lunes, 16 de diciembre de 2019

Degenerados.


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Se echó a reír, cínico. Aquel fue uno de esos momentos en los que me apeteció darle un tortazo para que espabilara, pero sabía que la violencia no era la solución por dos motivos: el primero, que estaba tan convencido de que esa violencia era herencia familiar, que usarla contra él sería contraproducente; y el segundo, que era mi novio, aunque yo no quisiera darle el título de manera oficial. Le debía un respeto que con mis hermanos no tenía.
               Así que simplemente me quedé allí plantada, con las rodillas a ambos lados de sus piernas, la cara a unos centímetros de la suya, mis pechos rozando su pecho y su aliento ardiendo en mi cara.
               -Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae. Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de justificar mi comportamiento de mierda, ¿eh?-preguntó, hiriente, dejando atrás el tono conciliador que había teñido su voz de cariño durante los últimos instantes, cuando me dejó acercarme a él de nuevo y así entrar en su vida otra vez-. ¡No soy buena persona, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza?
               -Sí lo eres-respondí, acariciándole las mejillas. Me regodeé en el hecho de que él no se apartó; a fin de cuentas, no estaba todo perdido-. Te lo demostraré-me puse en pie y me dirigí a su escritorio, donde su ordenador reposaba sobre una pila de libros arrugados, pero no demasiado utilizados.
               -El porno no tiene la culpa de todas las cosas malas que pasan en el mundo, Sabrae-gruñó.
               -De ésta, sí-me senté en el borde de la cama, a su lado, y levanté la tapa del ordenador. Miré mi reflejo desnudo en la pantalla negra, y por un instante me permití examinar mi anatomía y preguntarme si no habría algo más detrás de la elección de Alec con respecto a Zoe… pero enseguida aparté ese pensamiento de mi mente. No era propio de mí compararme con otras chicas; mamá me había inculcado que las demás no eran competencia sino compañeras, y no podía martirizarme por las decisiones de otras personas, que siempre escaparían a mi control. Además, Alec era joven, estaba en la flor de la vida y en plena explosión de su sexualidad, así que no podía recriminarle que le gustaran otras.
               Cuando apareció a mi lado, apoyándose detrás de mí para ver lo que yo veía, deseché todos esos pensamientos de un plumazo a la vez que él me apartaba la melena del hombro de forma casi inconsciente. Miró sus rizos entre mis dedos un segundo antes de volver la vista a mi reflejo. No miró mis pechos, sino mis ojos.
               No hay otras, me había dicho, y con eso me bastó. Con eso supe que aquellas inseguridades terminarían desapareciendo, igual que había acabado perdiendo el miedo a desnudarme frente a él, que había visto tantos cuerpos perfectos y sin embargo adoraba el mío por encima de los demás.
               Porque para mí, tampoco había otros.
               Alec deslizó la yema de los dedos por mi hombro, se perdió por mi espalda y la punta de estos apareció de nuevo en el reflejo oscuro cuando siguió el contorno de mi cuerpo, dibujando líneas en mi costado. Se me puso la carne de gallina y cerré los ojos cuando sus dedos llegaron al elástico de mis braguitas, que sin embargo no me retiró, como deseaba, ni sobrepasó, como anhelaba.
               -Hay muchas cosas que tendría que cambiar para poder merecerte. Pero tú sabes que el porno no es una de ellas.
               -Te equivocas-negué con la cabeza despacio, girándome para mirarlo directamente a los ojos, sin pantallas por en medio, sin distancia-. Y te lo voy a demostrar-le acaricié el mentón y le di un fugaz beso en los labios que no le disgustó. Una sonrisa fugaz le cruzó la boca, y mientras yo abría el navegador y tecleaba la misma palabra que había tecleado mi madre y que yo jamás me habría esperado escribir en ningún buscador, Alec se inclinó a un lado de la cama y alcanzó una camiseta y un marcador de plástico. Me los tendió y me preguntó qué prefería-. ¿Por qué?
               -Bueno, ya que parece que vas en serio con esta labor de investigación-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la lista de resultados de Google, que había volcado varios millones de resultados a “pornhub”-, me imagino que no te hará mucha gracia entrar en una página porno con las tetas al aire. Así que, ¿tapo la cámara, o te vistes?

               Me quedé mirando las dos opciones que me daba, y después de un instante de vacilación, decidí coger el marcador de plástico y ponerlo sobre la cámara del ordenador. Me sentía a gusto semidesnuda con Alec al lado de la misma guisa, y ya había demasiadas cosas que se habían interpuesto entre nosotros a lo largo de las últimas semanas como para añadir una camiseta suya a la lista.
               Pinché en el primer resultado, que lucía un color sonrosado indicando que se había visitado el enlace con anterioridad, y crucé instintivamente las piernas cuando me encontré con el repertorio de vídeos más vistos del día, todos con mujeres desnudas, algunas en posiciones que llegaban a ser humillantes, e incluso con varios primeros planos de vaginas.
               Apareció una rueda en el centro de la pantalla un par de segundos, sobre la cual había una simple frase: “Iniciando sesión”. Miré a Alec, y Alec me miró a mí, se mordió el labio y asintió con la cabeza.
               -Tengo cuenta.
               -Ya veo.
               -La premium.
               -¿Hay cuentas de pago?
               -Me la abrí cuando empecé a trabajar. Me parecía de mal gusto pagar mis pajas con la pasta que me daban mis padres-se rascó por detrás de la oreja y asintió con la cabeza-. Sí. Pero ya… apenas la uso. O sea, no hay diferencia realmente con una cuenta normal, salvo el hecho de que no tienes publicidad, y puedes acceder a más vídeos, y la verdad es que es un poco coñazo estar ahí, en pleno…-su voz se había ido apagando de pura vergüenza hasta que terminó hundiéndose. Carraspeó con la vista fija en la pantalla y me miró de reojo.
               -No tienes que darme explicaciones de lo que haces con tu dinero, Alec.
               -Es que sé que no te hace gracia… pero bueno, yo soy así-se encogió de hombros-. Y esto no es lo peor que tengo.
               -Ya verás cómo sí-intenté centrarme en los controles superiores de la página para no mirar demasiado las fotos de las chicas (que, por cierto, eran bastante diferentes a las que habían aparecido en la pantalla de mamá)-. ¿Aquí…?-me aclaré la garganta y lo miré-. ¿Aquí hay historial, como en Youtube? ¿Puedes ver cuáles son los últimos vídeos que has visto?
               Alec asintió con la cabeza, tocó un lado de la pantalla y yo llevé el cursor hasta allí. Pinché en la pestaña de “recientes” y me mordí el labio mientras la página cargaba.
               -Tarda mucho.
               -Es que nunca he borrado el historial, así que… son muchos años-bufó él, nervioso. Me di cuenta de que jamás habíamos estado tan incómodos en presencia del otro, ni siquiera cuando nos odiábamos.
               Por fin, después de lo que nos pareció una eternidad a ambos, y seguro que por motivos que los creadores de la página no tenían en mente cuando la crearon, apareció una lista de vídeos, todos con una barra de progreso en la parte inferior de la miniatura que indicaba hasta dónde había llegado la visualización, igual que en Youtube. Llevé el cursor al primero sin fijarme en el título ni en la fotografía, y cuando la pestaña cambió, me quedé a cuadros.
               El título del vídeo era “le bajo el estrés por los finales a mi mejor amigo metiéndole la polla”.
               Sí.
               Mejor amigo.
               Me quedé mirando a Alec.
               -Eh… no es lo que parece-comentó, nerviosísimo, agarrando el ordenador y desactivando el volumen. Miré el resumen del vídeo, en el que se veía a dos chicos (bastante guapos y cachas, por cierto) en plena faena, cambiando de postura más que yo de ropa interior, y volví a mirar a Alec.
               -Parece que has visto un vídeo porno gay-respondí mecánicamente, y Alec se puso rojo como un tomate.
