domingo, 15 de marzo de 2020

El evento cinematográfico del siglo.


¡Hola, mi flor! Tengo una buena noticia que darte: para compensar las improvisadas vacaciones de esta semana (sí, soy consciente de que dije que el lunes subiría, y al final no subí), y aprovechando que ahora tenemos obligación de estar en casa (aunque yo llevo siendo un animal de interiores desde 1996), he decidido que... ¡hasta nuevo aviso, cada semana habrá dos capítulos de Sabrae! Así que nos vemos muy, muy pronto de nuevo. ¡Que disfrutes de la lectura!
¡Toca para ir a la lista de caps!

Antes de darme cuenta de que sentía la cabeza embotada como si me hubiera sumergido a cientos de kilómetros bajo la superficie del mar, o de notar que me ardían los ojos por culpa del sol que había decidido acercarse a mí para comprobar qué tal llevaba esa resaca infernal que me estaba matando, noté que estaba conmigo. Había un bultito cálido a mi lado en la cama, oculto bajo las sábanas, acurrucado junto a mi vientre en posición fetal, presionándome suavemente para que no me sintiera solo. Y eso me hacía sentir sorprendentemente bien, a pesar de lo jodido que estaba. Su presencia lo hacía todo un poco mejor.
               Sabrae. Joder. Incluso cuando aún no había cobrado conciencia de que yo existía, de que tenía cuerpo o de lo que había pasado con él, ya la recordaba a ella. Sus labios rojos como la sangre, su pelo negro como el carbón, su cuerpo lleno de curvas como las corrientes de lava que descendían por los acantilados en dirección a ese océano que tenía entre las piernas. La melena le olía a manzana, el cuerpo, a fruta de la pasión, lo que ella despertaba en mí; y la boca le sabía a frambuesa, alcohol y sexo del bueno, de ése en el que no puedes dejar de pensar hasta una semana después de echar el polvo, de ése que te hace volverte loco, subirte por las paredes cuando te fuerzan a un período de abstinencia.
               Y la tenía ahí, conmigo, pasando la noche a mi lado, cuidándome y custodiándome como yo estaba dispuesto a hacer con ella. Solté un sonoro bufido cuando mi cuerpo empezó a desperezarse, y mi mente, un poco más espabilada que hacía un par de segundos, se dio cuenta de que no era una entidad flotando en la inmensidad del espacio, un universo plagado de estrellas cuya fuerza gravitatoria era Sabrae.
               Me dolía la cabeza, me ardían los ojos y notaba la boca seca, casi arenosa, como si me hubiera tragado toda la arena del desierto del Sáhara y hubiera dejado a los científicos una inmensa superficie de roca que ahora tenían que volver a cartografiar… pero la resaca no era resaca cuando la pasaba por Sabrae. Así que instintivamente tiré de ella hacia mí, rodeándola con el brazo y pegándola hacia mi cuerpo, buscando el alivio que siempre me proporcionaba el aroma afrutado que despedía su melena.
               A ella no pareció gustarle mucho mi arrebato de pasión, porque menguó considerablemente, volviéndose la décima parte de pequeña de lo que en realidad era, y empezó a revolverse en el interior de las mantas. Suspiré de nuevo, luchando por abrir los ojos, y ella salió disparada de debajo de las sábanas, dejándome con una extraña sensación de confusión ante su rapidez… y lo peluda que había parecido en mis manos.
               Cuando pude por fin separar los párpados, me costó procesar la rápida desaparición de mi chica. Mis neuronas estaban demasiado machacadas aún por la noche de fiesta como para comprender adónde había podido marcharse con tanta rapidez.
               Hasta que me incorporé lo suficiente como para levantar la cabeza y ver a Mimi sentada en la silla de mi escritorio, con las piernas cruzadas, acariciando a mi acompañante de cama como una villana de James Bond. Trufas.
               Así que había sido ese puñetero animal, y no Sabrae, quien se había acurrucado contra mí mientras dormía. Joder, mi vida empeoraba por momentos. Tenía una resaca del quince, me dolía todo el cuerpo, y para colmo estaba lejos de Sabrae. No encontraba motivos para aferrarme a la vida, y mucho menos, fuerzas.
               Mimi esbozó una radiante sonrisa al darse cuenta de que me había despertado, como la psicópata que era.
               -¿Qué?-pregunté, frotándome los ojos, que ya me ardían como si me hubiera puesto unas lentillas hechas con ácido. Alguien había encendido todas las luces del mundo y las había concentrado en mi habitación, hasta que caí… la puñetera claraboya. Lo que unas veces me hacía empezar el día con buen pie, dándome un baño de amanecer que renovaba mi espíritu, otras veces me lo destrozaba. Me aniquilaba.
               -Tenía unas ganas de que te despertaras-ronroneó mi hermana, enseñándome todos sus dientes, inesperadamente lentos, pues era un tiburón cruel y sanguinario-. Te la vas a súper cargar en cuanto bajes a comer-casi festejó, y Trufas meneó las orejas en su regazo, reforzando su teoría. Si fuera una persona, aplaudiría; pero como era un conejo, se contentaba con mover las orejas.
               -¿Por qué?-inquirí, rodando en la cama para tratar de escapar de aquella bestia incandescente que era el sol entrando por mi ventana. ¿Y Sabrae me llamaba sol? Era un ente cruel, maligno, creado para la destrucción. Vale, desde la distancia era necesario, pero cuando se acercaba a ti, te prendía fuego a la mínima ocasión que se le presentaba. Si a distancia era necesario, era porque se volvía obligatoriamente inofensivo.
               -¿Por qué?-repitió Mimi, y de su boca escapó un sonido horrible, amplificado como el eco en una cadena montañosa de kilómetros y kilómetros de altura, que me taladró el cerebro-. ¿Te suena lo que hiciste ayer?
               -Sí, salir de fiesta.
               -Y emborracharte-puntualizó mi hermana-. ¿Te acuerdas de algo?
               Sí que me acordaba de cosas, de cosas suculentas, pero no iba a darle la satisfacción a Mimi de quedarme pillado media hora intentando recordar si me había follado a Sabrae en los baños de Asgard, en el guardarropa, o en un callejón apartado. Además, siendo sincero, de aquellas todavía no estaba muy borracho: sólo había bebido lo justo para que Sabrae se volviera absolutamente irresistible, y la música fuera toda cojonuda a mis oídos. Pero, del resto de la noche, no tenía más que lagunas, retazos inconexos de lo que había sucedido que no eran suficientes para pintar el cuadro de lo que había pasado si alguien me preguntaba.
               Joder, ni siquiera sabía cómo había llegado a casa. Si había reconocido mi cama, era por la costumbre: nadie que no se haya mudado recientemente y que se levanta con una resaca como la mía se sorprende de hacerlo en su cama de toda la vida. Es más, incluso había pensado que Sabrae había venido a dormir a mi casa, en lugar de ir yo a la suya, por lo acostumbrado que estaba a dormir donde lo había hecho siempre.

