viernes, 5 de marzo de 2021

Los tambores de mil guerras.

Antes de que empieces a leer, y porque creo que no resulta redundante, quiero decirte que no debes tomarte este capítulo como una guía para formarte tu opinión sobre la Psicología en absoluto. Las opiniones de Alec son muy cínicas por motivos que descubriremos pronto, pero puedo asegurarte que ir a terapia salva vidas. Así que, si estás dudando entre acudir a un profesional o no, esta es la señal que necesitas para hacerlo. Nadie que yo conozca que haya ido al psicólogo se arrepiente de haberlo hecho; quizá tardes un poco en encontrar uno con el que seas afín, pero igual que vas al médico para que te vende una pierna rota sin dudarlo, tampoco deberías pensártelo dos veces en buscar ayuda profesional.
Dicho esto, y deseándole un felicísimo cumpleaños a nuestro rey preferido, Alec, ¡disfruta del capítulo!  
mirad qué hermoso ejemplar de ser humano NO PUEDO MÁS



 
Ahora más que nunca, mi curación y mi confianza en Claire pendía de un hilo. Los dos habíamos hecho pasar al otro por lo suficiente como para que hubiera un trasfondo en nuestras acciones que ninguno de los dos podía obviar, y nuestra relación era tan intensa como pocas había tenido en mi vida. Me atrevería a decir, incluso, que era la que había tenido el despegue más rápido (incluso con la de Sabrae).
               Diría que también era la más intensa, pero creo que eso sería exagerar un poco. Básicamente, porque no me follaba a mi psicóloga. No por nada; la tía estaba tremenda, las cosas como son, pero yo soy hombre de una sola mujer, y Sabrae me había echado el lazo bien. Puede que incluso me fastidiara un poco perder la oportunidad de tener una de las relaciones más morbosas de mi vida (las películas y las series llegaban a su punto culminante, en mi opinión, cuando los pacientes se liaban con sus psicólogos), pero eso sólo lo pensaba cuando estaba con Claire. Porque Claire y Sabrae se excluían la una a la otra; a pesar de que eran complementarias, jamás habían estado en la misma habitación a la vez… igual que Hannah Montana y Miley Stewart.
               Lo cual resultaría un poco sospechoso si no fuera porque mi psicóloga se parecían lo que un huevo a una castaña.
               Cuando la había conocido, me había llevado una grata sorpresa con ella. Que Sabrae hubiera hablado con los médicos antes de que yo pudiera volver a cambiar de opinión y negarme a recibir terapia (bendita mayoría de edad) había sido una jugada maestra de mi chica, que sabía meterse en mi cabeza como si viviera en ella, y la navegaba mejor incluso que yo mismo. Sabía que me echaría atrás en cuanto pudiera, que mis dudas me comerían vivo, y que terminaría convenciéndome a mí mismo de que estaba haciendo una soberana gilipollez, poniéndome en manos de un desconocido cuyo único interés sería ver qué trastorno conseguía diagnosticarme para colgarse medallitas en vez de tratar de ayudarme realmente. Por lo menos, pensaba, tenía el consuelo de que no le pagaría las consultas, así que iríamos un poco más rápido en ese viaje de exploración que podía llevar años en otros pacientes. Yo sólo tenía unos cuantos meses, aunque me los podía hacer muy cuesta arriba, me dije.
               Me quitaría tiempo con mis amigos, me haría comerme la cabeza, me obligaría a hablar de cosas que yo prefería dejar enterradas, y me trataría como a un puto juguete roto cuando yo sabía que no estaba roto, sino destrozado. Me haría mirarme al espejo y se horrorizaría con lo que había en el reflejo, lo mucho que pueden engañar las apariencias… y me dejaría sin el consuelo de los momentos de locura en que pensaba que me merecía lo bueno que me pasaba, porque por mucho que la maldad que llevaba dentro tirara de mí, yo me esforzaba en no hacerle caso.
               Claro que me parecía más fácil ser bueno estando con Sabrae, así que con ella me parecía incluso factible la idea de que fuera capaz de hacer un esfuerzo por merecérmela. No que me la mereciera, pero, por lo menos, que fuera capaz de luchar por ella.
               Y también iba a perder el control que me suponía estar cerca de ella, porque tendría que dejarme solo. Quería y debía enfrentarme a mis demonios en soledad; quería, para que no descubriera hasta qué punto tenía monstruos dentro que podrían terminar por herirla si alguna vez yo perdía el control; y debía, porque me pasaría demasiado tiempo sin nadie que me conociera y que apostara por mí cuando me fuera de voluntariado. Joder, ¿en qué puto momento se me había ocurrido que era buena idea marcharme a seis mil kilómetros de distancia y tratar de empezar de cero aunque sólo fuera un año?
               Mis temores habían ido tomando forma y se habían convertido en alucinaciones de cómo serían los siguientes meses de mi vida. No tendría camisa de fuerza, porque no era peligroso para los demás, pero quien se ocuparía de desgranar como una mazorca de maíz mi pobre mente enferma sería una especie de científico loco, el villano propio de una peli de miedo cutre en el que te parece imposible que confíen los protagonistas, porque se le nota a leguas que es un cabrón. Tendría el pelo canoso y tan tupido como una tela de araña en una mansión abandonada en la época victoriana; enormes gafas de culo de botella que le magnificarían unos ojos inmensamente retorcidos, y unas manos que retorcería como las garras de un ave de presa mientras una sonrisa en la que le destacarían los colmillos se formaba en su boca de finos labios cuando yo llegara al corazón de mis traumas. Disfrutaría con mi dolor. Sería horrible, y no se molestaría en disimularlo, el puto vejestorio.
               Así que imagínate cuando, en lugar de ese conde Drácula con una Licenciatura, la única que le permitiría terminar absorberte entero cuando hubiera acabado de drenarte la sangre, entró en mi habitación una Barbie de grandes ojos azules, de un azul como pocos había visto en mi vida, y sonrosados labios llenos que se curvaban sin problema en una sonrisa cálida en cuanto establecías contacto visual con ella.
               Mi cara debió de ser un poema al ver que el dinosaurio era poco mayor que yo. Y mejor no me hagáis hablar de lo buenísima que estaba mi nueva doctora, porque quiero serle fiel a mi novia. Y me está costando mucho.
               (Es coña. Lo de que me está costando mucho, no lo de que le quiera ser fiel a mi novia. Te quiero, Sher… digo, eh, Sabrae.)
               -Uy. Eres Alec, ¿verdad?-preguntó con una voz ligeramente melosa, que me habría puesto eléctrico hacía seis meses. Ahora estaba enamorado y simplemente podía compararla con la de mi chica; evidentemente, salía perdiendo.
               La chavala (me abstengo de usar otros calificativos con ella, porque el fin de semana anterior Sabrae se había frotado contra mí como una perra en celo, así que tenía las feromonas disparadas y me habría subido por las paredes de no tener medio cuerpo inhabilitado, de modo que como me pusiera a describirla Sabrae y yo acabaríamos mal) consultó una pequeña agenda negra que llevaba abrazada con el mismo brazo que sostenía una bolsa de tela blanca.
               -Sí-asentí, con la boca seca… porque, de repente, había empezado a imaginarme la bata de la chica sobre los hombros de Sabrae, y estaba a punto de sufrir una taquicardia.
               -Ah, vale-sonrió, apartándose un mechón de pelo dorado del rostro y colocándoselo tras la coleta, por lo demás perfecta y dorada como el sol. La chica me resultaba familiar, pero no conseguía situarla-. Es que has puesto una cara al verme… como si te hubiera sorprendido. ¿No te informaron mis compañeras de qué día empezaríamos las sesiones?
               -Sí, sí, es que… bueno, no eres lo que me esperaba.
               -¿Ah, no?-inquirió, alzando las cejas y abrazándose a la agenda-. ¿Y qué te esperabas?
               -Pues… un carcamal. Un doctor de 60 años, calvo y arrugadísimo. Y puede que gordo también-añadí, arrugando la nariz al imaginarme a una babosa gigante entrando por la puerta, idéntica a la que aparecía en Monstruos, S.A.
               La doctora se echó a reír.
               -Espero que consideres que has ganado con el cambio.
               -De haber sabido que eras así, me habría duchado. Y puede que hasta me hubiera depilado-solté sin poder contenerme, como si tuviera libertad para acosar sexualmente a una desconocida simplemente porque tenía medio cuerpo escayolado. La polla, sin embargo, la tenía perfectamente, a juzgar por mi incapacidad de no pensar con ella.
               La doctora alzó las cejas y apretó los labios, conteniendo la risa, y asintió con la cabeza despacio, decidiendo que yo sería un paciente fácil. Qué equivocada estaba.
               O puede que estuviera decidiendo que podía saltarse las normas del hospital, y poner en peligro su trabajo por echarme un polvo de esos que no se olvidan. La verdad es que no lo sabría decir muy bien.
               Aunque en mi defensa diré que estaba todavía más equivocada.
               -Soy la doctora Reed, pero puedes llamarme Claire-explicó, girando sobre sí misma mientras se abrazaba a los bordes de su bata y buscaba una silla. Cuando por fin encontró una de su agrado (de plástico, la más incómoda del lugar), la arrastró en silencio y la colocó junto a mi cama, a más o menos la misma distancia que habría si nos hubiéramos sentado cada uno en un sofá.
               Era menos distancia de la que había en su despacho, lo cual denotaría cómo estaba nuestra relación cuando por fin me dignaría a ir a verla.
               -El doctor Moravski le ha transmitido a mi supervisora que necesitas hablar con alguien del equipo de salud mental, y hemos pensado que podrías empezar conmigo, dado que soy la que menos pacientes tiene, y por lo tanto puedo dedicarte más tiempo, ¿te parece bien? Y tranquilo-añadió, descolgándose la bolsa del hombro y tomando asiento en la silla de plástico-. No tengo pocos pacientes porque sea pésima en lo que hago. Sólo soy mala-bromeó, sacando una libreta y un boli del interior de la bolsa-. Me he trasladado hace poco y todos los pacientes tienen un psicólogo asignado, para que la atención sea mejor.
               Cruzó las piernas y entrelazó los dedos sobre el regazo. Pude ver que la bolsa, que colgaba por las dos asas del respaldo de la silla, tenía un dibujo a pincel de la silueta de la cabeza de un dragón y el rostro de George RR. Martin, a la par que se leía Game of Thrones en una esquina, todo en azul turquesa, a juego con los ojos de la doctora… Claire.
               Me pregunté dónde la habría comprado, cuánto le costaría, y si Chrissy conseguiría traérmela al hospital antes de que fuera el cumpleaños de Sabrae, ese mismo viernes. Tenía como fecha límite el jueves para poder preparar un regalo que sabía que le encantaría a Saab: le apasionaban las bolsas de tela, y me había dejado pasarme una tarde mirando cómo releía sus pasajes preferidos de Canción de hielo y fuego. La pobre había insistido en que si me gustaba que me leyera esos pasajes, seguro que me encantaría leer la historia completa en los libros; lo que no sabía era que lo único que me interesaba de la literatura era que me daba la excusa perfecta para escuchar su voz horas y horas seguidas… y para hacerle cosquillas en los pies.
               Puede que Sabrae también necesitara la opinión de Claire, la comecocos. Creer que yo cogería un libro de más de mil páginas que no fuera una edición extendida del Kamasutra era de no estar muy bien de la azotea.
               Bueno, ella y Sabrae se parecen en algo, pensé, a las dos les va comerme el tarro.
               -Entonces, ¿tú vas a estar conmigo siempre?-pregunté. No me fiaba del todo de que no fuera a entrar un anciano con pinta de pagar la suscripción completa de Pornhub en cualquier momento, aduciendo a que había algún error y que yo era paciente suyo y no de Claire, en realidad.
               -Así es. Salvo, por supuesto, que por la razón que sea, quieras cambiar de psicólogo. Estás en tu derecho, si la terapia no va bien conmigo.
