martes, 23 de marzo de 2021

Cappuccino.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Intenté por todos los medios recordarme a mí mismo que debía mantener la calma. Que Sabrae, ya de por sí muy intuitiva en lo que a mí respectaba, era capaz de ver los cambios en mi estado anímico como quien ve una película, así que la ayuda que le proporcionaban las pantallas a mi alrededor no me ayudarían a camuflar la angustia que subió a chorro por mi interior.
               Pero era muy difícil.
               Muy, muy, muy difícil.
               No, no, no, no, no… empezaron a rezongar las voces en mi cabeza, un coro infernal compuesto tanto por mis demonios como por aquellas voces que trataban de defenderme de ellos incluso cuando yo sabía que me merecía todo lo malo que me decían. Era mi voz interior, mi conciencia, las voces de mis amigos y demás gente a la que yo quería, modulándose para reproducir la única palabra que le había escuchado a todo el mundo. No puede estar embarazada. No puede estar embarazada. No podemos tener un bebé ahora.
               NO PUEDO SER PADRE.
               NO HE TERMINADO LA TERAPIA.
               NO VOY A SER BUENO PARA ELLOS.
               Y SABRAE NECESITA TENER A ALGUIEN BUENO A SU LADO.
               Dios mío, ¿qué quiere hacer con él? ¿Quiere tenerlo? ¿Quiere abortarlo? Espero que no quiera tenerlo. Estoy fatal de la cabeza; apenas puedo conmigo mismo, ¿cómo voy a ser capaz de cuidar a un bebé? ¿O DE CUIDARLA A ELLA?
               No sabía por qué, pero me preocupaba más por Sabrae, que podía valerse por sí misma, que por un enano cuya agenda se compondría de exclusivamente tres tareas durante meses.
               Además, ¡no tengo un puto penique! ¿Cómo se supone que los voy a cuidar? ¿O a mantener? Entre los viajes y el voluntariado estoy en bancarrota, ni siquiera tengo para pipas, ¿cómo voy a…?
               ¡Ay, mi madre, el voluntariado!
               Sin poder evitarlo, miré mi ordenador, ya componiendo el correo en el que le suplicaría a Valeria Krasnodar que me comprendiera, que estaba a punto de ser padre adolescente, que había tenido un terrible accidente de moto que me impediría reincorporarme a mi puesto de trabajo en una amplia temporada, y que por lo tanto no tenía dinero para cubrir las necesidades de mi pequeña familia inesperada. Asumiría las consecuencias de los daños que le había ocasionado a la Fundación, y me comprometería a devolverle hasta la última libra que había invertido en ellos, intereses e indemnización a considerar exclusivamente por los directivos de WWF incluidos, pero por favor, por favor, necesitaba que me devolvieran todo el dinero que fuera posible, en el menor tiempo que fuera posible.
               Estimada señora Valeria Krasnodar,
               Lamento la tardanza a responder a su correo. Asumo toda responsabilidad de cualquier trastorno que haya podido generarles, a usted y a su Fundación, a la cual respeto mucho. Verá, es que recientemente he sufrido un accidente automovilístico (nada grave; estuve en coma una semana, pero parece ser que no tendré secuelas a largo plazo, más allá de las molestias en los huesos y la posible pérdida de movilidad en el brazo derecho a consecuencia de que una barra de una cabina telefónica me atravesó el hombro como si yo fuera un pincho moruno) que ha trastocado mis planes a corto-medio plazo, por lo que no me sería posible fijar una fecha para mi incorporación al voluntariado hasta dentro de unos meses.
               Lo cual es bastante divertido porque resulta que mi novia está embarazada, así que dentro de unos meses es posible que tenga el doble de su volumen (que, la verdad, tiene bastante gracia, dado que mi novia es minúscula), por lo que, con toda la humildad del mundo, apelo a su sentido de la solidaridad y la empatía, que la caracteriza tanto a usted como a la Fundación a la que representa, para que acceda a liberar el dinero que he desembolsado para el voluntariado, permitiéndome así ocuparme de mi familia.
               Estoy dispuesto a correr con todos los gastos que este cambio de planes genere, así como, por supuesto, devolverle a la Fundación hasta el último penique que ha desembolsado por mí. Intereses incluidos, claro.
               Trabajaré como un negro…
               No, “trabajaré como un negro”, no. Es racista.
               … trabajaré como el que más para saldar lo antes posible mi deuda, del importe que sea. Lo único que no estoy dispuesto a ofrecerle es la vida de mi primogénito, porque resulta también serlo del amor de mi vida, y no puedo hacerle eso a la chica con la que espero envejecer.
               Eso, claro, si no me abandona y establece un régimen de visitas más bien reducido para que no pueda transmitirle a nuestro hijo mi inutilidad congénita. Ni mi estupidez. Ni mi descaro por hacerle esta petición.
               Atentamente y con mucho arrepentimiento por tener que hacerle esta petición,
               Alec Whitelaw.
               PD: En realidad, todo esto del bebé es un favor que el destino le hace a su Fundación. Estoy en una forma física pésima, por lo que le supondría más gasto que beneficio. Créame, no estoy exagerando; antes era capaz de pasarme toda la noche follando, y ahora apenas consigo llegar a las puertas del ascensor de mi planta sin ponerme a jadear como un emú.
               PD2: ¡Suerte con los furtivos! Le enviaré todas las balas que me pida para freír a tiros a esos cabrones.
               PD3: ¿No conocerá usted a alguien que necesite un empleado a tiempo completo en jornada nocturna, verdad? Como le digo, ando bastante corto de dinero, y dada mi pasada experiencia corriéndome juergas hasta las tantas, sé que dormir está sobrevalorado.
               PD4: Por favor, no piense que soy un irresponsable por lo de las juergas. Voy a ser padre, necesito ese trabajo.
               PD5: Que vaya a ser padre con dieciocho años no habla muy bien de mi sentido de la responsabilidad, pero en mi defensa diré que NUNCA he sido yo el que ha tenido la idea de hacerlo sin protección las veces que me he acostado con mi novia sin usar ningún método de barrera. Y siempre he costeado yo la píldora del día después. Mi novia tiene bastante filia con el semen, pero…
                A nadie le interesa lo mucho que os pone a ti y a Sabrae follar a pelo, Alec, me dijo una voz en mi cabeza, y yo volví al momento presente. Sabrae seguía allí plantada, con la caja blanca y azul en las manos en cuenco, como si fuera una estatua de algún templo en cuyas palmas tuvieran que flotar siempre flores de loto bailando al ritmo de una corriente que ni siquiera debía existir.
               Estaba pálida. Estaba pálida y con los ojos abiertos como si hubiera visto un fantasma, y temblaba como una hoja. La caja blanca y azul vibraba en sus manos igual que lo hacía mi móvil en la mesilla de noche cada mañana, cuando mi vida aún no se había ido a la mierda, tenía los pulmones completos (tenía que asegurarme de hacer mención a que me habían extirpado un pulmón en el correo) y no iba a ser padre con dieciocho putos años.
               Dieciocho.
               Putos.
               Años.
               Que Sabrae fuera a serlo con quince me parecía tan grave que prefería no pensar en ello, porque me daría un infarto, en serio. Bastante mal la estaba viendo ya, así que imagínate si estuviera en modo albóndiga con sorpresa en su interior, haciendo los exámenes en dos mesas porque su barriga no le permitía escribir en una, o de…
               De…
               Joder, como se me ocurriera imaginármela de parto, me desmayaría. ¿Mi niña cubierta de sudor, chillando y sacando un jodido ser humano de su interior? ¿Un ser humano de cuya existencia yo tenía la culpa? Ojalá se cagara en mis putos muertos mientras lo hacía. Ojalá me rompiera cada hueso del cuerpo entre contracción y contracción. Me lo merecía.
               Pero ella no se merecía estar así de asustada. De modo que, después de esa apoteósica metedura de pata (apoteósica incluso para mí) que había sido el preguntarle qué coño era esa caja con el test de embarazo, decidí intentar lo que mejor se me daba hacer: ser un payaso, y arrancarle una sonrisa.
               -¿Los souvenirs de Praga no son muy raros?
               Sabrae parpadeó, mirándome como si me viera por primera vez. Pobrecita: acababa de darse cuenta de que mis 22 centímetros de rabo no compensaban mi metro ochenta y siete de subnormalidad olímpica.
               -Alec-dijo, despacio, como si estuviera hablando con un alienígena (efectivamente, así era: todos los hombres venían de Marte salvo yo, que procedía de Gilipollaslandia)-. Tengo… tengo un retraso.
               ¿La frase? Escalofriante. ¿La situación? La peor posible. ¿Mi cerebro? El órgano más inútil que había caminado por la faz de la Tierra.
               ¿Mi lengua? Más peligrosa que las bombas atómicas.
               -¿Y te das cuenta ahora?-solté sin poder contenerme. Me llevé una mano a la boca y miré a Sabrae exactamente como ella me estaba mirando hacía dos minutos. Sin embargo, las comisuras de su boca se elevaron en un intento de sonrisa que no llegó a cuajar del todo. Se sentó en la cama y miró la caja, analizándola sin llegar a entenderla bien.
               Esto funciona. ¡Esto funciona!
               -Sabrae, ¿no estarás preñada?-proseguí, y su cuerpo sufrió un pequeño escalofrío antes de que su cabeza se levantara como un resorte para poder mirarme-. Porque me viene fatal ser padre ahora, la verdad. Con cuarenta años, cuando tenga canas y tal, pues bueno, pero, ¿ahora? ¡Soy un yogurín, Sabrae! ¡¿Sabes lo que me harán las madres en el parque?! ¡Se pondrán de acuerdo para violarme por turnos!
               Creía que lo estaba haciendo bien, de verdad que sí.
               Hasta que Sabrae lanzó un gemido y empezó a llorar de forma incontrolable. Se le cayó la caja de las manos, que se deslizó por las sábanas y cayó al suelo, y exhaló un alarido antes de taparse la cara con las manos y ponerse a sollozar en la más absoluta histeria. Jamás la había visto así de impotente y aterrorizada, y no ayudaba el hecho de que todo aquello fuera culpa mía. ¿Por qué coño no teníamos forma de controlar la fertilidad de nuestros cuerpos? ¿Por qué podía elegir cuándo dormía, cuándo comía, o incluso cuándo iba al baño, pero no podía elegir cuándo dejaba embarazada a una chica, siendo esto mil veces más trascendente que todo lo demás? ¡Debería ser como elegir universidad!
                Volé, literalmente, hacia ella. Salté de la cama igual que los delfines en los espectáculos de acrobacias, y en dos segundos ya la estaba envolviendo entre mis brazos. A pesar de que no me la merecía, ni lo haría aunque viviera mil vidas, Sabrae no me rechazó. Es más: se aferró a mí como quien se aferra a un salvavidas, confiando en que sería capaz de sacarla de aquel problemón en que la había metido.
               -Lo siento. Lo siento muchísimo, mi amor-me disculpé, besándole la cabeza y acunándola mientras ella me empapaba la manga de la chaqueta con sus lágrimas. Una parte cruel y despiadada de mí pensó con sorna que más me valía acostumbrarme a los lloros y a acunar a gente, y me dieron ganas de pegarme cabezazos contra la pared hasta que mi cráneo se fusionara con el cemento-. Por favor, perdóname. No llores, por favor. Soy un gilipollas, no me tengas en cuenta. Te ayudaré en todo, absolutamente en todo, ¿vale? No te voy a dejar sola-le besé las manos mientras ella jadeaba-. Estaré contigo y te apoyaré al cien por cien siempre.
               -No puedo hacer esto, Alec, no puedo-gimió, negando con la cabeza y deshaciéndose en aún más lágrimas.
               -Sí que puedes. Claro que puedes. Eres la persona más fuerte que conozco. Eres una guerrera. Y es tu cuerpo. Tienes todo el derecho del mundo a hacer lo que te plazca con él. Yo voy completamente en serio con eso de que te apoyaré pase lo que pase.
               Levantó la cabeza y me miró con ojos llorosos desde abajo, una postura aberrante para lo que éramos nosotros dos: ella la diosa, y yo su más fiel servidor.
               Sé valiente. Sé valiente por una vez en tu puta vida, Alec. Ya sé que no tienes experiencia, pero ahora no sólo se trata de ti. Tienes que dejar de ser un puto cobarde, me dije.
               Pero era muy difícil pensar que sería capaz de enfrentarme a eso si ni siquiera era capaz de escribir el origen de todos mis miedos, mi angustia más ancestral, para que Claire me ayudara a atacarla. Porque yo sabía que no podíamos atacarla.
