domingo, 29 de diciembre de 2019

Genios.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Supe que se trataba de ella, a pesar de no haberla visto nunca, en cuanto la vi doblar la esquina en la que se situaba la cafetería en dirección a la puerta. Más que caminar, Chrissy parecía desfilar por la calle. Con una confianza que sólo le había visto a otra chica, nada más y nada menos que Diana, Chrissy levantó la cabeza y miró el cartel con el nombre de la cafetería de los padres de Pauline, donde ésta la había convocado a petición mía.
               Al ver que ya no prestaba atención a lo que me contaba, algo del tiempo de cocción del pastelito que le había pedido, Pauline se giró en dirección a la puerta en el preciso instante en que Chrissy la empujaba, se quitaba el gorro de lana blanco de la cabeza y se bajaba la cremallera de una chaqueta de borreguillo marrón. La coleta de la francesa, como una cascada de carbón, bailó en su espalda.
               Si tuviera que definirla con una palabra, la que le tocaría a Pauline sería “elegancia”. Desde la forma en que me había recibido en cuanto me vio titubear frente a la puerta, acompañada de mis amigas, que habían venido conmigo hasta allí e incluso se habían ofrecido a esperar a Alec juntas; a la forma en que me había traído un poco de chocolate a la taza y un pastelito de queso que estaba que te morías del gusto, pasando por la forma en que me dio conversación cuando me notó nerviosa, a duras penas dando mordisquitos al pastel porque tenía el estómago cerrado, Pauline me recordó a esas damas de la alta sociedad francesa que ves en las películas y cuyo carisma hace que lamentes por un instante que la Revolución sucediera. Incluso su cuerpo desprendía esa elegancia: de piernas y brazos largos y delgados, tenía una ligerísima curva en las caderas que delataba que, a pesar de su oficio, en su cuerpo no había ni un centímetro de grasa. Tenía el vientre más plano que había visto en mi vida, el cuello más largo, y su mentón podría ser el modelo de exhibición de la obra maestra de un cirujano.
               Por el contrario, la palabra mejor le sentaba a Chrissy era “despampanante”. Un mujerón, como decía papá, de los que sólo veías en los vídeos musicales. Curiosamente su figura llena de curvas me recordó a Sofia Jamora, la modelo que había trabajado dos veces con papá, en los vídeos de Let Me y Entertainer, que había roto con los cánones de belleza en su época. Sus caderas y sus pechos eran más que generosos, tenía las piernas tonificadas y unos muslos que seguro que más de un chico se moría por azotar, y unos labios tan llenos como los de Angelina Jolie, todo ello terminado en una melena de un castaño claro que podrías confundir con rubio, que caía en los mechones ondulados propios de una surfista.
               Era como la versión mejorada de aquella modelo con la que papá había trabajado dos veces. Pensé que papá  Alec tenían el mismo gusto en las mujeres: les había gustado Sofia o Chrissy, les gustaba mi madre…
               Pauline y Chrissy eran increíbles a su manera, pensé. Cualquier chico se consideraría afortunado de estar con ambas, que representaban la perfección de las dos caras de la feminidad. Y Alec había tenido la suerte de tenerlas a la vez, lo cual tampoco era inmerecido. Las dos tenían cuerpos de modelos, tan lejos de mí que me hicieron preguntarme cómo es que, de entre las tres, era yo la que ahora tenía el privilegio de despertarme al lado de Alec siempre que lo deseara; me bastaba con pedirle que no me llevara a casa, y él me dejaría dormir con él. Era un poco injusto.
               -Has conseguido que venga-suspiré con alivio, notando que el nudo en mi estómago se deshacía un momento antes de formárseme dos. Ahora que Chrissy estaba allí, tenía que hablar sí o sí con ellas.
               -Sí-asintió Pauline, pasándose una mano por el cuello-. Es simpática.
               -¿Te ha costado mucho dar con ella?-quise saber, y Pauline se volvió para mirarme mientras Chrissy se quitaba su abrigo y se sacudía la nieve de las botas.
               -¿Cómo?
               -¿Tenías su número de antes?
               -No. Jamás habíamos coincidido hasta ahora-me reveló, levantándose para ir hacia el mostrador, frente al que una anciana se revolvía en el bolso para sacar su monedero-. Busqué su perfil en el Instagram de Alec y le hablé por allí.
               -Oh-asentí con la cabeza. Qué estúpida había sido. Podría haber hablado con ella directamente sin tener que molestar a Pauline, pero había estado demasiado ocupada siendo incapaz de usar la cabeza. Ni siquiera me había puesto en contacto con Pauline con ese mismo método, sino que me había pasado quince minutos tratando de localizar en Google Maps, a base de Street View, la pastelería, para así poder llamar por teléfono y que me pasaran por ella. Seguro que Pauline pensaba que era tonta. Y la verdad es que no se equivocaba.
               Chrissy hizo un barrido con sus ojos por la pastelería, deteniéndose en cada mesa. Sus ojos se clavaron en los míos, y sentí un nuevo tirón en el fondo de mi estómago que nada tenía que ver con los otros. No sólo estaba nerviosísima: también sentí la electricidad que había entre nosotras, y a medida que Chrissy se acercó a mí, sacudiendo las caderas como una modelo de ropa interior deportiva (pues sus curvas sólo entrarían en esa categoría), en el desfile de Victoria’s Secret, me di cuenta de que si había elegido el adjetivo “despampanante” no era casualidad. Asombrada, me percaté de que me gustaba como no me gustaba Pauline, que la elegancia no era lo mío, y sí más lo… explosivo.
               Intenté no hacerlo, pero basta para que una idea germine en tu cabeza para que ya no puedas dejar de darle vueltas. Me imaginé a Alec y Chrissy haciéndolo como no me lo había imaginado con Pauline, y mis mejillas se fueron encendiendo poco a poco a medida que mis fantasías tomaban tintes más y más salvajes. Traté por todos los medios de apartar de mi cabeza la imagen de la espalda musculada de Alec ocultando el torso desnudo de Chrissy, mientras sus piernas rodeaban la cintura de él y sus dedos seguían las líneas de aquellos músculos como tantas veces había hecho yo. Ella echaba la cabeza hacia atrás y gemía, y jadeaba cuando Alec le mordía la mandíbula mientras la penetraba más fuerte, más profundo, más…
               Esto había sido una mala idea. Había querido hablar con ellas para que me ayudaran a destruir los miedos que le asaltaban y que el sexo entre nosotros volviera a ser un espacio seguro. Pero ahora, viendo a Chrissy acercarse a mí, lo único que quería era probarla con Alec. Mirarlos juntos. Disfrutar de mirarlos. Y puede que arriesgarme a que él cayera en que había elegido mal.
               -Hola-saludó Chrissy, efusiva-. Eres Sabrae, ¿verdad?
               Parpadeé y noté la forma en que me ardían las mejillas mientras Chrissy tomaba asiento, dedicándole sólo una mirada a Pauline, que estaba en el mostrador seleccionando pasteles. La estrella de la función era yo.
               -Eh… no sé...-¿qué? ¿Cómo que no sabes? ¡Sabrae Gugulethu Malik! ¡Claro que Sabrae eres tú! ¡Eres la hija mayor de Zayn y Sherezade Malik, la segunda de cuatro hermanos, hermana pequeña de Scott y hermana mayor de Shasha y Duna, la única adoptada en tu familia más cercana y la primera de dos en todo tu círculo familiar! ¡Eres la mejor amiga de Amoke, y la casi novia de Alec! ¡Por supuesto que tú eres Sabrae!-. Esto… sí. Eh… yo…-vale, definitivamente pensaban que era retrasada-. ¿Cómo lo… sabes?-intenté cruzar las piernas, pero mis muslos demasiado gorditos me impidieron hacerlo, así que sólo le di una patada a Chrissy. Nada grave. Creo.
               Por Dios bendito, Sabrae, ¿has venido aquí a hacer el ridículo?

               -Alec se dedica a enseñar fotos tuyas en las cenas de Navidad cuando se emborracha-explicó-. Todos mis jefes saben quién eres. Aunque no estoy segura de que lo haga por amor. Quiero decir… no sólo y exclusivamente-sonrió-. Viendo lo bonita que eres y sabiendo cómo es con respecto a consentir a las chicas, estoy segura de que los jefes lo habrán puesto en el último puesto en la lista de gente a la que van a echar-se volvió hacia Pauline, que acababa de llegar de atender a una ancianita que se marchaba alegremente con una caja de pasteles.
               -Ah. Vale-toqueteé la taza y casi hago que se me caiga la cucharilla al suelo de tan nerviosa que estaba.
               -Además, me ha hablado mucho de ti. Y cuando ve una de tus historias mientras trabajamos, siempre me la enseña. Sales guapísima en todas, aunque eres incluso más guapa en persona-me alabó, estudiando toda mi cara con genuina felicidad. Se alegraba de que Alec hubiera elegido a una chica que parecía buena niña, que podía considerarse bonita tanto por fuera como por dentro, aunque quizá no fuera la que más.
               Yo me alegraba de haberme hecho una sutil raya en el ojo y haberme echado un poco de cacao en los labios, para que me brillaran más; de haberme hecho un semirrecogido con el que tuviera la cara despejada pero los rizos cayéndome sobre la espalda, de haber cogido unos pendientes en forma de estrella con brillantes que resaltaban mi piel, y haberme puesto un jersey de cuello vuelto de un color azul que era imposible que no me favoreciera de tan bonito como era.
               Pero, sobre todo, me alegré de que me dijera eso, porque me hizo perder el miedo. Miedo a ella, miedo a Pauline, miedo a que Alec nos viera a las tres juntas y reconsiderara su decisión. Porque puede que ellas fueran como modelos, pero estaba enamorado de mí, lo cual me convertía en una diosa. E incluso las modelos lo tienen complicado para competir con una diosa por su condición de mortales.
               -Vaya-sonreí, rodeando mi taza con los dedos-. Gracias. Yo, por desgracia, no sabía nada de ti. Con Pauline ya he coincidido por pura casualidad-miré a la francesa, que se acercaba a nosotras deshaciéndose el nudo del delantal. Iba vestida toda de negro: zapatillas negras, pantalones negros, jersey negro. Chrissy llevaba puesto un jersey marinero blanco y unos pitillos de cuero negros con bolsillos de cremallera a los que puede que les estuviera dedicando demasiados pensamientos, ahora que no podía verlos. Ya entendía por qué Alec se volvía loco cuando me veía aparece con unos pantalones de cuero. Me pregunté qué pasaría si quien los llevara normalmente sería él y no yo.
               Pues que se la chuparías detrás de un arbusto, comentó una voz en mi interior.
               Se la chuparía detrás de un arbusto aunque vistiera de general nazi, repliqué, pensando en la forma en que me había masturbado ayer por la noche, cuando nos llamamos por teléfono después de que Alec me dejara en casa tras dar una vuelta por el barrio y yo le supliqué que me pasara fotos subidas de tono.
               -¿Para qué?-me había preguntado él, riéndose.
               -No puedes sobarme como me has sobado hoy mientras paseábamos por el parque y luego pretender que siga con mi vida como si nada, Alec-gimoteé, metiéndome una mano en el pijama. Alec volvió a reírse.
               -Yo no te he sobado de otra forma a como suelo hacerlo siempre.
               -Pero me tienes castigada en celibato-lloriqueé-. Y a ti te hace la misma gracia que a mí que estemos así. Pude notarlo. Querías follarme.
               -Yo quiero follarte siempre, bombón-respondió.
               -¿Quieres follarme ahora?
               -Joder, claro que sí. ¿Te crees que a mí no me afecta manosearte el culo? Si no hubiera niños delante te habría arrancado las bragas y habría hecho que te corrieras cien veces-gruñó, excitado-. Tienes el culo perfecto para sentarte en mi cara.
               -¿Cuántas ganas tienes de hacerlo ahora?
               -Aproximadamente veinte centímetros-comentó, jadeante-, y subiendo.
               Casi mato a Scott cuando entró en mi habitación sin llamar para ofrecerme ver una peli y me obligó a tirarle un peluche tras bramar “¡CIERRA LA PUERTA!”, pero el esfuerzo mereció la pena. Alec ya se había corrido cuando sucedió el incidente, a mí me quedaba poquísimo, y llegué al orgasmo con Alec burlándose de mí, de si Scott seguía siendo mi chico favorito en el mundo.
               -Mi chico favorito en el mundo es mi padre-le había respondido antes de colgar, chula, y él había vuelto a llamarme al segundo.
               -¿Cuál de ellos?-inquirió, y esta vez, la que se rió fui yo.
               -Tengo tratamiento VIP-se rió Pauline, y Chrissy alzó las cejas en su dirección.
               -¡Hostia! Perdona, ni siquiera me había fijado en que eras tú. Encantada de conocerte-Chrissy se levantó y le dio un beso en la mejilla a Pauline. A continuación, tras darse cuenta de que a mí no me lo había dado, rodeó la mesa y depositó otro en mi mejilla-. Vaya. De Alec se pueden decir muchas cosas, pero de su gusto ninguna es mala-comentó, y Pauline se rió.
               -Diverso, pero selecto-asintió con la cabeza-. ¿Qué te pongo?
               -¿No tendrás una cervecita, verdad? Sin alcohol, por favor. Tengo que entrar a trabajar. De hecho, le tengo que dar el relevo al susodicho-comentó, poniendo los ojos en blanco.
