![]() |
¡Toca para ir a la lista de caps! |
-Entonces, ¿no vais a hacer nada especial esta
tarde?-preguntó Momo, alzando las cejas, como si no le hubiera dicho a las
chicas ya varias veces que iba a celebrar San Valentín con Alec exclusivamente
de noche, por lo que, si querían, quizá podíamos planear algo. Negué con la
cabeza y le recordé:
-Tiene
que trabajar, ¿recuerdas?
Se lo
había contado a Momo, Taïssa y Kendra nada más hablarlo con Alec. Él se había
disculpado una y mil veces conmigo por no haberse dado cuenta de lo especial
del día y haber intentado pedirlo con más antelación: cuando había caído en que
le tocaba trabajar en San Valentín, había tratado de cambiarlo, pero ya era
tarde. Si de por sí necesitaba bastante tiempo de antelación para cogerse una
tarde libre (porque nadie iba a
cambiarle el turno ese día), en San Valentín, uno de los días del año en que
más reparto de paquetes había, casi tenía que planearlo con seis meses de
antelación. Al se había disgustado muchísimo mientras me lo contaba, “debería
pasarme nuestro primer San Valentín escuchando tu voz y no la del GPS” había
comentado con tristeza, y yo había negado con la cabeza, había cogido su rostro
entre mis manos y le había dicho que no pasaba nada, que podíamos estar juntos
de noche, dormir yo en su casa o él en la mía, viendo una peli o simplemente
enrollándonos.
-Pero,
¿no quieres hacer nada especial?-había preguntado él, y yo sacudí la cabeza.
Aunque sí quería tener un plan especial con él, no quería que pensara que
estaba decepcionada, porque no era así. Su reacción al intentar concretar algo
para ese día ya me decía más de él que un millón de gestos en el día en que se
supone que tienes que hacerlos.
-Para
mí cualquier cosa será especial si estoy contigo.
Él
había sonreído, se había pegado a mí y me había dado un beso en los labios.
-Te
lo compensaré, Saab. Te lo prometo.
-Espero
que esa compensación no lleve aparejada ropa-ronroneé, enganchándolo de la camisa
y tirando de él hacia mí. Aún estaba con la regla por aquel entonces, de modo
que tenía las hormonas revolucionadas, y combinadas con el aroma de su colonia
y el sabor de su boca formaban una mezcla explosiva.
Por
suerte, ya se me había terminado el período, así que podría estrenar un
conjunto de lencería que había ido a comprar hacía unos días con mis amigas, de
un tono melocotón que estaba segura de que le encantaría. Su color favorito en
su chica favorita.
-Bueno,
entonces, si queréis, podemos ir al cine. Podemos buscar una peli que termine
pronto para que estés a tiempo en casa de Alec-los ojos de Momo
resplandecieron, soñadores-. Hoy hay menú de parejas: cubo de palomitas extra
grande, dos refrescos y una bolsa de gominolas. A mí no me importa apartar la
bolsa de gominolas para que te la lleves y os la toméis juntos-comentó,
abriendo su agenda y coloreando un corazón con un rotulador azul. Me abalancé
sobre ella para darle un abrazo y un beso: Momo se había enfadado muchísimo con
Alec cuando se enrolló con Zoe, había estado ahí apoyándome y diciéndome que no
me merecía, pero en cuanto vio lo bien que estaba yo una vez que lo estuvimos
los dos juntos de nuevo, había retomado su papel como animadora número uno de
nuestra relación. Y a mí me encantaba que le perdonara con facilidad cuando
veía lo importante que él era en mi felicidad. Me indicaba que era buena amiga.
-Te quiero un montón, Momo-ronroneé, cariñosa.
La verdad es que no me apetecía quedarme en casa viendo películas románticas
con mis hermanas justo ese día: quería salir, pasear, empaparme del
romanticismo que flotaba en el aire.
Por
Dios, nunca había sido así de ñoña. Aunque supongo que nunca había estado así
de enamorada.
Momo
se giró para comentarles el plan a las chicas, y en ello estábamos cuando
llamaron a la puerta.
Y ni
en un millón de años me habría imaginado que quien aparecería en ella sería
Alec.
-Buenas-canturreó,
abriendo la puerta de par en par y quedándose en el marco, con una cesta
colgando del hombro. Me incorporé en el asiento al verlo y me relamí, como si
no hubiera estado un ratito con él en el recreo: estaba guapísimo con su camisa
blanca, sus vaqueros azules, sus Converse y su mandíbula recién afeitada, que
resultaba suave incluso a la vista-. Becario de Cupido, ¿puedo pasar?
-Qué
remedio-suspiró la profesora, dejándose caer en el asiento mientras se sacaba
el móvil del bolso para aprovechar el momento de descanso. Alec asintió con la
cabeza y se sacó un folio doblado del bolsillo del pantalón.
-¿Alguien
me puede dejar un boli?-preguntó, y todas las chicas de la clase se apresuraron
a levantar los suyos. Todas, salvo yo. Alec aceptó uno que le ofreció una chica
que se sentaba cerca de la puerta, y empezó a pasearse por la clase, recitando
los nombres de mis compañeros por orden alfabético. No me miró en ningún
momento, pero eso es porque se toma en serio su trabajo.
Todos
los años, la semana antes de San Valentín, los profesores de Literatura
habilitaban una zona en la biblioteca para preparar ese día. Los alumnos de
Plástica se ocupaban de coger los folios que se habían ido desechando a lo
largo del curso, borrarles las palabras impresas y teñirlos de tonos pastel,
para devolverles una parte al departamento de Literatura y que estos
imprimieran poemas románticos en ellos; otra parte la reservaban para cada
clase, que se ocupaba de darles forma de corazón. Luego, esos papeles iban a la
biblioteca, donde cada alumno podía coger los que quisiera, escribir en ellos
si les apetecía, sellarlos de alguna forma y luego meterlos en la cesta
correspondiente al curso del destinatario. Dado que los alumnos de último curso
eran los más interesados en que la biblioteca se despejara cuando antes, se
pasaban la última hora de clase del día de San Valentín repartiendo las cartas
por clase. Y, luego, cada uno cogía una cesta y se iba a la clase que le
hubiera tocado a repartir los mensajes de amor.
Me
pregunté cómo reaccionaría Shasha al ver que Scott y yo le habíamos enviado un
poema cada uno, y no pude quedarme quieta en el asiento imaginándome la cara de
mi hermana.
Un
par de chicas se echaron a reír cuando Alec le dio una colleja sin querer al
chico que les gustaba con las alas de hada que llevaba a la espalda.
-Cuidado
con mis alas, chavalería, que son muy sensibles-comentó, y todos se echaron a
reír. Momo me miró conteniendo una carcajada.
-Es
el primero que veo que lleva alas de plástico.
-Es
que es un payaso-me encogí de hombros, abrazándome a la carpeta y apoyando la
mandíbula en ella. Me estremecí de pies a cabeza cuando Alec dijo el nombre de
Hugo, y éste levantó la mano. Alec caminó hacia él, cogió un par de cartas de
su cesta y se las entregó. Hugo se giró para mirarme, y yo le sonreí. También
le había enviado cartitas a él, a mis amigas, y, por supuesto, a Alec. A Scott,
no. Que le den a Scott.
Vi
por la sinceridad de su sonrisa que no se esperaba que siguiéramos con la
tradición que habíamos empezado un San Valentín antes de empezar a salir, pero
yo me había prometido a mí misma que seguiría siendo su amiga a pesar de que ya
no estuviéramos juntos y yo estuviera con otro (y qué otro), así que no sería
yo quien perdiera la costumbre.
Fue
tachando nombres de la lista y, cuando me llegaba mi turno, pasó de mí. Me
quedé a cuadros cuando pronunció el nombre de un chico cuyo apellido empezaba
por N sin haberme entregado absolutamente nada. Abrí la boca para protestar,
pero decidí callarme en el último momento. Era imposible que nadie me hubiera
mandado nada. ¡Mis amigas siempre me enviaban algo! ¡Y Hugo! Además, ¿Alec tampoco
me había dedicado nada? Tanto cuento con no poder estar juntos en San Valentín,
y luego no podía hacer el esfuerzo de ir a la biblioteca a cogerme ni un
puñetero poema.
No
quería montar un numerito, a pesar de que me hiciera mucha ilusión recibir cartitas.
Crucé las piernas y me puse de morros mientras lo miraba pasearse por clase,
repartiéndole cartas a absolutamente todo el mundo sin dedicarme ni una mirada
siquiera. Era como si yo no existiera, como si todo rastro de mí hubiera
desaparecido de la faz de la Tierra.
¿Es que no me has mandado nada, en serio?
¿No te das cuenta de que falto yo?
Una
cosa genial que hacían los alumnos de último curso era fotocopiar las listas de
cada clase e ir tachando nombres a medida que iban recopilando sus cartas. Si
alguien no tenía ninguna carta, elegían algún poema al azar que hubiera sobrado
y lo repartían como si lo remitiera algún admirador secreto precisamente para
evitar que nadie tuviera que pasar por lo que estaba pasando yo. Notaba las
miradas de pena de varias compañeras clavadas en mí. Todo el mundo sabía que yo
estaba con Alec, así que que yo no tuviera carta era doblemente humillante:
primero, porque él no me había enviado nada, y segundo, porque ni siquiera se
había dado cuenta de que yo no tenía nada.
Puse
los ojos en blanco cuando le entregó su correspondencia a un compañero
apellidado Zemeckis y lo tachó de la lista. Alec frunció el ceño, miró su
cesta, miró la lista y luego chasqueó la lengua.
-Ah,
perdón. Me he saltado a alguien. ¿Sabrae Malik?
pr
Escuché
a Kendra reírse a mis espaldas. Yo me
cargo a esta zorra, pensé.
-¿Sabrae
Malik?-repitió Alec, y clavó los ojos en mí, pero no se movió un centímetro,
así que yo tampoco me moví. Me convertí en una estatua enrabietada.
Ahora,
todo el mundo en clase estaba mirándome.
-¿Sabrae
Malik?-dijo una última vez, y yo parpadeé. Alec sonrió, asintió con la cabeza y
llevó el boli al folio-. No está Sabrae.
La
profesora nos miró a ambos alternativamente, decidiendo cuál de los dos era más
gilipollas.
-Levanta
la mano, Sabrae-me urgió Amoke.
-No
pienso levantar la mano como si no me conociera, tía. Queda rarísimo. Es mi
medio novio.
-¿Medio
novio?-se burló Momo-. ¿Es que te mete sólo media polla, o qué?
Le di
un manotazo tan fuerte que incluso asusté a Taïssa, que se sentaba detrás de
ella. Momo, por su parte, aprovechó el golpe que le di en el brazo, me cogió la
mano y me la levantó.
-Alec,
Sabrae está aquí.
Alec
se acercó a nosotros y dejó su cesta sobre mi mesa.
