domingo, 27 de octubre de 2019

Theodore y Gugulethu.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Había hecho bien reservándose el baño para el último lugar. De habérmelo enseñado ayer por la noche, creo que no habría querido subir a su habitación y descubrir el único lugar de su casa que podría rivalizar con ella.
               Ante mí se abría una estancia luminosa y tremendamente amplia, de paredes del mismo mármol que componía las columnas griegas que daban la bienvenida a la casa y la sustentaban en el amplio vestíbulo del que nacían las escaleras en forma de paréntesis. Aquellas placas de colores arenosos te recordaban al palacio de algún emperador romano que no había conseguido pasar a la historia por ser su reinado tranquilo para su pueblo, y mantenían la armonía de la estancia con la eficacia de un buen fondo en cualquier cuadro. Sólo había una pared que no estuviera recubierta de aquel material: la amplia cristalera a través de la que se colaba la luz del sol, desprendiendo destellos de arcoíris en el suelo salpicado de unas cuantas alfombras en tonos arena, dorado y granate suave. Entre los huecos de los pequeños cristales que impedían que se viera nada desde el exterior, se formaba una vidriera unidireccional que te permitía ver el jardín desde cualquier punto, estuvieras en el excusado, lavándote los dientes y contemplándolo en el espejo, o  desde la bañera que presidía la estancia, que me esforcé para dejarla en último lugar.
               El baño era inmenso; puede que tuviera más de veinte metros cuadrados, y por aquí y allá había esparcidas pequeñas mesitas con macetas ocupadas por flores que combinaban con los colores de la habitación. En la pared contraria a la cristalera había un lavamanos que parecía surgir de la pared, con su propia cómodo y espejo incorporados. En una esquina, se encontraba el baño.
               Pero lo mejor de todo era la bañera: colocada estratégicamente cerca de la cristalera, se extendía en un rudo bloque que parecía arrancado directamente de la piedra, de formas irregulares en su contorno. El interior, sin embargo, estaba perfectamente pulido, primero por unas manos expertas y después por años y años de agua terminando de perfeccionar el trabajo. Un grito dorado con dos manillas para el agua caliente y la fría se situaba justo en el centro del bloque de piedra irregular.
               -¿Es…?-pregunté, acercándome con tanto respecto a la bañera que cualquiera hubiera dicho que había un cocodrilo en ella. Alec se estaba mordiendo la lengua con las muelas, por lo que sólo pudo confirmar mis sospechas con un:
               -Mfjé.
               Me volví para mirarlo. La bañera era de mármol de un rosa oscuro, con vetas blancas y doradas que delataban su origen de uno de los lugares más exclusivos de Italia.
               A pesar de que del techo colgaba una lámpara de araña que combinaba con los adornos dorados colocados aquí y allá por las paredes para darle un aspecto palaciego al baño, la que verdaderamente denotaba lujo era la bañera, perfectamente tallada en su parte útil, y perfectamente conservada en aquella que no servía para más que para adornar.
               Reparé de casualidad en que, al lado del bloque de la bañera, había una pequeña estantería, pero ni siquiera me fijé en su contenido. Estaba demasiado ocupada admirando el acabado perfecto del interior de ésta, lo cuidados que estaban los grifos, y los escalones sutilmente tallados en el exterior para facilitarte la entrada en ella. Ya desde la puerta podías apreciar que era inmensa, pero vista desde cerca era aún más impresionante: no sólo sus colores y sus formas te hacían pensar en el esplendor de Roma, sino que el tamaño y el corte te invitaban a compartirla con alguien.
               Con su metro casi noventa de estatura, Alec podría perfectamente tumbarse dentro de la bañera y flotar haciéndose el muerto sin tocar ninguno de los bordes. Más que una bañera, parecía una minipiscina de lujo.
               Me giré sobre mis talones, estudiando los diseños del techo, que se alejaban de los rectángulos nada desdeñables de las paredes, convirtiéndose en intrincados brocados que harían llorar a cualquier novia musulmana. Nosotras no nos poníamos los velos de las cristianas, sencillas telas de gasa blanca, sino que nos adornábamos en nuestro gran día con encajes de oro y plata más parecidos a los de los mantones de las vírgenes cuya religión era un poquito más antigua que la nuestra.
               Alec cerró la puerta, uno de los pocos elementos de madera de la habitación, junto con los cajones del lavamanos, y las mesillas redondas de entre las esquinas. Percibí entonces el perfume de las flores: peonías de pétalos blancos que acababan en puntas doradas. Mi chico se metió las manos en los bolsillos del pantalón y yo me di cuenta entonces de que volvíamos a estar solos.
               -No me extraña que tardaras en enseñármelo-comenté, volviendo a girarme sobre mí misma. La dorsal WHITELAW 05 resplandeció un segundo en el reflejo del espejo del lavamanos-. Seguro que ahora estás pensando cómo vas a hacer para conseguir que me vaya a mi casa.
               -Si supiera que enseñándote el baño querrías mudarte aquí, te habría traído derechita nada más llegar-respondió, y yo sonreí, inclinando la cabeza a un lado.
               -Ten cuidado, Al: puede que te tome la palabra.
               -Lo digo en serio-respondió con una sorprendente determinación que me dejó sin aliento-. Puedes venir a mi casa siempre que quieras. A mi habitación, al baño, a la cocina, o a donde se te antoje. Incluso cuando yo no esté. ¿Vale?-a medida que había ido hablando, se había acercado a mí, salvando la distancia que nos separaba, y me tomó de la mandíbula. Sus ojos ardían con una pasión tierna que muy pocas veces le había visto, y que sin embargo me resultó tremendamente familiar.
               Los Malik queremos con todo lo que tenemos, pensé para mis adentros. Pero los Whitelaw lo hacen con la tranquilidad de saber que tienen todo el tiempo del mundo.
               Supe que era eso lo que me estaba ofreciendo él, incluso aunque no lo supiera: todo el tiempo del mundo.

               -Prefiero estar contigo a estar en tu habitación-respondí, acariciándole la muñeca de la mano que tenía en mi mandíbula. Me pasó el pulgar por los labios y yo sentí que aquella caricia descendía por mi interior hasta encender una chispa en mi entrepierna. No habíamos tenido suficiente sexo. Jamás tendríamos suficiente sexo.
               -Quiero que hagamos lo que tu madre esperaba que hiciéramos cuando nos dijo que viniéramos aquí.
               Alec hizo algo que me obligó a ponerme de rodillas frente a él: se mordió el labio. Lentamente, con los ojos fijos en los suyos y sabiendo que iba a disfrutar de lo que tenía en mente, fui descendiendo y descendiendo hasta que mis rodillas tocaron el suelo helado. Me estremecí de pies a cabeza, cerrando un momento los ojos. Cuando los abrí, los de Alec se habían oscurecido. Me acarició la mejilla con la mano al completo, tanto yemas de los dedos como palma.
               -¿No es un poco pronto para que le hagas más caso a tu suegra antes que a tu novio?
               Sonreí.
               -Pero tú no eres mi novio.
               -Así que mi madre no es tu suegra-replicó, ágil como una gacela. Me eché a reír, le acaricié los muslos, muy cerca de su entrepierna, y vi cómo despertaba-. Saab, para. Quiero que disfrutes.
               -Disfruto con esto-respondí, llevando mis manos, ahora sí, a su sexo, que se espabiló incluso más con el contacto. Todo su cuerpo le estaba diciendo que me dejara hacer, pero él era terco como una mula.
               -¿No crees que ya hemos tentado demasiado a la suerte? Nos hemos cambiado los roles demasiadas veces esta noche.
               -Ya no es de noche-tiré un poco de sus pantalones y jugué con la goma de sus calzoncillos. Mis manos siguieron el contorno de su miembro cada vez más duro y más grande. Rió entre dientes, se pasó una mano por el pelo y respondió:
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -No me apetece jugar, Al.
               -A mí tampoco, Saab.
               -¿Qué me estás pidiendo? ¿Que pare?-inquirí.
               -Sólo quiero que me dejes enseñarte el último rincón de mi casa que te queda por conocer-contestó, acunando mi mejilla. No debería ser tierno. Debería estar follándose mi boca como un condenado. Era lo que me apetecía, y eso que yo ya estaba sexualmente satisfecha: se había encargado de ello nada más despertarnos.
               -Como te acabo de decir-ronroneé, pasándole las manos por la cintura y llegando hasta su culo, al que le di un apretón-: no es tu casa lo que más me interesa.
               Se echó a reír.
               -Tengo que decirte que no quiero para que pares, ¿verdad?-preguntó, y yo asentí.
               -Pero sí quieres-le sobé el culo y descendí por sus piernas. Le di un beso sobre la tela de sus calzoncillos, y él se echó a reír, me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la vista.
               -El día que no quiera, entiérrame antes de que empiece a oler-los dos nos reímos. ¡Bien, había ganado!
               O no… sus ojos ascendieron de nuevo por mi cara, clavándose en un punto por encima de ella.
               -Pero me apetece más pasar otro punto de no retorno contigo. Te prometí que te enseñaría mi casa, y hay algo que no te he enseñado aún. Y hay algo que tú no has terminado de enseñarme.
               -Que es…
               -Tú. Desnuda. Bañándote-reveló, y yo abrí los ojos como platos. El que no corre, vuela, pensé. ¿Cómo podía haber dudado de las intenciones de Alec? Tenía la libido a la misma altura que yo, y los años que me sacaba también eran un plus de astucia, así que cuando yo había visto la oportunidad de hacerle una mamada en el baño, a la luz del sol pero la vista de nadie, él había pensado más a lo grande y había decidido que la bañera no sólo era lo bastante grande como para flotar en su interior: también lo era para que yo me abriera de piernas para él-. Dejándome verte, y pasando otro punto de no retorno conmigo.
               -Ya lo hemos medio hecho en la ducha-comenté con el ceño fruncido, y él negó con la cabeza y señaló la bañera con el dedo índice.
               -Mi madre me metía en esa bañera cuando yo era pequeño. Es de los primeros recuerdos que tengo.
