ya me habían retirado las escayolas y las habían sustituido por vendajes más flexibles, pero no como estos. El hecho de que no me hubieran dado medicación para el camino. Lo difícil que me resultaba moverme.
               Que hubiera llegado solo al instituto. Que mi madre se hubiera puesto como loca la verme en casa (aunque, técnicamente, ya sabía que no estaba en el hospital; la abuela y ella habían tenido una larga y distendida charla a grito pelado al respecto).
               -Alec-dijo, con una voz más propia de un demonio de cinco metros de alto que de una chica de metro cincuenta.
               Me giré muy, muy despacio, en parte porque no me lo permitían más unas rodillas que no podían más. Y en parte porque me daba pánico lo que me iba a encontrar a mis espaldas.
               -Alec ¡Theodore Whitelaw, ¿TE HAS ESCAPADO DEL HOSPITAL?!-bramó Sabrae, tan fuerte que me sorprendió que no se rompiera algún cristal. Había ido subiendo el volumen conforme avanzaba en la frase, pero de alguna forma se las había apañado para hacer énfasis en la palabra clave de la pregunta.
               Escapado.
               -Te lo puedo explicar-le aseguré, como si hubiera algo que explicar. Como si no hubiera estado conmigo toda la tarde. Como si no supiera exactamente qué había hecho, con quién, y lo más importante: por qué.
               Por ella, joder. Había sido por ella.
               -Más te vale-escupió, venenosa.
               -Pero no va a ser ahora-intervino una de las enfermeras-. Vamos a Rayos inmediatamente. Tenemos que mirar que no te hayas dislocado nada. Sabrae, ¿quieres acompañarlo, o prefieres quedarte esperando en la habitación?
               -Lo que antes me permita asesinarlo.
               Tragué saliva.
               -Nena…
               -Iré a por la silla de ruedas.
               -Perfecto. Lo empujaré escaleras abajo.
               -Sabrae…
               -Ni me dirijas la palabra-escupió.
               -Vamos, bombón-rogué, y me habría puesto de rodillas de habérmelo permitido las vendas. Me trajeron una silla de ruedas y me hicieron sentarme en ella, y por un momento pensé que Sabrae se iría a la habitación para tranquilizarse.
               No fue el caso. Caminó al lado del celador que me iba empujando, en absoluto silencio, solo el sonido de los pasos de ambos y la estática de la electricidad en las lámparas del techo.
               El cumpleaños de Sabrae se acabó conmigo tumbado en una camilla de rayos X, en la que me examinaron hasta el último hueso del cuerpo. Resultó que Sergei había hecho un trabajo impecable conmigo; incluso al personal que analizó mis radiografías le sorprendió que todo estuviera en su sitio. A qué coste era otra historia, pero, por lo menos, la curación de mis huesos no se había puesto en peligro por mi paseo por el exterior.
               Estaba sentado sobre la camilla con las piernas colgando y la espalda al aire por la bata del hospital cuando me dieron la feliz noticia de que toda mi estructura ósea parecía en orden, algo que les alegraba tanto como les sorprendía. Sabrae emitió un bufido a mi espalda, sentada sobre la silla de ruedas a la puerta del vestuario de aquella sala, con la bolsa con nuestras cosas todavía sobre su regazo. Me fulminaba con la mirada a cada ocasión que se le presentaba, y una parte de mí, una parte mala y retorcida, incluso llegó a pensar que habría deseado que me hubiera pasado algo para que yo escarmentara.
               Me hicieron análisis de sangre y de orina, y si fuera por Sabrae, incluso me habrán realizado un tacto rectal. Para cuando comprobaron que todo estaba milagrosamente bien (todo lo bien que podía estarlo en alguien en mi situación), finalmente me mandaron de vuelta a la planta, donde dieron instrucciones para que las enfermeras cambiaran todos mis vendajes y se aseguraran de que mis apósitos estaban bien.
               Descubrieron mientras me cambiaban las vendas del hombro que me había saltado un par de puntos, lo cual explicaba el dolor lacerante que llevaba sintiendo media tarde. Pidieron a Sabrae que saliera mientras me los volvían a poner, y su sombra se quedó anclada en la puerta de mi habitación, todavía con la bolsa de deporte al hombro. Una parte de mí estaba convencida de que estaba esperando que las enfermeras terminaran conmigo para ponerse como loca a gritarme, y luego castigarme haciéndome dormir solo.
               -¿Cómo se te ocurre?-me recriminó la enfermera de mayor edad, y yo no respondí. Seguía con la vista fija en la silueta negra de Sabrae, que miraba al frente y temblaba con tanta sutileza que no sabría decir si me lo estaba imaginando. Creía que, si apartaba la vista de ella, se marcharía. Y no quería que atravesara Londres sola en su decimoquinto cumpleaños. Si ya no quería que fuera a ningún lado sola de noche, imagínate en su cumpleaños.
