domingo, 1 de marzo de 2020

Los dioses de tus ancestros.


Tengo una buenísima noticia que darte: ya he terminado las prácticas, así que sólo tengo que estudiar para el examen de Abogacía, lo cual significa que me voy a inspirar mucho (porque eso me sucede cuando estudio) y podremos celebrar el cumpleaños de nuestro querido rey, Alec, este jueves con ¡un nuevo capítulo! Te espero el 5 para celebrar el aniversario del sol de esta novela.😉😍🎆

¡Toca para ir a la lista de caps!


Casi hasta sentía lástima por Logan, a pesar de que su retraso sólo podía deberse a que la noche le había ido genial y puede que incluso todavía no la hubiera terminado, aunque ya estuviéramos cerca de llevar una hora en clase. Pero el pobre había elegido el peor día del año para quedarse en casa, con un chaval misterioso en su cama y una caja de condones abierta en la mesilla de noche, en lugar de venir a clase y ver el puñetero repaso que les estaba pegando a Tommy y Scott.
               Había hecho bien en no contarles mis planes para San Valentín, porque al final los suyos se habían reducido al mismo rollo aburrido de siempre: bombones caros, regalos finos, y polvos lentos mirándose a los ojos para terminar una tarde en la que habían ido al cine o se habían pasado cocinando con Eleanor o Diana (dependiendo de a quién le preguntaras). Nada de imaginación ni mucho menos de magia, así que los dos me miraban con cierta rabia contenida mientras yo contaba con todo lujo de detalles cómo había hecho el San Valentín que habíamos pasado Sabrae y yo el más especial de la historia, y lo que era más importante: de la vida de mi chica. Joder, no podía dejar de imaginarme la cara que pondría el mocoso de Hugo, su ex, cuando escuchara lo que la había llevado a hacer mientras Saab se lo contaba a sus amigas en clase, demasiado emocionada y con la piel demasiado brillante por el magreo mañanero que habíamos tenido como para poder disimular su nivel de satisfacción sexual. Que no es por nada, pero era altísimo.
               Desde luego, si la cara de su ex novio se parecía a la de Tommy y Scott mientras describía lo del colgante de platino (decidí omitir que me había equivocado de inicial por motivos narrativos que seguro que me perdonarás), estaba perdiendo una oportunidad de oro de regodearme.
               Y el pobre Logan, mientras tanto, resacoso en la cama sin poder moverse después del polvo bestial que había echado con su chico. Algunos estrenamos el amor en San Valentín; otros, los genitales, pero el caso es que ése día es uno en los que más precintos de garantía se rompen (literal y metafóricamente hablando: tampoco hay que ser un genio para saber que los pedidos con la etiqueta de PRECAUCIÓN: MANEJAR CON CUIDADO, CONTENIDO DELICADO que Amazon repartía a diestro y siniestro en fechas anteriores a San Valentín, y que novios y novias de todo Londres recogían a la velocidad del rayo, como si fueran bombas a punto de explotar salvo que consiguieran desactivarlas con un código único, personal e intransferible, eran juguetes sexuales). Quizá fuera buena idea dejar un pedido preparado para que Sabrae tuviera un regalo con el que pasárselo bien, y de paso se acordara de mí, al año siguiente, cuando yo estuviera cultivando lechugas rozando el ecuador.
               Maldita la hora en la que se me había ocurrido lo del puñetero voluntariado. Tendría que esperar dos años para vivir otro San Valentín con ella, mientras Tommy y Scott tenían a Diana y Eleanor para ellos solos, y no pasaban envidia debido a mis planes elaborados como la tesis de un ingeniero aeronáutico y románticos como una novela rosa escrita por una autora virgen. El mundo era jodidamente injusto, pero, ¡oye! No es que me esté quejando: a fin de cuentas, tenía a Sabrae para mí solo.
               Se me puso una sonrisa boba en la cara un segundo mientras recordaba cómo había abierto los ojos despacio, con la lentitud y belleza del amanecer, y se me había quedado mirando cuando el sol volvió a acariciarle los ojos. Se había estremecido, estirado y bostezado.
               -¿Ya es hora de levantarse?
               -Todavía te quedan un par de horas para dormir-respondí, besándole la cabeza-. Sólo está amaneciendo.
               -Me he quedado dormida.
               -Me he dado cuenta.
               Se había acurrucado contra mí como si fuera su peluche favorito, grande, mullido e imprescindible para conciliar el sueño, y se había vuelto a quedar dormida. Así de sencillo, igual que a mí me resultaba quererla.
               -Así que después de un polvo bestial que me ha demostrado que quizá lo de poder hacerme la competencia es por ser bueno en la cama y no porque las tías se pirran con un mamarracho con piercing, Scott…-sonreí en dirección a mi amigo, que puso los ojos en blanco e hizo un corte de manga-, bajamos a la bañera del piso de abajo y, bueno… digamos que la única que queda por estrenarla es Mimi-sonreí, reclinándome en la silla y guiñándole un ojo a Bey, que no pudo disimular una risa.
               -Alec, como te tenga que volver a llamar la atención por hablar, vas derecho al despacho del director-me amenazó la profesora de Matemáticas.
               -Es que no me ha dado tiempo a ponerme al día con mis amigos respecto de lo romántico que fue ayer mi Día de los Enamorados, profe. ¿Tú hiciste algo?
               -Tú quieres que te expulsen, ¿verdad?
               -Para el provecho que le saca a las clases-comentó Tommy, y todos en clase se echaron a reír (salvo Bey, que es una santa). Yo no pude evitar unirme, a pesar de que en realidad, todo era bastante triste. No sentí la habitual punzada en el  corazón que seguía la pensamiento de que yo no me iba a graduar con mis amigos y que el año que estaba pasando en el instituto no era en realidad el último a pesar de que estaba en el último curso: estaba tan contento por lo que había pasado con Sabrae y tenía tantas ganas de verla en el recreo y preguntarle a qué hora iba a buscarla a casa para ir a cambiar su colgante de la S por uno de la A que ni un equipo de espías viniendo a buscarme para torturarme en el sótano de Buckingham Palace podrían fastidiarme el mal humor.
               -Bueno, mentiría si dijera que no siento curiosidad por ver cómo ha decorado el despacho Ezra. No he vuelto a pasarme por Jefatura de Estudios desde que él se hizo con el cotarro-medité, y la profesora exhaló un profundo suspiro tras mirar el reloj.
               -Ni siquiera me merece la pena mandarte que te vayas. Quedan cinco minutos de clase, así que agradecedle a Alec que hoy terminemos primero.
               Me levanté e hice una teatral reverencia mientras mis compañeros empezaban a aplaudirme.
               -Pero para compensar-continuó la profesora, esbozando una sonrisa maligna-. Tendréis que hacer en casa el ejercicio que pretendía que hiciéramos todos juntos antes de irnos.
               Tomé asiento con docilidad mientras Bey bufaba y abría su agenda para anotar los ejercicios que tendríamos de deberes. Me miró de reojo.
               -No te molestes en apuntar los deberes.
               -¿Para qué? Si nunca los hago. Sería un gasto de tinta y papel.
               -Sabrae va bastante a menudo a la biblioteca-comentó Bey como quien no quiere la cosa, prestando atención a la pizarra, en la que la profesora, haciendo caso omiso de los gemidos de disgusto que emitían mis compañeros, iba añadiendo páginas y números a la lista de tareas pendientes que tendríamos esa tarde.
               -¿Y?
               -Podrías acompañarla. No va a ser todo follar.
               -Mi relación con Sabrae no es todo follar, Beyoncé-respondí, muy digno-. A veces sólo nos metemos mano-Bey esbozó una sonrisa, que se amplió cuando le pregunté con voz inocente, decidiendo que era buena idea acompañar a Sabrae a la biblioteca, porque se ponía muy guapa cuando se concentraba y a mí me encantaba mirarla mientras no me hacía el menor caso-. ¿Me dejas un papelito para anotar los deberes?

               Terminamos la clase con la profesora sentada en su mesa, con el libro en alto para disimular que estaba mirando su móvil, y un murmullo a pleno volumen concentrado en el aula, mientras todos los grupos se ponían al día de lo que habían hecho el día anterior. Joder. Sí qué estábamos liados.
               Estábamos metiéndonos con Jordan y tomándole el pelo a muerte porque se le escapó que había hecho videollamada con Zoe (“¿has echado un polvo por internet?”, le pregunté, “porque eso tampoco es perder la virginidad”, a lo que respondió soltándome un puñetazo), cuando, tras sonar la campana y en el trajín de estudiantes pululando por las mesas y los pasillos, apareció Logan, con profundas ojeras, los ojos rojos y el pelo alborotado.
               Yo fui el primero en verlo, así que también fui el primero en abrir la boca. Y, cómo no, la cagué. Para no perder la costumbre.
               -¡Buah, míralo! Aquí tenemos al nuevo fuckboy oficial de Londres. ¡Señoras, sujeten a sus maridos!-celebré, levantando las manos. Logan tiró la mochila sobre su pupitre y bufó.
               -No tiene gracia, Alec-me fulminó con la mirada con la rabia de un volcán, pero yo estaba tan en las nubes, tanto por el tiempo que había pasado con Sabrae como por la fantástica oportunidad que me acababa de brindar para meterme con él y tocarle un poco los huevos, que era incapaz de leer las señales que me estaba mandando de “déjame en paz”.
               -¿Que no tiene gracia? Tío, que has debutado en la liga profesional. ¡Si incluso te has saltado clase por echar un polvo! Joder, estoy orgulloso de ti.
               -¡No me he saltado clase por echar un polvo, hostia! Joder, eres un puto bocas, tío. ¿Es que no te puedes callar ni aunque sean cinco minutos?-espetó, envarándose y saliendo a empujones de clase. Miré a Max, Tam, Karlie, Jordan, Tommy, Scott y Bey.
               -¿Qué he dicho?-pregunté, y Bey se encogió de hombros mientras Karlie se levantaba e iba en busca de Logan.
               -A ver, le has vacilado, pero tampoco me parece para tanto-comentó Max, sentándose al revés en la silla y abrazándose al respaldo con gesto pensativo-. No has sido irrespetuoso ni nada por el estilo.
               -Lo que ha pasado es que has sido tú… bueno, siendo tú-Scott se encogió de hombros-. Pero su reacción no ha sido muy normal, la verdad.
