domingo, 23 de febrero de 2020

Covinsky.


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No entendía cómo las guerras podían durar más de unas horas viendo cómo me sentí en el instante en que Alec abandonó la bañera y me dijo “quédate aquí”. Igual que un macho alfa que cuida de su manada, en cuanto había peligro, en Alec se despertaba un instinto protector que me recordaba muchísimo al de un león defendiendo a sus cachorros. Y en mí se despertaba la angustia propia de la presa moribunda que no podía hacer nada más que esperar y ver quién de los dos depredadores ganaba la batalla, rezando por que fuera el que sería benévolo con ella.
               La opresión que sentí en la garganta era como una zarpa helada de fuertes músculos y afiladas garras que convertía el oxígeno que se almacenaba brevemente en mis pulmones en pura gasolina incandescente. El corazón me latía rápido como el aleteo de un colibrí, y sentí que toda sangre abandonaba mi rostro, concentrándose en el órgano en que Alec estaba más presente mientras éste trabajaba como loco. Y eso que ni siquiera iba a salir de casa; no podía dejar de pensar en las madres, hermanas, hijas o esposas que tenían que decirle adiós a un hombre al que querían durante los siglos anteriores, en los que los conflictos se resolvían enviando soldados en lugar de embajadores. Si todas se sentían como yo me sentí entonces, no me explicaba que las guerras hubieran durado más de un mes en toda la historia: a la primera civilización que tuviera que marchar a las armas, las mujeres se habrían sublevado y reinaría la paz, aunque sólo fuera por no experimentar la angustia que me atenazaba los músculos.
               Si Mimi y Annie se sentían así cada vez que Alec se subía a un ring, no podía culparlas por haberse sentido aliviadas cuando él colgó los guantes, incluso si aquello significaba que una parte de él muriera con él.
               Le rogué a Alec que tuviera cuidado con una voz atemorizada que no era propia de mí: no soy de las princesas que esperan que las rescate de las fauces del dragón un caballero de brillante armadura, sino más bien de las que doman al dragón y conquistan todo un reino a lomos de su compañero alado sin encontrar resistencia, así que todo aquello era el doble de intenso para mí: por la preocupación que producía pensar que a Alec pudiera pasarle algo (incluso cuando tenía absoluta confianza en sus dotes como luchador, que yo misma había podido ver y de cuya fuerza disfrutaba en mi interior cuando lo deseaba), y también por ser la primera vez que me sentía indefensa y desvalida. Porque había algo que me impedía moverme, desobedecer a Alec y salir a tratar de protegerlo. No era miedo, sino algo distinto: la certeza de que, si yo le acompañaba, estaría estorbándole más que ayudándole.
               Detesté el momento en el que su sombra dejó de verse en el haz de luz de la puerta entreabierta del baño, e instintivamente me incorporé un poco, como si por moverme unos centímetros fuera a conseguir volverle a ver.
               Y pude relajarme completamente cuando le escuché decir el nombre de su hermana. Jadeé una nube invisible de alivio y me hundí un poco más de nuevo en el agua, haciendo que las gotitas de sudor que me habían perlado la espalda se confundieran con aquélla. 
               -¿Sabes el putísimo susto que me has dado, Mary Elizabeth?-ladró, o más bien prácticamente rugió, cuando descubrió que el intruso misterioso no era otro que su hermana. El cabreo que se escuchaba en su voz me recordó a la rabia con la que lo habíamos hecho hacía poco, cuando me había corrido tantas veces que había perdido la cuenta, y me descubrí relamiéndome y sintiendo cómo mi sexo se abría un poco más, a pesar del reciente contacto sexual durante el cual nos habíamos servido del agua para sentirlo todo un poco más. No mentiría si dijera que me había dado mucho morbo hacerlo con él en el agua, y para más inri en esa bañera que lo había visto crecer (algo dentro de mí me decía que yo lo estaba terminando de convertir en hombre), pero la necesidad de volver a tenerlo dentro como hacía medio minuto me asaltó como una pantera a un cervatillo-. ¿Es que estás mal de la puta cabeza?-continuó, más enfadado de lo que nunca lo habían visto sus amigos pero no tanto como lo había visto yo, estando tan borracha que ni siquiera recordaba el momento con claridad, sólo cómo me lo había contado Alec: “un puto cerdo intentó propasarse contigo, así que le reventé la cara contra la encimera”. Y, vale, puede que no debieran gustarme esos despliegues de masculinidad y violencia, pero lo cierto es que cuando ves a tu chico, que tiene la paciencia de un santo, perder los estribos por cosas tan nobles como proteger a la gente que le importa te dan ganas de que te folle hasta final de mes.
               Me imaginé a Alec apretando la mandíbula como hacía cuando se enfadaba, frunciendo el ceño como hacía cuando se enfadaba, cerrando las manos en dos puños e hinchando los músculos de sus brazos involuntariamente como hacía cuando se enfadaba, y una explosión estalló en mi entrepierna y subió por mi cuerpo hasta mis mejillas. Apoyé la espalda en la bañera, intentando no pensar en que Alec sólo llevaba una toalla alrededor de la cintura mientras le gritaba a su hermana por el susto que acababa de darle… e intentando no masturbarme cuando veía que era incapaz de dejar de pensar en la forma en que el agua le caía por la espalda y el culo mientras se anudaba la toalla.
               Probablemente hasta aún lleve el condón puesto, ronroneó una voz en mi cabeza, y supe lo que habría hecho a continuación de estar en una situación normal. Me hundiría en el agua y arquearía la espalda de tal forma que mis pechos asomarían por la superficie, lamiéndome casi tan bien como lo hacía Alec, cerraría los ojos, descendería una mano por mi busto igual que lo hacía él, abriría las piernas y comenzaría a masajearme debajo del agua, poniendo quizá más énfasis en mi clítoris que en las paredes de mi vagina… porque lo cierto es que Alec es mejor haciéndome dedos que yo misma (por eso de que puede estimularme en dos puntos a la vez con más facilidad), pero yo sé exactamente cómo quiero tocarme, y eso siempre es una ventaja.
               Pero no estábamos en una situación normal. Después de gritarle, Alec se había quedado callado. Mimi no había respondido con más gritos, como haría yo, o cualquier hermana menor, cuando su hermano mayor la confronta. Está en nuestro ADN desafiar a nuestros hermanos mayores, revolvernos como gatos panza arriba, sacarlos de quicio… así que algo malo tenía que pasar.
               Me quedé escuchando, conteniendo el aliento ahora con una sensación de preocupación mezclada con curiosidad, amén de un poco de alivio. Estaban hablando en voz baja, así que yo no podía escucharlos. Alec rara vez hablaba así con Mimi, por lo menos en mi presencia: cuando yo estaba delante, los dos hermanos se toleraban con bastante dificultad, pero yo no tenía ni idea de cómo era su relación cuando estaban solos, o por lo menos sin tenerme a mí interfiriendo. Yo no me comportaba igual cuando estaba a solas con Scott que cuando él estaba con sus amigos, básicamente porque él se volvía un poco gilipollas cuando estaban los chicos delante, como si tuviera algo que demostrarles. Se convertía en un gallito si tenía a sus amigos consigo, y pasaba a ser un oso amoroso cuando estábamos solos… aunque me daba la sensación de que su cambio no era tan exagerado como el de otros chicos. Entre ellos, el mío.
               Se hizo el silencio, interrumpido por el sonido de unos sollozos ahogados, durante un par de minutos. Trufas se asomó al baño, como comprobando que yo aún seguía ahí, y de nuevo desapareció por la puerta. Yo no sabía qué hacer. No sabía si debería salir e ir a ver qué ocurría, quedarme a esperar a que viniera Alec, seguir con mi baño o empezar a vestirme como si no estuviéramos haciendo nada.
               Estaba debatiéndome entre las opciones que se abrían ante mí cuando escuché los pasos de Alec acercándose. Mi chico entró por la puerta pasándose una mano por el pelo, se mordió el labio y se plantó delante de mí. Había cerrado la puerta, pero eso no significaba que fuéramos a retomarlo donde lo habíamos dejado. De hecho, a juzgar por el bulto de su toalla (o más bien el bulto que no había en su toalla), estábamos lejos de retomar nada.
               -Mi hermana está llorando-informó a modo de disculpa, con un toque triste que hizo que se me encogiera el corazón. Ahora mismo, no tenía ante mí a mi Alec, sino al Alec de Mimi. Por mucho que estuviera desnudo, estaba ejerciendo de hermano mayor en lugar de amante.
               Y yo iba a ejercer también de hermana mayor. Puede que Mimi fuera mayor que yo (cinco meses, para ser exactos), pero yo tenía experiencia cuidando de hermanas que tenían un mal día, y seguro que Alec la valoraba.
               -¿Se encuentra bien?-pregunté sin poder frenarme, como si hubiera posibilidades de que Mimi estuviera llorando porque le hubieran pedido matrimonio o le hubiera tocado la lotería. A Alec le molestó.

               -A ver, Sabrae, ¿cómo quieres que se encuentre bien si está llorando?-espetó, lacerante, y yo me quedé callada, porque la verdad es que tenía razón. Sin embargo, debió de ver algo en mi expresión que le hizo preocuparse, porque se presionó el puente de la nariz y bufó-: Perdona, nena. No debería haberme puesto así.
               -No te preocupes, sol. Ha sido una pregunta tonta. Si Mimi está mal, es normal que la defiendas así.
               Alec me dedicó una sonrisa cansada, la de un chico que ya no tiene 17 años, sino más bien 37.
               -¿Te importa si…?-se tocó el pecho y luego señaló la bañera. ¿Te importa si lo dejamos para otro día?, me estaba preguntando, y yo asentí enérgicamente con la cabeza.
               -¡Por supuesto! No te preocupes por mí. Ya hemos tenido suficiente sexo por una temporada. Ponte algo de ropa, no vayas a coger frío, y ve con ella.
                Alec se acercó a darme un casto y cariñoso beso en la frente.
               -Siempre tan atenta, bombón-ronroneó, y yo me hundí un poquito más en el agua, recreándome en su calor residual, mientras Alec se abría la toalla, se retiraba el condón de su miembro, y se ponía unos pantalones de chándal y nada más. Porque para él, “ponerse ropa” implica ponerse una única prenda. Suerte que no le había dado por ponerse un calcetín en el pie.
               Jugueteó con el condón entre sus manos, decidiendo si comprobaba si se había roto o no.
               -Yo me encargo de él-dije, saliendo de la bañera y soltándome el pelo, de manera que mis rizos se quedaron adheridos un momento a mi espalda-. Ve con tu hermana. Ella te necesita más que yo-susurré, pegando mi cuerpo mojado al suyo, húmedo, y pasándole un brazo por la espalda. Dejé reposar mi mano un par de segundos en su omóplato, mi codo en sus lumbares, mientras nos mirábamos a los ojos, diciéndonos un millón de cosas para las cuales no existen palabras. En las buenas y en las malas. Le di un pico y él me tocó el culo de una forma increíblemente amorosa; no pensé que nadie pudiera manosear cualquier parte de mi cuerpo de manera cariñosa, pero Alec siempre se las apañaba para sorprenderme.
               Cogí el condón de entre sus dedos y Alec me dio las gracias.
