domingo, 3 de noviembre de 2019

Ritual.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Cuando atravesamos el marco de la puerta de mi habitación, Sabrae giró sobre sí misma como una experta bailarina y, con la mano aún agarrándome con determinación la mía, se puso de puntillas y me dio un beso en los labios que decoró con una risa, colocándole así la guinda del pastel. Me estremecí de pies a cabeza al escucharla, pues aunque era la risa de una niña inocente, a la vez ocultaba una travesura que yo sabía que iba a disfrutar. No debería, pero iba a disfrutarla.
               Trufas se había quedado por el camino, abandonado a su suerte en el momento en que nos pusimos de pie y, sin tener que hablarlo, decidimos poner rumbo a mi habitación. Necesitábamos intimidad, buscábamos intimidad, y el conejo lo sabía, así que nos iba a dejar en paz.
               -¿De qué te ríes?-pregunté, notando cómo las comisuras de mi boca se curvaban en la típica sonrisa de quien no se entera de una, pero aun así está feliz. Me gustaba escucharla reírse, y me gustaba pensar que yo era la causa de que lo hiciera, aunque dudaba que fuera ése el caso, ya que no estaba haciendo nada que no se saliera de mi línea. Claro que a Sabrae también le hacía gracia todo lo que yo hiciera, con independencia si lo hacía para divertirla o no.
               Todo… salvo una cosa.
               Por suerte para mí, antes de tener que dedicar el más mínimo esfuerzo a apartar esos pensamientos tóxicos de mi mente, mi chica volvió a hablar.
               -De nada-respondió, cogiéndome las manos y tirando de mis brazos como si estuviéramos bailando un twist. Volvió a llenar mi habitación con una carcajada mientras yo me dejaba arrastrar.
               -Algo pasará.
               -Es que… estoy pensando en una cosa que me dijiste hace nada-se tocó los labios con la yema de los dedos, conteniendo su risa, y sin previo aviso, me soltó y trotó cual hada en dirección a mi cama, a la que se subió de un salto. Permaneció sentada con las rodillas dobladas, a la japonesa, mirándome con unos ojos chispeantes que me hacían creerme el ser más importante del universo, el que había colocado las estrellas en su lugar-. ¿No adivinas qué es?
               -Digo muchas cosas a lo largo del día, Saab. Como no me des una pista...-medité, haciendo un puchero. Me acerqué a ella, que volvió a sonreír y lanzó una mirada cargada de intención al pie de la cama, en el pequeño escalón oscuro de madera donde se asentaba el colchón, en cuyo interior guardaba mis objetos más preciados, los que ausentaban mis pesadillas: todos mis recuerdos de la época de boxeo. ¿Habría encontrado, quizá, mi santa sanctórum? ¿Estaría intentando convencerme de que se lo enseñara sin tener que decírmelo explícitamente, seduciéndome con la idea? Porque, de ser así, estaba perdiendo el tiempo. No tenía necesidad de jugar: le enseñaría todo lo que quisiera.
               -¿No ves nada raro?-coqueteó, removiéndose en el sitio, sentándose con las piernas cruzadas, cambiando de la cultura nipona a la india, para luego volver a portarse como una geisha. Se estaba mordiendo el labio de una forma adorable, y se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja en el gesto de una niña concentrada en portarse lo peor posible sin perder su reputación de buena chica. Volví a mirar el escalón que formaba parte de la cama, y entonces, lo vi.
               Sobre la superficie negra que hacía de soporte de mi colchón, hecho un gurruño, una tela negra esperaba ser descubierta. Su escaso tamaño y la forma curiosa en que estaba retorcida, casi olvidada, me hicieron sospechar en el acto de qué se trataba. Abrí la boca, alucinado, y levanté la vista para mirar a Sabrae, que se echó a reír, se dejó caer sobre el colchón, y dio varias palmadas, divertidísima por la situación.
               -¿Eso son… mis calzoncillos?-pregunté, y ella se incorporó, alzó una ceja y respondió en tono de sabihonda:
               -Querrás decir mis calzoncillos. Me los prestaste para que no fuera por ahí con el culo al aire, ¿recuerdas? Bueno, pues dado que tu sudadera es lo bastante larga como para que mis nalgas no se queden de exposición, y lo bastante calentita como para que no haya peligro de que coja un resfriado, decidí que no tenía por qué pasar calor durante la comida… y que te merecías un poco de diversión. Claro que lo que yo no me esperaba era que te hiciera tanta ilusión que llevara puesta tu ropa interior-aclaró, riéndose-. De haberlo sabido, me habría estado quietecita. Todo sea por no romperte el corazón-me guiñó un ojo y yo intenté tragar saliva de forma un tanto desastrosa, pues me atraganté y tuve que ponerme a toser para no ahogarme.
               -¿O sea que… todo este tiempo… has estado…?-empecé, sin querer imaginarme la escena. No podía pensar en ella cruzando las piernas como lo había hecho a mi lado, acariciándome con el pie en el gemelo, riéndose e inclinándose hacia mí y dejándome acariciarla y acariciándome ella, todo mientras su sexo florecía entre sus muslos, abierto y descubierto para que yo lo alcanzara y le diera las atenciones que se merecía. No podía pensar en ello. No debía, o la poseería en el suelo de mi habitación. La arrastraría fuera de la cama y la haría mía sobre la alfombra.
               Pero, claro, de lo que yo podía y debía hacer a lo que Sabrae iba a  dejarme hacer había una diferencia abismal. Con una sonrisa triunfal que esperaba que no se le quitara nunca, tiró de la sudadera hasta subírsela por encima del muslo, arrastrándola con un dedo como una red de pesca que sale del agua por acción de un anzuelo. No me enseñó el cáliz de su pubis, tanto por la posición en la que se encontraba como por el cuidado que puso en no descubrir el paraíso que tenía entre las piernas, pero sí consiguió que yo  supiera que no había ninguna barrera entre su cielo personal y yo: se levantó la sudadera, dejando su glúteo al descubierto, y mostrándome el inicio de su costado, con unas caderas de chocolate en las que debería haber un envoltorio de algodón y espándex.

               Pero, claro, el envoltorio de algodón y espándex estaba arrugado en el suelo. Así que mi pobre cerebro no pudo hacer nada ante aquel cortocircuito provocado por su piel desnuda y mis calzoncillos en el suelo distinto a desconectarse. Y mis instintos más primarios tomaron el control de mi cuerpo, haciendo que me abalanzara sobre ella y empezara a besarla como si no hubiera un mañana. Sabrae lanzó un gritito ahogado, sorprendida por lo súbito de mi reacción, y se echó a reír, separando las piernas para dejarme meterme entre ellas, respondiendo a mi beso con entusiasmo más que diplomático: éramos dos naciones hermanas que habían estado en guerra durante demasiado tiempo, en cuyas fronteras había sangrado demasiada gente, y que por fin tenían un tratado de paz a la vista. Ninguno de los dos iba a poner en peligro la tregua por orgullo, y fingir desinterés estaba más que descartado.
               -Dame una buena razón para que no te haga mía ahora mismo-le dije, mirándola a los ojos, y ella arrugó la nariz, sonriente.
               -No hemos cerrado la puerta.
               -Puedo taparte la boca-ronroneé, y ella volvió a reír.
               -Pero a ti te gusta escucharme.
               -Por Dios, que si me gusta-bufé, mordisqueándole el cuello. Inhalé el aroma de su perfume, que se había vuelto a echar en el baño, mezclado con las notas características de mi olor que había conseguido impregnarle a la sudadera. Sabrae me rodeó la espalda con los brazos y me pegó a ella.
               -Le dijiste a tu madre que veríamos una peli.
               -No, le dije que podíamos ver una peli.
               -Yo ya me había hecho ilusiones con el tema de la peli-hizo un mohín, y yo alcé las cejas.
               -¿Ah, sí? ¿A eso has venido a mi casa, a ver pelis? ¿Qué soy? ¿Un autocine?
               -Para ser un autocine necesitarías coches, Al-rió.
               -¿Y no lo soy? Soy un puto Lamborgini, nena. Cada vez que te me sientas encima, paso de cero a cien en menos de un segundo. No dirás que no tienes calidad-le guiñé un ojo y Sabrae volvió a reírse, poniéndome las manos en el pecho.
               -¡Quita de encima, venga! ¿No querías ayer que fuéramos domésticos? ¡Pues ahora, me apetece a mí! Además, no puedo ponerme a ello con la puerta abierta, ¡vivo en una casa llena de gente, Al, necesito un poco de privacidad para este tipo de cosas! Y no quiero que te vayas-hizo un puchero y yo suspiré.
               -¿Adónde me voy a ir? Ni que la puerta estuviera en Gales.
               -Pero está fuera de la cama, y yo no quiero que salgas. Venga, Al. Porfa-arrastró todas las as de la frase mientras me hacía ojitos-. Veamos una peli. ¿Es que no estás cansado?
               -¿De qué? ¿De fo…?-empecé, pero ella me tapó la boca y siseó. Puse los ojos en blanco y, cuando retiró la mano de mis labios, me eché a reír-. ¿Cuántos años tienes?
               -No quiero que digas esa palabra, o no responderé de mis actos.
               -Fo…-volví a empezar, y ella volvió a taparme la boca y me dio un manotazo en el hombro con la mano libre.
               -¿¡Quieres comportarte!?
               -¡Mira quién habla! ¡Doña “Voy a comer sin bragas con mis suegros, por si a mi novio le apetece hacerme dedos entre el segundo plato y el postre”!
               -Pero no lo hiciste, así que estoy muy disgustada contigo-sentenció-. Por eso, quiero ver una peli.
               -Sabrae. Puedo oler tu excitación desde aquí. ¿Te piensas que soy tonto?
               -No sabía que estuviera saliendo con un sabueso.
               -El sabueso de los coños, me llaman.
               -¡ALEC!-chilló, escandalizada, y yo me eché a reír. Le di un beso en la mejilla y rodé en la cama, a su lado, hasta colocarme de costado y pasarle el dedo índice por el mentón, el pecho, y seguir descendiendo por sus piernas. Respeté el espacio de su sexo como el caballero que a veces consigo ser. Sabrae me miró con unos ojos oscuros como el espacio exterior, ávidos, y se mordió el labio inferior-. Lo siento mucho.
               -¿Por qué?
               -No puedo así-señaló la puerta, y después, a mí-. Pero no quiero que te vayas. Nos queda muy poco tiempo juntos.
               -No pasa nada.
               -Sé que deberíamos aprovecharlo, pero…
               -Eh, Saab-ronroneé, dándole un beso en la mejilla-. Te he dicho que no pasa nada, ¿vale? No creo que perdamos el tiempo si no volvemos a tener sexo hoy. Estoy más que satisfecho, créeme. ¿Me apetece más? Sí. No creo que nunca vaya a dejar de apetecerme-me encogí de hombros-. Pero también me apetece hacer contigo otras cosas. Ver una peli está entre ellas. Fundamentalmente porque nunca hemos visto una película entera los dos juntos-sonreí, y ella también sonrió. Rodó sobre sí misma y me dio un beso en los labios.
               -Eres un sol.
               -No, qué va-respondí, estirándome para coger el mando de la repisa sobre la cama. Encendí la tele de mi habitación y entré en Netflix mientras Sabrae se acurrucaba en mi pecho.
               -Sí que lo eres. Más bueno…-paseó sus dedos por mi pecho y me dio la sensación de que trataba de convencerme de algo. La conversación que habíamos tenido sobre el incidente de mis dedos en su cuello parecía estar tan presente en ella como lo estaba en mí. No era para menos: a fin de cuentas, por mucho que yo me hubiera asustado, ella era la que tenía más derecho a acojonarse. No hay color entre lo que debe de sentir el asesino con lo que siente el asesinado.
               Claro que yo no era un asesino.
               Por suerte. Y, quizás, sólo de momento.
               Me hundí un poco en la cama mientras esperaba a que cargara la plataforma, pensando en esa última frase. Mis genes estaban ahí, y no había manera de combatirlos. De la misma manera que el tiempo había sido lo único que había evitado que mi padre no terminara cargándose a mi madre (la suerte había intercedido por ella en varias ocasiones), ahora el mismo tiempo se volvía en contra de mi familia e iba a por el hijo allá donde ya no podía hacerle daño a la madre.
               Sabrae levantó la cabeza y me miró.
               -¿Te encuentras bien?
               -Sí. Es que… hay tanto donde elegir que luego nunca sé qué ver, y eso que me apetecen muchas. ¿Alguna sugerencia?
               Sabrae se giró para mirar el póster de Creed II que tenía colgado en mi habitación, con Michael B. Jordan arrodillado y gritándole al cielo. Se mordió el labio y comentó:
               -Creed II. Sería interesante ver una peli de boxeadores rusos con alguien que habla ruso, y que encima es boxeador. Y más, si a ti te gusta. Porque te gusta, ¿verdad?
               -No, Sabrae, la película no me gusta, lo que pasa es que Michael B. Jordan me pone cachondísimo, y tengo una foto suya de rodillas de dos metros de ancho porque me gusta hacerme pajas pensando en que quien está de rodillas soy yo, delante de él-ironicé, poniendo los ojos en blanco, y ella se echó a reír.
               -Somos tan parecidos…
               Me reí, busqué la película y le pasé el brazo por los hombros mientras se exhibían los logos de las productoras. Decidí no pensar en lo mucho que me apetecía hacerla mía, y concentrarme en cuántas de mis cosas favoritas estábamos empezando a compartir: mi cantante favorito, mi disco favorito, mi película favorita, mi deporte favorito. En cierto modo, Sabrae no estaba creando un mundo de los dos, sino que se estaba adhiriendo al mío con la facilidad de un satélite perdido que encuentra un planeta solitario al que puede orbitar tranquilo, haciéndole compañía y mejorando así su cielo nocturno. Poco importaba que ese planeta fuera inestable y toda su órbita estuviera en peligro por las erupciones que amenazaban con romper su corteza.
               La pegué un poco más a mí y Sabrae sonrió, pegando su cabeza a mi pecho. Cerró los ojos un momento, me dio un beso, me susurró que le apetecía, a lo que yo le contesté que ella también me apetecía, y traté de apartar aquellos pensamientos tan negativos de mi mente. Ahora está contigo. Ya te comerás la cabeza cuando estés solo. De momento, disfrútala todo lo que puedas.