               -Pues yo creo que algo le pasa-replicó Bey, cruzando las piernas y haciendo bailar su pie en el aire, como hacía cuando estaba impaciente ante una situación que no podía controlar. Por ejemplo, que yo remediara lo que sea que hubiera jodido.
               -Voy a hablar con él-me levanté de la silla y me dirigí hacia la puerta en el momento en que Karlie entraba con gesto preocupado.
               -Se ha ido al baño de los chicos.
               -¿Está bien?
               -No lo sé, Alec. Está en el baño de los chicos, y yo, por si no lo has notado, soy una chica, así que no puedo entrar ahí.
               -Hija, que tampoco te va a pasar nada; no hay sensores de género en la puerta, así que no va a venir la policía a detenerte si intentas entrar.
               -Hijo, que los tíos meáis de pie sin taparos ni un poco.
               -¿Tienes miedo de que se te pase el lesbianismo al ver una polla? Porque si es así, yo no me preocuparía: tampoco son nada del otro mundo. Lo importante es lo que hacen, no la pinta que tienen.
               Karlie parpadeó.
               -Mejor me callo y voy a disculparme con Logan, ¿no?
               -Sí, antes de que también tengas que pedirme perdón a mí.
                Karlie volvió a su silla y se sentó con la espalda recta, a la espera de que trajera a Logan de vuelta. No iba a tenerlo fácil, pero confiaba en mí más de lo que yo me merecía: cuando entré en el baño de los tíos, me encontré con que había un cubículo cerrado, lo cual no es habitual por la facilidad con que ha bendecido la naturaleza a los hombres para descargar todo líquido del que necesiten deshacerse de su cuerpo. Así que, si un chaval de instituto está usando los cubículos de los baños, es por dos razones: la primera, y más probable, porque se está metiendo una raya y no quiere que nadie lo vea (no es que vayamos a chivarnos, pero está un poco feo eso de drogarse delante de tus compañeros de urinario; momentos así se reservan para las fiestas). Sin embargo, con Logan eso era bastante improbable, así que teníamos que pasar a la segunda opción: diarrea galopante. Lo cual explicaría su irritabilidad y su cara de cansado.
               Claro que también había una tercera opción, muchísimo menos habitual que las demás, pero igual de digna, y a la que las chicas recurrían mucho: se había encerrado en el baño porque quería estar solo para desahogarse a gusto. Y nótese que “desahogarse” es un eufemismo para “llorar a moco tendido”.
               Me detuve frente a la puerta cerrada y la rocé con los nudillos. La sombra de los pies que asomaba por el hueco entre la puerta y el suelo desapareció cuando Logan se encogió sobre sí mismo, buscando invisibilidad.
               -Logan-susurré, y él sorbió por la nariz.
               -Déjame tranquilo, Alec.
               -Tío, no pretendía ofenderte. ¿Puedes salir de ahí para que lo hablemos cara a cara?-pregunté, pero Logan no contestó. Arrastró los pies por el suelo y volvió a sorber por la nariz-. Vamos, Log. No iba en serio lo que te decía. No creo que seas un fuckboy sólo por faltar un día a una clase. Tampoco es que tenga nada de malo serlo-medité, dándole una patadita al suelo, con las manos metidas en los bolsillos-, pero… si lo encuentras ofensivo o de mal gusto, lo entiendo. ¿Puedes abrirme?
               Hubo un instante de vacilación, uno solo. Y luego, Logan recordó que si le había hecho daño, no era a propósito. Jamás heriría a nadie conscientemente, y menos a un amigo, y menos aún, a él, que era el protegido de todo el grupo, el pequeño capullo en flor que necesitaba un poco más de calor y luz que los demás para abrirse al mundo.
               Descorrió el pestillo y aquel sonido me produjo un profundo alivio. Tiró un poco de la puerta para indicarme que podía empujar la puerta y verlo, y así lo hice. La empujé hasta que tocó la pared del cubículo, en la que había jeroglíficos de relaciones y también de pollas.
               Logan estaba sentado en la taza del váter, con los hombros hundidos y las piernas separadas. Me miró con ojos vidriosos y yo eché un vistazo por encima de mi hombro, a la espera de que los dos chavales que estaban hablando sobre el próximo partido del Manchester United contra el Liverpool se sacudieran las pollas y salieran para dejarnos solos. Cuando por fin lo hicieron, no sin antes lanzarme una mirada cargada de curiosidad y puede que un poco de burla (porque, ¿qué hace Alec frente a un cubículo ocupado? ¿Acaso se ha cambiado de acera?), me volví para mirar a mi amigo, que había esperado con algo más de angustia que yo a que por fin nos dieran intimidad.
               Logan tragó saliva y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
               -Deberíamos ir a clase-murmuró, y yo me balanceé sobre mis pies, cambiando mi centro de gravedad, aún con las manos en los bolsillos.
               -Para mí, esto es más importante que alguna estúpida clase de la que no voy a sacar ningún provecho.
               Logan sorbió por la nariz y jadeó. Volvió a estremecerse y se hizo un ovillo, abrazándose a sí mismo. Para él, la temperatura en aquel baño había descendido varios grados; tanto, que era como si estuviéramos en la tundra. Me sentí mal por no tiritar con él. Por no tener dificultades a la hora de respirar como las tenía él. Por estar bien cuando él no lo estaba.
               -No debería haberte tomado el pelo delante de toda la clase sabiendo lo tímido que eres-reflexioné, rascándome una ceja y pasándome una mano por el pelo. Apreté los dientes como solía hacer cuando estaba preocupado, según me había dicho Sabrae: ella sabía que algo me rondaba la cabeza por la forma en que mi mandíbula sobresalía en mi mentón, y siempre me daba un beso en el punto en que el hueso se conectaba con el resto del cráneo para indicarme que podía contarle lo que me pasaba. Ojalá yo lo tuviera tan fácil para conseguir que Logan se abriera conmigo como lo tenía Sabrae: con un simple beso bastaba, igual que sucedía con la snitch dorada en Harry Potter-. No he estado muy fino, y…
               -No ha sido nada, Al.
               -No, sí que ha sido, L. Evidentemente, estás mal. Mírate. Tú no eres de los que salen corriendo a la mínima de cambio, así que lo que te he dicho ha tenido que afectarte más de lo que…
               -Al, de verdad, no es por lo que me has dicho por lo que me he venido aquí-suspiró de nuevo, pasándose las dos manos por el pelo y entrelazando los dedos en su cabeza, improvisando un casco de huesos y carne. Estaba derrotado, como un guerrero resignado a la muerte.
               -Pues entonces…
               Me fijé entonces más detenidamente en él, decidido a descubrir la verdad para que no tuviera que pasar por el mal rato de contármela. Supongo que una parte de mí ya sabía lo que le pasaba, pero se negaba a creérselo: cuando eres feliz, no concibes que haya alguien que lo esté pasando mal en el mundo. La felicidad es un prisma que convierte la luz en un arcoíris, y tu cabeza simplemente rehúsa la posibilidad de que alguien lo vea todo en tonos de gris como un diabético tiene que rehusar un pastel: casi sin mirar, sin siquiera considerar su existencia, pues su fuerza de voluntad es tan débil que, si se para a pensarlo, el delicado equilibrio en que se encuentra todo se destruirá, y el filtro dorado con el que ves el mundo se oxidará, cambiará a plateado, y en un segundo, será de nuevo gris.
               Logan tenía ojeras marcadas en los ojos, como si se hubiera pasado la noche entera en vela (mis ojos también acusaban la falta de sueño, pero despertar al lado de Sabrae resultaba tremendamente rejuvenecedor, con lo que nadie podía adivinar si habíamos estado haciendo cochinadas hasta altas horas de la madrugada o nos habíamos ido a la cama a la hora en que nos lo pedían los muñecos del canal infantil); los ojos llorosos, como si no hubiera dormido lo suficiente o hubiera estado sometido durante mucho tiempo a emociones demasiado fuertes, que podían ser tanto la felicidad, como la excitación, como… la desesperanza y el miedo a no ser suficiente.
               Y tenía el pelo revuelto, bien porque alguien se lo había manoseado durante toda la noche, o bien porque lo había hecho la almohada.
               -¿Puedo preguntarte algo? Pero tienes que ser totalmente sincero conmigo-susurró Logan, mirándome los pies. Se armó de valor para levantar la vista y preguntar-. Si me mientes, lo sabré.
               -Claro, hermano. Dispara.
               -Tú… eh… ¿alguna vez te han…?
               ¿Alguna vez te han qué, Logan? ¿Alguna vez te han roto el corazón? Sí. Sabrae me ha dado calabazas. Me he peleado con ella. ¿Alguna vez te han llevado al límite? Sí. Aaron ha pronunciado su nombre. Sergei la llama zorrita. Sabrae considera el cabrearme su deporte favorito. ¿Alguna vez has sentido celos? Sí, de todo cabrón que se acerque a ella y se pone a bailar bien pegado.
               Me quedé allí esperando, un millón de posibilidades, a cada cual peor que la anterior,  pasándome por la cabeza.
               ­-¿…dado plantón?-terminó de preguntar Logan, atragantándose con la última palabra, que para él tenía once sílabas en lugar de sólo dos. Y mi cabeza, acostumbrada a ponerse en la peor de las situaciones, albergando una mente que cobró conciencia de sí misma en un ambiente tóxico y destructivo, salió disparada bien lejos.
               Tengo una imaginación muy vívida, por suerte para lo bueno, y por desgracia también para lo malo: igual que puedo imaginarme perfectamente a Sabrae sentada sobre mí, metiéndose mi polla bien dentro, y la manera en que se bambolean sus tetas mientras me folla sin piedad, también puedo ponerme en lo peor, de modo que pude imaginarme perfectamente la situación por la que tuvo que pasar Logan el día anterior: él, esperando en una estación de metro, de autobús o de tren, vestido con una de sus mejores camisas, dispuesto a pasar un día inolvidable con un chico del que no había dejado de hablarnos, con el que se había lanzado contra todo pronóstico y que (sin que resultara sorpresa para ninguno de nuestro grupo, pero sí para él) le había dicho que sí, que estaba libre y que estaría guay salir. Esperando, esperando, esperando, más de lo que debería, y eso que había llegado pronto, por si acaso. Esperando, esperando, esperando, con los relojes del techo marcando sin piedad el paso del tiempo, un tiempo que no traía a nadie que a él le interesara.