               De nuevo, la imagen del cursor parpadeando al final de una frase a medio completar me estrujó el corazón.
               Tienes que hacerlo por ella.
               Le besé la cabeza y tiré de ella para sentarla sobre mis piernas.
               -Ya está. Ya está. Échalo todo fuera, vamos. Ya está.
               Contuve la respiración para poder escuchar con más claridad la suya y asegurarme de que estaba reconociendo con acierto lo que debía reconocer. Me sentía tan impotente como tratando de mover el bloque de agua de una tonelada en el Puente de la Torre. Era un experto sufriendo ataques de ansiedad, pero no calmándolos.
               Y Sabrae estaba sufriendo uno gordísimo. Más me valía preguntarle a Claire cómo hacer para cortarlo de raíz; ni siquiera era por mí, sino por ella. Ahora me sentía incluso más gilipollas que antes: si hubiera aprovechado las sesiones desde el principio, quizá ya supiera lo suficiente sobre mi ansiedad como para conseguir apaciguar un poco la de Sabrae.
               Gracias a Dios, poco a poco fue calmándose sola. ¿Ves como es única en su especie? Absolutamente nadie lo hace como ella.
               Cuando por fin hubo pasado el suficiente tiempo más o menos tranquila como para que considerara prudente hablar, pregunté:
               -¿Cómo te has enterado?
               -Shasha-explicó, sorbiendo por la nariz y limpiándose los mocos con las mangas de su sudadera. Se había puesto la que les había dejado Scott, roja con el logo de Deadpool. Mal asunto-. Anoche le vino la regla, y entonces yo eché cuentas y… caí en que no la he tenido en abril.
               -Pero, por lo demás, estás bien, ¿verdad? Nada de náuseas, ni te duelen los pechos, ni eres híper sensible a los olores.
               Negó con la cabeza y yo le di un beso en la raya del pelo.
               -Bueno, genial entonces. Y, esto… ¿qué quieres hacer?
               Sé que no lo hice con el mayor tacto del mundo, pero necesitaba saberlo. Por supuesto, independientemente de su decisión, yo la apoyaría al cien por cien. Estaría ahí para ella, como me correspondía. Yo la había metido en esa movida, y yo la sacaría de ella.
               Levantó la vista y me miró de nuevo desde abajo.
               -Yo no… aún no lo sé.
               -Ah, vale. Sin problema. No pasa nada. Tenemos tiempo. No tienes por qué decidirlo ahora. Quizá deberíamos descansar un poco, ¿no crees? Han sido un par de días muy intensos. Has subido un montón de cosas, y después de enterarte de esto, bueno, me imagino que estarás agotada. ¿Te apetece que veamos una peli, o una serie? Podemos ver A todos los chicos de los que me enamoré otra vez, si quieres. Te prometo que no protestaré. Incluso… mira, si te apetece, puedo ir a por unos dulces a la máquina expendedora. O incluso llamar a Pauline y que me traiga unos pastelitos. Te vendría bien un poco de azúcar.
               -Tengo que... salir de dudas-se limpió las lágrimas con la manga de la camiseta y miró la caja del test de embarazo como si fuera un animal feo y peligroso, agazapado en el suelo a punto de saltar hacia ella-. No puedo seguir con esta incertidumbre.
               -¿Cómo? Saab, no creo que tengas que decidir ahora lo que quieres hacer. De verdad, tenemos tiempo. Necesitas reposar un poco, sopesarlo todo… salvo que ya estés segura de algo-me miró con sus grandes ojos marrones-. En cuyo caso, por mí no hay problema. Ni la más mínima objeción. Ni a lo uno, ni a lo otro.
               -¿Perdona?
               -Pues que estoy a favor del derecho de la mujer a decidir. Obviamente. Ahora mismo, eh… él, o ella, o… en fin… no es más que un festival de células en tu interior. No tiene derechos; tú, sí. Salvo que tú consideres que sí-me apresuré a añadir-. Después de todo, la vida es un milagro y estamos aquí por designio divino y esas cosas. Eh, no estoy muy puesto en lo que dice el Corán. ¿Dice que tenemos que crecer y multiplicarnos?
               -Alec, sé de dónde vienen los niños, y no es precisamente del Corán-suspiró.
               -Ya. Sería absurdo. No pueden estar hechos de carne y hueso y ser blanditos y monos y berreones si provienen de un libro. Los libros sólo están hechos de tinta y de papel y de los forros que les pongan a las tapas. A mí, personalmente, me gusta cuando es papel plastificado; es mucho más manejable, y un libro es para leerlo. Claro que las tapas duras también están bien para transportar los libros. Son más resistentes. Y el cuero es más elegante. Aunque también huele más con el paso del tiempo. Mi abuela tiene unos libros heredados que están encuadernados en cuero, valga la redundancia, y… perdona, ya estoy otra vez. Hablando como un rapero en una batalla de gallos; no me callo, pero tampoco digo nada coherente.
               Sabrae suspiró de nuevo. Se zafó de mis brazos sin contemplaciones; no con brusquedad, pero sí sin consideración a la posición en la que estábamos, como si mi abrazo no le supusiera consuelo alguno, y se inclinó para recoger la caja del suelo.
               -No puedo postergarlo más. Necesitaba verte antes de…-dio un par de toquecitos con el dedo sobre la tapa de la caja y torció la boca.
               -Antes de ¿qué?-un nuevo ramalazo de ansiedad me recorrió de arriba abajo cuando vi que se dirigía al baño. ¿Es que acaso había comprado… algo abortivo? ¿Y pretendía meterse en el baño y practicarse un aborto ella sola? ¿Había pastillas que hicieran eso?
               Sin poder frenarme, me puse en pie. La sola idea de que se metiera en el baño y pasara por eso sola era suficiente para trastornarme. Más de lo que ya estaba, quiero decir.
               -Alec, ¡tu pierna!-verme en pie pareció espabilarla un poco, pero, la verdad, me importaba tres cojones mi bienestar ahora mismo. Lo único que me importaba era ella.
               -¿Qué vas a hacer? No pienso dejar que entres en ese baño tú sola, y menos si lo que pretendes es abortar. Quizá te duela.
               -¿Abortar? ¿Por qué crees que quiero abortar?-parecía genuinamente confusa, como si tener un hijo con quince años y su novio con claras deficiencias mentales fuera el sueño de toda adolescente.
               -Ah, que… ¿lo quieres tener?-y entonces, ¿por qué coño iba al baño? ¿Qué tenía que hacer ahí?-. ¡Ojo, que me parece perfecto, ¿eh?! Yo a tope con los bebés, ¡son monísimos! Todos somos bebés. Literalmente. No somos más que bebés grandes. Además, incluso si no fueran necesarios, la verdad es que son tope simpáticos. ¡En fin! ¿Qué decirte de los bebés? Pues que son una pasada. Y seguro que el nuestro es tope guapo. Con la madre que tiene… quizá nos salga un poco más clarito por mi culpa, pero yo me pongo moreno con mucha facilidad, así que seguro que no se nota que sois de colores diferentes. ¡O puede que sea capaz de ponerse más moreno que tú! Estará guay descubrirlo, ¿no te parece? Además, tú vas a ser una madre de diez, nena. Te van a tener una envidia de la leche el resto, con lo joven y guapa que eres. Y seguro que el crío nos sale listísimo. Puede que podamos meterlo en un programa de altas capacidades de estos que…
               No, si al final, iba a hacerme ilusión y todo tener un crío con DIECIOCHO PUTOS AÑOS.
               -Al…-Sabrae no podía disimular lo preocupada que estaba por mi estabilidad mental. Por la cara que me puso, pensé que iba a decirme que venían… no sé, quintillizos o algo así. ¿Podía saberse ya con los test? Igual las embarazadas de gemelos no tienen las mismas hormonas que las de un solo bebé, o las de veinte. Dios mío, ¿habría alguna desgraciada que hubiera parido veinte bebés de una sentada?
               Lo dudaba; si alguien fuera capaz de hacer algo así, conoceríamos su nombre. Aunque fuera por chistes misóginos.
               -… ni siquiera estoy segura de si estoy embarazada-continuó, pronunciando despacio y con claridad, como haces con un extranjero que claramente no domina tu idioma. Pestañeé.
               -¿Uh?-bueno, ya había asumido que me parecía más a un gorila que a un humano; no sólo tenía sus capacidades mentales, sino que emitía sus mismos sonidos.
               -Voy a hacerme el test-explicó Sabrae, levantando la mano, que por un instante no tembló. Me la quedé mirando.
               Y entonces, me di cuenta de que la caja brillaba de un modo especial.
               Un modo especial que indicaba que no le habían quitado el precinto de garantía. Todavía venía envuelta en plástico.
               -Ah-me senté en la cama-. Ah. Ah, vale. Vale, vale, vale, valevalevalevale-asentí, notando una tirantez sobre la piel muy parecida a la de llevar mascarillas hidratantes (Sabrae me había convencido una vez para probarlas, y el cutis que me había dejado no lo había tenido ni cuando nací) cómo mi boca se curvaba en una sonrisa.
               Y me empecé a reír, histérico. ¿Pastillas abortivas? ¿En serio, Alec? Joder, macho, eres putísimamente imbécil.
               -¿Alec?-preguntó Sabrae, sus cejas haciendo una montaña escarpada justo sobre su nariz mientras yo me descojonaba a mandíbula batiente.
               -¡Perdón! ¡Perdón, es que…! ¡Pensaba que…! ¡JAJAJAJAJA! ¡Dios mío, soy súper imbécil! ¡¡SI TIENE PRECINTO!!-señalé la caja y me reí con más fuerza. Tanta, que me crujieron las costillas- ¡Creía que te lo habías hecho ya, y que ya sabías que lo estabas, y que…! ¡Bueno, que cuando me dieran el alta, tendríamos que ir a escoger cunas, y esas historias! ¡O que ibas a practicarte un aborto con alguna pastilla, como quien se toma un medicamento para curarse el dolor de garganta! ¡SI SUPIERAS LO QUE SE ME HA PASADO POR LA CABEZA!-aullé, inclinándome hacia atrás y tronchándome de la risa-. ¡JODER, ES QUE SOY RETRASADÍSIMO!
               Sabrae se acercó a mí, me cogió de las manos y me dio un beso en los nudillos.
               -Mi amor, lo siento muchísimo. No debería haberte dado ese susto, es que…-se le volvieron a humedecer los ojos y yo dejé de reírme en el acto. Sabrae pasándolo mal no era motivo de cachondeo para mí-. No podía hacerme el test en Praga, lejos de ti.
               -Ni yo que te lo hagas sola-aseguré, acariciándole los labios con el pulgar y descendiendo por su mandíbula.
               -Oh, Al… no estaría sola. Estaría con Momo y con Shash.
               -Con “sola” me refería a “lejos de mí”.
               Sabrae sonrió.
               -Eres un sol.
               -No soy un sol, sólo cumplo con mi deber. No quiero que… no quiero que pases por nada de esto sola, ¿vale? De hecho… me gustaría… si te parece bien…
               -¿Sí?
               Sus cejas eran dos arcos, haciendo de su cara la bóveda más hermosa que ninguna construcción hubiera visto nunca.
               Nunca había hecho a una tía mear delante de mí mientras se hacía un test de embarazo, a pesar de que tenía más experiencia de la que me gustaría interpretando esos pequeños demonios. Sí que hacía que se tomaran la píldora del día después delante de mí, pero porque quería asegurarme de que no tenían excusa para tratar de endosarme un crío que no fuese mío. Sin embargo, si alguna de ellas hubiera dado positivo… creo que sí que les habría hecho repetir la prueba conmigo delante. ¿Soy un paranoico y un cabrón? No lo dudo.
               Pero con Sabrae, no. Ahora, no quería estar con ella para asegurarme de que era ella la que meaba, o el test que acababa de hacerse el que me enseñaba, y no uno que se hubiera sacado del bolso. Estaba dispuesto a entrar en el baño con ella.
               Y quería estar ahí para apoyarla. No quería que pasara por eso sola.
               -¿Te importa si entro al baño contigo? Quiero… quiero poder cogerte de la mano en todo momento, por si tienes miedo. Incluso si no lo tienes…
               -Lo tengo. Muchísimo-me confesó, y yo suspiré.
               -Menos mal, porque yo estoy cagado. Me alegra saber que no soy el único aquí-me reí, y ella conmigo. Le aparté el pelo de la cara y me la quedé mirando. Buceamos en la mirada del otro un ratito, disfrutando de un momento precioso en otro no tanto.
