martes, 23 de febrero de 2021

Un imperio y su príncipe.


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-¿Tú no estabas en el hospital?
               -¿Y tú no estabas en Praga?
               -Yo he preguntado primero-puso los ojos en blanco, en esa expresión de fastidio que tan bien se le daba, pero mejor se le daba a su hermana. A veces, me daba la sensación de que siempre había sido capaz de sacar de quicio a Saab simplemente porque también podía hacerlo con Scott, como si los dos tuvieran algo en las venas que les obligara a sentirse molestos a la mínima de cambio por algo que a mí apenas me requería ningún esfuerzo. Claro que a Sabrae le resultaba todo mucho más fácil: molestarse por menos, y molestarse más.
               -Pero yo soy mayor-ronroneé, inclinando la cabeza a un lado y dedicándole mi sonrisa torcida, aquella que él me había copiado sin ningún tipo de decoro, y que incluso se había atrevido a bautizar antes que yo. Que no te engañen: Scott sería el primero, pero no era el mejor.
               Es más, es que ni siquiera era el primero, técnicamente hablando. A fin de cuentas, yo llevaba un mes ejerciendo de mayor de edad, y él, apenas unos días.
               -Pero yo soy famoso-atacó, como si eso le encantara o a alguno de los dos nos importara el número de seguidores que tenía en sus redes sociales. En otra época, la manera en que Scott levantaba pasiones y tenía a las chicas locas allá por donde iba ya sin tan siquiera esforzarse por hacer otra cosa que no fuera respirar habría hecho que yo me subiera por las paredes. Incluso él se habría aprovechado de ese nuevo don con las mujeres del que yo no disfrutaba (todavía, porque cuando sus fans me descubrieran en sus fotos otro gallo cantaría) para pincharme, como si tirarse a una chica que estuviera deseándolo con solo leer tu nombre en una revista tuviera algún tipo de mérito.
               Ahora, no obstante, a los dos no podía causarnos otra cosa que no fuera gracia toda la atención femenina que despertaba Scott. Los dos sabíamos que era mil veces mejor tener a tu chica preferida en el mundo susurrándote tu nombre al oído, a que lo gritaran miles de desconocidas.
               -Pero yo soy el novio-ronroneé en tono aún más dulce, pues me hacía gracia que Scott se pensara que podía ganarme. Tío, puede que hayas convivido con ella, pero ella ha hecho conmigo cosas que no ha hecho con nadie más, pensé, y no me estaba refiriendo al sexo, precisamente. Quiero decir, no exclusivamente al sexo.
               -Pero yo soy el hermano-me recordó, como si Sabrae no tuviera otras dos como él, y yo no fuera único en su vida.
               -Yo me la follo, ¿qué haces tú?
               -La encontré. Literalmente, te la follas gracias a mí. Deberías darme las gracias, porque si no fuera por mí, no la tendrías.
               -Gracias, pero no la tengo gracias a ti, sino a Tommy. Después de todo, fue él quien hizo que tuvieras ganas de tener una hermana, ¿no? Tú estabas genial dándotelas de principito en tu casa. Pero llegó Eleanor, y Tommy estaba encantado de la vida, y tú sentiste tanta envidia que quisiste otra, así que la fuiste a buscar-le guiñé el ojo, y Scott me fulminó con la mirada.
               -Te voy a partir la cara.
               -¿Vas a dejar a tu pobre hermana sin silla?
               -Me encanta hacerla de rabiar.
               -Eso será si yo te lo permito.
               -Perdona, pero, ¿piensas que necesito tu permiso para pinchar a Sabrae? Intenta impedírmelo, lisiado. Venga, tío, si ni siquiera puedes correr-Scott se echó a reír.
               -Puede, pero tú tampoco vas a poder esconderte eternamente.
               -No me das ningún miedo, ¿sabes?
               -¿Y Sabrae tampoco? Se cabreará cuando vea que le has jodido la oportunidad de disfrutar de una buena comida de coño simplemente porque tienes un ego que no cabe en toda la Common Wealth, y eres incapaz de aceptar que ya no eres el que corta el bacalao, Scott. ¿Crees que te merece la pena que ella te pegue una paliza para demostrarme que me puedes ganar en una pelea?
               -¿Te importaría repetir eso?-preguntó, sacándose el móvil del bolsillo-. Me ha encantado cachondo escucharte decir eso de que te puedo ganar en una pelea, y quiero dejarlo para la posteridad, para cuando te creas que eres un dios invencible, o algo así. Joder, incluso me ha puesto cachondo.
               -Si te la estás cascando y ves que no llegas, siempre puedes llamarme y pedirme que me ponga a gemir como una puta al otro lado de la línea. Yo por mis amigos soy capaz de hacer cualquier cosa.
               Scott se echó a reír sonoramente y, tras negar con la cabeza, se sentó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros.
               -Me alegro un montón de verte, tío-sonrió, revolviéndome el pelo y aprovechándose así de que yo no podía defenderme como la ocasión requería-. Te sienta guay estar fuera.
               -Gracias, S. La verdad es que lo echaba de menos-suspiré, frotándome la cara y sacudiendo la cabeza mientras pensaba en la increíble sensación de libertad que me inundó cuando la primera ráfaga de aire me azotó al salir del hospital. Echaba de menos lo imprevisible del viento; los conductos de ventilación no estaban mal, pero no hay nada como estar en manos de la meteorología para sentir que puedes volar-. La verdad, no sé cómo se las apaña mi madre para hacer que sus flores le crezcan tan bonitas en el invernadero. Yo me he dedicado a ser un cactus de interior este último mes, y es un putísimo coñazo.
               Scott se echó a reír.
               -Tío, ¿cómo te las has arreglado para salir?
               -Pidiéndolo-sonreí, alcanzando el paquete de tabaco que llevaba en el bolsillo, sacando un cigarro y llevándomelo a la boca. Joder. Mi cuerpo se inundó de endorfinas en cuanto mis labios se posaron sobre el filtro, celebrando que iba a recuperar mi segundo vicio preferido.
               Quizá, con un poco de suerte, mi boca se posaría sobre mi rincón favorito en el mundo esa tarde, y también me reconciliaría con mi vicio favorito.
               -Al-Scott alzó las cejas en un gesto muy típico también de Sabrae, y de nuevo me inundó esa sensación de reconocimiento al darme cuenta de lo mucho que se parecían ambos. Eso era algo que ella y yo nunca íbamos a tener-, a mí me lo puedes contar.
               -He pedido el alta voluntaria-di una calada.
               -¿Y te la han dado?
               Sonreí.
               -Algo así.
               -Alec-Scott estaba luchando por no reírse, porque los dos sabíamos que lo que había hecho estaba mal, pero el fin justificaba los medios-, dime, por favor, que no te has escapado del hospital.
               -Tengo 18 años, Scott. No pueden retenerme allí contra mi voluntad.
               -¡La madre que te parió!-exclamó, riéndose-. ¡Eres un puto sinvergüenza, tío!
               -¿Ves a la poli por algún lado? No. ¿Por qué será? Porque tienen asuntos más importantes que atener que un chaval huyendo de su habitación de hospital para ir a ver a su novia en su cumpleaños.
               -Las enfermeras estarán encantadas de no tener que aguantarte el jeto durante un día.
               -Volveré antes de que me eches de menos, no te preocupes-di una nueva calada y gemí de puro placer. Dios, qué buena estaba la puta nicotina. El día ya prometía.
               Scott alzó una ceja, analizándome con atención, pensando en lo que diría Sabrae cuando se enterara de que me había marchado del hospital sin pedir permiso. Evidentemente, yo no pensaba decirle nada salvo si me lo preguntaba directamente (e, incluso entonces, me pensaría si decirle la verdad o no, porque la conocía, y sabía que en el momento en que se enterara de que no tenía permiso médico para estar con ella, se emperraría en que tenía que volver a mi habitación), porque puede que parezca gilipollas, pero no lo soy tanto.
               -A tu hermana, ni una palabra de esto, ¿estamos?
               -¿Crees que no va a notar que has estado fumando? Seguramente será la primera en enterarse si algún tía tienes cáncer de esófago, por cómo te lo explora con la lengua cuando os morreáis.
               -Del tabaco no, tronco, de lo otro. De mi fuga de Alcatraz.
               -Eres un exagerado-se rió, y yo alcé las cejas.
               -¿Disculpa? Deberían cogerme para la siguiente peli de Ocean’s para que les escriba el guión. Aquí donde me ves, he confeccionado un plan sin fisuras para poder estar aquí. Por supuesto, no espero que lo valores ni comprendas la importancia de sus detalles, ya que estás acostumbrado a hacer lo que te da la gana, cuando te da la gana, pero…
               -Si quieres contármelo, cuéntamelo.
               -Ugh, qué poco interés. Paso, no quiero pedirte favores para…
               -¿Quieres que me ponga de rodillas y te lo suplique?
               -Estaría bien.