               Esperando, esperando, esperando. Desinflándose, desinflándose, desinflándose. Hundiéndose, hundiéndose, hundiéndose.
               Pensando en cómo irse a su habitación sin que nadie en casa le comentara lo rápido que había vuelto, en cómo hablar por el grupo sin encontrarse con mi ausencia, la de Scott, la de Tommy, la de Max o incluso la de Jordan, porque todos teníamos alguien con quien pasar el día menos él. De los chicos, Logan era el único que quedaba aún solo, así que la sensación de soledad se veía multiplicada por cien.
               Pensando en cómo iba a dormir esa noche, o en cómo iba a sobrevivir a los mensajes que le había mandado al otro tío y que éste ni siquiera se había dignado en contestar, leyéndolos de noche, a eso de las diez, cuando todo el mundo está viendo la tele, leyendo un libro, o follando. Logan sabía que aquella conexión para revisar los mensajes pendientes era un reflejo propio del aburrimiento de un momento de descanso efímero, un descanso que solía venir entre polvos. Yo miraba mi móvil cuando Sabrae se iba al baño después de hacerlo; la misma costumbre tenían Max, Tommy y Scott.
               Le habían dejado tirado por echar un polvo con otra persona, y ni siquiera se habían dignado a cancelarle el plan. Maldito hijo de puta. Si me lo encontraba, lo mataría. De todas las personas del mundo, Logan era quien menos se merecía que le hicieran eso.
               Logan me estaba mirando fijamente, desafiándome a darle una evasiva, pero es que no tenía otra opción. Si era directo con mi verdad, lo destrozaría. Había una respuesta corta y una respuesta larga a aquella pregunta. Y la larga fue:
               -Define “dar plantón”, porque… la contestación depende bastante de la situación que tengas en mente. No es lo mismo que me cancele mi madre en el último minuto, cuando yo ya estoy aparcando la moto en el súper en el que se supone que voy a ayudarla a cargar con las cosas hasta el coche, a que…
               -Ya sabes a qué situación me refiero, Alec-suplió Logan, desesperado-. ¿Alguna vez has quedado con una chica y ella simplemente no apareció?
               De nuevo, una respuesta corta y una respuesta larga. Y la larga era:
               -Yo es que soy partidario del “aquí te pillo, aquí te mato”, Log. Literalmente así es como he conseguido a Sabrae. Puede que suene machista, porque a fin de cuentas ella no es ningún premio, aunque es valiosa como un tesoro, pero… tú ya me entiendes.
               Me crucé de brazos y tragué saliva, suplicándole a los cielos que Logan no me pidiera la respuesta corta, la clara y concisa: No.
               Pero si no me la pidió, es porque no la necesitaba. La escuchó en mi rodeo, en mi intento de escurrir el bulto.
               -Mírate. Has tenido a centenares de chicas, y jamás te han hecho lo que me han hecho a mí. Aunque no me extraña. Mírame, y mírate-susurró, completamente hundido.
               -Eh, eh, eh, ¿qué es lo que tengo que mirar, exactamente? Si eres genial, Log. Vamos, chico. Cualquier chaval se sentiría afortunado de tenerte. Si no eres el rey de los gays londinenses, es porque no quieres. Porque tienes madera de sobra para ser un fuckboy  como yo lo fui, o como lo era también Scott, pero si no lo eres es porque tú tienes más inteligencia emocional y más corazón que nosotros dos juntos. Eres súper guapo, Logan, en serio. Las crías de primero se dividen en tres grupos: las que andan detrás de mí, las que andan detrás de Scott, y las que andan detrás de ti. Las pobres se van a llevar un disgusto importante cuando se enteren de que sus compañeros de clase tienen más posibilidades contigo porque eres maricón perdido. Espero que tengas un buen fondo fiduciario, porque probablemente te demanden por daños morales.
               Logan se me quedó mirando, las lágrimas aún deslizándose por sus mejillas, pero sus ojos ya no producían más. Parecía estupefacto.
               -Tienes que reírte con mi broma-le insté-. Sabes que quieres. Además, según Sabrae, soy un machito alfa cishetero blanco, de clase alta y angloparlante. O sea, la cumbre de los privilegios personificada. No es que me esté dando importancia, pero…-me miré las uñas-, he nacido con carnet de ofendido oficial, y no pienso dejar escapar la ocasión de ofenderme si un invertido como tú no se ríe con mis chistes homófobos. Quedas advertido.
               Y entonces, Logan se echó a reír, lo cual fue como música para mis oídos.
               -Las niñas de primero se dividen en cuatro grupos-me comentó, y yo entrecerré los ojos.
               -Bueno, yo es que no distingo entre las que quieren que salte sobre ellas y las que están dispuestas a ser ellas las que salten sobre mí. Las meto en el mismo saco, porque al final todas son del mismo grupo: el club de las reinas del gusto de este instituto.
               -¿Qué hay de a las que les gusta Tommy?-quiso saber, y yo hice una mueca.
               -Las tías ven un chaval con ojos azules y pierden las bragas, Logan. Lo difícil y meritorio es ser yo, que tengo el pelo castaño, los ojos castaños, la piel sólo un poco morena, y me las he apañado para disputarle el puesto de rey del sex appeal de este instituto al puñetero primogénito de Zayn Malik. ¡De Zayn Malik, Logan! ¡Nadie me da el reconocimiento que me merezco! ¡SCOTT TIENE SU MESTIZAJE, SU APELLIDO, Y SU PUTÍSIMO PIERCING! ¿QUÉ TENGO YO, APARTE DE MI CARISMA ARRASADOR, LOGAN? ¿CÓMO HAGO PARA SEGUIR JUGANDO EN LA CHAMPIONS LEAGUE CUANDO TENGO LAS HERRAMIENTAS DE UN EQUIPO DE SEGUNDA DIVISIÓN, SI NO ES A BASE DE PURO ESFUERZO Y TRABAJO DURO?
               -A todo el mundo le gusta ir al circo de vez en cuando, y tú eres un payaso. Supongo que eso influye-espetó, y no pudo contener una sonrisa. Me envaré.
               -Sabrae dice que los gays sois la desgracia del colectivo, y ahora entiendo por qué.
               -Estás todo el rato “Sabrae dice, Sabrae dice”. Pareces un predicador.
               -Porque tendrá el tamaño de una pulga, pero dice verdades como puños, por mucho que te joda.
               -Supongo que entonces debería preguntarle a ella por qué me pasa todo a mí-suspiró Logan, apoyando el codo en el recipiente metálico donde se guardaban rollos de papel higiénico que nunca se usaban. Cerró los ojos con fuerza y tragó saliva-. Siento mucho el numerito de venir corriendo al baño porque no puedo aceptar el rechazo.
               -Eh, eh. Vamos, tío. Necesitabas intimidad y has venido aquí. Ni que hubieras matado a alguien.
               -Los demás estarán preocupados por mí.
               -Si no quieres que te pregunten, podemos decirles que te ha dado un apretón y que te cagabas vivo.
               -Estaba mejor cagando cuando decidí salir de casa ayer-gruñó, y yo le di un toquecito en la rodilla.
               -¿Quieres contármelo, o prefieres guardártelo para ti?
               -Voy a contároslo. Sois mis amigos. Merecéis una explicación. Es sólo que…
               -¿Sí…?
               -Bueno… no sé si podré contarlo varias veces.
               -Entonces, podemos esperar al recreo-respondí, acariciándole la cabeza como a un cachorrito rescatado que se muestra muy arrepentido de haberse hecho caca en la cocina, y que se echa a temblar en cuanto escucha tus pasos acercándose a él. Logan no había hecho nada malo, y que se sintiera mal por lo que le había pasado y con la reacción que había tenido conmigo (totalmente lógica, aunque yo no supiera que estaba mal y tampoco tuviera mucha culpa de lo que había sucedido) hacía que me hirviera la sangre.
               Y más me hirvió cuando se echó a llorar a lágrima viva mientras les contaba al resto lo que le había pasado con más detalle de lo que lo había hecho conmigo: había quedado con ese chico, un tal Jason, en una cafetería del centro, a primera hora de la tarde. Logan se había duchado, se había “acicalado a conciencia” (así tal cual lo dijo, y Jordan y yo nos miramos y tuvimos que contenernos para no echarnos a reír por lo dramático que podía llegar a ser nuestro amigo, porque no estaba la cosa para que nos comportáramos como críos sin empatía) y se había ido con tiempo de sobra a la cafetería de marras, donde no se había pedido su café de siempre porque no quería que le oliera el aliento si las cosas “se salían de madre” (lo que en idioma de Logan significa “me enrollo por primera vez con una persona”), y se había quedado esperando, y esperando, y esperando, delante de su Coca Cola cerca de una hora, con todo el mundo mirándole de vez en cuando, preguntándose qué le habría pasado a la novia del chico que estaba allí solo, mirando el reloj y la puerta alternativamente como un auténtico gilipollas.
               Y lo peor había sido cuando, después de que varias parejas abandonaran el local porque no había mesas libres, un camarero se había acercado a Logan para preguntarle si iba a consumir algo más. Cuando él dijo que no hasta que no llegara su acompañante, le pidieron amablemente que por favor lo abandonara. Logan se marchó sin pagar, completamente humillado no sólo porque le habían dado plantón, sino porque estaba molestando tanto ocupando una mesa que ni siquiera le reclamaron el dinero de su bebida.
               Ya en la calle, le había enviado un montón de mensajes al gilipollas de Jason, mensajes que el imbécil ni siquiera se había molestado en contestar. ¿Se había equivocado Logan de local? ¿Habían quedado a otra hora? ¿Le había surgido algo?
               Nada. Sin respuesta. Logan quería creer que le había pasado algo y por eso no respondía a sus mensajes, hasta que comprobó esa noche que los había leído y no pensaba darle ninguna explicación.
               -Menudo hijo de puta-gruñó Max mientras Logan lloraba, oculto de la multitud por nuestros cuerpos, que se habían convertido en la cáscara de una ostra cuya perla era Logan.
               -¿Lo buscamos y le pegamos una paliza?-ofrecí, y Scott se balanceó en su silla, pensativo.
