viernes, 20 de marzo de 2020

Cuarentena.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Qué tal estás, mi niña?-preguntó mamá, rodeándome la cabeza con el brazo y dándome un beso en la mejilla, haciéndome saber que estaba ahí para mí, incluso cuando me regañaba por no haber tomado las precauciones necesarias. Me imaginé que pensaba que así se habría comportado su madre cuando ella misma tuvo que recurrir a tomar la píldora del día después: aunque molesta por la forma en que su salud corría peligro, en cierto sentido por su culpa, había una parte de ella que siempre obedecería al fuerte instinto de protección que sienten todas las madres.
               Mamá ni siquiera me había reñido otra vez cuando me vio romper el plástico para sacar la píldora y me la quedé mirando un momento: sabía que ya no iba a posponerla más. Cuatro días era jugársela demasiado (aunque la efectividad, según la farmacéutica, era de hasta cinco días). Simplemente me había llenado un vaso con agua fría para ayudarme a tragármela, y cuando lo hice, volvió a darme un beso, me acarició la espalda y me miró a los ojos.
               -Por favor, ten más cuidado a partir de ahora, ¿de acuerdo?
               Yo había asentido con la cabeza, el regusto de la píldora aún arañándome un poco la garganta.
               -Mamá, hace diez minutos que me he tomado la píldora. No creo ni que haya empezado a deshacerse en mi estómago. Estoy bien-susurré, garabateando en mi bloc de dibujo, trazando una jirafa que más tarde le daría a Duna para que ella la coloreara. Shasha estaba sentada en el otro extremo del sofá, jugueteando con el cable de sus auriculares mientras miraba sin ver una reposición del capítulo de Keeping Up With the Kardashians en el que Kim le grita a su hermana Kourtney que ella no sabe lo que hace falta sacrificar para sacar a flote un negocio. Yo habría preferido que fuera el capítulo en el que Kim se hace selfies mientras Khloe va a la cárcel, porque allí había menos gritos y mi falta de sueño los aborrecía, pero agradecía estar sentada en el sofá, tapada con mi manta, haciendo tiempo en compañía de mi hermana mientras esperaba a ver si los efectos secundarios de la píldora se adueñaban de mi cuerpo, o por el contrario podía quedar con mis amigas.
               Al margen, por supuesto, de que estaba esperando a que Scott se levantara. Se había pasado la noche de acá para allá, bailando y bebiendo más de lo que lo había hecho yo (en realidad, me había otorgado a mí misma el rol de niñera de Alec en cuanto vi que a él se le iba la mano con el alcohol), de manera que mi hermano estaba más cansado y necesitaba más tiempo para reponerse. Había bebido mucho, había estado un rato a solas con Eleanor al final de la noche, y luego había seguido bebiendo más, como si se estuviera preparando para hacerlo borracho, igual que Alec. Por eso aún no se había levantado, y eso que mi hermano estaba acostumbrado a la marcha. A mí me dolían horrores los pies, sentía los hombros un poco cargados por los tirantes del sujetador, y tenía la piel de los pechos y la entrepierna aún sensible por las veces en que me había ido con Alec al baño.
               Alec… repitió mi cabeza, y sonreí al pensar en cómo se había vuelto loco cuando terminé de desnudarme en el baño de la Sala Asgard. Aquello había sido un polvazo, digno de todos los inconvenientes que la píldora traía consigo si al final mi cuerpo acusaba su presencia en el torrente sanguíneo. Le di la vuelta a mi móvil para comprobar si ya me había respondido al mensaje que le había enviado, pero nada. Aún dormía. Mi pobre niño… si Scott necesitaba dormir la mañana, Alec tendría que estar toda la semana echado para poder recuperarse. Se había pasado tres pueblos, había tomado su peso en bebidas tan fuertes que en Internet las calificaban como “no aptas para principiantes”. Había tenido que buscar varios de los brebajes que se había tomado, y cuando vi su graduación, comparada con la de las cosas que solía tomar yo y que me producían un chute increíble, empecé a sospechar que su ascendencia rusa tenía algo que ver en su aguante.
               Y, aun así, se las había apañado para comportarse como el más salvaje de los animales. Recordé la forma en que me había mirado mientras me apartaba el bañador, se sacaba la polla y la colocaba en mis puertas, hundiendo sus ojos en los míos como si yo fuera el océano y él, un tritón que lleva demasiado tiempo fuera del agua y por fin puede regresar a su hogar.
               -¿Esto también es divertido?-me había dicho, estrenando la que sería la frase que inauguraría cada penetración en mis pesadillas eróticas, entrando en mi interior con la misma rabia con la que nuestros almas se estaban entremezclando. Cómo me lo había hecho, y cómo se había terminado volviendo loco después de quitarse el condón, cuando nos mezclamos y lo hicimos de verdad. El sudor de su espalda, sus jadeos, sus gemidos, sus fluidos mezclándose con los míos, sus manos agarrándome las nalgas cuando me ponía frente a él y la cintura cuando me daba la vuelta para hacerlo como el resto de los mamíferos, su boca en mi espalda, su lengua en la mía, en mis pechos, en…
               No podía seguir por ahí. No podía seguir por ahí, o subiría a mi habitación y volvería a usar mi cama como la había usado por la mañana, nada más despertarme. Como un festival de tortura, un mar en el que hundir mi barco y salir corriendo a la superficie, sólo para disfrutar de lo delicioso que sabía el aire cuando tus pulmones arden. Era muy difícil evitarlo, pero tenía que intentarlo.
               ¿Cómo estaría él? Dios mío, me moría de ganas de verlo esa noche. Si la píldora no me traía ningún tipo de malestar, le pediría volver a hacerlo como lo habíamos hecho en el baño de la Sala Asgard: animal, sucio, urgente y rayano en el odio, de una forma tan  primitiva que casi me daba vergüenza recordarla.
               Supe entonces que el local no había tomado el nombre del cielo nórdico en vano: si ya de por sí Alec era un héroe del sexo, en aquella sala se volvía un dios.
               -¿De qué te ríes?-preguntó Shasha, que se me había quedado mirando, preocupada, cuando yo me revolví en el sofá. Estaba inquieta por si los efectos secundarios de la píldora volvían a manifestarse en mí, y yo, tan abstraída como estaba con mis pensamientos, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba viendo cómo me ponía cachonda.
               -De nada. ¿Me estaba riendo?
               -Sí-Shasha esbozó una sonrisita de suficiencia y me pinchó-. Es más, te has puesto roja.  ¿Qué, buscando en el baúl de los recuerdos?
               -¿Qué baúl, Shash?-me reí, negando con la cabeza, notando el ardor en mis mejillas, que nada tenía que ver con la vergüenza, sino con la imagen que no podía apartar de mi cabeza por mucho que me esforzara: los pectorales, los abdominales, y los colgantes de Alec, impactando contra mi pecho mientras su miembro se abría paso en mi interior, haciéndome ver las estrellas.

               -Oh, ya sabes. El baúl de los polvos-me guiñó un ojo y yo puse los míos en blanco.
               -Eres una salida.
               -¿Te piensas que soy tonta? No te has tomado un caramelito después del desayuno-comentó-. Soy perfectamente consciente de que era la píldora del día después. ¿Qué pasa? ¿Ahora os mola hacerlo a pelo?-inquirió, y le hice un corte de manga.
               -Para tu información, so plasta, los condones no son infalibles y pueden romperse. No es que vaya a resultarte útil saberlo, porque seguro que, con esa cara, te mueres virgen, pero cuanto más sepas de la vida, mejor. ¿Quién sabe? Igual te da por presentarte a un programa de preguntas de la tele.
               -¿Mientras tú cuidas de los ochenta hijos que vas a parir de Alec antes de los 30 porque sois incapaces de tomar precauciones, so cerda?
               -¡Y dale! ¡Que tomamos precauciones, lerda! Es sólo que… bueno, mira, tampoco es que te importe, pero… en San Valentín, lo hicimos un par de veces, y una de ellas se nos rompió el condón. Así que... he tenido que tomar la píldora-me encogí de hombros y me hundí un poco en el sofá, recuperando el bloc de dibujo. Shasha se enredó los auriculares en el dedo haciéndolos girar en el aire.
               -¿Tres días después?
               Parpadeé.