               Scott se echó a reír, y, ni corto ni perezoso, el muy payaso se arrodilló frente a mí. Me puso ojitos y yo miré alrededor.
               -Bueno, no era así como esperaba que iniciáramos nuestra relación, pero supongo que la distancia nos afecta. Sé rápido, ¿quieres? No quiero que tu hermana se entere de que le pongo los cuernos contigo por una foto que nos haga algún paparazzi.
               -¡Eres subnormal perdido, macho!-se rió Scott, negando con la cabeza.
               -Vale, pero levántate de ahí. Me estás poniendo histérico con las rodillas así dobladas.
               -No me duele nada.
               -Por eso me molesta-contesté-. Eres insoportable, con tus piernas sanas y tu vozarrón de barítono, haciendo que todas las chavalas de este país mojen las bragas contigo.
               -Soy tenor, eso para empezar.
               -Además de gilipollas, dices, ¿verdad?
               Scott me fulminó con la mirada, se incorporó hasta quedar de pie frente a mí, y se limpió la suciedad de las rodillas mientras respondía con tono reflexivo:
               -No sé si quiero que me cuentes tu impresionante fuga después de tanto insulto. De hecho, creo que te sienta mal estar lejos del personal médico. ¿Te has saltado alguna dosis que necesites para funcionar bien? Tal vez…-meditó, girándose sobre sus talones y mirando en todas direcciones, esperando que apareciera alguien que pudiera ayudarle-, debería entregarte a las autoridades. La calle no es lugar para un enfermo como tú.
               -¡No, tío! ¡Con lo que me ha costado pirarme!
               Scott sonrió.
               -No sé si quiero que me hagas partícipe de esta mierda. Después de todo, ¿no dices que Sabrae me da miedo?
               -Como debería. Pero bastará con que no te vayas de la lengua.
               Scott sonrió, se sentó a mi lado y esperó a que empezara a contarle cómo me las había apañado para salir del hospital sin que nadie se interpusiera en mi camino.
 
 
Fue relativamente fácil, en realidad, porque lo había planeado todo al milímetro. Desde que me habían dicho que no podría estar en el cumpleaños de Sabrae, había dedicado una parte de mi tiempo a pensar en cómo podía hacer para conseguir que el día fuera increíblemente especial para ella. No en vano, era el primer cumpleaños que pasábamos juntos, y a mí me apetecía que fuera bestial, inolvidable. Que quisiera repetir, claro que eso no podía confesárselo a Scott. No porque pensara que se metería conmigo, sino porque me haría sentirme imbécil por creer que a Sabrae no le bastaba con un plan tranquilo.
               Créeme, la conozco. Bastante mejor de lo que todos piensan, incluida ella, así que sabía que a Sabrae le parecería genial incluso sentarse en el sofá para acompañantes y quedárseme mirando toda la tarde. Y a mí también, pero no era eso lo que quería para ella. Quería lo que se merecía: purpurina, fuegos artificiales, música celestial sonando en un dulce crescendo mientras se abrían las nubes y un halo de luz dorada bañaba su rostro.
               Los quince eran una edad importante. Igual que los dieciséis, y los diecisiete, y los dieciocho… y todos los años que ella me dejara estar a su lado. Así que todos sus cumpleaños debían ser la mejor fiesta, la mayor lluvia de detalles. Era el único momento del año en que me permitiría consentirla todo lo que a mí me apetecía, y no tenía pensado dejar de hacerlo simplemente porque un coche me había pasado por encima.
               Así que, cuando una de las enfermeras me había dicho que, si todo iba bien, podrían quitarme las vendas más aparatosas y sustituirlas por un vendaje más flexible que me permitiera iniciar la rehabilitación, yo había visto cómo ese cielo se abría ante mí, mostrándome un nuevo universo de posibilidades. Ya había pasado por lesiones jodidas en el pasado, y sabía que no había dolor que no pudieras controlar si te concentrabas lo suficiente, pero necesitaba tener a alguien de mi parte que me ayudara a asegurarme de que no me jodiera más las articulaciones, o que los huesos no se soldaran bien.
               Y ahí entraba Sergei. Como buen entrenador que era, siempre se había ocupado de mí cuando había salido escaldado de algún combate de boxeo, y no sólo conseguía animarme a continuar, sino que con sus vendajes deportivos era capaz de hacer que me sintiera como nuevo. Al principio, había sido uno de los fisioterapeutas del gimnasio quien se había ocupado de curarme y ponerme a pleno rendimiento en el menor tiempo posible, pero cuando comenzaron a rebelarse porque “no debía forzarme”, en palabras propias de los masajistas, Sergei había tomado las riendas de mis recuperaciones y se había asegurado de darme todo lo que yo necesitaba.
               Nada me hacía creer que lo de esta vez sería diferente, y, la verdad, no me había costado demasiado convencerlo. Apenas necesitó una escueta invitación mía que tomó forma de pulla (“¿no vienes a verme, o es que ya tienes nuevo campeón al que lamerle el culo?”, le había escrito esa misma semana) para venir a visitarme, y mentiría si dijera que verlo atravesar el pasillo no me hizo sentir como si todo, por fin, terminara de encajar.
               Como esperaba que hiciera, Sergei se reclinó sobre el mostrador del control de las enfermeras para pedir información sobre su paciente preferido, a pesar de que sabía de sobra en qué habitación estaba. Jordan llevaba sin pisar el gimnasio para entrenamientos de más de media hora seguida desde que había tenido el accidente, e incluso en el poco tiempo que mi mejor amigo pasaba ejercitándose, Sergei se las había apañado para sonsacarle hasta el más mínimo detalle.
               -Disculpe, señorita-ronroneó, mirando con sus ojos azul hielo siberiano a una de las enfermeras de prácticas, que había acudido a atenderlo nada más lo vio salir del ascensor-, estoy buscando la habitación de un tal Alec White…-empezó, y la pobre enfermera ya estaba cuadrando en su cabeza la ruta en dirección a las habitaciones de los médicos de guardia, en el último piso, donde dejaría que Sergei le echara el polvo de su vida, cuando la almohada impactó contra el cristal de mi ventana, haciendo que los dos dieran un brinco. Sergei se giró como un resorte, los reflejos de boxeador aún no perdidos del todo, y no pudo evitar sonreír al verme al otro lado del cristal, haciéndole un corte de manga.
               Tuvo que dejar su sesión de ligoteo por esta vez. Me echaba demasiado de menos como para perder ni un segundo más.
               -¿Te jode que los demás tengamos posibilidades de follar ahora que tú no puedes?
               -¿Quién dice que no pueda?-respondí, y Sergei se acercó a mí. A pesar de que desearía verme en mejores circunstancias, no podía evitar sonreírme. Yo siempre sería su ojito derecho, sin importar lo que nos pasara.
               Se detuvo a un par de pasos de mí, y abrió los brazos, mostrándome que mi situación era suficientemente ilustrativa como para no necesitar una respuesta que diera sentido a sus ideas.
               -Estás hecho mierda-comentó, y yo sonreí.
               -¿Creías que me había equivocado de hotel y en el hospital les daba pena decirme que tenía que irme?-pregunté, y Sergei se sentó a mi lado, en la cama, poniendo cuidado de no acercarse lo suficiente como para hacerme daño. Lentamente, estiró la mano hacia mi cara, y tras un instante de vacilación, me revolvió el pelo.
               -Te echaba un montón de menos, niñato. Ni se te ocurra volver a hacerme esto, ¿me oyes?
               -Bueno, pero no llores, ¿quieres? Que no vayas a conseguir a otro campeón como yo no es motivo bastante para que te pongas  a lloriquear como un crío. Y, por favor, no te cortes las venas-puse los ojos en blanco-. Las enfermeras ya tienen bastante trabajo como para tener que ocuparse de un imbécil como tú.
               -¿Cómo te encuentras?-preguntó en tono triste, sus ojos fijos en los míos, llenos de una pena infinita. Por un instante, temí incluso que me viera tan mal que se negara a ayudarme, de modo que me preparé para lo peor: tratar de convencer a Jordan, que terminaría yéndose de la lengua con Sabrae… eso, si se animaba a ayudarme.
               -He estado peor-contesté, encogiéndome de hombros-. De hecho, estoy mejorando bastante más rápido de lo que me habían dicho. Por eso te he pedido que vinieras-le revelé, sabedor de que con Sergei era mejor ir al grano. Alzó las cejas.
               -¿En serio? ¿No era simplemente porque echabas de menos a tu papi?-se rió, y yo puse los ojos en blanco.
               -No me hables de padres, ¿quieres, Sergei? Si yo te contara…
               -Jordan me ha dicho que has visto a tu hermano. Y a tu padre. ¿Estás bien?
               -Ajá. Nada grave. No te preocupes por mí.
               -¿Fijo? Sé que tu hermano es un cabrón, y tu padre un auténtico hijo de puta, y conociéndote…
               -No te ofendas, Serg, pero prefiero no hablar de eso ahora.
               -Claro. Lo comprendo.