               -Bueno, vale, entonces sí es lo que parece, pero puedo explicarlo-balbuceó a toda velocidad, y me sorprendió que no estallara de pura vergüenza en ese momento-. Estaba intentando distraerme porque me sentía muy mal por ti después de lo de Zoe, y realmente no encontraba la manera de sacarte de la cabeza, así que no sé cómo… se me ocurrió… eh… joder, ¿por qué no se salta este puto vídeo?-gruñó, presionando el panel del ratón de su ordenador como si le fuera la vida en ello. Le puse una mano en el antebrazo y Alec se relajó un poco, aunque nada comparado con cuando la web finalmente decidió obedecerle y cambió a otro vídeo.
               -No tienes por qué darme explicaciones, Alec. No pasa nada porque experimentes con tu sexualidad.
               -¡YO NO EXPERIMENTO CON MI SEXUALIDAD!-estalló, pero yo me lo esperaba, así que ni me inmuté-. ¡NO SOY GAY, ¿VALE?! ¡NO ME VAN LAS POLLAS!
               -Sé que no eres gay, Alec. Créeme, me ha quedado claro-se me quedó mirando y yo recuperé el ordenador-. Y no. No va con segundas. Hablo de mi experiencia personal.
               -¿¡Pues por qué lo insinúas!?
               -No tiene nada de ofensivo que te guste alguien del mismo sexo-le recriminé.
               -Eres una chica, ¡claro que piensas eso!
               -Me refiero a que no pasa nada si te gustan los hombres. A mí me gustan-lo escaneé de arriba abajo con mucho interés: los pies curvados, en tensión, las piernas y los abdominales flexionados, la respiración acelerada, los músculos de los brazos ligeramente contraídos, y la mandíbula… la mandíbula era afilada como un cuchillo, escarpada como un acantilado, de lo mucho que la estaba apretando.
               Sentí que me humedecía, y que mi sexo se abría, reclamando atenciones. Me apetecía pasarle la lengua por cada centímetro de su piel, incluido ese rincón que aún estaba oculto en los gayumbos.
               -Me gustan mucho-comenté más bajo, deteniéndome en el bulto que su miembro hacía en sus calzoncillos y relamiéndome instintivamente, sin tan siquiera darme cuenta de que lo hacía. Quería tener sexo. Hacía demasiado que no le tenía conmigo. Semana y media, si no me equivoco. Era un verdadero suplicio el período de abstinencia al que me veía sometida (no contaba el polvo que habíamos echado en la ducha, y que había consistido exclusivamente en masturbarnos), y más si me daba cuenta de lo muchísimo que lo deseaba, lo buenísimo que estaba y la poquísima ropa que llevábamos los dos, tirados sobre su cama.
               Sin embargo, él todavía estaba tan apurado por cómo lo había pillado in fraganti que no se percató de mi cambio de actitud.
               -Vale, ¿pero podemos centrarnos, por favor?-murmuró, arrebatándome de nuevo el ordenador y saltándose un par de vídeos en la cola de reproducción.
               -¿Cuántos has visto, Alec?
               -Ninguno.
               -No es eso lo que indica la página.
               -Eh… mira, me la casqué pensando en ti, así que no tengo ni idea de qué va cada vídeo, así que…
               -Alec, que estás hablando de vídeos porno, no de películas de Greta Gerwig-comenté, y él se puso colorado de nuevo.
               -Me refiero… eh… que no sé qué pasa en cada vídeo porque no les presté atención, ¿vale? Para mí también es la primera vez que los veo.
               -¿Te apetece que los veamos por primera vez juntos, entonces?-le pinché, y él se puso serio.    
               -Ni de broma. Estás desnuda y cachonda a mi lado, Sabrae. Seguro que terminas haciendo que se me levante y luego les cuentas a tus amiguitas que a tu novio se le pone dura viendo a dos tíos darse por culo-me dedicó una sonrisa oscura-. ¿Pensabas que no me había dado cuenta? Seguro que tus bragas podrían ser la residencia de verano del monstruo del Lago Ness.
               -La verdad es que yo tenía otro monstruo en mente-comenté, inclinándome hacia él y poniendo una mano sobre su entrepierna. Acaricié su paquete y me regodeé en cómo creció y se endureció ante mi contacto. Sonreí, me acerqué a su boca y le besé despacio, en un beso húmedo y profundo que terminó de ser nuestra reconciliación.
               No sabía qué me pasaba, pero le necesitaba. Le necesitaba tanto que me ardía la piel, y sólo él podía apagar ese incendio. Me sentía incompleta, vacía. Me enloquecía sentir su erección entre mis dedos en lugar de en mi sexo. Quería que me tirara sobre el colchón, se metiera entre mis piernas, se apoyara en el cabecero de la cama y me penetrara con tanta fuerza que me hiciera chillar. No gritar, no; chillar. Quería chillar para él, rodearlo con mis piernas, cerrarlas en torno a su cadera y que mi zona más sensible se fusionara con su zona más sensible, correrme como a él le gustaba que me corriera, ser una zorra para él y lamer mi placer de sus muslos para luego comerle la boca y que nuestros besos supieran a mar.
               Me subió un ardiente rubor a las mejillas cuando me imaginé de rodillas frente a él, metiéndome su polla hasta el esófago. Probando mi sabor de su erección. Levantándome con rodillas temblorosas, pegándome a él de forma descarada, poniéndome de puntillas y gruñendo un animal:
               -Pruébanos.
               Antes de morrearme con él y hacer que probara el sabor mezclado de mis fluidos y su semen.
               Porque, ah, en esta fantasía, no habíamos usado condón.
               Alec sonreía en mi boca, y yo me separé de él. Había alzado las cejas y luchaba por no reírse.
               -¿Qué pasa?      
               -Quieres follar-acusó, como si fuera el chiste más divertido del mundo. Parpadeé y me di cuenta de que había rodeado su pierna con las mías, y me había frotado contra ella como una gata en celo.
               -¿Acaso es eso algo malo?-pregunté, haciendo que mi mano se colara en sus calzoncillos. Alec negó con la cabeza y se pasó las manos por detrás de la nuca, que había pegado a la pared.
               -No. Pero me parece curioso que no pares de criticar el porno y le eches la culpa de todo, cuando no aguantas ni un minuto escuchándolo antes de ponerte más cachonda que una mona.
               Lo miré sin entender, y Alec hizo un gesto con la mandíbula en dirección al ordenador, que había dejado a un lado. Centré mis ojos en él y me di cuenta de que la razón de que me hubiera vuelto tan loca se debía, precisamente, a la escena que se desarrollaba a pantalla completa frente a nuestros ojos. Dos chicas, de pechos menudos y piernas atléticas, estaban sentadas en un sofá con las piernas entrelazadas, moviéndose, mirándose a los ojos, y estremeciéndose con cada roce de sus sexos. Pero no era eso lo que me había vuelto loca.
               Lo que me había vuelto loca era el ruido que salía por los altavoces del ordenador. Sus gemidos. Sus jadeos. Sus “oh, sí”. Contuve la respiración para escucharlas mejor, y cuando una de ellas empezó a subir el volumen a la hora de gemir, yo noté que un escalofrío me recorría la espalda. Estaba hipnotizada mirándolas, y me descubrí deseando ser una de ellas porque, para empezar, también me gustan las chicas.
               Además, se lo estaban pasando muy bien.
               Y, para colmo, me recordaban a los ruidos que nos rodeaban a Alec y a mí cuando estábamos juntos. Mis propios gemidos cuando él me follaba bien.
               La mano de Alec descendió por mi espalda, se coló dentro de mis bragas, me acarició el culo y se acercó peligrosamente al centro de mi ser.
               A la velocidad del rayo, desactivé el volumen de nuevo y crucé las piernas, de forma que no pudiera entrar en mi interior.
