domingo, 12 de enero de 2020

Puente levadizo.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Odiaba que hubiera elegido la casa de los Tomlinson para darnos la noticia como si fuera una especie de santuario en el que no podíamos enfadarnos. Yo no había sospechado absolutamente nada de lo que se nos venía encima, con la potencia de un tsunami que sin embargo no hace temblar la tierra, precede a un terremoto ni roba agua de la orilla del mar. Scott no había emitido ningún tipo de señal que pudiera interpretar como un cambio en el cielo que anunciara la llegada de una nueva estación, y creo que eso era lo que más me dolía de todo. Que, para él, su vida apenas iba a cambiar, mientras la mía se quedaba patas arriba.
               Cuando se levantó, con cara de circunstancias, tragando saliva y mordisqueándose el piercing, pensé que todo se trataba de una broma con la que poner nerviosos a nuestros padres. Bien sabía Dios que no sería la primera vez que nos tomaban el pelo con algo serio porque les apetecía arriesgarse a que les castigaran, así que yo seguí comiendo tranquilamente, como si la cosa no fuera conmigo. Lo que habían preparado entre Eri, Tommy y mi hermano estaba delicioso, y se merecía mi atención más que la tontería del día que fuera a hacer mi hermano.
                -Eh… familia-carraspeó, nervioso, y fue entonces cuando yo levanté la vista para mirarle. Puede que fuera a interpretar bien su papel y consiguiera, por primera vez en su vida, no echarse a reír antes de terminar la frase trágica con la que tenía que desatar el apocalipsis-. Tommy tiene algo que contaros-soltó, y se sentó, mirando a su amigo con una sonrisa de disculpa que le temblaba en las comisuras de la boca. Tommy se lo quedó mirando, pero yo no miré al mayor de los Tomlinson: estaba demasiado ocupada preguntándome qué pasaría para que Scott hubiera escondido las manos debajo de la mesa.
               -Serás cabrón…-gruñó el susodicho, levantándose. Todos los ojos de la mesa (doce en total) estaban fijos en él, expectantes-. Bueno… no sé  cómo decir esto… veréis-Diana le acarició la mano, y yo me preparé para lo peor: se había quedado embarazada. Y, contra todo pronóstico, querían tener al bebé. Lo que no entendía yo era qué tenía que ver mi hermano en todo eso, si desde que había llegado, lo mejor que había hecho por la americana había sido tolerarla. Sólo ahora, después de que las cosas con Tommy volvieran a la normalidad, Scott y Diana empezaban a sentir un mínimo de afinidad el uno por el otro.
               -Ya sé lo que os pasa-respondió papá, y miró a Louis, que asintió despacio con la cabeza, volvió a clavar sus ojos en su primogénito y dijo:
               -Diana está embarazada-las bocas de la mesa se abrieron hasta formar círculos concéntricos.
               -Y no sabéis de quién es-añadió papá, terminando de despejar la incógnita en la ecuación, mirando a Scott-. Porque habéis hecho un trío y no os pusisteis condón, ¿a que no?
               -En algún momento tenían que hacer una gilipollez semejante-comentó Louis, reclinándose en la silla y suspirando trágicamente-. Verás cuando se entere Harry. Me va a matar. Me manda a su hija para que la cuide, y le hacen un bombo.
               -No puedo decir que me sorprenda. Me decepciona, pero no me sorprende-respondió papá, adoptando la misma postura que él. Del rostro de Tommy había volado todo color, pero Diana había fruncido el ceño, como si lo que acababan de decir fuera la peor acusación de la historia. La verdad es que no entendía por qué se lo tomaba tan a pecho: Tommy era muy guapo, y en otra época de mi vida (concretamente en la que Alec aún era un gilipollas a mis ojos), tener un bebé con él tampoco sería una tragedia de las proporciones que la pintaban en mi familia.
               -No estoy embarazada-replicó Diana con la voz gélida, y añadió en un tono más ofendido aún-: Y no me he acostado con Scott.
               -No ha tenido el privilegio-balbuceó Scott por lo bajo, y Tommy lo fulminó con la mirada. Mamá y Eri intercambiaron una mirada cuando papá y Louis fruncieron el ceño, confusos.
               -Me dejó embarazada-fue todo lo que pudo decir mamá, a modo de explicación de por qué se había terminado casando y formando una familia con alguien con tan pocas neuronas como el hombre que me había dado la vida.
               -Era mi ídolo de la adolescencia-respondió Eri, echándose a reír. Mamá no tardó en unirse a ella.
               -¿Cómo que no la habéis dejado…? No lo entiendo.
               -Diana está buenísima. Si tuviera 20 años menos me habría encargado personalmente de que descubriera de qué pasta estamos hechos los ingleses.
               -Qué asco, Zayn. Es una niña. Y está aquí presente-instó mamá.
               -No te ofendas, Diana.
               -No me ofendo-respondió la americana, limpiándose con la servilleta con cierto retintín-. Ojalá pudiera decir que lo comparto.
               -¿Y no es así?
               -No. Para mí, que me saques 20 años es un aliciente, no un impedimento-le guiñó un ojo y papá se echó a reír.
               -¿Os dejo una puta habitación?-gruñó Tommy.

               -¿Quieres dejar de tirarle los trastos a la novia de mi hijo, Zayn, por favor?-gruñó Louis, pero Eri silbó para que todo el alboroto de la mesa cesara.
               -¿Podéis dejaros de tonterías y dejar que nuestros hijos nos digan lo que tienen que decir, por favor?
               Papá alzó las cejas en dirección a Scott, que simplemente volvió los ojos hacia Tommy. Éste, por su parte, clavó sus ojos azul cielo en los avellana de su madre, y anunció:
               -Vamos a hacer una banda.
               Sentí que el corazón se me detenía en mi pecho, y poco a poco se congelaba. No podía dar crédito a lo que acababa de escuchar. Me parecía más factible que Scott dejara embarazada a Diana que el que quisiera seguir los pasos de papá, la misma senda punto por punto.
               El silencio que se instauró en la mesa pesaba lo que una catedral. La cabeza empezó a darme vueltas, y por un momento sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. Temí morir de la impresión, pero me dije que tenía que concentrarme en respirar. Sólo era una broma, me dije. Era imposible que Scott quisiera en serio hacer una banda, como la que habían hecho nuestros padres, y tener la misma vida que había tenido papá. Le gustaba estar en casa. Le gustaba la rutina, y eso en una banda no existía. Le gustaba despertarse temprano para ir al instituto, estar con sus amigos, luchar por un pincho en el recreo y conseguir una buena mesa; pasarse las tardes no haciendo absolutamente nada en compañía de Tommy, los fines de semana borracho como una cuba, y los domingos echando partidos de baloncesto con sus amigos, partidos en los que nunca destacaba pero que disfrutaba igual.
               Odiaba que le pararan por la calle, le preguntaran si era hijo de quien era hijo y le pidieran una foto porque su árbol genealógico era más importante que él. Odiaba que le dijeran lo mucho que se parecía a papá, porque Scott tenía valor y entidad por sí mismo y no necesitaba de nadie que le hiciera importante. Ya lo era de por sí.
               Me detuve un instante a observar las caras del resto de comensales, y me alegró ver que yo no era la única a la que el anuncio le había pillado de sorpresa. Louis miraba a Tommy con ojos como platos, Eri saltaba de Tommy a Scott y luego a Diana, mamá hacía lo propio, pero sólo con los chicos, y papá… papá se había inclinado en la silla, negándose a dar crédito de lo que acababa de escuchar, dándole vueltas a su alianza y mirando a su hijo fijamente, que se negó a entablar contacto visual con él.
               -¿Postres?-preguntó Shasha, que no soportaba la tensión, poniéndose en pie. Eri dio un brinco, como si se le hubiera olvidado que todos estábamos allí, y asintió con la cabeza. Tomamos los postres en silencio, y pensé que me lo había imaginado todo cuando Astrid hizo una pregunta que le dio más consistencia a la catástrofe.
               -¿Vais a bailar?
               Su pregunta no obtuvo respuesta. De la misma forma que yo había creído que todo aquello era producto de mi imaginación y que había habido una discusión en la que yo no había participado, papá espetó:
               -¿Cuántos?
               -Cinco-respondió Tommy, y yo volví a mirar a Scott. No podía creerme que lo tuvieran tan pensado y no me hubiera dicho absolutamente nada, ni hubiera dado muestras de que su vida, nuestras vidas, iban a cambiar radicalmente. ¿Es que no le importábamos nada? ¿Por qué nos lo decía así? ¿No teníamos voz ni voto? ¡No queríamos perderle, y sin embargo él se limitaba a anunciarnos que se iba justo después de echar a volar, habiéndose perdido en el horizonte!
               -¿Quiénes?-inquirió Louis, y Diana levantó la mano.
               -Y Layla, y Chad-especificó Tommy. Scott no abrió la boca. Di algo, le grité mentalmente. Di algo. Finge, al menos, que te importamos.
               -¿Podemos hablar con vosotros?-pidió su padre, recogiendo el vaso en el que se había servido una bebida ambarina. Whiskey. Genial. La cosa iba en serio-. A solas-añadió, al ver que Diana también se levantaba. Me aferré al borde de la mesa, tratando de digerir que Diana era parte de todo aquello y tampoco nos había dicho nada. Miré a Eleanor, que tenía los hombros hundidos y las manos sobre el regazo, con los ojos fijos en sus dedos como si fueran lo más interesante del mundo, y me di cuenta de que ella también lo sabía. Lo sabías, pensé, y como si hubiera escuchado mi voz, Eleanor levantó la vista y me miró con ojos de corderito degollado. Lo sabías, y no me dijiste nada. Creía que éramos amigas. Creía que compartiríamos a Scott.
               Ella y yo éramos partes complementarias de un puzzle, insustituibles y con funciones diferentes: mientras que Eleanor se ocupaba de la vertiente sexo-afectiva de Scott, yo me encargaba de representar el más alto escalón en la cadena fraternal. Yo era la mayor de sus hermanas pequeñas, la más responsable y la que menos preocupaciones debía darle; la que más le ayudaría a cuidar de las chicas y la que menos respeto le tendría.