               Me quedé helada. No era en eso en lo que estaba pensando. Quería que me hiciera suya en ella ahora que sabía que ésa era su intención, pero nunca pensé que pudiera tener tanto valor sentimental para él. Mis primeros recuerdos eran muy importantes y especiales para mí, y lo poco que recordaba de los baños con mis padres cuando era poco más que un bebé eran de los recuerdos más puros y felices que tenía. Uno de mis mayores tesoros.
               Que Alec quisiera compartirlos conmigo me daba muchísimo respeto, incluso vértigo, me atrevería a decir. No estaba segura de si yo estaría dispuesta a hacer lo mismo con él. Por mucho que le quisiera… había un espacio en el que quería seguir estando sola, ser importante por mí misma. Como mis tardes de repostería, mis baños de infancia eran sagrados. Los de Alec también debían serlo, igual que sus desayunos.
               Por supuesto que quería bañarme con él, disfrutar de una de las mejores escenas de película romántica: los dos amantes metidos en la bañera, cubiertos de espuma, bebiendo champán y tomando bombones mientras se ríen y charlan sobre la vida, sus miedos, sus sueños, sus anhelos, y unos planes de futuro que Alec y yo ya estábamos escribiendo a pesar del tremendo punto y aparte que sería el verano, cuando él se fuera al voluntariado.
               -¿Quieres entrar?-me invitó, y yo miré la bañera primero, y luego a él.
               -¿Estás seguro?
               Sorprendentemente, no podía decirle que no. No sabía cómo me las había apañado para hacerlo hacía un mes, cuando me había pedido salir formalmente y yo le había rechazado. Ahora era incapaz de negarle nada: lo único que podía hacer para resistirme a sus planes era encontrar un mínimo rincón de reticencia y anclarme a él con toda la fuerza posible.
               Notó las dudas y la preocupación en mi voz como sólo él podía leerme, y de nuevo me dio un toquecito en la mandíbula.
               -Ahora eres la mujer más importante de mi vida, y no se me ocurre un sitio mejor para crear otro primer recuerdo contigo como esa bañera, ni otro momento más adecuado que éste.
               Sonreí y le acaricié las piernas despacio, conteniendo el impulso de abrazarme a él. Mis ojos chispearon cuando bromeé:
               -Quieres volverme loca y la única forma que se te ocurre es mandarme señales contradictorias, ¿verdad?-él se echó a reír con una preciosa risa musical, y luego, como el caballero que era en la cama y también fuera de ella, por mucho que tuviera de vez en cuando algún desliz o me susurrara todo tipo de guarradas cuando estaba dentro de mí, o me lo hiciera con tanta rudeza que pensaría en medio del sexo que no podría sentarme en una semana, Alec me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Me apartó el pelo de la cara, colocándome un mechón detrás de una oreja, y una sonrisa preciosa se extendió por su boca.
               -Eres tan bonita…
               -Pues espera a ver esto-contesté, saliendo de las zapatillas, bajándome los pantalones, y sacándome la sudadera por la cabeza. Me quedé casi desnuda frente a él, sólo cubierta por sus calzoncillos, con los pies descalzos y los pechos al aire. Jamás había sido tan vulnerable delante de alguien como cuando me quitaba la ropa, y jamás me había sentido tan segura de que estaba haciendo lo correcto cuando lo hacía delante de Alec. Él siempre sabía estar a la altura de las circunstancias, y esta vez no fue una excepción: me acarició los pechos con la palma de la mano, sopesándolos, y se inclinó para besarlos, haciendo que me estremeciera de pies a cabeza.
               -Tan bonita…-repitió con un suspiro, y yo sonreí.
               -Y toda para ti.
               Me devolvió la sonrisa y empezó a quitarse la ropa: primero la chaqueta, después la camiseta, a continuación los pantalones. Se quedó con la misma ropa que yo llevaba puesta, y a pesar de que él me sacaba varias cabezas, en ese momento éramos iguales, tanto en indumentaria como en sentimientos. A los dos nos encantaba estar frente al otro de aquella forma.
               Le di un suave apretón en la mano y me di la vuelta. Abrí el grifo dorado, del que empezó a salir agua que enseguida fue humeante, y me acerqué al lavamanos para buscar una goma de pelo con la que hacerme un moño. Mientras tanto, Al recogió la ropa del suelo, la colocó al lado del grifo, donde el mueble se extendía para poder dejar lo que necesitaras durante tu sesión de baño, y sacó una bolsita de tela con algo en su interior que desprendía un fuerte aroma afrutado. Lo dejó a mi lado y sacó mi móvil del bolsillo de su sudadera, del que yo me había olvidado por completo.
               Se me quedó mirando en silencio, estudiando mi rostro en el reflejo del espejo, mientras yo terminaba de enrollarme el pelo en torno a la goma y perfeccionaba mi moño. Con una sonrisa pícara en los labios, me solté un par de mechones que le hicieron alzar una ceja.
               -Son para ti-expliqué, notando cómo me hacían cosquillas en la espalda. Alec se rió, asintió con la cabeza, y se mordió el labio cuando yo me bajé los calzoncillos, quedándome completamente desnuda a su lado, sin apartar mis ojos de los suyos en el reflejo del espejo. Disfruté de cómo él le echaba un vistazo a mi cuerpo en vivo y en directo y suspiraba largamente. El nivel del agua ya había ascendido a la mitad de la bañera, así que caminé hacia ella sin contonearme (no podría hacerlo ni aunque quisiera en un momento tan íntimo), subí los escalones de uno de los laterales y me metí en el agua caliente, que me lamió la piel y me sensibilizó para lo que estábamos a punto de hacer. Cuando me hube sentado con las piernas dobladas en el interior y el agua me cubrió un poco por debajo de la clavícula, me giré y le sonreí a Alec, que se me había quedado mirando embobado.
               No hay nada como que un chico que haya visto desnudas a cientos de chicas antes que tú, todas más guapas, más altas y más perfectas, se quede sin aliento cada vez que te quitas la ropa para él. Si Al no existiera, tendríamos que inventarlo.
               -¿No vienes conmigo?
               Sonrió, asintió con la cabeza, extrajo su móvil del interior de sus pantalones, y se acercó a mí. Colocó los dos teléfonos en un soporte dorado que había pegado a la bañera, salido directamente del mármol, más pensado para colocar una pastilla de jabón que dos teléfonos de última generación. O al menos, eso creía yo, hasta que vi que Alec giraba una tapita de cristal de la parte de debajo de dicho soporte y la colocaba con cuidado encima de los teléfonos, creando un cubo de base dorada y techos de cristal, un poco como el invernadero.
               -Creía que no llevabas el teléfono encima-susurré, acariciándole el pecho y dejando dos ríos descendiendo por su piel aún seca.
               -Eso es porque no sabes que te he estado haciendo fotos todo el tiempo en el invernadero. No podía perder la oportunidad de fotografiar a mi flor favorita entre sus amigas.
               Sonreí.
               -Métete en el agua, tonto-ronroneé, y él no se hizo de rogar. Lentamente, se bajó los calzoncillos, liberando por fin su miembro, y se metió en la bañera sin tan siquiera utilizar los escalones: ventajas de levantar más de un palmo del suelo.
               Me acerqué a él como un cocodrilo se acerca lentamente a la orilla para acechar a las cebras, pero yo no fui tan sutil: lo hice por encima del agua, dejando intuir mis intenciones. Me apoyé en los bordes de la bañera para poder acercarme más a su boca, y empecé a besarlo despacio, con el sonido del agua como única banda sonora.
               -Te deseo.
               -Y yo a ti-respondió contra mis labios, capturando el inferior con sus dientes. Jadeé y me pegué un poco más a él, dejando que mi cuerpo reposara sobre el suyo. Se notaba. Se notaba que su cuerpo buscaba el mío, que su sexo se endurecía poco a poco y que su respiración se iba acelerando.
               -¿Hacemos el amor?-pregunté, esperando que me respondiera alcanzando una caja de condones que forzosamente tenían que estar escondidos en el pequeño armario de suelo que había entre la cristalera y la bañera. Más que una pregunta, era una petición: por favor, empecemos ya. Hace demasiadas horas que no estás dentro de mí.
               Sin embargo, Alec se detuvo en seco y se puso tenso en el acto mientras yo me dedicaba a darle besitos por el cuello.
               -Puedo…-empezó, porque era un caballero en todos los sentidos. Me iba a poner por encima de él una vez más, pero había un problema: yo no quería estar encima de él. Quería estar a su misma altura.
               -No quiero que me des placer. Quiero que nos lo demos juntos. El marcador de orgasmos está demasiado inclinado a mi favor-le acaricié los hombros-, pero no quiero renunciar a hacerte mío aquí.
               -No tenemos condones-espetó, y yo arqueé las cejas.
               -¿Me estás diciendo en serio que esta bañera es virgen?
               -A ver, Sabrae… yo no sé lo que hace mi madre con Dylan cuando entran aquí juntos, pero como comprenderás, cuando tienes un apellido y una hija en común, los condones dejan de estar en tu lista de la compra.
               Miré el pequeño armario de puertas correderas translúcidas. En su interior había rectángulos de colores que bien podrían haber pasado por cajas de condones, pero no tenía sentido que Alec me dijera que no los teníamos si estaban al alcance de la mano.
               Como si estuviera leyendo mis pensamientos, Alec estiró la mano y deslizó una de las puertas para mostrarme lo que había en el interior del pequeño armario: en lugar de cajas de cosméticos de todos los colores como yo me esperaba y sería lógico, lo que más imperaba eran lomos de libros de todos los tamaños. Había unos más altos, otros más bajos: tomos increíblemente gruesos y otros que parecían más bien pequeños folletos. Me giré para mirarlo.
               -No tenías por qué haber hecho eso. Sé que no vas a mentirme, y mucho menos con respecto a eso.
               Se reclinó en la bañera hasta quedarse apoyado en ella como el dueño y señor del universo que era; por lo menos, del mío.
               -Es que me encanta la cara que pones cuando piensas que tienes razón y no es así.
               Puse los ojos en blanco.
               -Seguro que lo estás haciendo a posta, ¿verdad?-me alejé un poco de él y me apoyé en el borde de la bañera, justo al lado de los libros.