               -No. Lo cual significa que o me lo pasé genial, o me he creado un trauma-respondí, incorporándome hasta quedar sentado sobre la cama, con las piernas ocultas bajo las mantas y el sol a mi espalda, friéndome la nuca pero haciendo un poco más soportable mi estado de recién readquirida conciencia. Me froté la cara y miré a mi hermana-. Una lección de vida que te doy gratis, porque soy tu hermano y también me corresponde educarte.
               Mimi alzó una ceja.
               -Menos mal que yo no me emborracé lo suficiente y sí sé qué hiciste, Al. Ah, y también tengo fotos. Benditas fotos. ¿Quieres verlas?-preguntó, incorporándose. Trufas saltó de su regazo y aterrizó en el suelo, nos fulminó a ambos con la mirada por atrevernos a importunarle viviendo nuestras vidas y se hizo una bola, muy digno, en el suelo, asegurándose de que notáramos el odio que manaba de él. Puñetera bola de pelo.
               -No-contesté, pero Mimi ya se había sentado a mi lado en la cama, con el móvil desbloqueado en la mano. Abrió la aplicación de la galería y yo no pude evitar echar un vistazo hacia su teléfono, en el que había una foto mía gritando con todas mis fuerzas al aire, con la camisa abierta y el pecho lleno de marcas de pintalabios-. Mira a este tío-me reí-. Es un puto triunfador. Mira qué bien se lo pasa.
               Deslizó el dedo para mostrarme una foto mía espatarrado de mala manera en el suelo, con los calzoncillos a la vista mientras Tommy y Scott tiraban de mí.
               -Qué aguafiestas.
               Deslizó el dedo de nuevo, esta vez para que me viera pasándole la lengua por la cara a Sabrae, que parecía entretenidísima con mi comportamiento, a juzgar por la sonrisa achispada que le adornaba los ojos.
               -Así me gustaría a mí estar ahora, y en su lugar tengo que aguantar tu careto a centímetros del mío, Mary Elizabeth-gruñí. Peor Mimi, en lugar de ofenderse, sólo puso los ojos en blanco y me dedicó una sonrisa críptica.
               -Tengo fotos mejores, pero por esas vas a tener que pagar. Las obras de arte no se regalan, ¿sabes? Hay que valorarlas. Pero digamos que chuparle la cara a Sabrae delante de todo un local gay no es ni de lejos lo más extremo que hiciste anoche.
               -Nena-la miré a través de la cortina de niebla que me embotaba los sentidos, la enfoqué a pesar del bamboleo del mundo, y me centré aun cuando ya no había campo magnético que le indicara a mi brújula interna dónde estaba el norte y dónde el sur-, algún día, alguien se te correrá en la cara, y entonces verás cómo lamerle la cara a otra persona no es algo extremo.
                -Eres imbécil-contestó Mimi, poniéndose en pie como si la cama quemara, y yo sonreí y me dejé caer sobre el colchón.
               -No. Lo que pasa es que no soy un mojigato virgen como tú-arqueé las cejas.
               -Créeme, que no eres un mojigato me ha quedado clarísimo.
               -No me digas que me emborraché tanto que te dejé mirar cómo lo hacíamos Sabrae y yo para que aprendieras un poco-comenté, pasándome las manos por detrás de la cabeza, pero Mimi me dedicó una sonrisa oscura.
               -No. Eso, precisamente, no lo hiciste… aunque supongo que poco te faltó-volvió a mirar su móvil como si en él se encontraran todos los secretos del universo, y rió por lo bajo. Yo tiré del estor con el que se tapaba la claraboya y me removí en la cama, aún tapado con las mantas. Sólo cuando hundí de nuevo la cabeza en la almohada, me percaté de que había una razón más por la que me sentía incómodo: estaba vestido. Y, como bien le había dicho a Sabrae en multitud de ocasiones (en su gran mayoría, para ponerla cachonda y que se volviera loca anticipando el polvo que íbamos a echar), yo dormía desnudo. A lo sumo, en invierno me ponía unos pantalones, pero no recordaba la última vez que había usado camiseta para dormir. Ni siquiera cuando estaba enfermo y mi madre insistía conseguía que yo cediera: prefería dormir bajo ocho mantas que con camiseta.
               Así que supe que la borrachera del día anterior había sido legendaria si no sólo no me acordaba de lo que había hecho (desde luego, no era la primera vez que me levantaba en mi cama, o incluso en una ajena, sin recuerdos de lo que había sucedido la noche anterior –y cuando me despertaba acompañado y amnésico perdido, mi desayuno solía ser un buen cunnilingus, mamada y posterior polvazo, por si acaso-), sino si había dejado que me pusieran un pijama como si fuera un mocoso de 7 años o un virgen de esos que a sus 13 años tienen los pantalones del pijama acartonados de tanto hacerse pajas mientras juegan a videojuegos. Que ojo, yo no me meto con los críos de 13 años que se mataba pagas jugando a videojuegos; bien sabe Dios que esa época de mi vida fue bastante crítica, sobre todo con la cantidad de juegos pornográficos disponibles por internet, pero… macho, por lo menos, echa los pantalones a lavar, puto cerdo.
               -¿Quién me ha puesto esto?-pregunté, tirando de la camiseta con el escudo del Capitán América en el pecho. Iba a matar al hijo de puta de Jordan. Le había contado que Sabrae había usado esa misma camiseta una de las veces que se quedó a dormir en mi casa y que, a raíz de eso, la camiseta para mí era sagrada, casi tanto como mi chaqueta de boxeador (aunque de una forma ligeramente distinta). Y ahora iba, el desgraciado, y me la ponía a la mínima oportunidad, haciendo que perdiera toda su magia. La estaba profanando con sólo llevarla puesta, pero tenía las capacidades psicomotrices tan mermadas que sospechaba que no sería capaz de quitármela sin perder la dignidad. Y no podía perder la dignidad delante de Mimi: la chiquilla estaba tratando de tomarme la delantera, desafiándome.
               Es lo malo de llevarte a tus hermanos pequeños de fiesta contigo, y ponerte a coquetear con el coma etílico: te pierden el respeto, y te cuesta mucho recuperarlo, no importa lo mucho que destaques en disciplinas que lo imponen (como el boxeo); para ellos, te ves reducido a ese momento de borrachera en el que no eres dueño de tu cuerpo, y todo lo demás desaparece.
               Saqué las piernas de debajo de la manta, comprobando que también tenía puestos los pantalones a juego de ese pijama, con los logos de todos los superhéroes de Marvel mezclados.
               -Sabrae-constató Mimi, en el tono que usaría una estudiante modélica dando la respuesta a una pregunta que el profesor no esperaba que nadie pudiera contestar. Era un poco como Hermione Granger, pero… bueno, sin el pelo de leona de Emma Watson.
               Levanté la mirada y me quedé mirando a mi hermana, que parpadeó un par de veces, con la vista clavada en el techo, mirando una especie de aparición de la que, evidentemente, yo no era digno, pues no notaba movimiento alguno a mi espalda.
               -Sabrae-repetí, y Mimi asintió con la cabeza, aún con la mirada fija en un punto del techo-. Sabrae, que pesa cuarenta kilos menos que yo, y a la que le saco tres cabezas, me ha puesto este pijama-constaté, intentando aferrarme a la incontestable verdad de que Mimi me estaba mintiendo, en lugar de regodearme en el hecho de que Sabrae me había manoseado. Porque puede que estuviera hecho mierda, resacoso y me sintiera como si una manada de hipopótamos me hubieran utilizado como su pista de baile para una noche de fiesta, pero eso no quitaba de que mi mente se imaginara a Sabrae afanándose en desnudarme, quitándome la camisa, los zapatos, los calcetines y los pantalones, debatiéndose mientras se relamía los labios en si también debía quitarme los calzoncillos, antes de finalmente decidir ser buena chica y pelearse conmigo, pero también con ella y sus más bajos instintos, por ponerme la ropa, arroparme, darme un besito de buenas noches y marcharse de mi habitación, en lugar de seguir teniendo el sexo desenfrenado del que habíamos disfrutado toda la noche.
               Quería pensar que a ella le había costado ponerme el pijama igual que a mí me había costado ponérselo en Nochevieja, cuando no sabía ni su nombre ni dónde estaba, pero sí sabía que yo estaba allí, con ella, y que quería follar. Igual que yo lo quise también anoche, porque, ¡joder! ¿Quién se resiste a la visión del piercing de Sabrae por debajo de su ropa, cuando lleva un body tan ajustado que es casi como si fuera desnuda? Ni siquiera un gay. Y yo, desde luego, no lo soy. Aunque frecuente locales gays. Eso no quiere decir nada.
               Casi podía imaginármela aprovechando para acariciarme mientras me desnudaba, besándome para aplacar la pasión con la que yo la buscaba, y riéndose cuando yo, borracho como una cuba, incapaz de tenerme en pie, me peleara con la cremallera de su chupa de cuero (que, por cierto, me dolía horrores que le hubiera pedido a Scott; podía pedírmela a mí, que para algo tenía una moto y tenía unas ganas tremendas de que me diera material de pajas con mi chupa de cuero) para desnudarla y hacerla disfrutar de otra noche de pasión, en la que le demostraría que los test de alcoholemia no son tan fiables como la policía quería hacernos creer.
               -Bueno-Mimi se sentó de nuevo en mi cama, se miró las uñas y cruzó las piernas en el típico aire de secretaria metomentodo que trabaja para uno de los CEOs más poderosos de la Tierra-, técnicamente, no fue Sabrae quien te puso eso-se encogió de hombros, dejó caer las manos sobre su regazo-, sino Tommy y Scott. Evidentemente, Sabrae no puede contigo.
               -Sí, y no tiene la costumbre de su lado: me quita la ropa, pero nunca ha tenido que pelearse conmigo para ponérmela-aunque sí que me había ayudado a vestirme en un par de ocasiones, y yo a ella, lo cual era una señal más del vínculo que nos unía: miles de chicas me habían ayudado a desnudarme antes, pero ninguna, a excepción de Sabrae, había tenido parte activa en el momento en que me vestía. A lo sumo, me tiraban los calzoncillos, pantalones y camisa a la cara para que me apresurara a salir por la escalera de incendios antes de que sus padres nos pillaran-. Espera un momento, ¿Tommy y Scott? ¿Por qué vinieron…? ¿Se lo pediste tú?
               -Sabrae insistió en que quería asegurarse de que llegabas bien a la cama. Creo que le preocupaba que te cayeras en la escalera y te quedaras frito en el sitio, por si te daba tortícolis o algo así. Sabía que yo no iba a poder contigo tampoco, y tú llevabas negándote a separarte de ella aunque fuera un milímetro desde las cuatro de la madrugada. Así que…-se encogió de hombros-. Era acompañarte, o dormirte en su jardín. Scott, por supuesto, no iba a dejarla sola. Y Tommy no iba a dejar solo a Scott; bien sabe Dios que necesitaba toda la ayuda que pudieran brindarle.
               -Me imagino que Jordan estaba incluso peor que yo-puse los ojos en blanco, pero Mimi empezó a partirse de risa.
               -¿Jordan? ¡Jordan estaba casi sobrio! Yo creo que, de todos tus amigos, él fue quien menos bebió. No, ¡si no ayudó a Scott y a Tommy a vestirte, era porque estaba demasiado ocupado grabando cómo te resistías que lo hicieran! Te dejaste desnudar muy bien, pero ponerte el pijama fue toda una Odisea.
               Claro. Cómo no. El cabrón de Jordan, mi mano derecha, mi mejor amigo, el hermano que mi madre no había podido darme (quiero decir, un hermano que no fuera un auténtico hijo de puta), preocupándose más por inmortalizar mis payasadas que por que hiciera lo correcto.
               -Me sorprende que te quedaras a verme en paños menores, hermanita. ¿Seguro que no te lo estás inventando todo mientras llorabas en tu habitación de la vergüenza que te daba el numerito que estaba montando?
               -Puedes preguntarles a los chicos, si no me crees.
               -No pienso preguntarles nada a Scott, Tommy o Jordan. Son unos putos mentirosos, ¡no te puedes fiar de ellos!
               -Pregúntale entonces a Diana. Seguro que ella es sincera contigo.
               Noté cómo algo dentro de mí se revolvía. ¿Diana había estado en la habitación mientras me despelotaban? ¿Una modelo me había visto casi en bolas? ¡Joder, y yo que creía que tenía suerte por haber pillado una oferta de trabajo de Amazon con la que sólo tenía ingresos!
               -¿Diana también estaba?
               -Claro. Estabas dando todo un espectáculo. Fue bastante entretenido.
               -¿Me vio en gayumbos?
               Mimi hizo una mueca.
               -Sí, Alec. Te vio en gayumbos.
               -¿Y le gustó lo que veía?-ronroneé como un gatito callejero que se frota contra todas las piernas que se encuentra y escarba en todos los cubos de basura, aunque en realidad, me había vuelto un gato persa: delicado, casero, caprichoso, y sobre todo, cariñoso cuando mi ama estaba cerca. O me prestaba toda su atención, o me moriría.
               Sin embargo, por mucho que me gustara ser un consentido, de vez en cuando no está mal tampoco andar dando brincos por los tejados.
               -A todas nos gustó, Alec.
               -Guau, Mimi, voy a tener que frenarte ahí. Eres mi hermana.
               -Gilipollas, no lo digo por verte el paquete ni nada por el estilo, sino porque hiciste un ridículo tremendo. Casi te pones a llorar cuando Sabrae te dijo que se iba. Espero que Jordan lo grabara, porque fue un momentazo-reflexionó.
               -Mary Elizabeth, te voy a pedir por favor que no te rías de mis sentimientos. Esto de ser un ser humano plenamente funcional es complicado, a veces.
               -No me río de tus sentimientos-se defendió ella-. Me río porque eres incapaz de montar un número incluso cuando lo único que tienes en la sangre es alcohol.
               -El alcohol saca a la persona que verdaderamente somos-respondí, hundiéndome de nuevo en la cama y encogiéndome de hombros-, y si yo ya soy el puto amo estando sobrio, imagínate cuando estoy borracho.
               -Lo que tú digas-se incorporó y se tiró de los leggings-. En fin, puto amo, creo que es hora de que te caiga la bronca más épica que haya caído nunca en esta casa. Mamá estará que trina cuando vea lo machacado que estás-sonrió como una psicópata, y yo puse los ojos en blanco-. Seguro que te castiga, como mínimo, hasta que Trufas se haga mayor de edad.
               -¿Los años pasan igual para los conejos? Porque igual estamos aquí tan panchos, y Trufas es un anciano al que le quedan meses de vida-comenté, y la sonrisa de la cara de Mimi se congeló. Me soltó un manotazo en el hombro con más fuerza de la que cualquiera podría esperarse, pero yo ya me había pegado suficientes veces con Mimi como para saber que no era ni tan tímida ni tan inocente como quería hacer ver.
               -¡Eres gilipollas!-protestó, y se apresuró a coger a Trufas, estrechándoselo contra su cuerpo, como si yo fuera a hacerle algo al puto animal. No lo reconocería delante de ella, pero estaba bastante seguro de que, el día que el conejo decidiera abandonar la familia, se me escaparía una lagrimita. Estaba como un cencerro y a veces se comportaba como un psicópata; era caprichoso y te atosigaba a cada ocasión que se le presentaba, y como no anduvieras con cuidado con él, te pegaría un mordisco sin provocación previa por tu parte, pero… cuando alguien baja a recibirte a la carrera cuando llegas de clase, el gimnasio o de fiesta, sin importar la hora que sea, se gana tu cariño.
                Corrió a su habitación con el conejo en brazos, a pesar de que éste era perfectamente capaz de desplazarse solo, pero yo sé que escuchó con atención desde el otro lado de la pared, esperando a que yo me animara a salir de mi cuarto y bajara a la cocina. Sabía que me tendría que enfrentar a mi madre por la borrachera que había pillado esa noche; incluso si mi madre no me había visto, el numerito que seguro que habíamos montado en mi habitación habría bastado para que supiera que yo no había salido “de tranquis”, como le había dicho. A mamá casi le jodía más que le mintiera que mi afición por destrozarme el hígado pero, ¿qué quería que hiciera? Si no me garantizara una bronca en cuanto le dijera que tenía pensado beber, sobre lo malo que era el alcohol en las “cantidades industriales en las que yo me lo tomaba” (según ella), el impacto pésimo que podía tener en mi cerebro, cómo “disminuía mi ya de por sí mermado juicio para tomar decisiones mínimamente responsables” y sobre todo, “esa dependencia obsesiva que tienes con beber para poder pasártelo bien de fiesta” (sin comentarios), yo sería sincero con ella: mira, mamá, sí, tengo pensado emborracharme, y sí, probablemente me folle a una tía que conozca esta misma noche, pero, ¡oye! Deberías ver cómo me pongo el condón incluso cuando veo doble; tengo un arte que no mucha gente comparte. Además, ¡tranquila! No voy a coger la moto ni a llevarme el pasaporte, así que no podré ir muy lejos: como mucho, a la última parada de la línea de metro a la que me monte, así que siempre llegaré a casa para la hora de comer, ¿vale, mami? Gracias por tu comprensión, te quiero, ¡adiós, hasta mañana!
               Me bebí de una sentada la botella de agua que alguien había dejado allí (tenía toda la pinta de haber sido Sabrae; nadie me cuidaba como lo hacía ella –con permiso, por supuesto, de mi madre-) y miré mi reflejo en el espejo apoyado en la pared. Tenía una pinta pésima: los ojos rojos, el pelo alborotado, y la piel apagada por el cansancio. Si un contrincante se subiera de esa guisa al ring, Sergei me masajearía los hombros y me susurraría al oído que tendría que controlarme para no matar a ese cabrón, quien tendría un pie y medio en la tumba.
               Estaba para el arrastre, y aun así, me las tendría que apañar para encontrar fuerzas para enfrentarme al peor adversario con el que me las había visto nunca: Annie Whitelaw, hecha una fiera porque su hijo mediano, el fracaso, la decepción, era un puto alcohólico.
               Cogí el móvil para comprobar la hora que el forense anotaría en mi partida de defunción, y una sonrisa tonta me cruzó la boca cuando descubrí que tenía una notificación pendiente de Sabrae. Deslicé el dedo para abrirla.