               -No es que sea un niño traumatizado ni nada por el estilo, ¿sabes? Pero prefiero pasar página.
               -De acuerdo.
               -Aunque, si te tengo que ser completamente sincero, te diré que hasta me ha venido bien que hayan venido a visitarme. ¿Sabías que soy capaz de estrangular a mi hermano incluso con toda esta parafernalia?
               Sergei abrió los ojos un par de segundos, tratando de procesar la información. Y luego, se echó a reír.
               -No sé si preguntarte qué te hizo para que quisieras estrangularlo.
               -¿De verdad piensas que necesito excusa?
               Aún riéndose, negó con la cabeza, y me dio una palmada en la pierna un segundo antes de darse cuenta de que se había sentado junto a mi lado malo. Se puso pálido, pero le indiqué que no debía preocuparse. El dolor que me había producido apenas superaba al que tenía siempre de fondo, cada vez que me movía. Había aprendido a convivir con él, y la verdad es que ya notaba cómo iba reduciéndose poco a poco, retirándose de nuevo a ese rincón del cerebro en el que se confinan las agujetas y los corazones rotos.
               -Seguro que fue todo un espectáculo.
               -El jurado me habría proclamado vencedor con sólo ese asalto-me regodeé, y Sergei se rió entre dientes. Antes de que me diera tiempo a explicarle qué quería de él, me preguntó por mi estado físico, por el mental (arqueó las cejas cuando le dije que había empezado a ir al psicólogo, o más bien que la psicóloga había empezado a visitarme, pero no hizo ningún comentario más allá), por cómo iba mi recuperación y cuándo tenían pensado darme el alta; si tenía secuelas, si preveían que arrastrara algunas de por vida, si tenía lesiones internas. Cuando recibió toda la información que quería sobre mí, asegurándose de primera mano de que todo estaba en orden (todo lo en orden que puede estar un chaval que se pasa una semana en coma y al que le auguran una recuperación lenta), empezó a preguntarme cómo mataba el tiempo en el hospital, quién venía a visitarme, si podría hacerlo él más a menudo. Sonrió cuando le dije que llevaba esperando que viniera desde que me desperté.
               Y pasó a preguntarme por Jordan, a quien llevaba tiempo sin “darle un buen meneo”, por mi hermana, por mis padres, mis amigos…
               … y llegó hasta ella.
               -Bueno, y la última, pero no la menos importante. ¿Cómo está tu zorrita?-inquirió, reclinándose en la cama, apoyándose en el colchón al otro lado de mis piernas y dedicándome una sonrisa cargada de intención.
               -¿Qué te tengo dicho de que la llames así?
               -Tengo que aprovechar, ahora que eres prácticamente un minusválido.
               -Yo de ti lo consultaría con mi hermano antes de tocarme los huevos. Nunca está de más tener una segunda opinión.
               Sergei rió entre dientes, con una sonrisa torcida que delataba el conflicto interno que le provocaba el querer disfrutar de mi buen humor por un lado, y sus ganas de picarme por otro.
               -¿Cómo lo lleva?
               -Bien. Está aguantando como una campeona. Y, mira, es gracioso que me preguntes por ella, porque si te he pedido que vinieras, es precisamente porque necesito que me hagas un favor relacionado con Sabrae.
               Parpadeó despacio, procesando la información, y luego…
                -Espero que no te lo tomes a mal si no vuelve a tocarte un pelo después de que me acueste con ella. Que conste que lo hago porque la chiquilla me da pena, tanto tiempo de abstinencia sexual debe de ser horrible, así que estoy dispuesto a sacrificarme por una buena causa.
               -¿Te pone mi novia, Sergei? Podría ser tu hija.
               -Tampoco soy tan viejo.
               -Y yo no puedo culparte, la verdad es que está buenísima-me chuleé-. Y por eso, precisamente, no pienso dejar que te acerques a ella. Lo que necesito es que me hagas algo a mí.
               -¿El qué? Tiemblo de miedo.
               -En unos días, me han dicho que, si todo va bien, me quitarán estas putas escayolas-levanté la pierna y el brazo-, y me las sustituirán por unas vendas que me permitan empezar con la rehabilitación.
               -Vale-asintió Sergei, arrastrando las vocales con desconfianza.
               -El viernes es su cumpleaños.
               -Ajá…
               -Y quiero ir a pasar el día con ella. Así que necesito que me hagas tus vendajes mágicos, aquellos con los que podía seguir peleando sin sentir ningún dolor aunque tuviera todas las vértebras fuera de sitio.
               Sergei torció la boca, analizándome. Puede que me hubiera pasado de inocente creyendo que me ayudaría sin más, o que no tendría que convencerle. Porque, aunque yo me sintiera como si ya me hubiera enfrentado a ese dolor otras veces, y ya lo tuviera bajo control gracias a la experiencia, lo cierto era que, desde fuera, la perspectiva cambiaba muchísimo. Nunca me había pasado tanto tiempo ingresado en el hospital, ni había tenido tantos vendajes a la vez, ni me había roto tantos huesos de una sentada.
               Mi situación era crítica, y críticas eran las ideas de Sergei respecto a lo que pensaba hacer. Detestaba ponerse de parte de unos médicos que criticaban el deporte que nosotros amábamos por considerarlo peligroso en exceso, hasta el extremo de llegar a calificarlo como suicida si te encontrabas con algún purista de la medicina. Nos calificaban de bárbaros, de temerarios, y mientras nos curaban las heridas, una parte de ellos no podía dejar de sentir la tentación por no curarnos del todo, y que así aprendiéramos la lección.
               Pero ese día, precisamente, no había ningún bando. No había discusión posible, ni gloria que justificara mis heridas. Es preferible morir en un combate de boxeo a sobrevivir a un accidente de coche, porque el accidente de coche no conlleva ningún dilema moral sobre el que discutir vestido de luto.
               -Alec… ¿estás… estás seguro de que esto es una buena idea?-preguntó, eligiendo sus palabras con una cautela a la que ninguno de los dos estaba acostumbrado. Sergei y yo nos disparábamos las verdades a bocajarro; en eso se basa, precisamente, la confianza entre un entrenador y su campeón. Si nos anduviéramos con guantes de seda, yo no sería tan bueno, ni Sergei habría sido capaz de pulir el método que me venía como anillo al dedo. Probablemente nuestra relación tampoco fuera tan estrecha precisamente por la falta de sinceridad entre los dos. Sergei y yo jamás nos diríamos nada para herirnos (aunque sí para provocarnos, pero eso entraba dentro de la dinámica del entrenamiento), como sí les sucedía a los que se dedicaban sonrisas siempre y se apuñalaban por la espalda al mínimo inconveniente.
               -Escucha, Serg, no te lo pediría si no fuera estrictamente necesario que me ayudaras. No quiero buscarte problemas, ni nada por el estilo, pero necesito hacer esto, ¿comprendes?
               -Con eso no me estás contestando a lo que yo te he preguntado. ¿De verdad crees que es una buena idea que te vayas del hospital? Me imagino que ni siquiera lo has comentado con tus médicos, ¿me equivoco?
               Asentí con la cabeza. Por descontado, que yo me fuera del hospital no estaba sobre la mesa ahora mismo con todo el personal que me atendía. En el momento en que yo pedía una fecha más o menos concreta para mi alta, me decían con gesto comprensivo que debía ser paciente, lo cual venía a traducirse como “deja de darnos el coñazo, chaval, porque sabes de sobra que todavía te queda mínimo un mes aquí encerrado”.
               -Si les dijera algo, seguramente me pusieran seguridad en la puerta, o algo así, para impedir que me vaya. Esta gente ya me va conociendo, ¿sabes? Son muchas horas de convivencia.
               -Pues más razón me parece para que hables con ellos. Yo también te conozco, Al, y sé hasta qué extremo eres capaz de llegar por alguien que te importa, pero, ¿no te parece que deberías pensar en ti primero, por una vez?
               -Incluso si lo hiciera, mis planes seguirían siendo los mismos.
               -No estás siendo consciente.
               -Soy perfectamente consciente de mi situación, igual que lo soy de que necesito un respiro. Necesito que todo el mundo deje de tratarme como un crío desvalido, porque ya no lo soy, ¿sabes, Sergei? Tú mejor que nadie sabes que dejé de serlo hace mucho, mucho tiempo. Y odio que me traten como si necesitara ayuda para absolutamente todo.
               -¿Cuánto hace que no vas al baño solo?-preguntó Sergei, y yo me lo quedé mirando.
               -Con no beber ni comer mucho, no veo por qué no puedo aguantar hasta que vuelva.
               -¿Y si te pasa algo?
               -Volveré si me siento mal.
               -No sé por qué, no te creo-ironizó.
               -Sergei. Tú me enseñaste que no tengo que rendirme ante las adversidades. Que tengo que superar los obstáculos. Que no debo tirar la toalla. Bueno, pues éste soy yo no tirando la puta toalla.
