jueves, 23 de enero de 2020

Un mar que nunca dejar de surfear.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me quedé mirando un momento la fortaleza inexpugnable del feminismo, aún dentro del coche, mientras Sherezade atravesaba la acera en dirección a las escaleras y Tommy y Scott salían a duras penas del vehículo. Nunca pensé que me tocaría ir al despacho de Sher, y sin embargo, allí estábamos. Se había trasladado poco después de ser madre con un par de socias suyas a ese edificio de amplios ventanales, traslúcidos en el piso inferior y transparentes en los superiores, y muros de un marrón grisáceo que acusaba la contaminación. Habíamos aparcado frente a un vado permanente que daba a una rampa, supongo que la puerta del garaje que las mujeres usaban cuando llovía a cántaros y no querían mojarse sus bolsos de diseño o los papeles de los casos que estuvieran llevando en ese momento.
               Me bajé lentamente y miré a Tommy y Scott, que parecían igual de impresionados que yo, a pesar de que ambos habían estado en su infancia en aquel edificio, cuando Sher tenía algún caso importante y no tenía a nadie con quién dejarlos. Scott incluso había estado hacía un par de semanas, recién expulsado, pero una cosa era que fuera él solo, en su condición de hijo de una de las dueñas, y otra muy diferente era que nosotros le acompañáramos.
               -No os he traído para que os quedéis mirando el edificio como gárgolas-instó Sherezade, metiendo las llaves en la cerradura del portal del edificio y haciéndolas girar. No esperó a que la alcanzáramos a pesar de que nos apresuramos para llegar a su lado: apenas entró en el edificio, empezó a quitarse el abrigo sin soltar su bolso con una maestría que me maravilló. Me la imaginé entrando como una apisonadora a los juzgados, repitiendo la operación, y dejando asombrados a todos sus oponentes.
               -¡Tinashe! ¡Abby!-gritó por encima del jolgorio de tacones yendo de acá para allá, tazas tintineando sobre escritorios y fotocopiadoras trabajando a destajo-. ¿Alguna está con un caso?
               Una de sus socias, de piel pálida y tan pelirroja que sólo podía ser teñida, se asomó a la puerta de cristal de uno de los tres cubículos más grandes del espacio, al fondo. En la puerta se leía, en letras plateadas, ABBY WHEELAN, SOCIA FUNDADORA.
               -El divorcio de la señora Poulston. Tengo a la querida por la línea 3.
               Sher puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza mientras otra mujer, de piel negra como el carbón que contrastaba con su traje color vino, se asomaba a su puerta. TINASHE DAMONT. SOCIA FUNDADORA.
               -¿Necesitas ayuda?-preguntó, y Sher se detuvo frente a la puerta de su despacho. Nos miró a Tommy, Scott y a mí como si fuéramos la prueba principal de su caso más mediático. Observé cómo su busto quedaba justo en el centro de su nombre en la puerta de cristal. SHEREZADE MALIK. SOCIA FUNDADORA-. Vale-admitió la tal Tinashe, asintiendo con la cabeza-. que la necesitas.
               -¿Cuántas becarias necesitáis?-preguntó Sher, mirando a sus socias. Tinashe agitó la mano, pero Abby chasqueó la lengua y levantó dos dedos.
               -Con un par de ellas tengo suficientes. Lauren y Ashley están trabajando en ello ahora mismo; puedes quedarte con el resto.
               -Genial-asintió Sher. Dio una palmada y echó a andar por el pasillo, recorriendo el despacho para atraer la atención de todas las mujeres allí presentes-. ¡De acuerdo, chicas! ¡Os quiero a todas en la sala de reuniones inmediatamente! ¡No estamos para perder el tiempo!
               Dicho lo cual, subió en compañía de su socia libre por unas escaleras en las que yo no había reparado hasta entonces, reclamando al resto de becarias y trabajadoras que quedaban por los pisos superiores. Una riada de chicas siguió a la reclamación de Sher, todo faldas, tacones, piernas larguísimas y blusas que hacían escotes impresionantes. Me costó no ahogarme en mis propias babas mientras chicas que parecían salidas de los catálogos de lencería publicados por Rihanna pasaban delante de nosotros, mirándonos de arriba abajo como si fuéramos la comida más deliciosa y prohibida sobre la que sus ojos se hubieran posado nunca. Me pregunté cuántas tendrían novio y cuántas estarían considerarlo ponerles los cuernos con nosotros.
               Seguramente pienses que soy un puto baboso porque lo único que se me pasa por la cabeza es follar, pero si estuvieras en un edificio abarrotado de universitarias bien vestidas y tú tuvieras un fetiche con las abogadas por culpa de cierta madre de cierto amigo tuyo, me entenderías.
               Además, si tu pseudo novia te dice que está abierta a hacer un trío, lo primero que haces cuando entras en un sitio lleno de pivonazos como los que tenía yo delante es elegir candidatas. Ya sería Sabrae la exigente; a mí me bastaba con que respiraran, porque estaba claro que todas estaban buenas. No soy objetivo cuando hay mujeres en traje y tacones en juego.
               Poco a poco, la riada se convirtió en un goteo, y antes de que Sherezade y Tinashe regresaran, dos chicas que acompañaban a la pelirroja entraron a toda velocidad en la sala de reuniones.
               Por fin, las piernas interminables de Sherezade aparecieron por las escaleras, mientras le iba explicando a Tinashe la situación. Abby se había quedado esperando con los brazos cruzados a la puerta, y al ver llegar a sus socias, entró con el resto de mujeres en la sala. Tinashe le dio un toquecito en la parte baja de la espalda a Sherezade y caminó con decisión a la entrada, sin mirarnos. Sher la siguió, pero se detuvo a medio camino, al ver que nosotros no nos movíamos.
               -¿Qué hacéis ahí?-preguntó, extrañada, como si estuviéramos invitados a su reunión femenina.
               -¿Podemos entrar?-quiso asegurarse Tommy, y Sher frunció el ceño.
               -Pues claro. Necesito que lo hagáis. Acompañadme-instó, y yo intenté no mirarle demasiado el culo cuando echó a andar frente a nosotros, abriéndose paso entre sus becarias.
               A las chicas no les hizo falta que las invitaran a disfrutar de nuestra presencia: la celebraron como si jamás hubieran visto un hombre. Mientras Sher se abría paso para llegar al fondo de la sala, las chicas nos jalearon, se nos comieron con los ojos, nos silbaron y corearon el nombre de Sher por haber traído a “semejantes machos”, en palabras de una a la que yo no llegué a ver. Jamás en mi vida había disfrutado tanto: normalmente somos los tíos los que nos comportamos como putas hienas, pero cuando lo hacen las chicas se te dispara el ego hacia el cielo. Lo estaba comprobando ahora como lo había comprobado la primera vez que me desnudé delante de Sabrae y ella se mordió el labio, comiéndome con los ojos.
               Sabrae…
               -Chicas, chicas, por favor-me llevé las manos a la chaqueta y les guiñé un ojo, girando sobre mí mismo-. Ya sé que estoy buenísimo y vosotras estáis que os subís por las paredes por culpa de la falta de hombres que hay en este despacho (siempre he sido muy fan de las cuotas de género por eso de que me chiflan los espacios mixtos)-algunas se echaron a reír, otras se mordieron el labio, una incluso suspiró sonoramente-, pero siento comunicaros que tengo novia-dos se pusieron de morros y se miraron con los brazos cruzados-. No obstante, ella es bisexual-anuncié-, y estamos abiertos a probar cosas y gente nueva, así que… si sois tan amables de dejar vuestros números acompañados de una foto para entrar en el proceso de selección en la mesa del recibidor…
               -No os conviene enrollaros con éste, chicas-comentó Scott al ver mi éxito entre el público-. Se le va la fuerza por la boca.
               -A los tíos debería írsenos un poco más la fuerza por la boca de vez en cuando, S-le di un codazo-. Nos perdemos muchas cosas, ¿no te parece?
               -Habla por ti-se burló Tommy, colocándose al lado de Sher con los pies separados unos centímetros y las manos entrelazadas frente a él. Scott y yo lo imitamos, y nos quedamos mirando las caras de las chicas que no apartaban la vista de nosotros.

               -De acuerdo-carraspeó Sher tras comprobar que ya estábamos todos-. Gracias por venir tan rápido, chicas. Vale, necesito que me hagáis un favor. ¡Necesito vuestra ayuda, letradas!-anunció en voz más alta, y las chicas sonrieron sonoramente-. Quiero que encendáis todos los ordenadores, llenéis de tinta los cartuchos de las impresoras, y os pongáis a imprimir jurisprudencia. Toda la que encontréis con mención a colegios-alzó un dedo bien alto, para que todas pudieran verlo. Supe cuáles eran las becarias más espabiladas porque fueron las primeras en sacar blocs de notas de la nada y ponerse a apuntar-, vídeo vigilancia-más empezaron a imitarlas, y de repente la sala se llenó del susurro de bolígrafos rasgando papel-, consentimiento parental, expulsiones, estudiantes menores, y resarcimiento de daños y perjuicios. Imprimid todo lo que encontréis-Tommy y Scott miraron a Sher-, hoy no vamos a escatimar en gastos. Y si por un casual encontráis sentencias que contengan todo lo que yo os he dicho, quiero que me las traigáis a mi mesa, ¿de acuerdo?
               Tinashe se acercó a ella, balanceando las caderas.
               -¿Te encuentras bien, Sher? ¿O te han clonado?
               -Que Dios me perdone; donaré un millón de libras a todas las causas de reforestación del Amazonas que encuentre-se disculpó Sher con cara de circunstancias, como si imprimir una sentencia fuera una especie de sacrilegio-, pero ahora no puedo pararme a pensar en el papel.
               -¿Para qué son exactamente, Sherezade?-preguntó una becaria que había levantado la mano con timidez y la había detenido a media altura, por la línea de su melena cortada sobre los hombros. Mamá se volvió hacia nosotros, y empezó a hablar mirando a Scott.
               -Como ya sabréis-entonces volvió la vista a su público-, porque la mayoría estabais presentes cuando lo traje, han expulsado a Scott del instituto. Con efecto inmediato, y a perpetuidad.
               -Porque es un malote-murmuró Tommy por lo bajo, y yo me reí mientras Scott ponía los ojos en blanco.
               -Por salvarle el culo a tu hermana-le recriminó, y Tommy cambió el peso de su cuerpo de un lado a otro.
               -Yo debería estar en tu posición-musitó T.
               -No pasa nada.
               -Romeo, Julieta, no es momento de ponerse románticos-siseé.
               -Hoy me he enterado-continuó Sherezade, sin hacernos caso- de que se basaron en un vídeo para su expulsión.
               La becaria que había hablado arrugó la nariz y miró a Scott.
               -¿Cuántos años tienes?-quiso saber. Scott tragó saliva y abrió la boca para contestar, pero no le dio tiempo, porque Sher intervino. Tampoco es que hiciera falta que su madre hablara: las caras de las becarias empezaron a iluminarse, examinándonos a los tres desde una nueva perspectiva.
               -Cómo se nota que vas a estar en el cuadro de honor, Tiffany-sonrió Sher, complacida-. Scott cumple los 18 el 23 de abril.
               -¿Dónde está el consentimiento para las grabaciones?-otra voz, ésta de una chica de rasgos asiáticos y cuyo pelo le llegaba casi hasta el culo. Sher les dedicó una sonrisa lobuna.
               -La flor y nata de Oxford-celebró, mirando a sus compañeras de despacho, que se habían situado a su costado-. Sólo lo firmó mi marido.
               Un vendaval de cuchicheos se levantó entre nuestro público.
               - Señoritas, no tenemos tiempo para cuchicheos. Esto es la guerra-anunció Sher, y ellas asintieron-. Poneos manos a la obra. La que mejor contenido me traiga tendrá asegurado un puesto en este mismo despacho cuando salga de la facultad. Oficina incluida-se lanzaron chillidos de exclamación, alguna incluso echó a correr en dirección a su ordenador. En Oxford, Cambridge y demás universidades se mataban por conseguir unas prácticas en el despacho de Sherezade, e incluso si alguien dudaba de por qué era (más allá de la tasa de éxito de su bufete), dejaría de preguntarse por qué, viendo lo cómodas que estaban allí.
               La tal Tiffany y la chica asiática, sin embargo, no se movieron.
               -¿Y para qué están ellos aquí?-inquirió la asiática, haciendo un gesto con la cabeza en nuestra dirección. Tiffanny mordió su bolígrafo.
               -Por si necesitáis desahogaros, nenas-me salió del alma aquella contestación, que nada tenía que ver con lo que acababa de decir, y los tres nos echamos a reír. El nivel de testosterona en aquel lugar era nimio, puede que les viniera bien un poco de presencia masculina.
               -Los tengo de chicos de los recados-informó Sher-. No puedo permitirme que ninguna de vosotras se dedique a hacer cafés. Sois demasiado valiosas, hoy más que nunca-por eso todas las chicas de las facultades de Derecho de aquí a Edimburgo se morían por estudiar con Sher: no porque fuera la mejor en los juicios, su currículum brillante o su labor por la justicia femenina, sino por lo bien que trataba a sus estudiantes-. Chicas, antes de que os pongáis manos a la obra-anunció, levantando las manos y deteniendo el flujo de becarias fuera de la sala de reuniones igual que Moisés separó las aguas del mar-. Quiero que sepáis que aprecio de verdad el favor que me estáis haciendo. Sé que esto no cuenta dentro de vuestras prácticas curriculares, y quiero que sepáis que así lo voy a considerar. Hoy, más que nunca, sois compañeras en lugar de pasantes. Es por ello que voy a pagaros esto como horas extra-anunció, y se escucharon jadeos de asombro-, para que tengáis un incentivo más. Estad el tiempo que necesitéis, que mientras estéis trabajando, os pagaré de mi bolsillo con la tarifa a la que yo cobro.
               -De eso nada-intervino Abby, frunciendo el ceño-. Sus salarios saldrán de las cuentas del despacho.
               Sher le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
               -No quiero alarmaros. Quiero decir, tampoco pasa nada, pero sabéis que me gusta ir con un buen colchón a patearle el culo a un contrario-las becarias rieron-. Así que cuantas más armas tengamos, mejor. Tomaos esto como uno de los casos más gordos que tengamos en el despacho. Es algo personal mío. De modo que si alguna tiene algún examen-añadió más despacio, para captar la atención de todas, como si no la estuvieran escuchando ya-, no hay problema: se sube al piso de arriba para que no la molestemos con el ruido, y estudia. Por mi parte no va a haber ningún tipo de represalia, y estoy segura de que de parte de Abby y Tinashe también será así.