               Y, por un instante, los dos deseamos que fuera verdad. Los dos deseamos, por un instante en el que no existían los problemas ni las preocupaciones ni las renuncias ni la obligada madurez que suponía un bebé, que Sabrae llevara en su vientre el fruto de mi semilla. Tener algo nuestro, de los dos, a lo que no podríamos renunciar ni aunque quisiéramos.
               Que Sabralec fuera algo físico. Que fuera verdad.
               Fue un único instante, y un sueño producto de un rinconcito de nuestras almas. A pesar de que seguíamos aterrorizados, en ese pequeño rincón crecía un brote de esperanza, y puede que también de locura.
               Ambos decidimos a la vez aferrarnos a ese brote si el test resultaba positivo.
               -Ven-me invitó ella, tirando suavemente de mí, mirándome a los ojos con la misma expresión dulce y tierna con la que me había hablado. Había sido la misma voz que me había invitado a su habitación, a su cama, a su vida y a su corazón. Supe que la seguiría hasta el fin del mundo, incluso si el fin del mundo era un pequeño palito de plástico que nos confesaría nuestro futuro.
               Con el chasquido de la puerta del baño indicando que nos habíamos quedado solos todavía resonando en nuestros cuerpos, Sabrae y yo nos miramos a los ojos un momento. La confianza que había entre nosotros hacía que no nos preocupara la reacción del otro a lo que podía pasar a continuación, pero eso no hacía que la situación en sí no nos pareciera un gigante cuyo rostro ni siquiera podíamos llegar a ver. Un movimiento mecánico nos hizo mirar la taza del váter con la tapa bajada, a modo de asiento para todo aquel que necesitara un momento de tranquilidad. Si los azulejos del baño no tuvieran el efecto de reverberar mis gemidos de dolor cada vez que me movía, me pasaría allí más tiempo que en ninguna otra habitación.
               Sabrae tomó aire, lo expulsó lentamente, y trató de rasgar con manos temblorosas el envoltorio de plástico de la caja. Como vi que no era capaz de hacerlo después de varios intentos frustrados, en los que hizo girar la caja entre sus dedos como si fuera un cubo de Rubik de veinte caras en vez de seis, y tonos de gris en vez de colores primarios, le retiré la caja y me ocupé de abrirla yo. Me costó más de lo que me había costado otras veces que había hecho eso mismo, supongo que por la pésima condición de mis dedos y lo muchísimo que había en juego.
               Sabrae levantó la tapa del baño, se quedó mirando el hueco del desagüe, y se llevó una mano a los vaqueros. Pensé en ayudarla también a desabrocharse el cinturón, pero deseché la idea al no querer que ella pensara que quería que se diera prisa. Por mí, como si teníamos que salir de dudas esperando encerrados en ese baño durante nueve meses.
               Aparté la vista para darle intimidad después de sacar el palito de plástico azul y blanco de su envoltorio y tendérselo, para que Saab pudiera metérselo entre las piernas sin sentir mi mirada invasiva haciéndola más pequeña incluso de lo que ya lo era. Nunca la había visto tan pequeña, tanto en el tamaño como en la juventud.
               Noté que sus ojos me buscaban en el reflejo del espejo. A esa altura, su cara estaba más o menos al mismo nivel que mi cintura. En cualquier otra circunstancia me habría puesto a pensar en lo increíble que habría sido sentir su lengua en mi entrepierna, dándome todo el placer que llevaba tanto tiempo deseando.
               Ahora, sin embargo, en lo único en lo que podía pensar era en que ella se encontrara bien. Todo lo demás era secundario.
               Sabrae cogió el palito de mis manos y se lo pasó entre las piernas.
               Y se aferró con fuerza a mi mano, que le había dejado al lado para que la cogiera si así lo deseaba. Nos miramos a los ojos un instante, con el aire vibrando a nuestro alrededor como si estuviéramos en medio de un edificio en plena demolición. Tragué saliva. Sabrae se relamió los labios.
               Luego, agachó la cabeza y tomó aire. Suspiró lentamente mientras yo apartaba la mirada de su cuerpo del color del café, preguntándome cómo sería un bebé de los dos.
               Me gustaría que en algún momento tuviéramos una niña de color cappuccino. Que se pareciera a Sabrae. Que no sacara absolutamente nada de mí, al margen de mi afán por proteger a su madre.
               Sabrae emitió un gemido y yo dejé de pensar automáticamente en un futuro al que no quería renunciar, pero que quería que siguiera siendo futuro unos cuantos años más. Al menos, hasta que yo pudiera arreglarme la cabeza en la medida de lo posible. Por lo menos, hasta que fuera capaz de ahorrar para darles el hogar que ellas se merecían. Ahora que necesitaba sacarme una carrera. Necesitaba un trabajo en condiciones; con ser repartidor de Amazon te llegaba para financiarte cómodamente las juergas (con la pequeña ayuda que te proporcionaban manteniendo tu moto por ti, y emborrachándote en aquellos locales en los que no pagabas por consumir), pero no para ponerte comida sobre la mesa y conseguir un techo bajo el que cobijarte.
               -¿Estás bien?
               -Es que no me sale-jadeó ella, negando con la cabeza-. No mires.
               -No miro-asentí, levantando la cabeza hacia el techo y dedicándome a contar opciones de carreras en las que la nota de corte fuera asequible para mí. Claire decía que tendía a obsesionarme demasiado con las cosas que creía fuera de mi alcance, lo cual me impedía ver la gran variedad de opciones que sí consideraba alcanzables. Tenía mucha tendencia a minusvalorarme, según ella, porque alguien que sabe tres idiomas como yo lo hacía (no le había dicho nada de que, en realidad, se me daban bastante bien y dominaba diez), no debería tener demasiadas dificultades en conseguir buenos resultados académicos. Simplemente necesitaba encontrar una buena motivación.
               El problema es que lo único que me motivaba eran las tetas de Sabrae, y llevaba demasiado tiempo sin verlas.
               Ah, sí. Claire también decía que tenía que dejar de ser tan sarcástico. Decía que hacía orbitar mi vida demasiado en torno al sexo, algo muy típico de personas con baja autoestima. Claro que, ¿cómo iba a tener yo baja autoestima, con lo buenísimo que estaba? Si no fuera completa y absolutamente heterosexual, estoy seguro de que verme desnudo en el espejo me pondría cachondo. ¿Se pondría cachondo a sí mismo alguien que no se quería?
               Tu baja autoestima no reside en la forma en que percibes tu físico, sino en cómo estás seguro de que es lo único de ti que merece la pena, me había dicho Claire una vez.
               Ojalá pudieras verte como te veo yo me decía Saab siempre que hablábamos de mí, normalmente después de una buena sesión de sexo que conseguía soltarme la lengua, besándome el pecho y acurrucándose contra mí, y te dieras cuenta de que eres incluso más guapo por dentro de lo que lo eres por fuera.
               Claro que ninguna de los dos sabía lo que yo tenía dentro. La auténtica verdad. La verdad indiscutible.
               -Nada-jadeó de nuevo Sabrae, soltándome la mano y negando con la cabeza. Se abrazó el vientre y su melena salió disparada en todas direcciones cuando negó de nuevo con la cabeza-. No puedo hacer pis contigo aquí. Necesito que salgas.
               -¿Seguro?
               Sabrae asintió con la cabeza, los ojos cerrados, el gesto de concentración que tenía cuando trataba de memorizar algo más acentuado que nunca. Creo que nunca la había visto tan centrada en conseguir algo, y que ese algo fuera tan simple como una necesidad fisiológica suya hacía que me sintiera más miserable aún.
               Sabrae y yo no habíamos tenido problemas en usar el baño estando el otro presente mientras estábamos en Barcelona, así que mi integridad física no era lo único que había cambiado desde el viaje.
               Con una piedra en el estómago haciendo que cada paso me costara un triunfo, salí a la habitación.
               Y me dediqué a volverme loco. Ahora que ella no estaba delante para ver mis reacciones, mi ansiedad o mis preocupaciones, cada bocanada de aire que tomaba era un suplicio. Era fuego puro, más caliente incluso que el que componía al sol. Ella ya no era la lluvia que convertía la luz en hierba, de modo que mi piel no era más que un terreno abrasado, yermo e incandescente.
               Tienes que centrarte. Tienes que centrarte. Tienes que centrarte. Tienes que centrarte.
               Me pasé las manos por el pelo, emití un gemido de frustración por la manera en que empecé a temblar e hiperventilar, y me dediqué a pasearme por la habitación como un león enjaulado. Al otro lado de la puerta, Sabrae estaba pasando por uno de los momentos más importantes y duros de su vida, y yo no podía estar con ella. Tenía que dejarla sola, abandonada con algo que yo también había hecho, y de lo que yo tenía tanta culpa (o más) que ella. Me había acostado con demasiadas chicas como para no follar lo bastante bien como para que ella se volviera adicta al sexo, y por mucho que hubiéramos evolucionado y ahora lo entendiéramos como una de las actividades más placenteras que existe, no dejaba de tener el sentido que le daban el resto de los animales: procrear.
               Perpetuar la especie.
               Embarazos que te desbarataban los planes y crías que hacías que te lo replantearas absolutamente todo. Como qué hacer con tu vida, cómo mantenerlos, de qué manera puedes conseguir recuperar los miles de libras que has invertido en ir a corretear detrás de las cebras en una de las millones de reservas de la naturaleza que hay en el mundo… joder, es que no podía creerme que fuera a tratar de cuidar de animales que se contaban por miles, y pudiera dejar a Sabrae desamparada. Sabrae, de la que sólo había una.
               Me abalancé hacia mi móvil y entré en la aplicación de correo, rezando para que me viniera la inspiración y pudiera recuperar la mayor parte posible de los ahorros que había invertido en ir a hacer el gilipollas en el único continente del que procedíamos todos los seres humanos.
               Justo cuando encontré el correo de la representante de la World Wildlife Foundation, por el rabillo del ojo vi el mensaje que había recibido con una hora de anterioridad, y al que no le había hecho el menor caso: un vale de descuento del Foster’s.
               Si no hubieran estado las cosas como estaban, habría borrado el correo sin más, lamentando no poder irme a disfrutar de una cena en condiciones con mis amigos o con Saab. Esto de estar ingresado era una puta mierda, y bastaba con que no pudieras ir para que todos los restaurantes te enviaran cupones diciendo que te echaban de menos, y te invitaban ellos.
               Pero se me encendió la bombilla. No estaba en condiciones de tratar de negociar una rescisión de mi voluntariado con una señora que sólo sabía de mí que era un dejado al que no había manera de sonsacarle en qué fecha iba a incorporarse a sus filas, pero sí de tratar de compensar a Sabrae por todas las mierdas por las que le estaba haciendo pasar. ¿Cómo lo haría?
               Con la segunda mejor manera de disculparme que tenía: con comida.
               Entré en el menú de la aplicación, seleccioné el brownie (quizá le gustara más la tarta de queso, pero quería ir sobre seguro) y, tras considerar la posibilidad de que no hubiera comido nada, tanto por lo preocupada que estaba como por la hora a la que había llegado, decidí pedirle también unos nachos.
               Analicé con cuidado los ingredientes, preguntándome si habría algo que les resultara perjudicial a las embarazadas (procuré no desmayarme) y, tras decidir que tenía que mantener una actitud positiva y pensar que esta comida sería de celebración y no de consuelo, realicé el pedido. Tecleé la dirección del hospital, especifiqué en las instrucciones que necesitaba que lo enviaran lo más rápido posible, y dejé caer el móvil sobre la cama mientras la pestaña de progreso se actualizaba, indicándome cómo iba la comida. Cogí un billete de diez libras de la cartera (el último que me quedaba) y me dirigí a toda velocidad a la máquina expendedora de dulces. Le cogí una botella de agua mineral fría, un zumo de piña y un paquete de pipas a Sabrae, y un paquetito de regalices para mí mientras las enfermeras me chillaban qué hacía fuera de la habitación, sin muletas y descalzo. Las ignoré lo mejor que pude y regresé como un ciclón a la habitación. Le eché un vistazo a mi móvil; me alivió un poco comprobar que el proceso había avanzado bastante en el escaso periodo de tiempo que había pasado en el pasillo (habíamos pasado de “¡en los fogones!” a “¡emplatando!”).
               Creo que funcionó el hecho de que los sobornara diciendo que dejaría que no me aplicaran el descuento a cambio de que fueran rápidos.