-¿Sabrae
Malik?-preguntó, mirándome, y yo alcé una ceja y me recliné en el asiento.
-Desde
luego, no soy Sabrae Whitelaw-respondí, chula, y Alec me adelantó por la
derecha contestándome:
-Para
mi desgracia.
No
pude contener una risa, negué con la cabeza, puse los ojos en blanco y estiré
la mano.
-No
me puedo creer que me hayas obligado a levantar la mano.
-No
la has levantado tú, no seas victimista. Además, soy un mandado. Sólo cumplo
órdenes, bombón-me guiñó un ojo y a mí se me olvidó todo. No puedo resistirme a
cuando me llama “bombón” y a continuación me guiña el ojo: le diría a todo que
sí. Me entregó las cartas, me sacó la lengua y sorteó las mesas en dirección a
la puerta mientras yo deshacía el lazo con que venían unidas mis cartas. Sonreí
al comprobar que había más de 4, así que una tenía que ser suya.
-Adiós,
Becario de Cupido-bufó la profesora mientras en la clase se empezaba a armar
barullo al estar todo el mundo abriendo sus cartas y tratando de adivinar el
remitente. Alec, sin embargo, se giró.
-Oh,
todavía no he acabado. Voy a por otra cesta, es que no puedo con todo.
Se
hizo de nuevo el silencio y yo me puse colorada cuando Alec cogió otra cesta de
mimbre, más pequeña que la anterior, eso sí, y caminó directamente hacia mi
mesa. Para cuando la colocó sobre ella, tenía la cara del color del cráter de
un volcán en plena erupción.
-¿Son
todas para mí?-dije con un hilo de voz, incapaz de dar crédito. Allí habría,
por lo menos, 50 cartas. Alec asintió, y yo tartamudeé-: ¿Son… son todas tuyas?
Él me
dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, y me costó horrores no saltarle encima y
empezar a besarle.
-La
gran mayoría. Resulta que eres lo suficientemente guapa como para que la gente
se arriesgue a mandarte cartas de San Valentín a pesar de lo mazado que estoy
yo-me guiñó un ojo y se echó a reír. Aunque debería marcharse y la falta de
intimidad se lo aconsejaba, Alec no pudo resistirse a quedarse a mirar cómo
hundía las manos en la cesta y ojeaba las cartas. En la mayoría, mi nombre
estaba escrito con su letra.
Levanté
la vista y lo miré. Me relamí los labios y sus ojos se dispararon hacia mi
boca.
-He
estado a punto de enfadarme muchísimo contigo.
-¿Por?
-Creía que no me habías mandado nada.
-Mujer
de poca fe-rió, inclinándose hacia mí y dándome un pico.
Delante.
De.
Toda.
Mi.
Clase.
Iba a
ser la envidia del instituto a la hora de salir. Puede que incluso me pegaran,
por repelente. Mi vida era demasiado perfecta.
-Te
veo de tarde-ronroneó.
-¿A
qué hora?-pregunté, y Alec soltó una risita.
-Ah.
¡Adivinas!-canturreó, metiéndose las manos en los bolsillos y haciendo un gesto
en dirección a las cartas-. Misión cumplida, profe-se despidió, llevándose dos
dedos a la sien para hacer el saludo militar-. Podéis continuar.
Volvió
a guiñarme el ojo mientras cerraba la puerta, yo le saqué la lengua, y cuando
la manilla hizo clic, Alec se estaba riendo. Apoyé los codos en la mesa,
fantaseando con lo que íbamos a hacer de noche (le tenía preparada una sorpresa
muy especial) y la manera en que lo celebraríamos. Aún no nos habíamos quitado
la ropa, pero yo ya sabía que haríamos el amor despacio, mirándonos a los ojos,
él encima y yo debajo, besándonos con la tranquilidad de quien tiene todo el
tiempo del mundo.
-Saab-murmuró
Taïssa a mis espaldas-, ¿no vas a abrir las cartas?
-¿Qué?
¡Oh! ¡Sí, claro! ¿Me echáis una mano?-les pedí, y les dimos la vuelta a las
mesas mientras la profesora abría el periódico. La última clase del día de San
Valentín siempre terminaba de la misma forma, y a los profesores no les hacía
especial gracia tener que aguantar cómo una manada de adolescentes
insoportables rugía al gestionar tantísimo correo.
Apartamos
las cartas que mis amigas habían recibido y que Alec me había entregado en mano
a un lado y volqué el contenido de la cesta sobre las cuatro mesas unidas. Empezaron
a abrir los sobres con la intención de sacar los poemas que había en su
interior, pero Taïssa frunció el ceño al descubrir un cuarto de folio con un
símbolo raro.
-¿Qué
es eso?-preguntó Kendra-. ¿Una runa de Illuminati?
-¿A
ver?-pedí, extendiendo la mano. Taïssa me entregó la hoja y yo me la quedé
mirando. Tenía dibujado un círculo en cuya base había una línea vertical que lo
conectaba con una línea en horizontal. Fruncí el ceño al darme cuenta de que me
resultaba familiar, y fue entonces cuando me percaté de que había unos números
en una esquina. Se trataba de una suma en la que el resultado tenía que
colocarlo yo.
Y, al
girarlo para mirar los números, me di cuenta de que el dibujo no era un dibujo,
ni un símbolo, ni una runa. Era una letra del alfabeto ruso. Sonreí.
-Sacad
todas las cartas-les pedí, y ellas obedecieron. Nos vimos con un pequeño
montículo de cuartos de folio poblados de letras del alfabeto, todas con una
operación en la parte inferior. Seguro que en esa pequeña montaña había un mensaje
oculto cuya clave estaba en las operaciones, así que sacamos las calculadoras y
empezamos a resolverlas, para descubrir que el resultado jamás se repetía.
-Vale-rió
Kendra cuando nos quedamos mirando, de pie, las cartas esparcidas-. Tengo que
reconocer que Alec sabe cómo ser tocapelotas.
-A mí
me parece un gesto precioso-replicó Taïssa-. Ojalá alguien hiciera algo
parecido por mí alguna vez.
-Seguro
que sí, Taïs. Ya verás cómo sí-sonreí.
-¿Te
ayudamos a ordenarlas?-ofreció Momo, y en las mesas unidas se inició un baile
de papeles que finalmente dieron como resultado el siguiente mensaje:
Я
забираю тебя в четыре часа в твоем доме, чтобы прогуляться. Надень что-нибудь
хорошее (Улыбка была бы из кино)
Escribí
el mensaje en el traductor de Google y sonreí. Te recojo a las 4 en tu casa para ir a dar un paseo. Ponte algo bonito
(una sonrisa estaría de cine).
Y la última hojita ponía: “te
quiero –Al♥”.
Mis
amigas sonrieron al verme emocionada. No podía dejar de pensar en el tiempo que
debía de haberle llevado a Alec planear todo aquello. Eran 112 letras, así que
había 112 cartas, con sus operaciones, sus folios y sus sobres. Cada vez me
alegraba más y más de haberme esmerado con el regalo que le tenía preparado, y
que pensaba llevarle a casa mientras él trabajaba.
-Creo que vamos a tener que posponer lo del
cine, chicas. No os importa, ¿verdad?
-Sabrae-Taïssa
me miró, muy seria-, por supuesto que no nos importa. Alec y tú sois mis
padres.
-¡Además,
ya hemos visto todas las pelis de la cartelera!-rió Kendra, y yo alcé una ceja.
-Espera,
¿vosotras ya sabíais que Alec…?
-Pues
claro-respondió Momo, altiva-. Me mandó un mensaje un día para decirme que
teníamos que reservarle a él San Valentín. A cambio, podríamos tenerte dos
findes enteros, si queríamos.
-Pero
tranquila-añadió Kendra-. Nos los cobraremos cuando tengas la regla.
Me
eché a reír y las abracé con lágrimas en los ojos, plenamente consciente de que
era la persona con más suerte del mundo. No sólo tenía un chico increíble que
estaba colado hasta los huesos por mí, sino que mis amigas estaban más que
dispuestas a apoyar nuestra relación, a pesar de que a veces eso significara
renunciar a mí un tiempo.
Alec
llegó diez minutos más tarde de las cuatro, pero yo estaba decidida a no
comentar nada sobre su falta de puntualidad porque sabía que lo estaba haciendo
a posta, para intentar ponerme nerviosa. No es que no tuviera ganas de salir
con él; todo lo contrario, pero mentiría si dijera que no disfrutaba pasando
tiempo sentada en el sofá del salón, viendo la televisión acurrucada al lado de
Shasha mientras mis padres se preparaban en el piso de arriba para salir, y
Scott esperaba impaciente a que le despejáramos la casa, fantaseando con lo que
Alec tendría planeado, pues estaba claro que lo tenía todo organizado.
Cuando
llamaron a la puerta, fue Scott quien se levantó y fue a abrir. Yo no iba a
moverme, no después de lo mucho que me había tomado el pelo por la mañana. Me
apetecía torturarlo un poco haciéndole pensar que se me había olvidado nuestra
cita.
-Hey-saludó
Alec al abrirle mi hermano la puerta, y éste se echó a reír.
-Vaya,
Al. Te lo estás tomando en serio, ¿eh?
-Seguro
que pensabas que mi idea de un plan romántico era comer coños un poco más
despacio de lo normal.
-¿Así
que hoy no va a haber sexo oral?-bromeó Scott, apareciendo por la puerta del
salón.
-Joder,
espero que sí-respondió Alec, quedándose parado en el marco de la puerta. No
pude evitar sonreír como una boba al verlo, no sólo por lo guapo que estaba,
con su eterna camisa (esta vez, azul celeste), eternos vaqueros (esta vez,
oscuros) y Converse blancas, sino también por lo que traía en la mano: un ramo
de azucenas blancas, sonrosadas y naranjas. Me puse en pie y fui a darle un
beso, sin poder resistirme a él.
-Hola,
guapo-ronroneé antes de que nuestros labios se encontraran, y Alec me tomó de
la mandíbula para poder alargar nuestro beso un poco más.
-Estás
preciosa-murmuró, y yo sonreí. Me había puesto una sudadera rosa claro,
vaqueros claros y zapatillas blancas con un par de adornos en la parte del
talón, me había soltado el pelo y aplicado un poco de brillo de labios y rímel,
para ir natural y cómoda adonde quiera que fuéramos a ir.
-Mira
quién habla. ¿Son para mí?-pregunté, señalando el ramo, y Alec chasqueó la
lengua y se rió por lo bajo.
-Bueno,
más o menos. En realidad…-comentó, sacando una rosa amarilla del centro del
ramo-, ésta sí es para ti.
-Vaya,
¿y las demás?-pregunté, arqueando las cejas mientras me llevaba la flor a la
nariz para oler su perfume.
-Para
mamá. Seguro que quiere convenceros para hacer un trío-comentó Scott con sorna,
y Alec lo fulminó con la mirada.
-Scott,
el día que tú naciste debería haberse declarado luto nacional-gruñó, y Scott se
rió mordisqueándose el piercing.