               Sus socias asintieron con la cabeza. Ninguna chica se movió.
               -Mis guerreras-dijo Sher por lo bajo, y la forma en que las chicas sonrieron me recordó a cómo lo hacía Sabrae cuando me contaba algo bueno que le había dicho su madre. Sher era poco menos que Dios para su hija, y estando en el despacho, descubrí que también era así para sus becarias-. Bien, aclarado esto… los chicos-se giró un momento y nos miró-. No, lo siento, no están aquí como premio a la que más sentencias me encuentre. No van a haceros ningún favor sexual.
               -Intenta impedírmelo, Sherezade-la insté, y ella sonrió.
               -Estos son Scott, Tommy, y Alec. Scott es mi hijo, Tommy mi ahijado-Tommy y Scott se miraron y se sonrieron-, y Alec es mi yerno-me metí las manos en los bolsillos y asentí con la cabeza, conteniendo una sonrisa.
               -Ya le has jodido el polvo a Alec, mamá-se rió Scott.
               -Sabe que no le haría eso a Saab-contesté.
               -¿Tu yerno?-preguntó Abby, alzando una ceja e inclinando la cabeza hacia un lado.
               -Está con mi hija mayor.
               -Pero, ¿cuántos años tiene?
               -Los suficientes para hacer disfrutar a una mujer, muñeca-le guiñé el ojo y varias becarias se pusieron coloradas; casi todas se echaron a reír.
               -Me refería a Sabrae-contestó la interpelada, poniendo los ojos en blanco y decidiendo que no iba a perder el tiempo aprendiéndose mi nombre.
               -No os estoy diciendo esto para que decidáis con cuál queréis pegar el braguetazo-las chicas se rieron-, sino para que sepáis que hay confianza. Cualquier cosa que necesitéis, los llamáis. Son espabilados: saben cómo funciona la cafetera, así que no quiero ver a ninguna cerca de ella. No perdáis el tiempo cambiándole el tóner a las impresoras o metiéndole papel: cogéis, los llamáis, y os vais a seguir buscando sentencias mientras ellos se ocupan de todo. Sois demasiado valiosas para ocuparos de esas tonterías.
               -Nosotros no-comentó Tommy por lo bajo, y sonreímos.
               -¿Estamos de acuerdo?-preguntó, y las chicas asintieron con la cabeza. Sher sonrió, les guiñó un ojo y las despidió con un-: pues a trabajar, chicas. Felices juegos del hambre. Chicos-nos miró-, acompañadme a mi despacho, por favor.
               La sala se fue despejando mientras nosotros nos encaminábamos al despacho de Sher; resultó que la asiática y la tal Tiffany eran amigas, y pude escucharlas cuchicheando sobre nuestra presencia en el despacho.
               -Ojalá tengamos casos gordos más a menudo; no me importaría que Sher se trajera más chicos en otra ocasión para amenizarnos la tarde.
               -A mí no me importaría sentarme en la cara del bocazas alto después de tanta búsqueda-sonrió Tiffany, y la asiática la celebró con sus risas.
               -Yo me pido al guapo, el de los ojos azules.
               -El moreno es para mí-intervino otra chica, acercándose a ellas con su móvil en la mano.
               -Guau-silbó Scott-. Ni siquiera tenemos nombre. Impresionante.
               -¿Es la primera vez que te pasa? A mí me han llamado “Oh, Dios mío” tantas veces tantas mujeres, que me sorprende recordar aún mi nombre y responderle a mi madre cuando lo pronuncia-solté, y Tommy se echó a reír.
               -Seguro que cuando Sabrae te llama sabes perfectamente cuál es.
               -Sabrae podría gritar “Toby” y yo iría corriendo con ella meneando el rabo y con la lengua fuera. Ah, espera. Que ya lo hago.
               Los chicos se echaron a reír, pero mi sonrisa de satisfacción al saberme un payaso útil se me congeló en la cara cuando Sher les pidió que esperaran fuera.
               -Alec, ¿podemos hablar?
               Asentí con la cabeza y aguanté la puerta de su despacho abierta para que pasara antes que yo, y cuando insistió en que lo hiciera no supe muy bien qué hacer. Mi madre me había criado para que les sostuviera la puerta a las damas, pero éstas no solían insistir. Cerró la puerta tras de sí y me indicó que me sentara en una de las sillas frente a su escritorio de cristal, con un Mac blanco en una esquina y una orquídea rosa en la otra.
               -Escucha, Sherezade… si te ha parecido mal algo de lo que he…
               -Qué serio te has puesto. ¿No soy Sher?-inquirió, apoyándose en la mesa y cruzando los tobillos. Asentí con la cabeza, con una sonrisa estúpida en la boca, y la obedecí cuando me indicó que me sentara de nuevo-. Perdona, ¿qué decías?
               -Esto… ah, sí. Ems… mira, ya sabes cómo soy. Me conoces desde que era un crío, así que no te tomes muy en serio las gilipolleces que digo. Sólo tengo ojos para tu hija, la quiero con locura…
               -Ajá…-Sher se sirvió un vaso de agua y me ofreció otro, que yo acepté pero no aproveché.
               -… y jamás en la vida se me ocurriría faltarle al respeto de ninguna de las maneras. De todas formas, si crees que me he pasado de chulo con alguna de tus becarias… te pido disculpas, y se las pediré a Sabrae en cuanto la vea.
               Sher sonrió, rodeándose la cintura con el brazo que tenía libre.
               -No te había pedido que me acompañaras a un aparte para hablar de tu comportamiento en la sala de reuniones. Francamente, no me ha parecido mal. Como tú bien dices, te conozco. Y lo más importante…-tamborileó con las uñas en el vaso de cristal, y yo sentí que la cabeza empezaba a hinchárseme como un globo aerostático.
               -¿Lo más importante?
               -Tengo ojos en la cara-se sentó sobre la mesa y cruzó las piernas-. Veo cómo miras a mi hija, y cómo ella te mira a ti. Sé que con las demás es todo palabrería-se encogió de hombros-, pero que con Sabrae, lo que hablan son tus acciones y no tu boca. Sé que por ti, mis nietos serían Whitelaw.
               Me relamí los labios.
               -¿Por mí, o por Sabrae?
               Sher se echó a reír.
               -No he venido aquí a contarte las confidencias que me hace mi hija, Alec. Espero que lo entiendas.
               -Tenía que intentarlo-di un sorbo del agua y me encogí de hombros.
               -No obstante, si te sirve de consuelo… que sepas que no eres el único al que le gustaría que eso pasara.
               -¿Que tus nietos fueran Whitelaw?-tosí, atragantándome con el agua-. ¿Has hablado de eso con Sabrae?
               -Me refería a mí-sonrió, y yo silbé.
               -Guau, Sher. No sé si me merezco que me tengas en tan alta estima.
               -Sí que lo haces.
               -¿Estás segura?
               Sher asintió con la cabeza y se inclinó hacia un lado, apoyándose sobre una mano.
               -Fíjate, Alec: es ponerte a hablar de mi hija y no puedes pensar en nada más. ¿Sabes por qué sé que te la mereces?-me quedé callado, esperando, sin aliento, a que me dijera qué había hecho para seguir haciéndolo el resto de mi vida-. Porque sé lo que yo he significado para ti a lo largo de tu adolescencia, y aun así no has apartado la vista de mi cara ni un segundo desde que hemos empezado a hablar de Sabrae.
               -Puede que se me dé muy bien mirar de reojo-respondí, y Sher se rió.
               -No has mirado de reojo.
               -Quizá disimule de puta madre.
               -No eres tan buen actor-negó con la cabeza y empezó a girar el tobillo, atrayendo mi atención hacia él.
               -¿Cuánto hace que sabes que eres básicamente mi mayor mito erótico?
               -Aproximadamente desde que tenías 13 años.
               -¿Ves cómo sé disimular?-sonreí-. Llevas siéndolo desde los 12-Sherezade se echó a reír, echando la cabeza hacia atrás y soltando una carcajada que sonó genial. Sabrae había aprendido a reírse como lo hacía de ella-. ¿Sabes? Le tenía una envidia a Zayn que me moría. Cada vez que te veía no podía dejar de pensar en lo que te haría, y cuando te veía con él, siempre pensaba en lo que estaría dispuesto a hacerte para que vieras que yo podía ser mejor que él.
               -No hay nadie mejor que Zayn-respondió Sher, pero lo hizo en un tono cálido que me hizo ver que consideraba mi confesión un halago en vez de un insulto.
               -Y estaba con otras, y a veces pensaba en ti, y pensaba “joder, si supiera todo lo que estoy aprendiendo…”. Me alegraba de follar mucho porque eso me preparaba para mi gran ocasión. Un día en el que, no sabía cómo, caerías en mis redes-Sher se rió.
               -Confías mucho en ti mismo, por lo que veo.
               -Sólo en lo que respecta a las mujeres. Pero… el caso es que estaba convencido de que tarde o temprano llegaría mi momento, y mientras tanto yo me preparé a conciencia. No te voy a decir que supusiera un sacrificio para mí, porque disfruté como un cabrón preparándome para ti, pero… estaba equivocado, y yo no lo sabía. Pensaba que mi momento llegaría contigo, pero me llegó con Sabrae. Sabrae es mi gran oportunidad. La primera vez que la tuve…-noté que sonreía como un bobo y agaché la cabeza, sacudiéndola despacio-. Bueno. Digamos que con ella no estaba entrenando como con las demás. Estaba en mi gran final.
               Sher sonrió.
               -Por eso quería asegurarme de que sabes que todas las gilipolleces que les digo a las demás son sólo eso, gilipolleces. Se las digo porque no puedo frenarme, pero a la vez, sólo tengo ojos para una chica. El problema es que ella no siempre está conmigo, y cuando estoy solo no dejo de ser un gilipollas. Pero  con Sabrae…-saboreé su nombre como si fuera el manjar más delicioso del mundo, y noté que volvía a sonreír. Me encogí de hombros-. Con Sabrae simplemente no puedo meter la pata. Ni aunque pudiera. Es como si el cerebro sólo me funcionara cuando estoy con ella. Quería que lo supieras.
               -Lo sé. Y sé que a ella no le molesta.
               -No lo haría si le molestara.
               -Lo sé-sonrió Sher, y se relamió los labios-. Seguro que te esperabas algo diferente cuando te llamó, ¿no?
               -Hombre… no me esperaba una excursión a tu despacho para hacer de chico de los recados, la verdad-me eché a reír-. Pero no pasa nada.
               -Te lo pienso agradecer, por eso te he traído aparte… pero no te hagas ilusiones: no te voy a dar las cosas que te da Sabrae.
               -Sinceramente, Sherezade… cuando Sabrae me da algo, no necesito que nadie más me lo entregue. Por mucho que ese alguien seas tú.
               Sher me dedicó una media sonrisa mientras se abrazaba la rodilla.
               -No puedo creer que pensaras que le iba a poner los cuernos a Zayn-se echó a reír, negando con la cabeza.
               -Ya caerías en mis redes. Míranos a Sabrae a mí. Literalmente me odiaba cinco segundos antes de que me la follara.
               -Debes de ganar mucho desnudo-se rió, y yo le dediqué una sonrisa torcida.
               -¿Es eso una proposición?-pregunté, llevándome las manos al primer botón de la camisa. Sherezade volvió a reírse y negó con la cabeza-. Oh, vamos, Sher. ¿Nunca he tenido ni la más mínima oportunidad? ¿Ni siquiera lo has considerado? Un pensamiento de medio segundo. Un cuarto de segundo. De veras que me conformaría con eso.
               -Lo siento, Al. Estoy felizmente casada.
               -Qué lástima.
               -¡Oye!
               -Quiero decir, me alegro por ti. Por tu marido, no tanto-solté, y Sherezade se echó a reír.
               -No hagas que me arrepienta de pedirte que vengas para que hablemos, Al.
               -¿Eso vamos a hacer aquí, solos? ¿Hablar? Joder. Los de tu generación le ponéis nombre muy raro a las cosas.
               Sherezade se relamió los labios y negó con la cabeza. Movió dos centímetros un pisapapeles de cristal, muy parecido a aquel en que Sabrae había encerrado la rosa que le regalé.
               -Scott y Tommy están aquí porque esto redunda en beneficio de los dos, pero tú… tú estás para trabajar. Así que quiero pagarte.
               -¿Qué?
               -No puedo pagarte lo mismo que a mis becarias porque no vas a hacer el mismo trabajo que ellas. Espero que lo entiendas. Es decir, tú podrías estar cogiéndote un día libre para hacerle un favor a Scott, y no quiero que pierdas días de descanso por ir de acá para allá en mi despacho. Así que te pagaré el precio de las horas extra de Amazon. ¿Qué te parece?
               -No hago esto por el dinero, Sher. Scott es mi amigo.
               -Ya lo sé. Pero, aun así, yo quiero pagarte. ¿Las horas extra de Amazon son el doble de tu sueldo normal?
               -No.
               -Pues te pagaré el doble de tu salario normal por hora. Creo que es un trato justo.
               -Yo no. No quiero que me pagues, Sher, de verdad. Si no lo haces con Scott y Tommy, tampoco lo hagas conmigo.
               -Scott y Tommy son mis hijos-me recordó, y yo la miré-. Viven bajo mi techo, comen de mi comida… pueden soportar hacerme este favor. De hecho, no pueden negarse. Tú, en cambio…
               -Yo no soy de la familia.
               -Sí que eres de la familia. Eres el novio de mi hija.
               -No oficialmente.
               -Oficialmente o no, el caso es que eres para ella lo que Scott es para Eleanor, o Tommy para Diana… o Zayn para mí. Hay gente que no te dice que te quiere porque le cuesta mucho, pero te cuida, se preocupa por ti, te escucha y te protege, y eso también es decirlo-me miró a los ojos y yo me di cuenta de lo profundos que eran, lo parecidos y diferentes que eran de los de Scott-. Para mí siempre has sido de los nuestros, pero ahora más que nunca. Pero no has convivido conmigo como Scott y Tommy. No me debes nada. Sé que trabajas muy duro para pagarte los caprichos, que llegas matado a casa después de una jornada de trabajo y que procuras descansar todo lo posible para trabajar también cuanto más, mejor, para tener más dinero. A Sabrae le haces un hueco gustoso, pero a mí no tienes por qué, y te agradezco que lo hagas. Son días muy críticos; seguro que estáis a tope con los pedidos de San Valentín, ¿verdad?-sonrió, y yo asentí con la cabeza-. Seguro que estás pensando qué días te ofreces voluntario para conseguir más pasta, ¿me equivoco?