               Pero no se marchó. Una vez que las enfermeras terminaron de curarme y abroncarme a partes iguales, le dieron permiso en tono maternal para pasar. Sabrae tomó aire, lo expulsó sonoramente en un largo suspiro que pretendía infundirse ánimo, y entonces, para gran alivio mío, entró en la habitación.
               No me miró, ni tampoco me dirigió la palabra, mientras colocaba la bolsa sobre la cama que iba a ocupar, que alguien había dejado preparada para esa noche bien pegada a la mía (habían aprendido pronto mis horarios, y sabían que los viernes tenía la visita de mi novia, a la que le gustaba pegar las camas como si no durmiéramos en la misma). Sacó su pijama de la bolsa, un conjunto de pantalón corto y camiseta de tirantes de satén y encaje blancos, se descalzó, y entró en el baño. Cerró la puerta y echó el pestillo, como si yo fuera a ir a ver cómo se desnudaba.
               Después de diez minutos de soledad y ruidos intermitentes de grifos abriéndose, cremalleras descorriéndose y productos de belleza tintineando en el interior de su neceser, Sabrae salió por fin del baño, con el ruido de la cisterna recargando agua como único anuncio de que ya había terminado.
               La muy cabrona se había hecho trenzas para dormir, con el único propósito de que le viera mejor los pechos por debajo de la camiseta de satén. Además, sus zapatillas eran nuevas, con un poco de cuña, lo que hacía que sus piernas fueran más largas y estilizadas. El pantaloncito, si es que lo podíamos llamar así, le dejaba medio culo al aire; le había apartado tangas que cubrían más que eso.
               En resumen: que estaba buenísima. Que me apetecía lamerle hasta el último rincón de su cuerpo. Que me había puesto cachondo como un mono, y que me dolía de lo dura que la tenía. No había que ser un lince para adivinar con qué objetivo había metido Sabrae aquella ropa en la bolsa: quería follar. Había hecho la maleta antes de ir a mi casa, por lo que no sabía las sorpresas que allí le tenía preparadas, ni cómo nos daríamos placer el uno al otro, pero una cosa estaba clara: Sabrae quería tener un orgasmo el día de su cumpleaños. Seguramente no contaba con que fuera un polvo espectacular, pero por lo menos volvería a sentirme dentro de ella; era lo justo.
               Ay, Dios mío. Como se pusiera a masturbarse delante de mí, me echaría a llorar.
               Con un suspiro al ver nuestras camas unidas, Sabrae tiró de las barreras de la que yo no ocupaba con la intención de separarla de la mía. Sin embargo, al hacer fuerza, el tirante de su camiseta se deslizó por su hombro, amenazando con dejar su pecho al descubierto. Se me secó la boca al notar cómo el piercing se le marcaba bajo la tela, y Sabrae, percatándose de ello, rodeó la cama y empujó la suya para separarla de la mía.
               Será zorra, pensé. De dejarme ver algo, iba a dejarme ver su culo. Recordaba todas y cada una de las veces que había defendido la supremacía de las tetas por encima de la de los culos, y eso que habían sido más de mil en total: en charlas con mis compañeros de trabajo, en fiestas con amigos, incluso con la propia Sabrae.
               -Pues a mí me encanta tu culo-me había dicho, mordiéndome el mío y apoyándose sobre mis nalgas con la mejilla.
               -Eso es porque no tengo tetas-contesté, encendiéndome un cigarro y dándome la vuelta en la cama para poder fumar tranquilo. Sabrae se había relamido con el cambio, y si no estuviera tan cansada, seguramente se habría metido mi polla en la boca y habría comenzado a chupármela. Con todo lo que eso conllevaba.
               -Las tías sí que las tienen, y a mí me gustan las tías, pero prefiero sus culos.
               -Porque nunca has follado con una. Nunca se te ha puesto una tía encima y has visto cómo se le mueven mientras tú se la metes. Ni se las has magreado mientras se corre.
               -Bueno, si te soy sincera, yo no tengo mucho que meter. Además, no estoy muy segura de si tú les prestas más atención a mis tetas que a mi culo.
               -¿Vas en serio? ¿Tengo que recordarte la vez en que hice que te corrieras tocándote sólo las tetas? No puedo hacer eso con tu culo, nena.
               -Mm, la verdad es que lo tengo un poco difuso-ronroneó, y yo me incorporé hasta quedar sentado a su lado. Sus ojos chispearon, y sus caderas bailaron, agitándose de un lado a otro y balanceando sus rodillas, a la espera de mi siguiente movimiento.
               -¿Quieres que te refresque la memoria?
               Por toda respuesta, Sabrae había dejado de girar las caderas de un lado a otro. Se quedó quieta, abrió las piernas, y llevó su mano a los pliegues de su sexo. Le agarré la muñeca y ella jadeó de la sorpresa.
