domingo, 23 de febrero de 2020

Covinsky.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No entendía cómo las guerras podían durar más de unas horas viendo cómo me sentí en el instante en que Alec abandonó la bañera y me dijo “quédate aquí”. Igual que un macho alfa que cuida de su manada, en cuanto había peligro, en Alec se despertaba un instinto protector que me recordaba muchísimo al de un león defendiendo a sus cachorros. Y en mí se despertaba la angustia propia de la presa moribunda que no podía hacer nada más que esperar y ver quién de los dos depredadores ganaba la batalla, rezando por que fuera el que sería benévolo con ella.
               La opresión que sentí en la garganta era como una zarpa helada de fuertes músculos y afiladas garras que convertía el oxígeno que se almacenaba brevemente en mis pulmones en pura gasolina incandescente. El corazón me latía rápido como el aleteo de un colibrí, y sentí que toda sangre abandonaba mi rostro, concentrándose en el órgano en que Alec estaba más presente mientras éste trabajaba como loco. Y eso que ni siquiera iba a salir de casa; no podía dejar de pensar en las madres, hermanas, hijas o esposas que tenían que decirle adiós a un hombre al que querían durante los siglos anteriores, en los que los conflictos se resolvían enviando soldados en lugar de embajadores. Si todas se sentían como yo me sentí entonces, no me explicaba que las guerras hubieran durado más de un mes en toda la historia: a la primera civilización que tuviera que marchar a las armas, las mujeres se habrían sublevado y reinaría la paz, aunque sólo fuera por no experimentar la angustia que me atenazaba los músculos.
               Si Mimi y Annie se sentían así cada vez que Alec se subía a un ring, no podía culparlas por haberse sentido aliviadas cuando él colgó los guantes, incluso si aquello significaba que una parte de él muriera con él.
               Le rogué a Alec que tuviera cuidado con una voz atemorizada que no era propia de mí: no soy de las princesas que esperan que las rescate de las fauces del dragón un caballero de brillante armadura, sino más bien de las que doman al dragón y conquistan todo un reino a lomos de su compañero alado sin encontrar resistencia, así que todo aquello era el doble de intenso para mí: por la preocupación que producía pensar que a Alec pudiera pasarle algo (incluso cuando tenía absoluta confianza en sus dotes como luchador, que yo misma había podido ver y de cuya fuerza disfrutaba en mi interior cuando lo deseaba), y también por ser la primera vez que me sentía indefensa y desvalida. Porque había algo que me impedía moverme, desobedecer a Alec y salir a tratar de protegerlo. No era miedo, sino algo distinto: la certeza de que, si yo le acompañaba, estaría estorbándole más que ayudándole.
               Detesté el momento en el que su sombra dejó de verse en el haz de luz de la puerta entreabierta del baño, e instintivamente me incorporé un poco, como si por moverme unos centímetros fuera a conseguir volverle a ver.
               Y pude relajarme completamente cuando le escuché decir el nombre de su hermana. Jadeé una nube invisible de alivio y me hundí un poco más de nuevo en el agua, haciendo que las gotitas de sudor que me habían perlado la espalda se confundieran con aquélla. 
               -¿Sabes el putísimo susto que me has dado, Mary Elizabeth?-ladró, o más bien prácticamente rugió, cuando descubrió que el intruso misterioso no era otro que su hermana. El cabreo que se escuchaba en su voz me recordó a la rabia con la que lo habíamos hecho hacía poco, cuando me había corrido tantas veces que había perdido la cuenta, y me descubrí relamiéndome y sintiendo cómo mi sexo se abría un poco más, a pesar del reciente contacto sexual durante el cual nos habíamos servido del agua para sentirlo todo un poco más. No mentiría si dijera que me había dado mucho morbo hacerlo con él en el agua, y para más inri en esa bañera que lo había visto crecer (algo dentro de mí me decía que yo lo estaba terminando de convertir en hombre), pero la necesidad de volver a tenerlo dentro como hacía medio minuto me asaltó como una pantera a un cervatillo-. ¿Es que estás mal de la puta cabeza?-continuó, más enfadado de lo que nunca lo habían visto sus amigos pero no tanto como lo había visto yo, estando tan borracha que ni siquiera recordaba el momento con claridad, sólo cómo me lo había contado Alec: “un puto cerdo intentó propasarse contigo, así que le reventé la cara contra la encimera”. Y, vale, puede que no debieran gustarme esos despliegues de masculinidad y violencia, pero lo cierto es que cuando ves a tu chico, que tiene la paciencia de un santo, perder los estribos por cosas tan nobles como proteger a la gente que le importa te dan ganas de que te folle hasta final de mes.
               Me imaginé a Alec apretando la mandíbula como hacía cuando se enfadaba, frunciendo el ceño como hacía cuando se enfadaba, cerrando las manos en dos puños e hinchando los músculos de sus brazos involuntariamente como hacía cuando se enfadaba, y una explosión estalló en mi entrepierna y subió por mi cuerpo hasta mis mejillas. Apoyé la espalda en la bañera, intentando no pensar en que Alec sólo llevaba una toalla alrededor de la cintura mientras le gritaba a su hermana por el susto que acababa de darle… e intentando no masturbarme cuando veía que era incapaz de dejar de pensar en la forma en que el agua le caía por la espalda y el culo mientras se anudaba la toalla.
               Probablemente hasta aún lleve el condón puesto, ronroneó una voz en mi cabeza, y supe lo que habría hecho a continuación de estar en una situación normal. Me hundiría en el agua y arquearía la espalda de tal forma que mis pechos asomarían por la superficie, lamiéndome casi tan bien como lo hacía Alec, cerraría los ojos, descendería una mano por mi busto igual que lo hacía él, abriría las piernas y comenzaría a masajearme debajo del agua, poniendo quizá más énfasis en mi clítoris que en las paredes de mi vagina… porque lo cierto es que Alec es mejor haciéndome dedos que yo misma (por eso de que puede estimularme en dos puntos a la vez con más facilidad), pero yo sé exactamente cómo quiero tocarme, y eso siempre es una ventaja.
               Pero no estábamos en una situación normal. Después de gritarle, Alec se había quedado callado. Mimi no había respondido con más gritos, como haría yo, o cualquier hermana menor, cuando su hermano mayor la confronta. Está en nuestro ADN desafiar a nuestros hermanos mayores, revolvernos como gatos panza arriba, sacarlos de quicio… así que algo malo tenía que pasar.
               Me quedé escuchando, conteniendo el aliento ahora con una sensación de preocupación mezclada con curiosidad, amén de un poco de alivio. Estaban hablando en voz baja, así que yo no podía escucharlos. Alec rara vez hablaba así con Mimi, por lo menos en mi presencia: cuando yo estaba delante, los dos hermanos se toleraban con bastante dificultad, pero yo no tenía ni idea de cómo era su relación cuando estaban solos, o por lo menos sin tenerme a mí interfiriendo. Yo no me comportaba igual cuando estaba a solas con Scott que cuando él estaba con sus amigos, básicamente porque él se volvía un poco gilipollas cuando estaban los chicos delante, como si tuviera algo que demostrarles. Se convertía en un gallito si tenía a sus amigos consigo, y pasaba a ser un oso amoroso cuando estábamos solos… aunque me daba la sensación de que su cambio no era tan exagerado como el de otros chicos. Entre ellos, el mío.
               Se hizo el silencio, interrumpido por el sonido de unos sollozos ahogados, durante un par de minutos. Trufas se asomó al baño, como comprobando que yo aún seguía ahí, y de nuevo desapareció por la puerta. Yo no sabía qué hacer. No sabía si debería salir e ir a ver qué ocurría, quedarme a esperar a que viniera Alec, seguir con mi baño o empezar a vestirme como si no estuviéramos haciendo nada.
               Estaba debatiéndome entre las opciones que se abrían ante mí cuando escuché los pasos de Alec acercándose. Mi chico entró por la puerta pasándose una mano por el pelo, se mordió el labio y se plantó delante de mí. Había cerrado la puerta, pero eso no significaba que fuéramos a retomarlo donde lo habíamos dejado. De hecho, a juzgar por el bulto de su toalla (o más bien el bulto que no había en su toalla), estábamos lejos de retomar nada.
               -Mi hermana está llorando-informó a modo de disculpa, con un toque triste que hizo que se me encogiera el corazón. Ahora mismo, no tenía ante mí a mi Alec, sino al Alec de Mimi. Por mucho que estuviera desnudo, estaba ejerciendo de hermano mayor en lugar de amante.
               Y yo iba a ejercer también de hermana mayor. Puede que Mimi fuera mayor que yo (cinco meses, para ser exactos), pero yo tenía experiencia cuidando de hermanas que tenían un mal día, y seguro que Alec la valoraba.
               -¿Se encuentra bien?-pregunté sin poder frenarme, como si hubiera posibilidades de que Mimi estuviera llorando porque le hubieran pedido matrimonio o le hubiera tocado la lotería. A Alec le molestó.