               -Marchando-canturreó Pauline. Se perdió un momento tras el mostrador y regresó con una bandeja en la que había una cerveza, otra taza de chocolate y un café más oscuro que nuestras melenas. Traía también tres platitos con sendos cruasanes que repartió con eficiencia entre nosotras, creando una nueva categoría de rosetón, hecho por cerámica y repostería en lugar de vidrieras.
               -Si me hubieran dicho que me iba a sentar a tomar algo con la chica con la que compartí a Alec-Chrissy miró a Pauline-, y la chica por la que me dejó-me miró a mí-, me habría echado a reír. Pero aquí estamos-sonrió, dando un sorbo de su cerveza directamente desde el botellín. Me gustaba esa tía.
               -Es un poco surrealista, la verdad-Pauline se echó a reír, desmenuzando su cruasán en capitas y capitas de hojaldre.
               -Pensé que estaría más incómoda, pero… a ver, estoy algo nerviosa-admití, cogiendo el cuchillo y el tenedor como la niña pija que era-, pero la verdad es que me siento a gusto con vosotras.
               -Ay, cariño-Chrissy se inclinó hacia mí y me acarició la mano-. Me alegro mucho, de verdad. Lo de que Alec me dejó era una broma, no te lo tomes a mal. Por mi parte no hay ningún tipo de resentimiento.
               -Sí, por la mía tampoco-asintió Pauline, dándome un toquecito en la mano-. Ya sabes que te adoro, y os adoro juntos.
               Chrissy la miró.
               -Aún no me creo que ese capullo haya presumido de novia contigo y a mí no me haya dado absolutamente nada. Y luego decía que no tenía favoritas…
               -No te celes, chica-Pauline le guiñó un ojo-. En realidad, no les he visto juntos en persona. Simplemente Sabrae… bueno, entró de pura chiripa en la pastelería y la reconocí.
               -O sea, que a ti también te da la chapa con su Instagram.
               -No hay historia suya que no me haya perdido-se pavoneó Pauline-. Resulta que ya nos seguimos.
               Chrissy alzó las cejas.
               -¿Es en serio?
               -Había que intercambiar opiniones-me encogí de hombros y las tres nos echamos a reír.
               -Bueno, entonces supongo que si yo te sigo, tú también me seguirás a mí, ¿no? Seguro que termino siendo la persona más vieja de todo tu perfil.
               -¡Para nada! Si vieras la cantidad de famosos que me siguen sólo por mi padre… de todas formas, ¿cuántos años tienes? Porque tampoco aparentas tantos. Seguro que conozco gente mayor que tú.
               -21. Hago 22 en julio. Lo cual me recuerda… tengo una boda ese mes, ¿te importaría prestarme a Alec como acompañante? Prometo no hacer nada con él con la excusa de los viejos tiempos. Soy nostálgica, pero también tengo empatía.
               -Estará en Etiopía-respondí con cierta tristeza, recordando que lo nuestro tenía fecha de caducidad, o por lo menos una pausa.
               -Oh, cierto-Chrissy se dio un toque en la frente-. El voluntariado. Siempre se me olvida.
               -¿Cuándo se va?-quiso saber Pauline, y yo torcí la boca.
               -No lo tengo claro. La verdad es que procuramos no hablar mucho de eso. Resulta un poco doloroso-sentí cómo me iba desinflando poco a poco frente a ellas. Había apartado en un rinconcito de mi cabeza el hecho de que Alec fuera a marcharse y no le tuviera durante un año (o por lo menos muchos meses seguidos) conmigo, con todo lo que ello implicaba: añoranza, melancolía, y también abstinencia. Si ya estaba así, subiéndome por las paredes cuando hacía apenas una semana que había tenido relaciones con él (aunque no como a mí me gustaría, y sabía que a él tampoco), ¿cómo estaría cuando llevara tres? ¿O dos meses? No es que redujera mi relación con Alec a sólo sexo, ni mucho menos, pero sí que es cierto que éramos tan físicos que se me hacía muy duro pensar dentro de nada, me pasaría meses y meses sin sentir sus manos en mi piel, su boca en la mía, su miembro en mi interior. Empecé a odiarme por no saber solucionar lo que nos había pasado en su momento, por no haber leído bien las señales de distanciamiento que él me había mandado y pensar simplemente que se había cansado de mí, como si él no se hubiera cansado de asegurarme que demasiado nunca sería suficiente para él.
               Habíamos pasado demasiado tiempo peleados, demasiado tiempo distanciados, demasiado tiempo deseándonos de lejos cuando podríamos haber estado poseyéndonos bien pegados.
               -¿Y tú cuántos años tienes, Pauline?-preguntó Chrissy, cambiando de tema. Se había dado cuenta de cómo mi humor había descendido varios peldaños.
               -19. Este año cumplo los 20.
               Chrissy silbó, sonriente.
               -A nuestro amigo le gustan mayores… casi siempre-me miró con intención y se reclinó en el asiento, dando un sorbo de su cerveza con chulería. Ese gesto me recordó muchísimo a Alec, a la forma en que se comportaba cuando estaba relajado, como le había podido ver en muchas ocasiones, para gran fortuna mía. No pude evitar recordándolo haciendo eso mientras veíamos Cincuenta sombras de Grey en el salón de su casa, y mi mente rápidamente tomó como referencia lo que había sucedido después (el polvo bestial en el sofá en el que él poco más y me habría comido), y voló hacia el salón imaginario de Chrissy, donde habría una pizza tirada en una caja en el suelo, de la que comerían los dos, desnudos después de follar (en su habitación o en el sofá, me daba igual), y varios botellines de cerveza de los que habrían bebido ambos, sin distinción.
               Y pensé que no me importaría verlo en directo.
               -Volviendo al tema de la boda-me aparté un mechón de pelo de la cara-, si fuera por mí, te lo dejaría encantada. Todo con tal de ver a Alec en traje.
               -Dios, debe ser un espectáculo digno de ver-ronroneó Pauline, cerrando los ojos y estremeciéndose-. ¿Vosotras le habéis visto así alguna vez?-Chrissy negó con la cabeza.
               -Sí, en Nochevieja-contesté yo, y Pauline suspiró trágicamente.
               -Buf, ¡lo ha visto en traje, Chrissy! Desde luego, algunas nacen con suerte y otras nacemos estrelladas.
               -Pauline, amiga, puede que ella lo haya visto en traje, pero con nosotras follaba a pelo, así que, ¿quién es realmente la afortunada aquí?
               -Yo-constaté, alzando la barbilla con orgullo-. Porque yo también lo hice sin protección con él una vez.
               Tanto Pauline como Chrissy se me quedaron mirando, completamente alucinadas. Podía ver la preocupación escondiéndose en un rincón de su mente, a la par que la incredulidad. ¿Alec era tan cabrón como para haber convencido a una chiquilla como yo de que realmente prefería hacerlo sin protección porque con el condón simplemente no sentía lo mismo? ¿De verdad había sido tan capullo como para poner su placer o el morbo de correrse dentro de verdad de una tía por encima de mi salud y mi posibilidad de quedarme embarazada?
               -Pero fue porque yo quise-me apresuré a defenderlo, con la misma determinación con la que sabía que él me defendería a mí-. Estaba muy caliente, estábamos fuera de casa, él no se esperaba encontrarme, y… bueno, simplemente pasó. La verdad es que tuve que convencerlo.
               -Ah, vale. Me estaba asustando. Ya pensaba que iba a tener que cortarle los huevos-Chrissy suspiró, aliviada.
               -A mí no me parecía propio de él porque siempre se preocupó mucho por mí-comentó Pauline-. De hecho, la primera vez que lo hicimos, utilizamos condón, por supuesto, pero yo no tuve que decirle que se lo pusiera. De hecho, ni siquiera me preguntó. Se lo puso y punto. No me hizo ninguna pregunta antes de… bueno-arrugó la nariz, y luego sonrió-. Sí. Sí que me hizo una.
               -“¿Estás segura?”-citamos Chrissy, Pauline y yo a la vez, esbozando una sonrisa tierna recordando nuestra primera vez con Alec. Puede que no hubiera sido el típico primer encuentro sexual, en el que todo son flores, bombones y fuegos artificiales, pero incluso aunque fuera en los baños sucios de una discoteca Alec se las apañaba para aportarle un poco de dulzura al asunto preocupándose por nosotras como no lo había hecho nadie hasta entonces-. Sí-continué yo-, la verdad es que tengo mucha suerte con él.
               -Y más te vale aprovecharla-me amenazó en broma Pauline, apuntándome con el cuchillo de sierra.
               -De hecho-puse los codos en la mesa y me eché el pelo sobre los hombros-, me alegro de que haya salido el tema, porque así no tengo que sacarlo yo. Seguro que os estáis preguntando por qué os he reunido aquí.
               -¿No es evidente? Quieres restregarnos tu suerte-rió Chrissy.
               -O proponernos una orgía-soltó Pauline con toda la naturalidad del mundo, y yo no pude evitar pensar francesas. Chrissy se la quedó mirando-. ¿Qué? En un mes será su cumpleaños, y no se me ocurre mejor regalo para un novio que ofrecerle una noche de pasión con tres chicas alucinantes.
               -¿No te parece que es un poco pronto, francesita?-inquirió Chrissy, y Pauline puso los ojos en blanco.
               -No. Hay que ser previsora. Cada una tendrá sus compromisos, y eso no es algo que se pueda organizar de un día para otro. Necesitamos un lugar…
               -Mi piso-sentenció Chrissy.
               -Un día…
               -Su cumpleaños-respondió de nuevo Chrissy-. Cae en sábado-explicó.
               -Una razón…
               -Su mayoría de edad.
               -O que le echamos de menos.
               -O las dos cosas.
               Chrissy y Pauline no rompieron el contacto visual ni cuando dieron un sorbo de sus respectivas bebidas. Para cuando las apartaron de sus bocas, estaban sonriendo.
               -Chicas, la verdad es que que quiero hablar sobre sexo con vosotras, pero no quiero que os hagáis ilusiones-intenté no hacérmelas yo tampoco al verlas tan dispuestas a irse a la cama junto conmigo y con Alec, pero lo cierto es que no debía sorprenderme: él era capaz de sacar lo peor de cualquier mujer.
               Y con “peor” me refiero a su lado más primario, más desinhibido.
                -No he venido a proponeros una orgía. Lo siento. En realidad, lo único que quiero es preguntaros una cosa.
               -No me malinterpretes, nena, pero, ¿no te parece que eso sería un poco… raro? Es decir, no nos conoces-Chrissy se abarcó a sí misma junto con Pauline en un gesto de su mano-. ¿Con tu madre no puedes…?
               -Sí, mi madre sabe todo lo que hago, pero quiero vuestra opinión porque sois las únicas que habéis tenido sexo con Alec-revelé, y las dos esperaron a que yo continuara hablando, así que eso hice-. Veréis, al final he pensado que lo mejor sería hablarlo directamente con vosotras porque, bueno… tengo un par de amigas que son mayores que yo; a una le he preguntado y en realidad considera que su experiencia no es aplicable a mí, y a la otra no puedo preguntarle.
               -Si no tienes confianza con ella para hablar de sexo yo me replantearía su amistad-comentó Chrissy.
               -No, no es que no tenga confianza. Me parece de mal gusto porque acaba de salir de una situación complicada. Estuvo en una relación de maltrato durante varios años y ahora por fin se está recuperando, y no quiero abrir viejas heridas haciéndola hablar de ello.
               -Uf, qué mal. ¿Se encuentra bien?-inquirió Pauline.
               -Está recuperándose, pero sólo puede ir hacia delante-porque su novio había muerto y me daba la sensación de que Scott y Tommy habían tenido algo que ver, porque se negaban a hablar del tema de la liberación de Layla cuando en una situación normal lo habrían comentado con toda la felicidad del mundo, pero no quería pensar en ello ahora.
               -Me alegro por ella-Chrissy asintió con la cabeza-. Yo también estuve en una situación así hace unos años y la verdad es que te jode a niveles que no te esperas. Mándale todo mi apoyo.
               -Sí, y el mío-Pauline me acarició la mano.
               -Gracias, chicas. De todas formas, al margen de la situación de mi amiga, la verdad es que tampoco creo que me hubiera sido muy útil hablar con ella porque creo que habría llegado a la misma conclusión a la que ha llegado Alec. Veréis, el caso es que hace un par de semanas, pasé la noche en casa de Alec. Supongo que os imaginaréis que no nos dedicamos a jugar con muñecas-sonreí, y ellas asintieron-. El caso es que tuvimos mucho, mucho sexo, y… bueno, en una de ésas, las cosas se torcieron un poco. Él me…-carraspeé, deseando que ellas no se lo tomaran como se lo había tomado Alec. Por favor, que no se escandalicen; ahora estamos demasiado bien-, me estranguló-revelé, y las miré con atención. Ni Chrissy ni Pauline movieron un músculo, pero no me dio la sensación de que estuvieran poniendo cara de póker, sino que realmente no les parecía nada de otro mundo-. El caso es que no me gustó demasiado; de hecho, no me lo esperaba, me asusté un poco, y Alec también se asustó.
               Chrissy parpadeó, una chispa de inteligencia oculta en su mirada castaña, pero no dijo nada. Pauline, por su parte, me puso una mano en el brazo.
               -Es perfectamente legítimo que haya cosas que no te gusten durante el sexo, y nadie debería hacerte sentir mal por ello.
