domingo, 19 de enero de 2020

Tormenta de verano.


¡Toca para ir a la lista de caps!

ZaynDefenzeZquad hace un minuto:
¿Que Zayn no tiene éxito? No sé en qué puto mundo vives o en qué simulación te has caído para pensar que precisamente el que más géneros ha explorado a lo largo de su carrera es el menos importante en la industria musical. Zayn es el primero de todo One Direction en el top 100 de artistas globales en Spotify, el ÚNICO que está dentro del top 50, al contrario que tus favoritos, que no saben ni dónde andan. Hay que tener muy poca vergüenza para soltar una gilipollez del calibre “lo que pasa es que a Zayn le da miedo que Louis le escriba canciones demasiado agudas y no sea capaz de volver a llegar a ellas como antes” cuando hace apenas unos meses todavía rompió el récord de nota alta sostenida por más tiempo en directo en un programa de televisión, y lo mismo en un concierto. Zayn se come con patatas al resto de 1d y eso es un puto hecho, guapa; simplemente admite que además de imbécil también estás sorda y deja de hacer el ridículo en Internet, que esto queda registrado para siempre y no vas a encontrar trabajo porque los del departamento de Recursos Humanos de cada empresa te van a calificar de “la subnormal que dijo que Zayn no podía cantar”. Además, el hecho de que tengas la AUDACIA de decir que Zayn depende de lo que escriban Louis a Liam ya demuestra que vives en una puta cueva y sólo sales de ella para tratar de ser relevante durante los 3 segundos que estoy tardando en escribir este comentario; ¿tengo que recordarte quién fue el primero en sacar disco en solitario de toda la banda? ¿Quién tiene canciones subidas a Soundcloud y Youtube porque está orgulloso de ellas y quiere compartirlas con el mundo a pesar de que no sean comerciales? Mientras Harry se colgaba de la fama de 1d cantando wmyb en sus conciertos (la canción más tonta que tienen), Zayn estaba en su casa, ocupándose de sus asuntos, jugando a la play o echando polvos con su mujer y escalando posiciones en spotify con la música que ÉL había escrito. Por Dios, si hasta ganó un puñetero Grammy por una canción que le escribió a su hija recién nacida, qué coño me estás contando xd. Simplemente admite que te jode que Zayn sea al que mejor le va de la banda musicalmente hablando, que no ha tenido que mendigar ningún trabajo en algún programa de televisión o película, que es capaz de conseguir que más de 10 personas le compren su nuevo disco y también puede cantar sin ahogarse, que Louis escribirá muy bien y todo lo que tú quieras pero no da una nota en directo ni aunque su vida ni la de su familia dependan de ello, puta ridícula, local de los cojones.
               No paraba de actualizar la página de cotilleos de famosos en la que me había metido para animarme a base de defender a mi padre y disfrutar de la guerra que se estaba desatando. No me había hecho falta navegar demasiado para encontrarme con una noticia que pudiera interesarme: apenas hacía dos días, en la web habían colgado una entrada hablando de que One Direction había tenido que posponer (otra vez) la grabación de su nuevo disco por “cuestiones artísticas”, según lo calificaba una fuente cercana a los integrantes (que, en la práctica, probablemente ni existiera, pues esas “cuestiones artísticas” consistían, fundamentalmente, en que todavía estaban decidiendo qué canciones merecían la pena de las que habían compuesto). Y, como siempre, enseguida aparecieron de la nada, como puñeteros hongos, los perfiles de apenas unos minutos de creación en los que le echaban la culpa a papá, que siempre era el malo de la película. Daba igual que se cancelara un tour o se pospusiera un disco porque Liam, Niall, Harry o Louis no estuvieran contentos con algo, una de sus mujeres se hubiera quedado embarazada o simplemente no les apetecía volver a la banda en ese momento: la culpa siempre la tenía papá, que para algo había intentado destruir la banda en 2015 y había vuelto con el rabo entre las piernas al ver que no tenía éxito (nótese mi sarcasmo). Siempre había alguna retrasada que decía que la culpa era de papá, que él no quería volver y a la vez lo necesitaba desesperadamente para alimentar a su camada de conejos (si tiene tantos hijos es  porque es guapo y folla mucho, cosa que no debe pasarte a ti, le había escrito Taïssa con ese mismo perfil a aquella lerda que había desaparecido de las redes) porque con su sueldo de “profesor de mediocre literatura” (es “profesor mediocre de literatura”, so analfabeta, había respondido yo) no le daba para vivir como un rey (lo que es 😍 omg inventó la música!!!, pinchaba Shasha) y claro, necesitaba aprovecharse de la banda que había intentado destruir sin éxito. Que los discos que habían sacado sin él fueran los que menos habían vendido en su momento, era algo que a las haters siempre se les olvidaba tener en cuenta; pero ahí estábamos Shasha, Taïssa, y yo, junto con el resto de zquad, para recordárselo.
               Lo cierto es que me había divertido asfixiando en el fango a una imbécil que no se le había ocurrido otra cosa que soltar que la única razón de que pospusieran el disco era porque mi padre era un matado que tenía miedo de no llegar a las notas que alcanzaba de joven (por favor, si papá ha duplicado su registro) y estuviera intentando convencer a Louis, el dios de la escritura según ella, para que hiciera cosas más asequibles para él.
               Había contenido las ganas de poner mi padre podría cantar en un registro que sólo escuchasen los perros, so anormal, pero me había contenido en el último momento porque se suponía que quien llevaba ZaynDefenzeZquad no eran más que fans muy dedicadas dispuestas a morir por su ídolo, y no dos de sus hijas y una de las mejores amigas de la mayor.
               Cuestión distinta era que pudiera o quisiera resistirme a meterme con Louis. A pesar de lo que había dicho sobre él, le tenía y aún le tengo mucho cariño; no en vano, había ayudado a criarme y había participado de manera más activa aún en la crianza de mi hermano, pero ése era, precisamente, el problema. Si Louis no hubiera sido tan cercano a mi padre, a Scott no se le habría ocurrido hacer una banda con Tommy y seguir los pasos de los demás, así que nada de esto estaría pasando: Scott y Tommy no se marcharían de casa, yo no estaría triste, y por lo tanto no tendría que meterme en webs de noticias de famosos para insultar a todo aquel que se metiera con mi padre. Era una jugada algo sucia lo que había dicho de Louis, sobre todo sabiendo lo inseguro que había sido en su juventud en lo que a su voz se refería, pero estaba tan enfadada con el mundo que no me importaba haberme comportado como una capulla integral.
               Había puesto el aleatorio de mi reproductor de música para que me entretuviera y así no intentar adivinar qué hacía Scott en base a los ruidos que provenían de su habitación, y lo cierto es que me había venido un poco arriba escuchando rap. A punto estaba de volverme contra una chica que había pedido que nos relajáramos, porque Zayn y Louis eran mejores amigos (literalmente los padrinos de sus respectivos primogénitos), por el mero hecho de mencionar a sus primogénitos, cuando escuché a Shasha pasar por delante de la puerta de mi habitación y abrir la de Scott, que por mí como si se había echado a dormir y no se despertaba hasta dentro de una semana, cuando ya se hubiera terminado el bizcocho que tanto le había interesado. Mi hermana se quedó colgando en el vano de la puerta, con una mano en el pomo y otra en el marco, y miró a Scott como una marioneta sin vida guardada en el armario olvidado de un titiritero.
               -¿Qué?-preguntó Scott, y sentí tanta rabia al escuchar su voz que subí el volumen de la música y me concentré en los comentarios, eligiendo a mi siguiente víctima, por lo que no escuché el resto de la conversación.
               -No puedo creer que no te des cuenta, Scott-Shasha negó con la cabeza-. Los tíos sois tontos de remate.
               -¿Cuenta de qué?-preguntó mi hermano, incorporándose un poco en la cama, claramente sin entender, porque tenía las neuronas justas para no cagarse encima. Por Dios, estaba cabreadísima con él. Empezaba a preguntarme cómo había podido admirarlo tanto de pequeña: me había parecido literalmente la perfección hecha persona, el niño más abnegado con el que me había cruzado nunca, ¿y había terminado convirtiéndose en eso?
               Shasha hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pared que la habitación de Scott compartía con la mía, y sin más, se fue, dejando la puerta abierta. Scott se levantó para cerrarla, confuso como si acabaran de decirle que iba a ser padre del hijo de una chica a la que no había visto en su vida, y se dispuso a cerrarla cuando vio a Shasha plantada frente a la puerta de mi habitación, con los brazos cruzados y gesto decidido. Lo que yo no sabía era que Shasha había adivinado mis movimientos y se había metido en la cuenta que yo estaba usando para poner patas arriba Internet, había visto mi comentario y había decidido que con eso era suficiente. Alguien tenía que detenerme, y sólo una persona tenía capacidad para hacerlo: Scott.
               Scott frunció el ceño y Shasha se dio la vuelta, haciendo que su melena flagelara la puerta de mi habitación, como diciendo “ahí es donde debes ir”. Caminó muy decidida hasta la suya, se metió dentro y asomó la cabeza para asegurarse de que Scott había captado el mensaje. Como nuestro hermano mayor seguía plantado en el pasillo, intentando hacer que le funcionara la única neurona operativa que le quedaba, Shasha puso los ojos en blanco y miró la puerta de mi habitación.
               Scott la miró, abrió la boca, la cerró, y volvió a abrirla, entendiendo por fin. Hacía un par de días que Tommy y él nos habían anunciado sus intenciones de hacer una banda, y desde entonces yo me había comportado con mi hermano como si fuera una cucaracha gigantesca a la que mi madre sorprendentemente le había cogido cariño y no me dejaba aplastar. Le respondía con monosílabos las pocas veces que me hablaba, me enfurruñaba cuando decía que se iba de casa porque había quedado con Tommy, y me enfurruñaba más y me marchaba del salón cuando él llegaba, pasadas varias horas, bien entrada la tarde.
               Había ido a visitar a Alec un día a su casa; no soportaba lo vacía que parecía sin mi hermano, y me enfadaba con sólo pensar que ni siquiera me estaba dejando disfrutar de nuestros últimos días de convivencia, porque estar con Tommy era más importante para él.

               -Deberías hablar con Scott-me había dicho Alec mientras me acariciaba el costado, tumbados en su cama viendo una película. No hicimos nada esos días por dos motivos: el primero, que estaba con la regla; y el segundo, pero no menos importante, que no me apetecía. Estaba tan furiosa con Scott que ni me apetecía acostarme con Alec, y lo único que conseguía tranquilizarme mínimamente era echarme cuan larga era en su cama a mirar con el ceño fruncido la película que él decidiera poner. No estaba siendo una compañera de pasatiempos ideal, y lo sentía mucho por Alec, pero no podía dejar de pensar en mi hermano y en lo rechazada que me hacía sentir al no dignarse a pasar ni una tarde en casa.
