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Me había costado Dios y ayuda que Scott me prestara su
chupa de cuero favorita, pero cuando me fui de su habitación con un
encogimiento de hombros y un sutil “bueno, no pasa nada, seguro que Alec también tiene”, le había faltado
tiempo para entregármela farfullando sobre lo mucho que había llorado con
respecto a que no quería que Alec le sustituyera y la alegría con que lo estaba
haciendo ahora.
No
había podido evitar reírme y plantarle un beso que, por suerte para mi hermano,
todavía no dejaba huella al no haberme echado aún el gloss que tanto me gustaba, pensando en lo mucho que iba a echarlo
de menos cuando se marchara. Al día siguiente de que mamá consiguiera revocar
su expulsión, sus amigos lo habían acompañado al instituto, habían entrado en
piña, una manada de lobos que examina desde las montañas los rebaños de ovejas
de los valles, y se lo habían llevado derechos al pasillo de Eleanor, donde
ella, sin tener ni idea, estaba charlando con Mimi cuando gritaron su nombre
desde la parte alta de las escaleras por las que se descendía al pasillo de los
alumnos de su curso. Scott y ella habían hecho oficial su relación dándose un
apasionado beso delante de todo el curso de Eleanor, mientras Mimi se retiraba
a un discreto segundo plano y Tommy disfrutaba viendo lo felices que se hacían
el uno al otros y lo equivocado que había estado intentando separarlos.
Aproximadamente
en el mismo momento en que esto sucedía, una notificación de un correo
electrónico nuevo aparecía en la pantalla del móvil de mi hermano. La remitente
era Lauren Parrish, una de las organizadoras del concurso al que él, Tommy,
Diana, Layla y Chad habían mandado una audición que Scott no había querido
enseñarme, diciendo que habían pasado la fase de preselección y dándoles
información sobre el primer cásting presencial que tendrían que hacer.
El
tiempo que pasé pensando que Scott iba a quedarse en casa después de que lo
readmitieran en el instituto fue el mejor de mi vida: literalmente, todo
encajaba. Mi familia seguía unida y no había visos de que eso fuera cambiar en
un futuro inmediato (porque para mí, finales de junio o principios de agosto no
era un futuro inmediato), mi grupo de
amigas estaba más unido que nunca y tenía un chico que bebía los vientos por
mí, que me hacía sentir protegida, querida y, sobre todo, correspondida, como
no me lo había sentido nunca. Nada podía salirme mal.
Cuando
Scott nos anunció que pretendían seguir adelante con el grupo, creí que todo mi
mundo se desmoronaba, pero conseguí recomponerme diciéndome que, si ya me había
hecho a la idea antes, bien podía sobrevivir a una nueva desilusión. Ya sabía
lo que era valorar los momentos con mi hermano como si fueran los últimos, y
ahora que había vuelto a darlo por sentado en mi vida, esos momentos tenían
incluso más importancia para mí. Además, estaba la sutil diferencia de que
Scott no se marchaba porque no tuviera otra alternativa: lo hacía porque quería. No necesitaba escapar de una
falta de futuro, sino que simplemente iba a probar una alternativa que se le
había presentado y que puede que le hiciera tan feliz como sus planes
originales de ir a una buena universidad, estudiar una ingeniería
complicadísima, hacer prácticas en algún centro espacial y, con suerte, ir
ascendiendo poco a poco hasta finalmente conseguir convertirse en astronauta.
A fin
de cuentas, podía experimentar la misma sensación de ingravidez estando en el
espacio que subido a un escenario. Y siempre me quedaría el orgullo de verlo en
televisión, subiendo puestos con los demás en la clasificación del programa,
avanzando gala tras gala hasta llegar a la final, donde se coronaría vencedor
(no tenía ninguna duda de que se las apañaría para pasar por encima de Eleanor,
porque por mucho que Eleanor fuera Eleanor, Scott es Scott y nadie puede competir contra eso), y pensar en la suerte que
tenía de ser su hermana un poco antes de lo que planeaba. Scott siempre me
hacía sentir orgullosa, pero mi orgullo era el propio de una hermana pequeña
que ve a su hermano incapaz de meter la pata, así que no tenía mérito que me
sintiera así respecto a él, ni tampoco mucha ciencia que lo exteriorizara; sin
embargo, cuando Scott empezara a tener éxito y yo pudiera verlo triunfar, no
pararían de llegarme preguntas a mis redes sociales sobre si me sentía
orgullosa de él, y yo podría explayarme explicando que siempre había sabido que
le esperaban cosas grandes.
¿Iba
a echar de menos a mi hermano? Por supuesto. Si ya lo hacía de pequeña, cuando
me dejaba sola en casa porque tenía que ir al cole siendo yo un bebé, o cuando
yo estaba en preescolar y él estaba ya en otro edificio, separados por una
valla, también lo echaría de menos cuando dejara de dormir en casa. Si ya lo
echaba en falta cuando no comía o cenaba sentado en nuestra mesa porque se
había ido a casa de Tommy, más lo extrañaría cuando no viniera a cenar durante
una larga temporada.
Pero
me había hecho a la idea de que Scott también tenía derecho a tener sueños, y
si quería ser un cantante famoso, yo no tenía ningún derecho a cortarle las
alas. Además, estaba papá. Después de Tommy y Scott les dijeran a papá y Louis
que querían seguir sus pasos y del caos y la preocupación que había seguido esa
confesión, y tras unos días rumiando la información que le había dado mi
hermano, mi padre había encontrado una nueva luz. Desde que Scott había
atravesado la pubertad y su relación había cambiado, una parte de mi padre se
había convencido de que los errores de su pasado habían manchado tanto a imagen
que Scott tenía en su cabeza que no quería parecerse en nada a él, que
detestaba su aspecto por ser su viva imagen, y que, secretamente, deseaba no
ser su hijo. Una parte muy pequeña de Scott deseaba no ser un Malik; papá
estaba convencido de ello. Y que Scott de repente lo usara como faro en la
distancia para no estrellarse contra la costa le había dado un nuevo motivo
para sonreír.
Papá
y Scott estaban un poco más unidos de lo que lo habían estado los últimos años;
no tanto como cuando Scott era pequeño y papá era su héroe, pero sí lo
suficiente como para que yo disfrutara viéndolos. Aunque no interactuaran de
ninguna manera, aunque no hicieran el más mínimo gesto de reconocimiento de que
el otro estaba allí, como cuando se cruzaban porque uno iba a por agua a la
cocina y otro salía con tentempié, o cuando uno se dirigía al jardín para
aprovechar el sol y leer mientras el otro escribía en el comedor, o simplemente
cuando se sentaban a ver la televisión juntos, yo notaba que la energía entre
ellos había cambiado. Todo gracias al programa.
Supongo
que cuando sabes que una persona va a dejar de ser un elemento recurrente en tu
vida, decides dejar de lado los roces y te centras en disfrutar de su compañía,
incluso en el silencio. De la misma manera que un personaje al que no
soportabas cuando era protagonista vuelve a modo de secundario tras varias
temporadas de ausencia, papá, y sobre todo Scott, se estaban reconciliando el
uno con el otro de una forma preciosa.
Eso
no quitaba que no chocaran de vez en cuando, o que Scott y yo no nos
peleáramos, o que no lo hiciera con Shasha, pero todo era… no sé, distinto.
Agridulce. Pero por lo menos, ahora, mi hermano ya no estaba apagado, así que
tampoco necesitaba apoyarse tanto en Tommy para poder seguir adelante, lo cual
le permitía hacerme de rabiar de vez en cuando.
-Sí,
camélame-me gruñó cuando le di el beso tras arrebatarle la chaqueta-, pero no
pienso dejarte la chupa para que te la quedes cuando me vaya.
-Seguro
que tú lloras más que yo cuando te llegue el momento de marcharte.
-Sí,
de alegría por dejar de ver tu careto-contestó Scott sin mirarme, y a
continuación se giró-. Llevo teniendo un forúnculo casi quince años; no me
puedo creer que me vaya a librar de ti por fin.
-Siempre
puedo plantarme en primera fila con un cartel que ponga “Scott desafina como un
cochino moribundo” para que no sufras tanto por nuestra separación.
-¿Tendrás
tiempo de hacer los carteles? Digo, entre que te haces un piercing en el otro
pezón y luego me pides el mío, y tal-soltó. Yo me pasé la lengua por las muelas
y sólo pude soltar:
-Eres
un gilipollas.
Iba a
echar de menos los cortes de mi hermano, yo lo sabía. Incluso cuando me hartaba
de él, una parte de mí disfrutaba de lo que teníamos, porque quién sabe cuándo
volvería a disfrutar de momentos de camaradería como los que me unían a Scott
las noches que salíamos de fiesta. Tampoco es que hubiéramos salido mucho
juntos, pero siempre me había hecho gracia ver a los hermanos en las películas
protestando porque sus hermanas, a las que acompañarían por ahí, eran unas
pesadas que se pasaban demasiado tiempo maquillándose. Y ahora que empezaba a
tenerlo, Scott estaba a punto de irse: con razón quería rabiarlo todo lo que
pudiera.
Scott
puso los ojos en blanco cuando me vio bajar las escaleras tambaleándome sobre
mis botas de plataforma de ante, los pantalones de cuero ajustados, su chaqueta
sobre mis hombros, y el bañador blanco de BAY WATCH en letras rojas que había
llevado la vez que Alec me prestó sus atenciones especiales sobre la mesa de
billar, desde lo que parecía haber pasado un siglo.
-Ya
era hora-gruñó cuando por fin me decidí a bajar, después de aplicarme un poco
de gloss transparente sobre el
pintalabios rojo, para darle un toque especial a mi boca que sabía que Alec
apreciaría-. Has tardado una puta hora en ponerte tus malditos potingues.
-Me
estaba acicalando-ronroneé, cruzando las piernas y apartándome el pelo, que
llevaba suelto, del hombro-. No todos los días una sale de fiesta por el
centro.
De
hecho, era mi primera vez. Cuando Alec me había propuesto el plan, había
tardado aproximadamente cinco segundos en aceptarlo.
-¡Sí,
sí, sí! ¿Ya tenéis el itinerario planeado?
-Eh,
Saab… que vamos de fiesta, no en un circuito por el extranjero-rió Alec, con
las piernas estiradas en el metro.
-Bueno,
pero es que ¡hay tantos locales! Yo no sabría con cuál quedarme.
-Pues
con el que más nos apetezca. Es el centro, no Siberia-él volvió a reírse.
Estaba tan acostumbrado a salir por el centro porque ahí había sido donde Scott
se había ligado a Ashley que ya no le despertaba el mismo entusiasmo que a mí,
que me encontraba ante algo nuevo, desconocido y excitante. Había oído tantas
historias de lo que sucedía en el centro que tenía las expectativas por las
nubes. Cuántas veces habíamos planeado mis amigas y yo bajar al centro,
divertirnos a lo grande en las discotecas de varias plantas, que pintaban el skyline con el arcoíris, bebernos todo
lo que nos pusieran por delante en las azoteas a la luz de las estrellas
ahogadas por la contaminación lumínica, gritar a pleno pulmón en conciertos
celebrados en bajos, conocer a un montón de chicos (y chicas) y enamorarnos de
ellos aunque sólo fuera por una noche. Cuántas veces mis amigas y yo habíamos
hablado de…
-Oh,
espera… había olvidado que Momo, Taïs, Ken y yo nos habíamos prometido que
bajaríamos juntas al centro por primera vez-respondí, desinflándome en el
asiento. Le había pasado una pierna por encima de las suyas, y en ese momento,
con el rechazo, se la quité. Me dolía mucho decirle que no, sobre todo porque
me daba la sensación de que nos lo pasaríamos en grande, pero una promesa es
una promesa. La relación de Alec y las chicas era cordial, y no quería causar
tiranteces por considerar alguna de las partes que había una predilección por
mi parte. No era así. Tanto mis amigas como Alec eran esenciales, y si uno de
los dos me faltaba, mi vida se iba a la porra.
Y ya
estaba pasando demasiado tiempo con Alec como para…
-Puedes
decirles que vengan, si quieren-ofreció Al, y yo me lo quedé mirando.
-¿Me
lo dices en serio?
-Claro.
Si tienen bastantes ahorros para aguantar el ritmo al que vamos a tirar el
dinero… las bebidas son caras ahí abajo, ¿sabes?-rió él, que ya iba pensando en
la borrachera que tenía pensado pillarse al día siguiente.
-¿De
veras que no te importa?
-Eh,
son tus amigas, bombón. Me tendré que llevar bien con ellas, ¿no? Y yo cuando
estoy borracho soy tope simpático.
-Tú
lo eres siempre, amor-ronroneé, dándole un beso en la mejilla a modo de
agradecimiento. Que las chicas y Alec salieran juntos por mí era mejor regalo
de San Valentín que cualquier otro que Alec pudiera hacerme. Aunque el colgante
que había cambiado esa tarde y que ahora llevaba al cuello con orgullo estuviera
muy, muy cerca.
Mamá
y papá se despidieron de nosotros con sendos besos en la mejilla para mí, y un
beso de mamá y una revoltura de pelo de papá para Scott, que protestó por
inercia, pues su rapada hacía que nadie pudiera despeinarlo ya. Cuando salimos
de casa, prácticamente brinqué en dirección al lugar en el que habíamos quedado
con el resto de los chicos. Descubrí que mis amigas ya habían llegado, igual de
arregladas que yo: incluso destacábamos sobre los demás, que iban un poco más
cuidados que cuando salían por nuestro barrio, pero que ya no tenían la ilusión
de salir por primera vez. Chillé en cuanto vi las trenzas en degradado de
Taïssa, pasando del azul al lila a medida que se acercaban a las puntas del
pelo, y dejé que Kendra me manoseara el pelo mientras Momo se reía y presumía
de su semirrecogido con moñitos a lo mini Mouse. Se había obsesionado con ese look cuando vimos After una noche que estábamos aburridas, y llevaba desde que
habíamos visto la película usándolo cada vez que se le presentaba una ocasión
de ponerse más guapa.