               -¡Todo lo contrario! Me pilló de sorpresa, eso es todo, pero Alec fue un caballero. Paró enseguida, se acurrucó a mi lado, me dio mimos hasta que yo creí que lo habíamos superado… pero resulta que él estuvo dándole vueltas durante toda la noche, y la semana siguiente, y la siguiente. Yo no le di la más mínima importancia, hasta que descubrí que estaba preocupado por eso. He intentado convencerlo de que lo hizo porque ve porno, pero una parte de él se niega a aceptarlo por las circunstancias que le rodean.
               -¿Qué circunstancias?-preguntó Pauline con inocencia genuina, y yo me la quedé mirando. Sentí que me subía toda la sangre a la cara. Mierda. Alec me había contado lo de su padre en la más estricta intimidad, y yo acababa de meter la pata hasta el fondo. Me había dicho que no le había contado el tema de los malos tratos de su madre a nadie, ni siquiera a Chrissy ni a Pauline. Y yo acababa de soltárselo a las dos.
               -Él… bueno… él… yo… creo que…
               -Él vivió una situación parecida a la mía y a la de la amiga de Sabrae de pequeño-explicó Chrissy, para mi gran sorpresa. Pauline parpadeó-. Con su padre-añadió.
               -Oh. No me había contado nada. Él nunca habla de su padre.
               -Conmigo tampoco. Pero lo sé por otras personas-el semblante de Chrissy se ensombreció, y yo me pregunté con quién podría relacionarse ella que supiera del pasado de Alec, que él ocultaba con tanta fiereza. Sin embargo, no había ido allí para hablar de la infancia de mi chico, así que continué:
               -El caso es que… él se culpa a sí mismo de lo que nos pasó. Cree que tiene relación con su pasado, y le daba mucho miedo que yo fuera el detonante de algo que tenía dentro y que llevaba dormido demasiado tiempo. Como si… hubiera interiorizado que el amor es violencia y posesión, ¿entendéis?
               -Alec es la persona menos violenta y posesiva que he conocido en mi vida-sentenció Pauline.
               -Sí, yo también, y estoy intentando que él vea que no tiene nada que ver con su herencia familiar. Por eso quería hablar con vosotras. Me da la impresión de que lo ha hecho más veces pero él no se ha dado cuenta nunca, y seríais de gran ayuda si me pudierais decir si con vosotras también lo hacía. Sé que no nos conocemos de nada, y es un poco raro contarle vuestras intimidades a la chica que ahora se folla a vuestro antiguo follamigo, pero por mucho que lo piense, no encuentro otra alternativa-sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas-. Sólo quiero decirle que no debe preocuparse por ser malo ni temerse a sí mismo.
               -No-sentenció Chrissy, negando con la cabeza-. No debería. Eso pasa. Sale muchísimo. A mí me lo ha hecho-concedió, y yo sentí que se me deshacía el nudo de la garganta-, y me gusta.
               -A mí también-asintió Pauline-. Las dos cosas-sonrió y me limpió un par de lágrimas de puro alivio que se deslizaban por mi mejilla con el pulgar.
               -¿Os importaría… esto… cuando él venga… contárselo? Necesito que me ayudéis a convencerlo de que no hay nada malo en él. Le da miedo tocarme desde que sabe lo que puede hacer. Y yo… echo muchísimo de menos que me toque. Echo muchísimo de menos el sexo con él, porque es la típica persona con la que sientes que es algo sagrado, que te adora y le encanta verte desnuda y ni recubriéndote de chocolate te vería más deliciosa y apetecible que sin ropa, pero a l vez sabes que si estuvierais en una película, haría lo imposible por que te sintieras cómoda, y se colocaría justo en las mejores posiciones para asegurarse de que no se te viera nada.
               -¡Por supuesto que sí, Sabrae!-asintió Pauline-. Ya sabes que yo soy vuestra fan número uno. Hablaremos con él todo lo que necesitéis para volver a estar bien.
                Sonreí en dirección a Pauline y luego miré a Chrissy.
               -¿Chris?-pregunté, y ella sonrió.
               -¿Sabes que sólo me llama así él?-asintió despacio con la cabeza-. Claro que te ayudaré, niña. Pero antes, permíteme una pregunta. Has dicho que ahora no te importaría probarlo. ¿Hay algo más que quieras probar con él?
               -Todo-dije-. Quiero probarlo todo.
               -Bien. Porque te quiero dar un consejo, pequeña. Sé que tu madre predica mucho en contra del porno, y lo cierto es que tiene razón en lo malísimo que es para nosotras, las mujeres, pero no creo que consigamos erradicarlo. Lo que sí puedes hacer es usarlo en tu beneficio-me cogió de las manos-. Deberías probar a ver porno con él. Es una experiencia extrasensorial. Si Alec ya folla que alucinas de normal, cuando está cachondo por ver porno es otro nivel. Es él en estado puro… como creo que era en el momento en que os pasó eso.
               -Sí. Yo también creo que estaba siendo él en estado puro, sin reservas. De hecho… estábamos escuchando a The Weeknd cuando pasó-comenté, apartándome un mechón de pelo de la cara, tímida. Los ojos de Chrissy aumentaron hasta tener el tamaño de la Luna, y la boca de Pauline se abrió como un pececito fuera del agua que boquea tratando de respirar-. En condiciones normales no habría hecho eso, estoy segura, pero simplemente se dieron todas las circunstancias y ahora a él le preocupa que se repita aunque no haya música de The Weeknd, ni porno, ni nada, de por medio. Y yo sólo quiero que vuelva a sentirse cómodo durante el sexo como me siento yo.
               -¿Todo esto pasó mientras escuchabais a The Weeknd?-inquirió Chrissy, estupefacta.
               -¿Te pone a The Weeknd mientras lo hacéis?-insistió Pauline, y yo asentí.
               -Sí, bueno…
               -¿Te ha dicho que no lo ha hecho con ninguna chica jamás mientras sonaba esa música? Las veces que nos enrollábamos en Asgard y ponían una canción suya, él no me tocaba hasta que no terminara.
               -Una vez le hice la coña con una lista de reproducción de The Weeknd en Spotify y tuve que interponerme entre él y la puerta para que no se fuera de mi casa-nos contó Chrissy, y yo sonreí.
               -Sí. Lo sé. Por eso quería también hablar con vosotras. No quiero que él escuche a su cantante favorito y recuerde el momento en el que descubrió que era un monstruo, sino una vez en la que se lo pasó genial conmigo.
               -Fíjate lo que te quiere-sonrió Pauline con ojos soñadores.
               -Ojalá pudiera sentir envidia de ti, pero eres tan mona que no me extraña-gruñó Chrissy como una vieja cascarrabias, y tras darle otro sorbo a su cerveza, se echó a reír.
               Podía entender a la perfección por qué, de todas las chicas con las que había estado, Pauline y Chrissy eran con las que más confianza tenía Alec. Lejos de ser posesivas con él y tenerme rencor, como habría hecho cualquier otra en su lugar (yo incluida, muy a mi pesar), se alegraban de que yo hubiera aparecido en su vida y sus rollos se hubieran acabado, porque podían ver que yo le hacía feliz, y eso era más importante que unos cuantos polvos de primerísima calidad. Y, lo más importante de todo, se aseguraban de que todo el mundo lo supiera a base de comportarse con una deportividad de la que yo no estaba segura de si podría hacer gala, pero sospechaba que no: después de lo que había sucedido entre Zoe y Alec, había descubierto una versión celosa de mí misma de la que no estaba muy orgullosa, y sobre la cual no tenía mucho control.
               Después de que me confirmaran que las prácticas sexuales de Alec y yo eran las mismas que las suyas, me sentí mucho más tranquila, lo que me permitió poder charlar con ellas de cosas que nada tenían que ver con el motivo por el que nos habíamos reunido allí. Descubrí que las luces de las casas vecinas se iban encendiendo a medida que la gente llegaba de su jornada laboral. Disimuladamente, les envié un mensaje a mis amigas diciendo que todo estaba bien y que no debían preocuparse por mí, lo que celebraron con muchos emoticonos festivos y haciéndome prometerles que les contaría todo lo que pasara con Alec a partir de entonces.
               Yo no estaba muy segura de si lo haríamos esa noche, porque la conversación estaría muy reciente y sabía que Alec necesitaba tiempo para reposar ciertas cosas y asumir alguna información, pero, desde luego, a mí no me faltaban ganas.
               Y menos aún cuando Pauline recibió un mensaje en su móvil avisándola de que su paquete ya estaba en camino. Apenas diez minutos después (tal y como predijo Pauline, y Chrissy le explicó que Alec iba rápido porque sólo seleccionaba en la aplicación de Amazon el destino del siguiente paquete que tenía en cola para el reparto), una moto pasó zumbando por delante del local y giró la esquina contraria a aquella por la que había entrado Chrissy. Pauline se incorporó y trotó hacia el mostrador, desapareciendo tras una esquina. Aguanté la respiración, deseando que todo el mundo se callara para poder escuchar la voz de mi chico. Chrissy sonrió, se terminó su cruasán y le dio un último sorbo a su cerveza, depositándola cuidadosamente sobre una servilleta para no fastidiar mis labores de espía.
               Pauline y Alec se saludaron, él con más cariño que ella, que simplemente le pidió si podía dejar el paquete que le traía en el interior.
               -Mira que eres vaga, Pauline. Explotarme no viene incluido en tu suscripción de Prime, ¿sabes?
               -Tampoco venía lo que hacíamos después, y bien poco que protestabas-se burló Pauline, exhalando una deliciosa risa musical. Apareció por el acceso de la trastienda y señaló el rincón donde quería que Alec le dejara la caja que tenía entre sus manos.
               -¿Has fichado?-preguntó Pauline, cogiendo una cerveza de la nevera. Alec se levantó y frunció el ceño.
               -Nena…
               -Sólo te he hecho una pregunta. ¿Has fichado, sí o no?
               -No.
               -Pues ficha-sentenció Chrissy, con la espalda apoyada contra la pared y las piernas estiradas sobre el sofá en el que se había sentado-, que yo no voy a darme prisa en darte el cambio. Estoy ocupada- Alec se volvió hacia ella, sorprendido al escuchar su voz, y cuando sus ojos se posaron sobre los míos, abrió la boca, estupefacto.
               Noté cómo las comisuras de mi boca se levantaban automáticamente en una sonrisa que él me devolvió. Estaba guapísimo. Tenía el pelo revuelto de tanto quitarse y ponerse el casco, y la sombra de su barba se notaba más ahora debido a la luz de las lámparas de la pastelería de Pauline, que vertían más luz sobre nosotros que la de los fluorescentes titilantes de la cafetería del instituto, donde le había visto aquella mañana. Llevaba el cuello del polo un poco arrugado de tanto ponerse y quitarse la chaqueta de cuero con la que hacía el reparto, y tenía la punta de la nariz y las mejillas coloradas por el frío.
               Quise comérmelo a besos para hacerle entrar en calor, sentarme sobre él y poseerlo para que viera que todo estaba bien entre nosotros.
               -Pero, ¿y esto?-preguntó, sorprendido, pero para bien-. ¿Os habéis reunido para criticarme o para poneros de acuerdo para una proposición indecente?
               -Un poco de todo-sonreí, haciendo un hueco en el sofá a mi lado, que Pauline respetó. Me apeteció darle las gracias en voz alta por permitir que Alec se sentara en su lugar en vez de seguir ella allí.
               -¿Crees que voy a salir antes de currar por invitarme a una orgía, bombón?-bromeó, acercándose a nosotras. Se desvió hacia el sofá de las chicas-. Ya sé que os va a costar un poco, pero no me deis picos-soltó-, que delante de Sabrae os tengo que hacer la cobra y eso va en contra de mi naturaleza. Ni siquiera sé si me saldrá-después de darle a cada una un beso a modo de saludo, se volvió hacia mí. Aún de pie, se apoyó en la mesa y se inclinó para darme un beso en los labios que me supo a gloria-. Hola, preciosa-ronroneó-. ¿Todo bien?-asentí con la cabeza-. ¿Has pedido? ¿Quieres que te coja algo?-negué con la cabeza y sólo cuando lo agarré del cuello del polo del trabajo, Alec se sentó. A mi lado. Donde siempre debería estar. Me acurruqué contra él y le devolví el beso que me había dado, saboreando su sonrisa. Estábamos siendo unos maleducados por ser tan tiernos delante de Chrissy y Pauline, pero me daba lo mismo. Me sentía tan feliz de haber confirmado mis sospechas respecto a nuestra vida sexual, que no me importaría estar delante ni de la mismísima Reina-. Estás guapísima. Me gusta mucho tu jersey. Y te queda genial ese peinado-alabó, toqueteando la goma el pelo con la que me había recogido los mechones que solían caerme por la cara para tenerla despejada-. Pareces Beyoncé en Coachella.
               Me eché a reír, me colgué de su cuello y froté su nariz con la mía.
               -Me has tenido esperándote un buen rato. Ya pensaba que ibas a dejarme tirada y te ibas a ir sin hacerle la entrega a Pauline.
               Alec rió por lo bajo, se inclinó hacia mi oído y me confió:
               -De haber sabido que me estarías esperando aquí, habría entregado su paquete el primero y luego me habría inventado alguna excusa para irnos a dar una vuelta-me apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y se quedó mirando mis pendientes, pensativo-. Pero bueno. ¿A qué debo el honor de tener a todas mis chicas reunidas?-inquirió, pasándome un brazo por detrás de la espalda y mirando a sus antiguas amantes-. Por favor, decidme que no le habéis propuesto ninguna marranada a Sabrae. Sólo puedo proponérselas yo.
