domingo, 14 de febrero de 2021

Nefertiti.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Prácticamente dancé en dirección a la puerta como la mejor de las bailarinas, con unos movimientos que habrían hecho que Mimi me aplaudiera por lo mucho que había avanzado en el poco tiempo que había pasado con bailarinas profesionales en el programa, sabiendo que quien estaba al otro lado de la misma no me guardaría ningún rencor por lo que había hecho.
               Después de todo, era mi cumpleaños, así que tenía más excusas que nunca para comportarme como una niña caprichosa y consentida a la que nunca le han dicho que no. Pero es que nunca me habían dicho que no.
               El día estaba siendo genial, a pesar de que no era ni de lejos como había planeado. Puede que tuviera un poco de obsesión con el control y la organización a veces, algo que siempre hacía que todos a mi alrededor me tomaran el pelo por lo mucho que llegaban a preocuparme los pequeños detalles, pero yo era de las que creían que, cuanto más anticiparas algo y más trabajaras para ir construyéndolo poco a poco en tu mente, mejor sería el momento en que se haría realidad. En mi mente, el día de mi cumpleaños sería fundamentalmente en el exterior, entendido éste como las afueras de mi casa; no teníamos por qué estar en la calle para estar fuera, y yo tenía pensado aprovechar todo el tiempo que pudiera con la gente que me importaba, pero con la que no compartía apellido. Mis amigas y yo iríamos a dar una vuelta, paseando por el parque y tomándonos unos gofres, quizá incluso yendo a patinar, y luego, yo pondría rumbo al hospital, donde compensaría a Alec por el tiempo que había pasado alejada de él. Por supuesto, no había rastro de mi hermano en mis planes, con quien contaba para una videollamada y poco más.
               Y luego Scott había aparecido, y lo había trastocado absolutamente todo, demostrándome que los accidentes que le dan la vuelta a tu vida no tienen por qué ser negativos, necesariamente. Fiel a su más pura esencia de improvisación, al ser la mayor sorpresa que se habían llevado mis padres en toda su vida (contando, incluso, encontrar a su alma gemela en un mundo demasiado amplio y súper poblado como para que estuviera en el mismo país, y compartiera la misma cultura), Scott había conseguido que mi vida se pusiera patas arriba, y a mí me encantara.
               Especialmente porque estaba empezando a aficionarme a los accidentes, ya que lo mío con Alec no podía llamarse de otra manera. El destino y el azar están tan ligados que son inseparables, se parecen tanto que no se distinguen, y Taylor Swift había sido muy sabia cuando escribió «odio los accidentes, excepto cuando pasamos de amigos a esto» en Paper Rings.
               Quizá el día que había pintado en mi cabeza era una obra de arte, pero el que Alec y Scott me estaban haciendo tener era una obra maestra accidental. Y me encantaba. Así que no había dudado en borrar de un plumazo mis expectativas para el día, y simplemente dejarme llevar en la tarde. El amor que profesaba a los hombres más importantes de mi vida me había susurrado al oído que no pasaba nada, que ceder las riendas no estaba mal, que los planes estaban para establecer una guía y no un férreo guión, y que la vía fluía como un río y no se compartimentaba como la cuadrícula de una libreta.
               Me dijo que me encantaría el día hiciera lo que hiciera con ellos dos, porque igual que era novia de Alec y hermana de Scott por accidente y nunca se me había ocurrido quejarme, ellos sabrían hacer que hasta el plan más tranquilo fuera especial.
               Y tenía la suerte de contar con unas amigas comprensivas que se adaptaban sin rechistar a mis cambios de humor, que aceptaban mis sugerencias y que sonreían cuando les explicaba con cierto rubor que quizá fuera mejor pasarnos el día en casa. Aunque en mi defensa diré que en un primer momento ni siquiera había considerado la posibilidad de hacer un plan sencillo: el día era demasiado bueno para ser verdad, el césped apenas estaba húmedo e invitaba a tumbarse sobre él, y por el cielo discurrían unas nubes tan perezosas como inofensivas. De modo que, cuando terminamos la comida, con los regalos aún sobre la mesa, todavía sin desenvolver, yo ya me había puesto a relatar lo que podríamos hacer Alec, Scott, las chicas y yo con tanto entusiasmo que la velocidad de mis palabras se triplicó. Me habría venido muy bien ser así de rápida en la actuación; por mucho que Nicki me hubiera alabado y me hubiera dicho que lo había hecho mejor que ella, una parte de mí no dejaba de hacer caso del síndrome del impostor, y pensaba que lo había hecho por quedar bien, por ser buena con una chiquilla que lo hacía lo mejor que podía, y no porque realmente lo pensara.
               -Podemos ir a patinar, y a tomar unos gofres; creo que ya han traído los siropes nuevos, y están para morirse. Además, ya hay un montón de artistas callejeros en el parque, y las flores están floreciendo, así que todo está perfecto para hacernos fotos. ¡Incluso podríamos acercarnos hasta el centro! Me parece que hay una exposición genial en los jardines del Museo de Historia Natural; además, muy cerca de Covent Garden va a tocar un grupo que…
               -Cielo-mamá me puso una mano en el brazo, viendo la expresión aterrorizada de Alec y Scott, que no sabían cómo decirme que quizá me estaba pasando llenándonos la agenda, y que mi cumpleaños, por muy especial que me pareciera, duraba lo de lo que el resto de los mortales: 24 horas-, quizá sea mejor pensar en un plan más relajado. Tu hermano tiene que coger un vuelo esta noche, y Alec necesitará descansar todo lo que pueda.
               -Yo estoy bien, Sher-se defendió Alec, a quien podríamos encontrarnos tirado en la calle con la cabeza a cinco metros del cuerpo, y aun así se ofrecería a llevarnos las bolsas de la compra porque “parecen demasiado pesadas”.
               Sin embargo, yo ya le conocía. Sabía que mamá no había puesto a Scott más que como excusa para recordarme algo que se me había olvidado durante mi entusiasmo: puede que a Alec le hubieran dado un día de permiso en el hospital, pero eso no significaba que estuviera, ni mucho menos, para que le dieran el alta. No nos convenía meterle demasiada caña, o su recuperación se vería comprometida, todo por mi ansia por hacer un millón de cosas especiales, como si fuera el plan lo que importaba, y no la persona.
               -Oh-jadeé, formando la mitad del símbolo de los juegos olímpicos con los ojos y la boca. Alec clavó los ojos en mí.
               -Por mí no cambies los planes, ¿eh, bombón? Todo eso me suena perfecto. Me vendría bien que me diera un poco el aire.
               No hagas eso, pensé. No me ofrezcas pelearme por tener que cuidar de ti.
               Por suerte para mí, yo no era la única en la mesa que conocía a Alec. Scott estiró los brazos y exageró un bostezo, como recalcando que estaba tan cansado que la sola idea de pensar en dar vueltas por Londres le había dejado exhausto.
               -De hecho… la verdad es que me vendrían bien un par de horitas de relax. No te importa, ¿verdad que no, Saab?
               -Claro que no-respondí, agradecida de que Scott y yo continuáramos siendo un equipo incluso cuando él no vivía temporalmente en casa-. Además, me vendrá bien para la sesión de mimos que me espera mañana-sonreí.
               -¿Sesión de mimos? ¿Con quién?-inquirió Alec, quien todavía no sabía nada de lo que mis amigas me habían regalado. No se lo había enseñado.
               -Ah, casi se me olvida comentártelo. Las chicas me han regalado un pase VIP para un club de striptease que incluye masaje con final feliz. No te importa, ¿verdad, amor?
               -Con que no lo cojas el día que yo libre…-Alec se cruzó de brazos y me sonrió, y yo me eché a reír. Ignoré deliberadamente los ojos en blanco de mamá al escuchar la broma, que, siendo sinceras, puede que no tuviera gracia, pero era completamente inocente. Ella sabía de sobra que yo jamás me acercaría a ningún lugar de comercio sexual; y, de todos modos, tampoco es que los chicos que estaban allí sufrieran el mismo tipo de opresión que las mujeres que podías encontrarte en aquellos clubs.
               Por un segundo, sólo un segundo, supongo que por la temeridad que te produce cumplir años y darte cuenta de que eres un poco más adulta, un poco más independiente y un poco más dueña de tu vida a medida que te acercas a la mayoría de edad, consideré seriamente la posibilidad de visitar uno en mi decimoctavo cumpleaños. Seguro que sería una experiencia única, claro que…
               … lo que yo quería ver en aquel lugar, lo tendría en mi cama, gratis, cuando yo quisiera y como yo quisiera.
               Puede que, sin pretenderlo, hubiera creado una nueva fantasía que poner en práctica con Alec. Le había encantado ver cómo me desnudaba mientras bailaba al ritmo de Starboy la primera noche que pasé en su casa, así que podía hacerme una idea de qué generaría en mí.
               Me estremecí de pies a cabeza, imaginándome la escena. Seguramente tendríamos que posponerlo hasta que a Alec le dieran el alta, pues le había notado las vendas por debajo de la camisa cuando lo abracé de la que veníamos a casa, así que la gloriosa vista de su torso musculado y bien cincelado quedaba cancelada hasta nuevo aviso. Pero, Dios mío, cuando se librara de todas esas vendas… pobre de mí. Seguramente, no sobreviviría a ese día.
               Los ojos de Alec se oscurecieron, clavados en mí como la raíz de unas alas que sólo él podía entregarme, y por la forma en que la comisura izquierda de su labio titiló, controlando justo a tiempo una de sus sonrisas de Fuckboy®, supe que los dos estábamos pensando en lo mismo. Estábamos demasiado lejos el uno del otro como para poder tocarnos, pero con vernos  nos bastaba para sentir nuestra piel arder bajo los dedos invisibles del otro.
               -¿Qué te han regalado las chicas, cariño?-preguntó papá, decidido a cambiarle la expresión a mamá y conseguir que su mente se alejara de aquel tema espinoso que podría incluso hacernos discutir. Suspiré, aliviada por haber evitado el conflicto cuando mamá se giró y me miró con el mismo interés y orgullo de siempre, y pasé a relatarles los regalos que me habían dado mis amigas, y que había dejado con mucho cuidado sobre mi cama, en la que había esperando una bolsa de Pandora que me negué a abrir en soledad. Papá siempre me hacía lo mismo, me ponía los regalos al alcance de la mano para que yo cayera en la tentación, pero por mucho que me picara la curiosidad, me gustaba más ver su expresión cuando yo abría lo que fuera que me hubieran comprado, que el regalo en sí. De modo que mandó a Shasha a por mis regalos, y me tocó ir abriéndolos de mayor a menor.
               Papá y mamá me habían regalado una pulsera con la que no había parado de lloriquear los últimos meses, de cierre de corazón con un par de charms, una nota musical y una corona dorada, que me dijeron que les habían recordado a mí. (No se me escapó la mirada perspicaz de Alec mientras Shasha me ayudaba a ponerme la pulsera, pero decidí no darle vueltas al aluvión de regalos que iba a haber por su parte). Scott me había traído una sudadera de Praga, una réplica en miniatura de la catedral, y una mochila de cuero negro y tela roja que, pensé, casaba muy bien con la camiseta que me habían regalado mis amigas; incluso llegué a preguntarme si se habrían puesto de acuerdo.
               Shasha, por su parte, me regaló una sudadera coral con la inscripción BLACKPINK, el único grupo de kpop que había conseguido que me gustara, en blanco justo en el pecho.
               -He pujado como una loca por ella en eBay-me confesó-. Espero que sea de tu talla. Y si no… adelgaza.
                Pero yo sabía que le preocupaba que no me gustara y que no me sirviera, por lo que me la probé nada más decirme aquello, para que se quedara tranquila. Puede que a Shash le gustara ir de dura, pero yo sabía que en el fondo, muy en el fondo, tenía su corazoncito. Adoré la sonrisita de suficiencia que esbozó cuando comprobó que la sudadera efectivamente me servía, e incluso hizo un bailecito de celebración que nos arrancó una risa a todos.
               Cuando le tocó el turno a Duna, ésta se levantó con ceremonia y vino a entregarme directamente en mano su regalo, obviando que me habían ido pasando los de los demás en cadena hasta que habían llegado a mis manos. Me dio una cajita de cartón envuelta con arrugas y un montón de celo, lo cual ya me encantó, pues significaba que había tratado de envolverlo ella sola (la pobre era así), y esperó con impaciencia a que desenvolviera con cuidado el papel, sacándola de quicio. Se balanceó sobre sus pies, de talón a puntera y vuelta a talón, mientras yo iba quitando poco a poco todas las tiras de celo, con el cuidado suficiente como para que el papel subyacente no se rompiera.
               -¡Corre, ábrelo!-me pidió, medio histérica, al ver que yo me demoraba a propósito, y todos volvimos a reírnos. Decidí dejar de hacer que sufriera y rasgué el papel por fin, encontrándome con una caja de cartón reutilizada, que anteriormente había guardado una vela.