               Y eso no era suficiente.
                Papá, Louis, Tommy y Scott desaparecieron por una de las esquinas de la casa, en dirección a la pequeña habitación en la que Louis guardaba sus premios. Mamá y Eri se miraron, tragaron saliva, y Eri se inclinó hacia la botella que acababa de abrir su marido.
               -Bueno-comentó, acercándose el vaso de mamá y vertiendo un poco del líquido ambarino en su interior-. Supongo que no deberíamos sorprendernos. Esto es lo que pasa cuando tienes hijos de artistas. La vocación siempre termina encontrándolos.
               Mamá aceptó el vaso que Eri le tendió y miró el mar de bronce que se había formado en su interior.
               -Tienes razón. Pero eso no lo hace más fácil cuando se van. Además… Scott tenía una posibilidad. Podía haber salido a mí. Tú, en cambio, lo tenías más complicado con Tommy. Sus dos padres son artistas.
               -Las dos sabemos que esto no lo ha sacado de mí.
               -No-suspiró mamá-. Creo que no. Pero aun así me sorprende, ¿sabes? Te parecerá una tontería, pero muchas veces, cuando estoy en casa, se me olvida que el hombre que me acaricia el pelo y me abraza en la cama es la misma persona que el dios que se sube a un escenario y tiene en la palma de la mano a miles de personas. Es extraño.
               -A mí también me pasa-respondió Eri, y mamá la miró, abatida-. Nunca soy consciente de que yo no soy la única que Louis tiene a sus pies. El hombre con el que me voy a dormir todas las noches no es el de la tele o los conciertos. Es mi marido, simplemente. El padre de mis hijos.
               -Sí-susurró mamá, dando unos toquecitos en su vaso con gesto distraído-. No sé si es que simplemente no puedes pensar en ello constantemente, o que estás tan acostumbrada que ya no le das importancia, y no te das cuenta de que realmente compartir al padre de tus hijos con todo el mundo no es la situación que muchas mujeres tienen que vivir-bufó por lo bajo-. Sólo espero que a ellos se les haga más llevadero. A mi hijo y a los tuyos, y también a la de Noemí, Alba y al de Vee. Que encuentren o conserven a alguien del mundillo a su lado por el que no tengan que renunciar a cosas porque no quieren que les esperen.
               -Esperar a veces tampoco está tan mal-comentó Eri, y sus ojos se escabulleron hacia su hijo menor, que estaba jugando con Duna y Astrid, ajeno a todo lo que estaba pasando. Sentí envidia de los más pequeños, pues les daba igual lo que acababan de escuchar. Para ellos, que Scott y Tommy se fueran de casa no tenía la trascendencia que sí tenía para mí o para Shasha. Las consecuencias de las decisiones de los demás se van haciendo más palpables a medida que creces y puedes ir desgranándolas mejor.
               -Querida, si crees que Louis no lamenta haberse perdido ver cómo vuestro hijo crecía en tu interior cada día que pasa, es que no le conoces.
               -Sé que lo hace, pero más lamentaría yo haberle hecho renunciar a algo que le gusta por estar conmigo. Sabía que ibais a cuidarme bien-Eri sonrió, cansada, y le acarició la mano a mamá-. Además, yo sabía en qué me metía cuando le conocí. Tú, en cambio…
               -Yo también sabía dónde me metía. Por eso le busqué-mamá miró de nuevo en la dirección por la que se habían marchado los hombres, se frotó el cuello, negó despacio con la cabeza y se sirvió un poco más de bebida. Yo no pude soportarlo más: me levanté de la mesa esbozando una excusa patética que apenas farfullé y que nadie se molestó en intentar comprender, y fui a refugiarme en el jardín.
               El aire estaba helado y cristalizaba mi respiración en nubes de vapor calientes como mil soles, pero no me importaba el ardor que sentía en los pulmones cada vez que inhalaba para poder seguir respirando. Sentí que una lágrima caliente y salada se deslizaba por mi mejilla y daba a parar en la comisura de mi labio, batiéndose contra mi boca con la misma rabia de un mar en tormenta. La cabeza me daba vueltas, tenía ganas de vomitar, y sentía un vacío mordisqueándome los rincones del alma.
               Me sentía traicionada, abandonada, rota y ninguneada como pocas veces (o puede que ninguna) me lo había sentido en toda mi vida. Ya no era el hecho de que no me hubiera dicho absolutamente nada de lo que se le pasaba por la cabeza: me dolía que no me hubiera dado ocasión para convencerle de que se quedara, encontrarle una solución. No sabía cuánto hacía que Scott había tomado la decisión de irse de casa a vivir una aventura que todos sabíamos que le cambiaría para siempre, y sentirme flotando en una oscuridad que era incapaz de controlar y de medir me desesperaba.
               Y lo peor de todo: que parecía que le daba igual. Que parecía que no había dudado en subirse al tren a pesar de que éste lo alejaría indudablemente de casa, de mamá, de papá, de Shasha, de Duna… de mí. También de sus amigos, pero apenas podía pensar en ellos ahora. Mi mundo se estaba cayendo a pedazos: Scott había roto la cúpula sobre la que se sostenían las estrellas, y éstas se precipitaban en una lluvia de fuego y roca que pulverizaría el suelo una vez lo tocara.
               Papá y Louis condujeron a Scott y Tommy al comedor que daba al jardín, y yo me limpié apresuradamente las lágrimas y me escabullí tras un arbusto, rodeando la casa y quedándome en uno de sus extremos. Estudié las paredes blancas que se levantaban hacia el cielo, las ventanas que robaban luz para verterla sobre el interior, y me pregunté cuántos edificios como ése vería Scott a lo largo de su vida, cuándo se cansaría de ellos y dejaría de describírmelos.
               Cuándo mi hermano estaría tan cansado de intentar incluirnos en su vida que pasaría de las llamadas a los mensajes, y luego, a días de silencio en los que tuviéramos que saber qué era de él por la prensa. Sabía lo agotadora que puede ser la vida de un cantante, y más el de una banda, y más si esa banda tenía éxito. No quería perder a mi hermano, y me daba la sensación de que lo había hecho cuando él decidió proponerle el plan de Tommy.
               Me senté en el suelo húmedo y helado y me eché a llorar: podría haber cogido una pulmonía perfectamente, y de hecho tenía todas las papeletas, pero los dioses se apiadaron de mí y me concedieron la inmunidad. Con mi dolor espiritual, tenía bastante.
               Me sentía abandonada y pequeña, y para colmo también mezquina por sentirme así. No había hecho nada para mejorar la situación de Scott: me había volcado en ocuparme de Alec y en curar sus heridas, desatendiendo mis labores como hermana menor que, si no puede dar soluciones, por lo menos distrae de los problemas, y mi castigo sería despertarme por las mañanas y ver que mi hermano ni siquiera estaba en mi mismo huso horario.  Mocosa egoísta. Yo preocupándome por cuándo volvería a follar con Alec, y Scott en casa, mirando al techo, intentando encontrar una solución que finalmente terminaba desembocando siempre en el mismo lugar: había que hacer una banda, aprovecharse de su apellido, su cara y su talento y salir del agujero al que le habíamos lanzado entre todos, cuando no dimos un paso al frente y declaramos que Scott no era el único que había estado en el gimnasio al noche que le pegamos la paliza a esos hijos de puta.
               Tenía que hablar con Momo. Necesitaba que ella me consolara, me dijera que todo saldría bien, que los miedos de mi cabeza no eran reales y las cosas entre Scott y yo no cambiarían.
               Así que me levanté, me saqué el móvil del bolsillo y tecleé su número de memoria, con las manos temblorosas. Me resbalaron los dedos por la pantalla, pero milagrosamente conseguí marcar su número. Un toque. Dos. Tres. Cuatro.
               -Cógelo, Momo… cógelo-jadeé, pero el teléfono siguió sonando y mi mejor amiga no acudió a mi llamada de auxilio. Cuando finalmente el móvil decidió que ya había insistido lo suficiente sin éxito, él mismo cortó la llamada, y tras el sonido que indicaba que todo había sido en vano, me quedé mirando un momento la pestaña de llamadas recientes. Había hablado con Momo hacía poco, de modo que ella estaba en la cima del historial de llamadas. Varios números de publicidad también se hacían hueco; lo mismo el de mamá una vez desde su despacho, pero con su móvil; también el de papá, desde el estudio de música, y cómo no, una llamada de Scott para avisarme de que no iba a cenar con nosotros hacía dos días después de enviarme varios mensajes y que yo no respondiera.
               Y, por en medio, estaba Alec. Mi corazón dio un brinco y me dijo que allí estaba la respuesta a mis plegarias, que puede que me hubiera confundido acudiendo primero a mi mejor amiga, que él me consolaría mejor de lo que nadie, ni siquiera Momo, podía hacerlo.
               Pero... mi dedo se detuvo a un centímetro de su nombre. Scott también era amigo suyo. Puede que Alec fuera a pasar por una situación parecida a la que estaba pasando yo. Él también perdería algo; puede que no tan importante, porque no es lo mismo un amigo que un hermano, y sus rutinas eran distintas a las nuestras. No me parecía justo cargar sobre los hombros de Alec el peso de mi dolor cuando probablemente él también lo pasaría mal por tener que despedirse de Scott.
               Cerré la aplicación del teléfono y entré en Telegram.

Momo, cuando puedas, llámame, porfa. Es importante

               Analicé la conversación con mi amiga, deseando que bajo su nombre, la frase gris informando de que su última vez había sido hacía una hora cambiara de color y palabras: a azul, a “en línea”.
               Entré en la conversación de mis amigas, buscando algo a lo que aferrarme para no caerme por el precipicio, pero tampoco encontré allí ninguna señal que me dijera que podía recurrir a ellas.
