sábado, 23 de noviembre de 2019

Antes de Sabrae.


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-¿Qué estás haciendo, cabrón?-le recriminé al chico que apareció en la pincelada del espejo que había recuperado del vaho con mi mano. El gilipollas que había al otro lado del cristal me miraba con el ceño fruncido, una expresión fiera en los ojos que no tenía nada que envidiar a la de un león.
               Me sentía sucio. Miserable. Sabía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal en todos los sentidos. Supongo que por eso había dejado que el aleatorio de Spotify eligiera las canciones que cubrirían el sonido del agua mientras me duchaba, para que mi cerebro estuviera ocupado reproduciendo la letra y disfrutando de ella y no se pusiera a pensar en las consecuencias de mis actos. Toda mi vida había sido un gilipollas, pero jamás lo había sido a propósito: si me había metido en líos, siempre había sido por no pensar las cosas y actuar directamente, pero ése no era el caso. Era un cabrón por lo que iba a hacerle a Sabrae, y era más cabrón todavía porque sabía lo que eso le haría. No podía alejarla de mí, así que haría que fuera ella la que nos alejara, la que pusiera distancia entre nosotros.
               Como si el mundo me estuviera mandando señales de que me estaba equivocando, cuando ya me había llenado las manos de la espuma del champú, Spotify decidió que era un buen momento para poner Evolve, el disco de Imagine Dragons, en aleatorio. Había cantado a voz en grito las canciones según se iban sucediendo, pero a medida que el orden iba cobrando un sentido, fui cayendo en lo que significaba todo lo que estaban cantando en la banda originaria de Las Vegas. Con Whatever it takes, mi boca dejó de cantar las letras y mi cerebro empezó a darle vueltas de nuevo a lo que llevaba haciéndolo toda la semana, desde que había visto a mi hermano. Intenté bailar frente al espejo con I Don’t Know Why, que la siguió, pero no podía dejar de pensar en lo que haría esa noche, en si sería capaz de clavar el primer clavo en el ataúd de mi relación con Sabrae y pasarle el martillo. Believer me hizo ver que me equivocaba.
               Y Next to me me jodió a niveles en los que no pensé que pudiera joderme jamás ninguna canción. Me recordó que ella me había hecho mejor persona, invencible, poderoso, y que era perfectamente capaz de conseguir que las cosas entre nosotros se encauzaran.
               No. No pueden encauzarse. No soy bueno para ella. Me lo había repetido por activa y por pasiva cuando no podía dormir por las noches y entraba en la conversación que habíamos compartido y que yo rezaba porque ella no eliminara cuando se enterara de que había hecho aquello para lo que le había pedido permiso sin querer que me lo concediera.
               Estaba en un callejón sin salida, y para colmo me había pintado una diana en el pecho y otra en la frente, indicándole tanto a la mafia como a los policías que me perseguían que yo era el topo, y que valía lo mismo vivo que muerto.
               Había ido a ver a Diana con la esperanza de que ella le contara a Sabrae lo que pretendía hacer, y que Sabrae viniera a pedirme explicaciones por estar recuperando mi comportamiento de vividor gilipollas y capullo que no tiene escrúpulos en términos de sexo. Me estaba volviendo peor persona que cuando me follaba a tías que tenían novios pero muy pocas ganas de serles fieles, porque ahora quien estaba a punto de ser infiel era yo, y en lugar de estar encerrado en mi habitación con música a todo trapo que callara los demonios de mi cabeza, a lo que me estaba dedicando era a afeitarme con cuidado y ponerme bien guapo, no fuera a ser que no consiguiera seducir a Zoe y todo mi plan se fuera a la mierda.
               Pero Sabrae no había venido. Supongo que ya se había dado por vencida conmigo, o peor aún, que considerara que estaba en mi derecho de liarme con otras chicas simplemente porque no tenía “novia” estrictamente hablando, aunque yo así lo sentía. Como un mamarracho. La madre que te parió. En lugar de dedicarme a alejar de mi vida a la única chica que me había importado de la forma en que sólo se importan las personas en las películas románticas que tanto les gustan a las tías, debería estar ocupado luchando por merecerla, mejorando como persona, combatiendo esos demonios contra los que yo sabía que Sabrae podría destruir. Ella los había creado, ¿no? Pues bien podría destruirlos.
               Puse las manos a ambos lados del lavamanos y apreté tanto los dedos en el mármol que los nudillos se me pusieron blancos, y hundí los hombros. El peso de todo el mundo recaía sobre mi espalda, un mundo en el que el dolor de Sabrae ya estaba impregnado hasta el núcleo interno, haciéndolo más masivo que el mayor de los agujeros negros. Sabrae no me perdonaría esto, Sabrae me mandaría a la mierda, y Sabrae necesitaba mandarme a la mierda y seguir con su vida. Estaba jodido, jodidísimo a escalas insospechadas; tanto, que cualquier psiquiatra saldría corriendo sólo con hacerme una exploración. Y todo por culpa de mi maldita sangre. Lo que daría por no ser hijo de quien era, por no tener mis genes…
               Ojalá Dylan fuera mi padre. Ojalá su apellido fuera el mío desde el momento en que nací, y no hubiera ninguna tachadura en el Registro Civil que ocultara un apellido del que me avergonzaba y que ponía nombre a un legado del que yo me había pasado la vida huyendo, sólo para encontrármelo de bruces al girar la esquina. Él habría tenido un hijo que se mereciera a Sabrae. Un hijo que le aguantara la puerta por caballerosidad, y jamás porque eso le brindaba la oportunidad ideal de mirarle el culo. Un hijo que no aceptara que lo invitaran, sabiendo que él tenía un trabajo y ella no. Un hijo que no permitiría que la emborracharan hasta el punto de no tenerse en pie y no poder defenderse si un baboso se intentaba aprovechar de ella. Un hijo que en ningún momento permitiría que ningún baboso se le acercara.
               Un hijo que siempre la hiciera sentirse segura, sin importar la ropa que llevara o la distancia que hubiera entre ellos, con el que ella jamás tendría miedo y siempre estaría a gusto.
               Un hijo con el que no tuviera que gemir con un hilo de voz “no me gusta” estando en la cama.
               Un hijo que no disfrutara poniéndole las manos en el cuello y se corriera al descubrir la vomitiva sensación de poder que siempre te invade cuando tienes la vida de alguien en tus manos.
               Un hijo como él, y no como yo. Un Whitelaw de verdad, y no un Cooper con una moralidad que luego no llevaba a la práctica. No me gustaba ser un Cooper. Jamás me había gustado y jamás lo haría, pero ahora, lo único que podía salvar a Sabrae era esa naturaleza que yo me había esforzado en ocultar.

               ¿Debía quedarme en casa? Iba a hacerle daño, y lo iba a hacer a posta. Eso me convertiría en un monstruo igual que mi padre. Puede que no le pusiera las manos encima (en este momento, quiero decir; que le hubiera puesto las manos encima en otra ocasión era, precisamente, lo que nos había metido en este lío), pero estaba a punto de hacerle el daño que mi padre le había hecho a mi madre: el daño de romperle el corazón, y aun así conseguir que siguiera queriéndome.
               Sí. Sí, claro que debería irme, joder. Hacerle daño a Sabrae era la única forma de conseguir ponerla a salvo. Alejarla a tiempo era la única solución, antes de que las cosas se complicaran más y yo me las terminara arreglando, puede que involuntariamente o puede que a propósito, para que les cogiera el gusto a las fantasías destructivas que me rondaban la mente desde que mi hermano me había dicho que lo que tenía dentro era un don. Era eso lo que más me acojonaba de todo: que Aaron parecía orgulloso de ese poder que ya había dominado, pero que en mí aún era inestable e inmaduro; cuando madurara, me volvería igual que él. Tenía que asegurarme de que Sabrae estuviera bien lejos cuando todo explotara.
               Mirándome de nuevo de reojo en el espejo, cogí la camisa que había sacado del armario casi sin querer, y empecé a abotonármela. Se me hizo demasiado doloroso escuchar la letra de Next to me, porque el momento en que la canción se acaba y repiten el estribillo con un coro por detrás, diciendo exactamente lo que iba a hacerle esa noche a Sabrae, era demasiado para mí. Siempre te decepciono, estás destrozada en el suelo, pero aun así, te encuentro ahí, a mi lado. Oh, las gilipolleces que hago, soy de todo menos buen, pero aun así, te encuentro ahí, a mi lado.
               A mi lado. A mi lado.
               No. Vete de mi lado, por favor.
               Me enfundé unos vaqueros oscuros y salí del baño tras echarme unas gotas de colonia, de ésa que tanto le gustaba a las chicas (a Sabrae), que hacía que se me inclinaran hacia el cuello (Sabrae se inclinara), inhalaran (inhalara) y sonrieran (sonriera) antes de darme un beso juguetón con unos labios pintados en miles de colores (sólo uno, ese rojo teja que le quedaba tan bien, y le hacía la boca tan apetecible). Recogí la chaqueta del sofá y me dirigí al vestíbulo para calzarme, con tan mala suerte que me encontré con mi madre de camino. Había rezado a los cielos para no cruzármela, porque no soportaría sostenerle la mirada más de una milésima de segundo, pero por supuesto, de la misma manera que no me habían eximido de mis genes, los dioses tampoco me concedieron ese deseo.
               Mamá sonrió, los ojos chispeantes de felicidad, y abrió los brazos.
               -¡Vaya! ¡Qué guapo estás, tesoro!-se acercó a mí y se colgó de mi cuello para darme un beso, tras lo cual me limpió la mejilla con un pulgar amoroso que yo no me merecía, y eso que ni siquiera me había dejado mancha de pintalabios como puede que sí lo hicieran esa noche (y no sería el pintalabios de Sabrae)-. Guapísimo, como siempre. No-reflexionó, sonriente-, más que de costumbre. ¿Vas a ver a Sabrae?
               En lo que a mamá respectaba, nuestra relación iba viento en popa. Había venido el miércoles, hacía dos días, a verme, y se había dedicado a cocinar unas hamburguesas deliciosas (que a mí me costó tragar por la culpa que me atenazaba la garganta) en la cocina de mi casa, como si tuviéramos la relación más idílica del mundo y estuviéramos a nada de comprometernos y empezar a tener críos (joder, lo que me habría gustado tener críos con Sabrae, y lo que iba a torturarme imaginándomelos cada noche, mientras ella metiera a otros en su cama, les entregara su precioso cuerpo y compartiera con ellos un placer que jamás volvería a ser mío). Nos había visto entrar en el baño nada más llegar yo a casa, y ni estando sorda podría haber dejado de escuchar los gemidos que salieron de mi boca cuando me corrí con y para Sabrae, en lo que fue el orgasmo más triste de mi vida porque me convencí en ese mismo momento de que sería el último.
               No sabía que iba derechito a, básicamente, ponerle los cuernos para que ella me dejara. Porque oh, mamá, has parido a un puto cobarde y un egoísta incapaz de hacer lo correcto ni aunque le pongan una pistola en la sien.
               Descubrí en ese momento que no sólo haría daño a mi chica, sino también a mi madre, volviendo a ser el gilipollas que había sido hacía unos meses. Y eso me puso de muy mala hostia.
               -Eh… me pariste a mí, no a ella-espeté, más duro de lo que pretendía, y sin poder controlar a la cabrona de mi lengua-. Se supone que a quien tienes que querer es a mí.
               Mamá se quedó mirándome, estupefacta. Sus ojos se abrieron tanto que podrían haber competido con la luna, de haberse asomado ésta al cielo nocturno.
               No me di opción a sentir más remordimientos, pues de lo contrario sabía que no me iría de casa y mi plan se iría a la mierda. De que consiguiera meterme esa noche en las bragas de Zoe dependía que Sabrae estuviera a salvo, y por mucho que yo la amara y la echara de menos, sabía que estaba haciendo lo correcto. El fin justifica los medios, ¿no?
               Me marché, simplemente. Abrí la puerta de casa y la atravesé de un paso decidido que no delató la lucha titánica de emociones que había en mi interior. Cerré la puerta a mi espalda, sin atreverme a mirar por encima del hombro y ver la cara de incredulidad de mi madre.
               Crucé la calle sin mirar, aunque no por tener esperanzas de que me atropellara un coche y todo se solucionara (no había tráfico en mi barrio que pudiera preocuparme), y troté en el camino de entrada de Jordan. Llamé al timbre una vez y me metí las manos en los bolsillos de la chaqueta. Hacía mucho frío. Quizá no sería muy inteligente quitarme la ropa.
               ¿Iba a quitarme la ropa? No sé, sentía que desnudarme delante de otra chica era añadir un nivel más a la traición. Pero, claro, si no me quitaba la ropa, difícilmente podría follarme a Zoe. La cuestión es, ¿iba a quitársela a ella? Puede que con bajarle las bragas bastara. Quizá ni tendría que mirarle las tetas. Puede que…
               La puerta de Jordan se abrió y una silueta negra como la noche se recortó contra la luz del recibidor.
               -Ya era hora-gruñí, porque si yo tenía fama de llegar tarde a todas partes, desde luego, no era a las fiestas. Y hoy, más que nunca, necesitaba tardar lo menos posible para no echarme atrás-. Pensaba que ya te habrías ido con las gemelas y que me tocaría caminar solo bajo… ¿por qué no te has vestido?-pregunté, al encontrármelo con sus pantalones de chándal de andar por casa y una sudadera vieja de los Chicago Bulls frente a mí.