¡Buenísimos días, sol! No sé en qué momento leerás esto, pero quería decirte que me ha encantado salir esta noche. Me lo he pasado genial ojalá podamos repetirlo pronto, ¡me he quedado con ganas de bailar en la pista de la Sala Asgard como me has dicho que siempre bailan las chicas en ese sitio! No sé por qué, pero me da que lo han hecho para nosotros 😉 espero que no te levantes con mucha resaca; te he dejado una botellita de agua bien fría para que te la tomes si tienes sed.

¿Nos vemos hoy? Porfa, di que sí. Me apeteces muchísimo. No puedo dejar de pensar en lo que pasó en el baño. Jo, apenas te he dejado en casa y ya estoy ansiosa por volver a verte y, ¿sabes qué no me quito de la cabeza? Lo muchísimo que hace de nuestra última sesión de sexting. Que, oye, no es que lo prefiera a estar juntos, pero… dudo que abran los baños de la Sala Asgard por las tardes, así que… nos vamos a tener que conformar… ya me entiendes😏😈😋   
               Me quedé mirando ese trío de emoticonos infernales, algo así como la versión erótica de la Santísima Trinidad. ¿Realmente lo estaba leyendo bien? ¿Me estaba pidiendo sexting? ¿Cuándo? Porque si lo quería ahora, mandaría a la mierda mi desayuno, por mucho que fuera la comida más importante del día, y le bombardearía el teléfono a mensajes subidos de tono, enumerándole con pelos y señales lo que le haría de forma muy explícita a cada parte de su cuerpo, y lo que quería que ella me hiciera a mí.
               Noté que la resaca había desaparecido, y no pude evitar reírme mientras sentía la parte favorita del cuerpo de Sabrae despertándose en mis pantalones.

Hola, bombón 😏 y yo que pensaba que ibas a reñirme porque hoy no te he enviado un vídeo de la puesta de sol… supongo que te hartaste de verme anoche, ¿verdad? Oye, y hablando de anoche… ¿me recuerdas qué hicimos? Tengo unas cuantas lagunas. ¿Baños de Asgard? ¿De qué hablas?

               Me quedé tumbado sobre la cama, con una sonrisa en los labios, mientras esperaba a que Sabrae se conectara, leyera y me contestara. Si caía en mi trampa, no habría manera de que paráramos, pero yo no quería parar: ahí estaba la cosa. Me había puesto a cien, pero quería que me subiera las revoluciones a mil, y pasármelo bien con ella aun estando a distancia.
               Después de lo que me pareció una eternidad que en realidad apenas fue medio minuto (me había despertado tarde, a la hora de comer, y yo estaba más cansado que ella, además de que tenía mucho más alcohol que procesar), se conectó y empezó a escribir.
😂😂😂 buen intento, pero estabas sobrio entonces 😜 No vas a engañarme para que te repita lo que hicimos y la conversación se salga de madre.

¿Sobrio? Nena, estaba BORRACHO de ti. Aún no sé cómo no me ha dado un coma etílico.
¿Tengo que recordarte cómo te pusiste a mitad del polvo?
¿Cachondo perdido? Ah, no. Ya lo estaba cuando empezamos.😇
Yo diría más bien como una fiera 👻
Mira qué casualidad. Así es como follo: como una puta fiera.
No seré yo quien te lleve la contraria.😈
¿Qué haces?
Nada interesante. ¿Tú?
Hablar con la chica más guapa del mundo
Aw ¿Hace cuánto te has despertado?
Ahora mismo.
¿Qué tal la resaca?
Estoy hecho mierda. ¿Sabes cuál es un remedio natural cojonudo?
¿Beber mucha agua?
No. El sexo. 😈
😂 ¿Es que no te ha bastado con los asaltos de anoche?
Demasiado nunca es suficiente para mí cuando se trata de ti, bombón 😉
😍 ¿Ya has desayunado?
¿Por? ¿Me ofreces un plato especial?
No, Al. Me preocupo por ti. Tienes que comer.
Puedo rendir perfectamente incluso cuando lleve tiempo ayunando. Ven a mi casa, y te lo demuestro.
No, o nos meteremos en problemas 🙈 Ve a comer algo, hablamos después, ¿de acuerdo?
😒
Vaaaaaaaaaaaaaaaaaamos, Aaaaaaaaaaal.
Ok.
¿Estás enfadado?
No.
😂
Eres mala persona, ¿lo sabías? Me he empalmado con tu mensaje. Me prometías sexting. Y ahora me mandas a desayunar??????
Es la comida más importante del día. Además, estaba como ida cuando te escribí el mensaje. No había dormido. Ahora, sí.
Y estabas cachonda.
Eso también. Pero digamos que ya he resuelto los dos problemas.
¿A qué te refieres?
He soñado contigo.
               -No me jodas-murmuré en voz alta, riéndome, viendo el rumbo que tomaba la conversación.
¿Y qué hacía en tu sueño, si se puede saber? ¿Cabalgar por el arcoíris a lomos de un unicornio?
Más bien… repetir lo de los baños de la Sala Asgard.
Vete a la mierda, Sabrae.
Así que no te enfadarás conmigo si te digo que nada más despertarme, me di cariño a mí misma, ¿verdad?
VETE A LA MIERDA, SABRAE. DIOS, TE ODIO. ¿POR QUÉ ME DICES ESO? ME ESTOY PONIENDO MALÍSIMO, TÍA.
JAJAJAJAJAJAJAJAJA que disfrutes de tu desayuno, amor
Y una mierda voy a disfrutar

Sabrae

SABRAE

ESTO NO TIENE GRACIA

SABRAEEEEEE

VUELVE AQUÍ AHORA MISMO. MÁNDAME UNA FOTO DE LAS TETAS, AUNQUE SEA.

ERES UNA SINVERGÜENZA. TE VOY A DEMANDAR POR  PUBLICIDAD ENGAÑOSA.

