domingo, 7 de febrero de 2021

Vidriera.


¡Hola! Antes de empezar el capítulo, quería informarte de que hay un error bastante gordo en él, pero corregirlo supondría fastidiar una de las mayores sorpresas que Scott y Alec le dieron a Sabrae. Efectivamente, hablo del tiempo, ya que hay un baile de fechas importante: Scott nació el 23 de abril, y Sabrae, el 26, de modo que si el cumpleaños de Scott cayó en miércoles, el de Sabrae debería caer en sábado. Pero, como cuando escribí Chasing the Stars no tenía muy claro qué día eran las galas en The Talented Generation, tiré pa’lante y partí de la base de que Saab tendría clase el día de su cumpleaños. Así que… simplemente finjamos que el 24, o el 25, no existe, y que al miércoles 23 le puede seguir un viernes 26.
No te doy más la brasa, me parecía importante que lo supieras para no causarte dolor de cabeza. ¡Disculpa las molestias, y que disfrutes del cap!

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Había ocasiones en las que no me cambiaría por nadie en todo el mundo, en las que adoraba mi vida y me consideraba la persona más afortunada de la Tierra, tanto por lo que sucedía a mi alrededor (las personas que me rodeaban) como por lo que sucedía en mi interior (los preciosos sentimientos que me embargaban cuando estaba con esas personas, o cuando me daba cuenta de mi propio potencial).
               Aquélla no era una de ellas. Las mañanas de mi cumpleaños solían ser lo más caótico del mundo, con un festival de ruidos hechos exclusivamente para molestarme, como si mis hermanos quisieran compensar de alguna manera las atenciones que me iban a prestar y el hecho de que yo fuera indiscutiblemente la reina por un día (yo era la reina siempre, pero les gustaba cuestionar mi importancia sólo para hacerme rabiar) y hubiera que hacer todo lo que se me antojara sin rechistar.
               A veces envidiaba a Alec por sus despertares apacibles, por ser capaz de amanecer con el amanecer real, por tener fuerzas para estirarse y salir de la cama aunque sea cinco minutos para contemplar el espectáculo de la salida del sol. Esta vez, sin embargo, también le envidiaba por su despertar tan tranquilo durante su cumpleaños, con su madre sentándose a su lado en la cama y acariciándole el pelo para asegurarse de que no fuera nada traumático…
               … precisamente todo lo contrario a lo que me sucedía a mí. Desde que Duna había pasado a ser consciente de sí misma y de los cambios en el calendario a medida que se iban sucediendo las noches, los cumpleaños de todos habían dado un giro radical: pasábamos de despertares amorosos a auténticas orgías de gritos.
               Así que estrenaba los quince años como había estrenado los catorce, o los trece, o los doce, o los once: con Duna abriendo la puerta de mi habitación con más fuerza de la que debería tener una chiquilla de ocho años (tanto, que el pomo golpeaba la pared y la puerta rebotaba) y bramaba, a plena potencia de unos pulmones que indudablemente eran herencia de papá:
               -¡¡¡Sabrae!!! ¡¡HOY ES TU CUMPLE!! ¡¡¡¡¡¡¡FELICIDADES!!!!!!!
               Me encogí instintivamente en la cama, haciéndome aún más un ovillo. Duna siempre era un torbellino de energía cuando llegaba un día especial, ajena por completo a que los demás teníamos nuestras propias circunstancias. No todos dormíamos como bebés, y puede que ni siquiera aprovecháramos todas las horas que nuestras puertas estaban cerradas; yo, por ejemplo, me había pasado más tiempo del que debería mensajeándome con Alec de madrugada, prometiéndonos el uno al otro que pasaríamos el mayor tiempo posible juntos dentro de mi apretadísima agenda.
               Sin embargo, tampoco podía guardarle rencor a mi pequeñina. Lo hacía con la mejor de las intenciones, pues así se aseguraba de ser la primera en felicitarme. Una pena que el amor de la vida de ambas se le hubiera adelantado varias horas.
               -¿Qué hora es…?-pregunté, rodando por la cama y temiendo abrir un ojo, por si me quedaba ciega con la luz del techo.
               -¡Sabrae!-celebró Shasha, asomándose por la puerta y esbozando su malvada sonrisa-. ¡Felicidades, ya estás un año más cerca de morirte!
               Exhalé un gruñido y volví a taparme, pero las chicas no me dieron tregua: las dos saltaron sobre mí como panteras, cantándome el cumpleaños feliz y buscándome las cosquillas. Me revolví en la cama, luchando con el edredón y también con ellas, mientras en mi habitación reverberaba el eco silencioso de una voz que faltaba, con tintes masculinos.
               No pude evitar que se me encogiera un poco el corazón al pensar que éste era mi primer cumpleaños en el que Scott no se unía a la tortura de las chicas. Y, por desgracia, sería el primero de muchos.
               Duna tiró de mí para incorporarme, se enganchó de mis orejas y comenzó a darme tirones, siguiendo una tradición que Tommy le había enseñado de forma maliciosa, intentando que le hiciera daño a Scott. Que lo hiciera también con el resto de la familia eran daños colaterales que el mayor de los Tomlinson estaba más que dispuesto a soportar. Shasha, por su parte, aprovechó que yo no haría ningún movimiento brusco que pudiera poner en peligro a Duna para agarrarme los pies y comenzar a hacerme cosquillas. Chillé, di patadas, me revolví cuando Duna terminó, y rodé en la cama hasta casi caernos al suelo las tres. Cuánta falta nos hacía Scott. Sin él, corríamos grave peligro. Él siempre impedía que las cosas pasaran a mayores, o si se unía a Shasha, por lo menos procuraba ponerse entre mi cuerpo y el borde de la cama para que esas cosas no pasaran.
               -¡Tregua!-grité, sin aliento-. ¡Tregua, por favor, tregua!
               Shasha soltó una risita malvada y me lamió la mejilla.
               -¡Cerda!
               -¡De regalo de cumple, guapa!
               Puse los ojos en blanco y ya, por fin, me dejaron espacio para respirar. Desbloqueé el teléfono, ojeé los mensajes que me habían ido llegando y a los que había ignorado, por estar hablando con Alec o con mis amigas, y dejé el móvil de nuevo sobre la mesilla de noche, sintiendo cómo mi estómago se retorcía al darme cuenta de que había recibido mensajes de todos los componentes de Chasing the Stars, salvo de aquel con el que compartía sangre.
               Está de luna de miel, me recordé, dándole a mi hermano una excusa para ser un poco más tardón. Lo que había hecho en el programa había sido la guinda que coronaba el pastel, el empujoncito que necesitaba Eleanor para ponerse en marcha otra vez: cantar Like I would delante de absolutamente todo el mundo cuando él nunca había cantado ninguna canción de papá en solitario era más muestra de amor de lo que podría serlo la más poética de las declaraciones. Y Eleanor no había podido seguir manteniendo su fachada de chica dura ni un segundo más: en cuanto se apagaron las luces y se terminó la emisión, se habían reconciliado de una forma preciosa, y llevaban recuperando el tiempo perdido desde entonces, paseando de la mano de las calles de la preciosa Praga, a la que los habían enviado para preparar la semifinal y donde nos reuniríamos con ellos en unos días, para ayudarlos a afrontar la gala.
               Por lo menos, los habían alojado en la suite de un hotel lujosísimo al que le habían sacado partido desde el primer día, según me había confesado Eleanor entre risas en una de nuestras conversaciones desde su dulce reconciliación. Pero, claro, a más suaves las sábanas, más difícil salir de ellas, y más difícil cumplir con las tareas fraternales.
               Era un poco duro darse cuenta de que ya no era la estrella que más brillaba en el cielo de Scott, aunque tampoco era algo que me pillara completamente de sorpresa. Pero… escocía.