-¿Llevas
sujetador, Sabrae?-rió Momo por lo bajo cuando le di un abrazo un poco más
fuerte que a las demás; a fin de cuentas, era mi mejor amiga, mi preferida. Le
saqué la lengua y ella silbó-. ¡Vaya! ¡Alguien no ha venido a jugar esta noche!-se volvió hacia Kendra y Taïssa,
que se echaron a reír. Mis amigas eran las únicas que sabían de mis planes para
aquella noche: portarme muy, pero que
muy mal con Alec, y pasármelo muy, pero que muy bien con él. Cuando habíamos ido a la farmacia a por la píldora
del día después la tarde anterior, Alec había bombardeado a la farmacéutica con
un millón de preguntas sobre el tiempo que debía pasar antes de ingerir alcohol
(más del que nos gustaría), su tiempo de efectividad y las posibilidades de
fallo que tenía. Ninguna respuesta le satisfizo, ni siquiera cuando la
farmacéutica respondió, un poco harta de su insistencia, que podía tomármela
“hasta 72 horas después del coito”.
-¿Has
oído cómo lo ha llamado? “El coito”-Alec hizo un mohín, negando con la cabeza.
-Es
su nombre científico.
-¿Tengo
yo pinta de biólogo? Lo que hacemos es follar, no el coito.
-No
se “hace el coito”, Alec, se “practica el coito”. Hay que leer un poco más-le
saqué la lengua y me reí cuando él puso los ojos en blanco.
-No
hay nada en los libros que pueda interesarme.
-Hay
libros eróticos.
-Prefiero
el porno mil veces. Donde esté el ver, que
se quite el imaginar.
-Eso
es porque no has leído un buen libro erótico. Si el libro es lo bastante bueno,
te calientas tanto y estás tan mojada que se te hace imposible no masturbarte.
-Ah,
bueno, entonces, como ávida lectora de porno que eres, seguro que ya estás
familiarizada con la sensación que te embarga cada vez que me ves, ¿no?
-Bueno,
si te soy sincera, cuando me toco te imagino un poco mejor. Más… no sé-le
dediqué una sonrisa oscura-, grande.
Alec
me atrajo hacia sí, en plena calle, y me puso una mano en su paquete.
-¿Esto
no es lo suficientemente grande?-preguntó, y yo me eché a reír y aparté la mano
de él, haciéndome la loca, fingiendo que no había visto a las ancianitas
mirándonos escandalizadas.
Alec
lo dejó pasar durante unas manzanas, probablemente porque había notado el rumbo
que estaba tomando la conversación, pero cuando por fin se notó más calmado,
volvió a la carga, hablándome sobre lo preocupado que estaba con el tema de la
píldora y las ganas que tenía de que llegáramos a casa para que pudiera
tomármela esa misma noche.
Pensé
que se querría quedar para asegurarse de que me la tomaba, como me había confesado
que hacía con el resto de chicas que se habían visto en la misma tesitura que
yo (“quiero asegurarme de que lo hacen, Sabrae; hasta donde yo sé, tu madre
pudo no habérsela tomado y darle en la boca a tu padre. Yo no quiero que me
aparezcan nueve meses después con un crío. Tengo preocupaciones. Soy de clase
obrera”, me había dicho, pero se quedó callado cuando yo le recordé que
nadie de clase obrera tenía una bañera en su casa en la que entraran
cómodamente cuatro personas), pero se despidió de mí en el porche de mi casa,
dándome muchos besitos, diciéndome que le encantaba que hubiera cambiado el
colgante de mi inicial por la suya, que se lo había pasado genial y que
definitivamente teníamos que volver a probar lo de hacerlo en los baños de un
centro comercial.
-Eres
un salido-me reí, apartándole la cara.
-Es
que estás tan buena…-gruñó-. Te comería enterita-me enganchó de la cinturilla
de los vaqueros y tiró de mí para besarme. Era un subidón de autoestima
importante que Alec, que estaba tremendo,
no parara de recordarme que estaba buenísima. Seguro que eso tenía relación
directa con la facilidad que yo tenía para bajarme las bragas para él.
No
había querido pasar, aludiendo que su madre le estaba esperando en casa y se
ponía nerviosa si tardaba mucho en llegar. Necesitaba saber cómo trataba a la
que ella llamaba “su princesita”, y como el examen era bastante largo y estaba
hambriento, sería mejor irse ya. Me recordó que me tomara la píldora, yo balé
un “que sí, pesado”, nos dimos un par de picos más, papá me instó a entrar y
nos despedimos fogosamente con un último, lento, húmedo y largo beso y un par
de “me apeteces”.
Después
de que él desapareciera engullido por la oscuridad en mi calle, troté dentro de
casa y me fui derecha a ver a mamá, que estaba regando con mimo sus orquídeas.
Tamborileé con la cajita de la píldora sobre la mesa y ella me miró.
-¿Alec
no se queda a cenar?
-Cena
en su casa.
-¿Tienes
hambre? Me suena que eso hay que tomarlo con el estómago lleno, pero tu padre
está aún con la cena. Tardará un rato, ¿quieres que te haga una tortilla
francesa?
-Puedo
hacérmela yo.
Mamá
se quedó parada, observándome.
-Ajá.
-Mamá,
mañana voy a beber.
-Oh.
¿Vas a salir?
-Sí,
por el centro. Con Alec y sus amigos. Por eso voy a beber. Quiero toda la
experiencia.
-Bueno.
-¿Sabes
lo que te quiero decir?
Mamá
suspiró.
-Mira,
Sabrae… ya eres mayorcita. Yo sólo quiero que tengas cuidado con lo que haces,
¿vale? ¿Lo entiendes?
-Sí.
Lo entiendo. Gracias, mami-troté hacia ella y le di un beso en la mejilla-.
Sólo quería que lo supieras, para que me dieras tu opinión.
-Mi
opinión es que siempre vas a ser mi niñita. No importa los años que tengas,
siempre vas a ser ese bebé precioso que tanto me gustaba coger en brazos y que
chapoteaba como loca en el agua cuando nos dábamos un baño.
-Bueno,
pero no hay prisa por repetir esa estampa-me reí, acurrucándome contra ella,
mimosa.
-Por
Dios, ¡no! Mi bebé no puede tener ningún bebé ahora. Ni de broma. Eres
demasiado joven, pequeñita.
Así
que tenía el beneplácito de mi madre para hacer lo que tenía pensado hacer, lo
cual era importante para mí. Me había estado informando por mi cuenta y, según
mis cálculos, me faltaban aún una semana completa, como mínimo, para ovular,
así que estaba fuera de peligro.
Con suerte,
Alec estaría tan contento por que estuviéramos todos juntos y se lo estaría
pasando tan bien, que no me echaría la bronca por jugármela de esa manera y no
tomar la píldora hasta que me despertara el sábado por la mañana, resacosa y
destruida.
-Hablando
del rey de Roma-se burló Kendra, que fue la primera en ver aparecer a mi chico
en la esquina. Alec abrió los brazos cuando apareció bajo la luz de la farola y
gritó:
-¿¡Se
sale o qué, hijos de puta!?
Mimi
venía detrás, en un discreto segundo plano, y saludó con la mano y un sonrojo
cuando el resto del grupo la miró. Estaba guapísima, con un mono de terciopelo
negro con brillos plateados. Eleanor lanzó un gritito cuando la vio.
-¡Te
lo has puesto, al final!
-Me
has hecho chantaje-le recriminó Mimi-, claro que me lo iba a poner.
-Qué
poco mundo tenéis, niñas-protestó Alec-. Cómo se nota que aún no habéis cogido
una borrachera como Dios manda. Cuando las chicas os queréis mamar bien, os
ponéis minifalda sin medias para poder mear tranquilas.
-Yo
no me voy a emborrachar-protestó su hermana, tremendamente ofendida-. Eso te lo
dejo a ti, alcohólico.
-Joder,
¡y tanto que voy a ser alcohólico esta noche, coño! ¡La que voy a coger va a
ser pequeña!-anunció, dando un brinco con las manos apoyadas en los hombros de
Jordan.
-Ni
de coña, Alec. Estoy hasta los huevos de tener que vigilarte-gruñó Bey,
poniendo los ojos en blanco.
-Pues
no me vigiles. Total, para el caso que te iba a hacer-Alec se echó a reír y le
dio un sonoro beso en la mejilla a su amiga-. ¡Ay, Reina B, estoy hypeadísimo! Hace la tira que no salimos
por el centro, ¡veréis la que se arma hoy!
-Uf,
Sabrae-Tommy se volvió para mirarme-. Lo siento por ti, de verdad. Te va a
tocar la chapa de hacerle de niñera, y él es un demonio cuando se emborracha.
-Sí-Max
se echó a reír-. Cuando Alec anuncia que Alec va a coger una borrachera,
¡cuidado con la borrachera de Alec! Hay que ponerle correa, porque lo pierdes
cinco minutos de vista y te aparece en Taipéi, porque se marchó no se sabe
cómo, cogió un vuelo no se sabe con qué dinero, y acaba en Asia, como mínimo.
-A
ver, Asia tampoco-protestó Alec-, no me la asustéis. Sólo llegué hasta Atenas,
es que el espacio Schengen está hecho a prueba de borrachos-protestó.
-Entonces,
¿cancelamos lo de la correa?-pregunté, y clavé los ojos en los de Alec-.
Lástima-chasqueé la lengua-. Me estaban viniendo imágenes muy prometedoras a la
mente.
Alec
me escaneó de arriba abajo, de repente consciente de que hoy no era una noche
cualquiera en la que salía con sus amigos, sino que también iba a acompañarlos
yo, y se relamió. Se acercó a mí como un cazador, y por un momento el Alec que
había sido y yo había detestado durante toda mi vida asomó bajo la luz de
aquella farola… la diferencia estaba en que, ahora, en lugar de ponerme furiosa
la forma en que me miró y se me acercó, lo que me puso es cachonda.
-Joder,
bombón, estás increíble-alabó, y yo
me hinché como un pavo. Le dediqué la más radiante de mis sonrisas y jadeé con
alegría cuando me enganchó de la cintura y me pegó contra él-. Y yo que tenía
muchísimas ganas de salir hoy, y ni siquiera te había visto así. Joder-metió la
cara en mi cuello e inhaló mi perfume, acariciando mi piel desnuda con la punta
de su nariz, mandando un escalofrío por mi columna vertebral que terminó en
forma de fuegos artificiales en mi entrepierna. Apreté instintivamente los
muslos, lo cual ejerció presión en el de Alec, que sonrió-. Con las ganas que
tenía de follarte –pronunció aquella deliciosa palabra acariciando el lóbulo de
mi oreja con sus labios, y noté cómo mi sexo se abría y mis pezones se
endurecían– en el baño de Asgard, y al final igual ni llegamos a coger el
bus-gruñó.
-Y,
¿quién dice que sólo podamos echar un polvo esta noche?-pregunté, enarcando la
ceja, separándome de él para mirarlo, y Alec sonrió. Su sonrisa de Fuckboy®. La
que hacía que toda fémina de Londres se postrara a sus pies a adorarlo.
Bien,
pues ya podían hacer cola esas zorras, porque él era sólo mío.
-¡Esta
es mi jodidísima chica!-celebró, mordiéndose el labio, y yo me mordí el labio,
y él se lo mordió más, y yo me lo relamí, y mm… casi podía saborear mi
excitación de su boca después de que él bajara hasta abajo y me diera placer
con su lengua. La noche prometía. Hacíamos bien estando emocionados.
-Pero
nos tendremos que dar prisa en echar todos los polvos, antes de que te
emborraches tanto que no te tengas en pie-me burlé, jugueteando con su pelo, y
él chasqueó la lengua.
-No,
no, cariño. Vas a ver cómo soy yo cuando estoy borracho y cómo follo, y vas a flipar, nena. Te lo digo yo. La garantía
de orgasmos de la casa está operativa las 24 horas el día, los 365 días del
año-ronroneó en mi oído, mordisqueándome el cuello, y yo jadeé-. ¿Estás lista
para la exhibición? Porque esta ropa me trae recuerdos geniales-metió un dedo
por debajo del tirante del sujetador y sonrió entre dientes-, pero para lo que
yo quiero hacerte, puede que nos estorbe un poco y tengas que terminar desnuda.
¿Te resulta un inconveniente?
-Inconveniente
sería que yo abriera las piernas y tú no te metieras inmediatamente entre
ellas, porque si te piensas que me he puesto esta ropa para que me
desnudes-meneé la cabeza a un lado y otro, como un tiburón eligiendo a su presa
entre un banco de peces-, estás en lo cierto.
Alec
se echó a reír, y cuando yo hundí los dedos en su pelo, él tiró del tirante y
lo soltó, haciendo un ruido que atrajo la atención de todos, y que vino
acompañado de una protesta por mi parte.
-¡Au!
-Bueno,
¿estamos todos? No quisiera tener que hacer esperar más a esta preciosidad-me
guiñó un ojo, me puso una mano en la cintura cuando se giró para mirar a sus
amigos, y me dio una palmada en el culo.
-Falta
uno-anunció Bey-. El más importante. Logan.
-Qué
raro-Scott frunció el ceño-. Logan no suele llegar tarde.
-¿Vamos
a por él?-sugirió Diana-. Seguro que agradece el gesto. Hoy por la mañana
parecía bastante apagado.
-En
marcha, chavales-instó Alec, y me dio una palmada en el culo a modo de inicio de marcha.
-¿Te
importaría dejar de usarme como instrumento de percusión?
-Es
que me encanta el ruido que hace tu cuerpo cuando choca contra el mío,
nena-ronroneó Alec.
-Me
voy a callar lo que me encanta de ti entonces, Alec.
-Oh,
por favor, cuéntamelo. Me tienes en ascuas, bombón.
-Precisamente
eso: que estés callado.