               Puede que por mi tono parecía que estaba hecho una furia, pero si Sabrae me llamara en ese mismo momento, se encontraría con el ronroneo de un gatito feliz de que su ama hubiera llegado por fin a casa después de un duro día de trabajo. Incluso me pondría panza arriba cual cachorrito exigiendo cosquillas en la tripa. Pero, por supuesto, ella no me llamó, porque nació siendo mala, creció siendo mala, y morirá siendo mala, y su deporte favorito siempre será hacerme de rabiar, sin importar cuáles sean los sentimientos que le despierto: odio o amor. Los extremos a veces son tan cercanos que atravesar la línea que los separa es más fácil que trastabillar en la cuerda floja, lo que demuestra que las emociones humanas son un círculo sin principio, ni fin.
               Hablando de emociones: hablar con Sabrae, aunque fuera sólo un poco, me dio las fuerzas que necesitaba para levantarme. Me dije a mí mismo que cuanto antes me levantara y empezara el día, antes podría terminarlo junto a ella, así que no había tiempo que perder.
               Además, con la información que tenía ahora de cómo se había despertado Sabrae, tenía fuerzas de sobra para enfrentarme a mi madre, a un dragón o un basilisco (entre los que, en realidad, tampoco había mucha diferencia): imaginarme a Sabrae masturbándose pensando en mí nada más despertarse me daba impulso suficiente como para escalar el Everest sin equipo, sólo con las habilidades que mi cuerpo había ido adquiriendo con el paso de los años. Este cuerpo le daba placer a mi chica, así que, ¿qué no podría hacer?
               Tampoco es que no fuera consciente de las cosas que hacía pensando en mí, pero… joder, está bien que te lo recuerden de vez en cuando.
               De modo que salí de la cama, tiré de la camiseta del pijama, agradeciendo lo calentita que se sentía y el buen criterio de Saab a la hora de decidir que no podía dormir desnudo cuando mis defensas estaban demasiado ocupadas combatiendo el coma etílico, y siguiendo las súplicas rugientes de mi barriga, abrí la puerta de mi habitación. Mimi no tardó ni un segundo en abrir la suya; me adelantó en las escaleras con la sonrisa del gato de Cheshire, y trotó escaleras abajo a toda velocidad, como si ella también se muriera de hambre. Giró sobre sí misma con la gracilidad de quien lleva años practicando ballet, y se volvió para ver la cara de derrota, humillación y sumisión más absolutas con las que atravesé la puerta del comedor. Inmediatamente, mi estómago empezó a protestar: no tenía hambre; estaba famélico. Se me abrió el apetito al oler el aroma de la pasta recién hecha, y cuando mi madre entró en el comedor con una fuente abarrotada de espaguetis a la boloñesa, encumbrados por albóndigas del tamaño de mi puño como si fueran nubes sobrevolando el monte Olimpo, casi me echo a llorar.
               Cuánto me quería mi madre, y cuánto la quería yo a ella.
               -Buenos días-canturreó mamá, dejando con cuidado la fuente de cerámica sobre el salvamantel y sonriéndome. Guau. Ésa era nueva. ¿Me tiraría la fuente en la cabeza en cuanto viera que yo no iba a ponerme de rodillas a suplicarle que perdonara la humillación que suponía mi comportamiento como alcohólico?
               Dylan entró entonces en el comedor con un jarro de una bebida que se parecía sospechosamente a la limonada, y la colocó justo enfrente de mí.
               -Hola-musité con un hilo de voz, temiéndome lo que vendría. Seguro que usaba la limonada para lavarme los ojos, en una clara metáfora de lo que el alcohol le hacía a mis riñones.
               -¿Has dormido bien, Al?
               -Eh… sí.
               -¿Estás cansado?
               -Un poco.
               -Pues venga. A comer-instó mamá, desanudándose el delantal, colgándolo sobre el respaldo de su silla de siempre, y echando una buena cantidad de espaguetis en un plato-. ¿Así está bien?
               -¿Eso es para mí?
               -Claro, hijo. Necesitas comer. También te he preparado limonada. Es buena para la resaca-colocó el plato frente a mí y me tendió el platito con el pan para que yo cogiera un trozo. Estaba alucinado. ¿Había cogido una de las mayores borracheras de mi vida (fuera de Nochevieja, por supuesto), y ella se comportaba como si acabara de volver de combatir por la libertad del país en el continente? ¿Me había perdido algo?
               Aparentemente, Mimi estaba flipándolo tanto o más que yo.
               -¿No piensas decirle nada, mamá?
               Mamá se quedó mirando a mi hermana como si no entendiera lo que acabara de decirle. Mimi tenía un acento muy fuerte cuando hablaba en ruso, y a veces a nuestra abuela le costaba entenderla, pero no le recriminaba nada porque sabía que mi hermana podía hundirse con la más mínima crítica. Los comentarios de “hablas como un criado del Palacio de Invierno recién venido de un pueblo perdido en Siberia” de mi abuela estaban reservados a mí, que me lo tomaba a cachondeo, y exageraba aún más mi acento sólo por pincharla.
               -¿Decirle algo? ¿A qué te refieres?
               -¿No le vas a echar la bronca?
               -Sí, ¿me vas a reñir en algún momento?-pregunté, y mamá clavó los ojos en mí-. Porque no puedo con esta angustia. Tengo el estómago cerrado-mentira. Me comería la fuente entera, pero sabía que, con los nervios, la comida no me sentaría bien. Seguramente terminara vomitando-. Prefiero que me chilles ahora y comer tranquilo.
               Dylan rió por lo bajo mientras desmenuzaba el pan con las manos.
               -No voy a reñirte, Al-respondió mamá, inclinando las cejas de manera que formaron una pequeña cumbre en su frente, como el Kilimanjaro.
               -¿No?-preguntamos Mimi y yo a la vez; ella, decepcionada, y yo, sorprendido. Eso era nuevo. Joder, que habían tenido que ayudarme a llegar a casa. La verdad es que me merecía unos gritos.
               -No-contestó mamá, echando espaguetis en el plato de Mimi, que parecía a punto de declararse en huelga de hambre ante la injusticia de perderse su espectáculo preferido: mamá poniéndose como una fiera conmigo-. Ya eres mayorcito para saber lo que haces, y seguro que te sientes lo suficientemente mal como para no querer repetirlo pronto-meditó.
               -Apenas han pasado unos meses desde la última vez que me reñiste por venir borracho-comenté.
               -Pero bueno, hijo, ¿es que quieres que tu madre te eche la bronca?-se burló Dylan, echándose a reír, y yo me hice un poco más pequeño en la silla.
               -Sí, mamá. La última vez que le reñiste fue hace unos pocos meses, y ni siquiera vino a casa tan mal como hoy-azuzó Mimi, y mamá se volvió para mirar a mi hermana.
               -Lo que más me preocupaba entonces era que dejara embarazada a alguna chica y no nos dijera nada, bien porque no se enterara o bien porque decidiera ocultárnoslo-clavó los ojos en mí y esbozó una sonrisa radiante-. Pero eso, ahora, evidentemente, no va a pasar.
               Terminó de servirse los espaguetis y se sentó a la mesa, señal que indicaba que ya podíamos empezar a comer. Tardé un momento en procesar la información, pero cuando lo hice, sonreí. De nuevo, todo se reducía a Sabrae. No sólo había mejorado mi vida, sino también mi actitud, y la opinión que mi madre tenía de mí. Me había vuelto más responsable, y eso hacía que me mereciera más votos de confianza de los que había tenido antes, cuando iba de flor en flor y en casa no tenían manera de controlar si me metía en problemas o no. Ahora, tenía dos garantías: la primera, que si pasaba algo, Sherezade avisaría a mi madre, pues para algo eran amigas.
               Y la segunda, aunque más importante y por la que mi madre estaba mucho más tranquila, era que yo quería a Sabrae. No quería a las chicas de antes. Así que me esforzaría más en cuidarla.
               -Ah, bueno-me eché a reír-. Si lo llevo a saber, me echo novia antes, y me dedico a ponerle los cuernos con todo Londres-bromeé-. No pensaba que la monogamia tuviera esta ventaja.
               -Sabrae no es tu novia, Alec-espetó Mimi, rabiosa.
               -Eres insoportable, Mary Elizabeth-gruñí yo.
               -Tú sí que eres insoportable; no sé cómo Sabrae te aguanta, la pobre es una santa.
               -Si supieras la razón por la que Sabrae me aguanta, ya no te parecería tan santa-me burlé yo, metiéndome un gran nudo de espaguetis en la boca y masticando a dos carrillos. Mimi se quedó callada ante la mirada que le lanzó mamá para que me dejara en paz: no iba a dejar que Sabrae se convirtiera en moneda de cambio en nuestras peleas, y yo, sinceramente, tampoco. Técnicamente, no se había metido con ella, pero si se acostumbraba a traerla a colación cada vez que teníamos un roce, tarde o temprano acabaría usándola contra mí, quisiera o no. Y yo eso no se lo perdonaría.
               Comí en silencio, concentrado en llenar mi rabiosa tripa de todos los carbohidratos que pudiera. La limonada estaba fresca y notaba cómo iba poco a poco eliminando el malestar de mi cuerpo con su acidez, como si el ácido del limón disolviera la sustancias tóxicas que aún quedaban en mi cuerpo y que había ingerido la otra noche. Lo cual es gracioso, porque… bueno, el alcohol lo suficientemente concentrado termina comportándose como disolvente, y yo tenía tanta experiencia bebiendo que casi podría tomarme quitaesmalte sin que mi aparato digestivo se resintiera.
               Repetí dos veces de plato, dejando a mi familia de una forma un tanto egoísta sin posibilidad de servirse de nuevo pero, ¿qué culpa tenía yo? Estaba demasiado hambriento como para parar, y me gustaba el ruido que hacía la pasta mientras yo la enredaba con el tenedor para metérmela en la boca. En ese momento, no sé qué me gustaba más: si escuchar los espaguetis enredándose en mi tenedor o los gemidos de Sabrae mientras le comía el coño. Un momento… ¿no había un vídeo de un chico árabe acercándose a su madre, que estaba cocinando pasta, y diciéndole que así era como sonaban los buenos coños? ¡Joder, por eso me gustaba tanto! ¡El sonido era el mismo!
               Empecé a ponerme cachondo de nuevo, algo que me pasa con mucha facilidad cuando estoy de resaca o borracho. O de normal, ya puestos. La verdad es que siempre he tenido la libido disparada, no lo puedo remediar.
               Intenté concentrarme en el delicioso sabor de la salsa boloñesa de mi madre y las albóndigas deshaciéndose en mi boca, para intentar que se me bajara la erección, pero lo único que conseguí fue imaginarme a Sabrae cubierta de esa salsa (un poco asqueroso si lo piensas en frío, pero yo no podía pensarlo en frío) y yo lamiéndole todo el cuerpo (absolutamente todo el cuerpo) para limpiarla, con las correspondientes consecuencias: un polvo en el que su placer haría que nuestra unión sonase como la pasta un poco pasada de cocción.
               Estaba tirado en la cama, leyendo la conversación con Sabrae mientras hacía la digestión y esperaba pacientemente a que se conectara para iniciar nuestra sesión de sexting, cuando Jordan abrió la puerta.
               -¿Has resucitado?-preguntó, asomando sólo la cabeza, no fuera a ser que la resaca fuera contagiosa. Me froté los ojos y asentí despacio con la cabeza. Cuando avanzó hacia mí, se echó a reír-. ¡Joder, tío! ¿Tan mal estás, que te ha dado por parecer un contable?-señaló mis gafas, a las que había tenido que recurrir después de que se me levantara un dolor de cabeza tremendo después de estar más de dos minutos seguidos mirando el móvil. Lancé un bufido y sacudí la cabeza, negándome a entrar al trapo. No estaba para discutir con él, ni con nadie. Yo lo que quería era que Sabrae se acordara de mi existencia y viniera a prestarme la atención que me merecía.
               -Déjame tranquilo, Jor. Estoy hecho mierda.
               -Vaya, hombre. Y yo que venía a preguntarte si te apetecía echar una partidita al Call of Duty. Pues nada-se encogió de hombros y se enganchó del pomo de la puerta-. Te dejaré aquí, convaleciente.
               -Para eso siempre hay salud, tío-respondí, incorporándome y quedándome quieto un instante para asentar la cabeza. Me froté de nuevo la cara y me quedé mirando a Jordan, que había inclinado la cabeza a un lado y me miraba con lástima.
               -Estás muy hecho mierda, ¿eh?
               -¿Qué cojones bebí ayer, tío? ¿Residuos nucleares?
               -Jägerbomb-explicó Jordan, y yo puse los ojos en blanco.
               -Casi lo mismo. Joder, macho, ¿por qué me dejas beber esas mierdas? Si me muero de ésta, la culpa va a ser tuya-me tiré de la cama y fui hacia el armario para cambiarme de ropa. Debería ducharme, pero ahora mismo, no tenía ganas de nada. Además, Jordan no iba a juzgarme por oler a tigre en su cobertizo: aquella pequeña habitación nos había visto bastante peor de lo que yo estaba ahora, así que podía ir a nuestro santuario de la masculinidad y el entretenimiento sin temor a que las paredes me juzgaran.
               -Cualquiera te paraba los pies ayer-se cachondeó Jordan-. No puedes salir con Sabrae. No te hace bien-me volví hacia él con los ojos chispeantes por la risa, a punto de responderle lo que habíamos hecho Sabrae y yo ayer, algo a lo que había decidido que no iba a renunciar (a echar polvos en baños de tugurios del centro, quiero decir, donde nos volvíamos más locos que en la discoteca de los padres de Jordan), cuando él se apresuró a aclarar-: me refiero a porque intentas hacerte el chulo, y tú intentando hacerte el chulo en un ambiente con alcohol…
