domingo, 2 de febrero de 2020

Princesa(s).


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Entonces, ¿no vais a hacer nada especial esta tarde?-preguntó Momo, alzando las cejas, como si no le hubiera dicho a las chicas ya varias veces que iba a celebrar San Valentín con Alec exclusivamente de noche, por lo que, si querían, quizá podíamos planear algo. Negué con la cabeza y le recordé:
               -Tiene que trabajar, ¿recuerdas?
               Se lo había contado a Momo, Taïssa y Kendra nada más hablarlo con Alec. Él se había disculpado una y mil veces conmigo por no haberse dado cuenta de lo especial del día y haber intentado pedirlo con más antelación: cuando había caído en que le tocaba trabajar en San Valentín, había tratado de cambiarlo, pero ya era tarde. Si de por sí necesitaba bastante tiempo de antelación para cogerse una tarde libre (porque nadie iba a cambiarle el turno ese día), en San Valentín, uno de los días del año en que más reparto de paquetes había, casi tenía que planearlo con seis meses de antelación. Al se había disgustado muchísimo mientras me lo contaba, “debería pasarme nuestro primer San Valentín escuchando tu voz y no la del GPS” había comentado con tristeza, y yo había negado con la cabeza, había cogido su rostro entre mis manos y le había dicho que no pasaba nada, que podíamos estar juntos de noche, dormir yo en su casa o él en la mía, viendo una peli o simplemente enrollándonos.
               -Pero, ¿no quieres hacer nada especial?-había preguntado él, y yo sacudí la cabeza. Aunque sí quería tener un plan especial con él, no quería que pensara que estaba decepcionada, porque no era así. Su reacción al intentar concretar algo para ese día ya me decía más de él que un millón de gestos en el día en que se supone que tienes que hacerlos.
               -Para mí cualquier cosa será especial si estoy contigo.
               Él había sonreído, se había pegado a mí y me había dado un beso en los labios.
               -Te lo compensaré, Saab. Te lo prometo.
               -Espero que esa compensación no lleve aparejada ropa-ronroneé, enganchándolo de la camisa y tirando de él hacia mí. Aún estaba con la regla por aquel entonces, de modo que tenía las hormonas revolucionadas, y combinadas con el aroma de su colonia y el sabor de su boca formaban una mezcla explosiva.
               Por suerte, ya se me había terminado el período, así que podría estrenar un conjunto de lencería que había ido a comprar hacía unos días con mis amigas, de un tono melocotón que estaba segura de que le encantaría. Su color favorito en su chica favorita.
               -Bueno, entonces, si queréis, podemos ir al cine. Podemos buscar una peli que termine pronto para que estés a tiempo en casa de Alec-los ojos de Momo resplandecieron, soñadores-. Hoy hay menú de parejas: cubo de palomitas extra grande, dos refrescos y una bolsa de gominolas. A mí no me importa apartar la bolsa de gominolas para que te la lleves y os la toméis juntos-comentó, abriendo su agenda y coloreando un corazón con un rotulador azul. Me abalancé sobre ella para darle un abrazo y un beso: Momo se había enfadado muchísimo con Alec cuando se enrolló con Zoe, había estado ahí apoyándome y diciéndome que no me merecía, pero en cuanto vio lo bien que estaba yo una vez que lo estuvimos los dos juntos de nuevo, había retomado su papel como animadora número uno de nuestra relación. Y a mí me encantaba que le perdonara con facilidad cuando veía lo importante que él era en mi felicidad. Me indicaba que era buena amiga.
                -Te quiero un montón, Momo-ronroneé, cariñosa. La verdad es que no me apetecía quedarme en casa viendo películas románticas con mis hermanas justo ese día: quería salir, pasear, empaparme del romanticismo que flotaba en el aire.
               Por Dios, nunca había sido así de ñoña. Aunque supongo que nunca había estado así de enamorada.
               Momo se giró para comentarles el plan a las chicas, y en ello estábamos cuando llamaron a la puerta.
               Y ni en un millón de años me habría imaginado que quien aparecería en ella sería Alec.
               -Buenas-canturreó, abriendo la puerta de par en par y quedándose en el marco, con una cesta colgando del hombro. Me incorporé en el asiento al verlo y me relamí, como si no hubiera estado un ratito con él en el recreo: estaba guapísimo con su camisa blanca, sus vaqueros azules, sus Converse y su mandíbula recién afeitada, que resultaba suave incluso a la vista-. Becario de Cupido, ¿puedo pasar?
               -Qué remedio-suspiró la profesora, dejándose caer en el asiento mientras se sacaba el móvil del bolso para aprovechar el momento de descanso. Alec asintió con la cabeza y se sacó un folio doblado del bolsillo del pantalón.
               -¿Alguien me puede dejar un boli?-preguntó, y todas las chicas de la clase se apresuraron a levantar los suyos. Todas, salvo yo. Alec aceptó uno que le ofreció una chica que se sentaba cerca de la puerta, y empezó a pasearse por la clase, recitando los nombres de mis compañeros por orden alfabético. No me miró en ningún momento, pero eso es porque se toma en serio su trabajo.
               Todos los años, la semana antes de San Valentín, los profesores de Literatura habilitaban una zona en la biblioteca para preparar ese día. Los alumnos de Plástica se ocupaban de coger los folios que se habían ido desechando a lo largo del curso, borrarles las palabras impresas y teñirlos de tonos pastel, para devolverles una parte al departamento de Literatura y que estos imprimieran poemas románticos en ellos; otra parte la reservaban para cada clase, que se ocupaba de darles forma de corazón. Luego, esos papeles iban a la biblioteca, donde cada alumno podía coger los que quisiera, escribir en ellos si les apetecía, sellarlos de alguna forma y luego meterlos en la cesta correspondiente al curso del destinatario. Dado que los alumnos de último curso eran los más interesados en que la biblioteca se despejara cuando antes, se pasaban la última hora de clase del día de San Valentín repartiendo las cartas por clase. Y, luego, cada uno cogía una cesta y se iba a la clase que le hubiera tocado a repartir los mensajes de amor.
               Me pregunté cómo reaccionaría Shasha al ver que Scott y yo le habíamos enviado un poema cada uno, y no pude quedarme quieta en el asiento imaginándome la cara de mi hermana.
               Un par de chicas se echaron a reír cuando Alec le dio una colleja sin querer al chico que les gustaba con las alas de hada que llevaba a la espalda.
               -Cuidado con mis alas, chavalería, que son muy sensibles-comentó, y todos se echaron a reír. Momo me miró conteniendo una carcajada.
               -Es el primero que veo que lleva alas de plástico.
               -Es que es un payaso-me encogí de hombros, abrazándome a la carpeta y apoyando la mandíbula en ella. Me estremecí de pies a cabeza cuando Alec dijo el nombre de Hugo, y éste levantó la mano. Alec caminó hacia él, cogió un par de cartas de su cesta y se las entregó. Hugo se giró para mirarme, y yo le sonreí. También le había enviado cartitas a él, a mis amigas, y, por supuesto, a Alec. A Scott, no. Que le den a Scott.
               Vi por la sinceridad de su sonrisa que no se esperaba que siguiéramos con la tradición que habíamos empezado un San Valentín antes de empezar a salir, pero yo me había prometido a mí misma que seguiría siendo su amiga a pesar de que ya no estuviéramos juntos y yo estuviera con otro (y qué otro), así que no sería yo quien perdiera la costumbre.
               Fue tachando nombres de la lista y, cuando me llegaba mi turno, pasó de mí. Me quedé a cuadros cuando pronunció el nombre de un chico cuyo apellido empezaba por N sin haberme entregado absolutamente nada. Abrí la boca para protestar, pero decidí callarme en el último momento. Era imposible que nadie me hubiera mandado nada. ¡Mis amigas siempre me enviaban algo! ¡Y Hugo! Además, ¿Alec tampoco me había dedicado nada? Tanto cuento con no poder estar juntos en San Valentín, y luego no podía hacer el esfuerzo de ir a la biblioteca a cogerme ni un puñetero poema.
               No quería montar un numerito, a pesar de que me hiciera mucha ilusión recibir cartitas. Crucé las piernas y me puse de morros mientras lo miraba pasearse por clase, repartiéndole cartas a absolutamente todo el mundo sin dedicarme ni una mirada siquiera. Era como si yo no existiera, como si todo rastro de mí hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.
               ¿Es que no me has mandado nada, en serio? ¿No te das cuenta de que falto yo?
               Una cosa genial que hacían los alumnos de último curso era fotocopiar las listas de cada clase e ir tachando nombres a medida que iban recopilando sus cartas. Si alguien no tenía ninguna carta, elegían algún poema al azar que hubiera sobrado y lo repartían como si lo remitiera algún admirador secreto precisamente para evitar que nadie tuviera que pasar por lo que estaba pasando yo. Notaba las miradas de pena de varias compañeras clavadas en mí. Todo el mundo sabía que yo estaba con Alec, así que que yo no tuviera carta era doblemente humillante: primero, porque él no me había enviado nada, y segundo, porque ni siquiera se había dado cuenta de que yo no tenía nada.
               Puse los ojos en blanco cuando le entregó su correspondencia a un compañero apellidado Zemeckis y lo tachó de la lista. Alec frunció el ceño, miró su cesta, miró la lista y luego chasqueó la lengua.
               -Ah, perdón. Me he saltado a alguien. ¿Sabrae Malik?
pr
               Escuché a Kendra reírse a mis espaldas. Yo me cargo a esta zorra, pensé.
               -¿Sabrae Malik?-repitió Alec, y clavó los ojos en mí, pero no se movió un centímetro, así que yo tampoco me moví. Me convertí en una estatua enrabietada.
               Ahora, todo el mundo en clase estaba mirándome.
               -¿Sabrae Malik?-dijo una última vez, y yo parpadeé. Alec sonrió, asintió con la cabeza y llevó el boli al folio-. No está Sabrae.
               La profesora nos miró a ambos alternativamente, decidiendo cuál de los dos era más gilipollas.
               -Levanta la mano, Sabrae-me urgió Amoke.
               -No pienso levantar la mano como si no me conociera, tía. Queda rarísimo. Es mi medio novio.
               -¿Medio novio?-se burló Momo-. ¿Es que te mete sólo media polla, o qué?
               Le di un manotazo tan fuerte que incluso asusté a Taïssa, que se sentaba detrás de ella. Momo, por su parte, aprovechó el golpe que le di en el brazo, me cogió la mano y me la levantó.
               -Alec, Sabrae está aquí.
               Alec se acercó a nosotros y dejó su cesta sobre mi mesa.
               -¿Sabrae Malik?-preguntó, mirándome, y yo alcé una ceja y me recliné en el asiento.