               -No juegues conmigo, nena. Si quieres que te refresque la memoria, sólo dímelo.
               -Estaba pensando que quizá necesite un aliciente…
               -¿Y para qué me tienes a mí aquí?-respondí, metiendo la mano por debajo de la suya y pellizcando su humedad.
               No le toqué el culo, pero sí las tetas, demostrando mi teoría de que eran mil veces mejores.
               Claro que el culo de Sabrae tampoco estaba nada mal. No le hacía ascos a un buen polvo a cuatro patas si era lo que le apetecía, y cuando le quedaban las marcas de mis dedos, o un poco sonrosado porque a veces nos apetecía jugar con unos azotes, bueno… digamos que mi rendimiento descendía bruscamente.
                Sin pronunciar palabra, una vez hubo separado las camas (no se molestó, no obstante, en mover el sillón de invitados, supongo que para no darme más espectáculos de los que pudiera disfrutar), abrió las sábanas de la cama, se metió dentro de ella y, asegurándose de darme la espalda, apagó la luz.
               Me quedé allí sentado, en la oscuridad, esperando a que pasara algo. Esperé, y esperé, y esperé, esperé una explosión, una erupción, un trueno, un algo, pero Sabrae parecía decidida a permanecer callada.
               Pero yo no quería silencio. Si nos manteníamos en silencio, no tendría ocasión de explicarle lo que había hecho. El fin justifica los medios, ¿no? Bueno, pues el fin era hacerla feliz. Ponerme en peligro al hacerlo no era más que un daño colateral.
               -Así que, ¿eso es todo?-le pregunté al silencio. Sabrae no dijo nada-. ¿No vamos a hablar de esto?
               Siguió callada.
               -¿No tienes nada que decirme?
               -Espero, de corazón, que no pretendas que te dé las buenas noches.
               -Deja de hacerte la ofendida y da la luz.
               -¿Que yo me…?-se giró en la cama y encendió la luz, dejándome ver su rictus furioso-. ¿Que yo me hago la ofendida?
               -Bueno, eso, o has hecho voto de silencio mientras me cambiaban las vendas, y por eso no has dicho una palabra desde que has entrado en la habitación.
               -¿Quizá será porque no tengo nada que decirte?
               -¿Y eso por qué es?
               Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Guau, me pregunto qué razón misteriosa me habrá hecho ponerme así… deberíamos llamar a los del Canal de Historia; esto parece cosa de los aliens-se inclinó para apagar la luz.
               -¿Por qué no quieres que hablemos del asunto? ¿Es que estás cabreada porque he hecho quedar fatal a Scott?-la pinché.
               Mala idea.
               -¡Ni se te ocurra meter a mi hermano en esto, asqueroso bravucón chulo y gilipollas!-ladró-. ¡Si estoy de mala hostia es por tu culpa, Scott no tiene absolutamente nada que ver en esto! ¡Estoy harta de que te comportes como si fueras el héroe de una historia épica! ¡Despierta, Alec! ¡Eres de carne y hueso!-saltó de la cama y me apuntó con un dedo amenazador-. ¡No puedes comportarte como si tus acciones no tuvieran consecuencias!
               -¿Me has insultado en orden alfabético?-le pregunté, y Sabrae se quedó pasmada un instante.
               -Paso de ti. Es que paso de ti. Ni siquiera sé por qué coño me molesto. Puto subnormal, imbécil de los huevos, me tienes hasta el mismísimo coño, gilipollas del demonio-gruñó, metiéndose en la cama y enmarañando las sábanas de paso.
               -Cómo me pone de cachondo que me insultes, nena.
               -Ni nena ni hostias. Ponte a dormir. Entiendo que te cueste; para lo poco que usas el cerebro estando despierto, apenas hay diferencia.
               -Sigue así, bombón.
               -Nada de bombón.
               -Guapa.
               -Ni guapa tampoco.
               -Amor.
               -Para ya.
               -Mi reina.
               -Todo esto te da igual, ¿verdad? Para ti es un puto chiste. Es un puto chiste este puto hospital, es un puto chiste tu accidente, es un puto chiste tu ansiedad, y es un puto chiste absolutamente todo lo que no sean mi culo, mi coño y mis tetas, ¿a que sí?
               Me costó horrores no decirle que su boca tampoco era un chiste, pero conseguí contenerme a tiempo. ¿Me iba a dar un ictus del esfuerzo? Puede ser.
               ¡Lo descubrirás en el siguiente capítulo!
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¡Es broma! ¿Te imaginas que lo dejara aquí? Habría que ser muy cabrón.
               A no ser…
 
 
 
 
 
 
 
¡Has vuelto a picar!
               -Lamento mucho si te ha dado esa impresión, porque te aseguro que para nada es así.