-El
día que me muera sí que se declarará, te lo digo yo.
Alec
puso los ojos en blanco y reveló:
-En
realidad, son para Duna. ¿Está en casa, o tenemos que ir a por ella a la de los
Tomlinson?
Duna
no tardó ni un minuto en acudir al encuentro de Alec en cuanto yo la llamé,
avisándola de que estaba allí. Abrió tantísimo los ojos que pensé que se le
saldrían de las órbitas cuando vio que el ramo de flores de mi chico en
realidad era para ella.
-Feliz
día de los enamorados, mi amor-celebró Alec dándole el ramo, y la chiquilla se
puso a dar brincos abrazándose a las flores y hundiendo la cara en ellas como
si no hubiera un mañana.
-¿Para
mí no hay nada, Alec?-preguntó Shasha.
-Te
iba a pillar unas entradas para algún concierto de esas coreanas que te gustan,
pero se me salía un poco de presupuesto.
-Mira,
Scott: Alec al menos sabe que los que me gustan son coreanos, y no chinos.
-Te
está dorando la píldora.
-Aun
así, se esfuerza más que tú.
-Yo
soy tu hermano, no tengo que gustarte-replicó
Scott, mirándola como si estuviera loca-. Alec es tu cuñado, así que más le
vale tenerte de su parte.
-Alec
no es cuñado de nadie-recordé yo, y tanto Shasha como Scott me miraron.
-Te
acaba de traer flores, Sabrae-espetó Scott.
-¿Y?
-Déjalo,
S. Ya sabes que es terca como una mula, especialmente cuando no tiene
razón-contestó Alec, y yo me giré para mirarlo.
-¿Perdón?
¿Cómo es eso de que no tengo razón?
-Pues
no, no la tienes, porque soy el novio de Duna-espetó, y Duna sacó la cara del
ramo de flores y lo miró como si se acabara de poner a caminar sobre las aguas
del Támesis-. ¿Verdad que sí, mi amor?
-¡Así
es!-festejó Duna, levantando las manos. Scott y Shasha se echaron a reír-. Por
eso me has traído flores, porque es nuestro día.
-Exactamente,
y por eso nos vamos a ir de cita romántica tú y yo, ¿qué te parece?
-¿Y
qué pasa conmigo?-pregunté, fingiendo celos. Alec me miró fingiendo sorpresa.
-No
sé, ¿qué pasa contigo? ¿Quieres venir con nosotros?
-Hombre,
Shasha va a dar una vuelta con sus amigas, papá y mamá tienen planes, y como
comprenderás no me apetece mucho quedarme en casa con Scott y Eleanor follando
como conejos en el piso de arriba.
-Puedes
subir a mirar si eso te pone, hermanita-ronroneó Scott, colgándose del sillón.
-No
quiero quedarme ciega al vértela, gracias, Scott.
-Creo
que no te va a pasar nada siempre y cuando no tengas a mano una lupa-espetó
Alec, y Shasha soltó una sonora carcajada.
-¿A
que te parto la puta cara, gilipollas?-ladró Scott, pero Alec no le hizo el
menor caso.
-Bueno,
Dundun. ¿Qué opinas? ¿Te importa que Sabrae venga con nosotros-le preguntó Alec
a mi hermana pequeña, que arqueó las cejas y abrió la boca en una cueva
perfecta.
-Espera,
¿nos vamos de verdad?
-Duna,
por favor, ¿cuándo te he engañado yo?
-Muchas
veces. Me robabas la nariz de pequeña.
-Si
no tuvieras la nariz tan robable, yo no te la robaría.
-Ve a
cambiarte, vamos-la insté, y Duna no necesitó que se lo dijera dos veces.
Después de pedirle a Shasha que le sujetara el ramo de flores que le había
traído “su novio” (hecho que recalcó
mirándome con un sorprendente desafío), echó a correr escaleras arriba tan
rápido que se ganó una regañina por parte de mamá. Cuando bajó, en lugar de
reunirse con nosotros, se metió en la cocina, donde estuvo trasteando un rato.
Regresó finalmente con un tarro lleno de regalices que le entregó a Alec
diciéndole que ese era su regalo de San Valentín.
-Ay,
muchas gracias, Dundun. Eres la mejor. Oye, ¿y mi beso?-preguntó Alec, hincando
la rodilla para ponerse a su altura y dejar que ella le diera un beso en la
mejilla tras soltar una risita. Duna se puso roja como un tomate cuando Alec se
lo devolvió, se tapó la boca para contener una adorable risita, y le pidió a
Shasha que cuidara bien de sus flores.
-Las
pondré en agua-le prometió nuestra hermana, y tras coger mi bolso y ayudar a
Duna a ponerse un abrigo, salimos a la calle. Tenía la esperanza de poder ir de
la mano con Alec hasta la parada del autobús, pero Duna se me adelantó
colocándose entre nosotros dos y enganchándose a la mano de Alec como si su
vida dependiera de ello.
-No
puedo creer que le hayas comprado a mi hermanita un ramo de flores-me eché a
reír-. Te debe de haber salido por un ojo de la cara la broma, con lo caros que
están estos días.
-Se
las he cogido del jardín.
-Qué
romááááááááááááááántico-ronroneó Duna, abrazándose al brazo de Alec y frotando
su mejilla contra él como si fuera una gatita mimosa.
-¿Y
qué hay del lazo?-quise saber, alzando una ceja con perspicacia.
-Parece
mentira para ti, Sabrae. He estado media hora viendo tutoriales en Youtube para
aprender a hacerlo. Por eso he llegado tarde.
-Sí,
ya. Seguro que has llegado tarde porque te ha pillado el toro poniendo velitas
en tu habitación.
-Vale,
es verdad. Quiero que esté presentable para cuando venga Bey.
-¡No
tiene gracia!-pero me eché a reír.
-Sí
que la tiene-respondió él, dándome un beso en la mejilla.
-¿Qué
vamos a hacer, Al?-preguntó Duna, que no iba a consentir que su novio dejara de
prestarle atención siquiera una milésima de segundo.
-Ah.
Es sorpresa.
-¡Qué
bien! Me encantan las sorpresas. ¿Me levantáis en el aire?-pidió, estirando la
mano para que yo también la cogiera. Cogió carrerilla y dio un brinco que Alec
y yo alargamos sosteniéndola en el aire con nuestros brazos (él mejor que yo,
la verdad sea dicha), y en ese humor juguetón y feliz llegamos a la parada del
bus. Cuando nos montamos, Duna corrió a dos asientos que había libres, se puso
de morros cuando yo me senté a su lado, y casi se hace pis de la alegría cuando
Alec la cogió en brazos y la sentó sobre su regazo. Le contó qué tal le estaba
yendo en el curso y sonrió con orgullo cuando Alec la felicitó por sus buenas
notas y le dijo que tenía que seguir así, que era la más lista de la casa y que
iba a llegar lejos.
-Lo
sé-contestó Duna, sacándole la lengua.
-Qué
humilde-rió Alec.
-Las
chicas Malik no somos humildes-respondí yo, y Duna asintió con la cabeza.
-Así
es.
Decidido a no perder a Duna de vista ningún
momento, cuando nos bajamos del bus y entramos en una boca de metro Alec, ni
corto ni perezoso, le rodeó la cintura con un brazo y se la cargó al costado,
llevándola como si fuera una niña de dos años. Tengo que decir que Duna
disfrutó de lo lindo subida en brazos de Alec, y puede que yo me pusiera un
pelín celosa porque él no podía llevarme así durante mucho tiempo sin cansarme,
como sí le sucedía a ella.
La
verdad es que estaba intrigadísima por saber adónde íbamos, pero no quería
estropear la sorpresa que sabía que Alec se había esmerado en preparar. Me
gustaba ir detrás de ellos, viendo cómo se tomaban el pelo y jugaban, Duna
encantada de la vida y Alec comportándose como si hubiera nacido para cuidar de
niños, sin importar su edad. Les hice una foto que colgué en Instagram mientras
subíamos por las escaleras mecánicas en dirección a la calle, ya en la parada
cercana al sitio al que Alec pretendía llevarnos. Escribí “tortolitos”, añadí un
par de emoticonos románticos, etiqueté a Alec y la colgué justo en el momento
en que la luz del perezoso sol de febrero nos volvía a bañar. Alec sintió que
su móvil vibraba en su bolsillo, y al ver que se trataba de una interacción
mía, me miró con una sonrisa y deslizó el dedo para abrir la notificación. Duna
se rió cuando él le enseñó la foto, y Alec entrecerró los ojos, perspicaz.
-Tu
hermana nos acaba de dar una idea-anunció, y Duna volvió a reírse a pesar de
que probablemente no tenía ni idea de qué hablaba Alec, pero no le importaba. Y
lo cierto es que a mí tampoco: con escuchar su voz, a las dos nos bastaba.
Claro
que tampoco teníamos muchas pistas hasta que no llegamos a nuestro destino.
Sonreí en cuanto vi la silueta de la noria aparecer entre los edificios,
abriéndose hueco entre los árboles del parque en que se asentaba uno de los
pocos parques de atracciones permanentes que había en Londres… curiosamente, el
mismo parque de atracciones en que Alec y yo habíamos coincidido “casualmente”
un poco antes de Nochevieja, después de que nuestros amigos nos montaran una
encerrona, y termináramos yendo por separado a los iglús.
Duna
ahogó un gritito de emoción y miró a Alec con ojos grandes como los de un
lémur, pero desde luego mucho más cuquis.
-¿Podemos
subirnos en la noria?-pidió, haciéndole ojitos a mi chico, como si no se lo
hubiera metido en el bolsillo hacía un rato, después de juguetear con su pelo.
Alec se rió.
-Lo
que quiera mi princesita.
Se
giró para mirarme y estirar la mano en mi dirección para asegurarse de que
tampoco me perdía a mí, y entonces se zambulló de lleno en la marea de gente,
todos parejas salvo nosotros tres, que atravesaban las puertas de hierro del
parque de atracciones como el río Nilo se desliza por Egipto.
Fuimos
derechos a la noria: Duna se tapaba los ojos al llegar a la cima mientras Alec
y yo nos reíamos, y nos cogía muy fuerte de la mano cuando nuestra cesta
empezaba a descender a una velocidad que hacía que nuestro estómago diera
brincos. Después, cuando nos tocó bajar, Duna nos arrastró hacia las tazas que
giraban sobre sí mismas; a continuación, lloriqueó hasta que nos convenció de
que era lo suficientemente mayor como para subirse en la pequeña montaña rusa
(y procuró hacerse la valiente a base de tratar de controlar el temblor de sus
piernas una vez que la cola avanzaba), y cuando empezó a oscurecer, nos
dirigimos al cine al aire libre que habían preparado en una explanada en la
esquina del parque. ¿La película elegida? A
todos los chicos de los que me enamoré. Duna chilló al ver el cartel, se
volvió hacia mí y preguntó si podíamos coger palomitas.