               -Porque no voy a ir. Y tú, tampoco-sentenció, cruzándose de brazos.
               -Joder, Jordan, ¿ya empezamos?-bufé, poniendo un pie en el escalón que daba a su casa y alzando una ceja. Ya me había dejado bien clara su postura cuando le conté lo que tenía pensado hacer, y él me había dejado bien clara la suya. Les había contado a él y las gemelas mi plan maligno y vergonzoso para que me dieran su opinión (bueno, más bien para que terminaran de convencerme de que estaba haciendo lo correcto, y secretamente deseaba que me tildaran de noble por sacrificar mi felicidad con Sabrae en pos de un bien mayor,  que era la suya), y cuando había terminado de exponerles mis intenciones, aprovechando un regalo que me llovía del cielo, Bey había entrelazado sus manos sobre sus muslos y se había vuelto hacia Jordan, que estaba espatarrado en el sofá de su cobertizo como un viejo solterón amargado, mirándome como si fuera un problema de matemáticas de varias líneas de resolución.
               -¿Le das tú una hostia, o se la doy yo, Jordan?-preguntó mi amiga, y Jordan no apartó la vista de mí cuando respondió:
               -Se la doy yo, que no quiero privarme de ese placer.
               Hizo amago de levantarse y yo reculé.
               -Como me pongas la mano encima, te juro por Dios que te mando al hospital-prometí.
               -Al hospital te voy a mandar yo, para que te miren qué cojones te pasa en la cabeza-espetó Jordan, tocándose la sien con un índice acusador. Puse los ojos en blanco y sacudí la mano en su dirección.
               -Vale, tampoco es que esperara que lo entendieras. No me sorprende que no te pongas de mi lado.
               -¿De tu lado? ¿Te estás escuchando, Alec? Estás descontrolado-acusó mi amigo-. Te acompañé a ver a Aaron para que la cosa no se te fuera de las manos y porque te acompañaría al puto infierno si me lo pidieras, pero no puedes pedirme que simplemente me ponga a aplaudir y me ofrezca a chupártela cuando me cuentes que estás a punto de destrozarte la vida.
               -No quiero que me la chupes, no soy maricón-gruñí, mirándolo de arriba abajo-. Y no tengo otra opción que destrozarme la vida para salvar a Sabrae.
               -Blancos-Bey abrió las manos y se encogió de hombros-. Os pensáis que el mundo gira en torno a vosotros y que sois los únicos que podéis salvarlo.
               -Ahora me dirás que yo no tengo nada que ver con el hecho de que me mole estrangular a Sabrae en la cama.
               -¿Votos a favor de que Alec es un melodramático?-pidió Bey, y tanto ella como Jordan y Tam alzaron las manos. Los fulminé a todos con la mirada.
               -Vosotros no lo entendéis.
               -Repito, ¿votos a favor de que Alec es un melodramático?-esta vez, sólo levantaron las manos las gemelas. Jordan me fulminó con la mirada.
               -¿Melodramático? Es la puta reina del drama, por el amor de dios.
               -Cállate la boca, Jordan. Bastante mal me siento ya como para que encima te dediques a putearme.
               -¿Y no te ha dado por pensar que, quizá, si te sientes mal es porque estás a punto de hacer el gilipollas de una manera apoteósica?-inquirió, y Bey se giró de forma exagerada y miró a su hermana, que asintió con la cabeza.
               -Sólo es un polvo, Jordan. Y Sabrae me ha dado permiso.
               -¿Votos a favor de que Alec no se tire a la amiga de Diana?-preguntó Bey, y levantó la mano junto con Jordan.
               -Oye, no es por nada, pero es mi vida, no la estoy sometiendo a votación. No es el restaurante al que vamos a ir en Nochebuena-bufé.
               -¿Votos en contra?
               Levanté la mano, al igual que Tam.
               -¡Tamika!-recriminó Bey, estupefacta.
               -¿Qué? No estoy de acuerdo con el por qué, pero si quiere hacerlo, es mayorcito. Además, si Sabrae no quiere darle lo único que él le ha pedido, no veo por qué puede negarse a esto. Tenéis una relación abierta, ¿no?
               -No-fruncí el ceño. A veces me preguntaba en qué puto mundo vivía Tam, o cuánto del género que vendía consumía, y si eso le afectaba al encéfalo.
               -O sea, que lo que vas a hacer es, básicamente, ponerle los cuernos-preguntó la mayor de las gemelas, moviendo el dedo índice en el aire como si estuviera formulando un hechizo.
               -¡QUE NO LE VOY A PONER LOS CUERNOS, TAMIKA! ¡QUE ME HA DADO PERMISO!-estallé. Una cosa era enrollarme con otra tía para que Sabrae creyera que yo no había cambiado y que nunca lo haría, y otra muy diferente era faltar de ese modo a su confianza. No era tan cabrón. Eso estaba fuera de mis tremendamente laxos límites.
               -No, no empezamos-sentenció el Jordan de mi presente-: seguimos. No vas a ir a esa puñetera fiesta a enrollarte con la amiga de Diana. No vas a ponerle los cuernos a Sabrae. Te lo juro, Alec.
               -¡Y dale! ¡Que no le voy a poner los cuernos, hostia! ¡Que me ha dado permiso! Además, así… puedo probar-Jordan alzó las cejas.
               -¿Qué cojones más quieres probar? Creo que eres el tío que más chicas se ha follado en toda la puta historia.
               -Scott ha estado con más chicas que yo.
               -Scott es hijo de un famoso; juega en otra liga.
               -¿Sí? Pues da la casualidad de que Sabrae también es hija de un famoso porque, ¡sorpresa! ¡SON HERMANOS!-bramé-. Así que tengo que probar otras cosas. Un clavo saca a otro clavo, ¿no? Y la Zoe ésta está tremenda, hermano. Mira, si le echaras un vistazo, entenderías por qué se me está presentando una oportunidad que no voy a volver a tener-comenté, echando mano de mi bolsillo para sacar el móvil, pero Jordan gruño.
               -Paso de ver a la tipeja con la que pretendías pegársela a Sabrae, gracias.
               -¿Pretendías? Me voy a follar a esa americana aunque tenga que pasar por encima de tu cadáver, Jordan-rugí. Jordan puso los ojos en blanco.
               -Pues entonces, no tiene sentido que yo vaya esta noche y te termine de perder el respeto-sentenció, cerrándome la puerta en las narices. Sin embargo, la conversación no terminó ahí-. Joder, Alec, macho. Puedes ser muchas cosas, pero no un mierdas que le pone los cuernos a su novia. Eso está por encima de ti.
               -¡QUE ME HA DADO PERMISO! ¡Fijo que ella también quiere romper, y no sabe cómo hacerlo!-me lancé a la desesperada, como si no le hubiera contado a Jordan al borde de las lágrimas cómo había tenido que tragarme las ganas de abrazarla y decirle que todo estaba bien y que yo me estaba preocupando absurdamente cuando vino a verme y me notó distante con ella-. Igual debería echarle cojones y hablar con ella directamente, para dejarlo de mutuo acuerdo y que nadie salga herido…
               -Sí-me cortó Jordan, al otro lado de la puerta-. Deberías echarle cojones, estoy de acuerdo.
               Me quedé mirando la puerta de madera.
               -¿De verdad piensas seguir así? Que tienes 17 años, Jordan, joder. Tienes pelos en los huevos. Pareces mi hermana cuando le baja la regla y de repente le ofende que respire cerca de ella. Ábreme la puta puerta, que no estamos en una comedia romántica de las que saca Netflix por Navidad.
               -De comedia esto tiene poco, tienes razón.
               -¿Quieres hacer el favor de salir?
               -No. Mientras esté aquí, tú también estarás, y no te dedicarás a tirar a la basura lo mejor que te ha pasado en tu mísera y triste vida.
               Me eché a reír, cínico.
               -¿Sabes qué? Que mejor para mí. Paso de aguantar tu cara de perro toda la noche. Adiós, Jordan-canturreé, exagerando mis pasos en dirección al camino de grava que llevaba hasta la calle-. Me voy.
               No obtuve respuesta.
               -Me estoy marchando, Jordan-silencio-. ¡Jordan, o vienes conmigo o te juro por Dios que monto una puta orgía en la discoteca que te vas a acordar de mí! ¡PIENSO ESNIFAR COCAÍNA DE LA RAJA DEL COÑO DE TODA TÍA QUE SE ME PONGA POR DELANTE! ¡¿ME ESTÁS ESCUCHANDO, JORDAN!? ¡¡ME VOY A PONER CIEGO A FOLLAR, Y SIN CONDÓN, ME CAGO EN DIOS!!  ¡¡POR MIS COJONES QUE HOY DEJO PREÑADA A MÁS DE UNA COMO TE ATREVAS A…!!-me quedé callado al ver que la puerta se abría y Annie, la madre de Jordan, se materializaba en ella, recortada contra la luz del recibidor como una aparición virginal afrobritánica.
               -Jordan ha subido a su habitación a cambiarse.
               -Tu hijo es igual que un chihuahua-acusé, atravesando la puerta-. Se le va toda la fuerza por la boca. Y encima es feo. No me extraña que sea virgen.
               -¡QUE NO SOY VIRGEN, ALEC!-tronó Jordan desde el piso superior.
               -¡SÍ QUE LO ERES! ¡METÉRSELA A UNA TÍA DURANTE DOS SEGUNDOS NO ES PERDER LA VIRGINIDAD!
               -¿Y QUIÉN TUVO LA CULPA?
               -¡LOS GILIPOLLAS DE SCOTT Y TOMMY, PARA QUE LUEGO LOS VENERES TANTO!
               Me quedé de pie en el vestíbulo, sin que su madre me ofreciera pasar al salón ni necesitarlo realmente. La casa de Jordan era mi casa; tenía una copia de sus llaves en mi llavero y me pasaría a regarle las plantas si no lo hiciera mi madre o a darle de comer a su gato si no se nos hubiera escapado el de su hermana cuando teníamos 12 años.
               Las gemelas llegaron en el mismo instante en que Jordan cerraba la puerta de su habitación y atravesaba el pasillo en dirección a las escaleras. Fui yo el encargado de abrirles para que pasaran, aunque fuera sólo por unos segundos. Tam llevaba un top vaquero y unos pantalones de cuero negros, y Bey vestía (si es que a eso se le podía llamar vestir) una falda violeta con tiras en los muslos que dejaban la piel de sus glúteos al descubierto y un top anudado al cuello, con la espalda descubierta, que también se anudaba en su escote y le mantenía las tetas unidas y firmes, haciendo un canalillo por el que podrías pasar una tarjeta de crédito.
               Le había visto llevar esa ropa en verano, no en invierno.
               -¿Adónde vas así?-pregunté, comprobando que no llevaba medias.
               -De fiesta-contestó, chula, con la barbilla levantada mientras se tiraba del abrigo de pelo para cubrir un poco más de sus piernas-. ¿Algún problema?
               -¿Acaso llevas bragas, Beyoncé?
               -¿Por qué? ¿Vas a cambiarme por Zoe porque yo vengo con abre fácil?
               -Vete a la mierda, tía. Eres insoportable.
               -Puede, pero se te ha puesto dura-se burló Tam, y yo le hice un corte de manga. La espalda de Bey tocó la pared del vestíbulo de Jordan y yo me incliné hacia ella-. ¿Te crees que soy imbécil y no veo lo que estás haciendo?
               -Ilumíname, oh, maestro.
               -No vas a conseguir que intente enrollarme contigo. Eres mi mejor amiga.
               -Eso no te impidió metérsela a principios de año-rió Tam mientras Jordan bajaba las escaleras. Ninguno de los dos le hizo caso.
               -En el amor y en la guerra todo vale, Al-sentenció Bey-. Y yo te quiero mucho, ya lo sabes.
               -Yo también te quiero mucho, reina B, pero no vas a conseguir arrastrarme a un cubículo del baño y encerrarme en él después de decirme que no puedo tocarte.
               Bey exhaló una risa por su nariz.
               -¿Tan evidente soy?
               -Soy yo-sonreí, mordiéndome el labio y bajando la vista por su cuerpo. La verdad es que la tía no estaba nada mal, eso lo vería incluso un ciego-, que se me da muy bien leerte, nena.
               Bey tragó saliva, incapaz de apartar la vista de mis labios. Y yo que creía que no podría volver a seducir a ninguna chica, si ni siquiera me estaba esforzando con ella y ya la tenía en mis redes.
               -Para-pidió.
               -Pero si no estoy haciendo nada.
               -Sí. Y no lo necesitas. No tienes por qué hacerte pasar por él.
               -¿Por quién?
               -Por tu yo de hace unos meses-Bey me puso una mano en el pecho y me separó de ella, haciendo que corriera el aire entre nosotros-. Ya no eres esa persona. Te han pasado demasiadas cosas para que puedas volver a serlo, así que no tienes que fingir. Ese chico está muerto, Al. Entiérralo.
               Me relamí los labios y esbocé una sonrisa amarga.