               -Hay una diferencia entre subirte a un ring y jugar a la ruleta rusa. Que las dos te supongan una descarga increíble de adrenalina no significa que sean lo mismo, ni que sea una gilipollez ponerte una pistola en la sien y apretar el gatillo.
               -No es tanta gilipollez cuando la pistola es Sabrae.
               Sergei me atravesó con sus ojos azules, midiendo mi determinación, decidido a sacarme la idea de la cabeza, como si aquello fuera posible.
               -Sabes que voy a hacerlo. Lo haré contigo, o lo haré sin ti. Pero prefiero hacerlo contigo. Yo no sé hacerme los vendajes tan bien como tú. Y no puedo con una mano vendada.
               Suspiró, sus hombros formando un ángulo obtuso junto a su cuello. Cerró los ojos un momento, pensativo, sopesando si podía vivir con la carga de tratar inútilmente de impedirme hacer algo que haría de todas maneras, o si debía tragarse su puta conciencia y ayudarme para que las consecuencias no fueran tan nefastas. Los dos sabíamos que iba a retrasar mi alta con ese paseo, pero teníamos emociones diferentes respecto a ello: mientras yo lo consideraba una desventaja mínima en comparación con lo que me reportaría como premio, a Sergei le parecía un riesgo absurdo. Puede que ni siquiera me recomendara hacer eso por una medalla de oro, pero, ¿por una chica? Por una chica no me animaría ni a ir hasta la vuelta de la esquina.
               La verdad es que le entendía; yo había tenido una vez su mentalidad. Como con Scott, había valorado más miles de voces coreando mi nombre a una sola susurrándomelo al oído. Pero yo ya no podía volver a aquel lugar en el que la gloria de la fama me supiera dulce en los labios, incluso estando solo; no, cuando sabía lo que era sentir que mi cuerpo se convertía en polvo de estrellas al sentir los labios de Sabrae rozándome el lóbulo de la oreja y susurrando la palabra por la que yo respondía ante el mundo mientras me hundía deliciosamente en ella.
               Yo estaba enamorado, así que no tenía opción. Sergei no lo estaba, así que sí la tenía.
               Pero me eligió a mí.
               -Está bien-accedió, y yo respiré tranquilo. Sabía que me haría un destrozo si Sergei no me ayudaba-. Pero espero que tengas un plan distinto a salir corriendo en cuanto te ponga las vendas, porque no sé cuánto podré protegerte. Nunca has estado así de jodido, así que te conviene no ponerte a hacer gilipolleces.
               -Tranqui, tío. Le pediré que se ponga encima-le guiñé un ojo y Sergei soltó una sonora risotada que hizo que las enfermeras le miraran.
               -Ya sabes a lo que me refiero. Necesitas a alguien de dentro.
               -Ya, ya lo tengo todo pensado.
               -¿De verdad?
               -Sí, bueno… todavía no lo he hablado con nadie porque quería asegurarme primero de que podía convencerte-le confesé, y Sergei se rió y puso los ojos en blanco-, pero ahora que tengo un problema menos, hablaré con alguien de casa para que me ayude a organizarlo todo. Quiero que se aseguren de que mi habitación está bien, ¿sabes?
               -Qué romántico eres.
               -No lo digo por eso, gilipollas. Le he comprado regalos, y como no puedo ir paseándolos todos por ahí, necesito dejarlos en un lugar seguro y con una presentación interesante, que haga que a Sabrae le interese.
               -No es por nada, Alec, pero a todo el mundo le interesa recibir regalos.
               -Ella es muy especialita para según qué cosas-respondí, jugueteando con otro hilo de la sábana; había arrancado hacía tiempo el que estaba libre, y encontrarme con que no había nada con lo que pudiera juguetear me había vuelto tan loco que había rascado y rascado y rascado hasta que conseguí liberar otro.
               -¿Crees que tu madre accederá a que te vayas del hospital?
               -¿Mi madre?-ahora fui yo el que me reí-. Mamá es capaz de pegarme con cola a esta cama para que no me vaya. O de fundir la puerta para que no tenga por dónde salir. No, mamá no puede enterarse de que quiero irme hasta que lo haya hecho. Yo había pensado, más bien, en mi abuela.
               Creía que Mamushka me lo pondría mucho más fácil que Sergei por el mero hecho de que soy su nieto preferido y no podía decirme a nada que no, por mucho que le preocupara mi estado de salud. Sabía que le había encantado que le presentara a Sabrae, y el poco tiempo que habían estado juntas le había bastado para adorarla, como hacía yo. Simplemente con el efecto que ella tenía en mí, a Mamushka le bastaba para considerarla merecedora de todos los esfuerzos que decidiéramos volcar en ella.
               Con lo que yo no contaba era con que su opinión de Sabrae había cambiado durante mi estancia en el hospital. Si bien estaba profundamente agradecida de todo lo que Sabrae hacía por mí, tanto en el hospital como fuera de éste, una parte de ella ya no podía verla de la misma forma simplemente porque Sabrae me había “animado”, según ella, a que me fuera a África.
               Mamushka se sentó estoicamente en la silla del acompañante al día siguiente de la visita de Sergei. Aproximadamente a la misma hora a la que él compraba los vendajes de nuevo, para asegurarse de que el tiempo no los hubiera dado de sí, yo le exponía a mi abuela todos los detalles del plan que tenía pensado llevar a cabo el día del cumpleaños de Sabrae. Mimi se había ocupado de envolver los regalos, y ya le había dado instrucciones para que los colocara en unos sitios estratégicos de mi habitación, sobre los que había estado escribiendo un discursito que seguramente se me olvidaría a la hora de la verdad.
               También había dejado un par de regalos para el aniversario de su adopción que me había asegurado de que mi hermana escondiera a buen recaudo, no fuera a ser que a Saab le diera por ponerse a revolver en mi habitación y la liáramos parda.
               Así que ahí estaba yo, sentado en la cama con mis nuevas vendas, moviendo de vez en cuando la pierna sólo para comprobar que no era un sueño, y que realmente podía doblar la rodilla, explicándole a mi abuela todo lo que tenía pensado hacer y el papel crucial que ella había de desempeñar. Ella me escuchaba con mirada indescifrable, los labios unidos en un cruasán carmesí, y las uñas granate resaltando sobre su bolso, al que agarraba como si tuviera en él almacenadas un millón de libras.
               -Así que… ¿qué opinas, Mamushka? ¿Me echas una mano?
               Y Mamushka, fiera y dramática como era, parpadeó despacio, recogió su bolso y se levantó.
               -No.
 
-¿Que tu abuela se marcó un Annalise?-se cachondeó Scott.
               -Calla y escucha, niño rico.
                -Qué grande-rió mi amigo-. Ojalá hubieras salido a ella. Puede que hubiera sido interesante competir contigo con las tías.
               -No competíamos; tú te quedabas mis sobras.
               -Si tú lo dices, guapito de cara-Scott me pellizcó la mejilla y me invitó a continuar con un gesto de la mano.
              
 
La verdad es que me quedé un poco a cuadros, pero no porque pensara que mi abuela accedería a la mínima de cambio (supongo que la teoría de Freud de que uno se folla a las proyecciones que encuentra de su familia es cierta, porque Sabrae era igual de tozuda que mi madre y que mi abuela), pero no pensé que  fuera a cerrarse en banda de esa manera. ¿Esperaba que me gritase? Sí. ¿Que se pusiera chula conmigo por mi pésima situación? Sí. ¿Que adujera a que el último descendiente vivo de la línea imperial rusa debía comportarse con el respeto que los médicos merecían? Sin duda.
               Ahora, ¿que ni siquiera se planteara darme la ocasión para convencerla? Eso era nuevo en ella. Demostraba que algo había cambiado durante mi estancia en el hospital.
               -Ajá. ¿Puedo saber por qué?
               -En los 70 años que tengo jamás he dado explicaciones a nadie de lo que he hecho o he dejado de hacer, salvo a tu abuelo, en ocasiones, cuando me parecía que debía saberlo. Él fue la única excepción, ¿por qué tendría que hacer otra con él, Alec?
               -Porque soy tu nieto preferido, y estoy en el hospital, y te estoy pidiendo ayuda, así que creo que me merezco una explicación de por qué ni siquiera estás dispuesta a planteártelo.
               -No creo que necesite explicación: por eso, precisamente-señaló la habitación-. Porque estás en el hospital. Casi te pierdo. Eres mi niño, y casi te me mueres. Una abuela nunca debería enterrar a un nieto, y menos en nuestra familia. Ya hemos sufrido bastante.
               -Pero ya estoy mucho mejor, Mamushka. Estoy fuerte como un toro; he salido a la rama de San Petersburgo de la familia-me hinché como un pavo, lo cual causó estragos en mis costillas, pero se me dio bien disimular.
               Mamushka frunció los labios y negó con la cabeza.
               -Todo esto es un juego para ti, ¿verdad?-quiso saber, y yo fruncí el ceño.
               -¿A qué te refieres?
               -A tu ingreso. Lo es para ambos, ¿no es cierto?