               Lo sabía porque la vela la había comprado yo, y aún me quedaba un poco para quemar cuando me apeteciera que mi habitación oliera a bosque de orquídeas, pero mis prolongadas ausencias de casa habían hecho que mis momentos zen se espaciaran un poco en el tiempo.
               Abrí la cajita y extraje el objeto que había en su interior, un vasito de arcilla hecho a mano por Duna, pintado de blanco con topos azules, morados, lilas y rosas. El vaso tenía aquí y allá las marcas de los deditos de mi hermana, pero lejos de parecerme desperfectos, me parecían regalos dentro del mismo regalo.
               Dentro del interior del vasito, había un llavero de peluche, una ballena narval azul, mullida al tacto.
               -Lo he hecho yo-anunció Duna, vibrando de los nervios. Apenas se aguantaba en el sitio de la expectación.
               -¿El llaverito también?-pregunté.
               -No, el llaverito no. Shasha me ha adelantado el dinero. Te lo devolveré-le prometió a nuestra hermana, que asintió con la cabeza-. ¿Te gusta?
               -¡Me encanta! Es súper mullido, y bien grande, para que no lo pierda en el bolso… además, huele genial, como a… ¿fresas?
               -¡No!-protestó Duna-. ¡El llavero no! ¿Te gusta el vaso?
               -Mm, no sé… no sé…-ronroneé, y Duna abrió los ojos, espantada ante la posibilidad de que su regalo no hubiera hecho el mismo efecto que los de los demás, por no ser tan glamuroso-. ¡Claro que sí, Dundun! ¡Muchas gracias! ¡Me encanta!-dejando el vasito con cuidado sobre la mesa, le rodeé la cintura y la alcé en voladas para sentarla sobre mi regazo y poder estrujarla. Duna se rió, suspiró y me rodeó el torso con sus adorables bracitos, mientras hundía la cara en mi cuello y olfateaba mi pelo.
               -Bueno-comentó Scott, girándose hacia Alec, que se había inclinado tanto sobre la mesa que estaba prácticamente tumbado sobre ella. Todavía no se había terminado su trozo de tarta, y eso que se había pedido uno de los trozos más pequeños; el Alec de antes del accidente no tendría ni para empezar con eso, pero el Alec de ahora tenía mucho menos apetito que el de hacía unas semanas-. Le toca al novio-sonrió con maldad, usando la palabra para designar al contrayente masculino en las bodas, groom, en lugar de boyfriend, para tratar de intimidarlo.
               Alec bufó, se incorporó y se mordió el labio, mirándome, sin hacer caso de Scott. No podía culparlo.
               -Mm, ¿no se me ha pasado la oportunidad, bombón? Debería haber sido el segundo, si vamos por orden de edad.
               -No vamos por orden de edad, sino de llegada-explicó Shasha, encogiéndose de hombros.
               -Ah, ya veo, así que yo soy el último mono, ¿eh?
               -No, simplemente eres el Malik más reciente.
               -¿Se supone que soy un Malik?-replicó Alec, intentando que no se le notara la sonrisa de felicidad que le producía saber que ya le consideraban parte del clan. Tampoco es que fuera ningún secreto, pero, de la misma manera que le encantaba oírme decirle que le quería, también disfrutaba sabiendo que era tan de mi familia como los demás-. ¿Así de fácil?
               -Bueno, no del todo-le pinchó Scott-. Te falta el talento innato para la música. Shasha tampoco lo tiene, pero ella tiene los genes, así que se lo tenemos que perdonar. Legalmente, no podemos quitarle la condición.
               -Eres imbécil-protestó Shasha.
               -Yo no canto mal-replicó Alec.
               -Ni bien tampoco-apostilló Scott. Alec miró a papá.
               -Zayn, tienes que dejar de llevar pantalones apretados. Mira la calidad de tu semen.
               -¡Cállate, pedazo de subnormal!-ladró Scott mientras todos nos reíamos-. ¿Cómo tienes la poca vergüenza de venir a mi casa a insultarme?
               -Te insultas tú solo, teniendo esa cara.
               -Eh. Un respeto, chaval. Esa cara es una réplica perfecta de la silla preferida de mi mujer-soltó papá, ganándose un manotazo de mamá.
               -Además, no vengo a tu casa. Vengo a casa de mis suegros. ¿La casa está a tu nombre, Scott?-Alec le hizo ojitos a mi hermano, que lo fulminó con la mirada.
               -No, pero, ¿sabes qué sí está al tuyo? El hostión que te voy a dar.
               -Aquí me tienes.
               -No sé si os dais cuenta de que estáis estropeando mi momento-canturreé, y los dos me miraron e hicieron una mueca. Les apetecía demasiado pegarse como para ceder.
               -Vaya cobardes. Si tuvierais lo que hace falta, os pegaríais mientras Sabrae termina de abrir sus regalos-comentó Tommy desde Praga, chupándose los dedos para recuperar toda la nata posible de los pastelitos que había pedido que le subieran a la habitación.
               -Tú cállate, píxeles.
               -Sí, Thomas. Si tantas ideas tienes, ¿por qué no has venido conmigo para hacerte el buen hermano?
               -Porque yo me tomo mi trabajo en serio, al contrario que tú, Yasser.
               -¡TE HA LLAMADO YASSER!-se descojonó Alec.
               -¡VERÁS LA QUE TE ARMO CUANDO VUELVA! ¡TE VAS A CAGAR, THOMAS!
               -Mátalo, mátalo-le instó Alec.
               -¡No me lo calientes, maldito lisiado, que luego viene travieso y lo tengo que relajar yo!
               -Vale ya, chicos. Estáis estropeándoles el momento a Alec y Sabrae-instó mamá, y Shasha siseó, llevándose un dedo a los labios para hacer que se callaran.
               Saqué los dos regalos de la bolsa, una caja envuelta en papel metalizado, y lo que a todas luces era un libro oculto tras una capa de papel de colores. Me dispuse a abrir este paquete, pero Alec extendió la mano.
               -Ése no.
               -¿Tienen un orden?
               -Eh… no exactamente, pero… no lo abras ahora.
               -¿Por qué?
               -Sí, Alec, ¿por qué?-preguntó Scott, mirándolo con el ceño fruncido. Alec suspiró.
               -Mira, Scott, es la primera relación que tengo, y estoy intentando hacer las cosas bien, ¿vale? Y sé que me vais a vacilar toda la vida como veáis lo que le he hecho a Sabrae, así que prefiero que lo abra en privado.
               -¿Es un juguete sexual?-quiso saber Duna, y mamá y papá la miraron y se miraron entre sí-. ¿Qué pasa? ¡Ya no tengo cinco años! Es un juguete sexual, ¿a que sí? ¿Un libro cochino, como los que ponen en las estanterías altas para que yo no los alcance?
               -Abre ese puto regalo-le dijo Tommy a Scott, que se había inclinado para consultar con él qué hacer. Scott se volvió y trató de seducirme con una sonrisa, pero yo, al ver la expresión suplicante de Alec, lo guardé con cuidado en la bolsa. Scott y Tommy gimieron.
               -¿Ves por qué deberías haber venido? Yo podría haber sujetado a Alec mientras tú cogías el regalo.
               -Yo no le quitaría un regalo a Sabrae. No soy un monstruo como tú.
               -¿Te he dicho ya que eres la mejor persona del mundo, Saab?-me preguntó Alec.
               -Poco me lo dices para lo buena que soy contigo-sonreí, deshaciendo los lazos del inmenso paquete con envoltorio metalizado, envuelto así para simular un regalo, y que yo ya sospechaba qué era. Sólo en Sephora preparaban así las cosas. Me pregunté cuándo había ido Alec a comprarme maquillaje, y deduje que sólo podía haber sido antes del accidente, pues tal nivel de detalle no se podía organizar desde su cama del hospital. A no ser, claro, que le hubiera pedido a Mimi que fuera a hacerle el recado.
               Pero no. A Alec le gustaba ocuparse de sus regalos personalmente. Me lo imaginé en la tienda, dando tumbos por los pasillos, absolutamente perdido en cada estantería, intentando recordar mis marcas preferidas, y suspirando aliviado cuando una dependienta se apiadara de él y se le acercara, preguntándole si podría ayudarle en algo. Sí, claro que podía, muchísimas gracias.
               Y me morí de amor.
               Efectivamente, la caja que venía oculta bajo el papel de regalo metalizado era de Sephora, con rayas blancas y negras y el nombre de la tienda en una esquina. Alec se revolvió en el asiento, nervioso, cuando tiré suavemente de la tapa para separar los dos imanes que la mantenían en su lugar, y empecé a retirar el papel de seda con el que las dependientas aseguraban toda la compra.
               Cuando vi la primera caja, de Urban Decay, la más grande de todas ellas, levanté la vista y lo miré. Alec estaba clavado en el asiento, esforzándose por no decir ni hacer nada, controlando sus nervios a duras penas. Sus ojos estaban fijos en mí, más grandes que nunca, y sus labios estaban apretados en una fina línea. Tragó saliva cuando extraje la caja y saqué con cuidado la paleta de sombras violetas que la marca había relanzado hacía poco, y que mis amigas me habían convencido para que no la comprara y así tener algo que regalarme. Eso no me había impedido, no obstante, detenerme a analizarla cada vez que iba de compras y parábamos en una tienda de cosméticos, me acompañara quien me acompañara.
               Recordé a Alec parado obedientemente a mi lado mientras yo estudiaba cada una de las paletas, tratando de decidir cuál me gustaba más, como si la solución no fuera obvia: sólo había una edición que tuviera varias tonalidades de mi color preferido.
               -No la tienes, ¿verdad?-inquirió él con nerviosismo, y yo solté una risita y negué con la cabeza. Suspiró sonoramente y mis padres sonrieron, mirándose el uno al otro, seguramente recordando los tiempos en que hacerse regalos también les suponían los mismos sentimientos-. Menos mal. Todavía tengo el ticket, por si quieres cambiar algo, pero…
               -No voy a querer cambiar nada, Al-lo tranquilicé, y él suspiró, asintió con la cabeza, y dejó que sus hombros se hundieran.
               -Vale-jadeó muy, muy nervioso. Conmovida por su exaltación, extraje el siguiente regalo de la bolsa, el pintalabios número 80 de Maybelline, de un precioso tono sonrosado que me pondría nada más terminar de comer. Jadeé una exclamación al ver cómo me quedaba al extendérmelo por la muñeca para tranquilidad de Alec, que parecía a punto de sufrir un infarto. Mi pobre novio, tan delicado de salud. Me lo quería comer a besos.
               Le tocó el turno a una base de Fenty Beauty que casaba exactamente con mi tono de piel, lo cual me sorprendió; Alec no sabía cuál era el número que utilizaba cuando salía de fiesta, y acertar el exacto sin tener esa referencia era muy difícil.
               -¿Cómo has…?
               -Momo y Shash me ayudaron-explicó, ya mucho más tranquilo, cuando comprobó que el producto se mimetizaba al completo con mi piel. Miré a mi hermana, que se encogió de hombros.
               -No podía dejar que fueras por ahí hecha un payaso. Más, quiero decir.
               -Qué maja eres-puse los ojos en blanco y, por fin, llegué al fondo de la caja, en la que había una caja más pequeña con un pequeño lacito. Esta vez, los colores eran rosa y negro, y yo contuve el aliento, adivinando lo que era incluso antes de abrirlo.
               Llevaba detrás de ese eyeliner más de tres meses. Cada vez que iba a una tienda de Nyx para preguntar por él, las dependientas me informaban de que acababan de vender el último, o el pedido se había retrasado debido a la alta demanda. ¿Cómo había hecho Alec para conseguirlo?
               Parpadeé y me lo quedé mirando desde el otro lado de la mesa, notando un nudo en la garganta al pensar en el esfuerzo que le habría supuesto conseguirlo. Alec era perfectamente capaz de recorrerse todo Londres en busca de un regalo para mí, y si lo había hecho mientras trabajaba, no me sorprendía que estuviera tan agotado cada vez que quedábamos, aunque él jamás se resentía: siempre tenía energías de sobra para hacer lo que yo quisiera, ya fuera acurrucarnos en el sofá y estar tranquilos y tener un sexo tan salvaje como memorable.
               Cómo echaba de menos aquello.
               Pero ahora, me tocaba ser yo la que se sacrificara por él. Más que nunca, quise quedarme en casa para disfrutar de una tarde de tranquilidad que no lo pusiera en peligro.
               Alec se relamió los labios.
               -¿Es el que…?-empezó, pero yo me levanté, rodeé la mesa y fui directamente a darle un sonoro beso en los labios que lo dejó sin aliento. Sus ojos de chocolate se hundieron en los míos y su respiración y su pulso se aceleraron con mi cercanía, puede que por culpa de la falta de oxígeno, puede que por lo nerviosos que nos poníamos cuando estábamos el uno junto al otro. Era genial ver que seguíamos causando estragos en nuestro propio bienestar.