               -¿Es que no lo entiendes? Todo lo que va a pasar esta noche va de resucitar a ese chico. A Sabrae no le gustaba. Por eso tiene que volver.
                -Con todo lo que la quieres-preguntó Bey con un hilo de voz dulce, suave, que nada tenía que ver con lo que habían sido sus palabras hasta entonces-, ¿vas a renunciar a ella y dejarla marchar?
               -¿Me preguntas eso, precisamente tú?-la tomé de la mandíbula y le levanté la cabeza, para poder ver sus ojos, cómo chispeaban por las lágrimas que se agolpaban en sus ojos perfectamente maquillados-. ¿Tú, que fuiste a verla y a hablar con ella para que me aceptara, a pesar de que eso significaba que jamás tendríamos una oportunidad juntos, y eso que estabas enamorada de mí? Tú, de todos nosotros, sabes por lo que estoy pasando. Renunciaste a mí a pesar de estar enamorada de mí. En el fondo sabes que tengo que hacer esto. Sabrae me hace feliz, pero la quiero lo bastante como para querer que sea feliz con otro, porque es lo que necesita.
               Bey tragó saliva, apartó la mirada y se mordió el labio.
               -No vas a poder ser el mismo.
               -Lo sé, pero, ¿qué quieres que le haga? No soy bueno para ella.
               -No ha nacido chica para la que tú no seas bueno, Al-sentenció, recogiéndose una lágrima con la yema de los dedos-. De hecho, la única persona del mundo para la que no eres lo bastante bueno, es para ti mismo-se miró una lágrima que había cristalizado en sus dedos-. Pero si en diecisiete años no he conseguido que te entre eso en la cabeza, no voy a conseguirlo en una pocas horas.
               Le cogí la mano, entrelacé mis dedos con los suyos, y me incliné hacia su oído.
               -Gracias por entenderlo.
               Le di un beso en la mejilla a modo de agradecimiento y como vía de escape de mi alivio, porque lo cierto es que me alegraba tener una aliada, siquiera a medias. Y más aún que esa aliada fuera Bey. Me defendería a muerte, incluso de mí mismo, incluso cuando no tuviera razón, simplemente porque no soportaba que me hicieran daño, igual que yo no soportaba que se lo hicieran a ella.
               Las comisuras de su boca se elevaron fugazmente en una sonrisa triste.
               -Siempre, osito-susurró, y yo sonreí y le di un beso en la frente. En otro mundo, podríamos haber sido muy felices. Ella habría mantenido a raya mis mierdas. No me habría dejado preocuparme por lo que había dentro de mí, porque no dejaría que saliera.
               En ese mundo, yo la veía. Porque, por supuesto, no existía Sabrae.
               Pero en el que yo estaba, en el que estábamos Bey y yo, también estaba Sabrae. Y eso reducía mis posibilidades de ser feliz únicamente a una, materializada en el cuerpo de una chica bajita e increíble, que hacía que las demás empequeñecieran y se oscurecieran en comparación con ella. Y lo que tenía que hacer yo esa noche era conseguir que me apagara su luz, que dejara de hacer que me bañara, y se fuera a brillar a otro sitio en el que no hubiera recovecos que proyectaran sombras.
               Llenamos el trayecto de comentarios banales, porque ninguno de nosotros quería tener un momento para pensar con frialdad en lo que yo estaba a punto de hacer. Sé que me había puesto chulo con Jordan y había tratado de justificarme de una forma un tanto sucia y despreocupada, pero mis amigos eran capaces de ver más allá, y no necesitaban mirarme para saber lo que me pasaba por dentro. Jordan, al contrario que Bey, no iba a reconfortarme con sentimentalismo; en ese sentido era más duro que ella, supongo que porque era el que más había visto los cambios para bien que Sabrae había provocado en mí… y también había sido el primero en enterase de todo lo que nos había pasado durante el fin de semana. Así que supongo que a él le pillaba más de cerca, o eso consideraba.
               Por eso, no me sorprendió cuando, llegados a la calle de las fiestas con todos los tópicos de conversación de ascensor agotados, Jordan se detuvo frente a uno de los locales de su familia, un bar un tanto más tranquilo que aquel al que nos dirigíamos, y se volvió hacia mí.
               -Bueno. Aquí es donde me despido-comentó como quien habla del tiempo, intentando insuflar casualidad a sus palabras, sin lograrlo. Las gemelas lo miraron con el ceño fruncido.
               -¿Cómo?-preguntó Tam-. ¿No quieres conocer a la amiga de Diana?-parecía genuinamente sorprendida, lo cual tampoco me extrañó de ella. A veces me chocaba lo mucho que su hermana era capaz de verme y lo opaco que resultaba para Tamika en ciertos aspectos, cuando para Bey era completamente transparente. A pesar de que su código genético fuera idéntico y no hubiera manera de distinguirlas en el microscopio, en ciertos aspectos las hermanas no podían ser más diferentes. Y puede que por eso yo fuera capaz de distinguirlas sin  importar lo que se hicieran: veía más allá de ellas, veía sus auras. Unas auras que no me merecía que estuvieran conmigo
               -No, si eso significa ver cómo Alec mete la pata hasta atrás. No quiero verlo y que se me caiga un mito-susurró, dándome una palmada en el hombro con disgusto, y girándose sobre sus talones para entrar en el bar, con las manos en los bolsillos y los hombros hundidos. Parecía derrotado, un cirujano que lleva catorce horas seguidas en el quirófano y que finalmente pierde a su paciente cuando está terminando de colocar los puntos de sutura. Me volví hacia las chicas.
               -Gracias por quedaros-sabía que no estaban de acuerdo en lo que tenía pensado hacer, pero que aun así se quedaran conmigo significaba mucho para mí. No es que estuviera juzgando a Jor, ni mucho menos; tenía todo el derecho del mundo de no querer verme hacer el gilipollas, pero me habría gustado que estuviera conmigo. Los sacrificios no son tan duros si los pasas con amigos.
               -Eso no significa que lo apruebe-sentenció Bey, cruzándose de brazos. Tenía frío y quería resistirse al impulso de consolarme.
               -Lo sé. Y aun así, gracias.
               Las comisuras de su boca volvieron a titilar en una sonrisa triste, y cuando yo le ofrecí la mano para llevármela a la discoteca, por un momento se pensó aceptarla. Finalmente, extendió los dedos y los entrelazó con los míos, y seguimos juntos a Tam por entre la gente, entre la que se habría paso como si fuera una quitanieves en una ventisca.
               El ruido de la música atronando en los altavoces del piso inferior hizo que por un momento se me olvidara mi propósito allí abajo, e incluso pude disfrutar de unos chupitos con las gemelas, Karlie, Max y Logan antes de que todo empezara a escaparse a mi control. Con la chispa producida por el alcohol haciendo todas las bromas de mis amigos más divertidas, me permití ser feliz de manera superficial antes de lanzarme de cabeza a un pozo del que sabía que no iba a poder salir.
               Creía que, ahogándome en chupitos, no me importaría. Así que me fui a la barra a por más, y allí estaba cuando escuché el griterío que me indicaba que Scott y Tommy habían llegado. Miré a Patri por debajo de las cejas, que había estado sirviéndome chupitos a la velocidad del rayo sin hacer preguntas (por eso le gustaba a Jordan, porque se ocupaba de que la gente consumiera y pagara sin complicarle la vida a nadie), y ella me devolvió la mirada mientras metía un vaso en el fregadero y le echaba jabón a un estropajo.
               -Parece que empieza el show-sonrió, alzando una ceja, y yo asentí con la cabeza, me bebí de un trago dos chupitos, esperé a que los rellenara y me marché con las manos llenas de vasitos cargados con bebida de colores.
               Intenté disimular que durante el tiempo que había estado en la discoteca, había elevado una plegaria silenciosa al cielo como el puto cobarde que era: por favor, que Diana y Zoe no vengan. No sabía qué podrían hacer los dioses para que las americanas se quedaran en casa, pero si ellas no aparecían, me lo tomaría como una señal de que estaba equivocado y tenía que serle fiel a Sabrae, porque encontraríamos el modo de superar aquello.
               Pero no tenía que serle fiel, porque no íbamos a poder superarlo. Lo supe en cuanto vi la melena dorada de Diana resplandeciendo entre las cabezas de mis amigos mientras se sentaba en el sofá que teníamos reservado, riéndose a carcajadas de algo que uno de los chicos había dicho, enganchada al brazo de Tommy como si éste fuera un bolso. Señaló a los chicos uno por uno mientras se los presentaba a su mejor amiga, y yo sentí un tirón en el estómago cuando identifiqué la desconocida melena pelirroja como Zoe.
               Sí, Patri. Empieza el show, pensé para mis adentros cuando me acerqué a ellos. Algo dentro de mí se apagó cuando entré en el círculo invisible e irregular formado por mis amigos. Sabía que no había vuelta atrás. Me había tirado del avión, y lo había hecho sin paracaídas.
               -Puedo decirte con cuál de ellos no liarte-estaba diciéndole Logan a la nueva, y la chica levantó la barbilla, altiva.
               -¿Y a cuál no me recomiendas?-preguntó con una voz de acento similar al de Diana que me hizo darme cuenta de que ella era la única con la que podría hacer lo que estaba a punto de hacer: volver a ser mi antiguo yo. Sólo Zoe sería capaz de traer de vuelta a ese cabrón, porque con ella no había ningún tipo de recuerdo. Era tan distinta de Sabrae como lo son la noche y el día.
               -A mí-intervine yo-, porque me quiere para él solito-me burlé, y las dos americanas se volvieron hacia mí. Zoe esbozó una sonrisa de satisfacción mientras me escaneaba con ojos expertos. Aquella tía era como yo, en versión femenina y estadounidense, pero como yo, al fin y al cabo. Como mi antiguo yo, quiero decir. El yo antes de Sabrae.
               -Zoe, éste es Alec-informó Diana, extendiendo una mano en mi dirección. Zoe continuó con su repaso deliberado, deleitándose en esperar a que Diana le confirmara que yo era el que había preguntado por ella y quien se la tenía pensado tirar-. Es el cuarto.
               La sonrisa de Zoe se ensanchó. Diana le había explicado que de los cuatro chicos que iban a presentarle esa noche, el primero tenía novia, el segundo era gay, el tercero tenía más interés por las mujeres que venían en billetes de las centenas de libras que por las de verdad… y el cuarto era yo, el fuckboy original.
               Tenía que estar a la altura.
               -Espero no serlo en el orden de polvos, porque soy muy impaciente, muñeca-ronroneé, esbozando mi mejor sonrisa de Fuckboy® y dejando que me diera un beso en la mejilla. Vi por el rabillo del ojo cómo Scott alzaba las cejas y miraba a Karlie en busca de algún tipo de reproche, que no se encontró. Las chicas me tenían mimado, y no iban a hacer nada por impedirme que me jodiera la vida, que para algo les había pedido permiso.
               -No puedes ser de verdad, guapo-ronroneó-. ¿Seguro que no tienes a alguna chica detrás que me quiera arrancar la cabeza para que deje de pensar lo que estoy pensando?-preguntó, acariciándome el brazo y guiñándome el ojo. Abrí la boca para contestar, pero Tommy se me adelantó.
               -Tiene novia.
               -¿Desde cuándo?-pregunté, girándome para mirarlo-. ¿Me has pedido rollo y yo no me he enterado?-escuché como un eco lejano a los chicos reírse ante mi pulla, pero yo estaba demasiado ocupado calibrando el rival que Tommy podía llegar a ser en toda esa movida si se decidía a oponer resistencia.
               -Pf-Zoe agitó la mano en el aire, restándole importancia al hecho de que yo pudiera estar cogido-. Estoy segura de que puedo manejar a una perra inglesa.
               Oye, americanita, menos con Sabrae, ¿vale?
               -Es la hermana de Scott-explicó Diana, y Zoe parpadeó.
               -Lo de “perra” iba con todos mis respetos, ojazos-le guiñó un ojo a mi amigo, que alzó las manos.
               -Mi hermana es una perra. La mayor que te puedas encontrar en este país-respondió, y me dieron ganas de cruzarle la cara. Sin embargo, lo que contesté fue:
               -Hay que andarse con cuidadito cuando se trata de Sabrae-alcancé la cintura de Zoe y la atraje hacia mí, empezando a desplegar mis encantos masculinos sobre aquella pobre chica que no sabía lo que se le venía encima. Zoe, sin embargo, opuso resistencia. No es que no disfrutara de mi cercanía ni dejara de aprovechar para disfrutar de mi cercanía, pero no cayó en mis redes como pensaba que haría.
               -Ajá-respondió Tommy, con la voz cortando como un cuchillo, ¿y qué te hace no querer andarte con cuidado ahora?
               Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza mientras Zoe no apartaba los ojos de mí. De lo que yo dijera a continuación dependía que se quitara las bragas para mí más avanzada la noche o no. Tenía que estar a la altura.
               -Sabrae no puede impedirme pasármelo bien.
               Porque siempre que estamos juntos me lo paso bien. Incluso cuando discutimos y yo pienso que está guapísima enfadada, buenísima gritándome, y deliciosa tirada en el suelo, con las piernas abiertas, dejando que nuestros sexos decidan quién tiene razón y quién no.