               -Lo pillo, lo pillo. Pero lo de ayer era excepcional, ¿sabes? Me apetecía coger una buena borrachera. Y Sabrae nunca me había visto así. ¿Qué tal fue todo, por cierto? Mimi me ha dicho que me trajisteis a casa y que ella insistió en que me pusierais el pijama.
               -En consonancia con el resto de la noche-respondió Jordan, poniéndome una mano en el hombro-, pero creo que aún estás demasiado débil como para enterarte de lo que pasó.
               -¿Débil? Yo no estoy débil. Sólo estoy muriéndome, pero débil nunca, tío-le di un empujón y Jordan se echó a reír.
               -A Sergei le alegrará saber eso. ¿Sabes? Me ha llamado esta mañana, preguntando a qué hora era tu funeral.
               -Joder, si no pudieron tumbarme las putas bestias con las que me enfrenté cuando competía, tampoco va a poder una botellita de nada.
               -No te bebiste sólo una “botellita”, y mucho menos de nada, pero, ¡en fin! Sigues en tu línea, hermano.
               -¿Le dijiste eso cuando te preguntó por el funeral?
               -No, le pregunté a qué funeral se refería, y él me contestó que no has ido esta mañana, así que suponía que te habías muerto-se encogió de hombros-. Lo cual es comprensible. Tú nunca faltas a tus entrenamientos de los sábados por la mañana.
               -Eso era antes, tío. Cuando los entrenamientos de los sábados eran los únicos que tenía. Ahora entreno también entre semana.
               -Por Sabrae-sonrió Jordan, y yo puse los ojos en blanco.
               -No, listo-le tiré los pantalones a la cara y Jordan hizo una mueca al apartárselos mientras me ponía los de chándal-. Al contrario de lo que piensas, mi vida no gira en torno a Sabrae.
               -Ya. Oye, ¿te importaría decirme qué estabas haciendo, tirado así en la cama, mirando el móvil, cuando he llegado?
               -Esperar a que Sabrae se conectara para hacer sexting-contesté como si no tuviera nada que ver con la conversación que estábamos teniendo, y Jordan se echó a reír-. ¿Qué pasa? Mira, Jordan, detesto ser yo quien te lo recuerde, pero… eres un puto virgen de mierda. Y los putos vírgenes de mierda como tú, no sentís la necesidad irrefrenable de echar un polvo después de una noche de fiesta para aliviaros la resaca, porque no habéis probado la magia que hacen las tías con el coño.
               Jordan rió entre dientes.
               -¿Sabe Sabrae que hablas así de ella cuando no está?
               -Así, ¿cómo? Acabo de referirme a su coño como un instrumento mágico. Seguro que se pondría de rodillas y me la chuparía de escucharme-le guiñé un ojo a Jordan mientras me pasaba la camiseta de boxear por la cabeza y la estiraba. Sergei tenía razón, y hacía bien preocupándose: a veces, la mejor manera de combatir a la resaca viene subiéndose al ring. No encontraba ninguna explicación científica más allá de la pura estadística, pero lo cierto era que, viéndome a mí y viendo al resto de chavales que abarrotaban su gimnasio sólo entre semana, cuando no habían bebido alcohol y estaban a tope, había podido establecer una relación entre el saco de boxeo y el malestar que sigue a una buena borrachera: son inversamente proporcionales.
               Y yo nunca me privaba de beber cuando salía. No es que sea un alcohólico, ni mucho menos, pero… me gusta el sabor del alcohol, y las chicas son un poco más guapas cuando estás borracho. Supongo que por eso me había follado a Sabrae con la rabia con que lo hice en el baño de la Sala Asgard: ella estaba guapísima esa noche (y no me refiero a su ropa ni a su maquillaje, precisamente, sino a que estaba sudorosa, resplandeciente, cachonda y deliciosamente desnuda, manchándose las nalgas con la cocaína que aún quedaba sobre el lavabo y que me daba ganas de lamer directamente de su piel), yo ya había tomado más alcohol que las otras veces que nos habíamos marchado a follar, y el hecho de estar haciéndolo a pelo había añadido un extra de morbo que hizo que yo no pudiera controlarme.
               Me quedé pillado un segundo, recordando el momentazo en el que había visto mi semen caer de su interior, y… joder. Ya estaba empalmado otra vez.
               -Porque estábamos hablando de Sabrae, que si no, me preocuparía-comentó Jordan, dándome un golpecito en la entrepierna. Lo aparté de un empujón.
               -¡Para, tío! Joder, estaba teniendo un flashback sexual de la hostia, ¡y ya me lo has jodido! ¿Me recuerdas por qué eres mi mejor amigo?
               -Porque vivo enfrente de ti.
               Chasqueé la lengua.
               -Mi vida sería más fácil si quien fuera mi vecino fuese Scott.
               -Sí, sobre todo porque ya tendrías críos-se cachondeó Jordan, sacando mi bolsa del gimnasio del armario y colgándomela al hombro-. Venga, Romeo. A ponerte en forma para que te arañe los abdominales tu Dulcinea.
               -¿Dulcinea no es de otro libro?-pregunté, y Jordan se dio un toquecito en la sien.
               -No estás tan mal como pensaba. Quién lo iba a decir.
               -Mueve tu sucio culo para coger tu bolsa, payaso, que te voy a pegar una paliza en el ring, y ya veremos quién está mal hoy-protesté, pero Jordan chasqueó la lengua, negó con la cabeza y agitó el dedo índice.
               -Ya venía preparado-comentó, recogiendo su bolsa del pasillo y arqueando las cejas-. Sergei me dijo que, o te llevaba al gimnasio, o vendría a nuestra casa a darnos por culo a los dos.
               -Ya le gustaría darme por culo, a ese maricón-gruñí, sacándome un cigarro del paquetito de emergencia que escondía al fondo de mi bolsa del gimnasio y encendiéndolo cuando salimos a la calle (porque mi madre tenía intención de ser indulgente conmigo, pero tampoco era plan de provocarla).
               -Quizá hasta tú lo disfrutaras-soltó Jordan, y yo me volví hacia él.
               -Sí, muchísimo. Una cosa loca-puse los ojos en blanco, agitando el cigarro sobre mi cabeza mientras gesticulaba como los tertulianos de los programas de cotilleos que a veces veía mi madre.
               -Ay, Al… tú no sabes lo que yo sé-replicó él, pasándome un brazo por los hombros y revolviéndome el pelo. Lo aparté de mí de un empujón, molesto.
               -¿A qué viene eso? ¿Es que has hablado con Sabrae?
               -¿Sobre qué?
               Parpadeé.
               -Ya sabes sobre qué, Jor. No te hagas el tonto conmigo.
               Jordan rió de nuevo.
               -No me hago el tonto. No sé qué tendría que hablar con Sabrae, cuando tengo nueva información que me basta para juzgarte.
               -¿Juzgarme? ¿Nueva información? ¿De qué coño hablas, Jordan? ¡Eh! Ven aquí, te estoy hablando.
               -Tío, hablaremos de esto cuando hayamos entrenado. O, si acaso, por la noche, cuando salgamos de fiesta, ¿vale? Pero, ahora mismo, tenemos que llegar al gimnasio antes de que a Sergei se le agote la paciencia y le dé por expulsarnos, o algo peor.
               -Que me expulse, si tiene huevos. Sabe que todos los gimnasios de Londres se me están rifando. Aunque… entiendo que te pongas tan nervioso. A ti no te quieren ni en casa…
               -Es que yo no soy tan triunfador en todos los sentidos de la vida como lo eres tú-Jordan se echó a reír y yo fruncí el ceño, sin entender. Me daba la sensación de que me estaba perdiendo algo, pero sabía que sería inútil insistirle a Jordan: era una puta tumba cuando quería, y si decidía que no te iba a contar algo, no te lo contaba bajo ninguna circunstancia. Sospechaba que había pasado algo anoche que yo no recordaba, pero, si bien me moría de curiosidad, por otra parte estaba tranquilo: siempre me quedaba Sabrae. Según Mimi, no me había separado de ella desde las cuatro de la madrugada, así que si había hecho algo durante mi período de amnesia, Sabrae ya estaba conmigo cuando sucedió, y podría contármelo. Esperaba que no escatimara en detalles igual que no había escatimado en inconsciencia cuando me quitó el condón y me suplicó que me la follara a pelo (y lo mucho que lo disfrutaste, Alec, no seas cabrón, me susurró una voz en mi cabeza).
               Tenía otras cosas de las que preocuparme que del silencio de Jordan en ese momento, la verdad. Una de ellas tenía nombre ruso, metro noventa de altura y décadas de experiencia convirtiendo a niños perdidos como yo en putas máquinas de matar.
               Sergei nos esperaba en la puerta del gimnasio, con los brazos cruzados, en la actitud de una esposa a la que le pides que te prepare pavo asado para cenar y acabas dejando plantada por tomar unas cervezas con tus colegas.
               -Ya pensaba que no venías-acusó Sergei, mirándome a los ojos con rabia.
               -Yo siempre vengo-contesté.
               -Sí, a las seis de la mañana-contestó, y yo me eché a reír. Si mi madre no me había echado una bronca, menos iba a hacerlo él, que era mi guía espiritual. Debía mostrarme el camino de vuelta a la senda de la rectitud y la disciplina con paciencia edulcorada con un poco de severidad, no comportarse como si acabara de descubrir las bragas de mi querida en el bolsillo de mi americana preferida.
               A todo esto… ¿Sabrae aceptaría quitarse las bragas algún día en un sitio público y metérmelas en el bolsillo? Porque siempre había querido hacer eso. Hay que ser muy pervertido para llevar la ropa interior de tu acompañante femenina en el bolsillo, y… bueno, yo lo soy.
               -A las seis de la mañana estaba ocupado. Jordan, ¿te importaría decirle a Sergei qué estaba haciendo a esa hora?
               -Bailar borracho con la camisa abierta en un local gay.
               Sergei abrió los ojos tanto que sus pestañas parecieron desaparecer, alucinado.
               -Bueno, pues a las seis y media.
               -Abrazarte a un altavoz porque no querías irte a casa.
               -¿Y a las cinco y media?
               -Lamerle la cara a Sabrae mientras ella intentaba que bebieras un poco de agua para bajarte la borrachera.
               -¿Has oído, Sergei? Estaba con Sabrae.
               -Sí, haciendo el ridículo.
               -¿Y a las cinco, Jordan?
               -Eh… a las cinco yo no estaba contigo-miró con nerviosismo a Sergei, y yo supe que estaba mintiendo. Así que a las cinco era donde había pasado aquello de lo que se negaba a hablarme.
               -¡Por el amor de Dios, Jordan! ¿A qué hora me estaba follando a Sabrae a pelo?
               -¡Y yo qué sé, tío! ¡No llevo tu agenda sexual! ¡Cuando te largas a echar polvos, evidentemente, no te acompaño!
                -Bueno, es igual-me volví para mirar a Sergei-. El caso es que tampoco necesitas saber con precisión a qué hora estoy echando polvos bestiales. La cosa es que eché varios polvos-miré a Jordan, que asintió con la cabeza-, y sin condón, con Sabrae. Así que si no vine a las seis es porque ya había hecho todo el ejercicio que pretendía hacer hoy. Pero Jordan me ha dicho que me echabas de menos, así que, ¡aquí estoy!-celebré, enganchándole la mejilla a Sergei, que me apartó de un manotazo. Me miró un segundo con la boca torcida, midiéndome, y luego una sonrisa oscura le ensombreció el semblante.
               -Entonces, ¿te lo pasaste bien?
               -Vamos a ver, Sergei. Es de Sabrae de quien estamos hablando, y por si no me has oído, te lo repito: me la follé a pelo-me incliné hacia su oído, haciendo altavoz con mis manos, e hice énfasis en esas dos últimas palabras para que él procesara bien la información, pues su indiferencia me indicaba que no lo estaba haciendo.
               -¿De veras? Me alegro de que tu zorrita te haya hecho disfrutar, porque yo te voy a poner a sufrir como el maldito hijo de puta que eres. ¡Adentro los dos!-ordenó, haciéndose a un lado-. ¡Vais a lamentar el momento en que se os ocurrió llegar tarde! ¡Voy a hacer que os peguen tal paliza que no se os va a volver a pasar por la cabeza dejarme plantado un sábado por la mañana, ¿me oís?!
               -Tiemblo de miedo-me burlé, extendiendo las manos en su dirección y haciéndolas vibrar.
               -Ya lo veremos, chaval-gruñó, y subió las escaleras tras nosotros.
               -¿Qué va a ser? ¿Tu circuito de entrenamiento intensivo?-pregunté, poniendo los ojos en blanco, y Sergei sonrió.
               -Un combate en frío.
               Jordan se detuvo en seco.
               -No pienso lesionarme por tus idas de olla, macho.
               -Tú no, Jordan. Alec-me señaló con el dedo como la gente chunga de las películas chungas, en las que el arma siempre es un bate y aquel a quien señalan, un pobre diablo que, como poco, se va a quedar paralítico-. Es Alec quien ha llegado tarde por estar follando, así que es él quien se merece el mejor castigo.
               Reí entre dientes.
               -¿Ahora resulta que te tengo que pedir permiso?
               -Cuando entrasteis aquí, os exigí disciplina. No voy a permitir que la pierdas por andar enrollándote con una chica. Si lo hicieras con veinte, vale, pero con una-Sergei puso los ojos en blanco y yo me envaré.