               -¿Cómo lo sabes?-sonreí, rascándome la mejilla y cruzándome de brazos después.
               -Yo también doblé turnos con 17 años para pagarle un buen regalo a alguien que me importaba. Y yo también habría ido gustosa a ayudar a un amigo sin esperar nada a cambio, cosa que no se puede decir de mucha gente; por eso creo que hay que recompensarlo. Así que te pagaré el doble de lo que te pagan en Amazon, ¿te parece bien?
               -Vale. Pero que sepas que pienso invitar a Tommy y Scott a comer.
               Sher sonrió.
               -Lo que hagas con tu dinero ya no es asunto mío, Alec.
               -O sea, que si me lo quisiera gastar en una noche de hotel con alguna de tus chicas, tú no protestarías, ¿no?
               -Simplemente elígela.
               -Me quedo con la mayor-le guiñé un ojo, levantándome.
               -La mayor tiene 65 años, no sé si aguantará tu ritmo.
               -Me refiero a la mayor de las que tienes en casa.
               Sherezade sonrió.
               -Que sea el triple, entonces. Mi niña se merece lo mejor-se despegó de la mesa, dando por finalizada nuestra conversación. Me levanté y me dirigí hacia la puerta para reunirme con los chicos, que esperaban fuera, viendo la explosión de actividad en el interior del despacho.
               Tinashe se asomó a la puerta antes de que yo pudiera hacer amago de atravesarla, y se quedó colgando en el espacio abierto como el adorno olvidado de un ventilador.
               -¿Crees que funcionará, Sherezade?-preguntó con gesto preocupado.
               -No he perdido un caso en mi vida-respondió Sher con cierta soberbia, lo que me demostró que lo que estaban haciendo le preocupaba más de lo que quería dejar ver.
               -Esto no es un caso-replicó su socia, y Sher alzó una ceja mientras yo me escabullía hacia fuera, sentándome en uno de los sofás de la sala de espera donde Scott y Tommy ojeaban juntos una revista. Joder, hasta aburrirse era una actividad por parejas para ellos-. Si necesitas apartarte…
               -No voy a apartarme. Tienes razón: no es un caso; se trata de mi hijo. Zayn le ha metido en este embolado y yo seré la que lo saque, que para algo soy su madre-declaró, y Tinashe asintió con la cabeza, levantando las manos.
               -Como tú veas. Eres la que ha cogido al cliente, así que eres la que manda en la estrategia a su respecto. Sólo quiero asegurarme de que tienes la cabeza despejada; ya sabes que cuando algo te toca de cerca es fácil obcecarse y no ver las cosas con perspectiva.
               -Tengo perspectiva, Tina: sé que tenemos todas las de ganar porque Scott es menor de edad y yo no he firmado nada. Y sé que Zayn tampoco lo ha hecho en mi nombre, así que no hay nada que discutir. Además, ya tengo un plan trazado. No los he traído por desesperación-Sher nos señaló con la barbilla-, sino porque van a ser más útiles con nosotras que en casa. Quiero que vean que puedo ayudarles en todo lo que necesiten. Si están metidos en algún lío es porque no han acudido a mí antes.
               -Me alegra que me digas eso, porque si te soy sincera, me tenías preocupada. Jamás habíamos permitido que ningún hombre entrara a trabajar en este despacho, y me preocupaba que estuvieras tan desesperada como para saltarte el precedente.
               -No son hombres cualquiera. Son de mi familia.
               Tinashe asintió con la cabeza, nos miró y se mordisqueó el labio.
               -Ya conocía a Scott y Tommy, pero, ¿el otro? ¿Tu yerno? ¿Quién es?
               -Es Alec. ¿No te acuerdas de él?
               -¿Debería?
               -Tenía dos años y medio cuando lo conociste-explicó Sher-. Es normal que no lo hagas. Llevamos el caso de su madre; violencia, y después divorcio. Annie-levanté la vista al escuchar el nombre de mi madre y miré a las dos mujeres-. Annie Cooper. Ahora es Annie Whitelaw. Fui a su boda, ¿te acuerdas?
               -¡No!-Tinashe se llevó ambas manos a la boca y se giró para mirarme con ojos como platos-. ¡Es broma! ¡Eres el hijo de Annie! El pequeño, ¿verdad?
               -Sí, aunque Aaron lleva mucho tiempo sin vivir con nosotros. Gracias a Dios-añadí en voz baja, y Tommy y Scott me miraron-. Ahora yo soy el hombre de la casa, con permiso de mi padrastro.
               -Y qué hombre-concedió la tía, para mi sorpresa. Tommy abrió la boca, estupefacto, y Scott se echó a reír. Sher, por su parte, puso los ojos en blanco y siseó el nombre de su socia, pero ésta no le hizo caso-. ¿Cuántos años tienes?
               -Para el carro, Tina. Es menor de edad-la cortó Sher.
               -Pero en mes y pico eso se soluciona, muñeca-ronroneé, estirándome para acariciarle la pierna de modo juguetón. Esta vez, el Malik que puso los ojos en blanco fue Scott, por pura envidia, seguro. A él no le entraban las maduritas como me entraban a mí. Me veían más capaz de manejarlas que a él.
               -La edad es sólo una cifra, Sher-se rió Tinashe, y Sherezade la fulminó con la mirada, impresionada con su audacia.
               -Podrías ser su madre.
               -Tranqui, Sher. No sería la primera madre a la que me tiro, y si tú estás por la labor, tampoco sería la última-le guiñé un ojo mientras Tommy estallaba en una sonora carcajada y Scott me soltaba una patada y un bufido. Sher no pudo contener una risa, sopesando lo que acabábamos hablar respecto de mi bravuconería y mi relación con su hija y la confesión que le había hecho sobre mis sentimientos hacia ella, y finalmente, sin poder dejar de sonreírme, me despachó:
               -Vete a por café para las chicas, antes de que me las pongas cachondas perdidas con tus insinuaciones, venga-agitó la mano en el aire, dándome por emplazado, y se contoneó de una forma muy sugerente que a mí me hizo comprender por qué Zayn se había asegurado de dejarla preñada cuando la conoció, en dirección a la mesa de su despacho. Me levanté, y mientras Sher cruzaba las piernas y nos miraba a ambos, pasé al lado de Tinashe, recorriéndola de arriba abajo igual que ella estaba haciendo conmigo. La verdad es que estaba muy bien para su edad, con curvas bastante tonificadas y un rostro sin arrugas. Me pregunté si las abogadas, a pesar de vivir en constante estrés, tendrían un cutis a prueba de envejecimiento, pues no era normal que Sher estuviera igual que cuando tenía 20 años a pesar de que ahora su edad era el doble.
               Atravesé el vestíbulo sintiendo las miradas de todas las chicas sobre mí, y no puedo decir que no disfruté de tantas atenciones. Las chicas no suelen mostrarse tan abiertamente receptivas a un polvo sobre una fotocopiadora, acostumbradas como están a hacerse las duras y que seamos nosotros las que vamos tras ellas, así que ver cómo daban rienda suelta a su apetito sexual comiéndoseme con la mirada hacía que mi ego se disparara por las nubes. Especialmente, porque me recordaba a cómo me miraba Sabrae cuando llegaba el momento de hacerlo después de muchos días de abstinencia autoimpuesta o forzada.
               Una chica incluso se me unió con la excusa de que necesitaba una lista de cómo querían los cafés las decenas de becarias que había allí trabajando, cada una hija de su padre y de su madre, algo que les pareció graciosísimo a Scott y Tommy cuando me reuní con ellos, después de ponerme a repartir cafés como si fuera un hada madrina de las noches en vela y los trabajos apresurados. Las fotocopiadoras echaban humo, los cartuchos de las impresoras se agotaban a la velocidad del rayo; cada poco había que meter un paquete nuevo de folios en la bandeja de un escáner o reiniciar uno que se había colgado de tanta actividad. Se acababan los subrayadores, los bolígrafos, los post its, y pronto no había enchufes suficientes para poner a cargar todos los móviles. A Scott casi se le hace un esguince de poner grapas en sentencias que le indicaban dos chicas que se le arrimaban más de lo necesario, Tommy casi se hernia trayendo paquetes de bollos sin azúcar que se terminaban antes de que él pudiera terminar de atravesar la puerta, y yo fui 8 veces en una hora a la papelería de al lado del despacho, que estaba haciendo su agosto, a por grapas primero, y clips después, por solidaridad hacia Scott.
               A una becaria se le ocurrió la brillante idea de tratar de asustarme pidiéndome que le consiguiera un tampón, que se habían terminado los de los dispensadores del baño, y casi se le derrite la piel en la cara de la vergüenza cuando le pregunté si lo quería con o sin aplicador.
               Después de un par de horas de locura, las chicas empezaron a sentarse en sus oficinas, en las mesas de las salas de espera o incluso en el suelo, a examinar los papeles que tenían ante ellas. Sher salió de su despacho, estudió el panorama, y nos dijo que podíamos ir a por algo de comer y beber para nosotros, algo que agradecimos como agua de mayo. Nos sentamos en el sofá frente al despacho de Sher, desde donde pedíamos ver la totalidad del edificio, y Tommy, Scott y yo le dimos un bocado a nuestros sándwiches al unísono. Gemimos tan sonoramente por lo ricos que estaban que varias chicas levantaron la cabeza y se nos quedaron mirando. Intercambiaron una mirada, se rieron, y siguieron con lo suyo.
               Lamí la mayonesa de mi sándwich de pavo, queso y mayonesa mientras Tommy se metía medio sándwich vegetal en la boca y Scott se pimplaba su lata de cerveza sin alcohol de un solo trago.
               -Joder, estaba seco, tíos.
               -Yo no he probado algo así de rico en mi vida-respondió Tommy.
               -Quizá deba comprarle a Sabrae ese sándwich para San Valentín-me burlé, y Scott se echó a reír.
               -¡Eso si Tommy no se come todos los del mercado!
               -No prometo nada-respondió Tommy, cogiendo la segunda mitad de su sándwich y haciendo una mueca al ver su envase ya vacío.
               -Supongo que siempre puedo recurrir al plan B, y pedirle que me cocine en San Valentín.
               -¿Cuánto me pagas?-quiso saber Tommy, mordisqueando el tomate. Scott volvió a reírse al ver mi expresión de asombro.
               -¡¿Vas a cobrarme?! ¡Tío, que somos amigos!
               -¿Nunca has oído el dicho de que si algo se te da bien, no lo hagas gratis?-Tommy alzó una ceja y me guiñó el ojo.
               -Por eso vamos a hacer una banda-explicó Scott.
               -Joder, y yo que no le he cobrado a nadie por follar y darle una paliza…-chasqueé la lengua y los chicos se echaron a reír. Noté los ojos de Sher clavarse un momento sobre nosotros, acusando el ruido que le impedía concentrarse, y miré de reojo el reloj. Llevábamos un par de horas en el despacho, el sol se había movido considerablemente en el cielo, y mi cuenta bancaria iba a experimentar una inyección de capital que iba a ser muy bienvenida. Puede que sí que pudiera hacerme cargo de los gastos de pasar un San Valentín perfecto con Sabrae, después de todo. Me había roto la cabeza tratando de amoldarlo todo a mi ajustado presupuesto, pero si mis fondos iban a aumentar, quizá pudiera darle más caprichos. A fin de cuentas, ella se lo merecía todo-. De acuerdo, es lo justo-asentí, y Scott parpadeó, sorprendido-. ¿Cuánto quieres, a ver?
               -¿Qué sería?-preguntó Tommy.
               -No lo sé, Tommy. Yo no entiendo de cocina. Si lo hiciera, no me harías falta tú.
               -Gilipollas, no me refiero a eso. Digo qué te gustaría que hiciera. Desayuno, cena, sólo un detallito de repostería…
               -Cena completa-respondí. Ya que iba a tener a Tommy a mi disposición, prefería pagarle un poco más y aprovechar su talento pidiéndole que nos cocinara varios platos en lugar de conformarnos con uno, o un postre. Casi podía escuchar a Sabrae leyendo el mensaje que le enviaría ese día, un rompecabezas de lo que íbamos a hacer que ella tendría que ir desvelando, y que terminaría con nosotros dos vestidos de forma elegante cenando platos de alta cocina en el comedor de mi casa, a la luz de las velas.
               Joder, tengo que dejar de ver tantas películas.
               Scott pegó un silbido y arqueó las cejas, que parecieron el pórtico de una iglesia.
               -Uuh, Alec, ¿qué tienes pensado?
               -¡A ti te lo voy a decir, payaso! ¡Fijo que me copias la idea!
               -¿Qué dices, flipado? Encima que te lo digo por tu bien. Puedo orientarte, ¿sabes? He pasado más San Valentines que tú.
               -Sí, Al, tío-coincidió Tommy, mirando mi sándwich con adoración-. Nosotros somos expertos, tú te vas a estrenar.
               -Puede, pero he tenido más tiempo para pensarlo que vosotros. Bueno, ¿por cuánto me va a salir la bromita de no intoxicar a mi chica en nuestro primer día de los enamorados?
               -No puedo haceros la cena, tío. De hecho, no puedo hacer nada. Voy a pasar el día con Diana.
               -¿Me estás jodiendo? ¿Qué hay de lo de bros before hoes?
               -Cuando la hoe es una modelo de Victoria’s Secret las cosas cambian, tronco-Scott me guiñó un ojo y Tommy lo fulminó con la mirada.
               -¿Llamas eso a mi hermana? Por algo no te quiero cerca de ella.
               -Fijo que sí, T-le pinché yo, aliándome de repente con él para sorpresa de Scott-. Ya sabes que Scott es un cabrón con las tías, y eso les mola a algunas. No a la mía, sin embargo-me miré las uñas-, es por eso que me ha escogido a mí. ¿Tú qué tienes pensado hacer, S?
               -Secretito-rió el susodicho, llevándose un dedo a los labios.
               -¡Qué capullo!
               -Más te vale tratar a mi hermana como una princesa, anda.