               Y entré en la de Alec. El último mensaje de la conversación finalizaba con un emoticono. Lo había enviado yo en respuesta al suyo.

Bueno, voy a aprovechar que vas a estar entretenida para darle un poco al saco. Cuando termines avísame, y si quieres, quedamos ☺♥
Vale, sol dale duro!! 😉 En cuanto terminemos, te aviso con lo que sea ❤ 

               En cuanto terminemos, te aviso con lo que sea.
               Avísame, y si quieres, quedamos.
               Si quieres, quedamos.
               Si quieres, quedamos.
               Ahí estaba. La señal que yo necesitaba.
               Toqué su foto y, a continuación, coloqué el dedo sobre el icono del teléfono. Me llevé el móvil a la oreja y esperé, conteniendo el aliento, con los ojos vidriosos y la cabeza embotada. Me latía el corazón a mil por hora: una parte de mí quería que cogiera el teléfono; la otra, que ignorara mi llamada, si bien eso no era del estilo de Alec.
                Como si necesitara una prueba más de que podía confiarle todo lo que tenía o era, Alec apenas tardó un par de toques en responder a mi llamada.
               -¿Hola?-jadeó, y escuché el ruido sordo de un guante de boxeo golpeando contra un saco que se estaba llevando una buena paliza sin comerlo ni beberlo. Cuando entrenaba, Alec ponía el teléfono en modo “no molestar”, pero tenía activada la excepción para que cualquier llamada de sus contactos favoritos se le notificara. Y yo estaba entre esos contactos favoritos.
               Sentí cómo el nudo de mi garganta se apretaba un poco más al darme cuenta de eso.
               -Al-jadeé con aliviada desesperación, y él se detuvo en seco. Su respiración ocupó la llamada durante un segundo.
               -Sabrae-comentó, sorprendido. Si estaba entrenando, yo no solía molestarle. Aunque habíamos quedado en que le avisaría cuando acabáramos de comer en casa de los Tomlinson, se sobreentendía que lo haría mediante mensaje, de modo que si recurría a las llamadas debía ser algo serio.
               -¿Puedes… hablar?-sorbí por la nariz, limpiándome con el dorso de la mano, y me lo imaginé asintiendo con la cabeza, con la boca cerrada, el ceño fruncido y el pelo cayéndole sobre los ojos, las gotitas de sudor descendiendo por su piel, empapando su camiseta y pantalones.
               -Claro. Para ti lo que… ¡AU! ¡Sergei! ¡¿No ves que estoy distraído?! ¡Estoy al teléfono! ¡Eres un hijo de puta!
               -Déjate de mierdas y concéntrate en el saco. Dile a tu madre que te envíe un mensaje con el recado, que lo procesas mejor.
               -Estoy hablando con Sabrae, gilipollas-rugió-. Una mierda voy a seguir con el saco.
               -Joder… por eso no me gusta que os echéis novia. Cuando estáis solteros peleáis como putos jabatos, y no tenéis nada que os distraiga en los entrenamientos. Dile que te estoy pegando una paliza y que no vas a rendir mucho follando esta noche.
               -Yo rindo mucho follando siempre, payaso-espetó Alec, y escuché cómo se desabrochaba el velcro del guante-. Vale, bombón. Dame un segundo, estoy donde la sala de los sacos y no quiero que nadie me escuche, ¿mm?-oí sus pasos rítmicos, apresurados, sobre el parqué de la sala y un sentimiento de profundo amor me invadió. El entrenamiento de Alec era su manera de relajarse y estar solo con sus pensamientos, más o menos como la meditación de mi madre mientras practicaba yoga, y que renunciara con tanta facilidad, sin oponer resistencia, a ese momento que era sólo suyo me conmovió sobremanera-. Bueno, ya estoy. ¿Ocurre algo?-escuché cómo se sentaba en algún lugar, supongo que las escaleras, y abría el otro guante con la mano libre.
               -Siento mucho molestarte.
               -Saab, ¿eres tonta? Tú nunca me molestas. Sabes que estoy disponible para ti las 24 horas del día, los 365 días del año. Venga, ¿qué te pasa? ¿Estabas aburrida o necesitabas hablar?
               -Necesito hablar-confirmé, y antes de poder frenarme, gemí por lo bajo y exhalé un sollozo. Alec se quedó callado.
               -¿Estás llorando?
               -Sí. Lo siento mucho-me limpié de nuevo la nariz con el dorso de la mano, recordando lo mucho que Alec odiaba que yo me echara a llorar, y más cuando no podía estar ahí, conmigo, para consolarme, darme un abrazo y decirme que todo saldría bien. Pero es que todo no iba a salir bien esta vez. Mi hermano se iba y yo no tenía manera de retenerlo un poco más conmigo, ni tampoco de sentir que no lo hacía con toda la alegría del mundo. Quién sabe cuándo había decidido hacer la banda con Tommy y el resto de hijos mayores de One Direction, y sin embargo Scott había seguido fingiendo que todo estaba bien, que el futuro frente a él era incierto pero que lo afrontaría en casa, en familia.
               Alec suspiró, escuché cómo desactivaba los auriculares y se llevaba el teléfono a la oreja, haciendo más íntima la conversación.
               -Te lo ha dicho, ¿verdad?-inquirió con tono triste, agotado, y yo me quedé parada un momento, sin comprender. ¿Qué tenía que decirme Scott que Alec supiera que iba a ponerme triste además de…?
               Se me encendió la bombilla, y odié aún más cómo me sentí. Ni siquiera secundaria, sino un personaje al fondo del escenario, donde los focos no iluminaban y sólo se intuía vagamente la silueta, y todo eso fijándote con mucha atención. Scott se lo había dicho antes a sus amigos que a nosotros, y eso que éramos nosotros los que más afectados íbamos a estar. No dormía en casa de sus amigos; en la mía, sí.
               -¿Tú ya lo sabías?-respondí, al borde del precipicio. Alec tragó saliva, y supe que había levantado la mirada, se estaba pellizcando el puente de la nariz y apretando los dientes, de manera que su mandíbula adquiriría ese relieve que a mí tanto me gustaba acariciar.
               -Me lo dijo en el aeropuerto-confesó, pasándose una mano por el pelo-. Me hicieron prometerle que no diría nada a nadie, por eso no te lo he contado. Además… no me pareció que fuera algo que yo tuviera que contarte. No quería quitarle a Scott esa oportunidad.
               -Alec…
               -Lo siento si te ha parecido mal. Ya sé que nos prometimos sinceridad, pero… realmente esto no era algo mío, así que sentía que si te lo decía, estaba traicionando a Scott.
               -Tienes que venir-jadeé, rompiendo a llorar otra vez-. Por favor. Necesito uno de tus abrazos. Todo a mi alrededor se está desmoronando. Mamá y Eri… ellas… papá y Louis están dándoles una charla a Scott y Tommy, seguramente para tratar de convencerlos de que es una mala idea, pero no creo que consigan nada. Ya sabes lo cabezotas que son.
               -Sí.
               -Y yo no… no puedo dejar de pensar en cuánto hace que tomaron esta decisión, y por qué han tardado tanto en decírnoslo. Espera. Hace un par de días se fueron a Irlanda. ¿Era para eso?-pregunté, y Alec tragó saliva de nuevo.
               -No me dijeron nada, y yo tampoco quise preguntar porque me sentía un poco incómodo sabiendo algo que el resto no sabíais, pero… me imagino que sí. Es decir, Chad vive en Irlanda. Creo que tenían que hablarlo todo en persona para ultimar detalles, y por eso se marcharon.
               -No fue simplemente una visita-comprendí, y Alec chasqueó la lengua-. Al, por favor. Necesito que estés conmigo. Me duele muchísimo pensar que… que voy a dejar de vivir con mi hermano-volvió a rompérseme la voz y Alec exhaló un gemido por lo bajo-. No quiero perderle. No quiero… te necesito aquí. Necesito que me des uno de esos abrazos tuyos en los que me haces sentir que nada puede hacerme daño.
               -Yo voy si tú quieres, bombón. Ya sabes que iría al infierno si tú me lo pidieras, y que te bajaría la luna si te encapricharas de ella, pero… piensa esto: estás llorando porque vas a echar mucho de menos a tu hermano, como es natural, pero ahora lo tienes ahí, contigo. ¿Necesitas mis abrazos, o los de Scott?-preguntó, y yo me quedé callada.
               -Ambos-decidí, y Alec rió.
               -Sabrae-me regañó-. Imagínate que tuvieras que elegir. ¿De quién prefieres ahora un abrazo?
               -Tuyo-respondí, notando cómo la rabia bullía en mi interior-. Tú al menos no vas a dejarme atrás.
               -Bueno, también puedes pensar que precisamente como no te voy a superar en la vida, deberías aprovechar a Scott mientras puedas, ¿no?-escuché cómo sonreía y también me enfadé un poco con él. No estaba tonteando ni le había dicho eso para regalarle los oídos: prefería estar con Alec que con mi hermano, por el mero hecho de que Alec no me había mentido respecto de sus intenciones. Al menos, en cuanto surgió la ocasión, me habló de sus planes para ir a África, y yo siempre había tenido en cuenta que su graduación marcaría un punto de inflexión entre nosotros. Scott, en cambio, se suponía que siempre estaría ahí, así que la traición dolía el doble. De un novio te esperas que te abandone, pero de un hermano, que literalmente ha crecido contigo, no; se supone que será eterno, así que cuando te dice que se marcha, te duele su partida y te duele la sorpresa, el darte cuenta de que tus planes de futuro con él siendo algo invariable ya no surtirán efecto igual.
               -Estás muy callada-comentó-. ¿Te has cabreado conmigo?
               -Sí.
               -Pobrecita. Bueno, creo que sobrevivirás. A fin de cuentas, no es novedad que yo meta la pata, ¿mm?
               -No has metido la pata. Es sólo que… no sé-le di una patadita a una china del suelo y me mordí el labio-. Me siento un poco ridícula ahora mismo. Patética, incluso.