               Zoe sonrió, complacida con mi respuesta. Me dio una palmadita en el hombro y se sentó al lado de Diana.
               El alcohol corrió en un río infinito mientras la americana y yo intercambiábamos un tira y afloja de miradas cargadas de intención, mientras jugábamos a un yo nunca que Zoe y yo no s empeñamos en convertir en un concurso sexual. Me sorprendió lo fácil que era volver a tomarme el sexo como un deporte en el que yo era el número uno en el ránking mundial, mi pasatiempo favorito, y no algo íntimo y casi sagrado que compartir sólo con la chica de la que estaba enamorado. Puede que, después de todo, hubiera nacido para ser un capullo sin sentimientos que se folla a todo lo que se mueve, y el tío que había sido con Sabrae no fuera más que una ilusión.
               -Yo nunca he tenido sexo en una limusina-Zoe bebió.
               -Yo nunca he tenido sexo en una azotea-tanto Diana como yo bebimos.
               -Yo nunca he follado en un ascensor-Zoe bebió.
               -A mí nunca me la han chupado en una habitación donde había más gente-Zoe estiró la mano en dirección a la copa y yo me eché a reír-. ¿Te la han chupado?
               -Yo era la que la chupaba, inglés-me guiñó un ojo y los dos bebimos a la salud del otro.
               No podía dejar de pensar en lo mucho que me gustaría follarme a Sabrae en una limusina. En una azotea. En un ascensor. En el cine, en la última fila de una sala abarrotada de gente.
               -Yo nunca he tenido sexo en un avión-Zoe bebió.
               -Qué vida más interesante, americana-alabé-. Yo nunca he fantaseado con la madre de un amigo-miré a Scott por el rabillo el ojo, que se puso en pie de un brinco mientras todos alcanzábamos un vaso.
               -¡Me cago en tu puta madre, Alec!
               -¡Por Sherezade Malik, mito erótico de esta generación!-proclamó Bey, que ya nos había confesado que se había tocado en alguna ocasión pensando en ella. Sinceramente, no podía culparla.
               Aunque, personalmente, prefería a la hija. De hecho, creo que ya me había masturbado más veces pensando en Sabrae que en Sher. Y eso que Sher había sido mi fantasía sexual número uno durante la pubertad. Hubo una época en la que no podía estar solo en la misma habitación que ella; mis hormonas me volvían loco.
               -Veamos…-Zoe tamborileó con los dedos en su mejilla, y miró a Diana con una sonrisa oscura-. Yo nunca he follado en Central Park.
               -¡Serás puta!
               -¡Bebe, zorrita!
               Me estiré para alcanzar otro vaso y todos me miraron.
               -¿En serio, Alec?-preguntó Tommy, poniendo los ojos en blanco-. ¿En un parque?
               Scott se tapó la boca para ocultar una sonrisa. Me tragué el chupito del tirón, dejando que ardiera en mi garganta más que todos los demás juntos. La única con la que había estado en un parque era con Sabrae. Aquella chiquilla era capaz de volverme completamente loco.
               -No había un alma, y cuando te entran las ganas, te entran las ganas, T-me encogí de hombros y Tommy puso los ojos en blanco, seguramente pensando que yo era un capullo de manual (sí) y que Sabrae no se merecía estar con un subnormal de mi calibre (también).
               -Yo nunca he follado pensando en otra persona-retó Zoe, mirándome a los ojos. Seguro que pensaba que iba a crear un impacto en mi vida que haría que no la olvidara nunca.
               Diana miró a Tommy. Tommy miró a Diana. Scott miró su vaso. Karlie miró a Max. Max miró a Tam. Tam miró hacia la puerta. Bey me miró a mí. Y yo miré a Zoe.
               Diana se había acostado con otros chicos pensando en Tommy. Tommy se había acostado con Diana pensando en Meghan, su ex. Scott se había acostado con una docena de chicas pensando en Ashley, su ex. Karlie se había acostado con un chico pensando en Tam (pero eso, Tam no lo sabía). Max se había acostado con su novia pensando en Tam. Tam se había acostado con otros chicos pensando en Karlie (pero eso, Karlie no lo sabía). Bey se había acostado con su primer chico pensando que ojalá fuera yo. Los únicos que no se habían acostado con nadie pensando en otra persona eran Logan y Jordan, que ni siquiera estaban allí, porque los dos eran vírgenes (bueno, más o menos).
               Y yo… yo me había acostado con Chrissy, con Pauline, con Bey, y con chicas cuyo nombre no recordaba, y me iba a acostar con Zoe, sin poder quitarme a Sabrae de la cabeza ni un instante.
               -Bebe, Zoe-ordenó Diana cuando alcanzó otro vaso. Zoe lo cogió, lo giró entre sus dedos y, finalmente, con los ojos fijos en mí, como prometiéndome que compensaría no haber pensado en nadie antes pensando en mí a partir de entonces, dio otro trago. La tensión que se instaló en el grupo hizo que los dos nos relajáramos y dejáramos la competición de seductores para otro día, y nos limitamos a beber con cosas un poco menos subidas de tono de las que el pobre Logan sí que pudo participar.
               Hasta que me dejó bien claro que quería bailar conmigo. Se levantó cuando escuchó una canción que le gustaba, y me tendió la mano.
               -¿Bailas, inglés?
               -¿Que si bailo, americana?-respondí, conteniendo una risa, y desobedeciendo a mi cabeza, que me instaba a que no me levantara bajo ninguna circunstancia y no me fuera a bailar con ella bajo ningún concepto. Acepté la mano que me tendía.
               -Quiero decir, si no te lo impide Sabrae-se burló, alzando una ceja, y yo contuve el impulso de contestarle que no dijera su nombre en ese tono, como si fuera un chiste, porque no lo era.
               -Mi corazón estará ocupado, muñeca, pero podemos pasárnoslo bien con otras partes de mi cuerpo, ¿no crees?-sugerí, y Zoe sonrió.
               -Llevo esperando a que digas “pasárnoslo bien” toda la noche-replicó, soltando mi mano y caminando en dirección a la pista de baile. La seguí a una distancia prudente que me permitió disfrutar de la forma exagerada en que agitaba las caderas, sacudiendo ese culo enfundado en un vestido que se le ceñía como un guante y no dejaba mucho a la imaginación, resaltando el bronceado de chocolate mezclado con oro de su piel…
               Sabrae.
               Zoe se volvió y me miró en el momento en que yo dejaba de ver a una chica más baja, menos delgada y con más curvas, de piel brillante como la miel y rizos negros como la noche, y veía por fin a la pelirroja de cuerpo estilizado, piernas largas y escote salpicado de una lluvia de pecas que tenía delante. Zoe estaba buena. Muy, muy buena. Pero no buenísima.
               Buenísima, ahora, sólo lo estaba Sabrae. Joder, Alec, empezamos bien.
               No pienses en ella.
               Zoe sonrió, dando un paso de forma que se pegó tanto a mi cuerpo que por un instante creí que podría sentir mi corazón latiendo desbocado en su pecho. Se mordió el labio mientras contemplaba mis hombros, una de las partes de mi cuerpo que más éxito tenían entre las chicas, y asintió con la cabeza para sí misma, como confirmando que había elegido bien. Oh, nena, si tú supieras, me gustaría haberle dicho, pero en su lugar, la agarré de las caderas, le di la vuelta y empezamos a movernos al ritmo de la música. Zoe sonrió, disfrutando del contacto y de tratar de provocarme, frotando el culo contra mi paquete de una forma que habría hecho que no aguantara ni dos canciones con ella… si me hubiera pillado hacía unos meses.
               Porque ahora, ya sabía la diferencia que había entre que una chica se frotara contra ti y que lo hiciera Sabrae, y ni de broma podía engañarme a mí mismo diciéndome que aquella era la chica con la que quería estar.
               Mientras tanto, en el sofá, mis amigos no apartaban la vista de nosotros, cada uno dejando que sus pensamientos fueran en una dirección distinta a la de los demás. Sólo Bey, que era la única que me había dejado claro lo que opinaba de mi plan y estaba presente, se atrevió a hablar.
               -No entiendo por qué hacen esto.
               Todos se volvieron para mirarla mientras Zoe se levantaba el pelo y lo dejaba caer en cascada por su espalda frente a mí, levantando los brazos como lo había hecho Sabrae cuando bailamos Often. Me apeteció acariciarle los hombros a la Sabrae que tenía delante de mí, pero en su lugar sólo le pasé los dedos por el antebrazo a Zoe, que se estremeció con el contacto. La sentía muy lejos, como si la estuviera tocando a través de una película de cera que me impidiera saber la temperatura de su cuerpo, o si su piel era áspera o suave.
               -Zoe siempre ha tenido ese punto golfo-entró a defenderla Diana-, y en realidad no le debe nada a Sabrae-que hubiera ido a preguntarle a Sabrae si le parecía bien que yo me enrollara con ella se debía más a lealtad hacia la hermana de Scott que a las ganas de cuidar de la reputación de Zoe, o de su alma. La chica estaba condenada al infierno de todos modos, y le importaba más bien poco lo que pudiéramos pensar un puñado de ingleses al que vería muy de vez en cuando.
               -No me refiero a Zoe. Por supuesto que hace bien; yo también me habría tirado a Alec si se me hubiera puesto a tiro antes. Me refiero a él y Sabrae.
               -Son muy diferentes-reflexionó Logan, y de haber estado allí y poder escucharlos, le habría dado la razón. Sabrae era todo luz y pureza; yo era oscuridad y perversión. Por eso tenía que alejarme de ella antes de empezar a contaminarla, porque una vez que derramas una gota de petróleo en el mar, éste comienza a extenderse hasta acabar con toda la vida acuática.
               -Son iguales-discutió Scott-. Ése es su problema. Que son orgullosos, y tercos, y no van a dar el brazo a torcer ninguno de los dos-en eso tenía razón; por mucho que Sabrae se empeñara en que era bueno para ella, yo sabía la verdad y no iba a dejar que usara mi corazón en mi contra. No me convertiría en alguien egoísta que la pondría en peligro sólo por ser feliz. Yo ni siquiera me merecía ser feliz.
               -¿Por eso le estás dejando hacer esto?-acusó Tommy, clavando una mirada gélida en Scott, que no contestó.
               Zoe se dio la vuelta y se pegó de nuevo a mí, pasándome los brazos por el cuello y acercando tanto su boca a la mía que pude saborear el alcohol que había ingerido.
               -¿Cuántas canciones tenemos que bailar antes de que te proponga ir al baño y que no pienses que soy una puta?
               Me eché a reír. Vale, la tía era directa de cojones. Las inglesas no se lo solían tomar así. Les gustaba más que las sedujeran. Y yo que pensaba que tendría problemas con ella… cuando, en realidad, lo que me pasaba era que había nacido estadounidense, sólo que mi acento no se correspondía con mi personalidad y mi manera de tratar el sexo.
               -Yo jamás he considerado que ninguna chica sea una puta por querer follar conmigo, muñeca. Sería contraproducente, ¿tengo que pagarte?-pregunté, y ella se echó a reír y negó con la cabeza. Se mordió el labio mientras miraba los míos-. Además, sospecho que te da un poco igual lo que piense de ti.
               -Te equivocas. Me muero porque pienses cómo vas a quitarme este vestido y hacer que no me quiera marchar a Nueva York en un tiempo.
               Me reí por lo bajo.
               -No soy mucho de planificar cómo persuadir a las chicas, nena-mentí en un ronroneo, y Zoe sonrió. Meneó la cabeza de manera que su melena me acarició el hombro, se inclinó hacia mi boca y susurró:
               -Me puto encanta cómo habláis aquí.
               Tenía su boca a milímetros de la mía. Sabía lo que esperaba. Sabía qué era lo que tenía que hacer. Hazlo, Alec. Hazlo.
               No podía dejar de ver los labios de Sabrae frente a mí, y no podía dejar de compararlos con los de Zoe. Sabrae tenía los labios más llenos, la boca más jugosa, más apetecible, más besable, si es que eso es posible. Tenía el sabor familiar de su bálsamo de labios de frambuesa, y entreabría los labios despacio para saborear mi respiración cuando la besaba lento, como si adorara el aire que salía de mis pulmones y lo envidiara en la misma medida por estar dentro de mí.
               No sabía que dentro de mí, había monstruos que se la comerían viva si se le pusiera a tiro. Por eso tenía que alejarme de ella.
               Así que me incliné hacia la boca de Zoe y presioné mis labios contra los suyos.
               Y sentí que algo dentro de mí se rompía. No era mi corazón, ni mi alma, sino algo puro, algo a lo que la mera idea de hacerle daño se convertía en una aberración peor que el incesto o la necrofilia.
               La parte de mí que Sabrae había moldeado y pulido hasta convertirla en el diamante más frágil del mundo. La confianza que nos unía. La amistad que hacía que estuviéramos allí para el otro.
               Todo por un beso y la resurrección de Alec Whitelaw, el fuckboy original.
               Como si hubiera vuelto de entre los muertos con energías renovadas, el chico que había sido hacía escasos meses, cuando todavía no había probado el sabor de los labios ni del placer de Sabrae, ascendió en mi interior hasta hacerse con el control de mi cuerpo. Agarré a Zoe de las caderas y la pegué contra mí para sentir todo su cuerpo contra el mío, y ella lo festejó lanzando un gemido ahogado y entregándose a mi boca como si le fuera la vida en ello. La música me atronaba en los oídos y tenía todos los sentidos embotados.