               -¿Cuándo va a volver Angelina?
               -¿Perdona?-sonrió sin comprender, y yo agité la cabeza. Alec, tío, córtate un poco. Si no haces que esto funcione y la espantas, vendrá alguien peor, y te será jodidísimo abrirte con él.
               Claro que también es jodido abrirte con alguien a quien, hace medio año, estarías abriendo tú.
               ¿Qué coño me pasaba? Mi interior se revolvía en repulsión al ver que le hablaba así a la doctora. Estaba mal. No sólo por ella, sino también por Sabrae.
               Y entonces, pensé que quizá no fuera tan bueno como lo parecía en un principio que mi psicóloga fuese guapa. Puede que el dinosaurio fuese mejor. Así sería más fácil resistirme a él, y conseguir mi auténtico objetivo: que me chivara sus trucos de manos sin tener que enseñarle yo los míos.
               -Era una tontería-respondí, rascándome la cara interna del codo, gesto del que no había sido consciente hasta que Sabrae me había hecho notar que lo hacía cuando estaba nervioso. Desde el día en que me había cogido la mano mientras intentaba recordar algo que había tratado de memorizar por mi cuenta mientras ella hacía deberes, era muchísimo más consciente de los gestos que delataban lo que pasaba realmente por mi cabeza.
               No es que tuviera que ocultarme con Sabrae, ni mucho menos… pero sí que agradecía ser más consciente de cómo podía revelar cuáles eran mis verdaderas intenciones, especialmente ahora que no tenía intención de ser sincero por primera vez en mi vida. Me costaría lo mío conseguir mi objetivo, lo sabía; de todos los defectos que tenía, por suerte o por desgracia, la falsedad no se encontraba entre ellos. Todos los que me conocían decían que era transparente como una pieza de Swarovski, para bien o para mal. Puede que fuera por eso por lo que me esforzara tanto en tratar de ser bueno: porque, si maquinaba hacer algo malo, me pillarían antes de que lo llevara a cabo.
               Genial… tendría que practicar con una experta en leer las emociones de la gente. Aquello era como aprender a ir en moto sobre una de competición, tratar de vencer a Mohamed Ali boxeando, o…
               … o intentar que mi primera relación sexual fuera impresionante para la chica, si con quien perdía la virginidad era Sabrae.
               -Lo siento. Supongo que estarás acostumbrada a que te babee todo el mundo-murmuré, y me pasé una mano por el pelo. La doctora… Claire, me corregí mentalmente (si quería conseguir superarla en su propio juego, tenía que empezar a pensar en ella como una igual y no como mi maestra, aunque todo –la habitación, mis vendajes, su indumentaria –indicara justo lo contrario), disparó sus ojos hacia mis manos, analizando todo mi lenguaje corporal con gesto inteligente. Una parte de mí ya me recriminaba la cantidad de pistas que le estaba dando sobre mi personalidad: cuanto más supiera de mí, más resquicios encontraría en mi armadura y más fácil le sería meterse en mi cabeza.
               Ahora, más que nunca, tenía que conseguir que mi mente se convirtiera en una muralla. Sólo Sabrae podía tener la potestad de bajar el puente levadizo, y quizá sería mejor que ni ella pudiera llegar hasta las mazmorras del corazón de la fortaleza, donde se escondía el corazón negro que tenía dentro.
               -No importa-me sonrió con calidez, inclinándose instintivamente hacia mí (o puede que de una forma muy bien calculada) y me dio la impresión de que habría sido capaz de engañarme si yo no estuviera tan atento-. Supongo que es agradable charlar sobre una misma, de vez en cuando. Pero yo no soy la importante aquí-añadió, incorporándose de nuevo y cruzado de nuevo las piernas, adoptando una pose un tanto más profesional, pero no por ello más distante. Todo en ella parecía querer transmitirme confianza, y toda su aura parecía estar tratando de transmitirle calidez a la mía para que así decidiera confesarle mis más oscuros secretos-. Bueno, Alec. Dime, ¿por qué estás aquí?
               -Me pilló un coche-expliqué, haciendo un gesto con la mano que abarcaba todo mi cuerpo. Ella no podía ver las vendas bajo las sábanas, pero se intuían. Además, estaban los monitores de mi alrededor, que si bien ya no emitían esos pitidos enloquecedores tan a menudo, me hacían sentir bastante vulnerable.
               -No-sonrió, y parecía a punto de escapársele la risa-. Que por qué estás interesado en recibir terapia.
               -Ah. ¡Ah! Claro, menuda gilipollez. Me pilló un coche-hice una mueca, poniendo los ojos en blanco y sacando la lengua-. Es evidente que he tenido un accidente, ¿no? De lo contrario, para empezar, podría haber ido a tu consulta, en lugar de tener que venir a verme tú como si fuera un puto paralítico, o algo así. ¿Qué otra explicación podría tener mi situación?
               -No te agobies. Mi pregunta ha sido muy ambigua.
               -Ya, bueno, aun así…-Claire abrió su libreta y anotó algo en su interior.
               Y yo ya me puse histérico. Recé para que no mirara en ningún momento los monitores, que las enfermeras habían silenciado muy amablemente para no interrumpir el flujo de la conversación con la doc… con Claire. De lo contrario, se habría percatado de que el pulso se me había disparado al doble. No es que fuera nada preocupante; dado que tenía el pulso más bien tirando a débil, ahora entraba dentro de lo normal. Lo cual no quitaba que me martilleara en los tímpanos como los tambores de mil guerras.
               Me quedé callado al instante, con la boca seca, y me relamí los labios. Claire siguió escribiendo, no obstante. Cualquiera diría que estaba haciendo la lista de la compra, pero yo sabía que no era así. Créeme, sabía cómo se movían las manos de las chicas diestras cuando anotaban un nombre. Estaba tan acostumbrado a verlas escribirme con pintalabios, lápiz de ojos, o un boli de cualquier color y en cualquier superficie su número, que incluso era capaz de adivinar qué era lo que habían escrito con sólo ver el movimiento de sus muñecas.
               Además, había pillado a Sabrae las suficientes veces escribiendo mi nombre rodeado de un montón de corazoncitos en la biblioteca como para no reconocer el pequeño baile con el que se me invocaba por texto.
               -¿Qué ibas a decir?-preguntó, como quien no quiere la cosa, cuando terminó de anotar lo que fuera que estaba anotando.
               -Nada.
               -¿Seguro? Me ha dado la impresión de que has dejado algo en el aire.
               -Bueno, soy mucho de dejar las cosas en el tintero.
               Para.
               De.
               Hablar.
               YA.
               -¿A qué te refieres?
               -No sé. Cosas. En general. La verdad es que no estoy muy pendiente de lo que hago-me mordisqueé los labios un instante, y me obligué a parar al siguiente. A Sabrae le hacía gracia que hiciera eso, porque era una señal más clara de que estaba tratando de engañarla que si le mentía directamente.
                -Mientes fatal, Al-ronroneaba, dándome un beso en la palma de la mano y dejando estar lo que fuera que me estaba poniendo tan nervioso hasta el punto de llegar a considerar engañarla. Normalmente eran planes sorpresa que planeaba en mis ratos libres, cuando no estaba demasiado ocupado follándomela o suspirando por ella.
               Bueno, técnicamente te pasas el día suspirando por ella, así que las dos actividades se te solapan.
               -¿Te dispersas fácilmente, o es porque estás nervioso?-preguntó Claire, y yo aparté la vista de la televisión apagada, a la que me había quedado mirando sin darme cuenta, y la fijé en ella.
               -¿Mm? ¿Nervioso, yo? ¿Por qué iba a estar nervioso? No eres la primera rubia que viene a visitarme mientras yo estoy tumbado en una cama.
               Claire volvió a reír.
               -Se te da bien eso de intentar cambiar de tema, pero conmigo no va a colar tan fácilmente. Créeme, entiendo que te pueda resultar complicado hablar de por qué me necesitas así, a bocajarro, pero es mejor que me orientes de alguna forma para saber en qué dirección tengo que planear las sesiones.
               AY, MI MADRE, ¿CÓMO QUE LAS SESIONES? ¿TIENE PENSADO VENIR VARIAS VECES?
               -Bueno, verás, es que yo estoy interesado más bien en la versión-hice una pausa, buscando la palabra-exprés de la terapia. Seguro que tienes muchas cosas que hacer.
               -Mi trabajo es dedicarles a mis pacientes todo el tiempo que ellos necesiten. Y, como te he dicho, tengo la agenda bastante liberada.
               -Pero pronto empezarás a tener nuevos pacientes, estoy seguro. Se te ve una tía competente. ¿Te han visto los demás? Porque seguro que, en cuanto te vean, querrán cambiar de doctora. Quiero decir, si yo fuera un maníaco con problemas de adicción al sexo, preferiría debatir sobre mi postura preferida contigo a hacerlo con un carcamal. Y yo estoy encamado; no puedo permitirme que vengan los demás pacientes a enfrentarse a mí porque te monopolizo. No quiero problemas.
               -No te los ocasionaré-me prometió, sonriendo y… anotando en su libreta del demonio.
               ¿Será cómica en sus ratos libres y se estará apuntando mis chistes para recitarlos en las noches de micrófono abierto de los bares?
               Mm, oye, puede que yo tenga futuro en el mundo del espectáculo. Bastante payaso soy ya con Sabrae; si espabilo un poco, puede que hasta pueda ganar dinero de hacer el imbécil.
               ¡Céntrate, Alec! ¡Deja de pensar en la pasta y empieza a pensar cómo puedes torear a esta tía!
               -He sufrido un ataque de ansiedad.
               Claire alzó una ceja.
               -¿Uno? La gente no va a terapia por un ataque de ansiedad a lo largo de su vida. A juzgar por lo nervioso que te pongo, diría que no ha sido sólo uno.
               -Vale, ha sido más de uno.
               Claire anotó de nuevo en su dichosa libretita. Asintió con la cabeza, examinando su caligrafía como si estuviera decidiendo si debía presentarse a un concurso o no.
               -¿Podrías decirme una cifra?
               -No tengo tendencia a contarlos-ironicé.
               -Algo aproximado. No pretendo que me des una cifra exacta, ni mucho menos. ¿Cinco?-incliné la cabeza hacia un lado, pensando. No me gustaba tener que rememorar los momentos en que había perdido los estribos, pues estaba muy sensible y era posible que volviera a perderlos de nuevo. Y Sabrae no estaba allí para calmarme-. ¿Diez?-incliné la cabeza hacia otro lado-. ¿Más de diez?
               -Entre cinco y diez.
               -Oh, estupendo. Cuanto antes identifiquemos que tenemos un problema, antes tendremos la opción para solucionarlo.
               -¿Tú también tienes ansiedad?
               -¿Yo? No, ¿por qué?
               -Porque has hablado en plural, incluyéndote en el asunto.
               -Porque estamos juntos en esto, Alec. Yo no sufro los ataques, pero puedo ayudarte a identificar su causa.
               -Ya, bueno, de poco me sirve que me identifiques la causa de por qué no puedo respirar cuando no puedo respirar. Simplemente necesito que me ayudes a volver a hacerlo de nuevo, ¿sabes? Por eso estás aquí. Tengo ansiedad, y quiero controlarla. Por eso he pedido que te hicieran llamar.
               -¿Eso es todo?
               -Sí, eso es todo.
               -¿Tienes alguna idea aproximada de qué puede estar causándote la ansiedad?
               No pude contener una risa sarcástica. Vamos a ver. Mi padre era un maltratador, tengo tendencia a ejercer cierto control sobre mis parejas sexuales durante el sexo, soy peligroso cuando pierdo los nervios, y estoy bastante convencido de que terminaré convirtiéndome en mi padre con mi novia. No puedo escapar a mis genes, ni tampoco puedo pedir ayuda porque, entonces, me mandan a gente como tú, que piensa que esto es una partida de parchís en la que movemos ficha juntos, cuando no es así.