               -No sé si a mi madre le haría gracia que le pegara una paliza a un gay.
               -Seguro que a Sher no le importa si el gay es gilipollas-rebatió Tommy-. Se compensan, y se vuelven neutrales.
               -También tienes razón. ¿Qué quieres hacer, Logan?
               -Yo sólo quiero olvidarme de todo esto.
               -¿No quieres que hagamos nada?-insistí, porque Logan a veces necesitaba un pequeño incentivo. Negó con la cabeza, afligido, y yo chasqueé la lengua-. Vale. Bueno. Supongo que estás en tu derecho.
               -No hagas nada, Alec-me instó Logan, de repente muy serio-. Bastante mal me siento ya como para ahora añadir un cargo de conciencia a todo.
               -No voy a hacer nada, tío. Parece que no me conoces. Sé lo que significa la palabra “no”. Ahora bien… creo que deberíamos hacer algo para distraerte-me chispearon los ojos y todos se me quedaron mirando con el ceño fruncido.
               -¿En qué estás pensando?
               -Estoy pensando en salir de fiesta a lo grande, gente-me recliné en la silla, que ahora se apoyaba sólo sobre dos patas, y abrí los brazos-. No hay nada mejor para ahogar las penas que el alcohol, y todos sabemos que si nos emborrachamos en la discoteca de los padres de Jordan, al día siguiente tenemos una resaca del quince.
               -Vete a la mierda, Alec.
               -Así que… deberíamos salir por el centro. A la puta locura. ¿Mm?-los miré uno por uno, y me animó ver que ninguno parecía reticente al plan. La única que tenía sus reservas era Bey, e incluso ella se sentía atraída por salir de fiesta por el centro, adonde hacía mucho tiempo que no íbamos-. Además… mi hermana va a salir con nosotros mañana-anuncié-. Le ha pasado un poco lo mismo que a Logan. Se me ha olvidado contároslo porque estaba demasiado ocupado dándoles envidia a Scott y Tommy por lo inmenso que tengo el cerebro; aunque, claro, va en proporción a otras partes de mi cuerpo, así que… ¿qué me decís, eh? ¿Salimos por el centro y desmadramos un poco?-le puse ojitos a Bey-. Venga, reina B. Hace mucho que no mueves ese culo tuyo en la sala Asgard. Puede que hasta ligues-alcé las cejas.
               -Yo ya ligo hasta estando en clase-replicó Bey, poniendo cara de listilla, y yo hice un mohín. Se fueron apuntando uno por uno, hasta que Logan finalmente terminó cediendo. Le daba miedo encontrarse con Jason, pero yo le aseguré que no dejaría que le hiciera nada, ni tampoco se lo haría yo.
               Me pasé el resto de la mañana  eufórico, y cuando llegué a casa de Sabrae para recogerla e ir a cambiar su colgante, estaba que daba botes de alegría. No habíamos hablado de si Sabrae saldría con nosotros el viernes (una parte de mí me decía que la estaba acaparando demasiado y eso le traería problemas con sus amigas), pero después de que los planes se volvieran más interesantes que de costumbre, me figuraba que ella querría acompañarnos. Si teníamos que negociarlo, podía incluso traerse a sus amigas. Estaba más que dispuesto a tolerar la presencia de Amoke, Taïssa y Kendra si con ello conseguía a Sabrae.
               Vale, puede que estuviera un poco cegado por el hecho de que se había despertado y se había cambiado de ropa delante de mí, así que la había visto desnuda sin poder tocarla, de la misma manera que la había visto ponerse unos calzoncillos míos bajo la falda del instituto, lo cual me había puesto a mil… y ahora no podía dejar de pensar en lo que sería follármela como un puto gorila en los baños de la sala Asgard, donde de vez en cuando sonaba alguna canción de heavy metal capaz de volver loca a cualquier hembra. Juro por Dios que ese género tenía algo; puede que las ondas sonoras vibraran en un rango que sensibilizaba los clítoris de las mujeres, pero si una chica no hace squirting mientras escucha heavy metal, es que le resulta imposible.
               Y ya sabíamos que mi chica era una maestra en eso de hacer squirting, así que…
               -Hey-ronroneé, agarrándola de la cintura y apretándola contra mí. Le di un beso en la nuca y Sabrae se estremeció, se dio la vuelta y me miró con la sorpresa dibujada en la mirada. Estaba guapísima. Cuando Shasha me abrió la puerta, se hizo a un lado y me indicó que su hermana estaba en la cocina, horneando unas galletas con crema de avellana, así que podía servirme yo mismo. Me había acercado con sigilo a Sabrae mientras ella colocaba con cuidado pepitas de chocolate sobre las pequeñas masas que había puesto en la bandeja del horno, como islas salpicando un mar blanco, y había considerado la posibilidad de deshacerle el nudo del delantal que Sabrae llevaba atado a la espalda.
               Se había puesto una sudadera rosa vieja bajo el delantal azul celeste, sus leggings de siempre, zapatillas de botita, y se había hecho trenzas. Era adorable, y era toda mía.
               -¡Hola! ¿Cómo has… cómo has entrado? Dios mío, ¿ya es la hora?-preguntó, volviéndose para mirar el reloj de pared, haciéndome una cobra sin querer.
               -He llegado un poco antes, y he bajado por la chimenea, como Santa Claus-Sabrae me miró por debajo de las pestañas, la cara completamente limpia, sin una gota de maquillaje, y se mordió el labio cuando la tomé de la mandíbula para darle un piquito a modo de saludo. Le sabía la boca a una mezcla de chocolate y avellana; conociéndola, seguramente había machacado las avellanas ella misma para hacerla crema con la que luego rellenaría las galletas. Mi niñita repostera.
               -Ah. Vale. Menos mal. Contaba con tener un poco más de tiempo para…-se toqueteó una trenza-. Bueno, terminar lo que estoy haciendo y prepararme un poco para salir.
               -¿Quieres que te eche una mano?
               -Prefiero hacerlo sola, gracias-contestó, girándose a la velocidad de una estrella de neutrones y volviendo su atención de nuevo a las galletas. Parpadeé, un poco confuso. ¿Le había parecido mal que llegara antes? Sólo lo había hecho porque me apetecía estar un poco más de tiempo con ella. Vale, puede que tuviera la esperanza de hacerlo antes de irnos, porque no podía dejar de pensar en que probablemente ahora mismo llevara puestos mis calzoncillos, pero… si a ella no le apetecía, yo lo entendería. Respetaría su espacio, evidentemente. Además, lo habíamos hecho varias veces la noche anterior, así que en ese sentido estaba más que saciado. Si quería volver a hacerlo era por puro vicio, igual que cuando repites plato a pesar de que ya estás lleno por pura gula.
               Y entonces, me di cuenta de que Sabrae sólo cocinaba entre semana cuando tenía algo que celebrar… o estaba nerviosa por algo.
               -Saab, ¿qué pasa?-pregunté, y ella alzó las cejas.
               -Nada. ¿Por qué tiene que pasar algo? Sólo estoy haciendo galletas.
               -Entonces, ¿me puedes mirar mientras te hablo?-le pedí en tono suave, y Sabrae parpadeó, volvió a morderse el labio y se giró para encontrarse con mi mirada-. ¿Estás bien?
               -Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
               -¿He hecho algo?
               -No, ¿por qué?
               -Es que estás… no sé. Rara. Ni siquiera me has dado un beso.
               Sabrae suspiró, se puso de puntillas y me dio un piquito sin sentimientos, como para quitarme de en medio.
               -Ahí lo tienes.
               -Eso no ha sido un beso.
               -Por Dios, Alec. Estoy haciendo galletas. Ahora no puedo atenderte, tengo el horno encendido y gasta muchísima electricidad.
               Ni corto ni perezoso, giré la rueda del horno hasta poner la flechita en el símbolo de apagado y me la quedé mirando. Sabrae chasqueó la lengua y se limpió un poco de harina de la mejilla, transportando una pepita de chocolate hasta su cara y dibujando en ella un rayo de color marrón oscuro, casi negro.
               -Así que quieres discutir-susurró, cruzando las manos tras su cuerpo.
               -Yo no quiero discutir. Quiero saber qué es lo que pasa. Porque algo pasa. No soy tonto, ¿sabes?
               Sabrae se mordisqueó el labio, parpadeó y volvió a rascarse la cara.
               -Te dedicas a cocinar cuando quieres celebrar algo, o cuando quieres despejar la mente. Y a juzgar por cómo has reaccionado cuando te has dado cuenta de que estoy aquí, yo no me decantaría por lo primero. Así que te lo voy a preguntar otra vez, nena, y no pienses que te estoy atacando, ni nada de eso. ¿Qué pasa?
               Sabrae tragó saliva, angustiada, y los ojos se le empezaron a poner vidriosos. Me quedé helado, clavado en el sitio. Joder, joder, joder. ¿Qué has hecho, Alec? ¿Qué cojones has hecho?
               -Sabrae.
               -Prométeme que no te vas a enfadar-me suplicó.
               -No puedo prometerte algo que no sé si voy a poder cumplir. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? ¿He hecho algo? ¿Te lo ha hecho otra persona?-añadí rápidamente, al pensar que puede que la razón de que estuviera triste no fuera yo. Puede que fuera el gilipollas de Hugo. Sí, seguramente. Ahora cobraba sentido. De la misma manera que yo les había contado a mis amigos lo que habíamos hecho Sabrae y yo la noche pasada, ella también se lo habría contado a sus amigas, seguramente al mismo tiempo que lo hacía yo. Y, tal y como yo había fantaseado con que lo hiciera, Hugo habría puesto la oreja. Puede que se hubiera enfrentado a ella, la hubiera puesto de bonita para arriba, y la hubiera hecho sentir mal por disfrutar de su sexualidad con alguien que no era él. Chico, si no sabes comer coños, ni sabes follar de una forma que a tu novia le guste, es normal que te deje y se busque a otro que le dé placer.
               Y si la había hecho sentir mal por eso, no sería tan indulgente como iba a serlo con el payaso que había plantado a Logan. Nadie le hace daño a mi chica y vive para contarlo. Y yo a Hugo ya le tenía ganas.
                -No me acorrales, por favor-gimoteó, haciéndose más y más pequeñita. Parpadeé, sin comprender a qué se refería.