               Habíamos repetido el mismo procedimiento esos días como si fuéramos dos monjes: Scott se marchaba, yo me enfadaba, me quedaba sentada en el salón mirando a la nada, y cuando escuchaba el sonido de sus llaves en la puerta, subía las escaleras a toda velocidad y me encerraba en mi habitación, con la música a todo trapo, fingiendo que el único hombre de la casa era papá. Scott ni se había molestado en preguntarme en tomarme el pelo con cualquier tontería, o preguntarme qué me pasaba; era como si no le importara, o peor, como si ni siquiera se diera cuenta de mi hostilidad hacia él. Yo me enfadaba más y más con cada minuto que pasaba, y cuando veía que estaba a punto de fastidiar el regalo de San Valentín de Alec, cogía mi móvil y entraba en la web de cotilleos que me tocara ese día y me ponía a insultar a diestro y siniestro a la gente. El anonimato de Internet es genial.
               Vi que la manilla de la puerta empezaba a girarse, y se me aceleró el corazón. Scott la abrió despacio, como quien va a entrar en la jaula de un tigre y no las tiene todas consigo respecto de su integridad física, y me permití mirarlo un segundo. Un único segundo que me bastó para odiarnos a ambos.
               A él, por querer irse…
               … y a mí, por estar dispuesta a perdonárselo nada más verle la cara. Muchas veces le diría a Alec que él era mi punto débil, que no podía hacer nada por lo que yo no pudiera perdonarle, que era mi talón de Aquiles, mi mayor debilidad, pero sería mentira. Mi mayor debilidad era, es y será, siempre, Scott.
               Cerré con más fuerza las piernas en torno al peluche de Bugs Bunny al que me había enganchado como un koala y empecé a teclear una retahíla de insultos a una impresentable que ponía en duda que One Direction volviera a sacar alguna vez un disco tan bueno como Made in the am, por lo que quizá no mereciera la pena que se molestaran en regresar. Escribí a toda velocidad acordándome de la familia de la susodicha; todo con tal de no mirar en dirección a Scott, que acababa de cerrar la puerta.
               -Sabrae-murmuró con sumisión. Al menos tenía la decencia de presentarse ante mí siendo consciente de que estaba haciendo las cosas de pena. Se apoyó en la puerta y repitió mi nombre, pero yo seguí ignorándole. Apreté un poco más el cuello de Bugs Bunny, que si hubiera sido un ser vivo habría empezado a ponerse colorado, y continué con mi perorata explicándole a la individua por dónde podía meterse su opinión irrelevante.
               Scott dio un par de pasos hacia la cama, colocándose a los pies, y mis ojos me traicionaron. Tienes que estar muy concentrado en no mirar algo para conseguir hacerlo; de lo contrario, tus reflejos te hacen buscar la fuente del estímulo y confirmar si es un peligro o no. Rápidamente volví la vista a la pantalla de mi móvil, pero aquel desliz mío le bastó a Scott para saber que era el protagonista de la acción que estaba a punto de desarrollarse en mi cuarto. Y eso me molestaba. Llevaba demasiado tiempo tratando de convencerme de que si yo le daba igual a Scott, más me lo daba él a mí, como para querer perdonarlo sólo porque había decidido prestarme atención… y eso después de que Shasha le diera un toque.
               Caminó hacia el equipo de música de cuyos altavoces salía la voz acelerada de Nicki Minaj y lo apagó.
               -¡Eh!
               Satisfecho por haber conseguido ponerme de los nervios, Scott se sentó en un lado de la cama y hundió sus dedos en mis rizos sueltos. Ni siquiera me había molestado en hacerme trenzas, tan ofuscada como estaba. No moví un músculo mientras él trataba de seducirme con sus dedos, pero yo era inmune a esos patéticos intentos de conseguir que todo estuviera bien: no era un perro o un gato. No iba a ganarme con unas caricias.
               -Disculpa, pero, ¿quién te ha dado permiso para tocarme el pelo?-pregunté cuando me harté de que me sobara. Piérdete, Scott. Él alzó las cejas, sorprendido ante mi pregunta, como si el hecho de que necesitara autorización de alguien para tocarme fuera un chiste.
               -Nadie. No lo necesito. Soy tu hermano mayor.
               -Qué conveniente que lo recuerdes justo ahora-escupí, y Scott se quedó quieto.
               -¿Qué quieres decir? Sólo he venido a verte. Eres mi hermanita. Quería ver cómo estabas.
               -Oh, ¿ahora resulta que te importo? ¿Te importamos los de casa?
               -¿Quién ha dicho que no me importéis?-respondió él con cierta severidad, y yo por fin me digné a mirarlo a los ojos, aquellos ojos castaños, con motitas doradas y verdes: lo único que había sacado de mamá. El resto, era papá. Era la fusión perfecta de nuestros padres, el símbolo de nuestra familia, la razón de que ésta existiera, y ahora… ahora iba a marcharse y ni siquiera aprovechaba al máximo el tiempo que nos quedaba juntos.
                -Te escribiré su nombre para que vayas a por él, como la mafia-respondí, soltando el peluche y mi móvil y sorteándolo para llegar a mi escritorio. Garabateé “Scott Yasser Malik” en un trocito de papel que arranqué de una de mis libretas y se lo tendí doblado. Mientras yo volvía a acurrucarme en la cama, poniendo cuidado de que hubiera la suficiente distancia entre nosotros para no tocarnos, Scott lo desdobló y se rió por lo bajo-. No tiene gracia-gruñí.
               -No-concedió él, sonriente, doblando el papelito y tendiéndomelo-, no la tiene.
               -Pues entonces no sé por qué te has reído-bufé, desbloqueando mi móvil y tratando de recuperar el hilo de pensamientos que estaba volcando en mi perorata antes de que Scott me interrumpiera.
               -Saab-me pidió, pero yo no iba a pasar por el aro como hacía siempre. Esta vez estaba enfadada de verdad. Decepcionada de verdad. Cuando una persona es todo tu mundo, te creas la ilusión de que tú también eres el suyo, y descubrir que sólo eres un satélite, un cuerpo más en el cielo que depende de la ausencia de algo más importante que tú, es un puñal en el corazón que se retuerce y retuerce y consigue que cada latido arda y hiele a la vez.
               Me apartó un mechón de pelo de la cara en un gesto cariñoso que me recordó a muchísimos otros, lo cual me enfureció.
               -Saab-repitió, y yo levanté por fin la mirada y le ataqué con un gélido:
               -¿Qué quieres? Estoy ocupada-odiaba tener que hablarle así, odiaba odiarle de esta manera, pero no me quedaba otro remedio ni tenía tampoco escapatoria. Había hecho las cosas demasiado mal durante demasiados mías, y yo había conseguido convencerme de que ya no le importaba como antes. Había pasado página, iniciado otro capítulo, y yo estaba atascada al principio del último párrafo, tan dolida por lo que le iba a pasar a los protagonistas que me daba miedo dar por finalizado el capítulo.
                Apreté un poco más a Bugs Bunny mientras me mordisqueaba la cara interna de la mejilla. “Lo que tengo que hacer es dejar de preocuparme por Scott”, le había contestado a Alec cuando él me aconsejó que lo habláramos. Ojalá Scott hubiera podido leerme la mente y me hubiera dado un beso en la cabeza como hizo Alec entonces. Ojalá Scott lo entendiera de la manera en que lo hacía Alec.
               -¿Qué te pasa?-preguntó mi hermano, sin embargo, ignorando mi tono hiriente.
               -¿A mí? Nada. ¿Y a ti?
               -Muchas cosas-respondió, apartándome de nuevo un mechón de pelo que me caía desde la frente. Puse los ojos en blanco. O sea, que ahora que algo le preocupaba y Tommy no estaba allí para hacer que dejara de comerse la cabeza, recurría a su comodín (léase, yo).
               -Qué tragedia-respondí, poniéndole una mano en el hombro y empujándolo hasta hacer que se levantara. Ni siquiera reconocía mi propia voz, de tan extrañas que me resultaban las palabras que se agolpaban en mi garganta, fruto de la ira y no de los sentimientos más antiguos y profundos que me despertaba mi hermano. Quería perdonarle desde que había entrado en mi habitación, y la parte de mí dominada por el orgullo, que se sentía traicionada, detestaba que fuera así de servicial. Y era esa parte la que tenía el control de mi lengua ahora-. Por desgracia, tú ya no eres problema mío, Scott. ¿Por qué no te vas con Tommy a que él te solucione las cosas?
               Sentí cómo se me llenaban los ojos de lágrimas de pura rabia y también de tristeza. Acababa de confirmarle que sabía lo que llevaba toda la vida sospechando: que Tommy siempre había sido la persona más importante de su vida, cuando de la mía, lo había sido él.
               Si quería hacerle daño y que se fuera, conseguí el efecto contrario. Me arrebató el teléfono de las manos y se lo metió en el bolsillo trasero del pantalón, donde yo no podía alcanzarlo.
               -¡Dame mi teléfono!-rugí, poniéndome en pie de un brinco y tratando de llegar hasta donde estaba mi teléfono. Defendería genial a papá si conseguía recuperar el móvil y utilizaba toda esa rabia destructiva en beneficio suyo.
               Casi lo alcanzo, pero Scott fue más rápido que yo, lo cual ya no me sorprendía. Era más rápido pasando página, y también haciéndose con el teléfono y poniéndolo lejos de mi alcance, con el brazo levantado y de puntillas, tan lejos de mis manos que sólo podía soñar que lo recuperaba. Chillé, le grité que me devolviera el móvil, pero Scott no se movió. Llamé a mamá y a papá, pero ellos no respondieron. Nadie vino a salvarme, y por ende, tampoco a Scott.
               Cuando por fin confirmé que no iba a conseguir robárselo, y tras considerar seriamente la posibilidad de darle una patada en los huevos para que me lo devolviera (y si deseché la idea fue porque estaba tan enfadada que puede que me pasara de fuerza y terminara haciendo que el apellido de nuestra familia muriera en él), dejé caer los puños apretados a ambos lados de mi costado.
               -Tenemos que hablar antes-instó, tratando de usar asqueroso tono de hermano mayor que lleva implícito el “porque lo digo yo”. Sin embargo, lo que salió de su boca no era una orden en la forma, sino más bien una súplica. Y eso me conmovió en lo más profundo. Claro que yo no se lo iba a dejar ver.
               -¿Sobre qué?-quise saber con voz neutra, cruzándome de brazos y levantando la mandíbula en un clarísimo gesto de desafío al que Scott no quiso entrar al trapo. Quiero que nos gritemos. Enfádate. Vete de mi habitación dando un portazo.