               -No se merecen. Vamos, ve-hice un gesto con la cabeza hacia la puerta y él abandonó el baño, dejándome sola con mis pensamientos. Mi silueta difusa por el vapor en el baño me protegió mientras mi mente vagaba por los confines de mi conciencia, esbozando teorías de lo que le habría pasado a Mimi para que hubiera terminado entrando llorando de noche en su casa. Y para colmo, lo había hecho en el más absoluto sigilo, como una vulgar ladrona. Apenas pasaba un minuto de las doce cuando escuchamos los ruidos; todavía no se habían disipado del todo los ecos de las campanadas del reloj a medianoche cuando Trufas se volvió loco, y me imaginé que aquello no podía ser una coincidencia. Era como si Mimi hubiera tratado de respetar el día para nosotros aun en su tristeza. Algo en mi interior, llámalo corazonada, llámalo intuición femenina, me lo decía. Eso mismo es lo que me empujó a envolverme con un albornoz tras hacer las comprobaciones de rigor con el preservativo, y salir al salón, con los pies cubiertos por unas zapatillas sin talón que debían ser de la madre de Alec, muy propias de un spa.
               Me encontré a los dos hermanos entrelazados en un tierno abrazo, en el que Alec apoyaba la mandíbula por encima de la cabeza de Mimi y ella se aferraba a él como un salvavidas. A pesar de que Mimi era bastante más alta que yo (lo cual no era muy difícil; incluso Shasha lo era), la estampa no dejaba de ser muy similar a la que se repetía cuando yo me refugiaba en los brazos de Alec: él, con los treinta centímetros que me sacaba, me envolvía en un abrazo de oso en el que sus manos se desplazaban por mi espalda, aportándome calor y convenciéndome de que todo estaba bien, mientras yo me cobijaba en su pecho y mi mente ahogaba las voces malignas de su interior con la ayuda del inhibidor de señal que era la cabeza de Alec, que solía colocar en la misma posición que con Mimi.
               Como si sintiera mi presencia junto a ellos, Mimi abrió los ojos y clavó sus pupilas contraídas en mí. Tenía el maquillaje de la cara corrido, y sus ojos eran dos piscinas de chocolate de las que manaban dos cataratas negras. Se separó de Alec como si su cuerpo estuviera en llamas, pero ella vivía en un invierno en el que cualquier incendio era mejor que la congelación. Se le tiñeron las mejillas de un color carmesí que nada tenía que ver con el frío de su alma, que se condensaba en sus ojos en forma de lágrimas.
               -¿Cómo estás, Mimi?-pregunté mientras ella sorbía por la nariz y retrocedía un par de pasos, como pensando “ahora Alec le pertenece a Sabrae y yo debo cedérselo cada vez que ella entra en escena”. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y, sin poder levantar la vista para mirarme, empezó a disculparse.
               -Perdona, Saab, yo… os he fastidiado el momento. Perdón. No pretendía… no quería cortaros el rollo.
               -No nos has cortado nada-respondí, acercándome a ella con paso apresurado, pero tranquilizador. Si fuera un dinosaurio, mi tamaño me convertiría en una sombra para los pequeños mamíferos que se abrasaban bajo el calor del sol, en lugar de una apisonadora que los aplastaría-. Al contrario. No estábamos haciendo nada.
               Noté los ojos de Alec clavados en mí. Puede que mi aspecto gritara a los cuatro vientos que Mimi sí que nos había interrumpido (pelo ligeramente húmedo, cuerpo mojado, ojos brillantes por el sexo, piel sensible por las caricias y la excitación, que no era indiferente a los roces del albornoz, y por eso se asomaba todo lo que podía al aire), pero yo no quería que se sintiera fuera de lugar, ni estando en su propia casa ni mucho menos en presencia de su hermano, y eso Alec lo notaba. Y le gustaba muchísimo, a juzgar por lo difícil que se le hacía no esbozar una sonrisa al verme. Aquello no tenía nada que ver con mi desnudez y con mi estampa doméstica y sensual, sino con lo mucho que le gustaba que yo también estuviera dispuesta a dejarlo todo si alguien que me importaba se sentía mal.
               -Yo… me voy a mi habitación y os dejo a vuestro rollo-decidió Mimi, alejándose hacia las escaleras y apartándose con nerviosismo un mechón de pelo de la cara-. No os molestaré. Me pondré los auriculares. Vosotros como si no estuviera, no os cortéis en hacer todo el ruido que… bueno-levantó la mirada un único segundo hacia su hermano y luego la bajó a más velocidad aún-, que os apetezca.
               -No digas bobadas-respondí yo, salvando la distancia que nos separaba y cogiéndole una mano. Mimi se quedó petrificada en cuanto la toqué, como si yo tuviera poderes mágicos y acabaran de manifestarse por primera vez con mi cuñada (casi cuñada, me obligué a recordarme a mí misma, aunque en ese momento los tecnicismos no importaban demasiado)-. No voy a quedarme aquí sentada, metiéndole mano a Alec, mientras tú estés mal. Y menos tu hermano. ¿Te piensas que va a dejar que te vayas a tu habitación llorando?
               -Alerta de spoiler: no-contribuyó Al, rodeándome los hombros y dándome un toquecito en la cabeza como si fuera uno de esos muñecos de las atracciones de feria a los que tienes que golpear para conseguir premios.
               -Exacto. Podemos compartir a Alec perfectamente-escuché a mi chico sonreír tras decirle eso a Mimi, que parpadeó en mi dirección-. Además, estamos hambrientos, ¿verdad que sí, Al?-levanté la cabeza y él asintió con la suya-. Seguro que entre los tres encontramos algo que llevarnos a la boca.
               -¿Por qué no subes a mi habitación y coges lo que te apetezca?-sugirió Al, y Mimi lo miró, procesando la oferta-. Lo que sea. Ve, abre mi armario y coge lo que te resulte más cómodo.
               -Las penas son menos penas cuando usas una sudadera talla XXL-sonreí, y Mimi sorbió por la nariz, asintió despacio con la cabeza, y empezó a subir las escaleras trabajosamente, con Trufas pisándole los talones, asegurándose de que no se perdiera. Alec se quedó plantado en el sitio, asegurándose de que Mimi se dirigía a su habitación y no a la de ella, y cuando pasó de largo por su puerta asintió con la cabeza, con la satisfacción del trabajo bien hecho-. ¿Te ha contado algo de por qué está así?
               -No. Pero va a hacerlo. Lo necesita. Has estado genial diciéndole que no me tocarías un pelo sabiendo que está mal.
               -Es la verdad.
               -Bueno, puede que no del todo-sonrió, dándome un beso en la cabeza y una palmada en el culo-. ¿Te ocupas del baño? Voy a ir a cambiarme para buscar algo en el bar de Jeff.
               -¿Es una broma? Está helando fuera, Al. Ni de broma.
               -No tenemos nada de comida que podamos hacer.
               -Pero tenemos manos-levanté las mías y él puso los ojos en blanco-. Podemos cocinar algo que le guste a tu hermana y que así se distraiga un poco. ¿Qué suele comer?
               -Ensalada.
               Puse los ojos en blanco.
               -¿No hay nada más?
               -Está obsesionada con mantener la línea. El que come como un puto animal soy yo, ¿sabes? Soy boxeador; ella, bailarina. Uno quiere coger todo el peso posible, y otro pesar cuanto menos, mejor. A ver si adivinas cuál.
               Con su brazo en mi cintura, me condujo escaleras arriba para preguntarle a Mimi qué le apetecía comer. Estaba convencido de que iba a dejarle salir de casa con la helada que había anunciada, pero yo no iba a buscar bulla hasta que no se pusiera la chupa de cuero negra y tratara de acceder al garaje. De momento, teníamos problemas más importantes, como buscar algo que ponerme.
               Nos encontramos a Mimi en una esquina de la habitación, pegada contra la pared como si el mantenimiento de la casa en pie dependiera de que ella no se moviera de allí, y sollozando de nuevo entre hipidos y jadeos.
               -¿Qué pasa, Mimi?
               Mimi señaló un bultito que había justo al lado de una de las alfombras de pelo de su habitación, sobre la que habíamos empezado a follar como animales en celo.
               -Hay un condón usado.
               Alec cuadró la mandíbula.
               -No te va a morder, Mary Elizabeth. Haz el favor de buscar algo para cambiarte-ordenó con voz que no admitía discusión, y Mimi se acercó al armario, procurando poner la máxima distancia entre ella y el preservativo usado. Vale, si yo estuviera en su piel, no me haría ninguna gracia tener que pasear por casa viendo condones que Scott y Eleanor habían utilizado y abandonado por ahí (aunque en nuestra defensa diré que Alec y yo no habíamos salido de su habitación y, desde luego, no esperábamos visitas antes de tener ocasión de adecentarla un poco), pero creo que Mimi estaba exagerando un poco. Es decir, a su edad, el sexo ya era una realidad: muchas de sus amigas lo practicaban, y sus hormonas probablemente le suplicaran que se uniera a aquella revolución lo más rápido posible; estaba también el añadido de que era la hermana de Alec, así que el sexo no era precisamente algo lejano.
               Mimi se quedó mirando la cama desecha, con las sábanas bajeras dejando asomar incluso en algunos puntos el colchón, y sus ojos se nublaron de lágrimas. Comprendí entonces lo que le sucedía: le habían dado plantón, justo en el Día de los Enamorados. Hay que ser muy cabrón para hacerle algo así a nadie, y mucho más a Mimi, que era todo ternura y pureza. Me recordaba a Taïssa, pero con la timidez elevada a la máxima potencia.
               -Al, ¿te ocupas de recoger el baño mientras nosotras nos cambiamos?-pregunté, y él no necesitó que le dijera más claro mi mensaje: déjanos solas. Dio un toquecito en el marco de la puerta a modo de despedida y desapareció, dejándome con Mimi en su habitación. Estiré las mantas de la cama para que no fuera tan evidente en qué la habíamos estado utilizando su hermano y yo, y me senté en el borde de la cama mientras Mimi se desnudaba de cintura para arriba, de espaldas a mí-. Sea quien sea y te haya hecho lo que te haya hecho, no se merece que llores por él-le dije, y Mimi se volvió después de sacar su melena caoba del cuello de la sudadera negra de boxear de Alec, ésa que se suponía que estaba reservada para él. Después de que yo me hiciera con la primera, había tardado aproximadamente una tarde en hacerse con la segunda; no podía vivir sin ella, para él era como un tótem, y que Mimi recurriera a ella en esa ocasión me indicó lo mal que se sentía.
               Mimi sonrió, triste. Se quitó las medias se puso unos pantalones de deporte de Alec, que le quedaban largos y anchos.
               -Tú no lo entiendes, Saab. Eres tan fuerte, y tan segura de ti misma… no creo que te haya pasado lo que a mí nunca. Al menos tú no tienes miedo de expresar tus sentimientos. Y a ti te elegirían. Eres perfecta. Un poco bajita, pero todo lo demás en ti es perfecto.
               -¿Que soy segura de mí misma?-me reí-. No sabes el absoluto pánico que sentí la primera vez que me desnudé delante de Alec. Competía contra todo Londres, y aún no estoy muy segura de que haya salido ganando. Y estoy lejos de ser perfecta. Tú, en cambio, sí que lo eres-le acaricié la mano y Mimi me miró-. Eres pelirroja. Ya sólo por eso eres muy, muy especial. ¡Y mira tus piernas! Son preciosas. Las mías son demasiado anchas; mis muslos se rozan constantemente, cosa que a ti no te pasa, a pesar de que no las tienes como palillos. Tu cuerpo es genial, Mimi. Eres la chica más guapa que conozco. Pareces esculpida por los dioses, aunque supongo que podemos llamar “dioses” al esfuerzo, ¿verdad?-ella sonrió, cansada, y asintió con la cabeza. Estiró los pies y se quedó mirando sus dedos un instante. Vale, puede que no tuviera los pies más bonitos del mundo, pero ninguna bailarina profesional podía presumir de tener unos pies de exhibición. De hecho, era el precio que pagaban por ser verdaderas obras de arte andante; hasta los cisnes tenían pies feos, y eso que el resto de su cuerpo era absolutamente precioso.