               -¿Ah, no? Y dime, si lo que has hecho hoy no es lo que parece, ¿qué se supone que es, exactamente?
               -Para empezar, ni siquiera sé lo que parece, Sabrae, así que, ¿te importaría explicármelo?
               -Sabes de sobra lo que parece-Sabrae se cruzó de brazos, las cejas hundidas formando el valle más precioso del planeta.
               Bueno, el segundo. El primero estaba entre sus piernas.
               Por Dios bendito, Alec, ¡deja de pensar ya con la polla!
               -Mira, nena, de verdad que no lo hago por discutir; ha sido un día muy largo y muy intenso para ambos, así que no puedo ponerme a intentar sondear qué es lo que te pasa por…
               -Me pregunto quién coño tiene la culpa de que haya sido un día intenso y largo para ambos.
               Suspiré.
               -¿De verdad vas a dejar que nos vayamos a dormir sin hablarlo? Podría darme un infarto en mitad de la noche y quedarme seco. ¿Podrás con el cargo de conciencia?
               -Ah, no, ni de coña me vas a cargar ese muerto a mí también. Bastante tengo con saber que te has escapado del hospital porque no aguantabas más esperar para follar conmigo. ¿Hasta ese punto hemos llegado, Alec? ¿Tan desesperado estás por meterla que te la suda absolutamente todo?
               Me eché a reír.
               -Buenas noches, Sabrae-respondí, hundiéndome en la cama, ahogando un quejido y tirando de la sábana.
               -No, ahora vamos a hablar. Has abierto la caja de Pandora, y ahora no hay manera de cerrarla. ¿O es que no puedes con la vergüenza que te supone que te haya cazado con las manos en la masa?
               -A ver, tía lista, si me he escapado del hospital para echar un polvo contigo, ¿por qué no follamos en tu habitación? ¿O en la mía? ¿O en literalmente cualquier sitio? Porque ocasiones no nos han faltado, que digamos. De hecho, si mal no recuerdo, si no hemos hecho nada ha sido porque yo he parado a tiempo, no porque Doña Autocontrol no se muriera por un kiwi con extra de nata hoy.
               -Mira, Alec, no te doy una hostia porque estás ingresado, no porque no me estés buscando.
               -No te preocupes, que ahora mismo pido el alta y echamos un polvo tan violento que nos van a llamar los de Sadomasoquismo sin fronteras para convertirnos en sus presidentes.
               -Pero, ¿cómo puedes tener tanto morro? ¿Cómo tienes la cara de ponerte así de digno después de la putísima subnormalada que has hecho esta tarde? ¡Es! ¡Pa! ¡Bi! ¡La! ¡A! ¡Lec!-clamó, dando una palmada por cada sílaba-. ¡Me parece increíble que ni siquiera seas consciente de la gilipollez que…!
               -¡Sé de sobra lo que he hecho, Sabrae! ¡Lo sé porque en tu puta vida te vas a hacer una idea de lo que me ha dolido cada puto paso que he dado fuera de esta maldita habitación! ¡Y espero que no lo sientas nunca, de corazón te lo digo! ¡Y ya mejor no hablemos de lo muchísimo que me ha jodido a niveles que no nos podemos ni imaginar el tener que luchar contra el deseo de tenerte, no porque ninguno de los dos quisiera, sino porque yo sabía que no iba a estar a la altura! ¡IMAGÍNATE LO QUE ES PASAR POR ESO SIENDO YO! ¡YO! ¡¡¡YO!!! ¡¡¡QUE ME HE FOLLADO A MEDIO LONDRES, SABRAE!!! ¡¡QUE SOY EL ESTÁNDAR!! ¡¡SOY LO QUE LOS DEMÁS ASPIRAN A SER!!
               -¡MÁS ME HA DOLIDO A MÍ ENTERARME DE QUE TE HAS PASADO POR EL FORRO DE LOS HUEVOS TODO LO QUE TE DICEN LOS MÉDICOS SIMPLEMENTE PORQUE…! ¿QUÉ, ALEC? ¿Te has cansado de echar siempre la misma partida y has decidido cambiar de juego?
               -¡Otra vez! ¡CASI ME MUERO, SABRAE!
               -¡YA LO SÉ, ALEC! ¡POR SI NO LO SABES, ME SENTÉ EN UNA SILLA COMO ESTA DURANTE UNA PUTA SEMANA HACIENDO LO IMPOSIBLE POR CONSEGUIR QUE TE DESPERTARAS!
               -¡ES A A QUIEN ABRIERON EN CANAL, NO A TI!
               -¡Pues demuéstralo! ¡Demuestra un poco de puta conciencia! ¡Demuestra que entiendes tu situación, y que lo que pensabas que era lo correcto antes quizá no lo sea ahora!
               La fulminé con la mirada.