               -¿Tengo que pegarte otra paliza para que recordarte cuáles son mis prioridades? ¿Dónde está Sabrae, y dónde está el boxeo?-inquirí, enfrentándome a él. Incluso con la resaca, sabía que tenía muchas posibilidades de vencerle. Y Sergei, también. Supongo que es por eso por lo que reculó. Una cosa es que estuviera hecho mierda por la noche de fiesta, pero Sabrae era un dopaje para mí. Si la metíamos en la ecuación, siempre terminaba teniendo un resultado superior, sin importar el resto de variantes: ni esteroides, ni anabolizantes, ni alcohol ni drogas… nada tenía comparación, ni para bien ni para mal, con la energía que me proporcionaba Sabrae.
              Y si Sergei no lo entendía, desde luego lo entendería cualquier otro entrenador de la ciudad.
               -Sube ahí-me instó, señalando el ring. Dejé caer la bolsa al suelo y le sostuve la mirada durante un buen rato.
               -¿O qué? ¿Vas a echarme?
               -Alec-urgió Jordan, tenso. Sergei se pegó un poco más a mí, y Jordan se pegó un poco más a nosotros. Le aguanté la mirada a mi entrenador, el hombre que me había hecho ser el luchador que yo era, por una razón: porque puede que Sergei me hubiera creado, pero Sabrae era la que me daba sentido. Y de existir a ser hay un largo camino que yo no tenía pensado deshacer.
               Sergei rió, asintió con la cabeza y dio un paso atrás.
               -Sabes que no puedo renunciar a mi campeón-me alabó, y una parte de mí sintió un profundo alivio. Puede que estuviera más que dispuesto a mandar a tomar por culo a Sergei, pero eso no significaba que fuera a hacerlo con alegría. Habíamos compartido muchas cosas, formaba una parte importante de mí, y sabía que si cambiaba de entrenador, me sentiría vacío. Sergei era un gilipollas a veces, un chulo y un prepotente, pero esa gilipollez, esa chulería y esa prepotencia me habían hecho llegar a lo más alto. Si se comportaba como lo hacía, era porque podía permitírselo. Cogía a los niños y los convertía en hombres; veía el potencial y lo pulía hasta hacer relucir el talento, y convertía a los mediocres en los mejores. Cogía a los novatos y los convertía en campeones. Pero los entrenadores, en realidad, sólo eligen un campeón. Y yo era el de Sergei.
               Él me necesitaba tanto como yo le necesitaba a él. Nada, y a la vez, del todo.
               -Y yo sabes que no dejaría de venir ni aunque me echaras-sonreí, y Sergei se echó a reír, asintió con la cabeza y le dio una palmada al suelo del ring, cubierto de un sudor y una sangre ancestrales.
               -Arriba. Vas a pedirme perdón boxeando con dos contrincantes a la vez.
               -¿No pueden ser tres?-pregunté, abrochándome los guantes y metiéndome entre las cuerdas, mientras dos chicos a los que Sergei estaba preparando para que saltaran a los nacionales juveniles a la vez (incluso combatirían uno contra otro, algo que no me parecía buena idea, pero yo no era el dueño del gimnasio) se subían también al ring.
               -Puto chulo de mierda-rió Sergei, pero hizo un gesto con la mano en dirección a un mastodonte que levantaba unas pesas en un rincón de la sala, bien cerca de la sala de las máquinas para no tener que desplazarse demasiado. Aquel animal sí que podía darme problemas, y Sergei lo sabía. Supongo que por eso se echó a reír, al ver mi expresión. Podía ocuparme de los otros dos niñatos perfectamente, e incluso tendría tiempo de machacar a un tercero, siempre y cuando ese tercero no fuera uno de los profesionales, como el animal que se me acercaba. Porque sí, vale, yo había sido casi profesional durante una temporada de mi vida, pero había entrenado a un nivel al que ya no lo hacía, así que no estaba a la altura del negro que en ese momento se colaba por entre las cuerdas, abrochándose el velcro del guante con los dientes.
               -Ahora ya no eres tan gallito, ¿eh, Alec?-se burló Sergei, colgado de las cuerdas. Jordan se colocó en mi esquina.
               -¿Te doy un protector dental?
               -Nah. Estaré bien.
               -Alec, son tres.
               -¿Y? A Sabrae le encanta esta cara. No voy a dejar que me la toquen.
               -¿Qué vas a hacer, entonces?
               Miré a Jordan desde arriba.
               -¿Que qué voy a hacer? Voy a boxear con ese cabrón. Con esos dos mocosos no voy a tener ni para empezar, y será divertido pelear con ese toro salvaje. Sólo necesito que Sergei me toque un poco los cojones-le confié, guiñándole un ojo. Jordan se mordió el labio.
               -Venga, Alec. ¿Es que no quieres sudar el sudor de tu zorrita, que todavía te empapa el cuerpo?
               Jordan rió entre dientes cuando yo le miré, asintió con la cabeza y musitó:
               -Intenta no matar a los críos.
               -No te prometo nada-me di un par de golpes en los guantes para calentarlos-. Bueno, señoritas. ¿Quién quiere ser el primero en besar la lona?-inquirí, alzando las cejas. Los tres se abalanzaron hacia mí a la vez, con lo que los dos chicos chocaron entre sí, mientras el profesional aprovechaba que yo los esquivaba para soltarme un gancho en el vientre que me hizo doblarme sobre mí mismo. Caí de rodillas frente a él, que se me quedó mirando desde arriba un rato mientras los dos chavales daban pasos hacia atrás, aturdidos, al haberse chocado las cabezas. Sergei se masajeaba las sienes.
               -Te dije que estaban verdes-le recordé.
               -¿Vas a hacerlo todo desde ahí?-preguntó mi único rival, el toro que quedaba en pie, y yo me reí.
               -Qué gracioso. A tu madre también le extrañó anoche.
               Me metió tal hostia que dejé de ver un instante, y escuché un pitido durante más de una hora. Jordan saltó al ring y se puso entre mi agresor, que también le sacaba una cabeza a mi amigo, y yo, para asegurarse de que no me remataba. En el fondo, me lo merecía. Había sido un hijo de puta. Regla número uno: no te metas con la madre de tus compañeros de gimnasio, y mucho menos si son boxeadores, porque te matarán si es necesario.
               Sergei había empezado a contar hasta diez, seguro de que me harían KO por primera vez en mi vida. El mastodonte ni siquiera se molestó en esperar a que terminara la cuenta: mascullando algo sobre mi madre y el resto de mi familia, se bajó del ring y se encaminó a uno de los sacos de arena que colgaban del techo, sólo para darse la vuelta, alucinado, cuando Sergei no llegó a pronunciar el diez…
               … porque yo me había levantado, solo, sin ayuda de nadie, entre el ocho y el nueve.
               Vi en sus ojos la deliciosa mezcla de confusión y respeto que siempre acompaña al que propina un golpe maestro y no consigue noquear a su oponente. Y el cabrón incluso se echó a reír, divertido, cuando me colgué de las cuerdas y ronroneé, notando el sabor metálico de la sangre en la boca:
               -Tío, gracias por no apuntarme a la nariz. Tengo una chica a la que le encanta sentarse en mi cara, y sería una lástima que la dejaras a pan y agua mientras se me cura.
               -Con la lengua tan larga que tienes, dudo que notase mucha diferencia.
               -No te creas. La clave está en los labios. Y si usas los dientes, es que eres un profesional-le dediqué una radiante sonrisa, y él se descojonó.
               -Vete a que te curen esa carita de niño bueno que tienes, anda, y corre con tu novia antes de que Sergei me obligue a rematarte.
               -Sergei no te pediría eso. Se echaría a llorar si me pasara algo. ¿Ves?, a duras penas puede contener las lágrimas.
               -Eres un fantasma, Alec. Quítate los guantes, que me vas a hacer 20 dominadas para que aprendas un poco de humildad.
               -¿20, sólo? Joder, cada día me sale más a cuenta tocarte los cojones.
               -Con una mano.
               -¿Con cuál quieres que empiece?-Sergei sonrió, y yo me puse serio-. Como digas “con la que le hagas dedos a Sabrae”, o alguna gilipollez de esas, te juro que te mato, Sergei.
               -Entonces, te dejaré escoger.
               Si el mastodonte no me pegó una paliza, fue porque Sergei me estaba reservando para él. Mientras Jordan miraba en la distancia, reproduciendo en una forma más suave el entrenamiento que Sergei me estaba obligando a hacer, yo hice dominadas, series de flexiones, ejercicios de abdominales que me dolieron especialmente, entrenamiento con el saco de boxeo y con la pera del techo, todo ello mientras la herida de mi labio (la que me había hecho por no ponerme protector y mordérmelo cuando caí a la lona) continuaba sangrando, manchándome la camiseta de un rubí que rápidamente se convirtió en un sucio marrón.
               ¿Y lo mejor de todo? Que me sentí un tío renovado. En cuanto Sergei se inclinó, jadeante por el esfuerzo de obligarme a hacer los entrenamientos de acción-reacción en los que tenía que obedecer lo que él decía, para decirme que habíamos terminado, dándome un manotazo en la espalda, y me dejó sentarme en el suelo, yo pensé que me iba a reventar el corazón. Y, a la vez, estaba como en una nube. Es increíble los límites que piensas que tu cuerpo no va a conseguir superar, límites que sin embargo terminan siendo piedras en el camino que saltas con más o menos facilidad, muescas en la puerta que indican tu crecimiento, en lugar de techos que te confinan a estar encerrado en un espacio que no es el adecuado para ti.
               Me dolía todo, pero ya no era el dolor de la resaca: era el del trabajo bien hecho, del sudor enfriándose en mi cuerpo, de mis músculos ardiendo y protestando porque, ya que habían empezado, ahora no podían parar.
               Cuando les conté eso a las chicas de noche, sentados en el sofá de la discoteca de los padres de Jordan, apenas podían creérselo. Evidentemente, me callé que parte de lo que me había hecho seguir como si nada era recordarme a mí mismo que todo aquello era una penitencia por haber estado con Sabrae, pecando como si nos fuera la vida en ello y quisiéramos asegurarnos que en el infierno habría un reservado con nuestro nombre. No les hablé de cómo me sentí en los vestuarios, solo, ni Jordan comentó que había salido de las duchas y yo había tardado diez minutos en reunirme con él fuera, a pesar de que había entrado antes, porque no podía dejar de pensar en Sabrae, y eso sólo tenía una solución.
               Igual que ahora. Apenas podía dejar de otear el horizonte, como Orlando Bloom en Piratas del Caribe, mientras les contaba mi día a las chicas, que se habían mostrado muy interesadas por mi resaca, y se habían sorprendido cuando dije que ya estaba bien.
               Había hablado con Sabrae de tarde, intercambiando sólo unos pocos mensajes cuando ella me anunció que estaba con sus amigas, disfrutando de un muy merecido día de chicas. A fin de cuentas, aunque Amoke, Taïssa y Kendra la hubieran acompañado con nosotros, Sabrae no había dejado de salir conmigo, dejándolas en espera mientras se marchaba a disfrutar de la noche tan solo en mi compañía. Así que tenían derecho a reclamarla. Ya se había tomado la píldora del día después, y me había dicho que se encontraba bien, así que me animé a preguntarle si nos veríamos de noche, a lo que me respondió con un entusiasmado “¡claro!” acompañado de un emoticono con un matasuegras y un gorrito de fiesta.
               Ahora, sin embargo, no había rastro de ella.
               -Sergei y tú sois unos putos sádicos-comentó Bey horrorizada cuando llegué a la parte en la que me pasaba todo el entrenamiento sangrando sobre mi camiseta.
               -Sólo es sangre, Reina B. Tengo mucha más.
               -Como si tienes dos millones de litros, ¿sabes? Sergei está mal de la cabeza.
               -Sí, casi parece celoso de Sabrae-rió Tam, liándose un porro-. Es como si le molestara que ahora tengas otra persona en la que ocupar tu atención.
               -Boxeo peor desde que estoy con ella.
               -¿Y eso?
               -Ahora tengo una razón por la que ser precavido, y los boxeadores precavidos no ganan torneos.
               -Tú no ibas a participar en ningún otro torneo, de todas formas. Además, ya tenías alguien por quien ser precavido. Me tenías a mí-me recordó Bey, con los ojos llameantes.
               -Ya, bueno, pero no es lo mismo, Bey.
               -Sí, Bey: tú no te abrías de piernas para él. Sabrae, sí-se burló Karlie.
               -O, por lo menos, no lo hacías a menudo-espetó Tam, y ella y Karlie se echaron a reír como locas mientras Bey las fulminaba a ambas con la mirada y protestaba porque aquello “no tenía gracia”.
               -Me va a encantar ver la bronca que te echa Sabrae cuando le cuentes cómo te has hecho la herida del labio-comentó mientras Karlie y Tam se abrazaban, aún descojonadas.
               -Sabrae me adora y no va a reñirme por nada del mundo-le guiñé un ojo y me bebí de un trago un chupito a su salud.
               -Quien bien te quiere, te hará llorar-recitó Bey.
               -Yo te quiero mucho, Reina B. ¿Cuántas veces te he hecho llorar?
               -Menos de las que me hiciste correrme-soltó, y Karlie y Tam aullaron como lobas, agitando los pies en el aire como si estuvieran intentando echar a volar un avión a pedales.
                Max y Logan se las encontraron de esa guisa en cuanto llegaron.
               -¿Qué te ha pasado en la cara?-preguntó Max, preocupado.