               -De hecho-comentó Pauline, apartándose el pelo del hombro y recolocando su nuevo café-, estábamos haciendo de consultorio.
               -Somos unas expertas en lo que a ti respecta-explicó Chrissy, reclinándose en su asiento y alzando las cejas. Alec frunció el ceño, me miró y, al ver mi expresión de culpabilidad, me puso una mano entre las piernas.
               -¿Por? Todo lo que haces me gusta, Saab. No podrías hacerlo mejor de lo que ya lo haces.
               -En realidad, sí-respondí, notando cómo me ruborizaba, y su ceño se acentuó un poco más mientras luchaba por entender. Sólo cuando mis ojos se encontraron de nuevo con los suyos Alec pudo descubrir a qué se debía tanto misterio por mi parte. Abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir y exhaló un tímido:
               -Ah.
               En un gesto instintivo que no me gustó nada pero debía respetar (tenía derecho a enfadarse por lo que les había comentado a las chicas, y yo era plenamente consciente de ello, pero había decidido arriesgarme), Alec rodeó su cerveza con la yema de los dedos y se concentró en la etiqueta.
               -Vale. Bueno. ¿Se lo has contado todo?
               -No te pongas así, rey del melodrama-instó Chrissy, y Alec lo miró-. Si la chiquilla se ha puesto en contacto con nosotras, es porque se preocupa por ti.
               -Necesitaba una segunda opinión-coincidió Pauline, y Alec rió entre dientes, cínico.
               -¿Segunda opinión? Lo que necesita es alguien que tenga límites.
               -¿Y tú no los tienes?-inquirí, agarrándolo de la mandíbula y haciéndole mirarme-. No seas tan duro contigo mismo, Al. Ya sabemos por qué hicimos lo que hicimos.
               -Lo hice yo solo, Sabrae. Nadie intervino por mí. De todas formas, hay opiniones.
               -Eso no es verdad. No hay ninguna opinión. Por eso quería hablar con ellas: para que vieras que tus miedos están sólo en tu cabeza.
               Alec frunció el ceño.
               -¿Todo esto es porque no quiero follar todavía?-espetó, y a mí me sentó como una patada en el estómago, aunque, de nuevo, no podía culparle. La verdad es que yo no sé cómo reaccionaría si descubriera que mi casi-novio había quedado con mis ex para discutir nuestras prácticas sexuales y convencerme de que las cosas mínimamente violentas que hacía en la cama ni se debían a mi herencia familiar, ni eran algo que hubiera detonado Alec, sino que ya las había puesto en práctica antes.
               -Es porque me preocupo por ti-susurré, acariciándole los hombros y la espalda-. No quiero que te alejes de mí. No quiero que… necesitemos espacio-me miró a los ojos, y luego miró mis labios. Me atreví a pegarme un poco más a él, y él no se apartó-. No quiero que haya espacio entre nosotros-susurré, a milímetros de su boca, tanto que mis labios podrían haber acariciado los suyos. Sentía su aliento entre mis dientes, descendiendo por mi esófago, encendiendo las fraguas con las que sellaría mi amor por él, mi devoción por él.
               -No hay espacio entre nosotros-respondió, con su nariz acariciando la mía. Su frente tocó la mía y yo le cogí la mano. Estábamos flotando en el espacio, no existía nada más que nosotros dos, y yo… yo tenía miedo de que flotáramos en direcciones opuestas, perdiéndonos en el infinito con la certeza de que nunca volveríamos a coincidir.
               -Sí que lo hay-respondí-. Hay un muro que tú te empeñas en levantar-entrelacé mis dedos con los suyos y tragué saliva-. Y nos prometimos que no dejaríamos que nada ni nadie se interpusiera entre nosotros. Ni siquiera yo-le di un beso en el cuello-, y ni siquiera tú.
               Alec miró a Chrissy y Pauline.
               -Por eso estamos los cuatro aquí.
               Apretó la mandíbula, asintió despacio con la cabeza, y me miró.
               -Vale. Está bien. Hablemos de eso-se volvió para mirarlas, y había un cierto desafió en su expresión. Parecía retarlas a que le dijeran que él no era bueno para mí-. ¿Cuánto les has contado, Sabrae?
               -Todo.
               -Lo que necesitábamos saber-puntualizó Pauline, y Alec clavó los ojos en ella e inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Que la estrangulé, y lo disfruté como un cabrón? ¿Que me encantó tenerla dominada? ¿Que me corrí mientras la sometía? ¿Os mencionó también eso?
               -No-respondió Chrissy-. Pero nos ha dicho algo que dice más de vosotros que todo eso que nos estás contando-Alec sonrió, cínico, y Chrissy se inclinó hacia él-: que todo eso pasó mientras escuchabais a The Weeknd.
               -¿Y qué cojones tendrá que ver, Christine?
               -Que eso es lo único que has hecho con ella que jamás hiciste con nosotras. Con ninguna de las dos-reveló, y Alec entrecerró los ojos. Las miró a ambas alternativamente, primero Chrissy, luego Pauline, después Chrissy de nuevo y por último, Pauline otra vez.
               -Eso no es verdad-dijo por fin, y Pauline puso los ojos en blanco y Chrissy soltó un taco.
               -¿El qué no es verdad?
               -No sé si me gusta este rollo de príncipe de las tinieblas que te traes, Alec-comentó Pauline, cruzándose de brazos.
               -Que lo único que hice con Sabrae que no hubiera hecho antes fue escuchar a The Weeknd. Yo jamás os toqué un pelo.
               -¿Que jamás…?-Chrissy se echó a reír-. ¿Recuerdas el verano pasado, cuando tuve que pasarme una semana entera haciendo el reparto con el polo de invierno-señaló el que Alec llevaba puesto entonces-abrochado hasta arriba por las marcas que me habías dejado en las tetas después de follar?
               -¿O los tres días en los que a mí me dolía sentarme en clase por cómo me habías follado después de salir de trabajar?-inquirió Pauline.
               -¿O cuando tuviste que romper el cabecero de mi cama porque me habías atado tan fuerte que luego no había manera de soltarme?
               -¿A ti también te pasó?-espetó Pauline, incrédula-. Nosotros tuvimos que cortar la camiseta que habíamos usado. El cabecero de mi cama es de metal.
               -Lo pillo-respondió Alec-. Soy un puto psicópata que disfruta haciéndoles daño a las mujeres. Sinceramente, no sé en qué medida justifica eso que siga con Sabrae, en lugar de hacer que rompamos.
               -¿De verdad necesitas que te lo expliquemos?-Pauline se sopló un mechón de pelo que le cayó sobre la cara-. Alec… no sé si hablo también por Chrissy, pero te puedo asegurar que nadie me ha hecho disfrutar, me ha follado tan bien y se ha preocupado tanto por mí como tú.
               -Suscribo todo lo que ha dicho la francesa-apostilló Chrissy, levantando dos dedos. Alec las miró.
               -Lo decís porque me queréis.
               -No. Lo dicen porque es la verdad-me abracé a su brazo y Alec me miró-. ¿Por qué no eres capaz de aceptar las cosas buenas que te dicen? Yo no he tenido tanta experiencia como Pauline y Chrissy; no he conocido a tantos chicos en ese sentido como ellas, y sin embargo, las tres coincidimos. Y estoy segura de que, si salimos ahora a la calle y nos dedicamos a preguntarles a las chicas con las que te has acostado, ellas te dirán lo mismo que te diremos nosotras, Al: que follas de cine, pero no porque sepas hacer que nos corramos de una forma bestial, sino porque te preocupas como no se ha preocupado nadie. Ya te he explicado a qué se debe todo, y tú te niegas a aceptarlo. Quieres hacerlo, yo sé que quieres, pero hay algo que te lo impide, y no sé por qué no intentas concentrarte en tratar de superarlo y acallar las voces de tu cabeza en lugar de alimentarlas y prestarles aten…
               -Porque no puede-me interrumpió Chrissy, y tanto Pauline como yo la miramos sorprendidas, mientras que Alec la retó con la mirada-. Podrías hacerle cambiar de opinión si ésta es suya porque Alec puede pensar que se equivoca, pero no conseguirás que se mueva un centímetro si encuentra a alguien con quien compartirla.
               -¿Qué quieres decir, Chrissy? ¿Quién podría…?-empecé, pero Chrissy y Alec seguían enzarzados en una batalla por ver quién apartaba antes la vista.
               -Esto ya lo has hablado antes, ¿verdad que sí, Alec? Has hablado con alguien que te ha comido la cabeza diciendo que todo lo que te ha pasado con Sabrae se debe única y exclusivamente a que te viene de familia, y no puedes huir de ello, ¿no es así? Ha sido a Aaron al primero al que has acudido para preguntarle si lo que os pasó es normal, ¿me equivoco?
               Sentí cómo el color huía de mi rostro y mi temperatura corporal se desplomaba diez grados. De todas las personas que había en el mundo, su hermano era la última a la que Alec debía acudir con una pregunta semejante. Lo poco que sabía de él me bastaba para saber que Aaron lo odiaba y haría lo que fuera por hacerle daño, entre lo que se incluía decirle que era peligroso como su padre. Que, tarde o temprano, no podría escapar del poder que su padre tenía sobre él.
               Alec apretó la mandíbula y fulminó a Chrissy con la mirada mientras yo lo miraba, estupefacta.
               -¿Quién es Aaron?-preguntó Pauline, perdida.
               -Mi hermano-respondió Alec.
               -Mi ex –respondió Chrissy, a la vez que mi chico. Pauline abrió la boca y los miró a ambos. Yo, por mi parte, estaba demasiado ocupada flipando como para poder mirar a nadie. ¿Alec se había enrollado con la ex novia de su hermano?-. La madre los hace bien-explicó Chrissy, al notar la incredulidad de Pauline-. Por fuera, al menos.
               -Por dentro, ninguno de los dos le ha terminado de salir bien-replicó Alec, con una sonrisa oscura. Le tomé de la mandíbula y le hice mirarme.
               -No sabemos quién es mi madre. Ni mi padre-le recordé, y él abrió los ojos, sorprendido de que tratara el tema de mi adopción frente a dos casi desconocidas-. Ella podría ser una prostituta y él un maltratador, o por lo que sabemos, también podrían ser diplomáticos que no querían verse atados a una hija por las razones que fueran. Jamás lo sabremos. Y jamás descubriremos nada de ellos, especialmente de su carácter, por mí. Porque yo soy una Malik. Y eres un Whitelaw. Nada de lo que te diga el desgraciado de tu hermano, o de lo que haya hecho tu padre, podrá cambiar el hecho de que eres hijo de Dylan Whitelaw. Nada podrá cambiar el hecho de que eres una buena persona, un chico que se preocupa por las chicas, al que le encanta disfrutar pero prefiere que se sientan cómodas con él. Estoy enamorada de ti por cómo eres, por cómo te lo mereces, Alec, pero hay algo más importante entre nosotros que la forma en que nos queremos: la forma en que confiamos el uno en el otro ciegamente. Me asomaría al bordillo de la Torre de Londres y saltaría sin dudar que tú me agarrarías e impedirías que cayera. Llevo confiando en ti de esa manera desde que me besaste en la discoteca la primera vez, y eso que entonces aún no te quería.
               Alec tragó saliva, luchando contra una espiral de emociones que amenazaban con sobrepasarlo.
               -Jamás he sido estúpida. Puede que haga alguna tontería de vez en cuando, pero jamás en mi vida he llegado a ser tonta. Incluso siendo un bebé confiaba en ti, ¿recuerdas?-esperé a que asintiera, y cuando lo hizo, continué-. Eso es porque veía la bondad que hay en ti. Igual que Chrissy, y Pauline, y todas las chicas que deciden acostarse contigo. No follamos contigo porque estés bueno. No sólo, quiero decir-sonreí, y él también-. Lo hacemos porque sabemos que no nos va a pasar nada malo. Una chica que haya estado contigo una noche ya sabe más de ti que tu hermano o el cabrón de tu padre. Si nosotras te conocemos y ellos no, ¿por qué la única opinión que cuenta es la suya?
               Alec tragó saliva.
               -Porque es la que más encaja con las cosas que tengo en la cabeza.
               -Lo que hay en tu cabeza son traumas. No es la realidad-le cogí la mano y me la coloqué en la mejilla-. Mírame, Alec. Soy más joven, más pequeña, más débil que tú. Podrías destruirme de mil maneras distintas-deslicé su mano hasta mi cuello y Alec se puso nervioso-. Podrías partirme el cuello con una sola mano, y yo estaría perdida, y aun así, te dejo tocarme. Te dejo darme azotes, te dejo empujarme contra ti y te dejo poseerme, porque sé que aunque eso podría hacerme daño, no lo hará nunca mientras me lo hagas tú. Igual que sé que, en cuanto te suelte la mano, vas a apartarla de mi cuello porque te horroriza la sola idea de poder hacerme daño-solté su mano y, como yo le dije, él la retiró y se la quedó mirando como si fuera un instrumento extraño que un músico no hubiera visto nunca.
               Alec levantó la vista y miró a Pauline y Chrissy, y después, por fin, a mí.
               -Te seguiste acostando con ellas después de estrangularlas. No le diste más importancia. ¿Por qué conmigo no puede ser así?