               -Es malo mezclarla con alcohol.
               -Sabrae-rió Shasha, y yo bufé.
               -Vale, puede que quisiera aprovechar la situación, ya que estábamos, pero… tú no lo hagas nunca, ¿vale? No me tomes como ejemplo en esto, Shash. No te acuestes con ningún chico sin tomar precauciones, no importa lo mucho que te guste. Ponte siempre condón, ¿vale?
               -Te das cuenta de que no tienes autoridad moral ninguna para decirme esto, ¿no?
               -No te lo estoy diciendo como imposición, sino como un consejo que te doy por ser tu hermana mayor.
               -Más vieja, no mayor. Soy más alta que tú-rió. Le asesté un cojinazo y, cuando hizo un puchero, me acurruqué junto a ella, que primero se resistió, pero luego me rodeó con un brazo y me estrechó fuerte contra sí-. ¿Qué tal anoche?
               -Uf.
               -Suena bien-rió Shasha, y mientras esperaba a que Scott tuviera a bien levantarse, le conté con todo lujo de detalles lo que había hecho la noche anterior, desde el momento en que me reuní con mis amigas hasta cuando salimos del local gay, pasando, evidentemente, por el polvo en la sala Asgard o el morreo homosexual de Alec, el momentazo de la noche (con permiso de los tres polvos que había echado con Alec, claro está), a lo que Shash sólo hizo 2 comentarios.
               El primero fue:
               -¿¡Follasteis sobre cocaína!? Jo, Sabrae, ¡llevas la vida de una puta de lujo!
               Y:
               -¿¡Alec se morreó con Logan!? Jo, Sabrae, ¡ojalá fueras una Kardashian para que no pararan de perseguirte cámaras y poder verlo! Por cierto, ¿estás bien? Debe ser duro ser la tapadera de un gay.
               Cuando terminé de hablar, empezaba a sentir la cabeza embotada, el estómago cerrado, y un frío que no tenía mucho que ver con la época del año en la que estábamos, sino con la sustancia que había ingerido. Shasha lo notó, pero tuvo la suficiente delicadeza como para no decirme que tenía mal aspecto o que se notaba que me encontraba mal, porque basta que alguien te lo comente para que tu enfermedad cobre aún más fuerza. Simplemente me dio un achuchón, un beso en la sien, y me dejó arrastrarme de nuevo a la otra esquina del sofá, donde me quedé mirando mi dibujo sin ganas de continuar con él.
               Entonces, escuché los pasos de Scott. Cualquiera diría que había estado escuchando en el piso de arriba para dejar que pusiera a Shasha al día de mis aventuras nocturnas, pero por la cara de atontado que aún traía y su forma de arrastrar los pies, supe que acababa de despertarse, y que su principal objetivo en la vida no era cuidar de que Shash estuviera enterada de mi vida, sino simplemente desayunar.
               Me levanté y noté que las piernas intentaban fallarme, pero como Shasha me estaba mirando y no quería preocuparla, luché por mantenerme erguida y fingir que no pasaba nada. Me fui a la cocina arrastrando la manta conmigo, una capa improvisada digna de la emperatriz que era yo. Porque la chica de un emperador capaz de quemar Londres como lo había hecho Alec la noche anterior, al más puro estilo de Nerón con Roma, debía vestir siempre con la dignidad del cargo que ocupaba.
               Me encontré a Scott apoyado en la encimera, mirando con concentración exquisita su taza de café bien cargado dando vueltas en el microondas. Debía de tener una resaca lo suficientemente importante como para que se le agudizaran los sentidos, porque en el momento en que empujé suavemente la puerta y caminé sobre las baldosas de la cocina, Scott se volvió hacia mí. Me dedicó una sonrisa tierna. Parecía contento de verme, el tipo de felicidad espontánea y genuina que sientes cuando un familiar del que llevas mucho tiempo separado por fin regresa a tu lado. Algo en mi interior me dijo que, dentro de unos meses, ese tipo de sonrisas serían las primeras que vería en Scott. Y me entraron ganas de llorar.
               Pero tenía algo que hacer primero.
               -Hola, peque.
               -Hola. ¿Has dormido bien?-pregunté, sentándome sobre uno de los taburetes de la cocina y cubriéndome con la manta. Sentía una leve película de sudor empezar a cubrirme la frente, convirtiendo mi piel en un campo de escarcha de la campiña en primavera.
               -Bueno, me vendría mejor dormir más, pero sobreviviré. Sólo necesito tomar algo caliente, comer algo rico, y ya estaré como nuevo. ¿Y tú qué? No parece que hayas espabilado del todo. ¿Quieres comer algo?
               -Estoy bien.
               -¿Seguro? No tienes muy buena cara.
               -Acabo de tomar la píldora-expliqué, y Scott torció la boca y asintió despacio con la cabeza. Toda su actitud cambió: pasó de estar relajado a en alerta, como si supiera que tocaba una discusión ahora, o algo por el estilo. Sacó el café del microondas y le echó un par de cucharadas de azúcar; a continuación, cogió unos donuts de la alacena y, por fin, se sentó en la isla. Frente a mí. Sabía que quería mantener una conversación, y creo que sospechaba que la conversación iba a ir sobre Alec. Sacó el primer donut de su paquete individual, le dio un mordisco y tomó un sorbo de su café. Se relamió la bebida y me miró a los ojos, por fin-. No hagas esto.
               -¿Que no haga el qué?
               -Ponerte a la defensiva.
               -No me pongo a la defensiva. ¿Cómo puedo ponerme a la defensiva si sólo estás sentada frente a mí?
               -Supongo que te imaginas que no he venido a ver cómo desayunas porque me mole-comenté, frotando las manos, intentando concentrarme en la bruma de mis pensamientos. Scott chasqueó la lengua y asintió con la cabeza.
               -Vale, mira, Saab… entiendo que puede que la noche pasada pude hacer o decir cosas que te hacen creer que tenías una idea equivocada de mí, pero… yo con mis amigos soy distinto a yo en casa, o yo en el instituto, o… bueno, en fin, en cualquier situación, realmente. Las circunstancias de una persona son tan importantes como su manera de ser, ¿sabes?
               -Lo sé. Y no hiciste nada que me haga tener una opinión distinta de ti.
               -Vale. Bueno. Me parecía que querías echarme la bronca por el pique que tengo con Alec cuando salimos de fiesta, pero, mira… es totalmente sano. Llevamos así toda la vida. Nos lo pasamos bien puteándonos. A ti nunca te ha tocado vernos de esa guisa, pero nos divertimos de esa manera, ¿entiendes?
               -¿Crees que quiero que hablemos porque pienso que Alec necesita que yo le defienda de ti?
               -¿Por qué me has dicho que no me ponga a la defensiva, entonces?-inquirió, mordiendo su donut.
               -Porque te lo has puesto, Scott. Ha sido mencionar la píldora, y cambiarte la cara.
               -Es que no me hace gracia que la tomes, porque recuerdo cómo te pusiste la otra vez-contestó, sin mirarme, con lo que yo supe leer sus pensamientos. Había conectado rápidamente con Alec porque sólo la había tomado con él, y la manera más rápida y limpia de que no discutiéramos era saliéndose por la tangente, inventándose excusas con respecto a él. La excusa más fácil era la de su relación de fiesta, así que allí la había plantado.
               -No es culpa de Alec.
               -¿De quién es, entonces?-preguntó con tranquilidad, y yo parpadeé.
               -No es culpa de nadie.
               Scott se detuvo, con la cucharilla entre los dedos, y constató:
               -Tú no le conoces como le conozco yo.
               -Y tú tampoco, Scott. Acabas de decirme que eres distinto dependiendo de con quién estés, o dónde. A Alec también le pasa lo mismo. A todos nos pasa. Alec es diferente conmigo a como lo es contigo, porque tú eres su amigo y yo soy…-me mordí el labio. Había estado a punto de decir “novia”, a pesar de que rehuía esa palabra en presencia de Alec como si fuera la peste. La realidad era, sin embargo, que yo llevaba tiempo comportándome como una, actuando como lo haría una buena novia, y él, más de lo mismo. Sin embargo, decir la palabra en voz alta daba miedo, porque le otorgaba realidad y profundidad a lo nuestro, como si ya no fuera lo suficientemente profundo como para desgarrarme el corazón.