               Y me acerqué a la puerta del baño. Contuve la respiración, manteniendo a raya mis pensamientos más intrusivos y venenosos gracias a mi ansiedad: lo único que me importaba más que lo mucho que no me merecía a Sabrae y lo cabrón que era por estar haciéndola pasar por esto, era precisamente ella.
               -¿Saab? ¿Estás bien? ¿Necesitas que te traiga un vaso de agua?
               -Ya he bebido un poco del grifo.
               Puse los ojos en blanco. Era terca como una mula. Con lo fácil que habría sido…
               Mis pensamientos se detuvieron en seco en el momento en que escuché un suave goteo al otro lado de la puerta. Aguanté la respiración. Mis demonios y mis ángeles se quedaron callados, expectantes.
               Sabrae sorbió por la nariz. Cortó un poco de papel higiénico. Se incorporó. Dejó algo sobre el lavamanos. Se subió los pantalones. Se abrochó el botón. Se subió la cremallera. Tiró de la cadena.
               Y se quedó dentro.
               Estiré la mano para abrir la puerta, y mis dedos estaban a centímetros del pomo metálico cuando un pensamiento me partió en dos.
               Vas a quitarle el futuro. ¿También quieres quitarle el presente?
               Con el peso del mundo sobre mis hombros, dejé caer la mano y me limité a esperar a que saliera, preparándome para lo peor: que se echara a llorar, me empujara y me dijera que me odiaba, que era un cabrón, que no podía haberle hecho esto, que no quería tener que pasar por algo así a su edad, y mucho menos conmigo.
               Noté cómo se me agolpaban las lágrimas en los ojos, nublándome la vista y también el sentido. La piedra de mi estómago se desmenuzó en mil guijarros que ascendieron completamente ajenos a la gravedad para poder instalarse en mis pulmones. Empezó a disparárseme el pulso. Empecé a ver puntitos en todo mi campo de visión. Los bordes de éste se oscurecieron.
               -Serás hijo de puta. Serás hijo de puta-sollocé por lo bajo-. No te atrevas a tener un puto ataque de ansiedad ahora. No te atrevas…-jadeé, intentando pensar en otra cosa, en lo que fuera, cualquier cosa con tal de no obsesionarme con la forma en que se me estaba desbocando el corazón y se me hacía superficial la respiración.
               Te mereces ahogarte. Te mereces ahogarte y morirte y que ni siquiera reclamen tu cadáver, grandísimo hijo de la gran puta, putísimo desgraciado de mierda.
               Eres una mierda. No te mereces existir.
               Cabrón de los huevos… ¿precisamente tuyo tiene que ser? ¿Tuyo, que no sabrás ser un buen padre en tu puta vida? ¿Que jamás estarás a su altura? ¿Que le harás exactamente lo mismo que tu padre le hizo a tu madre?
               Es una niña. Es una puta niña. Es una puta niña, y tú la vas a destrozar. Le vas a destrozar la vida y la vas a destrozar a ella.
               Para, surgió una voz entre las demás. Intenté concentrarme en ella, pero los susurros eran demasiado fuertes. Alec, para. Ahora, la voz estaba más cerca.
               No fue hasta que pronunció las palabras mágicas que no identifiqué su cara: sus ojos marrones, con motitas doradas y verdes; el pelo negro, la piel canela, el piercing en el labio.
               Me prometiste que la cuidarías, me recordó Scott.
               Sí. Sí, es verdad. Le prometí que la cuidaría. Y yo cumplía mis promesas.
               De modo que recuperé las riendas de mi estúpido cuerpo rebelde y dejé de jadear. Se me despejó el campo de visión y el mundo dejó de vibrar a mi alrededor, completamente nítido de nuevo.
               -Puedes con esto-me dije-. Eres el Alec de Sabrae. Así que vas a estar a la altura.
               Si Sabrae no hubiera visto en mí que era capaz de ponerme a su nivel, ni siquiera me habría dado la oportunidad de tocarla. Nunca.
               Intenté grabarme eso en lo más profundo de mi subconsciente, desmenuzar la frase y darle vueltas y vueltas, dándole el mismo significado pero con palabras diferentes. Claire me había enseñado que repetir algo como si fuera un mantra podía hacer que perdiera todo su significado, y terminara prestándole la misma atención que a los ruidos de fondo que había siempre presentes, pero que elegíamos no oír. Me había explicado que, si les hacía caso a mis demonios, era porque ellos siempre me atacaban por un lado que yo no esperaba. Nunca se repetían, a pesar de que siempre me decían lo mismo, de modo que yo tenía que hacer lo mismo.
               El pomo de la puerta se giró con un nuevo chasquido, dejando aparecer a Sabrae al otro lado. Estaba mirando el test como si de su contacto visual dependiera el resultado.
               -¿Y bien?
               -¿Mm?-preguntó sin mirarme.
               -El test, ¿qué ha dado?
               -Tenemos que… esperar-dijo, y por fin, levantó la vista. Se puso blanca como la cal-. ¡Alec! ¡¿Qué haces de pie sin muletas?! ¡Tu pierna!
               -Me importa tres cojones mi pierna ahora mismo, ¿cuándo coño vamos a saber el resultado?
               Los test que había visto en otras ocasiones, de tías que me habían llamado agobiadísimas y achacándome una paternidad que yo, la verdad, cuestionaba (es decir, ¿qué posibilidades había de que no me diera cuenta de que se había roto el condón cuando lo examinaba después de follar como un mandril? Puede que sea un sinvergüenza cuando tengo el rabo empotrado en una tía, pero no cuando compruebo si mi chubasquero es realmente a prueba de lluvia), eran prácticamente instantáneos. En lo que ellas tardaban en limpiarlo, ya aparecían las dos rayitas verticales u horizontales, daba lo mismo.
               El de Sabrae, sin embargo, era de una gama un poco más alta. Cómo yo.
               -No lo sé. Un poco. Lo he comprado de esos que te dicen si estás embarazada o no con palabras. Y que te indican también el tiempo-explicó, sonrojándose.
               -Como buena niña rica que eres-sonreí, pasándole el brazo por los hombros y dándole un beso en la cabeza. Sabrae cerró los ojos para perderse un momento en el abrazo, y luego, miró de reojo el test. En una pantalla parecida a la de los termómetros digitales parpadeaba un reloj de arena.
               No sé por qué, recordé la vez en que Pauline había tenido una falta. Se me habían puesto los huevos de corbata pensando en lo que pasaría a continuación, básicamente porque sus padres no sabían que el chaval que les traía las materias primas le daba la suya propia a su hija, así que había doble problema: decidir qué hacíamos con el crío, y sobrevivir a la paliza que me darían los abuelos de mi primogénito.
               Y ese pánico no era nada comparado con lo que estaba sintiendo con Sabrae. Zayn no sólo me destrozaría, sino que se aseguraría de hacer una canción hablando de cómo yo era un hijo de puta que había dejado preñada a su nenita para que todo el mundo supiera la clase de escoria que era yo. Y, con la suerte que tenía yo y el talento que tenía él, fijo que le daban otro puto Grammy. Por lo menos tenía el consuelo de que no sería la primera persona a la que destrozan a cambio de un premio de alta gama.
               Me parecía surrealista que hubiera considerado la posibilidad de compartirla con alguien, e incluso planteárselo, hacía tan solo media hora, cuando por fin nos habíamos quedado solos. Nunca pensé que tuviera que hacerme hueco en la agenda de Sabrae peleándome con otra persona, ya no digamos con un bebé.
               Noté que Sabrae comenzaba a hacer un poco de fuerza contra mi pecho, como si quisiera que nuestras costillas encontraran la manera de encajar y nos quedáramos así, enredados en un cálido y reparados abrazo, hasta que el mundo se desintegrara a nuestro alrededor.
               Me di cuenta de que me estaba empujando sutilmente hacia la cama cuando me dio un beso en el pecho y agarró el colchón para que no me deslizara irremediablemente hacia el suelo. Me reí entre dientes y buceé en sus ojos de niña buena, con una expresión inocente de no haber roto un plato en toda su vida.
               -¿Qué pretendes?-pregunté-. ¿Me estás empujando hacia la cama por algo en concreto?
               -Quiero que descanses-ronroneó con voz de listilla-. No te viene bien estar de pie sin ningún apoyo, y lo sabes.
               -Yo ya tengo mis apoyos-coqueteé, jugueteando con su pelo, alejándole los mechones del cuerpo sólo para disfrutar de cómo caían en una parábola de nuevo en su espalda, irremediablemente atraídos hacia ella, igual que yo.
               Sabía que no me la merecía, que estaba acaparando demasiada suerte por tenerla, pero… cuando tienes a alguien que te pone por delante de ella misma en su lista de preocupaciones, es muy difícil no sonreír al sentirte en una nube.
               -No me refería a esa clase de apoyos-contestó con los ojos brillantes, una luz preciosa en su interior. Por favor, no se la quites, le susurré al universo. No dejes que le apaguen los ojos, ni siquiera yo.
               ¿Y si de verdad lo estaba? Se suponía que las embarazadas estaban más guapas que de normal. Claro que yo siempre veía a Sabrae más guapa que la vez anterior en la que había estado con ella, así que… si estaba en estado o no, lo cierto es que no influía.
               -Siéntate bien-me pidió, y yo hice una mueca.
               -Sí, mami.
               Esta vez, la de la mueca fue ella. Iba a decirle que quizá le valiera más ir acostumbrándose a responder a ese nombre, pero viendo cómo su semblante se oscureció al recordar otra vez en qué situación nos encontrábamos, decidí dejarlo estar. Si la situación fuera a la inversa, ella me dejaría todo el margen que yo necesitara.
               Igual que una pompa de jabón cuando una partícula de polvo la embiste, la burbuja de relajación y efímera felicidad en que nos habíamos sumido explotó. La única lluvia de purpurina que nos dejó vino en forma de reloj de arena, que seguía parpadeando en la pantalla del test de embarazo.
               Me tumbé en la cama y Sabrae se sentó a mi lado, ella mirando la pantalla del test, yo mirándola a ella. Me dediqué a juguetear con su pelo, algo que nos relajaba a ambos, hasta que ella, la valiente de los dos, se atrevió a formular la pregunta que a los dos nos aterrorizaba.
               -¿Qué hacemos si da positivo?
                
 
Mi pregunta flotó entre nosotros en un eco de locura. Era la única manera de describirlo que se me ocurría: una locura, algo tan surrealista que mi cerebro era incapaz de procesarlo bien, y asignarle una reacción acorde a  lo que se nos venía encima. Me sentía como si estuviera en la orilla del mar, con las olas acariciándome las puntas de los pies, incapaz de moverme mientras el horizonte se levantaba en un muro de espuma y algas, a pesar de que sabía que lo que se me venía encima era un tsunami.
               Alec dejó de juguetear un momento con mi pelo, distraído. Me odiaba por haberle puesto en esta situación, en la que tenía que lidiar solo con unas emociones que a mí se me estaban comiendo viva, y que a él le estarían desintegrando por dentro. Detestaba haber tenido que pedirle que saliera para poder hacer pis, e incluso había hecho el mayor esfuerzo de mi vida tratando de extraer de mí aunque fuera sólo unas gotas, porque sabía lo que le pasaría a Alec en cuanto le dejara solo.
               Lo que le había pasado.
               Un ataque de ansiedad. Aunque, milagrosamente, se las había apañado para controlarlo. Supongo que ya tenía experiencia manteniendo el tipo ante el resto del mundo, aunque yo detestaba que se viera abocado a esos extremos. Quería que explotara conmigo, que podía hacer que sobrellevara esos arrebatos de pánico que le daban, en lugar de que se lo guardara todo dentro para no preocuparme, porque indudablemente todo eso que tenía terminaría desbordándose por algún lado.
               Había estado a punto de abrir la puerta y abrazarle, decirle que no pasaba nada, que bebería y bebería y bebería hasta reventar, hasta que ya no me importara nada más que mi vejiga hinchada, pero él se había calmado en el momento justo en que mis dedos se cerraban en torno al pomo de la puerta. Y, luego, se había marchado. No sabía adónde, ni a qué, pero que hubiera puesto una distancia entre nosotros me hizo pensar con más claridad, y darme cuenta aún más de lo pésima que era la situación en que nos encontrábamos, del mal que le estaba haciendo: Alec nunca se alejaba de mí si creía que yo le necesitaba.