               Qué fácil era traicionar a la mujer a la que querías.
               La canción cambió mientras nosotros nos enrollábamos de una forma sucia, animal, como si el chico que había sido antes de Sabrae quisiera demostrarme que había vuelto con más fuerza que nunca. Y todo mi cuerpo se puso en tensión cuando reconoció los primeros acordes de High for this.
               No. The Weeknd, no. Todo menos The Weeknd, y ya no digamos esa canción.  
                Me puse rígido y me separé de Zoe, que se me quedó mirando con el ceño fruncido.
               -¿Qué…?-empezó, y yo decidí que si había mentido una vez, bien podía hacerlo dos.
               -Odio esta canción. No la soporto. Es imposible bailar con ella-follar, en cambio…
               Imágenes de Sabrae corriéndose a chorro para mí con esa canción sonando de fondo se agolparon en mi cabeza, y le pedí a Zoe que me disculpara un segundo. Me abrí paso a codazo limpio hasta llegar a la barra, y me aupé en ella para llamar la atención de Patri, que no daba abasto.
               -¡Patri! ¡PATRI!-grité, y ella se volvió hacia mí y me alzó una ceja-. ¿De qué coño vas? ¡Estoy aquí!
               -¡No sé de qué me hablas!
               -¡Está sonando The Weeknd!
               Patri se volvió hacia la pantalla del ordenador, como si con escuchar su sonido único no fuera suficiente para identificarlo.
               -Ah. Ya veo. Pues yo no la he puesto.
               -¡Sáltatela!
               -Estoy ocupada, Alec.
               -¡Que te la saltes, joder! ¡Tardas más discutiendo conmigo que…!-Patri puso los ojos en blanco, bufó, se giró y presionó la tecla del ordenador que saltaba la canción. Entonces, empezó a sonar Earned it. ¿Qué cojones…?-¡Y ésta también! ¡Ya sabes que no quiero que me pongas a The Weeknd cuando estoy con una tía!
               -¡No tengo toda la noche para estar saltándome canciones, y la discografía entera está en la cola!
               Tenía que estar de broma. Salté la barra y me acerqué al ordenador, sólo para comprobar que estaba en lo cierto. Alguien había añadido a la cola todas las canciones de The Weeknd, lo cual sumaba un total de más de 24 horas de música. Lancé una maldición y navegué por la web de Spotify, hasta que caí en quién era el dueño del perfil que estábamos utilizando: Jordan.
               -Qué hijo de puta…-gruñí, cerrando la sesión y entrando en mi cuenta a toda hostia, lo que ocasionó protestas entre el público-. Callaos, panda de imbéciles-bufé por lo bajo, abriendo una lista de reproducción al azar y suspirando con alivio cuando empezó a sonar Nice to meet ya, de Niall Horan. Intenté no pensar en que era compañero de banda del padre de Sabrae, y en eso estaba cuando regresé con Zoe, a la que tuve que arrancar de los brazos de un mamarracho. Ah, no, ni de coña. A mí nadie me quitaba los ligues, ni antes ni después de Sabrae. Zoe lanzó una exclamación cuando la cogí de la cintura y me la llevé lejos, disfrutando de ese arrebato de masculinidad por mi parte, y se echó a reír.
               -¿Te has puesto celoso porque me he buscado más compañía?
               -Es que no quiero que te me escapes-espeté, como si no fuera eso exactamente lo que mi yo interior más deseaba. Que se fuera y no volviera, que la tentación se marchara, y yo no pudiera traicionar a mi chica.
               -No pensaba irme a ningún sitio. Sólo me divertía-se rió de nuevo-. Aunque me gusta que te hayas puesto celoso. Los celosos soléis follar mejor.
               Eso explicaría por qué lo hacía tan bien con Sabrae: ella era la única que conseguía que sintiera celos de todos los chicos que se le acercaban.
               -Entonces, si lo hacemos, ¿vas a pensar que soy bueno porque te parezco celoso, y no por méritos propios?
               -¿Si lo hacemos?-repitió, acariciándome los brazos y descendiendo hasta mi culo-. Creía que ya estaba decidido.
               -No me gusta chulearme-sí que me gustaba, pero con Sabrae, no con ella. Zoe se echó a reír.
               -Menos mal. Casi me llevo una decepción. Tenía muchas ganas de que llegara esta noche. Nunca he estado con un inglés-confesó, apretándome el culo de forma que me pegara más a ella.
               -Qué casualidad-respondí, clavándole los dedos en las caderas-. Yo nunca he estado con una americana.
               -Siempre he querido ser la primera de un chico-se burló, echándose a reír.
               -Yo de virgen tengo poco, muñeca; sólo el aceite que me tomo cuando me da por comer ensalada.
               -Tengo por norma no creerme lo que un tío dice que va a hacer. Soléis ser muy fantasmas, y a mí me van los hechos, no las palabras.
               Ahí estaba. El anzuelo. Por lo menos había tenido suerte y me lo había lanzado ella. No estaba seguro de que pudiera reunir el valor suficiente para lanzarlo yo.
               -Te lo puedo demostrar ahora, nena.
               Zoe me miró a los ojos, dos círculos pardos que nada tenían que ver con las piscinas de chocolate que era la mirada de Sabrae cuando le daba el sol en la cara. Jamás había visto unos ojos tan distintos que compartieran color.
               -Pues hazlo.
               Reí por lo bajo, asentí con la cabeza, le di un beso en el cuello y le indiqué que me siguiera. Me la llevé de la pista de baile sintiendo los ojos de mis amigos sobre nosotros, juzgando cada paso que daba y detestando que estuviera a punto de meter la pata de forma tan apoteósica.  
               La llevé directamente al baño de las chicas, donde siempre me había tirado a todos mis ligues, porque el de los tíos estaba hecho un asco y eso les cortaba el rollo. Varias chicas se giraron cuando vieron que entraba un intruso en su baño, y prepararon los insultos de rigor de “pervertido”, “puto cerdo” y sucedáneos, pero se los tragaron en cuanto se dieron cuenta de que sólo era yo, que frecuentaba su lavabo como cualquier chavala con incontinencia.
               Zoe se ahuecó la melena, caminando detrás de mí con el orgullo de la primogénita de una larga estirpe de reyes, y contuvo una sonrisa de suficiencia mientras el resto de chicas la fulminaban con la mirada. Ni que fuera tan difícil meterse en mis pantalones.
               O puede que fuera porque ella era la sustituta de Sabrae, si es que Sabrae alguna vez podía tener sustituta, y la detestaban por ello. Había elegido el peor momento del mundo para hacer pública mi relación con ella en redes sociales, no sólo porque aquello había supuesto un subidón de seguidores que no me esperaba, sino porque todo el mundo me había felicitado por la buena pareja que hacía con mi (hasta ahora) chica. Y ahora, allí estaba yo, entrando al baño con una desconocida venida directamente desde Nueva York, comportándome como el capullo integral que había sido hacía unos años.
               Empujé la puerta de uno de los últimos cubículos, que se apoyaba en la esquina de la pequeña estancia, y la sostuve abierta para que Zoe pasara. Sonrió, se detuvo frente a mí, me cogió la cara, me dio un beso, me agarró de las solapas de la camisa y tiró de mí para meterme dentro, con ella. Seguro que sabía que estaba considerando seriamente la posibilidad de escapar.
               Con una mano en su cadera, tanteé a mi espalda para echar el pestillo oxidado, y cuando escuchó el clic de la cerradura, Zoe abrió los ojos y se separó de mí, para quedárseme mirando con hambre. Después de estudiar mi anatomía durante un segundo en el que yo estuve demasiado ocupado inventándome maneras de decirle que todo esto había sido un error, Zoe levantó de nuevo la vista para encontrarse con mis ojos.
               -Quiero que sepas que yo no suelo hacer esto.
               Nos ha jodido. Acabas de presumir de tener más sexo que yo, y eso que eres un año más joven.
               -¿Hacer qué?
               -Chuparla sin que me lo pidan-sentenció, y volvió a abalanzarse sobre mí. Su lengua invadió mi boca y arrancó una respuesta primitiva de la mía, mientras yo me asqueaba de la facilidad con que mi cuerpo estaba reaccionando al suyo. Zoe me abrió la camisa, me acarició los pectorales, dejó escapar un gemido cuando me los arañó y yo la agarré del culo involuntariamente, y asintió para sí misma-. Sí… no suelo hacer esto, pero por ti, haré una excepción.
               Empezó a bajar en una cascada de besos por mi mandíbula, mi cuello, mi pecho y mis abdominales, sobre los que se detuvo a juguetear mientras me acariciaba la polla por encima de los pantalones. La tenía dura, pero no todo lo que era de esperar. Intenté no pensar en Sabrae, en lo que estaría haciendo en casa, en si le preocuparía lo que seguro que sospechaba que estaba haciendo yo o si estaría tan tranquila, esperando a que yo le diera una excusa para mandarme a tomar por culo y gritarme que no quería verme más.
               Zoe me desabrochó los vaqueros, me bajó la bragueta y acarició mi erección, que consideraba satisfactoria porque nunca había visto mi polla en todo su esplendor. Todo mi cuerpo sabía que aquella no era Sabrae, y quería asegurarse de que me enterara de que estaba cometiendo el mayor error de mi vida. Es curioso cómo todos los errores de mi vida, los más grandes por lo menos, siempre tienen que ver con ella.
               Sabrae… quiero decir, Zoe, se dio por satisfecha con sus caricias y se arrodilló frente a mí, de forma que sus rodillas desnudas tocaran el suelo pegajoso, sobre el que bajo ningún concepto habría dejado que Sabrae se arrodillara. Estaba bastante peor que el suelo del baño del gimnasio, e incluso entonces le había pasado una toalla para que no se lastimara. Zoe metió la mano en el interior de mis pantalones y un escalofrío que no terminó de gustarme me recorrió de pies a cabeza.
               Zoe rió al contemplar mi polla dura, traicionándome y obedeciéndola a ella, y con los ojos fijos en los míos, la cubrió con una mano de dedos largos y finos y empezó a acariciarla arriba y abajo, arriba y abajo.
               No. No. Para. Esto es un error. No quiero hacer esto. No quiero hacer esto.
               Cerré los ojos y pegué la nuca a la puerta del baño, intentando no pensar en lo distinto que era todo lo que estaba experimentando de lo que sentía con Sabrae. Ella aún tenía mucho cuidado cuando se ocupaba de mi miembro, sobre todo cuando se lo iba a meter en la boca, porque la inexperiencia hacía que le diera miedo hacerme daño, como si eso fuera tan fácil. Zoe, por el contrario, demostraba ser toda una experta, y sabía cómo y dónde tocar para volverme loco… o por lo menos amenazar con conseguirlo, porque yo no estaba a lo que había que estar.
               Como si deseara impresionarme, tras lamer con la punta de la lengua la punta de mi polla, se la metió entera en la boca, hasta el fondo. Sentí la presión de su boca en torno a mi tronco, y en condiciones normales me habría vuelto loco, de verdad… pero no podía dejar de pensar en que aquella forma de chuparla no se correspondía con Sabrae. Debería gustarme más, pero no lo conseguía… porque no era Sabrae. Si Sabrae me la chupara de esa forma bestial en que Zoe empezó a ocuparse de mí, me habría corrido en su boca en menos de un minuto, pero como aquello no era típico de ella, yo no podía disfrutarlo del todo.
               En el fondo lo sabías, me recriminé. Sabía que no iba a disfrutar del sexo con otras chicas como lo hacía con Sabrae, porque ahora ya sabía lo que significaba follar con alguien con quien tenías una conexión que trascendía lo físico. Por muchas guarradas que le hiciera a Sabrae, sólo podía hacerle el amor, y ella era la única con la que podía hacer el amor en lugar de follar. Podía ponerla a cuatro patas, follármela como un cabrón, como si me fuera la vida en ello, y aun así siempre terminaría dándole un beso en la frente y preguntándole si estaba bien y estar sinceramente preocupado por su respuesta, aunque tuviera garantizado que siempre era así. Zoe, por el contrario, me daba igual. No la consideraba de usar y tirar, porque a fin de cuentas era una persona, pero seguía sin estar a la altura de Sabrae, igual que el resto de chicas. Así que no podía esperar, tampoco, que una tía me diera el mismo placer que una diosa, mi diosa.
               Zoe rodeó el tronco de mi polla con la lengua, haciendo una exhibición digna de un circo. Cualquiera diría que su lengua era bífida, o que tenía una y no dos. Se ayudó con las manos, con las dos o con una, y yo me fui abandonando poco a poco, sintiéndolo todo como si me estuviera recreando en los recuerdos que otra persona me relataba. Incluso creí por un instante que podría llegar a correrme, pero enseguida supe que no podría de esa manera, que puede que no fuera capaz en ningún momento con ella…
               … y que tampoco era la intención de Zoe. Porque, cuando sintió que yo me iba relajando de la tensión que se me acumulaba en los hombros y acompañaba su boca con la cadera, me puso las manos en los muslos y se separó de mí.