               -Es todo lo que quería. Has acertado con todo, ¡me súper encanta! Muchísimas gracias, mi amor-ronroneé, dándole otro piquito y haciendo que una sonrisa bobalicona se extendiera por su boca. Alec se reclinó en la silla, ya más tranquilo, y miró con orgullo cómo guardaba con cuidado las cosas en la caja, seguro de que lo hacía para conservarlas y no porque quisiera devolverlas en el mejor estado posible.
               Fantaseando ya con el día en que me pondría el eyeliner plateado por primera vez, la primera vez que Alec y yo saliéramos de fiesta después de que le dieran el alta, subí a dejar mis cosas en la habitación y, tras cambiarme de ropa, me dispuse a pasar una tarde de relax con mis chicos. Escribiéndoles a mis amigas un mensaje anunciándoles que había habido un cambio de planes, y que contaba con su compañía mientras obligaba a Alec y a Scott a ver películas de amor (porque puede que hubiera cedido en el tema de irnos por ahí, pero seguía siendo mi cumpleaños y seguía siendo yo la que mandaba), troté escaleras abajo y me reuní con los chicos, que ya se habían sentado en los sofás del sótano y estaban peleándose inútilmente por el servicio de películas que utilizaríamos esa tarde.
               -Perdón, pero, ¿por qué pensáis que tenéis algo que decidir en qué vamos a ver hoy?
               -No nos irás a poner una peli moñas-protestó Alec, poniendo los ojos en blanco, y yo lo fulminé con la mirada.
               -¿Tengo que recordarte que la última vez que te pusiste terco con que no querías ver algo que yo sí, acabamos haciendo maratón hasta las tres de la mañana?
               -Lo de Las chicas Gilmore es diferente-respondió, haciendo una mueca y cruzándose de brazos como un niño pequeño al que le dicen que no va a ir al parque de atracciones por muy pesado que se ponga. Scott parpadeó.
               -¿Ha conseguido que veas Las chicas Gilmore?
               -¡No lo preguntes de esa manera! La serie es más interesante de lo que parece. Aunque no es muy creíble.
               -¿Por qué?
               -Nadie mantiene la figura que tienen Lorelai y Rory sin hacer un porrón de ejercicio-explicó-. Comen más que yo. No he visto a nadie comer más que yo; eso, para empezar. Y, además, yo lo quemo absolutamente todo. Me mato en el gimnasio y también en la cama.
               -Sí, la verdad que los guionistas se pasaron un poco en ese aspecto, pero por lo demás, está bastante bien.
               -¿Tú también la has visto, S?
               -Sí, el verano pasado. ¿Recuerdas cuando estuvimos tres días sin pasar por casa? Sabrae me obligó a verla con ella como castigo.
               Alec me miró.
               -Así que, ¿yo no soy el primero? Me ofendes, Sabrae.
               -Nunca he dicho que lo fueras. ¿De verdad esperabas que pasara quince años de mi vida sin ver esa serie sólo porque tú y yo no habíamos empezado a salir aún?
               -Traicionado por la mujer que va a parir a mis hijos-bufó Alec por lo bajo, y Scott empezó a descojonarse. Les dejé peleándose por ver cuál era el mejor novio de Rory (Alec incluso se tapó los oídos y empezó a cantar cuando Scott le dijo que era uno al que Alec todavía no había llegado a conocer para que no le destripara toda la serie, y le gritó muy fuerte cuando a Scott se le escapó a qué universidad iba a ir Rory) cuando mamá me avisó de que los abuelos habían empezado a llamar. Para su disgusto, los primeros en contactar conmigo fueron los Malik, y una nueva guerra se desató en otro piso distinto de mi casa cuando papá vio a mamá fingir una arcada al pasarme el teléfono, en el que me esperaba la abuela Trisha.
               -¿A qué cojones viene eso, Sherezade? ¡Gracias a mi madre me tienes en tu vida, ten más respeto!
               -¡Pues con eso me lo has dicho todo! ¡Si no fuera por ti, seguramente me habría convertido en la jueza más joven de la historia en llegar a presidir el Tribunal Supremo!
               -¿Ah, sí? ¡Vaya, ni que pusiera una pistola en la cabeza para que no estudiaras para tus finales! ¿Tengo que recordarte que te ayudo con la retórica de todos tus discursos de clausura y apertura del juicio?
               -¿Y? Podría hacerlos igual de bien sin ti.
               -¿También habrías sido madre?
               -¡Estaría viviendo la vida padre, viajando por el mundo con mi sueldo de soltera sin hijos! ¡Sería la tía rica de la familia!
               -¡YA ERES LA TÍA RICA DE LA FAMILIA, SHEREZADE! ¡COBRAS AL AÑO MÁS QUE YO, Y ESO QUE A MÍ TODAVÍA ME PAGAN LOS BENEFICIOS DE ONE DIRECTION! ¡Sólo con eso podría estar tocándome los huevos todo el año y seguir viviendo como un rey!
               -Este matrimonio ha sido un error, ¿verdad?-le dijo mamá, y papá se la quedó mirando.
               -Sí, sobre todo por la cantidad de modelos a las que dejé de follarme desde que te conocí.
               -Sois padres de cuatro-les recordó Shasha desde el sofá del salón, en el que se había tumbado a esperar a que vinieran mis amigas. Con ser sociable el tiempo estrictamente necesario para no parecer una borde ni joderme el cumpleaños, ya tenía suficiente. Necesitaba su espacio, y yo lo respetaba. Además, no soportaba a Scott cuando estaba lejos de Tommy; se ponía demasiado irritable, aunque hoy fuera la excepción que confirmaba la regla.
               -La virgen María tuvo un hijo sin necesidad de hombres y le construimos una religión.
               -Y la madre de Anakin Skywalker.
               Mamá miró a papá.
               -¿Por qué me casé contigo, Zayn?
               -Porque te preñé. Y te seduje con mis canciones-papá le guiñó un ojo y mamá puso los ojos en blanco, pero la sonrisa que se extendió por su rostro apuntaba reconciliación.
               -¿Sabrae?
               -Estoy aquí, abuela Trisha. No te vas a creer la pelea que acaban de tener papá y mamá…
               -¿En serio? ¿Por qué?
               -¡Sabrae! ¡Ni se te ocurra decirle a tu abuela que tienes una familia completamente disfuncional!
               -¡Ya lo sabe, Zayn! ¡Te conoce de sobra, que para algo te parió!
                 Solté una risita y le expliqué a la abuela el pequeño encuentro que habían tenido mis padres, aclarando, por supuesto, que todo había sido de broma y eso contribuía a afianzar su relación. La abuela, para sorpresa de mamá, se rió y pasó a felicitarme el cumpleaños, haciéndome prometer que la visitaría pronto…
               -… con la compañía que tú quieras.
               -¿A qué te refieres? ¿Significa eso que no tengo que llevarme a Scott?
               -No te hagas la tonta conmigo, cielo; sabes de sobra de quién hablo. He visto las fotos y las historias.
               -Ah-solté una risita, pillada in fraganti. A veces se me olvidaba que mi familia me seguía en redes sociales, así que se enteraban de todo lo que subía, al igual que las fans, que ya me habían llenado la bandeja de entrada de todos mis perfiles de mensajes de felicitación, e incluso estaban intentando hacer tendencia mundial “Feliz cumpleaños, Sabrae”. Les estaba costando por la cantidad de lanzamientos de canciones que estaban saliendo ese día, pero yo apreciaba el esfuerzo de todos modos-. Sí. Te refieres a Alec, ¿no?
               -A tu abuelo y a mí nos gustaría conocerlo. ¿Cuándo crees que podrías presentárnoslo?
               -Bueno, abuelita, ahora mismo la cosa está un poco complicada. Ha tenido un accidente, y está en el hospital. Hoy justo ha pedido que le dejen salir para pasar el día conmigo, pero…
               -Qué encanto.
               -Sí, la verdad es que sí. Es muy bueno conmigo, me trata muy bien.
               -Lo que te mereces, cariño.
               -Incluso más, abuelita. Pero… bueno, lo que te decía, que ahora mismo está todo un poco complicado. La verdad es que no tiene mucho tiempo, y no creo que le recomienden viajar…
               -Tranquila, mi amor. No hay ninguna prisa. Simplemente quería que supieras que las puertas de nuestra casa están abiertas tanto para ti como para quien quieras traerte de acompañante.
               -Gracias, abuelita.
               -No hay de qué, tesoro. Te paso con tu abuelo, ¿vale? Ya hablaremos para ver cuándo podemos hacerte una visita.
               -Cuando queráis. Sabes que me organizo bien. Os hago un hueco encantada.
               -Lo sé, guapísima-la abuela Trisha me tiró unos besos y luego dejó paso al abuelo Yaser, que me tomó un poco el pelo con eso de que me hubiera emparejado justo con el único de los amigos de Scott al que ellos no conocían personalmente, pero al que sentían como parte de su vida sólo por lo mucho que me quejaba de él.
               -Es que no lo conocía, abuelito-protesté con voz dulce, haciéndome la inocente y la pobrecita. El abuelo se rió al otro lado de la línea, pero me dijo que le alegraba que le hubiera dado una oportunidad y que hubiera recapacitado. Lo poco que había visto de nosotros dos (el abuelo no tenía redes sociales, así que lo que veía era porque se lo enseñaba la abuela) le encantaba, y decía que se notaba que Alec me hacía bien-. Sí, es verdad. Me trata como una princesa.
               -Como debe ser, porque es lo que eres.
               -¡Abuelito, basta!-me reí, poniéndome colorada.
               -Es la verdad, pequeña.
               -Jo, gracias. Bueno, ¿te paso con papá, o quieres hablar con Scott?
               -¿Scott? ¿Está en casa? Le había entendido a Zayn que había ido a Praga.
               -Sí, pero ha venido a pasar el día con nosotros. Soy importante para él, ¿sabes?-presumí, y el abuelo se rió.
               -De momento déjame a mi hijo, si no te importa. Luego ya veré qué hago con la súper estrella de la familia.
               -¡Papá! ¿Sabes cómo ha llamado el abuelo a Scott?
               -¿Cómo?
               -¡La súper estrella de la familia!
               Papá emitió un sonoro bufido.
               -Dile a tu abuelo que cuando el crío ése haya conseguido la mitad de los premios e impacto que tenía yo ya a su edad, podrá ir pensándose el siquiera compararlo conmigo.
               Y así había dejado al abuelo Yaser y a papá cuando llamaron al timbre y yo supe que se trataba de mis amigas: pinchándose mutuamente, recordándose el uno al otro quién era el Malik más importante de la historia (erróneamente, ninguno de los dos defendió la posición de que fuera yo), y cuando les abrí la puerta a las chicas, una sonrisa radiante me cruzó el rostro.
               -Gracias por venir, chicas-dije, y sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, algo a lo que mis amigas reaccionaron exhalando un gemido, abrazándome y cubriéndome de besos. Me encantaba mi cumpleaños por eso precisamente: porque el amor que se me profesaba y que ya de por sí era increíble, ese día se multiplicaba, y se me permitía dejar que me sobrepasara y mis emociones estallaran como fuegos artificiales en la noche de fin de año.
               La tarde fue genial, tranquila pero intensa a la vez. Estar con mis amigas, mis hermanos y mi novio en la misma habitación, aunque fuera sólo viendo películas o vídeos graciosos en internet, resultó ser el plan más perfecto que podría haber hecho nunca. Como si siempre hubieran pertenecido al mismo mundo y no fueran en realidad la unión de varios, en los que cada uno había una versión de mí misma distinta de las demás, mis amigas y Alec se comportaban con la confianza de quien lleva siglos de amistad. Mi hermano ni siquiera necesitaba esforzarse; sabía que Amoke, Taïssa y Kendra venían en pack conmigo, y si quería estar con una, tendría que estar con todas.
               De hecho, los que más problemas tenían eran, precisamente, Alec y él. No contentos con pelearse por absolutamente todo, incluido quién había comido más aperitivos, y por lo tanto debía ceder el último a los demás (que siempre terminaba siendo el otro), incluso llegaron a competir por mis atenciones.
               Scott había puesto mala cara cuando entré en Netflix y seleccioné la última película de A todos los chicos de los que me enamoré, que llevaba queriendo volver a ver desde que había obligado a Alec a ver conmigo la primera. Alec, por su parte, se limitó a ponerle mala cara, porque vale que aquella peli no fuera a estar entre su lista de preferidas, pero, por lo menos, Scott podía disimular igual que hacía él. Al fin y al cabo, era mi cumpleaños. Tenía que comportarme.