               -¿Para ambos?-estaba completamente perdido. ¿De quién coño estaba hablando? Sólo le había dicho a Mimi lo que necesitaba saber de los regalos; hasta donde mi hermana sabía, podía mandarle las pistas a Sabrae por medio de mensajes, y pedirle más adelante a mi hermana que la grabara en plena caza de huevos de Pascua.
               -Para Sabrae y para ti-acusó Mamushka, y noté que mi ceño se profundizaba más.
               -¿Qué te hace pensar que esto es un juego para Sabrae? Porque te aseguro que lo está pasando mal como la que más. Ella no sabe nada de esto; creía que te lo había dejado suficientemente claro, Mamushka, pero te lo repetiré las veces que haga falta: quiero darle una sorpresa a Sabrae, es por eso por lo que necesito tu ayuda. Si no fuera porque quiero sorprenderla, para mí sería tan fácil como pedirle a ella que sea la que me dé una excusa para irme del hospital. Tiene mejores reflejos que tú, y también es más joven, así que podría distraer a los guardias de seguridad poniéndose un escote. Conmigo, le funciona-me reí para quitarle hierro al asunto, gran error.
               Mamushka apretó tanto los labios que desaparecieron por completo; ni siquiera se convirtieron en una fina línea, sino que directamente ni existían.
               -Y lo peor de todo es que te ríes. Os hace gracia a los dos. No sois conscientes de lo grave que es tu situación, ¡qué atrevida es la ignorancia!
               -Mamushka, Sabrae sabe de sobra lo mal que estoy. Por eso quiero sorprenderla. Es el primer cumpleaños de ella que pasamos juntos, y quiero que sea especial por eso precisamente. El año que viene seguramente no esté, así que no quiero dejar que esto-señalé los monitores con mis constantes vitales- no me permita compensárselo.
               -¡Es que ése es, precisamente, el problema, Alexéi!-bramó Mamushka-. ¡Que no deberías tener que compensarle nada!
               Entonces, mi cabeza hizo clic. Desde que la había conocido, Mamushka siempre había tratado a Sabrae con cariño, considerándola la razón que me había metido en vereda. Ahora, sin embargo, Sabrae y yo le habíamos dado motivos de sobra no sólo para desconfiar de ella, sino para directamente detestarla.
               Incluso mamá se había vuelto en su contra por el mismo tema, y eso que la conocía de toda la vida. ¿Por qué no habría de hacerlo mi abuela, que la había visto apenas un par de veces?
               -Todo esto es por el voluntariado, ¿verdad?-adiviné, Mamushka me miró de reojo, ladeada, con el rostro vuelto hacia la ventana, como si quisiera escapar-. Mamushka-entrecerró aún más los ojos, y yo le sostuve la mirada como un campeón.
               No iba a dejar que se tratara de interponer entre Sabrae y yo. La adoraba, la adoraba como ningún otro nieto adoraba a su abuela.
               Pero tenía claro a quién elegiría si ella me hacía escoger. La abuela podía dar gracias de que yo no fuera un Romanov, y que mi sangre, si es que era la que ella decía, no valiera ya absolutamente nada. Por Sabrae, renunciaría gustoso a cualquier imperio, incluido el más grande que se había conocido nunca.
               El trono se quedaría frió sin mi cuerpo calentándolo, pues no le negaría a Sabrae ni la más mínima molécula de mí.
               -Responde.
               -Sí-admitió-. Es por el voluntariado. Es porque yo no habría dejado que tu abuelo se fuera estando en tu estado. Es porque tu madre no dejaría que Dylan lo hiciera. Ella no debería dejar que lo hagas tú.
               -Sabrae sabe lo importante que es para mí.
               -No se ha sacrificado por ti como lo hemos hecho los demás, y sin embargo su opinión es la única que cuenta.
               -Venga ya…-me eché a reír y me froté la cara-. ¿Cómo que no se ha sacrificado? ¿Sabes lo mucho que ha tenido que cambiar por mí? ¿Lo mucho que he cambiado yo por ella? Encajamos mejor que las dos piezas de un rompecabezas, Mamushka, no me digas a quién debo hacer caso y a quién no, cuando Sabrae se sentó día sí, y día también, en una silla como esta-señalé la que había ocupado hasta hacía unos minutos-, a intentar despertarme de todas las maneras posibles.
               -Y, a pesar de todo, la que consiguió traerte de vuelta fue tu hermana.
               Me relamí los labios.
               -No me ayudes si no quieres, Mamushka. Pero, por el bien de los dos, no te interpongas entre Sabrae y yo. Esta familia ya lo perdió todo una vez por algo con nombre de mujer, ¿qué te hace pensar que no puede volver a pasarnos?
               La tensión entre nosotros se cortaba como un cuchillo. Mamushka se cruzó de brazos lentamente, y su bolso balanceó a la altura de su codo.
               -No quiero decirte adiós, Mamushka-le aseguré-, al igual que mamá tampoco quería decirle adiós a Aaron. Pero lo hizo. Y yo lo haré, si no me dejas otra alternativa.
               -¿Eres consciente-preguntó despacio- de que la has comparado con una masacre?
               -No. La he comparado con la revolución. Aunque, si te sirve de algo, incluso si la comparara con una masacre, seguiría ilustrando lo que quiero decir. No te haces una idea de lo que estoy dispuesto a hacer por ella.
               -¿Derramarías ríos de sangre otra vez?
               -Espero no tener que llegar a ese extremo. Pero sí-admití-, sería capaz. La de los demás no vale nada. Ni siquiera la mía. La única que vale algo es la de ella.
               -¿Y eso es ya justificación suficiente para ponerte en peligro? ¿Que creas que tu sangre, la sangre de tu hermana, de tu madre, de mi marido, la mía propia, y de unos ancestros cuyas muertes son el punto de inflexión entre dos eras, no valen nada comparadas con la de ella? ¿Que no es más que agua teñida de rojo?
               -Yo no he dicho eso. Tú sabes que Mimi, mamá y tú sois importantes para mí, Mamushka, pero… me habéis tenido para vosotras solas durante demasiado tiempo. Ya es hora de que me compartáis, ¿no te parece?
               -¿Por qué deberíamos hacerlo, de buen grado al menos? Al fin y al cabo, tú mismo has dicho que la única que te importa es ella.
               -No, Mamushka, vosotras también me importáis. Mamá, Mimi, tú… mis amigos, toda la gente a la que quiero me importa, y tú lo sabes. Pero ninguno de vosotros le da sentido a mi vida como lo hace Sabrae. El día que mi sangre valga algo, será cuando tengamos hijos y se mezcle con la suya.
               Mamushka me fulminó con la mirada.
               -No sabes lo que dices.
               -Puede que esté exagerando un poquito, pero necesito que entiendas lo importante que es para mí, Mamushka. De verdad. Sé el riesgo que voy a correr, pero quiero correrlo de todos modos. Con eso, debería bastarte.
               -¿Debería bastarme con que mi nieto fuera estúpido?
               -Debería bastarte con que tu nieto esté dispuesto a hacer todo lo posible por darte bisnietos. ¿No es ese mi propósito, después de todo?-sonreí-. ¿No he nacido para eso? Tengo que perpetuar el linaje, incluso aunque ya no exista. Tengo que darle nietos a un trono que no está en un palacio, sino en un museo.
               -Y la manera de hacerlo es poniéndote en peligro por una chica que ni te lo ha pedido.
               -Por eso se lo merece, Mamushka: porque no me ha pedido que lo haga. Porque no me dejaría hacerlo si supiera que lo estoy considerando. Quizá vaya a dejar que me vaya de voluntariado, pero te aseguro que Sabrae no me va a dejar escapar tan fácilmente-sonreí-. Espero que el pueblo no sea racista. Nos saldrán niños mulatitos muy guapos.
               Mamushka puso los ojos en blanco.
               -Apenas estuviste con él, pero tienes la misma labia que tenía tu abuelo-bufó, y con un suspiro de resignación, se sentó a mi lado y me preguntó cómo íbamos a hacerlo.
 
-Guau, qué señora.
               -Sí. “Señora” es una buena palabra para definir a mi abuela-me reí.
               -Es… súper… imperial. No sé cómo describirla. No parecía así las pocas veces que la vi, en tus cumples y esas cosas.
               -Porque se controla mucho cuando está con gente a la que no conoce.
               -Tenía 7 años la última vez que la vi, creo-Scott puso los ojos en blanco.
               -Ya, pero uno nunca sabe quién va a convertirse en espía o quién va a tratar de aprovecharse de tus influencias para sacar beneficio. Por ejemplo, presumiendo de que eres amigo de un heredero al trono para meterte en las bragas de alguien.
               -Amigo, ¿a ti te parece que con esta cara-Scott la exhibió como si fuera una pieza de coleccionista-, necesito de tu mierda de linaje absolutista para echar polvos?
               -Cómo se nota que no has follado con ninguna princesa, S. Tienes el mundo más minúsculo que he visto en toda mi vida-me cachondeé, acabándome el cigarro.