               -Porque contigo es diferente-respondió, y yo sonreí. Me incliné y le di un beso en los labios.
               -No quiero que seamos diferentes. Quiero que seamos nosotros-sostuve su rostro entre mis manos y le hice mirarme-. Apuesta por nosotros, Al. Sólo una vez. No necesitarás hacerlo más-le prometí, y él volvió a mirarme la boca, debatiéndose entre lo que quería hacerme y lo que pensaba que debía hacer.
               Por suerte para mí, Alec no solía resistirse demasiado a la tentación, especialmente si se trataba de mí. De modo que se relamió los labios, me rodeó la cintura, y con la maestría digna del mejor de los seductores (no en vano lo era), me sentó sobre su rodilla y frotó su nariz contra la mía.
               -Lo haría una y mil veces, bombón. Mi segundo nombre es Apuestas-sonrió antes de darme un beso en los labios que me supo a gloria: no en vano era el sello de nuestra Reconciliación con mayúsculas. A partir de entonces, sólo podíamos ir hacia arriba: habíamos tocado fondo por fin, pero lo habíamos hecho para coger impulso y salir disparados como cohetes hacia el cielo, buceando los últimos metros para así asegurarnos alcanzar las estrellas.
               Chrissy sonrió en silencio, satisfecha de que Alec hubiera sabido elegir bien, y Pauline, ni corta ni perezosa, se puso a aplaudir. Me caían genial las dos, cada una única a su manera.
               -¡Esto hay que celebrarlo!-festejó la morena, poniéndose en pie y trotando hacia el mostrador. Regresó al poco con un platito en el que un apetitoso y humeante crumble de manzana estaba acompañado de una bola de helado de frutos rojos, todo ello espolvoreado con un poco de azúcar glas. Sólo había un plato, pero dos tenedores, y Alec la miró con una sonrisa boba en la cara.
               -Vaya, Pauline, y yo que pensaba que te pondrías de mi parte para facilitarme un poco la vida…-comentó, y yo me eché a reír, cogí uno de los tenedores y se lo acerqué a la boca. Alec sonrió, abrió la boca y me dejó alimentarlo. No repetí ese gesto más veces, pero no por falta de ganas, sino porque no quería que las chicas se sintieran incómodas. Bastante tenían ya con que las dejáramos sujetándonos las velas como para que  encima tuvieran que soportarnos siendo ñoños.
               Me corté un trocito y reuní la mezcla en el tenedor mientras Alec cogía el suyo (las ventajas de que tu casi novio sea zurdo son muy abundantes, y entre ellas destaca el que pueda cogerte en brazos y alimentarse al mismo tiempo), y ahogué una exclamación cuando la manzana asada, calentita, se derritió en mi lengua mezclándose con el helado. Cerré los ojos, disfrutando del plato mientras éste se deslizaba por mi garganta, y preguntándome si me sabría igual de bien de no estar sentada sobre Alec. Desde luego, no tenía pensado averiguar la relación entre ambas sensaciones.
               -Está genial, Pauline. Felicita al cocinero de mi parte.
               -Lo tienes delante-informó mi chico, y Pauline levantó la barbilla, orgullosa.
               -¿Es en serio? Vaya. Está genial. Podrías ganar un concurso con este crumble.
               -He tardado un tiempo en perfeccionarlo, pero si quieres, te paso la receta entera. Sin censurar. Con el ingrediente secreto incluido.
               -¿Cuál es?
               -El amor, por supuesto-Pauline sonrió y Chrissy exhaló un “ow” adorable. Alec sonrió.
               -Normal que te haya salido así de bien. Seguro que estabas pensando en dármelo cuando llegara, ¿no es así?-Pauline puso los ojos en blanco y yo confesé:
               -A mí también me gusta la repostería. Y me encanta hacerle cosas a Alec. Mira cómo come. Le encanta.
               -Es que tú cocinas muy bien, Saab.
               -No dejes que me vaya sin darme la receta, ¿vale? Quiero hacérselo un día.
               -Entonces no va a haber problema-Pauline me guiñó el ojo.
               -Dicen que la repostería es el lenguaje universal del amor-comentó Alec con sorna, y yo le di un toquecito en la nariz.
               -Por eso quiero hacértelos: para demostrarte que puedo confiar en ti a ciegas-le puse una mano en la mandíbula y se la acaricié al completo, recorriendo con los dedos el espacio entre el mentón y la barbilla, antes de darle un piquito-. Por eso las he reunido aquí.
               -Por eso-coincidió Chrissy-, y porque en el fondo sólo te relacionas con víboras. Estábamos a puntito de empezar a criticarte cuando llegaste. Desde luego, siempre has sabido cómo hacer una entrada triunfal.
               -Me gustaría saber qué queja tienes tú de mí, Christine. He hablado con el encargado de tu sex shop de confianza y me ha dado las gracias por dejar de visitar tu cama. Parece ser que ya no va a tener que cerrar la tienda, después de todo-soltó Alec, y Pauline y yo nos echamos a reír ante la expresión de fastidio de Chrissy.
               -De hecho, listillo, ya que sacas el tema…-Pauline se pasó una mano por el cuello y miró en derredor, asegurándose de que sus padres no andaban cerca-. Me gustaría saber si estarías dispuesto a compartir un poco de tu sabiduría en la cama con otros.
               Chrissy alzó una ceja y Alec se echó a reír, divertidísimo.
               -¿Tienes algo en particular en mente, Pauline?
               -Estaba pensando que estaría bien empezar con el truco de la cadera.
               -Oh, Dios mío-Chrissy se llevó una mano a la cara-. El truco de la cadera.
               -¿Qué es el truco de la cadera?-quise saber.
               -¿No se lo has hecho? Y luego dices que estás enamorado de ella.
               -Aspiro a tener una relación a más largo plazo con ella que la que tuve con vosotras, chicas. No os lo toméis a mal, pero tengo que guardarme un par de trucos en la manga-Alec se reclinó en el asiento y abrió los brazos, apoyándose en el respaldo del sofá.
               -¿Alguien puede explicarme qué está pasando? ¿Qué se supone que haces con la cadera?
               -Una polla voy a dejar que estas dos te estropeen la sorpresa. Ya lo verás. En tu cumpleaños, si te portas bien-sonrió Alec, apartándome el pelo del hombro y besándomelo.
               -¡Queda como un millón de años para mi cumpleaños!
               -Sabrae, por favor, acabo de descubrir que Pauline ya ha encontrado a un mamarracho con el que sustituirme. Está siendo un momento muy duro para mí.
               -Tú no eres el único que puede hacerlo, ¿sabes?-rió Pauline, y Alec la fulminó con la mirada. Cerró el brazo en torno a mi cintura y sentenció:
               -Sabrae no es sustituta de nadie. Es la primera, y la última si no soy lo bastante imbécil como para cagarla con ella.
               -Mira cómo se ofende. ¡Si Pauline te ha hecho un halago! Una se termina cansando de sus vibradores cuando tiene que usarlos sola.
               Alec esbozó una sonrisa oscura.
               -Joder, lo que te habría contestado hace un par de meses, cuando todavía era un capullo que coleccionaba bragas.
               -¿Usabais juguetes?-inquirí, alucinada.
               -¡Claro, bombón! ¿Qué te piensas? Yo no me asusto fácilmente, nena-Alec dio un sorbo de su cerveza y me guiñó un ojo. Pauline y Chrissy intercambiaron una mirada y sonrieron. No sé cómo, pero descubrir que había muchas cosas que no había probado con Alec hizo que se enzarzaran en un acalorado debate sobre las cosas que hacían con él que le encantaban, y las que habían probado y no les había molado tanto. A cada cosa que decían, yo alucinaba más, pero mentiría si dijera que no estaba disfrutando de la experiencia. Resultó que mi chico sólo era precavido conmigo, pero tan curioso que rozaba en lo temerario con Chrissy y con Pauline; aunque también lo entendía, dado que ellas eran mayores que yo y tenían mucha más experiencia. Pero no dejaba de llamarme la atención el hecho de que Alec y yo estuviéramos en estratos tan separados de la vida, y sin embargo consiguiéramos disfrutar como no lo habíamos hecho con nadie: desde luego, él había probado tanto que bien podría escribir una reseña de todas las posturas del Kamasutra, y seguro que las páginas de juguetes sexuales lo tenían como colaborador destacado.
               Me lo quedé mirando mientras escuchaba lo que Pauline comentaba de algo que habían probado con una amiga (¡Dios mío, ya ha hecho tríos, y yo aquí preocupada de si le parecerá precipitado que le sugiera uno!), sonriente, atento, prestándole toda su atención a su amiga y disfrutando de sus alabanzas. Estaba tan guapo, tan despreocupado, tan como él se merecía… después de todo, hablar con las chicas era lo mejor que podía haber hecho. Le habían quitado un enorme peso de encima, y de paso estaban contribuyendo a subirle el ego como un cohete.
               -Así que tríos, ¿eh?-ronroneé, jugueteando con el pelo de su nuca e inclinándome para susurrarle al oído-: ya veo que si me tienes aislada del mundo es porque quieres guardarte toda la diversión para ti.
               -¿Significa eso lo que creo que significa? Porque puede que me dé una embolia pensando en tenerte desnuda en la cama al lado de otra chica.
               Le mordisqueé el lóbulo de la oreja a modo de respuesta y miré a Chrissy, que en ese momento estaba rebatiendo a Pauline sobre cuál era el mejor truco que Alec usaba en la cama, y cuando habló de un mordisquito perfectamente estudiado que daba cuando notaba que estaba a punto de hacer que una chica se corriera con sexo oral, yo intervine.
               -Definitivamente es lo mejor que me han hecho nunca. En una escala de uno a diez, le pondría un once.
               -Yo un quince. Dios mío-Pauline se abanicó con la mano.
               -Yo un nueve y medio. Me reservo el diez para el momento en que te empala como si fuera un toro. Aunque hay veces que es un bestia e incluso te hace daño.
               -Pero cuando te hace daño es como… mejor-respondí-. La sensación es más intensa.
               -Y demuestra que está muy cachondo-coincidió Pauline-, pero yo me quedo con el cunnilingus, lo siento.
               -¡Hola! ¿Por casualidad se os ha olvidado que estoy aquí?
               -Y por eso nos estamos cortando, querido.
               -¡Joder!-Alec se echó a reír y negó con la cabeza. Me deslicé por el sofá para dejarlo descansar de su larga jornada laboral y él se tumbó sobre el sofá, encajonado entre éste y mi espalda, y se dedicó a juguetear con mi pelo, haciéndome cosquillas. Los transeúntes iban pasando como estrellas fugaces en la noche de Perseidas, pero Chrissy, Pauline y yo seguimos hablando como amigas de toda la vida. Hasta que Alec me dio un toquecito y se llevó la mano a los labios cuando le miré.
               -Escucha.
               Afiné el oído y me concentré en la música que salía por los altavoces, una canción que había empezado a sonar hacía escasos segundos. No pude evitar sonreír al reconocer la voz de Jason Derulo en The other side.
               Me vi catapultada a la noche más mágica de mi vida, y también la más cambiante. Había salido de casa con sed de sangre, y había vuelto satisfecha tanto en mi deseo de venganza como en mi apetito sexual. Había conocido una faceta de Alec que yo no conocía y sin la cual ahora no podía vivir.
               No nos habíamos besado durante esa canción por un capricho del destino, pero desde luego, si las cosas hubieran salido como nosotros deseábamos, aquélla sería la canción que evocaría nuestro primer beso. Nos vi como quien ve una película, a los dos protagonistas uno frente a otro, acercándose hasta que sus pechos se tocan, ella poniéndose de puntillas y él inclinándose,  y sus labios están a centímetros, y la magia se palpa en el ambiente, pero unos gilipollas amenazan con romper el hechizo.
               -¿Qué pasa?-quiso saber Pauline, curiosa, y Alec se incorporó.
               -Con esta canción fue cuando nos dimos cuenta de que nos atraíamos. Casi nos damos nuestro primer beso mientras sonaba.
               -¡Uh, Alec!-rió Chrissy-. Eres un romántico. ¡Qué bien ligas!
               -Si es que, ¿hay algo que se me dé mal?
               -Convivir contigo mismo-respondí sin poder frenarme, y él se me quedó mirando. Para mi gran sorpresa, asintió con la cabeza y me dio un beso en la frente. El teléfono de Chrissy sonó justo en ese instante, y ella lanzó un gemido.
               -Odio ser la que corta el rollo en estas ocasiones, pero tengo que ir a currar-recogió su gorro de lana y se metió el móvil dentro del bolso-. Me ha encantado conoceros a las dos. Anda que cómo de calladitas te las tenías, hijo-le recriminó a Alec.
               -No me interesaba que os conocierais. Imagínate que os liais entre vosotras y yo tengo que matarme a pajas viéndolo.
               -Puede que te dejásemos participar-Pauline le guiñó un ojo mientras abrazaba a Chrissy, y Alec bufó. Se volvió para mirarme.
               -Te llevo a casa, ¿vale?
               -Quiero quedarme un poco más. ¿Podemos dar una vuelta?
                -Um…-se miró el polo-. Si me pillan dándome un garbeo por ahí con el polo del trabajo, me puede caer una buena.
               -Podemos buscarte algo. De la que venía con mis amigas vi un escaparate con un jersey gris perla que te quedaría genial. ¿Me concederías el caprichito de dejarme comprártelo?