               -Desde luego, no soy Sabrae Whitelaw-respondí, chula, y Alec me adelantó por la derecha contestándome:
               -Para mi desgracia.
               No pude contener una risa, negué con la cabeza, puse los ojos en blanco y estiré la mano.
               -No me puedo creer que me hayas obligado a levantar la mano.
               -No la has levantado tú, no seas victimista. Además, soy un mandado. Sólo cumplo órdenes, bombón-me guiñó un ojo y a mí se me olvidó todo. No puedo resistirme a cuando me llama “bombón” y a continuación me guiña el ojo: le diría a todo que sí. Me entregó las cartas, me sacó la lengua y sorteó las mesas en dirección a la puerta mientras yo deshacía el lazo con que venían unidas mis cartas. Sonreí al comprobar que había más de 4, así que una tenía que ser suya.
               -Adiós, Becario de Cupido-bufó la profesora mientras en la clase se empezaba a armar barullo al estar todo el mundo abriendo sus cartas y tratando de adivinar el remitente. Alec, sin embargo, se giró.
               -Oh, todavía no he acabado. Voy a por otra cesta, es que no puedo con todo.
               Se hizo de nuevo el silencio y yo me puse colorada cuando Alec cogió otra cesta de mimbre, más pequeña que la anterior, eso sí, y caminó directamente hacia mi mesa. Para cuando la colocó sobre ella, tenía la cara del color del cráter de un volcán en plena erupción.
               -¿Son todas para mí?-dije con un hilo de voz, incapaz de dar crédito. Allí habría, por lo menos, 50 cartas. Alec asintió, y yo tartamudeé-: ¿Son… son todas tuyas?
               Él me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, y me costó horrores no saltarle encima y empezar a besarle.
               -La gran mayoría. Resulta que eres lo suficientemente guapa como para que la gente se arriesgue a mandarte cartas de San Valentín a pesar de lo mazado que estoy yo-me guiñó un ojo y se echó a reír. Aunque debería marcharse y la falta de intimidad se lo aconsejaba, Alec no pudo resistirse a quedarse a mirar cómo hundía las manos en la cesta y ojeaba las cartas. En la mayoría, mi nombre estaba escrito con su letra.
               Levanté la vista y lo miré. Me relamí los labios y sus ojos se dispararon hacia mi boca.
               -He estado a punto de enfadarme muchísimo contigo.
               -¿Por?
                -Creía que no me habías mandado nada.
               -Mujer de poca fe-rió, inclinándose hacia mí y dándome un pico.
               Delante.
               De.
               Toda.
               Mi.
               Clase.
               Iba a ser la envidia del instituto a la hora de salir. Puede que incluso me pegaran, por repelente. Mi vida era demasiado perfecta.
               -Te veo de tarde-ronroneó.
               -¿A qué hora?-pregunté, y Alec soltó una risita.
               -Ah. ¡Adivinas!-canturreó, metiéndose las manos en los bolsillos y haciendo un gesto en dirección a las cartas-. Misión cumplida, profe-se despidió, llevándose dos dedos a la sien para hacer el saludo militar-. Podéis continuar.
               Volvió a guiñarme el ojo mientras cerraba la puerta, yo le saqué la lengua, y cuando la manilla hizo clic, Alec se estaba riendo. Apoyé los codos en la mesa, fantaseando con lo que íbamos a hacer de noche (le tenía preparada una sorpresa muy especial) y la manera en que lo celebraríamos. Aún no nos habíamos quitado la ropa, pero yo ya sabía que haríamos el amor despacio, mirándonos a los ojos, él encima y yo debajo, besándonos con la tranquilidad de quien tiene todo el tiempo del mundo.
               -Saab-murmuró Taïssa a mis espaldas-, ¿no vas a abrir las cartas?
               -¿Qué? ¡Oh! ¡Sí, claro! ¿Me echáis una mano?-les pedí, y les dimos la vuelta a las mesas mientras la profesora abría el periódico. La última clase del día de San Valentín siempre terminaba de la misma forma, y a los profesores no les hacía especial gracia tener que aguantar cómo una manada de adolescentes insoportables rugía al gestionar tantísimo correo.
               Apartamos las cartas que mis amigas habían recibido y que Alec me había entregado en mano a un lado y volqué el contenido de la cesta sobre las cuatro mesas unidas. Empezaron a abrir los sobres con la intención de sacar los poemas que había en su interior, pero Taïssa frunció el ceño al descubrir un cuarto de folio con un símbolo raro.
               -¿Qué es eso?-preguntó Kendra-. ¿Una runa de Illuminati?
               -¿A ver?-pedí, extendiendo la mano. Taïssa me entregó la hoja y yo me la quedé mirando. Tenía dibujado un círculo en cuya base había una línea vertical que lo conectaba con una línea en horizontal. Fruncí el ceño al darme cuenta de que me resultaba familiar, y fue entonces cuando me percaté de que había unos números en una esquina. Se trataba de una suma en la que el resultado tenía que colocarlo yo.
               Y, al girarlo para mirar los números, me di cuenta de que el dibujo no era un dibujo, ni un símbolo, ni una runa. Era una letra del alfabeto ruso. Sonreí.
               -Sacad todas las cartas-les pedí, y ellas obedecieron. Nos vimos con un pequeño montículo de cuartos de folio poblados de letras del alfabeto, todas con una operación en la parte inferior. Seguro que en esa pequeña montaña había un mensaje oculto cuya clave estaba en las operaciones, así que sacamos las calculadoras y empezamos a resolverlas, para descubrir que el resultado jamás se repetía.
               -Vale-rió Kendra cuando nos quedamos mirando, de pie, las cartas esparcidas-. Tengo que reconocer que Alec sabe cómo ser tocapelotas.
               -A mí me parece un gesto precioso-replicó Taïssa-. Ojalá alguien hiciera algo parecido por mí alguna vez.
               -Seguro que sí, Taïs. Ya verás cómo sí-sonreí.
               -¿Te ayudamos a ordenarlas?-ofreció Momo, y en las mesas unidas se inició un baile de papeles que finalmente dieron como resultado el siguiente mensaje:
               Я забираю тебя в четыре часа в твоем доме, чтобы прогуляться. Надень что-нибудь хорошее (Улыбка была бы из кино)
               Escribí el mensaje en el traductor de Google y sonreí. Te recojo a las 4 en tu casa para ir a dar un paseo. Ponte algo bonito (una sonrisa estaría de cine).
               Y la última hojita ponía: “te quiero –Al♥”.
               Mis amigas sonrieron al verme emocionada. No podía dejar de pensar en el tiempo que debía de haberle llevado a Alec planear todo aquello. Eran 112 letras, así que había 112 cartas, con sus operaciones, sus folios y sus sobres. Cada vez me alegraba más y más de haberme esmerado con el regalo que le tenía preparado, y que pensaba llevarle a casa mientras él trabajaba.
                -Creo que vamos a tener que posponer lo del cine, chicas. No os importa, ¿verdad?
               -Sabrae-Taïssa me miró, muy seria-, por supuesto que no nos importa. Alec y tú sois mis padres.
               -¡Además, ya hemos visto todas las pelis de la cartelera!-rió Kendra, y yo alcé una ceja.
               -Espera, ¿vosotras ya sabíais que Alec…?
               -Pues claro-respondió Momo, altiva-. Me mandó un mensaje un día para decirme que teníamos que reservarle a él San Valentín. A cambio, podríamos tenerte dos findes enteros, si queríamos.
               -Pero tranquila-añadió Kendra-. Nos los cobraremos cuando tengas la regla.
               Me eché a reír y las abracé con lágrimas en los ojos, plenamente consciente de que era la persona con más suerte del mundo. No sólo tenía un chico increíble que estaba colado hasta los huesos por mí, sino que mis amigas estaban más que dispuestas a apoyar nuestra relación, a pesar de que a veces eso significara renunciar a mí un tiempo.
               Alec llegó diez minutos más tarde de las cuatro, pero yo estaba decidida a no comentar nada sobre su falta de puntualidad porque sabía que lo estaba haciendo a posta, para intentar ponerme nerviosa. No es que no tuviera ganas de salir con él; todo lo contrario, pero mentiría si dijera que no disfrutaba pasando tiempo sentada en el sofá del salón, viendo la televisión acurrucada al lado de Shasha mientras mis padres se preparaban en el piso de arriba para salir, y Scott esperaba impaciente a que le despejáramos la casa, fantaseando con lo que Alec tendría planeado, pues estaba claro que lo tenía todo organizado.
               Cuando llamaron a la puerta, fue Scott quien se levantó y fue a abrir. Yo no iba a moverme, no después de lo mucho que me había tomado el pelo por la mañana. Me apetecía torturarlo un poco haciéndole pensar que se me había olvidado nuestra cita.
               -Hey-saludó Alec al abrirle mi hermano la puerta, y éste se echó a reír.
               -Vaya, Al. Te lo estás tomando en serio, ¿eh?
               -Seguro que pensabas que mi idea de un plan romántico era comer coños un poco más despacio de lo normal.
               -¿Así que hoy no va a haber sexo oral?-bromeó Scott, apareciendo por la puerta del salón.
               -Joder, espero que sí-respondió Alec, quedándose parado en el marco de la puerta. No pude evitar sonreír como una boba al verlo, no sólo por lo guapo que estaba, con su eterna camisa (esta vez, azul celeste), eternos vaqueros (esta vez, oscuros) y Converse blancas, sino también por lo que traía en la mano: un ramo de azucenas blancas, sonrosadas y naranjas. Me puse en pie y fui a darle un beso, sin poder resistirme a él.
               -Hola, guapo-ronroneé antes de que nuestros labios se encontraran, y Alec me tomó de la mandíbula para poder alargar nuestro beso un poco más.
               -Estás preciosa-murmuró, y yo sonreí. Me había puesto una sudadera rosa claro, vaqueros claros y zapatillas blancas con un par de adornos en la parte del talón, me había soltado el pelo y aplicado un poco de brillo de labios y rímel, para ir natural y cómoda adonde quiera que fuéramos a ir.
               -Mira quién habla. ¿Son para mí?-pregunté, señalando el ramo, y Alec chasqueó la lengua y se rió por lo bajo.
               -Bueno, más o menos. En realidad…-comentó, sacando una rosa amarilla del centro del ramo-, ésta sí es para ti.
               -Vaya, ¿y las demás?-pregunté, arqueando las cejas mientras me llevaba la flor a la nariz para oler su perfume.
               -Para mamá. Seguro que quiere convenceros para hacer un trío-comentó Scott con sorna, y Alec lo fulminó con la mirada.
               -Scott, el día que tú naciste debería haberse declarado luto nacional-gruñó, y Scott se rió mordisqueándose el piercing.