               -Eh-ronroneó, seductor-. Se lo están pasando bien. ¿No quieres pasártelo bien con ellas?-me mordisqueó la oreja y yo me estremecí de pies a cabeza. Negué despacio, con toda mi fuerza de voluntad. No podía dejar que me distrajera. Había venido a enseñarle que el porno también era malo para él, y no sólo para mí por mi condición de mujer. No podía caer en las redes del sexo más explícito y disponible que tendría en mi vida por un par de gemidos y dos chicas pasándoselo bien juntas, algo que yo nunca había hecho pero que, sin embargo, me apetecía probar, ahora con una nueva necesidad urgente.
               Además, estaba mal que me atrajera eso. No porque fueran dos chicas, sino porque las habían elegido específicamente. Habían buscado a dos mujeres porque el porno lésbico era el que más vendía, y lo único que hacía era contribuir a la opresión de las mujeres y a la fetichización de las lesbianas. Cuando buscas “gay” en Google, te salen fotos de chicos felices, con ropa, pasándoselo bien de formas inocentes con sus amigos. Cuando buscas “lesbiana”, te aparecen chicas desnudas, en posturas imposibles, de forma que no puedes dejar de verlas como un objeto sexual. Los gays podían elegir ver porno suyo o no; las lesbianas no tenían otro remedio. Era lo único que se les permitía.
               -No he venido a ver porno lésbico contigo, Alec-le recriminé, y él hizo un puchero-. Y ya hablaremos de eso.
               -Creía que no pasaba nada por explorar mi sexualidad y ver porno de personas del mismo sexo-se quejó como un niño que no quiere hacer los deberes, y yo lo fulminé con la mirada de tal forma que cambió la actitud en el acto-. Vale, vale. Vamos a buscar el origen de mis depravaciones-bufó, abriendo un menú desplegable y buscando vídeos de parejas heterosexuales-. Joder, no puedo esperar a que descubras que soy un puto degenerado.
               -Te sorprenderías de las cosas que me imagino yo-murmuré, y él me miró y sonrió.
               -¿Yo protagonizo esas fantasías?
               -¿No estabas preocupadísimo porque eres un maltratador en potencia? Deja de tirarme la caña y presta atención a lo que te quiero enseñar, Al-le recriminé, y él refunfuñó por lo bajo, pero me dejó trabajar. Me senté a lo indio, puse el ordenador en el espacio entre mis piernas, y me aparté un mechón de pelo de la cara. Alec me miró desde abajo, tumbado, sin muchas ganas de ver lo que fuera que yo quería enseñarle.
               Llevé el cursor al buscador y tecleé “estrangulamiento”. Me salieron más de cinco millones de resultados.
               -Eso no prueba nada-protestó Alec-. ¿Te crees que yo me la pelo con cadáveres? Prueba a buscar “necrofilia”, a ver qué te sale.
               -Ni de coña. Ya lo buscarás tú cuando estés solo y te apetezca ver a mis amigas, doña Les y doña Biana.
               Alec se me quedó mirando y luego soltó una risotada.
               -A veces me sorprende que seas la primera de tu clase.
               -No me insultes, Alec. Soy la primera de mi promoción-me eché el pelo sobre el hombro y regresé a su historial. Entré en un vídeo al azar, y pasé el cursor por la línea de reproducción. Como esperaba, Pornhub funcionaba igual que Youtube, y podías ver una miniatura de la imagen que ocuparía la pantalla en el minuto en que hubieras colocado el cursor.
               -¿Qué son estos picos?-pregunté, fijándome en que la pantalla tenía una especie de estadísticas en blanco, como el relieve de una cordillera.
               -La audiencia. Los momentos más vistos.
               Llevé el cursor a esos picos y sonreí cuando, en uno de ellos, había un primer plano de una chica aferrándose a una mano que se cerraba en torno a su cuello. Se había puesto un poco roja. Miré a Alec con sensación de superioridad. Me encantaba tener razón.
               -Sigue sin demostrar nada.
               Alcé una ceja.
               -Vamos a mirar los últimos 30 vídeos que hayas visitado-le ofrecí, y él se pellizcó el puente de la nariz-. Por cada estrangulamiento que veamos, me invitas a un yogur helado.
               -Soy de clase trabajadora y tú eres una niña rica, Sabrae.
               -Tú también eres un niño rico.
               -¿No te da vergüenza aprovecharte así de tu novio?
               -Yo no tengo novio-respondí, altiva, y Alec me dedicó su mejor sonrisa torcida.
               -Casi picas.
               -¿Prefieres que cambie mi compensación, mm? ¿Qué te parece si, por cada estrangulamiento, me comes el coño una vez?
               -¿Es que te parece que me debes pocos orgasmos, Sabrae?-espetó, y yo me eché a reír-. Vale, está bien-y luego añadió, más bajo-: ojalá nos encontremos mínimo 90.
               Alec se pensaba que me estaba tirando un farol, pero nada más lejos de la realidad. No llegamos a 90, para desgracia de ambos y alivio de su mandíbula, pero me sorprendió la cantidad de veces que ese gesto se repetía a lo largo de su historial, y eso que había vídeos de porno más suave, incluso caseros, en ocasiones, en los que no te esperarías que el chico le echara las manos al cuello a la chica. Que lo hicieran en los vídeos en que el sexo era duro y la situación llegaba a ser límite como nos había pasado a nosotros, vale; pero que lo hiciera una pareja mientras follaban despacio, en ocasiones mirándose a los ojos, no dejaba de sorprenderme.
                Incluso me descubrí fantaseando con que Alec repitiera el gesto. Por supuesto, sabía que no lo haría por iniciativa propia, viendo cómo había reaccionado yo. Pero, ¿qué pasaría si yo le daba permiso? Me apetecía probar qué se sentía. Puede que hubiera una razón detrás de todo aquello. Mamá me había enseñado vídeos en los que el sexo era duro y salvaje, momentos en los que, en definitiva, te esperabas que ocurriera eso, y desde luego no era lo peor que veías. Sin embargo, visitando el historial de Alec y viendo una cara del porno que yo no me esperaba que existiera (sabía que el revenge porn estaba a la orden del día, pero la mayoría de las parejas que habían subido cosas a esa web parecían hacerlo de mutuo acuerdo), estaba descubriendo una nueva dimensión del estrangulamiento que yo no conocía. Tenías que confiar mucho en una persona para permitirle hacerte eso, y quererla mucho para compartirlo con el mundo a cambio de unos ingresos cuya dimensión yo desconocía, y yo hacía las dos cosas. Confiaba en Alec ciegamente, me sentía segura con él en todo momento, en la cama, en la calle o en la autopista, y le quería con locura, como no había querido a nadie hasta entonces.
               Cuando terminé de pasar rápido el último vídeo, lo detuve en la pantalla en negro que indicaba su final, y me volví para mirar a Alec. Se estaba mordisqueando las uñas, concentrado en sus pensamientos, y una parte de mí se regodeó en lo guapo que estaba en ese gesto.
               La otra disfrutó sobremanera que no se hubiera excitado, aunque puede que eso debiera molestarle a mi ego. Pero estaba tan orgullosa de que él reflexionara sobre lo que le había dicho que ni siquiera me importaba que no se le hubiera puesto dura, ni viendo a una chica ser penetrada a la vez por dos chicos, ni a varias parejas en posturas que yo ni me imaginaba, o haciendo el amor a la vieja usanza. Ni siquiera se le había levantado conmigo desnuda a su lado, en un ambiente cargado de electricidad y tensión sexual.
               Se dio unos toquecitos en el labio, pensativo. Sus ojos de chocolate estaban muy lejos, perdidos en la distancia, mirando la pantalla oscura del ordenador sin ver su reflejo.