-¿Porque
tengo tu coño en la boca y no puedo hablar? Tranquila, nena, que todo se puede
arreglar-me guiñó un ojo mientras yo lo fulminaba con la mirada al escuchar las
risas de mis amigas, que ya empezaban a quererlo un poco más. Esas zorras… ya
no estaba tan segura de alegrarme de que vinieran con nosotros. Sospechaba que,
si Alec bebía lo suficiente, terminaría haciéndose íntimo de las perras de las
chicas, e intercambiarían secretos como los niños intercambian cromos en el
patio de colegio.
No
tardamos mucho en llegar casa de Logan,
lo cual mis pies agradecieron. A pesar de que llevábamos un ritmo rápido, lo
aguanté bastante bien gracias a las cuñas, que me convertían en una especie de
velocirraptor sin escamas, y el firme brazo de Alec en mi cintura, tirando también
de mí y evitando que me cayera con los baches que había en la calzada, y que el
ayuntamiento debería arreglar urgentemente.
Logan
vivía al final de una calle, en una de esas típicas plazas redondas en las que
perfectamente podría haber una rotonda que tanto recordaban a los barrios
residenciales estadounidenses, como Diana pudo comentar. Karlie y Tam hicieron
los honores, atravesando el camino de entrada enganchadas del brazo mientras
los demás las esperábamos. Al mismo tiempo que la mayor de las gemelas llamaba
al timbre del último que faltaba en el grupo, la pequeña sacó su móvil y empezó
a teclear a la velocidad del rayo. No obtuvo respuesta.
Su
hermana, sí.
Bey
levantó la mirada del móvil con el ceño fruncido cuando Logan abrió la puerta
de su casa, la dejó entreabierta y se quedó en su interior, hablando con Karlie
y Tam por una estrecha rendija. A pesar de la distancia y la barrera que era la
puerta, pude comprobar que no se había vestido como el resto de los chicos:
nada de camisa, vaqueros, Converse, o cualquier seña de identidad que hiciera
del estilo de Logan, el estilo de Logan. Es más, diría que incluso aún estaba
en pijama, y eso que ya pasaba un cuarto de hora de la hora en que habíamos
quedado.
Tam
empezó a levantar la voz, recriminándole a Logan que siempre hiciera lo mismo,
que la tenía harta, que estas cosas se avisaban… Logan escuchó sus gritos,
sumiso, y no hizo ademán de defenderse, mientras Karlie trataba de aplacar la
ira de su amiga. Tam se dio la vuelta sobre sus tacones y atravesó el camino
que conectaba la puerta de la casa con la pequeña plaza a grandes zancadas.
-Nos
vamos-ordenó, y todos fruncimos el ceño.
-Pero…
falta Logan-discutió Tommy, que si bien era el pequeño del grupo, era la voz de
la razón.
-Dice
que no viene. Bueno, pues peor para él. Yo no pienso quedarme sin bailar por su
culpa, estoy harta de que siempre haga lo mismo. Lo único que lamento es que
hayamos venido hasta aquí a buscarlo, cuando ni siquiera se ha dignado a enviar
un mensaje por el grupo inventándose una excusa-siguió despotricando con su
hermana, pero yo no pude escuchar lo que decía, porque Alec me arrastró en
dirección a la puerta de casa de Logan, enganchando a Mimi por el camino, y
llamó con insistencia al timbre.
-Ya
os he dicho que no pienso ir-gruñó Logan al otro lado de la puerta, donde se
había quedado seguramente para confirmar que nos habíamos marchado escuchando
nuestros pasos alejándose.
-A mí
no me has dicho nada-respondió Alec en un tono que pocas veces le había
escuchado usar: severo, pero de manera distinta a como me hablaba a mí. Estaba
cabreado, y por la forma en que su pecho subía y bajaba, intentando
controlarse, y el cambio de la energía en el aire y de la actitud del resto del
grupo, sospeché que Alec no era de los que se enfadaban con sus amigos con
facilidad. Jolín, si la primera vez que lo habían visto cabreado de verdad fue cuando Scott y Tommy
llegaron a las manos, hacía alrededor de un mes. Que yo fuera capaz de sacarle
de sus casillas con la facilidad de quien corta mantequilla no significaba que
Alec no tuviera paciencia y se tomara las cosas de otra manera con sus amigos:
a mí tenía que cuidarme y protegerme, mientras que a ellos tenía que apoyarlos,
simplemente.
-Alec-jadeó
Logan. Carraspeó y, tras reponerse, se disculpó-: no me encuentro bien.
-Y
peor que te vas a encontrar mañana-sentenció Alec-, con la resaca que te va a
dar la borrachera que vas a pillar esta noche.
-No
pienso ir a ningún sitio-replicó Logan, pero ya no sonaba muy convencido.
-Abre
la puerta, Logan.
-No.
-Logan,
sabes que soy capaz de echar la puerta abajo-le recordó Alec en tono elocuente,
como si estuviera haciéndole ver por qué el sistema operativo de los iPhone era
mejor que el de los Samsung.
Tras
un instante de vacilación, finalmente Logan giró la manilla de la puerta y se
asomó al porche. Sus pupilas se contrajeron cuando nos vio a Mimi y a mí de pie
al lado de Alec.
-Ajá,
así que ya no te parece tan buena idea plantarnos a todos después de ver a Mimi
y Sabrae, ¿no es así? Vete a vestirte, Logan.
-Me
apetece salir de fiesta tanto como tirarme al Támesis.
-Bueno,
supongo que tirarte al Támesis es un buen entrenamiento para ser nadador
olímpico… espera, ¿has puesto la cadena en
la puerta?-constató Alec al ver que había algo dividiendo la cara de Logan en
dos. Logan se revolvió, incómodo.
-Ha
habido robos esta semana en mi calle.
-Logan,
quita la cadena y abre la puta puerta antes de que te la eche abajo junto con
el resto de tu casa. Sé un hombre, hazme el favor-ordenó Alec, y antes de que
yo pudiera echarle en cara lo horrible de esa expresión, “sé un hombre”, Logan
suspiró, cerró la puerta, descorrió la cadenita y volvió a entreabrirla. Alec
apartó la mano de mi cintura para empujar la puerta y abrirla de par en par.
Examinó a Logan de arriba abajo, que llevaba puesto un pijama de franela, de
esos que no te quitas ni de broma en una tarde fría de invierno, y unas
zapatillas de cuadros escoceses muy de abuelo. Logan se retorció los dedos, de
repente consciente de que estaba desafiando al alfa de la manada sin haberlo
pretendido siquiera.
Alec
ascendió lentamente de los pies de Logan a sus rodillas; de ahí, a su cintura,
de su cintura a su pecho, y de su pecho, a su cara. Fue el típico escaneo al
que te someten los guardias de seguridad racistas de un aeropuerto cuando tu
color de piel no es el que ellos consideran adecuado; nada tenía que ver con
las veces en que me había mirado así. A pesar de que a mí también parecía
querer comérseme cuando sus ojos se encontraban con los míos de la misma manera
que se encontraron con los de Logan, no podía ser más diferente la razón:
conmigo, era por lujuria. Con Logan, por rabia.
-Tienes
5 minutos para subir a vestirte.
-No
quiero… salir, Alec-contestó Logan, amedrentado. Alec sonrió, se rascó la nariz
y asintió con la cabeza.
-Mira,
tío, los dos sabemos cómo va a terminar esto. Te vas a quedar aquí, intentando
discutir conmigo sobre tus planes para un viernes noche, y también intentando
convencerte a ti mismo de que no te apetece salir por ahí, emborracharte,
meterle la lengua hasta el esófago a un desconocido y olvidarte del gilipollas
de Bradley, durante los cinco minutos que te he dado de margen. Entonces,
cuando te enganche del brazo y te obligue a salir con tu pijama de abuelo de 78
años, te pondrás a gritar como una niña, tan agudo que ni siquiera Eleanor
podría llegar a los tonos que tú vas a alcanzar. Mira los brazos que mi madre
me ha dado, Logan-instó Alec, levantándolos-. ¿De verdad piensas que me va a
costar siquiera un poco arrastrarte hasta el centro? Soy boxeador, tengo brazos
como vigas y estoy dispuesto a utilizarlos.
Vale,
puede que me apeteciera arrodillarme y chupársela al escucharle decir eso. A
pesar de que Mimi lo miraba todo con ojos como platos, yo estaba demasiado
ocupada intentando no ponerme a babear con el festival de testosterona en el
que se hallaba sumido Alec.
Logan
vaciló. No parecía muy dispuesto a discutir con Alec (de hecho, no parecía
dispuesto a quedarse en casa, directamente), pero había algo que podía pasar
esa noche que le daba miedo, y el miedo es un inhibidor muy poderoso.
-Mira,
si necesitas un incentivo extra, aquí lo tienes: vamos a ir a ese club gay que
tanto te gusta, en el que lo vas a petar mientras yo te busco un novio, ¿qué te
parece?-Alec arqueó las cejas y Logan se relamió los labios-. Por mis cojones
que sales esta noche, Logan, como si te tengo que sacar rastras.
Logan
se quedó plantado en el sitio.
-Te
quedan tres minutos. Sube a vestirte, porque como cruce yo la puerta de tu
casa, verás la que te lío.
Logan
nos miró un segundo antes de volver a clavar los ojos en Alec y preguntar:
-¿Pueden
ser diez?
-Ocho.
Tira-instó mi chico, y cuando Logan cerró la puerta, Alec se giró con una
sonrisita de suficiencia, y abrió los brazos como DiCaprio en El lobo de Wall Street, y el grupo al
completo se puso a aplaudir.
-Así
es como se hacen las cosas, Tamika-le dio un codazo a la chica, que puso los
ojos en blanco-, pero tranquila, no todos son capaces de reproducir el método
Whitelaw.
-Métete
el método Whitelaw por donde te quepa, gallito-gruñó Tam, poniendo los ojos en
blanco. Eleanor se acercó a Mimi y le dijo que lo había hecho muy bien.
-Pero
¡si sólo me he quedado allí plantada mientras Alec le daba un repaso a Logan!
-Y
menudo repaso-ronroneé yo, enganchando a Alec de la camisa y empezando a
besarlo de una forma obscena, prometiéndole un millón de cosas para esa noche,
todas no aptas para menores.
-Aun
así, has sido muy valiente no echando a correr. Yo me habría ido corriendo en
cuanto Alec se puso en plan agresivo-rió Eleanor.
-Tampoco
me he puesto agresivo, El, simplemente he puesto a Logan en su sitio-protestó
Alec, poniendo los ojos en blanco.
-Deja
algo para después, Saab-instó Momo, enganchándome del brazo y separándome de
Alec para que pudiera pensar con tranquilidad.
-¿Es
broma? Me va a ser imposible no saltarle encima en el bus. ¿Has oído lo que ha
dicho? “Soy boxeador, tengo brazos como vigas, y estoy dispuesto a
utilizarlos”-me estremecí de pies a cabeza, y las chicas se echaron a reír.
-¿Quieres
que los utilice de alguna manera en particular?-rió Taïssa, y yo alcé las
cejas.
-Querida,
no hagas preguntas cuya respuesta pueda asustarte-le guiñé un ojo y me
arrepentí un poco de haberlas invitado cuando se pusieron a aullar, atrayendo
la atención de los demás que, por otro lado, también estaban dispuestos a
desfasar. En cuanto Logan salió de casa, ya vestido de forma un poco más
decente, Alec dio una palmada, se giró de un brinco y proclamó:
-¡Y
ahora, A QUEMAR LONDRES!
Al
principio, caminamos segregados, las chicas y yo separadas del resto por una
nube de intimidación, hasta que Diana se
volvió para esperarme, me abrazó los hombros, me dio un beso en la cabeza y me
dijo que se alegraba muchísimo de que fuéramos con ellos.
-Más
nos alegramos nosotras-respondió Kendra, riéndose, y cuando Alec se giró para
esperarme y me dio la mano, fue como si todo lo que había pasado desde que nos
dimos cuenta de que faltaba Logan no hubiera sucedido. Me abracé a su brazo y
le di un beso en el bíceps mientras él se reía y me hacía cosquillas en la
cadera, demasiado cerca de mi entrepierna como para que pudiera pensar con
claridad, pero no lo suficiente como para que sus amigos se metieran con
nosotros.
-¿Te
lo estás pasando bien?
-Ni
siquiera hemos cogido el bus aún, Al-reí.
-Sólo
preguntaba-él se encogió de hombros, fingiéndose ofendido.
-Vale,
papi. Sí, me lo estoy pasando bien-me apeteció añadir que siempre me lo pasaba
bien cuando estaba él presente, pero mis amigas estaban demasiado cerca: podían
oírme y tomarme el pelo, y no queríamos eso.
Llenamos
el bus y luego el metro con nuestros gritos y nuestras carcajadas: a pesar de
la diferencia de edad entre mi grupo de amigas y el de Alec, y la falta de
costumbre que teníamos de estar todos juntos, nos habíamos integrado a la
perfección unos con otros. Jordan escuchaba atentamente una historia que Momo
le contaba acerca del verano pasado en la playa, y sonreía cuando mi amiga no
podía continuar con su narración por culpa de las carcajadas; Kendra criticaba
a una famosa con Eleanor, Mimi, Tam y Max, y Taïssa estaba demasiado ocupada
intentando convencer a Diana, Tommy y Scott de que cantaran canciones de mi
padre durante el programa.
-¿Cuáles?
-¡Todas!-aplaudió
Taïssa, echándose a reír. A continuación, empezó a bombardearles con preguntas
acerca de qué día entrarían en el programa, cosa que daba por sentada (como
todos, en realidad), a quién elegirían como mentor (o más bien mentora, pues
había tres contra sólo un hombre, el creador del programa), y cosas más
técnicas, como si combinarían el vestuario o cada uno tendría su propio estilo,
si pensaban hacer bailes, si estaban considerando hacer una versión a capella…
-Aún
tenemos que entrar, Taïs-rió Tommy, y los ojos de mi amiga se iluminaron al
escuchar su diminutivo de labios de mi hermano de distinta madre.