               -¿Qué te pasa?-preguntó Shasha, percibiendo mi cambio de humor. Tenía las cejas alzadas en dos perfectos arcos de ébano, y sus ojos denotaban un cariño y una comprensión que demostraban que, en realidad, Shasha ya sabía lo que me ocurría. Ella misma lo vivía en sus propias carnes, aunque no lo verbalizara porque quería hacerse la dura, o sabía que yo me volcaría en consolarla y dejaría mis problemas en un segundo plano si me lo decía, cosa que ahora mismo no podía permitirme. El accidente de Alec y todo lo que éste había acarreado me había ocupado tanto que había dejado un poco desatendida a mi hermana, pero lejos de echármelo en cara, ella lo comprendía perfectamente. Y me apoyaba. Estaba ahí para mí incluso cuando yo no estaba ahí para ella.
               -Nada. Es que… echo de menos a Scott-susurré, y Shasha se relamió los labios. Duna me cogió la mano y me miró con esos ojazos suyos, tan inocentes como grandes.
               -Mira el lado positivo: si Scott está fuera, te traerá un regalo más chulo.
               Me eché a reír y abracé a mi pequeña, dándole un beso en la cabeza y deseando que los cumpleaños fueran una enfermedad para la que Duna estuviera ya inmunizada. Odiaría que perdiera esa deliciosa inocencia que tan única la hacía, tan diferente a los demás, un soplo de dulce aire fresco con un toque a cítricos que te hacía la boca agua en una tarde de verano, pues era el aroma de una deliciosa y refrescante limonada. Ojalá todo fuera tan fácil para mí como lo era para ella, y la añoranza se me pasara jugando con mis amigas y dejándome mimar.
               Las chicas me dejaron tranquila un ratito para que me ocupara de mis necesidades, e incluso pude contemplarme en el espejo durante unos instantes, buscando una muestra de que había cambiado de dígito en la edad en mi piel, o en mi pelo, pero no había nada que denotara que fuera una persona diferente a la del día anterior. Sí que tenía unas ojeras un pelín más marcadas que de costumbre, pero sabía que se debían al tiempo que había pasado hablando con Alec, consolándonos por no poder estar juntos todo lo que nos gustaría, al hecho de que fuera un año más vieja.
               No me malinterpretes: me encantaba mi cumpleaños. Era uno de los mejores días del año, en el que podía hacer lo que quisiera, ser el centro de atención sin que nadie me echara en cara mi afán de protagonismo, pero… ese año tenía una sensación agridulce. No sólo porque mi novio estuviera en el hospital y no pudiéramos celebrarlo haciendo algo especial (aunque los planes que hacía con Alec ya eran especiales de por sí, solamente por su compañía), sino porque éste era un cumpleaños extraño para mí. Desde que había caído en que Scott se iría de casa cuando terminara el instituto, mi decimoquinto cumpleaños siempre había sido el límite con el que yo sabía que contaba, el último cumpleaños normal, en familia, antes de que mi casa dejara de ser la de mi hermano.
               Y ahora, todo eso se había trastocado por culpa de la dichosa expulsión de Scott y del puñetero concurso. Por supuesto, me alegraba por mi hermano, que estaba cosechando un éxito sin precedentes, que tenía ya una influencia incomparable a la de otros chavales de su edad gracias a su carisma, pero… por mucho que me gustara Scott Malik, a quien yo quería era a Scott. A quien yo adoraba era a Scott. La razón por la que yo celebraba mi cumpleaños era Scott. Y tenerlo lejos de mí, sin sonreírme y revolverme el pelo y hacerme rabiar incluso cuando me encantaba cualquier tipo de atención que me dedicara, era una espinita que tenía clavada en el corazón, una herida abierta en el pecho que ya no sangraba ni ardía, pero cuyos bordes volvían a definirse claramente cuando cambiaba el tiempo, con unos rebordes traslúcidos que refulgían a la luz como los rosetones de las catedrales.
               Y, para colmo, el que sería su más digno sustituto tampoco podía estar ahí para acompañarme y hacerme más llevadera la ausencia de mi hermano. Quizá pudiera ir un poco antes al hospital, coger comida basura, cenar en su cama y ver una peli… algo sencillo. Ni siquiera tendríamos que tener sexo, aunque hasta hacía unas semanas hubiera dado por sentado que Alec no me dejaría dormir la noche de mi cumpleaños, y yo tampoco me quejaría.
               Pero supongo que la vida de la hija mayor de una estrella de la música no siempre tiene que resplandecer con glamour, ¿no?
               Decidida a tener una actitud más positiva y estar igual de agradecida que otros años, me recogí el pelo en mis dos trenzas de siempre y atravesé el pasillo de casa, ignorando el nudo en el estómago al pasar frente a la puerta entreabierta de la habitación de Scott, que a esas horas jamás estaba en términos medios. Cuando empecé a bajar las escaleras, papá y mamá asomaron la cabeza por el hueco de las mismas.
               -¡Felicidades, cariño!-celebraron a coro, y yo sonreí. Puede que Scott no estuviera en casa, pero ésta seguía siendo un hogar por el mero hecho de que papá y mamá continuaban allí. Ellos no la abandonarían; de hecho, seríamos nosotros quienes abandonaríamos el nido, pero siempre tendríamos ese lugar disponible por si queríamos volver y jugar durante unos días a ser de nuevo unos niños.
               -¡Gracias!-canturreé, bajando al trote las escaleras, con energías y ganas renovadas, y saltando a los brazos de papá, que me estrechó bien fuerte entre ellos e inhaló el aroma de mi pelo. A todos nos producía una sensación agridulce mi cumpleaños, pues nos recordaba que no éramos las primeras personas que habíamos visto cuando yo llegué al mundo, pero, a la vez, mamá y papá consideraban esencial que lo celebrara. Mi vida no había empezado cuando me había convertido en Sabrae, sino cuando había abierto los ojos por primera vez; que esas dos cosas fueran sucesos distintos, separados en el tiempo, no era motivo suficiente para elegir uno de ellos, sino la excusa perfecta para celebrarme dos veces.
               -Mi amor, te han llamado los abuelos Malik-informó mamá cuando papá comenzaba a dejarme en el suelo, dando un paso hacia mí para abrazarme también-, pero todavía estabas dormida. El abuelo Nasser aún está al teléfono, esperando a que lo cojas-sonrió, y papá miró a mamá con fastidio.
               -Sherezade, ¿quieres dejar de intentar poner a mi hija en contra de mi madre?-protestó.
               -¡Yo sólo cuento las cosas tal y como son! ¡Han colgado el teléfono porque han llamado demasiado pronto, nada más!
               -¡Sí, y también has dicho que la han llamado “los abuelos Malik”, como si no hubiera sido mi madre!
               -¿Es que Yasser no iba a ponerse?-mamá me dio un beso en la mejilla y me acarició el mentón.
               -Quizá debería saltarme el instituto, sólo por esta vez, para poder devolverles la llamada y que la controversia no vaya a más.
               -Buen intento, señorita-mamá me dio un toquecito en la mandíbula y negó con la cabeza-. Ni de broma, pero buen intento.
               -¡Tener que ir a clase en tu cumpleaños debería ser ilegal! ¡No es justo!
               -¿Quieres saber qué no es justo? ¡Estar tres días de parto!
               -Sher, creo que te has confundido de retoño-rió papá, y mamá puso los ojos en blanco.
               -Perdona, cariño. La costumbre. Como este año tu hermano no ha protestado por lo mismo, te ha tocado a ti.
               -No pasa nada. Si me confundes con él para darme también su paga, yo encantada-sonreí, extendiendo la mano con la palma vuelta hacia arriba. Mamá se giró y miró a papá.
               -¿Desde cuándo es así de descarada?