               -¿Por qué?
               -Necesito a mi hermano, pero me da la sensación de que él no me necesita a mí.
               -Sabrae, que Scott vaya a irse de casa no quiere decir que te quiera menos. ¿Crees que yo quiero menos a Mimi por el hecho de que me vaya a ir de voluntariado un año? ¿O que te quiero menos a ti por la misma razón?
               -Tu voluntariado no es lo mismo que esto, Alec. Vas a volver. Scott tal vez no.
               -Sabrae…-Alec puso los ojos en blanco, lo sé-. Scott va a hacer una banda de música, no de mafiosos que se dediquen a pegar navajazos en los callejones oscuros del centro.
               -No temo por la vida de mi hermano, no soy tan estúpida como tú te crees-discutí-. Pero sé que en el momento en que Scott salga por la puerta, ya no volverá a entrar de la misma manera. Vendrá de visita, no a descansar. Y yo no quiero que Scott venga de visita.
               -Tarde o temprano tendrá que irse de casa, ¿no?
               -También voy a irme yo. Y Shasha, y Duna. Pero no ahora. ¿A ti cómo te sentaría que yo te dijera que la semana que viene me voy, no sé, a Tahití? ¿No te sentirías como me siento yo?
               -Claro que me sentiría como tú. Ya lo hago, de hecho-respondió con dulzura, una que yo no me merecía-. Piensa que yo también paso mucho tiempo con tu hermano; tú no eres la única cuya vida va a cambiar por esto. Por eso sé que puedes afrontarlo todo de otra manera. En lugar de enfadarte, disgustarte y buscarme a mí, puedes aprovechar el tiempo que te queda con Scott, como lo estoy haciendo yo… a mi manera.
               Me senté en el escalón del porche de los Tomlinson y arrastré el talón de mis botas por el suelo.
               -Pero es que tú puedes aprovechar el tiempo con él. Sois amigos, pasáis tiempo juntos. Una de las cosas que más me duele es el haberme dado cuenta de eso: yo ya no soy una prioridad en la vida de mi hermano.
               -Sí que lo eres.
               -No, no lo soy. Hace muchísimo de la última vez que estuvimos solos, haciendo cosas de hermanos, disfrutando de la compañía del otro porque nos apetecía y no porque él no tenía nada mejor que hacer.
               -Seguro que él también tiene ganas de estar contigo, pero no te dice nada porque… bueno, muchas veces yo me paso por tu casa y te entretengo-medió, y yo me relamí.
               -Simplemente… desearía que Scott se interesara un poco más por nosotros. Por estar en casa, ¿sabes? Que fuera él quien propusiera planes e insistiera para cumplirlos porque quiere aprovechar el tiempo con nosotros.
               -Entiendo lo que dices, Saab, y creo que tienes toda la razón del mundo en disgustarte, pero también piensa que, quizá, Scott piense que no te apetece estar con él tanto como te apetece estar con otras personas. Por ejemplo, conmigo. Seguro que a Scott se le ocurren muchas cosas que hacer juntos, pero no te dice nada por si tú y yo hemos hecho planes. Lo mismo le pasa a Mimi. Antes pasaba más tiempo con ella, y aunque muchas veces deseo estrangularla, nos lo pasábamos bien juntos. Ahora ya no estamos tanto tiempo, porque tú estás en mi vida, y yo estoy en la tuya. Scott simplemente te está dando espacio. Que no te busque no es desinterés: es ganas de darte libertad.
               -Pero es que yo no quiero esta libertad. Quiero a mi hermano. Quería… me gustaría saber que el tiempo con él es limitado para poder aprovecharlo.
               -Saab… no te lo tomes a mal, pero, ¿no crees que estás exagerando un poco? Es decir… sí, de acuerdo, vuestras vidas van a cambiar, pero que lo hagan por separado no tiene por qué ser malo. Así valoraréis más el tiempo que paséis juntos. No podréis aburriros el uno del otro, os gustará más estar en compañía… además, lo que te acabo de decir: Scott va a hacer una banda, no se va a la guerra. No le va a pasar nada. Vas a seguir teniendo un hermano mayor. Vuestro tiempo no es limitado. Que me digas que vuestro tiempo conviviendo lo es… vale, de acuerdo, y van a ser cambios muy grandes, pero sé que hay algo que no va a cambiar: que tienes un hermano que te quiere con locura y estará ahí para ti cuando tú lo necesites, sin importar la distancia. Míranos a nosotros, Saab: podríamos cortar todos los lazos que nos unen, y vamos a sobrevivir a mi voluntariado en Etiopía. ¿Por qué no vais a sobrevivir tú y Scott, si sois hermanos? No podríais separaros ni aunque quisierais. Siempre va a haber algo que os conecte. Si para nosotros medio mundo no es nada, para Scott y para ti el universo entero no es nada.
               Me quedé callada un momento, sopesando lo que acababa de decirme. Alec tenía razón. Para mi gran alivio, Alec tenía razón. No debía preocuparme de que las cosas entre Scott y yo cambiaran: indudablemente lo harían, pero eso era inevitable. Que dejáramos de vivir juntos era cuestión de tiempo, porque así era el ciclo de la vida, pero que nuestra conexión se hiciera más débil no tenía por qué ir ligado a eso.
               -¿Sigues ahí?
               -A veces se me olvida lo bien que se te dan las palabras cuando quieres-le escuché exhalar una sonrisa.
               -Es lo que tiene que mi género musical preferido sea el R&B, y haber encontrado a la chica que le da sentido a todas las canciones que escucho.
               Suspiré.
               -Es que… te pareceré una mocosa, pero…-empecé.
              -Sabrae-me interrumpió Alec-. Me he corrido en tu boca. Puedes parecerme muchas cosas, pero una mocosa ya te digo yo que no-me eché a reír.
               -El caso es que… tienes razón. Sé que la tienes. Pero eso no hace que deje de dolerme. Puede que me duela menos, pero… simplemente me gustaría que las cosas fueran distintas. Que Scott quisiera aprovechar el tiempo de la misma forma que quiero aprovecharlo yo.
               -Puede que quiera, pero no quiera inmiscuirse. Ya te he dicho que te está dando espacio.
               -Yo no quiero espacio. Quiero a mi hermano.
               -¿También quieres a tu hermano cuando te meto la polla hasta el páncreas?-soltó, y yo abrí los ojos-. Pregunto, vaya. Por si tengo que ir reservando hora en el psicólogo.
              -¡Eres gilipollas, Alec!-volví a reírme y escuché cómo él sonreía-. Ya sabes a qué me refiero.
               -Y tú también, Saab. Mira, ya sé que ahora estás muy nostálgica y todo eso, pero esto es ley de vida. Crecer implica que tu relación con tu familia cambie. Al crecer, tu familia crece, pero tu tiempo no, así que lo administras de manera distinta. Scott es mayor que tú y lo ha entendido hace tiempo; es normal que a ti te cueste todavía un poco, pero cuando estás en último curso y ves que todo se va acelerando y el día en que te vayas de casa se acerca, adquieres mucha más perspectiva de la que tienes cuando aún te quedan años de rutina. Scott, Tommy, el resto de mis amigos y yo asimilamos este año que no nos queda nada para empezar a vivir solos, y aún estamos aprendiendo a manejar ese tiempo. Además, también vamos a independizarnos unos de otros. Por eso no nos separamos. Los amigos también son familia: la familia que eliges, así que puede que haya épocas en las que estés mucho más con ellos que con tus padres y tus hermanos. Eso no significa que les quieras menos: significa que eres consciente de que eso se va a acabar. Si Scott no está en casa todo el tiempo que a ti te gustaría es porque quiere aprovecharlo. Además… tienes que tener en cuenta que a él lo expulsaron. Es a quien menos vemos, y quien menos nos ve. Se va a dormir sabiendo que estás al otro lado de la pared y que si necesitas algo o quieres contarle lo que sea, irás a buscarlo: por eso no pasa mucho tiempo en casa, porque con nosotros no es así.
               -Pero cuando está, ya no es lo mismo. A eso me refiero: está menos en casa, y cuando está en casa, está más alejado.
               -Porque Scott, al contrario que tú, ha entendido que hay un hombre en tu vida.
               -Siempre ha habido un hombre en mi vida-repliqué, con ganas de chincharlo un poco-, y Scott siempre ha compartido perfectamente el tiempo con él.
               -Me estaba refiriendo a mí, no a tu puñetero padre-gruñó Alec, molesto, y yo sonreí al imaginarlo con el ceño fruncido y cara de niño caprichoso al que le arrebatan un dulce.
               -Tienes 17 años, Al. Ni siquiera puedes votar. Aún no eres un hombre.
               -No me dices eso cuando te la estoy metiendo hasta el fondo y me clavas las uñas en la espalda, pero vale.
               -¿Estás enfadado?
               -Sí, Sabrae, estoy jodidamente enfadado. No puedo creerme que pretendas hacerme creer que no soy el puto hombre de tu vida. Tócate los huevos, con la niña ésta. Encima que te consuelo…
               -Vamos, Al, sabes que lo digo de broma.
               -No, no lo sé. Ni siquiera me has dicho que me quieres. ¿Cómo sé que lo haces?
               -Porque no estás ciego, y ves cómo te miro.
               Le escuché sonreír.
               -Soy lo puto mejor que te ha pasado en la vida.
               -No sé si colgar antes de que tu ego trascienda las fronteras de Europa-bromeé, riéndome, y él se quedó callado.
               -Cómo me gusta ese sonido.
               -¿Cuál?
               -Tu risa-sonreí-. ¿Estás mejor?
               -Sí.
               -Me alegro. Bueno, y ahora que ya te he consolado, creo que voy a volver a darle un poco al saco, ¿te parece bien?
               -¿Vendrás después?
               -¿Quieres que lo haga?
               -No lo sé. Quiero verte, pero… también quiero estar con Scott.
               -No somos incompatibles. Puede mirar. Quizá aprenda algo-bromeó, y yo volví a reírme.