               -Esto es por África, ¿a que sí? Ya me parecía a mí… llevas esperando la oportunidad para tratar de hacerme cambiar de opinión desde que te dije que me quería ir. Ya me extrañaba a mí que no opusieras resistencia…
               -No es por África, ¡joder! ¡Es por todo! ¡Es porque te comportas como si no hubiera pasado nada! ¡Porque finges que todo está bien cuando no es así, y porque te portas como si…!
               -No eres mi madre, Sabrae. Eres mi novia. No puedes echarme la bronca así. No puedes.
               -Sí que puedo. Mírame. De hecho, debo hacerlo.
               -No, no puedes, ni debes, porque no te haces una idea de todo lo que me está haciendo esta puta mierda-ladré, señalando la habitación, y notando cómo se me inundaban los ojos de lágrimas-. Mi hermana no va a entrar en la Royal por mi culpa, porque estaba demasiado ocupada intentando despertarme como para ir a las audiciones. Mi madre ha perdido un hijo porque yo ya no soporto más el pensar que puede hacerle daño en cualquier momento. No voy a graduarme con mis amigos-jadeé, notando cómo las palabras me ardían en la boca-. Si ya lo tenía jodido antes, ahora lo tengo puto imposible. Y no voy a permitir que esta mierda me aleje de ti más de lo que ya lo ha hecho. No voy a permitir que este puto accidente me impida ser el novio que te mereces.
               -Tú ya eres el novio que me merezco, Alec-me dijo, más calmada, conmovida por mis lágrimas.
               -Ya, pero yo me merezco ser el novio que tú te mereces. Me merezco ser el de antes. Me merezco vivir la primera parte de mi vida como no soltero fuera de un hospital. Me merezco lo de esta tarde. Me merezco que no me mires con pena, sino como lo hacías antes.
               -Yo no te miro con pena.
               -Sí, pero tampoco me miras como lo hacías en la discoteca, cuando te besé por primera vez. Sólo necesito eso, ¿sabes? Ser ese Alec otra vez, aunque sea sólo por un día. No quiero seguir siendo el impedido Al, ni Al, el ingresado, ni Al, el escayolado. Simplemente quiero ser el puto Alec Whitelaw. El tío para el que te abriste de piernas, y que nos trajo a los dos hasta aquí.
               -El único que nos ha traído a los dos hasta aquí es el que eres ahora, Alec. ¿Crees que yo me habría enamorado del puto gilipollas que eras antes?
               -Yo nunca dejé de ser ese puto gilipollas, lo que pasa es que tú empezaste a tolerarme.
               -Te equivocas-respondió-. Una vez más, te equivocas. Siempre esa obsesión con menospreciarte, siempre viéndote como muchísimo peor de lo que eres, siempre…
               -Bueno, no soy el único, al parecer, ¿no?-ataqué-. Según se ve, yo no soy el único que cree que actúo por impulsos de mierda y que no hago más que meter la pata.
               -No te confundas. Los dos tenemos el historial que tenemos, y sé igual que tú lo que la abstinencia nos está haciendo, así que no me parece descabellado pensar en un principio que todo lo que has hecho hoy era por un objetivo en concreto. Pero tienes razón, debería saber cómo eres y haberme dado cuenta de que tu intención era otra, así que te pido disculpas.
               -Vale. Las acepto.
               -Pero eso no quita de que siga enfadada. Estoy enfadadísima contigo, Alec. Entiendo que estés frustrado, y entiendo que se te haga difícil, pero tienes que hablarlo. Con quien tú quieras, ni siquiera tiene que ser conmigo, pero tienes que hablar con alguien.
               -Hablaré con Claire en cuanto pueda, no te preocupes.
               -No lo digo por tu psicóloga. Lo digo en general. Creo que no eres consciente de que tu situación es mucho más delicada de lo que piensas. Entiendo que te apeteciera pasar el día conmigo, y te estoy muy agradecida por la sorpresa que me has dado, pero entiéndeme tú a mí, Alec: no merecía la pena lo que has arriesgado por lo que has conseguido.
               -No estoy de acuerdo.
               -Me da igual que no estés de acuerdo; aquí la que manda soy yo.
               -¿Desde cuándo? Porque yo soy el alto, el mayor, y el fuerte. ¿Qué eres tú?
               -La chica.
               Me reí entre dientes.
               -Vale, guau, ¡feminismo! ¡Ocho eme!-levanté el puño-. ¡Ámate, hermana, inicia la revolución!
               Muy a su pesar, Sabrae sonrió.
               -Te estaba tomando el pelo.
               -¿¡No eres la chica de la relación!? Hostia, Sabrae… hostia, Sabrae-me froté la cara-. Tenemos un problema.
               -Cállate y escucha, so borrego-instó ella, pero no podía ocultarme del todo su sonrisa-. Estás mal. Estás ingresado por algo. Lo que has hecho ha sido una putísima locura que, por la cuenta que te trae, no vas a repetir. ¿Me has entendido?