               -Desde que intercambia fluidos con Alec, que es el mayor sinvergüenza que he visto yo en mi vida. Y tú se lo consientes-añadió, inclinando la cabeza hacia un lado, como diciendo “ahí lo llevas”, y echando a andar en dirección a la cocina, donde le esperaba su café. Nos congregamos en torno a la isla, cada uno con su desayuno preferido, y Duna y yo nos tomamos los cereales escuchando a papá y mamá charlar de forma ligera, disimulando que tenían que esperar a que me fuera para terminar de organizar la comida de por la tarde. Ésa era una de las razones por las que mamá no me dejaba saltarme las clases: siempre nos preparaba una comida especial por nuestro cumpleaños, e incluso se encargaba de hacer ella misma la tarta. Mi momento preferido de los cumples era cuando el homenajeado del día tenía el honor de decorarla a su gusto, y yo me esmeraba en darle un toque elegante a la obra maestra de mi madre, acorde con su gran dedicación.
               Lo cual implicaba que, si el cumpleaños caía en un día en el que no hubiera clase ni ningún tipo de distracción, papá tenía que ocuparse de mí o de mis hermanas mientras en casa se preparaba todo. Algo que, por cierto, papá adoraba.       
               -¿Seguro que no puede saltarse clases? Es jornada de puertas abiertas en…-empezó, y mamá se giró y lo fulminó con la mirada, así que papá se quedó callado, de repente amedrentado, y se terminó su café. Shasha y yo nos reímos; Duna no comprendía muy bien lo que pasaba, seguramente porque aún no se había dado cuenta de la impecable estrategia organizativa de nuestros padres. Para ella, cualquier evento fuera de casa era simplemente eso, un evento fuera de casa, la celebración de una ocasión especial, y no una coartada para que mamá lo preparara todo.
               Pero que papá fuera incapaz de decirme que no incluso en algo que era obligatorio para ambos era tiernísimo. La sonrisa que esbozó cuando me colgué de su cuello y empecé a darle besitos antes de escribirles a los abuelos un mensaje para decirles que de tarde hablaríamos me calentó el alma, y me hizo olvidar que en casa faltaba gente. Cuando papá estaba cerca, todo era perfecto, y el mundo era una vidriera de luz y color.
               -Anda, ve a vestirte-me dijo, dándome una palmadita en el culo para que me pusiera en marcha cuando se dio cuenta de que estaba tratando de convencerlo de que mamá era cruel conmigo, obligándome a asistir a las clases, cuando en realidad me gustaba ir al instituto durante mi cumpleaños. Me gustaba que me felicitaran, me gustaban los regalos públicos, me gustaban los detalles y que todo el mundo me parara para desearme un buen día, igual que yo hacía con ellos. Es genial ser detallista, especialmente con gente que recuerda que lo eres y decide devolverte el favor.
               -¿Me traerás un trocito de tu tarta?-preguntó Duna con inocencia, poniéndome ojos de corderito degollado, cuando la abracé para despedirme. Asentí con la cabeza, anotando mentalmente seguir este año con la farsa de que en mi clase también celebraban una fiesta por mi cumpleaños, igual que sucedía en la suya. Meditando qué trocito de pastel cogería de camino a casa, puse rumbo al instituto con Shasha a mi lado, que iba callada, mirando al frente mientras yo me miraba los pies.
               -¿Sigues disgustada?-preguntó cuando el silencio se le hizo insoportable. Levanté la vista y la miré.
               -¿Por tener que ver tu cara todos los días? Una debería haberse acostumbrado ya, pero… es que, la verdad, es muy duro, Shash.
               -Vete a la mierda-bufó Shasha, estirando y acelerando sus zancadas, de modo que yo prácticamente tuve que echar a correr para mantenerme a su altura.
               No me sorprendió encontrarme a Momo, Taïs y Ken a la puerta del instituto, esperándome. Hacían un frente unido, con unas bolsas de colores colgándoles de los dedos como farolillos en el festival de los cerezos de Japón.
               -¡Feliz cumpleaños!-corearon, Taïssa grabándome con el móvil mientras me acercaba; seguramente ya había activado uno de esos filtros de Instagram en los que te ponían un gorrito de fiesta y te hacían soplar una matasuegras cada vez que abrías la boca. Troté para abrazarlas, haciendo que Amoke trastabillara y chocara contra el cuerpo de uno de los compañeros de curso de Alec, que se giró y nos fulminó con la mirada un segundo antes de caer en la cuenta de quiénes éramos, quién era yo, y que sería mejor ser todo lo caballeroso posible conmigo, no fuera a ser que me disgustara y le fuera con el cuento a mi novio, subcampeón nacional de boxeo.
               Estreché a Amoke entre mis brazos, inhalando el perfume de frutas de su cuello, una mezcla de manzana y caramelo que siempre me hacía la boca agua, pues me recordaba a los yogures que tomábamos en el IMPERIUM, y me deshice un poco al darme cuenta de que, quizá, que Scott no estuviera ese día conmigo no tenía por qué escocer tanto como había pensado en un principio. Amoke era mi hermana de otros padres, la primera persona fuera de mi familia a la que había aprendido a querer, y si ella podía convertir en hogar cualquier lugar, por vacío que estuviera o por solas que nos encontráramos, simplemente siendo ella misma.
               -¿Has dormido bien?-me preguntó con los ojos chispeantes, y yo asentí con la cabeza. Sabía que se preocupaba por mi bienestar, pero también quería asegurarse de que había descansado lo suficiente como para tener un día intenso, de esos que ella me organizaba para festejar mi nacimiento. Momo siempre ponía mucho interés en las celebraciones que tenían que ver conmigo, tomándose muy a pecho eso de ser mi mejor amiga y responsabilizarse de mi disfrute. No le diría nada sobre el pequeño bajón que me había supuesto darme cuenta de que Scott no estaría ese día y yo no había podido aprovechar como se merecía mi último cumpleaños con él en casa, porque Momo era capaz de traerlo a rastras desde República Checa.
               -Nos vemos, Saab-se despidió Shasha, dejándome en manos de mis amigas y entrando con las suyas en el instituto. Kendra y Taïssa me empujaron al interior mientras Momo nos dirigía brincando, haciendo que las bolsas bailaran en su brazo. Una vez en clase, las dejó con cuidado sobre mi mesa, dándome a entender que ya podía abrir mis regalos, y arrojó su mochila al suelo.
               -Esperamos que te guste-dijo Kendra, sentándose en la mesa tras la mía y mirando mi expresión con ilusión mientras Taïssa volvía a sacar el móvil y se ponía a grabar. Cogí la primera bolsa, negra y rosa con el inconfundible logo de Victoria’s Secret, y desenvolví la cajita del interior. Un exfoliante con extracto de orquídea que me había pasado olisqueando las últimas seis veces que habíamos pasado por una de esas tiendas. Grité y las abracé.
               -Vale, si éste le ha gustado tanto, quizá deberíamos quitarle los demás-se burló Taïssa.
               -Ni de broma-respondí, guardando con cuidado el exfoliante de vuelta en su cajita y pasando a la siguiente bolsa, ésta de plástico blanco, en la que había un paquete que ocultaba una camiseta blanca con un dragón chino rojo dibujado a tinta en el pecho. Me lo pegué al cuerpo para comprobar que me quedaba bien, como si mis amigas no supieran mis medidas exactas y no se tomaran todas las molestias del mundo en asegurarse de que me quedaran bien (solíamos ir a comprar los regalos de las demás con una cinta métrica metida en el bolso, lo cual hacía que las dependientas nos miraran raro), y ya me imaginé vistiendo esa camiseta con mi falda asimétrica de cuero negro al día siguiente, cuando las invitara a merendar en el centro comercial.
               Habían sido tan buenas que no les importaba posponer los planes un día con tal de que Alec no se perdiera mi cumpleaños. Esto de que tu novio esté en el hospital es un coñazo, sobre todo porque no puedes incluirlo en los planes con tus amigas ni obligar a ambos grupos a aguantarse mutuamente porque el amor que te profesan es más que la tirria que sienten los unos por los otros… claro que mis amigas y Alec habían pasado de soportarse a tolerarse, e incluso a quererse, desde que habíamos empezado a pasar una noche a la semana juntas por culpa del concurso de mi hermano.
               -¿Te gusta? La había también con el dragón dibujado en negro, pero creímos que te quedaba mejor así.
               -¡Me encanta!