               -Lo haría, si el cabrón de Tommy no me obligara a prepararle unos putos fideos instantáneos.
               -La comida preparada está infravalorada, también te voy a decir-comentó Scott, chupándose los dedos después de pasarlos por el sándwich.
               -¡Y una mierda! Como cocino yo no lo hace nadie excepto mi madre. Y tú ya puedes portarte con Eleanor, chaval.
               -Y tú con Diana-respondí, dándole una palmadita a Tommy en la rodilla para atraer su atención-. O si no, te la quitaremos entre Sabrae y yo.
               Nos quedamos callados, observando a las becarias pasar páginas y subrayar con concentración. Una se levantó a recoger de la bandeja de una impresora la nueva sentencia que había sacado, pero por lo demás, el edificio estaba en absoluto silencio.
               -¿No os sentís raros estando sentados de brazos cruzados después del maratón que acabamos de pegarnos?-pregunté.
               -Sí. La verdad es que me siento un poco inútil, pero no se me ocurre qué hacer-contestó Scott.
               -Tú, ponerte a estudiar-sentenció Tommy, y Scott frunció el ceño-. Porque si tu madre dice que te van a readmitir en el instituto, es que te van a readmitir en el instituto, y vas a tener que hacer todos los exámenes que nosotros hicimos y tú te perdiste por estar expulsado.
               -Honestamente, ya me jodería-comenté, mirando la etiqueta de mi botellín de cerveza-. Yo preferiría seguir expulsado a tener que hacer todos los exámenes de una sentada, macho.
               -Claro, porque tú no sabes lo que es, tío-contestó Scott, torciendo la boca.
               -Sí, realmente es que es una puta movida. O sea, por muy vago que yo sea, prefiero mil veces estar en el instituto con los demás que haciendo sabe Dios qué en casa. O sea, es que yo me aburriría, porque no hago nada.
               -Ya, joder. A ver, yo hago las tareas de casa para estar entretenido, pero es que… tampoco… quiero decir, los primeros días vale, estuve liado, pero luego ya lo tengo todo hecho y no tengo nada que hacer. Se me cae la casa encima. Por eso estoy dispuesto a acompañaros a la tintorería, si hace falta.
               -La verdad que ser chico de los recados es bastante entretenido. Yo me lo estoy pasando bien-comentó Tommy, tamborileando con los dedos sobre el envoltorio de su sándwich, ya vacío.
               -¡No te jode! Somos los únicos tíos en un edificio de varias plantas abarrotado de tías. Ni Logan podría resistirse a esto. Encima es que no hay ninguna fea, macho. ¿Creéis que todas las que estudian Derecho están buenas, o es que Sher sólo se queda con las guapas?
               -No me imagino a Sher escogiendo a nadie por su aspecto físico, la verdad. Me decantaría por la primera opción.
               -La inmensa mayoría de universitarias están buenas por definición-aprobó Scott, y yo me regodeé en pensar que Sabrae quería ir a la universidad. Si ya era preciosa, ¿cómo sería cuando tuviera 18, 19, 20 años, y tuviera la agenda de una universitaria y se comportara como tal? ¿Cuando se vistiera más formal para acudir a seminarios, más informal para ir a la biblioteca con sus amigas? ¿Cuando se arreglara para salir a matar en las fiestas? ¿Cuando me dejara follármela en los baños de su facultad, o en los de algún antro que los de último curso habían alquilado para una fiesta con la que recaudar fondos para su viaje de fin de curso?
               -Yo acabo de descubrir que tengo un fetiche por las mujeres en traje. De repente me apetece meterme a juez y hacer el bien en la sociedad, ¿a vosotros no?
               Scott se echó a reír.
               -¿Tantas ganas tienes de que te den una patada en los huevos cada día? Porque lo harían gustosas.
               -Tu madre puede hacer lo que le dé la gana con esas piernas suyas. Siendo el mito erótico que es, le dejaría incluso mandarme de una patada a Saturno-sonreí, dando un sorbo de mi cerveza.
               -Y hasta le darías las gracias-convino Tommy, brindando conmigo en honor a las piernas de Sher. Él me entendía, menos mal. Scott puso los ojos en blanco y protestó:
               -Sois unos gilipollas.
               -Y tú un desgraciado-acusé-. ¿Te das cuenta de que eres la única persona en el mundo que no puede acostarse con tu madre? A mí eso me parece una maldición.
               -Estuve dentro de ella-me recordó, como si el hecho de ser el primer fruto de su vientre pudiera generarme envidia, cuando más bien me daba lástima. Precisamente por haber sido el primero de nosotros en tener contacto con Sher, éste se veía tremendamente limitado, limitación de la que ni Tommy ni yo gozábamos.
               -Sí, pero no lo disfrutaste-repliqué-. Ni siquiera te acuerdas.
               -Tampoco es que tirarme a mi madre sea mi meta en la vida. No soy un enfermo.
               -¿Cómo se llama a la gente que no ve, T?-pedí.
               -Ciegos.
               -¿Y qué les pasa a los ciegos?
               -Que están enfermos.
               -¿Sabíais que, según la definición de la OMS de lo que es la enfermedad, una persona enamorada es una persona enferma?-aportó Scott, pensativo, y yo no pude evitar que una sonrisilla me cruzara la boca. Vaya, vaya. Así que, según la OMS, estoy enfermo.
               Tommy, al que jamás se le escapaba una, sonrió al verme.
               -Ahora es cuando discutimos a cierta rizosa-se rió, dando un sorbo de su bebida.
               -No vamos a discutir a ninguna rizosa-respondí a la defensiva, viendo por dónde querían ir. Tommy y Scott volvieron a beber, sabiéndose con la verdad.
               -Puede que tú no consideres rizosa a Sabrae.
               -Scott-advertí, viéndolo venir, pero él tenía el día tocapelotas.
               -¿Qué es mi hermana para ti, Al?-me picó, como si no acabara de decirle que quería pasar un San Valentín genial con ella. Joder, odiaba que me hicieran hablar de mis sentimientos hacia ella. No porque me avergonzara, todo lo contrario; sino porque sentía que, con ellos, era una persona distinta a la que era con Sabrae. No necesariamente una versión falsa de mí mismo, sino… bueno, el Alec de siempre. El Alec amigo. Y con Sabrae era el nuevo Alec. El novio. En funciones, pero novio. Tommy sonrió a través de su botella.
               -¿Podemos no discutir esto ahora, por favor?
               -¿Por qué? ¿Demasiadas chicas que te nublan el cerebro a la vista?-pinchó Tommy.
               -No. Porque acabo de verla hace poco-murmuré, pensando en lo guapa que estaba con mi sudadera puesta, su sonrisa, el beso que no había querido darme porque así se garantizaba que volvería con ella. Desde que había probado sus labios por primera vez, mi existencia era una penosa travesía por el desierto cuando pasaba un día en que no volvía a degustar su boca, y sus besos eran lo que convertían mi vida en algo que mereciera la pena.
               Ni de broma iba a decirles eso a Scott y Tommy, eso por descontado. Los muy cabrones no me dejarían vivir.
               -¿Qué es mi hermana para ti, Alec?
               -Cuidadito ahí, Al-sonrió Tommy-. Es su ojito derecho, yo me andaría con ojo.
               -Pf-puse los ojos en blanco, negué con la cabeza, mirando a las demás, y dándome cuenta de que las que me parecían guapas lo eran porque tenían algo que me recordaba a Sabrae, y sin embargo ninguna podía compararse con mi chica favorita en el mundo-. Tu hermana… es el mar que yo no quiero parar de surfear.
               Me habría puesto rojo en cualquier otra situación, pero por suerte mis mejillas no me traicionaron esa vez. No me podía creer que acabara de decirles eso a mis amigos; yo, que le quitaba la tensión a los momentos más emotivos en nuestro grupo porque me daba mucho miedo que alguien se pusiera a llorar, sobrepasado por el amor que nos profesábamos los unos a los otros, y yo le acompañara. Era un chico duro, fuerte, la roca de todos, el bromista. No era propio de mí dejarme llevar por mis emociones, ni derrumbarme cuando los demás estaban en la mierda. Yo tiraba de ellos, y sentir de manera tan intensa era aterrador. Con Sabrae no me daba miedo, pero porque ella era valiente, y abrazaba mi vulnerabilidad. Le encantaba mi lado más sensible y se regodeaba en nuestra forma de sentir lo que nos unía. Los chicos, sin embargo, eran harina de otro costal.
               Esperaron a que dijera algo más, para mi sorpresa, pero yo no añadí nada. Bastante desnudo me sentía ya.
               -¿Y ya está?
               -Vas listo si te piensas que te voy a decir las frases buenas, para que luego las vayas usando con Eleanor-bromeé, restándole la importancia al asunto, y Scott puso los ojos en blanco.
               -A Eleanor le interesan más otras partes del cuerpo de Scott que su lengua-espetó Tommy, que cuando está a punto de emborracharse, es propicio a vacilar a Scott más de la cuenta. Por eso yo siempre procuraba que nunca llegara al punto de estar tan borracho que no se tuviera en pie: prefería cuando me ayudaba a tomarle el pelo a Scott.
               -¿A que te parto la cara?
               -Estaba hablando de tu inmenso corazón, S. A ver si nos tranquilizamos un poco-me eché a reír ante la mueca que le hizo Tommy, dándole una palmada en la rodilla.
               -Si tan enamoradísimo estás de ella-atacó Scott, dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad para descubrir qué nos traíamos Sabrae y yo-, ¿por qué no se lo dices?
               -¿Te crees que no se lo he dicho ya?-respondí, irritado-. ¿Con todo lo que se me suelta la lengua después del sexo?
               -Deberías ser un poco consecuente, Al. Si le dices que la quieres, y luego te tiras a todo lo que se te pone por delante, parece que se lo dices por decir.
               Aquello me sentó como un puñal en el corazón, porque sabía perfectamente por qué suceso y qué persona iba aquello. Scott no había movido un dedo para impedir que yo me follara a Zoe, ¿y ahora me lo echaba en cara?
               -¿Ahora pasamos a hablar de cierta pelirroja, o qué?-estallé, dejando que una rabia burbujeante de mi interior se hiciera con el control de mi cuerpo.
               -No-respondió Scott con calma.
               -Pues no sé a qué viene esto.
               -Viene a que estás más que dispuesto a zumbarte a medio edificio-me recriminó Scott.
               Le dediqué una mirada gélida, tan quieto que podría haber pasado por una estatua.
               -Ahora es cuando me dices que crees que no me merezco a tu hermana. Y yo te tengo que partir las putas piernas-añadí sin poder contenerme, y Scott inhaló profundamente.
               -No creo que no te la merezcas. que lo haces. Sé lo que sientes por ella, tío. Os veo cuando estáis juntos. Por eso me toca tantísimo los cojones que hagas comentarios del tipo “buah, me follaría a todo el edificio si pudiera”, porque te piensas que ninguno de nosotros sabe lo mucho que te comes la cabeza y ésa es tu forma de seguir con la farsa.
               -Yo no sigo con ninguna farsa. Mi vida de antes no era un circo, ¿sabes? Me gustaba follarme a toda chica que se me pusiera por delante. Y a ti también-le recordé-. Tu yo de antes  tendría a las becarias haciendo cola en el baño para follárselas mientras yo me ocupaba de ellas en el sofá.
               -Y yo no digo lo contrario, Alec, tío. Sólo digo que… no tienes por qué seguir haciéndote el gallito, ¿sabes? Ni con nosotros, ni con nadie. Puedes ser tú.
               -Ya soy yo. Soy así desde que nací. No me estoy haciendo el gallo; soy chulo por naturaleza. Y bocazas. Parece mentira que no lo sepas.
               -Lo sé, Alec. Te lo estoy diciendo por tu bien. Si empezaras a controlar un poco más la lengua, no te sentirías mal como lo haces después.
               -¿Que yo me siento mal?
               Scott parpadeó.
               -¿Por qué tenéis movidas Sabrae y tú?
               -Ah, cojonudo. Ahora no sólo resulta que yo no me merezco a tu hermana, sino que las movidas las tenemos por mi culpa. Co-jo-nu-do-silabeé.
               -Yo no he dicho eso, Alec, tronco. ¿Por qué estás tan empeñado en ponernos en contra?
               -Eres tú el que se está metiendo donde no le llaman.
               -Sí me llaman. Se trata de mi hermana, ¿vale? ¿Cómo reaccionarías tú si yo estuviera con Mimi…?
               -No tengas los cojonazos de meter a mi hermana también en esto, Scott. Con la mía ya tienes bastante.
               -¿… y me dedicara a meterle fichas a todo Cristo? ¿Si me pusiera juguetón con otra?
               Me volví para estar frente a frente con él mientras Tommy tragaba saliva.
               -No tienes ni puta idea de lo que hay entre Sabrae y yo, Scott. Ni puta idea. Si supieras lo que hay entre nosotros, sabrías que todo lo que hago son gilipolleces sin trasfondo. Me gusta meterles fichas a las tías. Soy así. No lo hago en serio. Y Sabrae no se lo toma así, y es la principal interesada, así que, ¿por qué coño te molesta a ti?
               -Porque tengo que ver cómo lo haces.
               -Pues no me mires.
               -No es tan fácil.
               Reí entre dientes, negué con la cabeza y me espatarré en el sofá.
               -¿El otro medio es para mí?-preguntó Tommy. Scott se lo quedó mirando.
               -¿Qué?
               -El otro medio edificio al que Alec no está dispuesto a zumbarse-explicó-. ¿Es para mí?
               Scott parpadeó, alucinado, la boca abierta como un puto besugo en la pescadería, esperando que algún ama de casa se lo lleve para su cena de Nochebuena. Su piercing era el anzuelo con el que lo habían sacado del mar.
               -No puedo creerme que no quisieras que estuviera con tu hermana porque yo no me la merecía cuando es evidente que tú no te mereces a Diana.
               -¿Ves la puta costumbre que tienes de meterte donde no te llaman, Scott?-espeté.
               -Tranquilito, ¿eh, tío? A ver si aprendemos a distinguir una coña-ladró Tommy.
               -No puede, no le da la cabeza-corté.
               -Las tías siempre piensan que cuando les decimos algo mientras follamos, no lo decimos de corazón-sentenció Scott, que claramente es el Dalai Lama del amor-. Por eso, si sólo les hablas durante el sexo, no quieren correr ciertos riesgos que de otra manera sí correrían.