               -Entonces…-se mordió el labio. Carraspeó, se incorporó hasta quedar sentado, con la espalda pegada a la pared y la nuca rozando el pequeño estante donde guardaba sus trofeos, y carraspeó. Sus ojos buscaron los míos en la pantalla, y luego nos giramos para mirarnos frente a frente-. Tú y yo…
               Asentí despacio con la cabeza. Sí. Él y yo no teníamos ningún problema, porque él no tenía ningún problema. No genético, al menos. Lo suyo eran conductas aprendidas que, si le incomodaban, podíamos conseguir que abandonara entre los dos. O también podía acostumbrarse a ellas. Lo que él prefiriera. Confieso que a mí me apetecía probarlo de nuevo, pero no le presionaría. Estaba tan en su derecho a decidir como lo había estado yo de pedirle que parara.
               -Pero yo… siento que… no está bien-murmuró, y negó con la cabeza-. Tú eres…
               -¿Yo soy qué?
               -Las tías ahí… son mayores que tú-alcé las cejas-. Son mujeres hechas y derechas, y el porno también es ficción, Sabrae.
               -¿Crees que soy demasiado joven para eso?-me reí entre dientes y sacudí la cabeza, haciendo que mis rizos lo flagelaran-. Si soy joven para eso, también lo soy para que me lo hagas en un reservado de una discoteca. O para desnudarme en un iglú de los del parque. O para chupártela en un vestuario. O para romper una mesa de billar que no aguanta el peso de los dos follando. Alec-le pasé una pierna sobre las suyas y me quedé arrodillada frente a él, con su cabeza entre mis manos-. Ya sé que soy pequeña, más que tú, al menos, en todos los sentidos, pero ya no soy una cría. Ni siquiera lo era ya cuando nos cruzamos-le acaricié las mejillas con los pulgares; tenía toda su atención. Sus ojos no se desviaban ni un milímetro de los míos, a pesar de que estaba desnuda sobre él. Ahí supe que era un hombre, a pesar de lo niñato que podía considerarse. Un niñato aprovecharía para mirarme las tetas y me ignoraría, pero un hombre me prestaría toda la atención del mundo, con independencia de la ropa que llevara puesta. Mi hombre, pensé con cariño, y no pude evitar sonreír-. Deja de tratarme como tal. ¿Cuántas movidas vamos a tener antes de que te entre en la cabeza que hay cosas que no te voy a dejar hacer, aunque seas tú? Quiero probar un millón de cosas contigo, algunas porque me dan mucha curiosidad y otras porque quiero sentirlas junto a ti-entrelacé las manos en su nuca y me senté sobre sus muslos, con las piernas dobladas-. Pero eso no quiere decir que no tenga límites. Y asfixiarme durante el sexo… puede que no esté más allá de ellos-comenté, y él abrió los ojos, sorprendido-. No, porque no viene de una relación de maltrato. Nuestra relación no es tóxica. Tóxico es nuestro miedo a entregarnos del todo. A pensar que haremos algo que nos asuste y nos haga salir corriendo. Nada en ti me da miedo. Incluso tus demonios me gustan, y el monstruo que llevas dentro no es más que la huella de un daño que te rompió cuando eras pequeño, pero que no permitiré que te vuelvan a hacer jamás. Jamás, Alec Whitelaw. Nadie te hará daño mientras estés conmigo-le prometí, y él se relamió los labios. Tenía la boca seca por la intensidad de mis palabras. Habían sido pocas las veces en que yo había sido tan tajante respecto a mis sentimientos; normalmente, el de los discursos emotivos era él. Yo le demostraba lo que sentía con acciones más que con palabras, y él sabía que me gustaba que me regalara los oídos de vez en cuando.
               Sin embargo, intercambiarnos los papeles de vez en cuando tampoco estaba tan mal.
               -Eso no me parece muy feminista-comentó, refiriéndose a lo del estrangulamiento.
               -Ya. Bueno, tampoco es feminista que me guste que me llames puta mientras follamos, y eso no impide que se me adelante el orgasmo un minuto cada vez que lo haces. Sé un poco coherente, mi amor-jugueteé con un mechón ensortijado que le caía sobre la frente-. Si me tratas como una mujer cuando estamos en la cama, y me follas como a una, trátame como a una mujer también fuera de ella. Igual que puedo contigo cuando entras en mí, también puedo contigo cuando estás hundido en la mierda. Dices que soy tu diosa, ¿verdad?-me arrimé a él. Me quedé sentada sobre su entrepierna, y mis pechos se asentaron sobre sus pectorales. Todo nuestro torso estaba en contacto con el del otro, y sentí el deje del pulso de Alec en mi propio pecho, martilleándome allí donde no llevaba piercing-. Pues las diosas somos todopoderosas-le susurré al oído-. Déjame hacer mi trabajo, Al.
               Llevé mi boca por su cara hasta sus labios, y deposité un suave beso en ellos que pronto edulcoré con otro más. Y otro. Y otro más. Alec entreabrió los labios y yo le besé el superior y el inferior, le pasé la lengua por este último y luego capturé éste con mis dientes. Alec me recorrió la espalda con una mano, buceó mi pelo y me cogió de la nuca. Con la otra mano, me agarró una pierna y tiró suavemente de mí hacia él. Consiguió incorporarse, darme la vuelta y colocarme sobre el colchón. Separé las piernas y doblé las rodillas, que él me acarició con la mano. Se separó de mí para poder mirarme.
               -No te haces una idea de cuánto me jodía pensar que no iba a volver a tenerte así, desnuda en mi cama.
               -Me tendrás así, desnuda en tu cama, todas las veces que quieras.
               -Entonces, ¿no crees que esto lo haya heredado de mi padre?-preguntó, desesperado, y yo lo acaricié por detrás de la oreja.
               -Mi amor-ronroneé-, de tu padre no tienes ni siquiera el apellido.
               Él asintió despacio, impactado por la revelación, y se tumbó sobre mí. Me rodeó la cintura con una mano mientras con la otra buscaba la mano que yo tenía libre, acariciándole el costado, y entrelazó los dedos con los míos. Te quiero, me decía ese gesto, y por fin pude respirar aliviada. Lo habíamos pasado, una vez más.
               Noté que nuestras bocas empezaban a tener un regusto salado y a estar más mojadas, y entreabrí los ojos. Vi que un tenue reguero de lágrimas bajaba por sus mejillas, juntándose en nuestros labios y tiñendo ese momento de toques agridulces.
               Separé mis labios de los suyos y le acaricié la nariz con la mía.
               -¿Estás bien?-pregunté. Alec asintió con la cabeza, decidido-. ¿Seguro?
               Abrió los ojos y me miró a través de una cortina de lágrimas. Muy lentamente, negó con la cabeza, y yo emití un suave gemido, lo estreché entre mis brazos y empecé a darle besitos por la cara.
               -Mi niño precioso, yo te cuidaré-le susurré al oído, pegándolo tanto a mí que se me clavaba el piercing en la carne, pero no me importaba. Le acaricié el pelo y siseé cuando Alec hundió la cabeza en mi pecho y se echó a llorar.
               -Creía que tenía veneno dentro que me había transmitido él-jadeó entre hipidos.
               -Eres bobo. Eres la única persona en el mundo incapaz de ver que vales tu peso en oro y diamantes combinados, Al.
               -Tú no sabes las cosas que he pensado. Las cosas que… me gustaría hacerte-me miró a los ojos-. Las pesadillas que he tenido y el miedo que me daba despertarme y descubrir que me había corrido porque soy un puto degenerado, Sabrae.
               -Eso es porque no sabes las cosas que me gustaría que me hicieras. Yo también puedo ser una puta degenerada, ¿sabes?-le susurré al oído, acariciándole la parte contraria del cuello, y Alec se estremeció-. No hay nada, absolutamente nada, que tenga un gramo de maldad en ti, Alec. Eres la persona más buena que he visto en mi vida. Y que veré. Estoy segura.
               Pegó su mejilla a mi pecho y se me quedó mirando desde abajo.
               -Estás decidida a convencerme de que soy perfecto, ¿verdad?
