Algo que me encantó de la película A todos los chicos de los que me enamoré, y que aún me gustó más cuando
leí los libros en los que se basaba, era, precisamente, Lara Jean. Lara Jean en
su interior; no sólo por fuera, con su pelo larguísimo, su sonrisa luminosa y
sus outfits que me hacen desear (más)
estar delgada, y también saber encontrar ropa mona por Internet, sino también, por dentro. Con la
película, intuyes lo que finalmente descubres con los libros: que Lara Jean es
un personaje purísimo, como no quedan ya muchos, un ave del paraíso en un mundo
de murciélagos, una mariposa en un cielo de colibríes. Si tuviera que decir qué
fue lo que conectó conmigo de la película, lo que hizo que hiciéramos clic y
acuda a ella cuando estoy triste, o cuando necesito inspiración para un
capítulo de Sabrae, es precisamente
ella: su manera de entender el mundo, y especialmente, de expresar el amor. Hay
pocas cosas tan intensas como escribir una carta de amor, no ya digamos
escribir una carta que no tienes pensado enviar, sino que simplemente es para
ti, no para el destinatario. Un lugar en el que dejar depositados tus
sentimientos por si alguna vez quieres revisitarlos, pero mucho más romántico
que lo que hago yo, por ejemplo, con las entradas de este blog, que serían mis
cartas.
Lara Jean es ñoña. Es ñoña como yo lo soy en gran parte
de mis capítulos, donde personajes adolescentes se declaran su amor eterno e
incondicional a pesar de que, quizá, no sepan mucho sobre la vida ni tampoco de
lo que están hablando. Pero su mundo es perfecto en su justa medida, sus
sentimientos son poderosos como ninguna otra fuerza en el universo, y su
realidad, moldeada por purpurina, flores y corazones.
Envidio a Lara Jean por su forma de enamorarse. Las dos
tenemos en común que somos unas enamoradas del amor, pero la diferencia está en
que mientras que yo busco alguien a quien elegir, ella simplemente no escoge,
enamorándose un poco de cada persona a la que conoce, como le dicen en libros y
películas. En cierto sentido, ella es más valiente que yo, pues hay que tener
mucho coraje para expresar de la forma en que lo hace sus sentimientos, incluso
cuando a veces sólo es en su cabeza (ya no digamos ponerlo por escrito). Pero ella
no tiene reparos en esperar un cuento de hadas, en querer que todo sea perfecto
cuando se supone que tenemos que conformarnos. Yo no quiero conformarme, y
hasta que ella no apareció, me sentía sola. Sola, porque lo que hay que hacer
es quedar, tontear y a ver qué pasa, en lugar de dejar que surja la magia. Sola,
porque ya encontrarás a ese alguien especial, pero mientras tanto vete besando
algunas ranas, sólo para practicar. Sola, porque los príncipes azules no
existen, y nadie va a ser tan detallista contigo como tú lo serías con ellos. Sola,
porque las novelas de amor son literatura barata, y las películas románticas,
para pasar el rato; lo verdaderamente bueno tiene el amor como algo secundario,
o directamente no lo tiene. Sola, porque no debería encantarme el día de San
Valentín estando soltera como lo hace.
Sola, porque no debería disfrutar tanto escribiendo
escenas cuquis, imaginándomelo todo de color de rosa; eso son ñoñerías, y ser
ñoño es algo malo.
Sola, porque debería centrarme en vivir mi vida, en lugar
de buscar a alguien con quien compartirla. Pero, ¿qué pasa si yo lo que quiero
es compartirla? Dicen que compartir es vivir. Además, el amor tiene una
relación directa con la felicidad. ¿No queremos todos ser felices? ¿Por qué cuando
alguien dice que quiere encontrar pareja, le dicen que debe centrarse en ser
feliz estando solo? No podemos ser felices estando solos, porque nunca lo
estamos realmente. Tenemos amigos, familia… ése también es un tipo de amor en
el que no todo el mundo se para a pensar. ¿Por qué querer uno un poco distinto,
el de las mariposas en el estómago, las canciones y las películas sobre el 14
de febrero, es motivo de vergüenza?
Lara Jean era necesaria. Llegó a mí en un momento en el
que yo estaba intentando convencerme de que lo que hay que valorar es estar desconectado,
inaccesible, no querer. Y si lo haces, que no se te note. Pero a ella se le
nota. Y yo quiero que se me note. Echo de menos la sensación de que algo dentro
de mí cambie con sólo ver que la persona que me interesa ha ido hoy a clase, o
flotar si hemos mantenido una conversación. Yo nunca he tenido esas cosas, así
que en cierto sentido, a mis 23 años, conservo la inocencia de no saber qué es
el primer amor, mientras el resto de mi círculo ya están cayendo en la rutina.
Por eso Lara Jean es necesaria, e importante: porque es intensa, es
enamoradiza, pero sobre todo, es sincera.
Ella escribe cartas de cosas que le gustaría decir, yo
escribo historias de cosas que me gustaría vivir, y compartiendo eso, ya no
estamos tan solas. Por eso necesitamos protagonistas femeninas a las que, de
vez en cuando, se les valore su vulnerabilidad. Que su vida no se convierta en
un chiste, o en la base de una comedia en la que ella cambia para adaptarse a
la sociedad. No estamos haciendo nada malo; simplemente, nos buscamos unas a
otras.
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