               -El día que me muera sí que se declarará, te lo digo yo.
               Alec puso los ojos en blanco y reveló:
               -En realidad, son para Duna. ¿Está en casa, o tenemos que ir a por ella a la de los Tomlinson?
               Duna no tardó ni un minuto en acudir al encuentro de Alec en cuanto yo la llamé, avisándola de que estaba allí. Abrió tantísimo los ojos que pensé que se le saldrían de las órbitas cuando vio que el ramo de flores de mi chico en realidad era para ella.
               -Feliz día de los enamorados, mi amor-celebró Alec dándole el ramo, y la chiquilla se puso a dar brincos abrazándose a las flores y hundiendo la cara en ellas como si no hubiera un mañana.
               -¿Para mí no hay nada, Alec?-preguntó Shasha.
               -Te iba a pillar unas entradas para algún concierto de esas coreanas que te gustan, pero se me salía un poco de presupuesto.
               -Mira, Scott: Alec al menos sabe que los que me gustan son coreanos, y no chinos.
               -Te está dorando la píldora.
               -Aun así, se esfuerza más que tú.
               -Yo soy tu hermano, no tengo que gustarte-replicó Scott, mirándola como si estuviera loca-. Alec es tu cuñado, así que más le vale tenerte de su parte.
               -Alec no es cuñado de nadie-recordé yo, y tanto Shasha como Scott me miraron.
               -Te acaba de traer flores, Sabrae-espetó Scott.
               -¿Y?
               -Déjalo, S. Ya sabes que es terca como una mula, especialmente cuando no tiene razón-contestó Alec, y yo me giré para mirarlo.
               -¿Perdón? ¿Cómo es eso de que no tengo razón?
               -Pues no, no la tienes, porque soy el novio de Duna-espetó, y Duna sacó la cara del ramo de flores y lo miró como si se acabara de poner a caminar sobre las aguas del Támesis-. ¿Verdad que sí, mi amor?
               -¡Así es!-festejó Duna, levantando las manos. Scott y Shasha se echaron a reír-. Por eso me has traído flores, porque es nuestro día.
               -Exactamente, y por eso nos vamos a ir de cita romántica tú y yo, ¿qué te parece?
               -¿Y qué pasa conmigo?-pregunté, fingiendo celos. Alec me miró fingiendo sorpresa.
               -No sé, ¿qué pasa contigo? ¿Quieres venir con nosotros?
               -Hombre, Shasha va a dar una vuelta con sus amigas, papá y mamá tienen planes, y como comprenderás no me apetece mucho quedarme en casa con Scott y Eleanor follando como conejos en el piso de arriba.
               -Puedes subir a mirar si eso te pone, hermanita-ronroneó Scott, colgándose del sillón.
               -No quiero quedarme ciega al vértela, gracias, Scott.
               -Creo que no te va a pasar nada siempre y cuando no tengas a mano una lupa-espetó Alec, y Shasha soltó una sonora carcajada.
               -¿A que te parto la puta cara, gilipollas?-ladró Scott, pero Alec no le hizo el menor caso.
               -Bueno, Dundun. ¿Qué opinas? ¿Te importa que Sabrae venga con nosotros-le preguntó Alec a mi hermana pequeña, que arqueó las cejas y abrió la boca en una cueva perfecta.
               -Espera, ¿nos vamos de verdad?
               -Duna, por favor, ¿cuándo te he engañado yo?
               -Muchas veces. Me robabas la nariz de pequeña.
               -Si no tuvieras la nariz tan robable, yo no te la robaría.
               -Ve a cambiarte, vamos-la insté, y Duna no necesitó que se lo dijera dos veces. Después de pedirle a Shasha que le sujetara el ramo de flores que le había traído “su novio” (hecho que recalcó mirándome con un sorprendente desafío), echó a correr escaleras arriba tan rápido que se ganó una regañina por parte de mamá. Cuando bajó, en lugar de reunirse con nosotros, se metió en la cocina, donde estuvo trasteando un rato. Regresó finalmente con un tarro lleno de regalices que le entregó a Alec diciéndole que ese era su regalo de San Valentín. 
               -Ay, muchas gracias, Dundun. Eres la mejor. Oye, ¿y mi beso?-preguntó Alec, hincando la rodilla para ponerse a su altura y dejar que ella le diera un beso en la mejilla tras soltar una risita. Duna se puso roja como un tomate cuando Alec se lo devolvió, se tapó la boca para contener una adorable risita, y le pidió a Shasha que cuidara bien de sus flores.
               -Las pondré en agua-le prometió nuestra hermana, y tras coger mi bolso y ayudar a Duna a ponerse un abrigo, salimos a la calle. Tenía la esperanza de poder ir de la mano con Alec hasta la parada del autobús, pero Duna se me adelantó colocándose entre nosotros dos y enganchándose a la mano de Alec como si su vida dependiera de ello.
               -No puedo creer que le hayas comprado a mi hermanita un ramo de flores-me eché a reír-. Te debe de haber salido por un ojo de la cara la broma, con lo caros que están estos días.
               -Se las he cogido del jardín.
               -Qué romááááááááááááááántico-ronroneó Duna, abrazándose al brazo de Alec y frotando su mejilla contra él como si fuera una gatita mimosa.
               -¿Y qué hay del lazo?-quise saber, alzando una ceja con perspicacia.
               -Parece mentira para ti, Sabrae. He estado media hora viendo tutoriales en Youtube para aprender a hacerlo. Por eso he llegado tarde.
               -Sí, ya. Seguro que has llegado tarde porque te ha pillado el toro poniendo velitas en tu habitación.
               -Vale, es verdad. Quiero que esté presentable para cuando venga Bey.
               -¡No tiene gracia!-pero me eché a reír.
               -Sí que la tiene-respondió él, dándome un beso en la mejilla.
               -¿Qué vamos a hacer, Al?-preguntó Duna, que no iba a consentir que su novio dejara de prestarle atención siquiera una milésima de segundo.
               -Ah. Es sorpresa.
               -¡Qué bien! Me encantan las sorpresas. ¿Me levantáis en el aire?-pidió, estirando la mano para que yo también la cogiera. Cogió carrerilla y dio un brinco que Alec y yo alargamos sosteniéndola en el aire con nuestros brazos (él mejor que yo, la verdad sea dicha), y en ese humor juguetón y feliz llegamos a la parada del bus. Cuando nos montamos, Duna corrió a dos asientos que había libres, se puso de morros cuando yo me senté a su lado, y casi se hace pis de la alegría cuando Alec la cogió en brazos y la sentó sobre su regazo. Le contó qué tal le estaba yendo en el curso y sonrió con orgullo cuando Alec la felicitó por sus buenas notas y le dijo que tenía que seguir así, que era la más lista de la casa y que iba a llegar lejos.
               -Lo sé-contestó Duna, sacándole la lengua.
               -Qué humilde-rió Alec.
               -Las chicas Malik no somos humildes-respondí yo, y Duna asintió con la cabeza.
               -Así es.
                Decidido a no perder a Duna de vista ningún momento, cuando nos bajamos del bus y entramos en una boca de metro Alec, ni corto ni perezoso, le rodeó la cintura con un brazo y se la cargó al costado, llevándola como si fuera una niña de dos años. Tengo que decir que Duna disfrutó de lo lindo subida en brazos de Alec, y puede que yo me pusiera un pelín celosa porque él no podía llevarme así durante mucho tiempo sin cansarme, como sí le sucedía a ella.
               La verdad es que estaba intrigadísima por saber adónde íbamos, pero no quería estropear la sorpresa que sabía que Alec se había esmerado en preparar. Me gustaba ir detrás de ellos, viendo cómo se tomaban el pelo y jugaban, Duna encantada de la vida y Alec comportándose como si hubiera nacido para cuidar de niños, sin importar su edad. Les hice una foto que colgué en Instagram mientras subíamos por las escaleras mecánicas en dirección a la calle, ya en la parada cercana al sitio al que Alec pretendía llevarnos. Escribí “tortolitos”, añadí un par de emoticonos románticos, etiqueté a Alec y la colgué justo en el momento en que la luz del perezoso sol de febrero nos volvía a bañar. Alec sintió que su móvil vibraba en su bolsillo, y al ver que se trataba de una interacción mía, me miró con una sonrisa y deslizó el dedo para abrir la notificación. Duna se rió cuando él le enseñó la foto, y Alec entrecerró los ojos, perspicaz.
               -Tu hermana nos acaba de dar una idea-anunció, y Duna volvió a reírse a pesar de que probablemente no tenía ni idea de qué hablaba Alec, pero no le importaba. Y lo cierto es que a mí tampoco: con escuchar su voz, a las dos nos bastaba.
               Claro que tampoco teníamos muchas pistas hasta que no llegamos a nuestro destino. Sonreí en cuanto vi la silueta de la noria aparecer entre los edificios, abriéndose hueco entre los árboles del parque en que se asentaba uno de los pocos parques de atracciones permanentes que había en Londres… curiosamente, el mismo parque de atracciones en que Alec y yo habíamos coincidido “casualmente” un poco antes de Nochevieja, después de que nuestros amigos nos montaran una encerrona, y termináramos yendo por separado a los iglús.
               Duna ahogó un gritito de emoción y miró a Alec con ojos grandes como los de un lémur, pero desde luego mucho más cuquis.
               -¿Podemos subirnos en la noria?-pidió, haciéndole ojitos a mi chico, como si no se lo hubiera metido en el bolsillo hacía un rato, después de juguetear con su pelo. Alec se rió.
               -Lo que quiera mi princesita.
               Se giró para mirarme y estirar la mano en mi dirección para asegurarse de que tampoco me perdía a mí, y entonces se zambulló de lleno en la marea de gente, todos parejas salvo nosotros tres, que atravesaban las puertas de hierro del parque de atracciones como el río Nilo se desliza por Egipto.
               Fuimos derechos a la noria: Duna se tapaba los ojos al llegar a la cima mientras Alec y yo nos reíamos, y nos cogía muy fuerte de la mano cuando nuestra cesta empezaba a descender a una velocidad que hacía que nuestro estómago diera brincos. Después, cuando nos tocó bajar, Duna nos arrastró hacia las tazas que giraban sobre sí mismas; a continuación, lloriqueó hasta que nos convenció de que era lo suficientemente mayor como para subirse en la pequeña montaña rusa (y procuró hacerse la valiente a base de tratar de controlar el temblor de sus piernas una vez que la cola avanzaba), y cuando empezó a oscurecer, nos dirigimos al cine al aire libre que habían preparado en una explanada en la esquina del parque. ¿La película elegida? A todos los chicos de los que me enamoré. Duna chilló al ver el cartel, se volvió hacia mí y preguntó si podíamos coger palomitas.