               -Sabrae-Scott inclinó la cabeza.
               -¡¿Sobre qué?!-grité con la violencia de una tormenta de verano que de repente oscurece el cielo.
               -Sobre nosotros-dijo en voz baja, cual cordero que esperaba que los rayos no asustaran a su rebaño, porque no podría sobrevivir a la tormenta él solo. No podía hacerlo solo. No quería hacerlo solo. Nos necesitaba a Shasha, Duna y a mí detrás de él, esperándole en casa, estando con él aunque fuera en la distancia. No podría marcharse si yo no le perdonaba de antemano por todas las veces que yo tendría que sobrevivir sin él.
               Y ahí estaba el quid de la cuestión: yo era su hermana pequeña, no debería tener que sobrevivir sin él. No debería tener que soportar mis pesadillas en mi cama, en lugar de poder correr a refugiarme en la suya, despertarlo de madrugada, meterme bajo las mantas y hacerlo bufar un “eres una cobarde insoportable, Saab” mientras sonreía al rodearme con los brazos.
               -Tienes que prepararte para el concurso, Scott-escupí-. No tienes tiempo para estas cosas-negué con la cabeza y me giré para volver a tumbarme en la cama, dándole la espalda, haciéndole palpable que no le quería en mi habitación.
               Pero, claro, cuando se trata de Scott, siempre se me olvidaba un minúsculo detalle de importancia abismal: mi hermano es un imán. La persona con más carisma de la historia. Tenía un futuro asegurado sólo por su forma de ser. Es la típica persona a cuya boda irían cientos de miles de personas para celebrar su felicidad, y a cuyo funeral acudirían también en masa porque sus vidas se verían afectadas por su ausencia aunque ni siquiera hubieran intercambiado un par de palabras.
               Scott tiene magia. Y lo mejor de todo es que ni siquiera es consciente de ello, pero sabe cómo usarla.
               Por eso respondió:
               -Para ti siempre voy a tener tiempo, chiquitina.
               Fue la última palabra lo que me mató. La última palabra era un dragón en el cielo garantizando la victoria, derritiendo los muros de una fortaleza inexpugnable hasta conseguir que la piedra se desparramara como cera. Había usado esa palabra conmigo cuando empecé a andar, me había animado con esa palabra desde el otro lado de la habitación, cuando aún no tenía confianza para echar a andar por mí misma; la había usado cuando empecé el cole y Scott se acercaba a verme y se aferraba a la valla y me acariciaba la cara y me daba un beso a través de la verja, porque los de preescolar no se juntaban con los niños de primaria y Scott era lo suficiente mayor que yo como para que hubiera una valla entre nosotros, pero no lo bastante como para que esa valla fuera un muro; me había cogido de la mano mientras nadábamos en la playa y él me había llevado a un sitio donde no hacía pie, y lo único que me separaba de ahogarme era la confianza que tenía depositada en él y su mano firmemente aferrada a la mía, impidiendo que me llevara la corriente, y una ola traicionera cayó sobre nosotros y yo chillé y me eché a llorar, porque no me gustaba depender de la voluntad del océano en vez de mis pies, hasta que Scott me abrazó, me aseguró que me tenía, me dijo “te tengo, chiquitina”, “no te voy a dejar marchar, pequeña”, y eso me había bastado entonces.
               Igual que me bastó ahora.
               Igual que me bastaría toda la vida.
               Es increíble el poder que tienen las palabras pronunciadas por los labios correctos, cómo pueden destruirnos y hacernos volar dependiendo de cómo se digan, con qué ánimo. Con aquella simple palabra, “chiquitina”, Scott me había recordado todas las veces en que yo había tenido miedo porque brevemente se había olvidado que no estaba sola en el mundo, que tenía un hermano mayor que me cuidaría y protegería siempre, haciendo lo imposible por mantenerme a salvo. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras recordaba las veces en que me había despertado llorando por las noches por culpa de una pesadilla, pero luego me había dado cuenta de que estaba durmiendo en la cama con Scott y se me había pasado el miedo, y cuanto más cerca me pegaba a él con su brazo de forma instintiva, sin tan siquiera despertarse, más segura y feliz y alejada de todo aquello que me había hecho daño me sentía yo. Por eso iba a perdonárselo todo: porque con Alec me encantaba jugar a ser una mujer, pero con Scott adoraba seguir siendo eternamente una niña. No quería perder mi infancia mientras crecía, y el único que podía hacerme conservarla como la rosa amarilla en su bola de cristal, era mi hermano.
               Estiré la mano en busca de la patita de Bugs Bunny, igual que hacía cuando era pequeña y Scott se hacía el enfadado, y yo buscaba consuelo en alguien, o simplemente trataba de darle celos, o las dos cosas. Me llevé el peluche al pecho e inhalé su aroma a suavizante, que llevaba emitiendo años. Hundí la cara en su cuerpo mullido y cerré los ojos, respirando aquellos momentos que el conejo había presenciado o que le había contado antes de irme a dormir, una época más feliz que amenazaba con terminarse y que sobrevivía en retazos que existían todavía en palabras, recuerdos y fotografías desperdigadas por la habitación, así como tres huellas en la pared, que habían resistido a incontables manos de pintura, escondidas detrás del escritorio para toda la posteridad, cuando ni Tommy, ni Scott, ni yo existiéramos, cuando la casa ya no fuera de nuestra familia y se derrumbara.
               Lo vi delante de mí, esperando pacientemente a que llegara a él, cogido de la mano de mamá a la salida del cole, con una media sonrisa. Lo vi delante de mí, esperando a que lo alcanzara en la orilla del mar de vacaciones, con una media sonrisa. Lo vi delante de mí, esperando a que llegara a su lado el primer día de instituto, con una media sonrisa. Lo vi delante de mí, viendo a Alec pasarme una mano por la cintura y darme un beso en la cabeza, haciéndome chiribitas los ojos y que se me cayera la baba mientras Annie nos hacía una foto a todo el grupo para esa misma Nochevieja, con una sonrisa en los ojos. Siempre sonriendo, siempre orgulloso, siempre esperándome. Me dolía que él fuera a perderse cosas que sabía que le harían sentir orgulloso de mí, y me dolía que llegara el día en que Scott dejaría de esperarme porque nuestros caminos se separarían.
               Lo mejor de ser una Malik es que, de alguna manera, tienes relación con Scott Malik. Y yo no quería dejar de tener esa relación.
               Saqué la cabeza por fin del pelaje mullido de Bugs Bunny y lo miré.
               -No quiero…-un hipido me interrumpió-. No quiero ser la hermana mayor-me lamenté. Scott dio un paso hacia mí, inseguro: quería respetar mi espacio. Como no me moví, dio otro, y otro más, y me acarició la mejilla empapada de lágrimas, odiándose por ser la causa de que yo lo pasara mal.
               -No vas a ser la hermana mayor, Saab-respondió, pero yo negué con la cabeza.
               -Para ti es fácil decirlo. Tú siempre lo vas a ser, aunque no estés en casa, pero yo… no estoy lista para estar al mando, Scott. No estoy lista para cuidar de Shash y Dun.
               -Mamá y papá te ayudarán.
               -Mamá y papá no lo entienden como lo entendemos nosotros-sacudí de nuevo la cabeza, y a los ojos de Scott, mis rizos se convirtieron en un halo de terciopelo negro. Le asaltó esa sensación de descubrimiento cuando te das cuenta de algo que en realidad llevas sabiendo mucho tiempo, al darse cuenta de que Alec me veía preciosa no porque me mirara con ojos de enamorado, sino porque yo lo era. Scott me había querido más, cuando me conoció sin ningún rizo que pudiera seducirlo, y aun así pudo ver el diamante que siempre era a sus ojos, aunque por aquel entonces estuviera sucio y sin pulir.
               Scott veía en mí todo mi potencial, y si lamentaba algo de su partida, sería no poder ver mi evolución poco a poco sino de sopetón, pasando de ser el jardinero que mima su flor preferida al visitante que se deja caer una vez al año y descubre lo crecidas que están las plantas. Podría haber ido por el camino fácil, decirme que papá y mamá tenían el mismo número de hermanos y nada entre ellos había cambiado, pero en el fondo Scott sabía que yo tenía razón. Papá y mamá no lo entendían. Nadie tenía la relación de dos personas ajenas, fueran cuales fueran, por mucho que su vínculo fuera el mismo, porque cada relación es un universo, sin importar de qué tipo sea: sentimental, fraternal, profesional o de amistad.
               -Confío en que lo harás bien-Scott se sentó a mi lado, me apartó el pelo de la cara con la palma de la mano y me dio un beso en la sien, perdonando toda mi hostilidad.
               -Pero yo no quiero hacerlo bien. No quiero dejar de tener un hermano mayor al que acudir. Necesito que estés ahí para sacarme las castañas del fuego si yo no puedo.
               -No vas a dejar de tener un hermano mayor al que acudir. Sólo voy  a dejar de dormir en casa-sonrió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Me refiero a en casa.
               -Bueno-Scott frunció el ceño, pensativo-. Puede que no tengas un hermano mayor, pero, ¿no crees que yo pierdo más que tú? A mamá y papá, a ti, a Shasha y a Duna-hundió los dedos en mis rizos que olían a manzana.
               -Tú me encontraste-le recordé, y sus ojos chispearon al recordar el momento en que me había mirado a los ojos por primera vez-. Yo soy Sabrae porque tú eras Scott antes que yo, y cuando te vayas, ¿qué va a quedar de mí?
               Scott sonrió.
               -¿Qué quieres decir con eso, Sabrae?
               Me quedé callada, tan asustada por la inmensidad de la verdad que acababa de confesarle que apenas podía respirar.
               -¿Que el más especial de la familia para ti soy yo?
               Me mordí el labio y me di la vuelta en la cama. Me hice un ovillo mientras escuchaba la sonrisa de Scott expandirse. No todos los días tu hermana pequeña te dice que su favorito eres tú.
               -Saab. Te he hecho una pregunta.
               -Tú fuiste mi primera palabra. ¿No fue eso bastante?
               Scott sonrió, tumbándose a mi lado y rodeándome la cintura con el brazo. Me dio un beso en la cabeza y yo cerré los ojos, dejando que me cayeran las lágrimas por la mejilla en dirección a la almohada.
               -Y tú siempre vas a ser la que me convirtió en hermano. ¿No es eso bastante para que te des cuenta de que yo no te voy a dejar sola nunca?
               -No te vayas-le supliqué, girándome y tumbándome sobre mi otro costado-. Me moriré de pena si te vas.
               -Voy a venir de visita-me prometió, y el hecho de que dijera “venir de visita” como si fuera lo más normal del mundo me trastornó. Negué con la cabeza, echándome a llorar de nuevo, y gemí por lo bajo.