               -No pensaba que fueras a querer follar delante de mis padres-se defendió-. Ni que fueras a seguir a mi madre como un dócil corderito por la casa. Y no soy tan tonto como para dejar una caja de condones por aquí, donde mi hermana puede cogerlos y pincharlos sin que me entere.
               -Mary no es tan cabrona.
               -Mary nos robó todos los condones, ¿recuerdas?-me dio un toquecito en la sien-. Hizo que tuviéramos que interrumpir el polvo para ir a la farmacia.
               -Y allí compramos un gel con el que yo hice squirting. Nos ha hecho un favor. ¿Qué pasa?-pregunté al ver que había esbozado su sonrisa de Fuckboy®. A mí no me podía decir que no íbamos a hacer nada y luego sonreírme de esa manera; conseguiría que me explotara una vena en el cerebro.
               -Es la primera vez que dices “squirting” sin ponerte colorada.
               -Si no me asustan las cosas que me apetecen hacerte aquí metidos-ronroneé, acercándome de nuevo a él-, una simple palabrita no va a hacerlo. Pero que lo sepas, Al: por mucho empeño que pongas en ello, no pienso irme de tu casa sin volver a chupártela. Quedas advertido.
               -¿Por qué crees que me estoy resistiendo tanto? Si no me hiciera el duro y hubiera dejado que me la chuparas ahí, de rodillas, como más me gusta verte-señaló el lugar donde me había puesto de rodillas frente a él-, podrías haberte marchado sin haber entrado en la bañera.
               -No iba a renunciar a un baño aquí ni loca. Imagínate las ganas que tenía de meterme aquí, si estoy dispuesta a compartirla contigo…-le pinché, y él me salpicó con el agua. Me eché a reír y me pegué a su pecho, tumbándome de costado sobre él y dejando que el agua me lamiera la piel de los hombros-. Al, ¿me serás sincero si te hago una pregunta?
               -Lo soy siempre, bombón.
               -¿Te gusta cómo te lo hago?-pregunté, y levanté la vista-. Ya sé que no tengo mucha experiencia y con la experiencia es como se mejora, pero… me dices muy pocas veces qué es lo que quieres que te haga, o cómo mejorar. No vas a herir mis sentimientos si me das más indicaciones-froté la mejilla contra su pecho-. De hecho, me gusta cuando me dices qué es lo que quieres que te haga.
               Rió por lo bajo y asintió con la cabeza.
               -Lo tendré en cuenta, bombón, pero, ¿no te has parado a pensar en que me gusta que hagas lo que te apetezca? No quiero que seas una máquina, sino una chica que me pueda sorprender.
               -¿Y lo hago?
               -Buah. Ya lo creo. Sinceramente, pensé que lo harías peor. No lo has hecho muchas veces, ¿no?
               -Es que antes no me gustaba. Pero ahora, contigo, me encanta-sonreí-. Sobre todo al final, cuando estás a punto de terminar. Siento que te vas soltando a medida que pasa el tiempo…
               -Lo cual es verdad.
               -… y terminas haciendo lo que a ti te apetece. Que es lo que quiero que hagamos: lo que nos apetezca a los dos. No sólo a mí.
               Frunció el ceño.
               -Pero si ya lo hacemos.
               -Ya. Bueno. Sólo quería aclararlo. Que sepas que me gusta que te sueltes de vez en cuando. No tienes por qué estar controlándote siempre. Me encanta que te vuelvas loco y te desates.
               Sus ojos se oscurecieron y su boca formó una fina línea mientras pensaba. Frunció el ceño involuntariamente y me preguntó, quizá en un tono más duro del que pretendía:
               -¿A qué viene esto, Sabrae?
               -Sólo quiero hablar.
               -¿Sobre…?
               -No te pongas a la defensiva.
               -No estoy a la defensiva-discutió-. Es que no entiendo adónde quieres llegar.
               Me separé de él, cerré el grifo y apoyé la espalda en el lado contrario de la bañera.
               -Hemos hecho cosas peores que lo de ayer, y ninguno de los dos se ha escandalizado, ¿sabes? Creo que ninguno de los dos reaccionó bien cuando… bueno...-me aparté uno de los mechones de pelo detrás de la oreja-. Cuando pasó eso.
               Alec tamborileó con los dedos en la bañera, los ojos en mí.
               -¿Ahora resulta que la culpa de todos mis putos traumas infantiles la vas a tener tú, cuando ni siquiera habías nacido cuando a mi madre le pasó lo que le pasó?
               -Sólo intento decir… estoy segura de que en todas las parejas hay cosas que se hacen durante el sexo que a uno de los dos no le gusta. Y no pasa absolutamente nada. Yo no debería haberme asustado como lo hice. Tú no me harías daño nunca. No hay más que ver cómo te comportaste en cuanto te dije que no me gustaba lo que estabas haciendo. Si hubieras sido malo… si esto viniera de un trauma… no habrías parado. Te habría gustado más que yo luchara.
               Volví al centro de la bañera y Alec vino a mi encuentro. Tenía su pecho frente al mío, estábamos a centímetros de distancia. Paseé un par de dedos por sus pectorales.
               -No quiero que me trates como un muñequita de porcelana, ni como una mojigata. No soy ninguna de esas dos cosas. Me gusta que te descontroles. Me encantó la forma en que follamos con The Weeknd de fondo, porque por primera vez sentí que estábamos haciendo lo que a ti te apetecía en lugar de lo que pensabas que yo quería. Me gusta hacer el amor, pero un poco de sexo duro de vez en cuando tampoco va a estar mal.
               Levanté la mirada y me atreví a mirarlo a los ojos.
               -¿Te corriste anoche, Alec?
               Él bufó sonoramente.
               -¿Podemos… correr un tupido velo sobre lo que pasó ayer, por favor?
               -Yo sólo… no quiero que te preocupes por cosas que no tienen importancia. Porque no la tiene-le aseguré, acariciándole los hombros.
               -Ni yo que te preocupes por cosas que no tienen importancia.
               Se inclinó para besarme, intentando que yo no me diera cuenta de que no me había respondido.
               -Pero para mí es importante que tú te corras, igual que que lo haga yo lo es para ti. Así que, ¿lo hiciste?
                Alec apartó la mirada, tomó aire profundamente y lo soltó despacio por la nariz, tratando de reunir toda la paciencia que le quedaba, a pesar de que yo no estaba haciendo nada de eso por molestarlo. No quería que se cerrara en banda conmigo, sino que habláramos las cosas, arrancarlo de las garras con que sus demonios lo asían tan fervientemente. Pero él no lo veía así: al querer protegerme de ellos, por pensar que eran más poderosos, se veía atrapado en una jaula cuya llave habían tirado al mar. Estaba en una encrucijada, y tenía que tomar una decisión: salvarse, y ponerme a mí en peligro; o salvarme a mí, sacrificándose él.
               Como siempre hacía y como siempre seguiría haciendo, decidió no preocuparme. Y, para no preocuparme, me mintió.
               -Sí.
               Tragué saliva y asentí despacio con la cabeza. Me dolía que no confiara en mí lo suficiente como para ver lo fuerte que era: lo bastante como para destruir todo aquello que le hiciera daño, incluida la parte de él que tenía tan enraizada en su interior que le era imposible no escucharla, y que le decía que no sería suficiente nunca, y mucho menos suficientemente bueno.
               Le notaba abstraído, ausente, tan alicaído que me daban ganas de llorar. Me acerqué un poco más a él, de forma que mi boca estuviera a centímetros de la suya, y busqué su mirada. Tenía toda la presión del mundo sobre sus hombros: no es plato de buen gusto de nadie tener que mentirle a tu pareja sobre si realmente habías  llegado al orgasmo con ella, y seguramente se sentía el doble de mal porque era la primera vez que le pasaba. Estaba segura de que jamás ninguna otra chica le había cortado tanto el rollo como para no terminar con ella, y que yo hubiera sido la que había inaugurado la lista tenía que hacerle muchísimo daño.
               Me propuse animarlo, y para ello, qué mejor instrumento que mi cuerpo. Froté mi nariz con la suya y le di un suave beso en los labios.
               -Tú, lo que necesitas, es una buena sesión de…-le di otro piquito y seguí la línea de su mentón en un reguero de besos que descendieron por su cuello. Alec se estremeció.
               -Por favor, no digas sexo.
               -Iba a decir “mimos y cuidados intensivos”-respondí, inclinándome hacia el borde de la bañera, donde Alec había dejado el saquito con sales minerales con olor a frutas, y vertiendo un poco de su contenido en el agua-. Y estás de suerte, porque da la casualidad de que mis baños de cuidados intensivos son famosos a lo largo y ancho de Inglaterra-le sonreí, y él entrecerró los ojos.
               -¿Qué pretendes?
               -Nada. Simplemente consentir un poco a mi novio en funciones-me encogí de hombros y abrí los brazos-. Ven. Te daré uno de mis masajes legendarios, se te olvidará todo y te quedarás como nuevo. Tranquilo, la primera sesión es de prueba, así que no te voy a cobrar por ella.
               -Qué suerte la mía-ironizó, pero se acercó a mí, se acurrucó sobre mi pecho y se hundió lentamente en el agua, de forma que sus hombros quedaran a la altura de mis codos y pudiera así masajearlo. Por mi parte, me incorporé un poco más por detrás de él, acodándome en la bañera, y cogí un poco de gel de ducha para hacer una espuma con la que masajearlo. Cuando mis dedos se posaron sobre sus músculos y empezaron a ejercer la presión que había aprendido a base de practicar con Scott y con Shasha, noté que el cuerpo de Alec se relajaba. Sus pies asomaron por el otro extremo de la bañera, y cerró los ojos mientras yo tocaba todos los puntos duros de sus hombros, aliviando la tensión en ellos y deshaciendo los nudos que notaba en sus músculos.
               Gimió cuando conseguí librarme de una contractura particularmente difícil y se estremeció de pies a cabeza, haciendo que el agua bailara sobre nosotros en un bamboleo de mareas rápidas como las nubes durante una tormenta. Le besé la cabeza.
               -Dime si te hago daño.