               -Genial-ronroneó Momo, y miró a Taïssa, que se estremeció de placer. Supuse que ahora venía el regalo que había elegido ella; siempre hacíamos los regalos entre todas, pero como mínimo había siempre tres, uno elegido por cada una de nosotras para la cumpleañera de turno.
               Extraje una cajita plateada decorada con purpurina y pegatinas de Mr. Wonderful (muy del estilo de Taïs, sí) y le levanté la tapita. En su interior, había una guirnalda de pequeñas lucecitas LED con hierros en forma de estrella y varias pinzas a lo largo de sus cinco metros de extensión; debajo de éstas, un sobrecito con fotos que había subido ese año a Instagram para que las colocara en sus pinzas, y una postal con un leopardo de las nieves dibujado a mano soplando las velas de una tarta de color amarillo y rosa.
               -Le pedimos a Scott que nos lo dibujara-explicó Taïssa, sonriendo-, pero lo hemos pintado nosotras.
               -¿Cómo os las habéis apañado para coincidir con mi hermano?-pregunté, y ellas sonrieron.
               -Alec-dijeron al unísono, en un trío perfecto que hizo que se me encogiera el corazón. Jo. Incluso habían colaborado para hacer mi cumple aún más especial. Imaginármelas planeándolo todo con mi hermano y mi chico hacía que se me desintegrara el alma, en el buen sentido de la palabra.
               Abrí la pequeña postal, en la que las tres me habían escrito un nota deseándome un feliz cumpleaños, diciéndome lo mucho que me querían, lo felices que estaban de ser mis amigas y… oh. En la parte izquierda de la misma, había pegada con celo una entrada de color anaranjado que despegué con mucho cuidado, a pesar de que ya sabía lo que era.
               Todos los años, la semana del 4 de octubre, que se celebraba el Día Mundial de los Animales, los refugios de todo Londres unían sus fuerzas para recaudar fondos y conseguir que sus inquilinos encontraran una familia con la que mejorar sus vidas. Los parques, pabellones de exposiciones y demás lugares multitudinarios de la ciudad se llenaban de pequeños corralitos en los que animales de todas las edades y especies podían disfrutar de nuevas oportunidades o, si no, de por lo menos un poco de compañía que les diera el amor y cariño que se merecían. A nosotras nos encantaba ir a acariciar cachorritos, gatitos, conejitos, ver cantar a los pajaritos e, incluso, dar de comer hasta a lagartos. Me encantaba estar con aquellos animales; quería llevármelos a todos a casa, pero sabía que mamá me mataría como se me ocurriera aparecer con un ser vivo distinto a Duna, de modo que sólo me quedaba el consuelo de aprovechar esas semanas para volcar todo mi amor sobre criaturas así de inocentes. Por eso, la semana del 4 de octubre era una de mis preferidas del año, y cada vez que llegaba el otoño yo iniciaba una cuenta atrás hasta el momento en que se abrieran las puertas y poder volverme loca achuchando a  cuantos más animalitos, mejor.
               PARAÍSO ANIMAL, se leía en la tarjeta. VALE POR UNA HORA DE CUIDADOS Y JUEGOS CON NUESTROS HUÉSPEDES MÁS ESPECIALES.. Los beneficios obtenidos por esta entrada serán donados a las entidades protectoras de animales participantes en la iniciativa. Este vale no tiene posibilidad de cancelación ni reembolso. Consultar horarios de apertura y entidades participantes nuestra página web.
               Levanté la vista y las miré sin comprender.
               -¡Sorpresa!-festejó Taïssa-. Vimos un anuncio de que iban a hacer lo de los refugios de animales de manera permanente en un pabellón cerca de King’s Cross. No caben todos los animalitos de siempre, pero van rotando en las protectoras y, bueno, podemos ir más veces.
               -Lo cual no quiere decir-añadió Momo-, que vayamos a dejar de ir a la semana de los animales.
               -Entonces, ¿podemos ir hoy, si queremos?-pregunté, esperanzada, y ellas asintieron con la cabeza, esbozando sonrisas radiantes-. Dios, ¡os quiero! ¡Sois las mejores!
               -Por el interés-rió Kendra, dejándose abrazar con fuerza.
               -También tenemos reservada una hora para los iglús, por si te apetece ir-añadió Momo, y yo chillé de emoción, precisamente en el momento en que la profesora entraba en clase y cerraba la puerta.
               Me costó horrores concentrarme en las clases de ese día, que estaba siendo perfecto. Kendra había hablado con los jefes de la cafetería y consiguió que me hicieran un cupcake de Red Velvet con una pequeña vela que soplé durante el recreo, y que traté de repartirme con ellas antes de que las chicas protestaran porque, si era mi cumple, tenía que comerme yo sola el pastelito. Todos mis compañeros me felicitaron, e incluso algunos de los profesores; Louis vino a darme un beso y me entregó un regalo de parte suya y de Eri, un libro de tapas blandas escrito originalmente en español detrás del que llevaba mucho tiempo titulado La sonata del silencio, que les había visto en una estantería y cuya portada, con una mujer elegantemente vestida y perfectamente maquillada, me había cautivado.
               -Jo, ¡gracias! Vendréis a mi otro cumple, ¿verdad?-pregunté, poniendo ojitos. Mi cumpleaños oficial era un evento más íntimo, y el aniversario de mi adopción, un poco más multitudinario, ya que era el aniversario de que había conocido a mucha gente importantísima en mi vida, entre los que se incluían los Tomlinson. Louis sonrió y asintió con la cabeza.
               -¿Es que no pensabas invitarnos?
               -Jopé, Louis, sabes que no necesitáis que os invite-lloriqueé, colgándome de su cuello y dejando que me abrazara. Él se rió, me dio un par de palmadas en la espalda, y se despidió con un “ya nos veremos, guapa”. Se sentó en la mesa de los profesores, al lado del sitio libre que le había dejado papá, quien me guiñó un ojo cuando nuestras miradas se encontraron.
               Todo el bajón que había experimentado durante la mañana se había evaporado ante las nuevas posibilidades que se abrían ante mí como una flor de loto. Mis amigas me insistieron largo y tendido en que no hacía falta que renunciara a mis planes con Alec para esa tarde si no quería; a fin de cuentas, él estaba solo y ellas no, y ya teníamos el sábado reservado y planeado, contando con que los amigos de él lo distraerían, pero una parte de mí deseaba irse con ellas. Quería celebrar mi cumpleaños en su fecha correcta también con mis amigas, y aunque me sentía un poco egoísta por estar pensando en posponer mis planes con Alec, sabía que a él no le importaría. No me lo echaría en cara, ni me lo tendría en cuenta; comprendería perfectamente que me apeteciera hacer algo un poco más especial, aunque estar con él ya era especial de por sí… vaya, cómo cambiaban las cosas cuando había la posibilidad de hundir las manos en el suave pelaje de un cachorrito.
               Me sentía tremendamente afortunada por lo comprensiva que era la gente que me rodeaba, pues por un lado estaba segura de que Alec me perdonaría este improvisado cambio de planes, y por otro, a mis amigas no les importaría en absoluto que dejara nuestros planes en pausa por un día. Había pensado ver una peli con ellas en mi casa antes de irme, para así invitarlas a la tarta que aún tenía que decorar.
               Con lo que no contaba es con que tendría más invitados, a los que descubrí a la salida del instituto. Las chicas y yo ya estábamos organizándonos para nuestra tarde juntas, y yo trataba de convencerlas de que no hacía falta que trajeran nada, que era mi cumpleaños y por tanto era mi responsabilidad, y no la suya, alimentarlas.
               -Pero, ¿nos vas a invitar hoy, y mañana también?-se escandalizaron ellas, picándome en broma; sabían que, si por mí fuera, nos daríamos unas vacaciones lujosísimas y yo correría con todos los gastos, que para algo era la heredera con más derechos de las cuatro. ¿Para qué estaba el dinero, sino para gastarlo?