               Quién sabe si ésta no será la primera y la última vez que ella quiera estar así contigo. Quizá la asustes y la alejes antes.
               No, no, cállate. Quiero estar con ella. Quiero disfrutarla.
               El problema es, ¿la mereces?
               -¿Qué pone ahí?-preguntó Sabrae, señalando la pantalla, en la que aparecían unos recortes de periódicos viejos con el alfabeto cirílico que yo había aprendido a leer a la vez que el latino. Mi chica era tan lista que podía escuchar el rugido del veneno que corría en una riada dentro de mi cabeza, y tan buena que haría lo que fuera por distraerme. Le leí en voz alta lo que ponía tras dar para atrás, y se lo traduje-. Ah, vale. Me parecía. Oye, si quieres que me calle, me lo dices, ¿vale? Yo también soy de comentar mucho las películas.
               Era mentira, y yo lo sabía, pero no me importaba lo más mínimo en ese momento. Me estaba ahogando, y Sabrae era un bote salvavidas que venía con decisión hacia mí. Le besé la cabeza.
               -Por favor, no te calles nunca.
               Sabrae sonrió, asintió con la cabeza, se acurrucó sobre el colchón, me acarició las piernas, y pasó a mejorar una película que yo creía inmejorable a base de darle su toque personal. Nunca podría volver a verla sin pensar en ella, igual que nunca podría escuchar a The Weeknd sin pensar en ella. Por eso había estado reservando al cantante, para que llegara alguien que se mereciera que la recordara siempre que la tuviera, y me torturara con esos recuerdos si alguna vez era tan gilipollas como para perderla.
               Sus dedos se deslizaron por mi vientre, distraídos, siguiendo las líneas que marcaban mis músculos debajo de la camiseta de algodón que me había puesto esa mañana para bajar a desayunar. Se mordió el labio cuando apareció por fin la novia del protagonista de la película, Tessa Thompson, y se revolvió ligeramente sobre mí cuando enfocaron a Michael B. Jordan, ya vestido con los pantalones de boxeo y los guantes en sus manos.
               -¿Tú también tenías un equipo pululando alrededor de ti como los boxeadores profesionales?
               -No había tanta gente-reconocí-, pero siempre suelen rodearte cuando estás a punto de subir al ring. Como vas a pelear solo, quieren darte todas sus fuerzas antes de que empieces a jugar tus cartas.
               -¿Y también cagabas antes de subir?-soltó conteniendo una sonrisa, al ver que Tessa le preguntaba a Michael B. si ya había ido al baño. Puse los ojos en blanco y asentí con la cabeza, le contesté que así estabas más ligero, y ella exhaló una suave exclamación y continuó con el paseo de sus dedos. Se incorporó cuando empezó la pelea hasta quedar sentada, y yo aproveché su posición para acariciarle la espalda con la mano abierta, los dedos bien separados, como unas garras-. Siempre me ha parecido flipante lo guapos que son algunos boxeadores, cuando se dedican a destrozarse la cara los unos a los otros-murmuró, apartándose los rizos de la cara y exhalando un suspiro mientras enfocaban el torso desnudo de Adonis Creed. Me reí.
               -Eso sólo le pasa a los buenos. Cuanto mejor eres, menos te destrozan la cara.
               -¿Y eso?
               -Significa que sabes defenderte bien, y que eres rápido haciendo K.O. ¿No me ves a mí?-sonreí, pasándome las manos por detrás de la cabeza-. Mi seña de identidad era no llegar nunca a los doce asaltos. Siempre terminaba con mis rivales antes-le guiñé un ojo y Sabrae sonrió, tumbándose sobre mí.
               -¿Podría decirse, entonces, que yo soy la que más está aguantando contigo?
               -Oh, ya lo creo, nena-ronroneé, acariciándole la parte posterior de las rodillas y subiendo por su piel, dibujando la silueta de sus glúteos y masajeándole las nalgas. Sabrae exhaló una gemido cuando le rocé peligrosamente los pliegues de su sexo, e hizo un mohín cuando separé la mano de su culo y le di un beso en la frente mientras le daba una palmada en las nalgas-. Oye, ¿no crees que deberías… taparte un poco más? A fin de cuentas, no vamos a hacer nada. Así que es una tontería que estés con todo al aire. Mira que, si coges un resfriado, tu padre va a venir a pedirme explicaciones. Y es una persona chunga; está cubierto de tatuajes.
               Sabrae se echó a reír.
               -Tú también quieres cubrirte de tatuajes, ¿recuerdas?
               -Sí, pero yo no me voy a tatuar la calavera de una cabra. Eso sólo lo hacen los exconvictos, o las estrellas del rock. Y tu padre no hace rock, ¿verdad?-la vacilé, y ella puso los ojos en blanco, pero decidió no dignificar mi pulla con una respuesta. En lugar de eso, gateó por la cama, asegurándose de menear bien el culo, y mientras se estiraba para coger mis calzoncillos desde mucho más lejos de lo que debería, comentó:
               -Bueno, ya que de repente te has vuelto pudoroso…
               Ni corta ni perezosa, puso el culo en pompa, asegurándose de subirse lo suficiente la sudadera como para ofrecerme unas vistas de lo que me estaba perdiendo, y enganchó la punta de los dedos la tela de mis calzoncillos, que la esperaban impacientes. Contuve las ganas de levantar la mano y acariciar su bonita entrepierna, sonrosada y un poco húmeda, que parecía llamarme con el canto de una sirena, Alec, Alec… cómeme, cómeme.
               Pero no. Estaba a dieta, y a lo largo de mi vida había sabido ser lo suficiente disciplinado como para negarme los placeres más inmediatos. Por suerte, no había tenido que renunciar al sexo cuando boxeaba, ya que esas dos partes de mi vida no se habían llegado a solapar, pero sospechaba que, de haber seguido participando en competiciones, me las habría apañado para no hacer nada con ninguna tía la noche antes de un combate. A fin de cuentas, todas se desquician más cuando se follan a un ganador. Los perdedores tienen polvos por compasión, pero los ganadores… joder, los ganadores hacían lo que les daba la gana.
               Así que, haciendo gala de ese autocontrol que me había caracterizado antaño y que nunca había tenido que poner en práctica en lo referente al sexo hasta ahora, me eché a reír y me pasé una mano por el pelo.
               -¿Pretendes provocarme?-pregunté, tapándome la boca y disfrutando de la forma en que su anatomía parecía cambiar cuando se movía. Sabrae se giró y me miró con una ceja alzada, fingiéndose confundida-. Porque has dicho que no  querías hacer nada, y tus deseos son órdenes para mí, nena.
               -¿No hay nada que te llame, ahora mismo?-respondió, quedándose de rodillas en la cama, con las articulaciones separadas, su cuerpo suspendido en el aire, y deslizando una mano por su costado, dibujando su silueta.
               -Sí, pero no vamos a hacer nada. Tengo más autocontrol del que vas a tener tú en tu vida, chavala.
               -Ya lo veremos-contestó, guiñándome un ojo, y clavando su mirada en la mía mientras separaba las piernas y metía los pies por los calzoncillos. Se puso en pie para subírselos, saltó cuando su piel más sensible entró en contacto con la tela, y aterrizó a mi lado como la lluvia de una tormenta de verano sobre el asfalto caliente de la autopista. La única diferencia era que aquella lluvia tenía una temperatura muy superior a la habitual. Se quedó sentada con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y una ceja alzada, los pies cruzados por los tobillos y una sonrisita de suficiencia que me hizo saber que no me dejaría mucho tiempo de tranquilidad.
               Efectivamente, no tardó ni tres minutos en soltar:
               -Me ponen muchísimo los tíos sudados. Me apetece follármelo que lo puedes flipar-se relamió viendo cómo le entregaban al protagonista de nuevo su cinturón de campeón, y yo me eché a reír.
               -Si quieres saber qué se siente follándote a un boxeador sudado, sólo tienes que prestarme atención al final de cada polvo.
               -Tú apenas sudas durante el sexo.
               -Sabrae, no me insultes. Te follo como un cabrón-gruñí-. Que no termine agotado no significa que no sude.
               -Puede, pero no sudas así-suspiró trágicamente y se pasó una mano por la cara-. Dios mío, me apetece lamerle el sudor de la espalda.
               Me reí entre dientes.
               -Vas a tener que esmerarte más, nena-ella puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua.
               -¿Ahora resulta que no voy a poder comentar nada?
               -Sólo lo digo-contesté, dándole una palmadita en el muslo. Sabrae bufó y frunció el ceño durante la conversación de Rocky y Creed sobre la pedida de matrimonio de este último a su difunta esposa. Parecía tan enfrascada en sus pensamientos, desgranando un plan que yo me moría por fastidiarle, que no pude evitar urdir un plan para distraerla. No me fue difícil, pues después de la conversación, llegaba la escena en la que Adonis planeaba cómo pedirle matrimonio a Bianca. Sobre todo, porque ella soltó una risita ante los pobres intentos de él de disimular lo que estaba a punto de hacer.
               -Me da auténtico pánico eso.
               -¿El qué?
               -Pedir matrimonio. Es como… lo más trascendental que tiene que hacer una persona-reflexioné, y Sabrae se fue hundiendo en la cama hasta quedar a mi altura-. Bueno, un tío-me corregí cuando ella alzó una ceja-. Vosotras parís.
               -Me sorprende que te dé más miedo pedir matrimonio que ser padre.
               -Puedo ser padre sin querer-respondí-. Casarme, no.
               -Pero te puedes casar varias veces-meditó ella, cruzándose de brazos. Sacudí la cabeza.
               -Nah. Yo no soy de esos.
               -¿Por qué? No me dirás ahora que eres del colectivo anti-divorcios-se echó a reír, y yo la miré.
               -Me refería a que no soy de los que se casan.
               -¡Vaya!-silbó-. ¿A qué vino entonces lo del cambio de apellido de la comida? ¿Es que no te hace ilusión imaginarme vestida de blanco caminando hacia ti en el altar?-preguntó, inclinando la cabeza a un lado, con una sonrisa de sabelotodo en la boca. Intenté no imaginármela. De veras que lo hice. Después de lo que había pasado, no quería hacerme demasiadas ilusiones con ella. Tenía que andarme con pies de plomo, porque a pesar de que ella creyera que estábamos sobre terreno muy firme, en realidad no hacíamos más que avanzar a ciegas sobre una capa de hielo, inconscientes de las grietas que se iban abriendo en ella a medida que íbamos avanzando.
               Pero es que no podía. De verdad que no. Intentar no pensar en ella haciendo suyo el color blanco de la misma forma que hacía suyos el resto de colores era algo imposible, y menos si me ponía la imagen en bandeja. Me la imaginé entrando en una iglesia, o quizá en un templo griego, no lo sé; aferrándose al brazo de su padre, o quizá el de Scott (¿quién la llevaría, a todo esto? Se suponía que era el padre quien entregaba a la novia, pero Scott y ella tenían una conexión tan fuerte que me extrañaba que no se lo ofreciera a él, y sobre todo si a quien se la iba a entregar era a mí), y sonriendo al verme hecho un manojo de nervios en el altar, con mi pajarita un poco torcida y una gota de sudor deslizándoseme por la columna vertebral; caminando con decisión sobre sus tacones, que acariciarían la alfombra roja, o los pétalos de rosa, o repiquetearían en el mármol desnudo del suelo; ignorando a los invitados, o quizá intercambiando miradas cómplices con ellos (quién te ha visto y quién te ve, ¿eh, Sabrae? Con lo que odiabas a Alec cuando eras niña); guiñándome un ojo cuando me diera la mano, o quizá ignorándome deliberadamente porque le encantaba hacerme sufrir; sonriendo cuando yo le apartara un mechón de pelo detrás de la oreja, o riñéndome cuando se lo soltara del moño…
               Mi Sabrae de ahora se lo estaba pasando bomba viendo cómo había entrado en trance. Estiró la mano para pellizcarme la nariz, y allí donde mi cerebro estaba demasiado ocupado regodeándose en unos detalles que todavía no sabía si iban a ser, mi lengua dio un paso al frente, como siempre, y salió en mi defensa, algo a lo que no me tenía muy acostumbrado.
               -¿Cómo quieres que te imagine vestida de blanco en el altar si ni siquiera te dignas a decirme que sí cuando te pido que seas mi novia?-espeté, y Sabrae se quedó a cuadros, algo que tampoco era muy habitual. Apreté los labios en una sonrisa pagada de sí misma y volví la vista a la televisión, mientras Sabrae fingía sacarse un puñal del pecho.
               -Auch-acusó. Me relamí los labios mientras Bianca abría la puerta y se enfrentaba a Adonis para preguntarle qué le había dicho mientras ella se duchaba, pues no había escuchado absolutamente nada al no llevar puestos los audífonos.
               -Nada que tú ya no sepas-respondió Adonis, y Sabrae volvió la vista a la televisión.
               -Pues recuérdamelo-los dos sonreímos, esperando lo que venía.
               -Te he dicho que te quiero. Y que te necesito-Sabrae y yo intercambiamos una mirada que lo decía todo, reverberando en las palabras de aquel personaje de ficción, y luego volvimos a centrarnos en la tele. Los dos personajes pasaron a la habitación del hotel, Adonis se arrodilló y Sabrae ahogó un gritito. Me la quedé mirando.
               -Definitivamente no pienso casarme contigo, Sabrae. Paso de escucharte gemir como un manatí.
               -Me encantan las pedidas. Cállate-ordenó.
               -El anillo es feo.
               -A mí tampoco me da más.
               -¿Cuánto le habrá costado?
               -¡Alec!-protestó, porque me estaba cargando la emoción de la escena. Le saqué la lengua y ella intentó mordérmela-. Ay, Dios mío. Que follan.
               -Sí, cosa que no vamos a hacer tú y yo-solté, y Sabrae me lanzó una mirada envenenada.
               -Eres jodidamente insoportable.
               -Gracias, cariño. Te quiero un montón, ¿lo sabes?
               -Cómeme el coño.
               -¿Tan pronto? No llevamos ni diez minutos de película.