               -No-contesté con aires de remilgada-. Si fueras perfecto, no habrías sido un gilipollas conmigo desde que yo tengo memoria-él se echó a reír, lo cual ya era un triunfo para mí-. Pero a mí no me interesan las personas perfectas. Las personas perfectas son aburridas. Ni siquiera mis padres son perfectos, pero sí son perfectos el uno para el otro. No hay nadie que encaje con mamá como lo hace papá, y sé con seguridad que no hay nadie que encaje conmigo como lo haces tú. Así que perdona si no te dejo marchar fácilmente, y menos si me das esas excusas baratas de que no eres bueno. Si te vieras con mis ojos, te pondrías un monumento.
               Alec se echó a reír.
               -¿Y por qué no me lo has hecho ya?-me dio un beso en el esternón.
               -Es que no quiero que te descubran antes de tenerte bien atado a mí-ronroneé, pasándole el dedo índice por el mentón. Sonrió.
               -Es imposible que me ates más a ti, Saab. Lo único que te quedaría sería hacerlo físicamente.
               -No lo descartes-bromeé, y él, ni corto ni perezoso, estiró un brazo para alcanzar una de sus medallas. Juntó nuestras manos, y no sé cómo lo hizo, pero se las apañó para atar mi mano izquierda con su derecha utilizando sólo la otra mano. Hizo un nudo bien fuerte, le dio un par de tirones para asegurarse de que lo había atado bien, y luego me puso cara de niño bueno, dejándose caer sobre el colchón y parpadeando como en los dibujos animados, sonriendo de una forma que me haría creerme que no había roto un plato en su vida. Me eché a reír-. Eres bobo. Muy bobo.
               -Es parte de mi encanto-respondió, tirando de mí para pegarme a él y besarme larga y profundamente. Bajó nuestras manos unidas hasta mi cintura, me agarró con sus dos manos y me tumbó encima de él. Cerré los ojos un momento, concentrada en el golpeteo rítmico de su corazón. No quería que esto se acabara nunca. Quería quedarme a vivir en su pecho, convertirlo en la casa con la que siempre había soñado: en la orilla de un lago, a la linde del bosque, tendría una sola planta, un salón enorme, un jacuzzi en una terraza y un embarcadero que te permitiera ir a navegar.
               El lago podían ser sus ojos, en los que me encantaba bucear; el bosque, su pelo, donde no me importaba perder de vista los dedos; el salón serían sus brazos, el jacuzzi su sonrisa, que calentaba mis días más fríos de invierno, y el embarcadero, su sexo, en el que me montaba para navegar las estrellas.
               El dorso de su pulgar recorrió mi espalda, haciendo que me estremeciera.
               -No puedo creer que estemos así-musitó, y yo abrí los ojos, apoyé la barbilla en su pecho y lo miré.
               -Yo tampoco.
               -Eres demasiado buena conmigo, Saab. Me perdonas cada mierda…
               -No tengo nada que perdonarte. Incluso cuando me siento mal, realmente la culpa no la tienes tú. Yo debería estar por encima de unos celos absurdos.
               -¿Sentirte mal? ¿Celos de quién? ¿De Zoe?-preguntó, sorprendido, y yo asentí con la cabeza-. Nena, para mí lo que hicimos no significó nada. Ya te lo he dicho.
               -Lo sé.
               -Además, eres la tía más buena del universo. ¿No ves que se me cae la baba contigo? No pienses ni por un minuto que hay otras que me puedan atraer más que tú.
               -No es que haya otras que te atraigan más; lo que me molestó es que hubiera otras. Pero…-me encogí de hombros y jugueteé  con la línea de sus músculos-, en realidad, eso es algo en lo que tengo que trabajar yo. Por supuesto que puedes sentirte atraído por otras chicas…
               -Sabrae.
               -… es que, simplemente, no paraba de pensar que no te imagino pidiéndole permiso a nadie para poder follar conmigo.
               -Porque rompería con ellas-constató sin más-. Si hubiera algún ellas, claro.
               -Eres un pelín melodramático, ¿no te parece?
               -Está feo poner los cuernos, ¿sabes? Así que… les mandaría un mensaje. “Oye, chata, que te dejo. Seguro que encontrarás a alguien mejor. Cuídate”.

               -Qué considerado-me eché a reír y liberé nuestras manos para poder sostener su rostro entre las mías-. Pero prométeme que no me lo harás a mí.
               -La duda ofende, Sabrae. ¿Qué clase de cabrón te piensas que soy, cortando así contigo, como si te estuviera mandando un meme?
               -No me refiero a dejarme un mensaje. Me refiero a que no dejarás que nadie se interponga entre nosotros.
               -Te acabo de decir que no puedo ver a otra cuando tú estás…
               -Ni siquiera tú-puntualicé, y Alec se quedó callado y me miró, confuso-. Tú también puedes meterte entre nosotros. Ahora veo que mi error cuando te pedí que no permitieras que nadie se metiera entre nosotros fue no especificarte que tampoco debías dejar que lo hiciéramos nosotros. Sólo te pedí que me lo impidieras a mí. Pero, ¿qué hay de ti?
               -Pero, ¿y si soy malo para ti?-preguntó con el miedo tiñéndole la voz, y yo sonreí. Mi pobre niño no le haría daño ni a una mosca, ¿de verdad pensaba que podía hacérmelo a mí?
               -No. Ni siquiera tú. Prométemelo. Di: “Yo-le di un beso en el costado, y fui enfatizando cada palabra con un beso que ascendía desde su costado a su boca, pasando por su pecho y su mandíbula-, Alec Theodore Whitelaw, prometo que nadie se interpondrá entre Sabrae Malik y yo. Ni siquiera ella, y ni siquiera yo”-se le había puesto la carne de gallina y respiraba con dificultad. Sonreí-. ¿Ves? Si es que no quieres-me senté encima de él y me incliné para darle un beso-. Todo tu cuerpo lo rechaza, así que, ¿por qué te resistes a prometérmelo?
               Alec se incorporó de forma que quedamos sentados uno frente al otro. Miró mi boca, descendió hasta mis pechos, y se detuvo en mi obligo, lo último que pudo ver.
               -Yo-accedió, besándome en los labios- Alec-me besó la clavícula- Theodore-me besó la otra- Whitelaw-descendió hasta el principio de mi pecho-, prometo-me besó el otro pecho, en el mismo sitio- que no dejaré-me besó el esternón- que nada-me besó el piercing- se interponga-me besó el pezón contrario- entre-me agarró de la cintura y me tumbó sobre sus piernas, antes de dejarme cuidadosamente sobre el colchón y darme un beso en el ombligo- Sabrae-me besó por debajo del ombligo- Malik-me besó el monte de Venus, y yo me estremecí; mi apellido nunca había sonado tan bien- y yo-finalizó, besándome un pelín más abajo. Me miró a los ojos-. Ni siquiera ella-me besó en un muslo-. Y ni siquiera yo-me besó en el otro, sin  romper el contacto visual, y yo sonreí. Me besó la cara interna de la rodilla y me estremecí de pies a cabeza.
               Algo dentro de mí volvió a estallar, y una urgente necesidad de unir nuestros cuerpos se apoderó de mí. Me bajó un torrente de lava del pecho a la entrepierna, y pronto me las apañé para ponerlo encima de mí. Empezamos a besarnos con más intensidad de la que deberíamos.
               -Quítate los calzoncillos-gruñí, y Alec rió.
               -¿Qué?
               -Que te quites los calzoncillos, o te los quito yo.
               Se puso tenso, todo él. Era como si le hubiera dicho que estaba embarazada, o que quería que se alistara al ejército.
               -No sé si me apetece, Sabrae.
               Frené en seco mis manos, que estaban rodeando sus nalgas para bajarle los calzoncillos. Fruncí el ceño, un poco herida.
               -¿Por qué?
               -No me… siento cómodo teniendo sexo contigo. No aún.
               -¿Por qué? Es decir, antes… tú y yo… casi… ¿qué ha cambiado? ¿Es porque hemos hablado de Zoe?