               -Sólo estás siendo tremendamente amable conmigo.
               -Estoy siendo sincera. Si tuviera que compararme contigo, lloraría. Las demás no tenemos ninguna posibilidad-sonreí, apartándole un mechón de pelo de la cara, y sus ojos se oscurecieron debido a la tristeza.
               -Supongo que la belleza es subjetiva.
               -Un poco, pero la que es guapa, es guapa siempre. ¿Quieres contarme qué te ha pasado?
               -No sé si podré-suspiró un jadeo y se le entrecortó el habla mientras sus ojos se anegaban de nuevo en lágrimas.
               -Si no quieres, no pasa nada. Pero, oye, que sepas que se me da muy bien escuchar. A mí, y a Alec. Tu hermano escucha que da gusto, seguro que ya lo sabes.
               -Sí-sonrió, y esta vez su sonrisa fue genuina-. Le tengo un poco harto, siempre con el mismo tema.
               -A él le encanta escucharte, estoy segura. Jamás me ha contado nada de lo que tú le cuentas a él, así que eso es que no está cansado en absoluto. Es bastante quejica, ¿sabes?-sonreí, balanceando los pies en la cama-. Cuando algo le molesta, lo dice. Así que, que le hables de tus sentimientos no le molesta en absoluto. Estoy segura de que incluso le hace ilusión saber que cuentas con él.
               Mimi se quedó callada, pensativa. Torció la boca y parpadeó un par de veces, decidiendo si yo era de fiar o no, si podía confiarme sus secretos o sólo se lo decía por curiosidad. Bueno, pues debía demostrarle que mi preocupación era sincera. Así que me puse en pie y di una palmada.
               -Tengo una idea. Si estás disgustada, como creo que es evidente, compartiré contigo el  remedio secreto que lleva años y años en mi familia, pasando de generación en generación desde el inicio de los tiempos-Mimi me miró con ojos chispeantes de curiosidad-. ¿Quieres conocer el Secreto Supremo Malik Para La Cura De La Tristeza?-inquirí con aires ceremoniosos, juntando las palmas de las manos y cerrando los ojos un momento, como rezando. Me habría puesto a la pata coja, como hacía cuando Duna estaba triste, pero seguro que me caía. Todavía tenía las piernas algo adormiladas, cortesía de las artes amatorias de don Alec Theodore Whitelaw. Mimi se rió por lo bajo.
               -Está bien.
               -La repostería-revelé-. En la que, casualmente, soy muy buena. Ya lo dice mi abuela: no hay nada que cure un corazón roto como unos buenos bollos de crema caseros. Que, casualmente, son personalizables. Te gusta el limón, ¿no?-los ojos de Mimi, o más bien toda su cara, resplandeció.
               -Me encanta el limón.
               -Pues seguro que algo se nos ocurre. ¿Por qué no vas preparándolo todo en la cocina para hacer unos bollitos de crema de limón con los que chuparse los dedos? Yo también tengo que asaltar el armario de Alec, y francamente, no me hace mucha gracia que veas mi culo gordo.
               -Ya me gustaría a mí tener tu culo, Saab-se echó a reír Mimi, balanceándose en la cama. Asintió con la cabeza, se levantó, y me abrazó de manera fugaz. Me di cuenta de que aquél era el primer abrazo que nos dábamos a solas, y deseé con todas mis ansias que no fuera el último. Qué ilusa. La cantidad de veces que Mimi y yo nos abrazaríamos, y más pronto de lo que yo pensaba, porque seríamos el ancla de la otra, impidiendo que la corriente nos llevara a la deriva.
               Me dejó sola en la habitación, momento que agradecería, porque seguro que le habría comentado a Alec a cara que puse en cuanto recogí el condón del suelo y parte de su contenido se vertió entre mis dedos. Ni siquiera me dio tiempo a hacerle un nudo en la parte trasera; además, ¿qué importaría? Su principal función, que era mantenernos unidos pero no tanto como para mezclarnos, había sido un fracaso estrepitoso.
               Se me retorció el estómago en cuanto sentí el líquido blanquecino del esperma de Alec derramarse por entre mis dedos. Era la primera vez que me sucedía algo semejante, pero había tenido el suficiente sexo como para identificar lo que acababa de suceder: se nos había roto el condón. Mierda, mierda, mierda. ¿Y ahora qué hacemos?, pensé. Alec ya tiene bastantes preocupaciones con el tema de su hermana como para añadir esto a la lista. No puedo añadir la calidad de los condones que usamos a la ya de por sí larga lista.
               Sentí una arcada que nada tenía que ver con la sustancia que tenía en las manos, pero sí con los nervios que me atenazaban las entrañas, mientras miraba mi reflejo en el espejo. No había que tener una memoria de elefante para recordar qué habíamos estado haciendo cuando lo utilizamos: follar como animales en celo, con tanta rabia que cualquiera diría que nos odiábamos. Y pensar que aquello iba a provocar que yo tuviera que volver a tomar la píldora, con lo mal que me había puesto cuando fui a Bradford… Alec no se lo perdonaría. Se echaría las culpas de nuevo, igual que se las había echado entonces, y yo no podía permitírselo.
               Pero tampoco podía no decírselo. Era un problema suyo igual que lo era mío. Joder, ¿cómo podíamos tener tan mala suerte? Si tampoco es que hiciéramos cosas extrañísimas. Ni siquiera habíamos pasado de lo que seguro que catalogaban como dificultad media en el Kamasutra.
               Envolví el preservativo en un pañuelo y lo tiré hecho una bola a la basura con el corazón en un puño, rememorando el polvo. Estaba empezando a ponerme paranoica, como si ya sintiera pataditas dentro de mí, o algo así. Repasé cada uno de mis movimientos, de los suyos, nuestros gemidos, los arañazos, los azotes y los jadeos, los gruñidos y las frases sucias e inconexas que nos habíamos dedicado el uno al otro, intentando identificar el sonido de un condón rompiéndose. Pero nada. Era completa y absolutamente imposible que nos hubiéramos dado cuenta hasta ahora, cuando ya era demasiado tarde.
               Y lo peor de todo no era eso. Tenía fácil solución: se lo contaría a mis padres, me tomaría la píldora, lo pasaría mal un par de días, y luego, como si nada. Lo peor de todo era cómo iba a ponerse Alec. Se culparía, volvería a comerse la cabeza y entraríamos de nuevo en esa espiral de autodestrucción a la que se empecinaba en regresar. No querría tocarme, y, sinceramente, yo quería que me tocara. Una parte de mí incluso deseaba aprovecharse de este pequeño contratiempo y convertirlo en un inesperado regalo del destino, entregarme a él completa y absolutamente, mezclarnos en mi interior. Seguro que él lo disfrutaba más. Seguro que yo lo disfrutaba más. Seguro que nos daba más morbo. Seguro que acabábamos antes. Seguro…
               … seguro que Alec se sentiría una mierda por hacerme tomar la píldora de nuevo, y no disfrutaría los próximos 20 polvos, demasiado preocupado por si estaba corriéndose dentro de mí otra vez.
               Ahora no podía decírselo. Estaba lo de Mimi. Joder. Mierda.
               Me senté en la cama, contuve el impulso de limpiarme las manos contra un albornoz que no era mío, y después de hacer una bola también con el pañuelo con el que me limpié, me quedé mirándome los pies, barajando mis opciones. Podía decírselo ahora y que Alec chiflara y fuera corriendo a la farmacia a por una píldora carísima que se empeñaría en financiar completamente, porque “si yo me estuviera acostando con una tía no habría riesgo de embarazo”. Podía decírselo por la mañana y que faltara a clase por repetir la operación. Podía decírselo al salir de clase y que se cabreara conmigo por haber tardado en contárselo, porque cada hora contaba, las píldoras no eran abortivas, y joder, Sabrae, somos demasiado jóvenes para ser padres (con lo cual coincidía al ciento diez por ciento). 
               O podía decírselo a mis padres en cuanto llegara a casa, que me compraran la píldora, y ponerle excusas para no quedar hasta que se me pasaran los efectos. Era un chute hormonal demasiado fuerte y yo ya tenía tendencia a tolerarlo regular, se acercaba el fin de semana y el fin de semana implicaba más tiempo para quedar y también más posibilidades de hacerlo, así que a ver cómo me las apañaba.
               Pero, ¿te estás oyendo, Sabrae? ¿Cómo vas a ocultarle esto? ¡Es de Alec de quien estás hablando!, susurró una voz en mi cabeza, la voz de la razón. Y estaba en lo cierto. No podía ocultárselo, ni hacerlo a sus espaldas, ni mentirle. Era su problema igual que el mío, tenía derecho a reaccionar como quisiera, porque era algo bastante gordo (aunque no sin solución), y él, contra todo pronóstico, era el que más capacidad tenía para ser precavido de los dos. Quizá no hacer nada durante un tiempo sería lo mejor, por mucho que me doliera. Desde luego, sería la mejor manera de garantizar que yo no me quedara embarazada. Así nos evitaríamos estos estúpidos quebraderos de cabeza. Y me aseguraría de que entendiera que no era culpa de ninguno: los accidentes suceden, y no pasaba absolutamente nada.
               Decidida a contárselo en cuanto tuviera ocasión, y si Mimi se ponía bien sería esa misma noche, me levanté, saqué un pijama de Marvel cuya camiseta no había estrenado aún, me lo puse, y troté escaleras abajo, al encuentro de Mimi, que ya había esparcido todos los ingredientes necesarios para hacer unos fantásticos bollos de limón por la cocina.
               -Ya verás-le dije, remangándome-. Después de que metamos los bollos en el horno, estarás feliz como una perdiz.
               Mimi soltó una risita mientras Trufas se paseaba con pereza por la parte trasera de la cocina. Se mostró bastante animada durante el cocinado; incluso canturreó “en la cocina” cuando Alec nos preguntó desde el piso superior dónde estábamos, y se rió a carcajadas cuando, después de que él se apoltronara en uno de los taburetes de la isla de su cocina y yo le sugiriera que puede que fuera hora de transmitir la sabiduría de mi familia a mi hombre, me subió sobre sus hombros y fue siguiendo mis instrucciones mientras yo le tiraba del pelo como hacían en Ratatouille.
               -Siempre he querido hacer eso con alguien que no supiera cocinar-le confesé a Alec cuando me dejó en el suelo, recordando que papá ya me había cargado varias veces sobre sus hombros para repetir la operación cuando era pequeña, pero no había tenido gracia porque se había limitado a soportar mis tirones mientras cocinaba con plena autonomía.
               -De nada, entonces-sonrió él, dándome un piquito fugaz. Aquello fue un error, pues le recordó a su hermana que se sentía sola. Y no había bollitos en el mundo capaces de sustituir a la persona que querías acompañándote. Desde luego, a mí me pasaba con Alec: los pasteles me distraían, pero en cuanto terminaba la tarea mecánica y relajante, la soledad me asaltaba de nuevo como un torrente que se escapa por una grieta recién abierta entre las rocas.
               No podía culparle ni tampoco creía que Mimi quisiera que nos refrenásemos, pero tomé nota mental de que, mientras ella estuviera mal, sería mejor que nos limitáramos a muestras de cariño más propias de amigos que de una pareja. Sólo por si acaso. Todo aquello que Alec no hiciera con Mimi, sería mejor que tampoco lo hiciera conmigo para garantizar el éxito de nuestra misión de rescate emocional.