               -Es que me he peleado con…
               -Ah, no, perdona. Que naciste así-Max hizo una mueca-. Fallo mío.
               -Eres un gilipollas, Maximiliam.
               -¿Qué tal la resaca?
               -Me ha vuelto al verte. Estoy hecho mierda.
               -Sí, no me extraña. La verdad es que me sorprende que ya te tengas en pie.
               -Vamos, Max. Lo dices como si tú no hubieras cogido una borrachera en la vida.
               -Sí, pero jamás había cogido una de las proporciones apoteósicas de la que cogiste tú anoche.
               -Ni que fuera la primera vez que me emborracho.
               -¿Qué recuerdas?-preguntó Logan, y en ese momento Jordan apareció con una bandeja de chupitos. Entre la gente se fueron abriendo paso Tommy, Scott y Diana, que se plantaron al lado de los recién llegados para completar el corro.
               -Recuerdo lo suficiente, como que le pegué una paliza a nuestro querido Scott aquí presente al yo nunca-comenté, alzando las cejas-. ¿Qué tal tu ego?
               -De putísima madre, gracias por tu interés. ¿El tuyo?-inquirió Scott, dejándose caer en el sofá y mordisqueándose el piercing.
               -Nunca ha estado mejor, gracias por preguntar. Sólo me falta que llegue Sabrae, y ya irá todo sobre ruedas. No habrá venido con vosotros, ¿verdad?-pregunté, mirando a Tommy, que negó con la cabeza mientras Scott jugueteaba con su vaso.
               -No te salgas por la tangente, Al-instó Max-. ¿Qué más recuerdas?
               -¿Qué más tengo que recordar? Fuimos a Asgard, estuve con Sabrae, luego fuimos al antro ése que tanto le gusta a Logan, a ver si ligaba un poco. Bebimos, y hasta ahí-me encogí de hombros.
               -Logan no ha sido el único que ligó anoche-comentó Diana, con una sonrisa perspicaz en la boca, y todos se echaron a reír tras clavar los ojos en mí. ¿Me había tirado los trastos alguna tía mientras Sabrae bailaba con sus amigas? Las camareras de la Sala Asgard eran famosas por lo buenísimas que estaban, y también por ser algo ligeras de cascos, como diría mi madre, pero… cuando salimos de allí, aún estaba sobrio, o por lo menos no lo suficientemente borracho como para no recordar nada, así que puede que me hubiera entrado algún chaval en el bar gay. No sería la primera vez que me pasaba.
               Sin embargo, no iba a desperdiciar mi oportunidad de meterme con uno de mis amigos.
               -Vaya, Jor. No me digas que por fin has asumido tu verdadera identidad y has seguido tus instintos buscándote un maromo-le di una patadita cariñosa en el pie-. Estoy orgulloso de que por fin seas sincero contigo mismo. Me alegro por ti. Oye, una cosa, ¿los tíos pinchan?
               -No sé, Al. Dímelo tú-contestó Jordan, y todos se echaron a reír. Fruncí el ceño.
             -Vamos, ni que me hubiera metido una vacilada en condiciones. ¿Qué os hace tanta gracia?
               -¿De verdad no te acuerdas?-preguntó Logan, la única alma pura en todo el grupo, el único al que podía creer. Hice una mueca y negué con la cabeza.
               -¿Acordarme de qué?
               -Pues… de que me comiste la boca como no te he visto comérsela a Sabrae en la vida, tío.
               Al escuchar sus palabras, me vino un flashazo de la cara de Logan muy cerca de la mía, como si estuviéramos a punto de liarnos a guantazos y estuviéramos entregados en cuerpo y alma a la fase ésa de empujarnos las frentes igual que ciervos.
               -¿Yo?-inquirí, y todos asintieron con la cabeza-. ¿YO? ¿Cómo te voy a comer la boca yo? ¡Anda, Logan, no me jodas, eh!
               -¡Te lo estoy diciendo en serio! ¿Te he mentido alguna vez?
               -A ver, a ver. Define “comer la boca”-pedí, presionándome el puente de la nariz. Nada de esto tenía sentido. ¿Ahora resulta que me iban los tíos? Pues bien que me había tirado a todo Londres, el medio que lleva faldas, para irme ahora las pollas. Manda cojones. No, imposible. A mí me gustaban las mujeres. Me estaban vacilando, eso era. Me habían visto hecho mierda, sabían que no me acordaría de nada, y habían decidido que me tomarían el pelo con esa broma-. Porque igual te di un piquito cariñoso, de esos que no significan nada, y tú lo estás sacando todo de quicio.
               -Me metiste la lengua hasta la campanilla, Al-comentó Logan, y yo intenté recordar la sensación de tener una lengua desconocida, masculina, dentro de mi boca, pero… nada. Había un vacío inmenso en mi memoria.
               -Ah-fue todo lo que pude decir-. ¿Fijo que fui yo? Porque todos los gays son guapos, y yo también soy guapo, así que es normal que haya habido un con…
               -Alec, yo estaba ahí. Le diste un morreo a Logan con esa boca-Bey me la señaló y yo me llevé los dedos a los labios-. Sabrae también lo vio.
               -¿SABRAE LO VIO? ¿Y no me partió la cara?
               -Lo hiciste por una buena causa.
               -¿De veras?
               -Sí. Nos encontramos a Bradley-informó Logan, y yo noté que la piezas encajaban poco a poco.
               -Ah. El hijo de puta. Sí. Debí de pegarle una paliza y estabas tan nervioso que decidí aplicarte terapia de choque y darte el morreo de tu vida-me miré las uñas-. Un clásico, ¿eh, Scott?
               -Vete a la mierda, si puede ser-respondió Scott, pero se estaba riendo. El primer beso que se había dado con Eleanor había sido de ese estilo, de los que no te esperas y trastocan todo tu mundo: había pillado al hijo de puta que había tratado de propasarse con ella con las manos en la masa, y Scott lo habría matado de no ser por la rápida intervención de Eleanor. Y ahora, estaban enamorados, medio casados, e iban a tener hijos, bla, bla, bla.
               -En realidad… él se estaba metiendo conmigo, me dijo que nunca iba a encontrar a nadie, que…
               -¡Menudo hijo de puta! ¡Vamos a matarle!-insté, poniéndome en pie, dispuesto a renunciar a mi noche con Sabrae (bueno, o a acortarla un poco) a cambio de vengar el honor de mis amigos.
               -¡Siéntate y escucha, Alec!-instó Karlie, tirándome de la camisa.
               -… y que nunca me iban a besar, y entonces tú dijiste… “ya verás”.
               -No, no fue así-respondió Bey, poniéndose en pie-. Bradley le dijo que no le iban a dar un morreo en su vida, y entonces tú vas y dices: “así que no le van a dar un morreo en su vida, ¿eh?”, y lo cogiste así-Bey enganchó a Logan del cuello-, y te lo pegaste a la cara y le comiste la boca como si no hubiera un mañana, Alec. Sabrae y yo estábamos flipando. Fue, con diferencia, el evento cinematográfico del siglo.
               -Y todos nos lo perdimos-Tommy hizo un puchero-. Por esas cosas no me gusta dejarte solo cuando estás borracho: eres divertidísimo.
               Me quedé mirando a Logan, perplejo.
               -Te comí la boca-repetí, y Logan asintió.
               -Así es.
               -Delante de Sabrae y Bey.
               -Sí.
               -Para darle en los morros al hijo de puta que te gustaba.
               -Ajá.
               -Joder-me eché a reír, estupefacto-. Joder, ¡tíos! ¡Soy un putísimo personajazo de ficción! ¡Soy jodidamente surrealista!-empecé a reírme a carcajadas-. ¡Tengo la mente cósmica! ¡Interdimensional! ¡La madre que me parió! ¡SOY UN PUTO CRACK! ¿Seguro que no tenemos vídeos del momentazo?-pregunté, y todos rieron.
               -No, por desgracia nos pillaste a todos desprevenidos.
               -Vaya mierda.
               -Créeme, a Sabrae y a mí también nos lo pareció. Se giró y me dijo “¡menuda manera tiene de quemar Londres!”. La verdad es que fue un espectáculo digno de ver.
               -Siempre puedes volver a comerle los morros a Logan-pinchó Max-. Estaremos preparados.
               -¿No me crees capaz?
               -Alec, eres el bicho más heterosexual que existe-me recordó Tommy, riéndose.
               -¡Uy! ¿Por qué lo dices en ese tono? ¡Ni que fuera un insulto!
               -Alec, que Sabrae te llama heterazo para ponerte de mala hostia-comentó Scott.
               -¡Eso es porque tu hermana es una mosca cojonera! ¡Pero yo no soy un machito de esos de los que tanto se burla! No tengo ningún problema en morrearme con ninguno de vosotros. Eso sí, si os empalmáis, por favor, no me arriméis la cebolleta, que no me van esas cosas, ¿eh? Que fijo que os hacéis ilusiones y me termináis emborrachando para violarme en el baño, o algo así. Panda de cabrones. La madre que os parió-sacudí la cabeza.
               -¡Bueno, ¿qué?!-instó Jordan, que se había sacado el móvil del bolsillo y me estaba enfocando con la cámara-. ¿Le comes la boca a Logan, o no?
               -Sí, hombre, ¿sin Sabrae presente? Como se entere de que lo he vuelto a hacer sin que ella lo viera en directo, me corta los huevos. Ni de coña. Hasta que ella no venga…
               -¡Eres un gallina!
               -¡No tiene cojones!
               -¡Cobarde!
               -¡Rajado!
              -¡Gallina, gallina, gallina!-empezaron a corear los chicos, haciendo el sonido de las gallinas, mientras Logan se ponía rojo como un tomate-. ¡No tiene huevos, no tiene huevos, es una gallina, pero no tiene huevos!
               -Me cago en vuestra puta vida… ¡JORDAN! ¡DEJA DE HACER EL GANSO Y GRABA ESTO!-insté, enganchando a Logan del brazo y tirando de él hacia mí. Logan se echó a reír y se apartó en el último momento-. ¡PERO LOGAN, TÍO! ¡NO ME HAGAS LA COBRA! ¿LO QUE NO ME HAN HECHO LAS TÍAS, VAS Y ME LO VIENES A HACER TÚ?
               -Es que tienes razón, ¡no podemos morrearnos sin Sabrae presente! ¡No estaría bien!
               -Casi mejor que aprovechéis ahora, que con lo cochina que es mi hermana igual la que os viola en el baño es ella-se burló Scott, y yo le señalé.
               -Eh. No llames cochina a Sabrae. Viciosa, sí. Cochina, no.
               -Viciosa es peor que cochina-rió Diana.
               -Lo será en Estados Unidos-discutí.
               -¡Vale! Que se caldea el ambiente. Todo el mundo a bailar, venga.
               -Oye, S, ¿Sabrae cuándo va a venir?-pregunté, acercándome a él. Scott se mordisqueó el piercing, nervioso.
               -Eh… no sé.
               -¿No te ha dicho hora? Es que me dijo que nos veríamos de noche, y ha pasado la tarde con sus amigas, así que supuse que vendría con vosotros-expliqué. Scott parpadeó, asintió despacio con la cabeza y musitó un “ah, ya, sí”-. ¿O es que ha salido con sus amigas? Que oye, tiene todo el derecho del mundo. No sé por qué, he creído que vendría con vosotros, pero igual está con ellas, y me da un poco de cosa mandarle un mensaje y que estén de fiesta y ella se sienta presionada para venir, ¿sabes?
               -No, no. No ha salido con sus amigas.
               Fruncí el ceño.
               -¿Entonces?
               -Se ha quedado en casa.
               Se me secó la boca y sentí que el suelo bajo mis pies cedía. Sólo había una razón por la que Sabrae se habría quedado en casa ese día. Si sus amigas no tuvieran planes nocturnos, siempre podía recurrir a su hermano.
               -No te pongas nervioso, Al-Scott me puso una mano en el hombro y yo lo miré.
               -¿Por qué se ha quedado en casa?
               Suspiró.
               -Joder, me hizo prometerle que… ¿me prometes que no te vas a poner histérico?
               -Está enferma, ¿verdad?-pregunté, y Scott me miró.
               -Prométemelo, Alec.
               -¡AY, DIOS! ¿ESTÁ ENFERMA, NO ES ASÍ? ¿POR QUÉ NO ESTÁS EN CASA? ¿QUIÉN LA ESTÁ CUIDANDO?
               -Mis padres están en casa, haciéndose cargo de ella. Si no te dijo nada es porque no quería que te pusieras nervioso, o te sintieras culpable, o algo así.
               -¿Nervioso? ¡SE HA QUEDADO EN CASA Y NO ME HA DICHO NADA! ¿TIENE FIEBRE? ¿VOMITA?
               -Alec, sólo se encontraba mal. ¿Quieres calmarte? Joder, tío-Scott no pudo evitar reírse-. Si ya te pones así por ella, ¿cómo te vas a poner cuando tengas hijos y se te pongan malos?
               -Pues, ¡TAQUICÁRDICO! Pero no me hables de tus sobrinos ahora-espeté, y Scott se echó a reír de nuevo, estupefacto-. ¿Cómo estaba? ¿Necesitaba algo?
               -Alec, ¿qué clase de hermano de mierda te piensas que soy? ¿Crees que estaría aquí de fiesta si Sabrae estuviera muriéndose?
               -Hombre, dado que tu proporción de la herencia de tus padres aumentaría, pues…-Scott me lanzó una mirada asesina-. Que es una broma, hombre. No te pongas así. Yo sólo… joder, me pone enfermo pensar que Sabrae pueda estar mal, ¿sabes? ¡Y va la muy lerda, y no me dice nada! ¡Es que es increíble, lo de esta tía! ¿Te das cuenta? ¡Es terca como una mula! ¡Mira que le digo que me avise con lo que sea, que lo de la píldora es también mi responsabilidad, pero a ella le da absolutamente igual todo! Me tiene negro. Estoy hasta los huevos de tu hermana, hasta los putos huevos, Scott. Joder. La madre que la parió. Hostia. Me va a oír. No podemos seguir así. No puedo más-despotriqué.
               -Vas a ir a verla, ¿a que sí?
               -La duda ofende-constaté en tono sereno, y Scott volvió a reírse.
               -Espera un poco, ¿vale? Bebe, fuma, haz lo que te dé la gana, pero no vayas inmediatamente. Si me hizo prometerle que no te diría nada, es porque no quería que te pasaras el sábado encerrado en casa, pasándole trapos húmedos por la frente.