-¡Por
supuesto que vais a entrar! Serían tontos si no os cogieran, ¡miraos!
-Sí,
Tommy, mírame-instó Scott, alzando
una ceja y mordisqueando el piercing. Diana le dio un toquecito en el pecho.
-Disculpa,
se refiere a mí.
Scott
y Diana se enzarzaron en una discusión sobre quién era el mayor atractivo de la
banda, y muy a mi pesar, me tuve que poner de parte de mi hermano. Vale que
Diana era una modelo internacionalmente conocida que ya tenía incluso su propio
fandom, pero Scott tenía madera de estrella del rock; además, Diana era
conocida por modelo, no por cantante. Scott, partiendo de cero, no tenía que
cambiar su registro, algo un poco complicado cuando ya tienes una carrera y una
reputación formada en una industria bastante diferente de la de la música.
Yo iba sentada sobre el regazo de Alec, con
las piernas cruzadas y balanceando un pie en el aire, escuchando los argumentos
de mi hermano para defenderse de los ataques de Diana, que se reducían a que
“tú eres un apellido; yo ya soy un nombre”. La verdad es que tenía un poco de
razón, pero mi hermano se metería a todo el mundo en el bolsillo en cuanto
abriera la boca. Era como su especialidad. Cuando Scott entra en una
habitación, eclipsa a todo el mundo; podía hacerlo incluso con una modelo. La
pobre Diana no tenía nada que hacer.
-Hazme
caso-gimoteó Alec, acariciándome la espalda por dentro de la camiseta,
haciéndome ver las estrellas con el mero contacto de la yema de sus dedos. Me
giré y le rodeé el cuello con los brazos, acariciándole la nuca con la yema de
los dedos. Esbozó una sonrisa preciosa al notar las cosquillas amorosas-. Así
me gusta.
Le di
un beso en los labios y lo estreché muy fuerte contra mi pecho. Él acomodó la cabeza
en el hueco entre el cuello y el hombro y extendió sus manos por toda mi
espalda, transmitiéndome su calor corporal.
-Estás
muy guapa.
-Gracias.
Tú también-susurré, dibujando figuritas en los músculos de su espalda. Era
verdad. Se había puesto una camisa azul celeste que me encantaba, vaqueros
oscuros y sus Converse blancas de cuero blancas. A pesar de que era el atuendo
normal de cualquier chico, e incluso lo había llevado en otras ocasiones, Alec
sabía llevarlo con un estilo del que no todos podían presumir. A esas alturas,
estaba convencida de que podía llevar un saco de patatas con la elegancia de un
rey que se presenta ante su corte todo engalanado.
-Me
alegro mucho de que me dejes ver tu primera vez en el centro-ronroneó,
besándome el punto en que mi hombro se unía a mi cuello, y yo me estremecí de
pies a cabeza.
-Va a
ser genial.
-Sí,
yo también tengo esa corazonada.
-No,
sol, yo estoy segura. Todo lo que tiene que ver contigo es genial, sobre todo
cuando son cosas nuevas-respondí, devolviéndole el beso. Noté que Alec no se
había puesto duro, y eso me gustó incluso más que si hubiera tenido una
erección. A pesar de que estaba literalmente subida a él, pegada a él, con
todos mis atributos a su disposición para que él los aprovechara como quisiera,
no se aprovechaba de mi cercanía, y le apetecían más unos buenos mimos que un
magreo prepolvazo.
-A
vuestras cosas-instó, pero en su voz escuché una sonrisa. Me incorporé y me
giré para ver que todos se habían quedado callados y nos miraban con diversión.
Le saqué la lengua a mis amigas.
-¿Nos
cambiamos de vagón para daros intimidad?-preguntó mi hermano, ganándose un
corte de manga por mi parte.
-Por
mí no hay inconveniente en que mires, Scott-replicó Alec-. Igual así hasta
aprendes algo.
Todos
se echaron a reír, incluido mi hermano, pero Mimi se puso colorada y se
escondió detrás de Eleanor, que se rió aún más de la reacción de su amiga.
Nos
bajamos en una parada mugrienta que yo no había visto nunca y que le podría dar
un infarto a mi madre si lo hacía sola, pero estando con Alec, Scott y los
demás, no me importó ver la suciedad. A Amoke, por el contrario, sí que la
impactó un poco; de ahí que Max le diera una palmadita en la espalda y le
dijera que no pasaba nada, que él se encargaba de que volviera a casa sana y
salva.
-Al
contrario que Alec, yo no soy un puto alcohólico, y pretendo acordarme de esta
noche.
-La
bebida me da memoria selectiva, Maximiliam, pero de lo importante ya te digo yo
que me voy a acordar-rió, atrayéndome de nuevo hacia él y besándome con
lentitud. Me estaba gustando ese Alec nocturno, desinhibido y un pelín canalla.
Me gustaba mucho a pesar de que esa
versión de Alec era la que había convivido conmigo durante tanto tiempo, y yo
había sido incapaz de tolerar.
Era
como si el surgir del metro fuera para Alec como una resurrección de entre los
muertos. Estar en el centro, de noche, rodeado de sus amigos como en los viejos
tiempos despertaba instintos latentes en él, instintos que se habían dormido
por la relación que tenía conmigo. Ahora, sin embargo, cantidad de recuerdos se
agolpaban en su memoria, pero él tenía otras prioridades en mente: no iba a
repetirlos, sino a forjar nuevos conmigo.
Por
eso, cuando preguntaron adónde íbamos, se giró para mirar a Logan:
-Luego
vamos a tu antro favorito. Primero, nos toca el mío. Todo el mundo a la Sala
Asgard-instó-. Le he prometí a Sabrae que la bajaría al infierno para que viera
de qué pasta estamos hechos los que salimos de ahí.
Bey
negó con la cabeza, riéndose entre dientes, y lideró al grupo en dirección al
local más famoso de todo Londres. La entrada era carísima, y los requisitos de
vestuario, más exigentes incluso que los de Buckingham Palace: no podías ir de
cualquier manera, y mucho menos siendo chica. Si en los eventos reales te
exigían llevar pamela, en la Sala Asgard, tenías que enseñar cuanta más carne,
mejor. Por eso las chicas se habían puesto minifaldas y sus mejores tacones.
Suerte que mis amigas habían decidido estar a la altura de las circunstancias.
Bey
adelantó, contoneándose en sus zapatos, a una larga fila de chavales arreglados
como pinceles que esperaban con impaciencia a que la lentísima cola avanzara.
-¿No
hacemos cola?-pregunté con inocencia, lamentando lo bien que me lo pasaría
follándome a Alec en un callejón oscuro mientras nuestros amigos nos guardaban
el sitio. Scott me escuchó y se volvió hacia mí.
-Hermanita,
eres una Malik. Es hora de que empieces a disfrutar de los privilegios que te
da tu apellido.
Alec
les devolvía una mirada divertida y chula a los chavales que nos miraban con
fastidio, sabedores de que ellos iban a tener que esperar mientras a nosotros
incluso nos dejaban un reservado. Cuando doblamos la esquina y nos encontramos
con la fachada principal del edificio, contuve un estremecimiento: la puerta
era como la de un cine de los años 60, con luces de neón moradas que titilaban
al acelerado ritmo de una música atronadora que traspasaba incluso las paredes
insonorizadas el local. En esta parte del edificio, un cordón de terciopelo
como los de los museos marcaba la zona de la acera que podía ocupar la cola, y
la zona que debía quedar libre para los transeúntes o los enchufados. Scott se
colocó al lado de Bey, que se atusó la melena y se plantó delante de un portero
que hacía que Alec pareciera pequeño.
-Hombre-se
rió el de seguridad cuando Scott se colocó al lado de Bey, ignorando las
protestas de los primeros en la cola-. Mira quién está aquí. Mi gallina de los
huevos de oro preferida. ¿Traes a tu compa…?-empezó, y cuando Tommy se colocó a
su lado, se echó a reír-. Pues claro que sí. Seguro que sabéis qué día es hoy,
¿verdad? Todos los novios de esta ciudad que se precian le han regalado a su
novia una entrada para esta noche a nuestra sala. Como comprenderéis, la cosa
está un poco complicada ahora mismo…
-¿Incluso
si pagamos la tarifa especial? Vamos, Richard-Scott le dio un toquecito en el
hombro al de seguridad mientras Alec se abría paso entre nuestro grupo de
amigos-. Sabes que no nos gusta mezclarnos con la plebe. Si nos dejas pasar, incluso
pillaremos un reservado.
-Seguro
que eso le mola a tu jefe.
-Seguro
que sí, si no los tuviéramos todos ocupados. Lo siento, chicos, no puedo hacer
nada.
-¿Qué
hay, Rick?-Alec se plantó frente a aquel mastodonte, que se sacó el pinganillo
del oído para dejar que mi chico le comiera la oreja-. Sergei me dijo que
disfrutaste mucho con la sesión de entrenamiento personalizada que te preparó
después del favorcito que me hiciste hace unas semanas. ¿No te apetecería
repetir?
-No
puedo hacer nada, chico. Lo siento.
-La
cosa está…-Alec se giró y extendió la mano para que yo me acercara a él-, que ésta es mi chica. Sí, los rumores son
ciertos. El mayor fuckboy de todo Londres ahora lleva correa, se
acuesta tempranito y lo más importante, es asquerosamente monógamo-Alec le
dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, y Scott sonrió. Puede que Scott tuviera
más éxito con las chicas, pero Alec podía ser más persuasivo si se lo
planteaba-, y todo gracias a esta preciosidad. ¿Seguro que no quieres que un
ángel tan especial como éste bendiga este antro tuyo con su presencia? Es su
primera vez, pero por lo mucho que le gusta lo prohibido, estoy seguro que
repetirá.
El
tal Richard me miró de arriba abajo, examinando mi indumentaria.
-Tentador,
pero ya tengo a bastantes adictas en mi local como para admitir a una más.
-No
sabes quién es, ¿verdad?-Alec sonrió-. Es Sabrae Malik.
-Mi
hermana-especificó Scott, para más señas. Los ojos del segurata se iluminaron,
y volvió la vista hacia mí.
-No
sabía que tuvieras hermanas, Scott.
-Porque
no lees la prensa, seguramente-intervine yo, entrando en el combate con las
armas ya cargadas. Me aparté el pelo del hombro y sonreí.
-Me
gusta mantener a mi familia alejada de las mierdas turbias en las que me meto
de vez en cuando-rió Scott.
-Yo,
por el contrario, tengo el dedo muy suelto y no paro de compartir historias.
Estoy segura de que os va muy bien en el negocio, pero un chute de varios
millones de visitas por un par de menciones mías nunca viene mal, ¿verdad?
Richard
pareció considerarlo un momento, pensativo. Miró a un colega suyo, que estaba
en taquilla, esperando a que tomara una decisión.
-Vamos,
Rick. Me portaré bien, te lo prometo-le encandilé.
-Olvida
que ha dicho eso-intervino Alec, riendo-. La convertiré en una chica mala, pero
necesito tu ayuda.
-Está
la cosa un tanto complicada…
-Rick,
tío, sé razonable. Sabes de sobra lo que quiere hacer Alec-instó Tommy, dándole
una palmada en la espalda al susodicho-. Sólo quiere follársela en vuestros
baños apestosos, y Sabrae quiere estrenarlos también, pero… hay baños
mugrientos de sobra en esta parte de
la ciudad, y sitios en los que pongan rap a todo trapo, también. Tú decides,
hermano-Tommy se encogió de hombros-. Nos dejas pasar y te llenamos la hucha
esta noche, o nos mandas a la cola y nosotros nos largamos a hacerle el agosto
a cualquier otro de la competencia.
Rick
abrió la boca para contestar, y probablemente fuera un asentimiento lo que iba
a salir de sus labios, pero una fuerza de la naturaleza se plantó ante él. Abrió
la boca y su pinganillo se deslizó por su hombro cuando Diana se acercó a Tommy
y le rodeó el pecho, haciendo un puchero.
-¿Qué
pasa, mi inglés?
-Estamos
atravesando dificultades técnicas. Nada que no podamos arreglar, americana.
Diana
miró a Rick y sonrió.
-Sabes
quién son, ¿verdad?
-Claro.
-Recuerda
la respuesta que me has dado, porque vas a tener que repetírmela. ¿Nos dejas
pasar?
-Claro-respondió
Rick, haciéndose a un lado-. No les cobres. Es Diana Styles-le dijo a su
compañero, que levantó las manos, asintió con la cabeza y empezó a sellarnos
las manos. Diana miró a Scott y comentó con sorna:
-Así
que tú eres el que más va a impulsar a la banda, ¿eh?-se rió Tommy, dándole un
codazo a mi hermano.
-Diana,
¿me recuerdas por qué sales con este mamarracho?-le pidió Scott.
-Porque
tú no querías que folláramos, y vuestro acento me pone zorrísima-respondió
Diana.
-¡Haberme
llamado a mí, mujer!-protestó Alec.
-¡Si
ni siquiera sabía que existías, ya no digamos tu nombre o tu número!
-Si
me dieran una libra por cada tía que se ha tragado mi lefa sin que yo les diera
mi número…-comentó Alec, fingiéndose abatido, y yo me eché a reír. Me condujo
con la mano en el culo, cosa que me encantó, por un estrecho pasillo que se
abría en una inmensa sala en cuyo extremo había un escenario en el que estaba
plantado un DJ, brincando al ritmo de una música acelerada y atronadora. Scott
fue abriendo paso en dirección a unas escaleras, y consiguió un hueco para
nosotros a codazo limpio en una mesa de una esquina. La mesa era redonda,
rodeada de unos sofás de cuero rojos que emitían destellos fantasmagóricos cada
vez que las luces del techo chispeaban sobre nosotros. La mesa estaba
abarrotada de vasos vacíos; entre todos nos ocupamos de despejarla, y cuando
llegó una camarera con una bandeja en la mano, la ayudamos a colocar los vasos
sobre ella.