               -Claro que sí. Creo que voy a tener que estirar un poco mis ahorros y tirar de algunos cupones de descuento, pero…-me eché a reír, negando con la cabeza, y ellas se unieron a mis carcajadas.
               Estábamos a punto de pasar de largo de un grupo de chicos, cuando uno de ellos se plantó justo delante de mí, con los brazos en jarras y las cejas negras alzadas, mostrando falsa indignación en un rostro como el de papá, pero 20 años más joven.
               -Adiós, ¿eh?-protestó Scott… ¿Scott? ¡Scott!
               ¡SCOTT!
               ¿Qué hacía aquí?
               -¡Scott!-chillé, abalanzándome sobre él y colgándome de su cuello. No me lo podía creer. ¡Se suponía que estaba en Praga! ¿Había pasado algo? ¿Le habían mandado rehacer algún vídeo promocional, o le habían encargado uno nuevo viendo el increíble éxito que estaba cosechando con los suyos, los más vistos en Youtube con diferencia en su edición?
               ¿O es que había venido a verme simplemente porque era mi cumpleaños? Dios, no me lo podía creer. ¡Scott estaba aquí, conmigo, en Inglaterra, sosteniéndome entre sus brazos y haciéndome ver que mi último cumpleaños no tenía por qué ser el último que él pasara en casa, con nosotros! Me sentí tonta e incluso mala hermana, pues sabiendo cómo era él, ni siquiera debería haber podido sorprenderme: Scott era perfectamente capaz de coger un avión sólo para venir a verme en mi cumpleaños; éste era uno entre un trillón de detalles preciosos que había tenido conmigo a lo largo de nuestras vidas. Si había alguien capaz de coger un vuelo por alguien a quien quería, aunque fuera sólo por estar un par de horas conmigo, ése era Scott.
               -Eso-protestó una voz a mi espalda-, tú saluda primero a tu hermano. Como no tienes otras dos, ni nada…
               Me quedé congelada un segundo en los brazos de Scott, todavía sintiendo su pulso en mis muñecas, el calor que manaba de su cuerpo calentando mi gélida piel, que se había quedado congelada de la impresión. No podía ser. Aquella voz… aquella voz debería estar en un hospital. ¡Llevaba casi un mes sin poder sobresaltarme, sabiendo exactamente dónde estaba su dueño! Era demasiado bueno para ser real, y sin embargo, no sonaba en absoluto como suena una voz en un teléfono.
               Su dueño tenía que estar aquí. Me giré como un resorte y me quedé pasmada al encontrarme a Alec, en su gloriosa estatura, con una expresión de falso fastidio similar a la de Scott, pero con sólo una ceja arqueada, la otra formándole una preciosa arruguita en el ceño, y la comisura de su labio levantada en su mejor sonrisa de Fuckboy®, ésa que hacía que todo Londres se postrara ante él, yo la primera.
               -¡¡¡ALEC!!!-bramé con toda la fuerza de la que eran capaz de reunir mis pulmones, soltando a Scott, girando sobre mí misma y chocando contra el pecho de Alec un segundo antes de que él cerrara los brazos en torno a mi cuerpo y se echara a reír. Hundí la cara en su pecho, cerré los ojos y me concentré en el aroma que desprendía su piel, aún no el de siempre, pero sí  más parecido al que había tenido antes del accidente. Bajo la suave tela de la camisa que llevaba puesta, y que desde luego no era abrigo suficiente para el viento que podía levantarse aquella tarde de abril, notaba los pliegues que las vueltas de las vendas hacían en torno a su pecho. Debería haberme recordado a mí misma que tenía que tener cuidado con él, pero no podía. No podía pensar en otra cosa que no fuera el hecho de que estuviera ahí, de pie, que hubiera venido a verme el día de mi cumpleaños, que hubiera convertido un día genial en absolutamente perfecto.
               -He venido desde Praga para pasar tu cumpleaños contigo-me echó en cara Scott-, ¿y te hace más ilusión que venga este gilipollas, que está literalmente a media hora en taxi?
               -No sabía que te habían dado el alta-ronroneé, mirando a Alec desde abajo como llevaba demasiado tiempo sin hacerlo. Madre mía, incluso desde este ángulo era perfecto. No había conocido nunca a ningún chico la mitad de guapo que él. No había rincón de él que no estuviera hecho por los dioses, ni ángulo que le resultara desfavorecedor. Era un dios, en todos los sentidos de la palabra; con razón tenía orígenes griegos, ¿de dónde si no podía salir tanta perfección?
               ¿Cómo era posible que se hubiera pasado las últimas semanas postrado en una cama, y ahora, de repente, estuviera allí plantado, sino porque tenía poderes que excedían a los de cualquier humano?
               -No podía perderme tu cumpleaños, bombón-respondió, dándome un beso en la cabeza como llevaba haciendo desde que se despertó, pero en un ángulo que no habíamos tenido hasta entonces: normalmente, cuando me besaba la cabeza en el hospital, era porque yo me había acurrucado en el hueco entre su brazo y su torso, y no porque estuviera delante de mí, de modo que el contacto de sus labios en mi cuero cabelludo me resultó familiar, y completamente distinto a la vez-. Feliz cumpleaños-añadió en tono más bajo, más íntimo, junto a mi oreja. Su felicitación se deslizó por mi lóbulo, descendió por mi cuello, se colgó de mis clavículas y planeó por mi piel, rodeando mi ombligo e incrustándose deliciosamente en aquel rincón de mi anatomía que no era de nadie más que suyo. Me estremecí de pies a cabeza, sintiendo que mi sexo se desperezaba y se abría lentamente, como una flor de loto que quisiera capturar todas las feromonas de Alec entre sus pétalos.
               De repente, ya no me parecía tan fácil marcharme con mis amigas y renunciar a estar con él. Era mucho más sencillo considerar no estar con Alec cuando no estábamos juntos, pero cuando él andaba cerca, todo pegaba un cambio radical.
               -Eres adorable-ronroneé, poniéndome de puntillas y besándolo en los labios. Adoré la sensación de volver a estirarme para poder alcanzar su boca y poder saborear su sonrisa. Cuando dejamos de besarnos, me recorrió un escalofrío fruto de la comprensión repentina, de nuevo, de que él estaba ahí de verdad, conmigo, y no pude evitar el impulso de volver a achucharlo bien fuerte.
               Dejó escapar un jadeo.
               -Saab, sabes que te adoro, y que me encanta que me abraces, pero… ¿podrías no ser tan entusiasta hoy? Creo que me han crujido las costillas-jadeó, y yo me separé de él inmediatamente.
               -Lo siento, ¡lo siento! Me he dejado llevar, no pretendía…
               -No pasa nada-contestó él, sonriéndome.
               -Es que no me puedo creer que estés aquí. ¡No me lo puedo creer! ¿Eres de verdad? Jo, ¡eres altísimo!-admiré, y Alec se echó a reír, haciendo que la nuez de su garganta bailara. No pude reprimirme; di de nuevo un salto y me colgué de su cuello para volver a comérmelo a besos, y esta vez, Alec se entregó con la misma pasión que yo. Me agarró de las caderas y tiró de mí para pegarme a él, añorando igual que yo la sensación de luchar contra la diferencia de estatura para poder besarnos. Jadeó en mi boca y yo jadeé en la suya, y él me besó con más intensidad al escuchar mi respiración acelerada, y yo boqueé en busca de aire para poder seguir besándolo.
               Me habría pasado la tarde besándolo si Scott no hubiera carraspeado.
               -Guau, ignorado por la mujer a la que literalmente le di el nombre-comentó, y yo me eché a reír, me giré y traté de darle un beso, pero Scott se apartó de mí-. ¡Quieta! No quiero las babas de Alec por toda mi cara, muchas gracias.
               -No seas bobo-ronroneé, colgándome de su cuello y dándole un mordisquito en la mejilla que hizo que Scott se aplacara un poco. Por fin, pude tranquilizarme lo suficiente como para digerir que los dos hombres de mi vida (con permiso de mi padre) estuvieran allí, conmigo. Me conmovió el inmenso esfuerzo que les había supuesto a ambos poder llegar hasta allí.