               Sin embargo, le respondí:
               -¿No se supone que es para eso para lo que estás aquí? Si yo supiera la causa, deberían pagarme tu sueldo.
               -No te conozco, Alec, de modo que no puedo adivinar por arte de magia qué es lo que te genera ansiedad. Pero sí te prometo que me esforzaré por merecer la confianza que decidas depositar en mí-se inclinó y apoyó una mano sobre el colchón, como si la cercanía física fuera motivo suficiente para creer que le importaba-. No pretendo, ni mucho menos, que nada más conocerme te abras conmigo y me cuentes los traumas que puedas tener y que te hacen sentirte de esta manera, pues sé que son temas muy complicados que cuesta mucho verbalizar, incluso con uno mismo. Las relaciones de los psicólogos con sus pacientes son muy distintas a las del resto de profesionales de la salud porque tratan heridas mucho más dolorosas y complejas de sanar que las de, por ejemplo, un traumatólogo. Es la primera vez que recurres a un terapeuta, ¿verdad?
               -¿Tanto se me nota?-ironicé.
               -Tienes tus reservas, y eso es perfectamente normal. Como te digo, no es lo mismo que te curen una pierna-señaló el bulto en la sábana- a que te ayuden a tratar la ansiedad. Curar una pierna rota puede doler porque hay que colocar los huesos en su sitio, pero con la terapia, a veces, lo que hay que hacer es romperla más de lo que ya está.
               -A mí no me interesa eso. Podría entender que a otra gente le pudiera apetecer, pero no es mi caso. Yo sólo quiero que me digas cómo puedo hacer para controlar mis ataques de ansiedad. Porque, como te imaginarás, no me hace ni puta gracia sufrirlos.
               -Para eso tengo que saber, primero, a qué se deben-indicó con un gesto un tanto triste, lo cual me pareció muy bajo por su parte. ¿Pretendía hacerme sentir pena? ¿A ? ¿De ella? ¿Ella, que tenía una jornada laboral estable, y que terminadas sus ocho horas de rigor, se iba a su casa a tomarse una cena deliciosa, seguramente de un restaurante, acompañada de un vino caro que se serviría en una copa de cristal?-. ¿Cuánto hace que los tienes?
               -¿El qué?
               -Los ataques de ansiedad-aclaró con paciencia, y yo me quedé callado. Cuantos más tenía, más seguro estaba de que había convivido toda la vida con ellos. A más pensaba en mi ansiedad, más difícil se me hacía separarla de mis perretas de crío… o, más bien, más iba identificando los síntomas y dividiendo los momentos en que me había enfadado en dos categorías: enfados, y ataques de pánico.
               ¿Cuándo había sido el primero? Si tenía que ser sincero, no lo recordaba. A más reflexionaba, más me convencía de que las noches en que me había despertado falto de aire, con la cabeza dando vueltas y las sábanas empapadas habían sido noches de ansiedad, y no exclusivamente de pesadillas. Había pesadillas nítidas con las que sufría, pero había otras en las que, simplemente, mi cerebro se bloqueaba y me impedía acceder de nuevo a las imágenes que habían hecho que mojara la cama. Lo mismo me sucedía con las veces en que había defendido a Mimi de Aaron: había ocasiones en las que simplemente me enfadaba, pero otras veces sentía tanta angustia al pensar que por cualquier capricho del destino no habría sido capaz de llegar a tiempo para evitarle un mal horrible a mi hermanita, que me echaba a llorar como un loco sin saber por qué. También me ahogaba más que de costumbre, aunque siempre había pensado que era por los sollozos más violentos, y no porque me faltara el aire en sí.
               Y luego, también estaban lo que yo llamaba “las explosiones”: todas aquellas veces en que, boxeando, se me había ido la cabeza hacia cosas tan negativas que me había cegado igual que un toro y me había cebado con el saco, hasta el punto de terminar temblando y sin aliento. Había veces en que estaba furioso y me descargaba con él, pero había otras en que me volvía chiflado porque o golpeaba, o me ponía a llorar como un crío. Era pelear o huir, y yo elegía pelear. Cuando tenía los guantes, elegía pelear siempre. Pero no siempre tenía los guantes.
               Así que, no, no sabría decirle cuándo habían empezado, o si lo que yo creía que eran ataques de ansiedad no lo eran realmente, y simplemente estaba paranoico.
               No obstante, sí que recordaba el primero que había identificado como tal. Y, cómo no, había sido con ayuda de Sabrae.
               -Desde enero.
               Enero… el puto mes de enero. El puto mes de mierda de enero de los cojones. El mes en el que me había peleado con Sabrae como si me fuera la vida en ello, el mes en el que Scott y Tommy habían discutido, el mes en el que había tenido que separarlos, porque se dieron de hostias por primera vez en su vida.
               El mes en el que había tenido que reanimar a Tommy, y por primera vez en mi vida, la vida que había estado en mis manos no era la de un rival sobre un ring, sino la de un amigo en el suelo de su cocina.
               ¿Cómo coño no iban a empezarme los ataques de ansiedad más serios en enero, si el mes había empezado, literalmente, conmigo reventándole la cara a uno contra una encimera porque había tratado de abusar sexualmente de Sabrae?
               Los ojos de Claire se deslizaron hacia los monitores. Yo también los miré, y no fue hasta que vi las irregulares y apretujadas montañas de mi pulso cuando me di cuenta de que el ruido que escuchaba de fondo no era un avión a punto de aterrizar sobre el techo del hospital, sino los latidos de mi corazón.
               -¿Por la universidad?-trató de adivinar Claire. Negué con la cabeza.
               -No voy a ir a la universidad.
               -Está sobrevalorada-trató de tranquilizarme, sonriéndome con cordialidad. Yo me reí.
               -No sé qué credibilidad darle eso a una persona que me está hablando precisamente porque tiene un título universitario.
               -Entonces, ¿no es por decisión propia?
               -Todavía no sé qué hacer con mi vida.
               -Bueno, eres joven, y el mundo está lleno de posibilidades.
               -Sí, supongo que sí-sonreí con tristeza, porque decirle que no iba a graduarme del instituto suponía demasiada información. Conllevaría a preguntas. Y, con las preguntas, ella conseguía que hablara. Y yo no necesitaba hablar, sino escuchar.
               -¿Qué sucedió en enero?
               Tragué saliva.
               -No vamos a ir por ahí.
               -De acuerdo-y, con todos sus huevos, escribió “enero” en mayúsculas, lo rodeó un par de veces, lo subrayó, y remarcó un interrogante-. Muy bien, has dicho que has tenido varios. Si empezaron en enero, ¿hay algo reseñable que haya ocurrido desde entonces?
               Arqueé las cejas.
               -Al margen de tu accidente y tu ingreso en el hospital-añadió con cara de fastidio, y confieso que me lo pensé un momento. Sólo un momento.
               Porque me pareció que no podría usarla en mi contra. No. Ella era mi único punto fuerte, lo único auténtica, pura y absolutamente bueno que me había pasado en la vida.
               -Pues… me he echado novia-dije, y no dejé de notar cómo las comisuras de mi boca se curvaban hacia arriba al pronunciar aquella frase. “Novia”. Sabrae era mi novia. Sabrae. Todavía me parecía un sueño cuando me despertaba en mitad de la noche y la tenía a mi lado, o tenía algún mensaje suyo pendiente de leer plagado de corazones y de te quieros.  De todas las personas del mundo que podría tener, del catálogo más amplio que hubiera estado disponible jamás para nadie, Sabrae me había escogido a mí.
               Suponía que así se había sentido Noé cuando descubrió que él era el único cuya vida merecía ser salvada. Como un amante que se convierte en esposo legítimo. Una concubina que asciende a emperatriz.
               Alejandro Magno, el hombre con el imperio más vasto de la historia. No en vano, llevaba su nombre: estaba destinado a amar a la mujer más legendaria que jamás hubiera pisado la faz de la tierra. ¿Cómo iban a usar eso en mi contra?
               Pues, aparentemente, con cinco años de estudios universitarios y muy poca vergüenza.
               -Y, ¿crees que te los provoca ella?
               -¿Qué? ¿Qué puta gilipollez es ésa?-ladré, y Claire no parpadeó. Descubrí entonces que todo era un juego para ella: la interacción amistosa, los gestos arrepentidos y cercanos... todo. Todo era ella fingiendo que le importaba como persona, y no de forma clínica. Continuaba siendo una médico, después de todo: si veían una enfermedad rara, no pensaban en la pobre persona que la estaba sufriendo y de cuyo tratamiento no se sabía nada, sino  en la cantidad de menciones honoríficas que iban a recibir por los estudios que llevarían a cabo en su paciente, convirtiéndolo en un conejillo de Indias sin ningún tipo de pudor.
               -Hay personas a las que les sucede. Dependiendo de la mecánica de la relación, ésta puede volverse como un péndulo, y la misma persona puede generar sentimientos muy intensos en ambos sentidos. Las parejas son quienes suelen despertar respuestas fisiológicas más fuertes en las personas.
               -No es el caso con Sabrae. Ella no me ha ocasionado la más mínima preocupación en lo que hace que la conozco-eso no era del todo verdad, pero, para ser sincero, las veces en que me había preocupado por ella había sido por su bienestar, no porque me hiciera daño a propósito, como sí les había sucedido a otras que yo me sabía con sus maridos-. No me provoca los ataques de ansiedad; me los calma. Me los provocan otras cosas.
               -¿Qué cosas?-inquirió Claire, y yo supe, a pesar de que no esbozó ninguna sonrisa victoriosa en ningún momento, que me había metido derechito en la trampa que había tendido para mí. Y yo, como un gilipollas, había creído hasta el último segundo que estaba siendo protector con Sabrae, que me la estaba mereciendo como llevaba intentando meses.
               -Da igual qué cosas-escupí entre dientes-. Lo que me importa a mí no es entender mi ansiedad, sino que me des trucos para controlarla.
               -¿Trucos?
               -Sí, trucos-me encogí de hombros-. Todos los psicólogos sabéis algún truco para que la vida se haga más llevadera, ¿no? Por eso acude todo el mundo a vosotros. Mira, entiendo que quieras alargar las cosas con los pacientes que te pagan, pero, ¿no crees que, conmigo, es perder el tiempo? Ninguno de los dos quiere realmente vernos todos los días, ni mucho menos. Seguro que hay gente que te necesita de verdad, muchísimo más de lo que yo lo hago. ¿No te parece que es mejor invertir ese tiempo en gente que esté dispuesta a que les inspecciones el cerebro? ¿Gente que necesita que le digas por qué tiene los problemas que tiene, para que los puedan solucionar solos si es que quieren?
               -¿Sabes qué? Lo pillo. No confías en mí, porque no me conoces, y es perfectamente normal. Como te digo, no pretendo ni mucho menos que de buenas a primeras me cuentes todo lo que se te pasa por la cabeza sin ningún tipo de filtro, porque sé que todo puede resultar duro y tremendamente abrumador. Tener un ataque de ansiedad en un momento puntual no tiene por qué ser síntoma de que necesites atención psicológica, pero si, como me has dicho, has tenido más de cinco en lo que llevamos de año, bueno… eso es más de uno por mes. En este caso, sí que es indicador de que algo te ocurre.
               Parpadeé.
               -No pretendo, ni mucho menos, invadir tu espacio ni sobrepasar tus líneas, Alec. Créeme. No eres el primero ni tampoco serás el último que no quiere ser sincero conmigo desde el minuto uno, y es algo totalmente legítimo. Como te he dicho, la terapia se construye en base a la confianza, y la confianza no es algo que se consiga de la noche a la mañana. Requiere trabajo. Disculpa si he sido demasiado brusca al ir directamente al grano. No era mi intención, ni mucho menos, ofenderte.
               -Ya. Vale. Me imagino que es tu trabajo.