-¿Qué
os traigo?-preguntó, haciendo malabares con las diversas torres de Pisa que
eran los vasos.
-¿Os
gusta el tequila, chicas?-preguntó Alec a mis amigas, que lo miraron con ojos
como platos.
-Alec,
tío, ¿y si empezamos suave?-rió Jordan.
-De
empezar suave nada, hostia-ladró mi chico, que me había sentado sobre su pierna
de nuevo-. ¡Vamos a emborracharnos, joder! ¡Nada de mariconadas, ¿me estáis
escuchando?! Ellas que beban zumo si quieres, pero por mi madre que hoy salimos
a rastras de aquí. ¡Tráenos chupitos de tequila, nena!-instó Alec, y la
camarera se rió, asintió con la cabeza y se marchó en dirección a una barra en
la que yo no había reparado. Regresó con un cuenco con sal, varias rodajas de
limón, vasitos limpios y una botella de tequila.
-Déjanos
la botella-instó Alec.
-Alec-se
rió Bey.
-¿Qué?
¡No pensarás que con esta mierda me voy a pillar nada, ¿no?! ¡Si la botella
entera casi no me hace nada!
-¿Traigo
otra?-preguntó la camarera.
-Trae
cuatro-instó Alec.
-¡ALEC,
POR DIOS!-rió su mejor amiga, incapaz de contener las carcajadas.
-Vamos
a jugar al yo nunca, venga.
-Ahora
no, que la música es cojonuda. Después-instó Max, y se giró hacia la camarera-.
Déjanos la botella, luego te pedimos más.
-Sois
aburridísimos-bufó Alec, llenando un vasito de tequila y echándose una pizquita
de sal en el dorso de la mano-. Cualquiera diría que estás casado, Maximiliam.
-No
como tú, Alexander, que literalmente te estás comportando como un sofá.
-Perdona,
pero cuando tengo a Sabrae cerca, mi primer instinto es hacer que se me siente
encima. Normalmente le pido que lo haga en mi cara, pero hay menores delante, y
no quiero traumatizarlos. Y sí, Jordan, con “menores” me refiero a ti.
-¿Te
llamas Alexander?-preguntó Kendra, sorprendida, y Alec la miró.
-No,
niña. Yo me llamo de muchas maneras, pero “Alexander” no es una de ellas.
-¿Que
no? ¡Saca el pasaporte de Grecia, mentiroso!-se burló Max, y Alec lo fulminó
con la mirada.
-Era
un error tipográfico, ¿vale? Joder, si lo llego a saber, no os lo cuento.
-¿Qué
pasa?-quise saber.
-Alec
tiene el pasaporte griego también-explicó Karlie.
-¿¡Tienes
doble nacionalidad!?-grité, volviéndome hacia él-. ¡Qué guay!
-Y si
fuera por mi abuela, pediría la rusa al cumplir los 18, pero no me la van a
conceder-Alec rió.
-¿Por
qué?
-Porque
mamá la perdió. La tiene inglesa por nuestro abuelo, griega por haber nacido en
Grecia, y rusa por nuestra abuela. Pero, claro, si no la usas, te la retiran-Mimi
se encogió de hombros.
-¿Annie
tiene tres nacionalidades?
-Tenía tres nacionalidades-corrigió Alec,
acercándome el vasito.
-¿Te
imaginas que papá y mamá la tuvieran pakistaní, Scott?-miré a mi hermano, que
se estaba echando un poco de sal en la mano.
-Sería
la hostia. Así Tommy me dejaría tranquilo con la mierda ésa de que es mestizo.
Tommy
alzó las cejas y sonrió en mi dirección. Eran incontables las veces que le
había restregado a Scott que, si bien nuestra familia tenía mezcla porque mi
abuela paterna era completamente inglesa, y mi abuelo paterno pakistaní, el
único que podía presumir de diversidad reconocida legalmente era Tommy, al ser
también español por serlo su madre.
-Espera,
si Tommy es español… Diana también lo es, ¿no? Vuestras madres eran amigas.
Diana
parpadeó, se reclinó en el sofá y asintió con la cabeza.
-Sí,
pero yo no hablo español.
Scott
balbuceó algo que yo no entendí bien, y Diana puso los ojos en blanco y le hizo
un corte de manga.
-¿Qué
ha dicho?-preguntó Logan.
-“Al
contrario que yo”-tradujo Tommy.
-¡Por
las madres que le dan nacionalidades extranjeras a sus hijos!-proclamó Momo,
levantando su vasito, que había llenado sin que yo la viera.
-¡Por
ellas!-proclamamos todos, entrechocando los vasos, lamiéndonos la sal del dorso
de la mano y bebiéndonos nuestra bebida de un trago. Momo, Taïssa, Kendra y yo
hicimos una mueca, y el resto de la mesa se echó a reír. Alec me dio un beso en
la mejilla y yo me deslicé suavemente hacia su regazo; él me abrió hueco entre
sus piernas, dejando que reposara sobre el sofá, y yo miré a mis amigas y les
dediqué una sonrisa oscura. Ellas también se habían percatado de lo que tenía
en mente.
Alec
se las daba de ser con diferencia el más espabilado de los dos en cuestiones de
sexo, encontrando dobles sentidos a literalmente todo lo que yo decía, pero, a
la hora de la verdad, se comportaba con bastante inocencia. Diría que incluso
me subestimaba, si no supiera que eso era imposible por el gran concepto que
tenía de mí. Sin embargo, se comportaba como si yo fuera una santa, y nada más
lejos de la realidad, especialmente cuando la acción se desarrollaba por la
noche. Y, si para colmo era un viernes, todo se desmadraba incluso más.
Parte
del grupo estaba charlando en el sofá, tomándose un chupito de vez en cuando, y
otra parte pululaba por el espacio del reservado, bailando al ritmo de la
música. La verdad es que el DJ tenía muy buen gusto, eso había de concedérselo.
Y,
cuando nos puso una canción de The Weeknd y Alec y yo nos miramos, yo me lo
tomé como el pistoletazo de salida que necesitaba para iniciar mi sprint.
-¿Quieres
salir a bailar?-preguntó él, pero yo negué con la cabeza, acodada en la mesa.
-Estoy
muy a gusto así.
-Vale.
Yo también-contestó, bebiéndose otro chupito y estirando los brazos en el sofá,
abarcando la curvatura sobre la que se asentaban nuestros cuerpos-, era sólo
por asegurarme.
A ver si necesitas asegurarte de esto, pensé,
y empecé a mover las caderas lentamente al ritmo de Often, la primera canción que habíamos bailado juntos.
A mis
amigas les costó disimular la risa al ver cómo cambió la expresión de Alec.
Pasó de estar relajado a en tensión, a mirar en derredor tranquilamente cual
rey inspeccionando sus dominios bañados por el sol, a fijar los ojos en el
punto en el que yo me estaba frotando contra él, y rápidamente clavándolos en
las caras de sus amigos, que seguían hablando, ajenos a lo que sucedía. Se
relamió los labios y exhaló un jadeo que le costó bajar de volumen para que
nadie se diera cuenta de lo que sucedía cuando yo le puse las manos en las
rodillas y me pegué un poco más a su polla, que ya estaba dura y preparada para
penetrarme.
Le
pasé las manos por los muslos, disfrutando de la fuerza que manaba de sus
músculos, y me mordí el labio, pegándome un poco más a él, dejándole una visión
perfecta de mi escote a la que sabía que
no se podría resistir. Alec desvió la mirada al centro de mi anatomía en el
momento justo en que yo me abanicaba un poco, fingiendo que tenía calor,
apartándome el pelo del pecho y despejándole la visión.
Escuché
las risitas mal contenidas de Momo, Kendra y Taïssa a mi costado, pero estaba
tan concentrada en poner cachondo a Alec que ni siquiera les presté atención.
Notaba todo mi cuerpo sensible: tenía la piel de gallina, los pezones duros
(por eso se reían mis amigas, porque mi juego también tenía efectos en mí), y
la entrepierna mojada.
Sin
disimular, Alec metió las manos por entre mis piernas y me acarició el sexo por
encima de mis pantalones. Dejé escapar un gemido mal disimulado y luché con
todas mis fuerzas por no arquear la espalda. Alec llevó su boca a mi oreja
mientras me masajeaba el clítoris por encima de la ropa bajo la atenta mirada
de mis amigas, que tenían los ojos llorosos de aguantar la risa.
-¿Qué
intentas, Sabrae?
-Quiero
follar-gimoteé.
-¿Aquí?-respondió,
dándome un pellizquito en la entrepierna, justo donde estaba mi clítoris, y un
latigazo de placer me partió por la mitad. Crucé inconscientemente las piernas,
atrapando la mano de Alec allí donde más la deseaba-. ¿Delante de tu
hermano?-se burló, mirando en dirección a Scott, que no nos estaba haciendo el
menor caso mientras charlaba con Max. Mimi y Eleanor se habían levantado a
pegar brincos al ritmo de la canción que les pusieran hacía mucho tiempo, así que
tenía que entretenerse con otras historias, porque Tommy estaba demasiado
ocupado morreándose con Diana en una esquina.
De
repente, lo supe. Había perdido las riendas de mi jueguecito. Por andar
calentando a Alec, había terminado incendiada yo. Si él se la sacaba y me
bajaba los pantalones, me apartaba el bañador y me separaba las piernas,
dejaría que me lo hiciera allí mismo. Delante de mis amigas. Delante de mi
hermano. Delante de absolutamente todo el mundo.
-Por
favor-supliqué, y Alec sonrió.
-Ésa
es mi chica-respondió, sacando la mano de mi entrepierna, aliviando así un poco
de la presión, y dándome una palmada en el culo, lo cual me puso a mil-.
Zorreándome como una perra y luego suplicando que me la folle.
Alguien
debería prohibirle a alguien por ley conjugar el verbo “follar”. Lo hacía de
una manera casi obscena, que podría hacer que me corriera con sólo escucharlo.
Alec
se estiró hacia la botella de tequila, le quitó el tapón y me miró. Arqueó las
cejas con una sonrisa oscura, vertió lo poco que quedaba en un vasito, me
empujó hasta dejarme sentada sobre el sofá, a su lado, y cogió un pellizco de
sal. Me lo puso en el dorso de la mano, se relamió los dientes al sonreírme.
-A
ver quién pone cachondo a quién-me dijo, para, a continuación, lamerme la sal
de la piel sin romper el contacto visual conmigo.
Si ya
eso me puso a cien, lo que hizo a continuación me puso a un millón. Porque Alec
Theodore Whitelaw, bendito sea, vertió el contenido del vaso sobre mi hombro,
asegurándose de que cayera en una fina cascada…
… y
lo lamió de mi escote, asegurándose de retirar con su lengua y sus labios hasta
la última gota.
Otro
latigazo de placer me dobló de nuevo en dos, y juraría que incluso había hecho
un poco de squirting.
Toda
la mesa estaba en silencio. De hecho, todo nuestro grupo estaba en silencio
mirándonos. No sabía en qué momento se había corrido la voz de alarma, pero el
caso era que ahora éramos la principal atracción.
-Un
Malik va a echar un polvazo esta noche, y ese Malik no vas a ser tú, Scott-rió
Tommy, mirando a mi hermano.
-Dejadlos
salir-instó Scott a mis amigas, y ellas no necesitaron que se lo repitieran dos
veces. Se levantaron del sofá a toda velocidad, como si éste quemara, y
esperaron a que Alec y yo saliéramos, sin dejar de mirarnos a los ojos, sin
atreverse a pronunciar ni media palabra.
Scott,
por el contrario, le dio un sorbo a su bebida, que había cambiado por el
tequila hacía tiempo.
-No
os apuréis en volver-rió por encima de su vaso, como si necesitáramos su
permiso para demorarnos todo lo que nos diera la gana. No le hicimos caso.
Dios, no le hicimos caso a nada ni a nadie.
Lo único en lo que podía pensar era en el fuego que me consumía por dentro,
cuyos extintores sólo tenía Alec.
Él me
cogió de la mano, se abrió paso entre la gente que no había visto nuestro
espectáculo erótico, y me condujo en dirección a los baños. Se quedó plantado
en la puerta del baño de los tíos, en el que tres chavales se inclinaban sobre
el lavabo dorado. Uno de ellos se levantó.
-¿Qué
miras, payaso?
-¿Os
queda mucho, trío de pijos?
-¿Por
qué quieres saberlo?
-Adivina-respondió
Alec, sonriendo. Los tres se incorporaron, lo miraron un momento, y luego
repararon en mí, semiescondida detrás de él. Se echaron a reír, asintieron con
la cabeza, terminaron las rayas de coca que tenían sobre el lavabo y se
abrieron paso entre el cuerpo de Alec y la puerta del baño. Me escanearon con
la mirada, y Alec tiró un poco más de mí hacia él, indicándoles que le
pertenecía y que estaba fuera de su alcance.
Debería
haberme enfadado que me miraran así, y más que Alec no les dijera absolutamente
nada. Pero estaba demasiado cachonda y ansiosa por hacerlo como para
recriminarles nada a aquellos payasos, más que lo que habían tardado en
despejarnos el baño, o a Alec, más que lo mucho que estaba tardando en
empotrarme.
Me
giré para echar el pestillo de la puerta, también con diseños dorados, y Alec
me puso contra la pared. Cerré los ojos, disfrutando de la deliciosa presión de
su miembro entre mis nalgas.
-Dame
un buen motivo para que no te rompa ahora mismo esos pantalones y ese body tan
bonito que llevas-instó, abriéndome de nuevo las piernas con las manos y
manoseando mi sexo con sus pulgares.
-Que
no tengo ropa de repuesto-jadeé, arqueando la espalda.
-Así
que estarías desnuda toda la noche, ¿no?-inquirió, lamiéndome el cuello. Cerré
los ojos y lancé las manos a su entrepierna, encontrando el bulto de su polla y
recorriéndolo con los dedos-. Te he pedido una razón para no romperte la ropa,
no para rompértela.
-Que
no podrías dejar de follarme, y entre polvo y polvo no ibas a poder
emborracharte.