               Alec se marcharía en verano. Y yo me quedaría sola, con el corazón roto… o peor, con el corazón ausente, a un continente de distancia.
               El piercing de Scott rozó sus dientes cuando él esbozó una sonrisa cínica.
               -Qué bien te vendría haberle dicho que sí ahora, ¿verdad?-me pinchó, pero yo no quise entrar al trapo. Me dolían demasiado las piernas como para entrar al trapo.
               -Seamos lo que seamos, Alec es diferente conmigo. Él me trata bien. Me cuida. Si por él fuera, se tomaría él la píldora y no yo. Debes saberlo. Deberías saberlo, de hecho-maticé-. Sois amigos, así que no deberías tener una mala opinión de él.
               -No tengo una mala opinión de él. Es sólo que, precisamente porque somos amigos, sé cómo es en muchos aspectos en que tú ni te lo imaginas. Sé cómo es con las chicas, y tú eres una chica, Sabrae-me recordó-. Sé cómo se comporta con ellas, sé que ya le ha pasado esto más veces, y…
               -Yo no soy como las demás para Alec, Scott.
               Scott parpadeó.
               -No eres la primera que tiene que tomar la píldora para no quedarse embarazada de él, pero él sí es el primero que ha hecho que tú tengas que tomártela.
               -Y Eleanor tampoco es la primera chica que tiene que tomarse la píldora para no quedarse embarazada de ti-respondí, y él arqueó las cejas y se irguió un poco en el sitio, impresionado, acusando el golpe que en realidad no era tal-, pero tú probablemente seas el primer chico que le haya hecho tomársela. Y estoy segura de que, si Eleanor sintiera algún tipo de molestia, tú te la tomarías si pudieras en su lugar. Alec está dispuesto a hacer eso por mí.
               Scott se mordió el labio y presionó las yemas de los dedos contra la taza de cerámica, pensativo.
               -Tú también eras como piensas que Alec es conmigo antes-le recordé con dulzura, y Scott me miró-. Y entonces, llegó Eleanor. Y todo cambió para ti. Ya no hay otras chicas en tu vida, y tampoco las hay en las de Alec. Porque yo soy su Eleanor. Y él es mi Scott.
               Scott me miró fijamente, y por un momento, sentí que quien me estaba mirando era mamá. Los mismos iris, la misma preocupación, la misma sabiduría, el mismo instinto protector. Puede que mamá fuera mi madre, pero no en vano Scott era la primera persona de mi familia que me había visto. Y ese tipo de conexión no se rompe, sin importar el tiempo que pase, sin importar la distancia. No se rompería mientras uno de los dos viviera: incluso cuando Scott me faltara, o yo le faltara él, el vínculo seguiría estando ahí.
               -No sé muy bien en qué me convierte eso-comentó.
               -Lo sabes de sobra-respondí con paciencia-. Te convierte en Tommy.
               Scott rió entre dientes, alzó una ceja e inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Y se supone que ser Tommy es malo?
               -Sí… si hablamos de Eleanor y de ti. Al menos, antes de que pusierais todas las cartas sobre la mesa. Así que eso es lo que quiero hacer, S-subí los codos a la mesa y, luchando con las náuseas que me producían los nervios de la conversación y el mareo de las pastillas, anuncié-: poner las cartas sobre la mesa.
               Scott asintió con la cabeza, meditabundo.
               -Está bien. Pongámoslas.
               Tomé aire y lo solté muy, muy despacio. Me daba vueltas la cabeza, sentía que las piernas me iban a estallar de un momento a otro, pero conseguí articular:
               -Si tuvieras elección, ¿habrías preferido que lo que ha surgido entre Alec y yo no hubiera pasado?
               Scott clavó sus ojos marrones con motitas doradas y verdes en mí. Era una selva. Era la jungla. Una pantera podía saltar sobre mí.
               -¿Qué te hace pensar eso?
               -Respóndeme, Scott. Alec y yo sí, o Alec y yo no.
               Scott rió por lo bajo.
               -Sabralec-me corrigió, y yo sentí un inmenso alivio en mi interior-. Sí.
               -Vale. Gracias. Yo… necesitaba saberlo. Es que… lanzas señales contradictorias, S. Antes, te daba igual lo que hiciera Alec. Casi nunca le corregías. Es más, incluso te hacía gracia. No eras exigente con él. Pasabas de lo que hacía mal, y celebrabas lo que hace bien. Ahora, sin embargo… es como si estuvieras intentando pulirlo.
               -Pues claro-contestó Scott, como si fuera evidente-. Antes, Alec se follaba a todo lo que se movía si yo no era más rápido que él. Pero ahora, se acuesta con mi hermana. Nótese la diferencia-instó-. Se follaba a todo. Se acuesta con mi hermana. Tú le has cambiado, Saab. Y él te ha cambiado a ti. Pero… eso no quiere decir que no necesite empujoncitos en algunos aspectos.
               -Ahí quería llegar yo. S, te agradezco muchísimo que intentes ayudarme, pero… Alec y yo debemos encajar por méritos propios. Ya hemos visto lo que pasa cuando una tercera persona influye en una relación. No estoy diciendo que vaya a pasarnos lo mismo que pasó con Tommy, Eleanor y contigo, pero… no quiero arriesgarme. Lo que me moleste de Alec, se lo digo. Lo que a Alec le moleste de mí, me lo dice. No necesitamos que hagas de paloma mensajera entre nosotros. Ni que nos mines de ninguna forma. Ya sé que no lo haces a posta, pero hay veces en que, intentando ayudar, lo enredas todo más.
               Scott asintió con la cabeza.
               -Te ha contado la charla que tuvimos en el despacho de mamá, ¿verdad?
               -Por supuesto. Alec me lo cuenta todo. Y yo a él. También le conté lo que hablamos sobre por qué yo no le decía que sí. Mira, S, tienes todo el derecho el mundo a querer que estemos juntos, y me alegra que sea así, pero eso no te da derecho a meterte entre nosotros, aunque sea para intentar juntarnos más. Eso es cosa nuestra, ¿vale? No hay necesidad de que le hables a Alec de cómo tiene que comportarse, o a mí de cómo tengo que tratarlo, porque todo lo que nos digas, nosotros ya lo tenemos hablado, y sólo va a hacer que le demos más vueltas, nos preocupemos, y empecemos a ver problemas donde no los hay. Yo no tengo ningún problema en que Alec tontee de broma con otras chicas, porque sé cómo es: un payaso, un vacilón, incluso un chulo. Y Alec no tiene ningún problema en que no formalicemos de manera “oficial”-hice el gesto con las comillas- nuestra relación. Porque los dos queremos lo mismo y actuamos en consecuencia: nos gusta estar juntos, apoyarnos, querernos. No tenemos por qué llamarnos de ninguna forma si uno de los dos no se siente preparado.
               Mentira, Sabrae. Mentira. Tú quieres entrar en todos lados de su brazo y que él te presente como su novia, pero te da tanto miedo el dolor que decides ser cobarde.
               -Así que te agradezco el esfuerzo, S. De veras. Sé que eres mi hermano y quieres cuidarme y que sea feliz, y sé que eres amigo de Alec y quieres cuidarle y que sea feliz, pero hay cosas que debes dejar que las hagamos solos. Ya sabes el dicho: demasiados cocineros estropean un caldo. Y el agua se compone sólo de dos elementos: hidrógeno y oxígeno, y es el origen de la vida. En cuanto le añades algo distinto, un tercer elemento, se convierte en algo distinto. La contaminas. Incluso si fuera oro-sonreí, y Scott también-. Sigue estando contaminada.
               Estiré las manos sobre la mesa en su dirección, con las palmas vueltas hacia arriba, y él me las cogió y sonrió.
               -¿Me lo prometes? ¿Que nos dejarás solos?-asintió con la cabeza y yo sonreí, me levanté y conseguí llegar hasta él, disimulando a duras penas mi malestar. Le planté un sonoro beso en la mejilla que él me devolvió mientras me rodeaba la cintura de manera cariñosa.
               -Todo lo que hago, lo hago por tu bien.
               -¿Incluido irte de casa?-lloriqueé, y Scott se echó a reír.