domingo, 16 de febrero de 2020

Tú, yo, la lujuria y nada más.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La gente que dice que el misionero es una postura  sobrevalorada, aburrida, y vainilla, es porque no la ha hecho con Sabrae. Bueno, vale, vainilla puede que lo sea un poco, pero realmente no tiene nada de malo empezar suave si luego vas a terminar como una puta fiera. A fin de cuentas, los Lamborghini salen mucho más rápido que los aviones, y eso no quita de que los aviones sean los que alcanzan más velocidad y te llevan más lejos, y sobre todo más arriba, no sé si me entiendes.
               El caso es que no podía dejar de pensar en lo que me había dicho sobre cambiar un poco de posturas, innovar un poco, esa tarde. Cada vez que ella se daba la vuelta, y mis ojos bajaban rápidamente a mirarle el culo (porque las costumbres son muy poderosas, yo soy un adolescente y Sabrae está buenísima), mi cerebro se desconectaba y reproducía en bucle la conversación. Quiero probarlo por detrás. Quiero innovar. Quiero jugar un poco. Quiero explorar. Quiero descubrir cosas nuevas. Así sonaba su voz en mi cabeza, la banda sonora perfecta de unas imágenes que me desfilaban por delante de los ojos sin estar realmente ahí: Sabrae desnuda delante de mí por primera vez, Sabrae mirándome a los ojos y mordiéndose el labio mientras me metía dentro de ella, Sabrae clavando las uñas en el tapiz de la mesa de billar mientras yo le comía el coño con toda la necesidad y la sed del mundo, Sabrae de rodillas frente a mí, con el agua de las duchas de los vestuarios del gimnasio cayéndole por los hombros mientras me acariciaba la polla… Sabrae de rodillas frente a mí en mi habitación, metiéndose mi polla hasta el esófago mientras se metía los dedos para darse placer, demasiado cachonda como para esperar a que llegara su turno.
               Y tenía su culo en primer plano porque la había invitado a subir las escaleras delante de mí, en parte por caballerosidad y en parte porque no soy imbécil y no pienso privarme de mirarle el culo a mi chica hasta hartarme (lo cual no pasará nunca). Así que me moría de ganas de llevármela a mi habitación. Primero, porque nunca habíamos pasado un San Valentín juntos, de  manera que yo no podía saber lo especial que era este día para ella y no me esperaba que se pusiera así de contenta, y segundo, porque nunca la había visto tan contenta y tan dispuesta como lo estaba entonces.
               Vale, lo del colgante había sido un poco cagada. Tenía razón: debería haberle regalado mi puta inicial, pero yo no estaba de esas cosas y, además, ¿qué pasaría, si… bueno, nos pasaba algo? Yo no quería que dejara de llevar algo que le había regalado yo sólo porque tenía relación directa conmigo, aunque supongo que en eso consiste tener una relación: en saltar continuamente de un avión y confiar en que se te abrirá el paracaídas antes de pegarte la Gran Hostia.
               Pero bueno, tampoco es que lo del colgante me quitara el sueño (tenía la esperanza de que me lo quitaran otras cosas que tenían más relación con ella) porque sabía que le había hecho ilusión. Incluso aunque fuera una cagada porque no era un regalo de San Valentín como Dios manda, yo sabía que le había hecho ilusión sólo el detalle, y que tenía muchas ganas de que llegara el momento en que nos fuéramos a la cama para hacerlo de nuevo. Llevábamos un tiempo sin hacerlo, así que ya se notaban las ganas; y no te voy a mentir, cuando dicen que el amor está en el aire, tienen razón. Pocas veces había sentido la llamada de la naturaleza de manera tan apremiante como ese día, en que los sentimientos estaban a flor de piel y todas las parejas procuraban estar juntas. Lo que me extrañaba era que la tasa de natalidad en Noviembre no se disparara por culpa de este mes.
               Pero en fin, a lo importante: el misionero.
               El hueco que hay entre sus piernas es mi lugar favorito en el mundo, y cuando estamos con el misionero pasa algo muy pero que muy interesante. El caso es que cuando yo estoy encima, y ella está debajo, si se lo hago lo suficientemente bien (y no “bien” de tío estándar, sino “bien” teniéndome en cuenta a solamente), a Sabrae le gusta. Mucho. Quiero decir, más de lo que le suele gustar. Es una criatura física, mi chica. Un animal de contacto, y hay pocas posturas en las que haya tanto contacto como en el misionero. Así que cuando si yo estoy especialmente inspirado en el polvo, ella se vuelve loca, y lo que hace es pasarme las piernas por las caderas y cerrarlas en torno a mí, como si no quisiera que hubiera ni un milímetro de espacio entre nosotros.
               Me dirige ella con las caderas; toma el control en cierta medida, y joder, cuando lo hace, Dios… literalmente me mete entre sus piernas, y es como si yo me rodeara de ella, total y absolutamente. Es como si tuvieras una visita guiada sólo para ti por tu iglesia favorita en el mundo sin nada que estropee el diseño que hizo el arquitecto en su día: ni cables, ni luces, ni turistas, ni nada. Simplemente estáis tú, el templo, y la diosa que seguro que está ahí… y que de hecho está, porque está jadeando, está gimiendo, te está arañando la espalda y te está acompañando con las caderas de una manera que…
               -Me cago en la puta-farfullé por lo bajo, recordando la última vez que Sabrae había hecho su truquito con las piernas y yo las había pasado canutas para aguantar más de un minuto así. Me voy a correr sólo de pensarlo, pensé.
               Sabrae se dio la vuelta y me miró con una sonrisa divertida en los labios.