               Así que, si lo había hecho en el momento en que más teníamos que estar juntos, era porque no podía más. Ni física, ni mental, ni emocionalmente. Lo había llevado a un límite al que nadie más le había empujado; incluso cuando su padre había venido a visitarlo, había sido capaz de mantenerse a mi lado por pura fuerza de voluntad e instinto de protección hacia mí. Eso evidenciaba en qué posición ocupaba yo en su escala de vulnerabilidad: yo era quien podía hacerle más daño, más incluso que la encarnación de sus traumas y sus terrores más profundos.
               -Tú, matricularte en el insti a distancia-sentenció después de un momento de silencio en el que yo me replanteé absolutamente todo, incluso mi propia existencia-. Y yo, darme de alta en InfoJobs.
               Lo había dicho como quien habla del tiempo, como si estuviéramos decidiendo si pasábamos el fin de semana en una escapada en la montaña o en la playa, si tomábamos carne o pescado al día siguiente.
               Estaba intentando tranquilizarme.
               -Alec, lo digo en serio-murmuré, mirando de nuevo el test de embarazo. El puñetero reloj seguía parpadeando y parpadeando, ajeno a lo que nos jugábamos mi novio y yo.
               La principal razón de que hubiera querido esperar para hacerme el test ya se la había contado: no quería enterarme de que estaba embarazada tan lejos de él que tuviera que recurrir a un avión para poder escabullirme entre sus brazos. Sin embargo, que aquella fuera mi motivación principal no significaba que fuera la única. Había un sinfín de detalles que se arremolinaban en torno a ese pequeño pedazo de plástico que analizaba las hormonas corriéndome por el torrente sanguíneo como polillas alrededor de una luz de verano, pero todas podían resumirse en una sola.
               Yo no quería tener un bebé. Era demasiado joven, tenía muchas cosas que hacer, y la maternidad no entraba en mis planes. Si el test daba positivo, estaba segura al noventa y nueve por ciento de que daría marcha atrás a todo esto.
               Pero ese uno por ciento medía casi un metro noventa y era la razón de que yo me levantara todas las mañanas. Me aterraba la sola idea de pensar que Alec quisiera seguir adelante con esto, pero lo peor de todo es que veía posibilidades de que así fuera. Sabía que Alec intentaría que hiciéramos lo que yo quisiera, que siguiéramos mi primer impulso, así que haría lo posible por darme largas y procurar no revelarme su verdadera opinión para que yo no me sintiera obligada a hacer lo que él quería.
               La cuestión es, ¿qué quería él realmente? Le encantaban los niños, y además, se le daban bien. Mi hermana lo adoraba, Astrid, otro tanto; el único niño con el que veía que no tenía tanta química era con Dan, el hermano pequeño de Tommy, pero hasta un ciego vería que eso se debía más a los celos que Alec le despertaba por las atenciones que él despertaba en Duna que a una repulsión auténtica. Alec era paciente, bueno y juguetón, y no le importaba hacer el más absoluto ridículo con tal de hacer reír a quien se había propuesto sacarle una sonrisa, pero también era firme en los cuidados y protector como no había conocido a nadie en mi vida, haciéndole honor a su nombre. En definitiva, tenía madera para ser el mejor padre que yo hubiera conocido nunca; mejor, incluso, que el mío propio, y eso que yo no tenía queja ninguna de papá.
               Habíamos hablado del aborto en varias ocasiones, y los dos defendíamos la misma postura respecto que debía ser legal en todo el mundo, sin requerir ningún tipo de justificación la madre.
               -Por supuesto que creo que el aborto está justificado en determinados casos-me había dicho él una vez, y yo había esperado angustiada a que continuara, deseando que dijera lo que dijo a continuación-, por ejemplo, en el caso de que a una mujer no le salga de los cojones parir.
               Vale, pero, ¿qué pasaba si la mujer era yo? ¿Y qué pasaba si el hijo era el suyo? Puede que ahí la cosa cambiara. Puede que, viéndose en la situación, su decisión fuera diferente. Además, por mucho que fuera a mí a la que más afectara un embarazo, creía que él también tenía derecho a dejar clara su opinión. La decisión última era mía, pero por lo menos tenía que darle la oportunidad de abogar por una postura u otra.
               Por eso necesitaba enterarme de si estaba embarazada o no a la vez que él. Porque, si yo lo sabía aunque fuera una hora más que él, conseguiría proyectar por todo mi cuerpo el pánico que me producía ser madre con quince años, y él lo percibiría, y no sería sincero conmigo, por mucho que  lo hubiera prometido. El talento que tenía para cerrarse en banda cuando quería era digno de estudio, que nos lo dijeran a su psicóloga o a mí.
               -Yo también. De la que estabas en el baño, me he puesto a mirar carricoches, y hay uno que me encanta, pero es súper caro. Además, si tú eres rica, nuestro hijo sería un niño rico también, así que seguro que no te sirve comprarle bodies de Primark. Tendrán que ser de marca.
               La sonrisa socarrona que tenía esbozada cuando yo me giré para mirarlo no me engañó: pude ver que estaba tan asustado como yo. Quizá incluso más. Detrás de aquella fachada de “me importa todo una mierda”, había alguien que podía llegar a obsesionarse con absolutamente todo. Además, ya habíamos tenido problemas en el pasado respecto del dinero, y me había costado un triunfo meterle en el coco que él no tenía que mantenerme como si estuviéramos en los años veinte del siglo pasado, que la sociedad había evolucionado y que, ¡sorpresa!, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora no era en honor a un animal mitológico, ni nada por el estilo. No era equivalente al Día del Unicornio, o algo así.
               -Quién te iba a decir a ti hace un año que te ibas a poner a mirar carricoches con dieciocho años, ¿eh?
               -Seguramente la misma persona que te diría a ti que el primer test que harías con quince años sería de embarazo, nena-ronroneó, dándome una palmadita en la rodilla y acariciándome la cara interna del muslo de una manera que me habría puesto eléctrica en cualquier otra circunstancia.
                Me eché a reír. No me quedó otra opción. La verdad es que tenía gracia. De una forma macabra, pero la tenía.
               -Eres un imbécil.
               -No me insultes, bombón, que ya sabes lo mucho que me pone. A no ser…-su sonrisa se oscureció-, que lo hagas a propósito. Al final sí que vas a estarlo. Dicen que las embarazadas son como ninfómanas salidas.
               -No hay quien te soporte-sonreí, negando con la cabeza-. Pero la culpa es mía. Te lo estás pasando de lo lindo, ¿no es así? Fijo que incluso lo has hecho a posta. Dime, ¿seducirme formaba parte de un plan maestro para estar más cerca de mi madre, por alguna razón que me terminarás revelando en tu lecho de muerte?
               -¿Qué mejor que un crío para que me invitéis siempre a las reuniones familiares?
               -Así que todo esto está planeado, ¿verdad? Esto me pasa por follarme a un fuckboy-me reí.
               -No, nena-Alec se incorporó y me apartó el pelo del hombro, acariciándome el cuello como hacía cuando lo hacíamos. Sus dedos ardieron en mi piel con el fuego de hacía semanas, un fuego que cada vez era más y más intenso-. Eso te pasa por follarte a un semental.
               Su aliento ardía en mi piel. Su calor corporal me abrasaba y se deslizaba por mis curvas, concentrándose en el único rincón que era exclusivamente suyo; suyo, y de nadie más. Y eso que ni siquiera estaba intentando seducirme.
               Por eso tenía que poner distancia entre nosotros, porque me pondría completamente en sus manos si él me pedía entrega absoluta.
               Y, como si él hubiera escuchado mis pensamientos, se retiró para darme el espacio que yo necesitaba. Nos quedamos un rato mirándonos y, tras un rápido vistazo al test (nota mental: no volver a comprarlos nunca de esa marca), me incliné hacia él y apoyé la frente en su sien.
               -Gracias.
               -¿Por?
               -Por estar haciendo lo que estás haciendo. Te agradezco que le quites hierro al asunto, aunque esté hecho exclusivamente de eso. He pasado una noche horrible, y… en fin. Que lo estás haciendo mucho más ameno de lo que pensé que podría llegar a serlo.
               -Todo se arreglará, Saab. Ya lo verás-me cogió la mano y me dio un beso en los nudillos. Cuando cerró los ojos, sus pestañas rozaron la piel de mi dorso.
               -Pero necesito saberlo. Aunque te agradezco que le quites hierro al asunto, me gustaría saber tu opinión.
               -Es tu cuerpo-respondió a la defensiva, como si aquella fuera la única respuesta posible, y le sorprendiera que yo planteara siquiera otras posibilidades. Aun así, supe que lo hacía para no presionarme.
               -Pero nos afecta a ambos, Al.
               Le miré a los ojos con expresión suplicante, que claramente quería decir “por favor, no me hagas sonsacártelo”, y él pareció ceder. La fortaleza que se había construido en su mente para impedirme ver lo que pensaba realmente se resquebrajó ante mis ojos, y Alec bajó la mirada, pensativo. Caviló durante unos segundos que se me hicieron eternos, pero que siguieron sin ser suficientes para el reloj de arena.
               Durante ese fragmento de eternidad, pude pensar en todo. En todo lo que podía estar a punto de pasar, en lo que sería capaz de parar y en aquello contra lo que no podía luchar. Me vi a mí misma con dieciséis, diecisiete, dieciocho años, la edad de Alec, viviendo una vida sin preocupaciones, en las que el único instinto maternal que había conocido, me lo despertaban mis hermanas. Era feliz. Era feliz saliendo hasta las tantas, siendo joven, cometiendo errores, preocupándome de mí y de Alec nada más, acomodándome a él y solamente a él.
               Y me vi con quince años frente al espejo, con un vestido azul de lana, acariciándome el vientre abultado, en cuyo interior sentía un ligero movimiento. Era feliz. Era feliz imaginándome cómo sería el pequeño que crecía en mi interior, preguntándome si se parecería más a Alec o a mí, deseando que tuviera su bondad y mi piel. Aceptando que, quizá, fuera un pelín más blanco que yo, como hecho de cappuccino. Me gustaría mirar ropa, muebles, pensar un nombre, prepararme para que Scott, Shasha, Duna y yo dejáramos de ser la última generación de Malik, y empezara la siguiente.
               Me gustaría tirarme en la cama al lado de Alec con el maquillaje recién lavado, una camiseta vieja de las que siempre terminaba robándole para hacer de pijama, y durmiendo cuando el sol comenzara a levantarse.
               Y me gustaría acurrucarme al lado de Alec con cuidado de no aplastar a nuestro pequeño, observarlo dormir en la penumbra mientras los dos conteníamos la respiración para escucharlo respirar.
               Dios mío, eso era exactamente lo que no quería que pasara. No quería tener dudas. Era demasiado joven, demasiado inexperta, me merecía aún unos años para mí.
               Y sin embargo…
               … sin embargo, cabía la posibilidad de que Alec me hiciera querer seguir adelante, incluso sin convencerme él. Lo único que me gustaría más que ser madre algún día, supe, era ser madre de los hijos de él. Ver cómo completaba su evolución, cómo pasaba de chico chulo a hombre cuidadoso y padre increíble. Poder echar la vista atrás y decir con todo el orgullo del mundo brillándome en el pecho que yo había sido la única testigo de aquella increíble metamorfosis.
               -Yo… creo…-empezó, y me escapé corriendo de ese mundo de ensueño para volver con él, vivir el presente.
               Un presente en el que yo todavía tenía demasiadas cosas que hacer como para ser madre.
               Un presente en el que me intentaba consolar proyectando mi imagen disfrutando de un embarazo feliz y deseado dentro de unos diez años. Sí. Diez años estaba bien. Los veinticinco estaban bien. Quizá un poco después.
               -… creo que es… un poco pronto-sentenció Alec, mirándome con los hombros hundidos y cara de cachorrito abandonado. Nunca había visto un animalito tan mono y cuqui como él en ese momento. Me dieron ganas de achucharlo, especialmente por el manantial de alivio que brotó de mi interior-. Tenemos demasiado por vivir. Especialmente tú. ¿No te parece?-preguntó tras una pausa, convencido de que había metido la pata hasta el fondo conmigo. Sabía mi historia. Sabía la de mi madre. Sabía lo mucho que había sufrido en su adolescencia y su juventud, creyendo que no podría cumplir uno de sus mayores sueños: tener hijos.
               Sabía la fiereza con que había luchado por sacar adelante el embarazo de Scott cuando se enteró de que estaba esperándolo, cómo no le había importado nada más que mi hermano, incluso cuando era hijo de un chico al que sólo había conocido una noche.