               -Vale, pero una bolsa para todos, ¿eh? Que luego no cenas.
               -Está bien. ¿Puedo coger también algodón de azúcar?
               -Duna…
               -¡Porfa!
               -Yo también quiero algodón de azúcar-aportó Alec, levantando la mano con timidez. Alcé las cejas.
               -Sí, ya.
               -¡Dos contra uno! ¡Algodón de azúcar marchando!-Duna me tiró de la manga de la sudadera para que le diera dinero para comprar el dichoso algodón de azúcar, porque no se fiaba de que yo lo fuera a pedir, y se escabulló entre la multitud, lo cual hizo que me diera un vuelco el corazón.
               -Alec…
               -La estoy viendo-respondió él desde su muy útil metro ochenta y siete-. La han dejado pasar porque es pequeña; ya la están atendiendo-retransmitió mientras yo pedía una bolsa grande de palomitas y un refresco-. Ya lo tiene. Está viniendo. Y… aquí está-anunció justo en el momento en que Duna aparecía con una nube de algodón de azúcar más grande que ella.
               -¿Adónde vas con eso, Duna?
               -¡Compartir es vivir!-respondió mi hermana, y yo puse los ojos en blanco y me eché a reír. Mientras cogía trocitos de algodón con los dedos, Alec se hizo con las entradas y recogió la manta circular que nos ofrecieron, con un lado impermeable para que no se nos mojara el culo al sentarnos en el prado.
               -¿Dónde os queréis poner?
               -Cerca de la pantalla-dije yo, pensando en mi hermanita.
               -Al fondo, y así hacemos cosas de novios-soltó Duna, dejándonos a Alec y a mí alucinados.
               -¿Cosas de novios?-preguntó Alec, divertido.
               -Sí-respondió ella, cerrando los ojos en tono de listilla-. Cogernos de la mano en la oscuridad.
               -Ah, bueno. En ese caso… al fondo, entonces-Alec me lanzó una mirada cargada de intención, como preguntándome “tú también has pensado lo mismo que yo, ¿no?”, y yo solté una risita por lo bajo, pensando que teníamos una fantasía sexual pendiente, mientras Duna brincaba como una cabra excitada en dirección a un hueco que acababa de ver al fondo del parque. Esperó a que extendiéramos la manta y luego, ni corta ni perezosa, se sentó entre las piernas de Alec, que se echó a reír.
               -Aquí el que no corre vuela, ¿eh?-rió mientras Duna cogía la bolsa de palomitas y capturaba una con la lengua.
               -Duna, no seas marrana.
               -Tengo la lengua limpia-soltó la chiquilla.
               -Aun así, es una cochinada. Seguro que a Alec le da asco.
               -Cosas peores me he llevado a la boca-soltó él sin poder frenarse, y cuando Duna se giró y le preguntó “¿como cuáles?”, él se mordisqueó la sonrisa, se relamió los labios y contestó-: Pepinillos en vinagre.
               -Puaj-bufó Duna.
               -Así que pepinillos, ¿eh?-me burlé yo, luchando por contener una sonrisa y fracasando en el intento.
               -Hay que probarlo todo en esta vida, Sabrae-contestó él, y yo arqueé las cejas.
               -Vaya, vaya. ¿Hay algo que no me hayas contado? ¿Tienes unos gustos ocultos? A ver si aquí va a haber más de una bandera azul, morada y rosa-me reí, y Alec puso los ojos en blanco.
               -No, querida. A mí solo me van las almejas, pero gracias por tu interés.
               -Eso es porque no has probado un buen pepinillo-contesté yo, y Duna se me quedó mirando.
               -Créeme, nena: con la almeja que pruebo últimamente, no tengo necesidad de probar ningún pepinillo-respondió de manera descarada él, y Duna se volvió para mirarlo.
               -Vaya, pues me alegro de que te guste la almeja que sueles tomarte-Duna parecía un juez de silla, mirándonos a uno y a otro alternativamente.
               -A ver si te doy un poquito la próxima vez.
               -Cuando tú quieras.
               -Por mí, sería ahora mismo.
               -Eh… ¿vamos a ir a comer marisco luego?-inquirió Duna, y Alec y yo nos miramos y nos echamos a reír. Le di un beso en la cabeza mi hermanita, que no se enteraba de nada la pobre, agradeciendo que aún conservara esa deliciosa inocencia infantil. No quería que creciera: me gustaba verla ilusionada por los más pequeños detalles, feliz simplemente de cogerle la mano a Alec y contentándose con sentarse entre sus piernas, sin querer nada más, sin buscar nada más, como bien podría hacerlo yo. Me senté al lado de ellos con las piernas estiradas y entrelazadas, y busqué los dedos de Alec en la oscuridad. Los acaricié con las yemas de los dedos y Alec me miró a los ojos, su rostro iluminado por la luz azul procedente de la película. Estuvimos bastante tiempo mirándonos, porque lo primero que vi de la película fue el momento en que Lara Jean se despierta de su sueño en un campo, y la siguiente vez que miré a la pantalla, era porque Lara Jean casi atropella a Peter Kavinsky, y todo porque Duna soltó un larguísimo suspiro.
               -Qué guapo es Noah Centineo…-gimoteó, y yo me reí por lo bajo cuando Alec alzó las cejas y preguntó, con su orgullo herido:
               -¿Más que yo?
               -Por Dios, ¡no!-contestó mi hermanita, escandalizada ante lo absurdo de la pregunta. Alec sonrió, complacido con la respuesta, rodeó el torso de Duna con los brazos, la atrajo hacia sí y le dio un beso en la cabeza. No sé cómo mi hermana sobrevivió a que Alec la abrazara así: si yo estuviera en su posición, me habría muerto de amor en ese instante. Intentó masticar despacio las palomitas que se había metido en la boca, y me pareció un milagro que no se atragantara con ellas.
               Aprovechando que ella tenía la bolsa de las palomitas, me acurruqué contra Alec y apoyé la cabeza en su hombro. Él sonrió.
               -Soy un sofá.
               -El sofá más cómodo del mundo.
               Me dio un beso en la cabeza y yo respondí dándoselo en el hombro, y nos quedamos así, quietecitos, hasta que la película terminó. Se encendieron las luces y a mí se me ocurrió ir a tomar un yogur helado a modo de postre de las palomitas, lo que les pareció bien a los dos. Estábamos yendo hacia la salida cuando nos topamos con una de esas máquinas con un gancho en las que tenías que pescar un premio, que era nada más y nada menos que peluches de Stitch y su novia de color rosa. Duna se encaprichó de la chica, y Alec se tomó como su misión personal el conseguirle el peluche, pero no había manera. Duna lo animaba mientras yo le indicaba desde el otro punto de la caja para que moviera el gancho, pero el peluche se le resistía. Decidí intentarlo yo, y sorprendentemente sólo necesité dos oportunidades. Duna se puso a chillar como una loca cuando el gancho cogió correctamente el peluche rosa y lo llevó por el aire hasta la zona de caídas, se abalanzó al agujero por el que caían los premios y se abrazó al peluche con efusividad.
               -¿Has visto lo guay que es tener hermanas, Dundun?-sonreí, y Duna abrió los ojos y me miró.
               -Sí, pero sólo cuando las hermanas son tan guays como tú, Saab.
               -Ay-ronroneé, dándole un sonoro beso en la mejilla a mi pequeñita.
               -Sólo ha sido suerte-me pinchó Alec-. Yo te lo he dejado preparado.
               -Sí, seguro que ha sido eso-sonreí, poniéndome de puntillas y dándole un pico, que él convirtió en dos, yo convertí en tres, él en cuatro, y yo, en cinco.
               -¿Vamos a por los yogures?-pidió Duna con inocencia, y yo asentí con la cabeza. Decidió ir caminando esta vez, siempre delante de mí, con mis manos en sus hombros para no perderla. Alec nos fue abriendo paso y conseguimos salir finalmente a la calle. Tardamos diez minutos en llegar a la yogurtería, pero a Duna le habría dado igual que fuéramos a la China, ahora que tenía su peluche. No dejó de abrazarse a él en todo el trayecto; ni siquiera lo soltó cuando llegó el momento de echar el yogur, sirope y toppings en el vasito de cartón, y lo habría ensuciado de no estar Alec atento. Se lo cogió en un segundo mientras ella se echaba lo que quería, y a modo de agradecimiento Duna le sirvió su yogur, con sirope de fresa y trocitos de regaliz a modo de topping.
               Lo tuvo complicado para elegir si se sentaba al lado de Alec o al lado de su peluche mientras comíamos el helado, pero finalmente el amor pudo más que el materialismo y Duna se colgó de la silla que Alec había dejado libre a su lado mientras yo me ocupaba de los yogures: él lo había pagado casi todo durante la tarde a pesar de que yo siempre me había ofrecido a pagarlo todo a medias, pues a fin de cuentas se trataba de los caprichos de mi hermana; sin embargo, él siempre negaba con la cabeza, diciendo que se él se encargaba, que para algo tenía trabajo y yo no. Y, como yo no quería discutir, decidí que ya se lo iría compensando otro día, por ejemplo cuando empezara a cumplir con los regalos que le había preparado para esa ocasión especial. Me moría de ganas por ir a su casa no por el sexo (bueno, vale, por el sexo también), sino por los regalos que le tenía preparados, que estaba segura de que no se esperaba y le harían mucha ilusión. Me pregunté si esperaba algo en absoluto, y de ser así, qué se imaginaría que yo le había preparado.
               Duna se terminó su yogur en un abrir y cerrar de ojos y, tras probar el que se había preparado Alec, me miró con ojos de corderito degollado y me preguntó:
               -¿Puedo ir a jugar a la piscina de bolas?-señaló un pequeño recinto acolchado, de colores brillantes, que parecía un castillo en cuyas torres viviera una princesa de tantos obstáculos que tenía, y en la parte más baja, reinaba una piscina de bolas, en la que varios niños se divertían buceando entre bolitas azules, rojas y amarillas.
               -Sí, pero no te salgas de ahí, ¿vale?-arqueé las cejas, sin olvidar la que me había liado en navidades, cuando se aburrió de estar con Shasha y conmigo y decidió irse a la aventura por su cuenta. Suerte que un par de fans de papá la habían reconocido y la habían reconocido y la habían mantenido entretenida con unos gofres. No quería ni pensar en lo que podría pasarle a mi hermanita si alguien con malas intenciones la encontraba a solas, no sólo por su condición de niña, sino por ser quien era. Podían hacernos mucho daño si a ella le hacían un poquito.