               -¿Qué pasa?-inquirió con suavidad, en el mismo tono que había usado Diana con Tommy poco antes de marcharse, y un escalofrío me recorrió la columna vertebral. No pude evitar recorrerla de arriba abajo, perderme en sus curvas, marearme en cada una de ellas. Incluso vestida con vaqueros, playeros y sudadera, en lo que viene siendo un atuendo informal y cómodo con el que se supone que no  buscas estar preciosa, Sabrae lo estaba. Me daban ganas de arrancarle la ropa a bocados y poseerla en aquellas mismas escaleras, pues estaba convencido de que no llegaríamos a mi habitación.
               -Tu culo-bombón, respondí, subiendo un escalón más y poniéndome a la altura de sus ojos. La diferencia de estatura entre nosotros hacía que nos fuera difícil tener un momento de conexión equilibrada como el que estábamos teniendo ese momento, por lo que era más especial. No es que cuando nos mirábamos a los ojos yo no sintiera nada, pero cuando lo hacíamos estando al mismo nivel, era otro rollo-. Definitivamente, no es de este mundo-le metí una mano en el bolsillo trasero del pantalón y la empujé hacia mí. Sabrae soltó una risita adorable y me pasó los brazos por los hombros, apoyando los codos en ellos.
               -Como toda yo-contestó, jugueteando con el espacio que había entre nuestras bocas: ahora aumentaba, ahora disminuía. Me estaba volviendo loco.
               -Tú lo has dicho, nena-ronroneé, buscando sus labios como un oasis en el desierto. Sabrae jadeó en mi boca y me rodeó la cabeza con los brazos. Me gustaba que estuviéramos a la misma altura mientras nos morreábamos: así yo no corría peligro de que me diera tortícolis.
               Nos enrollamos en las escaleras durante lo que a mí me pareció un instante, pero debió de ser una eternidad, pues en el fondo de mi conciencia escuché el reloj del salón tocar una vez, y eso que apenas había dejado de reverberar su eco cuando Sabrae y yo empezamos a subir las escaleras. Quince minutos de reloj metiéndole la lengua en el esófago a mi chica; estaba hecho un puto campeón.
               -Vamos a tu habitación-coqueteó, agarrándome de la camisa y tirando de mí, como si necesitara convencerme o algo por el estilo. Las mujeres son tope divertidas-. Tengo algo que enseñarte.
               -Y yo me muero por verlo-asentí, visualizando su cuerpo desnudo en mi mente. Para mí, ya era como si se hubiera quitado la ropa. Mi madre me había hecho bien en dos sentidos: me había dado una polla grande con la que hacer gritar a las chicas, y una imaginación bien vívida con la que pasármelo bien yo. Imagínate la combinación.
               Sabrae sonrió mordisqueándose los labios y tiró de mí para llevarme escaleras arriba. Abrió la puerta de mi habitación con el talón, dándole una patadita, y me acarició el pelo.
               -Tengo otra sorpresa para ti-anunció, y yo alcé las cejas. Dio un paso atrás para separarse de mí y poder estudiar mi cara todo lo que quisiera, pero sin deshacer el vínculo sagrado de nuestras manos unidas-. Verás, he hecho un poco de trampa este San Valentín.
               -¿Ah, sí? ¿Cómo es eso?
               -Sí. Resulta que me he concedido un caprichito un poco caro-comentó, y yo alcé las cejas. Por un instante se me pasó por la cabeza que hubiera contratado a una prostituta para hacer un trío y estuviera a punto de llegar, pero luego me di cuenta de que es con Sabrae con quien estaba en la habitación: el trabajo sexual quedaba fuera de toda frontera de moralidad.
               Además, las putas caras de Londres tenían cosas más importantes que hacer que ir a casa de un arquitecto para ver cómo su hijastro se enrollaba con la hija de un cantante internacionalmente conocido.
               -Ajá.
               -Verás… estoy muy orgullosa de los regalos hechos a mano que te he hecho, porque me parece que son más especiales que si simplemente te hubiera comprado algo, como… no sé, un reloj. Estoy encantada con mi colgante, que conste-añadió, llevándose una mano al cuello y toqueteando la pequeña S de platino-. Esto no es una crítica. Simplemente me apetecía ponerme creativa, y sabía que tú lo agradecerías. Además… tú también has hecho un gran esfuerzo con lo de hoy, y lo aprecio mucho. Creo que una parte de mí ya lo sabía, y por eso pensé: “Sabrae, tienes que ir a lo grande. O vas duro o te vas a casa”.
               -Nada de irse a casa-contesté, rodeándola con la cintura y pegándola a mí. Le di un beso en los labios y froté mi nariz con la suya, y Sabrae rió.
               -No. Nada de irse a casa. La noche no ha hecho más que empezar. Pero no me distraigas, so cenutrio-instó, dándome un manotazo para que me alejara de ella-. Estaba en medio de un discursito muy chulo, que puede que yo también traiga preparado de casa. ¿Por dónde iba?
               -Por lo de ir duro. Que, si me permites la observación, suena jodidamente prometedor.
               -Oh, sí. Ir duro-ronroneó-. Exacto. Gracias. Pues el caso es que pensé “chica, es tu oportunidad de deslumbrar. No pasa nada porque seas un poco extra de vez en cuando”. Además, si te hago muchos regalos hoy, tampoco puedes quejarte-arqueó una ceja y yo puse los ojos en blanco.
               -Hablas de mí recibiendo regalos como si fuera un puto suplicio.
               -Es que es un puto suplicio hacerte regalos, Alec, porque no quieres que te inviten a nada.
               -Porque me gusta sentirme económicamente independiente, Saab.
               -Ya, y a mí me gusta sentir que te he tratado como te mereces: como un puto rey.
               -Lo dices como si nunca antes te hubieras arrodillado ante mí-me burlé, y ella me dio un puñetazo en el brazo.