               -¿Molesto?-preguntó, y yo me reí por lo bajo. Sí, pero no contigo, preciosa.
               -No sabía que estuviéramos jugando-el fantasma de lo que había sido en otra época le acarició la mejilla, y Zoe se echó a reír, me agarró con una mano la polla, me la acarició y le dio un beso en la punta.
               -¿Tengo pinta de estar jugando?
                Dicho lo cual, se puso en pie, se limpió la boca con el dorso de la mano y continuó besándome, mientras se encargaba de impedir que se me bajara la erección con una mano. Sabrae hacía lo mismo, y yo me aferré a ese pensamiento: ella jamás dejaba desatendida mi polla una vez que empezaba a prestarle atención (salvo cuando decidía ser una hija de puta y dejarme con las ganas, pero ésa era otra historia).
               -Es tu turno, inglés-anunció cuando se cansó de masturbarme, separándose de nuevo de mí-. Veamos qué sabes hacer.
               Me eché a reír, cínico, asentí con la cabeza, y me arrodillé frente a ella. Me aseguré de seguir acariciándome mientras le levantaba la falda del vestido y descubría su ropa interior, un tanga de encaje que le habría quitado a mordiscos en otra vida. Pero ahora, sólo podía pensar en lo distinto que era aquel tanga del que había traído Sabrae a mi casa, antes de que todo se fuera a la mierda, en colores claros que resaltaban el moreno de su piel, en contraste con ésta, que hacía brillar con un halo espectral la piel blanca de Zoe. Tiré de la pequeña prenda, que se adhirió a su sexo por su placer, y descubrí que era de las que se depilaban de forma integral. Soplé sobre su clítoris como hacía con Sabrae para despejar su vello, y Zoe echó la cabeza hacia atrás y exhaló un gemido.
               -Mm.
               Se lo comí. Con todo el entusiasmo que pude fingir. Intenté que no se notara que no me gustaba su sabor, que no tenía nada de malo, pero que simplemente no me chispeaba en el paladar como lo hacía el de Sabrae. No era salado y dulce a la vez, no bailaba en mis papilas gustativas y me hacía querer empacharme sólo de su éter. Y, desde luego, sus jadeos y gemidos, que no me permitían concentrarme en Sabrae para poder disfrutar del proceso aunque fuera sólo un poco, hicieron que me costara mucho más continuar.
                A pesar de todo, conseguí que se corriera, lo cual creo que dice mucho del tipo de amante que puedo llegar a ser si me lo propongo. Sin embargo, esta vez, no permití que se corriera en mi boca como casi le suplicaba a Sabrae que hiciera cuando se quitaba las bragas para que yo la degustara, sino que me aparté en cuanto me avisó de que estaba a punto de terminar, tal y como le pedí.
               Zoe se corrió sola, sin que yo le tocara más que el centímetro de piel que mis dedos rodeaban en sus tobillos, y se mordió el labio, con las piernas temblorosas, intentando controlar sus gemidos.
               No se inclinó para darme un beso en los labios, como haría Sabrae.
               No me sonrió y me dio las gracias desde arriba, como haría Sabrae.
               No le besé los muslos y le respondería que de nada, como haría con Sabrae.
               No podían ser más diferentes. Lo único que tenían parecido era lo que tenían entre las piernas. Y, mientras que lo de Sabrae era un paraíso, lo de Zoe era simplemente un área de descanso. Sabrae tenía un paisaje de postal, y Zoe, nada más que un parque.
               Me puse en pie mientras ella recuperaba el aliento, guardándomela en los pantalones y abrochándomelos.
               -¿Te ha gustado?-pregunté, el fantasma de quien había sido hacía unos meses de nuevo tomando posesión de mi cuerpo. Zoe asintió.
               -No ha estado mal. ¿Ya te vas?-preguntó, al ver que echaba mano del pestillo, impaciente por largarme de allí. Incliné la cabeza.
               -Eh… ¿qué más quieres hacer?
               -Follar-respondió, como si yo fuera retrasado y aquello fuera lo más evidente del mundo.
               -Eh… ya hemos follado, que yo sepa.
               -Quiero el pack completo-respondió, cruzando las piernas de modo y manera que me diera un primer plano de su sexo muy a lo Instinto básico. Debería habérseme secado la boca con ese gesto, pero sólo sentí un tirón en el estómago que nada tenía que ver con euforia, sino más bien con pánico. Era el típico tirón que te da cuando te das cuenta que el siguiente para montarte en la montaña rusa eres tú, o cuando ya te toca el turno para tirarte por un puente.
               Así es como me sentía: a punto de tirarme por un puente, y nadie había comprobado que la cuerda estuviera atada.
               -Eh… no estoy muy… seguro de…-vacilé, tartamudeando. Jamás en mi vida había tartamudeado hasta ese mismo momento.
               -¿Qué?-inclinó la cabeza a un lado, divertida, y se puso en pie sobre sus tacones de infarto. Sabrae no habría podido llegar hasta allí con aquellos tacones: yo se los habría quitado antes-. ¿Te ha comido la lengua el gato?-sonrió, jugueteando con el nacimiento de mi cuello y mordiéndose el labio al ver que me ponía nervioso.
               -No sé si… mira, es que…
               Es que esto me parece demasiado. Es que yo sólo quería comprobar contigo si puedo apartarme a Sabrae de la cabeza. Es que no puedo hacer nada más. Es que me parece una traición. Es que esto le romperá el corazón a Sabrae.
               -Es que tengo novia-expliqué, y Zoe alzó las cejas.
               -¿Y qué pasa?
               -¿Cómo que qué pasa? Pues… que está mal que sigamos.
               -Venga, inglés-puso los ojos en blanco-. Ya le has puesto los cuernos. ¿Por qué no te permites terminar de disfrutar, mm?-coqueteó, acariciándome el pecho, los hombros. Apoyó los codos en mi pecho y levantó la barbilla, expectante. Ya le has puesto los cuernos. ¿Por qué no te permites terminar de disfrutar? Aquellas dos frases me atravesaron como dagas. No le había puesto los cuernos, joder. Sabrae me había dado permiso. Claro que eso tampoco podía decírselo, porque parecería que estaba desesperado por conseguirla, cuando lo único que me quitaba el sueño era el bienestar de Sabrae-. Si tanto te preocupa, puedes pedirles a tus amigos que no le digan nada. Yo, por supuesto, no pienso contárselo. Será nuestro secreto.
               -¿A ti te gustaría que te hicieran esto?-pregunté sin poder contenerme, porque detestaba cómo se lo estaba tomando tan a la ligera. Zoe alzó las cejas.
               -¿Por qué debería preocuparme por ella? Está claro que a ti no te importa-soltó-; de lo contrario, no estarías aquí conmigo-sí que me importa, por eso estoy aquí, contigo, en lugar de en su casa, con ella-Mira, yo sólo quiero pasármelo bien, ¿vale? No voy a quedarme en Inglaterra como le ha pasado a Diana. ¿Por qué comerte la cabeza con cosas que son efímeras? Ya has metido la pata. Por lo menos, haz que merezca la pata.
               Me la quedé mirando. De repente, no quería tocarla. De todas las chicas del mundo, aquella era la última con la que debería haber intentado nada. No era digna de que Sabrae pensara en ella como la chica que la había alejado de mí.
               Un tsunami de sentimientos encontrados me arrasó. Por un lado, Zoe tenía razón. No había diferencia entre lo que habíamos hecho y llegar hasta el final; el daño ya estaba hecho y no podíamos hacer nada para remediarlo. Pero yo sentía que estaba a punto de atravesar una puerta que Sabrae no iba a perdonarme haber abierto. No era lo mismo comerle el coño a una chica y dejar que ella me la chupara que follármela. La conexión que teníamos Sabrae y yo cuando follábamos era más fuerte que cuando sólo uno era el protagonista. Había cierto elemento de compartir en follar que lo hacía todo más trascendente, más intenso. Puede que el sexo oral fuera altruista, pero la penetración tenía un punto de egoísta más difícil de perdonar.
               Tienes que correrte, Alec, susurró una voz en mi cabeza al ver que mis pensamientos seguían esa línea. Tienes que correrte, o le pondrás la excusa de que no te has corrido, y ella te perdonará. Te lo perdonaría todo, ya te lo dijo una vez.
               Todo, excepto una cosa. La única cosa que Sabrae no se esperaba que yo hiciera, la única cosa que yo jamás haría: serle infiel, con todas las consecuencias.
               Di un paso hacia Zoe, que se quedó acorralada contra la pared como muchas otras veces había acorralado a Sabrae.
               -No sé en qué me convierte esto.
               -En nada-me tranquilizó-. No hay diferencia.
               Sí que la había, pero ella no la entendía. No se daba cuenta de lo mecánico que estaba resultando todo para mí. Había hecho las cosas por pura inercia, no por deseo. Todo respondía a un plan mayor, mucho más complejo que mis ganas de simplemente desfogarme sexualmente y experimentar.
               Supe que tenía que hacerlo, pero también supe que necesitaría un empujoncito. Así que, atravesando su mirada con la mía, le pregunté a bocajarro, sabiendo ya la respuesta:
               -¿Tienes coca?
               Zoe parpadeó, segura de no haber entendido bien mi pregunta, pero cuando vio que yo ni me inmutaba, terminó de procesarla y, como me esperaba, asintió con la cabeza. Se llevó la mano a la cadena que le colgaba del cuello, desenganchó el broche y se la colocó en la mano. Era un pequeño medallón en el que cualquier otra persona habría puesto una foto de sus seres queridos (por ejemplo, de Sabrae, pensé con amargura), pero cuando lo abrió y me descubrió una masa compacta de polvos blanquecinos, no me sorprendió. A fin de cuentas, era la mejor amiga de Diana, y no se separaban en Nueva York. Cualquier imbécil era capaz de ver que sus padres la habían enviado a casa de los Tomlinson para alejarla de los ambientes en los que se movía… lo que sus padres no sabían era que Tommy era muy amigo de una traficante, así que Diana tenía incluso más fácil conseguir la droga en Londres de lo que lo tenía en casa.
               Zoe sostuvo frente a mí el medallón, esperando. La cabeza me daba vueltas, sentía que me estaba metiendo en la boca del lobo, que no había escapatoria.
               -¿Cuánto es esto?-pregunté.
               -¿Alguna vez la has tomado?
               -Sí-en Chipre, sin ir más lejos, con los chicos.
               -¿Y has follado puesto de coca?-insistió, y yo la miré.
               -Sí-respondí de nuevo. Con Perséfone, en una de nuestras últimas noches juntos, el último verano.
               Zoe sonrió.
               -Lástima. Tenía la ilusión de ser tu primera vez en algo-cogió la cadena que colgaba de mi cuello y yo recordé de repente que la tenía. Me parecía de muy mal gusto tirarme a Zoe con el anillo de Sabrae colgado del cuello, así que hice de tripas corazón, y por enésima vez esa noche, me quité la cadena y me la metí en el bolsillo trasero de los vaqueros. Extendí la mano en un puño frente a Zoe para que vertiera un poco del contenido de su medallón en ella, pero Zoe negó con la cabeza, lo cerró con un toquecito de la uña, me abrió la camisa y se inclinó hacia mi oído, acariciándome la nuca.
               -Así es más divertido…-prometió, y vertió un poco de droga sobre mi hombro, para esnifarlo directamente de mi piel desde ahí. Me recorrió un escalofrío al sentir la nariz fría de Zoe en mi piel retirando todo el polvo, y no pude evitar pensar en Sabrae.
               Desnuda.
               En mi cama.
               Con una línea de coca entre las tetas.
               Que haría que se estremeciera cuando yo la esnifara y me la follara colocado como un puto animal, completamente desinhibido, sin ningún filtro que me detuviera.
               Ahí estaba la solución. En tomar la droga y dejar que mi cabeza se despejara y recibiera todos sus efectos. Necesitaba correrme estando con otra, sí, pero nadie decía que tuviera que correrme también pensando en ella. Podría follarme a Zoe mientras pensaba en Sabrae, y así conseguiría acabar seguro. No sería la primera vez, ni, desgraciadamente, la última.
               Así que acepté el medallón que me tendió, volqué el contenido en su hombro, y me lo metí en el cuerpo esnifándolo con decisión. Dejando todas mis dudas aparcadas con mi sentido común, retiré lo poco que quedaba en su piel con la lengua, siguiendo la línea de sus hombros hasta su oreja, y le susurré:
               -Venga, al lío.
               Alec, no hagas esto, empezó a pelear mi cabeza contra la bruma de emociones que estaba potenciando la droga. Le metí la mano por debajo de la falda a Zoe, y empecé a acariciarle la entrepierna mientras la pegaba a la pared y le mordía el labio. Estaba volviendo a ser yo. Tiene gracia: no había follado drogado en mi vida más veces de las que podías contar con los dedos de una mano, y sin embargo había sido tomar la cocaína y que mi antiguo yo regresara con más fuerza que nunca. Hice caso omiso a las súplicas de mi conciencia.
               Alec, no hagas esto, mientras le manoseaba las tetas a Zoe.
               Alec, no hagas esto, mientras la agarraba por las caderas y la frotaba contra mí.
               Alec, no hagas esto, mientras sacaba un condón, me lo rasgaba y me lo ponía.