               -No quiero parecerte melodramática, pero me apetece seguir enfadada con él y castigarle un poco.
               -No me pareces melodramática, me pareces una hermana pequeña normal y corriente. Te llamaré de noche, entonces, ¿te parece?
               -¿Qué hay de lo de venir de visita?
               -Saab-Alec rió por lo bajo-. Tienes que solucionarlo con Scott, no conmigo. Como bien dijo la sabia de Taylor Swift, las tiritas no curan las heridas de bala.
               -Tú no eres una tirita.
               -Lo sé. Es una metáfora. No tengo nada en el cuerpo del tamaño de una tirita, pero ya me entiendes-bromeó, y yo volví a reírme-. Prométeme que lo hablarás con calma con Scott.
               -Alec, ya me conoces.
               -Por eso precisamente te pido que me lo prometas. No le montes una escena. No porque ese cabrón no se la merezca, sino porque tú no te mereces estar triste en su presencia. Prométemelo.
               -Está bien. Te lo prometo.
               -Guay. Hablamos de noche, bombón. Me apeteces-se despidió, y dejó que fuera yo la que diera por finalizada la conversación repitiendo la última frase y colgando el teléfono. Intenté interiorizar lo que Alec me había dicho: que era lógico y normal que mi hermano pasara más tiempo fuera de casa a medida que iba creciendo, que poco a poco había ido ganando independencia aunque yo no me hubiera dado cuenta hasta ahora, que el propio Alec había experimentado cambios en su rutina ahora que yo había entrado en su vida y aquello no implicaba que Mimi tuviera menos importancia para él. Sin embargo, por mucho que me esforzara, había algo que no me cuadra, algo que me decía que Alec y Scott eran diferentes por mucho que él tratara de hacerme ver que eran iguales.
               Todo lo que estaba pasando simplemente no parecía propio de Scott, y eso era algo que tendría que tratar con él. Puede que pasara algo más de lo que no quisiera hablar, una verdad incómoda que le rondaba por la cabeza y le acechaba en las sombras de la oscuridad de su cuarto.
               Me dije que hablaría con él en cuanto llegáramos a casa y pudiéramos tener un poco de intimidad, pues no me parecía lo más adecuado intentar sonsacarle qué era realmente lo que pasaba en una casa llena de gente que no compartía sangre con nosotros, por mucho que fuéramos familia. Así que me levanté del suelo, me limpié las lágrimas rápidamente y entré de nuevo en casa de los Tomlinson, sólo para descubrir que mamá y Eri seguían hablando en voz baja pero tono fingidamente casual, como si el hecho de que nuestras vidas fueran a cambiar no les afectara, y los hombres de la casa aún conversaban en el comedor, con las puertas cerradas para que nadie pudiera estropear su reunión.
               Creí que podría hablar con mi hermano cuando Louis abrió la puerta y dejó pasar a papá, pero me equivocaba. Después de intercambiar unas palabras apresuradas, casi balbuceadas, papá colocó sus manos en los hombros de mamá y le preguntó si quería que nos fuéramos a casa, a lo que mamá asintió.
               -Ayudamos a recoger y…
               -Nosotros nos ocupamos-sentenció Eri, agitando la mano-. Vete tranquila, Sher.
               Supongo que ella también necesitaba una tarea mecánica en la que concentrarse para así no ponerse a pensar.
               Mi hermano no nos acompañó. Se quedó con Tommy y con Diana, como si no fuera a estar suficiente tiempo con ellos ya, y dejó que nos fuéramos solos a casa. Cuando introduje las llaves de mamá en la cerradura y las hice girar, sentí que estaba atravesando una maqueta de mi hogar impregnada de falsedad: todo estaba igual a como lo habíamos dejado antes de comer, cuando nos marchamos, y sin embargo nada parecía lo mismo. La casa estaba en un silencio sepulcral en el que pensé que nos ahogaríamos durante el resto de nuestras vidas, y por primera vez, sentí que me asfixiaba en el único sitio que había considerado hogar. Las paredes eran demasiado altas, los muebles demasiado grandes, los pasillos demasiado estrechos, las escaleras demasiado empinadas y las habitaciones demasiado pequeñas para poder vivir en ellas cómodamente. En lugar de un castillo de ensueño, mi casa era ahora una fortaleza inexpugnable reconvertida a prisión.
               Me senté en el sofá y encendí la televisión. Busqué el canal de los realities y me quedé mirando sin ver realmente la pantalla un concurso de talentos de lo más variados, en el que tan pronto tenías a un cantante de ópera como un malabarista o un grupo de danza perfectamente sincronizado. Shasha se sentó a mi lado y me cogió la mano, ofreciéndome su apoyo moral; Duna, por el contrario, sacó un juguete de su caja de muñecas y se puso a jugar con él, ajena a todo y a todos. Tragué saliva mientras agudizaba el oído para escuchar la conversación de papá y mamá en la cocina y apretaba con fuerza mis manos en torno a los de Shash.
               -¿Qué le has dicho?-preguntó mamá con un hilo de voz. Papá se quedó en silencio un momento, y me lo imaginé mirándola, decidiendo si le contaba la verdad o le decía una mentira piadosa que no le hiciera tanto daño.
               -Le he contado cómo va esto.
               -¿Se lo has dicho todo?-insistió mamá, y yo me pregunté qué sería ese “todo” que tanto la preocupaba. Ni siquiera me había parado a pensar en lo que la fama le haría a Scott, porque él ya había nacido con ella: a los pocos minutos de nacer, más de un millón de personas le habían dado “me gusta” a la primera foto que papá había colgado de él en sus redes sociales, y ni siquiera se intuía más que su figura.
               Odié a mi hermano en ese preciso instante por la pregunta de mi madre, porque comprendí que a sus planes le acompañaban consecuencias que nadie deseaba: una fama corrosiva, que podría destruirte; una lupa minuciosa sobre la que escudriñarían cada paso que dieras; la enorme responsabilidad de sentir que todo el mundo te juzgaría y no serías suficiente sin importar lo mucho que te esforzaras. El esfuerzo que no te dejaría dormir. Las tentaciones que harían cola por corromperte.
               La ansiedad.
               Las drogas.
               Estar al borde del precipicio y que si te caías o no estuviera en manos del destino en vez de en las tuyas.
               -Todo, gatita-asintió papá con la cabeza, acercándose a ella y hundiendo los dedos en su melena azabache.
               -Al menos nos está dando lo que queríamos, ¿no? Después de tantos años, por fin quiere seguir tus pasos.
               Shasha me miró a los ojos. Ella también estaba escuchando, y, al igual que papá y que yo, había oído el tono triste de mamá, la decepción. Se había dado cuenta de que mamá no había acertado con esa frase: mis padres jamás habían querido que Scott siguiera los pasos de papá, por muy capaz que fuera de ser un artista tan grande como él. Se le parecía mucho, cuando cantaba sonaba igual, pero… Scott era distinto a papá. Lo físico no se reflejaba en el interior, más allá de las cosas buenas que todos habíamos sabido heredar de nuestros padres.
               -Siento habértelo quitado-susurró papá, sin embargo, y escuché en su voz cómo su corazón roto desearía ser cualquier cosa menos músico, para que así su primogénito se quedara en casa. Apreté los puños. Papá y mamá lo estaban pasando mal, y Scott no estaba allí para decirles que no se preocuparan, que todo saldría bien.
               -No es culpa tuya. Sabíamos que esto iba a pasar, Zayn. Todos los hijos terminan volando del nido. Es sólo que… creí que tendríamos más tiempo con él, eso es todo.
               -No me refiero a Scott. Me refiero al tiempo-explicó papá, dándole un beso en la cabeza a mamá, que se dejó mimar y consolar. Ella asintió con la cabeza, abrazándose a los brazos de su marido y mirando su tenue reflejo en el mármol de la cocina. Estaba pasando por el mismo período de duelo que yo, pero incrementado: mamá iba a perder al fruto de su vientre cuando yo “sólo” estaba a punto de perder a un hermano. Llevaba mentalizándose de que pronto Scott se iría de casa desde que había empezado el último curso, sabiendo que la gran mayoría de los chicos ingleses abandonan su hogar cuando empiezan la universidad, y había procurado disfrutar del otoño y el invierno con mi hermano en casa como no había disfrutado ningún otro, puesto que serían los últimos en los que toda la familia estaría reunida.
               Con lo que no contaba nadie en casa era con que ya hubiéramos consumido nuestro último verano con Scott. Si fuera a la universidad, todo sería diferente: los veranos seguirían siendo nuestros, los fines de semana serían familiares, y sobrellevaríamos el vacío de su habitación en los fines de semana como pudiéramos. En una banda, las cosas cambiaban. El verano era el período de más actividad, no había fines de semana, y Scott necesitaría descansar, dormir a pierna suelta en soledad en vez de embarcarse en aventuras familiares.
               Habíamos desperdiciado nuestro último verano con él: mamá lo sabía, papá lo sabía, yo lo intuía, Shasha lo sospechaba, y Duna no tenía ni idea. Scott probablemente ni se hubiera dado cuenta de ello.
               Y eso me molestó muchísimo. De todo el mundo él debía ser el que más conciencia habría de tener de la trascendencia de sus decisiones, de las últimas veces que estaba experimentando, y ni siquiera se dignaba a venir a casa y explicarnos su posición, por qué había eliminado el tiempo que teníamos reservado para estar todos juntos.
               Alec no podía entenderlo. Annie ya sabía que el verano pasado era el último que había pasado en casa (eso, si se graduaba; es decir, los Whitelaw tenían un comodín que los Malik ni siquiera poseíamos), y había actuado en consecuencia. Había podido decidir, igual que puedes  elegir cómo administrarte el dinero en un restaurante una vez tienes delante la carta: si no lo tomas todo es tu problema, pero por lo menos conoces tus opciones. Nosotros, en cambio, habíamos elegido aprisa y corriendo los platos, sólo para descubrir que íbamos cortos de dinero.