               -Como si tú te hubieras tirado a alguien de la realeza.
               -Cada vez que me la casco-contesté, y Scott se echó a reír. Ni siquiera él era inmune a mis encantos, ya no digamos cuando la pena que sentía por mí le embargaba.
               Debo decir que tenía motivos de sobra para sentir pena por mí. Esa misma mañana me había levantado nerviosísimo, pensando en todo lo que tenía que hacer y la cantidad de cosas que podían salir mal. Por mucho que hubiera ido perfeccionando mi plan a medida que pasaban los días y analizaba mejor el hospital, una parte de mí no dejaba de insistir en que siempre se me escapaba algo, algo que terminaría jodiéndome la tarde con Sabrae y haciendo que su cumpleaños fuera otra visita mediocre al médico, algo que ella no se merecía.
               La primera en llegar había sido mi abuela, aferrando el bolso con decisión e insistiéndole a mamá para que se fuera tranquila, pues ella cuidaría muy bien de mí y mamá se merecía un descanso. El hecho de que mi madre no discutiera me hizo sentir un poco mal, porque denotaba que el sacrificio que estaba haciendo por estar conmigo la superaba en ocasiones, y me sentí un poco miserable por estar a punto de darle el susto de su vida escapándome del hospital cuando me besó la frente y me dijo que volvería más tarde, a hacerme una pequeña visita exprés.
               Mamushka comprobó que me hubiera tomado hasta el último bocado de mi repugnante desayuno, y murmurando para sí misma, vagó por la habitación, recolocándolo todo, como si de una escena del crimen se tratara. Cuando vino Sergei, lo fulminó con la mirada, seguramente convencida de que había sido él el que me había metido en la cabeza una idea tan reprobable (como si Mamushka no me conociera), y se retiró a un discreto segundo plano tras correr las cortinillas metálicas y cerrar la puerta desde dentro, evitando así interrupciones.
               No se me escapó la cara que pusieron ambos dos cuando Sergei me abrió la camisa y me quitó los pantalones: tenía peor aspecto del que se esperaban y, siendo justos, también del que me esperaba yo. No quería ni pensar en lo que había debajo de mis vendas; con que me escociera como lo hacía ya era más que suficiente para preocuparme para los próximos diez años.
               -Mamushka, en el armario hay una camisa blanca, vaqueros azul oscuro y unas Converse. ¿Me las puedes traer?-pedí, y Sergei me miró.
               -No sé si podrás ponerte Converse con el vendaje que voy a hacerte.
               -Las deportivas que llevaba en los combates eran más estrechas que mis Converse, y nunca te dieron problema.
               -Tampoco tenías el tobillo tan destrozado como ahora.
               Fruncí el ceño, puse los ojos en blanco y saqué la lengua, fingiéndome muerto. Sergei se rió por lo bajo, seguramente alentado a ser discreto por la cara que puso mi abuela, de estar hasta el coño de mí. Pues no le quedaba nada.
               Sé que me agradeció, sin embargo, tener algo en lo que ocuparse mientras Sergei se ocupaba de mí. Mi mentor me hizo incorporarme para poder apretarme aún más los vendajes del pecho (no se atrevía a quitármelos, me dijo, por si tenía algún apósito que no nos conviniera retirarme), y sólo cuando vio que yo apenas podía doblarme dentro del improvisado corsé que me hizo, se ocupó de mi rodilla.
               A pesar de que me habían hecho un vendaje nuevo la noche anterior, apretándomelo lo suficiente como para que no me hiciera daño al dormir doblando demasiado la pierna en sueños, Sergei me retiró las vendas y me hizo uno aún más tenso, con el que, sin embargo, tenía más libertad de movimiento. El tío era un hacha.
               Pasó entonces a mi tobillo, y sólo cuando hubo cortado el último trozo y lo hubo colocado en su lugar, me miró desde abajo y sonrió:
               -¿Quieres que termine, o te dejo la polla libre?-preguntó en ruso, seguramente para que mi abuela no le entendiera, y yo me eché a reír. Tanto porque me hizo gracia lo que me decía, como por la cara que puso mi abuela y la manera en que se abalanzó sobre él.
               -Así que por eso es todo este circo, ¿verdad?-acusó, avanzando hacia mí, ignorando a un Sergei alucinado al escuchar a la viejecita nerviosa y angustiada de la habitación dirigirse a mí con la ferocidad de una leona, en un idioma que tontamente creía sólo suyo-. ¡Porque ya no aguantas más sin sexo! ¡Es increíble, Alec, increíble! ¡Te debería dar vergüenza!
               -Relájate, Mamushka, ¿quieres? Tener sexo no es mi principal aspiración esta tarde, pero nunca hay que perder la esperanza-me burlé, tratando de acostumbrarme a la forma en que mi pecho se resentía al tratar de tomar más aire al reírme y encontrarse con la férrea barrera de las nuevas vendas.
               Pobre Mamushka. Y pobres todos los que pensaban que yo me escapaba para poder echar un polvo. Ojalá estuviera para algo más que para tratar de mantenerme en pie con todo el esfuerzo de mi cuerpo. En cuanto puse la planta del pie en el suelo, supe que estaba metiendo la pata hasta el fondo en mi recuperación. El fin justificaba los medios, sin duda, pero sabía que iba a pagarlo caro.
               Y yo que pensaba que no podía sentir más dolor, y que había pasado todo. Hacía tanto tiempo que no caminaba que no recordaba cómo era. Creía que no dolía. No recordaba que doliera. Y sin embargo…
               … me puse pálido en cuanto lo único que me sostuvo desafiando la gravedad fueron mi esqueleto destrozado y mis músculos agarrotados. Instintivamente, busqué el borde de la cama al notar que pesaba más de lo que mis pobres rodillas estaban dispuestas a soportar. Sergei y Mamushka dieron un paso hacia mí, prestos a protegerme.
               -No. Estoy bien. Tengo que… pásame una muleta-le pedí a Sergei, indicándole las que un celador había dejado allí la noche anterior, cuando me quitaron las vendas, por recomendación de mis fisioterapeutas. Querían que las tuviera cerca para familiarizarme con ellas, que las tuviera tan normalizadas que pensara que era normal tener dos piernas metálicas, en lugar de unas de carne y hueso plenamente funcionales.
               El dolor no remitió cuando me apoyé en la muleta, pero mentiría si dijera que se mantuvo estático. Era diferente; se expandía dentro de mí como la sombra de una nube por la orografía del terreno, acusando todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo en los que estaba haciendo fuerza. Se deslizó de mi pierna derecha, la que más sostenía el peso, a mi hombro, el más resentido por el accidente, y el único lugar en el que me había hecho un agujero recientemente.
               -¿Alec?-me preguntaron los dos a la vez, y yo los miré.
               -Necesito un momento. Hace tanto que…-jadeé-. Que no estoy… de pie… que…
               Me quedé callado, boqueando en busca de aire. El vendaje del tórax estaba demasiado apretado, y me impedía coger todo el aire que yo necesitaba, y que sabía que no era poco. Más o menos, el que una ballena inhalaba en cinco respiraciones.
               -Vamos-dije después de un instante de vacilación en el que llegué a plantearme si todo esto merecía la pena. No había tardado en decidir que sí (más o menos, lo que mi cabeza había tardado en pintar el rostro de Sabrae en mi mente), pero ese doloroso segundo en el que había contemplado rendirme hacía que me avergonzara de mí mismo.
               Vale. Fase uno: levantarse de la cama, superada.
               Fase dos: salir de la habitación, en curso.
               Me erguí todo lo que pude y atravesé la puerta, sintiendo que cada paso eran mil cuchillos clavándoseme en la piel, una descarga de mil millones de voltios atravesándome la columna vertebral.
               -¿Alec?-preguntó una de las enfermeras. Siempre debía quedarse alguien en el control, por si había una visita que necesitara más indicaciones o algún familiar quería comentar un cambio en un paciente, bueno o malo.
               -Estoy bien. Voy a ver a Claire-me excusé, y la enfermera frunció el ceño.
               -¿Tiene turno hoy?-quiso saber, y yo me detuve en seco. Mierda. No me había molestado en preguntarle a la psicóloga cuánto tiempo trabajaba; no sé por qué, me había imaginado que lo hacía de lunes a viernes, como los terapeutas a los que había ido mi madre y que le daban cita sólo entre semana. Claro que ella pertenecía a un cuerpo de psicólogos entre el que me había amenazado con rotarme si seguía negándome a cooperar, así que no tenía por qué tener un horario fijo.
               -Eh… pues… me gustaría averiguarlo. Espero que no me haga ir para nada. ¿O será una prueba? En fin, estos loqueros, ya sabes…-puse los ojos en blanco y le enfermera se echó a reír.
               -¿No deberías ir en silla de ruedas?
               -Prefiero caminar. Ya sabes… es bueno para el cuerpo. Se me está quedando el culo cuadrado, y dudo que eso le haga gracia a mi novia.