               -Llevamos catorce, listillo-empecé a mover la cabeza al ritmo de la música y Sabrae miró la televisión, así que no se perdió el momento en que Michael B. Jordan se quita la camiseta-. Buah.
               -Sabrae, me siento insultado. No haces eso cuando yo me desnudo ni de coña.
               -Es que eres blanco.
               -¿DISCULPA?
               -¡Es broma!-rió, cogiéndome la cara y dándome un beso en los labios-. Es broma. Perdona, sol. ¿Quieres que empiece a hacerlo cuando te quites la ropa? Me comportaré como una invitada de una despedida de soltera si quieres.
               -No soy blanco ahí abajo-farfullé, y Sabrae soltó otra carcajada.
               -¿Te he creado complejo?
               -Perdón, ¿qué decías? Estaba demasiado ocupado mirándole las tetas a Tessa Thompson-aleteé con las pestañas en su dirección y Sabrae asintió con la cabeza.
               -Está buenísima.
               -¿Nos ponemos en contacto para un trío?
               -¿A Michael y ella? Genial. Tú puedes mirar-sonrió.
               -Ah, ¿que yo no estoy invitado?
               -¿No te molesta Michael?
               -Molestarme no es la palabra-le guiñé un ojo y Sabrae arqueó las cejas, mirándome de arriba abajo.
               -¿Me acabas de decir que juegas en mi liga, Al?
               -Eh… ni de coña. ¿Tengo yo pinta de comer pollas?
               -Ya van dos veces que me insinúas lo mismo refiriéndote a Michael. Detrás de todas las bromas siempre hay un poco de verdad…-Sabrae levantó las manos y yo la miré.
               -¿Tengo? ¿Pinta? ¿De? ¿Comer? ¿Pollas?-repetí, y Sabrae se echó a reír, me cogió la cara de nuevo y me la estrujó.
               -Qué más quisiera yo. Así no protestarías el día que me gustara un tío y quisiera hacer un trío con los dos.
               -A ver a qué mamarracho encuentras lo suficientemente imbécil como para pensar que no voy a eclipsarlo-le mordí el labio y ella me acarició la cabeza. Continuamos con la película, y nos reímos en el momento en que los dos protagonistas visitaban a la madre de Adonis y ella les insinuaba que podía estar embarazada, a lo que Bianca respondía escupiendo el vino que acababa de tomar en su copa. Pasaban al baño, en el que los dos se inclinaban sobre un test de embarazo, intentando descifrar sus secretos. Sabrae tragó saliva, revolviéndose sobre el colchón, pensando en cómo cambiarían nuestras vidas si tuviera que hacerse un test como ése, y el resultado saliera positivo también.
               -Dios mío. Me daría un chungo si tuviera que hacerme uno-comentó, retorciéndose las manos, y yo sonreí. Contuve las ganas de decirle que por eso, precisamente, me negaba a hacer la marcha atrás con ella. Sí, la píldora del día después era muy efectiva, pero no era infalible: más lo eran los condones, y aun así, de vez en cuando te daban algún susto. Y a ese método dudosamente anticonceptivo teníamos que sumarle el hecho de que no te protegía de las enfermedades de transmisión sexual, con lo que con la marcha atrás tenías todo lo malo del sexo… sin lo bueno del sexo-. ¿Tú has…?-dejó la frase en el aire, temiendo inmiscuirse demasiado en asuntos que no deberían importarle, o despertar recuerdos que yo prefería tener enterrados.
               Claro que con ella yo no podía tener nada enterrado. Ni mi peor naturaleza conseguía estar oculta mucho tiempo, así que no tenía tampoco nada que esconder de mi pasado. Ella lo conocía y aun así me quería. Que yo me lo mereciera o no era otra historia, pero por lo menos tenía derecho a saber cada detalle.
               -Con Chrissy, una vez-asentí con la cabeza, pasándome una mano por la mejilla y suspirando. La misma angustia que tenían los protagonistas la había experimentado yo en mis propias carnes, pero multiplicada por mil, porque Chrissy era mayor que yo, ¿y si decidía tenerla? Yo no era un boxeador de élite con ingresos millonarios, sino un niñato que apenas acababa de empezar como repartidor en una internacional famosa por explotar lo justo y necesario a  los trabajadores, no fuera a perder un penique de beneficios.
               -¿Sí?-inquirió Sabrae, sorprendida, dando un brinco.
               -Sí, cuando empezó con la píldora. Casi me muero. Fue jodidamente horrible-bufé, tapándome la boca, y me eché a reír-. Estaba tan nervioso que, cuando el último de los cinco que habíamos comprado salió negativo, empujé a Chrissy del baño y me pasé vomitando más de 20 minutos.
               -Joder. Se supone que no eres tú quien tiene que vomitar en esos casos-se rió Sabrae.
               -Ya, pero… estaba muy nervioso. Ni siquiera sabía si Chrissy querría tenerlo, ¿sabes? Y no creo que consiguiera convencerla para que abortara si le apetecía. O sea… está muy concienciada con el tema del aborto. Te caería bien-la miré-. Si se quedara embarazada y quisiera tenerlo, no habría quien le quitara la idea de la cabeza. Ni siquiera yo.
               -Yo creo que debería ser una decisión consensuada. A fin de cuentas, la responsabilidad es de los dos-comentó-. Es cierto que nosotras pasamos la peor parte, pero… para vosotros también acarrea algo. Las dos opiniones son importantes-meditó, y yo me la quedé mirando.
               -No es la corriente típica de pensamiento.
               -Los accidentes suceden, ¿sabes? Quiero decir, no es lo mismo un chico que no se preocupa en absoluto. Si deja embarazada a una chica y ella quiere tenerlo, debería joderse y ocuparse del bebé. Si has sido un irresponsable es tu problema. Ahora, por ejemplo, tú y yo, con las precauciones que tomamos… bueno. Sería una situación diferente. Los dos hemos puesto el mismo empeño en cuidarnos, así que es justo que los dos tengamos algo que decir.
               -¿Y si no estuviéramos de acuerdo?-Sabrae torció la boca, abrazándose a la almohada con la mirada perdida-. ¿Y si, por ejemplo, yo quisiera tenerlo y tú no?
               -Creo… que lo justo sería pensar en quién se vería más afectado, y decidir en consecuencia.
               -¿Y no es siempre la mujer?-ironicé, alzando una ceja-. A fin de cuentas, sois las que parís.
               -Ya, pero no necesariamente. Por ejemplo, creo que Scott impactó más a papá que a mamá. Papá pasó de estar todo el día por ahí, haciendo lo que le daba la gana, sin darle explicaciones a nadie, a tener alguien de quien cuidar y de quien responsabilizarse. Mamá en cierto sentido siempre había sido así. De hecho, siguió con la carrera como si nada. Papá cambió más por Scott de lo que lo hizo mamá. Es curioso-sonrió-. El embarazo de mi hermano fue de alto riesgo, y papá intentó convencer a mamá de que abortara. Pero ella es muy tozuda y quiso seguir adelante-me miró a los ojos, feliz de que las cosas hubieran salido como eran ahora.
               -Pues me alegro de que no le hiciera caso a tu padre-comenté, y ella sonrió, abrazándose un poco más a la almohada.
               -Yo también-cerró un momento los ojos, inhaló el perfume del suavizante de la ropa de cama, y acto seguido lanzó un gemido cuando vio a Adonis dándole besos a la tripa de su chica, en la que ahora sabían que les esperaba un bebé-. Jopé, eso me encanta. Siempre que lo veo en las pelis me acuerdo de cuando lo hacíamos Scott y yo. Me muero de ganas de que me pase.
               Miré un momento la tierna escena, sumido en mis propios recuerdos de besos a una tripa que casi le había costado la vida a mi madre, y que en consecuencia nos había traído la libertad a mamá, Aaron y a mí.  Me imaginé lo que sería hacer eso no con el vientre de tu madre, sino con el de tu chica; besar antes de tiempo a tu hijo y no a tu hermano que viene en camino. No debería estar pensando en esas cosas, pero con Sabrae tan cerca me era absolutamente imposible. Aunque ella había sacado un lado de mí que yo había deseado desesperadamente no tener, lo había hecho porque había conseguido remover todo en mi interior, arrastrando lo bueno tan a la superficie que había dejado de sepultar todo lo malo.
               -Y yo de hacerlo-murmuré, y Sabrae me miró, y yo la miré a ella. Le di un toquecito en el vientre y me ofrecí-. ¿Te lo hago?
               -¡SÍ, PORFI!-chilló, tumbándose rápidamente sobre el colchón y soltando una carcajada cuando yo le subí la sudadera, le soplé justo sobre el ombligo, y empecé a darle mordisquitos. Curvó los pies, doblando los dedos, lo cual me indicó que lo estaba disfrutando muchísimo, a pesar de que no tuviera mucho que ver con las cosas que le hacía las otras veces que había enrollado así los dedos de los pies.
               Podría pasarme así todo el día, pero sabía a lo que llevaría aquello si seguía dándole tantos mimos, así que, pasados unos diez minutos, apoyé la cabeza sobre su vientre y la miré. Sabrae se incorporó para devolverme la mirada, me acarició el pelo, e hizo un puchero.
               -¿No quieres seguir?
               -Dijimos que queríamos ver la peli, y no la estoy viendo mucho.
               -Es verdad. Jo. Yo que tenía en mente dejar de verla pronto.
               Me eché a reír.
               -Haberlo pensado antes, bombón-hizo una mueca cuando me volví a recostar sobre el colchón, justo en un momento en que Creed estaba en el sofá de su casa. No se le ocurrió soltar otra cosa que:  
               -Tiene unos sobacos súper sexys, ¿no te parece? Quiero mordérselos.
               -Eh… ¿vale? Es lo más raro que te he escuchado decir.
               -Es que es cierto. Son sexys. No todo el mundo los tiene así.
               -Me voy a celar, Sabrae-protesté.
               -Oh, venga ya, Al. Los tuyos también están genial-respondió, levantándome el brazo y besándome en el costado. Me eché a reír.
               -Sigues empeñada en lo tuyo, ¿verdad?
               -Y lo pienso conseguir.
               Los protagonistas se morrearon en el sofá, Sabrae volvió a pedir en voz alta que le follara, y yo puse los ojos en blanco. Empezaron nuevos entrenamientos en el desierto en los que Bianca ya no aparecía tanto, y yo pensé que mi chica se relajaría un poco si no veía tanta tensión sexual, pero nada más lejos de la realidad. En un momento dado, el protagonista aparecía con una sudadera abierta por los costados para que sus músculos pudieran respirar y tuviera libertad de movimientos, algo que le encantó a Sabrae, que lanzó un suspiro trágico y gateó por la cama hasta tumbarse sobre su vientre, examinando más de cerca sus músculos.
               -Definitivamente, me voy a celar-anuncié, y Sabrae se volvió, balanceando los pies en el aire.
               -¿Tú también usabas ese tipo de sudaderas?
               -Claro. No conozco a nadie que no las utilizara.
               -Ojalá haberte visto con ellas-murmuró, dándose la vuelta y volviendo la mirada a la televisión una vez más. Si ella supiera que estaba tumbada encima de mi mayor alijo de materiales de boxeo y recuerdos de campeonatos… decidí callármelo para no echarle más leña al fuego. Bastante tenía con manejarla cuando Michael B. Jordan terminaba aquella secuencia mucho más mazado de lo que había empezado la película. Silbó.
               -Menuda puta fiera. Fijo que te engancha por el cuello y te deja paralítico-comentó como quien no quiere la cosa, como quien habla del tiempo. En cualquier otro momento, me habría echado a reír y la habría llamado exagerada.
               Pero no estábamos en un momento cualquiera. Habían pasado demasiadas cosas. Había descubierto una oscuridad en mí que nos terminaría engullendo. Y caí entonces en la cuenta de por qué me gustaba el boxeo: porque tenía naturaleza violenta. Y el boxeo era una forma de canalizar todo eso hacia el exterior, dado que tanto me había afanado en ocultarlo. Ahora, sin embargo, había dos vías de escape para ese monstruo: golpear un saco, y el sexo con Sabrae.
               Sabrae se dio cuenta de las consecuencias de su frase y se incorporó hasta quedar arrodillada de nuevo.
               -Alec… perdona. Ha sido de muy mal gusto.
               -No pasa nada. En cierto sentido, no te falta razón. Casi deberías dar gracias de que yo esté retirado-bromeé con rabia-, y no esté tan fuerte como antes.
               -No digas eso, Al. Vamos-gateó hasta mí y se tumbó en el colchón a mi lado, en el hueco que había dejado abierto mi brazo-. Tú jamás me harías daño.
               -Claro, y entonces, ¿por qué te lo he hecho ya?
               -Lo estás sacando todo de quicio. Ni siquiera me has dejado marcas.
               -¿Qué importa eso, Sabrae?-protesté, incorporándome hasta quedar sentado, y pasándome las manos por la cabeza. Sabrae también se incorporó, preocupada-. Joder. Sólo faltaba. Que algo no deje marca no significa que no duela. Mi hermano le hizo muchísimo más daño a mi madre yéndose de casa de lo que nunca podría haberle hecho mi padre. Y yo también le hago daño a veces.
               -Eso no es verdad.
               -Sí. Le recuerdo a él. Le recuerdo a los dos. Le recuerdo constantemente por lo que tuvo que pasar, y…
               -Para. Para de hablar justo ahí. Tú le salvaste la vida a tu madre. Muchísimas mujeres maltratadas no consiguen salir de ese infierno porque no tienen por qué luchar. Tu madre te sacó de allí. Si salió, fue para protegerte. Para protegeros a tu hermano y a ti. Y después, llegó Mimi.
               -Aaron no es tan bueno como tú te piensas. Ni yo tampoco.