               -Tengo un sueldo, Sabrae.
               -Yo también. Y una tarjeta de crédito sin límite de gasto-le agarré del brazo-. Venga, va.
               Alec suspiró, puso los ojos en blanco y miró a las chicas.
               -¿Veis qué cruz tengo que soportar?
               Diez minutos después, Alec se metía en el baño de la pastelería de Pauline para ponerse el jersey y dejar allí su polo de trabajo. Había tenido que pedir que me envolvieran para regalo el jersey, con un lacito navideño incluido, y se lo había entregado entonando “¡feliz Navidad!”, para que tuviera claro que ni de coña iba a considerar aquella prenda un regalo adelantado de cumpleaños.
               -¿Qué tal estoy?-preguntó Alec, acariciando la tela de su jersey nuevo. Pauline asintió con la cabeza.
               -Te dejaría follarme hasta que me dejaras tetrapléjica.
               Tanto Pauline como Alec se me quedaron mirando.
               -Igual sería mejor que lo cambiara por algo un pelín menos… provocador.
               -¡Ni de coña!-protesté, y él se echó a reír, me rodeó los hombros y me dio un beso en la cabeza. Nos despedimos de Pauline, que cuidaría de la moto y del polo de Alec como la más fiel de las guardianas, y salimos al gélido aire invernal londinense. Él comentó que no estaba mucho para paseos, y yo vi en eso la oportunidad de mi vida para sugerirle ir a los iglús. No necesité insistir mucho en ello, lo cual me dio alas. Si íbamos a ir a los iglús sin que Alec opusiera resistencia, es que un nuevo polvo estaba muy cerca. Tuve que contener mis ganas de ponerme a brincar. ¡Por fin íbamos a estar juntos de nuevo, y en los iglús, nada menos! No podía dejar de imaginármelo quitándose la ropa y tumbándose sobre mí bajo un cielo de estrellas hechas de píxeles y no de fuego, besándome y poseyéndome sobre unos cojines que no eran los de mi cama pero que sin embargo se sentían como un hogar.
               Alec llevaba la chaqueta abierta, seguramente porque el jersey no le permitía subirse la cremallera y moverse con comodidad, lo cual yo aproveché como lo que era: la oportunidad del siglo para ir por la calle abrazada a él, como un koala enamorado y tremendamente dependiente que es incapaz de separarse de su cuidador más de un par de centímetros. Alec me acariciaba la cintura, distraído, vigilando el tráfico y a cada transeúnte con el que nos cruzábamos para asegurarse de que no me embestía y rompía nuestra conexión. Cuando llegamos al parque donde estaban los iglús y comprobamos que la cola avanzaba más rápido de lo que esperaba, y que por lo tanto entraríamos pronto, suspiré con alivio y me permití soltarlo. Ya le atosigaría con mi cuerpo dentro de unos minutos, cuando no hubiera más que aire entre nosotros y sólo nos vistieran las luces procedentes del cielo digital.
               Cuando Alec y yo extendimos un par de billetes hacia la taquillera, que los intercambió por unas cuantas fichas que nos darían para una hora y media, mi estómago se dio la vuelta y no pude evitar sonreír. No quedaba nada. No podía dejar de pensar en él, desnudo, abriéndome las piernas, besándome la cara interna de las rodillas y entrando en mí, obligándome a mirarlo a los ojos mientras me hacía suya y recordándome por qué las chicas con las que se acostaba accederían una y mil veces a tener charlas relacionadas sobre sexo con él.
               Pensé en Pauline, en lo que había dicho de Alec atándola a la cama. Pensé en Chrissy, en cómo me la había imaginado sentada en el sofá de su casa, desnuda, bebiendo de un botellín de cerveza que probablemente Alec le vertería encima e iría bebiendo de sus curvas. Me encendí por momentos centrándome en ellos dos; me la imaginé desnuda, en el iglú que pronto compartiríamos él y yo, acercándose a nosotros y besando a Alec primero y después a mí. Tumbándonos en el suelo y quitándonos la ropa mientras Alec nos miraba y disfrutaba del espectáculo casi tanto como lo disfrutaríamos nosotras.
               No tenía vergüenza. Se había evaporado como se evapora el agua de un charco en un día de otoño en el que el sol se olvida de que es noviembre, y vierte su calor sobre la superficie como si estuviéramos en julio.
               -Chrissy es muy guapa-comenté justo en el momento en que un chico se acercaba a nosotros, linterna en mano, para guiarnos hacia nuestro iglú. Alec se volvió para mirarme, las manos en los bolsillos, las cejas alzadas y una sonrisa traviesa en la comisura de su boca que hizo que mi entusiasmo galopara.
               -¿A qué ese tono de sorpresa? ¿Me has visto la cara?-se echó a reír, interponiéndose en mi camino de manera juguetona, y yo le di un empujón.
               -¿Hay posibilidades de que le gusten las chicas?-pregunté como si estuviera pidiéndole el pronóstico meteorológico del día siguiente, y Alec se encogió de hombros.
               -Puede-contestó sin mucho interés, como si me estuviera dando el pronóstico meteorológico del día siguiente.
               -¿Has hecho tríos con ella?-intenté no pensar demasiado en qué pasaría si la respuesta de Alec era afirmativa. ¿Significaba eso que podríamos meter a otro chico en la cama alguna vez? El mero hecho de pensar en ello me mareaba.
               Sonrió.
               -Yo a Chrissy no la comparto.
               -¿Ni siquiera conmigo?-coqueteé, aleteando con las pestañas en su dirección. El chico de la linterna se detuvo frente a nosotros, nos pidió la primera ficha para introducirla en el iglú y que se desbloqueara la cremallera, y se marchó sin hacernos el más mínimo caso, como si estuviéramos hablando del pronóstico meteorológico del día siguiente en lugar de sobre tríos. Alec, sin embargo, decidió de repente que la conversación era interesantísima. Abrió la cremallera del iglú y me hizo un gesto con la mano para que yo pasara primero.
               -No sé si ilusionarme con el rumbo que está tomando la conversación.
               Esperé a que entrara y cerrara e iglú quitándome la bufanda y el abrigo antes de responderle.
               -¿No te apetecería verme con ella?-tiré el abrigo a un lado y esperé a que él hiciera lo mismo con su chaqueta. Ni me molesté en controlar mi lengua para no relamerme. Alec sonrió, se mordió el labio y me miró de arriba abajo.
               -¿De verdad necesitas preguntarlo?-se acercó a mí y me rodeó la cintura con las manos. Yo hice lo mismo, pero mis dedos fueron más ávidos que los suyos y descendieron hasta su culo. Le pegué contra mí y le miré. Me regodeé en lo dura que empezó a ponérsele en ese instante, seguramente mientras nos imaginaba a las dos en plena faena, dejando que interviniera o manteniéndolo al margen, daba igual.
               -Estoy pensando… creo que has metido la pata quedándote conmigo. Chrissy es un mujerón. Me ha encantado conocerla. No me extraña que salieras corriendo a verla en cuanto pudieras. Definitivamente, has ido hacia atrás quedándote conmigo.
                -Pues yo creo que sólo he llegado al último escalón de la pirámide-respondió, pasándome un dedo por los labios. Le mordisqueé la yema del pulgar cuando sonrió.
               -¿No te gustaría ponerme a prueba? Ver las cosas de las que soy capaz, contigo o con ella o con la persona que elijamos entre los dos. Ver si soy capaz de hacer que una chica disfrute como tú me estás haciendo disfrutar a mí-le mordisqueé la palma de la mano-. Yo, desde luego, me muero de ganas. Llevo toda la tarde pensando en lo mucho que me gustaría comérselo, y que ella me lo comiera a mí, y mirar hacia un lado y verte mirándonos y disfrutando del espectáculo-le miré por debajo de mis pestañas mientras la punta de mi lengua recorría las líneas de su mano, como si estuviera saboreando su futuro en lugar de leyéndoselo.
               -Sabrae-gimoteó-, ¿por qué me cuentas todo esto? Joder, me estoy poniendo malísimo.
               Le abrí el botón de los pantalones y bajé lentamente la bragueta. Metí la mano por dentro y rodeé el bulto de su polla enjaulada en sus calzoncillos (aunque no por mucho tiempo, pensé para mis adentros) y sentí que me humedecía.
               -Porque quiero que sepas que ni tú eres un degenerado, ni yo una santita a la que vayas a escandalizar. Me encanta el sexo contigo, Al-ronroneé, desabrochándole los botones del cuello del polo y metiéndole las manos por debajo para sentir sus músculos en mis dedos-. Jamás nadie me había hecho ser tan adicta al placer como lo haces tú. No me asustan tus perversiones, porque yo también tengo las mías-le quité el polo por la cabeza y le dejé un reguero de besos en esos pectorales esculpidos por los dioses, con los que tantas veces me había masturbado, los que habían hecho que sintiera por primera vez la llamada del deseo hacía unos años, al llegar de aquella playa-. Quiero llegar hasta el final con una chica y que tú estés ahí para verlo. Compartir la experiencia conmigo. Y Chrissy es esa chica. Tú la conoces. Así que dime, ¿crees que puede pasar? Podríamos celebrar nuestra reconciliación por todo lo alto.
               -Eres demasiado joven para Chrissy aún-contestó, tomándome de la mandíbula. Hice un puchero y acaricié su erección por encima de sus pantalones, haciendo que su respiración se acelerara un poco.
               -Pues es una lástima, porque ella es la primera que ha despertado ese instinto en mí.
               -Me hace gracia que hace unos días me dijeras que te dolía que me sintiera atraído por otras, y ahora prácticamente me estés suplicando para que hagamos un trío con una casi ex mía.
               -No me dolía que te sintieras atraído por otras; sé que no puedes evitarlo. Lo que me dolía era… que me excluyeras de esa forma. Quiero seguir en tu vida, Al-me puse de puntillas y lo besé en los labios-, y quiero que tú sigas en la mía. La enriqueces muchísimo. Además… ¿puedes culparme? Después de escuchar todo lo que te hicieron y tú les hiciste a ellas, hasta una piedra tendría ganas de probarlo. Seguro que tú tienes tu propio ránking con nosotras.
               -Pauline es la que mejor la chupa-admitió-. Se la mete hasta el esófago, entera en la boca; Chrissy…-sonrió-, los anales son de cine. Pero contigo, al follar…-me pasó el pulgar de nuevo por los labios y sus ojos se oscurecieron-, como eres pequeña… te siento más. Y me encanta. Me jode hacerte daño, pero a la vez también me jode lo muchísimo que me gusta cuando empezamos y tú aún no te has adaptado del todo a mí. La fricción es increíble. A veces tengo que esforzarme para no correrme en el momento. Me recuerda un poco a mi primera vez, pero para mejor.
               -Pues, ¿a qué esperas para hacerme un poco de daño?-repliqué, quitándome el jersey y lanzándolo a un lado. Alec se quedó mirando mis pechos, realzados por el sujetador de encaje azul marino que siempre me ponía con el jersey; me hacía un escote alucinante y me sentía muy sexy sabiendo que combinaba la ropa interior con la exterior, lo cual le daba un subidón a mi confianza-. ¿Sabes? No me importaría que me propusieras alguna de las cosas que estoy escuchando esta tarde. Eres un experto, y quiero que hagas de mí una también. Pierde el miedo a probar conmigo las cosas que hacías con ellas, Al-le rodeé los hombros con las manos y me puse de puntillas para mordisquearle el cuello. Sentí que el bulto de sus pantalones crecía.
               -Es que tú eres más delicada que ellas.
               -He visto tu lado oscuro. Y lo amo-le pasé una mano por la mejilla y él sonrió-. Quiero que me dejes entrar donde ni siquiera llega la luz. Que seamos uno.
               -No todo mi lado oscuro. Te asustaste cuando te estrangulé.
               -Muchísimo menos de lo que te asustaste tú. Además, te he dado la oportunidad de volver a hacerlo hace un rato, y no has querido hacer presión a pesar de lo mucho que te pone.
               -Me pone cuando estás a punto de correrte.
               -¿Qué tal si lo intentas ahora?
               -Cuidado, Saab-Alec se echó a reír-. Cualquiera diría que me estás diciendo que sí.
               -Dime tú que sí primero-respondí. Alec sonrió, se relamió los labios y me besó la palma de la mano. Lo interpreté como un sí. Empecé a bajarle los pantalones, pero él se puso de rodillas frente a mí, me desanudó los cordones de las botas y me descalzó. Luego, empezó a desabrocharme los míos. Tiró suavemente de los bordes de mi ropa hasta conseguir que mis muslos asomaran, mostrando la piel erizada por la tensión que manaba de mi cuerpo y que nada tenía que ver con incomodidad. Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza mientras Alec me bajaba los pantalones y me hacía salir de ellos. Luego, lentamente, ascendió por la parte trasera de mis piernas con dos dedos, recorriendo el perfil de mi silueta.
               -No has combinado tu ropa interior-observó, y aunque era algo negativo lo que estaba observando, lo cierto es que no me hizo sentir incómoda en absoluto. Así era él: incapaz de hacerte daño de forma consciente, incapaz de pretender ofenderte. Asentí despacio con la cabeza: tenía razón, a fin de cuentas. No había tenido muy en cuenta el conjunto que formarían mis bragas y mi sujetador porque no esperaba que las cosas salieran tan bien. Quería estar cómoda para afrontar una tarde de descubrimientos, y guapa para cuando me encontrara con Alec, y no había pensado siquiera en unir los dos conceptos. Por eso mis bragas ni tenían encaje, ni el color de mi sostén.