               -Tengo trabajo-se disculpó mamá, saliendo de la cocina mientras papá asentía con la cabeza a modo de despedida. Necesitaba espacio para estar a solas con su tristeza, y él sabía perfectamente lo importante que es lidiar con tus emociones, por lo que no iba a presionarla. Mamá se desvió hacia el salón en su paseo hacia su despacho, nos dio un beso a todas en la cabeza, como si nosotras también fuéramos a irnos, y subió las escaleras de forma pesada, hastiada, cual anciana cansada de la vida.
               Me levanté del sofá como un resorte: necesitaba hacer algo para estar entretenida y no pensar.
               -¿Qué pasa?
               -Voy a hacer un bizcocho-sentencié, sin mirar a mi hermana.
               -¿Quieres que te ayude?-se ofreció Shasha.
               -¿Quieres ayudarme?-respondí, posando los ojos en ella por fin. Se mordió el labio y jugueteó con un mechón de pelo que capturó entre sus dedos.
               -¿Te importa si no lo hago? Quiero distraerme un poco.
               -Yo también. Por eso voy a hacer un bizcocho.
               -¿Se lo vas a dar a Alec?-preguntó Duna, y yo me lo pensé un momento.
               -No-decidí por fin-. Creo que nosotros lo necesitamos más que él.
               Cuando entré en la cocina, la descubrí vacía. Me obligué a mí misma a no pedirle ayuda a nadie para conseguir todos los ingredientes de las alacenas superiores: harina, levadura, azúcar. Como si Scott fuera el único que me alcanzara todo aquello a lo que yo no llegaba y quisiera demostrarle a su espíritu que si él no me necesitaba yo tampoco le necesitaba a él, me subí a una silla y me hice con todo. Saqué el bol de las mezclas, los utensilios, el molde del bizcocho, y salté de nuevo al suelo bajo la atenta mirada de Shasha, que se había asomado a la cocina con la intención de ofrecerme su ayuda. Cuando vio que no la necesitaba y cogía un limón para darle sabor y jugosidad al bizcocho, se marchó. A los pocos segundos, la música de la serie coreana que estuviera viendo esa semana llenó el salón mientras yo sacaba lo huevos de la nevera y ponía a calentar el horno.
               Me detuve un segundo frente a los materiales para mi obra maestra, con los brazos en jarras, analizando al milímetro el bodegón improvisado y efímero que constituían. Me mordisqueé los labios, y tras tomar una foto con la que anunciarle a mis redes qué me disponía a hacer, me puse manos a la obra.
               Conseguí no pensar durante todo el cocinado, igual que le pasaba a mamá con sus sesiones de meditación o a Alec con sus entrenamientos con el saco. Me afané con el bizcocho hasta conseguir una textura cremosísima de la masa, vertí el contenido en el bol impregnado de mantequilla, cogí unos guantes y lo metí en el horno. Mi mente se concentró sólo y exclusivamente en mi pequeña obra maestra de repostería, pero en cuanto la metí en el horno, la distracción desapareció y me quedé a solas con mis pensamientos. Ignoré deliberadamente los pitidos de mi móvil mientras colocaba todo en el lavaplatos y buscaba el estropajo para limpiarlo, pero cuando escuché el tono característico del tono de Scott, no pude resistirme a coger mi teléfono. Le di la vuelta y vi que mi hermano me había escrito por Instagram, y no contento con eso, me había enviado un mensaje a continuación por Telegram.
¿El bizcocho es para casa?
               Me quedé mirando un momento su mensaje con una mano en la cintura. Miré el bizcocho y volví a mirar la pantalla. Conteniendo las ganas de tirarlo a la basura inmediatamente por el mero hecho de que Scott parecía interesado en él (qué suerte tiene el puñetero, pensé), me limpié las manos y desbloqueé mi móvil.
Sí.
¡Genial! No cenaré mucho, entonces, para hacerle sitio 😋
               Me planté delante de la puerta del horno y tiré de la manilla para abrirla, sacar el bizcocho crudo y tirarlo a la basura, pero en el último momento me lo pensé mejor y lo dejé tranquilo. Si yo no podía estar calmada, por lo menos que lo estuviera el bizcocho, pensé mientras abría el agua y ponía la mano bajo el chorro, esperando a que saliera caliente.
               Y mi imaginación echó a volar.
               En el mundo de sueños en que aterricé, Scott llegaba en ese momento a casa, atraído por la llamada del mullido bizcocho haciéndose en el horno. Cuando éramos pequeños, mamá tenía que tener muchísimo cuidado con nosotros, y poner la repostería recién hecha lejos de nuestro alcance para que no nos la comiéramos y nos sentara mal al estómago. Puede que con el paso de los años nos hubiéramos vuelto precavidos, pero no menos golosos, y consiguiéramos controlarnos hasta el punto de poder esperar a que una tarta o un bizcocho caseros se enfriaran y poder comérnoslos.
               Si yo no era suficiente para que mi hermano viniera a casa, en este paraíso lo era mi bizcocho. Scott entraría por la puerta estirándose, con las manos bien altas por encima de su cabeza.
               -Qué locura de día, ¿eh, Saab?
               Yo no le respondería, evidentemente. Soy demasiado orgullosa como para no enfadarme porque un bizcocho consiga atar a mi hermano a casa cuando yo soy incapaz.
               -Si me hubieras avisado de que ibas a cocinar, te habría ayudado.
               ¿Por qué? Yo no soy Tommy, habría querido responderle, pero me contendría en el último momento. El castigo de silencio a un hermano al que no paras de chillarle es la más dulce de las venganzas.
               -¿Estás enfadada?-preguntaría Scott, cuyo don especial en esta vida es no enterarse de una, o hacerse el inocente y fingir que no se entera.
               Sí, enfadada nivel “no quiero hablar contigo”, gritaría mi mente, pero yo continuaría callada.
               -Vale, supongo que me merezco el castigo de silencio-Scott caminaría hacia mí, cogería un paño de cocina, se colocaría a mi lado y empezaría a secar el bol que yo dejaría mojado sobre la encimera-. Escucha… sólo quería decirte que no me voy a ir inmediatamente, ¿sabes? No tenemos garantizado siquiera que nos cojan-yo me giraría y le fulminaría con la mirada porque hola, eres Scott Malik. Todo el mundo se pelea por ti. Yo incluida-. Pero sí que es verdad que las posibilidades son muy altas-cedería. Me miraría con ojos de corderito degollado y yo decidiría hablar, no porque me diera pena, sino porque me moría de ganas de empezar a gritarle.
               -¿No había otra solución menos gravosa? No sé, volverte el Dalai Lama del Tíbet, por ejemplo.
               Scott se mordisquearía el piercing, un poco amedrentado. Yo soy pequeña, pero matona. Me peleo muy bien, por encima de mis posibilidades si tenemos en cuenta la relación entre mi peso y mi mal genio.
               -Tan sólo es un concurso… y se rueda en el centro de Londres…-empezaría a excusarse él.
               -¿Sabes qué es lo que más me molesta, Scott? Que llevas sabiéndolo Sabe Dios cuánto, y no has querido decírmelo para que yo aproveche el tiempo que nos queda. Y se lo has dicho a Alec antes que a mí-descubrí entonces qué era lo que me dolía, lo que más daño me hacía de todo: que lo que acababa de pasar, que esto fuera una sorpresa, indicaba un cambio del que ninguno de los dos se había percatado hasta entonces, y así se lo diría-. Antes nos lo contábamos todo.
               O por mi parte, al menos, así era.
               -Yo, desde luego, lo hago. Pero está claro que tú no. Y no sé por qué yo no dejo de hacerlo. A fin de cuentas, mi vida no es nada comparada con la tuya, ¿no? Mis movidas no te interesan, no sé por qué te las voy desgranando una por una.
               -Así que me lo cuentas todo, ¿eh? Por eso sé con todo lujo de detalles qué os pasó a Alec y a ti estas semanas-espetaría, pero no lo haría en un tono ofensivo, sino constatando un hecho: que había una brecha entre nosotros lo bastante grande como para que no pudiéramos salvarla de un salto. Yo me quedaría callada, sin saber qué decir.
               -Aunque supongo que ya no importa-continuaría Scott, guardando el bol en su sitio-, porque ya os habéis reconciliado.
               -Así es-respondería yo, chula-. Y tú te vas a ir, así que yo ya no tengo que contártelo todo, y…-y de repente, decirlo en voz alta sería demasiado para mí. Me echaría a llorar sin poder evitarlo, y Scott, que no era Alec ni jamás lo sería, no se quedaría paralizado un segundo como mi chico siempre hacía, sino que se limitaría a esperar el mejor momento para abrazarme-. Tú ya no serás el hermano mayor. No quiero ser responsable de las chicas. No quiero que dejes de estar en casa.
               -Si no te lo he contado todo-empezaría él, acariciándome la mejilla y apartándome un mechón de pelo de ella- es porque ni siquiera yo sabía qué estaba pasando, ni si esto saldría adelante, Saab. Seguro que te sorprende, pero la idea no es mía, y han tenido que convencerme de que esto es una buena alternativa para el futuro de mierda que ni siquiera sé si tengo.
               -¿Así que no es lo bastante seguro como para que me lo cuentes, pero sí para que se lo digas a Alec?
               -Si se lo he dicho a Alec es porque creo que él necesita saber que ahora va a tener que estar ahí para ti más que nunca, para cubrir el tiempo en que yo no voy a poder-respondería, deslizando sus dedos por mi cuello.
               -Yo no quiero que Alec te sustituya-ronronearía yo con un hilo de voz, y Scott alzaría las cejas.
               -¿Bromeas? Nadie va a sustituirme. Soy la única persona del mundo para la cual tú eres la hermana pequeña. Ni Alec, ni papá, ni nadie va a ponerse en mi lugar. Y yo voy a estar ahí siempre que tú me necesites-sonreiría, y ése sería el momento, y él sabría verlo y me abrazaría, atrayéndome hacia sí, refugiándome en su pecho como siempre hacía cuando éramos pequeños y yo tenía una pesadilla que no me dejaba dormir-. No me voy al Tíbet-sonreiría, pensando en el buen hermano que era, haciéndome caso de esa manera-. Sólo me voy a un programa en el que voy a pasar allí los días, pero no voy a estar interno. Podré verte siempre que tú quieras que lo haga.