               -No te creas que no me doy cuenta de que soy el segundo plato, ¿eh? Sí, sí, tú pasa de tu hermano el famoso, que se ha pedido el día libre para poder venir a verte.
               -Vienes por la tarta, Scott, que lo sé yo. Igual que Alec.
               -Sí, pero no por la que tú piensas-respondió mi chico, mirándome con descaro el culo.  Comprendí entonces que yo no había sido la única en sentir la llamada de la naturaleza en sus entrañas. Ahora que había posibilidades de intimidad, Alec y yo compartíamos una ambición común.
               -¿Qué les has dicho exactamente a los médicos para que te dieran el alta, Al?
               -Nada; me he escapado-soltó, encogiéndose de hombros, y yo me puse pálida. ¿En serio había hecho esa gilipollez por venir a verme? ¡Podía estar poniéndose en peligro ahora mismo! ¿Y si tenía alguna lesión interna producto de largo camino que había tenido que recorrer? ¿Y si tenía una hemorragia?
               -¡Alec!
               -¡Es broma! He pedido salir un día, ¿vale? Me dijeron que me costaría una semana de recuperación, pero me da igual. No todos los días tu chica cumple quince años-me guiñó un ojo.
               -Jo, no tenías que haberte molestado, en serio… habría ido a verte de todos modos, ya habíamos planeado pasar la noche juntos.
               -¿Me estás echando?
               -¡Qué va! Me encanta que estés aquí, tan… de pie-admiré, y Alec se hinchó como un pavo, orgulloso, y Scott puso los ojos en blanco, detestando que le hubieran quitado la escayola y cambiado las vendas por unas más flexibles, que le permitieran movilidad y, por tanto, chulearse-. Me alegro tantísimo de verte así de bien, sin tubos ni nada por el estilo molestando…
               -Vale, Julieta, sigue pasando de mí. Cuando gane un Grammy, ya te lo recordaré-se picó Scott, y yo me reí.
               -Scott, admite ya que no eres el centro de su vida, tío. Pierde con un mínimo de dignidad, macho.
               -¡Mira quién habla de perder con dignidad! ¡Don Me Descalificaron En Mi Último Combate Porque El Árbitro Me Tenía Manía!
               -¡¿Crees que es mentira?! ¡Yo no le mordí!
               -¡Te descalificaron por darle una patada!
               -¡Fue un espasmo!
               -¿Has venido solo?-pregunté, oteando la gente, que se congregaba a nuestro alrededor sin disimulo. Algo similar había sucedido la vez anterior, cuando Scott se había escapado del programa porque necesitaba desconectar, y todos empezaron a rodearlo como si fuera una especie de profeta perdido hacía tanto tiempo que su nombre se había convertido en sinónimo de leyenda.
                La diferencia era que ahora sabían que, si se acercaban a Scott, éste no les permitiría ni un segundo de atención. Era mi día, no el de ellos.
               Mi hermano se mordisqueó el piercing y asintió despacio con la cabeza.
               -Sí, Tommy ha tenido que quedarse en Praga.
               -Oh. Vale-contesté, notando que la brechita en el pecho volvía a abrirse, aunque desde luego, no tan ampliamente como cuando me desperté y creí que Scott no iba a estar. Aunque no compartiéramos sangre, Tommy también era de mi familia, era como un hermano para mí. Quizá no con la intensidad con la que consideraba hermano a Scott, de quien no podrían separarme, pero sí con la fuerza suficiente como para echarlo de menos en las reuniones familiares en las que no estaba, y no llegar a considerarlas tales precisamente por su ausencia. Sin embargo, no me molestaba. Tommy tenía su vida y yo tenía la mía.
               -Pero, la semana que viene, lo celebramos juntos-me consoló Scott, sonriéndome-. Te lo prometo. Y él también. Me ha dicho que te lo diga, si te dabas cuenta de que no estaba.
               -¡Claro que iba a darme cuenta!
               -¿La semana que viene?-preguntó Alec. Mis amigas lo miraron y fruncieron el ceño; era de dominio público que yo celebraba dos cumpleaños: el de mi existencia, y el de ser una Malik.
               -Claro, ¿vendrás tú también? Vamos a celebrarlo en Praga.
               -¿Por qué celebráis dos?
               -¡Alec! ¿Hola? ¡El día que nací, y el día que me adoptaron!
               -Ya sé que son días distintos, y que normalmente hacíais algo especial los dos, pero creía que este año…
               -Este año con más razón, tío.
               -No seré hija biológica de mamá, pero, desde luego, tampoco soy gilipollas.
                -Mira que no saber eso, Al-lo picó Scott, rodeándome los hombros con el brazo, y sacándole la lengua. Alec le hizo un corte de manga con disimulo, tratando de que yo no lo viera, y fracasando en el intento.
               -Sí que lo sabía-refunfuñó, molesto-, pero pensé que este año no haríais nada.
               -¿Por qué no íbamos a hacer nada, Al? Lo siento, pero tu accidente no es excusa suficiente.
               -No te pases, Scott-le reñí.
               -Esto, déjame pensar… ¿porque no estás en el país?
               -Fiesta internacional, tío-respondió Scott, guiñándole un ojo a Alec, cuyos ojos refulgieron un instante con un chispazo de inteligencia y travesura. A juzgar por cómo se miraron en ese momento, supe que los dos estaban evocando lo mismo: sus últimas vacaciones en Chipre, cuando se habían desmadrado tanto que había noches que ni recordaban y Alec casi sale del espacio de libre circulación europeo. Y, no necesariamente la misma noche, se había despertado con dos chicas en la cama.
               -Espero que te acuerdes de que tienes novia y ese tipo de cachondeo se te acabó-le recordé, y Alec me miró.
               -¿No estabas abierta a hacer tríos? No se me ocurre mejor ocasión que tu cumpleaños para uno.
               -Llama a Chrissy-le dije tras un instante de pausa, y Alec se echó a reír mientras Scott sacudía la cabeza.
               -¿Le has enseñado a Chrissy?
               -¿Conoces a Chrissy, S?
               -Claro. Éste, por presumir, hace lo que sea.
               -Qué envidia me tienes, chaval-se burló Alec, rodeándome la cintura con el brazo y echando a andar en dirección a mi casa, con todos nosotros. Miró varias veces por encima del hombro, ya que al ver que nos íbamos, los alumnos se dieron cuenta de que no podían dejar escapar a Scott, o perderían la ocasión de codearse con una celebridad que no sabían que volvería a compartir clase con ellos. Sin embargo, cada vez que Alec levantaba la vista y miraba a Scott, lejos de poner los ojos en blanco o sentir envidia de él, un amago de sonrisa amenazaba con asomarse a su boca y destrozar la fachada de chico duro que se había construido con sus amigos. Yo notaba que Alec se crecía con los logros de Scott, que disfrutaba con unas atenciones que pensaba llevaba mereciéndose desde que nació, y que por fin el tiempo le estaba concediendo la importancia que le merecía. No lo miraba como a un rival ni competencia, sino como lo que era: su amigo del alma, el que le había hecho mejor persona simplemente por existir.
               Me pegué un poco más a él, abrazándolo ligeramente más fuerte de lo que él debería soportar, pero no se quejó. Si tenía que sentir dolor, prefería que fuera el que le ocasionaron mis brazos estrujando sus doloridas costillas, y no el de sus remordimientos por pasar el día en la cama del hospital.
               -Hay que ver-se burló, no obstante, pues no iba a dejar que los demás viéramos que era un osito sensible-. Mira cómo se ponen con tu hermano por participar en una chorrada de programa. Eso puede hacerlo cualquiera. Sólo dos personas hemos vuelto de entre los muertos-soltó-: yo, y Jesucristo. Y lo de Jesucristo está aún por demostrar.
               -Me alegro tanto de que estés aquí, maridito-ronroneé, y Alec se estremeció. Esta vez, no pudo vencer a su sonrisa, que se expandió por su cara con las ganas de la primavera.