               Negó con la cabeza y yo seguí con lo mío. Cuando noté que ya no había tensión en sus hombros y parecía relajado, le rodeé el costado con los brazos y le di un beso en la nuca, en el nacimiento del pelo.
               Alec estaba mirando por la ventana, y los cristales a través de los que se colaba la luz dibujaban formas simpáticas en su cara, esculpiéndola con sombras tan sutiles como el perfume de una mujer que acaba de abandonar una estancia. Estaba guapísimo, distraído, etéreo, en un mundo en el que yo no podía alcanzarlo, ni tampoco quería. Me conformaba con admirarlo desde la distancia de centímetros que separaba nuestros corazones, sólo piel y músculo haciéndoles de barrera.
               -No quiero ser como mi padre-terminó por decir, con una pizca de miedo en su voz, lo cual requería muchísima valentía.
               -Yo no te dejaré ser como tu padre-le aseguré, acariciándole los brazos y entrelazando sus dedos con los míos. Alec miró nuestras manos unidas.
               -Pero si me acabas de decir que te gusta que te trate…
               -No puedes ser como tu padre-sentencié, firme-, porque no eres tu padre. Ni siquiera le conoces. La genética no pinta nada aquí. Puede que seas guapo gracias a él, pero te ha criado tu madre. Eres un caballero porque ha sido ella la que ha estado moldeándote mientras crecías. ¿No crees que serías un monstruo si hubieras estado con él?-pregunté, y él me miró desde abajo-. Claro que sí. Y no habrías parado si yo te lo hubiera pedido. Lo habrías disfrutado incluso más. Pero no lo eres. Tú eres bueno. Paraste, que es lo que cuenta.
               -Pero tengo esa predisposición-replicó, tozudo y preocupado, y yo suspiré.
               -¿No podemos dejar de estar a la sombra de nuestros padres, aunque sólo sea un ratito? Quiero que me dé la luz-levanté nuestras manos juntas y las hice girar, de forma que las gotitas de agua de entre nuestros dedos capturaran mil arcoíris-. Estamos hechos para estar a la luz cuando estamos juntos. ¿No podemos ser simplemente… Theodore y Gugulethu mientras estemos en esta bañera? Nada del nombre que aún llevabas cuando eras hijo suyo, ni del que mi hermano me puso nada más conocerme. Los nombres que elegimos después de un período de reflexión, los que verdaderamente nos representan.
               Se quedó callado, jugueteando con el agua.
               -Alec significa “protector”-reflexionó, y yo sonreí y le di un achuchón.
               -Hasta los médicos se ponen enfermos y necesitan que les curen de vez en cuando-respondí con cariño, dándole un beso en la mejilla. Alec se mordió el labio, pensativo-. ¿Qué? ¿Ahora vas a decirme que Theodore significa “monstruo infernal”, o algo así?
               -En realidad…-frunció el ceño-. Creo que significa “regalo de Dios”.
               -¿Crees?-me eché a reír-. No finjas que no lo has buscado en Google alguna vez.
               -No. Pero es griego. Y yo hablo griego-me recordó-. Doro es “regalo”, y theó es “dios”.
               -Eso explicaría cómo me has llovido del cielo-comenté, cariñosa, dándole otro beso en la mandíbula. Alec suspiró.
               -No quiero que ahora empecemos a irnos a la cama con el miedo de que yo pueda volver a hacerte algo así.
               -Pues no tengas miedo-sentencié, regalándole otro beso a su piel-. Ya te he dicho que yo no lo tengo. Me pilló de sorpresa, pero si a ti te gusta, no tienes por qué sentirte mal. Cosas peores se han visto y se han hecho.
               -Pero es que no debería gustarme, Sabrae-gruñó.
               -Ya, bueno, ni a mí debería gustarme que me dieras azotes mientras lo hacemos; no creo que sea muy compatible con mi discurso feminista, porque la violencia es básicamente lo que más combatimos, pero… ¿no nos metemos en la cama para que triunfe el morbo? Porque a mí me da muchísimo morbo que me des algún azote de vez en cuando-me apreté a él-. Y que me insultes. Te partiría la cara si me levantaras la mano o me faltaras al respeto fuera de la cama, pero dentro… dentro lo único que puedo hacer es pedirte que no pares.
               -¿Pedirme?-replicó, volviéndose y mirándome con las cejas alzadas-. Me lo suplicas, Sabrae.
               -¿Y tengo yo cara de suplicar cuando estoy vestida?-contesté-. No le he suplicado nada a nadie en mi vida; ni siquiera a mi madre. Deberías sentirte especial de que saque mi cara oculta contigo. Igual que yo me he sentido especial cuando me has dejado follarte con The Weeknd y te has vuelto literalmente loco utilizando mi cuerpo para lo que te da la gana.
               Entrecerró los ojos.
               -Hablas como si fuéramos dos personas distintas durante el sexo.
               -Alec-puse los ojos en blanco-. Becky G no dijo “siempre he sido una dama, pero soy una perra en la cama”, para que tú ahora no proceses que yo soy una señorita todo el tiempo que no me estoy enrollando contigo.
               Alec se echó a reír.
               -Es que yo no domino el español como lo hacéis en tu casa.
               Entre las nubes de espuma que empezaban a formarse sobre el agua, Alec se volvió a acurrucar en mi pecho, algo más relajado. Me aseguré de pegarme a él todo lo posible, presionando mis pechos contra su espalda y haciendo que él sonriera.
               -¿Te estás metiendo por mí por algo en particular?
               -En absoluto. Simplemente quiero estar muy, muy cerca de ti. No tenemos mucho espacio, ¿no te parece?-se rió y empecé a mordisquearle la oreja.
               -Sabrae…
               -Mm.
               -Para, o te haré mía aquí dentro, y me dará igual tirar todo el agua fuera o las posibilidades de que venga un bebé en 9 meses.
               Doblé las rodillas e hice que aparecieran sobre el agua y sus montículos de espuma blanca.
               -Creía que llevabas haciéndome tuya toda la noche.
               Se echó a reír y me besó la cara interna de las rodillas.
               -Tanto-añadí-, que vuelvo a tener ganas de cantar.
               -¿Vas a cantarme aquí?-preguntó, divertido.
               -No veo por qué no.
               -Qué suerte tengo-se mofó, recostándose sobre mi pecho, atrapándome entre la bañera y su espalda-. Avísame si te molesto.
               -Lo único que puedes hacer que me molesta es vestirte-contesté, y deslicé mis manos por su pecho esculpido por los dioses para empujarlo un poco hacia mí, poner su oreja a la altura de mis labios, y empezar a tararearle al oído. Alec cerró los ojos, se estremeció de pies a cabeza, y me pasó un brazo por el cuello para pegarme más a él.
               Mi boca rozaba el lóbulo de su oreja mientras yo entonaba la melodía, preparándolo lentamente para la canción que me había venido a la mente; una canción que, estaba segura, le encantaría. A fin de cuentas, era de su artista favorito, y había sido la que nos había empujado a ver la película que había desencadenado todo lo de la noche.
               -You make it look like it’s magic.
               -Esto promete-rió Alec, estirándose.
               -Cause I see nobody, nobody but you, you, you.
               -¿De veras?
               -Hey, hey-levantó las manos como si fuera un director de orquesta, sonriente-. I’m so used to being used. So I love…
               -When you call, unexpected-se unió a mí, y yo me reí-. Cause I hate when the moment’s expected. So I’ma care for you, you, you-levantó las manos como si estuviera en una discoteca y yo se las bajé.
               -I’ma care for you, you…­-siguió él.
               -¡Compórtate!
               Alec hizo la mueca de un niño al que pillan en plena travesura, se acomodó en mi pecho y cerró los ojos.
               -Cause boy-sonrió al ver que acomodaba la letra para que se adaptara a él, en vez de mantenerla intacta-, you’re perfect. You’re always worth it, and you deserve it, the way you work it. Cause boy, you earned it, yeah, boy you earned it, yeah. You know-le acaricié el pelo, dejando gotitas de agua en sus rizos- our love would be tragic.
               -Oh, yeah-musitó por lo bajo, besándome la palma de la mano.
               -So you don’t pay it, don’t pay it no mind, mind, mind. We live with no lies, hey-ey, you’re my favorite kind of night-tarareó conmigo el verso anterior al estribillo, y escuchó con atención mientras yo me esmeraba en el estribillo. Le acaricié los hombros y los brazos mientras él me escuchaba con atención.
               -On that lonely night.
               -Lonely night-respondió él.
               -We said if wouldn’t be love but we felt the rush.
               -Fell in love.
               -It made us believe it was only us.
               -Only us.
                -Convinced we were broken inside…
               Fue uno de los momentos más eróticos de mi vida. Cantarle desnuda mientras compartíamos bañera y lo tenía en mis brazos era una sensación única, dulce como la miel más cuidada de la historia. No había flores que permitieran algo tan azucarado, ni diabético que no decidiera arriesgar la vida por saborear lo que yo pude probar en el aire esa vez. Alec me dejó terminar la canción sola, escuchándome con la atención del alumno que por fin empieza el curso que más le interesa en la universidad. Era mi madre entrando en la clase de violencia de género por primera vez, mi padre en teoría literaria, mi hermano en astrofísica en unos años.
               Los dos disfrutamos del silencio que vino después de la canción. El momento tenso de comentar lo que nos había pasado la noche anterior había quedado atrás, muerto y enterrado bajo una lápida de una tonelada que encajaba a la perfección con el suelo; no había forma humana de levantarla de allí.
               Me gustaba escuchar su respiración después de haberle encantado. Ahora sabía qué sentía mi padre cantándole a mi madre las canciones que ella había inspirado por primera vez. La música suena diferente dependiendo de quién tenga que escucharla, y cuando es la persona que más quieres, es imposible hacerlo mal, aunque sea la canción que peor se te dé de todas las que existen. Simplemente, no puedes fallar, porque el oído que te escucha es el que te hace armonizar incluso en contra de tu voluntad.
               -Y yo que creía que sus canciones no podían gustarme más-reflexionó Alec después de un ratito de silencio en el que dejó que sus sentimientos alborotados reposaran, cogiéndome la mano y besándome el dorso-. Y tu voz…
               -¿Qué le pasa?-ronroneé, cariñosa.