               -¿Nos acurrucamos?-había pedido Scott cuando le di a reproducir, y entonces Alec sí que vio motivos para protestar.
               -¡Eh!
               -¿Qué pasa?
               -Pues que es mi novia, eso pasa.
               -Ya, y también es mi hermana desde hace bastante más tiempo.
               -Estoy posponiendo mi recuperación por estar aquí-le echó en cara-, si alguien se merece que le achuchen, soy yo.
               -Habértelo pedido-sonrió Scott, tirando de mí y dándome un beso en la cabeza sólo y exclusivamente por pinchar a Alec, que apretó la mandíbula y clavó los ojos en mí, apelando a la férrea conexión que nos unía.
               -¿Sabrae?
               -¿Veinte minutos?-pregunté, porque si bien me encantaba estar con Alec y que él estuviera allí, lo cierto era que sentía que tenía que aprovechar más el tiempo con Scott. No es que quisiera a uno más que a otro, ni mucho menos (mi amor era distinto dependiendo del destinatario, como corresponde entre un novio y un hermano), pero sabía que Scott se marcharía, dejándome con ganas de más, y Alec… Alec estaba en el hospital, a un par de trasbordos en metro de distancia.
               Pero, claro, el esfuerzo que estaba haciendo Alec por estar ahí era mayor que el de mi hermano. Y, francamente, había una parte de mí que siempre se sentiría irremediablemente atraída por el fortísimo campo gravitatorio de Al.
               -Venga, Al-ronroneé-. Que Scott ha venido desde muy lejos.
               -Es mucho tiempo.
               -¿Diez minutos?
               -Diez minutos es poco-protestó Scott.
               -Diez minutos, vale-cedió mi chico, y luego levantó la vista y abrió mucho los ojos-. ¡Scott, no me saques la lengua!
               -No te he sacado la lengua.
               No pensé que los chicos no fueran a darse ni un mínimo de tregua teniéndome a mí entre los dos, pero estaba equivocada. Alec había cogido su teléfono y se había puesto a juguetear con él mientras comenzaba la película, y yo creí que estaba haciéndose el interesante o resolviendo algún asunto pendiente, quizá cuadrando citas médicas que hubiera tenido que posponer.
               Lo que en realidad estaba haciendo era poner una alarma y, a los diez minutos exactos, sin perdonar un segundo, se incorporó como un resorte y se abalanzó a por mí.
               -¡Me toca!
               -¿En serio has puesto una alarma?
               -Sí-contestó, achuchándome contra él y sonriéndole a Scott.
               -Eres un envidioso-acusó mi hermano, y mi novio le sacó la lengua-. ¡No me saques la lengua!
               -No te he sacado la lengua.
               Las chicas se echaron a reír viendo cómo me pasaban de uno a otro como un porro en una fiesta, cada uno poniendo una alarma para cronometrar el turno del siguiente, hasta que me cansé y decidí que, o me compartían como dos hermanos comparten sus juguetes, o me sentaría al lado de Shasha y no dejaría que ninguno de los dos volviera a tocarme.
               -A mí no me amenaces-protestó Shasha, pero fue la única capaz de ponerse brava conmigo. En ese momento, Scott y Alec se miraron, y decidieron que, simplemente, sus ganas de estar conmigo y darme mimos eran mayores que sus ganas de picarse el uno al otro.
               De manera que hicieron de mí el sándwich más feliz del mundo, cuando los dos me pasaron los brazos por la cintura y comenzaron a acariciarme la espalda con los pulgares. Confieso que me dejé llevar un poco y, amodorrada, apoyé la cabeza en el hombro de Alec y subí las piernas al regazo de Scott, disfrutando de ese trato de faraona que estaba recibiendo.
               Incluso conseguimos que Scott me cantara She, la canción que papá había hecho mía en cuanto me conoció y que habíamos hecho a coro cuando yo era un bebé, y sumaba mi voz infantil a la de él. Cuando se lo pedí, no pensé que fuera a hacerlo, pero Scott no se hizo de rogar, quizá sintiéndose un poco culpable por el tiempo que habíamos pasado separados y lo duro que nos había resultado a ambos. Así que empezó a entonar, y todos nos quedamos callados, escuchando a mi hermano hacer unas florituras con la voz más antiguas que nosotros mismos.
               Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando Scott llegó a la nota alta del final del puente de la canción, y subió y subió y subió todo lo que le permitía la voz, que era poco menos de lo que había hecho papá en el disco. Todos nos pusimos a gritar y aplaudirle mientras terminaba, y cuando por fin acabó, me lancé a sus brazos para darle las gracias un millón de veces.
               -No hay de qué-contestó, dándome una palmadita en los lumbares y un beso en la frente-. Por ti, lo que sea, peque.
               -Las cosas que podrías hacer-comentó papá, que había venido a escucharnos con mamá, atraído por la música y la voz de Scott- si te dejases guiar, niño.
               -¿Me estás ofreciendo un intensivo de Facebook?
               -Vete a la mierda-ladró papá mientras todos nos reímos.
               La tarde se me pasó en un suspiro. Cuando quise darme cuenta, Scott entraba en la cocina, a la que había ido con mis amigas para hacer un brownie que me llevaría al hospital con Alec a modo de postre, y anunció que pronto tendría que irse. El brownie estaba terminando de hacerse en el horno; apenas le faltaban cinco minutos, y yo me di cuenta demasiado tarde de que había desperdiciado un tiempo precioso con él por dedicarme a la repostería.
               Por suerte para mí, Alec y Scott se habían vuelto al cuarto de juegos cuando Alec se quejó de que no aguantaba mucho más sentado sobre los taburetes sin respaldo, y mi hermano se ofreció a acompañarlo y echar unas partidas. Me quedaba el consuelo de que los dos habían podido fingir durante una tarde que sus vidas eran normales, que no eran súper estrellas ni estaban ingresados en el hospital.
               -¿Tan pronto?-gimoteé, haciendo pucheros, y Scott asintió con la cabeza.
               -Me encantaría quedarme más, pero mi vuelo sale esta noche, y… bueno, la cena está descartada, evidentemente-se metió las manos en los bolsillos traseros de los pantalones y me miró con gesto triste-. Ojalá pudiera quedarme a dormir.
               -No pasa nada. Hoy me toca dormir con Alec, tenemos que volver al hospital.
               -¿Os vais ya?-Scott se giró y miró a Alec-. Porque, de ser así, os podríamos acercar.
               -Primero tenemos que ir a un sitio-dijo mi chico, y después, me miró-. Aunque podemos ir juntos parte del camino.
               -Saco el brownie, lo corto y nos vamos, ¿de acuerdo?
               Alec asintió con la cabeza, ocupando de nuevo el sitio que había dejado libre en la isla, y esperó a que terminara de sentirme una chef con mis amigas. Me limpié las manos en el delantal y me lo desanudé.
               -Voy a cambiarme-anuncié, dejándolo sobre la mesa. Alec me miró.
               -Vale.
               -Alec-insistí, arqueando las cejas, suplicándole que no estuviera tan espeso como para no pillar la indirecta-, que me voy a cambiar de ropa.
               Taïssa soltó una risita, sus mejillas ruborizándose.
               -Ya. Ya te he oído.
               -¿No quieres venir?-suspiré, viendo que era imposible razonar con él. Me imaginé que estaba cansado, que le habría venido bien echarse una siesta. Por fin, procesando lo que aquello implicaba, abrió los ojos.
               -¡Ah! ¡Vale! ¡Claro! ¡Sí! Joder, claro que voy. Sí. Eh…-dejó la servilleta con la que se había puesto a juguetear sobre la mesa y miró alrededor-. Arriba, ¿no?
               -Sí, mi habitación está arriba. No la hemos movido de sitio en tu ausencia.
               Alec se mordisqueó el labio, unió sus manos con una palmada, se las frotó con nerviosismo y, finalmente, asintió despacio. Me hizo un gesto para indicarme que pasara delante de él, y yo le sonreí. Me aparté el pelo del hombro cuando pasé a su lado, asegurándome de que mis rizos acariciaran su pelo.
               -No vas a perder nunca la ocasión de mirarme el culo, ¿verdad?
               -Ya me conoces-sonrió, subiendo las escaleras detrás de mí, pero quedándose muy atrás cuando yo eché a correr. De nuevo, se me olvidaba que bajo su aspecto de siempre, salvo por el hecho de que le notaba la cara un poco más chupada y los músculos menos marcados, se escondían lesiones gravísimas que le habían tenido inconsciente durante seis angustiosos días. Su coma era algo tan doloroso que mi cerebro ya se había ocupado de esconderlo en lo más profundo de mi subconsciente.
               Cuando por fin llegó a mi habitación, le indiqué que cerrara la puerta, y así lo hizo.
               -Por fin solos-ronroneé, e iba a añadir algo más, pero sus labios me acallaron. Aprovechando la intimidad, me besó con urgencia, con necesidad, adorando cada milímetro de mis labios como si llevara dos milenios sin beber. Yo era agua, yo era aire, yo era todo lo que él necesitaba para poder sobrevivir; llevaba muriéndose de sed, aguantando la respiración y malviviendo demasiado tiempo como para dejar que la cordura le impusiera algún límite ahora que por fin la vida regresaba a él. Alec gruñó desde lo más profundo de su interior, un sonido primitivo y animal que me recordó cómo habíamos empezado, y cómo esperábamos terminar.
               Polvo.
               La cabeza comenzó a darme vueltas, pero eso fue lo único que no funcionó correctamente: mis pies dieron un paso para pegarme tanto a él como lo permitieran las leyes de la física, mis manos se engancharon a los pliegues de su camisa, y mis labios se acoplaron a los suyos en un baile tan intenso como ancestral. Notaba su aroma en mi nariz, más parecido que nunca al que había tenido antes del accidente, aunque aún con esos toques a hospital tan horribles que hacían que no pareciera del todo él. Mis pestañas le acariciaban las mejillas, devolviéndoles el cariño de las suyas, y compensando la batalla campal que se desarrollaba en nuestras bocas.
               Alec aguantó como el campeón que era. Aguantó y aguantó y aguantó hasta que ambos nos mareamos, y sólo cuando su corazón le amenazó con fallar y obligarlo a desplomarse, perdiéndose así unos preciosos minutos de libertad conmigo, se separó de mí, levantando la cabeza y buscando aire allí donde yo no podía robárselo. Jadeó contra mi boca, su frente apoyada en la mía, nuestros ojos fijos en los labios del otro.
               -Llevo todo el día queriendo hacer esto.
               -Yo también. Si lo hubiera sabido, te habría invitado a subir mucho antes-le acaricié los brazos, no tan fuertes como siempre, pero sí más fuertes que ningunos otros que me hubieran rodeado. Incluso cuando Alec perdía parte de su excelente forma física, seguía siendo un dios, incomparable al resto de chicos que habían pasado por mi vida. Con razón estaba dispuesta a arriesgarlo absolutamente todo por él-. No podemos hacer nada. Scott nos está esperando-le recordé, y él asintió.
               -De momento, con besarte me basta.
               Así que volvimos a hacerlo, y con la habilidad de quien ha hecho esto mil veces, fue empujándome hacia la cama, acunándome con la paciencia de un experto y la sutileza de un astuto ladrón, experto en robar corazones. Se rió al sentir que me aceleraba, y sólo cuando mis gemelos chocaron contra el borde del colchón, Alec me dejó respirar otra vez.
               Es curioso cómo siempre decía que le tenía hechizado, que comía de la palma de mi mano, cuando yo siempre lo sentía al revés. Estaba completamente obnubilada por él, sometida a su merced.
               -Aún te queda un regalo por desenvolver-ronroneó, y yo jugueteé con los botones de su camisa.
               -¿Eres tú?
               -No-rió-, por desgracia, no.
               E hizo un gesto con la cabeza en dirección a las bolsas, en cuyo interior aún estaba el libro que yo no había querido abrir en presencia de los demás. Alcé una ceja al extraerlo del interior de la bolsa; ahora que por fin lo tenía en mis manos, me parecía que pesaba más, que era más importante. De no serlo, no habría querido que lo abriera en la intimidad, ¿no?
               Rasgué el papel con impaciencia, olvidándome de lo mucho que disfrutaba abriendo los regalos despacio, y contuve una exclamación al ver el libro. De tapas blancas y bien gruesas, para proteger mejor toda la sabiduría en las páginas plastificadas de su interior, propias de los álbumes de fotos edición coleccionista, en la portada se leía el título, estilizado con letras doradas en las que me veía reflejada cuando ponía el libro frente a mí.
               De Nefertiti a Beyoncé: lo que las mujeres de color han hecho por la feminidad a lo largo de la historia.
               Había oído hablar de recopilaciones semejantes, pero en todas aparecían mujeres blancas que, si bien su trabajo era igual de importante que el de las que no lo eran, en ocasiones se hacían con un foco de atención que se nos negaba a las demás. Incluso en el feminismo había racismo, por mucho que éste luchara por ser interseccional, y las voces que más importancia acababan ganando siempre tenían un color determinado y una cantidad de melanina limitada.