-Vale,
pero una bolsa para todos, ¿eh? Que luego no cenas.
-Está
bien. ¿Puedo coger también algodón de azúcar?
-Duna…
-¡Porfa!
-Yo
también quiero algodón de azúcar-aportó Alec, levantando la mano con timidez.
Alcé las cejas.
-Sí,
ya.
-¡Dos
contra uno! ¡Algodón de azúcar marchando!-Duna me tiró de la manga de la
sudadera para que le diera dinero para comprar el dichoso algodón de azúcar,
porque no se fiaba de que yo lo fuera a pedir, y se escabulló entre la
multitud, lo cual hizo que me diera un vuelco el corazón.
-Alec…
-La
estoy viendo-respondió él desde su muy útil metro ochenta y siete-. La han
dejado pasar porque es pequeña; ya la están atendiendo-retransmitió mientras yo
pedía una bolsa grande de palomitas y un refresco-. Ya lo tiene. Está viniendo.
Y… aquí está-anunció justo en el momento en que Duna aparecía con una nube de
algodón de azúcar más grande que ella.
-¿Adónde
vas con eso, Duna?
-¡Compartir
es vivir!-respondió mi hermana, y yo puse los ojos en blanco y me eché a reír.
Mientras cogía trocitos de algodón con los dedos, Alec se hizo con las entradas
y recogió la manta circular que nos ofrecieron, con un lado impermeable para
que no se nos mojara el culo al sentarnos en el prado.
-¿Dónde
os queréis poner?
-Cerca
de la pantalla-dije yo, pensando en mi hermanita.
-Al
fondo, y así hacemos cosas de novios-soltó Duna, dejándonos a Alec y a mí
alucinados.
-¿Cosas
de novios?-preguntó Alec, divertido.
-Sí-respondió
ella, cerrando los ojos en tono de listilla-. Cogernos de la mano en la
oscuridad.
-Ah,
bueno. En ese caso… al fondo, entonces-Alec me lanzó una mirada cargada de
intención, como preguntándome “tú también has pensado lo mismo que yo, ¿no?”, y
yo solté una risita por lo bajo, pensando que teníamos una fantasía sexual
pendiente, mientras Duna brincaba como una cabra excitada en dirección a un
hueco que acababa de ver al fondo del parque. Esperó a que extendiéramos la
manta y luego, ni corta ni perezosa, se sentó entre las piernas de Alec, que se
echó a reír.
-Aquí
el que no corre vuela, ¿eh?-rió mientras Duna cogía la bolsa de palomitas y
capturaba una con la lengua.
-Duna,
no seas marrana.
-Tengo
la lengua limpia-soltó la chiquilla.
-Aun
así, es una cochinada. Seguro que a Alec le da asco.
-Cosas
peores me he llevado a la boca-soltó él sin poder frenarse, y cuando Duna se
giró y le preguntó “¿como cuáles?”, él se mordisqueó la sonrisa, se relamió los
labios y contestó-: Pepinillos en vinagre.
-Puaj-bufó
Duna.
-Así
que pepinillos, ¿eh?-me burlé yo, luchando por contener una sonrisa y
fracasando en el intento.
-Hay
que probarlo todo en esta vida, Sabrae-contestó él, y yo arqueé las cejas.
-Vaya,
vaya. ¿Hay algo que no me hayas contado? ¿Tienes unos gustos ocultos? A ver si
aquí va a haber más de una bandera azul, morada y rosa-me reí, y Alec puso los
ojos en blanco.
-No,
querida. A mí solo me van las almejas, pero gracias por tu interés.
-Eso
es porque no has probado un buen pepinillo-contesté yo, y Duna se me quedó
mirando.
-Créeme,
nena: con la almeja que pruebo últimamente, no tengo necesidad de probar ningún
pepinillo-respondió de manera descarada él, y Duna se volvió para mirarlo.
-Vaya,
pues me alegro de que te guste la almeja que sueles tomarte-Duna parecía un
juez de silla, mirándonos a uno y a otro alternativamente.
-A
ver si te doy un poquito la próxima vez.
-Cuando
tú quieras.
-Por
mí, sería ahora mismo.
-Eh…
¿vamos a ir a comer marisco luego?-inquirió Duna, y Alec y yo nos miramos y nos
echamos a reír. Le di un beso en la cabeza mi hermanita, que no se enteraba de
nada la pobre, agradeciendo que aún conservara esa deliciosa inocencia
infantil. No quería que creciera: me gustaba verla ilusionada por los más
pequeños detalles, feliz simplemente de cogerle la mano a Alec y contentándose
con sentarse entre sus piernas, sin querer nada más, sin buscar nada más, como
bien podría hacerlo yo. Me senté al lado de ellos con las piernas estiradas y
entrelazadas, y busqué los dedos de Alec en la oscuridad. Los acaricié con las
yemas de los dedos y Alec me miró a los ojos, su rostro iluminado por la luz
azul procedente de la película. Estuvimos bastante tiempo mirándonos, porque lo
primero que vi de la película fue el momento en que Lara Jean se despierta de
su sueño en un campo, y la siguiente vez que miré a la pantalla, era porque
Lara Jean casi atropella a Peter Kavinsky, y todo porque Duna soltó un
larguísimo suspiro.
-Qué
guapo es Noah Centineo…-gimoteó, y yo me reí por lo bajo cuando Alec alzó las
cejas y preguntó, con su orgullo herido:
-¿Más
que yo?
-Por
Dios, ¡no!-contestó mi hermanita, escandalizada ante lo absurdo de la pregunta.
Alec sonrió, complacido con la respuesta, rodeó el torso de Duna con los
brazos, la atrajo hacia sí y le dio un beso en la cabeza. No sé cómo mi hermana
sobrevivió a que Alec la abrazara así: si yo estuviera en su posición, me
habría muerto de amor en ese instante. Intentó masticar despacio las palomitas
que se había metido en la boca, y me pareció un milagro que no se atragantara
con ellas.
Aprovechando
que ella tenía la bolsa de las palomitas, me acurruqué contra Alec y apoyé la
cabeza en su hombro. Él sonrió.
-Soy
un sofá.
-El
sofá más cómodo del mundo.
Me
dio un beso en la cabeza y yo respondí dándoselo en el hombro, y nos quedamos
así, quietecitos, hasta que la película terminó. Se encendieron las luces y a
mí se me ocurrió ir a tomar un yogur helado a modo de postre de las palomitas,
lo que les pareció bien a los dos. Estábamos yendo hacia la salida cuando nos
topamos con una de esas máquinas con un gancho en las que tenías que pescar un
premio, que era nada más y nada menos que peluches de Stitch y su novia de
color rosa. Duna se encaprichó de la chica, y Alec se tomó como su misión
personal el conseguirle el peluche, pero no había manera. Duna lo animaba
mientras yo le indicaba desde el otro punto de la caja para que moviera el
gancho, pero el peluche se le resistía. Decidí intentarlo yo, y
sorprendentemente sólo necesité dos oportunidades. Duna se puso a chillar como
una loca cuando el gancho cogió correctamente el peluche rosa y lo llevó por el
aire hasta la zona de caídas, se abalanzó al agujero por el que caían los
premios y se abrazó al peluche con efusividad.
-¿Has
visto lo guay que es tener hermanas, Dundun?-sonreí, y Duna abrió los ojos y me
miró.
-Sí,
pero sólo cuando las hermanas son tan guays como tú, Saab.
-Ay-ronroneé,
dándole un sonoro beso en la mejilla a mi pequeñita.
-Sólo
ha sido suerte-me pinchó Alec-. Yo te lo he dejado preparado.
-Sí,
seguro que ha sido eso-sonreí, poniéndome de puntillas y dándole un pico, que
él convirtió en dos, yo convertí en tres, él en cuatro, y yo, en cinco.
-¿Vamos
a por los yogures?-pidió Duna con inocencia, y yo asentí con la cabeza. Decidió
ir caminando esta vez, siempre delante de mí, con mis manos en sus hombros para
no perderla. Alec nos fue abriendo paso y conseguimos salir finalmente a la
calle. Tardamos diez minutos en llegar a la yogurtería, pero a Duna le habría
dado igual que fuéramos a la China, ahora que tenía su peluche. No dejó de
abrazarse a él en todo el trayecto; ni siquiera lo soltó cuando llegó el
momento de echar el yogur, sirope y toppings
en el vasito de cartón, y lo habría ensuciado de no estar Alec atento. Se lo
cogió en un segundo mientras ella se echaba lo que quería, y a modo de
agradecimiento Duna le sirvió su yogur, con sirope de fresa y trocitos de
regaliz a modo de topping.
Lo
tuvo complicado para elegir si se sentaba al lado de Alec o al lado de su
peluche mientras comíamos el helado, pero finalmente el amor pudo más que el
materialismo y Duna se colgó de la silla que Alec había dejado libre a su lado
mientras yo me ocupaba de los yogures: él lo había pagado casi todo durante la
tarde a pesar de que yo siempre me había ofrecido a pagarlo todo a medias, pues
a fin de cuentas se trataba de los caprichos de mi hermana; sin embargo, él siempre negaba con la cabeza, diciendo
que se él se encargaba, que para algo tenía trabajo y yo no. Y, como yo no
quería discutir, decidí que ya se lo iría compensando otro día, por ejemplo
cuando empezara a cumplir con los regalos que le había preparado para esa
ocasión especial. Me moría de ganas por ir a su casa no por el sexo (bueno,
vale, por el sexo también), sino por
los regalos que le tenía preparados, que estaba segura de que no se esperaba y
le harían mucha ilusión. Me pregunté si esperaba algo en absoluto, y de ser
así, qué se imaginaría que yo le había preparado.
Duna
se terminó su yogur en un abrir y cerrar de ojos y, tras probar el que se había
preparado Alec, me miró con ojos de corderito degollado y me preguntó:
-¿Puedo
ir a jugar a la piscina de bolas?-señaló un pequeño recinto acolchado, de
colores brillantes, que parecía un castillo en cuyas torres viviera una
princesa de tantos obstáculos que tenía, y en la parte más baja, reinaba una
piscina de bolas, en la que varios niños se divertían buceando entre bolitas
azules, rojas y amarillas.
-Sí,
pero no te salgas de ahí, ¿vale?-arqueé las cejas, sin olvidar la que me había
liado en navidades, cuando se aburrió de estar con Shasha y conmigo y decidió
irse a la aventura por su cuenta. Suerte que un par de fans de papá la habían
reconocido y la habían reconocido y la habían mantenido entretenida con unos
gofres. No quería ni pensar en lo que podría pasarle a mi hermanita si alguien
con malas intenciones la encontraba a solas, no sólo por su condición de niña,
sino por ser quien era. Podían hacernos mucho daño si a ella le hacían un
poquito.