               -No, vale. Eso lo hago por el mío y jugueteó con un mechón de pelo que me caía sobre los ojos-. ¿Cuándo has crecido tanto, Sabrae?-inquirió, admirado de mi madurez. Puede que fuera su hermana pequeña, más joven y más bajita que él, y puede que fuera la pequeña de la casa, pero en  cierto sentido tampoco era la pequeña. Me había convertido en una joven mujer ante sus ojos, en una transición tan lenta como el crecimiento de un cachorro, que un día es adorable y al siguiente, cuando quieres darte cuenta, un fiero defensor de tu hogar.
               -Cuando tuve que empezar a tomar la píldora-bromeé, y él puso los ojos en blanco.
               -No tiene gracia-protestó, soltándome la cintura y dando un nuevo sorbo de su café.
               -Sí que la tiene-repliqué, lamiéndole la cara.
               -No, no la tiene. Vas a parir a los hijos de Alec algún día-acusó-. Os vais a reproducir. Los dos. Juntos. Deberían prohibíroslo por ley-había un cierto tono de alarma en su voz que yo encontré como justificación para darle un mordisco en el cuello, y escapar antes de que me atrapara y me matara a cosquillas.
               Fue el último esfuerzo que pude hacer en todo el día. En cuanto constaté que Scott había renunciado a convertirme en la última víctima de su ritual ancestral de cosquillas, me senté en el suelo del comedor y descubrí que el frío tampoco me iba mal para las piernas. Me las masajeé con cuidado, extendiendo los dedos todo lo que pude para abarcar cuanto más espacio, mejor, y de esa guisa me pilló mi madre cuando bajó a hacer yoga, con el pelo recogido en una cola de caballo que le acariciaba el espacio entre los omóplatos, cubiertos por una camiseta de tirantes.
               -Pequeñita-ronroneó con cariño al verme allí sentada, inclinándose hacia mí y recogiéndome del suelo con un abrazo en mi cintura que me recompuso sólo un poco, porque por desgracia ya no podía cogerme en brazos como cuando yo era un bebé, y llevarme de un lado a otro como si fuera el transporte personal del koala más afortunado del mundo. Me llenó de besos mientras me hacía incorporarme, y cuando me senté en el sofá, ella misma me subió las piernas, me las acarició suavemente, y me terminó cubriendo con una manta.
               -Había quedado con mis amigas-susurré, angustiada, viendo cómo la posibilidad de una tarde con la chicas, comiendo gofres en el parque, acurrucadas las unas contra las otras, se desvanecía. Llevaba tiempo queriendo pasar una tarde así con ellas. Hacía siglos de la última vez. Ahora, sin embargo, me veía metida en la cama, muriéndome del asco mientras ellas o bien se quedaban en casa, o bien seguían con sus planes sin mí. No podía culparlas si lo hacían. Me dolería, pero no podía culparlas. Si me estaba dando eso ahora y no el jueves, era porque había sido todo lo tozuda que Alec anunciaba que era, posponiéndolo todo hasta el peor momento. Prefería mil veces perderme un día de clase, aunque detestaba perder clase, a cambio de tener el sábado libre para estar con las chicas. Sólo esperaba que no se enfadaran conmigo, que fueran comprensivas, que no sintieran celos de nuevo de Alec. Estaba pasando demasiado tiempo con él, incluso las había dejado de lado hasta en tres ocasiones la noche anterior por irme a tener sexo en el baño con Alec, y ellas habían puesto buena cara, no se habían quejado en ningún momento (incluso habían bromeado con ello), porque sobre nuestras cabezas flotaba una estrella con forma de gofre y regusto a chocolate caliente-. Íbamos a dar una vuelta por el parque.
               -De tarde va a llover-comentó mamá, y yo asentí despacio con la cabeza. Lo cierto es que no nos importaba que lloviera, no cuando se trataba de gofres: podíamos ir a por ellos, pedirlos que nos los pusieran para llevar, y luego sentarnos en alguno de los cenadores que había repartidos por el parque, a comerlos mientras los mojábamos en el sirope que nos darían en un vasito cerrado. O puede que nos los comiéramos por turnos, sujetando un paraguas una y el gofre otra de cada vez. Yo, por supuesto, iría de pareja con Momo. Ella aguantaría el paraguas bien cerca de mi cabeza para que no me mojara mientras le daba un mordisco a la corteza esponjosa, y yo haría lo mismo con ella cuando le tocara su turno. Nuestras botas de agua harían de compás para la música a cuyo son bailarían nuestras mandíbulas-. Además, no sé si te encontrarás mucho mejor esta tarde.
               -Supongo que no-susurré, alcanzando mi móvil y deslizando el dedo por la pantalla. Mamá suspiró, me atrajo hacia ella y me dio un beso en la sien.
               -¿Qué te parece si las invitas a venir a casa? Podríais hacer una fiesta de pijamas diurna. Un día de interiores-sonrió mamá, alzando las cejas.
               -Estamos cansadas de estar encerradas en casa-me lamenté. Los del pequeño kiosco de los gofres se habían tomado unas semanas de vacaciones que se nos habían hecho larguísimas. Hoy mismo abrían, por eso teníamos pensado ir.
               -Pues no os iba a quedar más remedio. Dudo que a las madres de tus amigas les haga gracia que vayan por ahí con una tormenta eléctrica anunciada.
               Me dolió que mamá no me incluyera en el grupo con tanta rapidez, a pesar de que lo hacía por pura lógica, y sin mala intención. Asentí con la cabeza, me mordí el labio y me acurruqué un poco más contra ella en el sofá mientras entraba en Telegram, comprobaba que Alec no había hablado aún, y luego tocaba el icono que teníamos puesto en el grupo de mis amigas.
               Con un nudo en la garganta, tecleé:
Chicas, me encuentro fatal. Acabo de tomar la píldora y ya me está haciendo efecto, así que no voy a poder salir de casa en toda la tarde. A duras penas consigo mantenerme en pie. Lo siento muchísimo, de verdad. 😭😭 en cuanto me ponga bien, os prometo que estáis las primeras en mi agenda.
               La respuesta por parte de mis amigas no se hizo esperar.
Momo: Noooo Saab L
Momo: Con la cantidad de cosas que tenemos que comentar de anoche!!
Taïs : Jo, Saab 😭
Kendra : NO PUEDE SER DIOS MÍO
Momo:  ¿Podemos hacerte una visita?
Taïs : SÍÍÍÍ PORFA DI QUE SÍ!!!!
Kendra : TÚ LO QUE NECESITAS ES VER MAGIC MIKE EN UNA PANTALLA BIEN GRANDOTA, COMO LA QUE TIENES EN TU CASA, POR EJEMPLO
Momo: DECIDIDO, SESIÓN DE CINE EN CASA DE SABRAE ESTA TARDE. YO LLEVO LA BEBIDA😈
Taïs : YO EL CHOCOLATE 😜
Taïs : POR CIERTO SAAB SIN AGOBIOS NI NADA PERO, ¿CÓMO VA TU PADRE CON EL DISCO?
Kendra : yo pongo las palomitas 😍😍 el otro día compré unas con queso que están que os MORÍS 

               No pude evitar esbozar una sonrisa radiante. Parecía boba pensando que mis amigas se enfadarían conmigo por no poder salir. Ante todo, eran mis amigas, así que mi salud era lo primero. Además, ¿no decían siempre que lo importante no es el plan, sino la compañía? Bueno, pues yo iba a tener siempre la mejor compañía del mundo.
¿De verdad que no os importa?
¿De verdad que no os importa?
Momo: Cómo nos va a importar Sabrae???? Madre mía, eres tontísima
Kendra: yo ya estoy pensando en las palomitas ñam
Taïs: te queremos mucho
Y yo a vosotras ❤❤❤❤ Los gofres corren de mi cuenta, ¿vale?
Kendra: DE ESO NI HABLAR. DEBES GUARDAR CAMA. ESTÁS CONVALECIENTE.
Momo: Eso, eso. Nosotras nos encargamos. Tú no te preocupes por nada
               Puede que no fuera una tarde de paseos por el parque la que compartí con mis amigas, pero desde luego, sí fue de gofres. Después de hacer el paripé con Kendra, que dijo que tenía lavando su pijama preferido, las chicas llegaron media hora más tarde, tiempo más que suficiente para que el kiosco de los gofres del parque abriera sus puertas y pudieran coger media docena, “uno para cada una, incluidas Shasha y Duna”. Cuando Scott se asomó para preguntar qué había para él, Momo le respondió que nada, que íbamos a pasar una tarde estrictamente de chicas y él, por lo tanto, no estaba invitado.