viernes, 14 de febrero de 2020

La importancia de las Lara Jeans.


Algo que me encantó de la película A todos los chicos de los que me enamoré, y que aún me gustó más cuando leí los libros en los que se basaba, era, precisamente, Lara Jean. Lara Jean en su interior; no sólo por fuera, con su pelo larguísimo, su sonrisa luminosa y sus outfits que me hacen desear (más) estar delgada, y también saber encontrar ropa mona por  Internet, sino también, por dentro. Con la película, intuyes lo que finalmente descubres con los libros: que Lara Jean es un personaje purísimo, como no quedan ya muchos, un ave del paraíso en un mundo de murciélagos, una mariposa en un cielo de colibríes. Si tuviera que decir qué fue lo que conectó conmigo de la película, lo que hizo que hiciéramos clic y acuda a ella cuando estoy triste, o cuando necesito inspiración para un capítulo de Sabrae, es precisamente ella: su manera de entender el mundo, y especialmente, de expresar el amor. Hay pocas cosas tan intensas como escribir una carta de amor, no ya digamos escribir una carta que no tienes pensado enviar, sino que simplemente es para ti, no para el destinatario. Un lugar en el que dejar depositados tus sentimientos por si alguna vez quieres revisitarlos, pero mucho más romántico que lo que hago yo, por ejemplo, con las entradas de este blog, que serían mis cartas.
Lara Jean es ñoña. Es ñoña como yo lo soy en gran parte de mis capítulos, donde personajes adolescentes se declaran su amor eterno e incondicional a pesar de que, quizá, no sepan mucho sobre la vida ni tampoco de lo que están hablando. Pero su mundo es perfecto en su justa medida, sus sentimientos son poderosos como ninguna otra fuerza en el universo, y su realidad, moldeada por purpurina, flores y corazones.
Envidio a Lara Jean por su forma de enamorarse. Las dos tenemos en común que somos unas enamoradas del amor, pero la diferencia está en que mientras que yo busco alguien a quien elegir, ella simplemente no escoge, enamorándose un poco de cada persona a la que conoce, como le dicen en libros y películas. En cierto sentido, ella es más valiente que yo, pues hay que tener mucho coraje para expresar de la forma en que lo hace sus sentimientos, incluso cuando a veces sólo es en su cabeza (ya no digamos ponerlo por escrito). Pero ella no tiene reparos en esperar un cuento de hadas, en querer que todo sea perfecto cuando se supone que tenemos que conformarnos. Yo no quiero conformarme, y hasta que ella no apareció, me sentía sola. Sola, porque lo que hay que hacer es quedar, tontear y a ver qué pasa, en lugar de dejar que surja la magia. Sola, porque ya encontrarás a ese alguien especial, pero mientras tanto vete besando algunas ranas, sólo para practicar. Sola, porque los príncipes azules no existen, y nadie va a ser tan detallista contigo como tú lo serías con ellos. Sola, porque las novelas de amor son literatura barata, y las películas románticas, para pasar el rato; lo verdaderamente bueno tiene el amor como algo secundario, o directamente no lo tiene. Sola, porque no debería encantarme el día de San Valentín estando soltera como lo hace.
Sola, porque no debería disfrutar tanto escribiendo escenas cuquis, imaginándomelo todo de color de rosa; eso son ñoñerías, y ser ñoño es algo malo.
Sola, porque debería centrarme en vivir mi vida, en lugar de buscar a alguien con quien compartirla. Pero, ¿qué pasa si yo lo que quiero es compartirla? Dicen que compartir es vivir. Además, el amor tiene una relación directa con la felicidad. ¿No queremos todos ser felices? ¿Por qué cuando alguien dice que quiere encontrar pareja, le dicen que debe centrarse en ser feliz estando solo? No podemos ser felices estando solos, porque nunca lo estamos realmente. Tenemos amigos, familia… ése también es un tipo de amor en el que no todo el mundo se para a pensar. ¿Por qué querer uno un poco distinto, el de las mariposas en el estómago, las canciones y las películas sobre el 14 de febrero, es motivo de vergüenza?
Lara Jean era necesaria. Llegó a mí en un momento en el que yo estaba intentando convencerme de que lo que hay que valorar es estar desconectado, inaccesible, no querer. Y si lo haces, que no se te note. Pero a ella se le nota. Y yo quiero que se me note. Echo de menos la sensación de que algo dentro de mí cambie con sólo ver que la persona que me interesa ha ido hoy a clase, o flotar si hemos mantenido una conversación. Yo nunca he tenido esas cosas, así que en cierto sentido, a mis 23 años, conservo la inocencia de no saber qué es el primer amor, mientras el resto de mi círculo ya están cayendo en la rutina. Por eso Lara Jean es necesaria, e importante: porque es intensa, es enamoradiza, pero sobre todo, es sincera.