               Mientras los bollitos se tostaban en el interior del horno, adoptando rápidamente un tono dorado, Alec sacó tres botellines de cerveza del interior de la nevera y nos los tendió. Mimi cogió el suyo con gesto vacilante, seguramente temiendo que una borrachera le desatara las lágrimas, y no hizo amago de abrirlo cuando Alec y yo sí destapamos los nuestros. Pensativa y cada vez más apenada, dejó el botellín sobre la isla de la cocina y se quedó hipnotizada mirando los bollitos, mientras Trufas se frotaba contra la pata de su taburete para que le hiciera caso.
               -Vamos al salón-instó Alec al ver que su hermana se sumía poco a poco en un estado catatónico, y yo los miré.  Creí que tendría que repetir la sugerencia, porque Mimi no parecía haberlo oído, pero de repente y sin previo aviso, deslizó un pie hacia el suelo, después el otro, y en nada estaba caminando con paso cansado, arrastrando los pies en dirección al gran sofá del salón. Dejó que su cuerpo cayera inerte sobre la superficie del mueble, con las manos entrelazadas sobre sus piernas, y sonrió con tristeza cuando Trufas se subió de un brinco a su regazo. Hundió unos dedos largos y delgados, muy de bailarina, en el pelaje chocolate del animal, que la miró un momento a los ojos antes de cerrarlos y sumirse en un estado de semiinconsciencia que todos en la casa envidiamos.
               Alec se sentó a su lado, en una esquina del sofá, y yo me senté a su costado. Si Mimi quisiera que la rodeáramos, nos lo pediría, como hacíamos todas las hermanas pequeñas cuando queremos mimos de nuestro hermano mayor. Puede que no lo dijéramos con palabras, pero ellos leían a la perfección nuestros gestos.
               Alec esperó. Yo esperé. Mimi esperó. Alec esperó. Yo esperé. Mimi esperó. Mimi esperó. Yo esperé.
               Y entonces, Alec habló.
               -¿Quieres que le haga algo?
               Fue una frase sencilla, corta, tan básica que muchos estudiantes de inglés serían capaces de identificarla y traducirla a sus lenguas maternas cuando apenas llevaran un año conociendo nuestro idioma. Para mí, sin embargo, se convirtió en un enigma de tan poderosa como podía llegar a ser. Me vino a la mente la imagen del chico al que Alec había obligado a pasearse en bolas por el instituto después de enterarse de que intentaba convencer a su hermana para que le pasara fotos desnuda; cuando Mimi se lo contó, Alec había ido a los vestuarios de los chicos, y se había llevado la ropa de aquel desgraciado para darle una lección. Podría haberle pegado una paliza, decía, y seguramente así sentiría más satisfacción, pero una paliza no lanzaba el mismo mensaje que una humillación como aquella: con la paliza, hasta cierto punto convertía en un héroe a aquel mamarracho. Haciéndolo pasearse en bolas, sin embargo, lo reducía al nivel de payaso, y todo el instituto (y, de paso, también los de los alrededores) sabrían que no había que meterse con Mary Elizabeth Whitelaw; no mientras en el pecho de su hermano quedara una pizca de aliento.
               Y, sin embargo, por el tono de Alec supe que lo que tenía en mente no se trataba de un simple robo de ropa en un vestuario mal vigilado. Aquello iba mucho más allá. Era un daño físico, la posibilidad de infligir dolor como el que estaba sintiendo Mimi.
               Mimi no respondió. Tragó saliva y siguió acariciando mecánicamente a Trufas, que parecía estar disfrutando de un sueño placentero, sin pesadillas, en el regazo de su dueña.
               -Porque sólo tienes que pedírmelo-continuó Alec, mirando a su hermana-. Y sabes que lo haré.
               -Me da miedo.
               -Vamos, Mím. No me pasaré con él. Sólo le romperé las piernas. Será algo limpio-Alec se miró los nudillos, como calibrando su poder-. Puede que incluso pueda seguir bailando después de unos meses en el hospital.
               -No me das miedo tú-suspiró Mimi, subiendo los pies al sofá y emparedando a Trufas con su cuerpo. El pobre animal abrió los ojos como platos, alerta ante el terremoto de tal magnitud que la escala Richter servía para catalogarlo-. Me da miedo que no te he dicho que no automáticamente, nada más sugerírmelo.
               -Porque sabes que se lo merece-Alec tocó el sofá allá donde habían estado los pies de Mimi, y ella lo miró. Las lágrimas empezaron a deslizarse de nuevo por su rostro, llevándose consigo los restos de maquillaje que no se había quitado frotándose las mangas de la sudadera de su hermano. Alec le acarició la mejilla con los nudillos, y Mimi soltó un jadeo.
               -Pero yo no quiero que se lo merezca.
               -¿Quieres contarnos qué ha pasado?-me ofrecí, subiendo los pies al sofá y sentándome a lo indio. Mimi sorbió por la nariz-. Sólo si te sientes cómoda-me apresuré a añadir. No quería presionarla. Tan sólo quería que se pusiera bien; ya sentía yo presión por las dos con el tema de la píldora, pero procuraba no pensar demasiado en ello.
               -Hay un chico-explicó Mimi-. Se llama Trey-emitió un jadeo al pronunciar su nombre, como si éste fuera un puñal clavándosele en el costado-. Baila en la misma academia que yo, y somos compañeros en muchísimos bailes.
               -Le gusta-explicó Alec, repantigándose en el sofá, como si supiera que aquello iba para largo, y Mimi le lanzó una mirada envenenada a través de su cortina de lágrimas.
               -Me gusta mucho-corrigió-. Y yo… bueno, yo pensaba que también le gustaba.
               -Seguro que es así-me apresuré a decir yo, pero Mimi negó con la cabeza.
               -No. Qué va. Ni de broma. Ni siquiera sabe que existo. Bueno… sí que lo sabe, porque bailamos juntos, pero eso se acabó. No vamos a volver a ser pareja de baile nunca más. Supongo que será lo mejor.
               -¿Ha pedido cambio?-preguntó Alec, pero Mimi negó con la cabeza.
               -No; lo voy a pedir yo.
               -Pero si te encanta bailar con él. Dices que es el mejor.
               -Y lo es. Pero después de lo de hoy… no sé si seré capaz de mantener el nivel si estamos juntos. Así que prefiero a uno un poco peor que no me desestabilice. Trey ya me desestabilizaba bastante antes, así que ahora no quiero ni pensar en lo que será de mí.
               -Pero, ¿qué ha pasado, Mím?-insistió su hermano, acariciándole el brazo, y Mimi suspiró.
               -Verás… como ya sabes, iba a decírselo hoy. Tenía preparada una notita, y todo. Se la iba a dar después de la sesión de baile, justo antes de irnos a los vestuarios. De hecho…-Mimi se metió la mano en el bolsillo y la sacó cerrada en un puño. La extendió en nuestra dirección y lo abrió, descubriéndonos así una pequeña nota doblada dos veces, de un suave tono azul celeste con papel perfumado que olía a suavizante. Alec la cogió y me la tendió, y yo la desdoblé, sintiendo que Mimi me estaba dejando echar un vistazo a su interior en un momento de vulnerabilidad del que quizá luego se arrepentiría, y decidida a que ese arrepentimiento no llegara nunca a base de darle los mejores consejos posibles.
               El mensaje era claro y contundente, igual que el de su hermano cuando le preguntó si quería que interviniera. Con letra pulcra y cuidada, trazos elaborados propios de un ejercicio de caligrafía, Mimi había escrito tan sólo dos palabras. “Me gustas”.
               Miré a Alec, que ya había levantado la mirada y estaba esperando mi reacción. Una efímera sonrisa nos cruzó la boca, y supe que los dos estábamos pensando lo mismo: San Valentín era el día de las cartas de amor, sin importar su longitud. Para la próxima, tendríamos que hacernos con acciones del servicio de correos; seguro que nos forrábamos.
               -Me moría de nervios yendo a la academia-confesó Mimi-. No paraba de pensar en qué pasaría si a Trey le parecía que era una cobarde por darle eso e irme a cambiarme de ropa mientras él lo leía, pero es que no soportaba pensar en lo que pasaría si la leía delante de mí y yo no le gusto. Aunque supongo que ya no importa-susurró, acariciando a Trufas sobre su naricita mientras sus lágrimas se juntaban en su mentón.
               -A mí me parece un buen plan. Simple, pero eficaz.
               -Sí, y además, te evitaría momentos incómodos-comentó Alec-, porque si se diera el caso de que tuviera lesiones cerebrales graves y no le gustaras, con iros cada uno por vuestro lado después de cambiaros bastaría. De todas formas, si aun así no te ha acompañado a casa de noche para asegurarse de que llegas bien, es que es un puto impresentable-sentenció con enfado contenido, y yo estudié la forma en que se le cuadraba la mandíbula, deseando que se diera cuenta de la situación. Si Trey no quería nada con Mimi, era normal que no la acompañara a ningún sitio. Como él mismo había dicho, sería muy incómodo. Si a mí me sucediera igual, si un chico por el que yo no sentía nada me confesara que le gustaba, haría lo posible por evitarlo durante un tiempo y que sus sentimientos hacia mí terminaran diluyéndose, pues no estaba emocionalmente disponible y no quería que nadie se hiciera ilusiones pensando que tenían posibilidades de sustituir a Alec.
               -Pero… si Mimi se ha traído la nota a casa, es porque no se la ha dado, ¿no?
               Alec me miró, miró a su hermana, me miró a mí y de nuevo a su hermana. Mimi se apartó  un mechón de pelo tras la oreja, se mordió el labio y estiró la mano para recuperar su notita. Tras guardársela en el bolsillo de nuevo, respondió:
               -Bueno… veréis… es que Trey no ha ido hoy a ensayar.
               Alec y yo parpadeamos sin entender. Me figuré que nos parecíamos a aquel meme de los Simpson en el que Marge y Homer miran fijamente al mismo objeto fuera de cámara, con expresión incrédula.
               -Y… ¿por qué lloras?
               -¿No es evidente?-espetó Mimi, bajando los pies al suelo con tanta violencia que Trufas rodó por sus piernas, y de no haber tenido los reflejos de un cazador, se habría estrellado contra la alfombra en lugar de conseguir saltar en el último momento a un lado del sofá. El pobre conejito puso cara de pánico cuando Mimi lo cogió por debajo de las patas delanteras y se lo colocó de nuevo en el regazo, pero fiel y bueno como era, no se alejó de su dueña, sabedor de que lo necesitaba-. ¡Si Trey no ha ido es porque tenía mejores cosas que hacer! ¡¡En el día de San Valentín!! ¡¡LO CUAL SÓLO PUEDE SIGNIFICAR UNA COSA!!
               -¿Que tiene una agenda apretada?-sugirió Alec, arqueando las cejas.
               -¡¡QUE TIENE CON QUIÉN PASARLO!! ¡¡Y ese alguien no soy yo!!-se lamentó Mimi, llevándose las manos a la cara y sollozando de nuevo. Alec se quedó petrificado en el sitio, sin saber qué hacer.
               -Puede que estuviera enfermo. Necesitáis estar al cien por cien cuando bailáis, ¿verdad?-intervine yo, tratando de calmarla, pero Mimi negó con la cabeza.