               Alec, no hagas esto, mientras le daba la vuelta y colocaba la punta de mi polla en su coño, bien cerca de su entrada.
               Alec… mientras me abría paso por entre sus pliegues.
               No… mientras su sexo me rodeaba.
               Hagas… mientras tocaba fondo.
               Esto, mientras me retiraba y volvía a embestirla, sujetándola por los brazos para que no se me escapara.
               Era un cabrón. No me la merecía. A Sabrae, quiero decir. A Zoe no la conocía, pero por lo que me acababa de decir, sabía que no era mucho mejor que yo. No quería hacerle daño, de verdad que no, no quería ir a más ni romperle el corazón. Ahora sí que no me la merecía, definitivamente. Estaría mejor sin mí, con otro chico que no le pidiera permiso para ir a follarse a otra. Lo que había atribuido a un mínimo de decencia preguntándole si le importaría que me la tirara no era más que fruto de mi puta cobardía: debería haberle dicho que no era bueno para ella y ya estaba, que se merecía algo mejor y que tenía que salir a buscarlo, que se alejara de mí por las buenas, que quería que siguiéramos siendo amigos a pesar de que pensaba que no podríamos ser “sólo amigos” nunca.
               Si ya no me la merecía cuando la estrangulaba mientras follábamos, menos me la merecía ahora que me estaba tirando a otra.
               No quiero hacer esto. No quiero hacer esto. No quiero…
               Zoe empezó a mover las caderas y a gemir, y mis manos volaron hasta su boca, tapándosela e impidiéndome escucharla.
               Y, de repente, no era Zoe la que estaba allí, sino Sabrae. Moviendo la caderas en círculos, respirando con dificultad entre mis dedos, luchando por conseguir aire, estremeciéndose con cada embestida, recibiéndome en su interior como si hubiera nacido para que yo la tomara. La agarré del pelo, su melena negra como la noche, y tiré de ella para pegar su espalda a mi pecho y conseguir un ángulo distinto en el que poseerla. Sabrae me miró, amordazada por mi mano, y sus ojos brillaron con algo muy parecido a una mezcla entre miedo y placer. Le daba miedo lo mucho que le gustaba que yo la tratara así.
               Esto es lo que te espera el resto de nuestras vidas, bombón.
               Le liberé la boca, pero no dejé que cogiera aire: mordí sus labios mientras mis manos descendían hasta sus pechos y mis caderas continuaban castigándola. Sabrae boqueó, luchando por respirar sin tener que perder el contacto, y entonces, una de mis manos subió a su cuello.
               Cerré los dedos en torno a los músculos de su cuello, sintiendo el martilleo de su corazón en sus venas y arterias. Apreté. Le gustó. Mucho. Muchísimo. Sonrió con esos dientes blancos suyos, sus labios carnosos curvados en una sonrisa oscura. Le gustaba que me la follara como si no me importara, como si me diera asco, como si quisiera que acabara antes de empezar.
               Y a mí también. Y más me gustaba que a ella le gustara que fuera duro con ella. Que fuera el puto monstruo que mi hermano y mi padre también eran, y que la tratara con el mismo salvajismo.
               Me corrí. Sabrae no tardó en seguirme, con un orgasmo amplificado por el morbo de saber que estábamos haciendo algo que estaba mal desde todos los puntos de vista.
               Putos psicópatas. Éramos un peligro el uno para el otro.
               Sabrae apoyó la nuca en mi hombro un instante, recuperando el aliento. Había aflojado el abrazo en su cuello, y tenía pensado aprovecharlo. Después, abrió los ojos, me miró con una sonrisa tonta en los labios…
               … y yo caí.
               Ni con los tacones más altos del mundo podría Sabrae apoyar la cabeza de aquella manera en mi hombro si yo estaba de pie. La diferencia de altura entre nosotros era demasiado grande.
               Y, en cuanto me di cuenta de eso, la burbuja se rompió y Sabrae desapareció sin dejar rastro justo frente a mis ojos, para dejar paso a Zoe, que me miraba con sus ojos pardos, que recordaban a la piel de un lobo inglés, como si fuera miope y le costara distinguirme.
               Qué cojones acabas de hacer, Alec. Qué. Cojones. Acabas. De. Hacer.
               -Es una chica con suerte-susurró, agotada, y yo tragué saliva. No, no lo es. Si lo fuera, no se habría enamorado de mí.
               Había vuelto a hacerlo, y lo peor de todo era que eso no había sido lo peor de lo que acababa de hacer. Agarrar a otra chica del cuello no era nada comparado con que acababa de herir de muerte lo poco a lo que podía aspirar con Sabrae, y había disfrutado en el proceso.
               Zoe me sacó de su interior, se limpió con un pedazo de papel, y se colocó el tanga mientras yo volvía en mí, mareado por el efecto de la cocaína desapareciendo de mi organismo. Me quité el condón, comprobé que no se hubiera roto (lo que nos faltaba, ya; dejar preñada a Zoe por culpa de ese polvo) y lo envolví en papel higiénico. Zoe me miró.
               -Salvemos el planeta, ¿eh?-comentó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Soy más altruista de lo que parece.
               -Seguro que sí-consintió, abriendo la puerta del baño sin esperar a que yo me terminara de abrochar la camisa. Tiré el condón a la basura y me eché agua en la cara para terminar de espabilar. Tenía las pupilas del tamaño de monedas de dos libras, y Zoe tampoco podía disimular. Se inclinó hacia su reflejo y empezó a toquetearse la cara, intentando retocarse el maquillaje con la sola ayuda de sus dedos, mientras yo hacía lo posible por rehuir la imagen del cabrón hijo de puta que me esperaba en el cristal. Me daba vergüenza mirarme y descubrirme en esa fiera. Me daba miedo mirarme y ver las consecuencias del sexo en mi piel, sexo que sólo debería reservarle a una chica.
               Así no era como había que hacer las cosas. Lo descubrí demasiado tarde. Había sido un niñato sin huevos cuando tendría que haber sido un hombre. Sabrae era una cría; no debería dejar que me hiciera cambiar de opinión simplemente poniéndome ojitos y lloriqueando sobre lo mucho que me quería y el mal concepto que tenía de mí mismo. Joder, si viviera en mi cabeza, entendería por qué a veces me odiaba tanto.
               Me quedé apoyado en la pared del baño con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, rumiando cómo haría para contarle a Sabrae lo que acababa de pasar (y decidiendo si debía dejar a su arbitrio que me partiera la cara, o por el contrario suplicarle que me pegara una paliza), mientras Zoe le pedía un poco de rímel a una chica que se lo estaba aplicando a conciencia en el espejo.
               -Eres nueva por aquí, ¿verdad? Nunca antes te había visto.
               -Soy amiga de Diana. Styles. La novia de Tommy. ¿Sabes quién es Tommy?
               -Claro. Y sé quién es Diana. Son del grupo de Alec-me señaló con la cabeza y yo levanté la mirada, y entonces caí en quién era-. ¿Sabes? Una vez, yo también me retoqué el maquillaje mientras él esperaba a que acabara-le confió a Zoe, que hizo una mueca como diciendo “vaya, qué interesante”. Pues sí, americana. No eres la única.
               -Más de una vez-corregí-. Cindy es muy modesta.
               Cindy se dio la vuelta y se apoyó en el lavamanos mientras Zoe la miraba de reojo.
               -¿Sabes? Me puse un poco triste cuando vi tus historias. Hacían creer que te habías vuelto un monógamo aburrido-decidí no contestar, y Cindy esbozó una sonrisa-. Me alegra saber que son sólo imaginaciones mías. ¿Cuánto tiempo estarás aquí?-le preguntó a Zoe, que la miró en el espejo.
               -Aún no está decidido, ¿por qué?
               -Hay cola para traerse a Alec al baño. Sólo quiero asegurarme de que la siguiente seré yo.
               Zoe rió entre dientes.
               -Te avisaré.
               Cindy le sonrió, cogió su rímel, se lo metió en el bolso, pasó por delante de mí contoneándose, me guiñó el ojo y salió del baño. Zoe se volvió, se apoyó en el lavamanos como había hecho Cindy, y alzó una ceja.
               -Realmente me habías engañado, ¿sabes? Me creí de verdad que estabas rajándote. ¿Haces esto con todas para luego sorprenderlas con tus dotes de semental?-soltó.
               -Me tiré a Cindy antes de empezar con Sabrae. Igual que al resto de chicas de esta discoteca. Cualquiera de ellas te lo dirá.
               -No me interesan las vidas de esas inglesas aburridas. Hay dos clases de chicas en este mundo: las que hacen cola para follarse a un chico-ronroneó, caminando hacia mí como una modelo-, y las que aprovechamos la mínima oportunidad para ponernos en primer lugar.
               -¿Y quieres saber cuántas de cada tipo hay en mi agenda?-pregunté, cruzándome de brazos, pero Zoe negó con la cabeza.
               -No. La verdad es que me interesa más de qué tipo es Sabrae.
               Me eché a reír con la cabeza gacha, me toqué la nariz, asentí con la cabeza y la miré.
               -De las que llegan en limusina, se bajan del coche, y el segurata les quita el cordón de seguridad para que puedan pasar sin perder un segundo.
               Zoe sonrió mordiéndose los labios.
               -Lo que yo decía. Una chica con suerte-me acarició el pecho, me guiñó el ojo y tiró de la puerta del baño. Me hizo un gesto con la cabeza para que pasara, y cuando me negué, soltó una risa-. Oh, venga. ¿Te crees que no me he dado cuenta de qué palo vas? Puede que tengas un acento que se folle despacio mis oídos cada vez que hablas, pero no eres tan distinto de los chicos de mi país. Todos nos sujetáis la puerta para poder mirarnos el culo. No pretenderás negarme a mí ese placer, ¿verdad?
               -Dios me libre-me burlé, pasando delante de ella-. Disfruta de lo que hace una buena sesión de boxeo semanal, americana.
               -Lo dicho-suspiró Zoe-. Una chica con suerte.
               Menudo concepto de mierda de las relaciones y el amor tenía Zoe si pensaba que Sabrae tenía suerte a pesar de que yo me tirara a todo lo que se movía. Supongo que ése era el mismo concepto que tenía yo antes de ella.
               Regresamos con los chicos cogidos de la mano, como si tuviéramos que aparentar una conexión que no teníamos. Mentiría si dijera que el contacto lo había buscado Zoe, pues había sido yo. Había una parte de mí que necesitaba sentir conexión de alguna forma, ahora que sabía que había metido la pata hasta el fondo con Sabrae y no habría manera de arreglar aquello. No quería perderla y perder toda mi conexión con el mundo, así que la mano de Zoe sería lo que me guiaría de vuelta de entre los muertos.
               Nos sentamos en los huecos libres que había en el sofá, separados, y yo fingí que todo estaba bien. Pregunté por Jordan, que aún no había regresado, y Zoe me soltó que si quería que viniera para contarle lo de su mamada. La verdad es que lo había hecho bien conmigo, eso había que concedérselo.
               Tommy me miraba a través de unos ojos vidriosos que procuré esquivar todo el tiempo que pude. No aprobaba lo que acababa de hacer. Bueno, pues ya éramos dos. La tensión entre nosotros crecía, pero yo no iba a hacer nada por enfrentarme a él, fundamentalmente porque sabía que tenía razón odiándome, y que no lo estaba haciendo lo suficiente. Yo me odiaba más.
               No me merecía que Sabrae me quisiera, ni que pensara en mí, ni que pronunciara mi nombre. Era tan miserable que ni siquiera me merecía pensarla, y sin embargo no podía apartarla de mi cabeza. Me deleitaba en torturarme pensando en cómo decirle lo que había pasado y su reacción: si se enfadaría, si le daría igual, si se disgustaría… ¿me pegaría? ¿Me insultaría? ¿Lloraría? Por Dios, esperaba no hacerla llorar. No me merecía sus lágrimas. Me merecía que me abriera en canal y me sacrificara a algún dios maligno, pero no que llorara por mí.
               -Para, Tommy-le instó en voz baja Diana, sentada en su regazo, acariciándole el brazo para tranquilizarlo-. ¿No ves que está mal? Aunque Sabrae le haya dado permiso…
               -Ojalá no pegue ojo esta puta noche-gruñó Tommy, más alto de lo que a Diana le gustaría pero no tanto como él quisiera. No me moví. Fingí que no le había escuchado, aunque me alegraba de no ser el único que esperaba que me muriera de agotamiento de tanto que iba a comerme la cabeza por lo subnormal que era.
               Y allí estábamos, jugueteando con los vasos, yo regodeándome en mi miseria y Tommy odiándome un extra, por si yo no me odiaba lo suficiente, cuando por fin Jordan decidió honrarnos con su presencia. Le basó una mirada para saber que había hecho bien marchándose y perdiéndose así lo que sería verme cometer el mayor error de mi vida con una chica a la que no podía importarle menos Sabrae, y mientras se frotaba las manos en la parte trasera de los pantalones, deseando haber tenido más cojones que yo y haberse quedado para impedir que me destrozara la existencia, se disculpó:
               -Perdón por el retraso, chicos. Estaba en el Discovery cuando estalló una pelea gordísima, y he tenido que cerrarlo y limpiar todo lo que habían destrozado después de contarle a la pasma…
               -No nos cuentes tus movidas, Jordan, que no nos importan-ataqué, poniendo los ojos en blanco. Lo decía en broma y también en serio. Como soy un mierdas y un gilipollas, en parte le culpaba a él de lo que acababa de hacer, cuando había sido el único que me había dejado bien claro desde el primer momento, y se había mantenido en su posición, que tenía un total de cinco neuronas y ninguna de ellas estaba plenamente operativa en el momento en que decidí que sería buena idea follarme a Zoe para que Sabrae rompiera conmigo. La gente normal se olvida de los cumpleaños de sus parejas cuando quieren romper, no se la pega con otras.