Ella escribe cartas de cosas que le gustaría decir, yo escribo historias de cosas que me gustaría vivir, y compartiendo eso, ya no estamos tan solas. Por eso necesitamos protagonistas femeninas a las que, de vez en cuando, se les valore su vulnerabilidad. Que su vida no se convierta en un chiste, o en la base de una comedia en la que ella cambia para adaptarse a la sociedad. No estamos haciendo nada malo; simplemente, nos buscamos unas a otras.


domingo, 9 de febrero de 2020

Las grandes mentes piensan igual.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No podía creerme lo bien que me había salido la tarde hasta entonces. Vale que había tenido que improvisar un poco con el tema del beso de Duna, pero por lo demás, todo me estaba saliendo a pedir de boca. Confiaba en que Sabrae disfrutaría más estando con su hermana más pequeña que si la llevaba a hacer algo más de pareja, un poco menos estandarizado. Quería demostrarle que me importaba, que la conocía y que no tenía pensado rendirme tan fácil como parecía que había querido hacerlo hacía unas semanas. El tío pesimista que había decidido que simplemente no se la merecía había desaparecido, y yo no tenía pensado salir en su busca.
                Había sido un puto genio ideando el plan, aunque esté feo que yo lo diga. Sabía lo importante que era el día de San Valentín para Sabrae (y mentiría si dijera que no lo era también para mí) por lo detallista y romántica que era ella, así que había planeado de manera minuciosa lo que haríamos esa tarde: la llevaría a algún sitio bonito, puede que al Jardín Botánico (ése en el que cenarían mis padres, pero sin comida incluida); después, iríamos a ver una peli en los iglús (en los que había que reservar hora por Internet para ese día), improvisando un picnic con quesos y frutas y puede que un poco de champán, si conseguía encontrar alguna botella a un precio razonable o me armaba de valor para robarla en el súper. Nos besaríamos bajo una película que le dejaría escoger, y que veríamos en la cúpula del iglú, y luego iríamos a hacer el amor a mi casa, que estaría convenientemente vacía gracias a los planes de entrenamiento de mi hermana por un lado, y la costumbre de mis padres de ir al Jardín Botánico cada San Valentín por otro.
               Ya tenía todo eso pensado cuando salió el tema con Scott y Tommy, y jamás en mi vida había tenido un momento de lucidez como el que tuve en el momento en que se me ocurrió que puede que Tommy pudiera hacernos la cena, el único interrogante que aún tenía sin despejar. Cuando él me dijo que no iba a ser posible porque ya tenía planes, conseguí convencerme a mí mismo de que no pasaba nada, que todo lo demás estaba genial.
               Y, luego, Sherezade había conseguido que Scott regresara al instituto y habíamos pasado la tarde con Sabrae y sus hermanas mientras Zayn se follaba a su mujer en todos los rincones de la casa. Pude ver cómo sonreía mi chica cuando estaba con sus hermanas, incluso cuando la fastidiaban tanto que sólo podía esbozar muecas de puro fastidio. Aun así, estaba feliz. Nada le gustaba más que estar con Scott, Shasha y Duna, siendo total y absolutamente hermanos, con todo lo que eso implicaba. Dicen que a los niños que nacen en una familia numerosa, o les encanta o detestan a sus hermanos; estaba claro qué era lo que le sucedía a Sabrae.
               De modo que, cuando Duna soltó un suspiro de satisfacción mientras la arropábamos y dijo que aquel había sido el mejor día de su vida (porque no habíamos parado de prestarle atención), yo vi claro mi futuro. Cristalino, diría yo. La única manera de darle el mejor San Valentín de la historia a Sabrae era haciendo que lo disfrutara como había disfrutado en familia, demostrándole que la entendía y que valoraba la relación que tenía con sus hermanos; incluso hasta la envidiaba. Qué no daría yo porque Aaron no fuera un hijo de puta, y tener alguien más con quien cuidar de Mimi, y también hacerla de rabiar.
               Me había tocado reorganizarme a la velocidad del rayo, pero había merecido la pena: se tragó con patatas la mentirijilla que le conté de que tenía que doblar (lo cual no sería mentira si, de no ser extremadamente previsor, y puede que un poco ansioso, no le hubiera suplicado de rodillas a Chrissy que me cubriera incluso después de que en administración me dijeran que iban a tramitar mi petición de día libre de forma preferente –eso sí, después de sobornarlas con bollos de crema de la receta secreta de Pauline-), de modo que no podríamos pasar más que la noche juntos, así que su cara cuando le entregué la cesta con todas mis cartas resplandeció como una estrella al comprender que sí tenía algo preparado. Y su sonrisa viendo lo bien que se lo pasaba Duna estando conmigo valía mil veces lo que todo el dinero del mundo: dejaría que un camión con ácido me atropellara y volcara su contenido sobre mí por aquella sonrisa, si eso me garantizara verla de nuevo. ¡Y todavía me había dado las gracias por lo que estaba haciendo por Duna, como si quien tuviera que agradecer algo fuera ella y no yo!
               Increíble. Por desgracia, la parte en la que estábamos con Duna y yo no podía dejar de hacer las cosas bien ni aunque intentara que éstas se torcieran se había acabado. Abajo planes románticos: ahora sólo estaríamos solos, intercambiaríamos regalos (que, por Dios, esperaba que fueran suficiente y no la decepcionaran; esto de salir con un chaval al que le pagan un sueldo de mierda por jugarse la vida cada día en el asfalto londinense puede que no sea tan glamuroso como parece, si no puede permitirse diamantes), veríamos una peli y yo me esforzaría en hacerle alcanzar el mayor número de orgasmos posible antes de dormirnos, agotados, sudorosos y acurrucados, en mi cama.
               Bueno, por lo menos teníamos la novedad de cambiar de postura. Pero la cutrez de pedir una pizza o cenar comida recalentada no la íbamos a evitar: la reserva de los Jardines de Kew se pagaba por adelantado, y francamente, tampoco soy tan mal hijo como para hacer que mi madre renuncie a una noche especial con su marido porque tiene un hijo que es soberanamente inútil y no es capaz de hacer aunque sea un mísero filete. Y ni de coña iba a pedirle a Sabrae que cocinara: aquél era su día, era mi princesa y tenía pensado consentirla en todo lo que pudiera. Si me pidiera que la llevara a cuestas porque estaba cansada, le dolían los pies, o simplemente no le apetecía caminar, yo la llevaría a cuestas. Joder, haría el puto Camino de Santiago cargando con ella si se le antojaba. No era capaz de decirle que no.
               Por eso me extrañó tantísimo cuando llegamos a casa y me encontré con las luces de la cocina encendidas, algo de lo que jamás se había olvidado mi madre.
               -Qué raro…-murmuré para mis adentros-. Mamá nunca se deja ninguna luz encendida.
               -¿No están tus padres?-inquirió Sabrae con inocencia; debía de pensar que me la traía a casa para una cena formal con sus suegros. Por su tono sospeché que se emocionaba pensando en que me tenía solo para ella, como si mis padres quisieran ver cómo lo hacíamos. No es que me molestara hacerlo cuando había gente en casa (me había acostumbrado a concentrarme en mi compañera de cama y nada más cuando habíamos ido a Chipre y mis amigos estaban al otro lado de la pared), pero eso de poder hacer todo el ruido que nos diera la gana me atraía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
               -No-respondí yo, dejando las llaves en la bandejita del vestíbulo y quitándome la chaqueta. Acaricié a Trufas, deseando que el conejo pudiera hablar para entender qué pasaba, porque tenía todo el vello de la nuca erizado, intuyendo que algo no iba bien-. Tenemos la casa para nosotros solos unas horas; se han ido a cenar a los jardines de Kew.
               Fue entonces cuando noté el olor a comida y escuché el sonido de la placa de inducción trabajando a plena potencia, y una palabra me atravesó la mente. Mimi. No podía creérmelo. Mi hermana sabía lo importante que era para mí tener la casa libre, y, además, no había terminado su clase de baile. Por un instante, me asusté: ¿de verdad había cancelado su sesión de baile intensivo y había decidido que le apetecía hacer de chef sólo por joderme? ¿Dónde estaba nuestra intimidad, entonces? No es que mi hermana no me hubiera demostrado con anterioridad que haría lo que fuera por joderme una buena noche con Sabrae, pero… me cago en la puta, esto era pasarse incluso si se trataba de ella.
               -Jo, ¡qué guay!-exclamó Sabrae, sonriente, ajena a que acabábamos de perder la poca intimidad que nos quedaba. Igual deberíamos hacer eso para la próxima.