               -Podríamos buscar una solución…-sugerí a la desesperada, como si Scott mismo, y Tommy también, no hubieran pensado ya en ello-. Un internado… tenemos dinero con que pagarte la matrícula de todo un curso aunque sólo hagas los exámenes. Y tú tienes cabeza suficiente como para aprobarlos todos.
               -Sabes que las mejores universidades no aceptarían eso, y lo que yo quería estudiar-empezó a decir como si nada, y yo me estremecí por la forma en que habló de sus deseos de toda la vida como algo que jamás se iba a cumplir; el pasado me dolió por lo lejano que sonaba, la renuncia de unos sueños que mi hermano se merecía tener-sólo se imparte en las mejores universidades. Además… mírame, Sabrae-Scott se incorporó y alzó las cejas-. Soy igual que papá. Sueno igual que papá. Soy el accidente más improbable de la historia. Puede que sea listo, pero alá me ha apartado de la vida académica por algo. Puede que… puede que sea esto lo que estaba destinado a hacer. Ya sabemos que les gusto a las chicas, y las chicas sois las que movéis el mercado musical en su gran parte-supe que le había dado muchas vueltas a todo antes de tomar esa decisión por su explicación.
               -Pero tú jamás has querido esto-respondí, incorporándome también. Siempre has querido ser astronauta. Ser cantante no te va a llevar a pasear por las estrellas.
               -No, pero puede convertirme en una. Además, lo que deseamos desde un principio no tiene por qué ser lo que nos haga más felices-me apartó un mechón de pelo de la cara y sonrió. Creí que estaba pensando en Eleanor, en Diana y en Alec, pero una vez más, Scott me sorprendió para bien-. Yo sólo quería una hermanita cuando era pequeño, y he acabado teniendo tres-sonrió, mirando la puerta de mi habitación, en la que perfectamente podrían haberse asomado Shasha y Duna en ese preciso instante-. Y aunque nunca pedí a Duna y Shasha y sólo te pedí a ti, sé que somos más felices siendo cuatro que sólo dos.
               -No puedes decirme esto y luego irte y hacer que deje de verte, S-jadeé, enganchándole la mano como si fuera a impedir que se fuera así.
               -No vas a dejar de verme-respondió con cierta chulería-. Saldré en la tele como la puta estrella del rock que estoy destinado a ser-bromeó, y yo me eché a reír, negué con la cabeza, me limpié una lágrima y contesté:
               -Eres gilipollas.
               -Estoy seguro de que eso es algo de mí que no vas a echar de menos, ¿mm?-me picó, dándome un toquecito en la nariz que me desestabilizó de nuevo. Puede que estuviéramos tirados en mi cama como si no pasara nada, pero la realidad era que se nos estaba acabando el tiempo con él y lo estábamos desperdiciando: yo, enfadándome; y él, no estando en casa.
               -Voy a echarlo todo de menos, Scott-me lamenté, echándome a llorar de nuevo. Y Scott, al contrario de lo que debería haber hecho, que es reñirme por ser tan llorona, esperó con la paciencia de un santo a que yo dijera lo que quería decirle-. Todo. Lo siento… es que… yo…
               -Me adoras-se burló, y yo sorbí por la nariz.
               -No quiero dejar de vivir contigo-continué como si no le hubiera escuchado, aunque lo cierto era que Scott tenía razón: le adoraba, igual que adoraba a Shasha, Duna, papá y mamá, y no podía concebir mi vida despertándome en una casa en la que no estuviéramos todos juntos. Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, jadeando en busca de aire, y sonreí cuando Scott hizo lo mismo, ayudándome como tenía por costumbre-. Se suponía que aún nos quedaban un par de años juntos, y ahora en menos de un mes, te vas. Para siempre. Y yo me voy a quedar aquí, y te voy a echar mucho de menos, y…-me lo imaginé cogiendo un millar de aviones, visitando un millón de ciudades diferentes, con públicos que siempre aclamarían su nombre como yo había sido pionera. Me lo imaginé en diferentes zonas horarias, despertándose cuando yo me iba a la cama o desayunando cuando yo acababa de merendar, y el estómago me daba vueltas sobre sí mismo, quejándose ante aquella aberración que mi cerebro se empeñaba en pintar.
               -Eh, eh, pequeña-me dijo, atrayéndome hacia él y abrazándome. Le pasé los brazos por la espalda, memorizando aquellos músculos que yo había visto asomarse poco a poco bajo la piel. Me cayó un torrente de lágrimas de los ojos, y sólo pude arrebujarme en el calor que manaba de su cuerpo en busca de consuelo, pensando en la cantidad de veces que habíamos hecho eso, una infinidad, y las que nos quedaría por hacerlo, demasiado pocas.
               Los abrazos de un hermano no deberían tener límite.
               -Sabes que me quedaré siempre contigo, y que si necesitas algo, sólo tienes que coger el teléfono y llamarme, y yo estaré aquí en un santiamén, ¿lo recuerdas?-me tomó de la mandíbula para que levantara la cabeza y lo mirara, y me acarició la barbilla con el pulgar-. No importa cuántos aviones tenga que coger. Estaré aquí, ¿vale? ¿Te sirve eso?
               No importa cuántos aviones tenga que coger. No importa cuántos aviones tenga que coger. No importa cuántos aviones tenga que coger.
               No pude evitar pensar en Alec, atrayéndome hacia él, metiéndose entre mis piernas y mirándome desde arriba. Medio mundo no es nada.
               Me sentí tremendamente afortunada por los chicos, casi hombres, dispuestos a hacer desaparecer la distancia que había entre nosotros con un chasquido de los dedos. Primero Alec, y ahora Scott. Los dos entendían qué era lo que más me dolía de crecer y separarse: precisamente la distancia a la que yo no estaba acostumbrada, algo que detestaba desde lo más profundo de mi ser. Era demasiado física como para tolerar la distancia, y que Alec lo supiera me parecía natural, por haberse iniciado así nuestra relación. Pero que Scott se diera cuenta de ello me demostraba lo mucho que me quería y lo bien que me conocía: no tenía necesidad de decirle qué era lo que más me preocupaba, pues ya lo sabía, y como buen hermano mayor que era tenía las palabras exactas con las que consolarme.
               Supongo que “no importa cuántos aviones tenga que coger” será el “medio mundo no es nada” de Scott y mío.
                -Sí-susurré, tímida-. Me sirve eso-Scott sonrió, me dio un beso en la cabeza, y extendió una sonrisa también por mi boca.
               -Te quiero muchísimo, pequeña-me aseguró, frotándome la espalda con cariño, como hacía cuando yo no era más que un bebé y él era tan pequeño que apenas podía conmigo, pero aun así no renunciaba a sostenerme en brazos. Igual que cuando era un bebé, me acurruqué contra su pecho y suspiré, inhalando su aroma a hogar. Todavía se notaba el rastro de colonia que siempre se ponía antes de salir de casa, pero ese olor se iba diluyendo con el resto de sensaciones más familiares: el olor de su cuerpo, el suavizante de la ropa y el aroma de los ambientadores de casa.
               Intenté no pensar en si en algún momento Scott dejaría de oler a hogar, si se pondría colonia para venir a vernos, si en el programa tendrían también ambientadores y terminara impregnándose de su aroma.
               -Yo también-respondí, y escuché cómo su sonrisa se ensanchaba un poco. Me limpió las lágrimas con los pulgares y sostuvo mi rostro entre sus manos.
               -¿Hasta dónde me quieres, Sabrae?-me preguntó como hacía yo cuando era pequeña y estaba empezando a hablar, aunque llevaba mucho tiempo entendiendo. Me reí entre dientes, e igual que Scott cuando era pequeña, señalé un objeto cercano: el escritorio en el que reposaba el regalo primigenio de Alec. ¿Hasta dónde me quieres, Scott?, le preguntaba yo, y él señalaba algo cerca, y yo me echaba a reír, daba una palmada y negaba con la cabeza, ¡yo creo que es mentira! ¡Me quieres, por lo menos, de aquí a la Luna! Scott siempre regateaba conmigo para que yo no supiera hasta qué punto lo tenía comiendo de mi mano: de aquí a la puerta, de aquí al buzón, de aquí al Big Ben, o si estaba sensible, de aquí a Bradford o a Burnham. Yo siempre sacudía la cabeza, decía que era mentira, e insistía en la Luna.
               -De aquí a la Luna y vuelta otra vez, pero sólo cuando te ríes-me decía él, estrechándome entre sus brazos y disfrutando del delicioso sonido que eran mis carcajadas infantiles.
               -Es mentira-sonreí a mi Scott del presente, reservando al del pasado para cuando estuviera sola y le echara mucho de menos. Scott chasqueó la lengua, puso los ojos en blanco y señaló la puerta, que estaba un poco más lejos que el escritorio. Me acurruqué en su pecho, hundiéndome en su cuerpo y le miré desde abajo-. Sott-le recordé, y vi cómo él se quedaba de piedra al escuchar después de tantos años la forma en que lo llamaba cuando había empezado a hablar. Aquella había sido mi primera palabra, porque la combinación de S y C aún era demasiado complicada para mí.
               -¿Quieres guerra?-alzó las cejas, divertido-. Porque a ese juego podemos jugar los dos, princesa caramelito-yo puse los ojos en blanco y repetí aquella palabra, y antes de que pudiera darme cuenta, Scott y yo estábamos enzarzados en una guerra de cosquillas que, evidentemente, perdí. Desventajas de ser la segunda hermana más pequeña, aunque seas la segunda en edad.
               Como si las hubiera invocado con sólo pensar en ellas, la puerta de mi habitación se abrió y Shasha y Duna se materializaron en ella. Duna abrió muchísimo los ojos al ver a Scott encima de mí, ilusionada.
               -¿Estáis en una guerra de cosquillas?-preguntó con emoción.
               -Así es. ¿Queréis participar?
               -¡Sujeta fuerte a Sabrae!-instó Shasha, y Scott no necesitó que lo dijera dos veces. Con la habilidad de un ninja, se sentó sobre mi almohada y me agarró los brazos para ponérmelos tras la espalda. Duna subió de un brinco a la cama y empezó a hacerme cosquillas por el costado mientras Shasha, ni corta ni perezosa, se sentaba sobre mis piernas y empezaba a acariciarme los pies.
               -¡NO! ¡NO, POR FAVOR! ¡NO!-bramé, revolviéndome como buenamente podía, con los ojos llenos de lágrimas y asfixiada en carcajadas. Scott sonreía, divertido, mientras Shasha y Duna soltaban risitas al torturarme-. ¡NO! ¡PARAD! ¡MAMÁ! ¡MA…!-jadeé, asfixiada-. ¡PAPÁ! ¡SOCORRO! ¡POR FAVOR! ¡AYUDA! ¡¡¡AYUDA!!!