               -Qué lástima. Yo que había quedado con Tommy para hacer tarta de turrón, y pretendía invitaros…-chasqueó la lengua y se encogió de hombros de manera dramática-. Bueno, supongo que otra vez será.
               Las primeras interesadas en que Tommy entrara en mi casa con unas cajas de turrón debajo del brazo fueron mis hermanas, que enseguida renunciaron a un gofre para que Scott pudiera tomarse uno (y luego, a la mitad de otro, para que Scott se viera favorecido), pero mi hermano se rió y dijo que lo único para lo que había quedado con Tommy era para jugar a la consola, así que no íbamos a estropearle la tarde. Incluso se unió a nosotras cuando, después de ver la peli, un poco empachadas por culpa de las palomitas, el chocolate, y por supuesto los famosos gofres con su sirope de praliné, nos marchamos del sótano y conquistamos el salón, donde papá se había estado peleando con una canción, sin éxito, y finalmente se había quedado tirado arrancando acordes de su guitarra.
               Scott miraba desde una esquina del sofá con una sonrisa en los labios mientras nosotras hacíamos trenzas tanto en el pelo de papá, que ya había crecido lo suficiente desde que se lo había cortado para empezar con el disco (lo cual le agobiaba un poco, pues le recordaba el tiempo que llevaba peleándose con las musas para conseguir inspiración), como en el de mamá, a quien Duna intentó varias veces hacerle complicados peinados y terminó formándole un nudo que nos costó casi media hora desenredar. Y, por la sonrisa en los labios de Scott, supe que estaba concentrado en almacenar recuerdos, disfrutando de un día en familia como otro cualquiera que, para él, sin embargo, iban a terminarse pronto.
               Mantuve esa idea alejada de mi mente sin demasiado esfuerzo mientras mis amigas estaban presentes, ya que a ellas se les daba genial entretenerse, pero como todo lo bueno se acaba, finalmente tuvieron que marcharse. Cada una cenaría en su casa, o por lo menos fingiría cenar, paseando en su plato la comida mientras disimulaban la barriguita que llevaban cargada de comida no tan sana como una ensalada. Papá se las llevó en coche mientras los relámpagos recortaban la silueta del centro de Londres más allá de los tejados de las casas de los vecinos, sacándole fotos con flash a la ciudad más bonita del mundo.
               No fue hasta que mis amigas empezaron a abrazarme y cubrirme de besos para despedirse de mí cuando mi cuerpo recordó de repente que me había visto obligada a tomar la píldora, y los efectos secundarios regresaron de nuevo, cayendo sobre mí como una losa. Al menos había podido disfrutar de la tarde con mis amigas y mi familia, recuperándome hasta el punto de que incluso pude coquetear con Alec a través de mensajes una vez éste se despertó de su largo sueño.
               Sin embargo, con la típica actitud nostálgica imposible de abandonar cuando contraes una enfermedad, en la que lo valoras todo, los tiempos mejores en los que no te dolían las piernas, o respirar no suponía un esfuerzo sino una actividad automática, me detuve a reflexionar sobre la tarde, y especialmente, sobre mi hermano. Con él también estaba perdiendo mucho tiempo, demasiado centrada en estar con Alec, aunque habíamos hablado de darnos espacio para seguir con nuestras vidas. No quería atosigar a Scott.
               Pero iba a echarlo tanto de menos cuando se fuera…
               Mi hermano tenía que vivir su vida. Ya había aprendido a valorar esos momentos en casa; lo había visto esa tarde, mientras participaba de manera superficial en nuestros juegos, dejándose llevar sólo cuando los demás insistíamos. Era un cineasta que deja que sus actores interactúen, sabiendo que en eso está la verdad, la autenticidad, lo que el público busca cuando va al cine. Si mete demasiado la mano, la obra perderá su esencia. Además, siempre es mejor ver las cosas desde fuera, compartir un poquito de felicidad nada más, cuando lo que pretendes es atesorarla, crear recuerdos, poder echar la vista atrás sin dificultad y añorar lo que antes tenías.
                Scott estaba viviendo su vida intensamente, y en esa intensidad, también había tiempo de descanso y de observación.
               Y, aun incluso con la sombra de su partida y de ese carpe diem que le acuciaba cada vez que salía de casa, se las apañaba para ser el mejor hermano del mundo.
               Después de cenar un poco de pechuga de pollo con puré, dado que mi estómago no daba para más, me subí pronto para la cama, repartiendo besos entre mi familia y anunciando que necesitaba descansar. Serían bienvenidos todos aquellos que quisieran acompañarme a ver una película o una serie, pero yo no estaba para muchas fiestas. Es por eso que no me extrañó cuando Scott empujó la puerta de mi habitación y se acercó a mí hasta quedarse sentado en la cama, acariciándome el mentón. Me dio un beso en la mejilla y me miró fijamente a los ojos, desentrañando los secretos del universo en mi interior.
               -¿Quieres que me quede contigo?-ofreció-. Se me da muy bien cuidarte. Llevo años de ventaja a mucha gente-fanfarroneó, y yo me eché a reír, tapándome con la manta hasta la nariz. Negué con la cabeza.
               -Tienes que ir. Te quedan muy pocos días de fiesta con tus amigos, y tienes que aprovecharlos.
               -También cuidando de mi hermanita-me apartó el pelo de la cara y me dedicó una sonrisa cansada, que parecería triste en cualquier otra persona excepto en él.
                -De mí vas a cuidar siempre, incluso en la distancia-repliqué, y Scott rió y asintió con la cabeza.
               -Qué intensita eres, ¿no crees, enana?
               Me encogí de hombros.
               -La gente se vuelve intensa cuando está en su lecho de muerte.
               -No digas eso, Sabrae-protestó, frunciendo el ceño, molesto de repente ante la perspectiva de que yo no fuera eterna. La verdad es que a mí también me agobiaba bastante el hecho de que sabía que el amor que sentía por las personas a las que yo quería llegaría hasta mi último aliento, pero eso no significaba que esas personas tuvieran la misma fecha de caducidad. No quería pensar en el día en que fuera huérfana, por ejemplo, a pesar de que sabía que seguiría queriendo a mis padres hasta en mi último aliento.
               Para rebajar un poco la tensión del ambiente, agarré su camisa con una mano sudorosa y tiré suavemente de él hacia mí.
               -Tengo un tesoro enterrado en el jardín. Al lado de las orquídeas de mamá. Si no sobrevivo a esta noche, quiero que sepas que es tuyo.
               -El jardín está lleno de orquídeas de mamá-puso los ojos en blanco, y yo le imité.
               -Claro, bobo. Tampoco te voy a decir la localización exacta, que si no, fijo que me lo robas-le saqué la lengua y Scott se echó a reír.
               -¿Ves? Deliras. Definitivamente, tengo que quedarme cuidándote.
               -Me enfadaré contigo si lo haces, Scott.
               -Razón de más para hacerlo-contestó, abriéndome las mantas como si fuera a meterse en mi cama, pero yo le detuve.
               -¡No! ¡Para!-me eché a reír-. Yo todavía soy pequeña, así que…
               -¿Todavía?-repitió-. Sabrae, apenas has crecido dos centímetros desde que te trajimos a casa. Sigues siendo jodidamente minúscula.
               -Cállate. No soy minúscula, soy de bolsillo-repliqué-. Joder, ¿qué te estaba diciendo? Ya no me acuerdo. ¡Ah! Sí. Verás, yo soy pequeña aún, así que necesito más tiempo para recuperarme. Tú, en cambio, ya eres mayor, así que puedes salir de fiesta incluso después de la noche que te pegaste ayer.
               -Tampoco es que me pasara con el alcohol como hizo cierta persona-Scott se miró las uñas y arqueó las cejas, divertido, y yo puse los ojos en blanco.
               -Pero Alec no está aquí, ¿no? Además, ¡oye! Él es otra razón de peso por la que tienes que salir esta noche.
               -¿Piensas que me voy a morrear con algún tío sólo para que no me siga ganando al “yo nunca”?