               Alec y yo vigilamos cómo Duna trotaba hacia el recinto, se descalzaba, y saltaba hacia la piscina de bolas como un medallista olímpico que quiere asegurarse el oro de una panzada. Alec sonrió mientras Duna sacaba la cabeza de entre las bolas y se acercaba a los niños que estaban antes que ella como un cocodrilo, sólo con los ojos por encima de la superficie.
               -Parece que te sale competencia, Al-bromeé.
               -Tendré que esforzarme más-respondió él, riéndose.
               -Así que, ¿qué tal tu cita con mi hermana de, permite que lo recalque, ocho añitos?-inquirí, arqueando las cejas mientras lamía la cuchara. Alec arrugó la nariz, divertido.
               -No es ningún secreto que me gusten jovencitas, ¿eh?-respondió, hundiendo la cuchara y haciéndose con una pequeña montañita de nieve y sangre-. ¿Te lo estás pasando bien?
               Asentí con la cabeza, masajeándome el cuello.
               -He de confesar que cuando me dijiste que me preparara para ir a dar un paseo, no creí que mi hermana viniera incluida en el plan de la tarde.
               -¿Te molesta que la haya invitado?
               Negué con la cabeza.
               -Es mi hermanita pequeña. Y está muy feliz-comenté, volviéndome para mirar cómo brincaba con dos bolas de colores en las manos, que lanzó a sus compañeros de juegos recién estrenados-. Me hace ilusión verla así.
               -Pues menos mal-suspiró-. Me preocupaba que pensaras que esto no era especial. Quería que nuestro primer San Valentín estuviera a la altura-se encogió de hombros, fingiendo despreocupación, pero yo sabía que estaba profundamente aliviado. Alec tenía tendencia a quitarle importancia a las cosas que le preocupaban a base de comportarse como si todo le resbalara, pero yo sabía que detrás de ese encogimiento de hombros y esa mirada clavada en el vasito de cartón de yogur, se escondía el alivio que le ocasionaba tener una preocupación menos.
               Estiré la mano y le acaricié los nudillos, y él me miró.
               -Todo lo que tenga que ver contigo estará a la altura, Al.
               Sonrió.
               -Hombre, en comparación contigo… la verdad es que lo tengo fácil: te saco dos cabezas.
               -¡Vete a la mierda!-me reí, pero él se inclinó hacia mí y yo me dejé besar porque, ¿qué puedo decir? Si ya me tenía conquistada, metiéndose a mi hermana en el bolsillo de aquella manera, concediéndole cada capricho y tratándola como a una reina, sólo podía hacer que le adorara.
               -¡Alec!-la llamó la susodicha, y yo me reí cuando él se separó de mí, conteniendo un bufido de fastidio.
               -Puede que quien se arrepiente de haberla traído seas tú, después de todo.
               -¡Alec, mírame! ¡Mira lo que hago! ¡Alec, ¿me estás mirando?!-chilló mi hermana, asegurándose de que tenía toda su atención.
               -Sí, Dundun. Estás guapísima.
               -Ay-se rió ella, olvidándose del truquito que pretendía enseñarle. Me eché a reír al ver cómo se escondía, roja como un tomate, de nuevo en la piscina de bolas.
               -La tienes en el bote, ¿eh? No sé si ponerme celosa.
               -¿Se nota mucho que estoy contigo para aprender qué les gusta a las mujeres de tu familia y así que todo me vaya bien con Duna?-preguntó Alec, pasándose la mano por el pelo de forma inconsciente y haciendo que todos mis instintos se activaran. Se me secó la boca y algo entre mis piernas despertó.
               -La tienes comiendo de la palma de la mano-como a mí.
               -No me extraña, con esta cara que tengo…
               -Lo digo en serio, Al. Te adora. Se haría caníbal por si se lo pidieras, o si te gustara comer carne.
               -Bueno, la verdad es que me gusta comer ciertas partes del cuerpo femenino, así que eso sí que lo tenemos en común-me guiñó un ojo y yo sacudí la cabeza, poniendo los ojos en blanco.
               -Eres imposible.
               -Es que me lo has puesto a huevo, bombón. No puedes hablar de canibalismo sin que yo piense en lo que tú estás pensando.
               -¿En los del accidente de aviación en los Andes?
               -Cómo te gusta torturarme-Alec hizo un puchero, con su labio inferior sobresaliendo del exterior, y yo me eché a reír.
               -Porque no me das opción a que te haga otras cosas-respondí, inclinándome hacia él y acariciándole la mejilla. Sus ojos chispearon.
               -¿Qué otras cosas?
               -Podríamos estrenar algún baño-me encogí de hombros-, o algo por el estilo. De todos modos, es tontería fantasear, ¿no te parece? A fin de cuentas no podemos hacer nada porque alguien ha decidido traerse a mi hermanita pequeña a nuestra cita.
               -¿Qué fantasías son esas?
               -No te las voy a decir.
               -Por favor, Sabrae-suplicó, poniéndome ojitos.
               -¿Para qué quieres saberlas? Te voy a poner malísimo.
               -Para decidir si es momento de que nos llevemos a Duna a toda hostia a tu casa y luego vayamos aún más rápido a la mía-respondió sin vacilar, y yo solté una risotada.
               -Lo tuyo no es la paciencia, ¿eh? ¿No has oído nunca que lo bueno se hace esperar?
               -Estoy cansado de esperar-respondió-. Ya he esperado bastante. Te he esperado durante 17 años.
               Sonreí, y esta vez fui yo la que se inclinó sobre la mesa en dirección a él.
               -Siempre sabes lo que tienes que decir, ¿eh?-coqueteé cerca de su boca, y él se relamió.
               -Y tú también.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. “Oh, sí, Alec, sí, por ahí”-me imitó, jadeante, sacudiendo la cabeza, y yo me eché a reír y le di un beso en los labios que alargué todo lo que pude…
               … hasta que Duna nos tiró una bola de la piscina.
               -La madre que la trajo-me reí-. Con razón Scott nos llama “putas crías”.
               -Duna, como vaya para allá…-la amenazó Alec, y Duna se echó a reír y se hundió de nuevo en la piscina de bolas, tirándose hacia atrás.
               -¡Duna, no te tires así!-la reñí-. ¡Como te des un golpe en la cabeza, verás las broncas que te caen! ¡Mía, y de papá y mamá!
               -¡Soy una sirena de bolas!-respondió ella, desobediente, volviendo a tirarse hacia atrás.
               -Duna, como no le haga caso a tu hermana, me voy a enfadar contigo-intervino Alec con cierta severidad que, por qué no decirlo, me encantó.
               -Bueno, bueno, tampoco hace falta que nos pongamos tensos-sentenció la niña, pero no volvió a tirarse hacia atrás, justo como yo quería. Alec me sacó la lengua, como diciendo “mira, tu hermana me hace más caso que tú”.
               -¿Quieres quedártela?-pregunté, fingiendo fastidio.
               -¿Hasta cuándo?
               -Hasta que cumpla los 18 y se vaya a la universidad.
               -Bueno, supongo que cuidar de ella no es más difícil que cuidar de Trufas. Y Duna suelta menos pelo.
               -Eso lo dices porque nunca has tenido que peinarla por la mañana.
               -¡Porque no me dejas! Si me invitaras a dormir más a menudo…
               -Porque cuando duermes en casa, nosotros no dormimos, y ella tampoco es que lo haga mucho-le guiñé un ojo y Alec hizo un mohín.
               -Pobre chiquilla. No se lo estoy poniendo fácil para que encuentre novio cuando sea mayor, ¿verdad?
               -Prefiero que tenga las expectativas altas por tu culpa a que se conforme con cualquier cosa. Aunque sí, la verdad es que se lo estás poniendo difícil-me eché a reír y tomé una cucharadita.
               -No lo hago a posta, te lo prometo. Simplemente quiero que os lo paséis bien.
               -También te lo tienes que pasar bien tú, Al.
               -Yo me lo estoy pasando bien.
               -Como nosotras, entonces. Nos gustan tus detalles.
               -No es para tanto.
               Alcé una ceja.
               -Lo de llevarla en brazos durante todo el trayecto para no perderla ha estado genial.
               -Es que es pequeña-respondió, a la defensiva.
               -Y lo terco que te has puesto con el tema del peluche…
               -No es San Valentín sin regalos-respondió, decidido, y una sonrisa se formó en su boca, delatándole. Me sostuvo la mirada desafiándome a que continuáramos la conversación por esos derroteros, y yo no iba a amedrentarme.
               -Si eso es una indirecta, por mí no te preocupes. Te voy a hacer uno, pero me lo he dejado en casa… por razones evidentes-señalé en dirección a Duna, que en ese momento trataba de hacer malabares con tres bolas, cuando ni siquiera le cabían dos en la mano.
               -No quieres dejarla mal, ¿eh?
               -Lo que no quiero es que se ponga celosa.
               -Ya lo está. Pero has hecho bien; la verdad es que yo también tengo algo para darte-se reclinó en el asiento y me guiñó un ojo-. Y me lo he dejado en casa, aunque no exactamente por la misma razón que tú.
               La forma en que me lo dijo invitó a mi imaginación a soñar, y la verdad es que no iba a cortarle las alas. Crucé las piernas, me relamí, y apoyé el codo en la mesa mientras le acariciaba una pierna con el pie.
               -Suena prometedor.
               -Ya, bueno…-se echó a reír y se pasó una mano por el pelo-. Tampoco de emociones. No es nada sexual.
               Le saqué la lengua.
               -Menos mal, porque lo mío tampoco. ¿Te imaginas que me pongo romántica, y tú me regalas un consolador?
               -Yo no te regalaría ningún consolador-respondió, jugueteando con la cucharilla y arqueando las cejas.
               -¿No?
               -No. Mi polla ya lo es-se llevó la cucharilla a la boca y la chupó, mirándome a los ojos con expresión descarada. Me guiñó uno mientras yo me reía, fingiendo que no quería sentir esa lengua entre mis piernas y que su comportamiento no me afectaba como lo hacía.
               -La masculinidad la llevas bien, ¿eh? Seguro que tu ego no soportaría regalarme un juguetito de 20 centímetros, no vaya a ser que lo prefiriera a ti.
               -¿A eso me reduces, Sabrae? ¿A 20 centímetros?-rió.
               -Venga, Al. Sólo te tomo el pelo.
               -Lo sé. Y yo también. Sí que te regalaría uno, pero no lo primero. Cuando vaya a África, igual tienes suerte-reflexionó, y yo sentí que me ánimo decaía un poco. No quería pensar en el tiempo que pasaríamos separados, un año que se me haría eterno y en el que tendríamos que sobrevivir a base de ciber sexo-. Pediré que me hagan un molde para que no me eches mucho de menos-reflexionó, y yo me eché a reír.
               -Guau, Al. Qué modesto.
               -Sé que lo vas a pasar mal.
               -¿Y tú no?