               Me mordí el labio y estiré la mano para hundir los dedos en su pelo ensortijado, como una nube de chocolate, algodón de azúcar hecho de canela en una feria especializada en dulces.
               -Así que no planeabas esto-comentó él desde abajo, y por la forma en que habló, sentí que tenía todo el control. A pesar de estar de rodillas, como si le rezara a un ídolo que resultaba ser yo, era Alec quien llevaba la voz cantante. Me tenía en sus manos para hacerme todo lo que él quisiera. Y yo estaba encantada.
               -No-admití con un hilo de voz, nada propio de la diosa que debería ser en ese momento, con él postrado a mis pies.
               -Mejor-dijo, y me dio un mordisquito en el vientre, haciendo que una corriente eléctrica me doblara por la mitad. Arqueé la espalda y dejé escapar un gemido, dándome cuenta entonces de que no habíamos seleccionado lo que queríamos ver en el iglú, como tampoco habíamos escogido la música. Supongo que The Weeknd sería una buena elección. La única válida, en realidad. Su boca siguió por mi vientre, dejando un rastro de mordisquitos que fue desde mi ombligo hasta el inicio de mi pubis, aún cubierto por mis bragas. Alec las retiró y gemí al notar el aire frío de la estancia lamer mis pliegues-. Así no podrás quejarte porque has tenido que conformarte con que te coma el coño.
               Abrí los ojos y bajé la cabeza, sólo para encontrarme con que él ya me estaba mirando.
               -¿Qué?-inquirí, un poco mareada. Era como si el iglú estuviera lleno de un humo tóxico que me nublara los sentidos y no me dejara pensar con claridad. Estaba tan excitada, le tenía tan cerca del centro de mi ser, que si me hubiera hablado en ruso puede que incluso le habría entendido mejor que ahora. Tardé un par de segundos en procesar lo que me había dicho-. ¿Con… conformarme?
               -No va a pasar nada, Sabrae-me informó él con cierta severidad, como quien reprende a una niña a la que han pillado portándose mal-. Sé que estás muy cachonda y tienes ganas de que te folle, pero es mi boca o nada. No estoy listo para follar aún, nena. Y menos aún después de lo de esta tarde.
               Di un paso atrás, alejándome de él y de su área de influencia, y me lo quedé mirando como si no le conociera. Me costaba mucho poner en orden mis pensamientos caóticos e incendiarios, tan excitada como estaba, y tan desvestida. Si Alec no quería hacer nada, ¿por qué me había dejado tocarle como lo había hecho? ¿Por qué me había quitado la ropa así? ¿Por qué…?
               Tiene derecho a cambiar de opinión, me recordé. Pero aun así, no tenía sentido. Algo en todo eso no encajaba: tenía las pupilas dilatadas, la carne de gallina, las mejillas ligeramente sonrosadas y el miembro, erecto.
               -Mira, sé que no es justo para ti que te corte el rollo de esta manera, pero creo que deberías saber desde el principio dónde está mi límite hoy. Te haré correrte con la boca si es lo que quieres, pero nada más. Y lo haré por lo mucho que te quiero y por el tiempo que llevamos sin tener sexo. Considéralo un favor. Pero yo no quiero sacar nada de nuestra visita al iglú.
               -¿Qué quieres decir? ¿Cómo que un favor? Tú mismo has dicho varias veces que el marcador de orgasmos está demasiado inclinado a mi favor. Y estás cachondo-señalé su paquete, pero él me aguantó la mirada-. Perdona, pero es que no entiendo…
               -No quiero correrme estando molesto contigo-me reveló, y yo me quedé helada-. Por muchas ganas que tenga de tirarte al suelo y hacerte gritar hasta que te quedes afónica, no voy a hacerlo. Porque no sé hasta qué punto viene eso del cabreo que llevo encima, y no quiero sentirme como una mierda cuando me vaya a mi casa y me dé cuenta de que te he usado para masturbarme, aunque tú también te hayas corrido.
               -¿Estás enfadado conmigo?-pregunté con la voz de una niña indefensa, y Alec inclinó la cabeza hacia un lado, entrecerró los ojos y frunció ligeramente los labios.
               -¿A ti qué te parece? ¿No me has notado raro?
               -Yo… yo… ahora que lo dices-me abracé a mí misma, de repente avergonzada de mi desnudez, de mi excitación; en definitiva, de todo mi egoísmo. Me había emborrachado tanto brindando por nuestra reconciliación, que ni siquiera me había dado cuenta de que Alec se comportaba con cariño y cortesía, pero no con las ganas que siempre le caracterizaban cuando estábamos juntos. Me había rodeado la cintura, pero no me había atraído hacia sí con ansia. Me había dado palmaditas en las piernas, pero no me había metido mano.
               Se había comportado como un amigo en lugar de como un novio que quisiera empotrarme, pero yo estaba demasiado ocupada babeando a su lado y no me había dado cuenta.
               -Yo… lo siento mucho si te he hecho sentir incómodo en algún momento. No era mi intención sobarte ni…-recordé cómo le había metido la mano en los pantalones y le había acariciado el paquete. Había estado a punto de chupársela, y sólo me había detenido cuando él mismo se agachó antes que yo. Junté las piernas instintivamente, intentando hacerme más pequeña,  noté lo húmedas que tenía las bragas, y me puse roja de vergüenza-, presionarte a hacer nada. Yo sólo… sólo estaba –siendo patética. Comportándome como una perra en celo. Como si estuviera desesperada por follar, cuando sí, lo cierto era que tenía muchas ganas, pero podía pasar perfectamente sin sexo. Lo había hecho durante años mientras era virgen, y lo había hecho durante meses una vez me hube acostado con Hugo por primera vez. Ahora no debería haber diferencia.
               Excepto que ahora estaba con Alec y no con Hugo, o uno de los otros chicos con los que me había ido a la cama antes que él. E, incluso vestido como un esquimal, Alec seguiría excitándome más que el resto de chicos desnudos, o que Chrissy, Pauline, Diana, Tommy… él estaba a un nivel al que el resto de personas no podían ni aspirar. Así que no era de extrañar que estuviera tan revolucionada si le tenía allí, de rodillas y descamisado, frente a mí.
               -Sólo estaba contenta porque pensaba que lo habíamos solucionado.
               -Y lo hemos solucionado-me prometió él, avanzando un pie de manera que quedó con una rodilla hincada en el suelo, como si fuera a pedirme matrimonio-. Lo habíamos solucionado antes de que recurrieras a Chrissy y Pauline.
               -Entonces, ¿estás enfadado porque he hablado con las chicas?-pregunté para asegurarme, aunque conocía la respuesta. Sí, por supuesto que había sido eso. No había pasado nada más entre nosotros desde que tuvimos aquella conversación.
               -Es que…-Alec suspiró, se puso en pie y se paseó por el iglú mientras se pasaba las manos por el pelo. Me dio la espalda y yo me quedé allí, como una estúpida, deseando estirar la mano y tocar sus músculos, pero temiendo joderla más de lo que ya la había jodido si hacía eso. Odiaba tener miedo de tocar a Alec, pero más miedo me daba perderlo por dar un paso en falso.
               Se suponía que lo nuestro era tan fácil como respirar. ¿Por qué me sentía, entonces, como si estuviera caminando sobre una capa de hielo?
               -No sé si me hace mucha gracia que creas que necesitas recurrir a otras personas para convencerme de algo. Me gustaría que lo que nos pasara quedara entre nosotros.
               -Lo siento mucho si te ha molestado, Al. Pero, sinceramente, volvería a hacerlo-él alzó las cejas y rió por lo bajo, alucinado. Se presionó el puente de la nariz y yo di un paso hacia él, pero él dio un paso atrás y yo sentí que se me formaba un nudo en la garganta, pero no podía echarme a llorar. No quería ser la típica chica que lo soluciona todo echándose a llorar y obligando a su novio a perdonarla con sus lágrimas de cocodrilo-. Odio que te sientas incómodo, pero sé que hablar con Pauline y Chrissy te ha hecho ver que lo que me haces no está mal, ni tiene nada que ver con  tu padre. Ya lo hacías antes con ellas, y no le diste importancia con ellas, así que no lo hagas conmigo.
               -Pero es que tú…-Alec empezó a levantar la voz, cerró los ojos, apretó el puño y negó con la cabeza-. Tú eres diferente. Yo quiero que estemos juntos más allá de cuando los dos cumplamos los veinte. Siempre supe que lo de Pauline y Chrissy no duraría para siempre, y que ellas… ellas me dirían directamente lo que no les gustaba.
               -Yo también te lo dije, Alec-me defendí en un horrible tono suplicante.
               -Sí, pero también hiciste como si no pasara nada, y me habrías dejado volver a hacértelo si me hubiera puesto pesado con que me había gustado y quería repetir. Por eso necesitaba, y necesito, que pasemos un tiempo sin volver a hacerlo. Necesito recuperar la confianza.
               -Yo no siento que hayamos perdido confianza-noté cómo una lágrima traicionera se deslizaba por mi mejilla, y luego otra en la contraria. Estúpida, estúpida, estúpida-. Creo que esto nos ha unido más-sollocé, dividiendo la frase en dos mitades irregulares con un hipido.
               -No. No me refiero a que no confiemos el uno en el otro. En quien necesito recuperar la confianza es en mí, no en ti. Aún no me fío del todo de mí mismo como para terminar de soltarme estando contigo; no, después de cómo me comporté con Zoe.
               -Cómo fuiste con Zoe no significa nada para mí. Nada.
               -Pero para mí sí, Saab. Me comporté como un cerdo. Fui una puta fiera. Podría haberle hecho daño, y no me importó una mierda, pero lo peor de todo no es eso: lo peor de todo es que me la follé como si la odiara mientras me imaginaba que a quien me follaba era a ti. Y yo no quiero meterme en la cama contigo y hacértelo como si te estuviera haciendo daño, incluso si tú me pides que te lo haga. Por eso sexo oral es lo único que puedo ofrecerte ahora mismo; seguro que piensas que soy un cabrón por no querer ir a más, ya que después de todo yo llevo menos tiempo sin follar como Dios manda que tú, pero… no lo estoy haciendo por gusto, créeme. Llevo teniéndote ganas desde que me pillaste desprevenido en mi habitación.
               -Sólo sexo oral es a lo que aspiro hoy-repetí, y él puso los brazos en jarras y asintió con la cabeza.
               -Sí.
               -Aunque a ti no te apetezca.
               -No es que no me apetezca, es que…
               -Sé sincero, Al. Si yo no te lo pidiera, ¿tú me lo harías igual? Si yo no diera todos los pasos, ¿los habrías dado tú? ¿Te apetezco en el sentido de que quieres probarme, o te apetezco en el sentido de que quieres quitarme de en medio?
               -No quiero quitarte de en medio, Sabrae. No digas tonterías.
               -Pero tampoco has dicho que quieras probarme, así que tampoco es lo otro.
               -La verdad es que comerte el coño no es una de mis prioridades ahora mismo, no-admitió, entrelazando sus manos sobre su cabeza y convirtiéndose en una especie de seta gigante-. Y no quiero que nos convirtamos en una de esas parejas que tiene sexo por tenerlo, por pura rutina. Que no estoy diciendo que el sexo contigo sea rutinario, ¿eh?-se apresuró a añadir-. Todo lo contrario. Ya me gustaría a mí. Así podría dejar de pensar en ello 24/7-bromeó, relajando el ambiente-. De todas formas, tú estás cachonda-me señaló con la palma de la mano vuelta hacia el cielo-. Y a mí no me cuesta nada…
               -Podría masturbarme para bajarme el calentón, Alec. No sería el fin del mundo. Incluso hasta te dejaría mirar-no quiso hacerlo, pero sonrió al imaginarme. Y yo sentí que me encendía de nuevo al imaginármelo masturbándose mientras me miraba haciéndolo también-. De todas formas, yo no soy la prioridad ahora. Lo eres tú. Si quieres que hablemos de lo que acaba de pasar, yo encantada. Prefiero que solucionemos esto de una vez por todas, y pasemos página en abstinencia, a que sigamos en esta espiral de sexo como distracción de nuestros problemas.
               Se pasó una mano por el pelo, indeciso, y yo esperé pacientemente a que se decidiera. No teníamos prisa. Teníamos una hora y media, y era mejor que la invirtiéramos en hablar que en echar un polvo, si eso significaba que nuestros problemas se iban a quedar encerrados bajo las paredes LED de ese iglú.
               -Mira, no es necesario… para un rato que tenemos en el que podemos estar solos de verdad, no sé si es buena idea que nos pongamos a charlar cuando podríamos disfrutar de nuestra intimidad.