-Prefiero
que se me caiga a cachos de tanto metértela esta noche a joderme el hígado… por
muchas ganas que tengo de joderme el hígado.
Me
agarró de la cintura y me empujó contra el lavamanos. Despejó el poco polvo que
quedaba con la palma de la mano, y yo sentí el impulso de lamérsela para
quitárselo, no porque quisiera colocarme, sino porque quería que sintiera el
fuego que había dentro de mí por acción de su lengua. Cómo somos los niños
pijos, qué poco nos separa de la clase más baja, que se coloca para no pensar
en el dolor. En el fondo, los chavales que pagan 50 libras por una bolsita de
polvos mágicos y se lo toman en reservados no son tan distintos de que prenden
fuego a barriles de metal para poder calentarse mientras se chutan. Y yo no era
tan distinta de ellos, dispuesta a hacerlo con Alec delante de toda la
discoteca.
Alec me sentó sobre el
lavamanos, con las piernas estiradas.
-¿Por
qué me calientas de esa manera delante de mis amigos, Sabrae? ¿Es que no tienes
modales? ¿Necesitas que te dé una lección?
-Sí-jadeé,
abriendo las piernas y tirando de mis pantalones hacia abajo-. Sí, sí-tiré de
él hacia mí, metiéndolo entre mis piernas. Dame
una lección, Alec. Dame una lección.
Alec
me soltó un manotazo en el culo y yo exhalé un grito de puro placer.
-Eso
no suena a explicación-urgió-. Te repetiré la pregunta-me retiró el bañador,
dejando al descubierto de sexo, y masajeó mi clítoris con el pulgar. Empecé a
retorcerme frente a él, gimiendo, jadeando, suplicando-. ¿Por qué me calientas
de esa manera delante de mis amigos, Sabrae?
-Por…
que… es… div…er…ti…do-jadeé, al borde del orgasmo. No podía más. Mi cuerpo era
demasiado pequeño para la ingente cantidad de placer que estaba experimentando.
-¿Ah,
sí? ¿Y esto?-inquirió, penetrándome con dureza. Grité de puro placer; era
grande, gordo, fuerte, duro, invasivo. Estaba
tremendamente sensible, podía sentir cada milímetro de su piel frotándose
contra la mía, su polla invadiéndome como el ejército de la mayor potencia
mundial entrando en un país sin fuerzas armadas-. ¿Esto también es
divertido?-inquirió, y yo asentí con la cabeza, saliendo del refugio que era el
lavamanos y apoyándome completamente en su cuerpo.
-Esto
lo es… aún más-repliqué, moviéndome al compás que marcaban sus caderas. Dios,
sentaba tan bien. Me aferré con fuerza a su espalda, clavando las uñas en ella,
anclando las rodillas en la pared e impulsándome en ellas, no sabía cómo. Alec
me tenía bien cogida por los muslos, y no dejaba de castigarme con su polla-.
Me… voy… a… correr…-advertí, y él me agarró del pelo.
-Pues
córrete. No te pienses que voy a parar. Aún no me has pedido disculpas, así que
éste tu castigo.
-Tengo
que portarme mal más a menu…-empecé, pero un relámpago estalló en mi interior,
arrasándome. Me eché a temblar, grité, le mordí el cuello, jadeé, y Alec
continuó penetrándome sin tregua mientras yo me desintegraba. Mi ser trascendió
mi cuerpo y éste empezó a vibrar a la velocidad a la que se expande el
universo, quedándose estático un momento entre las estrellas.
Y
Alec no me dejó en paz. Siguió embistiéndome como un puto semental, dándome y
dándome y dándome, hasta que un nuevo orgasmo arrasó con mi cuerpo, solapándose
al primero y lanzándome despedida bien lejos. Me temblaban las piernas, me
dolía la garganta y tenía la boca seca, y él estaba como loco.
-Sí,
Sabrae, dámelo todo, joder.
Me
sentó de nuevo en el lavamanos y yo miré, medio ida, el punto en que nuestros
cuerpos se hundían. Comprobé que su polla no tenía su color natural, sino que
estaba recubierta de una película blancuzca que no me gustó nada.
Así
que, ni corta ni perezosa, con la mente abandonada a ese mar de placer en que
estaba navegando, me saqué la polla de Alec de mi interior, le quité el condón,
y me la volví a meter.
Alec
se quedó helado. Salió rápidamente de mí y se me quedó mirando.
-¿Es
que estás mal de la cabeza?
-Quiero
hacerlo a pelo. Quiero que te corras dentro de mí-solté.
-Ya,
¿y para qué te has tomado la píldora, Sabrae, eh?
-Aún
no me la he tomado-respondí, jadeante, temblorosa. Me hormigueaban las
piernas-. Mañana lo hago.
-¿Que
no te la has…?-Alec se frotó la cara-. Oye, Sabrae, una pregunta que te quiero
hacer: tú no meterás droga… no sé… en las cárceles, o en sitios chungos, o la
traerás del extranjero, ¿verdad?
-¿Por?
-Porque
eres UNA PUTA MULA-ladró-. ¡Es que Sabrae, tía, de verdad, haces lo que te sale
de los cojones! ¡Yo no sé para qué te digo nada, o sea, ¿para qué me
preguntas?! ¡Encima, lo que más me molesta es que me preguntes, porque si no lo
haces, pues yo puedo pensar “bueno, es que no sabe lo que opino yo de esto”,
pero es que sí conoces mi opinión!
¡Si me lo preguntas, yo te digo TÓMATE LA PÍLDORA PRONTO, NO VAYA A PASAR ALGO!
¡Pues no, oye! ¡Esperamos igual 2 años a tomar la píldora! ¡Y cuando tengamos
trillizos, “hostia, vaya, si me toca tomar la píldora”! ¡Y los trillizos ya
están graduados! ¡Los trillizos tienen sus
propios hijos! ¡Me tienes hasta los cojones yendo por libre, Sabrae, tan…!
Me
bajé los tirantes del bañador, cansada, y le enseñé las tetas, y Alec se quedó
hipnotizado, mirándolas. Tenía la polla dura, al aire, y lo más importante, mojada de mí. Era imposible que no
reaccionara al estímulo de verme desnuda.
Tragó
saliva y me miró a los ojos.
-¿Te
piensas que tengo 13 años? ¿Que ver unas tetas va a hacer que me olvide de…?
Me
dejé caer con los pies en el suelo y me bajé el bañador, hasta quedar
completamente desnuda, sólo vestida por mis botines y el colgante con su
inicial. Lo tiré a un lado, donde estaban mis pantalones, y volví a subirme al
lavamanos. Separé las piernas y a Alec se le secó la boca.
-Estos
truquitos de mierda no funcionan conmigo, ¿sabes? Me he tirado a más de
cien…-empecé a tocarme, acariciándome con cariño, y vi cómo algo dentro de Alec
se desconectaba. Se pasó una mano por el pelo, jadeó y asintió con la cabeza-.
Mira, no me voy a castigar por las gilipolleces que haces, Sabrae. Yo no tengo
ninguna culpa de que seas la criatura más tozuda que ha pisado el planeta, así
que no me merezco tener que bajarme el calentón con una paja.
-Pues
no te hagas una paja. Aquí tienes algo con lo que saciarte. ¿O crees que no te
voy a saber satisfacer?-ronroneé.
-No
me hables así.
-Así,
¿cómo?-coqueteé, acariciándome todo el cuerpo.
-Como
si fueras una actriz porno.
-¿No
lo soy? ¿Tu favorita, al menos?-me relamí los labios y eso fue demasiado para
él. Se acercó a mí de dos zancadas y jadeé cuando sentí la punta en mi
interior.
-Que
haga esto no significa que no esté cabreadísimo contigo-anunció, metiéndomela,
y haciendo que nos estremeciéramos los dos. La sensación era increíble. Para mí era prácticamente lo
mismo, pero yo sabía que para él era muchísimo mejor; lo disfrutaba más, y como
lo disfrutaba más, me hacía disfrutar más a mí.
-Vale,
papi.
-No
me llames “papi”. No es tu papi quien te está follando.
-Lo
que tú digas, papi-me eché a reír y los dos jadeamos por culpa de la inercia.
Alec bufó, pegó la frente a la mía y soltó contra mis labios:
-Joder,
eres una insensata, Sabrae. A veces no hay quien te soporte. Niñata caprichosa
de los cojones…
Si
empezó a hacerlo conmigo enfadado, se le pasó enseguida. Conseguí quitarle la
camisa y bajarle los pantalones, y antes de que nos diéramos cuenta, ya lo
habíamos probado en diferentes posturas, hasta de espaldas, pero terminamos
como habíamos empezado: yo sentada sobre el lavamanos, y él de pie frente a mí,
metiéndomela hasta el fondo. Me mordió la boca cuando se corrió y mi estómago
se retorció cuando sentí que, al retirarse de mi interior, algo salía de mi
interior. Alec se quedó mirando mi sexo como hipnotizado, y cuando bajé la
vista, vi a qué se debía mi fascinación: su semen estaba deslizándose fuera de
mí.
Tragó
saliva, comprobando cómo caía de mi interior al lavamanos.
-¿Al?
¿Qué pasa?
-No
vamos a volver a hacerlo con condón en la vida-sentenció, y yo me eché a reír,
tiré de él para darle un beso y abrazarlo.
-Sabía
que te gustaría. Por eso no he querido tomarla. Además, no está bien mezclarla
con alcohol.
-Podrías
habérmelo consultado.
-Es
mi cuerpo, Alec.
-Sí,
pero tu cuerpo también me incumbe a mí, ¿no te parece? Como ya te he dicho, si
lo hicieras con una chica, no tendrías que tomarla. Yo también tendré algo que
decir, ya que intervengo en el riesgo. ¿O mi opinión no importa?
-Sí,
pero me importa más que tú disfrutes que tu instinto de protegerme-jugueteé con
los rizos de su nuca y él puso los ojos en blanco-. Tendría que habértelo
dicho, es verdad. Lo siento. Pero si te lo hubiera dicho, ¿no me habrías hecho
irme a casa para que me la tomara?-me aguantó la mirada, y yo sabía que había
dado en el clavo-. Y nos habríamos perdido esto. No habríamos estado juntos.
-Me
habría quedado cuidándote como a una princesa.
-Al,
está muy bien que me cuides como a una princesa, y yo te lo agradezco, pero a
veces…-le pasé las manos por los hombros, me relamí y lo miré a los ojos-. A
veces, lo que me apetece no es ser tu princesa. Lo que me apetece es ser tu
puta. ¿Sabes?
Intentó
no sonreír, pero no lo consiguió.
-¿Tu
madre sabe que hablas así?
-Sí
tú no quieres que mencione a mi padre, no menciones tú a mi madre-le puse las
manos en el pecho y le di un suave empujón. Él dio un paso atrás, riéndose, y
sus ojos se deslizaron de nuevo a mi entrepierna, hasta que yo crucé las
piernas y anuncié que se acababa el espectáculo. Él cogió un poco de papel
higiénico y me limpió con mimo, asegurándose de no hacer demasiada presión en
esa zona tan sensible de mi cuerpo. Cuando hubo limpiado todo rastro de su
visita a mi jardín de las delicias, lo obligué a darse la vuelta para que
pudiera hacer pis.
Nos
vestimos charlando sobre lo que acababa de pasar, quitándole un poco de
importancia. Ahora, una parte de Alec estaba dentro de mí; incluso aunque él se
quedara a veinte metros de distancia, seguiría teniéndole dentro. Y eso me
gustaba.
-A mí
también me gusta-me besó la cabeza-. Pero, por favor, no lo vuelvas a hacer,
¿vale?
-Vale.
-¿Me
lo prometes?
-Sí,
sol. Te lo prometo-asentí, acurrucándome bajo su brazo y dándole un beso en el
costado. Él me dio un beso en la cabeza y me sacó el baño, al que le eché un
último vistazo sin poder evitar sonreír. Había sido feliz, a pesar de nuestra
pequeña discusión. Alec me había dado lo que quería, y yo a él. Por encima de
todo, además, sentía que habíamos tenido un momento trascendental en el que él
no quería pensar mucho de momento: estaba segura de que no había reaccionado el
resto de veces que lo había hecho sin condón con otras chicas como lo había
hecho conmigo, mirando con fascinación su semilla derramándose de su interior
como lo había hecho del mío. Algo entre nosotros era diferente a lo que había
tenido antes, y no me refería a la conexión emocional. La física también era
distinta. La física había cambiado, igual que las demás.
Él le
daba sentido a cada molécula de mi cuerpo; en lo que yo nunca había pensado era
que yo le daba sentido a cada molécula del suyo. Y darme cuenta de aquello me
gustó más que mil te quieros salidos de su boca mientras me miraba a los ojos.
Porque las bocas mienten (aunque la suya no lo hiciera), pero las sensaciones,
no.
Cuando
salimos de nuevo al reservado, nuestro grupo de amigos se puso a aplaudirnos
como si hubiéramos llegado de hacer una gira mundial tremendamente exitosa, en
la que habríamos batido todos los récords y sentado un precedente. Alec, ni
corto ni perezoso, hizo una reverencia y luego me señaló con los brazos
abiertos, indicando que los aplausos del público debían ir para mí, la estrella
femenina de nuestra historia. Me eché a reír y le di un empujón, pensando en la suerte que teníamos de poder
compartir sexo tan bueno como el que teníamos, como las risas que nos echábamos
cuando estábamos juntos.
Logan
estaba sentado a la mesa, mirando en todas direcciones, un poco abatido. Después
de presumir de lo que había hecho con Jordan como si fueran dos neandertales
cuya vida gira en torno al sexo, Alec y
yo nos acercamos a Logan, que nos dedicó una sonrisa cansada.
-¿Qué
tal por ahí?
-¿Estás
bien, L?-preguntó Al, poniéndole una mano en el hombro y mirándolo desde debajo
de sus cejas. Logan asintió con la cabeza, pero tanto Alec como yo supimos que
mentía. Había algo que le preocupaba, y que no nos quería decir.