               Me eché a reír. ¿Así que esto era porque yo no conseguía que Sabrae aceptara ser mi novia oficial? Manda huevos. ¿Qué tenían que ver las becarias en esto? Si Scott supiera a qué se debía todo realmente…
               -Créeme, Scott, todo lo que le digo y le hago a tu hermana es de corazón-le insté-. Y ella lo sabe. Pero tampoco soy nadie para presionarla, ¿no? Si ella no siente lo mismo, yo no soy quién para no hacerle caso.
               -Cuánto te ha cambiado Sabrae, si es que no pareces el mismo. Mi niñito es todo un hombre-sonrió Tommy, acariciándome la cara. Le aparté la mano de un manotazo.
               -¿De verdad crees, en serio, que mi hermana no te quiere?
               Me quedé callado, mirándole, decidiendo si le partía la cara o no. Me estaba llevando al límite de mi paciencia.
               -Si ella no quiere que salgamos…-dije despacio, tanteando el terreno. No iba a darle las razones que Sabrae me había dado porque a) no le interesaban y b) ella me las había dicho en la intimidad, y en la intimidad las guardaría yo.
               -… porque es tonta-añadió Scott, que tenía ganas de que le dieran una hostia.
               -Tiene motivos-salté a la defensiva, y los dos brincaron en el asiento: nunca me habían visto ponerme así protegiendo a alguien distinto de Mary-. Me los ha explicado, y yo la entiendo. Si no quiere que salgamos, yo no tengo por qué controlar mi naturaleza, ¿no?-solté. Era más fácil que Scott pensara que Sabrae no quería decirme que sí por mi afán de ligar con todo lo que se moviera que porque le daba miedo la inmensidad de sus sentimientos, y echarme de menos.
               -No deberías tener que controlar nada si sientes lo que dices. Yo dejé de hacer el tonto desde el minuto en que me acosté con Eleanor.
               -Te la follaste en un baño-dijo Tommy, y Scott frunció el ceño.
               -¿Qué?
               -No te acostaste con Eleanor. Te la follaste en un baño. Para acostarse con alguien, es necesario hacerlo en una cama.
               No pude evitar empezar a descojonarme ante lo surrealista de la situación.
               -No te reviento la botella en la cabeza por respeto a la botella, Thomas.
               -Tú no sabes si estoy controlando mi naturaleza-finalicé, encogiéndome de hombros-o si ya ha cambiado y yo sólo estoy reproduciendo la antigua-le guiñé un ojo, intentando zanjar el tema.
               -Mira, Al… yo sólo lo digo por tu bien.
               -Lo sé.
               -No quería cabrearte, ni nada por el estilo. Simplemente… me revienta que hagas estas cosas, porque eres un tío cojonudo, y no te mereces pasar la mierda que pasas estando solo.
               -Vale.
               -Y te mereces que Sabrae te diga que sí. Y te conceda cada puto capricho. Joder. Tampoco es para tanto. Es sólo una palabra.
               Sonreí.
               -Gracias, S.
               -Quería que constara-comentó, levantando las manos-. Igual me he metido donde no me llaman, pero… es que no quiero que os rompáis el corazón, eso es todo.
               -No lo haré, S. Te lo prometo-sonreí, estirando el puño en su dirección. Scott lo miró, sonrió y me lo chocó. Tommy puso la mano abierta sobre nuestros puños unidos y suspiró.
               -Deja de beber, Thomas-instó Scott.
               -Qué bien entra esto…-meditó el pequeño de los tres, apurando su bebida de un último sorbo que le supo a gloria.
               Nos dejamos de conversaciones filosóficas, acabado ya el momento de tensión entre Scott y yo, y ayudamos a las chicas a meter los papeles en cajas y cargarlos en el coche de Sher. Las socias también arrimaron el hombro, y mientras las mujeres se peleaban con las cajas para conseguir colocar el mayor número posible en el maletero de Sher, Scott, Tommy y yo esperamos nuevas instrucciones de Sher. La razón de que estuviéramos allí esa tarde remoloneó en el edificio, dándoles las gracias a todas y cada una de las chicas que había allí presentes, que tan desinteresadamente habían colaborado y con gran ahínco habían arrimado el hombro. En eso consistía ser abogadas, en ayudar a los más desfavorecidos, en repartir riquezas de forma más equitativa, en hacer justicia, en interesarse igual por los clientes con independencia de lo relevante que fuera su caso… joder, casi me apetecía estudiar Derecho sólo por escucharla. Desde luego, tendría un sobresaliente garantizado en mi valoración de las prácticas, igual que ellas, como bien les estaba recordando Sherezade.
               Sher se colgó su bolso de Prada del bolso justo después de abrazar a la última de las becarias, y se plantó frente a nosotros con una mirada brillante de cariño, acompañada de una sonrisa cálida, propia de una mujer a la que le encanta ser madre de tres.
               -Vosotros también habéis estado genial, chicos-ronroneó, acariciándole la mejilla a Scott-. Estoy orgullosa de vosotros. De los tres-añadió, mirándome directamente a mí, asegurándose de que me daba por aludido. Puede que me entraran ganas de llorar. Poquitas.
               La seguimos al coche y dejé que Tommy entrara primero, lo cual hizo más fácil que un par de chicas se acercaran a entregarme una caja, y por su forma de contener una sonrisa supe que aquello tenía más que ver conmigo que el resto de cajas que cargaban el coche.
               -¿Se os ha olvidado dentro?-pregunté con genuina inocencia, sin embargo. Necesitaba una confirmación. Las chicas se echaron a reír, y una de ellas, morena de pestañas larguísimas y hoyuelos en las mejillas, estiró un dedo hacia la caja.
               -Es lo que pediste. Esperamos tu llamada.
               Se echaron a reír y entraron de nuevo en el edificio, desde el que las becarias nos despedían agitando la mano, aplaudiéndonos o saltando para vernos por encima de las cabezas de las demás. Sus risas y gritos se escuchaban varias manzanas más allá.
               Scott se volvió para ver qué había en el interior de la caja, y los tres chicos nos echamos a reír (Sher sólo sonrió) al descubrir que la caja estaba repleta de fotos de todas las becarias, cuidadosamente escogidas e impresas en papel de fotógrafo. En el dorso, estaban sus nombres, teléfonos y cuentas de redes sociales, para que tuviéramos varias vías para contactarlas.
               Muchas estaban cuidadosamente escogidas, posando en sus mejores ángulos sin resultar demasiado forzado, lo que me recordaba a las fotos que enviaban las agencias de representantes de modelos y actrices cada vez que había un casting. Empecé a sacarlas y a enseñárselas a Tommy y Scott, que silbaban y aplaudían y decían que todas eran bellezones, lo cual no era mentira.
               -Sher, si estudio Derecho, ¿me cogerías en el despacho?-pregunté, inclinándome hacia delante. Ella se rió.
               -¿A cuántos chicos has visto en el edificio?
               -A los tres más afortunados del mundo-respondí, y Scott puso los ojos en blanco, mordisqueándose el piercing y negando con la cabeza. Pegó la cara  la ventanilla para que no se le notara sonreír.
               -Sí, bueno, de los tres que han estado, dos ha sido por ser hijos míos, y uno por serlo casi.
               -¿Has oído, Scott?-le di una palmada en el pecho desde atrás-. Eres casi hijo suyo.
               Tommy se echó a reír, empezó a abanicarse con la foto de una rubia (vaya, parece que nuestro amigo tiene un nuevo tipo), y Scott decidió tratar de callarnos la boca recordándonos que teníamos novia, así que deberíamos dejar de mirar tanta foto.
               -¡Pero si tú también estabas mirando, Scott!-protestó Tommy.
               -¿Qué más da? El caso es que está mal.
               -Que tenga elegido el plato no significa que no pueda echar un vistazo al menú.
               -Tú no tienes elegido el plato, tienes elegido el menú entero, fantasma.
               -Además, ¿qué novia tengo yo?-intervine, colgándome de nuevo hacia delante-. ¿Me has pedido salir y yo no me he enterado?
               -Eres insoportable-rió Scott, frotándose los ojos-. No sé cómo te aguanta mi hermana.
               -Déjame a solas con tu madre diez minutitos y seguro que ella es capaz de explicártelo-le di otra palmadita y le guiñé un ojo.
               -Cariño, yo por diez míseros minutos no me quito ni los zapatos-intervino Sher, riéndose.
               -No hace falta que te descalces, Sher. No me molestan en absoluto unos zapatos de tacón.
               -Qué fantasma eres-se burló la mujer.
               Se quedó callada el resto del trayecto, y noté cómo su humor cambiaba a medida que nos acercábamos a nuestro objetivo. Detuvo el coche frente a la puerta principal del instituto, y Tommy y yo intercambiamos una mirada, confusos. No lo habíamos hablado, pero sabía que los tres dábamos por sentado que íbamos al juzgado. A fin de cuentas, nos habíamos pasado la tarde entera imprimiendo sentencias. ¿Qué necesitaba Sher del instituto que no hubiera podido encontrar ya en sus libros de jurisprudencia?
               Sher se bajó del coche y abrió el maletero.
               -¿Os vais a quedar ahí toda la tarde?-preguntó, en un tono serio que nada tenía que ver con el juguetón de sus últimas palabras en el coche. Scott, Tommy y yo salimos como si estuviéramos borrachos, completamente descoordinados, y empezamos a descargar las cajas. Seguimos a Sher hacia la entrada y, tras sonreír de forma oscura en el vestíbulo al mirar las cámaras de seguridad que habían colocado durante el verano pasado, y echó a andar por la zona de la dirección del instituto, aquella a la que sólo iban los camorristas cuando se peleaban en el recreo, le faltaban al respeto a un profesor, faltaban a clase o molestaban tanto que los terminaban echando del aula.
               Era incapaz de contar las veces que me habían hecho sentarme en el despacho del jefe de estudios de ese año a recibir un sermón, que me pusieran un apercibimiento o que me amenazaran con expulsarme. Incluso había ido en alguna ocasión al despacho de Fitz; las suficientes como para hacer una visita guiada.
               Nunca, eso sí, cuando él no estaba allí esperándome.
               Sher entró como una apisonadora en el despacho poco iluminado y atestado de papeles. Miró en derredor, comentó con sorna que allí no había cámaras, qué curioso, y cuando notó que nosotros no estábamos tras ella, se giró de nuevo sobre sus tacones de aguja.
               -¿A qué estáis esperando? ¿No vais a entrar?
               -¿Esperamos dentro?-preguntó Tommy, con una nota en la histeria en la voz que yo habría compartido de haber tenido que hablar. Sher asintió.
               -Claro. Será divertido.
               No tenía nada de divertido cuando tú eras un alumno y estabas acostumbrado a morirte de miedo esperando a que Fitz viniera y te cayera la bronca del siglo, te amenazara con llamar a tus padres, expulsarte… claro que yo tampoco le sacaba mucho provecho a las clases, y Scott también estaba en la calle, así que si me largaban, podíamos pasar las mañanas juntos, dando de comer a los patos del parque.
               Así que la seguimos dentro, ya que no teníamos nada que perder, y contemplamos con absoluta estupefacción cómo, después de pasearse por el despacho acariciando la mesa y jugueteando aquí y allá con objetos de decoración que nuestro director tenía por allí recopilados, se sentó en el alto sillón del director. Cogió uno de los papeles que había sobre el escritorio y se puso a ojearlos mientras mordisqueaba una barrita energética que se sacó del bolso.
               -Esto… mamá.- Sher miró a su hijo-. ¿Qué hacemos?
               -Oh. Cierto. No estáis acostumbrados-se llevó dos dedos a la frente-. Qué despiste. Dejad las cajas que tenéis por ahí, y traed las demás. Vaciad el coche, ¿queréis?
               Dicho lo cual, subió los pies a la mesa, los cruzó por los tobillos, se inclinó en la silla y siguió ojeando uno de los papeles del escritorio. Cuando terminamos de descargar el coche, nos indicó que nos sentáramos. Sólo Scott pudo. Tommy y yo nos quedamos de pie, pegados a la pared, absolutamente acojonados. Sherezade imponía ya de por sí sólo por su belleza, pero ahora que parecía concentrada en contener su furia y se mantenía relajada antes del combate, incluso daba miedo. Sus pestañas larguísimas podían ser dardos; sus ojos, pistolas láser; no me habría extrañado que entre sus labios perfectamente delineados asomaran dientes de sierra capaces de arrancarme la garganta de cuajo, que sus uñas pudieran abrirme en canal o que con su melena pudiera estrangularme.
               Pensamos que no se mantendría así de relajada cuando escuchara pasos y hubiera indicios de que Fitz se acercaba, pero no fue así. Oímos sus pasos acercarse y ella no hizo absolutamente nada; pasó con aburrimiento un par de hojas y examinó lo que sus becarias le habían subrayado, masticando con parsimonia su barrita energética y asintiendo con la cabeza como quien lee un artículo en el que cantan las alabanzas de su cantante favorito.
               La puerta se abrió y el traje barato, amarillo taxi con estampado escocés, se materializó en el despacho. Su estupefacción e incomprensión se manifestó en su cara en cuanto constató que aquel lugar no estaba tan solo como él esperaba, ni tampoco tan vacío. Cajas y cajas con documentos abarrotaban la estancia, haciendo las veces prácticamente de vigas que sostenían el techo.
               Y Sher seguía con los pies encima de la mesa, unos papeles en la mano y la barrita energética en la otra. Ni siquiera lo miró. Le estaba ninguneando mientras le ponía nervioso. No. Nervioso, no. Le estaba acojonando.
               Y lo estaba consiguiendo.
               -¿Qué es todo esto?
               Sher se llevó el dedo índice a los labios, sonriendo.
               -Lo que estoy leyendo es interesantísimo, Fitz.
               Él se quedó callado, sus ojos oscuros paseándose por el cuerpo de Sherezade, sin una gota de lujuria en su interior. Sólo el terror se traslucía en sus iris. Debo decir que no era el único que no podía imaginársela desnuda en ese momento y que quería salir pitando de allí.
               Sherezade terminó de comer, terminó su lectura, bajó los pies de la mesa y se lo quedó mirando. Esbozó una media sonrisa lobuna que hizo que todos no estremeciéramos. Pensé en lo que mi sonrisa de Fuckboy®  o la de Seductor™ de Scott
               Y empezó a destrozarlo con la precisión de quien se gana la vida destruyendo a otras personas.