               -No. Trey viene a bailar incluso si se está muriendo. Una vez vino con 30 grados de fiebre. A Darishka casi le da algo. Se lo llevó directamente al hospital nada más verlo; el pobre ni siquiera pudo terminar de atravesar el vestíbulo antes de que ella le diera la vuelta. Así que sólo puede haber una explicación lógica: se estaba tomando la tarde libre, igual que tú te la has tomado con Sabrae.
               -O puede que se le haya muerto el hámster.
               -Trey no tiene mascotas.
               -Pues él se lo pierde-respondió Alec, dándole un toquecito en la nariz a Trufas, que le soltó un bufido de advertencia-. Vale, vale. Tranqui, fiera.
               -Además, ¡eso no es todo! Resulta que también faltó alguien. Gwen-Mimi escupió el nombre como si se tratara de la peor palabra del idioma-. Tontea con Trey cada vez que puede, y no se le despega ni con aceite hirviendo. A pesar de que ya estamos emparejados, siempre hace lo que puede para intentar que eso cambie y ponerse a bailar con él, ¡incluso sabiendo que él va a ser quien me acompañe en mis audiciones para la Royal esta primavera!-estalló Mimi, y se echó a llorar de nuevo-. ¡No sé qué voy a hacer, Al! ¡No sólo me quita al chico que me gusta, sino también a mi compañero! ¡No voy a entrar en la Royal por culpa de la zorra de Gwen!
               -Gwen ni te ha quitado el novio, ni va a impedir que entres en la Royal; tú por eso no te preocupes, que tienes una bonita plaza a tu nombre, esperando a que llegues. Vas a entrar y vas a dejar a todos flipando, como que me llamo Alec, Mary Elizabeth-sentenció mi chico, pero Mimi no estaba por la labor de dejarse consolar tan fácilmente.
               -Es que… ¡es tan injusto! Todo porque yo… porque yo soy…-Mimi me miró, se puso colorada y se quedó callada.
               -Eres, ¿qué?
               -Yo… yo es que no… bueno… no he tenido novio nunca.
               -Pero no pasa nada por no haber tenido novio nunca. Siempre hay una primera vez para todo. Mira a tu hermano-sonreí, poniéndole una mano en el brazo-. Yo soy su primera vez, y parece que nos va bastante bien, contra todo pronóstico, ¿no, Al?
               -No lo digo por eso. Es que… bueno… Gwen ya ha tenido novios antes. Tiene… cierta fama. Y Trey…-Mimi se puso aún más colorada y yo me la quedé mirando, sin saber por dónde iban los tiros. Alec, sin embargo, suspiró.
               -Mimi, ya hemos hablado de esto. A nosotros nos la suda la experiencia que tengáis. No existe chica que lo haga mal y tú no vas a ser la excepción. Vosotras os obsesionáis con ser las últimas, y nosotros nos obsesionamos con ser los primeros.
               -Espera, espera, ¿estamos hablando de lo que creo que estamos hablando?
               -Depende, bombón: si crees que estamos hablando de que Mimi quiere perder la virginidad con Trey, entonces sí. Si no, pues no.
               -¡NO LO DIGAS ASÍ!-chilló Mimi, pegando a Alec con un cojín. Aquella exhibición de violencia fue más de lo que Trufas estaba dispuesto a soportar, y el conejo se escapó hacia una esquina, donde nadie podía sobresaltarlo e interrumpir su siesta.
               -¿Cómo quieres que lo diga, entonces, si es la verdad?
               -¡Suena horrible!
               -¿Por qué? ¿Porque eres una criatura virginal que se muere por tener sexo? No pasa nada por tener necesidades, Mary Elizabeth. Sabrae y yo no te vamos a juzgar. Joder, de todo el planeta, nosotros dos somos los que menos podemos juzgarte-Alec se echó a reír-. Si nos vieras hace una hora seguro que se te quitaría toda esta mojigatería.
               -Alec es un bocazas y se está sobrando un poco, pero tiene razón, Mimi. Si ese tal Trey merece la pena, estoy segura de que no le importará que no tengas experiencia. Es más, por mi experiencia con los chicos-miré a su hermano-, diría que incluso lo prefieren.
               -Pero… es que me da cosa, ¿sabes? Porque estoy segura de que él lo sabe. Es decir, fijo que se me nota, y seguro que si le gustara, eso jugaría en mi contra, y finalmente la balanza se inclina hacia el lado de “sólo amigos”, ¿sabes? Me da miedo estar perdiendo oportunidades por no saber.
               -¿Y qué vas a hacer? ¿Empezar a acostarte con todos los que se te crucen?
               -Ni se te ocurra empezar a acostarte con todos los que se te crucen-instó Alec, alarmado-. No sabes la cantidad de elementos que hay por ahí.
               -No, pero…-jadeó-. Yo sólo quiero que sea especial. Os parecerá cursi, pero quiero… no sé. Flores. Velas. Que me hagan sentir como una princesa. Y quería que fuera Trey, pero ahora… viendo que está con Gwen…
               -¿Los has visto juntos?
               -No, pero no soy tonta, Alec. Son los únicos que han faltado.
               -Chica, si te pierdes a un chico porque no tienes experiencia o porque no respeta tus ritmos, no lo estás perdiendo realmente, sino que estás esquivando una bala. Quiero decir, ¡mírame a mí! Estoy con Alec a pesar de que yo no tengo prácticamente experiencia, y a él no le queda nada por probar.
               -¿Disculpa? Me quedan un montón de cosas por probar, ¿de qué estás hablando, Sabrae?
               -La zoofilia no cuenta-pinchó Mimi, algo más animada. Puede que mi discurso estuviera calando en ella. Alec puso los ojos en blanco.
               -Bueno, con lo tozuda que es Sabrae, no estoy muy seguro de si aún la tengo pendiente.
               -Además, déjame decirte que tener relaciones tampoco es para tanto. Está algo sobrevalorado, en mi opinión-comenté para relajarla, y Alec se rió-. ¿Qué pasa, Alec?
               -¿Es por eso por lo que me das calabazas cada vez que se te presenta la ocasión, como si estuviéramos en Halloween? ¿Porque eres tan testaruda, alternativa, única e irrepetible que no quieres seguir la norma saliendo oficialmente conmigo?
               -Te doy calabazas porque de pequeña me prometí a mí misma que no saldría con ningún gilipollas, egocéntrico e insoportable de tu calibre.
               Me dedicó una sonrisa oscura.
               -Muy insoportable no soy, si lo disfrutas como una perra cuando me pongo encima de ti.
               -Cuando terminéis de tener esta especie de discusión sexual, me avisáis-bufó Mimi, haciendo que su flequillo bailara en su frente, y Alec la miró.
               -Por mucho que me duela, tengo que admitir que Sabrae tiene razón. Yo, que he vivido en el más estricto libertinaje, puedo confirmar-se entrelazó las manos tras la nuca-, y confirmo, que la monogamia es un invento antinatural, propio de amargados pichacorta que no tenían otra cosa mejor con la que atar con ellos a sus mujeres y garantizarse así satisfacción sexual que vendiéndonos a todos la moto de que las almas gemelas existen.
               -Pues bien que lloras porque me apellido Malik y no Whitelaw cuando me quito la ropa-me tocó pincharle esta vez, y Alec me miró.
               -Yo lloro por lo mucho que me cuesta no correrme en cuanto te veo las tetas, Sabrae; otra cosa es que sea listo y me invente excusas como tu estado civil para no alimentar ese ego estratosférico que tienes.
               -Así que ego estratosférico, ¿eh?
               -Supongo que por eso tienes las tetas grandes.
               -Y bonitas.
               -Son fabulosas. De cine, diría yo.
               -En cuanto Mimi se vaya a la cama, te la chupo hasta dejarte seco.
               -¡Hora de dormir, Mary Elizabeth!-Alec dio una palmada y se incorporó en el asiento. Mimi puso los ojos en blanco y me miró.
               -No me extraña que pienses que las relaciones están sobrevaloradas si tienes una con este individuo-señaló a su hermano con un movimiento de cejas y yo me encogí de hombros.
               -La verdad es que Alec lo hace todo un poco más interesante.
               -Lo cual, en el idioma de Sabrae, viene a traducirse como “folla que te cagas y me tiene cachonda como una mona las 24 horas del día”-le confió él, dándole un codazo.
               -El día que empezaste a hablar fue el peor de la historia, y eso que el nazismo ha pasado-gruñí. Alec puso los ojos en blanco-. Pero bueno, a lo que iba. Que estés soltera no tiene nada de malo.
               -Mírame a mí. Estoy soltero y estoy mejor que nunca.
               -Tú no estás soltero, Alec-Mimi puso los ojos en blanco.
               -Sí que lo está. Otra cosa es que tenga compañera estándar de cama.
               -Joder, Sabrae, eres capaz de inventarte un idioma nuevo con tal de no llamarme tu novio. Lo tuyo es muy fuerte, tía-Alec se echó a reír y yo puse los ojos en blanco.
               -Imagínate pillarte por uno como él-lo señalé con el dedo-. Triste, ¿verdad? Por eso las relaciones están sobrevaloradas. ¿Quién necesita un compañero sentimental cuando existen los juguetes sexuales?
               -O las manos. Si la madre naturaleza no quisiera que nos masturbáramos, no nos habría puesto el coño y la polla al alcance de la mano-Alec se tocó la sien, como diciendo “hay que usar la cabecita de vez en cuando”, escandalizando a su hermana hasta límites insospechados-. Las manos no te pueden transmitir ninguna enfermedad.
               -Ni dejarte embarazada-añadí yo, sin poder evitar calcular mentalmente las posibilidades de que eso me estuviera pasando a mí. Me pregunté cuánto tiempo aguantaría más sin contárselo a Alec; sinceramente, me sorprendía no haber corrido a contárselo en cuanto descubrí que el condón estaba roto, ya no digamos el haber considerado aunque fuera por un momento que podría ocultárselo.
               -Ni sudar. Bueno, sudar sí. Pero no tanto-reflexionó Al, rascándose el brazo y mirándome-. Yo a veces sudo contigo más que con un entrenamiento, y con una paja… muy salvaje tiene que ser.
               -También cansan… un poco-medité, tamborileando con los dedos en la barbilla-. Pero ni punto de comparación con cuando estás con otra persona. Sólo se te cansa la mano.
               -Les coges el vicio-aportó él-. A eso sí que puede que de la misma manera.
               -Y pueden ser más incómodas…dependiendo de cómo lo hagas. Yo creo que hay veces que es más incómodo masturbarse que hacerlo con otra persona-miré a Alec, que sonrió.
               -Porque aún no lo hemos hecho en un coche; ya verás cuando lo intentemos.
               -Ahora que lo pienso, la verdad es que el sexo tiene bastantes desventajas. ¿Me puedes recordar por qué follamos, Alec?-arqueé las cejas y él sonrió.
               -Porque da gustirrinín-respondió, dándome una palmadita en la cara interna de la rodilla, y yo no pude evitar capturar su mano con la mía. Entrelacé los dedos con los suyos, siguiendo la silueta de sus falanges con mis yemas, disfrutando de uno de esos valiosos momentos de intimidad en el que el resto del universo desaparecía y el mundo se reducía a nosotros dos y ese punto de contacto que había entre nuestros cuerpos.
               Trufas se movió en el borde de mi campo visual, y de repente recobré consciencia de que Alec y yo no estábamos solos. Nuestra misión era animar a Mimi, no deprimirla mostrándole lo enamorados que estábamos nosotros y lo sola que ella se sentía. Por mucho que me costara, tenía que abandonar el limbo de placentera soledad que estaba compartiendo con Alec y bajar a la tierra, afrontando los problemas que allí me esperaban.