               -Sí, mami.
               -A partir de ahora, vas a obedecer a los médicos. Les harás caso en todo lo que te digan. Cuando quieras hacer algo, les preguntarás primero. Como me entere de que… Dios, es que no quiero ni pensar en lo que te haría-abrió la mano y negó con la cabeza.
               -¿Qué me harías? ¿Me puedes dar detalles?-canturreé, y Sabrae me fulminó con la mirada.
               -¿Ves como es un chiste para ti? Mira, da igual. Será mejor que hablemos mañana, cuando hayas reposado lo que has hecho.
               -¿Por qué no podemos hablarlo ahora?
               -Porque no quiero, Alec. Es un tema serio, y tú no haces más que ponerte en modo comediante.
               -La culpa es tuya, nena. ¿Te tiras a payasos? Espera despertarte con un circo.
               Sabrae apretó los labios, balanceó los pies un momento en el aire, sentada como estaba en la cama, y luego, levantó un segundo las manos del colchón, como diciendo “lo he intentado”, y se metió de nuevo en la cama.
               -Así que, ¿eso es todo? ¿Aquí se acaba la conversación?
               -No quiero darte más oportunidades de cabrearme y terminar diciendo algo de lo que me arrepienta más delante, Al. Así que, sí, aquí se acaba la conversación. Mañana la retomamos.
               -No podemos retomarla si la acabamos aquí.
               -¿Qué?
               -Que si la acabamos, no podemos retomarla. Es importante que hables con propiedad. Tu padre es profesor de Lengua…
               -Sí, y mi novio boxeador, y no veas lo que me está costando poner en práctica lo que he aprendido de él contigo. Ponte a dormir. Mañana seguimos.
               -Pero…
               -Alec, ¡por el amor de Dios, casi te mueres!-ladró, incorporándose hasta quedar arrodillada sobre el colchón. Tenía las rodillas separadas, y se le veía un poco de la tripa. Intenté no pensar en que en esa postura me la había follado delante del espejo de mi habitación una de las primeras noches que ella pasó en casa.
               Evidentemente, fracasé.
               -¡Casi te mueres, y aquí estás, haciendo gracias como si esto fuera El club de la comedia! ¿Es que no te das cuenta de lo mucho que me preocupa que te pueda pasar algo?
               -¿Por qué, si a mí no me lo hace? Lo dices como si no supieras que el único momento en que siento que valgo algo es cuando estoy contigo.
               -No puedes decir que no vales más que lo que se te pega de estar conmigo y quedarte tan pancho, Alec. ¡No puedes! Tu sangre lo vale todo. Más que la de nadie.
               -Bueno…-me reí-, si tú lo dices…
               -Si, yo lo digo. Tienes oro corriéndote por las venas; es la única explicación que encuentro a que seas tan bueno, a que estés hecho de luz líquida por dentro-la miré. Ahora, la que tenía los ojos húmedos era ella-. Y que pienses en mandar eso a la mierda tan ricamente, simplemente porque sí, me enferma. Y no tengo nada más que decirte esta noche.
               -No es porque sí. Lo hago por ti.
               -¡Es que yo no quiero que te pongas en peligro por mí, Alec!
               -¿Y si lo hago yo porque me da la gana?
               -Como tú veas. Estamos entrando en un bucle. Mañana hablamos.
               -Vale-bufé.
               -Sólo te voy a pedir una cosa.
               -¿Qué?
               -No me conviertas en tu viuda antes de que sea mayor de edad. Es el puto camino que llevas.
               No le contesté. Me quedé mirando el techo, pensando, intentando ver qué era lo que ella veía tan aberrante del sacrificio que había hecho por ella, y siendo completamente incapaz.
               Ella haría lo mismo por mí. Estaba seguro. Se escaparía de donde fuera con tal de verme aunque fuera unos segundos. ¿Por qué se ponía como una fiera conmigo? No tenía derecho. No tenía derecho, ni razón, ya que estábamos.
               Así que, antes de que ella venga y os coma la cabeza: no, Sabrae no estaba enfadada conmigo. Era yo el que estaba enfadado con ella. ¿A qué coño tenía que aguantar yo este pollo que me había montado por irme del hospital para verla? ¿Es que uno ya no puede tener detalles románticos con su chica? ¡Tócate los huevos! ¡En lugar de ponerse a lloriquear como hace cuando ve cosas similares en las películas, se pone a chillarme!
               No nos dirigimos la palabra en toda la noche. Yo apenas pude pegar ojo. Demasiado dolor y demasiado cansancio. Eso sí, a las tres y media, la señorita se cogió su almohada y se metió en mi cama, no vaya a ser que siguiera tiritando de frío.
               Me tenía hasta los huevos.