               -¿Estás familiarizado con la doctrina de la fruta del árbol envenenado, Fitz?
               ¿Pero qué cojones…? ¿De qué coño estaba hablando?
               El director se la quedó mirando, sin comprender. Sherezade apoyó los codos en la mesa, le indicó que tomara asiento en las sillas de los visitantes, pues el inmenso sillón reclinatorio ahora le pertenecía a ella. No sé cómo se las apañó él para no obedecerla inmediatamente; si Sher me hubiera dicho en ese momento que saltara al cráter de un volcán activo, yo lo haría, aun sabiendo que eso significaría una muerte segura.
               -No… veo qué relación tiene eso con la razón de por qué estáis aquí. En mi despacho-intentó sonar duro, pero no consiguió pasar de patéticamente amedrentado. Sherezade se mordió el labio en su sonrisa.
               -Pues claro que no tienes ni idea de lo que significa, ¿verdad que no?-Sher balanceó la silla a un lado y a otro, soltando los papeles y abriendo las manos-. Nadie fuera de mi mundo la conoce-reflexionó, entrelazando sus manos sobre el vientre-. Bien, te ilustraré. Tengo tiempo de sobra. Y tú tendrás más cuando termine nuestra pequeña reunión-Sherezade se inclinó hacia atrás, se apartó el pelo de la cara con un dedo y entrelazó las manos por encima del pecho-. ¿Conoces la importancia de las pruebas en el sistema judicial inglés, Fitz?-él negó con la cabeza-. Por supuesto que no. De lo contrario, no me habrías tocado el coño como me lo has tocado-espetó, sonriente, y pude ver cómo el hombre flipaba con lo que Sherezade acababa de soltarle. Desde luego, no más que yo. Pensaba que era siempre tremendamente correcta en sus casos, ella no me parecía la típica abogada que entra en un despacho rival como un toro de miura y amedrenta a los contrarios a base de improperios-. Bueno, resulta que las pruebas son esenciales, querido amigo. Más incluso que el sistema en sí. Si una prueba está contaminada, digamos, proviene de un árbol envenenado, y se usa en el juicio, todo el juicio se viene abajo.
               -Sigo sin ver…
               -¿Sabes de qué trató mi primer caso como abogada? ¿El primero en el que trabajé yo sola?-Scott se estremeció involuntariamente, y yo lo miré-. Violación-reveló Sherezade, haciendo que entendiera la reacción de su hijo-. Una pobre muchacha que volvía de trabajar, a la que asaltaron en un parking y una escoria que le doblaba la edad la violó a punta de navaja un jueves, cerca de las 10 de la noche. No había semen: el hijo de puta la violó con condón y no había manera de probar que había sido él. Excepto por una cosa-Sherezade se inclinó hacia delante, todos estábamos fascinados, absorbidos por la historia. Zayn abrió despacio la puerta, seguramente sabiendo la matanza silenciosa que se desarrollaba al otro lado de ésta y no queriendo interrumpir el sacrificio, y apareció como un fantasma en los límites de mi campo de visión, haciendo que contuviera un grito-: unas grabaciones de una cámara de seguridad de las oficinas que había en el edificio de enfrente. Por supuesto, aquellas grabaciones eran del todo fortuitas. No deberían existir. En condiciones normales, no habrían existido, y nuestra pobre chiquilla no tendría manera de acreditar que el violador ella quien era decía.
               -Pero existían, ¿no? Existían y las usaste.
               Sherezade sonrió, y un escalofrío me recorrió de arriba abajo, como cuando los dementores encuentran a Harry Potter solo en un callejón oscuro, o los niños de It sienten la presencia de Pennywise. Que viene el lobo, que viene el lobo, cerrad las puertas, cerditos, que viene el lobo.
               -¿Que si la usé? Cariño-Sherezade se echó a reír-. Por supuesto que no la usé. Mi primer caso era de abogada de oficio. Yo defendía al violador.
               Fitz tragó saliva. Tommy y yo también. La cabeza empezó a darme vueltas. Pensaba que Sherezade sólo llevaba casos penales de mujeres. Era una acusadora, no defensora. Tan sólo cuando las mujeres tenían algún tipo de denuncia de sus maridos, ella las protegía: el resto de veces siempre era el lado de la justicia. A Sherezade no le pegaba ir defendiendo a violadores; de hecho, iba completamente contra sus principios.
               -Yo nunca he perdido un caso. Jamás. Desde que empecé-Sherezade acarició una de las asas de su bolso como una villana de Disney acaricia a un gato persa-. Éste no fue la excepción. Conseguí que mi cliente se librara porque la grabación de la cámara de seguridad no era legal. Los técnicos habían cambiado la orientación de la cámara y se habían olvidado de corregirla, de manera que enfocaba a un espacio público, cosa para la cual no tenía autorización. La grabación era ilegal, la fruta del árbol envenenado. No podía utilizarse, el fiscal lo sabía y yo lo sabía también, y era la única prueba irrefutable que éste tenía para contra mi cliente. Se le declaró no culpable, al menos en primera instancia-Sherezade sonrió-. La chica, como es natural, apeló a la Corte Suprema. Adivina quién la defendió-Fitz tuvo un escalofrío-. Exacto. La tienes delante. ¿Cómo lo hiciste, Sherezade?, te estarás preguntando ahora mismo-desde luego, eso era lo que me estaba preguntando yo-. ¿La respuesta? Un ticket de párking, que demostraba que el procesado había estado en el momento y lugar cuando los hechos sucedieron. La había metido a la fuerza en un coche robado para un segundo asalto, coche cuyo aparcamiento pagó con una tarjeta de crédito a su nombre. Los hombres sois así de gilipollas-Sherezade se echó a reír, abriendo las manos-. El muy gilipollas había violado a la muchacha y luego había salido pitando de allí, cambiando el lugar de aparcamiento del coche para tener una coartada en la que basarse. Sólo un ticket de párking me bastó para joderle la vida a alguien que se lo merecía, a alguien que había hecho daño a una chica a la que yo no conocía. Removí cielo y tierra para meter a ese cabrón entre rejas. Scott tenía 4 años por aquel entonces, cuando metí a mi primer criminal en la cárcel. Le cayeron 20 años. Le queda menos de la mitad, como bien habrás podido calcular, y me cuentan que se está portando muy bien y que en un año podría estar en la calle por buena conducta. Sería una verdadera lástima que los lobbies feministas consiguieran que se apruebe el Acta de Modificación de Régimen Penitenciario de los Condenados por Violencia contra las Mujeres, pero-Sherezade chasqueó la lengua y se encogió de hombros-, están muy bien financiados.
               Claro que estaban bien financiados, y organizados. Gran parte de su dinero lo aportaba ella.
               -Así que imagínate, Fitz-Sherezade inclinó de nuevo la cabeza-. Si he hecho todo esto por una chica a la que no he vuelto a ver, a un hombre con el que estuve 10 minutos, ¿qué puedo hacerte a ti, si tengo un contrato mal redactado-señaló con la cabeza uno de los papeles que había sacado-, una grabación ilegal en la que encima hay menores, y cientos de testigos que pueden testificar que el derecho natural de mi hijo, un ciudadano inglés nacido y criado en Inglaterra que está bajo el amparo de la Carta Magna, ha visto vulnerado su derecho a la educación?
               -¿Qué es lo que quieres, Sherezade?-podía oler el miedo en las axilas transpirantes de Fitz. Apestaba a pánico.
               -¿“Sherezade”?-repitió la abogada, incrédula. Fitz se aclaró la garganta.
               -Señora Malik.
               -Doctora Malik, si no te importa-corrigió con irritación-. No me he matado estudiando dos doctorados y un máster como para que ahora intentas reducirme a con quién echo unos polvos bestiales.
               La onda expansiva de aquella hostia se sintió en China. Joder, no me gustaría estar en el lugar de Fitz ni aunque luego me garantizaran una orgía con veinte supermodelos y Sabrae.
               -Doctora Malik-aceptó tras conseguir no atragantarse con su saliva-. ¿Qué es lo que quiere?
               -Readmitirás a Scott.
               -Lo tengo grabado saliendo del colegio después de esos pobres chicos.
               -Esos “pobres chicos” intentaron violar a una de tus alumnas. Y no, a Scott no lo tienes grabado, porque para poder obtener imágenes de menores, necesitas el consentimiento de los dos padres. Y aquí-Sherezade sacó un papel y lo sostuvo en alto-, sólo consta la firma de su padre, no de su madre.
               -Eso no hay quien…
               -… ¿se lo crea? Te sorprendería la cantidad de juicios que gano sin tener que abrir la boca. Hay fiscales que ni se molestan. Puedo pasarme sin pisar un juzgado un año entero, y eso, a mi nivel, es poco menos que ser Dios. Destrocé a ese hijo de puta y destrozo a los hijos de puta como él cada día, Fitz, sólo con respirar, pero pobre de ti como me sigas tocando los cojones. Métete con la libertad de las mujeres, con mis hermanos, mis padres, mi marido, conmigo… y no vas a vivir para contarlo. Pero tócales un solo pelo de la cabeza a mis hijos, uno solo, y te juro por Dios que no hay palabras para describir lo que te haré. Borraré tu existencia de la faz de la Tierra, usaré todos y cada uno de mis infinitos recursos para reducirte a cenizas, y de esas cenizas haré otras, y otras, hasta que tenga una nada tan inmensa que sería imposible que nadie se acuerde de ti-Sherezade se inclinó hacia delante y yo, instintivamente, me eché hacia atrás, a pesar de que no me estaba prestando la más mínima atención. Tenía el consuelo de que lo mismo hicieron Scott y Tommy mientras Zayn tragaba saliva, los ojos oscuros, una gotita de sudor descendiéndole por la espalda. Fitz seguía paralizado de pánico, y cuando Sherezade sonrió de forma tétrica, me sorprendió que no se pusiera a gritar-. Me encargaré personalmente de que tu vida se acabe en el instante en que Scott vuelva a salir por esa puerta si te niegas a aceptar mis términos; será un proceso largo y doloroso, pero si vas a cualquier cárcel y pides mi nombre, te dirán gustosos que soy una sádica, una zorra hija de puta que disfruta viendo a los demás sufrir. Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, y en la cárcel se concentra el mayor número de borrachos sobrios de todo el país, Fitz-Sherezade sonrió de forma tétrica, y me sorprendió que Fitz no se pusiera a gritar. Los ojos de Scott eran del tamaño de la corona de la reina. Se estaba dando cuenta de lo cojonuda abogada que era su madre-. Cuando acabe contigo, después de que me canse escucharte pedir clemencia y ya no me merezca la pena seguir gastando energía en destrozarte, me aseguraré de que las personas que conocían a las personas que conocían a las personas que te conocían tengan amnesia. El recuerdo de tu existencia desaparecerá igual que vas a desaparecer tú, igual que desaparece un charco en un día extremadamente caluroso-sonrió como una muñeca diabólica-. ¿Me he explicado con claridad?
               Fitz asintió con la cabeza.
               -No te oigo, Fitz.
               -Sí.
               -Sabía que tú y yo llegaríamos a un acuerdo-comentó ella con retintín, cambiando completamente de tono, como si fuera una vendedora de una joyería que va a comisión encasquetándole un diamante del tamaño de una fresa a algún ricachón con cargo de conciencia-, especialmente cuando te dieras cuenta de que te has metido con la tía equivocada.
               -¿Cuáles… son esos términos?
               -Readmitirás a Scott-Tommy y yo nos miramos, alucinados. A esas alturas de la película, esperábamos que le ordenara entrar en prisión. Y yo no podría culparle si accediera gustoso-. Le permitiréis volver a hacer todos los exámenes que se ha perdido. Se reincorporará a las clases con efecto inmediato.
               -No puedo… hacer que le repitan los exámenes.
               -¿Que no qué? Ay, Fitz, y yo que pensaba que habías entendido lo de las cenizas-Sherezade chasqueó la lengua-. A ver. Métete con mis hijos, y lo siguiente que harás será suplicar mi clemencia para que te mate. Y estarás jodido, porque las madres no tenemos piedad, no cuando se trata de defender a nuestros niños. ¿O tengo que hacer unas llamadas y recibir una inspección? Estoy bastante segura de que al Ministerio de Educación no le hará gracia lo de este reality show que tienes montado.
               -Scott está readmitido-asintió Fitz.
               -También quiero tu dimisión-Fitz se puso pálido-. Como comprenderás, no me fío de alguien que se pasa por el forro las leyes para educar a mis hijos. Se acabó tu reinado del terror.
               -Pero… ¿quién será el director?
               -Tenéis subdirector, según creo, ¿no?-Sherezade miró a Zayn, que asintió solemnemente tras Fitz-. Ezra, si no me equivoco. Es buen profesor. Ya es hora de que disfrute de un ascenso.
               -¡No puedes hacerme dimitir!
               Sherezade se echó a reír y se puso en pie. Apoyó ambas manos extendidas en la mesa, y se inclinó hacia él como un jaguar a punto de saltar sobre su presa desde las alturas.
               -Tesoro, Kate Middleton posará su culo en el trono de Buckingham Palace, pero la reina de este país soy yo.
               Fitz echó la silla hacia atrás hasta el punto de que ésta chocó contra la pared.
               -Como muestra de buena voluntad, te dejaré margen de maniobra para que encuentres trabajo en algún colegio de primaria. No te quiero cerca de mis hijos, ¿está claro?-Fitz asintió-. Bien-Sherezade recogió su bolso-. Espero tu carta de dimisión mañana a las cinco de la tarde en la mesa de este mismo despacho. Vendré a recogerla para cotejarla y entregarla en el Ministerio- sonrió y se dirigió a la puerta-. Ah, y otra cosa, Fitz- le arregló el cuello de la camisa-. Será mejor que vayáis pensando en cambiar también de profesor de gimnasia. Estoy cansada de que Shasha se queje de los comportamientos machistas y xenófobos que tiene. Es que sólo se os ocurre a vosotros coger de sustituto a un procesado por pederastia.
               -En este país hay presunción de inocencia, Sherezade.
               -Sí, y también abogados que somos capaces de mantener fuera de la cárcel a asesinos a los que han pillado con el arma homicida en la mano. No quieres cabrearme más, Fitz-le dio una palmadita en el hombro-. Pasarme al lado oscuro y coquetear con la mafia para que aparezcas en flotando en la desembocadura del Támesis no es tan difícil.