               -¿El qué? ¿Ofenderte?
               -No, ir al grano.
               -No tiene por qué. Simplemente he pensado que parecías… bueno… más receptivo de lo que estás en un principio. E, insisto, es normal. Hay pacientes que admiten preguntas en la primera sesión que a otros les cuesta mucho afrontar incluso cuando llevamos diez.
               ¿CÓMO QUE DIEZ? ¿PERO CUÁNTO PIENSA QUEDARSE AQUÍ ESTA TÍA?
               -Esto no es una ciencia exacta, y cada persona es un mundo, de modo que gran parte de mi trabajo consiste en adaptarme a mis pacientes. Quizá lo más adecuado sea que nos conozcamos un poco antes. Ir rompiendo el hielo, por así decirlo-descruzó y volvió a cruzar las piernas, y se apoyó la barbilla en el puño cerrado. Con la mano que tenía libre, comenzó a agitar el boli entre los dedos-. ¿Te parece bien?
               -Claro-contuve las ganas de poner los ojos en blanco y me esforcé por asentir con la cabeza.
               -Vale, entonces, ¿por qué no me hablas un poco de ti?
               -¿Qué quieres saber?
               -Cualquier cosa. Cuáles son tus aficiones, qué haces para divertirte, cómo matas el tiempo, cuáles son tus aspiraciones para el futuro…-al ver la cara que puse, Claire estiró una mano en mi dirección-. Sólo te estoy dando ideas, nada más. Puedes contarme lo que quieras. No hace falta que nos pongamos a hablar ahora de cuál creemos que es el sentido de la vida.
               -¿Cuál crees tú que lo es?
               -Ser felices.
               Sonreí.
               -Bueno, en eso estamos de acuerdo.
               Claire también sonrió.
               -Me alegro de que sea así.
               Sí, bueno, una pena que para ser feliz, yo necesite que me des algo que no te da la gana darme.
               -Y, ¿qué es lo que te hace feliz?-preguntó Claire con aire inocente. Parecía genuinamente contenta de que estuviera dispuesto a participar en una conversación, como si ser mi amiga fuera su objetivo principal en la vida.
               De nuevo, pensé en la cobaya, y me advertí a mí mismo para ser precavido, algo en lo que no tenía demasiada experiencia.
               Pero no pude evitar que una respuesta apareciera en mi mente como una bengala roja en medio del océano. El sexo. El sexo me hacía feliz. Cinco de las mejores cosas que había creado la madre naturaleza tenían algún tipo de relación con el sexo: los preliminares, el sexo anal, el sexo oral, el sexo sin protección y las orgías. En ese orden.
               Sólo que ahora ya no podía pensar en el sexo sin que mi mente corriera rápidamente hacia un lugar común. Igual que todos los caminos llevan a Roma, todos mis pensamientos me terminan conduciendo irremediablemente a Sabrae. Sí, vale, los preliminares con otras tías estaban bien, pero, ¿la forma en que Sabrae se estremecía cuando la besaba, o la acariciaba por encima de la ropa? ¿Lo mojada que estaba cuando por fin le quitaba las bragas, y sólo porque su piel reaccionaba de cine al contacto de mis dientes?
               Sí, de acuerdo, las veces que lo había hecho por detrás con Chrissy habían sido una puta pasada, pero, ¿cuando Sabrae estuviera preparada? Joder, pobre de mí. Y pobre de ella, también. Estaba convencido de que no sería capaz de durar más de un minuto. Se pasaría mucho tiempo pensando que el sexo anal no era para tanto hasta que fuera capaz de controlarme lo suficiente como para ser capaz de satisfacerla también a ella, y no sólo a mí.
               Joder, sí, el sexo oral era una putísima pasada, tanto dándolo como recibiéndolo. Había disfrutado como un cabrón de mamadas en baños de discotecas de mala muerte en las que había pensado que me moriría del gusto, y se me habían sentado en la cara auténticos pibonazos a las que había hecho disfrutar como perras, y que sólo por mi truquito con los dientes en su clítoris les pondrían mi nombre a sus primogénitos. Pero… ¿y qué me dices de cuando lo hacía con Sabrae? ¿Escucharla avisarme de que iba a correrse, y que lo hiciera con más intensidad cuando yo la miraba a los ojos y le decía con voz oscura “pues córrete”? ¿Sentir su dulzor en mi lengua, notar cómo su sexo se abría más y más para mí, y que su delicioso néctar descendiera por mi garganta mientras ella gritaba mi nombre, la palabra más gloriosa que se había inventado nunca? Quizá no fuera muy imparcial en este asunto, pero el caso es que Sabrae tenía el coño más delicioso del planeta (y créeme, yo he probado muchos; sé de lo que hablo). Madre mía, ¿y cuando ella me lo hacía a mí? Se me ponía dura sólo de pensarlo. Se notaba su inexperiencia, y aun así, conseguía que sus mamadas fueran las mejores que había recibido en mi vida. Le ponía entusiasmo, le ponía muchas ganas, y sobre todo, sobre todo, le ponía lo que no eran capaces de ponerle las demás: la desvergüenza y el descaro que suponía saber que si me pegaba un mordisco y me mataba del dolor, yo no podría enfadarme con ella. No podría enfadarme con ella porque a) estaba enamorado de ella y b) verla arrodillada frente a mí, metiéndose mi polla en la boca, era motivo suficiente para que yo le entregara absolutamente todo lo que había poseído, poseía y poseería en toda mi existencia. Y si ya se masturbaba mientras me la chupaba, ni te cuento.
               Sí, hacerlo con Pauline y Chrissy era una genial porque eso de sentir en tu piel cómo se corre una tía es una sensación incomparable. Vale, pero, ¿cuando lo había hecho a pelo con Sabrae? Jo.
               Der.
               Sin palabras. Te lo digo de verdad. Sentir cómo se corría, correrme yo con más ganas por el morbo que me producía saber que lo estaba haciendo sin ninguna barrera, que quedaría algo de mí dentro de ella incluso cuando me retirara, y ver mi semen salir despacio de su interior si ella se quedaba en la misma posición…
               … vale, tenía que cambiar de punto, o terminaría corriéndome en serio.
               Pero el caso es que ni siquiera me atrevía a pensar en lo que sería hacer una orgía en la que Sabrae estuviera presente, porque creo que lo único que me gustaría más que tocarla y satisfacerla yo mismo, era que lo hiciéramos con invitadas. Tenía muy claro a quién le pediría que nos acompañara, e imaginarme a Sabrae, Diana y Chrissy enrollándose entre ellas, incluso si yo sólo podía mirar, hacía que se me dispararan las pulsaciones y un calor concentrado muy familiar me quemara vivo. El mejor momento de mis vacaciones en Chipre con mis amigos había sido meterme en la cama con dos chicas a las que acababa de conocer, y que sentían el mismo entusiasmo por mí que la una por la otra. Me habían regalado la mejor noche de mi vida hasta ese momento, y eso que apenas habíamos hecho nada en comparación con lo que yo había llegado a hacer con Sabrae.
               Imagínate si trajera invitadas.
               Mola, ¿eh?
               ¿Entiendes ahora por qué necesitaba que esta payasa me diera las claves para controlar mi ansiedad? Si no la tuviera, sería poderosísimo. No habría quien me parara, excepto, quizá, una persona. Y esa persona tenía el mismo interés que yo en detenerme.
               No podía contarle todo eso a Claire. Sabía de sobra lo que pensaría de mí; se dedicaría a rellenar una libreta entera teorizando sobre mi obsesión con el sexo, lo que no sería nada justo. Es decir, vale, estoy de acuerdo en que tiene una importancia en mi vida superior a la de los demás, pero, ¿eso me convertía en un adicto? No. Sólo era un adolescente. Estaba bueno y tenía carisma, así que había hecho lo que todo el mundo haría en mi situación: jugar bien mis cartas para hincharme a follar todo lo que se me antojara. Y ahora, para colmo, tenía a una novia que estaba buenísima, más desmelenada todavía que yo en la cama. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con una bomba como Sabrae? ¿Calceta?
               Me sorprendía descubrir que era capaz de pararme a pensar cuando alguien me ponía en un aprieto. Que no hubiera soltado “ver porno”, como en mi puñetera entrevista de Amazon, era una prueba clara del inmenso crecimiento personal que había ido experimentando gracias a Sabrae.
               Además, tampoco habría dicho ya que mi pasatiempo preferido era ver porno. Desde que Sabrae me había explicado todo lo que pasaba detrás de él, había cortado radicalmente con todas las productoras. Sí que de vez en cuando me ponía algún vídeo de la comunidad, para ponerme a tono, pero cada vez menos. Con las fotos que ella me mandaba, era más que suficiente. No dejaba de sentirme un poco mal cada vez que tecleaba el nombre de alguna página porno en Google, porque sabía que a ella no le hacía especial gracia verlo.
               Claro que luego me acordaba de lo que había pasado en mi cumpleaños, y se me pasaba.
               -No sé. Mis amigos, mi familia… mi novia-admití, porque sentía que dejarla fuera de la lista era traicionarla, más que protegerla. Claire me dedicó una sonrisa cómplice.
               -¿En ese orden?
               -No necesariamente.
               Y entonces, Claire metió la pata.
               Hasta el fondo.
               -¿Por qué no me hablas de tu familia?
               ¡Código rojo, código rojo, código rojo! ¡Alerta, alerta, alerta!
               Acababa de pisar la mina. Había ido derecha hacia ella, como si supiera dónde estaba.
               Porque lo sabía. Algo dentro de mí me decía que lo sabía. Sabía qué tecla pulsar, sabía cuál era el sonido que estaba buscando, y había corrido en dirección a su fuente en cuanto sus oídos lo habían percibido.
               -¿Para qué?
               -Me gustaría hacerme una composición de lugar contigo. La familia es el primer círculo social en que se mueve un individuo, así que suponen una importante fuente de apoyo a la hora de enfrentarse a los problemas.
               -Yo tengo fuentes de apoyo de sobra.
               -¿Sí? Entonces, ¿entiendo que tienes buena relación con ellos? ¿No hay problemas en tu círculo familiar?
               Nena, si yo te contara…
               -No. Me llevo genial con mi hermana, y adoro a mi madre.
               -¿Y tu padre?
               ¡¡¡BOOM!!!
               -A mi padrastro también le quiero muchísimo.
               -¿Padrastro?
               ¡Damas y caballeros, con todos ustedes, el ganador de Míster Gilipollas Milenio Dos Mil! ¡¡¡¡AAAALEEEEEC THEEEEEEEODOOOOOOOOOOORE WHIIIIIIIIITELAAAAAAAAAAAAAW!!!!
                -¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? ¿Necesito un abogado?
               -Simplemente quiero conocerte, Alec. Nada más.
               -Vale. Me llamo Alec, tengo 18 años, soy medio griego y medio ruso, además de boxeador. Mi color favorito es el naranja, y mi manera preferida de lidiar con mis problemas desde hace unos meses es tener ataques de ansiedad. ¿Has podido anotarlo todo bien?
               -¿Algo más?-ironizó ella.
               -¿Qué más quieres, doctora? ¿Mis medidas?
               -¿Te parecen relevantes?-estaba haciendo un tremendo esfuerzo por no poner los ojos en blanco, se le notaba. Me reí.
               -Los gilipollas que dicen que el tamaño no importa es que la tienen enana. ¿No te parece? Seguro que en esto estás de acuerdo conmigo. Fijo que les has dado oportunidades a payasos que te decían que lo importante no es la herramienta, sino la maña, pero a la hora de la verdad, si lo que tienes es un cortaúñas y no una sierra, no puedes talar un árbol, ¿verdad? ¡Si supieras la cantidad de tías a las que me he tirado yo a las que les había dicho eso algún parguelas! Tengo suficientes testimonios para poder asegurar que os ha pasado a todas.
               -No a mí. Soy lesbiana.