jueves, 6 de febrero de 2020

Terivision: Jojo Rabbit


Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que traje una película para hablar de ella aquí (¿Endgame, quizás?) pero ayer vi una en el cine que me hizo darme cuenta de lo mucho que me gusta escribir sobre cine (y, bueno, escribir en general). Se trata de…

¡Jojo Rabbit! Jojo Rabbit cuenta la historia de Jojo, un joven nazi cuyo mejor amigo imaginario es  Adolf Hitler, que un día descubre que su madre está escondiendo una joven judía en su ático. A pesar de que el argumento puede parecer dramático, la verdad es que es una de las películas más divertidas (y también bonitas) que he visto en mucho, mucho tiempo. Y eso se lo debemos, en parte, a la mano de Taika Waititi, cuya influencia en Thor: Ragnarok hace que ésta se distinga de sus anteriores entregas hasta el punto de tener un tono distinto al seguido por Marvel. Pero no vamos a hablar de la franquicia de superhéroes aquí.
Jojo Rabbit está plagada de buenas o incluso geniales interpretaciones. Atraídos por los grandes nombres que aparecen en el cartel, como Scarlett Johansson dando vida a la madre de Jojo, el propio Taika en la piel de Hitler, Sam Rockwell como el Capitán K o Alfie Allen y Rebel Wilson como dos de sus suboficiales, los espectadores nos encontramos con la verdadera joya de la película (o una de las que más brillan, por lo menos): el joven protagonista, Roman Griffin Davis, que está debutando en esta película como actor y sin embargo ya hace que te cuestiones (una vez más) el por qué de esa norma impuesta hace unos años en la Academia por la que ahora la edad que un actor ha de tener para ser nominado a un Oscar son 16 años. Y es que Roman hace una interpretación tremendamente realista, con ciertos toques de exageración que en una película de estas características son absolutamente necesarios por el tono de sátira que empapa todo el filme, que es argumento por sí solo de por qué la corta edad de unos actores NO JUSTIFICA que actúen mal (como defienden los fans enterados de la versión española de cierta serie incorporada de Noruega). A pesar de que Taika está genial en el papel de Hitler melodramático y Scarlett borda su papel de madre que consigue mantener la sonrisa en el entorno en el que vive, Roman se abre paso a codazo limpio en la que creo que será una de las interpretaciones con mención especial en los Oscar de dentro de unos días, como sucedió con la de Jaime López en los pasados Goya por la misma razón.
A estas interpretaciones tenemos que añadirle un guión que está más que a la altura de las circunstancias. Cuando lees que se trata de una sátira al nazismo, vas pensando en que te encontrarás una película en la que se narren situaciones absurdas muy al estilo de El Gran Dictador. Pues bien, tengo que decir que si bien la huella de Chaplin está MUY presente a lo largo de la película, lo cierto es que Jojo Rabbit consigue desmarcarse en otros aspectos. La influencia es innegable (como también creo que es inevitable), pero Taika Waititi consigue darle una dimensión nueva a su película, marcando su propia identidad y definiéndola como innovadora en un subgénero (el del cine sobre el nazismo) en el que parece que ya está todo inventado. Jojo Rabbit no es una historia sobre nazis al uso, pero sí es una historia de esperanza con un toque diferente al de títulos como La lista de Schlinder. A lo largo de la película, las situaciones absurdas pierden relevancia en pos del retrato de la Alemania nazi visto desde los ojos de un niño que tiene la habitación plagada de pósters de Hitler: lo cómico viene con momentos muy puntuales, pero sobre todo con diálogos que hacen que te rías (o directamente te descojones) sin que puedas hacer nada por impedirlo. No sabría decir a quién tenemos que darle las gracias, si a Taika por el guión o a Christine Leurens por la novela en que se basa éste, así que se las doy a ambos: gracias.
Y, finalmente, tengo que comentar la dirección. De nuevo se nota y mucho la mano de Taika en determinados planos, en movimientos de cámara, en ángulos. A pesar de que yo sólo había visto con anterioridad una película suya (al menos, que yo sepa), este hombre tiene un toque característico que rápidamente hace que destaque entre el resto de directores, mejores o peores que él. Taika es, simplemente, distinto. Es de los pocos capaces de darte una escena pletórica de felicidad y que ésta termine de un plumazo con la simple aparición de unos pies. Es de los pocos que hace que estés feliz y al segundo siguiente se te forme un nudo en el estómago tan apretado que no puedas ni pensar en comer en lo que queda de siglo. Y también es de los pocos que puede hacer una película sobre un niño que se cree nazi, pero que realmente no lo es, sin dejar de ridiculizar las mentiras del sistema. Algo que sí que he echado de menos en la película es la ausencia de violencia en el sentido de que no se muestran los horrores que los nazis infligieron en la población judía, pero también es verdad que esto no es El niño con el pijama de rayas; es decir, no es drama, sino sátira. Y los últimos minutos de la película son un una demostración de que podría hacer perfectamente películas bélicas sin perder su propia seña de identidad.
He leído que la película recibe críticas por pasar por un filtro positivo el nazismo, mirarlos desde una “perspectiva benevolente” en la que lava su imagen: para mí, lo que pasa es todo lo contrario. En ningún momento se justifica las acciones del nazismo, sino que la historia está llena de esperanza para los judíos; se posiciona de su lado de la misma manera que lo hacen las películas sobre el franquismo en el que se muestra a los oficiales hablando de que los rojos (que aquí serían los judíos) tenían cuernos y cola, que su cerebro lo controlaba el demonio y que eran monstruos, no como ellos. Se demuestra que el odio en la gran mayoría de las veces viene de la ignorancia, y lo peligrosa que puede ser ésta. Jojo Rabbit no dice lo que muchos críticos le achacan: “había gente muy buena y también muy mala en ambos bandos”, sino algo distinto y que yo creo que se deja bastante claro cuando Elsa le dice a Jojo que no es nazi, sólo le gustan los uniformes y ser parte de un club: todos los nazis eran malos, pero no todos los alemanes de la década de los 40 eran nazis.
Lo cual es algo que tendemos a olvidar.
Lo mejor: el guión, que consigue ser gracioso utilizando el absurdo sin caer jamás en la estupidez.
Lo peor: la tensión sexual no resuelta entre el personaje de Sam Rockwell y Alfie Allen. Queríamos MORREO, TAIKA, ¿Y QUÉ NOS DISTE?
La molécula efervescente: “Mi cara parece el plano de esta ciudad, señora mía”. Mención especial a los traductores y actores de doblaje de esta película.
Grado cósmico: Galaxia {5/5}. ¿Qué puedo decir? De la misma manera que seguro que los judíos no le sacaban pegas a Moisés en su época, yo no lo voy a hacer con quien nos está llevando a la tierra prometida del cine abriéndonos el mar que es el cine de heteros a lesbianas, gays y bisexuales. Taika Waititi, el nuevo profeta que necesitábamos este siglo. De la misma manera que la humanidad no se mereció a Jesucristo hace dos mil años, tampoco nos merecemos a Taika hoy.
Y sin embargo, aquí está.