               -¿Estás amenazándome?-inquirió, cuatro octavas por encima de su tono normal.
               -¿Amenazarte?-Sherezade se echó a reír-. Rey, no he amenazado a nadie en mi vida. Leído el futuro… eso sí-le dio otra afectuosa palmada en el hombro-. Suerte con tu mudanza. Es una lástima. Tu silla era comodísima.
               Dicho esto, abrió la puerta y salió por ella. Nos quedamos mirándola, estupefactos.
               -Chicos-llamó, y corrimos tras ella. Scott fue el primero en alcanzarla.
               -Mamá-dijo por fin, y ella lo miró. Se apartó un mechón de pelo de la cara de nuevo, con la mirada aún llameante de determinación. Para ella había sido un juego-, yo… nunca he había visto así.
               Sher se detuvo, se hundió en los ojos de su hijo, que eran como un espejo de los suyos, y sonrió. Le acarició cariñosamente la mejilla, todo rastro de peligro ya olvidado.
               -Las madres somos peligrosas cuando amenazan a nuestros cachorros, cariño.
               -Yo… gracias-susurró su hijo, y ella le recompensó con una sonrisa y un beso.
               -Mi niño precioso. No tienes por qué dármelas, ¿sabes? Es mi trabajo. Cuando llamé a la puerta de tu padre llevándote en mi interior, sólo estaba empezando a protegerte. No pararé hasta el día en que me muera. Y, si hay vida más allá de la muerte, seguiré cuidándote desde allí.
               Zayn se reunió entonces con nosotros. Le revolvió el pelo a Scott y le pasó una mano por la cintura a mamá, que lo miró y sonrió.
               -S-dijo-, llévate a tus hermanas a dar una vuelta. Esta tarde quiero a tu madre sólo para mí-Zayn agarró a su mujer de la cintura y la atrajo hacia sí de forma tan brusca que Sherezade ahogó un jadeo de sorpresa y soltó una risita, poniéndole la mano en el pecho y suspirando cuando él buscó su boca y se la comió sin ningún pudor como si no hubiera un mañana. Scott alzó las cejas y silbó mientras Tommy apartaba la vista, dejándoles intimidad, y yo no podía dejar de mirarlos, como hipnotizado.
               -¿Y qué se supone que hago para entretenerlas?-preguntó Scott con cierta irritación después de carraspear un par de veces y que sus padres no le hicieran el menor caso. Puede que, de no haber hablado él, Zayn habría seguido el camino que yo le había sugerido a Sherezade: estaba claro que a él tampoco le molestaban sus zapatos de tacón.
               -Por mí como si las haces sentarse en medio de la calle a contar los coches que pasen. Llévatelas al cine, por ejemplo. Toma 100 libras-soltó, y se sacó de la cartera un billete de cien que me dejó helado. No es que en casa pasáramos hambre precisamente, pero mamá jamás me había dado un billete tan grande ni cuando me dio dinero para irme de vacaciones con mis amigos. Ricos, pensé al ver que Tommy ni siquiera pestañeaba.
               Sherezade tomó la iniciativa cuando llegamos a casa, enganchando a Zayn del cuello de la camisa y arrastrándolo escaleras arriba, en dirección a su habitación. Scott siguió a sus padres a toda velocidad, desviándose en la parte alta de las escaleras para dirigirse al dormitorio de Shasha e indicarle que se vistiera. Su hermana le preguntó cuánto habíamos estado en el despacho, y Scott simplemente le contestó “obedece”.
               Entré en la habitación de Sabrae sin llamar, y me la encontré sentada en su escritorio, inclinándose sobre sus deberes. Cuando llegué a su altura dio un brinco, a pesar de que había caminado haciendo tanto ruido que puede que hubieran sentido mis pisadas como un terremoto en las antípodas.
               -Ya he vuelto-ronroneé, y Sabrae se levantó como un resorte de la silla y empujó sus deberes hacia un lado. En circunstancias normales me habría extrañado su comportamiento, pero ahora estaba tan cachondo que sólo podía pensar en bajarle los leggings y las bragas, comerle el coño de una forma bestial, y follármela tan fuerte que siguiera sintiéndome dentro de ella una semana después de ese polvo.
               -Ya te veo. ¿Qué tal ha ido?-inquirió, reclinándose sobre su escritorio y alzando las cejas.
               -De puta madre. Han readmitido a tu hermano en el instituto-anuncié, empezando a mordisquearle el cuello. La atraje hacia mí y le acaricié el busto.
               -¿Me lo estás diciendo en serio?
               -Sabrae, ¿cuándo te he mentido yo? ¿Te apetece que echemos un polvo para celebrarlo?-ofrecí, y ella contuvo un jadeo cuando la agarré de las nalgas y la pegué contra mi erección.
               -He quedado con Taïssa para hacer videollamada mientras terminamos unos deberes…-empezó a excusarse, y yo le mordisqueé la oreja.
               -¿Son para mañana?
               -Sí.
               -Pues posponlos. Venga.
               -Alec, no puedo, de verdad-se echó a reír ante mi insistencia, poniéndome las manos en el pecho para intentar separarme de ella, pero yo estaba decidido a follar y no iba a ceder tan fácilmente. Si me hubiera dicho que no le apetecía, no le habría tocado un pelo, pero no me había dicho “no quiero”, me había dicho “no puedo, no tengo tiempo”, y para echar un polvo siempre hay tiempo.
               -Sabrae-sentencié, separándome un poco de ella para poder mirarla a los ojos y que entendiera lo que estaba en juego: mi cordura-. Quiero follar. Y tu padre, también. Así que tú decides con cuál de los dos te quedas. Pero ten en cuenta que vivimos en una sociedad-le recordé, y ella se echó a reír-, y no está muy bien visto que una chica prefiera quedarse en casa mientras sus padres follan-como si estuviera escuchándonos, en ese momento Sherezade empezó a gemir, y Sabrae abrió un poco los ojos y se tapó la boca con la manga de la sudadera para ocultar una risita-, en lugar de irse con su follamigo por ahí, a buscar un arbusto tras el que chupársela.
               Se mordisqueó los labios mientras me miraba, intentando contener una sonrisa.
               -Tú no eres sólo mi follamigo, Al.
               -Bueno, pues tu follamigo premium. Lo que sea. Así que mueve ese culo, vístete, y ven conmigo y con el resto por ahí para que Zayn pueda follarse a Sherezade tranquilo, ¿mm? Scott va a invitaros al cine, y yo siempre he querido follar en las filas de atrás.
               -¿No quieres ver cómo me visto?-coqueteó cuando llegué a la puerta de su habitación tras darle un beso en la frente. Me quedé apoyado en la puerta, reí por lo bajo y la miré a los ojos para decirle:
               -Nena, como vea cómo te quitas la sudadera, el solo de tu madre se va a convertir en un dueto.
               Se echó a reír y esperó a que desapareciera para desvestirse. Minutos después abandonábamos su casa y nos dirigíamos al centro comercial más cercano, con estación de bus y metro incluida, y subíamos al último piso, donde estaban los cines. Al final, decidimos entre todos quedarnos en la zona de los recreativos, gastando monedas en máquinas antiguas, mesas de air hockey y pequeñas canastas con marcadores como relojes digitales. Scott le ganó un peluche a Duna en una de esas canastas (el hecho de que Tommy y yo le ayudáramos lanzando pelotas no tuvo que ver en que consiguiera la máxima puntuación) y se sentía tan generoso que incluso le compró una camiseta de un grupo coreano a Shasha, que se lo agradeció con un beso que sorprendió a todos los hermanos. A mí no me extrañaba que la chiquilla se mostrara tan cariñosa, después de ver el buen humor que transmitía Scott, resultando incluso contagioso: estaba tan feliz por volver al instituto que no parecía que, bueno, fuera a volver al instituto. Me di cuenta entonces de lo mal que había tenido que pasarlo y lo poco que había hecho por él; yo, que me consideraba un buen amigo y que presumía de estar dispuesto a dejarlo todo con tal de ayudar a alguien que me importara, no había conseguido apartar mis problemas con Sabrae a un lado el tiempo suficiente como para darme cuenta de lo que estaba sufriendo él.
               Suerte que Tommy había estado ahí para sugerirle lo de la banda, ofreciéndole una salida a su situación, y que Sherezade había encontrado la forma de que recuperara su antigua vida. La verdad es que entendía a Scott: tampoco es que le diera demasiadas vueltas a qué pasaría después de la graduación de mis amigos (ya había renunciado a que fuera también la mía a esas alturas de la película), pero sabía que mi vida cambiaría radicalmente después del instituto y no quería dejar de disfrutar ni un minuto del tiempo que me quedaba con Los Nueve de Siempre, ahora que cada vez era menos.
               Lo cual no obstaba que entonces sólo tuviera una cosa en la cabeza, un objetivo en la vida y una misión a cumplir. Por eso no podía separarme de Sabrae, aprovechando cada oportunidad para pegarme a ella como una lapa: porque no estaba pensando ni con la cabeza ni con el corazón, sino más bien con la polla. Y mi polla tenía bien claritas mis prioridades.
               Tommy sugirió que echáramos un par de partidas al billar, lo cual me pareció una de las mejores ideas del milenio por los buenos recuerdos que me traían las mesas de billar. Supe por la forma de sonreír de Sabrae que ella también estaba pensando en lo mismo que yo (la vez en que rompimos la mesa por intentar follar sobre ella), así que, envalentonado por su emoción contenida pero que yo pude leer como un libro abierto, me ofrecí a pagar parte de los turnos de las chicas. Sabrae y Scott protestaron porque sabían del estado de mi cartera, y más lo hicieron cuando Tommy aceptó mis términos diciendo que entre él y yo pagaríamos a medias, pues querían pagar su parte. Sabrae, inocentemente, pensaba que iba a aliviarme dividiendo el gasto entre cuatro en lugar de entre dos, pero lo único que consiguió fue encenderme más: lo interpreté como que quería repetir lo de la otra vez, y yo no iba a dejar pasar la oportunidad.
               Así que allí estábamos, compitiendo por equipos de tres, compuestos por Duna, Sabrae y yo contra Scott, Tommy y Shasha. Cada vez que Sabrae se inclinaba para enseñarle a Duna cómo tenía que sujetar su palo mientras la sostenía en alto, yo aprovechaba para mirarle el culo y acariciárselo en cuanto soltaba a la chiquilla. Duna se cansó de jugar, se colgó del cuello de Scott cuando éste se sentó en la mesa contigua para sostenerla en brazos, y la partida pasó a ser contra Tommy y Shasha. Se notaba que la chica no tenía experiencia en el billar, y Tommy hacía lo que podía intentando enseñarla, pero no era rival para mí y Sabrae. Bueno, para Sabrae sola: yo estaba demasiado ocupado apoyándome en ella, presionándola con mi cuerpo contra la mesa y embistiéndola de forma disimulada por detrás, buscando un alivio que sólo conseguía llegar a más. Scott y Tommy se reían, Duna no entendía qué estaba pasando, y Shasha estaba demasiado cabreada por ser incapaz de meter una bola como para darse cuenta de lo que sucedía.
               Sabrae metió la bola negra en la tronera del medio y yo la abracé, le comí la boca y empecé a besarla por el cuello como celebración.
               -Saab, ¿me enseñas tú?-pidió Shasha, y Sabrae aceptó. Fueron las dos contra Tommy, y consiguieron vencerle en la última jugada. Sabrae gritó, levantó las manos, dio un brinco y saltó a mis brazos para celebrarlo, ocasión que yo no desperdicié para besarla con insistencia y sentarla sobre mí.
               -Alec, ¿qué te pasa?-rió, divertida, al notar que mis manos bajaban más de lo que solían cuando estábamos en público: había llegado a acariciarle la entrepierna a base de deslizar mis dedos por su espalda, sus nalgas, y el hueco entre sus muslos. Y sabía que le había gustado.
               -Que estoy cachondísimo, joder-gruñí en su oreja, tan cerca que mis labios acariciaron su lóbulo-. No he parado de imaginarte toda la tarde subida a unos taconazos como los de las tías del despacho de tu madre, y me he puesto malísimo. Ojalá llevaras los zapatos que llevaste en Nochevieja y pudiera sentirlos arañándome la cintura mientras te follo sin piedad.
               -Alec, Dios mío-jadeó Sabrae, riéndose, y yo no pude evitar fijarme en cómo sus tetas subían y bajaban mientras se carcajeaba. Ahí fue donde se acabó mi cordura: la cogí de la mano, salté de la mesa de billar, y anuncié:
               -Vamos por ahí.
               -¿Adónde vais?-preguntó Duna, que bajo ningún concepto iba a permitir que yo me fuera.
               -A por un batido. Ahora venimos-solté sin poder detenerme, y de repente me imaginé la cara de Sabrae salpicada de semen, mi semen, y me sorprendió no arrancarle la ropa y poseerla allí mismo.
               -¡Esperad! ¡Yo también quiero uno!
               -Luego te lo traen, Dun-dun-rió Scott mientras Duna hacía pucheros y Sabrae le lanzaba una disculpa con la mirada.
               -¡De fresa con extra de nata!-gimoteó mientras nos marchábamos.
               -No te preocupes, princesita; con extra de nata, marchando-asintió Sabrae, agitando la mano en su dirección.
               -Sí, corriendo más bien-respondí yo, tirando de ella.
               -Alec, por Dios, compórtate-Sabrae se puso roja como un tomate y se dejó arrastrar tras de mí. ¿Adónde me llevas?
               -Al puto cielo, bombón-respondí cuando alcanzamos el pasillo que daba a los baños y yo la pegué contra la pared y empecé a besarla-. Joder, te voy a follar tan fuerte que no vas a poder andar-abrí de una patada la puerta del baño de los tíos, cogí a Sabrae en volandas y cerré la puerta de una patada.
               -Alec…-empezó ella, pero yo la pegué de nuevo contra la pared y le quité la chaqueta con forro de pelo. Tiré mi anorak al suelo, y su chaqueta sobre el mío. Ella hundió las manos en mi pelo y tiró de mí hacia ella mientras yo me peleaba con su jersey, que no quería salir. Por fin, conseguí quitárselo, y me quedé mirando su camiseta blanca de tirantes un segundo. Sólo un segundo.