               -¿Sigues enfadada?-le pregunté cuando empezó a abrir los ojos, a la mañana siguiente.
               -Sí.
               -Vale. Era sólo por confirmar que seguías reflexionando. Yo también sigo enfadado.
               Sabrae puso los ojos en blanco y me fulminó con la mirada con el asco con el que me miraba hacía unos meses, cuando todavía no habíamos probado nuestros sabores y no sabíamos que éramos exactamente la composición que nuestra lengua buscaba con tanta ansia. Se comió un trocito de tarta para desayunar, dejándome a mí el más grande, como si fuera a aprovecharlo, y miró con absoluta desconfianza cómo me estiraba fuera de la cama.
               -¿Adónde vas?
               -De rebajas. Hoy viene a Lidl una panificadora a la que llevo queriendo echarle el guante media vida.
               -Alec, no tiene gracia-bufó, cansada, hundiendo los hombros.
               -Voy a Salud Mental. Quiero que me hagan hueco lo antes posible en la agenda de Claire.
               -¿Vas a hablar con ella?-no se me escapó el tono de ilusión que irradiaba su voz. Incluso sonrió. No podía creérselo.
               -Estoy hasta los huevos de ser el malo de la película. A ver si ella me enseña a ser el bueno.
               -Uf, te la chuparía ahora mismo. No sabes la alegría que me das.
               -Como si tú necesitaras que te diera una excusa para tomarte un buen banana split, reina.
               -Ya vale con las alegorías alimentarias, sol-protestó, pero se dejó dar un beso en la frente.
               -Te quiero.
               -Yo también. Hablamos luego.
               -¿Después de la mamada?
               Sabrae puso los ojos en blanco, pero sonrió.
               -Sí, después de la mamada.
               Ni confirmo ni desmiento que corrí todo lo que me permitieron mis pobres articulaciones en dirección a Salud Mental, no fuera a ser que Sabrae cambiara de opinión y me quedara sin el premio que me merecía.
               Cuando llegué a las puertas, custodiadas siempre por dos seguratas que protegían tanto a los pacientes como al personal, un recepcionista clavó los ojos en mí por encima de sus gafas de contable. Me dieron ganas de decirle que yo tenía unas iguales para que se relajara un poco con tanta superioridad moral.
               -¿Te has perdido?-preguntó, seguro de que era evidente que había llegado allí por equivocación.
               -Soy paciente de Claire. Necesito que me deis una cita con ella lo antes posible. Me sirve cualquier horario. Estoy aquí ingresado.
               -Salta a la vista-comentó con sorna, como si mi pijama fuera el atuendo normal de los pacientes del hospital. Luego me di cuenta de que la gente normalmente no va de visita a los hospitales, y me quedé callado-. Vas a tener suerte. Tiene un hueco ahora.
               -¿Ahora? Pero… ¿no está entre semana?
               -Está cubriendo una vacante. ¿Quieres verla, o no?
               -Eh… sí. Sí. Esto, ¿podría dar recado a la habitación 238? No pensaba que fuera a llevarme más de lo que me lleva el trayecto.
               -Claro, ¿algo más? ¿Dos macizorras desnudas en la habitación de la doctora, por ejemplo?
               -Bueno, ya que estás, si puedes traerme a la macizorra de mi habitación, la verdad es que te lo agradecería.
               -Boris, ¿ya estás otra vez asustando a los pacientes?-le recriminó una médico.
               -Estoy harto de que siempre me pongan el turno de sábados por la mañana-gruñó el tío-. Pasa, chaval. Necesitarás esto-me tendió una tarjeta plastificada-. Es la cuarta puerta a la derecha.
               Me acompañó un vigilante durante el trayecto, no sé si por si me perdía o por si un zombi saltaba sobre mí. Llamó con los nudillos a la puerta del despacho de Claire, en la que había una placa que rezaba Dr. Claire Reed.
               -¿Sí? Ah, Mason. ¿Cómo estás? ¿Qué tal los niños?
               -Bien, Claire. Gracias por preguntar. Te traigo un paciente.
               -Oh. No esperaba a nadie… de acuerdo, que pase.
               La cara de Claire fue un poema cuando el tal Mason abrió la puerta y me vio en el pasillo. Su expresión se congeló en una máscara impenetrable, supongo que la propia de la terapia. Su boca se volvió una fina línea, y sus ojos llamearon un segundo.
               Mason cerró la puerta tras de mí, y yo me quedé en el minúsculo pasillo de entrada del despacho. No era como me lo esperaba. Me esperaba lujos, figuritas de elegantes que denotaban el poder adquisitivo de su dueña, un par de butacas de cuero y, quizá, un sofá reclinable.
               Vamos, el despacho de un psicólogo, no una consulta de hospital normal y corriente.
               -¿Qué tal nuestra sesión de charla ayer?-preguntó sin mirarme, terminando de colocar unos libros en una estantería.