Me
bastó intercambiar una mirada con Alec para saber que pensábamos lo mismo:
Logan había estado genial desde que lo habíamos obligado a salir de casa, pero
no podía ser casualidad que nosotros nos fuéramos a echar un polvo, y él se
hundiera de nuevo. Le habíamos hecho sentir solo, sentimiento del que se
suponía que íbamos a distraerle.
-¿Sabes
qué te digo? Que Sabrae ya ha visto suficiente de este sitio para una primera
vez-comentó Alec, y yo asentí con la cabeza, sonriente, cuando Logan me miró.
Sí, la verdad es que desde la cristalera del reservado se veía muy bien la
pista de baile en la que una marabunta lo daba todo, amén del escenario inmenso
en el que el DJ meneaba las manos frente a una mesa de mezclas iridiscente, y,
por supuesto, los baños empolvados de cocaína de nuestro reservado, de los que
siempre guardaría un buen recuerdo-. Larguémonos de aquí.
-Pero
querías emborracharte-le recordó Logan cuando mi chico le pasó los brazos por
el hombro, y Alec alzó las cejas.
-Oh,
¿ahora resulta que los gays sois seres de luz que no beben? Replantéate tu
orientación sexual, hermano-le dio una palmadita en el hombro, arqueando las
cejas de forma que dibujaron una montaña en su cara-, porque que no puedas
estar con mujeres, vale; pero, ¿no poder beber?-Alec sacudió la cabeza-. No sé
cómo podéis existir, de ser así.
Logan
le dedicó una tímida sonrisa, y siguió a Alec escaleras abajo, por entre la
gente. Yo iba detrás de él, cogida de la mano de mis amigas, que se morían de
ganas de saber qué había hecho. Tendrían que esperar, no obstante: si nos
marchábamos tan pronto de la Sala Asgard, era porque Logan lo necesitaba para
recuperarse, y no le vendría muy bien que yo me pusiera a narrar mis peripecias
sexuales con Alec por la calle.
Alborotamos
por la calle, como si la ciudad nos perteneciera, en el trayecto que separaba
la Sala Asgard del local al que habíamos ido con Logan con anterioridad, en el
que Alec había estado más veces que yo a raíz de habérselo encontrado triste y
solo mientras volvía de trabajar con Chrissy. Taïssa abrió la boca en una O
perfecta cuando leyó el nombre del local en el letrero, Kendra frunció el ceño,
y Momo inclinó la cabeza a un lado.
-¿Los
muslos de Lucifer?-preguntó en voz alta, incrédula.
-¿Ves
por qué digo que los gays son la lacra del colectivo?-me reí-. Y vosotras que
pensabais que lo decía en broma.
-Más
vale que lo digas en broma, tesoro-respondió un chico a mi lado, que había
salido para fumarse un cigarro y me miraba con los ojos cargados de maquillaje
entrecerrados-; yo no criticaría a los gays si tuviera esos pelos.
-Lleva
esos pelos porque ha echado un polvo como no lo vas a echar tú en tu vida,
gilipollas-me defendió Alec a la vez que mi hermano.
-A mi
hermana no le hables con todo el maquillaje corrido, imbécil-me defendió Scott
a la vez que mi chico-. Para dirigirle la palabra, te lavas la boca como
mínimo.
Logan
se acercó a otro portero, de la misma complexión que el anterior, pero con un
atuendo distinto: donde Richard había llevado un traje todo negro, éste llevaba
vaqueros rotos y una camisa pegadísima al cuerpo.
-¿Hay
sitio para mi grupo?-preguntó, y el portero nos fulminó a todos con la mirada…
hasta que llegó a mí.
-¡Sabrae!
¡Alec!-celebró, al fijarse en quién era mi acompañante-. ¿Habéis venido a por
más marcha homosexual?
-Yo
lo que quiero es alcohol homosexual que me destruya este hígado heterosexual
mío-comentó Alec, sonriente, rodeándome la cintura.
-Entonces
habéis venido al sitio indicado. Me alegro de verte, Logan. Hace tiempo que no
te dejas pasar por aquí.
-Es
que he estado un poco liado-el de seguridad se hizo a un lado y Logan pasó a su
lado, señalándonos con el pulgar-. ¿Seguro que no importa que pasemos todos?
Sólo hay dos gays en el grupo.
-La
otra soy yo-anunció Karlie, levantando la mano… y no se me escapó la forma en
que la miró Tamika. Arqueé una ceja. Vaya,
vaya. ¿Karlie y Tam? Alec no me había dicho nada.
-Lo
siento; admitimos heteros y bisexuales, pero las lesbianas os quedáis a la
puerta.
-¡Vete
a la mierda, Nate!-rió Logan, y yo supe que Alec había dado en el clavo
trayéndolo a este sitio-. ¡Deja a Karlie en paz!
-Bueno,
que pase, pero sólo porque me caes bien, chico-el tal Nate le dio una palmadita
en el brazo a Logan y empujó la puerta para que pasara. Vomitó un coro de
“hola, hola, hola” cada vez que alguien del grupo pasaba ante él, y esperó
pacientemente a que pasáramos todos antes de volver a cerrarla, no sin antes
recriminarle al chico de fuera que se hubiera metido conmigo.
Alec,
Logan y yo, como maestros de ceremonias que éramos, nos volvimos para mirar a
nuestros amigos, que miraban en todas direcciones con asombro. De los altavoces
colocados de manera estratégica por las esquinas, para que la música te
envolviera completamente cual manto protector, manaba una canción de Usher, Scream.
Logan
señaló unos sofás raídos que había en una esquina, y empezó a serpentear entre
la gente, corriendo para que nadie los alcanzara antes de que nosotros
llegáramos.
-¡Bueno,
amigos!-anunció Alec-. ¡Es hora de BEBER!
Bey
puso los ojos en blanco y contuvo una risa cuando Alec enganchó a Tommy y
Jordan y los arrastró hacia la barra, dejándome con mis amigas, que se estaban
moviendo ya al ritmo de la música.
Mientras
Alec, Jordan y Tommy cargaban con las jarras de alcohol que habían pedido en la
barra, Scott, Eleanor y Mimi ayudaban a Logan a despejar el sofá, y Max y las
chicas se hacían con más sillas que poner en torno a la pequeña mesa baja en la
que iban a dejar el alcohol, Momo, Taïssa, Kendra y yo lo dimos todo en la
pista de baile, formando un corro y bailando las unas contra las otras. Estaba
sonando Feel this moment cuando Alec
nos llamó para que fuéramos con ellos, y yo me bajé a regañadientes de la plataforma
a la que me había subido con Taïssa para poder bailar y cantar más tranquilas,
fingiendo que éramos estrellas del pop del calibre de Christina Aguilera
dándole un concierto increíble a sus fans.
-¿Jugáis
al yo nunca?-preguntó Tommy, y yo asentí con la cabeza.
-La
cosa va a ir en serio-anunció Alec mientras me sentaba en un pequeño taburete
de cuero raído frente a él, y yo levanté la cabeza.
-No
tengo miedo a un reto.
-¿Alguna
de vosotras aún es virgen?-espetó Alec, mirando a mis amigas. Abrí los ojos,
estupefacta.
-¡Alec!
¡Eso no es de tu incumbencia!
-¡Sólo
lo digo para decir cosas de vez en cuando con las que ellas puedan beber!
-¿Y
no te parece que eso ya lo pueden hacer ellas?
-No
conoces las reglas del juego, ¿a que no?
-Claro.
Alguien dice que nunca ha hecho algo, y si tú lo has hecho, bebes. Está tirado.
-Vale,
pero, ¿puedes decir algo que hayas hecho tú
expresamente para beber?
-Por
supuesto-intervino Scott-. Es más, es que es lo que tú haces siempre, para
intentar restregarnos algo, sea lo que sea.
Alec
sonrió.
-Que
soy el chico preferido de todas las londinenses, por mucho que te duela, Scott.
-Ya
te gustaría-respondió Scott, negando con la cabeza.
-Venga,
empezamos, que si no todavía sale el sol, y yo sigo sobrio-Alec se remangó la
camisa, llenó todos los vasitos de una bebida negra y los fue repartiendo-.
¿Estamos todos? Vale, pues para la próxima, os servís vosotros, que yo no soy
vuestro criado. Una facilita: yo nunca he estado en un bar gay-dijo, y levantó
la copa en dirección a Logan-. Te quiero, tío.
Todos
brindamos a la salud de Logan y nos bebimos de un trago el vasito de chupito
que nos había llenado Alec: vodka negro, con un toque muy dulce que hacía que
la bebida estuviera deliciosa. Me relamí los labios y me llené el vaso, muy
atenta a las cosas que decían alrededor de la mesa. Al principio, empezaron
suave para que las chicas pudieran sentirse integradas y bebieran todo lo que
quisieran, pero una vez que Momo, Kendra, Taïssa, Mimi y Eleanor se retiraron
de la competición, pidiendo refrescos o levantando la mano para confesar lo que
habían hecho, la competición se puso seria.
Cuando
su hermana le dio la vuelta al vaso en señal de que ella también se retiraba,
Alec sonrió, se reclinó en el asiento y miró a Scott.
-Ahora
la cosa está entre tú y yo, ¿lo sabes, no?
-Aquí
te espero.
-Max,
cógenos dos jarras, una para cada uno. El primero que se termine la suya, gana.
-¿Lo
de siempre? ¿Ron cola?
-Jägerbomb-sentenció
Alec, levantando las cejas y cruzando una pierna sobre la otra-. ¿Supone un
problema, Malik?
-¿Qué
es Jägerbomb?
-Algo
que va a hacer que a Alec le dé un coma etílico-contestó Jordan-. Es Jäger
mezclado con red bull. Te pega un chute impresionante, pero no te enteras hasta
que te intentas levantar.
-Por
eso habéis venido todos-respondió Alec-, para llevarme a rastras a casa.
-Paso
de moñarme, tío. Tengo que vigilar lo que le haces a mi hermana. A mí tráeme
otro vodka negro, Max.
-Eres
un puto rajado, Scott-se burló Alec, jugueteando con su vaso.
-Es
que te voy a pegar una putísima paliza, y quiero acordarme bien de cómo te
humillo frente a tu público preferido-Scott hizo un gesto con la cabeza en mi dirección,
sonriendo mientras se mordisqueaba el piercing, y Alec rió.
-Ya
veremos quién humilla a quién.
Pensaba
que estaban de coña, retándose por hacer la gracia, pero cuando llegaron las
jarras con el alcohol, la expresión de mi hermano cambió a una férrea
determinación. Cambió de postura, inclinándose hacia la mesa, y se llenó el
vasito.
-La
bebida que tires a la mesa la tienes que lamer.
-Cierra
la boca y pregunta, Whitelaw.
-Yo
nunca me he tirado a la hermana pequeña de mi mejor amigo-anunció Alec, me
miró, me guiñó un ojo.
-Qué
hijos de puta…-rió Tommy, negando con la cabeza.
-Scott,
bebe, que ésta va por ti. Te la estoy regalando-instó Alec.
-Yo
nunca he follado en un probador.
Eleanor
cogió el vaso, lo chocó con el de Scott y se lo terminaron de un trago.
-¡Uh,
Eleanor! ¡Y yo que pensaba que eras una mojigata! Bombón, ¿has visto?
-Tengo
la aplicación de las notas del móvil abierta para pillar ideas-comenté,
guiñándole un ojo a Alec.
Toda la mesa hizo proposiciones sexuales para
ver si Scott o Alec habían cumplido con ellas, y en ningún momento se propuso
nada que no hubiera hecho al menos uno, hasta que me llegó mi turno.
-Yo
nunca he practicado la zoofilia.
Todos
se pusieron pálidos cuando Alec rió y se bebió su bebida de un trago.
-¿Alec?
-¿Tú
has visto a la mula que tiene Scott
en casa? Va a tiro fijo cuando se le mete algo en la cabeza.
-Pero
Sabrae no es técnicamente un animal-me defendió Tommy.
-Técnicamente,
sí lo soy.
-Las
amebas no cuentan como animales.
-Vete
a la mierda, Scott-gruñí.
-Tommy,
no me falles.
-Yo
nunca me he tirado a una tía en el trabajo.
-¡VAMOS!-gritó
Alec, llenándose el vaso y haciéndole un corte de manga a Scott mientras se lo
bebía.
-¿¡Cómo
cojones me voy a tirar a ninguna tía en el trabajo si no he trabajado nunca,
Thomas!?-protestó Scott.
-Deja
de lloriquear y empieza a vivir un poco la vida, Scott-se burló Alec, y mi
hermano puso los ojos en blanco, gruñó cada vez que alguien decía algo que él
no había hecho pero que él sí, y empezó a picarse con Tommy, porque éste
parecía decir cosas que sabía a ciencia
cierta que Scott no había hecho, pero Alec sí. Como hacer cosas sucias con
una chica sobre su moto (cosa imposible, porque no tenía moto), perder la
virginidad en Grecia (porque la había perdido en Inglaterra, y eso sólo se
pierde una vez), haberlo hecho en una barquita sobre el Mediterráneo (porque
Scott no había estado en ninguna “barquita” sobre el Mediterráneo).
-¡PERO
VAMOS A VER, THOMAS! ¿TÚ DE PARTE DE QUIÉN ESTÁS?
-¡QUE
SE PICA, QUE SE PICA!-se rió Alec, a quien ya se le empezaban a notar los
efectos del alcohol.
-¿OS
HABÉIS CONCHABADO LOS DOS PARA QUE YO PIERDA? ¡RESPONDE, TOMMY!
-¡Si
es que tienes una vida aburridísima, Scott! ¡Eres un hijo de puta que se da
aires de vividor, y ni media hostia tienes, joder! ¡Mira lo fácil que es
ganarte! ¡Atención! ¡Ronda de bebida obligatoria! ¡Yo nunca me he hecho una
paja pensando en Sherezade!-anunció, y añadió, en voz más alta-. ¡BEBEMOS
TODOS, MENOS SCOTT!