               -Yo lo voy a pasar fatal, pero es lo que toca. Pero no nos salgamos de la conversación de los juguetes sexuales, porfa. ¿Qué te gustaría que te pillara?
               -Ah, ni de broma te voy a hacer una lista para que tú no te rompas la cabeza en mi cumpleaños.
               -¡Pero si tengo un montón de ideas! Un huevito vibrador, o un succionador de clítoris… eres fácil de complacer.
               -¿Sólo se te ocurren esas cosas para jugar en la cama? Qué aburrido. Pensaba que tenías más imaginación.
               -Vale, tía lista, ¿tú qué me cogerías a mí?
               -Unas esposas-sentencié sin dudar, y Alec alzó una ceja sin poder controlar su sonrisa de Fuckboy®.
               -¿Quieres esposarme a la cama?-preguntó, incrédulo.
               -En realidad, quiero que me esposes a y marcarnos un Cincuenta sombras.
               Alec se rió, asintió despacio con la cabeza, pasándose la mano por el pelo, se relamió y miró a Duna.
               -En cuanto se canse, me la llevo a dar una vuelta y tú vas derechita al sex shop más cercano.
               -Ah, no. De eso nada. Hoy es el día de San Valentín, así que tenemos que ser románticos y cariñosos.
               -Sabrae, por favor, no me ofendas-se llevó una mano al pecho-, que si te esposo a la cama y te meto la polla hasta el páncreas, lo voy a hacer con todo el cariño del mundo.
               Casi escupo el yogur de la gracia que me hizo su comentario, que podría haber oído cualquiera pero al que nadie reaccionó. Negué con la cabeza, incapaz de contener la risa, y aparté el yogur a un lado.
                -Yo no he dicho que el sexo esté reñido con el cariño.
               -Nosotros somos la prueba viviente de que se llevan de maravilla-se cruzó de brazos y yo me fijé en los músculos de sus bíceps. Me apeteció darles un mordisco, pero desgraciadamente estábamos en público. De no ser así, de haber estado solos, ni me habría molestado en llevármelo al baño: lo habría hecho mío allí mismo. Habría apartado la mesa y me habría sentado a horcajadas encima de él, quitándome la sudadera y la camiseta a la vez. Me habría quedado en ropa interior sobre él y me habría asegurado de que pronto él también estuviera así, y antes de que nadie pudiera detenernos, estaría montándolo como a un semental salvaje al que quisiera domar. Le mordería el cuello, le arañaría los hombros, y no pararía de moverme hasta que los dos no nos corriéramos en un orgasmo bestial, de esos que te dejan con las piernas temblando y que te impiden mantenerte en pie.
               -¿En qué piensas?-había inclinado la cabeza a un lado y me miraba con perspicacia, intentando averiguar qué había detrás de mi expresión.
               -En… qué va a pasar esta noche.
               -Que se pondrá el sol.
               -Alec-suspiré, fastidiada, y él sonrió.
               -¿Qué quieres que pase?
               -Ya sabes qué quiero que pase.
               -Sí, pero me gusta oírtelo decir-me pinchó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Quiero innovar. Llevo varios días que me subo por las paredes, pensando… hay muchas cosas que no hemos hecho.
               -¿Como esposarnos?-inquirió, llevándose la cuchara a la boca.
               -Como… probar otras cosas. Por ejemplo… me he dado cuenta…-me aparté el pelo de los hombros con un movimiento de cabeza-, ¿por qué nunca lo hacemos por detrás?
               Alec parpadeó con el ceño ligeramente fruncido. Puede que él no hubiera caído, pero yo me lo había preguntado varias veces. En las películas, las escenas de sexo tienen, básicamente, tres posturas nada más: el misionero, el perrito, y aquella en la que la chica está tumbada y el chico la posee como planeando sobre su cuerpo, y que incluso salía en Cincuenta sombras de Grey. ¿Por qué no lo habíamos hecho nunca así? Tenía un morbo que el perrito y el misionero no tenían, la incertidumbre de no ver qué iban a hacerte.
               -No ha surgido, supongo.
               -Ya, pero, ¿no te parece raro?
               -No, ¿por qué? ¿Quién quiere saberlo?
               -¿Eh?
               -Tus amigas, o tú. ¿Quién lo ha pensado?
               -Yo. La verdad es que no les cuento a mis amigas qué posturas hacemos cada día, ¿sabes? Simplemente les cuento si me ha gustado o no.
               -¿Y alguna vez les has dicho que no?
               -Al-sonreí, y él sonrió también.
               -No sé. A ver, nunca nos ha dado por ahí. Tampoco llevamos tanto como para…-se encogió de hombros-. ¿Por qué? ¿Quieres probarlo hoy?
               -No sé. Es que simplemente… bueno, me llama la atención que estemos hablando de incorporar juguetes y tal, y todavía no hayamos probado más que el perrito-expliqué, y Alec frunció el ceño.
               -Espera, espera. Con “por detrás”, ¿a qué te refieres exactamente?
               -Pues a una postura diferente, Al. ¿A qué me voy a referir?
               -Ya, pero, ¿a sexo normal o anal?-espetó, y yo me puse colorada. Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que… bueno. De que existiera esa posibilidad, y eso que me había comentado que con Chrissy se lo había pasado genial practicándolo, pero yo no me sentía preparada. Además, estaba segura de que la diferencia de altura sí que jugaría un papel importante en ese sentido. Seguro que yo no me estiraba de la misma forma por delante que por detrás.
               -¡Baja la voz!
               -Venga, Saab, ¿te crees que los que están aquí y pueden oírnos no van a follar como conejos esta noche?-preguntó, mirando alrededor, y yo bufé.
               -Aun así…-él se rió y me pidió disculpas, así que le respondí-: Sexo normal.
               Alec torció la boca, cogió una cucharada más de yogur, se la comió, masticó despacio, con la mirada perdida, y finalmente, tragó. Se aclaró la garganta y después de una espera angustiosa, al fin me respondió:
               -Bueno… a mí tampoco me entusiasma.
               -¿Por qué? O sea, ¿qué diferencia hay entre el sexo normal y el anal para que uno te guste y el otro no?
               -Es que no es la misma sensación, Sabrae. En el anal… yo siento más, ¿sabes? Hay como… más presión. En el normal, se supone que estáis preparadas para hacerlo así, así que la sensación no es la misma.
               -Pero te gusta cuando lo hacemos.
               -Sí, pero porque hay un elemento que no lo hay en el anal. Me gusta ver-explicó-. Pero sí que es verdad que a vosotras os gusta mucho más. Sentís muchísimo más-inclinó la cabeza, pensativo-. Sí, tienes razón. Deberíamos probarlo.
               -No, no. Sólo era curiosidad. Es que me lo había preguntado varias veces, eso es todo. Si a ti no te gusta o te incomoda, no tenemos por qué.
               -No me incomoda, Saab. He follado así algunas veces con Chrissy porque ella es una puta obsesa de los anales y cuando le das la vuelta ya se pone como loca, pero yo es que prefiero ver. La madre naturaleza estaba inspirada cuando hizo a las mujeres, sobre todo a ti. Pero vaya, que puedo sacrificarlo por experimentar un poco. No es que me vaya a morir, ni mucho menos.
               -No quiero que sacrifiques nada, Al, de verdad. Si a ti no te gusta…
               -A ver, Sabrae-se incorporó en su asiento, con la espalda recta y los hombros cuadrados-. Que vamos a follar por detrás, y punto. Seguro que te gusta más. Si quiero verte, pues ya me pongo una foto tuya, o algo así.
                 Sonrió con orgullo cuando yo estallé en una sonora carcajada, y decidió que ese era el momento de marcharnos. Después de coger el peluche de Duna, fue a buscarla a la piscina de bolas, y consiguió que la pequeña lo siguiera con docilidad a la salida.
               Para cuando llegamos a casa, Duna ya había conseguido colgarse de nuevo del cuello de Alec a base de bostezar y comentar lo cansada que estaba. Y Alec, que era un santo, sólo le tuvo que ofrecer una vez llevarla de nuevo a cuestas antes de que ella aceptara. Se la cargó de nuevo en brazos, esta vez sosteniéndola contra su pecho, y Duna colocó la cabeza en el hueco entre el cuello y los hombros de Alec, me miró con una sonrisa, y cerró los ojos. Sé que no se quedó dormida (no desaprovecharía la oportunidad de sentirse cerca de Alec), pero no hizo ningún movimiento para que a él no le diera pena no despertarla. Y yo, bueno… como soy una buena hermana mayor, no me chivé. Sabía que Alec podía cargar con Duna sin apenas esfuerzo, y no creía que fuera a resentirse por ser su mula personal.
               Mientras yo iba a por el regalo de Alec y las cosas que quería llevarme a su casa para pasar allí la noche, Scott y Eleanor, con ojos brillantes y el pelo revuelto, se quedaron con los dos tortolitos. Bajé las escaleras con la mochila colgada al hombro.
               -¿Has cogido todo?-preguntó Scott, y yo asentí con la cabeza, abriéndola para enseñarle su contenido: el uniforme y los libros del día siguiente.
               -¡Y luego fuimos a ver una peli al aire libre, y Alec convenció a Sabrae para que nos dejara comprar algodón de azúcar, y yo estoy tan llena que me siento como si estuviera embarazada de gemelos, El! ¡Mira qué tripa tengo!-le estaba contando Duna a Eleanor, que la escuchaba con atención y una sonrisa en los labios. Duna se puso de lado y sacó tripa, y Eleanor soltó un silbido.
               -Vaya, Dun. A mí esa tripita me parece que es, más bien, de trillizos.
               Duna abrió muchísimo los ojos, impactada.
               -¿Tú crees? Pues me saldrían mareados, porque no he parado de saltar en la piscina de bolas-meditó Duna, y yo me eché a reír.
               -¿Le has dado azúcar?-preguntó Scott al ver que nuestra hermana se ponía a saltar en el sofá.
               -No me quedaba más remedio, ¿qué querías que hiciera? La hemos llevado a un parque de atracciones; el aire mismo está impregnado de azúcar.
               -Ya sabes cómo se pone cuando toma azúcar a partir de las cinco, Saab-musitó Scott con fastidio.
               -Venga, S. Sólo está emocionada-me defendió Eleanor-. Ni aunque Sabrae hubiera impedido que comiera conseguiríamos que se estuviera quietecita. Ya verás cómo, en cuanto se marchen Alec y Sabrae, volverá a la normalidad.
               -¿Seguro que no habéis hecho nada más que ir al parque de atracciones y tomar yogur helado?-preguntó Scott, mirando a Alec con sospecha, a lo que éste respondió:
               -Bueno, vale, puede que la haya preñado. Y ahora le toca el turno a Sabrae, así que, ¿podemos irnos ya, por favor?