               -Por lo que me has contado de él, Aaron es un cabrón de mucho cuidado, pero tú no eres así. Además, viendo lo duro que eres contigo mismo, tampoco me extrañaría que tu hermano haya metido la pata demasiadas veces como para que pierdas la paciencia con él. No digo que no se lo merezca, pero…
               -Aaron es mala persona, Sabrae. Te lo digo yo. La única razón por la que permito que se acerque a mamá es porque sé que le haría más daño si saliera de su vida para siempre. De la mitad de las putadas que me ha hecho, mi madre no sabe absolutamente nada porque no quiero disgustarla. Ya le salió rana un marido; no tiene que salírselo un hijo también. O los dos. Probablemente debiera hablar con ella sobre lo que pasó anoche, porque ella tiene experiencia y sabe ver a través de mí mejor de lo que lo haría nadie, pero creo que sólo le va a preocupar. Así que, aunque me vendría de puta madre su consejo, mejor me lo guardo todo para mí.
               -No pienses más en lo de anoche-me pidió Sabrae, besándome el brazo-. Fue un desliz, y ya está.
               -¿Desliz? Un desliz es comerte una galleta de más, Sabrae, no agarrar del cuello a tu chica y estrangularla durante el sexo. ¿Sabes qué es lo que más me cabrea? Que no lo había hecho nunca, y justo he tenido que empezar contigo. ¿Y todo por qué?
               -Porque estabas más relajado. Hiciste lo que te apeteció sin preocuparte de que pudiera salir mal. Pero salió, porque yo no me lo esperaba, y me pilló por sorpresa. No es malo que tengamos la suficiente confianza como para dejarnos llevar. Te repito que a mí no me molesta que probemos cosas buenas: me molestaría que a alguno de los dos no le gustara y siguiéramos igual. Pero no es el caso.
               -Es que no eres objetiva.
               -¿Objetiva? El que no es objetivo eres tú, que estás obcecado. Ya lo hemos hablado, Al. ¿No podemos, por favor… simplemente salir de este absurdo bucle? Yo sólo quiero ver una peli contigo, acurrucarnos, enrollarnos un poco… mira, si incluso nos están poniendo música que podría ser de follar-rió, escuchando la canción de la presentación de Creed en su duelo final. Puse los ojos en blanco.
               -Sabrae, estás salida, y que yo te lo diga es preocupante.
               -¡Lo siento, ¿vale?! Pero, ¿qué quieres que le haga? No puedes pedirme que hablemos de sexo todo el rato y yo esté tan tranquila. Pf. Tú no eres el único que se puede descontrolar en esta habitación. Lo que pasa es que yo lo disimulo mejor que tú.
               -Sí. Va a ser eso-asentí con la cabeza. Ella me inspeccionó un instante, y luego volvió la cabeza hacia la pantalla. No tenía ni idea de lo que se me había pasado por la cabeza durante el polvo. Me daba miedo admitirlo en su presencia y que ella leyera mis pensamientos, tan fuerte como era nuestra conexión. Mejor intentaba apartar aquella idea de mi cabeza por todos los medios; concentrándome en la película, en Sabrae, en lo que fuera, todo con tal de no encerrarme en mi mente y dar vueltas en un laberinto del que no me habían asegurado que hubiera salida.
               Ella podía descontrolarse todo lo que quisiera, porque sus deseos jamás serían tan oscuros y sucios como los míos. No estaba rota como yo. No estaba resquebrajada. No estaba pulverizada.
               Se sentó a lo indio, dándome la espalda, pero me cogió una pierna y se la pasó por encima de las suyas. Me la acarició con las uñas, y me besó las espinillas.
               -No sé qué puedo hacer para que estés bien.
               -Yo ya estoy bien.
               -Eso no es verdad-musitó, tan bajito que apenas pude oírla. Decidí no discutirle más; sólo quería que cambiáramos de tema. Le quitaron la chaqueta de boxeador a Creed, y Sabrae se mordió el labio al contemplar la escena. Se volvió hacia mí como un resorte-. Has dicho que conservas todo de tu época de boxeador. ¿Tenías chaqueta?
               -Claro.
               -¿Puedo verla?
               -Tengo que levantarme de la cama-anuncié, y Sabrae sonrió.
               -Bueno, si es por una buena causa…-ronroneó, y yo le sonreí. Me arrastré por el colchón hasta quedarme sentado a los pies de la cama, me levanté y presioné suavemente el lateral. Sabrae frunció el ceño cuando el escalón de la cama emitió un suave clic, y abrió la boca con sorpresa al comprobar que no era un elemento decorativo, sino de almacenaje. Salió de la cama y se acercó a mí, colocándose a mi costado y observando con absoluta adoración los recuerdos de mi época dorada como boxeador: recortes de periódicos cuidadosamente plastificados, diplomas, certificados de peso y medidas, anuncios de competiciones e inscripciones a las mismas, vendajes usados y varios pares de guantes viejos… incluso algunas medallas que se habían ido oxidando con el paso del tiempo.
               Sabrae se arrodilló frente al cajón y sonrió cuando identificó una sudadera gris, como la de la película, con aberturas en los costados. La acarició con cuidado, con los dedos estirados. Retiré con cuidado los recortes de periódicos y las revistas, saqué las medallas y los vendajes, y por fin, descubrí la caja achatada que estaba buscando. Sabrae se asentó sobre su culo, sentada como los japoneses, y esperó a que retirara la tapa y abriera el papel de seda.
               Siempre me daban escalofríos cuando la veía. Siempre. Me traía tantos recuerdos, y todos buenos. Cuando llevas puesta la chaqueta de boxeo, un mundo de posibilidades se abre ante ti. El público corea tu nombre, te vitorea o te insulta, pero tú eres el amo y señor de su atención. Te pertenecen. Los tienes en la palma de la mano.
               La chaqueta puede conservar los latidos desbocados de tu corazón mientras te acercas al ring. Simplemente con verla puedes escuchar los gritos, notar tus piernas temblar, ese ardor en la boca del estómago y el sudor que ya te recorre la espalda de puros nervios.
               Sabrae había abierto la boca, absolutamente maravillada ante la prenda cuidadosamente doblada. Estaba como el día en que Sergei me la había entregado con la ceremonia de quien transmite una reliquia familiar. Jamás había dejado que mi madre la metiera en la lavadora ni la planchara, sino que siempre la habíamos llevado a la tintorería: me daba demasiado miedo que se estropeara, a pesar de que podían hacerme más. Pero era mi amuleto de la misma forma que lo era el colgante del diente de tiburón que me pendía del cuello, o el anillo que Sabrae me había regalado más recientemente. Nada podría reemplazarlos. Eran parte de mí, y sin ellos, no era nada.
               -Es preciosa-admiró Sabrae, y yo miré a mi chica y sonreí. Siempre sabía qué decir, cómo destacar por encima de las demás. Me miró desde abajo, sumisa, obediente, consciente de que el protagonismo por una vez no debía ser para ella-. ¿Puedo tocarla?
               -Claro, bombón-cogí la caja y la coloqué sobre la cama, empujando el cajón de vuelta bajo el colchón. Sabrae se inclinó para examinarla, pasó los dedos por la tela de satén, idéntica al material de su mono de Nochevieja, con la diferencia de que mi chaqueta era blanca, y no roja. Siguió las líneas que cubrían mi apellido en letras grandes azul oscuro, y se mordió el labio.
               -¿Puedo sacarla?
               -No tienes que pedir permiso para eso, bombón. Entra dentro de tocarla-sonreí, empujando suavemente la caja hacia ella. Sabrae cogió la prenda con sumo cuidado por los hombros y la extrajo de la caja con la ceremonia de quien está a punto de finalizar un ritual para su dios preferido. La extendió frente a sí, analizando el reborde azul, del mismo color que las letras, de la capucha. Pasó los dedos por las costuras y jadeó suavemente.
               -Es tan suave-comentó, maravillada, y yo supe que no encontraría a una chica igual. Que ella era con la que tenía que envejecer. La que daría a luz a mis hijos, y por la que me deslomaría en el trabajo para darle una vida acorde con su estatus de diosa: las vacaciones de ensueño que siempre había querido, una casa construida completamente a su antojo, y todo el sexo que quisiera, como a ella le gustara; todos y cada uno de sus caprichos, yo se los concedería.
               Todo si, a cambio, me concedía a mí sólo uno.
               -¿Te gustaría probártela?-le ofrecí. Mi chaqueta sobre mi chica. Mi chica en mi chaqueta. Lo mejor de mi antigua vida con lo mejor de la nueva, combinadas ambas en un cóctel explosivo capaz de arrasar con todo.
               Sabrae disparó sus ojos a los míos.
               -¿Seguro que no te importa?
               -Quiero verte con ella. Seguro que te queda mejor que a mí-extendí las manos para que me la entregara, lo cual hizo con ceremonia-. Vamos al espejo.
               Me coloqué tras ella, los dos frente al espejo, y nos miramos a los ojos en el reflejo. Sabrae se mordió el labio, y con manos ligeramente temblorosas (es la indicada, me susurró una voz, sabe lo trascendente que es este momento), empezó a levantarse mi (su) sudadera. Por fin, se quedó descalza y desnuda frente a mí, vestida tan sólo con mis calzoncillos. Abrí la chaqueta para pasar sus manos por las aberturas de las amplias mangas, y la deslicé por sus hombros. Le acaricié la cintura, ascendí por sus pechos, y finalmente le acaricié la boca mientras ella observaba su reflejo en el espejo.
               -Sí-ronroneé en su oído-. Definitivamente, te queda mejor que a mí-ella se estremeció de pies a cabeza. Me pidió que le pasara el móvil y que le hiciera unas fotos. Por delante, por detrás, de lado; posando, sin posar, desprevenida; sonriendo, con cara de enfadada, sumida en sus pensamientos. Tomó el móvil y empezó a fotografiarse en el espejo al poco tiempo, sonriendo, sacando la lengua, haciendo muecas, y yo me senté a mirarla. De repente, se volvió y estudió el suelo.
               -Se me acaba de ocurrir…-comentó, y trotó al lugar donde había dejado su ropa. Se puso el sujetador. Se puso el tanga. Y volvió a posar frente al espejo.
               Algo dentro de mí despertó, una fuerza oscura y primitiva que me empujaba a hacerla gritar. Así que reanudé la reproducción y me tumbé en la cama, intentando no mirarla, porque si lo hacía, el autocontrol del que había presumido hacía apenas una hora con ella se evaporaría.
               Sabrae no se inmutó de que había vuelto a poner la película, aunque creo que sí se dio cuenta de que yo intentaba no mirarla. Quería que volviera conmigo, que se pusiera más ropa por debajo de mi chaqueta de boxeador y se tumbara a mi lado a disfrutar del final de la película, y ponerle la guinda del pastel al fin de semana enrollándonos un poco en mi cama, sin llegar a hacer nada que la puerta abierta pudiera cohibirle, pero lo bastante interesante como para considerar que le habíamos puesto el broche de oro a nuestro tiempo juntos… quién sabe por cuánto tiempo. Quién sabe si tendríamos otro.
               Intenté no pensar en ello, apartar aquellas sombras de mi mente, pero regresaban para atormentarme ahora que ella no estaba cerca de mí para encender los rincones más oscuros de mi interior. Vuelve, por favor, le pedí en silencio, sin atreverme a mirarla, pero ella seguía a lo suyo.
               Se volvió un momento cuando escuchó el altercado del árbitro con los dos boxeadores. De espaldas a mí, vestida con mi chaqueta de boxeo y dos gruesas trenzas cayéndole por la espalda, parecía el epítome de una campeona a punto de subirse al ring para defender su título. Y ese título era ser dueña de mi corazón.
               -Es que a veces ni la oyes-expliqué, y ella se volvió para mirarme-. Paras porque viene el árbitro, no porque la oigas. La peli está muy bien hecha en ese sentido.
               Sabrae asintió con la cabeza, haciendo sobresalir su labio inferior como diciendo qué interesante, y volvió a su sesión de fotos. Me di cuenta de que no lo iba a tener tan fácil para atraerla de vuelta a mi lado, pero por suerte, la película me daba una última oportunidad. Creed se caía al suelo a los pocos minutos y estaba al borde del K.O.: sólo su chica diciéndole que se levantara conseguiría que sacara fuerzas de donde no las tenía, exactamente igual que Sabrae podía hacerlo conmigo.
               -Eso es verdad-comenté, sin mirar siquiera a mi chica, pues lo último que había visto por el rabillo del ojo de ella, estaba cubriéndose estratégicamente sus partes íntimas con los bordes de mi chaqueta para evitar hacerse fotos muy poco insinuantes y sí bastante explícitas-. No oyes nada, salvo a un persona. Y yo te oiría a ti.
               -¿Y me verías?-preguntó, y yo dirigí la vista hacia el espejo, frente al que había estado situada de pie todo el tiempo que yo había estado solo en la cama.
               Solo que ya no estaba allí. Me la encontré a medio camino, arrodillada de nuevo, con las piernas separadas, sobre el suelo de mi habitación, con la alfombra de pelo acariciando la piel de sus piernas desnudas. Sentí que todo en mi interior se desconectaba para dar paso a un subidón de adrenalina que conocía muy bien: lo había sentido en demasiadas ocasiones, algunas con Sabrae y otras con otras chicas, como para no identificar esa sensación de urgencia, de que mi vida pendía de un finísimo hilo que sólo el no de la chica que había despertado al animal podía cortar.
               Estaba desnuda. Quiero decir, seguía llevando mi chaqueta, pero por debajo de ella, estaba desnuda. Sus hombros estaban cubiertos por la chaqueta, cuyos pliegues cubrían estratégicamente sus pechos, pero no su sexo. Se había puesto la capucha y me miraba con el misterio de un ser mitológico al que nunca antes le habían puesto nombre, y que jamás se había aparecido ante una persona.
               Me di cuenta de que la puerta estaba cerrada. Se había levantado y había ido hacia ella cuando yo estaba demasiado absorto intentando no mirarla. Me había metido en su trampa sin que yo me diera cuenta, y lo mejor de todo era que me encantaba que hubiera sido tan lista como para planearlo todo al dedillo.
               Lentamente, con la misma ceremonia ritual con la que habíamos sacado la chaqueta del cajón de mi cama, Sabrae se echó la capucha hacia atrás, descubriendo la línea irregular de su pelo, y parpadeó despacio. Ni llevando un delineador de ojos habría conseguido que su mirada fuera más intensa.