               -Alec no te ganó: te pegó una paliza-contesté, y Scott se relamió los labios, puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza.
               -Sois increíbles. En cuanto empezáis a follar, perdéis el norte.
               -Es cierto-me eché a reír, lo cual me hizo daño en las costillas-. Además, yo nunca te he hecho demasiado caso, ¿no te parece?
               -Es parte de tu encanto, pero estaba hablando de él, no de ti. ¿Te piensas que antes de ti había contemplado siquiera la posibilidad de morrearse con algún tío? Seguro que le echaste algo en la bebida cuando no miraba. Una droga homosexual. Herogayna, o algo así-comentó, toqueteándose la barbilla, y yo volví a reírme-. Sin hablar, por supuesto, de cómo se puso cuando lo llevamos a su casa. Nunca pensé que tuviera que alejar a ninguna chica de él, ya no digamos a ti.
               Volví a reír una vez más a pesar del dolor en la caja torácica, porque Scott tenía razón. Cuando nos llevamos a Alec a casa, después de tantas copas que ni siquiera yo había podido llevar la cuenta, nos había costado Dios y ayuda hacerle entrar. Al final, yo había tenido que ir tirando de él, llevándomelo poco a poco en dirección a su habitación.
               -¿Vamos a hacerlo otra vez?-ronroneó cuando lo empujé sobre la cama, y Tommy se había echado a reír.
               -Por nosotros, no os cortéis.
               Scott le había lanzado una mirada envenenada. Estábamos allí para acostar a Alec, no para hacer bromas. Yo me encargué de desnudarlo, y él intentó hacer lo mismo conmigo: hasta cinco veces tuve que subirme uno de los tirantes del bañador para que no me dejara con los pechos al aire. Mientras yo buscaba en su armario el pijama de los Vengadores, él trató de levantarse de la cama para venir a por mí (visto en retrospectiva, es culpa mía: no debería haberle dado un ángulo tan bueno de mi culo), pero sólo consiguió rodar hasta caer al suelo.
               -¡Scott!
               -Quédate con él, ya revuelvo yo-instó Scott mientras Mimi y Diana se partían de risa, Tommy trataba de levantar a Alec, y Jordan lo grababa todo con el móvil. Después de mucha insistencia, besos por mi parte y mentiras diciéndole que sí, que le estábamos vistiendo para que luego yo lo desnudara, conseguimos meterlo en la cama y arroparlo con las mantas. Tuvimos que meter la funda nórdica por debajo de su almohada para que estuviera aprisionado y quieto.
               -Me preocupa dejarlo así-comenté-, ¿y si me quedo a dormir con él?
               -Si te quedas a dormir con él esta noche, te preña, Sabrae-respondió mi hermano, enganchándome del brazo-. Ven a casa. Déjalo dormir. Jordan vendrá a comprobar que esté bien de vez en cuando, ¿no es así, Jor?
               -Claro.
               -¿Lo ves? Estate tranquila, pero sobre todo, déjalo tranquilo a él. Ya ves que desquicia cuando te tiene cerca.
               -Sabrae-gimoteó Alec, encerrado en su cama-. Ven.
               Me acerqué a darle un beso en la frente y él trató de lamerme la boca.
               -Por eso tienes que ir-le dije al Scott de mi presente-. Para refrescarle la memoria con todo el ridículo que ha hecho. Además… si no vas, se preocupará.
               -No me extraña. Seis horas sin ver a tu enamorada es mucho tiempo. Que me lo digan a mí, que me voy a apuntar a un concurso de la tele sólo por seguirla-bromeó. En un ataque de cariño muy propio de cuando estaba enferma, me colgué de su cuello y lo abracé con fuerza.
               -Me alegro muchísimo de que quieras que Alec y yo estemos juntos.
               -Claro que lo quiero, mujer. Si sois mis padres.
               -Bueno… realmente soy más pequeña que tú.
               -Es una metáfora, Sabrae-Scott puso los ojos en blanco, pero me sonrió.
               -¿Me prometes una cosa? No le digas que estoy mala. Te preguntará por mí: miéntele. No quiero que se preocupe.
               -No está bien mentirle a la gente con esas cosas, Saab. Además, seguro que se enfada conmigo.
               -¡Por favor! Os queda poco tiempo juntos a vosotros también, ¡no quiero que se lo pase preocupado por mí! Tenéis que disfrutar de la noche. ¡Porfa, S! ¡Prométeme que no le dirás nada!
               Scott puso los ojos en blanco, pero cedió a regañadientes. Él también tenía novia (corrección: él tenía novia, Alec no), así que sabía lo que era preocuparse por la chica que más te importa en el mundo. Sabía que Alec vendría a verme si se enteraba de que estaba enferma, y más por los motivos por los que me encontraba mal, así que entendía la razón por la que debía disimular con su amigo.
               -Quizá, si no os dedicarais a hacer el gilipollas, yo no tendría que engañar a uno de mis mejores amigos-bufó.
               -Se nos rompió el condón.
               -Sí, el miércoles. ¿Qué excusa tienes para ayer, o antes de ayer?
               No pude evitar una sonrisa mientras me hundía un poco en la cama, recordando la sensación de Alec entrando en mi interior, en su más pura esencia, sin nada que nos separara, y su semilla deslizándose fuera de mi centro como una gota de lluvia que lame las hojas de los árboles antes de impactar contra el suelo.
               -Jo, Scott, es que… tú lo sabes mejor que nadie. Cuando encuentras a una persona con la que conectas como yo conecto con Alec… Todo esto merece la pena. Él hace que merezca la pena. Todo con él es… el sexo… es tan… él me hace disfrutar mucho, ¿sabes? -ronroneé. Y era cierto. Merecía la pena encontrarme mal, quedarme en casa, pasarme la noche del sábado viendo una película y durmiéndome pronto, porque Alec me esperaba a la mañana siguiente, y a la vez era la razón por la que yo me quedaba en casa. Con Hugo, jamás había tenido que quedarme en casa.
               No es que lo prefiriera. Por supuesto que no. Preferiría mil veces salir de fiesta con Alec, estar con él, pasármelo bien… pero, a veces, cuando lanzas al aire la moneda, no sale lo que tú quieres. Tienes la adrenalina en el cuerpo, pero has perdido la apuesta.
                -Me he dado cuenta-rió-. Vamos, yo, y toda la Sala Asgard. A ver si bajas un poquito el volumen, hija.
               -Es que… si supieras las cosas que me hace…-obligarme a mirarlo a los ojos mientras me penetra. Mírame mientras te follo. Hacérmelo con fuerza, aprovechando cada rincón sensible de mi cuerpo. ¿Esto es divertido? Tratarme como si su único objetivo en la vida fuera obtener placer de mi cuerpo. ¿Te gusta así? Adorarme. Joder, Sabrae, qué bien lo haces. Idolatrarme. Eres una puta diosa; eres mía, sólo mía.
               Endiosarme.
               Me voy a correr. Joder, Sabrae, me voy a correr…
               Hacerme jodidamente inmortal.
               ¡JODER, SABRAE! ¡DIOS! ¡SÍ! ¡Así me gusta, nena!
               -Es imposible hacerlo bajo-sacudí la cabeza, cerrando instintivamente las piernas mientras sentía cómo mi sexo florecía, y una nueva oleada de apetito sexual me lamía por dentro, bamboleando mi mente. Noté que me sonrojaba, y miré a Scott-. Que, bueno, tampoco es que te quiera yo contar mis intimidades, ¿sabes?
               -Tranquila, que ya me las cuenta Alec-Scott se echó a reír, me dio una palmadita en el brazo y se levantó-. Te dejo para que hagas tus cosas.
               -¿Qué cosas?
               -Eso que empieza por M y acaba por “asturbación”-Scott me guiñó el ojo y yo arrugué la nariz.
               -Eres un cerdo. Además, ¡apenas siento las piernas!
               Scott se colgó de la puerta y me miró con una sonrisita de suficiencia en los labios.
               -Por eso Eleanor me quiere tanto-replicó-. Porque yo también hago que no sienta las piernas.