domingo, 2 de febrero de 2020

Princesa(s).


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Entonces, ¿no vais a hacer nada especial esta tarde?-preguntó Momo, alzando las cejas, como si no le hubiera dicho a las chicas ya varias veces que iba a celebrar San Valentín con Alec exclusivamente de noche, por lo que, si querían, quizá podíamos planear algo. Negué con la cabeza y le recordé:
               -Tiene que trabajar, ¿recuerdas?
               Se lo había contado a Momo, Taïssa y Kendra nada más hablarlo con Alec. Él se había disculpado una y mil veces conmigo por no haberse dado cuenta de lo especial del día y haber intentado pedirlo con más antelación: cuando había caído en que le tocaba trabajar en San Valentín, había tratado de cambiarlo, pero ya era tarde. Si de por sí necesitaba bastante tiempo de antelación para cogerse una tarde libre (porque nadie iba a cambiarle el turno ese día), en San Valentín, uno de los días del año en que más reparto de paquetes había, casi tenía que planearlo con seis meses de antelación. Al se había disgustado muchísimo mientras me lo contaba, “debería pasarme nuestro primer San Valentín escuchando tu voz y no la del GPS” había comentado con tristeza, y yo había negado con la cabeza, había cogido su rostro entre mis manos y le había dicho que no pasaba nada, que podíamos estar juntos de noche, dormir yo en su casa o él en la mía, viendo una peli o simplemente enrollándonos.
               -Pero, ¿no quieres hacer nada especial?-había preguntado él, y yo sacudí la cabeza. Aunque sí quería tener un plan especial con él, no quería que pensara que estaba decepcionada, porque no era así. Su reacción al intentar concretar algo para ese día ya me decía más de él que un millón de gestos en el día en que se supone que tienes que hacerlos.
               -Para mí cualquier cosa será especial si estoy contigo.
               Él había sonreído, se había pegado a mí y me había dado un beso en los labios.
               -Te lo compensaré, Saab. Te lo prometo.
               -Espero que esa compensación no lleve aparejada ropa-ronroneé, enganchándolo de la camisa y tirando de él hacia mí. Aún estaba con la regla por aquel entonces, de modo que tenía las hormonas revolucionadas, y combinadas con el aroma de su colonia y el sabor de su boca formaban una mezcla explosiva.
               Por suerte, ya se me había terminado el período, así que podría estrenar un conjunto de lencería que había ido a comprar hacía unos días con mis amigas, de un tono melocotón que estaba segura de que le encantaría. Su color favorito en su chica favorita.
               -Bueno, entonces, si queréis, podemos ir al cine. Podemos buscar una peli que termine pronto para que estés a tiempo en casa de Alec-los ojos de Momo resplandecieron, soñadores-. Hoy hay menú de parejas: cubo de palomitas extra grande, dos refrescos y una bolsa de gominolas. A mí no me importa apartar la bolsa de gominolas para que te la lleves y os la toméis juntos-comentó, abriendo su agenda y coloreando un corazón con un rotulador azul. Me abalancé sobre ella para darle un abrazo y un beso: Momo se había enfadado muchísimo con Alec cuando se enrolló con Zoe, había estado ahí apoyándome y diciéndome que no me merecía, pero en cuanto vio lo bien que estaba yo una vez que lo estuvimos los dos juntos de nuevo, había retomado su papel como animadora número uno de nuestra relación. Y a mí me encantaba que le perdonara con facilidad cuando veía lo importante que él era en mi felicidad. Me indicaba que era buena amiga.
                -Te quiero un montón, Momo-ronroneé, cariñosa. La verdad es que no me apetecía quedarme en casa viendo películas románticas con mis hermanas justo ese día: quería salir, pasear, empaparme del romanticismo que flotaba en el aire.
               Por Dios, nunca había sido así de ñoña. Aunque supongo que nunca había estado así de enamorada.
               Momo se giró para comentarles el plan a las chicas, y en ello estábamos cuando llamaron a la puerta.
               Y ni en un millón de años me habría imaginado que quien aparecería en ella sería Alec.
               -Buenas-canturreó, abriendo la puerta de par en par y quedándose en el marco, con una cesta colgando del hombro. Me incorporé en el asiento al verlo y me relamí, como si no hubiera estado un ratito con él en el recreo: estaba guapísimo con su camisa blanca, sus vaqueros azules, sus Converse y su mandíbula recién afeitada, que resultaba suave incluso a la vista-. Becario de Cupido, ¿puedo pasar?
               -Qué remedio-suspiró la profesora, dejándose caer en el asiento mientras se sacaba el móvil del bolso para aprovechar el momento de descanso. Alec asintió con la cabeza y se sacó un folio doblado del bolsillo del pantalón.