Y así
lo hicieron sus amigos, incluso alguna chica. Parpadeé, ojiplática, viendo cómo
mi madre era el mito erótico de absolutamente todos los allí presentes,
incluso…
-¿Diana?
-Lo
siento muchísimo, Saab. Ahora la veo como a una madre, pero antes… es que es mu
guapa.
-¿Cómo
que muy guapa? ¡Sherezade está buenísima, no insultes a mi suegra!-protestó
Alec-. A estas cosas hay que saber jugar, S.
-¿Quieres
que te enseñe cómo jugamos al yo nunca los Malik?-repliqué, inclinándome en la
silla. Los ojos de Alec chispearon mientras esbozaba una sonrisa torcida-. Está
bien. Yo nunca le he enseñado mi lengua materna a la persona con la que me
estoy acostando.
Se
hizo un silencio absoluto en la mesa. Alec rió por lo bajo, todos los ojos
puestos en él. Yo crucé las piernas y los brazos y lo miré, altiva.
-Así
es como jugamos los Malik.
-Pues
jugáis mal, porque tú también tienes que beber, nena. Me estás enseñando urdu.
-Te
he enseñado palabras, no te estoy enseñando a hablarlo. Hasta la última gota,
nene-indiqué, levantándome y empujando el vaso con el dedo para que Alec se lo
bebiera todo.
-¿Ah,
sí? ¿Esas tenemos? Vale. Yo nunca tuve miedo de decirle que la quiero a la
persona con la que me estoy acostando.
Parpadeé,
me serví un poco de vodka negro y me lo acerqué a la boca.
-Hasta
arriba, mi vida-ronroneó Alec, reclinado en el asiento, pasando el dedo por el
borde del vaso. Puse los ojos en blanco, llené el vaso hasta arriba y, tras
bebérmelo, continué:
-Yo
nunca me he aprovechado de mi trabajo para ir a ver a la persona con la que me
estoy acostando.
-Yo
nunca he sentido que le he puesto los cuernos a nadie a pesar de llevar toda la
vida soltero.
Diana
se revolvió en el asiento, incómoda, y miró a Tommy, que tenía los ojos fijos
en Alec, quien se estaba bebiendo su vaso de un trago.
Alec
sonrió.
-Yo
nunca me he masturbado pensando en alguien a quien detesto.
-Eres
un cabrón-contesté, llenándome el vaso y bebiéndomelo de un trago.
-Y
míranos ahora, nena.
-¿Bey?-rió
Max, y ella se encogió de hombros tras limpiarse la bebida con el dorso de la mano.
-A
veces Alec me cae mal.
-Yo
nunca me peleé con mis amigas por la persona con la que me estoy acostando.
-Yo
nunca me pegué con mi entrenador de boxeo por la persona con la que me estoy
acostando-contesté tras dar un último sorbo a mi bebida. Me estaba costando
terminármela; sentía la cabeza embotada, y al margen de un ligero rubor en sus
mejillas y los ojos vidriosos, Alec parecía igual que siempre.
-¿Y
lo zorrísima que te puso, hermana?-contestó él antes de beber, y luego, se
inclinó hacia mí, acodándose en las rodillas. Esbozó una sonrisa oscura conectó
directamente con mi entrepierna-. Yo nunca he practicado una felación en los
vestuarios del gimnasio.
Los
fisioterapeutas londinenses deberían darnos las gracias a Alec y a mí por la
cantidad de trabajo que les estábamos dando, pues durante ese duelo de egos,
nuestros amigos habían pasado de mirarnos a uno y a otro como jueces de silla
en un partido de tenis. Y ahora, varias mandíbulas se habían desencajado.
-Eres
un hijo de puta-espeté, y Alec se echó a reír.
-Bebe,
cariño. ¿Te lleno el vaso? Venga, hasta la última gota, nena-me guiñó el ojo,
entregándome el vaso, y yo lo miré con odio. Scott estaba traumatizado.
-Y
pensar que la encontré en el orfanato para esto… no doy crédito-bufó, negando
con la cabeza.
-Te
acabas de quedar sin más polvos esta noche-le advertí a Alec, que me miró por
encima de su vasito y sonrió:
-Ya
lo veremos.
La
noche fue genial, absolutamente genial. Hizo que deseara bajar al centro todos
los días e irme derechita a este bar abarrotado de chicos que no me miraban de
forma babosa, ni se pegaban a mí para intentar sobarme; chicos de los que Alec
no tenía que defenderme, porque yo no les interesaba más que para bailar, así
que no intentaban aprovecharse de mí. Bailé hasta que me dolieron los pies, y
cuando empezaron a dolerme, seguí bailando descalza; me achispé un poquito,
pero no demasiado, me reí, canté a grito pelado las canciones que me sabía y me
inventé las que no. Me hice aún más amiga de los amigos de Scott y Alec, me
abracé a desconocidos, me restregué todo lo que quise contra Alec, le besé
cuanto me apeteció y me dejé besar cuanto él quiso, e incluso lo hicimos de
nuevo en los baños, yo un poco borracha, él completamente, sin parar de repetir
lo guapa que era, lo lista que era, lo buena que era, lo buenísima que estaba y
lo muchísimo que me quería.
-Quiero
tener un bebé contigo-me dijo entre hipidos mientras se movía dentro de mí-. Un
bebé mulatito, con tus ojos, tu pelo, tu sonrisa en mi boca y nuestras dos pieles
mezcladas.
Yo me
había echado a reír.
-Pero
no tienes prisa, ¿verdad? Puedes esperar.
-¿Cuánto?-preguntó
con el ceño fruncido.
-No
mucho. Un par de añitos.
-Ah,
bueno. Un par de añitos se pasan así-Alec chasqueó los dedos y yo me reí.
Pero
el mejor momento no fue ése. Vino después, cuando Alec siguió bebiendo a pesar
de que yo intentaba por todos los medios quitarle el alcohol (porque me
preocupaba que terminara realmente mal), y, de repente, recordó que estábamos
allí por una razón. Se abrió paso entre la gente, con la camisa abierta y
marcas de besos que no eran míos en el pecho (le había pedido a Bey que se los
hiciera ella, porque “estoy muy guapo cuando tengo marcas de besos, pero los
pintalabios de Sabrae son buenos y no dejan marca, así que estoy hasta los
cojones, yo quiero una foto de fiesta en condiciones para Instagram, Beyoncé,
que ahora soy influencer”), hasta
encontrar a Logan.
-¿Te
lo estás pasando bien? Para mí es muy importante saberlo-inquirió, agarrándolo
por los hombros y zarandeándolo un poco.
-Sí,
sí.
-¿Seguro?
Mira que a mí me lo puedes decir si no es así, Log. No me voy a enfadar.
-Que
sí, Al, que me lo estoy pasando bien de verdad. Ya me da igual. Os tengo a
vosotros, y con eso me basta. De hecho, Bradley está aquí, y no me afecta en
absoluto, porque…
-¿QUE
QUIÉN ESTÁ DÓNDE?-tronó Alec-.
¡Llévame con él inmediatamente!
Logan
parpadeó.
-No
le irás a hacer nada, ¿verdad?
-Voy
a decirle cuatro cositas a ese mamarracho. Llévame con él-ordenó, y seguimos a
los chicos mientras se abrían paso entre la marea de cuerpos hasta llegar a una
zona de la barra un poco apartada en la que había un grupo de chicos charlando-.
¡Eh!-protestó Alec, y los chicos se giraron para mirarlo.
-Uf,
el hetero-se lamentó uno.
-Señor hetero para ti, desgraciado. ¿Quién
cojones de vosotros es Bradley?
-¿Quién
lo pregunta?-preguntó un chico rubio con chulería.
-Alec.
-¿Alec
qué más?
-Alec
A Ti Qué Coño Te Importa, desgraciado. Se me han terminado las tarjetas de
visita. ¿Eres tú el subnormal de Bradley?
-Sí,
¿por qué?
-¿Te
acuerdas de mi amigo, Logan?-preguntó Alec, tirando de Logan para colocarlo a
su lado-. Seguramente no, porque eres un hijo de puta que se olvidó de que
había quedado con él y lo dejó plantado. Debería correrte a hostias por
imbécil, so payaso. No sabes la perlita que te acabas de perder por andar
haciendo el canelo por ahí con tus amiguitos julandrones.
-¿Cómo
nos has llamado?
-Julandrones.
Es lo que sois, ¿no? Que no pasa nada, pero es lo que sois. Julandrones e hijos
de puta.
-Estás
muy borracho, tronco. Vete a casita, a que te arrope mami.
-A mi
madre ni la mentes, desgraciado-Alec lo encañonó con un dedo-, salvo que
quieras que te arregle la cara de un guantazo. Después de que le pidas perdón a
Logan, por supuesto.
-¿Pedirle
perdón, por qué?-el tal Bradley lo miró de arriba abajo-. No es mi culpa si se
monta películas conmigo. No tengo ninguna obligación de responderle a los
mensajes.
-¿Películas?
Película es tu vida, y de las de terror malas, gilipollas; sólo por eso tienes
esa cara. Deberías dar gracias de que Logan se haya fijado siquiera en ti.
-¿Con
esa cara?-se burló Bradley-. Tendría suerte si un gigoló de tres al cuarto
accede a darle un morreo en algún momento de su vida.
-¿En
tu casa no te querían y por eso tienes estas carencias psicológicas?-pregunté
yo, colocándome al lado de Logan.
-¿Así
que no le van a dar un morreo en su vida, eh?-replicó Alec, y entonces hizo
algo que yo no pensé que sería capaz de hacer. Le cogió la cara a Logan y le
plantó un morreo de los de película en los labios. Bey, que estaba a mi lado,
dejó escapar una exhalación; yo estaba demasiado ocupada flipando para emitir
sonido alguno. Logan, por su parte, ni siquiera pudo cerrar los ojos de la
sorpresa.
Los amigos
de Bradley también estaban flipando de lo lindo. A fin de cuentas, tenían
razón: Alec era hetero y se le notaba, y mucho.
A pesar de que un par de chicos le habían entrado durante la noche, lo habían
hecho más por ver su reacción que por interés genuino en él (que, por cierto,
también lo levantaba). Pero, de todas las personas que allí había, y de la
multitud que lo deseaba, sólo una era la lira que el emperador Nerón tocaba
mientras ardía todo a su alrededor, consumido por un fuego de necesidad carnal
en lugar del físico que había reducido a Roma a cenizas en tiempos del imperio.
Y esa lira era yo.
Alec se
separó de Logan, que dio un paso atrás, sin aliento, y se encaró de nuevo con
Bradley.
-Ojalá
te atropelle el metro, mal bicho. Como vuelvas a acercarte a Logan, te juro por
Dios que te empujo a las vías en la primera estación que te vea.
Dicho
lo cual, Alec se giró sobre sus talones y atravesó el local en dirección a
nuestro sofá, caminando entre la gente como Moisés por el Mar Rojo. Logan me
miró con ojos como platos.
-Ahora
entiendo por qué estás tan pillada por él.
-Por eso
y porque folla que te cagas-respondí-. De hecho, puede que me lo tire otra vez.
Verlo sacar la basura me ha puesto cachondísima. Caballeros-incliné la cabeza
en dirección a los amigos de Bradley-, Bradley… la que te has perdido, hijo.
Sinceramente, qué vergüenza.
Me
alejé de ellos meneando bien el culo, asegurándome de que la energía de poder
que había irradiado Alec durante ese encontronazo se amplificara mientras me
iba. A mi lado, Logan jadeaba.
-¿Alec
me acaba de dar un morreo?-preguntó,
como queriendo asegurarse de que lo que había vivido era real. Bey asintió
despacio con la cabeza, impresionada-. ¡Me encanta esta narrativa!
-Menudo
momentazo acabamos de vivir.
-Para
momentazo, el que le espera a Alec en el baño-respondí yo-. Toda buena acción
genera otra buena acción, y mi lengua se siente muy solidaria.
Bey, Logan y yo nos plantamos en la mesa,
alrededor de la cual ya estaban los demás.
-¿Qué
acaba de pasar?
Llené
el vaso de Alec y el mío propio.
-Yo
nunca me he morreado con nadie de mi mismo sexo.
Momo,
Karlie y Logan cogieron un vaso, lo llenaron y se lo llevaron a la boca, pero
todo quedó eclipsado con Alec esbozando una repentina sonrisa, cogiendo su vaso
y vaciándolo de un sorbo. Scott miró a Tommy, y gruñó:
-Es
la última vez que traemos a Sabrae con nosotros de fiesta.
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ME HA ENCANTADO EL CONDENADO CAPÍTULO. TE OLBLIGO A ESCRIBIR A PARTIS DE AHORA TODAS LAS NOCHES DE FIESTA ASÍ SI NO NO VOY.
ResponderEliminarME LOS HE IMAGINADO CUQUISIMOS PERDIDOS AL PRINCIPIO DEL CAPÍTULO Y LUEGO HA HABIDO CADA MOMENTAZO QUE MIRA !!!!!! ES QUE ADORO AL PUTO ALEC.
EL MOMENTO EN EL QUE VAN A BUSCAR A LOGAN A CASA, LUEGO EN LA COLA PARA QUE LES DEJEN ENTRAR, EL POLVO EN EL BAÑO (ME HE PUESTO MALISIMA) Y LUEGO EL MORREO A LOGAN MIRA ES QUE ME HA FASCINADO ESTO EH, ENCIMA AUNQUE ESTUVIESE HYPEADISIMA LO HE GOZADO MUCHÍSIMO ES QUE DIOS.
PD NUMERO UNO: EL SIGUIENTE CAPÍTULO QUE EMPIECE CON ALEC BAILANDO MALAMENTE EN GAYUMBOS EN MEDIO DE LA PISTA JAJSJSJSS
PD NUMERO DOS: ESTAS TARDANDO DEMASIADO EN DARME LA STORYLINE DE TAMIKA Y KYLIE