                

Sabía que Scott no le diría nada sin provocación previa, igual que sabía que no sería capaz de mantenerlo alejado de la verdad durante mucho tiempo. De la misma manera que Scott le insistiría a Tommy para que le contara la verdadera razón por la que al final no se había encontrado con Eleanor de fiesta, Alec lo haría conmigo. Éramos más importantes que sus reticencias a parecer necesitados frente a sus amigos; estaban más enamorados que preocupados por mantener su reputación, y tampoco es que sus amigos no estuvieran al corriente de que tenían un corazoncito.
               Por eso, realmente a una parte de mí tampoco le sorprendió que Alec se presentara en mi casa. De hecho, me lo esperaba. No venir no era propio de él, y tarde o temprano acabaría descubriendo la verdad, bien porque consiguiera el número de Momo, bien porque peinara toda la calle de las fiestas, bien porque pusiera a mi hermano contra la espada y la pared y le sonsacara la verdad… que, sospechaba, era lo que había pasado.
               Llevaba dormitando frente a la pantalla de mi ordenador, que había colocado entre mi cuerpo y la pared para evitar que se cayera al suelo si yo me dormía y me giraba, más tiempo del que me gustaría admitir cuando Alec llegó a casa. Estaba arrastrándome por la frontera entre la conciencia y el sueño, perdiendo la noción del tiempo con cada parpadeo: me costaba abrir los ojos, pero también me costaba parpadear. Me dolía mirar la serie (de la que ni siquiera sabía el título), pero, si cerraba los ojos, todo mi cuerpo protestaba. Era como si la vista me distrajera de mi mundo exterior, en el que se desarrollaba una batalla campal, una guerra de guerrillas propia de un Estado fallido en el que no había un poder claro que controlara a la población, sino que la guerra civil era el único elemento recurrente en la historia.
                Sentí, más que escuché, cómo subía las escaleras y se acercaba a mi habitación, como cuando cae un rayo tan lejos que sólo intuyes su trueno entre el resto de ruidos de la ciudad, o el murmullo de los pájaros en el campo. Alec rozó la puerta con los nudillos, y mi corazón dio un vuelco, indicándome que no estaba soñando.
               Me di la vuelta despacio en la cama mientras él empujaba la puerta hasta abrirla lo suficiente como para poder pasar. Éramos dos novios en nuestra noche de bodas: queríamos intimidad, pero a la vez, no engañábamos a nadie cerrando la puerta y no haciendo ruido. Me froté los ojos, pues él era una visión, un regalo divino del que yo no estaba segura de ser digna.
               No sé por qué, en el momento en que él me sonrió, pensé en la noche anterior. Cómo habían cambiado las tornas en menos de 24 horas: en mis recuerdos, la cuidadora era yo; ahora, el cuidador era él. Mi memoria se detuvo en un momento muy concreto: Alec, sentado sobre la taza de los baños femeninos de Los Muslos de Lucifer (aquellos que no tenían mucho sentido en un local gay, pero que habían instalado de todas formas), frotándose la cara y enfocándome a duras penas entre la nube de alcohol que se condensaba en su cabeza.
               -Eres tan guapa-un hipido-. Te mereces el título de reina del baile. Una pena que aquí no hagamos esas cosas-otro hipido, y me había cogido de la cintura para acercarme a él-. Eres la primera chica que va a echar un polvo en estos baños, ¿tú te das cuenta de la grandísima  responsabilidad que yo tengo ahora mismo?-espetó de repente, haciendo que me echara a reír. Ya nos habíamos enrollado otra vez en esos baños, y la verdad es que la experiencia no había sido en absoluto desagradable-. Y cuidado, ¿eh? Que estoy borracho. Imagínate si no lo estuviera-a lo que había tenido que responder besándole, como quería ahora que me besara. Qué guapo era.
               Definitivamente la fiebre me estaba afectando, pero cuanta más fiebre tenía, más guapo me parecía Alec. No quería ni pensar en lo guapo que me parecería si llegara a alcanzar los 42 grados: creo que sería su belleza la que me descompusiera, y no el calor en sí.
               -Hola-ronroneé con una voz que no parecía la mía. Apenas podía pensar. Apenas podía hacer nada. Sólo podía quedarme tumbada en la cama, esperando que él me alcanzara, y todo volviera a estar bien. El día con mis amigas había estado genial, pero la noche en soledad tampoco se iba a quedar corta gracias a la visita de Alec.
               -Hola-saludó con una voz deliciosamente agradable, lo justo entre sexy y tierna. Él siempre sabía encontrar el equilibrio en todo. Y yo que me había pasado la vida entera detestándolo...-. Me he enterado de que estabas pachucha, así que he decidido pasar a verte.
               -¿Quién te lo ha dicho?-pregunté de forma inútil. No es que mi padre y Alec intercambiaran mensajitos, precisamente. Sólo había una persona que pudiera hacer de puente entre Alec y yo si Alec y yo fuéramos islas, y no continentes unidos.
               -Un pajarito.
               -¿Ese pajarito se llama Scott?
               -No sé. No hablé con él-explicó, encogiéndose de hombros-. Me entregó el mensaje, y se fue. Era una palomita mensajera. De todos modos, si me hubiera dicho algo, tampoco le habría entendido. Mis conocimientos del idioma palomo son bastante reducidos.
               -Qué lástima-jadeé, negando despacio con la cabeza, notando cómo el pelo se me adhería tanto a la piel que incluso me picaba-. ¿Qué llevas ahí?-pregunté, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a una bolsa que colgaba de sus dedos, una hábil trapecista de una de las partes de su cuerpo que más me gustaban, no sólo por lo que hacían, sino por lo bonitas que las tenía.
               -Te he traído bombones de Mozart-anunció, tendiéndomela. Me incorporé lo justo y necesario para comprobar que no me engañaba, algo muy cruel incluso para él: no está bien tomarle el pelo a una enferma-. Sabía que te gustaban, y supuse que te apetecería un poco de chocolate, así que…
               Sentí el chute de adrenalina descargándose en mi torrente sanguíneo cuando extraje una caja de cartón roja, con el rostro de Mozart sobre la tapa, de la pequeña bolsa. Me había traído bombones de verdad. Es el hombre de mi vida, pensé.
               Lo miré, todos los males curados, aunque fuera por un segundo.
               -Te voy a hacer gemelos hasta que nos salgan impares-le dije, convencida de que, algún día, así sería. Bueno, aquello era un poco complicado: me refiero a lo de tener hijos con él. Cualquier chico que interrumpa una fiesta de sábado noche para ir a comprarte bombones y luego te visita en casa es el indicado.
               Alec se echó a reír, se sentó a mi lado en la cama y me besó la frente, dándome una dulce caricia en el cuello que me supo a gloria.
               -Pero hoy no tiene que ser, ¿no?
               -No-me eché a reír, negando con la cabeza-. Hoy no estoy muy católica para hacer bebés.
               -Sabrae, tú nunca estás católica para nada. Eres musulmana-me recordó, y yo solté una risita que se terminó en una débil tos. Alec se me quedó mirando, preocupado.
               -¿Cuánto llevas así?
               -No mucho-respondí-. Sólo estoy cansada. Han venido mis amigas a casa, hemos comido mucho, y…
               -¿Qué habíamos hablado de ser sinceros el uno con el otro?-preguntó él, y yo me mordí el labio, más reseco de lo que esperaba-. Además, no soy tonto, Saab. Todo esto es por la píldora-se inclinó hacia mí y volvió a darme un beso en la frente.
               -No quería preocuparte. Ni cortarte el rollo de fiesta.
               -Qué detalle por tu parte, bombón.
               -Va en serio. Sabía que si te decía que estaba enferma, renunciarías a todo para venir a verme, y no saldrías.
               -Cabrona egocéntrica-rió, recogiendo el ordenador-. Venga, mueve el culo. Vamos a ver una peli.
               Parpadeé, impresionada. ¿Iba a quedarse en serio? Dios, era la chica con más suerte del mundo. No es que yo no estuviera dispuesta a quedarme cuidándole si él caía enfermo, pero mi instinto maternal era muy fuerte, y no sabía hasta qué punto aquello se debía a que me gustaba ejercer de madre, o a que realmente le quería, y querer significa ser una enfermera personal.
               -¿O no puedo quedarme?
               -Es sábado noche-le recordé, como si no lo supiera-. ¿No tienes que coger una mangada?
               Rió entre dientes, enseñándome su perfecta dentadura, aquella que era tan bonita y tan deliciosa.