               Emocionada, sintiéndome importante no sólo por el esfuerzo que había hecho Alec por mí haciéndose con ese libro, para el que tenía que haber investigado a fondo, sino también por el hecho de ver que había un espacio reservado a gente como yo, levanté la vista y me lo quedé mirando. Él me sonrió.
               -Creo que no necesito preguntarte si te gusta.
               -Es… es…-no tenía palabras. Me abrumaba el hecho de que se hubiera tomado tantas molestias. Me abrumaba saber que había un espacio exclusivo en el que mi voz tendría más hueco para ser escuchada, y me sentía honrada de que alguien se hubiera dado cuenta de que, en ocasiones, había que ser un poco más selectivos-. Es increíble. No sé qué… gracias-susurré, con un nudo en la garganta que me aprisionaba las entrañas. Me obligué a no echarme a llorar, a pesar de que, como me había costado horrores enseñarle a Alec, no tenía nada de malo expresar las emociones propias, ni era propio de gente débil. Todo lo contrario.
               -¿Por qué no le echas un vistazo?-se ofreció Alec, y yo asentí y me senté en la cama. Acaricié la tapa un momento, maravillándome con el increíble efecto que había en las letras: estaba segura de que el hecho de que me viera reflejada en la tapa, como si las letras fueran un espejo, no era casualidad. Querían que quien cogiera ese libro supiera que también tenía derecho a que le escucharan, a reivindicar sus problemas, a creerse importante, a hacer historia.
               Abrí las tapas y pasé las primeras páginas, saltándome la introducción de las editoras (me alegró comprobar que todas eran mujeres) explicando la relevancia de la figura de la mujer en la historia, y cómo las de color se habían visto relegadas a un segundo plano incluso en su propia lucha. Pasé las páginas despacio, analizando las imágenes que había de aquellas que habían sido mis compañeras antes de que yo naciera, y que habían reclamado la figura de la mujer negra con sus vidas. Desde princesas de reinos lejanos a artistas famosísimas, a pensadoras y defensoras de los derechos civiles en todas los conflictos raciales que había habido a lo largo de la historia, pasando por educadoras y pioneras de la investigación.
               Nefertiti. Cleopatra. Malala. Katherine Johnson. Zendaya. Viola Davis. Beyoncé.
               Mamá.
               Sherezade Khalida Malik (28 de julio de 1993). Nacida Sherezade Khalida Assad, eligió adoptar el apellido de su marido, el cantante Zayn Malik, al contraer matrimonio con éste. Graduada cum laude en Derecho por la Universidad de Oxford, es Doctora en Derecho Medioambiental y Derecho de Género por la misma universidad. Abogada de renombre, con una tasa de éxito de 100% a fecha de cierre de esta edición, se ocupa de la representación y defensa jurídica de las mujeres víctimas de violencia de género. Milita en diversas asociaciones feministas, hace importantes donaciones a asociaciones de mujeres, y ya ha redactado diversos artículos estudiando casos de discriminación femenina en la legislación inglesa. Ha defendido mujeres de los más diversos estratos sociales, siempre comprometida con el apoyo a sus clientas no sólo en lo jurídico, sino también en lo personal. Pertenece al Comité de Organización de la Manifestación por el Día Internacional de la Mujer del 8 de Marzo en Londres, y ha participado en numerosos y acalorados debates sobre feminismo en televisión. De raíces pakistaníes, procede de una familia humilde del oeste del país; perdió a su madre durante su parto, y tiene cuatro hijos a los que, asegura, ha educado en el feminismo. Actualmente se encuentra en activo, pendiente de sentencia en un caso de defensa de derechos fundamentales de una ciudadana irlandesa que reclama daños y perjuicios contra la Corona por un caso de aborto.
               -Esto es súper guay-jadeé, mirando la foto que habían elegido de mamá, saliendo del juzgado con su traje blanco y su body rosa fucsia, acompañada de sus socias de bufete, que también tenían una página dedicada a ellas, desgranando un currículum igual de brillante que el de mamá.
               -Pues espera a ver la última página-comentó Alec, riéndose, y haciendo que pasara la página para llegar al final del todo.
               Me quedé helada al ver una foto mía en una página un poco más pequeña, de tamaño folio, plastificada y pegada con celo entre el final del libro y su contraportada.
               Sabrae Gugulethu Malik (26 de abril de 2020). Nacida Sabrae Gugulethu Malik, adoptará el apellido de su novio al contraer matrimonio con éste en Bahamas, en una fecha aún por determinar, convirtiéndose así en Sabrae Gugulethu Whitelaw. De raíces africanas aún por determinar, este guapísimo demonio con carita de ángel es, sin lugar a dudas, la criatura más poderosa y hermosa del universo. No hay que dejarse engañar por su escaso metro diez de estatura, pues esta joven dama es tremendamente grande, importante e influyente a sus quince años de edad. Primera de su clase, segunda hija de Zayn y Sherezade Malik, dibujante, cantante, buena amiga y mejor novia, la señorita Malik hace del sexo algo sagrado, incluso para un ateo como su novio. Actualmente se encuentra en activo, amasando una cantidad ingente de seguidores en sus diversos perfiles de redes sociales, y culturizando en feminismo a todo aquel que quiera escucharla.
               Me eché a llorar, conmovida.
               -Bueno, ¿lloras de alegría o…?
               -¡Yo no mido un metro diez!-me quejé, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano. Alec se echó a reír, me dio un beso en la sien y me acarició las manos.
               -Lo he hecho lo mejor que he podido. ¿Te parece…? ¿Te ha gustado? En un principio, había pensado en organizar una escapada a París; supongo que habríamos pasado la noche…-empezó, pero yo no le escuchaba, mirando la foto que Alec había escogido de mí, un poco ladeada, con los rizos sueltos y una blusa de tirantes blanca, con mis clavículas en primer plano y mis labios más llenos que nunca-. Quizá habríamos podido ir a comer chilli cheese bites a un Burger en parís, porque seguramente no tendría dinero para más, pero un Burger en París es más romántico que los de aquí, así que supongo que sería igual de glamuroso, porque, bueno, está en París, que a fin de cuentas es la ciudad de la luz, por mucho que la gente la confunda con la del amor; ésa es Roma, por cierto, pero bueno, supongo que la publicidad que los franceses…
               Le di un beso en los labios que me supo a mar, a un mar tranquilo, tan amplio como el mismo mundo, e igual de feliz. Era la persona más feliz y afortunada del mundo, sólo por tenerle a él. ¿Qué más me daba París? ¿O Londres? ¿O ningún otro lugar? Lo único que me interesaba de ese planeta estaba allí, junto a mí; Alec era lo único que hacía que la Tierra fuera un planeta hermoso, único e irrepetible, y por el que merecía la pena morir luchando, pues ése era el único lugar en que él existía.
               -Es el mejor regalo que nadie me ha hecho nunca. Muchísimas gracias. Te adoro.
               -¿De veras te…? Porque, bueno… también te he cogido esto-explicó, sacando del segundo cajón de mi mesilla de noche una sencilla cajita de cartón-. Lo siento, no he podido envolverlo-abrió la caja y me entregó una foto de nosotros dos, una de las que nos habíamos hecho en los iglús, con las luces moradas, verdes y doradas dibujando hermosos patrones en nuestras pieles mientras mirábamos a cama, felices de estar juntos y de haber arreglado las cosas-. Al principio pensé en regalarte una foto con marco de corazón, pero creo que un marco de fantasma es más indicado, porque, bueno-se puso colorado-. Mi corazón no es lo bastante grande para lo que yo te quiero, y eso que soy enorme y lo tengo muy bien trabajado, así que creo que podríamos decir que tengo un corazón por encima de la media, pero aunque sea enorme, yo te quiero con toda mi alma, así que decidí cogerte eso. Es una estupidez, el marco es de la sección de Halloween de Harrod’s, ¿sabías que siempre tienen disponible decoración de Halloween en su página web? ¡Y de Navidad! Hay bolas de Navidad, y gorros de astas de reno, y… es una gilipollez, ¿verdad? Debería haberte cogido un marco de corazón. Menuda pollada se me ha ocurrido, no sé cómo puedo tener la mente tan enferma. Es como lo de la base de maquillaje, ¿sabes?-me confesó-. Le pedí a Shasha que te robara uno y me lo trajera para hablar con el chat de Sephora. Sabía que tenías ganas de esa base, pero tú no soltabas las tuyas, así que intenté decirle a la chica el tono que usabas, más o menos, pero cuando me dijo que no había uno exactamente equivalente en la marca de Rihanna y la tuya, porque no te he visto usar la base de Fenty Beauty, ¿no la usas, no? Bueno, da igual, el caso es que empecé a decirle los ingredientes y… bueno, espero que te sirva todo, porque si lo abres no lo puedes devolver, pero no pasa nada, ¿eh? Yo te compro el que más te guste y el que más se te ajuste, es que esto de estar ingresado es una mierda, es un poco complicado organizar los regalos, sobre todo de maquillaje, sin poder verlos en persona; aunque, claro, no es que yo sea un experto ni mucho menos, pero, bueno... nos ha venido un poco mal que haya tenido el accidente justo ahora; si hubiera sido unas semanas más tarde, habría estado genial… ¿de qué te ríes?
               No noté que estaba sonriendo hasta que él no me preguntó por qué lo hacía, claro que también estaba demasiado ocupada maravillándome de lo mono que era como para pensar en otra cosa que no fuera eso, ni evitar sonreír.
               Me estaba poniendo los ojitos de un cachorrito abandonado. No sabía qué había hecho para merecérmelo, pero estaba segura de que nuestra relación era un error del universo. Tenía demasiada suerte teniéndolo.
               -Cuando te pones nervioso y no dejas de hablar eres adorable, ¿lo sabías?
               -Es que no puedo parar.
               -Ya lo sé-le di un beso en los labios-. Porque, misteriosamente, eres incapaz de procesar que eres el mejor novio del mundo.
               -Bueno, hago lo que puedo-contestó, mirándose las manos-. ¿De verdad lo piensas?
               -Claro que sí.
               -Bueno, tampoco es que hayas tenido muchos novios. Sólo estamos Hugo y yo, y, la verdad, Saab, no es que tenga mucha competencia con Hugo. Él no te hacía disfrutar en la cama como lo hago yo.
               -Eh, eh, ¡eh! No subestimes mis conocimientos masculinos, ¿quieres? Leo muchos libros. ¡Te estoy comparando con genios del romanticismo, como Peter Kavinsky o Peeta Mellark!
               -¿Qué tiene Peeta de genio del romanticismo?
               -¡Quemó los panes a propósito para poder dárselos a Katniss y que ella y su familia no se murieran de hambre!
               Alec se rió.
               -Apasionante-susurró, entrelazando sus dedos con los míos y negando con la cabeza.               -Pero quiero que sepas que te has pasado tres pueblos, ¿sabes?-dije, acariciándole el mentón-. No tenías por qué gastarte tantísimo dinero en mis regalos. Con un peluche me habría bastado. Esto es demasiado, Al, demasiado…-negué con la cabeza, mirando los regalos. Podría haberse gastado más de 150 libras, tranquilamente-. Me siento incluso mal.
               -Pues no tienes por qué. No estoy desempleado, sólo estoy de baja-me guiñó un ojo-. Estoy cobrando por estar en la cama, así que no me puedo quejar. Además, ¿para qué está el dinero, sino para gastárnoslo?
               -Con todo lo que te has esforzado… has tenido el accidente por trabajar demasiado.
               -Exacto, así que imagínate si no pongo a echar humo la tarjeta de crédito. ¿De qué me sirve que me hayan quitado un trozo de pulmón si no puedo consentir a mi chica?-me rodeó con los brazos y me besó la cabeza-. Además… todavía queda una sorpresa.
               -¿Más?
               -Sí, pero no está aquí. Tengo que llevarte. Por eso, necesito que cojas una bandana. Ya he hablado con Scott, está todo organizado.
               -¿Una bandana? ¿Para qué?
               -Tú cógela, ya te lo explicaré.
               Resultó que lo que pretendía era vendarme los ojos y llevarme sobre un carrito que habían improvisado al efecto en dirección a esa sorpresa, porque dijo que estaba bastante lejos y no quería tenerme andando durante mucho tiempo con los ojos vendados; decía que era demasiada responsabilidad impedir que me escurriera por una alcantarilla y terminara haciéndole una visita al payaso Pennywise. Nos despedimos de Scott (al que le di las gracias por haber venido con ojos húmedos, y él me respondió que había sido un placer cumplir con su deber, peque) y mis amigas a mitad de camino, y a partir de entonces, fuimos parando a intervalos regulares.