               Me ardía la cara y todo el cuerpo, y no controlaba mis músculos. Lo único que podía hacer era combatir para liberarme, pero Shasha y Scott me tenían bien sujeta. Apenas podía respirar, ni pensar.
               Cuando notó que estaba a punto de quedarme sin aire, Shasha detuvo sus dedos y Duna miró a Scott.
               -¿Cambiamos de víctima?-inquirió, mirando con intención a Shasha. Scott sonrió.
               -Me parece bien.
               Y agarró a la más pequeña de todos por la cintura, la tiró sobre el colchón, le levantó la camiseta y le sopló en la tripa, provocando que Duna exhalara un chillido que despertó la conciencia de alguno de nuestros padres. Mientras yo intentaba devolvérselas a Shasha, Scott torturó a Duna, y cuando papá se asomó corriendo a la puerta, nos encontró a Shasha y a mí en el suelo y a Scott y Duna sobre la cama, cada uno con su propia batalla campal particular.
               -¿Qué hacéis?
               -Guerra de cosquillas. ¿Quieres participar?
               Papá parpadeó.
               -Sí que estáis sensibilizados los unos con los otros. Cuando yo tenía vuestra edad, lo que hacía era pegarme con Doniya y las demás, no hacerles cosquillas.
               -Es que hago kick boxing-le recordé, y Scott me miró con el ceño fruncido.
               -Sí, va a ser por eso por lo que no te he pegado ahora.
               -Por mí podemos empezar a pegarnos-me encogí de hombros.
               -Por favor, no os peguéis, o vuestra madre se enfadará conmigo si no intento separaros.
               -Te queremos, papi-ronroneó Duna, y papá le sonrió.
               -Y yo a vosotros, pero… por favor, dejad de chillar. Tengo una idea, y estoy componiendo. ¿Te haces cargo, Scott?-papá se metió las manos en los bolsillos y Scott sentó a Duna sobre el colchón mientras asentía con la cabeza.
               -Una pregunta, papá: cuando yo no esté, ¿a quién le vas a cargar el muerto?
               -A mí-respondí.
               -A Louis-contestó papá, y yo me lo quedé mirando-. ¿Qué? Seguro que le da una depresión porque Tommy y Eleanor se van de casa. Tendrá el síndrome del nido vacío así que fijo que me pide que le deje cuidar de tus hermanas.
               -Pobre hombre, lo van a volver loco-se rió Scott.
               -Tampoco hay mucho más daño cerebral que puedan causarle, así que…
               -Un momento, ¿y yo qué, papá? Yo soy la segunda. Shasha y Duna son mi responsabilidad.
               -A ti no se te puede dejar a cargo de nada, Miss Drama 2035-me pinchó Shasha, y yo le di una patada-. ¡Au!
               -Acabo de ver eso, Sabrae-papá puso los ojos en blanco.
               -Entonces, ¿no lo repito?
               -Sí, que yo me lo he perdido-rió Scott, y Shasha le soltó un manotazo. Papá suspiró.
               -Vale, ya que no estáis cooperativos, me voy a poner los auriculares, así que… mataos si queréis. No sois problema mío.
               -¿Vas a llorar cuando nos independicemos, papá?-preguntó Duna, y papá se apoyó en el marco de la puerta.
               -Sí, pero porque lo haréis demasiado tarde y yo ya estaré viejo para recuperar el tiempo perdido con vuestra madre.
               Duna frunció el ceño.
               -¿Qué quieres decir, papá?-preguntó, y tanto Scott como Shasha y yo nos reímos por lo bajo mientras esperábamos a ver qué le decía papá a la benjamina de la casa. Papá se quedó helado, clavado en el sitio un par de segundos, y salió del paso con un:
               -¿Habéis hecho ya los deberes?
               Antes de que Duna pudiera insistir en que le respondiera, se escapó de mi habitación y bajó las escaleras a toda velocidad. Se encerró en la habitación de los graffitis y puso música para no escucharnos, pero nosotros ya no estábamos de humor para seguir haciendo ruido.
               -¿Molestamos a papá y mamá?-quiso saber Duna, preocupada, y yo negué con la cabeza y la estreché entre mis brazos.
               -Es que los adultos son muy raros, y a veces no quieren tener niños cerca-explicó Scott.
               -¡Qué aburrido!
               -Ya te digo. Bueno, me han llamado la atención respecto de cierto comportamiento independiente que he tenido estos días, así que… ¿queréis que hagamos algo?-Scott se palmeó los glúteos y a mí se me iluminó la cara.
               -Podríamos ver una peli todos juntos-sugirió Shasha, sentándose en el borde del colchón, y yo asentí con la cabeza.
               -En la cama de Scott.
               -¡Sí, que es mullidita!-festejó Duna, poniéndose a aplaudir.
               -Eh… ¿no os parece que debería invitaros yo, que para algo es mi cama?-preguntó Scott.
               -Somos tres contra uno-le recordé.
               -Y tú eres chico-añadió Duna, y Scott la miró con el ceño fruncido.
               -¿Y qué se supone que significa eso?
               -Que tienes un punto débil.
               -¿Vosotras?
               -No. Las pelotillas-soltó, y Shasha y yo rompimos a reír tan fuerte que se nos saltaron las lágrimas.
               -Menudas putas ganas tengo de irme de esta maldita casa-refunfuñó Scott, levantándose y anunciando que bajo ningún concepto íbamos a meternos en su cama a ver ninguna película. Shasha le puso ojitos, pero no consiguió hacerle cambiar de opinión, de modo que Duna se echó a llorar diciendo que lo sentía mucho-. Más lo siento yo-respondió Scott, y tuvo que recorrer la casa entera con Duna acoplada a su pierna, suplicándole que le perdonara. Casi se caen por las escaleras, y una parte de mí no podía dejar de pensar lo mucho que iba a echar de menos momentos como ése.
               Pero otra parte, mayor, más poderosa, me decía que lo disfrutara. Que era parte de la vida, y si todo el mundo sobrevivía a la independencia de un hermano, yo no iba a ser la excepción.
               No podía dejar de mirar a Scott y a Duna jugar, no podía dejar de ver a Shasha grabándolos para subirlo a Instagram, no podía dejar de sacar la lengua y hacer muecas cuando mi hermana me enfocaba a mí para que hiciera un cameo improvisado, igual que no podía dejar de compadecerme de quienes no tenían hermanos y no habían experimentado nunca eso. Era de las afortunadas, y ahora era consciente de que, a veces, vivir algo es más valioso por los recuerdos que genera, rincones seguros a los que puedes volver cuando estés triste, que por lo mucho que disfrutas del momento.
               Shasha colgó las historias, etiquetándonos a Scott y a mí, y cogió en brazos a Duna. Scott se colocó a mi lado, me guiñó un ojo, y buscó un paquete de palomitas de maíz para hacer en el microondas. Yo busqué una bolsa de gominolas y me reí cuando Duna chilló al reconocer las sandías que tanto le gustaban mientras las volcaba en un bol.
               -Piensa que no vas a estar sola-me dijo Scott, acariciándome el cuello cuando me quedé mirando cómo Shasha y Duna se daban mimos, la segunda con los pies colgando de manera adorable de los brazos de la primera-. Simplemente va a haber cambios. Yo soy tu pasado, pero Alec es, o puede ser, tu futuro.
               Me quedé mirando a Scott.
               -Tú no eres mi pasado, S. Y pensar que puedes llegar a serlo es lo que me ha hecho tanto daño. Además… yo no quiero que nadie te sustituya.
               -Nadie va a sustituirme-respondió él, hinchándose como un pavo-. Soy tu único hermano, y también el único mayor. Si a Shasha la secuestraran, no pasaría nada más allá de que montaríamos una fiesta…
               -¡Oye!-protestó Shasha, frunciendo el ceño, y los dos nos reímos.
               -Pero seguirías teniendo a Duna, que es hermana, y es pequeña. En cambio, yo… soy único e irrepetible-se jactó.
               -Repetible eres. Eres la copia de papá-le recordé yo, bajándole el ego.
               -Que, a su vez, es la copia del abuelo Yaser-añadió Shasha.
               -¿Sabéis qué?-bufó Scott-. Olvidadlo. Estoy hasta los huevos de esta familia. Ojalá te dé una depresión y la casques, Sabrae.
               -Te morirías de pena si a mí me pasara algo, Scott-me reí, levantando la barbilla con sorna.
               -Me moriría del susto por la alegría inmerecida que me daría Dios-respondió él, poniendo los ojos en blanco, pero me atrajo hacia sí, estrechándome entre sus brazos, acariciándome los míos y dándome un beso en la cabeza. Ni diciendo “es mentira” sería tan explícito como con ese abrazo.
               Ya en el sótano, estábamos acurrucados los unos contra los otros, todos en contacto de todos, especialmente de Scott, como si quisiéramos aprovechar cada segundo que le quedara en casa a base de tocarlo, viendo una película y pinchándonos entre nosotros. Duna se quedó dormida encajada en el hueco que había entre el costado de Scott y su brazo, y Shasha luchaba contra sus párpados para no dormirse también, con la cabeza apoyada sobre la pierna de Scott y los ojos fijos en la televisión. Él me había rodeado la cintura con el brazo, y sus dedos subían y bajaban como lo hacían los de Alec, pero de una forma completamente diferente.
               -Deberías haberme dicho que querías que pasara tiempo con vosotras-murmuró, y yo le miré.
               -Creía que si no estabas en casa era porque no querías, S.
               Él frunció el ceño y clavó sus ojos, los ojos de mamá, en mí.
               -Simplemente estaba recuperando el tiempo que había perdido con Tommy. Tenemos mucho que organizar, pero no había caído en que también vosotras… bueno…-se le quebró la voz-. Pensé que yo era el que iba a echar de menos, que para algo soy el que se va.
               -Somos tus hermanas-le recordé con cariño, acariciándole la cara.
               -Ya. Y por eso debería haberme dado cuenta de que no soy el único que va a pasarlo mal.
               -¿Crees que vas a ser feliz?
               -No lo sé; lo que sí sé es que estando encerrado en casa sin ningún tipo de futuro sí que no voy a serlo. Vosotras tenéis un camino, pero yo lo he perdido, y todo el tema de la música me ha dado opciones. Yo no podía verlo, pero Tommy ya ha pensado en todo, y tiene razón.
               -Espera, ¿ha sido idea de Tommy?
               Scott frunció el ceño y asintió.
               -Claro. ¿De quién pensabas que había sido idea?
               -Pues… tuya. Eso lo cambia todo.
               -¿En qué sentido?
               -En que si han tenido que convencerte, es porque no hay otra solución.