               -Se corresponde con tu cuerpo. No hay nada en ti que no sea perfecto.
               -Eres tú, que me ves con buenos ojos-volví a besarle la cabeza y le acaricié el hombro.
               -Me molesta que no seas para siempre. De hecho…-se incorporó un poco y se giró para mirarme-. Se me acaba de ocurrir una idea. ¿Te importa si te grabo?
               -¿Cantando?-asintió, y yo sacudí la cabeza-. Para nada. Papá a veces lo hace. Hay vídeos míos de bebé en su Instagram, pegando berridas mientras él canta She, por ejemplo. Y ahora por lo menos sueno bien.
               -Seguro que de bebé también sonabas bien, bombón-puse los ojos en blanco y esperé a que él cogiera el móvil-. De hecho… ¿te parece bien si lo cuelgo?
               -¿El qué?
               -El vídeo.
               -Ah, ¿que te referías a un vídeo? Alec… estoy desnuda.
               -No se te va a ver nada, tranquila. Me vuelvo a poner como antes, y ya está. Es que… me apetece subirlo a Instagram para presumir un poco.
               -¿A Instagram?-no creía haber escuchado bien-. Alec, tú nunca subes nada a Instagram. Te llevo siguiendo… ¿tres meses? Y has subido un total de 4 historias, todas con la intención de que yo te contestara.
               Se mordió un poco el labio y me dio un pellizco en la mejilla mientras se pasaba una mano por el pelo. Respondió:
               -Sí, bueno, eh… es que… me apetece presumir de ti. Además… bueno… sé que te hace ilusión que la gente suba cosas contigo. Y a mí me ha hecho mucha ilusión que me cantes, así que quiero pagarte con la misma mon…-le corté dándole un sonoro beso en los labios.
               -Eres el mejor novio del mundo y no sé qué he hecho para merecerte.
               -Nada-soltó-, porque no soy tu novio.
               Me eché a reír, esperé a que cogiera el teléfono y le dejé acurrucarse de nuevo sobre mi pecho.
               -Que sólo se vean mis labios, que así queda más artístico, ¿vale? Mencióname y así cuelgo la historia yo también.
               -¿En abierto? Se te van a ver las clavículas, Sabrae.
               -Mis clavículas podrían estar perfectamente en un museo-respondí, acicalándome los dos mechones de pelo y esperando a que Alec entrara en la aplicación, activara la cámara y empezara a grabar. Enfocó mi boca como yo le pedía y, concentrándome en su cara, que aparecía en primer plano en gran parte de la pantalla, volví a cantarle, aunque esta vez, elegí una canción de mi padre en lugar de una de The Weeknd: Tonight. Los ojos de Alec chispearon mientras observaba mis labios moverse y entonar las notas altas que mi padre había ido seleccionando hacía tantos años, antes incluso de que yo naciera, cuando él era apenas un niño. Grabó dos vídeos, escribió mi nombre de usuario en pequeñito en una esquina, y los subió.
               -Bueno-comentó, bloqueando la pantalla de su teléfono mientras yo me estiraba a coger el mío-. Ahora somos una pareja oficial en Internet. ¿Notas la presión?-bromeó mientras yo deslizaba el dedo sobre la notificación que me indicaba que me había mencionado en dos historias.
               -Seguro que ahora nos llueven las ofertas de marcas que quieren forrarse a nuestra costa.
               -Reconozco que estoy un poco cansado de ser de clase trabajadora-meditó, abriendo los brazos y hundiéndose en el agua, aún sobre mí-. He nacido para ser burgués.
               -Alec, estás metido en una bañera en la que cabrían cinco personas. Lamento mucho decirte que no eres de clase trabajadora.
               -Disculpa… cotizo en la seguridad social, me pagan una miseria por las horas extra, y trabajo en festivos. ¿Qué hay más de clase trabajadora que eso?
               -No llenar la bañera.
               -Ugh. Uno no puede ser romántico hoy en día sin que le acusen de aristócrata-se quejó, y sonrió al escuchar la sonora carcajada con la que llené el baño. Le sugerí hacernos unas cuantas fotos y posó gustoso conmigo, sacando la lengua y dándome besos cuando yo se lo pedía mientras yo le guiñaba el ojo a la cámara, o viceversa. Le envié todas por Telegram y elegí una en la que salíamos los dos sonriendo, felices, con un poco de espuma por la cara como fondo de pantalla. Al verme hacer eso, Alec decidió cachondearse-. Madre mía, quién te iba a decir a ti que ibas a estar así conmigo, ¿eh?
               -¡Y tú conmigo, no te digo!
               -Reconócelo, Sabrae: un poco pilladita sí que estás.
               -No como tú, que literalmente se te cae la baba conmigo-respondí, sacándole la lengua. Él se echó a reír, cedió con un “puede que sí”, y empezó a darme besos largos y profundos, de esos que te pueden arreglar un día de mierda o calentarte cuando la temperatura está por debajo de cero. Le rodeé el cuello con los brazos y la cintura con las piernas, sintiendo el peligroso roce de su sexo en el mío-. Al… ya que estamos de confesiones, ¿me prometes no fliparte mucho si te cuento una cosa?
               -A ver.
               Ahí estaba. Nuestro último punto de no retorno. En cuanto se lo dijera, ya no habría vuelta atrás.
               Le miré a los ojos. Mírale, Sabrae. Lleva sin haber vuelta atrás mucho tiempo.
               Le empujé suavemente para que se colocara sobre la bañera y yo poder apoyarme en él. Me acurruqué sobre su pecho como él lo había hecho conmigo, y noté que me sonrojaba cuando le confesé:
               -La primera vez que me masturbé, lo hice pensando en ti.
               El silencio sepulcral que siguió a esa afirmación era el esperable, y sin embargo me sorprendió. Alec se quedó callado un rato, procesando la información.
               -¿Cuándo… fue eso?-quiso saber, intentando cuadrar los datos que tenía en su cabeza con aquellos nuevos que acababa de darle. Según sus cálculos, y conforme estaban las cosas y habían estado hacía unos meses, aquello tenía que haber pasado, sí o sí, hacía nada más y nada menos que un par de meses. Había tenido sexo con otras personas antes de tenerlo conmigo misma.
               Lo cual no era muy usual.
               Pero, claro, él estaba contando con algo que había que sacar de la ecuación: la lógica. Yo le había detestado gran parte de mi vida, así que no tenía sentido que fuera también mi mito erótico. Sólo que, claro, a veces las cosas en la vida no tienen mucho sentido: simplemente son como son, y no hay nada que puedas objetar al respecto.
               -¿Recuerdas cuando fuimos a la playa y yo perdí la parte de arriba del bikini?-pregunté, y él frunció el ceño, pensativo-. Fui a bañarme y estuve tanto tiempo sin salir del agua que te tocó entrar a buscarme. Cuando vi que eras tú quien venía y no Scott, casi me da algo. Pensé que te reirías de mí cuando te expliqué lo que me pasaba, pero fuiste muy bueno conmigo. Me cuidaste y me trajiste camisetas para que yo no tuviera frío, y te pasaste más de una hora buceando en el mar mientras yo te esperaba en la orilla, al lado de una hoguera. Cuando por fin saliste del agua, el sol se estaba poniendo… pero traías la parte de arriba de mi bikini en la mano. Te derrumbaste en la toalla y me la tendiste y nos miramos y nos sonreímos y… y yo pensé que no eras el gilipollas que llevaba años creyendo que eras.
               -Me acuerdo de ese día-respondió-. Parecía que se te venía el mundo encima cuando te fui a buscar. Creí que me pedirías que no te sacara del agua bajo ninguna circunstancia. Y llevabas tanto tiempo nadando que las piernas ya no te sostenían, de lo cansada que estabas.
               -Me tuviste que llevar en brazos-recordé.
               -Y tú me pasaste las manos por el cuello y me tocaste la nuca sin querer y yo te dije…
               -… que no podías controlarte cuando una chica te acariciaba como lo estaba haciendo yo.
               -Creo que las palabras exactas fueron “cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú”-respondió, y yo sonreí.
               -¿Te acuerdas de eso?
               -Ya te dije que yo me acuerdo de todo lo que tiene relación contigo-contestó, y yo sonreí.
               -El caso es que… fue todo un detalle lo que hiciste por mí ese día. Cambió mi manera de verte para siempre.
               -¿Y simplemente llegaste a casa y decidiste masturbarte porque yo te había traído la parte de arriba del bikini?
               -Tú me veías a mí, pero yo te veía a ti. Y puede que te detestara, Alec, y no me atraías en absoluto porque eras la típica persona que está buenísima, pero que no es nada atractiva por culpa de su personalidad. Y yo pensaba que eras un bravucón de los pies a la cabeza…
               -Aún lo soy.
               -Y no seré yo quien te lo discuta-abrió mucho los ojos, acusando el golpe, y yo me reí-. Pero ese día, me di cuenta de que quizá era demasiado dura contigo y… bueno… dejé de verte como un gilipollas, así que me lo hizo todo más fácil. Tú estabas bueno, yo tenía las hormonas revolucionadas, en ese momento te idolatraba, y…
               Me mordí el labio.
               -¿Y…?
               -Había una chica. Seguramente no la recuerdes. Era de un grupo de españolas que habían venido de vacaciones, y, Dios sabe por qué, decidieron venirse a la playa ese día. Tú te ligaste a una. Os marchasteis de la zona de la arena para ir hacia las rocas. Y yo… bueno, yo estaba buscando unas conchas que cogerle a Duna cuando… os vi.
               Alec frunció el ceño.