               No se detuvo allí, sin embargo. Lentamente, con la yema de sus dedos siguiendo sus curvas, se abrió la chaqueta hasta mostrarme la perfecta pareja de paréntesis que eran sus pechos del color del chocolate y el oro. Dejó las palmas de sus manos sobre sus muslos, esperando, y separó ligeramente las piernas para ofrecerme por fin la vista de todo lo que me estaba perdiendo por ser imbécil, y que más deseaba por ser hombre y no estar ciego. Oh, joder, ¿cómo puedo resistirme a ella?
               Sabrae disimuló una sonrisa mientras todo mi cuerpo se despertaba, mi piel se erizaba y mi miembro se hinchaba ante la visión de su desnudez. Tragó saliva, relamiéndose los labios, y esperó a que yo hablara.
               No se me escapó que estaba de rodillas. No se me escapó todo su lenguaje corporal: expectante, dándome a mí el control. Yo era el que mandaba. Sabrae quería que fuera yo quien nos dirigiera… y yo también.
               -Ven aquí-ordené con voz oscura, olvidándome de la película, de la habitación de mi hermana al otro lado de la pared, de mis padres en el piso inferior. Quería hundirme en ella. Quería que gritara. Quería que Sabrae no se olvidara de mí ni viviendo dos milenios. Quería hacerla mía de una forma en que jamás podría ser de otro.
               -Ven a buscarme-instó, dejando que aquella sonrisa infernal bailara en su boca. Joder. Qué mal me iba a hacer esto después si el monstruo volvía a despertar dentro de mí, pero qué bien me iba a sentar todo lo que se me estaba pasando por la cabeza.
               No necesité que me lo dijera dos veces ni que siguiera provocándome: me incorporé de un brinco y salté de la cama, agarrándola de la cintura y levantándola en el aire. Sabrae dejó escapar un gemido cuando la tumbé sobre la cama y abrió las piernas, sintiendo todo el peso de mi cuerpo presionando su rincón más sensible. Me arrancó la camiseta, me bajó los pantalones y los calzoncillos, y sostuvo mi erección entre sus manos con firmeza. Empezó a masturbarme ejerciendo la presión necesaria para volverme loco, y de mi boca salió un gruñido que la hizo estremecerse de pies a cabeza. Me estiré como pude en dirección a los condones, y mientras me peleaba con la caja, ella gimoteó:
               -Póntelo y métemela ya.
               Conseguí sacar el paquete del condón de la caja, y Sabrae me lo arrebató de la mano, se lo llevó a la boca, lo rompió con los dientes, escupió el plástico sobrante, y lo extendió por mi erección sin dejar de mirarme a los ojos.
               -Veo que tienes la lección aprendida-me burlé, y ella alzó una ceja, me rodeó las piernas con la cintura y nos hizo rodar hasta colocarse encima. Se inclinó para besarme, agarrando con firmeza mi polla dura, lista para satisfacerla.
               -¿Y tú? ¿Te la sabes?-se burló, y yo me estremecí cuando se pasó la punta de mi miembro por los pliegues de su sexo. Cerré los ojos y Sabrae se rió. Me cogió de la mandíbula y me ordenó-: Mírame a los ojos mientras te follo, nene.
               Conseguí abrirlos en el momento justo en que me hacía entrar en ella, un segundo antes de que Sabrae cerrara los suyos, echara la cabeza hacia atrás, y empezara a gemir, moviéndose encima de mí.


Madre.
               Mía.
               No sabía si era por las ganas que le tenía, por lo mucho que habíamos jugueteado con nuestra sexualidad durante la mañana, o porque tenía la testosterona por las nubes gracias a ver su película favorita conmigo, pero el caso era que Alec se estaba saliendo en ese polvo. A pesar de que yo era la que llevaba la voz cantante, él era tan parte activa como yo: no sólo me embestía desde abajo con la fuerza con la que también podía hacerlo desde arriba, sino que me sujetaba de las caderas para seguir bien mis movimientos, moviendo las suyas en sentido contrario y haciendo más fricción entre nosotros. Estaba muy duro y grande, y los dos nos aseguramos de que siguiera así a base de morrearnos y magrearnos como si no hubiera nadie más en varios kilómetros a la redonda.
               Noté que unas perlitas de sudor empezaban a formárseme en el vientre. La chaqueta me estaba dando calor, y notaba algunas gotas deslizarse por mi espalda. Dudaba de que a él le hiciera gracia que profanara su chaqueta de boxeo, que tan buenos e importantes recuerdos debía traerle, ensuciándola con mi sudor, así que hice amago de quitármela.
               Y Alec se incorporó.
               -No. Déjatela puesta.
               -Pero… estoy sudando, Al. Te la voy a… oh-al ver que yo ofrecía resistencia, bajó una mano a mi entrepierna y empezó a estimularme el clítoris con el pulgar. Instintivamente me pegué a sus hombros, aferrándome a ellos como a una tabla salvavidas, cerré los ojos y me mordí el labio.
               -Eres la única persona, aparte de mí, que se la ha puesto alguna vez. Parece que estemos haciendo algo prohibido. Me pone muchísimo. No te la quites-me mordió el lóbulo de la oreja y mi sexo respondió contrayéndose, generándonos a los dos más placer-. No quiero perderme la oportunidad de hacer que te corras con mi chaqueta de boxeo puesta.
               -Pues estoy a punto-respondí con un jadeo, empujándolo de nuevo y apoyándome sobre sus pectorales para seguir moviéndome sobre él. Me dio un azote en el culo y yo me estremecí de pies a cabeza, impactando de nuevo sobre sus muslos de forma que su miembro entrara más profundo en mi interior. Joder, sentía que estaba a punto de partirme por la mitad.
               -Eres una puta diosa, Sabrae. Haces poesía mientras follas, joder-gruñó él, agarrándome de las nalgas, dándome otro azote (madre mía, estaba desatado, y lo que me gustaba) y usándome para masturbarse con mi coño. Me eché a temblar, muy cerca del orgasmo, arañando ya la superficie de aquel cielo estrellado que sólo se me abría si mi acompañante era Alec. Clavé las uñas en la piel de sus pectorales, y sentí que una marea de placer ascendía de mi sexo a mi cerebro. Prepárate, le decía. Y entonces…
               … Alec se detuvo un segundo, alerta.
               Y me cogió de las caderas, me arrancó de su gloriosa erección, y me tumbó sobre la cama, cubriéndome con las sábanas y las mantas en el momento exacto en que él se incorporaba hasta quedar sentado, y la puerta se abría para dar paso a una pelota de baloncesto que salió disparada en su dirección.
               Cogió al vuelo el proyectil haciendo gala de aquellos reflejos felinos que le habían hecho esquivar un tortazo mío hacía tiempo, y lo hizo un segundo antes de que la pelota chocara contra su cara.
               -¡Bueno! ¡Parece que no se le han olvidado las reglas básicas del baloncesto!-se burló una voz demasiado familiar. Me encogí instintivamente al lado de Alec. Scott.
               -¿Qué pasa, tío? ¿No jugamos un domingo y tú ya te creas tus propias rutinas?-se cachondeó Tommy, y yo me encogí un poco más. Por Dios, ¿habían venido los dos?
               -Jordan, ¿qué cojones, macho? Ya sabías que iba a estar ocupado este fin de semana. ¿No podías ocuparte tú de estos dos payasos?-protestó Alec, lanzándole la pelota a su amigo.
               -Es que te echábamos mucho de menos, Al-rió Tommy, sacándole la lengua-. Oh, vamos, tío, no pongas esa cara. Ya conoces el código de honor: los amigos son lo primero, ¿mm?
               -Debería haber dejado que te suicidaras. Eres un gasto de oxígeno, Tommy-acusó mi chico, y yo me revolví.
               -Me quieres demasiado; seguro que tú habrías ido detrás-se burló el interpelado, sentándose en la cama y agarrándole un pie.
               -Venga, Al. Sal de la cama, que ya es muy tarde para estar remoloneando, y haz el favor de vestirte. Ni Sabrae es capaz de cansarte tanto como para que te tengas que echar una siesta un domingo.
               -No puedo.
               -¿Cómo que no puedes? ¡Joder, ¿mi hermana te ha dejado tetrapléjico, o qué?!
               -¡Gilipollas, que estoy en bolas!
               -Eso no es problema. No hemos traído la lupa para vértela, así que no pases vergüenza-se cachondeó Scott.
               -Scott, tío. Cierra la boca-ladró Tommy-. ¿Es que no lo pillas? ¿Tan cortito eres?
               -Pillar, ¿el qué?
               -Sabrae no ha llegado aún a tu casa.
               -Bueno, podría haberse ido hace…
               -Y Alec está en bolas.
               Hubo un silencio sepulcral antes de que mi hermano pronunciara mi nombre.
               -¿Sabrae? ¿Estás ahí?
               Lentamente, saqué la mano de entre las sábanas y la alcé en el aire, igual que hacía en clase cuando pasaban lista. Me asomé entre las mantas en el momento justo en que Scott miraba con la boca abierta a Alec. Pensé que le montaría un pollo por habernos pillado casi con las manos en la masa, pero ésa no era la prioridad de mi hermano.
               -¿No vienes a jugar a baloncesto por follar?
               -Este tío es mi puto animal espiritual-Jordan se echó a reír.
               -Si tú no follas, Jordan, cállate la boca-acusó Alec.
               -¿Qué hay del bros before hoes, Alec?
               -¡Scott, no llames guarra a Sabrae!-protestó Tommy. Y Alec:
               -¡Como vuelvas a llamar guarra a Sabrae, te parto la cara, Scott!
               -Tiene las tetas al aire-se quejó Scott, y Alec levantó la sábana delante de mí para que no me vieran (que tampoco es que se me estuviera viendo nada; ya estaba poniendo yo cuidado), y yo protesté:
               -Claro, ¿te piensas que follo con jerséis de cuello cisne?
               -Calla, puta cría, que estamos hablando los adultos.
               -¿Adulto tú, Scott? No me jodas, eh-Alec negó con la cabeza.
               -Deberías pedirle perdón a tu hermana. Le has jodido el polvo, Scott-recriminó Tommy.
               -¿Y a mí que me jodan?
               -Básicamente-rió Jordan.
               -Gracias, T-sonreí, envolviéndome en la sábana-. Definitivamente, eres el único con sesera de los cuatro.
               -¿Sabes que eso implica que tú no la tienes, Saab?
               -Hombre, Jor, mucha no la tendrá, si se ha liado con éste-comentó Scott, señalando a Alec con la cabeza.
               -Precisamente porque la tiene se ha liado conmigo-contestó Al, rodeándome los hombros con un brazo. Scott y yo pusimos los ojos en blanco, nos miramos, y nos echamos a reír.
               -Pobrecita. La compadezco, en el fondo. Te tendrá que aguantar mucho-comentó Tommy, y yo abrí la boca para contestar, pero Alec fue más rápido que yo.
               -No te creas. Suele ser ella la que se pone encima.
               Scott se estremeció de pies a cabeza.
               -Menuda imagen mental me acabas de formar, muchas gracias, tío.
               -Espero que te dé grima por él y no por tu hermana-dijo Jordan, y tanto Tommy como Alec se lo quedaron mirando.
               -Jordan, tío.
               -Bueno, venga, ya está bien de momentos adorables y todas esas mierdas-Scott dio una palmada y tiró de la manta para descubrirnos, pero nosotros fuimos más rápidos y conseguimos agarrarla en el último momento-. Se te ha acabado el chollo, hermano. Vístete, que somos impares y no podemos jugar sin ti.
               Alec se relamió, saboreando sus ganas de mandar a mi hermano a la mierda, y se volvió para mirarme.
               -No se van a ir sin ti-le sonreí, acariciándole la cara. Tommy y Jordan gimotearon al ver mi gesto, mientras que Scott fingió una arcada que hizo que Tommy lo fulminara con la mirada.
               -¿Qué? Se me hace muy raro verla ahí metida. No pretenderás que me acostumbre a ellos de la noche a la mañana.
               -Sabrae no ha llegado a dormir en mi cama de la noche a la mañana. Además, ya estuve en tu casa la semana pasada-le recordó Alec, y Scott se encogió de hombros.
               -Ya, pero no es lo mismo. Has estado en mi casa un millón de veces, pero Sabrae nunca ha venido aquí sola.
               -¿Quieres dejar a la chiquilla que disfrute?-exigió Tommy, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
               -¿Qué pasa, que ahora ya eres defensor de que tus amigos se enrollen con hermanas pequeñas?-acusó mi hermano, y el semblante de Tommy se endureció mientras Alec y Jordan acusaban ese golpe bajo con una risotada.
               -Scott, la cosa está muy reciente aún, a ver si te vuelvo a partir la cara.
               -Perdona, perdona, ¿has dicho volver? Que te pegué una paliza, Thomas, a ver si te entra en la mollera.
               -Tíos, por mucho que adore esta escena de amor fraternal que os estáis profesando, de verdad que tenemos que largarnos. Max ya estará histérico a estas alturas; sabéis lo que odia perder-intervino Jordan.
               -¿Has oído, Alexander?-se burló Scott, mirando a Alec y dando una palmada-. Nos estás retrasando. Vístete.
               -No me llames así, payaso. No me llamo así.
               -Lo que tú digas, Alexander-Scott puso los ojos en blanco-. Venga, menos follar y más jugar.
               -Cierra la puta boca, Yasser-ladró mi chico, y mi hermano borró la sonrisa de su cara de un plumazo.
               -¿Cómo me has llamado?
               -¿Cómo le has llamado?-espetó Tommy, dando un paso hacia la cama. Como vi que los tres estaban listos para enzarzarse en una pelea a muerte, levanté los brazos y los llamé a la calma.
               -¡Vale! Dadnos un par de minutos y estaremos listos. ¿Os importa salir de la habitación para que podamos vestirnos?
               -¿Salir de…? ¡Niña, que te cambiaba los pañales cuando eras un bebé!
               -Que salgas de la habitación, Scott, o te saco yo a puñetazo limpio-amenazó Alec, y mi hermano consideró seriamente la posibilidad de desafiarlo, al menos un par de segundos, pero finalmente desistió. Ya habían cabreado a Alec bastante interrumpiendo nuestro polvo, así que no era un buen momento para seguir tocándole los huevos: podía explotar. Lo habían descubierto más tarde que yo, habían tardado más… pero lo habían acabado descubriendo.