               Jordan me atravesó con la mirada, seguramente recriminándome lo que estaba pensando, y como de costumbre, reculé con una coña cortesía de mi lengua viperina.
               -Si te has ido de putas, lo puedes decir claramente, que somos tus amigos y no te vamos a juzgar. Cada uno hace lo que puede con lo que tiene.
               -Vete a la puta mierda, Alec-ladró, y señaló los vasos de chupito vacíos que nadie se había molestado en retirar-. ¿Los has pagado?
               Me estiré a recoger uno aún con bebida y me lo acabé.
               -Los he cargado a tu cuenta, espero que no te importe.
               -¡Cabrón de mierda! ¡Yo te mato!-bramó-. ¡Menudo morro tienes!-se abalanzó sobre mí, pero yo lo detuve poniéndome en pie y levantando las manos.
               -¡Eh, eh! Tranquilo, hermano. ¡A ver si asustas a la amiga de Diana! ¿Te acuerdas de que venía hoy?-pregunté, como si no se hubiera negado hacía un par de horas a que se la enseñara en el móvil. Jordan entrecerró los ojos, captando que había algo detrás de mi salida por la tangente, y continuó con su perorata.
               -Que sí, tío, ya lo sé. Es que estaba liado, ya os lo he dicho; si pudiera, habría venido antes, no te ofen…-se giró para mirar a Zoe…
               … y se quedó sin habla.
               Igual que Zoe, que estaba dando un sorbo de su chupito sin prestarle atención, hasta que notó que el centro de la conversación se volvía hacia ella. Se miraron durante lo que se me antojó una eternidad, sorprendidos, como si nunca hubieran visto a un negro o a una pelirroja, respectivamente. Zoe examinó cada centímetro del cuerpo de mi amigo, que era también todo fibra, los músculos de los brazos que la camiseta de manga corta le dejaba a la vista, pues estar detrás de la barra te dejaba agotado, la forma en que le caían las rastas por la espalda y los hombros, lo oscuro de su ojos y lo jugoso de sus labios.
               Y mi amigo contempló las ondas caoba de Zoe, la lluvia de pecas que le salpicaba mejillas, nariz y escote; el pintalabios que le resaltaba el arco de cupido de su boca y que ni mis besos habían conseguido borrar, los pendientes enredados en su melena, las pestañas kilométrica y gruesas que enmarcaban sus ojos pardos, que ahora brillaban con un tono ambarino que no llegaba a ser esmeralda, supongo que por lo que tenía ante ella. Miró sus piernas cruzadas de forma casual, sus brazos, sus hombros, su cuello y su escote…
               … pero en lo que más se detuvo fue en sus ojos.
               Y yo no sabía dónde meterme. La madre que me parió. Me acababa de tirar a la chica de la que mi mejor amigo se había enamorado a primera vista. Si mi vida fuera una telenovela, la cancelarían por surrealista.
               El silencio que se había instalado entre todos nosotros pesaba más que una catedral. Y Tommy se encargó de romperlo con un hipido, volviéndose hacia Scott y comentando:
               -Pues a mí no me parece que lo que le ha dicho Alec sea para tanto. Va en su línea. Y Zoe es enrollada. Y no es precisamente tímida.
               Scott miró a su mejor amigo, le dio una palmada en el hombro, asintió con la cabeza y musitó un cariñoso:
               -Muy bien, T.
               -Zoe-susurró Jordan, y lo hizo como si fuera la palabra más erótica del mundo… en definitiva, de la misma manera que yo pronunciaba el nombre de Sabrae (porque sí, era la palabra más erótica del mundo), o como ella pronunciaba mi nombre.
               -Tú debes de ser Jordan-murmuró, extendiendo la mano-. El tercero.
               Diana se revolvió en el asiento.
               -No estoy muy segura de que Jordan sea ya el tercero…
               Sí, definitivamente Jordan tenía más interés en Zoe del que tenía por la pasta. Quizá la americana se hubiera equivocado, y nos hubiera asignado a cada uno los números equivocados.
               Jordan asintió con la cabeza, sin saber de qué coño iba eso de “el tercero”, y se quedó mirando la mano de Zoe. Cógesela. ¡Cógesela y bésasela, puto subnormal!
               -Ah, sí, ¡claro!-Jordan se dio una palmada en la frente-. Encantado-cogió la mano de Zoe entre las suyas… y se la estrechó como si fuera un tío. Me recliné en el asiento. Yo a éste no consigo encontrarle novia ni aunque se mueran todos los hombres y las lesbianas del mundo, pensé-. Siento no haber podido venir antes, yo… eh… estaba liado, mis pares tienen varios locales y hoy es una noche de locos-Zoe no dejaba de mirarle la boca. Chica, levántate y cómele los morros, porque él es tan lerdo que va a pensar que  tiene algo en los dientes antes de creer que quieres besarlo-. Eh… ¿quieres tomar algo? ¡QUERÉIS!-tronó, nervioso-. Todos. Va por todos. ¿Queréis tomar algo?
               -¡Salchichas!-sentenció Tommy, que era insoportablemente imbécil cuando se emborrachaba.
               -Sal… ¿chichas?-repitió Jordan, seguro de no haber oído bien.
               -Sí, salchichas con un poco de beicon. Me vendrían bien unas salchichas.
               -Aquí no hay salchichas, Tommy-le recordó Scott, acariciándole la espalda.
               -Pues qué mierda. Yo pago mis impuestos, ¿sabes?-se quejó Tommy.
               -Ya, pero no se van a las salchichas, precisamente.
               -¿Es porque soy medio español?
               -No, Tommy, es porque esto es un bar.
               -Pues me sirven a la plancha-Tommy miró a jodan-. Si las tienes de ésas que tienen tiras de queso por dentro, las apreciaría muchísimo.
               -Tommy, que no hay…-empezó Scott, pero Jordan abrió la boca, y supe que se iba a ofrecer a ir a buscarlas. Y ni de coña se iba a mover de allí. Así que me puse en pie de un brinco y me sacudí los vaqueros.
               -Voy a por ellas. ¿Alguien quiere algo más?-miré a todos, uno por uno, y todos negaron con la cabeza-. Genial. Siéntate, Jor.
               -Pero…
               -Que te sientes, Jor-ordené, enganchándolo del brazo y empujándolo hacia el sofá-. Yo me ocupo de todo, ¿vale?
               Jordan parpadeó, confuso. Me incliné hacia su oído y susurré:
               -Como me entere de que te alejas a más de dos metros de Zoe, te pego tal paliza que te dejo tetrapléjico. A por ella, tigre-le di una palmada y me fui a la barra, para volver después cargado de vasos con los que entretener al personal-. Jordan-protesté, al ver que no se había movido. Le indiqué con un gesto de la cabeza el hueco que le había dejado libre, desde el que podía mirar todo lo que quisiera a Zoe, y casi le pego una patada en los huevos para hacer que se sentara.
               Me apresuré al ultramarinos al que había ido a por las manzanas para Sabrae cuando comprobé que Jordan se hubo sentado, y tras conseguir las puñeteras salchichas,  corrí como alma que lleva el diablo de vuelta a la discoteca, donde Tommy bailaba de manera descoordinada con Diana. Le tendí las salchichas y él protestó porque estaban crudas.
               -Le pediré a Jordan que me las haga a la plancha…-empezó, yendo en dirección al sofá, donde Jordan hablaba con Zoe desde la distancia. ¡Pero acércate a ella, so gilipollas!
               -No me lo puedo creer-gruñí, sacando el paquete de tabaco del bolsillo del pantalón e ignorando el colgante con el anillo de Sabrae en el fondo. Max me preguntó qué iba a hacer cuando extraje el mechero de la cajetilla y me la volvía a guardar-. Cocinarle las salchichas de los cojones, al principito aquí presente.
               Tommy se quejó de que a las salchichas les faltaba pimienta, y tuvieron que sujetarme para que no le arreara cuando intentó volver al sofá y sentarse entre Jordan y Zoe, que se habían colocado el uno al lado del otro y estaban enfrascados en una conversación interesantísima.
               Casi me pongo a dar brincos cuando Jordan se levantó y le tendió la mano a la americana, invitándola a enseñarle la discoteca. Me senté a mirar cómo desaparecían entre la gente, y una vez que mi trabajo de celestina hubo concluido, pude volver a regodearme en las mierdas que había hecho y en cómo afrontarlas. Todos me dejaron tranquilo. Sabían que tenía que comerme la cabeza a gusto, y yo acostumbraba a darle muchas vueltas a los asuntos más nimios, por mucho que me negara a admitirlo… así que ni te cuento lo que iba a estar pensando en esto.
               No dejaba de reproducir la preciosa imagen que mi cerebro había creado de Sabrae fingiendo indiferencia cuando le contara lo que había sucedido para más tarde acurrucarse en su cama y echarse a llorar. Era un egoísta, un imbécil, un cabrón, no me la merecía e iba a perderla completamente por no comportarme como un hombre.
               Me saqué el anillo del bolsillo y jugueteé con él. Cuántas veces me había dado la mano llevando el anillo en uno de sus dedos. Cuántas veces había jugueteado con el colgante después de hacer el amor. El iglú. Las ferias. Las comidas. Su forma de acariciarme la nariz antes de besarme. Cómo hundía sus dedos en mi pelo y sonreía contra mis labios cuando nos besábamos. Cómo cerraba las piernas en torno a mis caderas y me miraba con un amor infinito mientras hacíamos el amor.
               Debería haber sido un hombre. Debería haber estado a la altura de la mujer con la que me habían juntado, sin duda por equivocación, porque estaba claro que no me la merecía. Había metido la pata hasta el fondo, y ahora la había perdido. Si había sido tan afortunado de tener algo como lo que estaba a punto de tener Jordan, debería haber tenido cojones y acabarlo bien para que no terminara resquebrajado, en lugar de cogerlo y tratar de joderlo de todas las maneras posibles para que llegara un día y yo no pudiera pensar lo inevitable, la verdad: que tarde o temprano, por muy buen que yo fuera, Sabrae se habría dado cuenta de que yo no me la merecía y se hubiera ido. Lo que había hecho era de ser un puto cobarde.
               Menos mal que me había pasado esto a mí antes que a Jordan. Así podría aconsejarle, decirle dónde me había equivocado para que él no lo hiciera. Se merecía ser feliz. Se merecía tener lo que yo había tenido. Él sí podría ser bueno para la chica que se propusiera, incluso cuando esa chica fuera responsable de mi destrucción. Es curioso cómo la chica con la que me había destrozado la vida era también la chica que se la iba a arreglar a mi mejor amigo.
               No me habían dejado alternativa. Me habían mandado al circo y yo había estado en mi salsa, comportándome como un payaso. Miré el anillo que me había regalado Sabrae, y un pensamiento aún más egoísta que todos los demás me asaltó: ojalá me deje quedármelo.
               Sabía que no tenía ningún derecho a pedírselo, pero me gustaría tenerlo. Me gustaría tener un recuerdo físico de aquel paréntesis perfecto que yo me había esforzado desde el minuto uno en joder. Quería tener algo que poder toquetear con las noches, cuando mis mejores sueños no fueran más que recuerdos, y que mis dedos me dijeran lo que ponía en el anillo de Sabrae, grabado en una escritura que sólo yo podía entender: sí, Alec. Una vez, fuiste feliz. Más de lo que te merecías.
               Y lo tuviste que joder.




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1 comentario:

  1. Empecemos primero con el puto título, o sea es que tiene guasa chavala, a ti habría que inventarte si no existieras. Sabes como hacer dañito cuando quieres y con este capítulo has ido a hacer daño.
    Lo he pasado muy mal con este capítulo, todo este hilo argumental la verdad es que me está haciendolo pasar muy mal. Odio ver este modo autodestructivo de Alec, esta totalmente ciego, negativo y no ve nada más allá. Me ha dolido mucho las cosas que se decía constantemente asi mismo durante todo el capítulo, realmente esta jodidisimo, más te vale meterlo a terapia o algo así porque madre mía, hay para cortar tela con este chaval.
    He de decir también que a pesar de que lo he pasado mal, me ha gustado mucho el capítulo. Siento como que es un capitulo muy importante en la historia porque uno de los ejes de esta es como Alec consigue cambiar poco a poco esa imagen de si mismo que siempre ha tenido y que ni en cts mostraba y aqui solo dejaba caer en ciertos momentos. No sólo eso además, está jodidamente bien escrito. Una vez más tu forma de escribir vuelve a ayudarme a estar un poquito mejor cuando peor estoy. Gracias por eso, gracias siempre ❤️

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