               -Nena, no soy un alcohólico, por mucho que anoche te diera esa impresión.
               -Voy en serio, Al. ¿De verdad no quieres estar con tus amigos…?
               -Nah.
               -Pero… mira, que no me parece mal.
               -Nena-me tomó de la mandíbula y me hizo mirarle a los ojos, y mi temperatura corporal ascendió un par de grados-. Mi sitio está aquí, contigo.
               -¿Quieres quedarte, de verdad?-insistí. No quería que se sintiera atado. No quería que creyera que debía sacrificarse por mí. Que yo estuviera dispuesta a cuidarle, a luchar por él contra viento y marea, no significaba que tuviera que ser recíproco de forma obligatoria. Amar es dar sin esperar nada a cambio.
               Pero, cómo no, siempre se me olvidaba algo con respecto a Alec; mi capacidad de subestimarlo siempre nos asombraría a ambos: él también me amaba a mí. Por eso, respondió a mi pregunta con otra pregunta.
               -¿No quieres que me quede?
               Me relamí los labios, imaginándomelo cuidándome. Rodeándome con sus brazos, acariciándome suavemente la cintura, ayudándome a sobrellevar la fiebre.
               -Sí.
               -Pues entonces, sí-murmuró en tono bajo, de forma que sólo yo pudiera escucharle. Era como si nos estuviéramos escondiendo de los dioses, que envidiaban la manera en que nos queríamos. Sólo los mortales que alcanzan la divinidad juntos podemos querernos así-. Entonces, ¿puedo quedarme?-insistió, y yo me reí.
               -Claro que sí, amor-ronroneé-. Pero no sé cómo voy a compensarte esto.
               -Oh, muy fácil, nena-respondió, descalzándose usando sólo los pies-. Haciéndome una mamada-espetó, y yo solté una sonora carcajada que, por una vez, no terminó en tos ni en jadeos, aunque sí que hizo que me doliera el fondo de los pulmones.
               -No te voy a hacer una mamada-respondí, riéndome. Alec chasqueó la lengua e hizo una mueca.
               -Tenía que intentarlo.
               Terminó de descalzarse, colocó sus zapatillas en una esquina de mi habitación, y empezó a abrirse la camisa. Se giró para mirarme.
               -Voy a la habitación de tu hermano a por unos pantalones.
               -¿De pijama?-pregunté, parpadeando todo lo rápido que pude, intentando aletear con las pestañas, y fracasando de una forma un pelín estrepitosa.
               -Qué graciosa. Cogeré los que me sirvan.
               No tardó ni medio minuto en volver, con unos pantalones negros con el símbolo de los Targaryen, un dragón tricéfalo en rojo, salpicando la tela. Se quitó los vaqueros que llevaba puestos de mí, dejando que viera todo lo que era mío (aunque creo que sin pretenderlo), y los colocó sobre la silla de mi escritorio en la que acumulaba la ropa que tenía pendiente de guardar en el armario. Me relamí los labios cuando se giró, completamente ajeno a mí, para ponerse los pantalones de pijama que tan amable e inconscientemente mi hermano iba a prestarle, dándome un plano de su culo que no me iba a ser fácil olvidar.
               De repente, ya no me sentía tan mal. Sí, tenía fiebre, pero no tenía mucha relación con la píldora, sino que otra píldora podría tener relación con mi fiebre. Me pregunté durante un instante si habría posibilidades de que nos acostáramos esa noche y, de ser así, en qué momento sería. Porque yo no podía esperar mucho.
               Y menos aún podría esperar si él continuaba desnudándose. Porque, una vez se hubo anudado los pantalones, terminó de abrirse la camisa y se la quitó. Me la tendió y no pudo contener una sonrisa al ver mi expresión emocionada.
               -No sé si quiero ponérmela. Te la llenaré de sudor.
               -No sería la primera-comentó, riéndose. Después de lo que me pareció una eternidad, por fin, se metió en la cama conmigo. Rodeándome los hombros con su brazo, alcanzó mi ordenador-. Bueno, ¿qué te apetece ver?
               A ti, jadeando, gruñendo y gimiendo mientras me meto tu polla en la boca.
               -Lo que te apetezca-ronroneé, acariciándole los abdominales.
               -¿Una peli de animación?
               -Mismamente.
               Observé cómo estudiaba las propuestas que había en la web en que había estado viendo mi serie, concentrado en elegir algo. Estaba guapísimo: ceño fruncido, mandíbula apretada, ojos ligeramente entrecerrados… quería que fuera mío. Ya no me sentía tan mal, y el poco malestar que notaba al fondo de mi cuerpo merecía la pena. Todo con tal de volver a hacerlo mío, y yo ser suya, una vez más. La proposición de antes ya no me parecía tan descabellada.
               -¿Quieres hacer otra cosa primero?
               -¿Cómo qué?
               -Pues… ¿te apetece que te haga una mamada?-le miré a los ojos, y Alec a mí, y por un momento, todo el mundo desapareció. Sólo existíamos nosotros y nuestros cuerpos, que no sentían ningún tipo de malestar.
               Tras unos instantes en los que Alec decidió que no estaba marcándome un farol, esbozó una radiante sonrisa y respondió:
               -Estoy bien.
               Lo cual me decepcionó un poco, y a la vez me hizo quererle más.
              -Vale, ¿quién eres, y qué has hecho con mi Alec?-pregunté, y él me dio un beso en la frente-. Ahora en serio, Al. No me importa. De hecho, sabes que me gusta y… me apetece.
               -No hay nada que me guste más que correrme en tu boca, nena-respondió, y yo me estremecí-. Excepto, quizás…-respondió, descendiendo una mano por entre mis pechos, y acariciándome la entrepierna-, correrme aquí. Pero mira cómo estás porque me he corrido aquí-susurró en mi oído, negando con la cabeza-. No, nena. Hoy es día de descanso. Si estás en cuarentena, no es para que yo venga y lo arruine todo.
              -No estoy en cuarentena, sólo estoy convaleciente. Y tú no podrías arruinar nada-contesté, acariciándole la entrepierna. Alec jadeó cerca de mi boca.
               -He venido a cuidarme, no a ocuparme de ti.
               -No dejes de mover la mano-respondí, frotándome contra él, notando la deliciosa sensación de presión en mi clítoris. Me temblaban las piernas, pero no me importaba-. Eso también es cuidar de mí.
               Él rió por lo bajo, despacio, tranquilo. Se inclinó hacia mi oído y murmuró, mientras sus dedos se colaban por el elástico de mis bragas:
               -Saab… si con un orgasmo fueras a curarte, créeme que sería el primero en pasar a mayores contigo. Pero necesitas descansar, no correrte. Así que, sintiéndolo mucho…-tras masajear mi clítoris por dentro de mis bragas, finalmente Alec retiró los dedos, y yo lancé un gemido de protesta.
               -Estás siendo cruel. Dejarme a medias en mi estado…
               -Lo primero es tu salud-comentó con cierto retintín, y yo puse los ojos en blanco.
               -Como tú digas, papi. Vamos, elige una peli-me recosté de nuevo contra su pecho, y a medida que se iba evaporando la excitación y la tensión sexual, quedó algo mucho más difícil de encontrar, y más bonito: la intimidad. Aquel lazo de hierro que nos ataría durante todas nuestras vidas, un vínculo irrepetible que no surge con cualquiera.
               Pero entre los dos, había surgido. Y menos mal. No todo el mundo estaría dispuesto a perderse una buena juerga con sus amigos; ya no digamos a rechazar proposiciones sexuales. Por suerte para mí, Alec no era todo el mundo. Y también por suerte para mí, él era todo mío. 




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1 comentario:

  1. ME MUERO CON EL CAPÍTULO, HA SIDO PEQUEÑITO PERO ME HA PUESTO SUPER SOFT.
    Primero imaginar a Scott mirando a Sabrae y demás (sonará raro pero hacia mucho tiempo que mientras leia sobre scott no me lo imaginaba y me he puesto tiernisima) me muero de penita pensando en revivir el momento en que se va ��
    Y LUEGO EL MOMENTO MATERIAL BOYFRIEND DE ALEC MIRA, ME PEGO TRES TIROS QUE ME LOS HE IMAGINADO EN CAMA Y ES QUE SOOOOSS !!!!!

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