               -¿Ya hemos llegado?-preguntaba yo siempre, y Alec negaba con la cabeza.
               -No, es que necesito descansar.
               -Ah. Vale. Oye, si quieres puedo bajarme y caminar a tu lado, ¿no lo prefieres? No quiero que hagas demasiado esfuerzo. No tengo ni idea de dónde estamos, así que podría quitarme la venda y…
               -¡NI SE TE OCURRA QUITARTE LA VENDA!
               -Vale, vale.
               Después de lo que me pareció una eternidad, finalmente Alec detuvo el carrito y me ayudó a bajarme de él. Me pidió disculpas por no poder alzarme en volandas, pero yo le dije que no pasaba nada. Con mi mano firmemente en la suya, me condujo por un camino de grava que yo identifiqué enseguida.
               -Alec, ¿estamos en tu casa?
               -No-contestó él, más rápido de lo que debería. Sin embargo, con el tintineo de unas llaves, me confirmó mis sospechas. Metió las llaves en la cerradura, las giró y jadeó con el clic de la puerta-. Mierda-musitó por lo bajo, un segundo antes de que algo peludo y gordito me embistiera las piernas.
               -¡¿Qué es eso?!-chillé.
               -Una rata muy grande. Del tamaño de un ganso. ¡No mires, que es muy fea!-y, más bajo, añadió en un susurro-. ¡Mary Elizabeth! Ocúpate de este puto demonio.
               -¿Alec? ¿Qué coño haces…?-empezó a protestar la voz de Annie.
               -No Alec, señorrrrrra, Dimitrrrrrrri. Buenas noches-saludó en ruso, exagerando su acento.
               -¿Es que estás mal de la cabeza?
               -Sí, señorrrra, he tenido accidente de automoción. Chichón en cabeza. Silencio, señorrrra, porrrrr favorrrrr.
               -Alec, puedes quitarme la venda, ya sé que estamos en tu casa.
               -¿Quién es Alec? Aquí ningún Alec, Sabrrrrrae. Aquí Dimitrrri.
               Annie suspiró, y se marchó preguntándose qué había hecho mal. Alec (o Dimitri) me rodeó la cintura con las manos y me dirigió hacia las escaleras.
               -Cuidado, escalón.
               -Dimitri, tengo novio. No deberías tocarme así, es bastante celoso, ¿sabes?
               -Dimitrrrrrri no miedo de novio. Escalón.
               -Deberías. Mi novio es un boxeador muy fuerte.
               -Escalón. ¿Sí?
               -Sí.
               -¿Guapo?
               -Bueno, tiene sus momentos.
               -Eso no es lo que Dimitrrrri oírrrrr.
               -De todos modos, yo me preocuparía porque es bastante tramposo. ¿Sabías que lo descalificaron por morder a su rival en una final?
               -¡Y dale! ¡Que yo no le mordí, hostia, que fue una patada! ¡Y la patada no fue una patada, fue un espasmo involuntario!-protestó él, y yo me eché a reír-. Escalón, escalón, escalón. Joder, ¡Mary Elizabeth, EL CONEJO! ¡Sabrae lo va a pisar y se va a caer!
               -¡No se caería si le quitaras esa dichosa venda!
               -Uno no puede ser romántico hoy en día-gruñó, repitiendo escalón otras cuatro veces, y tratando de guiarme hacia su habitación, pero yo me escapé.
               -Sé ir sola-dije, pero calculé mal, giré antes de tiempo y me di de bruces contra la pared. Alec intentó no reírse.
               -¿No te estarás riendo de mí?
               -Haces lo mismo que Scott cuando está borracho.
               -Jesús-esperé a que Alec volviera a cogerme por la cintura y me metiera en su habitación. Me cogió la mano, me hizo dar tres vueltas sobre mí misma y, finalmente, se quedó de pie frente a mí. Pude ver su sombra por la rendija inferior de la venda. Le escuché sonreír.
               -¿Ya?
               -Espera-se inclinó, me dio un beso en los labios, y cuando me vio sonreír, su sonrisa se amplió-. Vale, ya.
               Me quité la venda con rapidez y miré en derredor, maravillada. Alec le había puesto unas guirnaldas luminosas que llenaban la habitación con un tenue fulgor violeta.
               Comprobé que la cama estaba hecha, y me pregunté cuánto tiempo duraría así.
               -Vale, ahora he organizado un pequeño juego-expliqué-. He escondido aquí unas cositas-unió los dedos como el señor Burns en Los Simpson, y puso cara de genio malvado-, y, si las encuentras siguiendo mis pistas, son tuyas. ¿Trato?
               -Trato. ¿Primera pista?
               -La primera cosa está en tu segundo rincón favorito de mi habitación.
               Me abalancé hacia el armario, y Alec se echó a reír. En su interior, había una bolsa de regalo de Savage Fenty.
               -¡Alec!-protesté-. ¿Cuánto tenías de presupuesto para mi cumpleaños?
               -Técnicamente, el regalo es para los dos. Salvo que te estés follando a otro mientras yo estoy en el hospital; en ese caso, te lo confiscaré.
               Deshice el lazo de la caja y extraje de su interior un sujetador de encaje azul turquesa con un tanga a juego. Miré a Alec y sonreí.
               -¿Tengo que probármelo?
               -Hombre, la verdad es que no te lo he regalado para ver cómo lo guardas en el cajón, ¿sabes?
               Me eché a reír y empecé a desabotonarme la blusa, a lo que Alec reaccionó trotando hacia mí.
               -Espera, espera, ¿quieres ponértelo ahora?
               -Claro, ¿cuándo, si no?
               -No lo sé, Sabrae, ¿cuando yo no esté a tratamiento médico? ¿O cuando esté en el hospital?-sugirió-. Voy a necesitar ayuda profesional.
               -¿No quieres asegurarte de que has acertado con la talla?
               -Niña, te he chupado las tetas más que a mi madre. Sé qué talla de sujetador usas.
                -Vale, vale, no hay pase de modelos de lencería-asentí, levantando las manos y dándole un beso-. Gracias, me encanta mi regalo.
               -No, gracias a ti por las cosas que te voy a suplicar que me dejes hacerte cuando te lo pongas-ronroneó-. Que sepas que te lo he comprado sabiendo que no voy a estar el año que viene y que tengo que compensar, pero ahora me estoy dando cuenta de que quizá no sea tan buena idea.
               -¿Por si me follo a otros?
               -Por si no puedo marcharme.
               -Ahora mismo me lo pruebo-dije, bajándome la cremallera de la minifalda. Alec me cogió la mano.
               -Sabrae, no estoy acostumbrado a impedir que las tías os desnudéis, ¿quieres parar de una vez? ¡Sigo convaleciente!
               -Eres tú el que no hace más que darme excusas para despelotarme.
               -Siguiente pista-bufó-. Hay otra cosa esperándote en el sitio de mi habitación con cuyo uso no nos ponemos de acuerdo.
               Me dirigí hacia el escritorio, y Alec suspiró.
               -¿Tan fácil te lo estoy poniendo?-cerró la puerta tras de sí y se quedó apoyado en la pared.
               -Dime un sitio de tu habitación en el que no pretendas follarme, aunque sirva para otra cosa.
               -La tele. Es de plasma, y tu culazo la estropearía.
               -Aparte de la tele.
               -La claraboya. Podríamos caernos…
               -Lo pillo, Alec, eres un experto de sitios en los que no me follarías.
               -Ya había acabado la lista-sonrió. Abrí el primer cajón del escritorio, lleno de cajas de condones. Abrí el segundo, y me encontré con un paquete envuelto en papel de periódico. Lo levanté-. Grande, Sherlock.
               Era una cajita de cartón con una miniatura del Partenón y una guía de Grecia. En griego. Creí que me estaba vacilando, así que abrí la guía, pero descubrí que estaba todo en griego. En la primera página, había algo escrito a lápiz y, a juzgar por su brillo, diría que lo había escrito él.
               Τοπικός οδηγός: Αλέξανδρος Θεόδωρος Λευκό νόμο
               Me giré y lo miré.
                -¿Qué pone aquí?
               -Guía local-dijo, sin tener que mirar la inscripción-. Alejandro Teodoro Blanca ley.
               -¿Alejandro?-me reí.
               -Mi nombre en griego es Alejandro-explicó con fastidio-. Si el hijo de Angelina Jolie hubiera sido inglés, se habría llamado Alec El Puto Amo. Pero ahora el nombre ya está cogido.
               Me eché a reír.
               -¿Qué puedo hacer yo con una guía en un idioma que no entiendo?
               Se relamió los labios, juntó las manos tras su espalda y se balanceó adelante y atrás.
               -Es por si quieres. No es obligatorio-explicó, y se pasó la mano por el pelo, nervioso de nuevo-. Podríamos ir cada uno por nuestra bola, pero… me encantaría ir contigo, y enseñártelo todo, aunque, claro, igual te resulto un poco pesado porque los sitios de Mykonos a los que iríamos serían lugares en los que la gente me conoce de enano, así que nos molestarían, pero… apenas conozco la Grecia continental. Atenas, y poco más. Aunque, de nuevo, si no quieres ir conmigo, yo lo entiendo. Es guay tener un guía que hable el idioma local, pero también sé que a veces me pongo un poco pesado con que quiero follar; aunque creo que me porté bastante bien en Barcelona, y…
               -¡Para de hablar ya, Alec! ¿Cómo no voy a ir a Grecia contigo?
               Alec suspiró, se metió una mano en el bolsillo y volvió a pasarse la libre por el pelo.
               -Mira, nena, yo… sé que ya lo hemos hablado, y todo eso, pero todo ha ido a más, y yo quiero ir contigo antes de que me vaya a África porque… bueno… quiero que lo descubras todo de mí. Y Grecia es una parte tanto o más importante que Rusia. Rusia es el país de mis antepasados, pero Grecia es como mi patria, ¿sabes? Y creo que te encantaría. Mykonos es preciosa. La arena, las playas… el otro día, cuando me hiciste visualizarnos allí… llevo sin poder dejar de imaginarte paseando por las mismas calles por las que lo he hecho yo toda mi vida. Quiero hacerte el amor en la misma playa en la que yo perdí la virginidad. Quiero bañarme contigo en la misma playa en la que nadé con los tiburones. Quiero… quiero que todos los sitios en los que he estado sin ti tengan nuevos recuerdos en los que esté contigo. Quiero que mi hogar visite mi casa.
               Me acerqué a él, le cogí la mano y me puse de puntillas para besarlo mientras le acariciaba la nuca.
               -Me sorprende que pienses que necesitas pedírmelo. Lo que no sé es qué hacemos aún aquí.
               Acaricié sus labios con los míos, y él saboreó mi beso.
               -Eso nos lleva a… tu último regalo del día.
               -Menos mal. Me preocupaba tu cartera.
               -Eh, ya sé que soy pobre, pero deja de restregármelo-se burló, y luego, carraspeó-. Bueno, igual que Grecia es importante para mí, también lo es Rusia, así que… hay algo esperándote en nuestro rincón favorito de mi habitación.
               Miré la cama, y luego, de nuevo a él.
               -Buena chica-ronroneó.
               -No me digas eso-le dije-, o no llegas a Grecia entero.
               -¿Me lo pones por escrito?
               Me acerqué a la cama, la examiné, y, tras deducir dónde se escondía mi último regalo, levanté la almohada. Allí, envuelto en papel con topos transparente, había un grueso libro.
               Mi cerebro tardó una milésima de segundo en descifrar las dos palabras. انا کیرنینا.
               Anna Karenina.
 
               -Me he dado cuenta de que no es justo que yo te enseñe ruso si tú no vas a enseñarme urdu. Y creo que leer los dos el mismo libro en distintos idiomas puede ser una buena forma de empezar.
               Sonreí, acariciando las tapas.
               -¿Qué crees que me has comprado?
               -¿Cómo que…? ¿No es Anna Karenina?-inquirió, cogiendo el libro y mirándolo, como si pudiera entender los caracteres.
               -Al, me has comprado Guerra y paz.
               -¡No me jodas! ¿En serio? Mierda, mira que lo pasé cuatro veces por el traductor para… eres una zorra-protestó cuando me eché a reír-. ¿A ti te parece normal? Cabrona. Yo que lo hago con la mejor intención, y tú te ríes de…
               Me pegué a él tanto que no pudo seguir enfadado conmigo.
               -¿Te he contado alguna vez que mi madre le regaló El gran Gatsby en urdu a mi padre en la primera Navidad que pasaron juntos?-le pasé una mano por el pelo, y a Alec se le secó la boca.
               -No. Qué casualidad, ¿eh?
               -Tiene gracia.
               -¿Por?
               -Fue antes de casarse y tener hijos-expliqué, cerrando el libro y dejándolo en su mesita de noche-. Igual que nosotros-le pasé las manos por los hombros y entrelacé los dedos tras su nuca.
               -Quizá nos estemos precipitando.