               -Puedo explicarlo.
               -¿En dos palabras? Me gustaría verlo. Espero que la próxima vez que me uses como excusa para irte por lo menos me avises, para así poder pensar en cómo se lo explico a mi supervisora. Aunque dudo que haya una próxima vez, ¿verdad?-se cruzó de brazos, sentándose sobre su mesa y cruzando también las piernas a la altura de los tobillos, analizándome con una mirada inteligente, de una ceja alzada-. Me sorprende que tengas la deferencia de venir a decirme que te marchas.
               -Es que no me marcho. Quiero que hablemos.
               -¿En serio?-ahora sí que parecía impresionada. Estaba acostumbrado a ver esa expresión en mujeres como ella, pero no con toda la ropa puesta. Era un cambio… raro.
               -En serio. Oye… ¿cómo es que no tienes una silla reclinable? Creía que todos los psicólogos teníais una.
               -Se llama chaiselong. Y la de plástico te servirá-añadió, rodeando su mesa y sentándose en el sillón mientras me miraba por el rabillo del ojo.
               -Ya. El caso es que, bueno… si pudiéramos hacer la sesión de hoy en modo exprés, estaría muy bien, porque… eh… me están esperando.
               Claire parpadeó.
               -Vale, vale. Me siento-me senté de forma atolondrada, algo que no les gustó a mis costillas-. Bueno… ¿por dónde empezamos?
               -Por donde tú quieras.
               -No sé muy bien…
               -Los demás suelen empezar contándome sus problemas, para que podamos identificar su fuente y así encontrar la solución-explicó, abriendo un bloc de notas.
               -¿Mis problemas?-me reí, nervioso, revolviéndome en el asiento y pensando: la madre que parió a Sabrae. Le entran ganas de chupármela justo cuando ésta decide no ser una mala pécora conmigo-. Bueno… ¿elegimos uno pequeñito y nos centramos en él?
               -Alec.
               -Vale, vale… bueno, pues, para empezar, creo que vas a necesitar una libreta más grande. Y, ¿no tendrás, por un casual, bolis de colores? Los esquemas monocromáticos suelen volverse incomprensibles.
               Claire parpadeó.
               -No me perderé.
               -Vale, guay. Esto… ¿mi signo del zodiaco influye? Porque, cada vez que hago alguna gilipollez, mi novia dice que eso es muy Piscis. Así que… que sepas que soy Piscis. ¿Eso importa?
               Claire a duras penas contuvo una carcajada.
               -Lo tendré en cuenta.
               Pero yo no me quedé tranquilo hasta que no dibujó un pez al lado de mi nombre, la primera palabra de la que los dos esperábamos que fueran muchas.


 
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
      

2 comentarios:

  1. Me ha gustado muchísimo el capítulo, me ha parecido súper bonito y he hecho bastantes capturas JAJAJJAJAJA.
    Comento por partesss:
    Lo he pasado fatal con el principio del capítulo, ver a Alec así me deja mal
    Me ha ENCANTADO toda conversación de Alec con Zayn: Cuando Zayn prácticamente ha adivinado que se había escapado del hospital; CUANDO LE HA DICHO QUE SUS HIJAS VAN A SER SUS NIETAS; toda la parte sobre la ansiedad ha sido súper bonita; cuando Zayn le ha dicho la frase “tiene mérito seguir siendo como tú eres teniendo dentro todo lo que tienes, o seguir creciendo como lo hacer a pesar de todo el peso que cargas a tus espaldas” me ha parecido precioso; cuando Alec le ha dicho que sabe a donde va y que va a hacer lo posible por merecerse a Sabrae casi me da un algo y luego cuando Zayn le ha dicho que se notaba a la legua que se gustaban he CHILLADO porque es que tiene toda la razón.
    Me hace muchísima gracia cuando está narrando un personaje y se mete otro y se pican te lo juro.
    Pensaba que el capítulo iba a terminar con el “¡Lo descubrirás en el siguiente capítulo!”, muy bonito dejar a Alec torearnos así.
    La discusión de Alec y Sabrae me ha dejado: mal
    QUE ALEC VA A HABLAR CON LA PSICOLOGA DE VERDAD ESTOY CONTENTISIMA (bueno y que risa cuando le ha dicho que es piscis de verdad)
    Jo el cap ha sido súper guayy, deseando leer el del viernes!! <3
    Pd. Ya van 3 capítulos seguidos llorando, opino que deberías darme un respiro Eri.

    ResponderEliminar
  2. Debo empezar este comentario diciendo que lei el capítulo con un kebab en la mano y volviendo de fiesta con lo cual la realidad ha sido distorsionada. Recuerdo que me gusto, me eche una risa, rece porque sab le pegase a alec y me eche una buena sonrisa en la conver con zayn y con el final de Alec por fin abriendose como una flor.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