               -¿Necesita trapos húmedos?-inquirí, alarmado, y Scott puso los ojos en blanco.
               -Ya me entiendes, Alec.
               -No me importaría pasarle trapos húmedos por la frente-comenté, y Scott se mordió el piercing al sonreír.
               -Estás pillado, pillado, ¿eh?
               -Sabrae es genial. Tú no te das cuenta, porque vives con ella y estás acostumbrado, pero es una tía cojonuda. Se lo merece todo. Todavía no me explico qué hostias ha visto en mí.
               -Lo que vemos todos, tío-me dio una palmadita en la mejilla y sonrió-. ¿Me prometes que vas a beber un poco, para pasar el rato? Mira, yo me voy a ir pronto para casa. Si quieres, vamos juntos. Seguramente a estas horas Sabrae ya estará dormida, así que no va a saber si llegas a las once o  las tres. ¿Qué te parece? ¿Tenemos trato?
               Parpadeé, miré su mano con cierta desconfianza, intuyendo que había algo que no me estaba contando, y tras un momento de vacilación, acepté estrechársela. Le seguí por entre la gente en dirección a la barra, pero tras pedirme una bebida y quedarme con mis amigos, no pude concentrarme en la fiesta. Me movía a destiempo, sin identificar las canciones que sonaban. Bebía sin saborear, por vaciar el vaso, pero lo hacía tan despacio que apenas disminuía el nivel. Varias veces me acerqué a Scott para preguntarle si nos íbamos ya, a qué hora pensaba irse, pero Scott se lo estaba pasando bien (por lo que no le culpo, a fin de cuentas él tenía la conciencia tranquila y yo no), y siempre me daba largas.
               Así que llegó el momento en que me cansé.
               -Quiero ver a Sabrae-le dije a Scott, como el niño de infantil que quiere salir al recreo antes de tiempo.
               -Está mala-me recordó Scott, como el profesor de infantil que le recuerda al niño que debe esperar a que suene la sirena. Me sobraba esa reiteración. No quería echar un polvo: quería estar con ella, cuidarla, asegurarme de que se ponía bien.
               -Vale, pues voy a tu casa a verla-sentencié-. Me despido de los demás y me piro.
               -¿Quieres que…?
               -No, tío. Deja. Voy solo.
               -¿Fijo?
               -Fijo. Tú te lo estás pasando bien. Yo no me la quito de la cabeza. Cada uno con lo suyo-sonreí, le guiñé el ojo, le di una palmada en la espalda e hice ronda de despedida. La gente me miraba raro cuando se cruzaban conmigo mientras iba camino de la salida. No estaban acostumbrados a que me comportara así. Yo era el último de mi grupo en abandonar las fiestas, no el primero. Sólo si me acompañaba un pibonazo me iba antes, pero que me marchara tan pronto, y encima solo, era una circunstancia inaudita.
               Me abrí paso entre los cuerpos que se apelotonaban en las entradas de los bares de la calle de las fiestas, y enseguida la noche me vomitó en un callejón sin bares por el que podía pasar libremente. Atravesé el callejón a toda velocidad, trazando en mi mente la ruta más corta hasta casa de Sabrae, hasta que…
               … pasé por delante del ultramarinos abierto 24 horas en el que había comprado la manzana la vez en que Sabrae salió de fiesta con la regla, y acabamos acurrucados en el sofá de la sala violeta en el que había nacido nuestra relación.
               Se me ocurrió una idea, así que me detuve en seco y empujé la puerta. El dependiente, un joven de origen árabe llamado Hamza, se incorporó de su silla al verme y se giró para buscar condones. Siempre que iba a aquel lugar, era porque se me habían acabado los preservativos y la noche iba demasiado bien como para interrumpir el ritmo yendo hasta la farmacia de Betty, que a esas horas aún permanecía abierta.
               -No, no. Hoy vengo a por bombones-sonreí, y Hamza abrió los ojos, impresionado.
               -Anda que no habrás venido veces, y jamás ha sido a por bombones.
               -Ya ves-me encogí de hombros, buscando en las estanterías hasta encontrar la preciada caja que me había pasado por la mente en cuanto pensé en Sabrae-. Bueno, la cosa cambia bastante. Es que me he echado novia.
               -¿Sí?-Hamza parecía impresionado-. Dios, ¡nunca pensé que habría una chica que aguantara tu ritmo, chico! Debe ser una campeona-comentó, guiñándome el ojo-. Enhorabuena.
               Seguramente se imaginaba a una chica con cuerpo de modelo, tan alta como yo, piernas delgadas y kilométricas, pelo largo, liso y rubio y ojos claros… vamos, como Diana. Sabía que todo el mundo pensaba en una chica así cuando les decía que tenía novia, porque en el pasado había sido un cabrón muy superficial, además de un vividor, así que sólo una modelo podía tener la suficiente belleza como para contenerme. Parece ser que Sabrae y yo no pegábamos ni con cola a ojos del mundo, cuando para mí, era la chica perfecta. Puede que fuera más bajita de lo que se considera adecuado, que sus piernas fueran un poco más gorditas o que no tuviera el vientre completamente plano, pero nos compenetrábamos a la perfección: yo era alto de sobra, yo tenía los abdominales lo bastante duros, y la verdad es que nunca me habían preocupado los muslos gruesos. Cuanta más carne, más donde agarrar.
               Y era genial que Sabrae fuera más bajita que yo. Así, cuando nos abrazábamos, ella podía apoyar la cabeza en mi pecho y poner el oído directamente sobre mi corazón.
               -Gracias-sonreí-. La verdad es que tengo mucha suerte.
               Y el campeón era yo, porque me llevaba ahogado. Quién iba a decirnos, al resto del mundo o a mí, que lo que yo necesitaba no era una chica que mermara poco a poco mi apetito sexual, sino una que lo fomentara y me tuviera tan saciado que en ocasiones, si no empezábamos nada, era porque no queríamos. O, más bien, porque no sentíamos la necesidad.
               Porque yo con Sabrae siempre quería. Supongo que fue por eso también, al margen de por la preocupación y por las ganas de verla, por lo que llegué a su casa en tiempo récord.
               Llamé al timbre y maldije lo alto que sonaba en el barrio en silencio y la casa dormida, lamentando que podría haberla despertado con esa estupidez. Debería haber rodeado primero la casa, asegurarme de que allí había luz, y entonces llamar a la puerta con los nudillos.
               Escuché pasos en el interior, pasos provenientes del piso de abajo, pasos que no habían bajado escaleras, y me dije que eso era una buena señal. Tampoco era tan tarde. Puede que Sabrae aún estuviera viendo la televisión. Le encantaban los realities americanos, especialmente America’s Next Top Model, así que a veces trasnochaba para verlos en directo, en compañía de su hermana. Y, cuando se sentía un poco mal, hacía un maratón, parapetada en el sofá, con su manta y su batido de frutas.
               La mirilla titiló un segundo cuando alguien deslizó su tapa para mirar al exterior, y después, la puerta se abrió. Ante mí apareció Sher, envuelta en un albornoz de esos que cuestan más que mi sueldo anual, con el pelo azabache cayéndole sobre los hombros. Bueno, al menos no había abierto Zayn.
               -Hola-saludé, animado, esbozando una sonrisa.
               -¿A qué vienes?-me cortó ella, sin embargo, hostil como no la había visto antes. Se me congeló la sonrisa en la boca.
               -Eh… venía a ver a Sabrae.
               -Sabrae no está para nada, Alec. Apenas puede con su alma.
               -¿No puede ni respirar?-pregunté con un timbre asustado en la voz, y Sher puso los ojos en blanco.
               -No. Me refiero a que no está para hacer nada. Si lo que buscas es sexo…
               -Sólo vengo a visitarla. ¿Puedo pasar? Le he traído una cosa-comenté, enseñándole la bolsa. Sher entrecerró los ojos, no dijo nada, pero se hizo a un lado y me dejó entrar en la casa. Zayn asomó la cabeza en la puerta del salón, sentado en el sofá, con la televisión iluminando su rostro-. ¿Qué tal está?
               -Mal. Por tu culpa-acusó Sherezade, y yo me estremecí. Zayn gruñó.
               -Es culpa de los dos-intervino Zayn.
               -Tú cállate, que me tienes contenta-ladró Sher.
               -Sólo digo que no la tomes con el crío, Sherezade. Tu hija también se abrió de piernas, ¿sabes? Igual que tú te abriste de piernas para mí. Yo no te preñé. Te preñamos entre los dos.
               Parpadeé, impresionado. De todos los escenarios posibles, aquel era el único que no me esperaba: Sherezade, cabreada conmigo, resistiendo las ganas de matarme, y Zayn defendiéndome, intercediendo por mí para que no lo hiciera, cuando siempre había sido Sher la que apostaba por nosotros, y Zayn, el que quería colgarme del Puente de Londres de los testículos.
               Entré con timidez en la sala de estar para comprobar si estaba en el sofá. Una parte de mí agradeció que no fuera así: si no había emitido ningún sonido, era que estaba peor de lo que yo pensaba.
               -En su habitación-informó Zayn. Miré a Sherezade.
               -¿Puedo subir a verla?
               -No la despiertes si está dormida-instó su madre.
               -No creo que esté dormida-intervino su padre, y yo me largué pitando, sin hacer el menor ruido, de allí. Por eso, no les escuché continuar la conversación.
               -Y a ti, ya te vale. ¿Te parece que la niña está para recibir visitas?
               -No son visitas. Es Alec.
               -¡Precisamente!
               -Lleva bombones de Mozart en esa bolsa, Sherezade. Es el indicado. Te guste o no, tus nietos van a ser hijos suyos.
               -Pues bien que le aterrorizas cada vez que puedes-refunfuñó Sher, sentándose en el sofá, y poniendo un pie entre ella y su marido para que éste no se acercara.
               -Y tú bien que le defiendes. Además, le aterrorizo porque es divertido. Me gusta para ella. Y seguro que Sabrae se alegra de verle. Tu hija es más lista de lo que parece: no va a dejar que la toque en ese sentido, pero necesita un chute de dopamina, y Alec se lo va a dar. Además… Alec tampoco va a tocarla-le recordó-. ¿No crees?
               -Soy consciente.
               -¿Pues entonces?
               Sherezade apretó los labios.
               -No me gusta que mi niña reciba a otra persona en su habitación estando enferma, y se alegre más que si fuera yo la que entra.
               Zayn se echó a reír, se pegó a ella y le dio un beso en la mejilla.
               -Bueno, siempre podemos tener otro bebé.
               -¿Lo vas a parir tú?
               -Ya discutiremos eso dentro de nueve meses-ronroneó él, acariciándole la cara interna del muslo.
               -Zayn, basta. Tu hija está enferma.
               -Mi hija tiene quién la cuide; en cambio, de mi mujer, tengo que ocuparme yo.
               -Eres más bobo…-cedió Sher, dejándose besar.
               Llamé con los nudillos, apenas un suave roce en la puerta. Por debajo de la puerta se intuían luces de colores como las que había colocado en mi habitación en San Valentín y que sólo había recordado encender cuando nos fuimos a dormir.
               -Mm-ronroneó Sabrae, desde el otro lado de la puerta, y yo la empujé. Se estaba frotando los ojos, amodorrada, cuando terminé de abrir la puerta y me la quedé mirando. Cuando sus pupilas me enfocaron, sin embargo, sonrió, y su sonrisa quedó reflejada en la pantalla de su ordenador, en el que estaba viendo una película.
               -Hola-saludó, cansada, adormilada, y tremendamente mimosa. Tenía medio brazo al descubierto: estaba llevando una camiseta de su padre que la cubría hasta el codo.
               -Hola. Me he enterado de que estabas pachucha, así que he decidido pasar a verte.
               -¿Quién te lo ha dicho?
               -Un pajarito.
               -¿Ese pajarito se llama Scott?
               -No sé. No hablé con él. Me entregó el mensaje, y se fue. Era una palomita mensajera-expliqué. Sabrae se rió, y yo me fijé en que tenía el rostro perlado de sudor, y parecía un poco pálida. Mi chica de chocolate, a la que le habían echado demasiada leche.
               -¿Qué llevas ahí?-preguntó, señalando la bolsa con un dedo tembloroso. La miré y se la tendí.
               -Te he traído bombones de Mozart-expliqué-. Sabía que te gustaban, y supuse que te apetecería un poco de chocolate, así que…
               A Sabrae se le iluminó la cara cuando extrajo la caja roja con la cara del compositor pintada en la parte frontal. Esbozó una sonrisa radiante, aunque un poco cansada, y anunció:
               -Te voy a hacer gemelos hasta que nos salgan impares.
               Me eché a reír y le di un beso en la frente, que estaba ardiendo. Voy a matar a Scott, pensé.
               Sin embargo, dije:
               -Pero hoy no tiene que ser, ¿no?




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1 comentario:

  1. Primero empiezo diciendo que he leído el mensaje y me he puesto contentisima con que vayas a publicar dos dias a la semana. Luego decir que me ha encantado como se ha puesto Alec recordándose todo lo que hizo con Sab y cuando le han contando lo de Logan, ha sido graciosisimo y me he muerto rotundamente cuando con como ha ido pitando a cuidar de ella. No puedo con lo puto adorables que es joder, quiero un Alec.

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