Alec
y yo vigilamos cómo Duna trotaba hacia el recinto, se descalzaba, y saltaba
hacia la piscina de bolas como un medallista olímpico que quiere asegurarse el
oro de una panzada. Alec sonrió mientras Duna sacaba la cabeza de entre las
bolas y se acercaba a los niños que estaban antes que ella como un cocodrilo,
sólo con los ojos por encima de la superficie.
-Parece
que te sale competencia, Al-bromeé.
-Tendré
que esforzarme más-respondió él, riéndose.
-Así
que, ¿qué tal tu cita con mi hermana de, permite que lo recalque, ocho añitos?-inquirí, arqueando las
cejas mientras lamía la cuchara. Alec arrugó la nariz, divertido.
-No
es ningún secreto que me gusten jovencitas, ¿eh?-respondió, hundiendo la
cuchara y haciéndose con una pequeña montañita de nieve y sangre-. ¿Te lo estás
pasando bien?
Asentí
con la cabeza, masajeándome el cuello.
-He
de confesar que cuando me dijiste que me preparara para ir a dar un paseo, no
creí que mi hermana viniera incluida en el plan de la tarde.
-¿Te
molesta que la haya invitado?
Negué
con la cabeza.
-Es
mi hermanita pequeña. Y está muy feliz-comenté, volviéndome para mirar cómo
brincaba con dos bolas de colores en las manos, que lanzó a sus compañeros de
juegos recién estrenados-. Me hace ilusión verla así.
-Pues
menos mal-suspiró-. Me preocupaba que pensaras que esto no era especial. Quería
que nuestro primer San Valentín estuviera a la altura-se encogió de hombros,
fingiendo despreocupación, pero yo sabía que estaba profundamente aliviado.
Alec tenía tendencia a quitarle importancia a las cosas que le preocupaban a
base de comportarse como si todo le resbalara, pero yo sabía que detrás de ese
encogimiento de hombros y esa mirada clavada en el vasito de cartón de yogur,
se escondía el alivio que le ocasionaba tener una preocupación menos.
Estiré
la mano y le acaricié los nudillos, y él me miró.
-Todo
lo que tenga que ver contigo estará a la altura, Al.
Sonrió.
-Hombre,
en comparación contigo… la verdad es que lo tengo fácil: te saco dos cabezas.
-¡Vete
a la mierda!-me reí, pero él se inclinó hacia mí y yo me dejé besar porque,
¿qué puedo decir? Si ya me tenía conquistada, metiéndose a mi hermana en el
bolsillo de aquella manera, concediéndole cada capricho y tratándola como a una
reina, sólo podía hacer que le adorara.
-¡Alec!-la
llamó la susodicha, y yo me reí cuando él se separó de mí, conteniendo un
bufido de fastidio.
-Puede
que quien se arrepiente de haberla traído seas tú, después de todo.
-¡Alec,
mírame! ¡Mira lo que hago! ¡Alec, ¿me estás mirando?!-chilló mi hermana,
asegurándose de que tenía toda su atención.
-Sí,
Dundun. Estás guapísima.
-Ay-se
rió ella, olvidándose del truquito que pretendía enseñarle. Me eché a reír al
ver cómo se escondía, roja como un tomate, de nuevo en la piscina de bolas.
-La
tienes en el bote, ¿eh? No sé si ponerme celosa.
-¿Se
nota mucho que estoy contigo para aprender qué les gusta a las mujeres de tu
familia y así que todo me vaya bien con Duna?-preguntó Alec, pasándose la mano
por el pelo de forma inconsciente y haciendo que todos mis instintos se
activaran. Se me secó la boca y algo entre mis piernas despertó.
-La
tienes comiendo de la palma de la mano-como
a mí.
-No
me extraña, con esta cara que tengo…
-Lo
digo en serio, Al. Te adora. Se haría caníbal por si se lo pidieras, o si te
gustara comer carne.
-Bueno,
la verdad es que me gusta comer ciertas partes del cuerpo femenino, así que eso
sí que lo tenemos en común-me guiñó un ojo y yo sacudí la cabeza, poniendo los
ojos en blanco.
-Eres
imposible.
-Es
que me lo has puesto a huevo, bombón. No puedes hablar de canibalismo sin que
yo piense en lo que tú estás pensando.
-¿En
los del accidente de aviación en los Andes?
-Cómo
te gusta torturarme-Alec hizo un puchero, con su labio inferior sobresaliendo
del exterior, y yo me eché a reír.
-Porque
no me das opción a que te haga otras cosas-respondí, inclinándome hacia él y
acariciándole la mejilla. Sus ojos chispearon.
-¿Qué
otras cosas?
-Podríamos
estrenar algún baño-me encogí de hombros-, o algo por el estilo. De todos
modos, es tontería fantasear, ¿no te parece? A fin de cuentas no podemos hacer
nada porque alguien ha decidido
traerse a mi hermanita pequeña a nuestra cita.
-¿Qué
fantasías son esas?
-No
te las voy a decir.
-Por
favor, Sabrae-suplicó, poniéndome ojitos.
-¿Para
qué quieres saberlas? Te voy a poner malísimo.
-Para
decidir si es momento de que nos llevemos a Duna a toda hostia a tu casa y
luego vayamos aún más rápido a la mía-respondió sin vacilar, y yo solté una
risotada.
-Lo
tuyo no es la paciencia, ¿eh? ¿No has oído nunca que lo bueno se hace esperar?
-Estoy
cansado de esperar-respondió-. Ya he esperado bastante. Te he esperado durante
17 años.
Sonreí,
y esta vez fui yo la que se inclinó sobre la mesa en dirección a él.
-Siempre
sabes lo que tienes que decir, ¿eh?-coqueteé cerca de su boca, y él se relamió.
-Y tú
también.
-¿Ah,
sí?
-Sí.
“Oh, sí, Alec, sí, por ahí”-me imitó, jadeante, sacudiendo la cabeza, y yo me
eché a reír y le di un beso en los labios que alargué todo lo que pude…
…
hasta que Duna nos tiró una bola de la piscina.
-La
madre que la trajo-me reí-. Con razón Scott nos llama “putas crías”.
-Duna,
como vaya para allá…-la amenazó Alec, y Duna se echó a reír y se hundió de
nuevo en la piscina de bolas, tirándose hacia atrás.
-¡Duna,
no te tires así!-la reñí-. ¡Como te des un golpe en la cabeza, verás las
broncas que te caen! ¡Mía, y de papá y mamá!
-¡Soy
una sirena de bolas!-respondió ella, desobediente, volviendo a tirarse hacia
atrás.
-Duna,
como no le haga caso a tu hermana, me voy a enfadar contigo-intervino Alec con
cierta severidad que, por qué no decirlo, me encantó.
-Bueno,
bueno, tampoco hace falta que nos pongamos tensos-sentenció la niña, pero no
volvió a tirarse hacia atrás, justo como yo quería. Alec me sacó la lengua,
como diciendo “mira, tu hermana me hace más caso que tú”.
-¿Quieres
quedártela?-pregunté, fingiendo fastidio.
-¿Hasta
cuándo?
-Hasta
que cumpla los 18 y se vaya a la universidad.
-Bueno,
supongo que cuidar de ella no es más difícil que cuidar de Trufas. Y Duna suelta menos pelo.
-Eso
lo dices porque nunca has tenido que peinarla por la mañana.
-¡Porque
no me dejas! Si me invitaras a dormir más a menudo…
-Porque
cuando duermes en casa, nosotros no dormimos, y ella tampoco es que lo haga
mucho-le guiñé un ojo y Alec hizo un mohín.
-Pobre
chiquilla. No se lo estoy poniendo fácil para que encuentre novio cuando sea
mayor, ¿verdad?
-Prefiero
que tenga las expectativas altas por tu culpa a que se conforme con cualquier
cosa. Aunque sí, la verdad es que se lo estás poniendo difícil-me eché a reír y
tomé una cucharadita.
-No
lo hago a posta, te lo prometo. Simplemente quiero que os lo paséis bien.
-También
te lo tienes que pasar bien tú, Al.
-Yo
me lo estoy pasando bien.
-Como
nosotras, entonces. Nos gustan tus detalles.
-No
es para tanto.
Alcé
una ceja.
-Lo
de llevarla en brazos durante todo el trayecto para no perderla ha estado
genial.
-Es
que es pequeña-respondió, a la defensiva.
-Y lo
terco que te has puesto con el tema del peluche…
-No
es San Valentín sin regalos-respondió, decidido, y una sonrisa se formó en su
boca, delatándole. Me sostuvo la mirada desafiándome a que continuáramos la
conversación por esos derroteros, y yo no iba a amedrentarme.
-Si
eso es una indirecta, por mí no te preocupes. Te voy a hacer uno, pero me lo he
dejado en casa… por razones evidentes-señalé en dirección a Duna, que en ese
momento trataba de hacer malabares con tres bolas, cuando ni siquiera le cabían
dos en la mano.
-No
quieres dejarla mal, ¿eh?
-Lo
que no quiero es que se ponga celosa.
-Ya
lo está. Pero has hecho bien; la verdad es que yo también tengo algo para
darte-se reclinó en el asiento y me guiñó un ojo-. Y me lo he dejado en casa,
aunque no exactamente por la misma razón que tú.
La
forma en que me lo dijo invitó a mi imaginación a soñar, y la verdad es que no
iba a cortarle las alas. Crucé las piernas, me relamí, y apoyé el codo en la
mesa mientras le acariciaba una pierna con el pie.
-Suena
prometedor.
-Ya,
bueno…-se echó a reír y se pasó una mano por el pelo-. Tampoco de emociones. No
es nada sexual.
Le
saqué la lengua.
-Menos
mal, porque lo mío tampoco. ¿Te imaginas que me pongo romántica, y tú me
regalas un consolador?
-Yo
no te regalaría ningún consolador-respondió, jugueteando con la cucharilla y
arqueando las cejas.
-¿No?
-No. Mi
polla ya lo es-se llevó la cucharilla a la boca y la chupó, mirándome a los
ojos con expresión descarada. Me guiñó uno mientras yo me reía, fingiendo que
no quería sentir esa lengua entre mis piernas y que su comportamiento no me
afectaba como lo hacía.
-La
masculinidad la llevas bien, ¿eh? Seguro que tu ego no soportaría regalarme un
juguetito de 20 centímetros, no vaya a ser que lo prefiriera a ti.
-¿A
eso me reduces, Sabrae? ¿A 20 centímetros?-rió.
-Venga,
Al. Sólo te tomo el pelo.
-Lo
sé. Y yo también. Sí que te regalaría uno, pero no lo primero. Cuando vaya a
África, igual tienes suerte-reflexionó, y yo sentí que me ánimo decaía un poco.
No quería pensar en el tiempo que pasaríamos separados, un año que se me haría
eterno y en el que tendríamos que sobrevivir a base de ciber sexo-. Pediré que
me hagan un molde para que no me eches mucho de menos-reflexionó, y yo me eché
a reír.
-Guau,
Al. Qué modesto.
-Sé
que lo vas a pasar mal.
-¿Y
tú no?