               -De todas formas, aunque no hagamos más que quejarnos delante de ti, la verdad es que el sexo es importante, pero no esencial.
               -A mí sí que me parece esencial en una pareja-respondió Alec, pasándose la mano por el pelo y dejando sus dedos enganchados en su nuca-. O sea, si tuviera que renunciar a algo contigo, desde luego no me gustaría que fuera el sexo. Puedo pasar tiempo sin hacerlo, pero tarde o temprano lo voy a necesitar, ¿sabes? Para mí es necesario.
               -Sí, claro, pero me refiero a que no es necesario dependiendo del momento de tu vida en el que te encuentres. Para mí no era necesario hasta hace unos meses; me masturbaba si me apetecía, pero no porque sintiera que me faltaba algo si hacía demasiado tiempo que no tenía un orgasmo, ¿sabes? En cambio, ahora…
               -Ahora te subes por las paredes-sonrió Alec, y yo puse los ojos en blanco.
               -Lo dices como si a ti no te pasara.
               -Yo es que tengo una imaginación muy vívida, y no tengo problema en cascármela mirando las fotos que me mandas-me guiñó un ojo y yo bufé.
               -Estoy intentando convencer a tu hermana de que ser virgen no es un defecto. Yo creo que hacerlo en el momento en que estés preparada, sin ningún tipo de presión, es clave para empezar bien.
               -Sí, si te entiendo, Saab, pero…-Mimi se rascó el codo, en un gesto que también hacía mucho Alec cuando estaba pensando; me pregunté si sería imitación de su hermano, o si por el contrario le vendría de fábrica, importado de los genes de su madre-. El caso es que yo quiero que sea con Trey, ¿comprendes? Estoy segura de que si se me presentara la ocasión de hacerlo con otro chico, no estaría del todo cómoda porque no sería con él. Y está claro que con él no va a ser.
               -Tampoco tiene nada de malo acostarte con alguien de quien no estés enamorada-respondió Alec, acariciándole la pierna para tranquilizarla-. Es decir… mira a Eleanor. Lleva toda la vida enamorada de Scott, pero se acostó con otros chicos antes que él.
               -Ya, pero lo de Eleanor es diferente. Ella ya estaba resignada a querer a Scott en la sombra. Yo… yo tenía la esperanza de que todo pasara con Trey. Y ahora, pues… supongo que eso es algo que yo nunca voy a sentir. Sólo me apetece hacer cosas con él, y si con él no es posible…
               -Yo creo que no tienes que cerrarte puertas. La primera vez está sobrevalorada, Mimi. Te lo digo por experiencia. Tampoco es la gran cosa. Sí, es importante, y la vas a recordar toda la vida, pero no tiene por qué definirte. La primera vez que yo lo hice con un chico-noté cómo Alec se ponía tenso y se relamía con la vista perdida, seguramente imaginándome con Hugo-, ni siquiera lo disfruté. Fue bastante incómodo. Incluso me dolió. Pero tú no debes ir pensando en que te va a doler, porque entonces es lo que te va a pasar. Simplemente te tienes que dejar llevar.
               -Lo sé, pero, ¿y si precisamente que yo no lo haya hecho nunca es lo que hace que pierda oportunidades? ¿Y si… bueno, y si esto se me pasa, lo hago con otro chico, y luego se me cierran puertas porque he tardado demasiado en hacerlo?
               -A ver, Mary Elizabeth, que tienes 16 años, no 40-instó su hermano.
               -Sabrae tiene 14 y ya ha perdido la virginidad.
               -Pero yo la perdí joven. Y porque se dio la ocasión. Tampoco es que cuando cumplí los 14 estuviera ya mirando con quién lo hacía; simplemente pasó. Es tan legítimo perderla a los 14 como a los 24; a cada cual le llega su momento.
               -Yo ni siquiera me veo perdiéndola a los 24, a este paso-gimoteó Mimi, abrazándose a un cojín.
               -¿Por qué? Sólo porque ese gilipollas sea tan lerdo como para buscarse a otra cuando te tiene a ti delante no significa que no vayan a cruzársete más tíos por delante. Te preocupas demasiado, Mím. Empezar tarde no implica que ya vayas a fracasar sí o sí. Ya te he dicho que no hay chica que folle mal; créeme, los problemas los tenemos nosotros. Además, tú eres bailarina. Las bailarinas folláis muy bien-soltó Alec, y yo me lo quedé mirando, estupefacta-. Que los tíos se peguen por ti es sólo cuestión de tiempo; ahora dices que sólo piensas en hacerlo con Trey porque no sabes lo que es, pero una vez que empieces, ya no vas a poder parar, y cuando quieras darte cuenta te estarás tirando a todo bicho viviente, y te va a encantar hacerlo por hacerlo, incluso cuando no haya sentimientos de por medio. Hablo por experiencia, y tú y yo somos familia, así que en algo nos tenemos que parecer.
               Mimi torció la boca, sopesando lo que Alec acababa de decir, y yo carraspeé.
               -Perdón, ¿he oído bien? ¿Acabas de decir que las bailarinas follan bien?
               -He dicho “muy bien”, Sabrae-constató Alec, repantigándose de nuevo en el asiento, estirando las piernas y entrelazando las manos sobre el vientre-. Pero sí.
               -¿Y cómo lo sabes?
               -Me tiré a su profesora-soltó como quien habla del tiempo, y mi cara debió de ser un poema, porque Mimi puso los ojos en blanco, suspiró, cruzó las piernas y se dejó caer en el sofá, con la espalda pegada a su respaldo-. Es una larga historia.
               -Pero, ¿cuántos años tiene?-miré a Mimi, que se encogió de hombros.
               -Si estás preguntando si es mayor para Alec… sí, es mayor para Alec.
               -Define “mayor”-pidió Alec, mirando a su hermana.
               -¿Cuántos años tenías?
               -¡No lo sé, Sabrae, no llevo un diario sexual!-espetó-. Además, las maduritas tienen su toque. A ti no te mola hacerlo conmigo porque soy mayor y tengo más experiencia…-ronroneó, rodeándome la cintura y pegándome a él.
               -Alec, me llevas 3 años. Siéntate.
               -Pero son 3 años muy vividos. Además, que no es tan escandaloso, ¿sabes? Fui yo detrás de ella, no al revés, antes de que pienses que soy una especie de chiquillo del que sacaron provecho, porque ya te digo que si alguien sacó provecho de aquello, fui yo-sonrió-. Eso sí, lo hice después de que Mimi empezara a dar clases con ella. No quería que pensaran que la habían cogido por mí.
               -Qué considerado-puse los ojos en blanco y me quité su mano de encima. Alec se incorporó.
               -Pero si quieres, puedo usar mis influencias para que te cojan en la mejor academia de baile de todo Londres, nena. Tengo enchufe con la dueña-me dio un beso en la mejilla y yo lo fulminé con la mirada, juguetona. La verdad es que la oferta era tentadora, y sabía que la competencia del ballet era muy dura, así que entrar en una buena escuela aunque fuera por la puerta trasera ya era un triunfo.
               -¿Crees que necesito clases de baile? Cualquiera lo diría por cómo te pegas a mí cuando estamos de fiesta.
               -Baile no, pero con el ballet se aumenta la flexibilidad. Por eso las bailarinas follan mejor-ronroneó él, agarrándome de la cintura y mordisqueándome la mandíbula. Le puse una mano en el pecho para poner distancia entre nosotros.
               -Cariño, llego a ser un poco más flexible y a follar un poco mejor de lo que ya lo hago, y tú lloras cada vez que te saque la polla de dentro de mí-me burlé.
               -La verdad es que ya me cuesta no hacerlo-contestó Alec, que siempre, siempre, siempre sabía qué era lo que tenía que decir. Tenía los ojos oscuros, todo pupila, la boca entreabierta y los ojos fijos en mis labios. De no haber sido por su hermana, habría saltado sobre mí y me habría hecho enterarme de lo que vale un peine… eso si conseguía ser más rápido que yo, claro.
               Porque, de repente, sentía la imperiosa necesidad de arrancarme los pantalones, separar las piernas y hundirlo dentro de mí. A fin de cuentas, yo ya tenía que tomar la píldora, así que por hacerlo otra vez sin protección tampoco pasaba nada.
                -¿Veis?-suspiró Mimi, acodándose en las rodillas y apoyando la mandíbula en sus puños cerrados, con gesto cansado y triste-. Yo nunca voy a llegar a tener lo que tenéis vosotros.
               -¿Qué tenemos nosotros? ¿Una tensión sexual insoportable? Porque esto es culpa de la narrativa enemies to lovers que están siguiendo nuestras vidas-rió Al.
               -Una relación en que no haya inseguridades, porque tampoco hay prejuicios.
               -Mimi, si ya las tienes a patadas. Tus amigas no te juzgan, tus padres no te juzgan… nadie que te quiera lo hace. En eso consiste el amor. Con Alec, mismamente, ya tienes una relación así.
               -Bueno, cuando traigo suspensos a casa, ya te diré yo si me juzga o no-bufó él, y yo le saqué la lengua.
               -Ya-susurró Mimi, subiendo los pies de nuevo al sofá y abrazándose las rodillas. Apoyó la mejilla sobre ellas y suspiró de nuevo-. Bueno. No sé. Supongo que tenéis razón, es sólo que no puedo ver las cosas de otra manera.
               -Lo que te pasa es que estás triste porque todo es muy reciente, y es normal. Necesitas tu tiempo para estar desinflada antes de volver a hincharte y surcar los cielos como un globo aerostático, pero estoy segura de que pronto levantarás el vuelo-le dediqué una radiante sonrisa, confiada en tener razón. Mimi parpadeó y miró a Alec.
               -No sé qué te ve.
               -Los veintiún centímetros y medio de polla-contestó él, y Mimi y yo pusimos los ojos en blanco mientras Alec se echaba a reír sonoramente.
               -¿Sabes qué necesitas?-pregunté, incorporándome-. Una noche de chicas. Con dulces, mascarillas, pintauñas y pelis románticas.
               -¿Y qué papel tengo yo en todo esto, si puede saberse, Sabrae? Porque no soy una chica, por si se te ha olvidado.
               -Tú puedes ser el mayordomo-rió Mimi.
               -Lo que soy es la última mierda en esta puta casa, eso es lo que soy. Hasta el conejo vive mejor que yo-protestó Alec, señalando a Trufas, que en ese momento se estaba lamiendo sus partes íntimas. Mi chico suspiró-. Joder, qué fácil sería mi vida si yo también pudiera hacer eso…
               -Pero como no puedes, y me necesitas, vas a ser obediente y nos vas a traer comida basura-ronroneé, dándole un beso en la mejilla. Alec soltó un bufido y asintió con la cabeza, levantándose y yendo a la cocina a por bolsas de aperitivos de esos que tienen más ingredientes derivados del petróleo que la gasolina, y de los que sospechaba que Mimi no solía alimentarse. Yo me arrastré por el sofá hasta sentarme al lado de Mimi, dejando un hueco para que lo ocupara Alec, y nos tapé a ambas con la manta mientras ella encendía la televisión. Se acurrucó en el asiento hecha una bola, con el costado pegado al respaldo del sofá, y empezó a juguetear con un mechón de pelo entre los dedos con aire distraído mientras entraba en Netflix.