               -No es por Zoe. Es por… lo del cuello-confesó, un poco cohibido. Suspiré.
               -Alec… eso no me importa. No es nada, de verdad. No tiene por qué repetirse si tú no quieres. A mí no me importa que se vuelva a repetir. No tiene relevancia.
               -Para mí sí. Te hice sentir incómoda. Aunque fueran unos segundos. Y, bueno, no te lo he contado, pero cuando me enrollé con Zoe, también lo hice-algo dentro de mí se encendió, una idea que prendió fuego lentamente en una esquina de mi mente-. Sólo que estaba tan colocado y tan asqueado conmigo mismo por lo que estaba haciendo y tan cabreado por habértelo hecho a ti, que me dio igual. Incluso me regodeé en ello, pensando “mira lo mierdas que soy”. No quiero que se repita. Hace demasiado poco tiempo. He pensado cosas horribles de mí estos días y… no quiero frustrarme y pagarlo contigo. No te importa, ¿verdad?
               -Claro que no. Tú también tienes que estar cómodo.
               -Serán sólo unos días, te lo prometo. Lo haremos antes de que te venga la regla, para que no estés tanto tiempo sin eso. Te toca el domingo, ¿no?-parpadeé, sorprendida. Ni siquiera sabía en qué día estábamos, pero que él lo tuviera tan controlado me conmovió. Significa que se preocupaba y estaba pendiente. Sabía que no lo hacía por la posibilidad de que estuviera embarazada; si bien no era nula, porque todo puede pasar cuando tienes sexo, era prácticamente inexistente.
               Pero podía sentir dolores, tener antojos, o simplemente requerir mimos. Y estaba segura de que él estaría ahí para mí.
               -Sí.
               -Pues te prometo que antes del domingo lo volveremos a hacer. Es más, si quieres, puedo ocuparme de ti ahora-se ofreció, dándome un beso en la frente, pero yo negué con la cabeza.
               -No. No es eso lo que quiero. Quiero llegar hasta el final, pero puedo esperar.
               -Guay. Entonces, no te importa, ¿no?-quiso confirmar, como un niño al que le dicen que va a ir a Eurodisney pero no le especifican fecha, así que el plan parece un poco en el aire. Me eché a reír y negué con la cabeza.
               -¡Claro que no! Lo que tú quieras, sol-le di un piquito y le saqué la lengua.
               -Aun así… quiero que te quedes a dormir. ¿Te quedarás? ¿Aunque no hagamos nada?
               -Claro que sí, mi amor-le acaricié la mejilla-. Si tú quieres que me quede, me quedaré. Nuestra relación no es sólo sexo. Me apetece disfrutar de tu compañía. Hay muchísimas cosas que podemos hacer al margen de la penetración. Además… tu madre ya cuenta conmigo para la cena-confesé, haciendo una mueca, y Alec alzó las cejas.
               -Ah, o sea que tú ya sabías que nos íbamos a reconciliar antes de que yo llegara, ¿verdad?
               -Soy muy obstinada cuando me lo propongo-presumí, levantando la barbilla, y Alec se echó a reír.
               -“Obstinada” no es la palabra que yo usaría, pero vale. Eh-me reclamó, como si no tuviera toda mi atención-. Gracias, bombón.
               -No se dan. Créeme, no me supone un esfuerzo sobrehumano quedarme a dormir en tu casa. Me he criado sabiendo que, tarde o temprano, tendría que sacrificarme por un bien mayor.
               Alec se echó a reír, negó con la cabeza, me dejó espacio para no avasallarme y me tendió una camiseta cuando yo le pedí algo para vestirme, pues no podía pasarme desnuda todo el tiempo que estuviera allí. Cuando bajamos a cenar, sus padres parecían encantados con mi presencia, y Mimi me dedicó una sonrisa cargada de orgullo por lo bien que había sabido torear a su hermano si había conseguido que me dejara quedarme. Llamé a casa para avisarles de que tampoco iba a dormir allí, y cuando Scott contestó con un irónico “me lo suponía, como también me supongo que me pedirás que te lleve el uniforme y los libros de mañana con la que está cayendo, ¿verdad?”, me despedí llamándolo capullo y colgando el teléfono sonoramente.
               -Hermanos mayores-fue mi explicación cuando me senté a la mesa, poniendo los ojos en blanco.
               -Qué me vas a contar-Mimi también los puso en blanco y Alec la fulminó con la mirada.
               -Tendrás queja, Mary Elizabeth, si haces conmigo lo que quieres. Pero la culpa es mía, por malcriarte desde que naciste.
               -Lo que quiera, no-Mimi levantó un dedo en su dirección-. El día que me des tu sueldo íntegro será el día que haga contigo lo que quiera.
               Alec y ella se pusieron a discutir sobre la importancia de su sueldo y a quién debía pertenecerle realmente, si a él por ganarlo o a ella por aguantarlo, mientras yo charlaba con Dylan sobre un proyecto en el que estaba trabajando y Annie simplemente nos miraba a todos con adoración, como si yo fuera una nuera perfecta que le diera conversación o sus hijos estuvieran cantándose serenatas hablando de cuánto se querían. En realidad, el cuadro no era muy diferente a los que había en mi casa cada vez que nos sentábamos a comer todos juntos.
               -Cómo me alegro de que se hayan arreglado las cosas entre vosotros-comentó Annie, y Alec se calló de repente y se volvió hacia su madre.
               -¿Qué?
               -Estabas muy raro últimamente, Al. Se te notaba que estabas mal. Suerte que Sabrae y tú hayáis podido solucionarlo. ¿Qué os pasó?
               El semblante de mi chico se ensombreció, y sus ojos volaron a los míos. Noté que su temperatura corporal descendía varios grados, e incluso palideció un poco. Escondió las manos bajo el mantel, en su regazo, para que no se notara que habían empezado a temblarle, y masticó a toda velocidad, seguramente creyendo que a más rápido, mejor se le ocurriría alguna excusa.
               -Oh, no te preocupes, Annie-sonreí, agitando la mano en el aire para quitarle importancia-. Era una tontería. Dramas adolescentes, y nosotros somos muy intensos, ¿verdad, Al?
               -Algo así-asintió tras tragar con muchísimo esfuerzo, y volvió a coger el tenedor. Annie asintió con la cabeza, una sonrisa bailando en su boca, aunque creo que sabía que había algo que no le estábamos contando, pero por el bien de su hijo no iba a insistir en ello.
               -Eh, Saab. Ha sido genial lo que has hecho en la cena. Gracias-dijo, cerrando la puerta de su habitación y dándome un beso en la mejilla. Negué con la cabeza; para eso estábamos, ¿no? Él me cuidaba y yo le cuidaba a él. Se quitó la camiseta por la cabeza y me la tendió para que yo me la pusiera para dormir. Caminó hacia la cama, despacio, guapísimo, y yo no pude evitar quedarme embobada mirándolo. Saltó sobre ella y se quedó tumbado con las piernas estiradas y la espalda apoyada en la pared-. No esperaba que mi madre lo notara-comentó con el ceño fruncido.
               -Es tu madre, ¡claro que iba a notarlo!-dije, metiéndome en la cama con las piernas desnudas y su camiseta impregnando su olor en mi piel-. Y tú te comes el coco muchísimo. Sinceramente, a mí no me habría importado contárselo. De hecho, mi madre sabe lo que nos ha pasado-Alec se me quedó mirando, y yo asentí con la cabeza-. Valoro mucho su opinión, y ella fue la que me hizo ver por qué habías hecho eso realmente.
               -Ya, bueno, de todas formas tú eres chica. Yo no tengo esa relación con mi madre, y aunque mamá y tú os llevéis bien... pues te agradezco que haya cosas que no le cuentes.
               -No creo que a tu madre le interese nada de nuestra vida sexual, Al. Por lo menos, no desde mi punto de vista-rodé por la cama hasta situarme al lado de él, con el vientre sobre el colchón.