               -A mí no me sorprende que sea idea de Tommy. A Scott no se le ocurriría nada por el estilo ni en un millón de años-respondió Shasha, y Scott puso los ojos en blanco y le pellizcó la mejilla.
               -Hablas con mucha chulería para estar en el primer año de instituto, ¿no te parece, Shasha?
               -Al menos yo estoy en el instituto-respondió Shasha, y Scott le dio un suave tortazo que le arrancó una risita, porque sabía que acababa de ganar la discusión.
               -Y se va a quedar conmigo-añadí con socarronería. Scott chasqueó la lengua.
               -Os vais a cansar de criticarme, ¿eh? Seguro que intentáis por todos los medios que me echen del programa.
               -Ya puedes hacerlo bien, porque no pensamos votarte a no ser que te lo merezcas.
               -Habla por ti-contestó Duna, somnolienta-. Yo voy a dejarme los ahorros de la hucha cerdita asegurándome de que Scott gane.
               -La única que me quiere-rió él, dándole un beso en la cabeza.
               Duna volvió a dormirse, y con ella, Shasha. Yo me resistía al sueño con determinación, lo cual le hacía muchísima gracia a Scott.
               -Tampoco me voy a ir en cuanto te duermas. Podemos echar una cabezadita, si quieres.
               -No. Ya dormiré cuando no estés.
               -Me voy todavía dentro de un mes, Sabrae. ¿Crees que conseguirás sobrevivir sin dormir?
               -Puedo intentarlo.
               -Eres terca como una mula.
               Apoyé la barbilla en su hombro y le soplé en el cuello, consiguiendo que le recorriera un escalofrío.
               -¿Entiende ahora por qué no puedo decirle que sí a Alec? Si tú ni siquiera te vas del país, y yo ya estoy así, imagínate cómo será cuando él se vaya-comenté, y él inhaló profundamente.
               -Por eso precisamente deberías aprovechar para quererlo con todo lo que tienes.
               -Ya lo hago.
               -Sí, pero con miedo-Scott se giró para mirarme, su mano rodeando el cuerpecito de Duna y proporcionándole calor-. Y por mucho morbo que dé tener un amor prohibido, el amor a secas es mil veces mejor. Hablo por experiencia, Sabrae.
               -No quiero discutir.
               -No estamos discutiendo. Te estoy transmitiendo mi sabiduría de hermano mayor-se tocó la sien con dos dedos-. Yo de ti la aprovecharía mientras puedes.
               Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
               -Definitivamente sabes cómo amargarme la existencia. Eres lerdo.
               -Puede, pero seguro que si os invito a dormir conmigo hoy, eres la primera en decir que sí.
               -No necesitaba que me invitaras. Dormiría en tu cama aunque tú te fueras a dormir con Tommy.
               -No-sonrió Scott, negando con la cabeza-. Hoy soy todo tuyo, pequeña.
               -Qué suerte la mía-ironicé, como si no me hiciera tremendamente feliz la determinación de Scott. Le rodeé la cintura con los brazos y suspiré profundamente cuando me apoyé en él, decidida a crear muchos recuerdos de ese momento. Nuestras vidas ya eran bastante distintas ahora, y no quería que cambiaran más.
               Lo que yo no me esperaba era que, al día siguiente, Scott volviera a acercarse un poco más a mí, como esos cometas con órbitas de décadas que, cuando menos te lo esperas, aparecen para iluminarte el cielo y saludarte desde la distancia, quedándose contigo un rato más.
               Y todo, de nuevo, otra vez, por culpa de Tommy. Igual que había sido cosa suya que Scott saliera a buscarme, también fue entonces que él regresara conmigo antes de lo previsto. 


Estaba afeitándome cuando sonó el móvil por primera vez. Lo tenía puesto sobre el lavamanos, con la pantalla empañada vuelta hacia arriba, por lo que enseguida supe que era Scott quien me llamaba. Y puede que fuera un amigo pésimo, pero lo cierto es que no me apetecía que me tocaran los huevos: Sabrae me había avisado el día anterior de que todo estaba bien entre ellos de nuevo, así que no tenía de qué preocuparme por ella; Sabrae le perdonaría las ausencias a Scott, y él seguiría haciendo su vida pero siendo consciente de que sus hermanas le echaban de menos, de modo que se iría un poco antes del entrenamiento para pasar tiempo con ellas. Supuse que era de eso de lo que quería hablar, pero a mí no me apetecía que me dieran órdenes: no quería ir a jugar a baloncesto, sino tumbarme en la cama, ver una serie o una película y esperar a que llegara la noche, cuando Sabrae me llamaría por teléfono y podríamos hablar de nuestro día. No pensaba entrometerme entre ellos, sino darles todo el espacio que necesitaran.
               -Dijiste que era una diosa a la luz del amanecer-me había dicho mi chica en aquel iglú, cuando yo aún estaba lidiando con mis demonios, acariciándome el pelo y mirándome a los ojos en la penumbra-. Esa diosa puede ayudarte ahora.
               Así que eso era lo que estaba haciendo yo: apartarme a un discreto segundo plano para que Sabrae lidiara con sus sentimientos, decidiera si necesitaba estar sola o mi compañía, que yo siempre iba a brindarle. Mentiría si dijera que no estaba un poco molesto con Scott por no darse cuenta de cómo iban las cosas con su hermana, pero no debía inmiscuirme. Ya sabíamos lo que pasaba cuando me metía donde no me llamaban en lo referente a Sabrae.
               De modo que silencié el teléfono y continué pasándome la cuchilla por la cara, poniendo especial cuidado de no cortarme. Si el afeitado era lo suficiente apurado y le enviaba una foto a Saab con el resultado, puede que le apeteciera dejarse caer por mi casa y entregarse a una buena sesión de morreos.
               A los pocos segundos de desaparecer el nombre de Scott de la pantalla de mi móvil, apareció el de Tommy, y puse los ojos en blanco. No se rinden. No iba a ir a jugar a baloncesto si era eso lo que tanto les urgía: podían ir olvidándose. Tenía el día tremendamente perezoso, y sólo había una persona que pudiera conseguir que saliera de casa.
               Bueno, dos. Si Jordan me ofrecía echar unas partidas a la consola en su cobertizo, no le haría ascos.
               Cuestión distinta fue cuando la que me llamó fue Sabrae. En lugar de pensar que podían estar juntos, simplemente me maravillé del sentido de la oportunidad que tenía mi chica, llamándome justo cuando más pensaba en ella y en el intervalo de tiempo que Tommy y Scott dejaron libre en mi teléfono.
               -¿Qué hay, bombón? Me pillas afeitándome-pregunté, activando el manos libres y volviendo a mi tarea.
               -Alec-musitó Sabrae, como si quisiera confirmar que era yo quien había respondido a su llamada.
               -Sabrae.
               -Tommy-intervino Scott, y yo fruncí el ceño.
               -Scott-replicó Tommy. Me los imaginé en el salón de casa de los Malik, pidiéndole a Saab que me llamara para que el grupo fuera par y poder hacer dos equipos perfectamente equilibrados. Ni de broma iban a usarla para que yo saliera de casa.
               -¿Puedes venir?-preguntó ella, y por la forma en que sonó, supe que se estaba mordiendo el labio.
               -Depende de para qué-respondí con cautela, viéndolos venir a los tres-. Estoy un poco liado, ¿qué quieres hacer?-Sabrae volvió a morderse el labio y por un momento se me olvidó que Scott y Tommy me habían llamado antes. Mi imaginación voló como el viento: la pinté al borde de su cama, con una camiseta larga en la que se le adivinaban los pezones duros, tirándose del borde para cubrirse los muslos, la carne de gallina y las mejillas coloradas por lo que le apetecía hacer. Seguía con la regla, pero ya sabía que a mí me daba lo mismo-. Sabrae, ¿estás cachonda?-solté, porque de ser así, terminaría de afeitarme (o lo dejaba a medias, ¿total, qué más daba?), me vestiría rápidamente e iría a visitarla.
               Pero, claro, los gilipollas de Scott y Tommy tuvieron que echarse a reír, rompiendo la ilusión.
               -¡Fuera de mi habitación! Dejadme hablar con él a solas. ¡Largo, vamos!
               -Pero, ¡si lo has llamado porque te lo hemos pedido nosotros!
               -¡Fus! ¡Vamos! ¡Fuera! Necesito intimidad. ¡Fuera, he dicho!-escuché el sonido de una puerta que se cerraba bruscamente y Sabrae suspiró, llevándose una mano a la frente-. Dios mío.
               -¿Se puede saber qué pasa? ¿Por qué suenas como si estuvieras conteniéndote para no masturbarte, si no es sexo lo que quieres pedirme?
               -Porque en parte es así-respondió-. Me has dicho que te estabas afeitando. Seguro que estás desnudo ahora mismo.
               Miré mi reflejo en el espejo y asentí despacio con la cabeza.
               -Sí, bueno… técnicamente, llevo una toalla anudada a la cintura, pero ya sabes. Me conoces bien.
               -Ya sabes lo que me hace pensarte así.
               -¿Voy yo, o vienes tú?-ronroneé, y Sabrae suspiró.
               -Necesito que vengas, sí, pero no para lo que tú crees. Mi madre te necesita.
               -¿Tu madre? ¿Para qué puede necesitarme tu madre?-inquirí.
               -¡No lo sé, Al! No me ha dicho para qué. Lleva media hora gritándole a mi padre por algo que ha hecho, y ni siquiera sabemos qué es. Lo único que sé es que hace apenas tres cuartos de hora estaba con Scott y Tommy, y ellos dijeron algo, y ahora está enfadadísima con papá, y él ha venido a decirnos que necesitaba que vinieras.
               -Puede que en tu casa hagan falta mis dotes de semental-comenté.
               -Espero que te compense de alguna manera lo que sea que quiera pedirte-continuó Sabrae, hablando por encima de mí.
               -Seguro que a la hembra en cuestión se le ocurre algo… y espero que sea sin ropa.
               -¿Eres gilipollas, Alec?-ladró Sabrae-. ¡Que es mi madre! ¡No me hace ni puta gracia que digas esas…!
               -Vamos a ver, Sabrae, ¿qué hembra me ha llamado?-la interrumpí, y ella se quedó callada un instante, procesando la información, hasta que se echó a reír.
               -Ah, que te referías a mí-me la imaginé poniéndose colorada.
               -Claro. Yo no tengo interés en tu madre, nena.
               -Guay.
               -Bueno, al margen de que es el mito erótico de toda una generación, pero… ya me entiendes. Todo es tremendamente platónico.
               -Ajá. Vale, sí, bueno… el caso es que, ¿puedes venir?
               -Os haré un hueco en mi apretadísima agenda, como favor personal que espero cobrarme algún día-coqueteé, dándome la vuelta y apoyándome en el borde del lavamanos con ambas manos.