               -No tiene ni puta gracia, Alec. Tiene 8 años.
               -¿Es que para qué cojones me preguntas esa gilipollez, macho? ¿Qué más quieres que haga con Duna? Soy perfectamente consciente de la edad que tiene. Tengo ojos en la cara, igual que tú.
               -Sabrae te parece guapa-atacó Scott, y Eleanor le dio un manotazo.
               -Ha dicho que tiene ojos en la cara como tú, no que esté ciego como lo estás tú, Scott-le riñó, y Scott se echó a reír, le rodeó la cintura con el brazo y ronroneó:
               -Así que ciego, ¿eh? ¿Es por eso por lo que me tienes loco?
               Eleanor puso los ojos en blanco, apartando la cara para que Scott no la besara, pero eso sólo consiguió animar más a mi hermano: le encantaban los retos.
               -Sólo está como yo si tú me hubieras llevado  dar una vuelta en San Valentín cuando tenía 8 años… y tuvieras diez años más que yo-le explicó Eleanor antes de que Scott le diera un mordisquito en el labio.
               -Eh, eh, eh. Nueve años, no diez, El. Que tampoco soy tan viejo-respondió Alec mientras Duna saltaba de un sofá a otro chillando.
               -¡Es el mejor día de mi vida! ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Vemos una peli acurrucaditos?-preguntó, y yo asentí.
               -Sí, pero con Scott y Eleanor, ¿vale, Dundun?
               -Pero, ¿por qué?-Duna se dejó caer en el sofá con las piernas dobladas, confusa.
               -Alec y yo nos vamos.
               -¿Adónde?
               -A mi casa.
               -¿Y no puedo ir con vosotros?
               -Es que vamos a hacer cosas de mayores que te van a aburrir.
               Duna parpadeó.
               -Sabrae-respondió-. Si vas a acostarte-puso cara de asco, poniendo los ojos en blanco - con MI novio, me lo puedes decir. Soy una mujer fuerte e independiente; puedo soportar la verdad.
               -Vale-reí-. Voy a acostarme con Alec.
               -¡Yo lo vi primero!-bramó Duna, lanzándome un cojín.
               -Eh… eso no es verdad. Soy mayor que tú, y lo conozco desde que era un bebé.
               -¡Da lo mismo! Jo, qué injusta es la vida. Nunca has hecho un bizcocho tú sola, y tus hermanas ya piensan que eso es excusa suficiente para robarte al novio.
               -¿No se supone que lo habíais dejado cuando Alec comió en casa por primera vez?-preguntó Eleanor-. Yo estaba presente.
               -¡Qué injusticia! ¡Nunca se me tiene en cuenta porque soy la hermana pequeña!-sollozó Duna, levantando el puño al aire de forma dramática y dejándolo caer frente a ella, golpeando el sofá en una escena digna de una obra de Shakespeare.
               -¡Pero si llevas toda la tarde haciendo lo que te da la gana!
               -Toda la vida, más bien-respondió Scott.
               -¡ESTOY DISCRIMINADA EN ESTA CASA!-gritó a pleno pulmón Duna Doña Dramas-. ¡NO SE ME TIENE EN CUENTA! ¡PIENSO ESCAPARME ESTA NOCHE CUANDO TODOS DURMÁIS!
               -Vaya, yo que te iba a invitar a dormir conmigo hoy-comentó Scott, y Duna lo miró.
               -Bueno, pues me escapo mañana-decidió, y yo contuve una risa. Me acerqué a ella, que se apartó de mí, enfadada.
               -Dame un beso, Dundun.
               -No. Eres una traidora. Me estás rompiendo el corazón.
               -Te he conseguido el peluche de la novia de Stitch, ¿eso no cuenta nada?
               -¿Crees que puedes comprarme con un peluche? ¿Tan poca dignidad piensas que tengo?-Duna me fulminó con la mirada, altiva, y yo me senté a su lado en el sofá.
               -Escucha, Dundun. Sé que Alec significa mucho para ti, pero también lo significa para mí. Y yo para él, ¿sabes?-Duna parpadeó y miró a Alec, que asintió con la cabeza-. El caso… es que hoy es un día especial. Es nuestro primer San Valentín juntos, y a mí me encanta que lo hayamos compartido contigo, pero también hay cosas que nos apetece hacer solos. Igual que papá y mamá también hacen cosas por su cuenta. Y no por eso nos quieren menos, ¿no crees?
               Duna miró a Alec, miró a Scott y Eleanor, y de nuevo, me miró a mí. Parpadeó y asintió despacio con la cabeza.
               -De vez en cuando, nos va a apetecer estar juntos, solos, pero eso no significa que te queramos menos, ni que no nos importes. Simplemente… nos apetece, igual que a ti a veces te apetece comerte un par de galletas de postre en lugar del yogur. Además, piénsalo. Alec tiene 17, y tú tienes 8. Es un poco mayor para ti.
               -La edad no importa.
               -Un poco sí. Cuando tú tengas 20, Alec tendrá 30. Será viejo para ti.
               -Qué ánimos-bufó Alec, pero Scott siseó.
               -Calla. Es verdad. Además, fíjate-susurró-: la está convenciendo.
               Y era verdad. Poco a poco, Duna estaba asumiendo que Alec no iba a ser para ella, que no podía reclamarlo.
               -O cuando tú tengas 30, Alec tendrá 40. Eso que es ser viejo, ¿no te parece?
               -Bueno. Podría ser un madurito interesante-reflexionó Duna, no muy convencida, y a Eleanor se le escapó la risa.
               -Que nos vayamos ahora no quiere decir que Alec te quiera menos. Ni que lo de hoy haya sido mentira. Nos lo hemos pasado muy bien todos, ¿verdad que sí, Al?-le miré, y él asintió-. ¿Ves? Claro que sí. Lo que pasa es que ahora, nos apetece tener un tiempo para nosotros. Igual que tú a veces quieres estar jugando con Astrid…
               -Y con Dan-participó Scott, y Duna lo miró con ojos como platos.
               -… sin que nadie os moleste, a Alec y a mí también nos apetece estar solos ahora. ¿Lo entiendes?
               Duna torció la boca, pero asintió con la cabeza.
               -¿Me perdonas?
               Duna volvió a torcer la boca.
               -Somos hermanas-le recordé, extendiendo el dedo meñique en su dirección. Duna lo miró, rió, y asintió con la cabeza. Lo enganchó con el mío y yo me llevé los dos dedos unidos a la boca para darles un beso, y Duna me lo dio en la mejilla, toda rencilla perdonada-. Ahora, Scott se ocupa de ti, ¿vale?
               -Vale.
               -¿Me podrás perdonar, Duna?-sonrió Alec, completa y absolutamente adorable, con las manos en los bolsillos y una sonrisa bailándole en la boca. Duna torció el gesto un momento, pensativa, y luego, una sonrisa inteligente le atravesó la boca. Hinchó los carillos y se tocó uno con el dedo índice, pidiéndole a Alec un beso que él no le negó.
               -Pero, ¡dale un beso de verdad, hombre!-rió Eleanor-. ¡Que estamos en San Valentín!
               Alec me miró, y yo miré a Scott, que se encogió de hombros, así que yo asentí con la cabeza. ¿Qué mejor manera de terminar un San Valentín muy especial para mi hermanita que recibiendo un beso del príncipe azul que ambas compartíamos?
               -¿Qué me dices, Dundun?-preguntó Alec, y Duna parpadeó.
               -¿Mm?
               -¿Me das un beso? Uno como los de las pelis. De despedida.
               Duna se puso roja, roja, roja. No había visto a nadie sonrojarse tanto como lo hizo mi hermana.
               -Si no quieres, no pasa nada.
               -Sí-respondió ella, apartándose el pelo de la cara con manos temblorosas. Alec sonrió.
               -¿Estás segura?
               -Sí, pero que no miren-pidió, muy nerviosa, y yo me di la vuelta, igual que Scott y Eleanor, que no podía contener la risa floja. En el reflejo de la televisión, vi cómo Alec se sentaba al lado de Duna, con el cuerpo vuelto hacia ella, y cerraba los ojos. Me mordí el labio cuando ella se acercó a él, primero despacio, y luego rápido, y entonces, justo cuando sus labios iban a tocar los de él, se echó a reír con nerviosismo y se apartó rápidamente.
               -¿Qué pasa?-rió Alec.
               -Es que me da mucha vergüenza.
               -¿Quieres que te lo dé yo?
               -Vale, pero sin lengua, que eso es una cochinada.
               Scott, Eleanor, Alec y yo nos reímos; Alec asintió con la cabeza, y vi cómo Duna cerraba los ojos con fuerza y contenía la respiración. Alec se inclinó despacio hacia ella, que jadeó al sentirlo cerca, y le dio un beso en los labios tan efímero como el aleteo de una mariposa. Duna inspiró por la boca, como intentando recuperar su primer beso, y cuando abrió los ojos, se le había bajado un poco el rubor de las mejillas.
               -Ahora ya no te vas a poder olvidar de mí nunca-bromeó Alec para aliviar la tensión en el momento, y ella rió por lo bajo.
               -Y tú de mí, tampoco.
               -Yo ya no iba a olvidarme de ti, Dundun-ronroneó como un gatito, dándole un beso en la frente.
               -Ya os podéis dar la vuelta-anunció Duna, sentándose con las piernas cruzadas al lado de Alec.
               -¿Qué tal la experiencia?-quiso saber Eleanor.
               -Bien-se mantuvo un rato callada, críptica, puede que esperando más preguntas, y cuando no se las hicimos, soltó-: Alec sabe a regalices.
               -Interesante-comentó Scott, divertido, y Duna miró a Eleanor.
               -¿Scott sabe a metal?
               -Eh… no. ¿Por qué dices eso, Duna?
               -Pues porque lleva un piercing. Es normal que Alec sepa a regalices; ha comido regalices. Así que supongo que Scott sabe a metal.
                La reflexión de la pequeña fue la señal que yo necesité para llevarme a Alec de casa. Estaba convencida de que no podría decir nada que mejorara aquella declaración, por lo que sólo me quedaba disfrutar, por fin, de tiempo a solas con mi chico.
               Apenas cerré la puerta de casa, con la bolsa en la que tenía guardado su regalo colgándome de las manos, me giré y empecé a besarlo con intensidad. Por los pelos se me cae la bolsa al suelo, algo que yo no podía permitirme, no porque el regalo fuera delicado, sino porque le daría pistas a Alec, y yo quería que todo fuera una absoluta sorpresa, igual que la tarde con Duna lo había sido para mí.
               -Por fin solos-ronroneó Alec, divertido, acariciándome la punta de la nariz con la punta de su lengua, y yo me eché a reír.