               -¿Nos viste? Qué raro, no me acuerdo de…
               -Es que no estabais… al lío, por así decirlo, todavía. Tú… bueno. Le estabas comiendo el coño, básicamente-expliqué, retorciéndome las manos-. Y ella… pues se lo estaba pasando genial. Y yo me quedé como hechizada. Era la primera vez que veía a dos personas practicando sexo. Para mí se abrió de repente un universo de posibilidades. Y luego pasó lo de tu rescate. Y, cuando llegamos a casa, yo no podía dejar de pensar en que había estado prácticamente desnuda en tus brazos… en lo mucho que me había gustado estar tan cerca de ti, y… quería hacerme algo, pero no sabía el qué. ¿A ti te ha pasado alguna vez, que tu cuerpo te dice que necesita algo, pero no el qué, y te dejas llevar por tu instinto? Bueno, pues yo empecé a acariciarme como tú habías acariciado a esa chica. Y descubrí que me gustaba. Muchísimo. Me gustaba como no me había gustado nunca, porque nadie me había acariciado de esa manera… y, además, en cierto sentido eras tú quien me lo hacía. Me imaginé que eras tú quien me tocaba. Y, de la misma forma que lo haces tú, aunque con bastante menos seguridad y muchísima menos maña, empecé a tocarme.
               Alec estaba conteniendo el aliento. Me di cuenta de que se le había puesto la carne de gallina. A mí también. Tenía toda la piel erizada, y mis pezones se habían endurecido.
               -¿Y te…?-Alec carraspeó-. ¿Te gustó?
               Asentí.
               -¿Y… terminaste?
               -¿Que si tuve un orgasmo?
               -Sí.
               -Sí-Alec sonrió-. El primero de mi vida. Supongo que estaba destinada a llegar hasta aquí, ¿no?-jugueteé con el agua-. El círculo no se habría completado nunca si no me hubiera enamorado de ti.
               Sus ojos chispeaban de pura felicidad.
               -Joder, Sabrae… muchas gracias.
               -¿Por qué?
               -Es que… me hace muchísima ilusión, no sé. Me dedicaste tu primer orgasmo. Eso es precioso. Es más especial incluso que perder la virginidad. Eso pasa a veces, pero el primer orgasmo… eso se elige. Y me siento orgulloso de que me hayas elegido a mí.
               -No me dejaste elección. Ese día te veía básicamente como un dios. Además… todo fue un poco premonitorio. Yo no sabía lo que era, ni lo que esperar, así que cuando lo tuve, y tenía tu cara en mi cabeza, sólo podía pensar en lo que pienso ahora cuando te veo desnudo: que, definitivamente, Dios existe. Es imposible que los orgasmos o tú seáis un accidente del universo.
               Alec se echó a reír, me rodeó por la cintura, me pegó a él y me dio un largo beso.
               -¿Tú recuerdas en quién pensabas?
               -En una actriz porno, seguramente. No soy muy especial en ese sentido. Siento decepcionarte.
               -Era de esperar-hice una mueca.
               -¿Sabes? Es curioso el papel que tiene el sexo en nuestra relación. No por lo mucho que nos gusta y por lo físicos que somos, sino… creo que es mucho más trascendental en nosotros que en el resto de parejas.
               -¿A qué te refieres?
               -¿Sabes cuándo supe que estaba enamorado de ti?
               -Follando con Chrissy-le recordé, y él frunció el ceño.
               -¿Qué? No. Bueno, sí. Pero no me refiero a eso. Me refiero a cuándo descubrí hasta qué punto estaba enamorado de ti. Hasta qué punto te quería-sacudí la cabeza-. Cuando volvimos a vernos después de pelearnos, y lo hicimos en el parque. Nunca había hecho la marcha atrás. Nunca antes me habría molestado, sinceramente. Ahí supe que me importabas más que nadie. Estaba dispuesto a renunciar a mi placer sólo por saber que tú estarías bien. A salvo-me pasó el pulgar por la boca y yo me estremecí-. No me malinterpretes: nunca he sido un cabrón con ninguna chica, o al menos no a propósito. Pero contigo fue diferente. Me ha pasado de hacerlo sin condón con algunas sin estar planeado. Y simplemente me lo pasaba bien, y luego las acompañaba a por la píldora. La pagábamos a medias, y cada uno a su casa. Pero yo no podía hacerte eso. Tenía que protegerte. Me importaba una mierda correrme: lo único que me importaba era aguantar lo suficiente para que pudieras correrte tú y no tener que hacerte pasar por los efectos secundarios de la puta píldora. Ninguna chica había estado por encima de mi placer hasta que apareciste tú-me acarició la mejilla y yo seguí la ruta de su dedo con mi rostro. No quería que dejáramos de tener contacto nunca.
               -¿Sabes? Creo que tienes una imagen un pelín pésima de ti mismo. Hablas de ti como si fueras un capullo.
               -Y lo era, más o menos. No el capullo al uso al que estáis acostumbradas las tías, pero… un capullo, al fin y al cabo. Me esforcé durante años para conseguir la reputación que tú bautizarías como la del fuckboy original, ¿recuerdas?
               -Sólo te estabas preparando para estar a la altura de mis expectativas sexuales, lo que pasa es que no lo sabías-sonreí, hundiéndome en el agua.
               -Pues entonces he sido el alumno más aplicado de la historia. Si el sexo fuera una asignatura en la universidad, yo sería el primero de mi promoción sólo por las ganas con las que he estudiado.
               -La práctica hace al maestro, sol-contesté, deslizándome por la bañera. Miré la hora en la pantalla de mi móvil y me quedé con la barbilla apoyada en el borde un ratito, sumida en mis pensamientos. Alec me tiró un poco de agua por la espalda, y yo me estremecí-. ¡Oye!
               -Tierra llamando a Sabrae. ¿En qué piensas? ¿En a qué playa tenemos que ir este verano para que vuelvas a hacer el paripé de la damisela en apuros?
               Le saqué la lengua y volví la vista a los libros de la estantería.
               -Siempre he visto en las películas a mujeres relajarse leyendo un libro mientras se bañan, pero nunca pensé que esto se hiciera a este lado del océano.
               -Mi madre sabe cómo darse caprichitos.
               -A mí me encantaría leer en la bañera.
               -Pues por mí, puedes empezar. Siempre y cuando me leas en voz alta, claro-sonrió, acariciándome el cuello-. Me encanta tu voz cuando cantas, y también cuando hablas. Podrías leerme el diccionario y yo no me quejaría.
               -A ver si te empiezo a cobrar por escucharme-me eché a reír-. No sería la primera de mi familia que lo hace.
               -Es verdad-Alec se unió a mis risas-. ¿Nunca has pensado en dedicarte a cantar?
               -Me gusta, pero eso es trabajo de papá. Él lo hace mucho mejor que yo, y a mí no se me da bien componer canciones.
               -¿Lo has intentado?-me besó un hombro y yo negué con la cabeza.
               -Lo cierto es que no me ha dado por ahí, no. La verdad es que, hasta ahora, no creo que haya tenido nada interesante que decir.
               -No estoy de acuerdo-respondió, jugueteando con un mechón de pelo rebelde que se había escapado de mi moño y se enroscaba en mi nuca, haciendo el rizo de la cola de un cerdito. Me sequé las manos con una toalla que había sobre el pequeño armario, especialmente colocada allí para ello, y pasé los dedos por los tomos de los libros. Me fijé en uno de color azul claro y letras blancas que me resultaba vagamente familiar, pero no podía situar. En su grueso lomo sólo había dos palabras: Ahha Kapehnha.
                Fruncí el ceño, lo saqué cuidadosamente de la balda y lo sostuve frente a mí con la portada orientada hacia mi cuerpo. La portada tenía un diseño sencillo y elegante, con una especie de plumas blancas en fila sobre el mismo fondo azul claro, y las mismas palabras en un rectángulo libre de plumas acompañado de otras letras que yo no conseguí descifrar.
               -¿Vas a leerme en ruso?-sonrió Alec, y yo me giré.
               -¿Tu madre lo hace?
               -Le gusta leer a Tolstói en su idioma. Ya que también es el nuestro...-se encogió de hombros-. Dice que se pierden cosas. Que sería como escuchar una versión doblada a otros idiomas de las canciones de un cantante inglés. Como Zayn, por ejemplo. Seguro que no suena tan bien en urdu como lo hace en inglés.
               -Tiene una canción en urdu-le recordé, acariciando el lomo y abriendo el libro. Pasé un par de páginas y me detuve a analizar el título, hasta que caí. Tolstói. Ahha. Kaperhnha-. ¿Ana Karenina?-pregunté, y Alec asintió con la cabeza.
               -No está mal para una analfabeta.
               -¿Cómo se lee?
               -Como lo has pronunciado. El alfabeto no es el mismo, ¿recuerdas?-tocó las dos letras centrales de la primera palabra del título-. Las H suenan como N. Las N invertidas, como la I. La P es una R. Esto-señaló el nombre del autor, que empezaba por una letra muy parecida a la pi griega-, es una L. Esta B se convierte en una V cuando la pasas a nuestro alfabeto; luego hay otra B que se parece a la nuestra minúscula, pero con el rabito ondulado, que es la que se convierte en nuestra B. La K es la C, cuando suena como K-siguió las líneas del segundo nombre de Tolstói-. Esto que parece una Y suena como CH. Y la C es nuestra S. Liev Nikolaievich Tolstoi-leyó-. Liev significa león, por eso hay libros en que lo llaman así.
               -¿Me enseñas a leer?-pregunté, pasándole el libro, y Alec lo cogió con el ceño fruncido.
               -Es un poco jodido, ¿eh? Tienen más letras que nosotros.
               -Tenéis-le recordé-. Tú tienes sangre rusa.
               -Ya, bueno-sonrió, pasando las páginas, y accedió al primer capítulo. Me enseñó distintos tipos de W, una con un rabito y otra normal, y me explicó la sutilísima diferencia que había entre ellas, que yo no logré comprender. Me enseñó el sonido de la P y me explicó cómo había que leer las O dependiendo de qué letra las precediera, o los dos tipos de E que había en el alfabeto y que no tenían por qué corresponderse con las nuestras. Le tomé el pelo diciéndole que seguro que se estaba marcando un farol y me estaba engañando, a lo cual él respondió leyéndome un párrafo del que no comprendí absolutamente nada. Sin embargo, me gustó la experiencia. Me acurruqué sobre su pecho, entre el libro y él, y observé las líneas, intentando repetir los sonidos que iban saliendo de su boca a medida que su dedo se deslizaba por las palabras.
               -¿Tú me vas a enseñar urdu, a cambio?-bromeó, dándome un beso en la cabeza, cuando le hice repetirme una frase sencilla ocho veces para intentar decirla igual que él. Me reí.