               ¿Quién le decía a Alec que yo no había heredado eso de ella? ¿Que era igual de libre que mi madre para subirme al carro de las oportunidades que se me presentaban, incluso cuando no eran en el momento idóneo?
               -Sí. Sí, yo también lo pienso-asentí, aliviada, y Alec sonrió. Me agarró de la cintura y una pierna, y me sentó sobre él. Intenté moverme lo mínimo posible para no hacerle daño, como si eso fuera posible, estando como estaba.
               Caí entonces en la cuenta de que no había contado con él. No había pensado en lo que eso le haría; tendría que renunciar a su voluntariado, buscarse un trabajo de mierda en el que le pagarían mucho menos de lo que se merecía, en el que su salud se vería resentida, pero que no le arrebataría la sonrisa. Sabiendo cómo era él, sabía lo que haría si decidía seguir adelante.
               Y no podía hacerle eso. No podía hacérselo a él, ni podía hacérmelo a mí. No podía hacérnoslo a los dos.
               -Entonces, ¿lo paramos?-quise asegurarme, y Alec asintió.
               -Sólo si tú quieres.
               -Quiero. Soy… demasiado joven. Pequeña, incluso-me relamí los labios, y su sonrisa se acentuó.
               -Bueno… no te ofendas, bombón, pero si no has pegado ya el estirón, es bastante probable que no lo hagas.
               Puse los ojos en blanco y, cuando miré de nuevo la pantalla del test, vi que el reloj había desaparecido. Había una pequeña línea escrita en su parte superior, línea en la que no me atreví a fijarme. Le cogí la mano con fuerza a Alec, que miró en la misma dirección que yo.
               -Sol-le pedí. Sentía un extraño hormigueo en las manos a causa de los nervios. Me latía el corazón a mil por hora.
               Alec, con la tranquilidad que le había caracterizado hasta el momento siempre que él y yo estábamos en la misma habitación, estiró el brazo y cogió el test. Lo colocó sobre mi regazo con la pantalla vuelta hacia abajo, y tras acordar contar hasta tres, le dio la vuelta como quien quita una tirita: de un tirón, sabiendo que va a resquemar incluso más, pero por menos tiempo.
               Los dos exhalamos un jadeo de alivio cuando vimos las palabras “no embarazada” en la pequeña pantalla. Levanté la vista para mirar a Alec, y nos abrazamos.
               Menos mal. Menos mal. Menos mal. Menos mal.
               La cabeza comenzó a darme vueltas, me sentía en una nube. Flotaba y flotaba y flotaba por el cielo, jugueteando con aviones y globos aerostáticos por igual, subiendo y subiendo y subiendo hasta fusionarme con las estrellas.
               En el fondo de mi cabeza, una idea oscura comenzó a formarse como un complot para robar una obra valiosísima de algún museo de alta seguridad. Si no estaba embarazada, tenía que pasarme algo para que no me viniera la regla.
               Y así se lo dije a Al.
               -No he tenido una falta en toda mi vida. Desde que me vino por primera vez, la he tenido de forma bastante regular. Sí que se me puede adelantar un día, o dos como mucho, o atrasárseme por el mismo tiempo, pero, ¿un mes entero?
               -Quizá sea la píldora del día después. Has tomado dos, y muy de seguidas.
               Negué con la cabeza, sintiendo cómo se me formaba un nudo en el estómago. Viendo mi expresión, Alec me puso una mano en los lumbares para tratar de calmarme, pero mi mente ya estaba corriendo por ciénagas que me absorbían los pies.
               -¿Crees que…?
               -Deberías hacerte otro test-asintió, y yo lo miré-. Puede que el que has traído esté estropeado.
               -Me dijeron que era el mejor en la farmacia.
               -¿El mejor, o el más caro?
               -¿No te preocupa que me haga otro y el resultado sea diferente?
               -No, porque entonces sabremos que está bien. ¿Nunca has oído que los únicos test de embarazo que son fiables, son los que dan positivo? Escucha, Saab: sé que todo esto te da mucho miedo, y no es para menos. Te entiendo perfectamente, te lo aseguro, pero lo mejor es que descartemos definitivamente esta opción antes de empezar a valorar las siguientes. Puede que sea un desajuste hormonal, y ya está, pero ya que estamos… tenemos que estar seguros, por mucho que nos duela.
               -Sólo he comprado uno. Y sólo tengo un billete de cinco libras; las de emergencia del móvil-expliqué, levantándolo en el aire-, ya sabes.
               Alec parpadeó despacio, asintió con la cabeza y respondió:
               -De acuerdo. No pasa absolutamente nada. Puedo dejarte… ah, mierda-negó con la cabeza, mirando su móvil-. Yo tengo sesenta y cinco peniques en la cuenta bancaria. Literalmente-puso los ojos en blanco-. Tengo que pedirle a Mimi que me meta más pasta, no vaya a ser que…-se quedó callado un momento, con los ojos entrecerrados y la mirada fija en el puesto de las enfermeras. Comenzó a girar su móvil entre los dedos, haciéndolo rotar igual que una peonza plana, con sus falanges a modo de eje y centro de gravedad.
               De repente, se detuvo. Giró el móvil una última vez y deslizó el dedo por la pantalla, navegando por las aplicaciones a toda velocidad. Buscó el teléfono, marcó de memoria un número, y activó el altavoz.
               La voz de Tommy no tardó ni un tono en interrumpir nuestra espera.
               -¿Al?
               -¡Vaya! Tu nuevo récord. ¿Qué hacías con el móvil, marrano?
               -Nos han metido directamente en el estudio para grabar la actuación de ayer. ¿La has visto?
               -Sí, sí, sí, sí, sí. Ha sido genial, mis dieces, una puta pasada. Y Scott me puso cachondo, el muy hijo de puta. Lo cual es bastante preocupante, porque eso le corresponde a su hermana, pero, bueno… oye, T, necesito pedirte un favor, y de los gordos.
               Parpadeé. Tommy respiró.
               -Dime.
               -Mira, no te puedo explicar ahora por qué, pero el caso es que necesito pasta.
               -… vale.
               -Pero no puedes decirle absolutamente nada a Scott, ¿estamos?
               -Pero…
               -Tommy, en serio, sé que te va a reventar un ojo intentando guardar el secreto, pero no puedes hablar con Scott de esto, ¿vale? Me lo debes. ¿Tengo que recordarte por qué? Impedí que os matarais en enero. Es lo menos que puedes hacer por mí.
               -Tranqui, tío. No voy a decirle nada a nadie. Es sólo que… bueno, me extraña.
               -No puedo decirte por qué no puedes decirle nada a Scott, pero es que no quiero que…
               -¿Se trata de Sabrae?-inquirió Tommy, alarmado-. ¿Está bien?
               -Estoy bien, T-intervine yo-. Alec te ha puesto en altavoz.
               -Ah, qué guay. Gracias por avisar, tronco.
               -Sabrae y yo no tenemos secretos, chaval.
               -Lo digo porque llevo treinta segundos con ganas de insultarte, pero no lo hacía por si no tenías alguien que te defendiera, pringao.
               -Eres un putísimo anormal insoportable, T. Mándame ese Bizum.
               -Eh, ¿estás bien tú? Odias pedir dinero, Alec.
               -Ando cortísimo de pasta y me ha surgido una cosa súper urgente, y tú eres el primero en el que he pensado, pero si tanto te va a trastornar la economía, hablaré con Jordan. No quisiera que Su Majestad tuviera problemas pagando a su medio millón de empleados a fin de mes-ironizó Alec.
               -Dime una cifra antes de que te mande a la mierda, payaso.
               -¿Cincuenta?-Alec me miró. Yo asentí.
               -¿Sombras?-sugirió Tommy.
               -Voy a colgarte antes de que hagas que me cague en tu estampa. Te dejo, T. No desafines.
               -Y tú procura mantenerte alejado de la carretera.
               -¡Serás cabrón!-protestó Alec, pero Tommy ya había colgado. En menos de un minuto, ya le había llegado un mensaje avisando de que había recibido cincuenta libras en su cuenta bancaria, y me tendió el teléfono-. Vale, vete al cajero de la planta baja con mi móvil y saca el dinero que nos acaba de mandar Tommy. Ve a la farmacia más cercana y compra todos los test que puedas con 50 libras.
               Puede que se quejara de que yo nunca hacía lo que me mandaban y siempre me comportaba como si la opinión de los demás me la sudara, cuando nada más lejos de la realidad, pero lo cierto es que yo sabía elegir mis batallas, y Alec lo sabía. Aquel no era un momento para discutir ni volverme pudorosa; ya le devolvería el dinero en cuanto pudiera, cuando las cosas estuvieran más normalizadas.
               Al regresar a la habitación, con más test de los que podría hacerme en base a lo poco que había bebido, me encontré con que había pedido comida a domicilio para mí. Se pasó una mano por el pelo y se rascó la nuca, pillado in fraganti, al verme entrar con una bolsa llena hasta arriba de cajas de test de embarazo justo en el momento en el que el chico del reparto se marchaba.
               -Te he cogido las cinco libras de emergencia del móvil-se excusó mientras yo abría las cajitas de cartón, en las que venía un plato de nachos y un brownie, todo del Foster’s-. Es que no me quedaba nada para darle propina al repartidor. Ya sabes, tenemos que apoyarnos entre…-no pudo terminar la frase, pues me abalancé hacia él y me lo comí a besos. Descubrí que tenía más hambre de la que pensaba, y cuando me terminé el plato de nachos, con el que recibí la inestimable ayuda de Alec, volví a entrar en el baño. Esta vez, lo hice sola.
               Algo me decía que no iba a necesitar su apoyo, como efectivamente así fue. Uno por uno, fui haciéndome los test hasta quedarme sin cajas pendientes, y ni uno solo de ellos marcó que hubiera indicios de que estuviera embarazada. Por lo menos, eso que teníamos ganado. Cuando salí del baño y le mostré todas las pruebas negativas, Alec me estrechó con fuerza entre sus brazos, recordándome a los abrazos que me daba antes del accidente, cuando sus brazos tenían más fuerza que nunca y eran capaces de volver a unir mis átomos dispersos. Cerré los ojos y disfruté del aroma a hogar que manaba de él; poco a poco había empezado a acostumbrarme a la mezcla de su olor corporal con el desinfectante del hospital, que ya no me parecía tan desagradable como en el pasado.
               Compartiendo una cuchara que les pidió a las enfermeras, dimos cuenta del brownie.
               -Está delicioso-ronroneé, relamiéndome los labios y chupando la cuchara. Alec daba una tímida cucharada por cada tres generosas mías, y aun así, se las apañaba para insistir en que estaba comiendo poco para conseguir reponer fuerzas. Supongo que me notaba lo poco que había dormido, y ese instinto protector que le haría ser un padre genial le empujaba a poner mi bienestar por encima de su hambre. Que, a decir verdad, no era nada comparada con la que había experimentado en el pasado-. Gracias, sol. Te adoro-le di un beso cargado de chocolate, dejándole mis marcas en la mejilla, y Alec sonrió.
               -Porque te doy lo tuyo, nena-se burló, y luego, en tono más serio, añadió-. ¿Sigues preocupada?
               A pesar de que con el estómago lleno se veían las cosas desde una perspectiva nueva, lo cierto es que todavía me angustiaba si me ponía a pensar por qué tenía una falta. Por muchos test que me hiciera, una parte de mí seguía temiendo que fallaran todos, y que efectivamente estuviera esperando un bebé.
               -Soy una paranoica, ¿verdad?-le pregunté cuando le confesé que, de hecho, sí, continuaba preocupada. Alec negó con la cabeza.
               -A mí me parece normal. De hecho, estaba pensando que, si te parece, podemos pedir que te hagan un análisis de sangre. Sólo por salir de dudas. Seguro que lo que ellos hacen-señaló al puesto de las enfermeras- tiene mucha más fiabilidad que un trozo de plástico envuelto en una caja venido de un laboratorio en sabe Dios dónde.
               -¡Buena idea, Al! Quizá si hablo con tu doctora pueda hacerme el análisis ya mismo, y así salimos de dudas cuanto antes, ¿no?
               -Theresa tuvo turno hoy por la mañana. Si quieres hablar directamente con ella, tendrás que esperar a mañana. Podemos dejarle el recado, o hablar con otro de sus compañeros. No creo que tengan inconveniente en…-pero yo ya estaba saliendo por la puerta, decidida a concretar una cita con las enfermeras para que me sacaran sangre. Prácticamente me acerqué a ellas con el brazo arremangado, así que me llevé un chasco cuando me dijeron que, para que el análisis de sangre fuera fiable, tenía que hacérmelo en ayunas.