               -Ya creía que Duna no nos iba a dejar marchar.
               -Qué momento tan intenso acaba de protagonizar, ¿no te parece?
               -Te diría que sí, pero no quiero ser hipócrita cuando vayas a marcharte a África y yo me enganche a tu pierna para intentar impedir que te vayas. Lo cierto es que la entiendo-me encogí de hombros y bajé las escaleras de mi porche, bien enroscada a su cintura. Alec me besó la cabeza y me acarició el costado con las manos, dándome calor.
               -No esperaría menos de ti, bombón. Y, a decir verdad, tampoco esperaría menos de Duna-me dio un pellizco en la mandíbula y yo lo miré desde abajo. Bajo la luz de las farolas, que cambiaba a medida que caminábamos, las sombras de su rostro bailaban en sus facciones como a mí me gustaría hacerlo en su cuerpo.
                Lenta, muy lentamente, fui cobrando consciencia de lo que había pasado a lo largo del día: las cartas. Su visita. La rosa amarilla. El ramo de flores para Duna. La inclusión de Duna en nuestros planes. Los besos robados cuando ella no miraba. Los besos que ella interrumpía desde lejos. El primer beso de mi hermanita, dado a alguien que la quería y que siempre sería especial para ella, al igual que siempre lo sería para mí.
               Alec me entendía. Sabía qué era lo que me gustaba y no dudaba en dármelo, estuviera a su alcance o no. Si lo tenía al alcance de la mano, simplemente la estiraba; y si no, se ponía de puntillas hasta tocar el cielo y poder rascar estrellas de él. Sabía la intensidad con la que quería y no le asustaba, ni tampoco dejaba que el fuego de mi amor le quemara, encendiéndose tanto que terminaba siendo un incendio a mi lado, calentando e iluminando todos los mundos que estuvieran a nuestro alcance. Le gustaba hacer feliz a la gente, y le encantaba hacerme feliz a mí. No me lo merecería ni en un millón de años; en cambio, Alec sí me merecía a mí, porque era a la que había elegido para querer, y se merecía tener todo lo que él deseara.
               -Gracias por lo de esta tarde-susurré, besándole el costado, y él buscó mi mirada con sus ojos. Le miré por debajo de las pestañas, mimosa, y él sonrió-. No sabes lo importante que eres para mi hermana.
               -Sí lo sé; por eso lo he hecho.
               -Bueno-respondí, cogiéndole la mano y besándole la palma-. Aun así, quería decirte que te lo agradezco mucho. La has hecho muy feliz, y a mí también.
               -Lo sé. Por eso la he traído. Mira, Saab: a lo largo de estos días, me he dado cuenta de lo importante que es tu familia para ti. Mimi no se habría puesto como tú si yo le hubiera dado la noticia que Scott te dio a ti. Sé que sois una piña, que os queréis con locura y que no dejaréis que nadie se interponga entre vosotros. Que es, curiosamente, lo mismo que te prometí. Así que… yo sólo quería demostrarte que me he dado cuenta de que, ante todo, eres una Malik. Que te importan tus hermanas, tu hermano y tus padres como a poca gente le importan sus hermanos y sus padres. Que aprecias ser parte de algo y te encanta tener un clan. Y yo quiero pertenecer a ese clan. No pienses que te lo estoy volviendo a pedir-comentó, tomándome de la mandíbula-; o, más bien, no pienses que estoy repitiéndote mi oferta. Te lo pido de nuevo cada vez que te miro; mi oferta va a seguir en pie siempre para cuando tú quieras aceptarla, pero… lo de hoy no es una prueba de lo que sería nuestra vida juntos. Sólo es una palabra-murmuró, distraído-. Da igual cómo nos definamos. Es no implica que lo que sentimos tenga menos importancia, o que nos conozcamos menos. El día que tu madre consiguió que readmitieran a Scott y estuvimos con tus hermanas, me di cuenta de lo feliz que estabas con ellas. Y yo supe que no habría nada que te hiciera más feliz que saber que toda tu familia había tenido un San Valentín muy especial-sonrió-. No podría haberte dado uno mejor que el de hoy sin Duna, o sin Shasha. Así que… bueno, quería que lo supieras. Que lo sé, quiero decir. Que sé que si quiero tratarte como a una princesa (y nada me gustaría más), también tengo que tratar como princesas a tus hermanas. Porque si tu familia es feliz, tú eres feliz. Y, como quiero hacerte feliz, también conseguiré que tu familia lo sea.
               -Tú ya me haces feliz, Al-ronroneé, y le di un lento beso que me supo a gloria. Empezó a sonreír mientras nos besábamos, y no había mejor sensación que notar cómo sus dientes se abrían paso entre sus labios-. Siempre me vas a hacer feliz. Por eso estoy dispuesta a esperarte el tiempo que haga falta. Medio mundo no es nada, ¿recuerdas? Y, desde que estoy contigo, para mí todos los días son como San Valentín.
               Él sonrió, me acarició la boca y comentó en tono soñador:
               -Todavía no sé qué he hecho para merecerte.
               -Existir-respondí, besándole la palma de la mano-. Y estar ahí. Pero, venga. Vamos a tu casa. Todavía nos quedan horas que rellenar. No podemos dejar que el día decaiga, ¿no te parece?
               -Tienes razón-rió por lo bajo, sin saber lo que le esperaba. Me rodeó la cintura y caminamos con paso acompasado, pie derecho-pie derecho, pie izquierdo-pie izquierdo, hasta que llegamos a su casa. Introdujo las llaves en la puerta y les dio varias vueltas, descorriendo todos los pestillos. Cuando por fin la cerradura hizo clic y la puerta cedió, la empujó y la sostuvo para que yo pasara delante de él. Trufas corrió a saludarnos, efusivo, y Alec frunció el ceño al comprobar que la luz de la cocina estaba encendida.
               -Qué raro…-comentó, cerrando la puerta-. Mamá nunca se deja ninguna luz encendida.
               -¿No están tus padres?-inquirí con fingida inocencia, como si no supiera que la casa estaba ocupada, pero no por quien Alec pensaba.
               -No-respondió, dejando las llaves en una pequeña bandejita del vestíbulo y quitándose la chaqueta. Acarició a Trufas distraído-. Tenemos la casa para nosotros solos unas horas; se han ido a cenar a los Jardines de Kew.
               La imagen tan famosa de un invernadero gigantesco en cuyo interior había una miríada de flores refulgió en mi cabeza, y me imaginé acudiendo a la cena de San Valentín del brazo de Alec, él en traje y yo de vestido. Llevaría un vestido de seda tirantes finos y espalda descubierta en el mismo tono que la ropa interior que vestía, y guantes hasta más arriba del codo de color blanco. El maître nos recibiría nada más llegar, nos conduciría a una mesa redonda adornada con un centro de flores (con suerte, rosas amarillas), y Alec y yo lo seguiríamos obedientemente, él con la mano en mi espalda y yo con la barbilla bien alta, presumiendo de acompañante.
               -Jo, ¡qué guay! Igual deberíamos hacer eso para la próxima.
               -Sí-musitó Alec, distraído-. Eh… estaría bien-echó a andar hacia la cocina, notando que algo no iba bien, y yo le seguí a una prudente distancia. No quería que descubriera la sorpresa antes de tiempo al ver la sonrisa boba que era incapaz de disimular.
               Por supuesto que había algo que no encajaba: la casa no estaba vacía.
               Y, Dios, ojalá hubiera grabado la cara que puso Alec en cuanto abrió de par en par la puerta de la cocina y se encontró allí a Tommy y Diana.
               -¡Hola, pareja!-saludó su amigo, al tiempo que la americana soltaba una risita. Alec abrió la boca, estupefacto, y se giró hacia mí. Abrí los brazos.
               -¡Sorpresa! Qué, ¿pensabas que eras el único que podía tener preparado algo especial para hoy?
               Jamás se me olvidaría la cara que puso Alec en aquel momento. Era la de un chiquillo en la mañana de Navidad. La de un niño que aprende a andar en bici sin ruedines, solo por fin. La de un chico al que la chica que le gusta le dedica una sonrisa, y le confiesa que sus sentimientos son recíprocos.
               La del hombre que se da cuenta de que puede que aún no sea un hombre todavía, y que la mujer a la que ama tampoco sea aún una mujer, pero ya la quiere como un adulto y ella lo ama de la misma manera: siendo incapaces de concebir la vida sin el otro. Y van a pasar el Día de los Enamorados por primera vez juntos. Uno de muchos. Si por ellos dos fuera, un millón.
               Me tomó de la cintura y pegó su frente a la mía, inhalando mi perfume, emborrachándose de mí.
               -Eres la mejor, Sabrae.
               -Tengo que estar a la altura-respondí, echándole los brazos al cuello y besándolo larga y profundamente, como en las películas. Si mi vida fuera una película de los años 50, habría levantado el pie como las grandes actrices de Hollwyood. Desde luego, yo estaba viviendo una historia de amor que nada tenía que envidiar a la suya.
               -Bueno, bueno, que entiendo que los sentimientos están a flor de piel y tal, pero… Tommy y yo llevamos toda la tarde deslomándonos; estaría feo que no dejarais hueco para lo que os hemos preparado-rió Diana, apartándose el pelo dorado del hombro. Me separé de Alec, concediendo que la americana tenía razón, pero él no estaba por la labor de dejar de besarnos todavía.
               -¿En serio, Alec? ¿Justo delante de mi ensalada?-espetó Tommy, y Alec me acarició las mejillas con los pulgares mientras me miraba a los ojos.
               -Delante del mundo entero, si hace falta. Que se enteren hasta en el cielo de que no pienso dejar escapar a esta chica.
               Y me besó como si, efectivamente, no fuera a dejarme escapar. Por Dios, esperaba que jamás lo hiciera.




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1 comentario:

  1. Bueno mira, creo que he debido de pasarme media hora sonriendo como una boba. Estoy enamoradisima de este chaval, pero en un plan que no tiene remedio, de verdad que estoy en un punto de no retorno. Punto numero uno, la escena de clase con lo de las clases y el mensaje secreto en todas las cartas y el piquito me ha tenido chillando y sonriendo como una boba y luego toda la tarde con Duna ha sido mazo bonita, me ha encantado que Alec la haya incluido y también la conversación sobre sexo que han tenido despues, me puto encanta que se expresen tan bien y sin tapujos sobre el sexo y se dejen claras las cosas en ese aspecto. Y por último lo de Tommy esperandolos en casa con Diana y la cena hecha me ha parecido puto bonito, me esperaba que con lo lindo qje es Tommy le dijese que no a prepararle la cena. Pd: deseando leer el polvo del próximo cap, para que engañarnos.

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