               -Depende de cómo te portes y cómo diga mamá que lo hayas hecho.
               -Uf, esa última parte de la frase promete muchísimo, nena.
               -Estás obsesionado-Sabrae se echó a reír y yo me quedé mirando el teléfono, del que salía aquel precioso sonido, con una sonrisa boba en los labios.
               -Como para no estarlo-murmuré por lo bajo, y sólo cuando Sabrae terminó de reír, continué-: Vale, pues me visto y voy para allá, ¿vale?
               -Vale. Nos vemos. Intentaré no escaparme a la ducha.
               -Sí, no vaya a ser que yo me entretenga demasiado saludándote-contesté. Sabrae se echó a reír de nuevo.
               -Me apeteces, Al.
               -Me apeteces, bombón. Nos vemos en nada.
               -Sí. Adiós.
               Me enfundé una camisa clara y vaqueros oscuros y bajé las escaleras de casa brincando, pero tremendamente despacio. No me apetecía desnucarme y no ver a mi chica favorita en el mundo. Me despedí de mi madre y recorrí el trayecto a casa de los Malik en tiempo récord, poniendo mucho cuidado, eso sí, de no echar a correr por el peligro de sudar que eso suponía. A pesar de que sentía curiosidad por lo que querría Sherezade de mí, lo cierto es que el principal incentivo de llegar pronto era encontrarme con su hija, y ganarme la recompensa que ella me había prometido.
               Cuando llamé al timbre, escuché a Scott y Tommy levantarse del sofá del salón para venir a abrirme y marcharnos, pero algo les pasó por delante: un ciclón que descendió del piso superior y llegó a la puerta en un abrir y cerrar de ojos. Sabrae fue la que me franqueó la entrada, jadeante, y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja al recibirme.
               -¿Acabas de puto correr para venir a abrirme?-pregunté, divertido, y ella se colgó de la puerta y alzó las cejas.
               -No.
               -Sonabas igual que un mamut entrando en Primark el primer día de rebajas, Sabrae.
               -No te acostumbres-fue todo lo que dijo ella, girándose sobre sus talones y echando a andar en dirección a las escaleras. Ahora que me había visto, podía masturbarse tranquila. Joder, si me dejaba, iría tras ella y le haría pasárselo genial.
               -Ya me he acostumbrado a muchas cosas, bombón-respondí, relamiéndome al ver cómo meneaba el culo. Sabrae se giró para mirarme por encima del hombro, con una sonrisa divertida en la boca, como diciendo “qué más quisieras que yo te suplicara por todas las cosas que vamos a hacernos, fiera”, y tuve que contener las ganas de saltarle encima y hacer caso omiso de mi propósito en casa de Scott-. Tíos-saludé a mis amigos con una inclinación de cabeza y estirando la mano para que me la chocaran; a fin de cuentas, no éramos unos incivilizados. O, al menos, eso pensaba yo, hasta que vi que ni Scott ni Tommy hacían amago de chocarme los cinco.
               Al contrario: más bien, si me iba a dar una palmada, sería en la cara y no en la mano, como una persona normal. Estaba celoso de su hermana, algo a lo que no me esperaba tener que enfrentarme.
               -¿Por qué cojones le coges el teléfono a mi hermana antes que a mí?-ladró Scott, y yo alcé las cejas, sorprendido por su tono de voz.
               -Pensaba que te alegrarías de que me comportara como un caballero con ella.
               -Mucho tendrías que cambiar para empezar a comportarte como un caballero-espetó, y puse los ojos en blanco.
               -Vamos a ver, Scott, ¿qué has hecho primero: ganar un anillo de la NBA, o perder la virginidad?
               -No he ganado ningún puto anillo de la NBA-bufó Scott, frunciendo el ceño, sin querer ver adónde iba a ir yo a parar. Scott probablemente podía esperar, pero Sabrae no.
               -Ni lo ganarás nunca-aportó Tommy, conteniendo una risa. Scott se giró para fulminarlo con la mirada y recordé que se comportaban como un matrimonio de viejos, falta de sexo incluida. Entre ellos, quiero decir. Y, al menos, que yo sepa, pero, ¿quién sabe? Pasaban mucho tiempo juntos y solos, cualquiera se imagina qué hacen cuando se aburren.
               Le dediqué una sonrisa de agradecimiento a Tommy y le guiñé el ojo a Scott, que tuvo que contenerse para no saltarnos encima. Vaya, alguien necesitaba urgentemente echar un polvo o aficionarse al boxeo, o puede que las dos cosas.
               -Primero se atiende a la madre naturaleza, y si queda tiempo, se pasa bien-le di un codazo al mediano de los tres en las costillas, para que se relajara un poco. Scott me fulminó con la mirada.
               -Eres un fantasma.
               -Además, mira para lo que te ha servido, Al-comentó Tommy-: nos hemos puesto de mal humor contigo, y…
               -Vaya, ¿tú también estás celoso, ladrón?-me burlé.
               -… Sabrae no te ha dado ni un triste beso.
               Pude ver en las sonrisas titilantes de mis amigos que mis ojos refulgieron con un brillo siniestro. A fin de cuentas, los dos tenían con otra chica lo que yo con Sabrae, de modo que me entendían mejor de lo que querían dejar ver: demasiado nunca sería suficiente para hartarnos, y sin embargo un poco nos bastaba para esforzarnos al máximo, cambiar nuestros planes, recorrer barrios enteros.
               -Igual lo que quiero no es un beso-respondí, y volví de nuevo mis ojos hacia ella, que se había dedicado a subir despacio las escaleras para no perderse el momento en que nos fuéramos. Ella tenía las mismas ganas que yo de que acompañara a su madre; me pregunté si habría forma de que me escaqueara, que fueran Shasha y Duna en mi lugar, Zayn se fuera a dar un vuelta y nos quedara la casa para nosotros solos. Me apetecía echar un polvo en el sofá del salón de casa de Sabrae: tenía pinta de cómodo, y nosotros teníamos una debilidad por los sofás.
               Me relamí de manera inconsciente cuando ella se agitó la melena, sabedora de que tenía toda mi atención y gozándolo. Y, precisamente por ese gesto, pude ver que no llevaba puesta una sudadera cualquiera, sino la que yo le había regalado. Y, como no puedo callarme ni debajo del agua cuando se trata de chulearme en temas de mujeres, solté:
               -Vaya sudadera más guapa, ¿no, bombón? ¿De dónde la has sacado?
               Sabrae se detuvo, volvió a hacer bailar sus rizos, apartándoselos de la espalda para que Tommy y Scott pudieran ver la dorsal “WHITELAW 05” en grandes letras blancas sobre el fondo negro de una sudadera que le quedaba dos dedos por encima de la rodilla, y que perfectamente podría usar de vestido.
               -La encontré de rebajas-explicó.
               -Y la dorsal, ¿la pediste tú?
               Scott chasqueó la lengua y se empezó a mordisquear el piercing, molesto.
               -Yo habría pedido “MALIK 01”, pero supongo que ésta no está tan mal-comentó ella, tirando del pecho en un gesto chulo que me encantó. Me mordí el labio, contemplando sus piernas tonificadas asomándose por debajo de la sudadera, cubiertas por los leggings de algodón que siempre llevaba por casa.
               -Si te la quitas, puedo llevarla a que te la cambien.
               -No llevo nada debajo.
               -Ya lo sé, Sabrae-contesté, inclinando un poco la cabeza y arqueando las cejas varias veces. Parece que no me conoces.  Sabrae se echó a reír.
               -Vete a la mierda-dijo en ese tono en que las chicas te mandan a paseo con la esperanza de que te las lleves con ellas. Desapareció escaleras arriba, porque si hay algo que le guste a Sabrae, es decir la última palabra.
               -Yo voy donde tú me mandes, nena-susurré, volviendo a relamerme, pensando en el premio que me esperaba en casa si hacía las cosas bien. Di una palmada que sobresaltó a Tommy e irritó a Scott para atraer su atención antes de dejarme caer en el sofá, en el hueco que acababan de dejarme libre y pregunté-: Bueno, ¿cuál es la urgencia?
               -No lo sabemos-contestó Tommy.
               -Espera, ¿qué? ¿Me habéis hecho venir sin saber la causa?
               -Mi madre quiere que vengas, ¿qué más causa necesitas que ésa?
               Me quedé mirando a Scott con una sonrisa en los labios.
               -Dilo, Al-me instó Tommy, echándose a reír, presintiendo que la sobrada que iba a soltarle a Scott sería de proporciones épicas.
               -No puedo-contesté-. Zayn debe de andar por casa, y yo tengo que empezar a controlar mi lengua.
               -¿Querrá Sabrae que la controles?
               -He dicho controlarla, no dejar de usarla, Tommy-me toqué la sien y el susodicho se echó a reír.
               -Seguro que no es tan bueno como te esperas, T. Ya sabes que Alec está perdiendo facultades.
               -¿Perdona? Mis contestaciones son épicas, chaval. Que no vaya a decir lo que se me ha pasado por la cabeza por respeto a tu hermana no significa que no tenga nada que decir.
               -Si es algo relacionado con que debería hacerme a la idea de llamarte “papá”, tengo que decir que eso está muy visto, Al. Puedes hacerlo mejor-Scott me dio una palmada en el hombro y yo me revolví en el asiento para sacar el móvil mientras soltaba:
               -Sí, sobre todo porque yo ya tengo a una Malik que me llame “papi”.
               -¿Qué?
               -¿Qué?-repliqué yo, y los tres nos echamos a reír. Extraje mi teléfono del bolsillo y comprobé que tenía un mensaje de Sabrae de hacía menos de un minuto-. ¡Estoy en el piso de abajo, si quieres hablar conmigo ven a verme!-ladré, porque cuando estábamos solos éramos la pareja más pegajosa de la historia, pero cuando teníamos público nos volvíamos bordes el uno con el otro. Todo en broma, por supuesto. No nos faltaríamos al respeto nunca, pero era divertido darnos caña delante de nuestros amigos para que no sospecharan lo enamorados que estábamos el uno del otro.
               -¡Vas guapo!
               -¡Me alegro de que te hayas dado cuenta, bombón: voy a ir de paseo con Sherezade, tengo que estar a la altura!
               Dicho lo cual, me guardé de nuevo el móvil en el bolsillo del pantalón y me acurruqué contra Scott. Los dos se me quedaron mirando, conteniendo la risa.
               -¿Qué?-pregunté con inocencia, como si no pudiera ver cómo se les caía la baba al ver cómo a mí se me caía con Sabrae. Eran patéticos, pero en el buen sentido.
                -Se me ha caído un mito-se burló Tommy-. Primero Scott, ahora tú.