               -Charlar también es intimidad. Y tendremos muchos más ratos para estar solos, tú no te preocupes por eso-di un paso hacia él y le cogí la mano-. Escucha, Al, si no quieres hablar de ello, lo entiendo perfectamente. Podemos tumbarnos, acurrucarnos, ver una peli o simplemente mirar las estrellas en silencio. O podríamos besarnos. Lo que tú prefirieras. Pero quiero que sepas que yo no tengo inconveniente en que hablemos de lo que ha pasado esta tarde, especialmente si te ha molestado. No quiero que te guardes las cosas que te molesten para ti solo. De lo contrario, lo irás acumulando todo aquí dentro-le puse una mano en el pecho-, y terminarás explotando. Ya hemos hablado antes de esta manía tuya que tienes con retener y retener y retener y nunca soltar, soltar, soltar. Podría destruirte, y créeme, yo no valgo tanto como para que tú estalles-me puse de puntillas, colocándole los brazos en los hombros, y hundí mis dedos en su pelo. Alec me miró con cara de cachorrito abandonado-. Ya lo hemos hablado. Me tratas como una adulta cuando nos metemos en la cama; trátame como tal también fuera de ella. Te aseguro que soy más fuerte de lo que parece. Puedo aceptar una crítica. Vengo de una familia de artistas-sonreí-. Las críticas les hicieron mejorar. Sin ellas, no seríamos más que cavernícolas pintando monigotes en una caverna, en lugar de genios decorando la Capilla Sixtina.
                Esperé pacientemente a que él decidiera qué plan le apetecía más: si tumbarnos a ver cualquier cosa, besarnos, o solucionar nuestros problemas. Afortunadamente para mí, se decantó por lo último.
               -Simplemente… me habría gustado que me lo comentaras, para que yo pudiera prepararme para encontraros a las tres juntas. Eso es todo. Que, a ver… no me molesta, Sabrae. Simplemente querría que me lo hubieras dicho; no por nada, sino porque creo que no deberíamos meter a otras personas en nuestra relación. Nuestros problemas son nuestros, no son de Chrissy o de Pauline. Es lo mismo que tú decías: nadie debe interponerse entre nosotros.
               -Sí, lo sé. Pero… a ver, también tienes que entender que de vez en cuando hace falta un poco de perspectiva…
               -No te disgustes, por favor-me pidió, y yo arqueé las cejas-. No te estoy riñendo, ni nada. Simplemente te lo digo. Íbamos a tener sexo igual; no necesitas recurrir a Pauline y a Chrissy para que me digan que también las agarraba del cuello a ellas mientras follábamos. Porque… ¿se te ha ocurrido pensar que podría haber salido mal? Igual yo puedo pensar que es que soy malo para todas las tías, y no sólo para ti, y debería o hacerme gay, o monje budista, y así no tener sexo con mujeres nunca más.
               -Yo sólo quería que te dieras cuenta de que no es nada preocupante porque ellas no le dan importancia, y si no le dan importancia es porque no sólo lo haces tú. Quiero decir… cuando se lo mencioné, ni se inmutaron. Es algo perfectamente normal en las parejas.
               -Sí, lo sé, pero… igual que tú me pides comunicación, yo también te la voy a pedir, joder. Hablar entre nosotros-especificó-. No tenemos por qué meter a terceras personas si no queremos. Una cosa es pedir opinión y otra cosa hacer una especie de terapia de pareja. Soy perfectamente consciente de que Sherezade conoce cada manía mía en la cama como si fuera ella misma la que se acuesta conmigo, igual que Jordan conoce la gran mayoría de las tuyas como si estuvieras liada con él, pero una cosa…
               -La que te conoce como si hubiera follado contigo es Amoke, no mamá.
               Alec se detuvo un instante.
               -¿No hablas de lo que hacemos con tu madre?
               -Sí, pero no le doy muchos detalles.
               -Jo, pues qué lástima. Yo que fantaseaba con que un día utilizara tu móvil para que yo fuera a tu casa, me abriera ella la puerta y me atara a su cama para saber si lo que le cuentas es verdad, o son simplemente fantasmadas tuyas…-soltó, sonriente, y yo solté una carcajada.
               -Dudo que mi madre me tenga envidia, y mucho menos por mi vida sexual.
               -Pero bueno, el caso es que una cosa es pedir opinión (especialmente tú, que eres más joven y tienes menos experiencia y necesitas confirmar que yo no me estoy pasando contigo), y otra contar con pelos y señales nuestros problemas a todo el mundo para hacer una encuesta. Está bien que lo comentemos, pero, ¡joder, chica! Por lo menos pídeme opinión, ¿sabes? Porque igual me da lo mismo que lo hables con Chrissy, Pauline, o con quien te dé la gana, pero también podría no dármelo, y de repente encontrarme en la situación de que le estás contando nuestra vida sexual a dos tías que no quiero que la sepan, y tener que poner buena cara mientras me estoy cagando en toda tu familia por dentro, ¿comprendes? Que me da igual que hayas acudido a Pauline y Chrissy, Sabrae, no me malinterpretes-me puso una mano en el brazo y me lo acarició despacio-. Sólo digo que me habría gustado que me hubieras avisado de que tenías intención de hacer esto.
               -Vale. Lo entiendo. Pero, ¿me dejas explicarme?
               -Claro. ¿No estamos hablando?
               -No quiero que te lo tomes como si tu opinión valiera menos que la mía.
               Alec sonrió.
               -Claro que no, bombón.
               -El caso es que-tamborileé con los dedos en la barbilla, buscando las palabras-… me da la sensación de que, si te hubiera dicho que quería hablar con Chrissy y Pauline, tú habrías hecho lo imposible por convencerme de que eso era una mala idea. Y realmente pensaba que hablar con ellas era la única opción que tenía. En ningún momento pensé que pudiera parecerte mal, pero si lo hubiera considerado, habría estado segura de que habrías podido convencerme para que no hiciera nada. Y yo sentía que estábamos metidos en un callejón sin salida y tú te empeñabas en darte cabezazos contra la pared para atravesarla en lugar de dejarme cambiar de perspectiva y poder salir por donde habíamos entrado. Me daba miedo que te abrieras la cabeza intentando abrirte paso. Así que no podía arriesgarme ni tampoco perder el tiempo. Podrías convencerme de cualquier tontería que se te pasara por la cabeza, Al: de que la Tierra es plana, el machismo no existe o yo soy albina. Serías capaz de hacerme pensar que pertenezco a una tribu nórdica incluso si me plantara frente al espejo a mirar mis facciones y el color de mi piel. Tienes ese efecto en mí.
               -Es curioso-comentó él en tono cariñoso, apartándome un mechón de pelo del hombro y acariciándome el cuello-. Me pasa lo mismo contigo. Por eso te rehuí cuando pensaba que había algo mal en mí. Sabía que me convencerías de que no me pasaba nada, como efectivamente has hecho.
               -Es que es la verdad. De todas formas… lamento mucho si te ha molestado lo de hoy. En ningún momento pensé que te fuera a preocuparte hasta que no estuve ahí. O sea, si creyera que fuera a molestarte, desde luego, no lo habría hecho.
               -Ya, vale, pero… es que tampoco tienes una bola de cristal, Sabrae.
               -Lo sé. Y lo siento muchísimo. Debería haberlo pensado un poco más. Lo siento, de veras-susurré, con la voz quebrándoseme por lo mucho que me dolía pensar que Alec podía sentirse mal por lo que había hecho.
               -Vale, amor. No te preocupes. No pasa nada-se inclinó y me dio un beso en el cuello, y luego otro en la mejilla, antes de rodearme la cintura con las manos y pegarme a él. Nadé en su calor corporal, me derretí contra sus músculos. Pegué la mejilla a su torso y cerré los ojos un momento, disfrutando de la sensación de protección que me invadía cada vez que me abrazaba.
               -Yo sólo quiero que tú estés cómodo y feliz como yo lo estoy cuando estamos juntos-musité, balanceándome con él.
               -Pero nena, yo ya lo estoy-respondió, besándome la cabeza con mimo-. Eres lo segundo mejor que me ha pasado en la vida. Lo primero es nacer, para poder conocerte, por cierto-le escuché sonreír y yo también sonreí. Apoyé la barbilla en su pecho y me perdí en sus preciosos ojos castaños.
               -Pero no quiero que pienses que no me mereces, porque sí que lo haces, Al. Eres la única persona en el mundo que cree que no lo haces, que eres incapaz de ver que sí, que de hecho la que tiene suerte soy yo, y no tú, en esta relación.
               Alec sonrió y me acarició la mandíbula con el pulgar.
               -Cuidado, Saab. Te estás poniendo tan romántica que voy a terminar pensando que me estás diciendo que sí.
               -Cuando deje de ser tan boba como para ponerme un millón de excusas patéticas para no estar con la persona más increíble de la historia y te diga que sí, no necesitarás pensarlo, Al. Estarás seguro. Igual que lo estarán incluso los que no sepan hablar inglés.
               Alec chasqueó la lengua, con los ojos brillantes.
               -Eres retorcida, ¿eh? Desde que entramos por esa puerta tuviste muy claro que íbamos a hacerlo, y te da igual qué truco usar conmigo. Me lo estás poniendo muy difícil para que no te haga el amor.
               -Tú sí que eres retorcido. Desde que decidiste que me querías y querías que fuera tu novia, me lo has puesto muy difícil para que te siga rechazando una, y otra, y otra vez.
               -Pues ya sabes lo que te queda, Malik: ríndete.
               -En tus sueños, Whitelaw.
               Alec sacudió la cabeza y chasqueó la lengua.
               -¿Sabes? Espero que me des señales del día que me digas que sí. Con lo terca que eres, seguro que sólo lo harás una vez en la vida, y quiero asegurarme de que haya un sacerdote presente para que dejes de usar el apellido del gilipollas de tu hermano y empieces a responder por el mío, que tan suena de esa boquita testaruda tuya-me acarició el labio y yo alcé una ceja.
               -¿Un sacerdote? Ahí tienes otra razón para darte calabazas. Soy musulmana, Alec.
               -¿Y por amor no te convertirías?
               -¿Y tú?
               Alec me dedicó su mejor sonrisa torcida, esa bendita sonrisa de Fuckboy®.
               -Lo he hecho ya, a mi manera, ¿no? Al fin y al cabo, estoy aquí.
               -Sí. Es verdad-le acaricié los hombros-. Estás aquí. Igual que yo también me he convertido a mi manera. Y también estoy aquí.
               Alec sonrió, me tomó de la mandíbula, me besó, y luego, sujetándome por la cintura, muy lentamente, me tumbó bajo las mantas, debajo de él. Se metió entre mis piernas y también metió la mano bajo mis bragas. Me las quitó, me liberó de mi sujetador, y él también terminó de desnudarse. Cuando se estiró para coger un condón de sus pantalones, no pude contener una sonrisa y un estremecimiento.
               -Creía que nos tocaba un período de abstinencia-ronroneé.
               -Y yo, pero he cambiado de opinión. A fin de cuentas, de vez en cuando hay que ceder, ¿no?-coqueteó, besándome el cuello.
               -Todo esto es porque te he llamado “Whitelaw”, ¿verdad?
               -Joder, sí. Pon a The Weeknd. Y vuelve a llamarme Whitelaw. He visto cómo miraste a Pauline cuando dijo que estuvo días sin poder sentarse en clase por cómo me la follé. Si te portas bien, puede que mañana tengas que tomar apuntes de pie-bromeó, mordisqueándome la oreja. Alcancé su móvil, lo desbloqueé con su huella, entré en su cuenta de Spotify y miré las listas de reproducción. No tardé ni un segundo en decidir cuál era la que correspondía.
               Hacer el amor. Evidentemente. Alec sonrió mientras se ponía el condón.
               -Mira que eres tozuda.
               -Es que mañana tengo un examen-expliqué, acomodándome debajo de él y estremeciéndome de pies a cabeza cuando sentí la punta de su miembro acariciando mis labios mientras buscaba la entrada de mi vagina.
               -¿Y qué tal lo llevas?-preguntó.
               -Genial. Oh-gemí, cerrando los ojos mientras se hundía lentamente en mí, grande, duro, poderoso y total y absolutamente mío-. Espera-Alec se detuvo en seco antes de que yo pudiera abrir los ojos.
               -¿Qué pasa?
               -¿Te referías al examen? Porque, si es así, sólo bien.
               Se echó a reír.
               -No sé qué coño voy a hacer contigo, Sabrae-comentó, negando con la cabeza.
               -A mí se me ocurre una cosita…-repliqué, quitándole el colgante del que pendía mi anillo y la chapita que Mimi le había traído de Canterbury, que me estaba acariciando el esternón. Alec me besó los pechos y empezó a moverse dentro de mí, convirtiéndome en la chica más feliz del mundo, y la única que lo era bajo dos mantos de estrellas: digitales, y celestiales, escondidas bajo un cielo encapotado que no me dejaba verlas, pero sí surfearlas.
               No me convirtió en la chica más afortunada del mundo esa noche.
               Lo hizo la primera vez que me besó.




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1 comentario:

  1. MADRE MÍA ESTE CAPÍTULO, MADRE MÍA MADRE MÍA. Chrissy y Pauline no pueden caerme mejor de verdad te lo digo, es que son cuquisimas, lindisimas y se nota que tienen cero maldad ains es que me encantan de verdad. La charla antes de Alec me ha encantado y cuando ha llegado luego el susodicho también, me ha gustado mucho que ambas se lo hayan hecho entender y que por fin lo haya solucionado (o eso pensaba) porque menudo nudo en la garganta se me ha puesto cuando en los iglús le ha dicho que estaba cabreado o sea yo también me he quedado blanca tía. Si te digo la verdad lo he entendido a Alec porque aunque todo iba con una muy buena intención ha sido un poquito encerrona y claro, pobrecito pero mira menos mal que por fin de verdad lo han arreglado y como dice en el cap a partir de ahora todo vaya solo hacia arriba.

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