               Me quedé estupefacto. ¿Eh? ¿Lesbiana? ¿Cómo que “lesbiana”? ¿Qué clase de corriente filosófica entre los psicólogos era ésa?
               Espera, espera. Entonces, cuando entró en la habitación, ¿no se había puesto a sopesar si le convenía perder el trabajo por echar un polvo conmigo? Ya me parecía a mí que había algo raro con ella; eso de que no se hubiera desabotonado un botón de la blusa, como hacían todas (salvo las enfermeras de la planta, que las cosas como son, eran muy profesionales) nada más verme.
               -Ah, bueno, mira, ya tenemos algo en común.
               -¿El qué?-preguntó, y esta vez sí que puso los ojos en blanco.
               -A los dos nos gustan las tías. Las mujeres sois, en mi humilde opinión, lo mejor del universo. En serio, estáis vosotras-hice una escala con las manos-, el sexo, Internet, y luego, las albóndigas de mi madre. Bueno, no. Vosotras, el sexo, las albóndigas de mi madre, y luego, Internet. A todo esto, ¿estás bien servida? Porque tengo una amiga lesbiana. ¿Estás soltera, doctora? Porque, si quieres, te la presento. Es súper maja. Se llama Karlie. Mi novia, mis cuñadas y mis amigas políticas están convencidas de que está enamorada de otra de mis amigas, pero yo creo que son tonterías suyas, porque ven muchas comedias románticas. Karlie lleva mucho tiempo soltera, pero no por nada, ¿eh? Es que es muy exigente. Es súper maja, y muy guapa. Si me pasas el móvil, te enseño una foto suya. Me imagino que también follará bien, porque a veces bailamos y se mueve que da gusto. Ah, y es la primera de la clase en Artes Plásticas, así que es buena con las manos… lo cual, según creo, suma puntos entre tu colectivo, ¿verdad?
               Claire frunció el ceño.
               -Además, es hija de embajadoras. Y muy inteligente. Tiene futuro, va a ser alguien. Sería un braguetazo en toda regla.
               Claire suspiró, y extendió la mano derecha, mostrándome una alianza de boda dorada.
               -Ah.
               -Sí-asintió ella.
               -Bueno, pero, ¿es estable?
               -Bastante.
               -¿Tenéis hijos?
               -Aún no.
               -Entonces, no es tan estable. La estabilidad viene con los hijos.
               -Siento ser yo la que te lo cuente, pero las lesbianas lo tenemos un pelín más complicado que las parejas heterosexuales para tener descendencia.
               -¿Por? ¿No tenéis amigos gays que quieran ser padres y os donen el semen? Eso se hace.
               Claire se rió entre dientes, recolocó las hojas de su libreta como si fuera un folio, y sonrió.
               -Preguntaré por ahí. Y ahora, ¿podemos volver a ti?
               Mierda.
               -¿Por qué? A mí no me importa hablar sobre la vida lésbica. De hecho, me encanta. Soy súper fan de las lesbianas.
               -Me lo imagino.
               -O sea, no en el sentido baboso, ni nada por el estilo. Simplemente creo que sois gente genial. Me atrevería a decir que habéis evolucionado.
               -¿Ah, sí?
               -Sí, bueno, a ver, a pesar de que yo soy un tío, sé que los tíos a veces somos un poco difíciles de llevar. Vosotras no tenéis ese problema.
               Suspiró.
               -Hablaremos del estilo de vida lésbico si te parece más adelante, ¿quieres?
               -Depende de cuál sea el tema que tienes en la recámara.
               -Pues tú.
               -Guau, doctora, ¿tan guapo te parezco?-ronroneé-. A ver si no vas a ser lesbiana, lesbiana…
               -¿Tienes algún problema construyendo vínculos afectivos fuertes, o eres más de basarte en la presencia casual de otras personas en tu vida?-soltó, y a mí me costó procesar esa pregunta.
               -¿A qué viene eso?
               -Acabas de decirme que tienes muchos testimonios de chicas con las que has tenido relaciones cuya experiencia ha sido mala con anterioridad a ti.
               Parpadeé, y una sonrisa se fue extendiendo lentamente por mi rostro.
               -¿Me vas a hacer slut shaming?
               -Simplemente quiero saber si tienes a alguien con quien hables de cualquier cosa sin tapujos.
               -Bueno, si has conseguido sonsacarme que tengo novia…
               -No, no te lo he sonsacado. Me lo has dicho tú-respondió, victoriosa, y yo la fulminé con la mirada.
               -Si esto es alguna especie de truco mental para que te hable de ella y tratar de convencerme de que mi ansiedad es culpa suya, vas de culo conmigo, doctora.
               -Yo no quiero convencerte de nada. Mi trabajo es descubrir qué es lo que realmente te hace daño.
               -Creía que era ganarte mi confianza para que te lo dijera yo.
               -Sólo cuando mis pacientes están receptivos-respondió-, y tú, de momento, no lo estás. Creo que por hoy es suficiente-anunció, guardando su libreta en la bolsa, colgándosela al hombro y levantándose de la silla-. ¿Mañana estarás más dispuesto a charlar?
               -¿Tengo alguna especie de cupo de palabras que cubrir contigo para que me digas qué es lo que debo hacer con mi puta ansiedad?
               -Puede-respondió, críptica-. Estoy segura. ¿Sabes cuál es el problema? Que ninguno de los dos sabe cuál es ese cupo. De modo que tendremos que seguir hablando hasta que lo encontremos.
               -Yupi-gruñí, poniendo los ojos en blanco. Me dediqué a mirar por la ventana, enfurruñado, todo el tiempo que tardé en volver a tener compañía. No ayudó a disminuir el rechazo que sentía por ella el hecho de que fuera por Claire por lo primero que me preguntaba todo el mundo nada más llegar a verme. La noticia de que había dado por fin el brazo a torcer, y Sabrae había ganado el pulso que llevábamos echando meses, en el que ella me insistía en que tenía que hacer terapia y yo me negaba en redondo, había corrido como la pólvora entre mis amigos. A lo largo de la semana, llegaría un punto en el que ya no me preguntaría cómo me saludaría quien viniera a verme, sino cómo me preguntarían si ya había dejado que me abrieran la cabeza. Intentaba no darle importancia, y me decía a mí mismo que sólo me preguntaban porque se preocupaban por mi bienestar, pero las partes más mezquinas, ruines y tenaces de mi ser me insistían en que el único interés de la gente residía en qué momento terminaría por romperme. Querían ver qué había dentro de mí, qué era eso que yo escondía con tanto celo a lo que no dejaba acceder a absolutamente nadie. Debía ser algo muy jodido si le restringía la entrada incluso a Sabrae.
               -¿Qué tal con el psicólogo?-me preguntó la susodicha el día que tuve mi primera sesión, convencida de que me pondría a protestar sobre lo mucho que me había dado la tabarra o lo feo que era el que me habían asignado-. ¿Has congeniado con él?
               -Es una ella. Y bien-respondí.
               -Una ella, vaya-Sabrae silbó-. ¿Qué tal es?
               -Mi mujer ideal-puse los ojos en blanco, y estaba dispuesto a tener una pelea con ella (así de mala leche me había puesto, la muy imbécil) cuando Sabrae se subió a la cama y se abrazó a mí.
               Me dije que algo que le hiciera feliz no podía ser malo para mí. De todas las personas del mundo, Sabrae era la más interesada en que yo me curara; no porque quisiera sacar ningún tipo de provecho de mí (yo ya no tenía nada más que pudiera entregarle; se lo había dado todo hacía mucho tiempo), sino porque era inherentemente buena. Buena, hasta el punto de pensar que absolutamente todo el mundo tenía salvación. Incluido yo.
               -O sea que ¿es negra, rizosa, gordita y bajita?-preguntó después de un suave gemido mientras se acurrucaba contra mí. Y yo pensé seriamente por qué recurría a gente con estudios sobre cómo funcionaba tu cerebro, cuando tenía todo lo que necesitaba para estar bien ahí, a mi lado, suspirando de gusto al inhalar mi aroma, y eso que mi aroma ya no era el de siempre.
               Seguramente se había pensado si decir que estaba gorda o no, porque sabía lo que esas calificaciones despertaban en mí. Sin embargo, lo dejé pasar. Sabrae quería hacer las paces por haber ido sin consultármelo a anunciar que había accedido a ir a terapia, y yo ya había tenido bastantes discusiones para ese día.
               Además, me apetecían mimos.
               -Sobre todo, bajita-ronroneé, apretándola un poco más hacia mi cuerpo y riéndome contra su cuero cabelludo al darle un beso en la sien y ella comenzar a protestar. ¿Decir que estaba gorda? Vale. ¿Decir que era bajita? De eso nada.
               Sobra decir que las siguientes sesiones no fueron nada bien, a pesar de que yo me decía a mí mismo que tenía que tener una actitud positiva, parecer participativo. A Sabrae le disgustaría muchísimo saber que yo me estaba resistiendo a que me ayudaran, porque de verdad pensaba que iban a ayudarme y no dejarme peor de lo que ya estaba.
               Claire se había dejado caer a última hora de la tarde el día que tuvimos la primera sesión, para comprobar si mi estado de ánimo había mejorado. Un poco sí, pero no lo suficiente como para tragarme sus mierdas. Tenía la coleta un poco más suelta, y había muchos más mechones que se le habían soltado de la misma, así que su aspecto cansado y desaliñado le daba un aire más humano, más cercano. Sospeché en el acto que su apariencia estaba calculada.
               -Es el final de mi turno, pero quería comprobar qué tal estabas antes de irme a casa. ¿Cómo te encuentras?
               -Mi novia no me ha provocado ningún ataque de ansiedad, si es eso lo que me preguntas-escupí, y ella suspiró.
               -Bueno, supongo que lo intentaremos mañana.
               El día siguiente había sido más de lo mismo: intentos de charla insustancial por su parte, comentarios fuera de lugar por la mía, intentando arrancarle una respuesta más allá de las puñeteras notas que tomaba en su libreta. Yo procuraba ser lo más opaco posible, pero la tía parecía tener un don para leerme el pensamiento incluso cuando estaba en silencio. Ella aguantaba y aguantaba mis faltas de respeto constantemente, sin revolverse en ningún momento ni tratar de defenderse, como si estuviera esperando a que me cansara para atacarme en mi punto débil.
               Conocía esa estrategia porque era la que los demás intentaban poner en práctica conmigo, hasta que se daban cuenta de que ellos se cansaban de esquivar mis golpes mucho antes que yo de darlos. No soy de los que dan un paso atrás fácilmente, y con esta chavala no tenía pensado ceder ni un milímetro.
               -Mira, nena, en serio-puse los ojos en blanco cuando ella me preguntó cuál era mi videojuego preferido, después de sonsacarme que prefería las Playstation a las Xbox (los gráficos son mejores, y tienen un catálogo mucho más amplio)-. Aprecio el gesto. De verdad. Te honra que intentes hacer que me sienta más cómodo contigo y que me crea que somos amiguitos, pero sé por qué estás aquí y sé por qué he pedido que vengas. No me interesa que nadie me lea la cartilla: me la leo yo constantemente. Tengo un runrún en la cabeza que me recuerda todo el rato lo bueno y lo malo de lo que he hecho, así que no necesito darle altavoz y que este solo se convierta en un dueto. Simplemente quiero que me diga qué es lo que tengo que hacer para que todo esto pare. O, por lo menos, que no sea tan intenso como para impedirme seguir adelante. Tengo cosas que hacer en un futuro bastante cercano, ¿sabes?
               -¿Qué clase de cosas pueden tenerte tan centrado?
               -Voy a hacer un voluntariado en Etiopía.
               Claire parpadeó. Yo parpadeé y cerré los ojos. Me masajeé el puente de la nariz, haciéndome la fuerza suficiente como para rompérmelo, de haber empujado un poco hacia el centro. Gilipollas, gilipollas, gilipollas.