               -¿Alguien me puede dejar un boli?-preguntó, y todas las chicas de la clase se apresuraron a levantar los suyos. Todas, salvo yo. Alec aceptó uno que le ofreció una chica que se sentaba cerca de la puerta, y empezó a pasearse por la clase, recitando los nombres de mis compañeros por orden alfabético. No me miró en ningún momento, pero eso es porque se toma en serio su trabajo.
               Todos los años, la semana antes de San Valentín, los profesores de Literatura habilitaban una zona en la biblioteca para preparar ese día. Los alumnos de Plástica se ocupaban de coger los folios que se habían ido desechando a lo largo del curso, borrarles las palabras impresas y teñirlos de tonos pastel, para devolverles una parte al departamento de Literatura y que estos imprimieran poemas románticos en ellos; otra parte la reservaban para cada clase, que se ocupaba de darles forma de corazón. Luego, esos papeles iban a la biblioteca, donde cada alumno podía coger los que quisiera, escribir en ellos si les apetecía, sellarlos de alguna forma y luego meterlos en la cesta correspondiente al curso del destinatario. Dado que los alumnos de último curso eran los más interesados en que la biblioteca se despejara cuando antes, se pasaban la última hora de clase del día de San Valentín repartiendo las cartas por clase. Y, luego, cada uno cogía una cesta y se iba a la clase que le hubiera tocado a repartir los mensajes de amor.
               Me pregunté cómo reaccionaría Shasha al ver que Scott y yo le habíamos enviado un poema cada uno, y no pude quedarme quieta en el asiento imaginándome la cara de mi hermana.
               Un par de chicas se echaron a reír cuando Alec le dio una colleja sin querer al chico que les gustaba con las alas de hada que llevaba a la espalda.
               -Cuidado con mis alas, chavalería, que son muy sensibles-comentó, y todos se echaron a reír. Momo me miró conteniendo una carcajada.
               -Es el primero que veo que lleva alas de plástico.
               -Es que es un payaso-me encogí de hombros, abrazándome a la carpeta y apoyando la mandíbula en ella. Me estremecí de pies a cabeza cuando Alec dijo el nombre de Hugo, y éste levantó la mano. Alec caminó hacia él, cogió un par de cartas de su cesta y se las entregó. Hugo se giró para mirarme, y yo le sonreí. También le había enviado cartitas a él, a mis amigas, y, por supuesto, a Alec. A Scott, no. Que le den a Scott.
               Vi por la sinceridad de su sonrisa que no se esperaba que siguiéramos con la tradición que habíamos empezado un San Valentín antes de empezar a salir, pero yo me había prometido a mí misma que seguiría siendo su amiga a pesar de que ya no estuviéramos juntos y yo estuviera con otro (y qué otro), así que no sería yo quien perdiera la costumbre.
               Fue tachando nombres de la lista y, cuando me llegaba mi turno, pasó de mí. Me quedé a cuadros cuando pronunció el nombre de un chico cuyo apellido empezaba por N sin haberme entregado absolutamente nada. Abrí la boca para protestar, pero decidí callarme en el último momento. Era imposible que nadie me hubiera mandado nada. ¡Mis amigas siempre me enviaban algo! ¡Y Hugo! Además, ¿Alec tampoco me había dedicado nada? Tanto cuento con no poder estar juntos en San Valentín, y luego no podía hacer el esfuerzo de ir a la biblioteca a cogerme ni un puñetero poema.
               No quería montar un numerito, a pesar de que me hiciera mucha ilusión recibir cartitas. Crucé las piernas y me puse de morros mientras lo miraba pasearse por clase, repartiéndole cartas a absolutamente todo el mundo sin dedicarme ni una mirada siquiera. Era como si yo no existiera, como si todo rastro de mí hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.
               ¿Es que no me has mandado nada, en serio? ¿No te das cuenta de que falto yo?
               Una cosa genial que hacían los alumnos de último curso era fotocopiar las listas de cada clase e ir tachando nombres a medida que iban recopilando sus cartas. Si alguien no tenía ninguna carta, elegían algún poema al azar que hubiera sobrado y lo repartían como si lo remitiera algún admirador secreto precisamente para evitar que nadie tuviera que pasar por lo que estaba pasando yo. Notaba las miradas de pena de varias compañeras clavadas en mí. Todo el mundo sabía que yo estaba con Alec, así que que yo no tuviera carta era doblemente humillante: primero, porque él no me había enviado nada, y segundo, porque ni siquiera se había dado cuenta de que yo no tenía nada.
               Puse los ojos en blanco cuando le entregó su correspondencia a un compañero apellidado Zemeckis y lo tachó de la lista. Alec frunció el ceño, miró su cesta, miró la lista y luego chasqueó la lengua.
               -Ah, perdón. Me he saltado a alguien. ¿Sabrae Malik?