               -Ya, ya lo sé. Lo sé. Pero… no sé, aun así, quiero darte las gracias. Podrías haberle contado todo lo que nos ha pasado y no ha sido así. Incluso podrías haber aprovechado para meterte conmigo. “Nada, Annie-se cruzó de brazos y arqueó las cejas-, que tu hijo tiene un fetiche por estrangularme y a mí no me va mucho eso, así que hemos tenido un encontronazo”.
               -Tú sabes que la movida no ha sido por el estrangulamiento en sí, Al-ronroneé, dándole un beso en el costado. Se rascó la cabeza.
               -Sí, bueno, pero… tú ya me entiendes, es la forma de resumirlo. El caso es que… no es que yo piense ahora que mi padre es una víctima del porno, ni mucho menos (porque me juego la cabeza a que él también lo veía)…
               -Sí, la verdad es que es bastante común-asentí con la cabeza.
               -… pero el caso es que me ha dado qué pensar, ¿sabes? Es decir, si yo llegué a la conclusión de que te había agarrado del cuello por influencia de mi padre, seguro que mi madre también pensaría eso. Y mira…-suspiró y frunció los labios-. Mi madre se siente muy a gusto conmigo-continuó con un tono de preocupación que no le había escuchado nunca, claro que tampoco le había escuchado hablar así de su madre, con ese tono protector tan propio de los hijos varones, que piensan que deben cuidar de ellas por imposición de nuestra sociedad machista, que puede convertir a un niño de 5 años en el cabeza de familia si su padre en su infancia, a pesar de que la familia cuenta con gran cantidad de adultos plenamente capacitados que casualmente son mujeres-, yo soy como su refugio cuando los recuerdos la asaltan, lo único bueno que tiene de su relación con su padre, y no quiero que eso cambie, ¿entiendes?-me miró con los ojos llameantes de la emoción-. Soy su hijo, no el hijo de mi padre. No tiene que compartirme con él, y yo odiaría que eso cambiara porque soy tan gilipollas como para reproducir los comportamientos de mierda que veo en el puto porno de los cojones.
               -Estoy segura de que tú siempre serás su niñito, no importa lo que hagas-volví a darle un beso en el costado y me aparté el pelo de la cara. La idea que había tenido antes, cuando me habló de lo que había hecho con Zoe y cómo había abrazado su lado más oscuro, me asaltó de nuevo. A pesar de que había conseguido convencerle de que no había nada de malo en lo que había pasado en la cama, y nuestro problema era más bien un tema de comunicación y su costumbre continua de pensar que lo hacía todo mal, sabía que una parte de él, pequeñita pero poderosa, la parte más autodestructiva que se asomaría a su conciencia a la mínima oportunidad, seguía allí, latente. Diciéndole que yo era demasiado buena, que le quería demasiado y le estaba perdonando actitudes que no tenían justificación, por el mero hecho de que estaba enamorada de él.  Que estaba mal que agarrara a una chica del cuello, incluso si a ella le gustaba y todo era consensuado, como estaba segura de que había pasado con Zoe. Desde luego, no me imaginaba a la americana amedrentándose ante nada, por muy alto o fuerte que fuera el chico con el que estuviera.
               Tenía que destruir aquella pequeña parte que le hacía creer que su madre llegaría a la misma absurda conclusión que él: que era un monstruo que no merecía amor, digno hijo de su padre, en lugar de simplemente un chico que había metido la pata una vez, y que había rectificado en el acto. El problema de lo que nos había pasado era que mi reacción había sido de sorpresa: estaba convencida de que, si hubiera sonreído y me hubiera aferrado a su mano con fuerza mientras acompañaba sus caderas con las mías con más insistencia, nada de esto habría pasado.
               -De todas formas, me alegro de que lo hayas sacado a colación, porque… tengo que comentar contigo una cosa-me incorporé hasta quedar arrodillada frente a él, con las piernas dobladas a ambos lados de mi cuerpo. Me aparté un mechón de pelo de la cara y cogí aire, deseando que no se tomara a mal lo que iba a decirle-. Al, creo que tienes un problema. Bastante grave, a decir verdad-me golpeé la palma de la mano con el puño, luchando con las palabras. Es increíble cómo una persona que maneja dos idiomas, como hacía yo, a veces puede tenerlo tan difícil para decir una frase con el equilibrio exacto-. Y yo voy a estar aquí siempre para apoyarte, pero creo que con eso no va a bastar.
               -¿A qué te refieres?
               -Me parece que necesitas ayuda profesional.
               Frunció el ceño.
               -¿Ayuda profesional?-repitió, confuso, y yo asentí con la cabeza.
               -Sí, bueno… si te soy sincera creo que has manejado todo lo que llevas dentro con mucha habilidad. No de fábula, pero… te las has apañado para llegar hasta aquí. De todas formas, es un peso que llevas encima y que te va a ir desgastando cada vez más y más. Tú mismo lo has dicho: eres como una bomba de relojería a punto de estallar, y yo odiaría ver cómo te autodestruyes sin haber hecho nada por impedirlo. Necesitas alguien que te extirpe esos traumas que te hacen minusvalorarte antes de que se te coman vivo.
               Alec parpadeó, expectante. El silencio que se instaló entre nosotros era sepulcral. Casi podía escuchar los latidos de mi corazón reverberando en el aire.
               -Me parece… que te haría bien ver a un psicólogo.
               Mi chico alzó las cejas y frunció los labios.
               -¿A un… psicólogo?
               -Sí. Para que hables con él de todo lo que te pasa por la cabeza y te diga cómo acabar con esos pensamientos tan negativos.
               Frunció ligeramente el ceño. Mierda. Le había ofendido.
               -¿Tan jodido me ves que crees que no puedes manejarme?
               -Yo no soy una profesional, Alec.
               -Vaya-rió por lo bajo-. Guau. Te acojono hasta el punto de que crees que necesitas ayuda conmigo.
               -Tú no me acojonas, no digas gilipolleces-discutí, molesta. ¿Cómo podía decir eso, si era la única persona que podría reducirme a cenizas y sabía que no lo haría?-. Lo estoy diciendo por tu bien. A mí me encanta que hablemos, que me cuentes las cosas que te preocupan, o te dan miedo, y tratar de orientarte. Pero tengo 14 años, Alec. No sé nada de la vida ni de cómo curar lo que hay herido dentro de ti.
               -Vaya, chica-se burló-. Tienes el paquete completo. Un novio abusador que encima es un chalado.
               -Yo no te he llamado abusador. Eso te lo llamas tú solito-le recriminé-. Y eso es, precisamente, lo que quiero que pare.
               Alec exhaló una risa por la nariz.
               -Vamos a ver una serie o algo, anda-instó, alcanzando su ordenador y abriendo la tapa, pero yo la cerré de un manotazo.
               -Alec, estamos hablando.
               Me miró con los ojos entrecerrados.
               -¿Esto es porque no quiero follar?-acusó, y yo gruñí por lo bajo.
               -Dios mío, ¡no, no es porque no quieres follar! ¡Puede que no te lo creas, pero me preocupo por ti de verdad! ¡Te qui…!-empecé, pero él alzó las cejas, sorprendido, y yo cerré la boca antes de cagarla. No se merecía que se lo dijera mientras discutíamos-. Me apeteces-me corregí-. Muchísimo. Y tú lo sabes. En el fondo, aquí-me pegué a él y le puse la palma de la mano en el pecho, a la altura de su corazón-, lo sabes. Hay algo aquí que te dice que estoy enamorada de ti, pero que susurra más bajito que yo me merezco algo mejor que tú. Y ahí está la cosa, Alec. No hay nada mejor que tú. Tú eres con quien quiero estar. Me gustas tal y como eres, con tus defectos y tus virtudes, tus tonterías y tus cosas importantes, pero odio esa parte de ti que no hace más que asomarse al acantilado con la excusa de ver el mar, cuando lo único que quiere es caer al vacío y desaparecer. No voy a engañarte y decirte que no me pasaría la noche haciéndote el amor, porque sabes que sería mentira, pero… esto va más allá de lo físico. Siento que hay algo en ti que no está bien. Y quiero que veas a alguien que pueda ayudarte.