               -No te estoy…-empecé, pero me di cuenta de que sí lo estaba haciendo. No sabía cómo, había seguido a Sabrae hasta la esquina que hacía el mármol de su cocina, y tenía las manos puestas a ambos lados de su cuerpo, inclinándome hacia ella como un alienígena en una película de terror del siglo pasado, contra el que la protagonista se resistía sin muchas fuerzas. Separé las manos del mármol como si quemaran y di varios pasos atrás, dándole el espacio que necesitaba a Sabrae. Ella tragó saliva y me miró con unos ojos luminosos como un faro en el horizonte nocturno-. Lo siento. No me daba cuenta de que…-carraspeé-. No quiero que me tengas miedo.
               -No te tengo miedo, Alec. No podrías dármelo ni aunque quisieras.
               -Pues entonces, ¿por qué no me dices lo que te pasa?
               -Porque no me has prometido que no te vas a enfadar.
               -Sabrae…-ella hizo un puchero y yo suspiré y asentí con la cabeza-. De acuerdo. Vale. No me enfadaré, te lo prometo. Y ahora, ¿me quieres decir qué pasa, por favor? Me tienes preocupadísimo. Estoy completamente a oscuras.
               -Se nos rompió el condón-reveló, y sentí que el suelo bajo mis pies cedía. Mierda, mierda, mierda. Tendría que tomar la píldora otra vez, todo por mi culpa. Joder. ¿Tanto me costaba no comportarme como un puto animal en celo y conformarme con echar un polvo cada noche en lugar de cincuenta? Todo esto era cuestión de tiempo, pero lo peor de todo es que éramos los dos los que echábamos una moneda al aire, o lanzábamos un dado, pero apostábamos algo que sólo le pertenecía a Sabrae: su salud. Era ella la que tomaba la píldora si fallaba el condón, era ella la que enfermaba, era ella la que pasaba por todas las molestias procedentes de un chute hormonal comparable a una sobredosis de heroína.
               ¿Y yo qué hacía? Nada.
               Bueno, sí que hacía algo. Correrme dentro de ella. Y por eso nos metíamos en esos berenjenales.
               -No pongas esa cara, ¡me prometiste que no te enfadarías!
               -No estoy enfadado contigo, nena. Estoy enfadado conmigo por ser tan jodidamente egoísta que demasiado nunca es suficiente. Joder.
               -Ya sé que no estás enfadado conmigo, igual que sabía que no te ibas a enfadar conmigo antes de pedírtelo. Si no sabía cómo decírtelo es porque sabía que te ibas a cabrear contigo mismo, y eso es lo que yo no quiero-Sabrae dio un paso hacia mí y me cogió la mano-. No es culpa tuya.
               -A ver, Sabrae-me reí, cínico-. Si te hubieras liado con mi hermana en vez de conmigo, no tendrías problema por si os fallaban los anticonceptivos porque Mimi no puede dejarte emb…-se me encendió una bombilla en el fondo de mi cabeza. Mimi. Nos había dado condones. ¿Quién me decía a mí que aquella ofrenda de paz no era más que un regalo envenenado, el caballo de Troya de nuestra época?-. Joder. Joder, me cago en Dios. Yo me la cargo. La puta Mary Elizabeth…-ni siquiera había mirado la fecha de caducidad de los condones. Cuando estaban caducados, prácticamente se rompían con mirarlos. Incluso si no lo había hecho a propósito, seguro que los había cogido en una de esas máquinas expendedoras que hay por las calles, en las que no hay que comprar preservativos salvo que sean literalmente tu única opción: la exposición al sol hace que el látex se resienta mucho antes, y terminen pasando cosas como ésa: que se nos rompiera y Sabrae tuviera que volver a chutarse-. Seguro que nos los compró caducados, o en algún sitio de estos en los que no hacen controles de calidad… joder, si me gasto algo más de pasta en cogerlos de Durex es por algo, hostia…
               -Eran los nuestros-respondió Sabrae.
               -Pues no lo entiendo. No lo puto entiendo. No sé qué nos pasa. ¡Ni que hubiéramos hecho nada raro con ellos! O sea, ya me ha pasado más veces, pero todas ha sido por andar haciendo el cafre en la cama, y claro, pasa lo que pasa, pero…
               -Fue el de cuando echamos el polvo bestial-informó, tragando saliva de nuevo, y por la forma en que se le dilataron las pupilas y se mordió el labio, supe que estaba pensando en lo que nos habíamos hecho el uno al otro… y las ganas que tenía de repetirlo.
                A mí, personalmente, se me secó la boca al recordar la perfecta visión de ella, completamente desnuda, recibiéndome en su interior con el cuerpo perlado de sudor, sus curvas aún más marcadas, como las de una carretera de montaña en la que cierran un carril por obras, mientras mis manos la recorrían de arriba abajo.
               -Ah. Bueno. Comprensible-solté, pasándome una mano por el pelo, sin poder apartar de mi cabeza la imagen de Sabrae desnuda, sus gemidos, sus jadeos y sus súplicas para que, por favor, no parara-. Comprensible, porque estabas tan apretada ahí abajo que a mí me costó hasta entrar, y yo pensando “mi madre, ¿me estaré confundiendo de agujero?”-solté, tanto para aliviar un poco la tensión del ambiente como para alejarme un poco de los pensamientos intrusivos que me decían que era un egoísta, pues me cuesta un poco considerármelo cuando pienso en Sabrae mientras follamos. ¿Quién soy yo para condenarla a la abstinencia por mis comeduras de coco, si ella también quiere hacerlo?-. “A ver si la voy a estar metiendo en un tajalápiz, o algo así”.
               -Eres putísimamente gilipollas-Sabrae se echó a reír, y las lágrimas que se habían concentrado en sus ojos finalmente se derramaron, pero eran lágrimas de risa en lugar de tristeza, así que a esas no las odiaba-. Ojalá sea estéril, porque no concibo el día en que haya otra persona en este planeta con tus mismos genes, y tu misma capacidad intelectual-puso los ojos en blanco, ofendida, y se cruzó de brazos. No protestó, sin embargo, cuando la atraje hacia mí.
               -Que es broma, mujer-ronroneé, dándole un beso en la cabeza-. Bueno, a ver, no es broma, realmente, porque sí que estabas muy apretada, pero, ¡lo que me gustó…! Dios, lo que me costó no correrme, nena. Que bueno, me podría haber corrido-arrugué la nariz-, porque para lo que nos sirvió el condón…
               -Pero entonces no habríamos seguido y no habríamos terminado de cara al espejo-respondió ella, y yo alcé las cejas.
               -Sabrae, no me insultes. Aunque me hubiera corrido sería perfectamente capaz de seguir, ¿no te lo he demostrado ya las suficientes veces, o necesitas que lo haga más?
               -Tentador, pero… tenemos cosas que hacer.
               -¿Llevas aún mis calzoncillos?-pregunté, acariciándole el culo con las dos manos, aprovechando cuando ella se dio la vuelta. Sabrae alzó las cejas.
               -Puede ser, ¿por qué?
               -Porque puedo reorganizar mis prioridades en un momento-respondí, poniéndome de rodillas y tirando de sus leggings hacia abajo. Sabrae se volvió, girando sobre la punta de sus pies, y me dio un manotazo.
               -¡Alec, para! ¡Mi familia está en casa!
               -No pensarás de verdad que creen que chillas por las noches cuando yo estoy porque echamos partidas muy intensas al parchís, ¿verdad?
               -Grito más cuando estoy sola-respondió, sacándome la lengua, y yo me puse en pie con los ojos en blanco.
               -No sé quién es más insoportable de los dos. Ojalá alguno de nosotros sea estéril, porque si algún día te dejo embarazada, es casi imposible que el niño no salga con esquizofrenia como mínimo-espeté, y Sabrae se echó a reír, se colgó en mi cuello y me dio un beso en los labios-. Ah, ahora sí queremos mimos, ¿eh?
               -Entiéndeme, Al. Estaba preocupada. Sé lo mucho que te comes la cabeza, y no quería que empezaras a rayarte por algo que escapa a nuestro control.
               -Sabes que hay una solución muy sencilla, ¿verdad?-respondí, siguiéndola mientras metía la bandeja de galletas en el horno-. Podríamos no hacerlo.
               -No lo dices en serio. Además, ¿qué tiene eso de sencillo? Estás más salido que el pico de una mesa.
               -¿Yo? ¿Y tú qué, chavala? Si es verme por el pasillo, y se te pone el coño a dar palmas. Apuesto a que ahora estás mojadísima-sonreí, alzando la barbilla, altivo-, y eso que ni siquiera te he tocado.
               -Puede que estuviera pensando en cosas sucias antes de que llegaras-respondió, echándose una trenza sobre el hombro.
               -¿Como ésta?-sugerí, enganchándola de la cintura y pegando su culo contra mi entrepierna, que celebró el contacto endureciéndose. Sabrae se estremeció, y emitió un silencioso jadeo cuando bajé la mano por su vientre, la extendí por su entrepierna y acaricié su sexo cálido por encima de sus pantalones, sólo para seguir mi caricia hasta su rodilla, granjeándome una protesta.
               -Mm, ya que el mal está hecho, podríamos aprovechar y buscar algún baño un poco amplio de la que vamos al centro…-ronroneó, con los ojos cerrados, acariciándome el cuello. Mi polla celebró aquella sugerencia poniéndose aún más dura, y Sabrae se echó a reír.
               Sin embargo, sus carcajadas duraron poco, pues una voz a nuestra espalda nos interrumpió.
               -¿Qué mal está hecho?
               Jamás en mi vida me había acojonado tanto escuchar la voz de Sherezade tras de mí como en esa ocasión, y puede que nunca volviera a darme el miedo que me dio entonces. Sabrae y yo nos separamos como si estuviéramos hechos de elementos opuestos, fuego y agua o tierra y agua, y nos giramos a la vez en el momento preciso en que Sherezade levantaba una ceja y nos miraba a los dos de manera alternativa.
               -¿Y bien? ¿Es que os ha comido la lengua el gato?
               Jamás la había notado así de hostil hacia mí, aunque por la tranquilidad con que reaccionó Sabrae, sospeché que ya se había enfrentado a su madre de esa guisa en más ocasiones. No me imaginaba qué podía hacer Sabrae para enfadar a Sherezade (al margen de ser tozuda como ella sola), pero supongo que todas las madres encuentran una razón para pelearse con sus retoños. Así funcionan las relaciones: cuanto más quieres a alguien, más caña le das, porque más sabes de su potencial.