               -Creía que era tu cumpleaños, no el mío.
               Me reí por lo bajo, me despedí de mis amigas, a las que les insistí en que vinieran a casa para continuar con las celebraciones (“por mucho que hayáis conseguido que venga Alec, no os vais a librar de tratarme como una princesa hoy”, les dije, a lo que contestaron riéndose y prometiendo que vendrían pronto a hacer del día más increíble aún), y así, con mis dos sorpresas masculinas, llegué a casa.
               -¡Hola! Mirad, ¡traigo visita!
               -¿Has traído a las chicas para…?-empezó mamá, saliendo de la cocina con una mancha de harina en la mejilla. Se quedó plantada en el sitio, analizando a los dos chicos que me acompañaban, y sus ojos y su boca se dilataron en una expresión de sorpresa-. ¡Scott!-chilló mamá, echando a correr hacia su hijo, que miró a Alec por encima del hombro para disfrutar de su expresión de fastidio.
               -Lo hace porque es tu madre y sabe que yo ya estoy cogido-le contestó Alec, y sólo después de que mamá se diera por satisfecha con mimar a Scott, por fin le tocó el turno a él-. Hola, Sher-ronroneó, mirando a Scott con intención, que puso los ojos en blanco. Shasha bajaba en ese momento las escaleras, atraída por el alboroto, y salió disparada nada más ver a nuestro hermano para encontrarse con él.
               El mejor reencuentro fue el de Scott con Duna, a quien trajo papá, que se echó a llorar nada más verlo y se negó a alejarse de él siquiera un metro, por si acaso volvía a irse.
               -¡Me viste hace tres días, mi amor!
               -¡Me da igual!-gimoteó Duna, limpiándose las lágrimas, que no paraban de multiplicarse, y jadeando contra el pecho de Scott.
               -¿Estás disgustada porque te he dejado sola? Te he traído regalos para que me perdones.
               -No quiero que te vuelvas a ir-lloriqueó.
               -Me alegro de verte, Al-sonrió papá tras darle un beso a Scott, que cerró los ojos y disfrutó del poco contacto que les permitió Duna.
               -Gracias.
               -Te quedas a comer, ¿no?
               -¿Puedo?
               -¿Pensabas irte?-respondí.
               -Intenta obligarme, bombón-ronroneó.
               -Ayudadme a poner la mesa, venga, Shash, Dun, S.
               -Mamá, soy una estrella internacional-protestó Scott.
               -Y yo la abogada con mayor tasa de éxito de Inglaterra, y eso no me impide lavarte la ropa sucia. Venga-ordenó mamá, señalando la puerta de la cocina. Papá y mis hermanos la siguieron obedientemente mientras Alec y yo nos sentábamos en el sofá. Alec hizo una mueca al hundirse en los mullidos cojines, y contuvo el aliento un segundo.
               -¿Seguro que estás bien?-pregunté con nerviosismo-. No quiero que te pongas peor simplemente por estar aquí.
               -¿“Simplemente”?-contestó, alzando las cejas-. Nena, estar contigo no tiene nada de simple.
               Me reí, me acerqué a él y empecé a besarlo lenta y profundamente, disfrutando del sabor de su lengua libre en mi boca. Uf, y yo que pensaba que Alec besaba bien en el hospital… lo que estaba haciendo ahora no tenía nombre, entonces.
               Empecé a deslizarme inconscientemente por el sofá hasta prácticamente quedar tumbada sobre él, pero eso a Alec no le supuso ningún problema. Todo lo contrario: me siguió gustoso hasta quedar apoyado sobre mí, de la misma forma que lo había hecho muchísimas otras veces. O mamá se daba prisa con la comida, o tendría que separarnos con agua caliente.
               -No te lances-me pidió-, que como te lances, me lanzo yo también.
               -¿Y qué?-jadeé.
               -¿Quieres que nuestro primer polvo como pareja oficial sea en un sofá?
               -Los sofás nos funcionan bien-ronroneé, y Alec se echó a reír. Estaba a punto de empezar a desabotonarme la blusa del instituto cuando mamá abrió la puerta de la cocina.
               -¿Saab? ¿Vienes a decorar la tarta?
               -Voy. Un segundo.
               Empujé levemente a Alec para ayudarlo a incorporarse, y cuando estuvo sentado, me limpié la boca con el dorso de la mano y me toqueteé las trenzas.
               -¿Cómo estoy?
               Sonrió.
               -Húmeda. ¡AU!-protestó cuando le di un manotazo en el hombro, precisamente el de la lesión.
               -¡Lo siento! ¡Lo siento, lo siento!
               -Vete a ver a tu madre, antes de que vuelva y decida denunciarte-instó Alec haciendo una mueca, pero no se apartó cuando fui a darle beso, porque quizá sea orgulloso, pero rencoroso, lo que se dice rencoroso, no es.
               Atravesé la puerta de la cocina sabiendo que mi madre me inspeccionaría de arriba abajo y, aunque no me diría nada, sí que se sonreiría por confirmar lo que había estado pasando entre Alec y yo. Mientras sacaba los platos, yo cogí una manga pastelera, en la que ya había metido la nata con la que recubrir la tarta de turrón que se había pasado preparando toda la mañana (cada año tocaba una variedad distinta, y adoraba la de éste), y empecé a dibujar espirales en torno a ella.
               La cocina olía a apetitosa comida, la casa estaba llena con los ruidos de mi familia, con la voz de Scott y Alec retumbando por las paredes allá por donde se movían los chicos, y todo estaba en perfecta armonía. Todo iba como la seda, y un sentimiento de plenitud y pertenencia llenaba mis entrañas, haciendo que mi interior levitara como en el espacio exterior. Me sentía un globo aerostático, flotando en el aire sin ningún tipo de preocupación.
               -Hacía muchísimo que no te veía así, cariño-ronroneó mamá, acariciándome la cabeza y descendiendo por mi espalda, sonriendo ante mi gesto de concentración. Quería que la tarta estuviera perfecta, como si fuera de pastelería, pero no porque creyera que mi familia me juzgaría si tenía algún defecto minúsculo, sino porque, como le había dicho a Alec, la repostería es una de las formas más hermosas de declarar tu amor.
               Y esa tarde, todas las personas a la que yo quería estarían reunidas bajo un mismo techo. Los pilares más importantes de mi vida se habían reunido a mis pies, sosteniéndome para que mi cabeza se asomara por encima de las nubes y echara un vistazo a las constelaciones sin ningún tipo de obstáculo.
               Todas, salvo una, pero incluso la ausencia de Tommy tenía una justificación que hacía del día un poco más especial. Quizá había el mismo número de chicos en casa que en otras ocasiones, pero para mí, había ocurrido un cambio trascendental. Una sucesión de poder. Me habría encantado que Tommy estuviera con nosotros, pero a la vez, comprendía que se hubiera quedado en Praga. No sólo porque tenía asuntos que atender, sino porque también había hecho de Scott mi regalo de cumpleaños.
               Quedándose en Praga, Tommy se había asegurado de que la atención de mi hermano se centrara exclusivamente en mí.
               Escuché a Alec entrar en la cocina y preguntar si necesitábamos que echara una mano, pero mamá lo despachó con un gesto de la mano.
               -¿Vuelvo a ser un invitado?-se cachondeó él, y mamá negó con la cabeza, mirándolo con comprensión. Hacía demasiado tiempo que Alec había dejado de ser un invitado; pertenecía a esta casa tanto como nosotros. Quizá le sorprendiera que todavía yo no hubiera pedido darle un juego de llaves.
               -No; te ocuparás de las tareas tarde o temprano, pero ahora mismo, estás convaleciente, por mucho que te estés haciendo el fuerte, ahí de pie como un rey.
               -Me encanta que te pongas golosa conmigo, Sher-ronroneó Alec, y yo lo fulminé con la mirada.
               -Vete a sentarte, antes de que me enfades y te quedes sin tarta.