               Luego, como la puta fiera que estaba hecho, le abrí con tanto ímpetu los botones que cerraban su escote que se los salté. Ella ahogó un jadeo que me sonó como el canto de los ángeles, y yo terminé de romperle la camiseta a base de rasgársela.
               -¡ALEC!-me recriminó, escandalizada, pero yo hundí la cara entre sus tetas y me dio igual todo.
               -Ya te compraré otra. Joder, estás buenísima.
               Le bajé los tirantes del sujetador y el propio sujetador, se me escapó un gruñido de puro placer al ver sus tetas desnudas, sus pezones duros como piedras. Me abalancé sobre ellos para metérmelos en la boca, chupándolos, lamiéndolos y mordiéndolos como el puto animal hambriento que era, y Sabrae jadeó y cerró las piernas en torno a mí cuando yo la levanté para seguir comiéndole las tetas a gusto. No paraba de gemir, jadear y suspirar mi nombre, así que yo tenía la polla tan dura que incluso me dolía. Creo que nunca la había tenido tan grande. 
               Arqueó la espalda, ofreciéndome sus tetas como si fueran una ofrenda a su dios preferido, y yo las acepté gustoso. Empecé a gruñir, sujetándola contra mí con una mano mientras con la otra buscaba liberar mi erección y proporcionarme un poco de alivio, pero aquello era demasiado. Finalmente la dejé en el suelo, le separé las piernas con mi rodilla y llevé una mano directamente a la cremallera de sus pantalones. Nunca había ido tan directo como aquella vez, pero no pensaba que fuera a asustarla.
               Por eso me sorprendió tanto cuando, al desabrocharle el pantalón, ella cerró automáticamente las piernas y me apartó la mano de un manotazo a toda velocidad.
               -¿Qué pasa?-jadeé, sin aliento, las pupilas tan dilatadas que en mis ojos no había iris. Sabrae me puso las manos en los brazos cuando me incliné de nuevo a probar su boca; si estaba yendo demasiado rápido, me calmaría.
               -Alec, tengo la regla.
               Se mordió el labio al decírmelo, a modo de disculpa, y yo le pasé el pulgar por aquella boca que no me cansaría de besar, a modo de perdón.
               -Me da igual-aseguré. No íbamos a empezar otra vez con las movidas de los traumas sobre su cuerpo. Para mí era perfecta tal y como era, y que estuviera en sus días no suponía ningún impedimento. Sí, vale, puede que molestara un poco porque al fin y al cabo se ensuciaba, pero todo lo que se ensucia puede limpiarse.
               -Ya, bueno, yo no quiero dejar esto como el plató de Saw…-respondió en tono lastimero, triste, y yo la enganché de la cintura y la pegué contra mí.
               -Da lo mismo, Sabrae.
               -Es que lo vamos a poner todo perdido, y yo… no me siento cómoda, Al-susurró en un horrible tono de disculpa que yo entonces comprendí. Me estaba pidiendo perdón a mí por no querer tener sexo, algo que me había prometido a mí mismo que jamás le haría hacer. No me debía nada, y ella debía saberlo. Es más, antes de que empezáramos a salir, lo sabía y lo pregonaba, pero desde que estábamos juntos había valores suyos que no se habían vuelto tan absolutos como al principio. Había cambiado por mí, y yo detestaba que creyera que tenía que amoldarse a mí cuando lo que me había atraído de ella era precisamente su más pura esencia, que me enseñaba de noche y me enseñaba desnuda, compartiendo conmigo su placer.
               -Vale. No pasa nada-pegué mi frente a la suya y no me separé de ella, no porque no creyera que se merecía su espacio, sino porque no quería herirla. Sabía que si ponía distancia entre nosotros, a ella le dolería-. Perdona, bombón-le besé en los labios y negué con la cabeza-. Lo siento mucho, yo… no pretendía… presionarte.
               Sabrae me miró a los ojos y negó tan despacio con la cabeza que parecía un girasol siguiendo el curso de la luz del cielo. Me puso un dedo en los labios y se mordió el labio, mirando los botones que había conseguido abrir en mi camisa antes de que yo me la cargara sobre los hombros como si fuera una mochila.
               -Pero eso no significa que tú no tengas que disfrutar.
               -¿Eh?-jadeé, sin comprender, y cuando Sabrae sonrió y capturó mi labio inferior entre los suyos, dándole un mordisco de advertencia, mi polla protestó, anticipando lo que venía.
               Mirándome con lascivia entre sus pestañas, Sabrae recorrió mi cuerpo con sus manos mientras se ponía de rodillas.
               -Puedo hacerme una paja, si te sientes mal-me adelanté, y ella alzó una ceja. Tenía los dedos en la cremallera de sus pantalones.
               -¿Prefieres mi boca o tu mano?-inquirió.
               -Ya sabes la respuesta.
               -Sé cuál es la correcta, pero no cuál vas a darme-respondió, abriendo mis pantalones y bajándome lo necesario los calzoncillos para liberar mi erección. Vio cómo mi polla rebotó en el aire, liberada, y se relamió.
               -Tu boca. Siempre. Pero no quiero que lo hagas porque sientas… que tenemos algo pen…dien… oh, joder-jadeé cuando ella rodeó mi polla con los dedos y empezó a acariciarla arriba y abajo. Cerró los ojos.
               -Qué gracioso. Debes de pensar que eres el único aquí que está cachondo-respondió, mirándome a los ojos,  lamiendo la parte de abajo como si fuera un polo de helado y arrancándome un gruñido gutural. Me dio un beso en la punta y se relamió-. No sé cuántas veces voy a tener que chupártela para que te entre en la cabeza que me encanta hacerte mamadas, Alec. Pero créeme: la experiencia no me resulta nada traumática, así que voy a disfrutar del proceso casi tanto o más que tú.
               -Dudo que lo hagas más que yo-respondí, apartándole el pelo de la cara. Sabrae cerró los ojos un momento y acarició el capullo de mi polla con la punta de la lengua.
               -Sujétame el pelo-me dijo-, y déjate llevar.
               Me miró a los ojos mientras se la metía despacio en la boca, torturándome. Contuvo un gemido cuando llegó hasta la base, se estremeció por una arcada, y se retiró despacio, haciendo que viera las putas estrellas en el mejor sentido de la palabra. Le recogí el pelo como me pidió, primero con las dos manos, luego con una, y antes de que me diera cuenta, me lo había enrollado en la muñeca y sujetaba su cabeza con firmeza, dirigiéndola por donde yo quería que fuera y apartándola del camino cada vez que se desviaba. Sabrae puso las manos en el suelo un par de veces, cansada, y aun así jamás me dejó desatendido.
               Estaba gozando como un cabrón. Esto era casi mejor que follármela, y sólo “casi” porque cuando follábamos, la escuchaba gemir y sentía su placer rodeándome, estrujándome. Ahora, sin embargo, lo hacían sus ganas de probarme. Sus ganas de poder llegar hasta el final conmigo, sus ganas de que nada nos impidiera estar juntos como los dos deseábamos. Y sus ganas de hacer que me corriera.
               -Voy a correrme-avisé, soltándole el pelo. Sabrae se lo apartó de la cara, se lo enroscó en una coleta improvisada, y, como si supiera lo que tenía que hacer de forma instintiva, se metió mi polla
               hasta
               el
               puto
               fondo.
               Sin poder controlar mis impulsos, la sujeté de la cabeza y me corrí en su boca, aliviándome por completo y descargándome en su lengua. Cuando por fin recuperé el sentido común, la solté y dejé que Sabrae me sacara de ella. Aún tenía los ojos cerrados, puede que haciendo el esfuerzo de no tragarse mi semen, pero cuando los abrió y me miró desde abajo, hizo algo que me dio ganas de empotrarla contra la pared y follarla hasta que nos muriéramos los dos.
               Se mordió el labio. Y tragó.
               Se dejó caer en el suelo, con las piernas dobladas, jadeante, despeinada, con los ojos brillantes y la mirada oscura. Se limpió la comisura de la boca con el dorso de la mano y me sonrió desde abajo.
               -¿Qué tal he estado?
               -Eres una puta diosa de las mamadas-respondí, y ella sonrió.
               -Sabía que te iba a gustar que me lo tragara-contestó, alzando las cejas.
               -No tienes que hacerlo si no quieres, ¿lo sabes, no?
               -¿Por qué crees que lo hago? Tú no eres el único al que le gusta el sabor del otro-arqueó una ceja, seductora, y me incliné para besarla.
               -La mayoría de las chicas escupen.
               -La mayoría de las chicas no te la chupan cuando ellas quieren, así que no saben lo que se pierden-respondió, sujetándome contra ella y devolviéndome el beso con sabor salado. ¿Estoy muy enfermo si me gusta cómo le sabe la boca después de que yo me corra en ella? Probablemente. ¿Voy a dejar de disfrutarlo? Joder, no.
               -Y eso que la que quería extra de nata era Duna-me burlé, y ella tiró de mí para hacer que me sentara en el suelo del baño, y se sentó a horcajadas sobre mí.
               -Yo también quiero correrme-gimoteó, necesitada. No tuvo que pedírmelo dos veces. Le quité la camiseta, volví a bajarle el sujetador, y me dediqué a manosearle los pechos mientras nos besábamos como cerdos y ella se frotaba contra mí. En algún momento, Sabrae se quitó el sujetador y lo lanzó contra la pared, facilitándome la labor de adorarla como un ciego adora a su libro favorito. Nos costó menos de lo que me esperaba conseguir que se corriera frotándose contra mi pierna, ya que sus vaqueros hacían una presión añadida, y tenía los pechos tan sensibles que casi con soplarles encima ya me bastaba para arrancarle un jadeo.
               Me abrazó mientras se corría, piel con piel, y a pesar de que estábamos en plan guarro, magreándonos en un sitio hecho un asco, sentí que estábamos viviendo un momento precioso. Me gustaba la sensación de su piel desnuda sobre la mía, sus brazos rodeándome, su respiración en mi hombro y su pelo haciéndome cosquillas en la nariz. Hundí la cara en su melena mientras le acariciaba la cabeza, cerré los ojos e inhalé su perfume de maracuyá, su champú de manzana.
               Lo entendí entonces. No es el momento, el lugar, los regalos que os hagáis ni las palabras que os digáis. Es esa sensación. Dejar de imaginar que alguien llega y te da una caja llena de magia, la que has perdido a lo largo de tu vida, y te devuelve a esa sensación de seguridad y amor con la que naciste y que ya no recuerdas. Lo que estaba sintiendo yo ahora con Sabrae, en unos baños de dudosa limpieza en unos recreativos trucados.
               -¿Lo estás sintiendo?-pregunté.
               -¿El qué?-preguntó ella, y su aliento me acarició los hombros.
               -Dios-respondí, aunque yo no era especialmente religioso; de hecho, apenas había pensado en Dios ni en nada por el estilo a lo largo de mi vida. Había abandonado a mi madre antes incluso de que yo naciera, así que no se merecía que perdiera el tiempo pensando en él. Ahora, sin embargo, estando con Sabrae, me replanteaba algunas cosas. Es imposible que no haya nada especial en un universo en el que existe ella-. Está aquí.
               Sabrae se separó de mí para mirarme a los ojos. Sonreía.
               -Por eso soy musulmana-respondió. Le brillaban los ojos, de amor y de satisfacción sexual-. Porque vino a verme la primera vez que me toqué pensando en ti.
               -Ojalá no deje de visitarte nunca-respondí, apartándole el pelo de la cara y dejando la palma de mi mano en su mentón mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar.
               -No-contestó Sabrae, cerrando su mano en torno a mi muñeca-. No va a dejar de hacerlo. Me lo prometió, y yo confío en él.
               Me acarició la mejilla como yo estaba haciendo con ella, y cuando se inclinó para besarme de nuevo, el tiempo se detuvo. Nos miramos un momento más a los ojos, mientras el tiempo volvía a correr, el mundo volvía a girar y el universo, a expandirse. Ahí fue cuando supe que sólo podría ser feliz con ella y que conseguiríamos superarlo todo: cuando una chica hace que unos baños públicos sean el lugar más bonito del mundo, tú simplemente no puedes dejarla escapar.  




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1 comentario:

  1. A VER QUE ME DA ME DA ME DA. O SEA QUE HE EMPEZADO EL CAP PENSANDO BUENO ESTO YA LO HABÍA LEÍDO EN CTS PERO LA PARTE DE LOS RECREATIVOS ES NUEVA Y FIJO QUE ECHAN TREMENDO POLVAZO PERO TIAAAAAA TIAAAA ES QUE JODER.
    Primero, casi me da con la charla con Sher que a ver me ha parecido a little bit fantasma porque yo no tendria huevos de decirle a mi suegro que era mi fantasía erotica de adolescente pero mira luego ha sido tan cuqui con lo de los nietos y así que jo, me he puesto muy soft.
    LUEGO LA PARTE DEL SEMI CABREO CON SCOTT O SEA ME ESTALLO PORQUE YA HABÍA LEIDO ESA CONVERSACIÓN EN CTS Y TE PUEDES CREER QUE ME HA CAÍDO MAL SCOTT (un poquito una milesima) POR VER COMO LO NARRABA ALEC DESDE SU PERSOPECTIVA ES QUE ME MEO CON ESTE CHAVAL EH Y COMO ME TIENE.
    AHORA HABLEMOS DE LA PARTE, PERO LA PARTE EN PUTAS MAYÚSCULAS, o sea tia que yo me esperaba tremendo polvazo pero NO ME ESPERABA QUE CASI ME HICIESES LLORAR ES QUE MIRA TE ODIO,
    “Lo entendí entonces. No es el momento, el lugar, los regalos que os hagáis ni las palabras que os digáis. Es esa sensación. Dejar de imaginar que alguien llega y te da una caja llena de magia, la que has perdido a lo largo de tu vida, y te devuelve a esa sensación de seguridad y amor con la que naciste y que ya no recuerdas. Lo que estaba sintiendo yo ahora con Sabrae, en unos baños de dudosa limpieza en unos recreativos trucados”
    QUE CASI ME MATAS ZORRA, QUE QUERÍAS QUE ME GRABASE PARA EL DE SAN VALENTIN Y SI ME GRABO CON ESTO YA TIENES CONTENIDO DE POR VIDA PORQUE CON LO QUE ME HE REBOZADO EN LA CAMA IGUAL TE CAGAS.
    En fin, que el final del capítulo ha sido canelita en rama y prevengo que en el siguiente me va a dar una embolia no estoy lista.

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