               -Mamá. No te esperábamos.
               -Eso es evidente-respondió Sher, cruzándose de brazos-. ¿De qué estabais hablando? Parecía una conversación interesante.
               Joder. Lo sabe. Lo sabe, y me va a odiar. Me va a destruir con todos los mecanismos a su alcance: el sistema judicial inglés al completo.
               De repente, ya no me parecía tan buena idea eso de hacerlo sin preservativo con Sabrae de nuevo. Si la píldora fallaba, o no podía con tantos polvos, tendría que enfrentarme a su ira por obligar a su hija a pasar por un aborto, algo todavía más serio que los problemas que teníamos ya.
               Sabrae, muy tranquila, respondió a su madre con la paciencia del padre que sabe que su hijo es tonto por necesitar que le expliquen veinte veces que dos y dos son cuatro, pero que se esforzará por conseguir que su niño no se dé cuenta de sus limitaciones.
               -Verás, supongo que esto es algo que tenía que pasarnos tarde o temprano, pero… el caso es que ayer, mientras nos acostábamos, se nos rompió el condón, mamá. Y nos dimos cuenta cuando ya era tarde.
               Sabrae se pegó un poco a mí cuando Sherezade clavó los ojos en mí, comprendiendo que “ya era tarde” significaba “Alec ya se había corrido”. Es cierto que Sabrae ya había tenido que tomar la píldora del día después otra vez, y yo daba por sentado que se lo había contado a su madre como mínimo, pero aquello era distinto: era una medida de precaución, un circuito de seguridad extra cuando yo ni siquiera había llegado a terminar aquella vez. Ahora, sin embargo, la cosa cambiaba, y Sherezade lo sabía: una cosa es hacer la marcha atrás, en la que hay muchas posibilidades de que la chica se quede embarazada, y otra muy distinta es que se te rompa el condón y darte cuenta tarde, después de que el chico haya llegado al orgasmo. Aquello era como si no hubiéramos usado nada.
               Pero, joder, ¡tampoco podía culparnos! Sí, vale, bueno, si no lo hiciéramos tanto eso habría tardado más en pasar, pero, ¡ni que fuera culpa nuestra que los preservativos no fueran irrompibles!
               -¿Y qué solución fantástica habéis pensado entre los dos?-inquirió, volviendo la vista a su hija, en un tono que a mí me puso nervioso pero que no achantó a Sabrae.
               -¿No es evidente? Volveré a tomar la píldora. Tampoco es que sea el fin del mundo. Nos hemos dado cuenta a…
               -No quiero que recurráis a la píldora cada dos meses. ¿Sabes el chute hormonal que te genera, Sabrae? Los ginecólogos recomiendan tomar dos como mucho al año por una razón, y tú te tomaste una a finales del pasado diciembre.
               -¿Qué pasa?-preguntó Zayn, que se había sentido atraído a la cocina seguramente por la voz de su mujer poniéndose en modo sargento. Si no fuera yo el blanco de la ira contenida de Sherezade, incluso me habría puesto cachondo: no todos los días tienes a tu mito erótico delante de ti, mirando a alguien como si le costara contener un fuego que ardía en sus entrañas. Entonces, sin embargo, estaba tan acojonado por lo que podía decirnos o hacernos Sherezade que ni me había dado cuenta de lo sensual que parecía por el poder que irradiaba su cuerpo. Claro que Zayn, que se había casado con ella y había formado una familia con ella, y había tenido también sus discusiones, ya estaba inmunizado al pánico que yo estaba experimentando por primera vez.
               -Tu hija, que debe de pensar que la píldora es como un analgésico y puede tomarla cuando se le antoje.
               A pesar de que las dos primeras palabras de su frase habían sido “tu hija” y yo no era “la hija” de Zayn, sus ojos café se clavaron en los míos, y yo me empequeñecí. No es que yo no me hubiera echado las culpas de lo que nos había pasado a Sabrae y a mí, pero yo era yo y Zayn era Zayn. Aún no me había acostumbrado a la hostilidad que manaba de él cuando yo aparecía por su casa en concepto de novio de su hija en lugar de amigo de su hijo, y hecho como estaba a que me tratara como a un sobrino al que le tenía especial cariño, eso me impactaba aún más. Los hombres solemos hacer piña entre nosotros, al igual que las mujeres, pero, claro, cuando un chico se enrolla con tu hija, ya no te hace tanta gracia que venga de visita y se quede a dormir, porque pueden pasar cosas como las que estábamos anunciando.
               Además, estaba seguro de que Zayn sospechaba que nos íbamos a inventar una trola sobre un condón roto, cuando la verdad era que yo había convencido a Sabrae para hacerlo sin preservativo, porque todo el mundo sabe que el preservativo es el mayor enemigo del hombre.
               -Mamá, por favor-Sabrae puso los ojos en blanco y no se molestó en disimular su hastío, como la insensata que era-. Estás sacándolo todo de quicio, no seas melodramática. Sabíais que esto podía pasarnos, y que yo sepa, siempre habéis querido que os contara cualquier problema que tuviera, incluso los de sexo. Pues bien, ahora tengo un problema, y os agradecería que no me martirizarais con él.
               -¿Pensabais contárnoslo?-preguntó Zayn, con los ojos fijos en mí.
               -Claro-tartamudeé y carraspeé un poco, notando una gota de sudor corriéndome por la espalda. Sherezade y Zayn me estaban mirando a los ojos, preparados para saltar sobre mí si era preciso-. Por… por supuesto.
               -Pero sólo para avisaros. No necesito pediros permiso; Alec puede conseguir la píldora él solo. No necesita la autorización de sus padres, como me pasa a mí.
               -Lo dices como si no fuéramos a dártela, Sabrae-regañó Zayn.
               -Sí, pero sabía que os pondríais así, así que os lo diría cuando ya la hubiera tomado, probablemente.
               -¿Probablemente?-repitió su madre-. O sea, que no es seguro que fueras a contárnoslo.
               -Por Dios, mamá. Que sí os lo iba a decir. Es sólo que casi con total seguridad, sería después de que esto se solucionara.
               -Te das cuenta de las alteraciones químicas que tiene la píldora, ¿verdad?-inquirió su padre.
               -¿Y qué quieres que haga? ¿Que no la tome y rece todas las mañanas para que Alá tenga a bien que no me quede embarazada? Lo siento, pero algo tan serio como eso no pienso dejarlo en sus manos-Sabrae se cruzó de brazos, chula, mientras yo abría la boca para meter baza y disculpar su comportamiento ante sus padres, que estaban a nada de empezar a gritarnos. Lo presentía.
               -No digo que no la tomes; ahora mismo voy yo a la farmacia a cogértela, si hace falta, pero quiero asegurarme de que eres consciente de lo serio que es con lo que estás jugando.
               -Yo no estoy jugando con nada, papá.    
               -¿De verdad? Ya lo veremos. Porque como te pase algo por empezar a abusar de la píldora sólo por el morbo de hacerlo sin preservativo…
               -¡Que no lo hicimos sin preservativo!-estalló Sabrae-. ¡Se nos rompió, ¿vale?!
               -Y debería creeros, porque…-Zayn alzó las cejas, escéptico, y Sabrae puso los ojos como platos, estupefacta. Se deshizo el nudo del delantal y lo tiró, arrugado, sobre la encimera.
               -Porque soy tu hija y no te dado razones para desconfiar de mí, pero ya que te parece que no es así…-discutió, y echó a andar en dirección a la puerta de la cocina. Se abrió hueco entre sus padres y yo sentí el impulso de salir corriendo detrás de ella, pero me quedé clavado en el sitio. Sherezade se puso una mano en la cintura y se apartó el pelo de la cara.
               -Mira, Alec, aunque no te lo creas, yo también he pasado por la etapa de querer hacerlo sin condón porque parece que lo disfrutas más, pero no merece la pena.
               -Sí, especialmente porque como mi hija se ponga enferma por tus tonterías, te rompo las piernas-me amenazó; no, me advirtió… no; me prometió Zayn.
               -Se nos ha roto de verdad. Tenéis que creernos. Si no me creéis a mí, creedla a ella. Es vuestra hija.
               -Cuando se trata de ti, pierde el norte, Alec. Es como si le alteraras la brújula moral.
               -Pues no lo hago a propósito, de verdad, aunque para ser sincero ella también me vuelve loco a mí, pero… os lo prometo. Os juro por lo que más queráis que se nos ha roto.
               -Mira, chaval, si no quieres ponerte gomita estás en tu derecho, pero también tienes que apechugar con las consecuencias. Y tomar precauciones. Al menos no estás enfermo, así que eso que nos llevamos, pero si quieres hacerlo a pelo, deberías tomar medidas para no obligar a Sabrae a tomarse una píldora cada vez que os acostáis.
               -Os estoy diciendo la verdad. Zayn-lo miré a los ojos-, sabes lo muchísimo que te respeto. No te mentiría en esto.
               -Es que, ¿cómo pretendéis que os creamos, Alec?-preguntó Sherezade-. La primera vez que Sabrae tomó la píldora fue contigo, y fue porque tampoco usasteis protección. No me parece tan descabellado pensar que esta vez también ha sido así.
               -Acaba de ser San Valentín, y todos nos ponemos muy tontos. Estamos muy enamorados, no pensamos las tontas, y hacemos cosas de las que podemos arrepentirnos. Louis se llevó a Eri a ver los glaciares en Groenlandia a pesar de que estamos en febrero y eso significa que puede levantarse un temporal que les estrelle la avioneta y dejen huérfanos a cuatro hijos. Yo cogí cinco aviones una vez para ver a Sherezade media hora. Sabrae puede perfectamente decirte que no te pongas condón porque sabe que lo prefieres así.