               -Ya veo. ¿Para ayudar a las tribus de la zona o colaborar en la protección de las especies en peligro?
               -Lo segundo.
               En realidad, al principio me sentía más inclinado por colaborar en el desarrollo de las sociedades de la zona, pero cuando se lo había comentado a Sabrae, me había fulminado con la mirada y me había preguntado si me parecía una damisela en apuros.
               -No, ¿por qué?
               -Porque es exactamente lo que los blancos pensáis que somos los africanos.
               Así que, vale. Darles unos recursos que nosotros les habíamos robado en un primer momento no era tan buena idea. Resultaba bastante paternalista. No es que no lo merecieran, ni mucho menos, ni que no se necesitar ayuda, pero las intenciones lo eran todo. Había gente que iba a hacer voluntariados a ayudar a los demás, y gente que iba a ayudarse a sí misma y autorrealizarse. Y yo estaba en el segundo grupo.
               -Está muy bien que quieras colaborar, pero quizá sea mejor no correr, ¿no te parece? Deberías esperar a sanar primero antes de pensar en ayudar a los demás.
               -Llevo 18 años mirando exclusivamente por mí mismo. Es hora de mirar un poco por los demás.
               -Es curioso-reflexionó ella, con la barbilla de nuevo sobre su puño-. No paras de insistir en lo egoísta que eres, pero cuando hablas de las relaciones con el sexo contrario, da la sensación de que das más de lo que recibes.
               -Hombre, teniendo en cuenta que me van los coños y no las pollas, pues… saca tus propias conclusiones, doctora.
               A qué cojones se refería con eso de que yo daba más de lo que recibía en el sexo, no lo sabía. Pero no iba a darle la satisfacción de preguntárselo. Además, al poco tiempo me confirmó lo que yo ya sospechaba: que estaba segura de que tenía un autoestima de mierda sólo por la cantidad de tías a las que me había follado. ¿Dis-puto-culpa? Estoy convencido de que no le dices a alguien que va todas la semanas a probar un restaurante nuevo que lo hace porque no le gusta la comida. Si no le gustara comer, se quedaría en su puta casa, intentando aprender a hacer la fotosíntesis.
               ¿Que yo tenía la autoestima baja? ¿Con este puto cuerpo que me había ganado a pulso? ¿Con esta boca que podía convencerlas de cualquier cosa, estas manos que hacían que se volvieran locas, y esta polla con la que aullaban como lobas en una noche de luna llena?
               Joder, cómo estaba el patio.
               -Tú no me conoces. Además, me importa una mierda lo que opines de mí.
               -Si no te conozco y te da igual lo que yo piense de ti (que, para tu información, no pienso nada), ¿por qué adoptas esa actitud defensiva?
               Joder, pues ¡porque me estás insultando, puta comecocos de mierda, por eso!
               -Yo no adopto ninguna actitud defensiva.
               -Estás con los brazos cruzados-respondió, y yo los crucé en el acto al comprobar que, efectivamente, así era-, la espalda recta y estirada, y las piernas también estiradas para hacerte más grande. Es lo que hacemos cuando nos creemos en una situación de peligro: tratamos de parecer más grandes para disuadir a un posible agresor.
               -Señora, no necesito hacerme el grande. Soy grande. Mido un puto metro ochenta, por el amor de dios. Y, además, estoy encamado. No es que tenga la libertad de movimientos del ballet ruso, precisamente.
               -De acuerdo-Claire cerró su libreta, algo que me habría hecho aplaudir en circunstancias normales, y entrelazó los dedos sobre ella. Parpadeó despacio-. ¿Hay algo que no te… no sé,  convenza, por así decirlo, de mis métodos?
               -Mira, muñeca-le dio un tic en el ojo al escucharme llamarla así, y yo anoté mentalmente empezar a hacerlo más a menudo. Sabía que a las chicas no les gustaba que me refiriera a ellas así antes de las once de la noche, pero si lo hacía después, los resultados variaban prometedoramente, como cuando mojas a un Gremlin-. Entiendo que tendrás que hacer tus preguntas para poder completar mi ficha, pero lo que necesito que entiendas es que no necesitas hacerme una ficha. Lo único que me interesa de lo que tú puedes darme es que me digas cómo manejar mis putos ataques de ansiedad. No te quiero contar mi vida, ni quiero que me enseñes a levitar como un faquir a dos metros del suelo, ni quiero que compartas conmigo el arte místico de las proyecciones astrales, o lo que coño sea que hacéis los loqueros. Quiero que me enseñes a cómo ser capaz yo sólo de controlar mi puta ansiedad, que me enseñes a hacerlo cuanto antes, y así que me den el alta y poder largarme de aquí lo antes posible. No me interesa un puto psicoanálisis, o que me diga que estoy jodido de la cabeza, y que mi vida es una mierda, porque, ¡adivina qué, guapa! ¡Ya lo sé! ¡No quiero que me tires las cartas ni me digas con cuántos años voy a casarme, cuántos críos voy a tener o el día y la forma trágica en la que moriré! ¡Sólo quiero que me digas cómo intentar funcionar como una persona normal, o por lo menos a disimular que estoy jodido por dentro!
               A mi estallido de ira le siguió una pausa. Claire abrió la libreta. Decidí que, si se ponía a escribir, la estrangularía.
               Por suerte para ambos, no se puso a escribir. Revisó sus notas, analizando lo mucho que me había sonsacado a pesar de lo poco que estaba dispuesto a darle, y entonces…
               -Está bien. Se me ocurre algo con lo que podría ayudarte. Probaremos mañana. Creo que, por hoy, ya ha sido suficiente.
               ¿Qué era lo que me había dejado reservado para el día siguiente?
               Muy sencillo: tarjetas. Las típicas tarjetas de psicólogo con las que dilucidaban cómo funcionaba tu subconsciente. La muy osada se creía que yo era tan tonto como para desnudarle mi alma incluso sin querer, diciéndole lo que me evocaban las manchas que me había traído en unas láminas de cartón, más duras que los folios normales para resistir las chifladuras de cientos de personas como yo.
               Claro que, como yo, no había dos.
               Me mostró la primera imagen. Una mariposa negra.
               -Un coño.
               Claire pasó sin inmutarse a la siguiente. Una pelota pinchada.
               -Un coño.
               Claire suspiró. La siguiente: un violín.
               -Un coño.
               Claire puso los ojos en blanco. Pasó a la siguiente: la cara de un zorro.
               Nos miramos.
               -Otro coño.
               -¿Va en serio?
               -Esta está tumbado.
               Suspiró y pasó al siguiente. Dos tías poniéndose morritos frente a frente. Incliné la cabeza hacia un lado. Claire parecía esperanzada.
               -Mmm… diría que es…
               -Tómate todo el tiempo que necesites.
               -… se parece… sí. Estoy entre un coño, o un coño.
               Claire tiró las láminas sobre la cama, se masajeó las sienes, y me miró. Chasqueó la lengua, susurró por lo bajo “que le jodan”, y sacó su móvil de la bolsa blanca. Tecleó algo en él, y a continuación, me lo pasó.
               Ah, conocía esa figura. Era una ilusión óptica en la que habían dibujado a una pareja follando (en una postura bastante similar a la preferida de Sabrae y mía) utilizando, en realidad:
               -Nueve delfines-sonreí, satisfecho-. ¡Estoy haciendo progresos!
               -¿A qué viene este boicot?
               -¿Qué boicot? Tú misma lo has dicho ya: el sexo juega una parte muy importante en mi vida. Además, tú eres lesbiana. Deberías estar acostumbrada a ver coños.
               Claire suspiró sonoramente.
               - Doctora, llevo casi un mes sin follar; veo coños por todas partes. Haga el favor de no juzgarme-bufé.
               -No sé por qué no has pedido ayuda si luego no quieres dejarte ayudar.
               -Es que ya te lo he dicho, reina. No necesito tu ayuda, necesito que me digas cómo puedo hacer para controlar mi ansiedad. Nada más.
               -¡Para enseñarte a controlar tu ansiedad primero  necesito aprender cómo eres y descubrir de dónde viene!
               -Pues ya deberías haberlo descubierto. No eras la primera de la clase, ¿a que no?-ataqué, y ella apretó los labios-. Venga. Hasta un médico de familia sería capaz de ver que soy la encarnación de lo que dice Freud. Todo se reduce al sexo en mi vida.
               -¿Seguro? Porque yo creo que detrás de esa imagen de gallito chulo, creo que se esconde un niño aún asustado de su propia sombra.
               Y, entonces, Claire se levantó. ¡Por fin! Se cargó su bolsa al hombro y se cruzó de brazos.
               -Seguramente piensas que es divertidísimo hacerme perder el tiempo así, cuando en realidad, tienes razón, tengo muchos pacientes que necesitarían sesiones más largas, a los que no puedo atender debidamente porque tengo que venir aquí todos los días a escuchar cómo me repites una, y otra, y otra vez, que no sé hacer mi trabajo bien. Sé lo que tengo que hacer. Por mucho que creas que sabes sobre el cerebro, en realidad no tienes ni la más remota idea. No todo se reduce a nuestra filia por acostarnos con nuestro padre, como dijo un cocainómano cuya única aportación a la psicología eran sus dotes de oratoria, y al que le consideran el padre de la rama del conocimiento a la que me dedico simplemente porque su teoría es la más controvertida de todas. En realidad, todo lo que nos derive hacia el sexo va a tener siempre mucha importancia en nuestra sociedad, y es por vivir en sociedad, y no por nuestra condición de animales, por la que el sexo puede llegar a condicionar nuestros actos.
               -¿Eso es una declaración, o una confesión, doctora?
               -Tómatelo como quieras. El día que decidas tomarte en serio los traumas que te impiden seguir adelante, estaré más que dispuesta a ayudarte a empezar a trabajar en ellos.
               -¿Quién dice que yo tengo traumas? Puede que sólo tenga necesidad de comprarme un par de velas de lavanda.
               -Si no tienes traumas, ¿por qué me has puesto esa cara cuando te he dicho que no eres más que un niño asustado de su propia sombra?
               Apreté la mandíbula ante el gesto triunfal de Claire.
               -Tu mujer puede dar gracias de que tenga novia, o de lo contrario te invitaría a descubrir por qué yo ya no soy un niño.
               -A mi mujer le importa una mierda cuál sea tu situación sentimental. Yo no utilizo el sexo para demostrar lo que valgo.
               -No soy de follar en sitios públicos, ¿sabes? No por nada. No es que sea pudoroso, ni mucho menos, pero a ellas no suele gustarles que las vean.
               -No hablaba de los demás-respondió, saliendo de la habitación con aires de suficiencia, como si estuviera posponiendo su cita para salvar el mundo por tratar con un imbécil como yo.
               Aquella fue la última vez que Claire y yo cruzamos más de diez palabras en mi habitación.
               Y ahora, míranos, haciendo caso omiso del reloj de arena que se había detenido hacía tiempo, el único indicio de elegancia en un despacho por lo demás socio, impersonal y antiséptico.
               Me recosté sobre la silla, agotado. Tenía una capa de sudor cubriéndome la piel, y puede que hubiera perdido el color hacía tiempo, pero a pesar de las ofertas de Claire de tomarnos un descanso, yo no había querido parar. Ahora que había quitado el tapón de mis sentimientos, no había manera de volver a ponerlo: sería como intentar ponerle una tirita a una grieta inmensa en la presa más grande del mundo y esperar que así se detuviera la corriente.
               Me faltaba el aire y sentía un poco de frío en los brazos; supongo que la sudadera que llevaba puesta dejaba de ser suficiente en el momento en que me entraba la tiritona. Claire se incorporó; como yo esperaba, había acabado desechando su pequeña libreta, y había cambiado a una más grande que ya había llenado hasta la mitad con garabatos, flechas, y demás.
               Y eso que ni siquiera había empezado a hablarle de lo que verdaderamente me preocupaba.