               -¿Y cuando quieras?
               -Si fuera por mí, no me iría de casa, peque-Scott me daría un pellizquito en la barbilla y yo sonreiría-. Nada entre nosotros va a cambiar, Saab. Nada-me susurraría al oído, estrechándome contra él, y yo me lo creería de la misma manera que me creería la más absurda de sus mentiras siempre y cuando saliera de sus labios.
                La puerta de la nevera cerrándose al ir Duna a por un zumo me sacó de mi ensoñación.
               -¿Saab? ¿Estás bien?
               -Sólo estaba… pensando-musité, y forcé una sonrisa-. No te preocupes, Dun-dun.
               La pequeña se fue de la cocina sin necesitar más explicaciones ni excusas, algo por lo que la envidié. Cuando tienes 8 años, todo te resbala de una forma increíble. No eres consciente de los cambios a tu alrededor, o si lo eres, los consideras normales y no les das la importancia que merecen.
               Por supuesto, Scott no apareció por casa mientras yo fregaba, así que nada de eso pasó, y yo volví a cabrearme con él. Me senté en uno de los taburetes de la isla de la cocina, demasiado afectada como para ponerme a hacer nada que no fuera consumirme en mi rabia. ¿Iba a ser siempre así? ¿Iba a detenerme y echar de menos a mi hermano, paralizada en mi añoranza? Menuda puta mierda.
               Consideré la posibilidad de sacar un trozo de bizcocho y comérmelo, pero arruinaría mi salud y el dulce, así que me decanté por prepararme algo distinto con lo que entretenerme rumiando. Salté del taburete y me dirigí a la nevera, donde me llamó la atención el paquete de cerveza que mis padres acababan de meter allí, con cartón incluido, algo que jamás hacían. Le quité el cartón y me quedé mirando un momento los botellines. Pensé en la cantidad de adultos infelices que ahogaban sus penas en las barras pegajosas de los bares, y en lo adictivo que era el alcohol. Sería por algo, ¿no? Yo borracha era feliz. Puede que si pillaba un pedo después de sacar el bizcocho, estaría lo bastante envalentonada como para llamar a Scott de todo menos guapo cuando llegara a casa.
               Pegué un taburete de nuevo a la encimera, abrí una de las alacenas, y saqué una botella de licor de cereza que mamá solía usar para las tartas. Estaba vertiéndomelo en un vaso cuando papá entró en la cocina y arrugó la nariz al olfatear el alcohol.
               -Menudo olor a esmalte de uñas… ¿Qué haces, Sabrae?-espetó al verme con el vaso de licor hasta arriba a unos centímetros de mi boca, estupefacto.
               -Bebo para olvidar-respondí como si fuera lo más normal del mundo, o me hubiera pillado coloreando en uno de los libros de mandalas de Shasha.
               -¿Qué puedes querer olvidar tú? ¿La tabla del 7?-papá chasqueó la lengua y negó con la cabeza, echándose a reír. No es que creyera que no podía tener problemas (sabía que sí), sino que las bromas eran su manera de aliviar la tensión, y lo consiguió.
               -No quiero que Scott se vaya-murmuré en tono lastimero, más de lo que pretendía y también mucho más de lo que creía poder. De vez en cuando ponía voz de niña buena y desamparada en presencia de papá para salirme con la mía, pero aquello estaba a otro nivel. Podría conseguir que mis seres queridos escaparan a la muerte si ésta venía a buscarlos y me escuchaba suplicar utilizando esa voz.
               Papá caminó hacia mí, me quitó el vaso de licor y me acarició la espalda. Todo rastro de broma había desaparecido de su rostro, muy consciente de que no sólo mamá y él iban a sufrir por lo de Scott: a nosotras también iba a afectarnos, y sobre todo a mí, por ser la mayor y más cercana a mi hermano.
               -Yo tampoco quiero que Scott se vaya-respondió-, pero supongo que yo soy el que más mentalizado está en casa de que tarde o temprano algo así iba a pasar. A finde cuentas, yo viví lo que iba a vivir él-meditó-. Y sin embargo… escuece tanto-confesó con ojos tristes, húmedos, preñados de una emoción  contenida para poder ser la roca de su esposa y de sus hijas. Pero yo era su punto débil: a mí no podía engañarme, no después de tatuarse mi mano en el pecho, no después de escribirme una canción, no después de que su canción preferida fuera She, por la cantidad de recuerdos que le traía escucharla; recuerdos donde una yo de bebé chillaba con una sonrisa en los labios cuando llegaban las notas altas del final de la canción.
               Scott era el favorito de mamá, pero yo era la favorita de papá, y frente a los favoritos no se puede disimular.
               -Si pudiera detener el tiempo y teneros a todos cuando erais pequeños, congelaros en la edad de Duna… cuando me admirabais y pensabais que yo era perfecto, y me queríais sin condición…-se sentó a mi lado y se pasó una mano por el pelo, triste-. No sabes lo que daría por volver a tener eso-no me miró, demasiado perdido en sus recuerdos y en la inmensidad de la verdad que acababa de decir.
               -Scott te quiere, papá.
               Papá sonrió, triste, y dio un sorbo de la bebida que se suponía que era para mí. Arrugó la nariz al notar el alcohol descendiendo por su garganta y sacudió la cabeza, intentando asimilarlo. La bebida estaba demasiado fuerte para él, así que no quería pensar en lo que me haría a mí. Después de dar el trago, hundió los hombros, y parecía triste y cansado, con todo el peso de los años y la soledad recayendo sobre él, la presión de todo tu mundo dándote la espalda hundiéndolo de nuevo.
               Me bajé del taburete y me acerqué para darle un abrazo, pensando que por lo menos papá me tendría a mí y yo tendría a papá. Pasé los brazos por sus hombros y apoyé la mejilla en uno de ellos; por su parte, él me rodeó la cintura, me acarició la espalda y me dio un beso en la cabeza.
               -Todavía no se ha ido, y yo ya le echo de menos.
               -Yo también le echo de menos-respondió.
               -Me sentía un poco estúpida. Pensaba que era la única.
               -Creo que todos ya le echamos de menos. Y él a nosotros.
               -Pues lo disimula a la perfección-comenté con amargura, y papá se separó de mí para estudiar mis facciones.
               -Yo sólo espero que dejar de compartir techo no levante aún más el muro que hay entre nosotros. Y que sea feliz, por supuesto. Que no pase jamás por lo que tuve que pasar yo. Que le hagan daño es lo que más miedo me da de todo esto.
               -Nadie va a hacerle daño, papá. Es Scott. Todo el mundo le adora. Y no hay ningún muro entre vosotros.
               -Siempre lo hay, nena. Empezáis a construirlo el día que nacéis. Vuestra independencia es el muro, pero le ponéis un puente levadizo… y Scott está a punto de levantarlo-sorbió por la nariz y yo descubrí que se le había escapado una lágrima por el rabillo del ojo. Jamás había visto a papá tan sinceramente vulnerable. Sí que le había visto llorar un par de veces, e incluso había tenido que consolarlo, pero todo se debía a la ansiedad. Aquí, ahora, sin embargo, era emoción pura, la tristeza de un padre que no quiere perder a su hijo bajo ningún concepto, pero que no puede hacer nada porque es él quien se marcha. Si lo ata al suelo y le impide volar, se convertirá en el villano de su historia. No puedes criar a un colibrí y luego ponerle cadenas.
               Y era eso lo que nuestros padres habían criado: cuatro colibríes inquietos, deseosos de explorar mundo, aleteando a toda velocidad para absorber cuanto más, mejor. Supongo que eso hace incluso más difícil dejar que nos fuéramos: un colibrí despierta mucha más ternura y ansia de protección que un águila o un fénix, que se pueden defender mucho mejor.
               Le rodeé la cabeza con los brazos, sosteniéndolo contra mi pecho, y le di un beso en el nacimiento del pelo. Por una vez, a papá no le importó que nos intercambiáramos los papeles, y que yo fuera la consoladora y él el consolado. Cerró los ojos y se dejó acunar cual bebé, disfrutando de la energía que fluía entre nosotros, que llevaba fluyendo desde el momento en que nos vimos por primera vez, uno de los más felices de su vida y que yo ni siquiera recordaba.
               -No le digas nada de esto a tu madre, ¿vale, chiquitina? Bastante la preocupo ya-me pidió cuando nos separamos, y yo asentí con la cabeza-. Necesita muchos mimos, así que será nuestro secreto, ¿te parece?
               -Sí, papi-ronroneé, y él me acarició la cabeza, me dio un beso en la mejilla y me sugirió que fuera a verla. Subí las escaleras mientras él se sentaba en el sofá del salón y le daba un abrazo a Shasha, que se dejó abrazar obedientemente. Llamé con los nudillos a la puerta del despacho de mamá, y esperé a que me dejara pasar. Me planté bajo el rectángulo del arco de la puerta y entrelacé los dedos en el regazo.
               -Vengo a ver cómo estás.
               Mamá sonrió, cansada.
               -Estoy bien. ¿Y tú, mi vida?
               -Bien. He hecho un bizcocho-informé-. De limón.
               -Yo he terminado una demanda de responsabilidad por contaminación-mamá me sonrió, cansada.
               -¿Te has distraído?
               -Sí. ¿Y tú?
               Asentí con la cabeza, mamá abrió los brazos y yo entré en la habitación y fui a sentarme en su regazo. Me rodeó con los brazos y me dio un beso en la mejilla, con sus dedos en mi pelo haciendo el trabajo del mejor peine del mundo.
               -Me siento un poco traicionada-confesé.
               -¿Por qué, mi niña?