               -Yo no lo prefiero así, si eso significa que Sabrae tenga que enfermar-me defendí con más vehemencia de la que debería pero, ¡joder! No iba a consentir que pusieran en duda mis sentimientos hacia su hija. Podía ser todo lo que quisieran: un egoísta, un niñato, un cabezón y un impulsivo, pero no era un cabrón. Ponía a Sabrae y su bienestar por delante del mío siempre, porque en eso consiste el amor, y no iba a dejar que ellos lo pusieran en duda. ¿De verdad pensaban que a mí me molaba verme en esa tesitura? Porque ni de coña era así. Si lo viera factible, haría voto de castidad con tal de que Sabrae siempre estuviera segura, pero mi naturaleza y la suya me lo impedían-. Tampoco voy a ir de santo y os voy a decir que otras veces, cuando me tiraba a todo lo que se movía, insistía en ponerme condón si una chica me insinuaba que no hacía falta que lo hiciera, pero con Sabrae es distinto. A mí Sabrae me importa.
               -Pues ya me dirás qué estabais haciendo, porque los condones no se rompen así como así.
               -¿De verdad, papá?-inquirió Sabrae-. Porque yo no estoy tan segura. Prueba A-anunció, tirando de una mano que llevaba enganchada en las suyas, y Scott apareció en la puerta de la cocina. Se mordisqueó el piercing y nos miró a todos, amodorrado. Sabrae acababa de sacarlo de la siesta para demostrar su teoría.
               Sus padres no podían decirnos nada sobre condones rotos o píldoras que fallaban porque se habían convertido en padres precisamente por condones rotos y píldoras que fallaban.
               -¿Qué pasa?-preguntó Scott, bostezando sonoramente y rascándose la cara. Me dieron ganas de aplaudir a Sabrae la reacción de sus padres: Zayn alzó las cejas, y Sherezade directamente se tapó media cara con una mano de manicura perfecta, que hacía cinco segundos quería abrirme en canal pero ahora hacía las veces de máscara de protección.
               -No hay más preguntas, señoría-finalizó Sabrae.
               -Nada, cariño. Vuelve a dormir-instó Sher, dándole un toquecito en el hombro a Scott. Éste se encogió de hombros, abrió una alacena, buscó un donut y exhaló un profundo bostezo.
               Sabrae se colocó a mi lado, cerca de la isla, y esbozó una sonrisa de suficiencia.  
               -¿Vosotros tampoco lo estabais usando cuando hicisteis a Scott?
               -Tu hermano debería ser la prueba andante de que toda precaución es poca-le recriminó su madre, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Y por eso estamos tomando varias. Si el condón falla, queda la píldora. No la estoy tomando como si fuera un caramelo, mamá, pero es que no tengo otra alternativa. Como ya os he dicho, no voy a ponerme a rezar para que, por obra y gracia del Espíritu Santo, no me quede embarazada.
               -¿Los musulmanes le rezáis al Espíritu Santo?-pregunté con inocencia, y Sabrae se encogió de hombros.
               -Toda ayuda es poca-respondió ella, sonriente, y yo solté una risita por lo bajo.
               -Sabrae, esto es serio, ¿sabes? Tu padre y yo no estamos de broma.
               -Lo sé. Creedme, lo sé. Lo sabemos-Sabrae me miró y me cogió la mano-. Y no recurriríamos a esto si no fuera nuestra última opción, pero es lo que toca. Ya tenemos cuidado, siempre lo tenemos, pero a veces con eso no basta.
               Sus padres la miraron, dejándose convencer, cayendo en que si bien yo era mayor que ella, el poder de persuasión en la relación recaía en Sabrae y no en mí, por el mero hecho de que ella era más obstinada que yo, y cuando se le metía algo entre ceja y ceja, no paraba hasta conseguirlo (de lo cual era prueba irrefutable el hecho de que, contra todo pronóstico, siguiéramos juntos después de la cantidad de gilipolleces que yo tenía por costumbre hacer). Ella era más lista y centrada que yo, y yo siempre había sido de los que se dejaban llevar, así que no podría convencerla de nada que no tuviera que ver con lo preciosa que era y su autoestima, más bajo de lo que parecía, aunque gracias a Dios, no tan bajo como ella.
               Además, Sabrae era responsable. La habían educado para que así fuera, y por mucho que yo le hiciera perder el norte, había un par de cosas que siempre tendría claras, líneas rojas que no iba a traspasar bajo ninguna circunstancia. Lo de diciembre había sido un error, un paso en falso a que no les tenía acostumbrados, pero Sabrae se lo había tomado como una lección de vida, y ahora que ya sabía lo que la píldora le hacía, la respetaba incluso más. Las chicas que recurren a ella como si fueran caramelos, las chicas de las que hablaba Sherezade, era porque no tenían ni idea del chute hormonal que suponía la píldora porque no lo experimentaban: para esas chicas, la píldora del día después era poco más que un caramelo de menta milagroso que le garantizaba la regla al mes siguiente. Para Sabrae, sin embargo, era días y días de molestias, convalecencia y malestar, así que la tendría donde debía: como última opción.
               -Y no quiero que le echéis la culpa a Alec de lo que ha pasado. O tenemos la culpa los dos, o no la tenemos ninguno. Él es muy bueno conmigo-volvió a mirarme y le sonreí. Le acaricié los nudillos y le susurré un suave “me apeteces” que apenas salió de mis labios. Su boca se curvó en una sonrisa adorable, y Sabrae volvió a mirar a sus padres, con la seguridad de que estaba haciendo las cosas bien al defenderme. Pensé en Sherezade, en todas las veces que había salido a encararse con los medios de comunicación cuando Zayn no se encontraba bien y ellos no dejaban de acosarle; a pesar de que ella quería mantenerse en un perfil lo más bajo posible, siempre saltaría a la arena por su marido. Y Sabrae estaba haciendo lo mismo por mí-. Si en diciembre tuve que tomar la píldora, no fue sino después de insistirle mucho en que quería hacerlo. No teníamos ninguna alternativa. Si hubiéramos tenido un condón a mano, no habríamos tenido que recurrir a eso. Ahí sí que podríais habernos reñido, y sin embargo fuisteis comprensivos conmigo-Sabrae sonrió-. Supongo que para que os siguiera contando todo lo que me pasara porque me sentiría comprendida y protegida. Lo siento si ha parecido que quería ocultároslo, porque no es así. Si confiáis en mí lo suficiente como para dejarme libertad, yo confío en vosotros lo suficiente para pediros consejo y manteneros informados de lo que me pasa. Y para deciros la verdad. Y la verdad es que Alec jamás me ha presionado para hacer nada que yo no quisiera-colocó un mechón de pelo que se había liberado de su trenza detrás de la oreja y continuó-. Somos iguales. Estamos juntos en esto, y…-volvió a mirarme, y sus ojos chispearon cuando se encontraron con los míos-, la verdad es que me siento muy afortunada de que sea con él, porque siento que he encontrado al único chico que se enfadaría consigo mismo en lugar de conmigo por lo que nos ha pasado, y que se preocuparía porque tuviera que tomar la píldora no porque si no lo hago pueda llegar un bebé; sino porque si lo hago, me voy a encontrar mal.
                Sher me miraba con sincero arrepentimiento en los ojos, en los que el verde había ganado la batalla al castaño y al dorado. Zayn, sin embargo, no podía apartar la vista de su hija, que estaba creciendo ante sus ojos. Puede que aún no fuera una mujer, pero desde luego, había dejado de ser una niña hacía mucho tiempo: la forma en que Sabrae estaba hablando no era propia de una chiquilla, sino de una joven con las ideas muy claras, y los sentimientos, asentados.
               -Lo siento si has sentido que nos poníamos en contra tuya, Al-empezó Zayn, y clavó los ojos en mí cuando dijo mi nombre-. Pero entiéndeme. Yo también tuve tu edad. Y estuve descontrolado. Recuerdo cómo pensaba entonces, y no es lo mismo pensarlo tú, a que lo piensen de tu hija.
               -No puedo hablar por lo que pensabas cuando tenías mi edad porque lo que tú tuviste que pasar no es comparable a lo que estoy pasando yo, Zayn, pero…-miré a Sabrae, que me prestaba toda su atención. Las pecas espolvoreadas de chocolate en su nariz se separaban y se juntaban como algas que bailan al son de una corriente discontinua-. Sé cómo pensaba yo antes de Sabrae. Y sería normal que no me quisieras cerca de ella si yo siguiera pensando y comportándome así, pero… ya no lo hago. Ahora es distinto. Todo lo es.
               Sabrae sonrió, entrelazó los dedos con la mano que le había pasado sobre los hombros y me dio un beso en el dorso.
               -Yo no he dicho que no te quiera cerca de ella. Sólo quiero que tengas cuidado. Es mi tesoro más preciado, y no quiero que le hagan daño.
               -También es el mío.
               Sherezade sonrió y miró a su marido, que asintió con la cabeza.
               -Aun así… lo siento.
               -No pasa nada.
               -¿Queréis que vaya uno de los dos a por la píldora?-se ofreció Sher, mirándonos a ambos alternativamente, y por la forma en que lo sugirió, supe que no lo decía por controlar que la cogiéramos y Sabrae se tomara la dosis correspondiente, ni más ni menos. Se fiaba de nosotros.
               No, si lo decía era porque quería hacernos un favor.
               Sabrae, sin embargo, negó con la cabeza.
               -Seguro que pasamos por alguna farmacia en que la tengan de la que vamos a coger el metro.
               Zayn nos tendió un billete de 50 libras.
               -La pago yo-la rechacé-. Es lo menos que puedo hacer.
               -¿No habíamos quedado en que era un accidente?
               -Sí, pero…
               -Alec, coge el dinero. Soy millonario. Y se trata de mi hija.
               Me quedé mirando el billete. Si mis fondos ya se habían resentido por el tema de los gastos en San Valentín, con lo de la píldora se veían aún más apurados. Me había  venido genial que Mimi nos cogiera condones a modo de disculpa, pero aquello no terminaba de compensar la píldora.
               Sabrae recogió el billete y lo enroscó hasta metérselo en el puño.
               -Te devolveremos el cambio.
               -No lo vas a hacer y lo sabes, niña.
               -No, no lo voy a hacer-sonrió Sabrae. Después de pedirle a su madre que cuidara de las galletas que con tanto mimo había preparado, subimos a su habitación para que ella pudiera cambiarse y maquillarse. Yo me quedé sentado en su cama, viendo cómo ella se ponía un jersey, se enfundaba unos vaqueros, se calzaba unas botas y luego abría el neceser con su maquillaje y seleccionaba los productos que le apetecía ponerse. Notaba el billete de cincuenta ardiendo en el bolsillo trasero de mi pantalón, en el que Sabrae lo había metido para no herir mi orgullo cuando tuviéramos que pagar.