               -No está mal para empezar, ¿eh?-jadeé, agotado, intentando concentrarme en ella a pesar de que toda la habitación orbitaba alrededor de mí. Al final iba a resultar verdad que yo era el sol.
               -No tenías por qué contarme tanto de tan seguido. Esto es el trabajo de… dos semanas. Puede que tres-comentó, asombrada, pasando de una carpeta a otra.
               -Bueno… no tenemos tiempo que perder. Llevamos una semana de retraso.
               Claire no dijo nada. Parpadeó despacio y abrió la boca para hablar, pero su móvil, que había puesto en modo “no molestar” cuando vio que yo iba en serio con lo de que quería hablar, vibró sonoramente sobre la mesa. La buscaban.
               -Tengo que... lo siento. Tengo que cubrir el puesto de mi compañera. Si me retraso más, puede que alguien sufra una crisis.
               -Me portaré bien-le prometí, y Claire sonrió. Rodeó la mesa y se colocó de nuevo frente a mí, con las piernas juntas, los pies entre los míos.
               -Quiero que sepas que aprecio de verdad que hayas tenido la valentía de venir aquí. Y que te estoy muy agradecida de que nos hayas dado otra oportunidad a ambos dos. No sé si yo lo hago, pero tú, estoy segura de que te la merecías.
               Asentí despacio con la cabeza.
               -Gracias por recibirme. Me he comportado como un auténtico gilipollas esta última semana. Tiene gracia, ¿sabes? Más o menos así, como he sido contigo, lo fui con mi novia a lo largo de toda su vida. Ella no me soportaba por eso. Luego resulta que…
               -Alec-sonrió, poniéndome una mano en el hombro. Hice una mueca.
               -Ah, vale, sí. No me puedo enrollar más. Se nos ha acabado el tiempo-hice un bailecito en la silla que me costó un gemido de dolor, con el que ella se inclinó hacia delante para comprobar si estaba bien-. No pasa nada. Es que siempre he querido decir esa frase.
               -Sabes que le corresponde al psicólogo y no al paciente, ¿no?-preguntó, y cuando vio que le ponía ojitos de cachorrito abandonado, se echó a reír-. Está bien. Ojalá pudiéramos continuar con la sesión, pero creo que será mejor que te tomes un pequeño descanso. Vas por el buen camino. Si te parece, la semana que viene, empezamos a hablar de tus problemas. Ha estado bien conocerte, pero es hora de ver la parte mala de ti, la que no quieres que vean los demás.
               -Vale.
               -No te voy a mentir; será duro. Muy, muy duro-se cruzó de brazos y su coleta bailó a su espalda-. Revivirás algunos traumas que ni siquiera sabes que tienes, pero si te hago sufrir, quiero que sepas que se deberá a que es absolutamente necesario. Y también quiero que sepas que no estarás solo en el proceso. Yo te acompañaré en cada paso que des. Ojalá pudiera darte más detalles, pero… debo irme-consultó su reloj de muñeca y apretó de nuevo los labios-. ¿Quieres que pide que te acompañen?
               Por un momento estuve por decirle que estaba bien pero, ¿qué coño? Estaba mal de la cabeza, así que tenía todo el derecho del mundo a estar mal físicamente también.
               -La verdad es que sí.
               -Vale. Te veré el lunes, entonces. Ah, casi se me olvida-se giró sobre sus talones en pleno pasillo de la puerta-. Mi primer truco para la ansiedad: harás una lista de todas las cosas que te preocupan, o que te hayan dolido a lo largo de tu vida, y que crees que influyen en tu estado. Iremos abordándolas poco a poco; así nos será más fácil llegar al fondo del meollo.
               -¿Cómo hago la lista?
               -Como tú quieras. Ni siquiera tiene que ser una lista, exactamente. También puedes escribir todo lo que se te ocurra. Escribir puede resultar terapéutico. Yo lo que quiero es que escribas todo lo que te da miedo, con todo el detalle que puedas, para que vayamos tratándolo poco a poco. Considéralo como una especie de diario, o si te resulta más cómodo o sencillo, como una historia.
               Escribir puede resultar terapéutico. Sonreí. ¿De quién me sonaría eso?
               -¿Me estás poniendo deberes?
               -Tampoco es que estés ocupadísimo, ¿verdad?
               -Un poco sí, pero te haré un huequecito.
               -Te veré el lunes, Alec.
               -Traeré mi lista.
               -Iré a verte yo-sentenció, y una sonrisa cálida, genuina, atravesó sus labios-. Es lo menos que puedo hacer.
               Sabrae se puso a dar saltos de alegría cuando regresé de la consulta de Claire. Que hubiera tardado tanto significaba que había aprovechado la sesión con ella, y a pesar de mi aspecto cansado y más enfermo que nunca, me sentía como antes del accidente. Casi invencible, a pesar de que ahora me sabía más vulnerable que nunca.
               Toda mi familia y mis amigos recibieron la noticia de que estuviera abriendo mi caparazón como si fuera lo mejor del mundo. A pesar de que yo me consideraba más bien un masculino y poderoso cangrejo ermitaño, aparentemente era el único que me veía así; el resto del mundo se empeñaba en verme como una tímida y femenina ostra, con una perla en su interior. Sólo esperaba no decepcionarles.
               Me sentí un poco mal cuando les di a mis padres, mi hermana y mi abuela la noticia de que había hablado con la psicóloga y había empezado a hacer avances cuando Mimi se echó a llorar y me abrazó, dándome las gracias por haber cedido por fin. No sé, pensé que a la chiquilla le daba igual que yo hablara menos que un monje budista o más que un rapero en una batalla de gallos.
               Ver lo preocupada que estaba por mi salud mental hizo que me lo tomara todo mucho más en serio, así que decidí que no tenía tiempo que perder: dieciocho años de traumas dan para mucho, así que más me valía ponerme a trabajar pronto.
               De modo que, mientras Mimi se lavaba los dientes y se preparaba para dormir, yo levanté la tapa del ordenador y abrí un nuevo documento en Word. Me quedé mirando la página en blanco, los distintos tipos de estilos, el cursor parpadeando, a la espera de que empezara a filtrarle a todo Internet mis preocupaciones.
               Comencé a teclear. Al principio, puse chorradas, como que no me gustaba cuando los regalices de picapica transmitían su azúcar a los normales. No me gustaban los anuncios en el momento culminante de las películas. Odiaba la sensación de querer ir al baño en el cine, porque sentía que si lo hacía, me perdería algo importantísimo, así que me aguantaba la incomodidad durante más de dos horas, y no disfrutaba de la película.
               Me ponía nervioso cuando se rompían los condones, y más ahora que eso suponía que quien tenía que tomarse la píldora era Sabrae. Ni me entusiasmaba ser padre a mi edad, ni me entusiasmaba tampoco el chute hormonal que le suponía. Por no hablar de que ya se había tomado dos en menos de seis meses, así que ya había cubierto el cupo recomendado del año.
               Tampoco me gustaba que Mimi se empeñara en que no tenía que molestar a Jordan para que la fuera a buscar a ballet cuando salía de noche. No me fiaba de que el tal Trey la acompañara en serio a casa.
               Me agobiaban las películas de miedo que no se ofertaban como películas de miedo. A veces quiero angustiarme un poco y comerme más el tarro pensando quién es el asesino, no que me den infartos en los momentos culminantes de la película.
               Me daba miedo que mi relación con Sabrae debilitara mi relación con Bey.
               Me daba miedo qué iba a pasar con Scott y Tommy cuando salieran del programa y tuvieran que ir de tour. O cuando salieran del programa, simple y llanamente. No quería que se convirtieran en los típicos famosos gilipollas a los que se les sube el éxito a la cabeza, y se creen dioses sólo por saber solfear.
               Me daba miedo que Dylan y mamá se pelearan y ella se encogiera de miedo al recordar lo que le había hecho mi padre.
               Me daba pánico marcharme a África y saber que estaría a mil kilómetros de mamá, dejándola completamente indefensa.
               -¿Qué escribes?-quiso saber Mimi, y yo di un respingo. Ni siquiera me había dado cuenta de que había salido del baño. Estuve a punto de decirle que una historia porno (autobiográfica, como no podía ser de otra manera), o de soltarle que se metiera en sus asuntos, pero, ¿no se suponía que tenía que sincerarme para poder curarme?
               -Mis traumas. Me lo ha pedido mi psicóloga.
               Mimi abrió la boca, exhaló una O silenciosa y se sentó en la cama de al lado con las piernas cruzadas. Parecía esperar más explicaciones.
               -Todas las cosas que me afectan y que creo que debería hablar con ella, porque puede que sean la causa de mi ansiedad.
               -Parecen muchas.
               -Me ha dicho que no me deje nada. Ya sabes-añadí tras una pausa-, mi psicóloga.
               -Sí, Al. Ya te he oído.
               -¿Y no vas a decirme nada?
               Una parte de mí continuaba sorprendida de que nadie se hubiera reído de mí, en plan: ja, ja, Alec está puto chiflado. Está tan mal de la cabeza que tiene que hacer una lista numerada con las cosas que le molestan. Pobrecito. Recemos por él.
               No es que yo fuera capaz de hacerlo con nadie, y menos con mis amigos, pero… una parte de mí sentía que no me merecía que me ayudaran. Y que, ya que lo estaban haciendo, por lo menos debían humillarme de paso.
               -¿Por qué debería hacerlo? Ya sabes que me parece una gran idea.
               -Pero tú antes me vacilabas con cualquier cosa, igual que yo a ti.
               -Tú no me has vacilado nunca con cosas que me parecieran importantes. Y esto es importante para ti. Además… incluso si fuera una perra, cualquiera te dice nada después de todo lo que nos ha costado que hagas terapia. Eres más intransigente que las vías del metro.
               -Sabías que las líneas de metro no son intransigentes, ¿verdad? Se entrecruzan.
               Mimi parpadeó un momento.
               -Bésame el culo-respondió, metiéndose en la cama y apagando la luz.
               -¡Eh! Estoy intentando ganar un Nobel de Literatura aquí.
               -Haberte comprado un portátil con teclado retroiluminado.
               -Algunos nos financiamos nuestros caprichos, ¿sabes? No todos somos unas mocosas consentidas como tú.
               -Que te aproveche tu clase obrera-soltó Mimi.
               -Burguesa.
               -Victimista.
               -Explotadora.
               -Quejica.
               -Caprichosa.
               -Feo.
               -Pato mareado.
               Mimi suspiró.
               -Buenas noches, Al.
               -Buenas noches, Mím.
               -Te quiero.
               -No me extraña.
               Me tiró la almohada y yo me la quedé. Tuvo que venir a por ella, y aprovechó para torturarme dándome un sonoro beso acompañado de un exagerado “¡mua!”. De paso, me dejó las gafas sobre la mesilla de noche.
               Continué escribiendo. Y escribiendo. Y escribiendo. De vez en cuando, me descubría a mí mismo entrando en alguna página de psicología para investigar sobre lo que me había recetado Claire. Me entraban dudas de ortografía, y las buscaba en Google. Se me antojaba comida, y buscaba recetas de nachos en Google. Entré en Instagram y me dediqué a comentar todas las fotos de Sabrae con un montón de corazones y emoticonos de berenjena (dependiendo de lo que procediera; evidentemente, no le iba a poner la puta berenjena del demonio a las fotos que había subido de bebé).
               Cuando vi que había escrito el nombre de Sabrae 748 veces (lo busqué, sí, ya sé que lo mío es más bien de psiquiatra), decidí que era un buen momento para parar y reflexionar. Me puse una serie. Me costó horrores no ponerme Las chicas Gilmore, porque estaba más enganchado que un rockero a esnifar coca del escote de sus groupies, pero como Sabrae me daba bastante miedo, conseguí resistirme.
               Y cuando la pantalla se quedó en negro y vi mi reflejo en la pantalla, supe que, en realidad, lo único que estaba haciendo era escurrir el bulto.