               -Sólo cuando aprenda a hablar ruso de verdad. Quién sabe si me estarás enseñando a insultar a la gente, y yo aquí tan tranquila, pensando que estoy describiendo una mesa.
               -Aquí pone “si me sigue, llamaré a los criados y a los niños”-replicó, seguro de sí mismo. Entrecerré los ojos.
               -Sí. Seguro.
               -¿No te fías de mí?
               -No en esto-respondí, riéndome, cogiendo el teléfono y abriendo el traductor de Google. Me mordí el labio un momento cuando conseguí activar el teclado ruso: había demasiadas letras, y las que yo conocía estaban en lugares diferentes del teclado. Alec se echó a reír al ver mi confusión, me susurró un cariñoso “trae”, y cogió mi teléfono. Tecleó rápidamente, le dio a “traducir al inglés”, y me dedicó una sonrisa satisfecha cuando el altavoz de mi móvil reprodujo exactamente sus palabras-. ¡Seguro que has elegido esta frase para que yo me la aprenda porque es justo la única que conoces en todo el libro!
               -¡Elige la que te dé la gana, Sabrae, a ver si sé hablar ruso o no!-respondió, y yo abrí el libro por una página al azar, señalé una frase, él la leyó en voz alta, primero en ruso y luego en inglés, y luego la puso en el traductor. No falló ni una sola vez, aunque sí que en su traducción había ligeras diferencias con la de Google, pero la idea era la misma y las palabras eran muy cercanas entre sí. Y lo pronunciaba bien.
               Claro que yo no dudaba de él, por supuesto. Ya me lo había dicho la semana pasada y yo le había creído desde el primer momento: ¿qué sentido tenía que me engañara con eso? No ganaba nada, y si le hubiera puesto a prueba y me estuviera contando una trola, habría quedado fatal, todo por hacerse el interesante.
               Pero me lo pasaba en grande poniéndolo a prueba. Disfrutaba viendo cómo se iba mosqueando poco a poco con cada frase que le hacía leer en voz alta y traducir. Y me gustaba muchísimo cómo pronunciaba palabras que yo no entendía, exóticas y sensuales como no me esperaba que un idioma como el ruso lo fuera. Siempre había creído que las lenguas eslavas eran mucho más fuertes, con sonidos mucho menos suaves que aquellos a los que estaba acostumbrada, y me estaba sorprendiendo gratamente. El ruso estaba cargado de siseos, de us y as.
               Y la voz de Alec cambiaba ligeramente cuando me hablaba en ese idioma. No era la misma, sino que se volvía un poco más grave, quizá incluso más ronca. Me recordaba a cómo hablaba cuando acababa de despertarse.
               -Ya no quiero jugar más-bufó, apoyando la nuca en el borde de la bañera y emitiendo un gruñido que me hizo estremecerme.
               -¿Una última frase? Por favor-ronroneé, con una idea en la cabeza que sabía que le haría ilusión.
               -Mm-cedió, frotándose la nariz y asintiendo despacio con la cabeza. Con disimulo, cogí mi móvil y tecleé en la cajita de la traducción del inglés.
               -No mires-le insté.
               -No estoy mirando. Estoy mirando al techo.
               -Vale, pero no mires-terminé de teclear, le di a “traducir”, y me quedé mirando las tres palabras que aparecieron acto seguido. Por lo menos, eran tres, como en mi idioma, lo cual me generó mucha confianza. Además, la primera de ellas era la famosa R mayúscula invertida, que Alec me había dicho que se leía “ya” y significaba, normalmente, “yo”, así que todo pintaba bastante bien. я люблю тебя.
               Le di al altavoz y me giré para mirar a Alec mientras la voz femenina, casi de una chica que parecía ilusionada con el mensaje a transmitir, decía en voz alta las tres palabras. Alec abrió los ojos, levantó la cabeza, y se me quedó mirando. Por un instante, pensé que había metido la pata y había introducido en Google la única frase con doble significado, uno terrible y otro muy bonito.
               Pero luego, él sonrió, se inclinó para besarme, me acarició la nariz con la suya, y contestó casi lo mismo, sólo que con una palabra en medio.
               -Ya tozhe lyublyu tebya-ronroneó como un gatito, con esa voz ronca y suave que tanto me gustaba y que tan pocas veces tenía la ocasión de escucharle. Le rodeé el cuello con los brazos y empecé a darle besos en los labios, repitiendo la misma frase una y otra vez: ya lyublyu tebya, ya lyublyu tebya, ya lyublyu tebya. Te quiero, te quiero, te quiero.
               -Tozhe, ¿es también?-pregunté, y él asintió con la cabeza-. Vaya, pues al final, sí que vas a saber ruso.
               -Eres más tonta… supongo que esto no cuenta como tu primera declaración, ¿verdad?-negué con la cabeza.
               -Para oírmelo decir en inglés, todavía vas a tener que esperar un poco. ¿Sabes? Me gusta cómo se escribe. Es mucho más estético que el nuestro, ¿no te parece?-me acurruqué de nuevo en su pecho y le miré desde abajo-. Creo que deberías considerar tatuártelo.
               -Así, si las cosas salen mal contigo, por lo menos no tendré un tatuaje que borrarme y podré inventarme que me lo hice por mi abuela.
               -¡Eres un cenizo, Al!-protesté, salpicándole con agua, y él se echó a reír. Dejó el libro lejos del alcance del agua y me devolvió el salpicón, y antes de que nos diéramos cuenta, nos vimos envueltos en una encarnizada batalla para ver quién dejaba más mojado al otro. Por supuesto, ganó él, cómo no: era más alto, más fuerte, y tenía más experiencia. Me acorraló en el otro extremo de la bañera, metido entre mis piernas, y se inclinó para sellar la paz con unos besos. Me eché a reír, sujetándole el rostro entre las manos, mientras él me daba mordisquitos en el cuello por el puro placer de hacerme cosquillas-. Al, para, ¡para!-chillé, pataleando, retorciéndome de la risa debajo de él. Se separó de mí lo justo para mirarme a los ojos, decirme que me quería, yo responderle “también” en el idioma de su abuela, y me dio un beso en la punta de la nariz.
                -A partir de ahora, tienes un compromiso moral con tu familia para enseñarle ruso a tu chica-le guiñé un ojo-. Espero que lo hagas con cada vídeo enseñándome el sol.
               -¿Y yo qué saco a cambio?
               -Fotos mías. A más calidad de la enseñanza, menos ropa-le saqué la lengua y él se estiró a por el móvil.
               -Empezamos ahora mismo-sentenció, recogiendo su teléfono del mismo soporte en el que hasta hacía poco había estado el mío y encendiendo la pantalla. Frunció el ceño al ver cómo un desfile de rectángulos de notificaciones se peleaban por conseguir el primer puesto en la parte superior de su pantalla-. Qué cojones…-musitó, deslizando el dedo por la pantalla para comprobar qué pasaba. Me arrimé a él y me apoyé en su hombro para echar un vistazo yo también a su teléfono, en el que ahora no había nada.
               Entró derecho a Instagram y se quedó a cuadros: la pestaña de notificaciones no terminaba de cargar, mostrándole a cada segundo que pasaba que una nueva persona  le enviaba un mensaje, comentaba en su perfil, o simplemente empezaba a seguirle. Alec entró en su perfil y abrió la boca, estupefacto.
               -Me han empezado a seguir 15 mil personas-constató, y yo cogí su teléfono y me quedé mirando el número de seguidores, que no dejaba de aumentar. Tardé un momento en entender por qué se sorprendía tanto, cuando mis notificaciones solían ser una locura incluso con los filtros que yo tenía activados… hasta que caí en que, claro, yo era famosa, más o menos. Pero él, no.
               Y, de la misma manera que yo era famosa, lo había convertido en tal a base de hacer oficial que estábamos juntos.
               -Ha sido la historia. La he compartido y todo el mundo la está viendo-expliqué, devolviéndole el teléfono y recogiendo el mío-. ¿Quieres que la borre?
               -A mí no me molesta. Es sólo que me ha sorprendido. O sea, ¿qué interés pueden tener tus seguidores en mí?
               -La mayoría de gente que me sigue lo hace por si cuelgo algo con papá. Seguro que se han llevado una grata sorpresa viendo que estoy acompañada, aunque no sea por él, para variar-bromeé, y Alec silbó. Toqueteó en su perfil y, tras un instante de locura, decidió ponerse la cuenta privada y decidir más tarde qué hacer con ella. Empezaron a llegarle peticiones de seguimiento a los pocos segundos, pero él estaba demasiado ocupado descendiendo por la bandeja de entrada de sus mensajes. El icono del avión de papel estaba acompañado de un 75 blanco dentro de un círculo rojo que nada tenía que envidiar a los influencers.
               Me fijé en que todas las personas que le habían enviado algo eran chicas, y me dije que quizá debería apartar la vista. Por muy bien que fuera nuestra relación, seguía teniendo derecho a una ventana de privacidad. Siempre la tendría, y yo tenía que respetarla. Pero es que no podía evitarlo: la pantalla de su móvil me atraía como la miel a una mosca.
               Y él tampoco parecía molesto por mi indiscreción, porque incluso me enseñó una notificación diferente a las demás y comentó:
               -Mira, ésta me ha enviado un vídeo en lugar de una foto. Miedo me da; no sé si abrirlo. Cindy está como una cabra…-se echó a reír y negó con la cabeza, y yo fruncí el ceño.
               -Espera, ¿la conoces?-él me miró y asintió-. ¿Y a alguna más?
               -A todas, Saab. Nos seguimos mutuamente, ¿por qué?
               -Nada. Es que me llama la  atención que te escriban tantas personas, eso es todo.
               Alec se echó a reír.
               -Sí, bueno, nunca ha sido tan exagerado, pero la verdad es que cuando daba señales de vida antes en Instagram, siempre había alguna chica que me abría conversación para hablar… y lo que surja, ya me entiendes-me guiñó un ojo y chasqueó la lengua.
               -¿Sexting?-pregunté, y él asintió con la cabeza.