               -Scott ya le había contado a Alec sus planes. Antes que a nosotros-me giré para mirarla, y mamá se quedó callada un momento, pensativa.
               -Bueno-decidió por fin-. Es normal. Alec es su amigo. Nosotros somos su familia. Seguro que comentan muchas más cosas de las que Scott nos cuenta.
               -Yo quiero que Scott nos lo cuente todo, mamá.
               -Pues eso no va a ser, nena. Tu hermano también necesita intimidad. Y a veces, la intimidad es elegir a quién le cuentas algo y a quién no.
               -Entonces, ¿a ti no te entristece eso?
               -Sé que hay cosas que habláis entre vosotros y a mí no me contáis porque sois hermanos y yo soy vuestra madre. Yo también crecí con hermanos, ¿sabes? Sé cómo es la relación. Pues lo mismo sucede con Scott. Hay cosas que habla con sus amigos que no habla contigo porque eres su hermana, igual que hay cosas que tú hablas con tus amigas y que no hablas con él. ¿O me dirás que a Scott se lo cuentas todo?
               -No-admití, y mamá sonrió, me dio una palmadita en el muslo para que me levantara y me cogió de la mano cuando lo hice.
               -Estoy triste porque sé cómo es tu hermano y sé que si está dispuesto a salir al mundo y que lo comparen continuamente con tu padre es porque cree que no tiene otra opción. Y yo soy su madre: debería haberle dado otra opción.
               -Has hecho todo lo que has podido, mamá.
               Mamá sonrió, pero su sonrisa no escaló hasta sus ojos, y negó con la cabeza.
               -A lo largo de mi vida he conseguido librar de la cárcel a asesinas confesas… pero no he sido capaz de conseguir que mi primogénito acabe el instituto. Si pudiera cambiar el éxito de mi carrera por que tus hermanos o tú pudierais elegir vuestro futuro, no dudes que lo haría, Saab. Prefiero no ganar nunca más ningún caso a ver cómo os quedáis sin opciones y finalmente seguís con resignación el único camino que parece que os queda abierto.
               -Lo de la banda no es el único camino de Scott-repliqué, tozuda-. Le quedan muchos otros.
               -No muchos. Y la culpa es mía.
               -¡Le expulsaron por pegarle una paliza a un violador, y ni siquiera era el único que estaba ahí! ¡Yo también estaba! ¡Y Alec! ¡Y Jordan! ¡Y el único que se tiene que ir de casa es Scott!-repliqué, furiosa, con lágrimas ardientes bajándome por las mejillas. Mamá se mordió los labios.
               -Da igual quiénes estuvierais: el quid de la cuestión es que expulsaron a Scott, y yo no he encontrado la manera de conseguir que lo readmitan. Así que ahora vamos a tener que compartirlo igual que compartimos a papá.
               -La gente ya ha tenido suficiente con papá. No tienen ningún derecho a reclamar a Scott. Esta familia se merece tenerlo en exclusividad.
               -La gente, sí. La música, no-sentenció mamá, sonriendo cansada. Odié ver lo derrotada que parecía. Mamá no estaba acostumbrada a perder: era de las mejores abogadas de Inglaterra, jamás había perdido un caso. Por eso era aún más doloroso no poder hacer nada cuando se trataba de su hijo: la primera vez es una hostia inmensa, pero ya no digamos cuando te toca en lo personal.
               Y Scott ni siquiera se dignaba a aparecer por casa para poder decirnos que todo iba a ir bien, que nada cambiaría entre nosotros, que había nacido Malik y moriría Malik (no como yo, que había nacido sin apellido, y si me casaba con un hombre adoptaría el suyo gracias a las puñeteras leyes inglesas), y que siempre sería el hijo y hermano mayor del que todos nos sentíamos tremendamente orgullosos…
               … o deberíamos sentirnos tremendamente orgullosos. Porque yo, desde luego, no me lo sentía en absoluto viendo cómo pasaba de nosotros como si nos acabara de decir que había decidido pintar su habitación. Le necesitábamos, y él debía saberlo, y debía estar con nosotros. Odiaba que siguiera haciendo su vida normal, como si nada hubiera pasado, como si no fuera a cambiar de manera radical.
               Me metí en mi habitación, di un sonoro portazo para que toda Gran Bretaña se enterara de lo enfadada que estaba, y me senté frente a mi escritorio. Necesitaba hacer algo con lo que distraerme, trabajos manuales más complicados que pintar que me mantuvieran ocupada. Como si las musas me estuvieran dando una solución, me fijé en el calendario que tenía frente a mi escritorio, en el que había marcado San Valentín con un corazón rosa y una pegatina sonriente.
               Alec. De nuevo, me salvaba sin tan siquiera ser consciente de ello. Me levanté, recogí las cajas de cartón que había dejado en lo alto de una de mis estanterías, saqué de mi armario el papel de regalo que había rescatado del desván para la ocasión, y las tijeras, la barra de pegamento y un cúter del cajón superior de mi escritorio. Me entretendría con su regalo y adelantaría trabajo; puede que incluso hasta me pusiera de buen humor eligiendo las fotografías que quería pegar en los bordes de las cajas. Había visto un montón de veces vídeos de parejas que se regalaban cajas unas dentro de otras, unidas por sus tapas, y que a medida que ibas descendiendo de nivel éstas se abrían como los pétalos de una flor en primavera. Me apetecía regalarle algo caro a Al por San Valentín, sobre todo porque era el primero que él pasaba en pareja, pero sabía que estaba ahorrando todo lo que podía para su voluntariado y que salir conmigo le suponía un esfuerzo bastante grande, porque era muy terco y quería invitarme a todo (aunque al final sólo me invitaba la mitad de las veces, y la otra mitad lo hacía yo), así que no quería que se sintiera mal si el valor de su regalo residía en el esfuerzo y lo sentimental en vez de lo económico. De hecho, lo preferiría así. Ya nos haríamos regalos caros cuando los dos trabajáramos (bueno, él ya trabajaba, y yo tenía ahorros y mi paga), y no tuviéramos que preocuparnos del límite de gasto que nos hubiéramos puesto ese mes.
               Hablando del rey de Roma. Recibí un mensaje suyo cuando terminé de cortar los bordes de la segunda caja con el cúter. Deslicé el dedo sobre su notificación y lo abrí.
No sé nada de ti, ¿sigues viva?

Aquí estoy, molestando como siempre 😈
¿Qué tal con Scott?
Aún no he hablado con él.
¿Sigues enfadada?
No.
Bueno, sí, pero no es por eso por lo que no he hablado con él. Es que no he podido todavía, porque no se ha quedad solo en ningún momento. 😒 Está con Tommy. Que le aproveche, sinceramente.
               Alec empezó a escribir, pero yo me adelanté.
Bueno, eso ha sido cruel. Tommy no me ha hecho nada.
Joder 😞 🙄 Es flipante lo de este chaval. No puedo con él. ¿Quieres que hable yo con él?
Deja, no te preocupes. Es mi hermano, y yo me ocupo de él. Pero gracias por ofrecerte, Al
No hay de qué. Para eso estamos. ¿Estás liada?
La verdad es que no. ¿Te apetece hablar?
¿Contigo? Siempre, bombón.
               Tapé el pegamento y me senté en mi cama, rodeando el peluche de Bugs Bunny con los pies. Justo en ese momento, se conectó Momo.
Perdona, Saab, se me acabó la batería del móvil y no me he dado cuenta hasta ahora. ¿Todo bien?
Sí, no te preocupes. Es una tontería, mañana te cuento en clase.
¿Seguro que estás bien?
Descuida
Vale. Bueno, me imagino que estarás hablando con Alec, así que te dejo hacer sexting tranquila 😉
ERES SÚPER TONTA

               Me eché a reír y entré de nuevo en la conversación de Alec, que me estaba grabando un videomensaje. Lo envió en el momento en que la puerta de la calle se abría y unas pisadas inconfundibles empezaron a sonar en el piso inferior.
               -¡Estoy en casa!-anunció Scott, cerrando la puerta y consiguiendo que el poco buen humor que había ido reuniendo con los mensajes de Alec se desvaneciera. Le dije a mi chico que mi hermano acababa de llegar y que luego hablaríamos, y contuve el aliento cuando le escuché subir las escaleras y atravesar el pasillo en dirección a su habitación.
               Pensé que se detendría en la mía.
               Pero no lo hizo.
               Pasó de largo, abrió la puerta de su habitación y la dejó entreabierta. Se tiró sobre la cama y exhaló un largo suspiro. Y a mí me dieron ganas de entrar en tromba a montarle el pollo de su vida.
               Se va a cagar, pensé, entrando en una de los millares de webs de noticias de famosos y accediendo a la cuenta con la que Shasha y yo defendíamos a papá. Volcaría los insultos que me apetecía gritarle a Scott sobre los imbéciles que se atrevían a meterse con mi padre.
               Por el bien de mi hermano, esperaba sinceramente que se levantara prontito de esa estúpida cama y viniera a disculparse con toda la familia, uno por uno, de rodillas. De lo contrario, no le daría tiempo a formar ninguna banda, hacerse ultra conocido, hartarse de la fama y acabar con trastornos de la personalidad o problemas de adicción al alcohol o a las drogas.
               Porque yo iba a cargármelo antes.




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1 comentario:

  1. Me encanta este capítulo y me encanta por dos razones muy claras una porque me da como la sensación de final, es decir, es como que lo hilo con el sentimiento de final de cts y al mismo tiempo me doy cuenta de que no lo es porque Sabrae tiene muchísimo más que contar y me pone contentísima.
    La siguiente razon es porque aunque no pasa nada nuevo ni soprendente en el capítulo me gusta mucho como se ven Alec y Sabrae en el, me encanta como el la consuela, como Sabrae acude a el, como Alec pone por delante lo importante de que Sab hable con Scott que sus inmensas ganas de ir a verla y ser domésticos. Me ha gustado un montón este capítulo y me ilusiono como una boba pensando en los siguientes.

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