               -Tú mismo. Tienes mala cara…
               -Se me pasará en cuanto Claire y yo nos peguemos un par de gritos-le aseguré, acercándome a la puerta del ascensor. Recé porque viniera vacío, y por una vez, tuve suerte. Sergei puso una mano en el sensor de la puerta para impedir que ésta se cerrara mientras entrábamos, y cuando las puertas automáticas finalmente se cerraron, yo dejé escapar un gemido y me apoyé en la pared.
               -Ahora mismo volvemos a tu habitación-instó mi abuela, apresurándose a marcar el número de mi planta.
               -De eso nada. Ya hemos pasado lo peor.
               Fase dos: salir de mi habitación, completada.
               Fase tres: salir del hospital. Ésta era la más complicada, porque tenía que hacerlo sin la ayuda de ninguna muleta.
               Tomé tanto aire como los vendajes y mis pobres pulmones en desuso me lo permitieron, y entonces, en el segundo en que el ascensor comenzaba a abrirse en la planta del vestíbulo, arrojé la muleta a un lado y me erguí cuan largo era. Atravesé despacio el largo pasillo, agradecido de que hubiera venido mi abuela y me hubiera dado la excusa perfecta para avanzar todo lo despacio que necesitaba, es decir, a velocidad de caracol. Comprobando con alivio que no conocía a nadie de los empleados uniformados del hospital, me dirigí a las puertas giratorias, acompañado ya sólo de Mamushka, ya que Sergei se había adelantado para ir a por el coche.
               -¿Qué piensas hacer si nos encontramos con alguien que te reconozca?-quiso saber mi abuela, mirando en todas direcciones.
               -Poner a prueba mis vendas.
               -¿Echando a correr?
               -No. Noqueándolo y saliendo cagando hostias de aquí.
               Mamushka soltó una risita, y yo no pude evitar darle un beso en la sien, lo que me clavó las costillas en los riñones.
               -¿Me perdonas ya ser tan romántico?
               -Yo diría que eres más bien temerario, pero no puedo culparte. Estás en la edad.
               Un guardia de seguridad se me quedó mirando mientras me metía en el círculo de la puerta giratoria. Dio un paso hacia Mamushka y hacia mí, pensativo, y entonces…
               … una médico con la gracilidad de un duendecillo nos rodeó y saltó a sus brazos, riéndose.
               -¡He vuelto! Te echaba de menos, Bruce.
               -¡Me parecía que eras tú! Has alargado la baja maternal, ¿verdad?
               Mamushka salió con más agilidad que yo del círculo de la puerta giratoria, lo cual fue bastante humillante. Avanzamos por el camino de cemento imitando baldosas del centro en dirección a la zona de carga y descarga, donde ya nos esperaba Sergei en su coche. Salió para abrirle la puerta a mi abuela, y tras un instante de preparación psicológica en el que aproveché para mirar el hospital como si nunca más fuera a volver a él…
               -Qué dramático eres-comentó Scott, riéndose, y yo lo fulminé con la mirada.
               -Cállate.
               …me doblé todo lo que pude y me metí en el coche.
               Sobra decir que acusé cada bache, cada giro, y cada frenazo de una conducción que Sergei procuró hacer lo más suave posible. Nunca le había visto ser tan cuidadoso, ni al volante ni en ninguna otra situación, como lo fue aquella mañana en la que me llevó como el copiloto más frágil que había tenido nunca. Yo iba con el asiento lo más retirado hacia atrás posible, de manera que pudiera estirar una pierna que ya comenzaba a palpitarme. Notaba cómo una gota de sudor frío descendía por mi cuello, señal de que lo estaba pasando bastante peor de lo que quería admitir (para no preocupar a nadie, y para que no decidieran que había que dar la vuelta y llevarme de vuelta a la habitación), y o el coche estaba ardiendo, o yo tenía un calor que no se correspondía con la ropa que llevaba puesta. Hacía un buen día de primavera, con unos agradables 19 grados que te permitían ir con una camisa y nada más. El sol brillaba en el cielo, perezosas nubes retozaban aquí y allá, el viento mecía las ramas de unos árboles cargados de hojas y flores por igual, y yo no era capaz de tener la vista fija en un sitio de tan mareado como me tenía mi dolor.
               A lo que había que añadirle, por supuesto, el increíble trauma que me supondría tener que salir del coche. Saqué una pierna primero, y después la otra, y  tuve que resistir la tentación de aceptar la ayuda que Sergei y mi abuela me tendían para salir del coche. Debía hacerlo solo. Igual que debía saltar el inmenso bordillo, acercarme al banco en el que pretendía esperar hasta que sonara el timbre indicando el final de las clases de mi chica, y sentarme con toda la dignidad que pudiera.
               Una puta odisea, lo sé. Las cosas que los hombres hacemos por amor.
               -Me parecen increíbles todas las putas molestias que te tomas por echar un polvo, Alec-se burló Scott-. Lo tuyo es de psiquiatra. Creo que deberían cambiarte de profesional.
               -No voy a echar un polvo, Scott-respondí, rabioso-. ¿A ti te parece que yo estoy para follar? Si ni siquiera soy capaz de caminar como una persona normal.
               -No puedo creerme la cantidad de mierdas que estás dispuesto a hacer por un retaco como Sabrae-Scott siguió riéndose, negando con la cabeza, y yo alcé la ceja y respondí:
               -No soy el único, según tengo entendido, ¿no?
               Sus risas murieron en su boca, pero más bien producto de una muerte natural que de pena. Se relamió los labios, paseándose la punta de la lengua por el borde de los dientes, y después, asintió con la cabeza. Los dos estábamos pensando en lo mismo: en su actuación del miércoles pasado, donde había puesto los cojones sobre la mesa y le había demostrado al mundo lo que era capaz de hacer por la chica a la que amaba, una chica a la que todo el mundo conocía y quería. Ya le había visto al día siguiente de su actuación, antes de que se fueran a Praga, e incluso se había traído a Eleanor, que parecía encantada con el nuevo rumbo que había tomado su vida. Scott y ella hacían una pareja increíble y, aunque seguía un poco triste por la metedura de pata que había tenido mi amigo, lo cierto es que me alegraba muchísimo de ver lo bien que estaban.
               Porque estaban genial. Ahora que ya no tenían que esconderse de las cámaras, se les veía mejor que nunca, y no sólo paseaban de la mano y besándose en cada esquina de Praga, sino que incluso se rumoreaba que estaban preparando algo juntos. Era agradable ver el cambio que habían pegado de la semana anterior a ésta; habíamos pasado de ver a una Eleanor furiosa, lanzándole pullas a Scott en cada ocasión que se le presentaba (en los directos que había hecho por las redes sociales, no había desperdiciado la más mínima oportunidad de dejarle claro al mundo que los únicos que le gustaban de Chasing the Stars eran Layla y Chad, dejando muy por debajo del aprobado a Diana, Scott y Tommy), a ver a una Eleanor radiante de felicidad, mimosa y orgullosa de su situación sentimental.
               Esa misma noche, habían subido un vídeo de Eleanor grabando en un estudio de Praga la canción que había cantado en el anterior programa, Into you. Scott aparecía sentado en una esquina del estudio, dentro incluso de la sala del micrófono (algo que Sabrae me había explicado que podía fastidiar la grabación, y que por eso precisamente era un gesto de amor increíble), sonriendo como un bobo y mirándola como si fuera la única chica en el mundo.
               ¿Realmente ese chaval iba a vacilarme por lo que estaba haciendo por Sabrae? Él más que nadie sabía por lo que estaba pasando. Él más que nadie sabía lo importante que es darlo todo en todo momento cuando quieres a una chica, porque cuando tienes a una chica tan genial como teníamos él o yo, eres perfectamente consciente de que estás sobrecargando tu suerte, y ésta puede agotarse en cualquier momento. Así que hay que aprovechar hasta el último segundo.
               -Hermanas pequeñas-Scott se encogió de hombros, separando las manos-. ¿Qué puedo decir que tú ya no sepas?
               -¿No quieres contármelo?-lo vacilé, revolviéndole el pelo. Y, entonces, él se rió.
               -Creo que hay cosas que es mejor que cada uno se guarde para sí mismo. Sobre todo porque tú eres un cabrón sin imaginación, y seguro que aprovechas para copiarme todo lo que yo haga con Eleanor.
               -La única razón de que no estés soltero es que yo te lo consiento, Scott. Podría quitarte a Eleanor sin despeinarme.
               -Te diría que lo intentaras, pero eres tan cabrón que serías capaz de hacerlo.
               -Tu hermana me capa.
               -¿Le tienes miedo a una chiquilla a la que le sacas tres cabezas?-rió Scott, y yo le di un toquecito en el hombro.
               -Nunca subestimes el poder de una chica que se mete tus huevos en la boca, Scott. Nunca.