               Mamá se rió, Alec me sacó la lengua, pero se dirigió al comedor, donde Duna festejó su llegada. Era la primera vez que Alec estaba en casa y ella era la última en darse cuenta; su radar debía de estar fallando.
               -No sabía que iba a venir-comentó mamá, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al hueco por el que mi chico se había esfumado.
               -Yo tampoco. Ha sido de sorpresa, como lo de Scott.
               -¿Están todos?
               -Si estás preguntando si Tommy va a venir, la respuesta es no. Scott me ha dicho que tenía que quedarse. Se me hace un poco raro celebrar un cumple sin él-comenté, torciendo la boca. Tommy siempre me echaba un cable con la decoración de las tartas; su maña con la cocina trascendía los géneros en que ésta se dividía, y todo lo que él tocaba se convertía en oro. Me esmeraría un poco más para poder mandarle una foto y esperar que me dijera que estaba orgulloso de mí.
               -Sí, a mí también, cielo. Éste es el primero. Y seguro que a él se le hace raro no estar, pero no te preocupes. Estará en el segundo cumple-me besó al cabeza y me acarició de nuevo la espalda, pasándome entonces el rayador para preparar las virutas de chocolate que irían espolvoreando la tarta-. Estaremos todos.
               -Todos, no-comenté, triste. Por mucho que a Alec le hubieran dado permiso para salir del hospital, sabía que una cosa era estar por Londres, y otra muy distinta coger un avión. Yo misma me negaría a que nos acompañara, pues sabía que los riesgos de que algo fuera mal eran demasiado grandes como para correrlos por una absurda fiesta.
               Pero no iba a dejar que el día se oscureciera por mis aflicciones pasajeras. Con una floritura, coloqué una guinda en el centro de la tarta y la metí en la nevera, y después, seguí a mamá al comedor.
               Y, de nuevo, una sorpresa en ese día tan genial. Porque Scott y Alec habían puesto un juego de cubiertos extra, e incluso se habían molestado en poner una silla frente al plato vacío. Junto a éste, estaba el servilletero, y apoyado en aquel, el móvil de Alec, en el que había una cara familiar ocupando la pantalla.
               Tommy, sentado en el sofá de su suite de Praga, sonriendo con esa sonrisa suya que hacía que te tranquilizaras en el acto, que recuperaras la fe perdida en la humanidad, y que vieras sólo lo bueno de la vida.
               -¡Hola, Saab! ¡Feliz cumple!
               -¿Tommy? ¿Qué haces ahí?
               -Me han retenido en la frontera-comentó, poniendo los ojos en blanco. Scott bufó.
               -Eres un mentiroso.
               -Vale, no me han retenido en ningún sitio, es sólo que se me ha hecho imposible ir. Pero como tú no tienes la culpa de nada, he decidido estar en tu cumple, aunque sea por videollamada.
               -Ha sido idea mía-anunció Alec, orgulloso, y Scott lo fulminó con la mirada.
               -De los dos.
               -A mí se me ha ocurrido antes.
               -Apuesto a que estás acostumbrado a ser el primero al que le pasan las cosas-se burló Scott, y esta vez, quien lo fulminó con la mirada fue Alec.
               -Tommy, menos mal que no estás aquí, porque hay una peste a envidia…
               -¿Envidia? ¿Yo de ti? Por favor.
               -Soy más guapo que tú.
               -¿En qué galaxia?
               -Es verdad-respondió Duna, y Alec se puso a hacer un bailecito adorable mientras Scott se ponía colorado de rabia y Tommy se descojonaba en el continente.
               Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas viéndolos, juntos como llevaban sin permitirme observarlos tanto tiempo que parecían mentira, retazos de una vida que no había sido más que un sueño.
               Sé que sonará dramático, pero no podía ser más feliz. Adoraba estar con mi familia al completo, saber que pronto volvería a estar con mis amigas, y que mi chico y mis hermanos, uno auténtico y otro postizo, también estuvieran presentes en mi cumpleaños. Iba a ser el mejor de mi vida, lo presentía, y no porque fuera el último, ni mucho menos, sino porque era la perfecta transición entre lo que había vivido hasta ahora, y lo que me tocaría vivir a partir de entonces. A Tommy y a Scott lejos, pero siempre presentes; a Alec, siempre a mi lado, incluso cuando parecía imposible; a mis hermanas y mis padres, constantes en mi vida como el cielo que me cobijaba y la tierra que pisaba; y mis amigas, que se inclinaban como los juncos siguiendo la corriente, dejándose llevar, en busca todos de un objetivo común: mi felicidad.
               Puede que las circunstancias en las que yo había llegado al mundo hacía quince años fueran un misterio para todos, y que la escuetísima información que había sobre mi nacimiento nos resultara insuficiente, pero en ese momento, me alegré de ser adoptada. Me alegré de no saber nada de mi familia biológica, de que mis primeros días en el mundo se redujeran a una nota guardada en el desván, con el capazo en el que mis padres me habían traído a casa.
               Me alegraba de ser adoptada porque eso significaba que tenía esa oportunidad, esa apabullante sensación, dos veces. Que no sólo tenía el derecho de reunir a toda mi familia, de sangre y de corazón, en torno a la misma mesa un día, sino que lo tenía dos.
               Que las oportunidades de ser inmensamente feliz, de acurrucarme en el calor del hogar y arroparme con el amor de los míos, eran dobles.
               Y pensaba aprovecharlas. Así que, con las lágrimas deslizándose por mis mejillas, le di un beso a Shasha, que era la que tenía más cerca, y me eché a llorar, conmovida, cuando más tarde todas las voces de mi vida, con una añadida, tan inesperada como adorada y querida, me cantaron el cumpleaños feliz.       



 
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2 comentarios:

  1. Tenía muchas ganas de leer el cumple de Sabrae y este comienzo me ha encantado, es verdad que no ha sido un capítulo tan intenso como otros, pero creo que ha sido el comienzo perfecto para el cumple.
    Comento por partes como siempreee
    - Duna y Shasha felicitando a Sabrae muy a su estilo JAJAJAJAJJAJ
    - Me he puesto super triste con Sabrae echando de menos a Scott sabiendo que iba a ir a verla? PUES SI
    - Bueno y me hace mucha gracia Sabrae siendo una dramática porque Scott ya no la hace tanto caso cuando ella en cuanto aparece Alec se olvida de literalmente todo el mundo
    - Me meo con Sherezade y Zayn picándose por los suegros
    - “-¿Desde cuándo es así de descarada?
    -Desde que comparte fluidos con Alec, que es el mayor
    sinvergüenza que he visto yo en mi vida. Y tú se lo
    consientes.” JAJAJAJAJAJAJAJJAJAJA ME PARTO
    - Ay Louis felicitando a Sabrae me ha puesto super soft
    - La sorpresa de Scott y Alec >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>
    - Los piques de Scott y Alec >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>
    - Dios se me ha hecho rarísimo ver a Alec en un sitio que no es el hospital en serio
    - Estoy expectante por el primer polvo como pareja oficial jajajajaja
    - TOMMY EN VIDEOLLAMADA ay jo me ha hecho mucha ilusión esto te lo juro
    - Scommy es la mejor amistad jamás creada nunca me cansaré de decirlo
    Estoy deseando ver como sigue el cumple oficial de Sabrae y luego de ver cómo va a ser el aniversario de la adopción, jo tengo muchísimas ganas de todo lo que se viene <3

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  2. ACABO DE LEERLO. ME HA ENCANTADO. Que ilusión me ha hecho leer ese trocito de capítulo que me falto en su día hace años y que siempre quise leer. Me pone muy blandita ver como poco a poco el tiempo va avanzando y los puntos claves que yo tenía tantas ganas de leer ya empiezan a pertenecer al pasado. Pronto se empezará a acercar Africa y cuando lleguemos ahí yo empezaré a sufrir por lo que tocará leer a continuación y porque aunque seguro que tardarás dos años en terminarla para mi será el principio del fin.

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