               Abrí la boca para responderle que él no estaba para hablar, suspirando por una modelo a la que conocía desde hacía menos de tres meses, pero no me dio tiempo a hacerlo, pues unos pasos en las escaleras, a nuestras espaldas, me acallaron. Me giré en el momento en que los pies de Sherezade, enfundados en unos zapatos blancos de tacón de aguja, aparecían por el hueco de las escaleras. Le siguieron sus rodillas, sus pantorrillas, una falda de tubo blanca, sus caderas ocultas por una chaqueta del mismo color y su vientre plano enfundado en un body rosa fucsia de escote redondo, que dejaba a la vista un par de centímetros de canalillo (lo justo y necesario para que uno pueda soñar).
               Finalmente, apareció su cara. Se había pintado los labios de un ligero tono violáceo que alguna vez le había visto a Sabrae, por lo que sospechaba que madre e hija compartían maquillaje; llevaba los ojos delineados y  el pelo suelto, cayéndole por los hombros y sobre el pecho como la encarnación de Eva que era.
               Zayn es el hijo de puta con más suerte del mundo, pensé al verla, y automáticamente me corregí. No, eres el hijo de puta con más suerte del mundo. Zayn es el segundo.
               -Al coche-ordenó Sherezade sin tan siquiera mirarnos, y no necesitamos que nos lo dijera dos veces. Nos levantamos como resortes (yo un poco cachondo, he de admitirlo) y la seguimos hacia el garaje, en una sumisa fila india más propia de soldados que van bien entrenados a la batalla en lugar de un trío de chavales que no saben cuál es su destino.
               -¿Quién se sienta delante?-preguntó Tommy.
               -Yo-dije-. Soy el invitado.
               -El coche es de mi familia-recordó Scott.
               -Sí, y yo soy el favorito-añadió Tommy.
               -¿Cómo coño vas a ser tú el favorito si ni siquiera te ha parido?
               -Por eso mismo. Yo también fui un bebé mono, pero sin los dolores del parto.
               -Unos dolores tremendos, sí-Scott puso los ojos en blanco.
               -¿No te estuvo pariendo tres días?-pregunté.
               -Cierra la boca, Alec.
               -El caso es que está bien que te hagas ilusiones, T, pero baja a la tierra. Yo soy más guapo, así que yo tengo que ser el favorito.
               -¿Por qué? ¿Porque te follas a su hija mayor?
               -¡No, si te parece, me tiro a la pequeña, no te jode!
               -Alec no “se folla” a Sabrae. Está enamorado-se burló Scott.
               -¿Cómo es que siempre habla el que más tiene que callar, payaso de…?-empecé, pegándome a él. Sherezade presionó el claxon del coche y todos dimos un brinco, con el corazón a mil.
               -¡Dejaos de gilipolleces y subid de una vez!-bramó, y yo me metí en la parte trasera del coche. Ni de coña quería ir al lado de ella y ser el blanco de sus miradas asesinas; me quedaría atrás, sentadito y calladito como el buen chico que era. Que se comiera Scott el marrón de su madre, que para algo era su familia.
               Me senté detrás de Scott, y Tommy, detrás de Sherezade. Ella se apartó el pelo tras la oreja, dejando al descubierto un pendiente que le escalaba por todo el lóbulo y que perfectamente se podría usar como arma homicida, mientras sacaba el coche del garaje y se incorporaba a la circulación. Me quedé mirando hipnotizado la piel de sus muslos cuando la falda empezó a subírsele. Tommy me pellizcó para que cerrara la boca.
               -No sabía que se pudiera conducir con esos tacones-me excusé, y Tommy frunció el ceño.
               -Claro. ¿Cómo pensabas que lo hacía, si no?
               -Creía que se descalzaba en el coche.
               -¿Qué os pasa, tíos?
               -Tu madre, S. Conduce de puta madre con tacones.
               Sherezade clavó los ojos en el espejo retrovisor.
               -Pues no es lo único que hago de puta madre con tacones.
               Aparté la mirada y traté de pensar en animales muertos para controlar la erección que notaba creciéndome en mis pantalones. Una parte de mí no dejaba de imaginarse a Sher, vestida únicamente con los zapatos de tacón que llevaba ahora, rodeándole las caderas con las piernas a un tío que de espaldas se parecía sospechosamente a mí. Y otra parte no dejaba de imaginarse a Sabrae en la misma postura, con la misma prenda pero no exactamente igual calzado: mi chica llevaba las botas de tacón de filigrana dorada que había vestido en Nochevieja y que habían protagonizado siempre mis pesadillas eróticas. Asentándose sobre mi polla como la diosa del sexo que era, me miraba a los ojos con una mirada suplicante, la boca entreabierta para poder jadear, animarme y exigirme, los brazos acariciándome la espalda, su melena cayendo en cascada por la suya, y el metal dorado de los zapatos espoleándome en los glúteos mientras jadeaba. Sí, Alec, así, sí, más fuerte, así, sí, ah, Alec…
               Me pregunté si Sabrae alguna vez usaría ropa como la de Sher. Por mi estabilidad emocional, esperaba que no, y por mi entusiasmo sexual, rezaba para que así fuera. Le arrancaría la ropa a bocados y la haría mía en cada rincón de su oficina, como me llevara un día. Seguramente ni me importaría que hubiera más gente con nosotros.
               No pude evitar fijarme en cómo el body se ceñía a las curvas de Sher, distintas a las de mi chica y a la vez parecidas, y me lo imaginé en Sabrae. Seguramente le marcaría aún más los pechos, y el moreno de su piel, de un tono dorado que nada tenía que ver con el café con leche de Sher. Recordé aquel bañador blanco con letras rojas que había llevado la primera vez que le comí el coño sobre una mesa de billar. Recordé su sabor dulce y chispeante mientras me ocupaba de ella, la forma en que gemía y cerraba las piernas de manera inconsciente en torno a mí, y se me hizo la boca agua y empecé a empalmarme más.
               Sherezade pegó un frenazo en un semáforo, consciente de que tanto Tommy como yo no quitábamos los ojos de ella, deslizándonos en el asiento para poder verla mejor. Sher era como una madre para Tommy, así que dudaba que estuviera fantaseando con ella, como me pasaba a mí. Procuré no pensar en Diana enfundada también en un body, y eso sólo contribuyó a ponerme peor, porque una voz maligna en mi cabeza me recordó que Sabrae estaba abierta a tríos con chicas. Y Diana no parecía que fuera a rechazar la oportunidad de irse a la cama con dos ingleses a la vez.
               Sher esbozó una sonrisita de suficiencia cuando yo pegué contra el reposacabezas del asiento delantero y Tommy casi se clava la palanca de cambios en el prepucio. Ninguno de los dos dijo nada, sólo nos miramos, rojos de vergüenza por habérsenos pillado con las manos en la masa, y nos hundimos en nuestros asientos. Sherezade se relamió y continuó conduciendo.
               -Mamá-susurró Scott con voz de niño bueno, y ella alzó una ceja y exhaló un suave mmm-. ¿Adónde vamos?
               -Al despacho-reveló, y yo me quedé sin aliento. Nunca había visitado el despacho de Sher. Hasta donde yo sabía, era poco menos que una caverna matriarcal: toda persona que trabajaba allí tenía algo en común, y era que carecía de genitales masculinos. Los únicos hombres que atravesaban las puertas del despacho de Sherezade eran los abogados contrarios, con sus clientes o solos, y los acompañantes de las mujeres que acudían a ella para que las liberara del yugo de sus maridos o novios maltratadores. Cuando pedían un paquete a Amazon, siempre ponían en las observaciones que querían que se lo entregara una repartidora mujer, en negrita, subrayado y cursiva. En alguna ocasión le había tocado a Chrissy.
               La única excepción a aquella norma eran los hombres que querían denunciar la actuación negligente de alguna compañía que se saltaba a la torera las normas medioambientales de Inglaterra, e incluso entonces seguía habiendo barreras para que los hombres entráramos. Cuando algo así sucedía, lo normal era que al menos una mujer acompañara al denunciante, para garantizar que en el despacho de Sherezade las puertas estuvieran abiertas.
               Y la verdad es que yo no sabía de ninguna compañía que estuviera realizando vertidos tóxicos en el Támesis, así que…
               -¿A qué?
               -Sorprendedme con vuestras deducciones, chicos-ronroneó en tono seductor que me hizo recordar por qué ella había sido la protagonista de todas mis fantasías sexuales desde los 12 hasta los 17. Miró de nuevo por el retrovisor, y añadió-: Cuando hayáis terminado de mirarme las tetas, claro.
               Scott apoyó el codo en la puerta del coche y lanzó un sonoro bufido de disconformidad. Yo miré por la ventana, recitando la tabla del 7 en griego para no pensar en las veces en que me la había pelado con aquella mujer y el grandísimo contenido masturbatorio que me estaría dando ese día si yo no me hubiera convertido en un ser aburrida pero felizmente monógamo.
               Tommy abrió los ojos, apartando la vista de la ventanilla, una idea asombrosa pero imposible ocupando toda su cabeza.
               -¿Vas a… hacer que readmitan a Scott?-inquirió, y yo me giré como un resorte para mirarlo con ojos como platos. ¿Cómo se le había ocurrido…?
               Siempre subestimando a las mujeres, se reía a veces Sabrae, y yo cogí aire y cerré la boca. Tommy me miró. ¿Sherezade puede hacer eso?, le pregunté en silencio, y Tommy se relamió, encogiéndose de hombros. Scott, sin embargo, era de otra opinión: la determinación en su mirada en el espejo de la visera del coche no daba lugar a equívocos. Joder, Al. Mi madre puede hacer que el sol se detenga, si quiere.
               Sher sonrió, esa media sonrisa que en su hijo tenía nombre, pero que en ella podía incluso llegar a dar miedo en lugar de morbo.
               -No lo sé, Tommy-respondió Sher, alzando una ceja y deteniendo el coche-. ¿El agua moja?




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1 comentario:

  1. A ver el principio de este capitulo ESTOY CHILLANDO ME DA. Sabrae cabreada es la puta hostia, me meo con el draggeo que suelta en un momentito sin pestañear.
    La charla de ella y Scott me ha hecho llorar y es un poco tonto porque ya lo había leído pero claro esta vez tenía la referencia de toda la historia y el saber que llegará un día en que Sabrae no pueda simplemente llamarlo para poder hablar con él me ha dejado en la mierdisima tía. Creo que superaré la muerte de Scott el día que me muera yo, porque a este paso.....
    LUEGO ME MUERO CON ALEC, ES QUE DE VERDAD Cuando estaba literalmente ahogandose con sus babas mirando a Sher que es todo un mito para el EL PUTO PAVO AUN PENSABA EN SABRAE O SEA ES QUE YA ME JDOERIA NO PUEDO CON EL ES SUPERIOR A MI.

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