-Yo
lo voy a pasar fatal, pero es lo que toca. Pero no nos salgamos de la
conversación de los juguetes sexuales, porfa. ¿Qué te gustaría que te pillara?
-Ah,
ni de broma te voy a hacer una lista para que tú no te rompas la cabeza en mi
cumpleaños.
-¡Pero
si tengo un montón de ideas! Un huevito vibrador, o un succionador de clítoris…
eres fácil de complacer.
-¿Sólo
se te ocurren esas cosas para jugar en la cama? Qué aburrido. Pensaba que
tenías más imaginación.
-Vale,
tía lista, ¿tú qué me cogerías a mí?
-Unas
esposas-sentencié sin dudar, y Alec alzó una ceja sin poder controlar su
sonrisa de Fuckboy®.
-¿Quieres
esposarme a la cama?-preguntó, incrédulo.
-En
realidad, quiero que me esposes tú a mí y marcarnos un Cincuenta sombras.
Alec
se rió, asintió despacio con la cabeza, pasándose la mano por el pelo, se
relamió y miró a Duna.
-En
cuanto se canse, me la llevo a dar una vuelta y tú vas derechita al sex shop más cercano.
-Ah,
no. De eso nada. Hoy es el día de San Valentín, así que tenemos que ser
románticos y cariñosos.
-Sabrae,
por favor, no me ofendas-se llevó una mano al pecho-, que si te esposo a la
cama y te meto la polla hasta el páncreas, lo voy a hacer con todo el cariño
del mundo.
Casi
escupo el yogur de la gracia que me hizo su comentario, que podría haber oído
cualquiera pero al que nadie reaccionó. Negué con la cabeza, incapaz de
contener la risa, y aparté el yogur a un lado.
-Yo no he dicho que el sexo esté reñido con el
cariño.
-Nosotros
somos la prueba viviente de que se llevan de maravilla-se cruzó de brazos y yo
me fijé en los músculos de sus bíceps. Me apeteció darles un mordisco, pero
desgraciadamente estábamos en público. De no ser así, de haber estado solos, ni
me habría molestado en llevármelo al baño: lo habría hecho mío allí mismo.
Habría apartado la mesa y me habría sentado a horcajadas encima de él,
quitándome la sudadera y la camiseta a la vez. Me habría quedado en ropa
interior sobre él y me habría asegurado de que pronto él también estuviera así,
y antes de que nadie pudiera detenernos, estaría montándolo como a un semental
salvaje al que quisiera domar. Le mordería el cuello, le arañaría los hombros,
y no pararía de moverme hasta que los dos no nos corriéramos en un orgasmo
bestial, de esos que te dejan con las piernas temblando y que te impiden
mantenerte en pie.
-¿En
qué piensas?-había inclinado la cabeza a un lado y me miraba con perspicacia,
intentando averiguar qué había detrás de mi expresión.
-En…
qué va a pasar esta noche.
-Que
se pondrá el sol.
-Alec-suspiré,
fastidiada, y él sonrió.
-¿Qué
quieres que pase?
-Ya
sabes qué quiero que pase.
-Sí,
pero me gusta oírtelo decir-me pinchó, y yo puse los ojos en blanco.
-Quiero
innovar. Llevo varios días que me subo por las paredes, pensando… hay muchas
cosas que no hemos hecho.
-¿Como
esposarnos?-inquirió, llevándose la cuchara a la boca.
-Como…
probar otras cosas. Por ejemplo… me he dado cuenta…-me aparté el pelo de los
hombros con un movimiento de cabeza-, ¿por qué nunca lo hacemos por detrás?
Alec
parpadeó con el ceño ligeramente fruncido. Puede que él no hubiera caído, pero
yo me lo había preguntado varias veces. En las películas, las escenas de sexo
tienen, básicamente, tres posturas nada más: el misionero, el perrito, y
aquella en la que la chica está tumbada y el chico la posee como planeando
sobre su cuerpo, y que incluso salía en Cincuenta
sombras de Grey. ¿Por qué no lo habíamos hecho nunca así? Tenía un morbo
que el perrito y el misionero no tenían, la incertidumbre de no ver qué iban a
hacerte.
-No
ha surgido, supongo.
-Ya,
pero, ¿no te parece raro?
-No,
¿por qué? ¿Quién quiere saberlo?
-¿Eh?
-Tus
amigas, o tú. ¿Quién lo ha pensado?
-Yo.
La verdad es que no les cuento a mis amigas qué posturas hacemos cada día,
¿sabes? Simplemente les cuento si me ha gustado o no.
-¿Y
alguna vez les has dicho que no?
-Al-sonreí,
y él sonrió también.
-No
sé. A ver, nunca nos ha dado por ahí. Tampoco llevamos tanto como para…-se encogió de hombros-. ¿Por qué? ¿Quieres
probarlo hoy?
-No
sé. Es que simplemente… bueno, me llama la atención que estemos hablando de incorporar
juguetes y tal, y todavía no hayamos probado más que el perrito-expliqué, y
Alec frunció el ceño.
-Espera,
espera. Con “por detrás”, ¿a qué te refieres exactamente?
-Pues
a una postura diferente, Al. ¿A qué me voy a referir?
-Ya,
pero, ¿a sexo normal o anal?-espetó, y yo me puse colorada. Ni siquiera había
pensado en la posibilidad de que… bueno. De que existiera esa posibilidad, y
eso que me había comentado que con Chrissy se lo había pasado genial
practicándolo, pero yo no me sentía preparada. Además, estaba segura de que la
diferencia de altura sí que jugaría un papel importante en ese sentido. Seguro
que yo no me estiraba de la misma forma por delante que por detrás.
-¡Baja
la voz!
-Venga,
Saab, ¿te crees que los que están aquí y pueden oírnos no van a follar como
conejos esta noche?-preguntó, mirando alrededor, y yo bufé.
-Aun
así…-él se rió y me pidió disculpas, así que le respondí-: Sexo normal.
Alec
torció la boca, cogió una cucharada más de yogur, se la comió, masticó
despacio, con la mirada perdida, y finalmente, tragó. Se aclaró la garganta y
después de una espera angustiosa, al fin me respondió:
-Bueno…
a mí tampoco me entusiasma.
-¿Por
qué? O sea, ¿qué diferencia hay entre el sexo normal y el anal para que uno te
guste y el otro no?
-Es
que no es la misma sensación, Sabrae. En el anal… yo siento más, ¿sabes? Hay
como… más presión. En el normal, se supone que estáis preparadas para hacerlo así, así que la sensación no es la misma.
-Pero
te gusta cuando lo hacemos.
-Sí,
pero porque hay un elemento que no lo hay en el anal. Me gusta ver-explicó-.
Pero sí que es verdad que a vosotras os gusta mucho más. Sentís muchísimo
más-inclinó la cabeza, pensativo-. Sí, tienes razón. Deberíamos probarlo.
-No,
no. Sólo era curiosidad. Es que me lo había preguntado varias veces, eso es
todo. Si a ti no te gusta o te incomoda, no tenemos por qué.
-No
me incomoda, Saab. He follado así algunas veces con Chrissy porque ella es una
puta obsesa de los anales y cuando le das la vuelta ya se pone como loca, pero
yo es que prefiero ver. La madre
naturaleza estaba inspirada cuando hizo a las mujeres, sobre todo a ti. Pero
vaya, que puedo sacrificarlo por experimentar un poco. No es que me vaya a
morir, ni mucho menos.
-No
quiero que sacrifiques nada, Al, de verdad. Si a ti no te gusta…
-A
ver, Sabrae-se incorporó en su asiento, con la espalda recta y los hombros
cuadrados-. Que vamos a follar por detrás, y punto. Seguro que te gusta más. Si
quiero verte, pues ya me pongo una foto tuya, o algo así.
Sonrió con orgullo cuando yo estallé en una
sonora carcajada, y decidió que ese era el momento de marcharnos. Después de
coger el peluche de Duna, fue a buscarla a la piscina de bolas, y consiguió que
la pequeña lo siguiera con docilidad a la salida.
Para
cuando llegamos a casa, Duna ya había conseguido colgarse de nuevo del cuello
de Alec a base de bostezar y comentar lo cansada que estaba. Y Alec, que era un
santo, sólo le tuvo que ofrecer una vez llevarla de nuevo a cuestas antes de
que ella aceptara. Se la cargó de nuevo en brazos, esta vez sosteniéndola
contra su pecho, y Duna colocó la cabeza en el hueco entre el cuello y los
hombros de Alec, me miró con una sonrisa, y cerró los ojos. Sé que no se quedó
dormida (no desaprovecharía la oportunidad de sentirse cerca de Alec), pero no
hizo ningún movimiento para que a él no le diera pena no despertarla. Y yo,
bueno… como soy una buena hermana mayor, no me chivé. Sabía que Alec podía
cargar con Duna sin apenas esfuerzo, y no creía que fuera a resentirse por ser su
mula personal.
Mientras
yo iba a por el regalo de Alec y las cosas que quería llevarme a su casa para
pasar allí la noche, Scott y Eleanor, con ojos brillantes y el pelo revuelto,
se quedaron con los dos tortolitos. Bajé las escaleras con la mochila colgada
al hombro.
-¿Has
cogido todo?-preguntó Scott, y yo asentí con la cabeza, abriéndola para
enseñarle su contenido: el uniforme y los libros del día siguiente.
-¡Y
luego fuimos a ver una peli al aire libre, y Alec convenció a Sabrae para que
nos dejara comprar algodón de azúcar, y yo estoy tan llena que me siento como
si estuviera embarazada de gemelos, El! ¡Mira qué tripa tengo!-le estaba
contando Duna a Eleanor, que la escuchaba con atención y una sonrisa en los
labios. Duna se puso de lado y sacó tripa, y Eleanor soltó un silbido.
-Vaya,
Dun. A mí esa tripita me parece que es, más bien, de trillizos.
Duna
abrió muchísimo los ojos, impactada.
-¿Tú
crees? Pues me saldrían mareados, porque no he parado de saltar en la piscina
de bolas-meditó Duna, y yo me eché a reír.
-¿Le
has dado azúcar?-preguntó Scott al ver que nuestra hermana se ponía a saltar en
el sofá.
-No
me quedaba más remedio, ¿qué querías que hiciera? La hemos llevado a un parque
de atracciones; el aire mismo está impregnado de azúcar.
-Ya
sabes cómo se pone cuando toma azúcar a partir de las cinco, Saab-musitó Scott
con fastidio.
-Venga,
S. Sólo está emocionada-me defendió Eleanor-. Ni aunque Sabrae hubiera impedido
que comiera conseguiríamos que se estuviera quietecita. Ya verás cómo, en
cuanto se marchen Alec y Sabrae, volverá a la normalidad.
-¿Seguro
que no habéis hecho nada más que ir al parque de atracciones y tomar yogur
helado?-preguntó Scott, mirando a Alec con sospecha, a lo que éste respondió:
-Bueno,
vale, puede que la haya preñado. Y ahora le toca el turno a Sabrae, así que,
¿podemos irnos ya, por favor?