               -Yo creo que no.
               Le pasé el dedo pulgar por el labio inferior y algo dentro de mí se estremeció. Tenía hambre. Mucha hambre. Hambre de él.
               Y ahora, estábamos en una habitación sin ventanas indiscretas por primera vez en semanas. Nuestras respiraciones se condensaban en la habitación, caldeando el ambiente.
               -¿Crees que vamos a casarnos y tener hijos en serio?
               -¿No lo hemos hablado ya muchas veces?
               -Hablemos de que queremos, no de que lo haremos.
               Coloqué mis ojos en los suyos, mis pupilas en las suyas, mi alma sobre la suya, y lo vi. Vi el futuro que se extendía ante nosotros. Puede que hubiera pegado un patinazo con lo de mi nombre en aquel libro; yo jamás renunciaría a mi apellido, pero… Sabrae Gugulethu Malik-Whitelaw no sonaba nada, pero que nada mal.
               Me veía a mí con ese nombre, veía a Alec acariciándome el vientre abultado, en el que vendrían nuestros hijos. Nos veía en un porche, mirando correr a los niños por el jardín. No era un sueño, era una premonición. Tendría hijos con Alec, estaba segura de eso. No podía ser con nadie más.
               -Sí.
               Alec sonrió, se acercó despacio a mi cara y susurró contra mis labios:
               -Yo también lo creo.
               -Tampoco es que no nos guste el proceso, ¿verdad?-me reí, apartándome un mechón de pelo de la cara. Bésame. Bésame. Bésame y hazme tuya. Hazme tuya, hazme tuya.
               Poséeme.
               Disfrútame como no dejaré que lo haga ningún otro hombre.
               -No hay nada mejor que el proceso.
               -Quizá deberíamos ir pensando ya… ¿dónde hacemos la luna de miel? ¿Alguna idea?
               -Yo la haría en un sitio lleno de sordos-contestó-, para que pudieras gritar tranquila.
               Se me secó la boca. Un fuego abrasador estalló en mi interior. Mi sexo se abrió como una flor. Demasiado tiempo sin hacerlo, sin probarlo, sin sentirlo dentro de mí. Hacía tanto tiempo que no le sentía en mi interior, que me notaba apagada. Y ahora, Alec iba a llenarme de vida otra vez.
               -Nunca he sido tímida. De hecho, me gusta que me envidien.
               -A mí también. Y lo harán.
               Y entonces, me besó. Por fin. Dios mío. Gracias. Me tomó de la cintura y tiró de mí para pegarme a él mientras yo le acariciaba los hombros, el cuello, la piel.
               No me di cuenta de que me había tumbado debajo de él hasta que noté el peso de su torso sobre mí, la omnipresencia del colchón en mi espalda y alrededores. Me desabotonó la blusa despacio, con manos expertas, que no habían perdido ni un ápice de maña. Hice lo mismo. Mis manos se deslizaron por el interior de su camisa, recorriendo vendas y músculos por igual.
               Alec hizo acopio de todas sus fuerzas para moverme en la cama, poder dejarme en el centro y así apoyar sus rodillas en el colchón. Estaba sudado. Quería lamerle el sudor de la piel.
               El pobre estaba al límite de sus fuerzas. Pero le daba igual. Y a mí, egoístamente, también.
               Empezó a besarme por el cuello, descendió hasta mis pechos, me los mordisqueó por encima el sujetador mientras yo jadeaba, gruñía, y le abrazaba la cabeza. Mi sexo protestaba por la falta de atención, pero estaba tranquila: pronto le daría las atenciones que se merecía.
               Alec decía que lo mejor de los cumpleaños era el sexo de cumpleaños, y era verdad. No había disfrutado tanto con él como en su cumpleaños. Había sido algo mágico, exquisito. Y ahora, iba a repetirse. Di gracias a Dios de que tuviera dos cumpleaños y no sólo uno, para así tener una ocasión extra con la que disfrutar con él.
               -¿Quieres hacerlo?-me preguntó cuando subió hasta mi rostro, mordisqueándome la oreja. Yo estaba frotando mi entrepierna contra la suya, disfrutando de su dureza, de su tamaño.
               -Sí. Sí, por favor, sí-gemí, frotándome contra él, que suspiró, gruñó y jadeó en el mismo sonido-. ¿Y tú?
               -Sí. Claro. Joder. Dios…-gruñó, disfrutando del contacto de mi sexo en el suyo. El roce causaba estragos en ambos.
               -Pero… ¿te ves capaz?-pregunté al sentir la película de sudor que ya le cubría en la yema de los dedos, y él se mordió el labio.
               -Ahí está la cosa, nena. No sé si aguantaré, así que… puedo comerte el coño, si quieres. Eso me encantaría.
               -¿Y nada más?
               -No sé si puedo llegar hasta el final, Sabrae-me confesó con expresión dolida, y yo me quedé parada un rato.
               -No pasa nada. No haremos nada, entonces.
               -¿Qué? Pero, ¿por qué…?
               -Quiero hacerlo cuando los dos podamos llegar hasta el final. ¿Tú te sientes como para llegar hasta el final?
               -Todavía me duele, así que no lo sé.
               -Pues lo posponemos, no pasa nada.
               -Sí, claro, seguro que podemos posponer sexo de cumpleaños-puso los ojos en blanco y yo me reí.
               -Ya habrá más cumpleaños.
               -Tenemos dos opciones. O te lo como, cosa que sabes que me encanta, o lo hacemos, pero tú tendrás que ponerte encima,  ya ver si yo lo aguanto.
               -¡Ni de broma vamos a probar a ver si aguantas el dolor, Alec!
               -Me refiero a tiempo sin correrme. Ya sabes que no duro una mierda cuando te me pones encima.
               -Ah. Da lo mismo, yo lo que quiero es follar. Como si no aguantas ni diez segundos.
               -Gracias por el voto de confianza, nena-puso los ojos en blanco.
               -Pero Al, no me siento cómoda si… mejor será que lo dejemos, ¿vale? No quiero correrme y que tú no lo hagas. Me gusta esta postura-atajé antes de que él pudiera insistir en que me podía poner encima-. Es romántica. Quiero un polvo romántico.
               -Pues yo esto dudo que lo aguante, nena.
               -¿Y si nos tocamos? Juntos, pero no revueltos. Eso lo aguantarías, ¿verdad?
               -Estás tú que voy a ser capaz de cascármela sin intentar metértela-espetó, poniendo los ojos en blanco, y yo me eché a reír.
               -Eres todo un romántico, ¿eh?
               -Sí, lo sé.
               Seguimos besándonos, sus manos por todo mi cuerpo, las mías por todo el suyo. Me deshice entre sus manos, sintiendo el calor de sus palmas en mi piel con la intensidad de mil soles.
               Era imposible que no lo termináramos haciendo. Los dos estábamos demasiado lanzados. Abrirnos las camisas había sido un error; cuando me quise dar cuenta, estaba agarrando a Alec del culo y lo empujaba contra mí. Aun vestido, conseguía darme más placer que nadie. Aquel roce infernal iba a volverme loca. Y él, por su parte, tampoco estaba muy relajado. Hundía los dedos en mi piel, me lamía los labios, me masajeaba los pechos por encima del sujetador, y cuando nos separábamos para que él pudiera descansar, me acariciaba el clítoris por encima de las bragas.
               -Alec, nos estamos lanzando.
               -Sí, es verdad, igual deberíamos parar-asintió, con mis manos en su entrepierna, las suyas en la mía, su boca en la mía.
               -¿A la de tres?
               -Venga.
               -Una.
               -Dos.
               -Tres.
               Le bajé la cremallera y él metió los dedos por el interior de mis bragas.
               -¿A la de cinco?
               -Tranquila, que yo controlo.
               -Menos mal. Te quiero. Te la chuparía. ¿Y si te la chupo?
               -Quiero correrme dentro de ti.
               -Guau, vale.
               Le desabroché el cinturón y le abrí los pantalones. Alec me masajeó el clítoris, y yo empecé a seguir el movimiento de sus dedos con las caderas.
               -¿Alec?
               -Tranquila, nena, yo controlo, tú disfruta.
               Empezó a besarme los pechos mientras yo le besaba la palma de la mano. Intentó bajarme el sujetador. Uno de sus dedos se coló en mi interior, y yo le mordisqueé la yema del pulgar y me lo metí en la boca, haciendo el mismo movimiento con la lengua que él estaba haciendo con su mano dentro de mí.
               -¿Sabrae? Es mentira. No controlo. No puedo parar. ¿Puedes tú?
               -Yo no puedo desde hace media hora-respondí, tirando de él y reclamando su boca. Enrosqué la mano en torno a su polla y empecé a acariciársela, haciendo la presión justa para que él se volviera loco.
               -Joder… ¿qué coño hacemos?
               -¿Follamos a pelo?
               -Estás chiflada. ¿Cojo condones?
               -Definitivamente, te la chupo.
               -¿Dónde los tienes?
               -No sé, ¿dónde los tienes?-respondí, riéndome, y luego, gemí. En mis bragas había una presencia invasiva que adoraba. Latigazos de placer me recorrían entera, doblándome en dos, recordándome que cada rincón de mi cuerpo tenía un propósito, incluso aquellos que había tardado más en descubrir.
               Alec abrió los ojos, todavía sin separar todo su cuerpo de mí, y miró en derredor como buenamente pudo. Miró las paredes, los muebles, y sólo cuando se convenció de que no estaba en mi habitación, comprendió que le correspondía a él tener localizadas las cosas.
               Pobrecito mío. Le entendía. Con lo dura que la tenía, no debía de llegarle suficiente sangre al cerebro como para poder pensar.
               -Ay, mierda, es verdad-gruñó-. Pero están muy lejos.
               Ambos sabíamos que, si nos separábamos, ya no lo haríamos. Y estábamos tan enfrascados en disfrutar, en la mano del otro masturbándonos, que no concebíamos el parar. Simplemente, no podíamos, y Alec menos aún: yo podía masturbarme cuando quisiera, y si había hecho un voto de castidad era, precisamente, para hacérselo todo más fácil a él y no sacarle todavía más ventaja. Alec estaba en una situación completamente distinta: no tenía intimidad, ni tampoco medios para masturbarse. Si podía hacérmelo a mí, era porque requerían movimientos distintos.
               Lo necesitábamos. Necesitábamos hacerlo. Por eso, Alec fue tirando poco a poco de mí  para llevarme todo lo cerca que pudo a la mesilla de noche, sin contar con que había un obstáculo insalvable: los condones en sí. Teníamos que quitarnos las manos de encima si queríamos conseguirlos, no sólo para alcanzar la caja, sino para rasgar el paquete y poder ponérselo a Alec.
               ¿De verdad no podíamos arriesgarnos a hacerlo sin protección? No tomaría la píldora del día después; ya me había pasado las dosis. Estábamos en un buen momento del mes, no obstante, así que seguro que no pasaba nada. ¿Verdad?
               Alec se incorporó y se me quedó mirando un segundo, sólo un segundo, y yo lo miré desde abajo. Entonces, los dos nos giramos para examinar la mesilla de noche…
               … y la cordura volvió a nosotros.
               -Pon una alarma de cinco minutos-le insté, y él asintió con la cabeza.
               La puso. Y sonó. Y la pospuso. Y volvió a sonar. Y la pospuse yo.
               Así, hasta media hora, cuando por fin ya se nos hizo imposible seguir con aquello sin llegar a más. Alec me había quitado las bragas, que tenía por los tobillos, y yo le había bajado los pantalones para dejar su miembro al aire. Se llevó los dedos a los labios, y chupando el néctar de mi placer, me miró a los ojos con una mirada oscura, completamente ida.
               -Joder, cómo echaba de menos tu delicioso sabor, bombón…
               Empecé a hiperventilar. Su polla estaba a poco menos de cinco centímetros de mi vagina. Sólo sería girarme un poco…
               Me incorporé y me subí el sujetador antes de que fuera demasiado tarde. Mamá me había enseñado a ser mejor que eso, mamá me había enseñado a ser prudente, no podía comportarme como una perra en celo si no tenía ningún método anticonceptivo al alcance. El aborto era una opción, sí, pero debía ser la última.
               Por suerte para mí, ni siquiera tuve que explicarle mi comportamiento a Alec. Roto el hechizo de mi cercanía, se incorporó a su vez y me dio la espalda.
               -¿Me pasas un pañuelo?-me pidió, y yo me subí las bragas, me levanté y fui a por la caja de pañuelos que tenía en el escritorio, para sus “sesiones de estudio de mis selfies subidas de tono”. Sin mirarlo, se lo tendí, y él, sin mirarme, lo aceptó.
               Nos limpiamos en silencio y a conciencia, y sólo cuando él se hubo subido los pantalones y yo me hube recolocado bien el sujetador, ya con las bragas en su sitio, nos atrevimos a girarnos para mirarnos. En la expresión de culpabilidad del otro escuchamos el chiste más gracioso del mundo, y sin poder remediarlo, nos echamos a reír.