               El sonido de las palomitas haciéndose llenó el ambiente por un momento mientras Mimi jugueteaba con el mando y yo miraba sin ver la pantalla. Parecía un poco más animada después de nuestra conversación pero, ¿lo estaba lo suficiente como para que yo le contara a Alec todo? No parecía aún lo bastante fuerte como para ser independiente, y Alec necesitaba todas sus neuronas para establecer un plan de huida de su hermana de aquel terrible mundo que era la tristeza, así que quizá lo mejor sería callármelo un poco más. Teníamos tiempo. No mucho, pero lo teníamos.
               Era evidente que la píldora era la única salida, así que en ese sentido yo estaba tranquila. Era cómo se pondría Alec al enterarse de nuevo de que teníamos que recurrir a ella lo que me preocupaba: si empezaba a culparse o decidía poner tierra de por medio entre nosotros, yo me hundiría. Lo sabía. Ahora más que nunca, lo necesitaba entero para mí; lo estaba compartiendo con Mimi  en un alarde de sororidad, porque ella estaba mal, pero en el momento en que ella consiguiera sostenerse por sí misma, yo volvería a colgarme de Alec.
               Me había gustado demasiado cómo lo habíamos hecho en su habitación, y cómo lo estábamos haciendo en el baño del piso inferior antes de que su hermana nos interrumpiera, como para resistirme a él.
               Mimi se detuvo sobre una serie de abogados y dejó que se reprodujera el tráiler sin ningún interés. Me preguntó si mi madre solía verlas, y yo le dije que sí, a veces, para coger ideas nuevas.
               -Eso también lo hago yo con las series sobre baile. Casi nunca hay nada de provecho, pero nunca se sabe. Puede que muestren un movimiento que yo no sé.
               -Seguro que hay pocos que no conozcas.
               -No sé. Ese mundo cambia muy rápido, aunque no lo parezca. Oye, no quiero que pienses que soy una llorica ni nada por el estilo-me miró a los ojos y su preocupación parecía sincera. Me conmovió pensar que mi opinión le importaba más de lo que yo había pensado en un principio. Hasta entonces, yo creía que simplemente era Sabrae para ella, la hermana de uno de los amigos de su hermano, o del novio de su mejor amiga; ahora, sin embargo, había cobrado más importancia, porque era la pseudo novia de su hermano. Su pseudo cuñada. Familia.
               Y Alec nos había hecho amigas.
               -No creo que seas ninguna llorica. Además, no hay nada de malo en expresar tus sentimientos. Hay que ser muy valiente para llorar frente a alguien, sobre todo alguien que no es de tu familia directa.
               -Es que…-Mimi suspiró, negando con la cabeza. Apoyó la mano en el codo, el codo en el sofá, parpadeó despacio y miró el bulto de nuestros cuerpos bajo las mantas-. Trey siempre ha sido mi compañero de baile. Incluso si no pasara nada entre nosotros, a mí no me importaría, porque es el mejor. De hecho, es él quien se supone que va a acompañarme en las audiciones de la Royal. Gran parte del mérito si entro se lo llevará él, y…
               -No hagas eso. Eres una gran bailarina, Mimi. Recuerdo lo bien que lo hacías en cada recital del cole incluso cuando no llevabas más de unos años. Y en los del instituto, eres la mejor con diferencia. No le des a ningún hombre el crédito de tu éxito. Si entras en la Royal, será por méritos tuyos y sólo tuyos.
               -Bueno, vale. Si entro en la Royal con la ayuda de Trey-matizó, y yo sonreí y asentí, satisfecha-. Pero ése no es el caso. No me habría importado si se hubiera ido con cualquier otra chica, pero, ¿con Gwen? Ha elegido a la que peor me cae de la academia. De hecho, nos odiamos. Cada vez que puede, me hace alguna putada. Es una persona horrible, y que se haya ido con ella me repatea muchísimo. Ya no sé si quiero bailar con él-bufó, tapándose la boca y apartando la mirada.
               -Te sientes traicionada.
               -¿Cómo te sentirías tú si Alec entrenara con una chica que se dedica a hacerte la vida imposible?
               -Traicionada, como tú. No te estaba haciendo una pregunta. De hecho, puede que hasta le odiase.
               -Ése es el problema. Que yo no puedo odiar a Trey. Soy demasiado tonta.
               -O le quieres demasiado.
               -No puedes querer a alguien a quien no conoces a fondo.
               -¿Sabes?-miré la silueta de Alec en la cocina mientras éste sacaba las palomitas de la bolsa y las vertía en un bol, pensando que lo que iba a decir no se aplicaba a nadie más que a él y yo-. A veces nos enamoramos u odiamos la idea que tenemos de alguien, y cuando descubrimos que esa persona no es como creíamos, todo nuestro mundo se da la vuelta y nos cuesta un poco habituarnos a estar sin gravedad. Pero cuando lo haces, descubres que el tirón en el estómago por estar flotando en el espacio tampoco está tan mal. De hecho, es lo más parecido a la felicidad que he conocido nunca. Y lo siento cada vez que pienso en cómo empezamos tu hermano y yo, y cómo estamos ahora.
               -¿Cómo estamos ahora?-quiso saber él, que traía el bol de palomitas en una mano y una bandeja con los bollitos en la otra.
               -A puntito de ver una peli romanticona de las que tanto te gustan.
               Alec puso los ojos en blanco y se hizo hueco entre nosotras. Dejó las palomitas, las bolsas de comida basura, las latas de cerveza y de zumo de frutos rojos sobre la mesa frente a la televisión y se expandió todo lo que pudo, abriendo los brazos y rodeándonos los hombros a ambas.
               -El único consuelo que tengo ahora mismo es el polvo de compensación que te voy a obligar a echarme, Sabrae-murmuró con la vista fija en la tele, pero por la forma en que sonrió yo supe que no estaba prestándole la más mínima atención a la pantalla. Seguramente estaba pensando en mí, desnuda, encima de él, montándolo como sólo yo sabía hacerlo, siguiendo un instinto que ni siquiera sabía que tenía dentro hasta el día que me acosté con él por primera vez.
               -Sabes que eres un hermano pésimo, ¿verdad?
               -Te compro tampones cuando se te acaban, Mary Elizabeth. Ya cumplo con eso-respondió él, haciéndose con un bollito de limón. Mimi se lo quitó de las manos y se echó a reír cuando él protestó con un sonoro “¡eh!”.
               -Eres muy lento.
               -Tócate los huevos-gruñó.
               -¿Vemos A todos los chicos de los que me enamoré, porfa?-Mimi puso ojos de corderito degollado, pero Alec le sacó la lengua.
               -Ya la hemos visto esta tarde, lista. Ni de coña me vais a hacer tragarla dos veces. Como se os ocurra ponérmela, me piro a mi habitación a jugar a la consola.
               -Nada de A todos los chicos, entonces-Mimi levantó las manos, pero yo sonreí.
               -Siempre podemos ver la segunda. O la tercera.
               -Ni de coña voy a pasar por el aro, Sabrae.
               -Piensa en el polvo de compensación, Alec-le susurré al oído, sensual, arrimando tanto los labios a su oreja que le produje un escalofrío. Alec miró a su hermana.
               -¿Por qué siempre te las apañas para liármela, Mary Elizabeth?-bufó, negando con la cabeza-. Venga, pon la puta peli. Cuanto antes la empecemos, antes la acabamos y antes podrá Sabrae meterse mis huevos en la garganta. A eso se le llama hacer el Julio César, por cierto-le dio una palmada en la pierna a su hermana, que frunció el ceño-. Información que te será útil en la vida y que tu hermano te proporciona porque te quiere mucho y cree que ya va siendo hora de que empieces a espabilar.
               -¿Por qué hablas de ti en tercera persona?
               -Porque me estoy refiriendo a Aaron-soltó Alec-. Yo no te quiero una mierda.
               -No seas malo-le besé la cara interna de la muñeca y Alec bufó.
               -No soy malo; lo que estoy es hasta el coño.
               -Tú no tienes coño, Alec.
               -Pues imagínate lo hartito que me tenéis entre las dos, si me tenéis a la altura de algo que no tengo-gruñó.
               -¿Del de quién?-preguntó Mimi, alzando una ceja, y Alec la miró.
               -Del tuyo. Que yo estuviera hasta el coño de Sabrae de algo no tiene mérito; la pobre es microscópica y apenas levanta un palmo del suelo.
               -¡Eres un imbécil!-protesté, y él sonrió.
               -Puede, pero como el coño que da gusto, así que no te queda más remedio que aguantar mis gilipolleces-respondió, metiéndose otro bollito en la boca. No pude decir nada a aquello, porque lo cierto es que comía el coño que daba gusto.
               Noté cómo Mimi se iba animando poco a poco a medida que aparecían los logos de las productoras, y cuando Lara Jean apareció bailando en el principio de la segunda película, hundió los dientes en el bollito de crema y se relamió la sonrisa con sabor a limón. Lo cierto es que nos habían quedado genial, esponjosos, mullidos y jugosos, como si procedieran de la mejor de las pastelerías parisinas.
               -Ella es tan mona-ronroneó Mimi, cogiendo un puñado de palomitas.
               -Sabrae baila así cuando se le acaba la regla-respondió Alec.
               -Si tú sangraras por la polla una vez al mes, ya te digo yo que bailarías de esa manera cuando se te acabara el suplicio.
               -Yo lo decía más bien porque ya podemos volver a hacerlo, pero sí, supongo que dejar de ser básicamente un surtidor de coágulos también es motivo de celebración.
               -¿Te oyes a ti mismo cuando hablas, Alec?-protestó Mimi.
               -Cada vez que abres la boca, sube el pan-añadí yo, y él sonrió.
               -Uy, que se me ofenden. Encima que te lo digo porque eres genial con la repostería, nena. No voy a cerrar la boca en mi vida mientras tú sigas haciendo dulces.
               -Mañana mismo tiro mi delantal.
               -Una de mis fantasías sexuales es follarte en la cocina mientras estás recubierta de harina-ronroneó él.
               -Qué antihigiénico-Mimi hizo una mueca de disgusto.
               -Tú te debes de pensar que de la polla me sale desinfectante, Mary Elizabeth-espetó él.
               -Prefiero no pensar en lo que te sale de la picha, la verdad.
               -¿La has oído, Sabrae? Ni siquiera puede decir “polla”. No me extraña que le preocupe morir virgen.
               -No necesito decir “polla” para ensartarme una-espetó Mimi, y la cara de estupefacción que puso Alec al escucharla era para enmarcar. Me puse a aplaudir, pero la sonrisita de suficiencia de Mimi venía a raíz de que había dejado a Alec sin palabras, algo que no era muy fácil de conseguir, no por mi admiración absoluta.
               A modo de protesta por aquella contestación, Alec contempló la película con el ceño fruncido, sin hacer ningún comentario por iniciativa propia, sino respondiéndonos a nosotras. Descubrí que una de las cosas por las que ahora disfrutaba viendo películas con él era porque me encantaban las tonterías que se le ocurrían: hacían las historias veinte veces mejores.
               No es que no me gustara la película: créeme, me encantaba. La serie de A todos los chicos conectaba conmigo de una manera en que no lo hacían muchas películas, supongo que por el hecho de que Lara Jean fuera tan dulce y estuviera tan enamorada del concepto del amor. Cuando estás enamorada, vibras en la misma sintonía que la gente romántica, estén estos en pareja o no, y sentirte comprendida y representada en una chica que escribe cartas de amor que nunca envía es algo muy, muy especial. Sin embargo, creo que Alec haría la película un poco mejor a base de intentar distraerme de ella, poniéndose celoso de la atención y los suspiros (un poco exagerados, lo admito) que le dedicaba a Peter Kavinsky cada vez que aparecía en escena.