-No
tiene ni puta gracia, Alec. Tiene 8 años.
-¿Es
que para qué cojones me preguntas esa gilipollez, macho? ¿Qué más quieres que
haga con Duna? Soy perfectamente consciente de la edad que tiene. Tengo ojos en
la cara, igual que tú.
-Sabrae
te parece guapa-atacó Scott, y Eleanor le dio un manotazo.
-Ha
dicho que tiene ojos en la cara como tú, no que esté ciego como lo estás tú,
Scott-le riñó, y Scott se echó a reír, le rodeó la cintura con el brazo y
ronroneó:
-Así
que ciego, ¿eh? ¿Es por eso por lo que me tienes loco?
Eleanor
puso los ojos en blanco, apartando la cara para que Scott no la besara, pero
eso sólo consiguió animar más a mi hermano: le encantaban los retos.
-Sólo
está como yo si tú me hubieras llevado
dar una vuelta en San Valentín cuando tenía 8 años… y tuvieras diez años
más que yo-le explicó Eleanor antes de que Scott le diera un mordisquito en el
labio.
-Eh,
eh, eh. Nueve años, no diez, El. Que tampoco soy tan viejo-respondió Alec
mientras Duna saltaba de un sofá a otro chillando.
-¡Es
el mejor día de mi vida! ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Vemos una peli
acurrucaditos?-preguntó, y yo asentí.
-Sí,
pero con Scott y Eleanor, ¿vale, Dundun?
-Pero,
¿por qué?-Duna se dejó caer en el sofá con las piernas dobladas, confusa.
-Alec
y yo nos vamos.
-¿Adónde?
-A mi
casa.
-¿Y
no puedo ir con vosotros?
-Es
que vamos a hacer cosas de mayores que te van a aburrir.
Duna
parpadeó.
-Sabrae-respondió-.
Si vas a acostarte-puso cara de asco,
poniendo los ojos en blanco - con MI novio, me lo puedes decir. Soy una mujer fuerte e independiente;
puedo soportar la verdad.
-Vale-reí-.
Voy a acostarme con Alec.
-¡Yo
lo vi primero!-bramó Duna, lanzándome un cojín.
-Eh…
eso no es verdad. Soy mayor que tú, y lo conozco desde que era un bebé.
-¡Da
lo mismo! Jo, qué injusta es la vida. Nunca has hecho un bizcocho tú sola, y
tus hermanas ya piensan que eso es excusa suficiente para robarte al novio.
-¿No
se supone que lo habíais dejado cuando Alec comió en casa por primera
vez?-preguntó Eleanor-. Yo estaba presente.
-¡Qué
injusticia! ¡Nunca se me tiene en cuenta porque soy la hermana pequeña!-sollozó
Duna, levantando el puño al aire de forma dramática y dejándolo caer frente a
ella, golpeando el sofá en una escena digna de una obra de Shakespeare.
-¡Pero
si llevas toda la tarde haciendo lo que te da la gana!
-Toda
la vida, más bien-respondió Scott.
-¡ESTOY
DISCRIMINADA EN ESTA CASA!-gritó a pleno pulmón Duna Doña Dramas-. ¡NO SE ME
TIENE EN CUENTA! ¡PIENSO ESCAPARME ESTA NOCHE CUANDO TODOS DURMÁIS!
-Vaya,
yo que te iba a invitar a dormir conmigo hoy-comentó Scott, y Duna lo miró.
-Bueno,
pues me escapo mañana-decidió, y yo contuve una risa. Me acerqué a ella, que se
apartó de mí, enfadada.
-Dame
un beso, Dundun.
-No.
Eres una traidora. Me estás rompiendo el corazón.
-Te
he conseguido el peluche de la novia de Stitch, ¿eso no cuenta nada?
-¿Crees
que puedes comprarme con un peluche? ¿Tan poca dignidad piensas que tengo?-Duna
me fulminó con la mirada, altiva, y yo me senté a su lado en el sofá.
-Escucha,
Dundun. Sé que Alec significa mucho para ti, pero también lo significa para mí.
Y yo para él, ¿sabes?-Duna parpadeó y miró a Alec, que asintió con la cabeza-.
El caso… es que hoy es un día especial. Es nuestro primer San Valentín juntos,
y a mí me encanta que lo hayamos compartido contigo, pero también hay cosas que
nos apetece hacer solos. Igual que papá y mamá también hacen cosas por su
cuenta. Y no por eso nos quieren menos, ¿no crees?
Duna
miró a Alec, miró a Scott y Eleanor, y de nuevo, me miró a mí. Parpadeó y
asintió despacio con la cabeza.
-De
vez en cuando, nos va a apetecer estar juntos, solos, pero eso no significa que
te queramos menos, ni que no nos importes. Simplemente… nos apetece, igual que
a ti a veces te apetece comerte un par de galletas de postre en lugar del
yogur. Además, piénsalo. Alec tiene 17, y tú tienes 8. Es un poco mayor para
ti.
-La
edad no importa.
-Un
poco sí. Cuando tú tengas 20, Alec tendrá 30. Será viejo para ti.
-Qué
ánimos-bufó Alec, pero Scott siseó.
-Calla.
Es verdad. Además, fíjate-susurró-: la está convenciendo.
Y era
verdad. Poco a poco, Duna estaba asumiendo que Alec no iba a ser para ella, que
no podía reclamarlo.
-O cuando
tú tengas 30, Alec tendrá 40. Eso sí que
es ser viejo, ¿no te parece?
-Bueno.
Podría ser un madurito interesante-reflexionó Duna, no muy convencida, y a
Eleanor se le escapó la risa.
-Que
nos vayamos ahora no quiere decir que Alec te quiera menos. Ni que lo de hoy
haya sido mentira. Nos lo hemos pasado muy bien todos, ¿verdad que sí, Al?-le
miré, y él asintió-. ¿Ves? Claro que sí. Lo que pasa es que ahora, nos apetece
tener un tiempo para nosotros. Igual que tú a veces quieres estar jugando con Astrid…
-Y
con Dan-participó Scott, y Duna lo miró con ojos como platos.
-…
sin que nadie os moleste, a Alec y a mí también nos apetece estar solos ahora.
¿Lo entiendes?
Duna
torció la boca, pero asintió con la cabeza.
-¿Me
perdonas?
Duna
volvió a torcer la boca.
-Somos
hermanas-le recordé, extendiendo el dedo meñique en su dirección. Duna lo miró,
rió, y asintió con la cabeza. Lo enganchó con el mío y yo me llevé los dos
dedos unidos a la boca para darles un beso, y Duna me lo dio en la mejilla,
toda rencilla perdonada-. Ahora, Scott se ocupa de ti, ¿vale?
-Vale.
-¿Me
podrás perdonar, Duna?-sonrió Alec, completa y absolutamente adorable, con las
manos en los bolsillos y una sonrisa bailándole en la boca. Duna torció el
gesto un momento, pensativa, y luego, una sonrisa inteligente le atravesó la
boca. Hinchó los carillos y se tocó uno con el dedo índice, pidiéndole a Alec un
beso que él no le negó.
-Pero,
¡dale un beso de verdad, hombre!-rió Eleanor-. ¡Que estamos en San Valentín!
Alec me
miró, y yo miré a Scott, que se encogió de hombros, así que yo asentí con la
cabeza. ¿Qué mejor manera de terminar un San Valentín muy especial para mi
hermanita que recibiendo un beso del príncipe azul que ambas compartíamos?
-¿Qué
me dices, Dundun?-preguntó Alec, y Duna parpadeó.
-¿Mm?
-¿Me
das un beso? Uno como los de las pelis. De despedida.
Duna se
puso roja, roja, roja. No había visto a nadie sonrojarse tanto como lo hizo mi
hermana.
-Si
no quieres, no pasa nada.
-Sí-respondió
ella, apartándose el pelo de la cara con manos temblorosas. Alec sonrió.
-¿Estás
segura?
-Sí,
pero que no miren-pidió, muy nerviosa, y yo me di la vuelta, igual que Scott y Eleanor,
que no podía contener la risa floja. En el reflejo de la televisión, vi cómo Alec
se sentaba al lado de Duna, con el cuerpo vuelto hacia ella, y cerraba los
ojos. Me mordí el labio cuando ella se acercó a él, primero despacio, y luego
rápido, y entonces, justo cuando sus labios iban a tocar los de él, se echó a
reír con nerviosismo y se apartó rápidamente.
-¿Qué
pasa?-rió Alec.
-Es
que me da mucha vergüenza.
-¿Quieres
que te lo dé yo?
-Vale,
pero sin lengua, que eso es una cochinada.
Scott,
Eleanor, Alec y yo nos reímos; Alec asintió con la cabeza, y vi cómo Duna cerraba
los ojos con fuerza y contenía la respiración. Alec se inclinó despacio hacia
ella, que jadeó al sentirlo cerca, y le dio un beso en los labios tan efímero
como el aleteo de una mariposa. Duna inspiró por la boca, como intentando
recuperar su primer beso, y cuando abrió los ojos, se le había bajado un poco
el rubor de las mejillas.
-Ahora
ya no te vas a poder olvidar de mí nunca-bromeó Alec para aliviar la tensión en
el momento, y ella rió por lo bajo.
-Y tú
de mí, tampoco.
-Yo
ya no iba a olvidarme de ti, Dundun-ronroneó como un gatito, dándole un beso en
la frente.
-Ya
os podéis dar la vuelta-anunció Duna, sentándose con las piernas cruzadas al
lado de Alec.
-¿Qué
tal la experiencia?-quiso saber Eleanor.
-Bien-se
mantuvo un rato callada, críptica, puede que esperando más preguntas, y cuando
no se las hicimos, soltó-: Alec sabe a regalices.
-Interesante-comentó
Scott, divertido, y Duna miró a Eleanor.
-¿Scott
sabe a metal?
-Eh…
no. ¿Por qué dices eso, Duna?
-Pues
porque lleva un piercing. Es normal que Alec sepa a regalices; ha comido
regalices. Así que supongo que Scott sabe a metal.
La reflexión de la pequeña fue la señal que yo
necesité para llevarme a Alec de casa. Estaba convencida de que no podría decir
nada que mejorara aquella declaración, por lo que sólo me quedaba disfrutar,
por fin, de tiempo a solas con mi chico.
Apenas
cerré la puerta de casa, con la bolsa en la que tenía guardado su regalo
colgándome de las manos, me giré y empecé a besarlo con intensidad. Por los
pelos se me cae la bolsa al suelo, algo que yo no podía permitirme, no porque
el regalo fuera delicado, sino porque le daría pistas a Alec, y yo quería que
todo fuera una absoluta sorpresa, igual que la tarde con Duna lo había sido
para mí.
-Por
fin solos-ronroneó Alec, divertido, acariciándome la punta de la nariz con la
punta de su lengua, y yo me eché a reír.