               En un desfile encabezado por Jordan, que era el que menos ganas tenía de interrumpirnos, seguramente porque le gustaba escuchar un buen final para las aventuras sexuales de Alec, los tres chicos salieron de la habitación y cerraron la puerta. Tommy fue el encargado de cerrar la comitiva, y lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja cuando se dio la vuelta para coger el pomo y aprovechó para mirarnos una última vez.
               -Hacéis buena pareja-comentó, y a su frase le siguió el clic de la puerta al cerrarse. Alec y yo nos miramos un momento, desnudos bajo las sábanas, con el sudor que nos habíamos puesto en la piel el uno al otro haciendo que brillara. Dejé escapar un tremendo suspiro y él sonrió.
               -¿Qué pasa? ¿Te molesta que te hayan dejado a medias?
               -No volveré a hacértelo, si es lo que estás pensando-bromeé, y luego, entrelacé mis dedos con los suyos en el colchón-. No quiero que nuestro fin de semana se acabe. No quiero que nos separemos todavía.
               -Ven a verme jugar-ofreció-. Y, después, si quieres, puedo acompañarte a casa.
               -¿Seguro que Scott te lo permitirá? Cuando él está en la habitación, es el encargado de cuidarme, y no tú.
               -Que intente impedírmelo, si tiene cojones-sentenció Alec, inclinándose para besarme. Acto seguido, salió de la cama y comenzó a vestirse con ropa de hacer deporte, que le quedaba tan bien como cualquier traje. Mientras yo me limpiaba las ingles con pañuelos, él se enfundó unos pantalones de chándal que se pegaban a su culo de forma que fuera incluso más respingón que de costumbre, y me di cuenta de la inmensa suerte que tenía de que un chico como él se hubiera fijado en mí. No es que yo no estuviera buena, ni mucho menos, pero, desde luego, no estaba a su altura. Los chicos como Alec se enrollaban con chicas como Diana, mucho más perfectas y mucho más sensuales de lo que yo lo sería jamás, pero la conexión que nos unía había hecho que nos saltáramos esa norma de la reproducción humana y termináramos enamorados a pesar de pertenecer a mundos tan diferentes como los nuestros.
               Cuando terminó de vestirse, se giró y me tendió la mano.
               -¿Estás preparada?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, aceptando su ofrecimiento acariciándole las líneas de la palma de la mano. Dejé que tirara de mí para sacarme de la cama, y sonreí agradecida cuando insistió en llevarme él mi bolso.
               -Pero no te acostumbres-me advirtió, y sé que estaba pensando en aquella vez en que, volviendo el gimnasio, le había recriminado en broma que no se hubiera ofrecido a llevarme la bolsa de deporte, a lo que me había respondido “¿Para qué me voy a ofrecer? Si fijo que me dices que sí, y entonces tengo que cargar con la tuya y con la mía”.
               Con una mano agarrando con firmeza la correa de mi bolso en la que ya había guardado mi ropa y mi neceser, y la otra rodeando la mía, salimos de su habitación. Scott, Tommy y Jordan se nos quedaron mirando, y a ninguno se le escapó el vínculo físico que había entre nosotros, proclamando que nadie podría separarnos por mucho empeño que pusieran.
               -Venga-instó Alec-. A jugar el partido.
               Annie salió a nuestro encuentro en el piso inferior, justo en la entrada del vestíbulo. Los chicos fueron saliendo hasta dejarnos a mí y a Alec solos con su madre, que le gritó a Mimi “Sabrae ya se va”, a lo que su hija respondió despidiéndose de mí desde su habitación. Alec bufó.
               -Esta mocosa…
               -Está cansada, Sabrae, discúlpala-me pidió la madre, estrechándome entre sus brazos. Alec se apoyó en la pared para dejarnos intimidad, y yo no pude evitar fijarme en la tranquilidad que destilaba en los muros de su casa. Era como si todos sus problemas se colaran por las ventanas, y pudiera cerrarlas a voluntad para no tener que pensar en todo lo que le atormentaba. El amor que sentía por su familia y que su familia le profesaba le hacía las veces de escudo y manta, de forma que lo protegía y le daba calor en las noches de invierno. Puede que no fueran tantos como en mi familia, pero estaban igual de unidos y se sentían igual de cómodos los unos con los otros.
               -Vuelve cuando quieras-me susurró Annie al oído tras darme un beso en la mejilla-. Alec está mucho más centrado desde que está contigo.
               Le sonreí, agradecida por sus palabras. Me hacía ilusión saber que su madre aprobaba lo nuestro a pesar de que yo no le hubiera dado a su hijo todo lo que él me pedía. Creerme a la altura de Alec a ojos de Annie era incentivo más que suficiente para decidirme a luchar por él.
               Dylan apareció por la puerta del salón, me dio otro beso y me acarició la espalda, diciéndome que hacíamos buena pareja y que yo era muy buena para su hijo. Sí, llamó a Alec “su hijo” en lugar de por su nombre, y yo le miré. Comprobé que había bajado la vista a sus pies, un poco sobrepasado por la situación, y me dieron ganas de comérmelo a besos.
               El último en despedirse de mí fue Trufas, que había estado analizando la escena con un ligero pánico en sus ojos negros. Cuando pareció que la partida era inevitable, se acercó a mí de un par de brincos y empezó a frotarse contra mis botas de tacón, exigiendo un extra de atenciones por esos días en que no iba a verle. Se acurrucó a mis pies cuando me arrodillé para acariciarlo entre las orejas, y cerró los ojos, disfrutando del contacto.
               Scott carraspeó al otro lado de la puerta.
               -No hay quien te soporte-le riñó Tommy.
               Alec sonrió, mirando a sus amigos, y esperó a que yo me irguiera de nuevo y atravesara la puerta para cerrarla tras de mí. Volvió a cogerme de la mano y echó a andar tras los chicos, que empezaron a comentar a gritos algo a lo que yo no le presté atención. Estaba demasiado ocupada saboreando los últimos momentos de mi fin de semana con Alec. Por lo menos, no nos despediríamos así, sino que tendríamos otro momento de intimidad (al menos, eso esperaba) en mi casa. En general, aquella noche había sido muy superior a la que habíamos pasado en mi casa, por eso de que su casa había estado vacía y habíamos tenido libertad para hacer lo que quisiéramos; pero, en términos de despedida, lo cierto era que, de momento, la que habíamos tenido el fin de semana pasado era muy superior a la nuestra.
               -Me ha encantado verte así-le susurré mientras atravesábamos la calle, y Alec frunció el ceño.
               -Así, ¿cómo?
               -En tu casa.
               Sonrió.
               -A mí también me ha gustado verte así.
               -¿Así?
               -En mi casa-explicó, dándome un beso en la sien. Nos miramos a los ojos, fortaleciendo nuestros vínculos, y el mundo a nuestro alrededor desapareció. No hay nada como estar con la persona a la que amas y mirarla a los ojos, perderte en sus pupilas, navegar la negrura de sus iris para echarle un vistazo al interior de su alma, y descubrir que si podía permitirse vivir en la oscuridad, era porque estaba hecha de luz.
                Ese instante de inocente intimidad me sirvió de refugio para cuando llegamos al patio donde los demás le esperaban. Después de intercambias las pullas de rigor que todos los chicos se hacen cuando por fin encuentran a alguien con quien quieren estar y de quien presumir, empezaron el partido, en el que yo demostré el interés justo y necesario: ni siquiera me molesté en fingir que quería saber cómo iba mi hermano, sino que sólo me preocupaba de echar un vistazo a las jugadas de Alec. Bey, Tam y Karlie estaban en las gradas, sentadas con las piernas estiradas sobre los asientos inferiores, contemplando las jugadas, bebiendo refrescos y tomando aperitivos, a los que me invitaron pero yo rechacé.
               -Estás muy guapa-me habían dicho cuando me vieron llegar a su lado, y yo sonreí.
               -Gracias. Alec me ha regalado la sudadera-expliqué, tirando de los puños hasta esconder en ellos mis manos.
               -Ha hecho bien-sonrió Bey-. Te queda mejor que a él.
               No era del todo cierto, pero ella intentaba ser amable, y lo más importante, demostrar deportividad. Bey sabía llevar lo mío con Alec con la elegancia de una princesa: no todas las chicas tolerarían como lo hacía ella que el chico del que estaban enamoradas (su mejor amigo, para más inri) eligiera a otra que no fuera ellas. Pero supongo que en eso consistía la diferencia entre un encaprichamiento y amor del bueno, del de verdad, del que no se escriben tantas historias como deberían porque no vende como una historia tormentosa: simplemente, quieres que la otra persona sea feliz, y eso te hace feliz a ti también.
               -¿Nunca participáis?-pregunté, y ellas negaron con la cabeza.
               -Que se maten entre ellos-sentenció Tam, jugueteando con su trenza-. Yo estoy muy bien aquí, comiendo comida basura y no sudando ni una gota.
               -Tam no es muy amiga del deporte-se burló Bey.
               -De la actividad física, en general-acusó Karlie-. Salvo excepciones muy concretas.
               -Vais a asustar a la niña-se rió Tam.
               -Cariño, está con Alec. A la niña no se la asusta fácilmente-le recordó su gemela, y yo sonreí, asentí con la cabeza, y volví la vista a mi chico, que justo en ese momento anotaba un tanto. Le aplaudí como una animadora desquiciada, y me saqué el móvil del bolsillo para poner un poco al día a mis amigas, que se morían por tener novedades. Habían dejado de hablar por el grupo por la noche, justo antes de irse a dormir, y el último mensaje era de Momo.
               Espero que te lo estés pasando genial, Saab. Haz muchas cosas malas, disfrútalo, y, sobre todo, cuéntanoslas.
                Empecé a teclear a la velocidad de la luz.
               Perdón por estar desaparecida. Tengo MUCHÍSIMO que contaros. Mañana en el insti. Pero, antes, para que no os vayáis con las manos vacías…
               Y les  adjunté un par de fotos con la sudadera de Alec, que no podría llevar al instituto, y con su chaqueta de boxeador, que no podría llevar a ningún sitio. Enseguida se conectaron y empezaron a bombardearme a mensajes, a los que yo me negué en redondo a responder. Se me ocurrió una travesura con la que hacerle más amena la despedida a Alec, así que entré en nuestra conversación, que llevábamos horas sin actualizar, y le envié una foto que, seguro, le encantaría.
               Bloqueé mi móvil y me lo guardé de nuevo en el bolsillo, no sin antes activar el modo silencio para que no me estuvieran friendo los tímpanos con sus notificaciones, tanto por el grupo como por chats unipersonales. Los chicos terminaron su partido, que los nuestros perdieron, y luego procedieron a un curioso ritual en el que se quitaban las camisetas y las lanzaban hechas una bola a la canasta más cercana, todo eso por parejas.
               -¿Por qué hacen eso?-pregunté, lamentando que Alec remoloneara en quitarse su camiseta, aunque sería mejor para sus defensas que se quedara tal y como estaba.
               -Es para ver quién invita a quién el viernes que viene, cuando salgamos-explicaron las chicas, y yo abrí la boca.
               -Así que, ¿el viernes ya tenéis planes?
               -Siempre salimos los viernes.
               -No siempre-sonreí, pensando en que el viernes pasado, Alec se había quedado en casa.
               -Bueno, sí; lo que pasa es que no siempre salimos todos. Pero siempre hay alguien representando.
               -Sh-siseó Bey, echándose hacia delante y acodándose en sus rodillas-. Sabrae va querer ver esto.
               Alec caminó con decisión hacia el límite exterior el círculo frente a la canasta, separó los pies como si se dispusiera a lanzar, y tiró de los hombros de su camiseta para quitársela. Por toda respuesta, yo me puse en pie y empecé a silbar y aplaudir, lo cual le desconcentró.
               -¡Mira que eres boba!-me recriminó él-. ¡Me vas a hacer perder la apues…! Ah, genial. Tenías que meterla, ¿eh, Jack? Joder, tío… más te vale no pedir lo más caro de la carta-bufó, volviendo a ponerse la camiseta y acercándose a mí. Subió los escalones hasta quedar con nuestros ojos a la misma altura, él un escalón por debajo que yo. Sonreí, pasándole los brazos por los hombros y jugando con su pelo-. Hola-ronroneó.
               -Hola. Estás muy guapo. Como cierto boxeador que acabamos de ver-le guiñé un ojo y él se echó a reír.
               -¿También quieres lamerme el sudor de la espalda?
               -Puede ser. ¿Seguro que tengo que irme a mi casa? ¿No podemos terminar los asuntos pendientes que tenemos en tu habitación?
               Alec arrugó la nariz, juguetón.
               -Creo que ya ha estado bien por hoy, ¿no te parece? Tus padres estarán preocupados.
               -Siempre podemos echarle la culpa a Scott-le di un beso lento y profundo en los labios que anticipaba la despedida que pronto compartiríamos en el porche de mi casa. Nos negamos a soltarnos las manos en todo el trayecto entre la pista de baloncesto y mi hogar, y me regodeé en las pocas ganas que puso Alec en  subir las escaleras del porche. A él también se le estaba haciendo difícil separarse de mí.
               Scott metió las llaves en la cerradura y abrió la puerta de par en par, anunciando a gritos que el hijo predilecto había regresado… ah, y que se había encontrado a Sabrae por el camino.
               -Sher, ¿no te parece que Shasha habla muy raro?-se burló papá en el interior. Scott le fulminó con la mirada mientras Tommy se partía de la risa, y Jordan nos arrastró a Alec y a mí al interior de mi casa.
               -Mira, Zayn. Alec ha venido a traértela para que sepas que está entera, y no le eches la culpa de lo que haya podido pasar por el camino. Aunque viene sin certificado de garantía. Yo de ti, le echaría un vistazo.
               -Sí, Zayn-apostilló Tommy-. Échale un vistazo, no vaya a ser que haya cogido a una chica parecida y tenga a Sabrae encerrada en su sótano.
               -Si tiene a la verdadera encerrada en su sótano, no me preocupa. Ya nos la devolverá. No le doy ni 24 horas aguantándola.