               Scott aulló una risotada y negó con la cabeza, los dos perdidos en un descojone del que me habría encantado disfrutar en cualquier otras circunstancias. Porque de verdad que me dolía. Cada gesto, cada respiración, cada palabra, incluso el pensamiento. Llegué a preguntarme si las enfermeras no me habrían estado metiendo medicación en vena sin que yo supiera nada, pues no me parecía normal, ni lógico, que todo a mi alrededor pareciera tan intenso, tan potente, a la par que yo me sentía tremendamente insignificante.
               El sonido de la sirena indicando el final de las clases me perforó los tímpanos, y con el lejano sonido de las sillas arrastrándose por el suelo, las mochilas cargándose en las espaldas de los estudiantes, las carpetas recogidas apresuradamente y los pasos acelerados en dirección a las escaleras que los conducirían a la salida, mi corazón dio un vuelco.
               Estaba a un par de minutos. Cinco, como mucho. Necesitaba verla ya, necesitaba estar con ella, necesitaba sentir su pequeño cuerpo junto al mío, haciéndome sentir grande, poderoso, fuerte, importante. Necesitaba oler su pelo y no notar ni una sola gota de los productos de limpieza que utilizaban en el hospital, achucharla bien fuerte y que el mundo se detuviera a nuestro alrededor.
               Besarla, y que el dolor desapareciera.
               Pero, de momento, ahí seguía. Omnipresente, como mis miedos, que sólo se disipaban cuando la veía.
                -¿Quieres que me acerque a la puerta y la traiga aquí para que tú descanses?-ofreció Scott inocentemente, pero yo lo fulminé con la mirada.
               No podía dejar que me vieran estando así, que descubrieran mi recién adquirida vulnerabilidad, que todos los tíos del instituto se dieran cuenta de que se había abierto la veda con Sabrae. Tampoco es que creyera que ellos tuvieran posibilidades; si estaba seguro de algo, era de que Sabrae me sería fiel incluso teniendo a todo el mundo a sus pies, disponible para hacer lo que quisiera.
               -No voy a dejar que todos esos cabrones me vean aquí sentado como s estuviera acabado. Puedo ponerme en pie. No soy un inválido, ¿sabes?
               -Tu cerebro lo es. Un poco, al menos-me pinchó.
               -Haz algo útil con tu puta vida, y échame una manita, anda. No quiero estar sudado cuando tu hermana me sobe.
               Scott tiró de mí para ponerme en pie, ya pesar del tono hiriente con el que le había pedido ayuda, estaba profundamente agradecido del cuidado con el que me acompañó. Me dio el espacio que yo necesitaba para sentirme independiente, pero no el suficiente como para descuidarme. Para cuando llegamos a la otra acera, notaba la espalda empapada, la cara roja por el esfuerzo, y un nuevo fuego en las entrañas. De nuevo, pensé que, quizá, no fuera tan buena idea el haberme marchado del hospital. Ya no sólo por mí, sino también por Sabrae: no se merecía estar cuidando a un inválido el día de su cumpleaños, sino celebrándolo por todo lo alto.
               -¿A ti te compensa hacer esto?
               -¿Es que estás mal de la cabeza?
               -A ver si te vas a abrir una herida-trató de razonar Scott, y un nuevo miedo se añadió a mi larga lista-, y te tenemos que llevar al hospital. Encima vienes con una camisa blanca, con dos cojones.
               -A ti lo que te pasa es que tienes envidia porque el blanco me sienta de miedo.
               -Lo que tú digas.
               -Y porque tu hermana va a chillar más al verme a mí que al verte a ti.
               -Si diciéndote eso duermes mejor por las noches, Al…
               -¿Quieres apostar?-le ofrecí.
               -Cincuenta libras-me tendió la mano.
               -Uh, te sobra la pasta, ¿eh?
               -Que sean cien, hijo de puta. Me vas a pagar tú el viaje de hoy, ya lo verás.
               -Cien libras para quien más sorprenda a Sabrae. De puta madre. Ya tengo para los dos primeros meses de llamadas desde África-sonreí, estrechándole la mano, y le di una palmada en el brazo, tratando de ignorar el dolor-. No te preocupes, S. Te llamaré para darte las gracias.
               -Me muero de ganas-replicó, poniendo los ojos en blanco y girándose para mirar hacia la puerta. Yo me apoyé en la verja, concentrado sólo en respirar. En respirar y en no hacer caso del dolor que me recorría de pies a cabeza, al menos, hasta que ella apareciera.
               Y, de nuevo, con ese efecto mágico que tenía en mí, Sabrae consiguió borrar todo lo malo de mi cuerpo con dejarme simplemente verla. En cuanto la vi aparecer, con sus trenzas bien definidas, su falda balanceándose como un péndulo en sus muslos, y su risa más brillante que el sol, el monstruo doloroso y líquido de mi cuerpo se retiró a lo más profundo de mi ser.
               Supe que estaba haciendo lo correcto. Que incluso si por esto me daban el alta un año más tarde, seguiría mereciendo la pena. Que estaba donde tenía que estar, cumpliendo con mis deberes, y, por encima de todo, que merecía la pena el dolor.
               Es muy fácil dudar de Sabrae cuando no estás cerca de ella.
               E imposible dudar de que te lo dará todo cuando la tienes delante. Ya sea su amor, su corazón, su cuerpo, la gloria, la inmortalidad, un imperio, un trono… o, simplemente, cien libras.


 
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2 comentarios:

  1. Mi cabeza durante el 90% del capítulo: “Alec es un puto sinvergüenza”. Yo es que con este chaval no puedo te lo juro, le perdono porque está enamoradísimo de Sabrae pero cómo cojones se le ocurre escaparse del hospital estando así de mal???? Es que no lo puedo entender.
    Bueno, quiero comentar muchas cosas así que voy por partes:
    - “Los dos sabíamos que era mil veces mejor tener a tu chica preferida en el mundo susurrándote tu nombre al oído, a que lo gritaran miles de desconocidas.” Me ha encantado la frase y cuando la pusiste en twitter sabía que iba a estar hablando con Scott.
    - Scott diciendo la palabra cáncer, pues un golpe bajo, ha estado feo eso Eri.
    - “Créeme, la conozco. Bastante mejor de lo que todos piensan, incluida ella, así que sabía que a Sabrae le parecería genial incluso sentarse en el sofá para acompañantes y quedárseme mirando toda la tarde. Y a mi también, pero eso no era lo que quería para ella. Quería lo que se merecía: purpurina, fuegos artificiales, música celestial sonando en un dulce crescendo mientras se abrían las nubes y un halo de luz dorada bañaba su rostro.” Pues es que paso porque la quiere muchísimo y yo no puedo más.
    - Yo alucino con el poder de convicción que tiene Alec, porque convencer a Sergei para que le ayude vale, pero a su abuela????? Es un putisimo sinvergüenza.
    - Alec comparando a Sabrae con una REVOLUCIÓN y diciendo que derramaría ríos de sangre por ella porque solo su sangre vale algo >>>>>>>>>>>>>
    - “Ninguno de vosotros le da sentido a mi vida como lo hace Sabrae. El día que mi sangre valga algo será cuando tengamos hijos y se mezcle con la suya.” CASI ME DA ALGO CON ESTA PUTA FRASE.
    - “Espero que el pueblo no sea racista. Nos saldrán niños mulatitos muy guapos.” JAJAJAJAJJAJAJJAJAJA yo me descojono (ahora en serio cuando tengan hijos me va a dar un chungo de lo precioso que va a ser todo).
    - Cuando Sergei le está poniendo las vendas a Alec y salen del hospital lo he pasado FATAL es que está muy jodido y SUFRO. Además, es que en el capítulo anterior no caí en lo mal que está realmente porque se hace el fuerte con Sabrae y mira que angustia de verdad.
    - Alec hablando de Sceleanor ME REPRESENTA
    - He visualizado a Eleanor cantando Into you en una sala de grabación y a Scott mirándola enamorado y PASO PASO Y PASO DIOS ADORO A SCELEANOR
    - “Y, de nuevo, con ese efecto mágico que tenía en mí, Sabrae consiguió borrar todo lo malo de mi cuerpo con dejarme simplemente verla.” Pues lloro.
    - “Es muy fácil dudar de Sabrae cuando no estás cerca de ella.
    E imposible dudar de que te lo dará todo cuando la tienes delante. Ya sea su amor, su corazón, su cuerpo, la gloria, la inmortalidad, un imperio, un trono… o, simplemente, cien libras.” TE PASAS ERIKA T E P A S A S

    Me ha gustado un montón el capítulo, me ha encantado ver toda la conversación con Scott desde el punto de vista de Alec. Deseando leer el siguiente!! <3

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  2. Me ha gustado mucho el capítulo aunque haya sido un poco de relleno. Me ha hecho mazo gracia que haya sido centrado en como se fuga Alec de el hospital porque aunque desde cts parecía algo simple tal cual esta el chaval nunca me pareció moco de pavo.
    Estoy deseando que comiences a avanzar más con la historia y llegue Italia y luego Africa, me muero por leer esos capítulos.

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