-Ya
creía que Duna no nos iba a dejar marchar.
-Qué
momento tan intenso acaba de protagonizar, ¿no te parece?
-Te
diría que sí, pero no quiero ser hipócrita cuando vayas a marcharte a África y
yo me enganche a tu pierna para intentar impedir que te vayas. Lo cierto es que
la entiendo-me encogí de hombros y bajé las escaleras de mi porche, bien
enroscada a su cintura. Alec me besó la cabeza y me acarició el costado con las
manos, dándome calor.
-No
esperaría menos de ti, bombón. Y, a decir verdad, tampoco esperaría menos de Duna-me
dio un pellizco en la mandíbula y yo lo miré desde abajo. Bajo la luz de las
farolas, que cambiaba a medida que caminábamos, las sombras de su rostro
bailaban en sus facciones como a mí me gustaría hacerlo en su cuerpo.
Lenta, muy lentamente, fui cobrando consciencia
de lo que había pasado a lo largo del día: las cartas. Su visita. La rosa
amarilla. El ramo de flores para Duna. La inclusión de Duna en nuestros planes.
Los besos robados cuando ella no miraba. Los besos que ella interrumpía desde
lejos. El primer beso de mi hermanita, dado a alguien que la quería y que
siempre sería especial para ella, al igual que siempre lo sería para mí.
Alec me
entendía. Sabía qué era lo que me gustaba y no dudaba en dármelo, estuviera a
su alcance o no. Si lo tenía al alcance de la mano, simplemente la estiraba; y
si no, se ponía de puntillas hasta tocar el cielo y poder rascar estrellas de
él. Sabía la intensidad con la que quería y no le asustaba, ni tampoco dejaba
que el fuego de mi amor le quemara, encendiéndose tanto que terminaba siendo un
incendio a mi lado, calentando e iluminando todos los mundos que estuvieran a
nuestro alcance. Le gustaba hacer feliz a la gente, y le encantaba hacerme
feliz a mí. No me lo merecería ni en un millón de años; en cambio, Alec sí me
merecía a mí, porque era a la que había elegido para querer, y se merecía tener
todo lo que él deseara.
-Gracias
por lo de esta tarde-susurré, besándole el costado, y él buscó mi mirada con
sus ojos. Le miré por debajo de las pestañas, mimosa, y él sonrió-. No sabes lo
importante que eres para mi hermana.
-Sí
lo sé; por eso lo he hecho.
-Bueno-respondí,
cogiéndole la mano y besándole la palma-. Aun así, quería decirte que te lo
agradezco mucho. La has hecho muy feliz, y a mí también.
-Lo
sé. Por eso la he traído. Mira, Saab: a lo largo de estos días, me he dado
cuenta de lo importante que es tu familia para ti. Mimi no se habría puesto
como tú si yo le hubiera dado la noticia que Scott te dio a ti. Sé que sois una
piña, que os queréis con locura y que no dejaréis que nadie se interponga entre
vosotros. Que es, curiosamente, lo mismo que te prometí. Así que… yo sólo
quería demostrarte que me he dado cuenta de que, ante todo, eres una Malik. Que
te importan tus hermanas, tu hermano y tus padres como a poca gente le importan
sus hermanos y sus padres. Que aprecias ser parte de algo y te encanta tener un
clan. Y yo quiero pertenecer a ese clan. No pienses que te lo estoy volviendo a
pedir-comentó, tomándome de la mandíbula-; o, más bien, no pienses que estoy
repitiéndote mi oferta. Te lo pido de nuevo cada vez que te miro; mi oferta va
a seguir en pie siempre para cuando tú quieras aceptarla, pero… lo de hoy no es
una prueba de lo que sería nuestra vida juntos. Sólo es una palabra-murmuró,
distraído-. Da igual cómo nos definamos. Es no implica que lo que sentimos
tenga menos importancia, o que nos conozcamos menos. El día que tu madre
consiguió que readmitieran a Scott y estuvimos con tus hermanas, me di cuenta
de lo feliz que estabas con ellas. Y yo supe que no habría nada que te hiciera
más feliz que saber que toda tu familia había tenido un San Valentín muy
especial-sonrió-. No podría haberte dado uno mejor que el de hoy sin Duna, o
sin Shasha. Así que… bueno, quería que lo supieras. Que lo sé, quiero decir. Que
sé que si quiero tratarte como a una princesa (y nada me gustaría más), también
tengo que tratar como princesas a tus hermanas. Porque si tu familia es feliz,
tú eres feliz. Y, como quiero hacerte feliz, también conseguiré que tu familia
lo sea.
-Tú ya
me haces feliz, Al-ronroneé, y le di un lento beso que me supo a gloria. Empezó
a sonreír mientras nos besábamos, y no había mejor sensación que notar cómo sus
dientes se abrían paso entre sus labios-. Siempre me vas a hacer feliz. Por eso
estoy dispuesta a esperarte el tiempo que haga falta. Medio mundo no es nada,
¿recuerdas? Y, desde que estoy contigo, para mí todos los días son como San
Valentín.
Él sonrió,
me acarició la boca y comentó en tono soñador:
-Todavía
no sé qué he hecho para merecerte.
-Existir-respondí,
besándole la palma de la mano-. Y estar ahí. Pero, venga. Vamos a tu casa. Todavía
nos quedan horas que rellenar. No podemos dejar que el día decaiga, ¿no te
parece?
-Tienes
razón-rió por lo bajo, sin saber lo que le esperaba. Me rodeó la cintura y
caminamos con paso acompasado, pie derecho-pie derecho, pie izquierdo-pie
izquierdo, hasta que llegamos a su casa. Introdujo las llaves en la puerta y
les dio varias vueltas, descorriendo todos los pestillos. Cuando por fin la
cerradura hizo clic y la puerta cedió, la empujó y la sostuvo para que yo
pasara delante de él. Trufas corrió a
saludarnos, efusivo, y Alec frunció el ceño al comprobar que la luz de la
cocina estaba encendida.
-Qué
raro…-comentó, cerrando la puerta-. Mamá nunca se deja ninguna luz encendida.
-¿No
están tus padres?-inquirí con fingida inocencia, como si no supiera que la casa
estaba ocupada, pero no por quien Alec pensaba.
-No-respondió,
dejando las llaves en una pequeña bandejita del vestíbulo y quitándose la
chaqueta. Acarició a Trufas
distraído-. Tenemos la casa para nosotros solos unas horas; se han ido a cenar
a los Jardines de Kew.
La
imagen tan famosa de un invernadero gigantesco en cuyo interior había una
miríada de flores refulgió en mi cabeza, y me imaginé acudiendo a la cena de San
Valentín del brazo de Alec, él en traje y yo de vestido. Llevaría un vestido de
seda tirantes finos y espalda descubierta en el mismo tono que la ropa interior
que vestía, y guantes hasta más arriba del codo de color blanco. El maître nos recibiría nada más llegar,
nos conduciría a una mesa redonda adornada con un centro de flores (con suerte,
rosas amarillas), y Alec y yo lo seguiríamos obedientemente, él con la mano en
mi espalda y yo con la barbilla bien alta, presumiendo de acompañante.
-Jo,
¡qué guay! Igual deberíamos hacer eso para la próxima.
-Sí-musitó
Alec, distraído-. Eh… estaría bien-echó a andar hacia la cocina, notando que
algo no iba bien, y yo le seguí a una prudente distancia. No quería que descubriera
la sorpresa antes de tiempo al ver la sonrisa boba que era incapaz de
disimular.
Por supuesto
que había algo que no encajaba: la casa no estaba vacía.
Y,
Dios, ojalá hubiera grabado la cara que puso Alec en cuanto abrió de par en par
la puerta de la cocina y se encontró allí a Tommy y Diana.
-¡Hola,
pareja!-saludó su amigo, al tiempo que la americana soltaba una risita. Alec abrió
la boca, estupefacto, y se giró hacia mí. Abrí los brazos.
-¡Sorpresa!
Qué, ¿pensabas que eras el único que podía tener preparado algo especial para
hoy?
Jamás
se me olvidaría la cara que puso Alec en aquel momento. Era la de un chiquillo
en la mañana de Navidad. La de un niño que aprende a andar en bici sin
ruedines, solo por fin. La de un chico al que la chica que le gusta le dedica una
sonrisa, y le confiesa que sus sentimientos son recíprocos.
La del
hombre que se da cuenta de que puede que aún no sea un hombre todavía, y que la
mujer a la que ama tampoco sea aún una mujer, pero ya la quiere como un adulto
y ella lo ama de la misma manera: siendo incapaces de concebir la vida sin el
otro. Y van a pasar el Día de los Enamorados por primera vez juntos. Uno de
muchos. Si por ellos dos fuera, un millón.
Me tomó
de la cintura y pegó su frente a la mía, inhalando mi perfume, emborrachándose
de mí.
-Eres
la mejor, Sabrae.
-Tengo
que estar a la altura-respondí, echándole los brazos al cuello y besándolo
larga y profundamente, como en las películas. Si mi vida fuera una película de
los años 50, habría levantado el pie como las grandes actrices de Hollwyood. Desde
luego, yo estaba viviendo una historia de amor que nada tenía que envidiar a la
suya.
-Bueno,
bueno, que entiendo que los sentimientos están a flor de piel y tal, pero… Tommy
y yo llevamos toda la tarde deslomándonos; estaría feo que no dejarais hueco
para lo que os hemos preparado-rió Diana, apartándose el pelo dorado del
hombro. Me separé de Alec, concediendo que la americana tenía razón, pero él no
estaba por la labor de dejar de besarnos todavía.
-¿En
serio, Alec? ¿Justo delante de mi ensalada?-espetó Tommy, y Alec me acarició
las mejillas con los pulgares mientras me miraba a los ojos.
-Delante
del mundo entero, si hace falta. Que se enteren hasta en el cielo de que no
pienso dejar escapar a esta chica.
Y me
besó como si, efectivamente, no fuera a dejarme escapar. Por Dios, esperaba que
jamás lo hiciera.
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Bueno mira, creo que he debido de pasarme media hora sonriendo como una boba. Estoy enamoradisima de este chaval, pero en un plan que no tiene remedio, de verdad que estoy en un punto de no retorno. Punto numero uno, la escena de clase con lo de las clases y el mensaje secreto en todas las cartas y el piquito me ha tenido chillando y sonriendo como una boba y luego toda la tarde con Duna ha sido mazo bonita, me ha encantado que Alec la haya incluido y también la conversación sobre sexo que han tenido despues, me puto encanta que se expresen tan bien y sin tapujos sobre el sexo y se dejen claras las cosas en ese aspecto. Y por último lo de Tommy esperandolos en casa con Diana y la cena hecha me ha parecido puto bonito, me esperaba que con lo lindo qje es Tommy le dijese que no a prepararle la cena. Pd: deseando leer el polvo del próximo cap, para que engañarnos.
ResponderEliminar