               -Pues las que la he tenido se me han pasado volando-comentó Alec, dejando mi bolso en el suelo. Papá le sonrió. Había dado la mejor respuesta que podía ocurrírsele.
               -¿Os quedáis a cenar?
               -No-dijeron Jordan y Alec.
               -Yo sí-respondió Tommy.
               -Contigo ya contaba, T.
               -Cuánto me quiere tu padre, S.
               -Más que a mí.
               -Normal. Para un hijo guapo que tiene, tendrá que mimarlo-espetó Tommy, y papá se echó a reír.
               -Voy a despedirme de Alec y Jordan-anuncié, y Jordan sonrió.
               -¿Voy a tener beso de despedida, o eso va en el paquete premium?-preguntó, y Alec se volvió hacia él.
               -Te voy a pegar tal paliza que vas a acabar más blanco que Michael Jackson.
               Jordan se echó a reír, se inclinó para darme un beso en la mejilla, y lanzó un aullido cuando yo se lo devolví sólo por hacer de rabiar a Alec. Mi chico puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y tragó saliva.
               -No sé para qué vengo.
               -Para probar suerte y ver si te invita a subir a su habitación-rió Jordan.
               -Piérdete, tío.
               -¿Te importa, Jor?
               -Por supuesto que no, Saab-contestó él, quitándose un sombrero imaginario de la cabeza a modo de despedida-. Milady-puntualizó, y bajó las escaleras del porche para, posteriormente, atravesar la verja. Encendí la luz del farolillo y me apoyé en la puerta. Alec se acercó a mí. Su presencia quemaba, encendía todos mis poros.
                -Me lo he pasado increíblemente bien-murmuré con un hilo de voz, y él asintió con la cabeza.
               -Yo también.
               -Odio que esto se haya acabado. No me parece ni que hayamos estado media hora juntos. Se me ha pasado volando.
               -Joder, a mí también. Quien fuera el gilipollas que dijo que lo bueno, si breve, dos veces bueno, claramente no estuvo contigo.
               Sonreí, me aparté un mechón de pelo de la cara, sacándomelo del labio, y volví a perderme en esas piscinas de chocolate.
               -Así que… lo habrías estirado más, si pudieras, ¿no?-él alzó las cejas.
               -Pues claro. ¿Qué pregunta es esa?
               -Sólo quería saber si agradecerías lo que te he mandado, o si sería mejor que lo borrara-expliqué, señalando el bolsillo en el que tenía su móvil. Se lo sacó de los vaqueros y miró la pantalla bloqueada, en la que le aparecía una notificación de Telegram anunciándole que le había enviado una foto. Sonrió.
               -Miedo me da. ¿Qué es?
               -Una sorpresa-repliqué-, para hacerte más amena la noche sin mí-me acerqué a él y le susurré al oído-: Gracias por todo, Al.
               -No ha sido nada. En serio. Me ayudará a subir en mis reencarnaciones.
               -Seguro que sí-coincidí, echándome a reír.
               -Va en serio. Soy budista.
               -¿Desde cuándo?
               -Desde nunca, Saab. Vamos, mujer. Si soy todo lo contrario al budismo. Soy un vividor, soy goloso, soy egocéntrico, soy vanidoso, soy…-empezó, y yo di un paso y fundí nuestras bocas en un dulce beso.
               -No deberías ser tan duro contigo mismo. Si pudieras verte como te veo yo…
               -A veces lo hago. Sólo digo las cosas que a ti no te gusta oír para que pienses en la forma de hacerme callar. Y parece que has descubierto que era ésa la que yo quería-me guiñó un ojo y yo le acaricié los brazos.
               -Ojalá llegue un día en que dejes de pensar que me dará miedo lo que deseas, y simplemente me lo pidas. Yo confío en ti, Alec. Confía tú en mí. Confía en ti mismo.
               Sus ojos se oscurecieron mientras procesaba lo que acababa de decirle.
               -Nada de lo que venga de ti podrá causarme repulsión, o darme miedo. Porque sé que, en el fondo, eres bueno. Por eso llevaré esta sudadera con orgullo. Es la prueba de que estamos juntos, ¿no?-sonreí, y él asintió con la cabeza. Apretó la mandíbula y tragó saliva.
               -Sí. Lo es.
               Sonreí, le acaricié el cuello y le di un último beso en los labios.
               -Gracias.
               -Ha sido un placer.
               -Lo digo en serio, Al. Gracias por la cena. Gracias por la sudadera. Gracias por The Weeknd. Gracias por el baño. Gracias por la chaqueta. De verdad.
               -Y yo también, Saab. La cena ha sido un placer. La sudadera ha sido un placer. The Weeknd ha sido un placer. El baño ha sido un placer. Y la chaqueta… la chaqueta ha sido más que un placer-me dedicó su mejor sonrisa torcida, y yo me estremecí de pies a cabeza, recordando el suave tacto aterciopelado de la sudadera en mi piel desnuda.
               Volví a juntar nuestros labios una última vez.
               -Me voy a sentir muy sola esta noche.
               -Pues anda que yo… con toda esa cama sólo para mí-suspiró.
               -Por eso te he mandado lo que te he mandado. Para que se te haga un poco más soportable la noche-le guiñé un ojo y giré el pomo de la puerta. Me mordí el labio y examiné su boca, deseándola una última vez-. Bueno… nos vemos mañana, supongo. Hasta…
               Pero él no me iba a dejar marchar así como así. Sorprendiéndome con su rudeza y el ansia que había en sus movimientos, me agarró de la cintura  y me pegó a él. Pegó su frente a la mía e inhaló mi aliento, haciendo que mi corazón se desbocara.
               -Intenta impedírmelo, bombón-jadeó contra mi boca, y yo sonreí. Dejé que me besara con insistencia, con urgencia, como si el mundo entero dependiera de nosotros dos. Le pasé las manos por el pelo, acariciándoselo una última vez, aferrándome a los últimos segundos del fin de semana que habíamos pasado juntos…
               … y, cuando el último granito de arena se precipitó dentro del reloj, Alec se separó de mí, dejándome respirar, y se despidió con un cansado:
               -Te quiero.
               -Me apeteces-contesté, con el te quiero cayéndoseme de la boca. Me sonrió con cierta tristeza, dio un par de pasos atrás, y yo abrí la puerta de mi casa. Me quedé esperando a que se marchara bajo el marco, y cuando atravesó la verja y se reunió con Jordan, sentía que algo en mi interior se rompía un poco, de esa forma que tienen los cristales de romperse y no volver a remendarse más. Se habían acabado nuestras primeras veces.
               Pero yo estaba pletórica, a pesar de todo. Así que, cuando Jordan y Alec doblaron la esquina de mi calle y desaparecieron de la vista, yo entré zumbado en casa, cogí el bolso y subí corriendo las escaleras. Necesitaba compartir con alguien lo que me había pasado el fin de semana, y no podía ser con Scott. Tenía una posición demasiado delicada en mi relación con Alec. Mi otra vecina de habitación, por el contrario…
               Entré en la habitación de Shash sin llamar y, como siempre, la pillé viendo un drama coreano en la pantalla de su ordenador. Se quitó los auriculares cuando me vio entrar y me sonrió.
               -¡Ya has vuelto!
               -¡He vuelto! Tengo muchísimo que contarte.
               -¡Pues ya era hora! Tenía muchas ganas de que vinieras.
               -Oish, Shash-gimoteé, abrazándola. Le di un beso en la mejilla y ella hinchó los carrillos-. ¿Preparo unas palomitas? Esto va a ser mejor que una peli.
               Shasha se echó a reír.
               -¿Traes la cuenta de los orgasmos que has tenido, o la vas a hacer sobre la marcha?
               -La haremos sobre la marcha, que así es más divertido.
               -Entonces, tendremos que tener cuidado.
               -¿Por qué?
               Shasha sonrió, tímida, e incluso se puso colorada. Se me cayó la mandíbula al suelo y se me salieron los ojos de las órbitas.
               -¡NO! ¿QUÉ? ¡SHASHA!-chillé, y ella se rió, nerviosa, y se puso más roja aún-. ¡LO MÍO PUEDE ESPERAR! ¿Te has…?-la señalé con el dedo índice, y ella asintió, tímida-. ¡NO!-repetí, estupefacta-. ¡No me digas! Pero… ¿cómo…? ¿Por qué? ¿Pensando en quién?
               -En nadie. Pensando en nadie. Simplemente, tenía curiosidad. Pensé… “si a Sabrae le gusta tanto como para estar acicalándose todo el día, supongo que el sexo no puede estar tan mal”. Así que, bueno… ayer por la noche, papá y mamá estaban viendo una peli; Tommy y Scott jugaban en el sótano, y Duna estaba dormida, así que… recordé lo que me dijiste de cómo había sido la primera vez que tú lo hiciste. Y lo puse en práctica.
               -¿Y qué tal?
               -Genial. Simplemente genial. Ahora entiendo muchas cosas. Pero venga, empieza a contarme, zorrupia-instó, haciéndome hueco en la cama-. Ahora tienes una responsabilidad conmigo. Tú tienes la culpa de que… bueno, haya hecho eso. Así que es tu deber mantenerme bien informada de todos y cada uno de tus movimientos sexuales.
               Me eché a reír, le di un sonoro beso en la mejilla a Shasha, la achuché entre mis brazos, y luego, empecé a hablar a borbotones, con la idea mágica de que ese fin de semana, a la vez, las dos habíamos dejado de ser niñas, cada una a su manera.
              

Era un puto cobarde, lo sabía, pero tampoco era gilipollas. Desde el momento en que salimos de mi casa, el hechizo se había roto. Yo había hecho lo posible por aferrarme a todos y cada uno de los pedazos de lo que habíamos tenido, esa preciosa ilusión, pero cada vez se habían hecho más pequeños hasta que ya me era imposible sostenerlos. Se escurrían entre mis dedos como gotas de agua o granos de arena. Por mucho que cojas, a la larga te quedas sin nada.
               Y yo sabía que eso era lo que nos terminaría pasando. Ella se iría a su casa, yo me quedaría solo con mis pensamientos, y todo se destruiría. Lo que habíamos tardado meses en construir se había difuminado en segundos.
               Y era tan jodidamente cobarde que quería marcharme dejándoselo todo claro. No era ella, sino yo. Era mi culpa que tuviéramos que alejarnos. Por eso me despedí de ella diciéndole que la quería, porque quería que supiera que mis sentimientos no cambiarían por mucho que me alejara de ella. Que, si me alejaba, sería por amor y no por indiferencia. Me dolería más de lo que había dolido nada en mi puta existencia.
               Estaba bien con ella, estaba tan bien… y ella conmigo. Estaba tan bien que me lo pasaría todo, absolutamente todo. Cuando nos despedimos, no me mencionó lo que había pasado, y yo supe que si no lo hacía, era porque no le daba importancia. Y la tenía, joder. La tenía. Que yo tenía el historial que tenía, joder, el puto origen que tenía. Había salido de un hogar en el que la violencia estaba a la orden del día; que yo empezara a ejercerla no era algo que se pudiera pasar por alto. Mis genes estaban despertando, y no podía permitir que el monstruo que llevaba dentro se hiciera fuerte, o que el veneno que componía la mitad de mi sangre emponzoñara la otra mitad.
               Jordan caminaba a mi lado, completamente ajeno a la lucha de fuerzas titánicas que había en mi interior. Mi corazón me decía que tenía que acercarme lo bastante a ella como para que su luz quemara las tinieblas que me devoraban ya por dentro; mi cerebro, que la luz y la oscuridad son un todo indivisible y que no había manera de que Sabrae vendiera eso, pues hasta la más luminosa de las estrellas proyectaba alguna sombra. Mi amigo me dejaba luchar en silencio con esos demonios que habían ganado fuerza a medida que yo iba creciendo, aprendiendo de mí como el más disciplinado de los enemigos, que conoce a su rival como la palma de su mano en el momento en que entra en batalla. Aquélla era una guerra que yo no iba a ganar.
               Y me jodía. Me jodía muchísimo, porque estaba enamorado de ella. Me había vuelto jodidamente adicto a lo que me hacía sentir cuando estaba conmigo, su delicioso cuerpo, a su armónica voz, a su celestial risa, y aquella mente tan preciosa como un palacio de cristal. ¿Por qué cojones tenían que pasarme estas cosas a mí? Mi fuerza de voluntad sólo era férrea en cosas pequeñas. Podía posponer placeres inmediatos por otros un poco más lejanos en el tiempo, pero no mucho más. En cambio, restringirme todo tipo de placer, lo que más feliz me hacía, para enfrentarme a un horizonte de miseria… por mucho que ella estuviera mejor así…
               Eres un puto cobarde, Alec. Sabes que no hay más soluciones. No deberías ni estar pensando en una excusa para seguir a su lado.
               Tenían razón. Joder, las voces de mi cabeza tenían razón: las que me decían que no valía nada, y las que me decían que lo valía todo. Yo, por mí mismo, no valía nada. Y yo, con Sabrae, lo valía todo por pura asimilación.
               -Estás muy callado-observó Jordan, consciente de que había algo que no encajaba. Cuando estoy feliz, normalmente soy incapaz de cerrar la boca. Vomito y vomito palabras como un géiser escupe agua o un volcán lava. Y yo estaba feliz. De verdad. Había tenido el mejor fin de semana de mi vida, con la chica de mis sueños, pero… el fin de semana con ella se había acabado, y ahora me tocaba despertar. Asentí despacio con la cabeza, ausente, y volví a asentir cuando Jordan me ofreció entrar en su cobertizo a echar unas partidas. Empujó la puerta y descolgó su abrigo, y yo me quedé allí plantado como un borrego, mirando las estanterías de videojuegos, la pequeña nevera con cervezas a la que se estaba dirigiendo él…
               … el sofá  sobre el que había conseguido que Sabrae había hecho squirting una vez.
               Lo peor de saber que lo mejor sería poner punto y final entonces no era que no volvería a tenerla nunca, o saber que ella se resistiría. Lo peor de todo era saber que Sabrae lucharía por no alejarse con uñas y dientes por el mero hecho de que nadie le había dado el placer que yo podía darle. Joder. Si hubiera aprendido todo lo que sabía de las mujeres sin tener que relacionar mi empatía con mi determinación a no ser jamás como mi padre…
               Jordan me tendió una cerveza, y se sentó en una de las esquinas de la U del sofá con los brazos abiertos, las piernas separadas. Me senté en la otra con las piernas bien juntas, la espalda arqueada, mis uñas tamborileando en el cristal húmedo por la condensación.