               -¡Yo no estoy loco, joder, Sabrae!-protestó, levantándose de la cama y caminando como un león enjaulado hacia el centro de su habitación. Se pasó las manos por el pelo-. ¡Por Dios!
               Me fijé en los músculos de su espalda, semejantes a laderas de montaña donde los arroyos de la temporada lluviosa dibujaban surcos en ellos, convirtiéndolos en obras de arte naturales únicas e irrepetibles.
               Yo también me levanté de la cama, y fui hasta él, atraída por esos músculos como si del canto de una sirena se tratara.
               -Me encanta tu espalda-comenté, mimosa, pasándole un brazo por encima del hombro y otro por el costado para engancharlos en su pecho mientras le daba un beso-. Pero por favor, no me la des así, Alec. Estamos hablando.
               Alec suspiró, asintió con la cabeza y se dio la vuelta. Me cogió las manos entre las suyas y me miró con el arrepentimiento tiñendo su mirada.
               -No he dicho que estés loco, sino que no es normal todo lo que te comes la cabeza, Al. Tienes que ver a alguien que te enseñe a controlarlo, porque te va a destruir si no lo controlas. Dentro de ti se está librando una guerra-musité con un hilo de voz, sintiendo que se me hacía un nudo en la garganta y se me humedecían los ojos-, y yo quiero que la ganes. Por favor.
               -Es que… me sentiría un fraude si fuera, ¿sabes?-confesó, llevándome de vuelta a la cama y sentándose en el borde, frente a mí-. La gente que va al psicólogo es porque tiene problemas de verdad. La madre de Tommy va por los problemas que tuvo de adolescente. Tommy probablemente vaya por su… intento de suicidio-se atragantó con las palabras-. Pero mi madre… mi madre no fue, y lo pasó mil veces peor que yo.
               -Eso no lo sabes, Al. Ella era una mujer adulta y tú eras apenas un bebé. Seguro que te impactó más que…
               -A mí no intentaron matarme, Sabrae-respondió-. A mi madre, sí. Y ella lo superó sola, así que yo tengo que superarlo solo.
               -Pero…
               -Mira, es sólo una mala racha, ¿vale? Todo el mundo las pasa. Tú también la has pasado, por mi culpa. Acabas de decírmelo-sostuvo mis manos entre las suyas-. Pero yo no  te digo que vayas al psicólogo por sentirte mal por lo que te hice. Es algo humano. Es normal. Hay gente ahí fuera-señaló la puerta- con problemas reales que se ocupan de su mierda. Yo tengo que hacer lo mismo. Comportarme como un hombre.
               -Siempre he odiado esa frase-aparté la vista hacia el poster de Creed II que colgaba de su pared-. Hay tres mil millones de hombres en el mundo, ¿qué se supone que tenéis que hacer para “comportaros como un hombre”?
               -Nos ocupamos de nuestras mierdas.
               -No-le miré de nuevo-, reprimís vuestros sentimientos. El machismo también os hace daño a vosotros por eso. No sois menos hombres por sentir. No serás menos hombre por ir al psicólogo. Yo no voy a quererte menos si admites que hay cosas con las que simplemente no puedes tú solo.
               Alec me besó los nudillos y me los acarició con los pulgares.
               -Pero no estoy solo-respondió, mirándome a los ojos, y yo tragué saliva. Muy a mi pesar, negué con la cabeza. No iba a convencerle entonces, y yo lo sabía, pero confiaba en conseguirlo tarde o temprano-. No te preocupes por mí, bombón. Sé cuidar de mí mismo-se me hizo un nudo en la garganta; eso pensaba todo el mundo un segundo antes de romperse-. Pero en serio, bombón. No te preocupes. No me lo merezco.
               -¿Ves?-respondí, y él se inclinó para besarme.
               -Prométeme que no vas a darle más vueltas a las cosas. Ya nos hemos prometido todo lo que necesitamos para sobrevivir. Estaremos bien. Así que prométemelo.
               -Al, soy Sabrae-le recordé-. Mientras quede un mínimo aliento en mi cuerpo, me preocuparé por ti.
               Sonrió a centímetros de mi boca.
               -Bueno. Otra cosa más en la que soy correspondido, entonces-ronroneó, y yo le devolví la sonrisa, me acerqué a sus labios y dejé que me besara.
               Nos metimos en la cama, nos acurrucamos el uno junto al otro, nos miramos a los ojos en la oscuridad de su habitación, intercambiamos unos cuantos besos más, caricias y mimos, y finalmente, cerramos los ojos para dormirnos. Aguanté la respiración sólo para escuchar cómo la suya se iba ralentizando poco a poco, con su brazo alrededor de mi cintura, haciéndome sentir protegida, segura y, sobre todo, querida. Y me juré que no dejaría que Alec dejara de sentir esa sensación. De todas las personas del mundo, él era quien más se merecía ser feliz, y que se sintiera miserable por cosas que escapaban a su control y que él achacaba a una fuerza oscura que había en su interior era algo que yo pretendía destrozar.
               Mientras esperaba a que el sueño me invadiera, disfrutando de paso de su cercanía, me dediqué a pensar en la idea que me había asaltado cuando me confesó que también había cogido por el cuello a Zoe, y cómo había abrazado su lado más oscuro y degenerado cuando lo hizo. Quería que hiciera eso conmigo, pero que se sintiera bien en el proceso.
               Se había dado cuenta de que lo hacía con otra chica, y que lo hubiera notado por primera vez conmigo no significaba ni que Zoe y yo fuéramos las únicas, ni que yo fuera la primera con la que hacía eso. A juzgar por su historial, Alec llevaba tiempo con esos fetiches en la cabeza. Puede que incluso desde que había empezado a ver porno, hacía un par de años, antes de que yo no fuera más que una chiquilla que no tenía ni idea de por qué a mamá y papá les gustaba irse a la cama temprano, con lo genial que era estar hasta las once viendo la televisión de mayores.
               Había muchas chicas en el currículum de Alec, a cada cual más guapa y explosiva que la anterior, pero sólo un par de ellas, que yo supiera, habían conseguido una cierta estabilidad con él antes de que llegara yo. Pauline y Chrissy. De todas las que habían pasado por la vida sexual de Alec, ellas dos eran las únicas con nombre y apellidos que podrían contarme cómo era él antes de conocerme en ese aspecto, y puede que también fueran las únicas con las que se hubiera sentido lo suficientemente suelto como para hacer lo que había hecho conmigo.
               Me pegué un poco más a Alec, acariciando mi nariz con la suya, y sonreí con los ojos cerrados. Alec suspiró en sueños, tiró un poco de mí para acercarme más a él, y gruñó por lo bajo. Acababa de encontrar la solución.
               Alec había intentado separarnos porque creía que sus demonios se habían despertado cuando él y yo atravesamos la última frontera en la confianza. Sólo Chrissy y Pauline podían decirle que aquello ni eran demonios, ni se habían despertado conmigo.
               Tenía que hablar con ellas, sólo para demostrarle que no había nada malo en él. A mí no iba a escucharme. Pero a ellas, estaba segura de que sí.




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1 comentario:

  1. Bueno mira, me alegro mundos de que por fin lo hayan solucionado pero este capítulo me ha hecho dañito. O sea el momento en el que Alec se ha echado a llorar encima del pecho de Sabrae ha sido demasiado, me ha partido el corazón imagínarmelo así, de verdad.
    Luego se me ha pasado con la charla del psicólogo porque he querido darle una leche bien dada, pero bueno. Lo importante es que se han reconciliado y que Sabrae casi le dice te quiero (he chillado internamente) y que vuelven a ser cuquisimos y que Sabrae va a luchar porque Alec se quite todas esas mierdas de la cabeza.

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