               -Estás muy callado-comentó ella, mirándome en el reflejo del espejo mientras se delineaba los ojos.
               -Es que estoy pensando.
               -Un penique por tus pensamientos.
               -A ti te los doy gratis-sonreí, y Sabrae también lo hizo, lo que puso en peligro su obra maestra con el delineador, al achinársele los ojos un poquito más de la cuenta. Nada que no pudiera arreglarse con un bastoncillo y un poco de desmaquillante-. ¿Crees que estamos gafados, Saab?
               -¿Por qué?
               -Bueno, las veces que he acompañado a otras chicas a tomar la píldora del día después, casi siempre era porque ellas no querían usar condón. Se me han roto muy pocos en mi vida, y nosotros llevamos poco tiempo, y no sé si esto será alguna especie de señal.
               -Señal es que te hicieras amigo de mi hermano y luego él me encontrara en el orfanato, Al, no esto-Sabrae sonrió, girándose en el asiento para mirarme directamente a los ojos, en lugar de recurrir a intermediarios como el espejo-. A mí me parece pura estadística. Tenía que pasarnos tarde o temprano.
               -Lo sé, pero ya van dos veces en dos meses, y no dejo de pensar… ¿a este ritmo, cuándo tendrás que tomar la tercera?
               Sabrae hizo una mueca.
               -Sólo tenemos que tener un poco más de cuidado.
               -Eso, o…
               -¿O?
               -Podríamos buscar hormonales. Por si acaso.
               Sabrae parpadeó.
               -Soy muy joven todavía para tomar la píldora de todos los días, Al. O usar el anillo, o el parche.
               -Estaba pensando… más bien en mí-expliqué, y Sabrae alzó una ceja-. Hay anticonceptivos para tíos. Espermicidas, y esas cosas, ¿no? Yo soy mayor que tú, seguro que ya puedo tomarlos.
               -¿Te lo has planteado alguna vez?
               -No.
               -¿Por qué?
               -Pues porque tienen efectos secundarios. Pero seguro que son menos de los que tienes que pasar tú. Ya sabes. La sociedad patriarcal y machista en la que vivimos-le guiñé un ojo y Sabrae sonrió.
               -“Patriarcal” y “machista” es lo mismo, Al.
               -Estoy en primero de feminismo, no seas tan dura conmigo, nena.
               Sabrae se levantó y caminó hacia mí. Se metió entre mis piernas y me rodeó la cabeza con las manos, con sus codos en sus costados y mis manos en sus lumbares.
               -Yo prefiero seguir usando los preservativos, la verdad. Que no te parezca mal. No tienen efectos secundarios, y son bastante fáciles de usar. Eres un poco desastre, ¿sabes? Seguro que se te olvida tomar alguna pastilla, y adiós muy buenas.
               -Yo lo decía para compensar. Como añadido. No quiero dejar de usar los condones.
               -Eso también cuesta pasta-me recordó, y yo asentí con la cabeza.
               -Ya lo sé, nena, pero… me siento una mierda cuando tú te pones mal por mi culpa.
               -Es culpa de los dos. Yo también hago lo mío, ¿sabes? Te caliento-ronroneó, inclinándose hacia mi oído y acariciándome el pecho con la palma de la mano-, te como la oreja, me abro de piernas… no es como si fueras tú el único que tiene iniciativa. Yo también pongo de mi parte-se sentó sobre mis piernas y me miró a los ojos. Jugueteó con los mechones de pelo que me caían sobre ellos, y se mordisqueó la sonrisa.
               -No intentes convencerme de lo contrario pensando en el dinero.
               -Y no lo hago, Al, de verdad. Pero sé que estás agobiado, tanto por el dinero como por esto, y… a mí tampoco me parece para tanto. No pasa nada, de verdad. Simplemente hemos tenido un poco de mala suerte, que ya nos tocaba-me dio un beso en el cuello y dejó descansar un momento su mejilla en mi hombro. Jugueteó con los dedos en el contorno de mi mandíbula-. Lo de diciembre fue insensatez, y lo de hoy ha sido mala pata, pero no tiene por qué volver a pasarnos en mucho, mucho tiempo. No te comas la cabeza por cosas que no tienen importancia.
               -Tu salud tiene importancia, Sabrae-la regañé, y ella suspiró.
               -No quería decir eso. Me refiero a que te estás poniendo muy negativo. Lo de hoy puede repetirse, pero no lo de diciembre, y… mira, si te quedas más tranquilo, te propongo algo: la próxima vez que se nos rompa un condón, nos planteamos en serio pasarnos a los anticonceptivos hormonales, ¿te parece? Así nos dará tiempo a ahorrar y prepararnos. Podemos ir investigando poco a poco, cuando descansemos de hacer la lista de cosas que hacer en Barcelona. ¿Te apetece?
               -¿Y si nos pasa pronto?
               -¿Cada cuánto te pasaba a ti?
               -No lo sé, Sabrae. No llevaba la puta cuenta, porque sinceramente me la sudaba. Lo único que quería era recibir un mensaje de la tía en cuestión cuando le bajara la regla. Pero nosotros tenemos mucho sexo. Muchísimo. No sabemos estar juntos sin terminar haciéndolo.
               -Pues ya me dirás qué hacemos, porque yo no quiero que eso cambie-ronroneó, acariciándome el cuello.
               -Yo tampoco quiero que eso cambie, pero también hay que tener en cuenta que, cuanto más lo hagamos, más nos la estamos jugando. Igual durante una temporada…
               -Como me digas “deberíamos renunciar a la penetración”, te pego, Alec. Y va en serio.
               -El sexo es más que la penetración, ¿sabes, Sabrae?
               -¿Me lo dices o me lo cuentas, Alec?-respondió, envarándose. En menos de un segundo, había pasado de estar acurrucada contra mi pecho a tener la espalda recta y estar mirándome a los ojos con la fiereza de un comandante cuyo ejército ha sido derrotado, y su escuadrón, capturado por el enemigo. No iba a ceder un milímetro, y yo lo sabía, pero había que intentarlo-. Literalmente eres quien me enseñó que se puede disfrutar con el sexo oral. Y tú también tienes la culpa de que descubriera la masturbación. Y todo eso está genial, pero…-miró mis manos en su cintura y paseó las suyas por las mías, ascendiendo por mi brazo hasta mi codo-. Nada se compara a cuando estás dentro de mí. A cómo nos miramos cuando estamos juntos, juntos. Tú haces que el sexo sea sagrado porque sólo contigo tengo esa conexión. Y si es sagrado es porque los dos sentimos placer a la vez. Nos lo damos el uno al otro a la vez. Hacemos lo que los dioses griegos, los dioses de tus ancestros, Al, querían que hiciéramos: buscarnos, encontrarnos, y juntarnos para estar completos. Y no voy a renunciar a cómo me siento cuando me miras a los ojos mientras me acaricias y te tengo dentro-negó con la cabeza, perseverante, mientras sus ojos buceaban en mi alma-. Empecé a creer en Dios por ti. Y ahora que sé lo que se siente cuando siento que está con nosotros, voy a luchar para que nadie me quite esa sensación.
               Tomé aire y lo solté despacio por la nariz.
               -Una parte de mí estaba deseando que te negaras rotundamente a que apartáramos a un segundo plano la penetración, pero… la verdad es que no me esperaba este discursito.
               -Soy hija de un compositor. ¿Qué querías que te dijera? ¿“Me encanta sentir tu polla en mi coño, Alec, machote, unga, unga”?-se burló, poniendo voz grave y los ojos en blanco, brincando sobre mis rodillas, y yo me eché a reír.
               -Eres tontísima, ¿lo sabías?
               -De tonta no tengo un pelo. Mira al chico al que he conseguido. Soy la chica más espabilada de todas las que te has llevado a la cama.
               -A veces siento que es a ti a la única a la que me he llevado a la cama-respondí, dejándome llevar, y Sabrae chasqueó la lengua.
               -Pues para ser virgen, la verdad es que en nuestra primera vez estuviste de cine-coqueteó, acariciándome de nuevo los brazos. Me la quedé mirando a los ojos.
               -Sabrae. Tienes diez segundos para levantarte de mi regazo, o sí que le daremos trabajo a la píldora, después de todo.
               -¿Sólo diez?-replicó ella, dándome un toquecito en la nariz-. Vaya, estoy perdiendo facultades.
               Los dos contamos mentalmente hasta diez, mirándonos a los ojos, retándonos con la mirada. Y, cuando llegamos a nueve, Sabrae soltó una risita adorable, se levantó, y volvió a sentarse frente al espejo de su tocador. Me dejé caer en la cama y exhalé un bufido por el calentón que llevaba encima, y ella volvió a reírse.
               -Joder-gruñí-. Qué vida me espera.
               -No lo sabes tú bien-contestó ella, aplicándole a su sonrisa un poco de brillo de labios que hizo su boca aún más apetecible, y que puede que sí, o puede que no, terminara rodeándome la polla esa misma tarde. Ni confirmo, ni desmiento. La verdad es que no podía pararme a pensar en ello: estaba demasiado ocupado pensando en lo que acababa de decirme.
               Ella, la reina del feminismo, de la independencia y del empoderamiento femenino, diciéndome a mí, la viva representación de la doble moral del machismo, viviendo mi vida sexual sin que nadie me juzgara, pidiéndole que se atara a mí, algo que estaba seguro de que Sabrae siempre había pensado que no le diría jamás a nadie: que sólo estaba completa cuando estábamos juntos.
               Y todavía me da vales para decirme te quiero... como si no me lo dijera todos los días, cada vez que me mira. Lo de esta cría es de lo que no hay.




¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

1 comentario:

  1. A pesar de que no ha pasado algo relevante en el capítulo de hoy me ha gustado mucho la faceta que se ha visto de Sabralec a los ojos de sher y zayn. Me ha gustado mucho como se han enfrentado a ellos super consolidados como pareja y tmb como Alec ha introducido el tema de los anticonceptivos para hombres. No sé, han sido dos cosas súper pequeñitas pero con mucho significado creo yo. DESEANDO LEER EL SIGUIENTE Y LA COGORZA DE ALEC.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