               -Son como vosotros-comentó Mimi, viendo cómo Peter y Lara Jean se abrazaban y él le sacaba una cabeza. Tenía razón. Una de mis posturas favoritas para hacerme fotos con Alec era abrazándonos, porque me recordaba que, si bien no podíamos ser más distintos por fuera, por dentro éramos iguales, nos compenetrábamos a la perfección, y nos complementábamos como las piezas de un puzzle de edición limitada que sólo encajaban la una con la otra.
               -Eso es racista, Mary Elizabeth.
               -¿En qué sentido?
               -En que soy medio ruso, y además conduzco una moto y no un coche.
               -¿Qué tiene que ver la moto en el racismo?-pregunté, riéndome.
               -Lo que yo quiera, que para algo soy una minoría oprimida. Me estáis haciendo sufrir.
               -Alec, no eres medio ruso. Si acaso, un cuarto de ruso.
               -Lo suficiente como para partirle la cara a Don Le Doy Una Flor A Tu Hermana Pequeña Porque No Soy Previsor Y No Le He Comprado Flores También A Ella.
               -Noto cierta hostilidad hacia Peter.
               -Es que Lara Jean es tonta. Debería haberse quedado con John Ambrose, joder-protestó-. Si toca el piano, por el amor de Dios. A las tías os chifla eso. Él ni siquiera llega a fuckboy.
               -Tú antes eras un fuckboy, ¿recuerdas?
               -Disculpa, Sabrae-Alec levantó un dedo en mi dirección-. Yo era el original. Un poco de respeto.
               -Pues a mí me recuerdas un poco a Kavinsky-meditó Mimi.
               -¡Otra igual! Para empezar, te recordará él mí, que para algo es un personaje ficticio y yo estoy aquí-protestó, picadísimo-. Además, yo tengo un nombre que mola. Nadie tiene que llamarme por mi puñetero apellido porque me han puesto el nombre más básico de la historia. Imagínate ser tan pringado como para llamarte Peter. Ya me jodería. Además, este chaval tiene la inteligencia emocional de una berenjena. No va a parar de meter la pata en toda la película.
               -¡Lo hacen mal los dos!
               -¿¡Por qué le defiendes, Sabrae!?
               -¡Porque estás siendo injusto! ¡¡Además, tú también la cagas a veces!!
               -¡PERDONA, SABRAE! ¡¡YO TENGO TRAUMAS INFANTILES!! ¿QUÉ TIENE ÉSTE? ¡¡¡¡LAS CEJAS SIN DEPILAR!!!!
               No pude contener la risa ante la contundencia de su afirmación, lo cual le fastidió muchísimo.
               -Genial-bufó, echándose hacia atrás en el sofá-. Me usa como conejillo de Indias para probar su método de repostería a distancia, me deja a medias en un polvo, y todavía se ríe en mi puta cara. Alec, macho, eres oficialmente el mayor calzonazos de toda Inglaterra. Con lo que tú llegaste a ser, tío-se frotó la cara y suspiró trágicamente.
               -No te pongas así, sol-ronroneé-. Me río contigo, no de ti.
               -Sí, eso le decían a los payasos del circo, pero curiosamente ningún payaso se reía nunca.
               Me arrodillé en el sofá y acerqué su cara a mi boca empujándolo hacia mí con la mano en la mejilla que estaba del lado de Mimi. Empecé a darle besitos que fueron aumentando de volumen hasta que noté que los músculos de su cara se contraían.
               -Pues a mí no me parece que lo estés pasando muy mal-comenté cuando empezó a sonreír.
               -Tengo la cara dormida, sigue haciendo eso a ver si me espabila.
               Sonreí, le tomé de la mandíbula y le di un largo beso, de esos en los que la música suena a todo volumen en las películas. Nos miramos a los ojos mientras Mimi se atiborraba a palomitas, muy atenta al movimiento de melena de Lara Jean mientras elegía un lugar para hacer voluntariado.
               Me senté de nuevo en el sofá con la mano de Alec en la cintura. Me acarició el muslo hasta que se hartó, y luego, cuando subió la mano hasta mi hombro y empezó a hacerme cosquillas en el brazo, me revolví.
               -Estate quieto. Quiero ver la peli.
               -¿Qué tiene tan interesante que te atrae más que yo?
               -Jordan Fisher-respondí, encogiéndome de hombros. Alec me acarició cerca de la axila y yo pegué un brinco-. ¡Al, para!
               -Es que me dan calambres, ¡tengo los brazos medio dormidos! Me has tenido tanto tiempo removiendo la crema de limón que no sé si recuperaré toda la movilidad.
               Cogí su mano, la entrelacé con la mía, y le empecé a dar besos por la cara interna del brazo. Sí, lo pillaba. Alec tenía mimos y quería que le prestara toda mi atención a él, y no a Noah Centineo.
               -¿Qué tal?
               -Va mejorando. Poco a poco, pero va mejorando-ronroneó. Sonreí, seguí besándolo hasta que me cansé, y luego subí los pies al sofá y me acurruqué en el hueco entre su brazo y su costado. Estaba a gustísimo. No volví a moverme de ahí durante toda la película, y lamenté que acabara más porque tendría que moverme que por la peli en sí.
               Mimi miró a Alec con intención cuando apareció la cuenta atrás antes de que se reprodujera de forma automática la primera película, y Alec suspiró.
               -Estoy al borde de la depresión.
               -No estás al borde de nada. El viernes te saco de fiesta, ya verás cómo se te quita todo cogiendo una buena borrachera con tu hermano. Si te dejo que la veas, es porque no quiero despertar a Sabrae.
               -No estoy dormida-protesté sin demasiada energía y con voz somnolienta.
               -Has roncado.
               -Yo no ronco.
               -Ah, entonces será la castora con la que sale Trufas y que tenemos escondida en el garaje, royendo los picos de los martillos.
               -No voy a salir el viernes.
               -Ni yo iba a ver estas putas películas, y aquí me tienes-sentenció Alec, pero su voz no era tan dura como sus palabras. Estaba disfrutando del contacto igual que yo, e incluso si Mimi no le hubiera pedido seguir con las pelis, seguramente las hubiera dejado igual sólo por tener una excusa para seguir acarameladitos.
               No sé en qué momento de la primera entrega me quedé dormida; sólo sé que la agradable sensación del calor corporal de Alec se me terminó llevando a un rincón de mi consciencia, relajándome y meciéndome como un mar a un velero que se aproxima al horizonte.
               Fui consciente a medias de lo que sucedía a mi alrededor cuando se abrió la puerta de la calle y los padres de Alec la atravesaron, mostrándose sorprendidos al encontrar a sus hijos y su nuera en el sofá, en lugar de en sus respectivas habitaciones.
               -Buenas noches-saludó Dylan, y tanto Mimi como Alec sisearon.
               -Sabrae se ha quedado dormida-explicó Mimi.
               -¿No sería mejor que la llevarais a la cama?-sugirió Annie.
               -Es que estoy muy a gusto-contestó Alec con voz inocente, la propia de un niño que quiere jugar cinco minutitos más con su muñeco favorito.
               -Seguro que estarás más cómodo tumbado en la cama, ¿no te parece, hijo? Necesitáis descansar. Ha sido un día muy intenso.
               Alec asintió y se incorporó a regañadientes. Yo entreabrí los ojos y lo miré entre la hilera de árboles que formaban mis pestañas.
               -¿Al?
               -Nos vamos a la cama.
               -No tengo sueño-protesté, pero sí que tenía sueño. Apenas podía separar los párpados.
               -Aun así, hay que dormir.
               Me dio un beso en la frente y mi mente se abrió de nuevo como una flor, recibiendo el polen de los sueños en ella. Instintivamente, rodeé su cuello con mis brazos y lancé un profundo suspiro cuando él me cogió en volandas. Los pasos de Mimi nos seguían, pero yo estaba tan lejos que no asociaba ese ruido con pasos, ni mucho menos con Mimi. Ella me tapó un poco mejor con la manta en la que me había envuelto Alec, convirtiéndome en rollito de primavera a mediados de febrero.
               -Ha sido adorable conmigo, ofreciéndose a hacer los dulces y todo. Es buenísima.
               -Lo sé-respondió Al, dándome un beso en la frente. Esperó a que Mimi nos abriera las mantas.
               -Ojalá fuera su amiga-esperó pacientemente a que Alec me depositara sobre la cama y me tapara con la manta. Luego, miró a su hermano-. Tenemos que conseguir que te diga que sí, Al.
               -Estoy en ello-sonrió él, quitándose la sudadera.
               -Si puedo hacer algo…
               -Esperar, y cruzar los dedos.
               Mimi sonrió, cruzó los dedos y los sostuvo en alto con una sonrisa. Alec le dio un beso en la mejilla y la despidió con un dulce “que descanses” que no era en absoluto incompatible con todas las veces que se metía con ella o la hacía rabiar. Sólo los hermanos podemos querernos de una forma tan bipolar.
               Mimi cerró la puerta y Alec apagó la luz, dejándonos sumidos en una penumbra en la que unas luciérnagas de nieve flotaban sobre nosotros. Intenté abrir un poco más los ojos.
               -Vuelve a dormir, Sabrae-instó él con paciencia, acariciándome el pelo, la cara, el hombro, el costado, la cintura. Se había quitado la camiseta. Qué guapo era. Qué quietas estaban las luciérnagas del suelo.
               -Pídemelo-susurré desde un rincón de mi mente, el rincón que había querido decirle que sí desde el primer momento.
               -¿El qué?
               -Que sea tu novia. Te diré que sí. Pídemelo.
               -¿Empezar a salir en San Valentín?-Alec se rió-. Ni siquiera nosotros somos tan ñoños, nena.
               -Pídemelo, por favor. Te diré…-bostecé. No me respondía la lengua, ni el cerebro, ni nada-. Te diré… que…
               -Mañana lo hablamos.
               -No es… ver…dad…
               -No, no lo es-rió él, besándome la frente-. Duérmete, venga.
               Cerré los ojos y me dejé arrastrar otra vez por la corriente, sin fuerzas para resistirme. Alec se quedó un ratito más mirándome, acariciándome y meciéndome con su mirada y sus dedos.
               -Me vas a decir que sí cuando seas plenamente consciente. Y a plena luz del día-añadió-. Para que pueda ver cómo te brillan los ojos cuando empieces a ser mía-me prometió. Me dio un suave beso en los labios y sonrió cuando yo lo hice, sin notar nada de lo que pasaba a mi alrededor más que un dulce calorcito que sólo podía provenir de un beso suyo-. Te quiero-me susurró al oído.
               -Y… yo…-le respondí desde lo más profundo de mi corazón. Alec sonrió, me rodeó la cintura con la mano, y me pegó un poco más a él. Suspiró cuando yo lo hice, apoyó la frente en la mía, y compartió conmigo el aire unos segundos antes de volver a encontrarse conmigo en nuestros sueños, cada uno en su cabeza, juntos pero no revueltos.
               Como tenía que ser el resto de nuestras vidas.




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1 comentario:

  1. EL FINAL DEL CAPÍTULO POR DIOS. ESTOY BLANDISIMA A MÁS NO PODER.
    Me ha dado mucha penita Mimi y todas sus preocupaciones con el tema de la virniginidad, pero me ha encantado ver como lo han manejado Alec y Sabrae, sobre todo mi niña que es más linda y no nace, me la como con patatas.
    EL TEMA DEL CONDON ROTO XDDDD, NO GANAMOS PARA DISGUSTOS ES UNO DETRÁS DE OTRO, ME PARECE FATAL POR TU PARTE NO DEJARME RESPIRAR.

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