               -Bueno, no ha estado del todo mal el sexo de cumpleaños-comenté-. Aunque el tuyo fue mejor.
               -Sí, el mío fue bastante más glamuroso-se echó a reír, pasándose una mano por el pelo y mirándome de reojo-. Estás muy guapa.
               -Tú también.
               -Lo digo en serio.
               -Y yo. Me encanta verte así, de verdad. Echaba de menos verte con camisa, con vaqueros, con Converse… deberías ponértelas más a menudo en el hospital. Quizá deberíamos hacer una semana de la moda, o algo así. Nos vendría bien.
               -¿Para qué? ¿Para que me saltes encima a la mínima ocasión?-preguntó, y los dos nos reímos a carcajadas. Decidí dejar sus regalos en su habitación, volver a por ellos otro día, y preparé una pequeña bolsa de viaje con una muda limpia. Sus ojos chispearon cuando me vio meter un par extra de calzoncillos, comprendiendo que eran para mí.
               -No pretenderás que duerma con estas bragas empapadas, ¿verdad?
               -¿Me las dejarás para mi colección?-preguntó, y yo le di un empujón, recriminándole que fuera así de guarro.
               Pero me encantó el tiempo que pasamos juntos antes de ir al hospital. Volvía a ser él mismo, el que había sido siempre antes del accidente, el Alec un poco chulito y tremendamente sinvergüenza que tenía una contestación para todo. El aire le sentaba bien, era igual que una gaviota, alimentándose de huracanes para viajar. Ni siquiera le molestó que su madre intentara tener bronca con él. Simplemente la dejó con la palabra en la boca, diciendo, como había hecho siempre, que ya hablarían cuando estuviera más calmada. Normalmente odiaba que pasara así de su madre, pero hoy, me apetecía que fuera él al cien por cien.
               Cenamos en el Imperium, en el que yo le invité aludiendo a que ya bastante dinero se había gastado en mí.
               -Y eso que no has visto todavía lo de tu cumple-adopción-comentó, arqueando las cejas y tapándose la cara como el meme de Marge Simpson pasando vergüenza en la panadería.
               -Ni se te ocurra comprarme nada, ¿me has oído? Me has hecho bastantes regalos como para un siglo.
               -No te voy a comprar nada. Ya está todo listo-sonrió, chulo, y yo exhalé un gemido.
               -¡Alec!
               -¿Pedimos patatas para compartir?-me preguntó, saliéndose por la tangente-. ¿Qué tal un Cleopatra?
               -No existe tal plato.
               -¿Por qué? Qué ofensa. La señora más importante de antes de Cristo, y no le dedican un plato. Menuda mierda de sitio.
               -Eres consciente de que aquí los platos tienen nombre italiano y Cleopatra era egipcia, ¿verdad?
               -Cualquier excusa es buena para no rendirle a las reinas el culto que se merecen-protestó, pero me rodeó los hombros con el brazo en gesto cariñoso y me besó la cabeza. Nos lo pasamos genial en la cena, en la que, para ser justos, yo comí casi el doble que él. Me preocupaba lo mucho que se había visto mermado su apetito, aunque también es cierto que apenas tenía actividad física, así que no tenía por qué sentir hambre.
               La tarde fue genial, absolutamente genial. Tenía las expectativas muy altas para la noche, pero nunca pensé que Alec consiguiera sorprenderme como lo hizo.
               Atravesamos las puertas automáticas del hospital todavía unidos, de la misma manera que habíamos recorrido la ciudad, él apoyado disimuladamente en mí con el brazo sobre mis hombros, y yo rodeándole la cintura con los brazos, mimosa y protectora a partes iguales. Nos dirigimos directamente a la recepción en penumbra, y Alec se detuvo tras la línea de cinta adhesiva indicando que había que esperar turno, a pesar de que no había nadie delante con quien impacientarse.
               Me miró desde arriba, tomándome de la mandíbula.
               -¿Te lo has pasado bien?
               -Ha sido increíble. Gracias-ronroneé, poniéndome de puntillas y dándome un beso en los labios.
               -De nada. Que no se te olvide lo mucho que has disfrutado, ¿vale?
               -¿Por qué habría de olvidárseme?
               -Ya lo verás. Tú sólo… estate tranquila-carraspeó y dio un paso al frente cuando una de las administrativas apareció tras la mampara, atraída por nuestras voces. Habíamos pasado el horario de visitas, y pronto tendría que irse a casa.
               -El horario de visitas es de nueve a…
               -Lo sé, lo sé, vengo a ingresar. Alec Whitelaw-explicó Alec, y creí que la secretaria tendría que comprobar sus papeles para ver adónde quería volver Alec.
               Sin embargo, se puso pálida.
               -¿Alec Whitelaw? ¿Tú eres Alec Whitelaw? ¡Estábamos a punto de llamar a la policía?
               ¿A la policía? Qué raro. Menudo descontrol tenían en el hospital si no tenían ningún sitio en el que pudieran comprobar si un paciente se había ausentado un día.
               -Pues no sé por qué. Dejé aviso de dónde iba a estar.
               -Dijiste que vendrías a cenar.
               -Sí, bueno, es que me liaron. Lamento mucho haberme perdido el filete de salmón, ¿sabes si ha quedado algo?
               -Eh…
               -Es igual, ya me las apaño mañana. Bueno, me voy a mi planta, ¡gracias por todo!-agitó la mano en el aire sobre su cabeza y, cogiéndome la mía, se dirigió a los ascensores.
               -¿Ha dicho algo sobre la poli?
               -Sí, qué raro, ¿no? Ni que fuera un terrorista-dijo, clavando los ojos en el panel luminoso que indicaba el piso.
               -Hay algo que no me estás contando-adiviné.
               -Sí: cuáles son tus regalos del cumple-adopción-sonrió, y yo estaba dispuesta a dejarlo estar. Me lo había pasado demasiado bien, y no quería que todo se fuera al traste.
               Sin embargo, Alec no me dejó otra opción que dejar de hacerme la tonta. Porque, en cuanto se abrieron las puertas del ascensor y echamos a andar en dirección a su habitación, que permanecía encendida a pesar de que no había nadie en ella, una enfermera lanzó un alarido y salió corriendo a nuestro encuentro.
               -¡Alec! ¿Dónde coño estabas? ¡Llevamos buscándote toda la tarde!
               -¡Pues os dije adónde iba!
               -¡No puedes simplemente coger y largarte!-espetó la enfermera-. ¿Con quién demonios has hablado? ¿Tú sabes lo improcedente que es esto?
               ¿Coger y largarte? ¿De qué coño estaban hablando?
               -¡Le dije que me iba a una enfermera de pelo rosa!
               -Aquí no hay nadie de pelo rosa.
               -¡Hostia puta!-Alec se echó las manos a la cabeza, exagerando su sorpresa. Qué mal se le daba mentir; si no fuera por su carisma, le habría ido fatal en la vida. Pero su carisma no iba a salvarlo esta vez-. ¡¿Y qué trastornada podría meterse en un hospital para dejar salir a los pacientes?! ¡Alguien podría haberse escapado!
               -¿Esto te divierte? ¡La supervisora tiene un lío de mil pares de narices por tu culpa!
               -Ay, de verdad, ¿y qué si me he tomado un día libre? Dejo que experimentéis conmigo sin quejarme. ¿Es que no puedo salir ni para el cumpleaños de mi novia? ¿Estoy encerrado? ¿A quién coño he matado? ¡A ver la sentencia!
               Alec continuó andando, ajeno a que mi mente estaba tratando de unir unas piezas que parecían no imposibles de encajar. Hasta que les di la vuelta y…
               Lo llamé, y él se quedó clavado en el sitio. Se giró muy despacio, como si yo midiera quince metros, estuviera envuelta en llamas y tuviera poderes psíquicos.
               Y bramé, con toda la fuerza de mis pulmones Malik, asegurándome de que hasta la mismísima Reina se despertara en su habitación en Buckingham Palace:
                -Alec Theodore Whitelaw, ¿te has escapado del hospital?



 
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
      

3 comentarios:

  1. ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO, un día a mi me da algo con estos dos. Me he reído, he llorado y me he muerto de amor.
    Comentemos por partes que han pasado muchas cosas:
    - “El destino y el azar están tan ligados que son inseparables, se parecen tanto que no se distinguen, y Taylor Swift había sido muy sabia cuando escribió en Paper Rings.” Pues es que chillo con esta frase porque Taylor Swift es la diosa a la que yo le rezo.
    - “Estábamos demasiado lejos el uno del otro como para poder tocarnos, pero con vernos nos bastaba para sentir nuestra piel arder bajo los dedos invisibles del otro.” Esta frase me ha encantado también.
    - Con los regalos de Shasha y Duna he muerto de amor es que son adorables.
    - Los piques de Scommy y Alec son lo mejor del mundo me parto de risa te lo juro.
    - Bueno y Alec poniéndose nervioso con los regalos es monísimo.
    - QUE ESTÁN VIENDO LAS CHICAS GILMORE JUNTOS, es que no pueden ser más goals de verdad
    - Mira cuando están viendo la peli y se han puesto alarmas para ver el tiempo que pasa Sabrae con cada uno casi me da algo, yo no puedo con esta gente que circo JAJAJAJAJAJAJA
    - Scott cantándole sHe a Sabrae :’))
    - "Yo era agua, yo era aire, yo era todo lo que él necesitaba para poder sobrevivir; llevaba muriéndose de sed, aguantando la respiración y malviviendo demasiado tiempo como para dejar que la cordura le impusiera algún límite ahora que por fin la vida regresaba a él." BASTA BASTA Y BASTA de verdad que no puedo con los mucho que se quieren.
    - Con el regalo del libro ha comenzado mi llorera osea como le va a hacer regalos tan perfectos??? Es que la quiere muchísimo de verdad yo no puedo más con estos dos NO PUEDO, VAN A ACABAR CONMIGO
    - Alec escondiendo regalos por su cuarto PASO PASO Y PASO es el mejor en serio
    - CUANDO HE LEÍDO ALEJANDRO TEODORO BLANCA LEY ME HE DESCOJONADO VIVA DE VERDAD QUE BUENA ES LA TRADUCCIÓN
    - “Mykonos es preciosa. La arena, las playas… el otro día, cuando me hiciste visualizarnos allí… llevo sin poder dejar de imaginarte paseando por las mismas calles por las que lo he hecho yo toda mi vida. Quiero hacerte el amor en la misma playa en la que yo perdí la virginidad. Quiero bañarme contigo en la misma playa que nadé con tiburones. Quiero… quiero que todos los sitios en los que he estado sin ti tengan nuevos recuerdos en los que esté contigo. Quiero que mi hogar visite mi casa.” TE HAS PASADO 80 PUEBLOS QUE LLORERA DE VERDAD QUE VAYAN AHORA MISMO A MYKONOS Y QUE SE CASEN Y QUE TENGAN HIJOS Y QUE ESTEN JUNTOS SIEMPRE PORQUE YO NO PUEDO MÁS
    - Madre mía que pensaba que iban a follar, que tensión, estaba segura te lo juro
    - Mira es que sabía que se había escapado del hospital, no puedo con este chaval es que me meo de la risa en serio.
    Que capítulo más genial de verdad, me ha flipado muchísimo. Creo que un día vas a acabar conmigo ósea lo conectada que me siento con esta historia y estos personajes es muy fuerte en serio. Estoy deseando seguir conociendo esta historia, su historia <3


    ResponderEliminar
  2. Ay nena, me ha gustado mucho esta continuación. Me he encantado la coña entre Scott y Alec por arrimarse a Sabrae y el momento regalos por supuesto, lo que más el momento libro y la mini conversación con los hijos. Se me ha helado el alma imaginándomelos uno frente al otro hablando con una certeza increíble de que tendrán hijos sabiendo en las circunstancias en las que lo harán, estoy mal.
    Por último el momento, “yo controlo” ha sido genial, por un momento he pensado que ibas a ponerlos a follar de verdad y ya estaba descorchando el champán y flipando al mismo tiempo. La verdad es que me alegra que no lo hayas hecho, creo que se merecen esperar a que Alec este totalmente bien y aunque se corra en medio minuto puedan hacerlo con toda la calma.

    ResponderEliminar
  3. buah tia menudo pedazo de capítulo estoy flipando me encanta tengo una sonrisa en la cara solo de leer a estos dos es que es flipante y alucinante lo tuyo y lo suyo Dios mío, encima la escena del no sexo de cumpleaños me ha parecido increíble, super sexy, se PALPABA en las palabras las ganas que se tienen, es que madre mia de verdad que no tengo palabras para describir lo que me ha gustado el capítulo entero, no tiene ni un fallito

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