               Bueno, por lo menos así tenía una excusa para pasar la noche con Alec. Tenía que compensarle por la que había pasado en Praga, aunque dudaba que le supusiera algún tipo de consuelo que yo apenas hubiera dormido en las últimas 24 horas.
               -Mañana me hacen el análisis.
               -A esperar-sentenció él, torciendo la boca y alzando las cejas en un gesto de “bueno, es lo que toca”. Sí, efectivamente, era lo que tocaba. Me senté a su lado en la cama y puse la mano en su nuca, acariciándole el cuero cabelludo mientras él me acariciaba los nudillos.
               -¿Puedo hacerte una pregunta, sol?
               -Claro. Di-me besó la palma de la mano y la dejó allí descansando. Cerró los ojos un momento, disfrutando del contacto, reequilibrando el torrente de energía entre nosotros. Ahora que ya no tenía que compensar la falta en mí, necesitaba recuperarla.
               -A ti todo esto te daba menos miedo que a mí. ¿Por qué?
               Se pensó un momento la respuesta, los ojos vagabundeando por la habitación, como si sus ideas fueran estrellas brillando alrededor de la estancia, y tuviera que unirlas en constelaciones para conseguir responderme de forma satisfactoria. No estaba pensando cómo hacía para mentirme y no preocuparme, sino que buscaba la verdad, por dolorosa que fuera.
               -Me daba miedo, pero de una forma diferente. Tú tendrías que hacerlo prácticamente todo, y yo… bueno, a mí sólo me tocaría cuidarte, por lo menos al principio, que es básicamente lo que llevo haciendo desde que nos conocemos. Lo de ahora es una pausa-sonrió, y yo también-. Una situación anómala. Yo soy el mayor. Y soy el chico. Y soy el padre. Se supone que el padre cuida a la madre antes que al bebé, y yo ya tengo experiencia cuidándote, así que sé que me defiendo. El problema vendría después, pero supongo que… nos apañaríamos. No es como si a ti fueran a echarte de casa cuando se enteraran, o algo por el estilo, ¿no?-sonrió ante lo absurdo de la idea, aunque eso habría explicado por qué no les había dicho nada a mis padres.
               Me había comportado como una mocosa estúpida y asustada, irresponsable y mimada. Había salido corriendo en busca de Alec como si pensara que en casa me iba a caer la bronca del siglo por algo que ambos habíamos tratado de combatir. Salvo contadísimas excepciones, siempre habíamos usado condón, e incluso cuando no había sido así, nos habíamos asegurado de tomar todas las medidas necesarias para impedir que lo que podía estar pasándome me sucediera. No obstante, siempre había margen para errores, y el único anticonceptivo cien por cien eficaz era la abstinencia, cosa que sabía que mis padres comprenderían que descartara.
               Y, a pesar de todo… no le había dicho nada a mamá, a la que siempre había acudido para contarle estas cosas. Cada vez que se me planteaba un problema, era la primera en enterarse, y la que me daba una solución más ventajosa. ¿Por qué no había acudido a ella esta vez? No me arrepentía en absoluto de haber esperado a estar con Alec para hacerme el test y salir de dudas, pero no haberle contado nada a mamá no era propio de mí.
               Y ahora no sabía cómo lo haría. Se enfadaría conmigo por no habérselo dicho antes, por haberle ocultado un secreto, igual que Tommy se había enfadado con Scott cuando éste empezó a salir con Eleanor mientras le juraba y perjuraba que estaba soltero, que no había nadie en su vida, y mucho menos su hermana.
               Ahora más que nunca no quería irme a casa. No quería tener que enfrentarme a las inevitables preguntas de mamá y papá, no quería que me hicieran sentarme en el sofá para hablar seriamente con ellos, no quería tener que dar marcha atrás. A pesar de que lo peor había pasado, la situación seguía siendo agobiante. Todavía no sabíamos qué me pasaba.
               Me daba mucho miedo contárselo a mis padres. Eso haría el problema más… real.
               -¿Puedo quedarme a dormir, Al?-le pedí, y él frunció el ceño, como si la pregunta fuera una obscenidad-. Así será más fácil todo.
               -Claro. No tienes ni que preguntarlo.
               -Perfecto. Entonces, si no te importa, voy a ponerme ropa más cómoda. ¿Me dejas unos pantalones de chándal?
               -Dirás que si dejo de ponerme algo de tu colección de ropa masculina, extra ancha y extra larga-replicó, y yo me eché a reír. Me levanté y comencé a desabrocharme los vaqueros, tan atolondrada que ni me fijé en que la puerta estaba abierta, y todo el que pasara podría verme en bragas si quisiera-. ¿Saab? Con una condición.
               -¿Cuál?
               Esperaba que no bromeara con que se la tenía que chupar, o algo así. No porque no estuviera dispuesta, sino porque… no quería volver a hacer nada con él mientras no obtuviéramos una respuesta.
               Vale, no te quedas embarazada por hacer una mamada, eso es evidente, pero… ¿y si esto era algo peor?
               Me costaría horrores no buscar en internet los síntomas. Estaba segura de que encontraría enfermedades de transmisión sexual culpables de esto a patadas.
               -Que no te quedes a dormir para evitar hablar con tus padres.
               Me incorporé lentamente.
               -¿Qué te hace pensar que no quiero hablar con mis padres?
               -Que Sher y Zayn no están aquí-se cruzó de brazos y alzó una ceja, como si fuera evidente. Porque, Dios mío, lo era.  
               Mamá y papá me habrían acompañado en cada paso que diera en este camino, lo cual hacía aún más mezquino por mi parte que no les hubiera hecho partícipes de esto. Yo les había dado la espalda cuando ellos me habrían abierto los brazos y extendido las manos sin ningún problema.
               -No voy a preguntarte por qué no les has dicho nada, porque me imagino que no lo sabes, ¿verdad?-aventuró, y yo me descubrí asintiendo con la cabeza. Su ceja alzada se elevó un poco más-. Simplemente quiero que me prometas que hablarás con ellos. Es lo justo. Sabes que te ayudarán y te apoyarán sin juzgarte, y ellos son mayores, así que…-se encogió de hombros-. Se les ocurrirán más cosas. Así que, para dormir conmigo esta noche, quiero que me prometas que, en cuanto llegues mañana a casa, les contarás a tus padres lo que te pasa. ¿Hecho?
               -¿Tengo alternativa?-puse los ojos en blanco, y Alec se llevó una mano al pecho.
               -Yo no voy a irles con el cuento, pero tampoco le voy a mentir a tu madre. Tenías razón en una cosa: la quiero mucho. No tanto como a ti, pero a Sher la quiero un montón. Y a Zayn también. No tanto, porque no es mi tipo-se burló, y yo me reí-, pero ya me entiendes. Gracias a ellos, te tengo a ti. Y les respeto. Y, la verdad, entiendo que se preocupen por ti. Yo también lo hago. Por eso no pienso inventarme ninguna excusa si me preguntan si te he visto rara. Lo entiendes, ¿verdad?
               -Yo hago lo mismo con tu madre.
               -Mi madre y tú sois tan amiguitas como a mí me gustaría serlo con Sher-emitió un suspiro trágico y negó con la cabeza-, pero bueno, supongo que así es la vida.
               Para borrarle esa mueca teatralmente triste de la boca, brinqué en dirección a la cama y me senté a horcajadas sobre él, quien a pesar de su estado físico, sólo celebró mi cercanía. Le di un beso en los labios, disfrutando del sabor del chocolate y el picante en su boca (una extraña mezcla que me encantó) y lo estreché entre mis brazos con cuidado de no hacerle daño. Alec giró la cabeza para hundir la nariz en mi cuello e inhalar la mezcla frutal de mi perfume y mi champú. Emitió un bufido de gusto (“mmm”) y me devolvió el abrazo, sujetándome la cintura con esas manos suyas que tanto mal podían hacerle al resto, y tan bien me hacían a mí.
               -Tengo muchísima suerte de tenerte.
               -¿Tú a mí?-se rió, negando con la cabeza-. Sí, ya.
               -Es la verdad. No conozco a nadie capaz de manejar esto con la naturalidad y madurez con la que lo has hecho tú.
               -Bueno, soy el mayor del grupo, así que algo se me tenía que pegar, ¿no?-puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, pero yo me acurruqué contra su pecho y jugueteé con la chapita de Barcelona que le había regalado.
               -Me muero de ganas por que Claire consiga llegar hasta el fondo de lo que te hace daño para que te lo extirpe y puedas verte como te vemos los demás, Al. Eres mil veces mejor de lo que piensas.
               -Bueno, hay opiniones.
               -Pues no debería-me enfurruñé.
               -¿Tú crees? ¿Sabes?, tiene gracia-me cargó sobre su regazo para pegarme más a él, de forma que su pecho me acunara-, cuando me pediste que no me enfadara y me miraste así, en lo primero en lo que pensé es en que habías conocido a alguien.
               -¿¡Yo!?
               -Sí, tú, que para nada has ido a un país extranjero, ni nada por el estilo.
               -¿Creías que te había puesto los cuernos?-chillé-. ¡Alec!
               -¡No he dicho nada de cuernos! Simplemente pensé que… bueno, que había otra persona. Sé que tú no me serías infiel nunca, pero no puedes evitar conocer a otra gente.
               -Ya, lo que pasa es que yo sólo te quiero a ti-respondí, dándole un beso en el pecho. A pesar de que se resistió, terminó por sonreír. Por mucho que quisiera darle seriedad al momento, era incapaz, por la sencilla razón de que escucharme decirle que le quería le tocaba la fibra sensible.
               ¿Era trampa? Quizás.
               Pero no me importaba. En el amor y en la guerra todo vale, así que imagínate cuando estás en guerra por ver quién siente más amor.
               -Y si el mundo fuera un poco más justo, ahora mismo lo estaríamos celebrando con un polvazo.
               -Sólo piensas en una cosa, ¿eh?-me pinchó, echándose a reír.
               -¡Será que tú no!-me separé de él-. Dime la verdad.
               -¿De verdad me estás preguntando si me sigues poniendo, chavala? Te daré una pista: eso que notas en el culo no es mi móvil.
               Aullé una carcajada que hizo que las enfermeras me miraran, pero ninguno de los dos les hizo caso.
               -Hablando de móviles… ¿cuándo piensas entrar en Instagram, adicta a las redes?-preguntó. Fruncí el ceño, estiré la mano para alcanzar mi móvil, e hice lo que me pedía. Me costó un poco encontrar el motivo por el que me invitaba a abrir mis redes, pero cuando lo hice, me dio un vuelco el corazón.
               A las cero horas del día anterior, Alec había subido la que era, hasta la fecha, su foto con más “me gusta” y comentarios en la historia de su perfil. Se trataba de una foto mía con el mono de Nochevieja, que nos habíamos hecho después de la noche increíble que habíamos pasado en su cumpleaños, cuando habíamos estado solos con todo el lujo del mundo. Tenía la cara medio oculta por el móvil, ya que estaba haciendo la foto en el espejo, y la cara de Alec asomaba por detrás de mí, besándome la mejilla de una forma que me hacía sonreír como nada, mientras mi mano libre estaba entrelazada con la suya.
               Estábamos guapísimos, buenísimos, y felicísimos.
               Era incapaz de concebir mi vida sin él. Me había amoldado a él de una forma que nadie había conseguido, adaptándome a sus ángulos como si me hubieran diseñado para encajar con él. Y a él le pasaba lo mismo.
               Debajo de la foto de los dos había un párrafo felicitándome, algo a lo que él no acostumbraba. Solía escribir una escueta felicitación; un par de frases, a lo sumo, pero nunca algo como lo que me había dedicado a mí.
               Alecwlw05 Cada vez que pienso en la cantidad de cumpleaños del otro que hemos vivido sin felicitarnos como lo estamos haciendo ahora, no sé si me entran ganas de reír o de llorar. De reír, por lo tontos que éramos, y de llorar, por el tiempo que ahora nos toca vivir juntos. Si hay algo de lo que no me arrepiento en esta vida es de mi pasado, porque me ha hecho llegar a ser el chico que te coge la mano en esta foto, te da un beso y te hace sonreír con esos ojos brillantes y esa sonrisa preciosa, como si hubieras nacido para que yo te dé todo lo que tengo en lugar de para que lo haga todo el mundo.