               Postergar lo inevitable.
               Luchar por que no saliera el sol.
               Pero el sol tenía que salir.
               De modo que volví al documento.
               Y empecé a hablar de mi padre. Escribí y escribí y escribí, con la única compañía del sonido de las teclas que iba pulsando y la respiración acompasada de Mimi. Se dio la vuelta varias veces, como acusando el ruido, y yo decidí poner música ambiental para no molestarla. Esbozó una sonrisa en sueños y se acurrucó un poco más sobre sí misma, exhalando un suspiro de satisfacción.
               Busqué la frase “me da miedo no ser un buen hermano” y la borré. Y, después, volví a escribirla en el mismo sitio, y la taché. Eso me causó más satisfacción.
               Ojalá pudiera decir lo mismo de hablar de mi padre.
               Odio que mis primeros recuerdos sean de mi madre llorando.
               Odio que me utilizara para amenazarla.
               Odio que mamá se sienta culpable por lo que nos pasó.
               Odio parecerme a él.
               Me da miedo que vuelva.
               Me da miedo no estar cuando él vuelva.
               Me siento culpable porque mamá ha mandado a la mierda a Aaron.
               Me agobia pensar que no puedo impedir que siga viviendo.
               Odio haberle prometido a mamá que no le haré daño.
               Odio no merecerme a Sabrae si le hago daño.
               Y dale con Sabrae.
               Detesto haber intentado romper con ella por culpa de mi padre.
               No me gusta que me guste mi nombre porque es lo único que conservo de ese tiempo con él. Aparte de a mamá, claro. Pero es que suena tan bien cuando…
               Deja. De. Hablar. De. Sabrae.
               ¿Qué es esto, Alec? ¿Una tesis doctoral sobre ella?
               Pero es que no puedo separarme de ella.
               Me preocupa lo mucho que puedo llegar a depender de Sabrae para quererme.
               Me da miedo que ella encuentre a alguien mejor mientras yo estoy en el voluntariado.
               Me da miedo que me deje. Creo que me volveré loco si llega a hacerlo.
               También me da miedo que siga conmigo por pena.
               Pero más miedo me da que ella siga conmigo por miedo, porque, ¿qué pasa si me vuelvo loco? ¿La asustaría? Odiaría asustarla.
               Y entonces, ahí estaba. La insondable verdad. Tenía el corazón en un puño, los pulmones llenos de arena, la cabeza rebosante de metralla.
               Me aterroriza que mis hijos
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               No quiero ser
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               ¿Qué pasa si he heredado
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               Ser el producto de una
               BORRAR, BORRAR, BORRAR, BORRAR.
               Noté que empezaba a crecer en mi interior. No, no, no, no. La ansiedad. Aquí venía.
               Bajé la tapa del ordenador despacio pero sigilosamente, para no despertar a Mimi. Me quité las gafas y empecé a contar mi respiración, un truco que había visto en un foro de gente que compartía consejos sobre sus ataques de ansiedad. Yo me había registrado y había dicho que mi novia me hacía imaginarme en una playa paradisiaca con ella, y que eso funcionaba. Había recibido 5 votos positivos desde que había colgado el mensaje. Qué gente más maja.
               Intenté concentrarme en Mykonos, describírmelo a mí mismo mentalmente, como si alguien que nunca hubiera estado allí pudiera escucharme. Traté de invocar a Sabrae, pero se deshacía en el aire igual que espejismo de luz.
               Abrí los ojos y cogí mi móvil con la intención de mirar fotos nuestras, lo cual había descubierto que me calmaba, también gracias al foro.
               Y tuve la increíble suerte de tener un mensaje pendiente suyo.

Me voy a dormir ya, sol. Que sepas que estoy súper orgullosa de lo que has hecho hoy. Te quiero muchísimo, y te echo un montón de menos. Ojalá pudiera estar ahí para hacértelo todo un poco más ameno. Ya sabes, es complicado escribir cuando tienes una mano escayolada😉.

Que descanses, mi rey. Te adoro, te quiero, te amo, me apeteces. Nos vemos en mis sueños

               Y un videomensaje suyo sonriéndome y acurrucada en su cama, cerrando los ojos tras tirarme un beso.
               Puedo hacerlo. Puedo hacerlo, puedo hacerlo.
               Abrí la tapa del ordenador y volví a escribir. No fui capaz de afrontar aquella frase, con la que volví a atascarme por la mañana, con el sol ya alto y el hospital desperezándose.
               Tenía la cabeza como un bombo, y no estaba seguro de si se debía a la falta de sueño, el tiempo que había pasado mirando una pantalla, o al hecho de que había estado toda la noche dándome cabezazos contra una pared binaria.
               El caso es que estaba lo suficientemente despistado como para no darme cuenta de a quién pertenecían los rizos negros que brincaron por el pasillo en dirección a mi habitación. Estaba demasiado ocupado viendo cómo parpadeaba el cursor, insultándome con cada cambio: cobarde, traidor, cobarde, traidor, cobarde, traidor.
               El cursor se quedó fijo.
               Cobarde.
               -¡Hola, mi amor! Adivina qué te he traído para desa…-Sabrae se quedó plantada en la puerta, con unos ojos abiertos como platos. Mimi se incorporó, desperezándose.
               -¿Ya es hora de levantarse?
               -¿Qué es eso?-preguntó mi chica, señalándome con un dedo acusador. Parpadeó muy, muy, pero que muy despacio.
               -Gafas-admití con un hilo de voz, de repente consciente de la montura en la parte superior. Me hacían parecer un empollón.
                -Ya. ¿Y esas gafas?-preguntó, acercándose a mí con una mirada asesina. Los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas. Ay, Jesús. Ay, Dios mío. Ay, Señor. Joder. Por favor.
               -Es que… uso gafas. Tengo… la vista cansada. Me duele la cabeza a veces. Las uso para el ordenador. Por el filtro azul, y tal. Es que llevo toda la noche escribiendo, pero si no te gusta cómo me quedan, me las puedo quitar.
               -Mary Elizabeth-dijo Sabrae sin dejar de mirarme. Era la primera vez que llamaba a Mimi así, por lo menos, delante de mí. Mimi se giró-. Sal de la habitación. Finge un desmayo, activa la alarma de incendios, o lo que sea, pero no dejes que nadie nos moleste. En cuanto se vayan las enfermeras, te voy a echar el polvo de tu vida, Alec Whitelaw-me aseguró-. Y no pienso consentir que te quites esas gafas que tan bien te quedan.
               -No he desayunado-protestó Mimi.
               -Estoy bajo de defensas-me excusé yo. Sabrae parecía una depredadora sexual-. Y llevo toda la noche escribiendo.
               -Nada como un buen polvo mañanero para espabilar los glóbulos blancos.
               -Me voy antes de que me viole-soltó Mimi, y echó a correr, literalmente, en dirección al baño. Salió en tiempo récord de la habitación, juraría que incluso en pijama. Sí. Literalmente, se fue corriendo.
               Me encogí en la cama y miré a Sabrae.
               -¿Lo del polvo es en serio? Es que… estoy un poco cansado.
               -¡¡ESTÁS GUAPÍSIMO!!-bramó-. ¡¡TE QUEDAN GENIAL!! ¿Cuánto hace que las llevas? ¿Cómo es que nunca me las habías enseñado? ¡Dios mío de mi vida y de mi corazón, tengo el novio más guapo de la galaxia! ¡¡ME VOY A DESMAYAR!!
               Noté que me ponía rojo como un tomate.
               -¡¡BOXEADOR CHUNGO POR LA NOCHE, CONTABLE SEXY POR EL DÍA!! ¡¡NO SÉ SI PEDIRTE QUE ME PISES LA CARA O QUE ME HAGAS LA DECLARACIÓN DE LA RENTA!!
               -Rápido, dime una cuenta matemática-la insté, envalentonado-. Seguro que la hago súper deprisa.
               -¡Y ENCIMA SABE DE NÚMEROS! A ver, ¿cuánto es cincuenta y tres por cuarenta y ocho?
               Parpadeé.
               -¿Qué tal si eliges algo de la tabla del cero?-le pedí, y Sabrae estalló en una sonora carcajada.
               -¿Ni siquiera del uno?
               -La del uno es demasiado complicada.
               Sabrae se echó a reír, se acercó para darme un beso, y soltó una adorable risita al tropezarse con mis gafas.
               -Error de cálculo. Qué, ingeniero, ¿a cuántos astronautas has mandado al espacio hoy?
               -Me lo estoy tomando de tranquis-ronroneé, apartándole el pelo del hombro y dándole un beso en el cuello. Sabrae se acurrucó a mi lado, miró el ordenador, y cuando se dio cuenta de lo que había en él, apartó rápidamente la mirada para darme intimidad.
               Nena… me muero de ganas porque te ofrezcas a lamerme el culo. No necesitas hacer eso conmigo.
               -¿Cómo lo llevas?
               -Bien.
               -¿La noche ha sido fructífera?
               -Juzga por ti misma-me encogí de hombros. Sabrae miró la pantalla, y abrió la boca, sorprendida, al ver que había escrito la friolera de 24 folios.
               -Jo, Al…
               -No pasa nada. La mayoría son gilipolleces.
               -¿Necesitas terminar?
               -Ya he terminado.
               -Tienes una frase a medias.
               ES UNA PUTA MIERDA SER EL PRODUCTO DE
               Me mordisqueé el labio y, tras mucho pensármelo, decidí que prefería los insultos del cursor a verlo escrito en algún lado. De modo que lo borré. Sabrae hizo una montañita con sus cejas.
               -¿Seguro que estás bien?
               -Eh, si no estuviera bien, ¿haría esto?
               Fui al icono del disquete. Presioné “guardar como”. Seleccioné la carpeta de documentos, creé una nueva a la que llamé “Terapia”, y empecé a teclear el nombre de mi lista. Sabrae contuvo el aliento hasta que vio la primera letra mayúscula intercalada entre las minúsculas.
               Y se echó a reír sonoramente cuando vio el nombre del documento aparecer en la parte superior de la ventana. Puede que hubiera podido conmigo esa noche, pero tarde o temprano, lo conseguiría.
               Lo conseguiría.
               Y entonces, me descojonaría igual que ella de ese documento con nombre “tRaUmiTTa$*~*”.


 
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2 comentarios:

  1. Este capítulo me ha parecido muy interesante y creo que se ha podido ver un cambio importante en Alec. Además, me ha encantado que haya sido justo este el que haya salido en su cumple :))
    Durante todo el principio del capítulo me ha apetecido pegar una paliza a Alec por ser tan imbécil y sinvergüenza, aunque me he reído bastante, no nos vamos a engañar (cuando ha querido emparejar a su psicóloga con Karlie casi me da algo JAJAJAJAJAJAJA).
    Me ha encantado leer el final de la última sesión, estoy segura de que me va a encantar la relación entre Alec y Claire (me ha encantado que la hayas hecho lesbiana la verdad) y tengo muchas ganas de ver cómo se va desarrollando.
    Por otro lado, leer parte de la lista de Alec me ha parecido interesante a la par que triste, aunque cuando he visto que la ha llamado “tRaUmiTTa$” me he meado de la risa.
    Deseando leer el siguiente <3

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  2. Estoy casi llorando con este capítulo, es una transición en toda regla, un punto de inflexión. Me alegra tanto por fin leer este momento que de verdad que se me han saltado las lágrimas como a una tonta a lo largo de la lectura por saber que por fin Alec va a comenzar a evolucionar más que nunca.
    Adoro como has construido al personaje de Claire, por momentos muy pequeñitos me ha recordado al psicólogo que yo tuve hace ya algunos años. Ahora si que poco a poco se acerca cada vez más Africa y estoy ya nostálgica y ansiosa pérdida, qué será de mí cuando subas ese capítulo tía?
    Pd: El momento gafas POR FIN, lo he adorado.

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