               Jordan sorbió por la nariz.
               -Eo. Tierra llamando a Alec-me lo quedé mirando sin conseguir identificarlo del todo. Estaba completamente ido. Alejarme de Sabrae me había desequilibrado el centro de gravedad. No. Desequilibrado, no; me lo había destruido completamente, y ya ni siquiera sabía dónde estaba, qué hacía allí, o lo más importante, por qué estaba allí-. ¿Qué pasa, tío?-Jordan se echó a reír, aunque en sus ojos identifiqué lo mucho que le preocupaba mi comportamiento-. ¿Estás sumido en tus recuerdos del polvo que habéis echado?
               Reí entre dientes, una risa apática, sin un ápice de felicidad. Tamborileé con los dedos en la cerveza y di un largo trago.
               -Sí. Algo así-murmuré, más para mí que para él. No podía dejar de pensar en ella. En sus gemidos. En sus caricias. En sus arañazos. Sus súplicas de que no parara. Sus jadeos. Sus gritos contenidos. Sus gritos a pleno pulmón cuando la casa era toda nuestra. Sus curvas… joder, sus malditas curvas. Yo era un esquiador, no un coche; necesitaba senderos de montaña, no autopistas.
               La necesitaba a ella.
               -¿Y qué tal?-preguntó Jordan, justo lo que yo necesitaba. Tenía esa maldita costumbre de dejar que todo me carcomiera por dentro, de no contarle nunca a nadie cuándo estaba mal. Eso era tan autodestructivo como fumar cinco cajetillas de tabaco al día, o meterse varias rayas de coca seguidas en una fiesta para mezclarlas después con alcohol. No había quien sobreviviera a aquello.
               Y la pregunta de Jordan era la mano amiga que te quitaba el mechero. La que esparcía la cocaína por el lavabo y te impedía esnifar. La que se llevaba la botella para que no pudieras terminártela.
               La válvula de escape que impedía que la presión subiera tanto que llegara a estallar.
               -Cojonudo-gruñí, reclinándome en el asiento y dando otro sorbo de la cerveza, odiando cada palabra de las siguientes que pronuncié-. Sobre todo porque la agarré del cuello en pleno polvo, y me dio por empezar a ahogarla.
               Di un sorbo de mi cerveza y, después, reuní toda la valentía que pude y miré a Jordan. Sus dientes inferiores asomaban en la cueva sonrosada de su boca, que tenía la abertura de una tubería perfectamente cilíndrica, y en sus cejas había un ceño.
               -¿Qué dices?-negué con la cabeza, clavando los ojos en la televisión que tantas alegrías me había dado. Deseé que hubiera algo interesante que ver en ella para así no tener esa conversación.
               -Pero… si tú jamás has hecho eso, Al.
               -Ya, ya-gruñí, abriendo tanto los ojos que podrían habérseme caído al suelo. Di otro sorbo y añadí-: tengo que decírselo a Scott.
               -Como se lo digas, Scott te mata.
               -¡Pues por eso! Soy peligro para ella, Jor. Él la convencerá de que no estemos juntos, porque yo no sé si voy a poder. Joder, todo esto es una puta mierda­-me pasé la mano por el pelo y negué con la cabeza, escondiéndola entre mis rodillas-. ¿Por qué ha tenido que pasarme a mí? ¿Por qué con ella?
               -A ver, Alec, no nos precipitemos, tío-Jordan dejó la cerveza sobre la mesa de los mandos y se inclinó hacia mí, salvando la distancia que nos separaba, haciéndome ver que estaba ahí para mí. Hala, otra persona a la que no me merecía-. No eres peligroso para ella, tío, ¿qué dices? Eres más bien… como un chihuahua.
               Saqué la cabeza de entre las manos y me lo quedé mirando. Esbozó una sonrisa estúpida que me dio ganas de borrársela a guantazo limpio. ¿Ves? Ahí estaba mi vena más violenta.
               -Un chihuahua-repetí.
               -Sí. Un chihuahua. Toca cojones y chillón, pero a la larga, no haces nada. No puedes hacer nada. Y tampoco quieres, porque eres bueno.
               -No podías haberme comparado con… ¡no sé! ¡Un puto golden retriever, o algo así, que son buenos e inofensivos y grandes, no! ¡Tenía que ser la puta rata que son los chihuahuas!-bramé.
               -Es que los golden retriever son rubios, y tú no eres rubio, Al-comentó Jordan con cierta severidad, y yo me levanté del sofá y me puse a pasear por el cobertizo.
               -Me cago en Dios. Me cago en Dios, Jordan… no me jodas, eh, Jordan… me cago en Dios… me cago en mi madre… la madre que te parió… no tenías mejor momento para tocarme los cojones… vete a la mierda… serás hijo de puta…
               -¿Te quieres tranquilizar? Sólo estaba intentando relajar un poco el ambiente, hijo. Estás tensísimo, parece que hayas visto a un fantasma. A ver, ven aquí-dio unas palmadas en el sofá-. ¡Eh! Te he dicho que vengas aquí, puto desobediente. ¿Estás sordo? ¡Siéntate aquí!-ordenó-. Y cuéntame lo que ha pasado. Tienes una afición a hacer de todo una bola que no es ni medio normal, macho. Pareces un puto guionista de telenovelas latinas. Menos mal que no quieres ser piloto ni nada por el estilo, ¡seguro que estrellarías el puto avión de puros nervios si te entrara una maldita mariposa en la turbina!
               Me lo quedé mirando, anonadado. Y, después, me eché a reír.
               -Eres gilipollas perdido, Jordan.
               -Puede ser. Viendo todo lo que te aguanto…-suspiró-. Venga, ven aquí. Siéntate y cuéntame qué ha pasado. Igual te estás volviendo puto loco por algo que hiciste en un episodio en el que te creías un amo dominante, o algo por el estilo.
               -Pues mira, antes de follar, vimos Cincuenta sombras de Grey. Pero no creo que tenga mucho que ver.
               -Eso lo decidiré yo. Vamos-instó, dando unas palmaditas en el sofá a su lado. Me senté, me froté las manos y le expliqué:
               -Verás, estaba jodidamente descontrolado. Jamás me había comportado así con una chica.
               -Me consta. Es el primer ataque de puta histeria que tienes conmigo en lo referente al sexo.
               -El caso es que… bueno, vimos la peli, como ya te he dicho, y, ¿adivina qué canción sale al final? Efectivamente. Earned it. Y nosotros ya estábamos follando a media película, así que pensamos… ¡oye, y si subimos y ponemos música de The Weeknd! ¿Qué puede salir mal? Así que, el caso es que subimos, ponemos la música… de The Weeknd-insistí, y él asintió con la cabeza-. Oh, vamos, Jordan. Re-ac-cio-na.  No te veo sorprendido.
               -¿Por qué debería estarlo? Se veía venir. Estás enamorado de ella, y nunca has follado con una chica de la que estuvieras enamorado, así que…
               -Ya, bueno, pues el caso es que me descontrolé con ella. Me convertí en un amo dominante, básicamente-me recliné en el sofá y parpadeé varias veces-. Me la estaba chupando con una técnica que… joder. Dios mío. Menos mal que tiene poca experiencia. Podría hacer que me corriera en tres segundos si tuviera más. Y, para colmo, estábamos frente al espejo de mi habitación.
               -Ajá.
               -Así que pude ver cómo se hacía dedos mientras me hacía una mamada. Una imagen bestial, hermano. Me volví puto loco, ¿sabes? Todo en mi cabeza se desconectó. Encima, estaba sonando High for this. En bucle. Imagínatelo. Yo, con la polla en la boca de Sabrae, viendo cómo se toca al ritmo de esa puñetera canción compuesta por el mismísimo demonio. Me descontrolé. Y una cosa llevó a la otra, y lo siguiente que recuerdo era que me la estaba follando con rabia, como si quisiera hacerle daño. Así que… ya me dirás qué hago.
               Jordan me sostuvo la mirada con determinación.
               -Yo no te voy a decir en voz alta lo que me estás pidiendo que te diga.
               -¿Por qué no? Necesito que me digas que estoy haciendo lo correcto. Que voy a hacer lo correcto, Jor.
               -Porque quiero que lo digas tú para que te des cuenta de la gilipollez que estás pensando, Alec.
               -No quiero hacerle daño, tío. A ella, no. Si fuera con otra, y pensarás que soy un cabrón y un hijo de puta por decirlo, me daría más igual. Pero con Sabrae, imposible. No soy bueno para ella.
               -¿Tan grande la tienes?-ironizó.
               -¡Vete a la mierda, gilipollas! Estoy jodido por dentro. Igual no rollo “cincuenta sombras de jodido” como el mamarracho de Christian Grey, pero jodido, de todas formas. Yo también tengo traumas infantiles, y no soy un puto millonario que pueda crear un juego de ellos.
               -No eres un puto millonario porque no quieres, Alec. ¿Nunca has pensado que no te dejas margen de perdón? ¿No te parece raro que llames a Dylan por su nombre, cuando es él quien te ha criado, así que es más tu padre que el tío que preñó a tu madre hace 18 años?
               -¡Qué más quisiera yo que Dylan fuera mi padre! Entonces no me dedicaría a asfixiar a las chicas con las que me acuesto.
               -Eres un exagerado-bufó Jordan, poniendo los ojos en blanco-. Sólo ha sido una.
               -Y con una es suficiente. Demasiado.
               Jordan suspiró, sacudió la cabeza y cogió su cerveza. Le dio un largo sorbo mientras yo le miraba, temiendo la pregunta que sabía que tenía que hacerle.
               -¿Crees que debería dejarla?-se volvió y me miró durante un largo minuto en el que no pronunció palabra. El silencio pesaba sobre mí como una losa-. Sí, pero no quieres decírmelo, porque sabes lo mucho que la quiero y no quieres herir mis sentimientos.
               -Lo tuyo es muy heavy, eh, tío. Te montas unas películas que ya quisiera el puto Scorsese. Creo que siempre te has preocupado demasiado por todo, y ahora es cuando estás dejando que el mundo lo vea porque todo te está superando, Al. Y es normal. Es la primera vez en tu vida que estás en serio con una chica, y eso tiene que ser un acojone flipante.
               -Es que… cuando no quieres tener nada con nadie es cuando encuentras a alguien con tenerlo todo. Y cuando no te planteas las cosas y encuentras a esa persona, empiezas a pensar en todo. ¿Y si quiero ser padre? Porque me lo he planteado. ¿Con quién tendría hijos? Con Sabrae. ¿Y si no soy lo bastante bueno? ¿Y si no lo soy en absoluto? ¿Y si… es genético?-noté cómo se me quebraba la voz al decir aquello, y Jordan se puso rígido-. Mamá empezó a cogerle miedo a mi padre cuando se quedó embarazada. ¿Y si tengo algo dentro que lo desencadena todo? Esto sólo puede ir a más. No quiero atarla a mí si soy peligroso.
               -¿Tú crees que eres peligroso?
               -No, pero tampoco pensé que fuera capaz de hacerle daño. Por eso… por eso necesito hablar con Aaron. Quiero saber… si él lo hace también. Así podré ir descartando.
               -Para, para, para. ¿Hablar con el subnormal de tu hermano? ¿Es que estás mal de la puta cabeza, Alec? ¿Has tenido la polla tanto tiempo dura que ya no te riega bien el cerebro?
               -Aaron es la única persona del mundo que puede tener la respuesta a esto que me está pasando.
               -¡Lo que te está pasando es que tienes una puta filia con el estrangulamiento y te acabas de enterar, Alec! ¡Es tan normal como la gente que se la casca viendo fotos de pies, o con porno de anime! ¿Qué bien puede hacer hablar con el psicópata de Aaron sobre las cosas que hace él en la cama o no?
               -¡Me despejará dudas!
               -¿A qué precio? Tío, no has oído nunca lo de “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”? ¿Qué bien puede hacerte Aaron aquí?
               -Si hablara con él, podría sonsacarle si él también lo hace. Necesito saber si es cosa mía nada más, o lo he heredado de mi padre.
               -¿Qué más dará?
               -¡DA, JORDAN!-troné-. ¡SI ES COSA MÍA, PUEDE QUE CONSIGA CONTROLARLO, PERO SI ME LO HA TRANSMITIDO MI PADRE…!-me quedé callado y un estremecimiento me dobló en dos. Jordan tragó saliva.
               -Te ahogas en un vaso de agua, Al. Ni siquiera sabes qué pasó realmente.
               -Lo sé de sobra-musité.
               -No, no lo sabes. Quizá fue sin querer. Quizá te apoyaste y apretaste como lo haces en las tetas de las tías, o… no sé. Cualquier cosa de esas. Te estabas dejando llevar. ¿Qué tiene de malo eso? Puede que fuera sólo un descuido.
               Me lo quedé mirando. Él no lo entendía. Pero lo iba a entender. Por mucho terror que me produjera decir aquella frase en voz alta, tenía que hacerlo, igual que en el mundo mágico se empezó a pronunciar el nombre de Voldemort.
               Decirlo en voz alta lo haría más real. Pero también lo volvería tangible. No puedes combatir una idea, pero algo que puedas tocar, sí.
               -¿En un descuido? Jordan… me corrí en el momento en que la agarré del cuello. Estrangularla fue lo que más me gustó.




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1 comentario:

  1. He empezado el capítulo en una nube y lo he terminado mazo triste. De verdad que me da mucha rabia que Alec piense constantemente tan mal de si mismo. El episodio de lo del cuello vale que fue un punto transcendental pero es que real que Jordan tiene mucha razón, este chaval se come muchísimo la cabeza y saca mucho las cosas de quicio. Lleva tanto tiempo con el miedo a ser como su padre que por una situación desafortunada ya se vuelve loco pensando que ya lo es. De verdad que espero que Sabrae le saque pronto esa mierda de la cabecita porque me da muchísima pena que piense así y sobre todo en alejarse de ella.

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