               Que te conformes conmigo con la cantidad de tíos que hay mejores que yo (salvo en dos cosas; ser guapos, y el sexo, pero eso ya lo sabes) es algo que todavía me fascina, pero de lo que no me voy a quejar en voz alta, por si acaso cambias de opinión.
               Feliz cumpleadopción al mayor regalo que me ha hecho la vida; mi compañera, mi amiga, mi amante (la última de muchas) y mi novia (la única que quiero tener jamás). Gracias por todo lo que me haces sentir, por convertirme en la persona más importante del planeta cuando me miras, en el mejor tío del mundo cuando nos metemos en la cama, y en el más furioso cuando decides que hay que discutir. Gracias por los abrazos, los regalices, los postres compartidos y los platos cuya receta te pasa mi madre, y que misteriosamente consigues mejorar (mamá, te quiero, por favor, no dejes de hacerme albóndigas). Gracias por mirarnos y decirnos todo lo que necesitamos, por enseñarme que ese amor del que hablan las películas que tanto te gustan existe. Y gracias también por los gritos, por las peleas, por los choques, porque si no estalláramos de vez en cuando, tampoco seríamos nosotros.
               De todas las personas que conozco, tú eres la única que tiene dos cumpleaños al año. También eres la única que se lo merece. Y también eres la única con la paciencia suficiente como para conseguir hacerme salir del cascarón como lo haces, la que puede hacerme hablar de todo lo que se proponga, y la que no se rinde conmigo, no importa qué se le haya metido entre ceja y ceja esta vez. Ojalá te hicieras una idea de lo increíblemente importante que eres para mí, y de lo increíblemente agradecido que le estoy a tu hermano por haberte encontrado. Ojalá supieras lo muchísimo que te quiero, lo especial que me siento por ser el elegido de la elegida, y la ilusión que me hace que quieras presumirme ante el mundo entero, aunque ponga los ojos en blanco cada vez que me dices “espera, todavía no te empieces ese plato, que quiero hacerle una historia”.
               Te prometo que no sé qué es lo que he hecho para tener el enorme privilegio de estar escribiendo esto, pero también te prometo algo: que no voy a parar de hacerlo para poder volver a escribirlo el año que viene. Y el que viene. Y el que viene. Así, hasta que seamos tan viejos que no podamos usar nuestros móviles, o a uno de los dos nos cierren la cuenta de Instagram, porque cuantas más fotos nos hacemos, menos ropa llevamos.
               Que yo encantado, pero, no sé, creo que deberías replantearte el tema del Onlyfans.
               Me eché a reír y lo miré.
               -¿Has llegado al Onlyfans?-preguntó, y yo asentí. Levantó las manos-. Yo lo dejo ahí en el aire.
               Te adoro, chica más bonita que el amanecer.
               Te quiero, mi amor.
               Me apeteces, bombón.
              
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, llorando y riendo.
               -Eres idiota-gemí, exasperada. Alec sonrió y se acercó a darme un beso.
               -Menos mal que no te puse nada sobre que algún día tendrías mis hijos, ¿verdad? Habría sido gafe. El test habría dado positivo.
               -Bueno, siempre podrías echarle la culpa a un checo-me reí-. Que, la verdad, me sorprende que no me hayas preguntado si había alguna posibilidad de que no fuera tuyo, ya que tengo tantos pretendientes…-bromeé.
               -¿Debería?-respondió, levantándose de la cama y rodeando la habitación en busca de algo. Una caja alargada que había en los sofás del fondo, en la que yo no me había fijado hasta ahora.
               -Es lo que hacéis todos los tíos, en todas las películas que he visto.
               -No; es lo que hacen los fuckboys. Y yo dejé de serlo, ¿recuerdas?-se sentó a mi lado con la caja sobre el regazo, y yo me lo quedé mirando con curiosidad y orgullo mezclados en un interesante batiburrillo-. Además, es que me da absolutamente igual. Me ocuparía de tus críos aunque no fueran míos por el simple hecho de que son tuyos. Los querría igual.
               Sé que no lo decía sólo por decir, sino que era completamente sincero. Una marea de renovada tranquilidad me inundó, colmando hasta el último rincón de mi ser. Saber que tenía a alguien dispuesto a acompañarme siempre, sin importar los errores que cometiera, era lo más hermoso que había experimentado en mi vida.
               Especialmente al darme cuenta de que mis errores no tenían fecha de caducidad. Yo elegía cuándo cometerlos. Yo, y nadie más.
               Todavía borroso por culpa de mis lágrimas, Alec me tendió el paquete.
               -Ten. Para celebrar que no vas a traer a otro ser humano a este planeta súper poblado.
               Se trataba de una caja alargada, blanca, con un lazo rojo asegurándose de que no se abriera. Era la típica caja de los vestidos vaporosos, y yo ya estaba imaginándome uno precioso, con estampado frutal y de color lila, que luciría orgullosa ese verano
               Pero lo que me esperaba dentro era un millón de veces mejor.
               Envuelta en papel cebolla para impedir que se estropeara, una chaqueta de seda blanca y azul con mi apellido y un 26 bordados en la espalda brilló ante mis ojos cuando la destapé. La saqué con ceremonia del envoltorio, los ojos húmedos de nuevo ante mi primera chaqueta de boxeadora.
               Alec me sonreía con orgullo, con una expresión de absoluta felicidad en la mirada que nada tenía que ver con lo que había sido antes, todo preocupación disimulada. Le di varias vueltas a la preciosa chaqueta, acariciándola con los dedos como si fuera lo más delicado del mundo, y me la pasé por los brazos. Descubrí que Alec le había puesto unas ramitas de lavanda en la caja, de modo que olía igual que su habitación.
               Igual que su chaqueta.
               -Al, es preciosa. Yo… no sé qué decir…
               -¿Qué te parece “gracias”?
               -Gracias, mi amor-ronroneé, inclinándome para darle un beso.
               -A ver si te gusta lo otro.
               Fruncí el ceño, sin comprender. No había visto nada más en la caja; claro que la chaqueta habría eclipsado a cualquier cosa. O casi cualquier cosa.
               Porque, en una esquina, había una cajita más pequeña. Era negra, con una bisagra en un lado para abrirla como las cajas de los anillos, pero yo estaba tranquila. Todavía no tocaba comprometerse, creía.
               Y me eché a llorar cuando me encontré un juego de llaves con un llavero con la bandera de Rusia y el Kremlin a escala. Creo que el anillo me habría emocionado menos.
               -No es del Kremlin, ¿eh?-se apresuró a decir Alec-. Es sólo de mi casa-y empezó a balbucear como siempre hacía cuando se ponía nervioso, lo cual era tremendamente tierno-. Quiero que las tengas, y que las uses si quieres, cuando te apetezca. Quiero que vayas a casa cuando se te antoje, sin importar si está mi familia o no. Puedes ir ahora mismo, o cuando yo esté en África, o los fines de semana, o entre semana, a dormir. Si no quieres las llaves me lo dices, ¿eh? Sé que es  una responsabilidad, y que realmente es un regalo un poco cutre, pero, bueno, es que yo siento que mi casa eres tú, así que lo justo es que tengas llaves con las que poder entrar en ti misma. Jaja, chiste malo, ¿lo pillas? Es un regalo estúpido, lo sé, pero, bueno, me hacía ilusión que las tuvieras. Claro que no estás obligada, ni mucho menos, a usarlas. Ni eso quiere decir que yo quiera que me des unas llaves para…
               Me incliné hacia él y le di un beso en los labios.
               -Sabes que terminará pasando, ¿verdad?-le interrumpí, y Alec inclinó la cabeza hacia un lado.
               -¿El qué?
               -Algún día, me quedaré embarazada de ti. Y los test empezarán a ser positivos.
               Alec se puso colorado, miró las llaves, y luego, de nuevo a mí.
               -¿Esto es por las llaves?
               -Esto es por todo. Porque te quiero, y no puedo esperar a que salgas de este hospital y empecemos a vivir nuestra vida juntos-tiré de él y le besé con ganas, como no le había besado en todo el día: sin miedo.
               -Pues… no te lo vas a creer, pero antes de entrar en el baño, yo… por un momento, nos vi. Nos vi con un crío, y… se parecía a ti, y me gustaba, y…
               -Yo también nos vi. Y se parecía a ti. Pero no hay prisa.
               -No, no la hay.
               -Tenemos que disfrutarnos primero nosotros solos-ronroneé, tumbándolo suavemente en la cama y tumbándome encima de él. Todavía llevaba puesta la chaqueta de boxeo.
               -Uh, sí-jadeó Alec, desconcentrándose por momentos. Le costaba respirar, al pobrecito.
               No íbamos a hacer nada pero, claro, el pobre no lo sabía.
               -Te quiero. Me apeteces.
               -Me apeteces-respondió automáticamente.
               -¿Y nada más?-me reí.
               -Y te quiero-asintió, intentando no sufrir un infarto. Me eché a reír, me tumbé al lado de él, y puse su mano sobre mi pecho para que sintiera mi corazón. Su pulso comenzó a normalizarse hasta ajustarse al mío, y yo sonreí.
               -Despacio, maridito. Tranquilízate. Tienes que llegar a tu próximo cumpleaños. Ya estoy pensando en tu felicitación. El mundo tiene que saber que tú eres la única persona por la que pasaría por un embarazo adolescente. Sólo por ti, Al-le besé la palma de la mano y me acurruqué contra él, que me rodeó con el brazo para darme calor y protegerme más.
               Protegerme de quién, te preguntarás.
               De todos los demonios que yo había desatado con esa última frase. Porque, en mi cabeza, no era más que un cumplido.
               Pero en la de Alec, era el apocalipsis. El principio del fin. Significaba que él era mi excepción.
               Igual que su padre lo había sido de su madre.
                


 
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2 comentarios:

  1. Bueno, primero de todo me he pasado todo el puto capítulo pensando en Lexi y Seth constantemente. Yo el día que lleguemos a esa parte de la novela igual peto y no vuelves a escuchar de mí.
    Después, ya me imaginaba el resultado del test pero menuda angustia de capítulo aun así, me ha dado alguito cuando Sabrae le ha dicho que aunque no estuviera embarazada era algo que acabaría pasando y el se ha puesto rojo (he chillado alguito)
    Para finalizar me he rayado mucho con ese cierre de capítulo porque no he entendido a que va a llevar, es decir, en que va a derivar. No quiero que después de tantos progresos Alec vuelva a caer en esa espiral negra pero repito, o no lo he entendido bien o es lo que he captado y no quiero volver a sufrir viendo como se come la cabeza después de tantos esfuerzos ��

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  2. Me ha encantado el capítulo, aunque he ido pasando de la risa a la llorera de forma un poco preocupante jajajajajajjaja
    Comento por partes:
    - El correo que se ha imaginado para los del voluntariado QUE RISA DE VERDAD.
    - Alec es el mejor novio del mundo, muchas pruebas y 0 dudas
    - “¿Ves como es única en su especie? Absolutamente nadie lo hace como ella” Es que la ADORA.
    - Me encanta cuando Alec se pone nerviosos y dice todas las tonterías que se le pasa por la cabeza, es TAN ADORABLE.
    - BUENISIMA toda la parte en la que Alec se pensaba que Sabrae iba a abortar en el puto baño yo es que no puedo con este chaval.
    - He pasado del cachondeo al lloro con el ataque de ansiedad de Alec (que mal que mal que mal todo lo que se le ha pasado por la cabeza).
    - Alec pensando en Scott y en cómo le prometió que cuidaría a Sabrae para parar el ataque de ansiedad me ha parecido súper bonito (VIVA SCALEC ;))
    - Tanto Alec como Sabrae sufriendo por haber puesto al otro en esta situación, se quieren tantísimo que yo no puedo :’((
    - Las ganas que tengo de que estos dos se casen y tengan hijos de verdad.
    - “Por supuesto que creo que el aborto está justificado en determinados casos, por ejemplo, en el caso de que a una mujer no le salga de los cojones parir” no lo podría haber expresado mejor la verdad JAJAJAJAJAJAJ
    - El momento Tommy-Alec me ha gustado mucho (amistad infravalorada)
    - La felicitación de Alec en instagram LAGRIMONES
    - Yo alucino con cada regalo que se hacen entre ellos te lo juro osea cada uno más perfecto que el anterior.
    - AY Y EL FINAL, SE VIENE DRAMA IMPORTANTE (por favor por favor que Alec confíe en Claire para contárselo y que le ayude)
    Con ganas del siguiente!! <3

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