               -No es mi parte preferida del sexo, pero bueno… tampoco me disgusta. Nunca lo ha hecho. Es una buena forma de pasárselo bien estando solo. Intercambiar nudes es divertido, y me sigue cada pibonazo que…-silbó, y luego alzó las cejas, dándose cuenta de su error-. Aunque, por supuesto, desde que tú y yo vamos más en serio, eso se ha acabado, ¿eh? No he vuelto a hacer nada con nadie. Al margen de los polvos con Pauline y Chrissy, quiero decir. Pero, en ese sentido, te he sido fiel.
               -No tienes por qué darme explicaciones, Al. No teníamos ningún tipo de compromiso.
               -Pero aun así, te las doy. Y por mi parte sí que lo había, así que quero que lo sepas. No he hecho nada con ninguna de estas chicas desde que empezamos más en serio. La única con la que me paso fotos eres tú.
               -¿Y guardas las de las demás?
               Se rió, nervioso.
               -Sí, claro, pero… eh… no las he vuelto a mirar.
               -Pues eso está mal-sentencié, levantándome y escurriéndome el agua de los dos mechones de pelo que me había soltado. Empezaba a tener frío en la bañera, y pronto sería hora de comer, así que sería mejor que estuviéramos disponibles para poner la mesa.
               -¿Por qué?-preguntó Alec desde abajo, con las rodillas asomándose entre las nubes de espuma-. Yo no las comparto, ni nada. Están en mi galería, más a gusto que un arbusto.
               -Ya, si sé que no vas a hacer nada con ellas, pero… gracias-murmuré cuando me tendió la mano para ayudarme a bajar los escalones de la bañera-. Aun así, está mal que guardes fotos que te han pasado en un contexto determinado cuando las circunstancias que lo han motivado cambian.
               -Vamos, nena: todas estas chicas tienen fotos mías, sé que las guardan, y a mí no me importa. De hecho, si empezaran a rularlas por ahí también me daría igual-se encogió de hombros.
               -Bueno, pero ahora es todo un poco distinto, ¿no te parece? Ahora ellas saben que tú tienes novia… más o menos. Sería deshonesto por tu parte que las conservaras, porque, si dices que sólo te masturbas conmigo, ¿qué sentido tiene que guardes las del resto?
               -Nostalgia-respondió sin convicción, simplemente por quitarme de en medio-. Yo soy un tío legal. No pienso hacer nada con ellas. Pero también me las he ganado, ¿sabes? A fin de cuentas, cuando tú me pasas fotos, estás regalándomelas, y lo que se da, no se quita.
               -¿Crees que te gustaría que Hugo tuviera fotos mías en su teléfono si yo se las hubiera pasado cuando éramos novios, estando ahora nosotros como estamos?
               Alec se me quedó mirando, pensativo. Luego, bajó la mirada a su móvil un momento. Tras un instante de cavilación, finalmente abrió la galería, descendió por sus álbumes, tecleó la contraseña de uno, y empezó a borrar las fotos que allí tenía guardadas, una por una. Sonreí, me incliné para abrazarle y darle un beso en la mejilla, y le di las gracias.
               -Haría cualquier cosa por ti, bombón-me prometió con una mirada cargada de emociones-. Cualquier cosa.
               -Mientras hagas lo correcto, me da igual por qué razón sea-le di un beso en la cabeza y me envolví en la gigantesca toalla que había sacado del mueble del lavamanos. Esperé a que saliera de la bañera y nos secamos mientras charlábamos, cómodos en nuestra desnudez y con la confianza más fuerte que nunca.
               Metí la cabeza en su sudadera y me senté sobre el lavamanos a esperar a que Alec terminara de vestirse, pero él era mucho más lento que yo. No tenía tanta prisa como yo por salir de aquel baño, y lo estaba demostrando a base de remolonear con una toalla atada a la cintura. Balanceé los pies en el aire mientras él se me quedaba mirando, le saqué la lengua y él alcanzó el móvil y me sacó una foto, en la que se me veía sonriente, feliz, y con la espalda vigilada por su dorsal. Me la envió por Telegram y yo, por pura malicia, la subí a mis historias volviendo a etiquetarlo.
               -¡Sabrae!-gimoteó al ver que le volvían a bombardear con notificaciones, y yo me eché a reír.
               -Tenemos que conseguir que te verifiquen la cuenta, para que puedas activar los filtros de privacidad.
               -Sí, pero mientras tanto no voy a poder ver las cosas que subas.
               -Activa mis notificaciones… ah, no, que no vas a distinguirlas-me burlé, y él gruñó un “qué graciosa” haciendo una mueca mientras se quitaba la toalla y se toqueteaba el pelo, coqueto y completamente desnudo. Alcancé mi móvil y le hice una foto.
               -¿También vas a subir eso? Podríamos usarlo para que me verifiquen como personaje público-se burló.
               -Ésta es sólo para mí. De recuerdo de este día.
               -¿Es que no te basta para acordarte bien con el regalo que te he hecho?-preguntó, metiéndose entre mis piernas y separándome las rodillas. Su boca estaba tan cerca de la mía que me quedé sin aliento, sintiendo el ardor del suyo en los labios-. Mm, quizá deba hacerte otro regalo que haga que no puedas dejar de pensar en mí en mucho, mucho tiempo-rió, y sus dos colgantes me acariciaron la piel desnuda de las piernas cuando me subió la sudadera y me quitó los calzoncillos que le había cogido prestados, liberando así mi sexo, que palpitó de anticipación. Alec me mordisqueó la cara interna de las piernas y trazó dos líneas rectas con la punta de su nariz por mis muslos, los límites de una autopista directa a mi cielo personal. Sopló sobre mi sexo y yo me estremecí, y luego, se hundió lentamente en él, poseyéndome con su lengua y su boca como había hecho hacía escasas horas.
               Perdí el control de la mitad inferior de mi cuerpo, que se empezó a retorcer al ritmo de los embates de su lengua y sus labios. Enrosqué los dedos de los pies y empecé a jadear, buscando un punto de apoyo que encontré en el espejo. Abrí los ojos y vi nuestro reflejo difuminado en la pared como de vidriera, con Alec entre mis piernas, completamente desnudo, y yo retorciéndome de placer frente a él.
               Estaba mojada, abierta y dispuesta. Quería que me poseyera allí, sin importarme si teníamos condones o no.
               Pero él era muy cruel, y tenía sus propias intenciones. Cuando notó que acababa de remontar una loma y empezaba a ascender vertiginosamente, se separó de mí y sonrió desde abajo.
               -Ah, se me olvidaba que el marcador de orgasmos está demasiado inclinado a tu favor.
               Se puso en pie de nuevo y me subió los calzoncillos por las piernas. Lo miré con desesperación dormida.
               -Alec, por favor…-supliqué, mirándolo a los ojos. Le agarré una muñeca con las dos manos para impedir que se alejara.
               -Bueno, si nos ponemos así-respondió, metiendo la mano por dentro de mis calzoncillos y masajeando mi sexo con sus dedos expertos. Me mordió la boca para que no gritara, e introdujo dos dedos en mi interior cuando me notó cerca del orgasmo para volverlo más intenso,  mientras masajeaba en círculos mi clítoris, que ya tenía a su nombre-. Córrete para mí, Sabrae-me ordenó. Me corrí. Sonrió, me besó con lascivia, excitado, duro, firme, dispuesto. Sacó su mano de mi interior y se metió los dedos en la boca para degustar mi sabor-. Joder. Cómo voy a echar de menos tenerte conmigo para poder probar el sabor de tu placer cuando me dé la gana.
               -Pues no dejes que me vaya-respondí en tono suplicante, y él se rió.
               -No me des ideas, bombón-respondió, pellizcándome la barbilla y subiéndose los pantalones. Se vistió rápidamente y me dejó intimidad para que hiciera pis y me vistiera, y cuando salí del baño, lo hice con las piernas aún un poco entumecidas y una sonrisa tonta en la boca.
               Descubrí que me moría de hambre en cuanto me topé con el aroma de la comida recién preparada, lo sabroso de la carne estofada mezclada con el dulzor del merengue en un mix sorprendentemente agradable. Comprobé que Alec había aprovechado el tiempo que yo había estado en el baño para recoger lo que habíamos dejado desperdigado por el sofá, y ahora el jersey que tan amablemente me había prestado estaba cuidadosamente doblado sobre la mesa de los mandos. Y se me ocurrió una idea.
               Era momento de ser mala.


Sabrae tardó más de lo que me esperaba en salir del baño; tanto, que incluso me fui a buscarla, sólo para descubrir que ya ni siquiera estaba allí. Se había esfumado como el sueño de una noche de verano, la ilusión de un hada de primavera que desaparece con los primeros rayos de sol.
               La comida estaba lista: mamá había hecho albóndigas para pedirme perdón por algo que yo aún no sabía que me había hecho, aunque por su insistencia por la mañana juraría que le preocupaba haber llegado demasiado pronto y habernos estropeado la noche a Saab y a mí. Lo que ella no sabía era que ya habíamos disfrutado más de lo que nos correspondía antes de que llegaran, y que lo hubieran hecho en ese momento había contribuido a que descansáramos un poco.
               La mesa estaba a medio poner, y se suponía que era responsabilidad mía a pesar de que mis padres me estuvieran echando un cable, pero yo no estaba a lo que hay que estar. Necesitaba estar con ella, todo lo cerca que pudiera, a pesar de que eso pudiera no sentarle bien. Aún no sabía muy bien cómo sentirme respecto de lo del agarrón: Sabrae había puesto muchísimo empeño en hacerme ver que no era para tanto y no debía preocuparme, que todo el mundo se descontrolaba en la cama, pero ella no sabía lo que me había pasado por la cabeza mientras la estrangulaba. Porque sí, era eso lo que había intentado: estrangularla. Había una diferencia inmensa entre darle unos azotes en la cama, a agarrarla del cuello y tratar de asfixiarla. Dentro de lo que cabe, los azotes son inofensivos, pero el estrangulamiento, ya no tanto.
               El caso es que con ella cerca, mis pensamientos se difuminaban y ya no tenía que preocuparme del monstruo que había despertado en mi interior, y que yo había esperado toda la vida que no estuviera allí. Cuando ella me miraba, yo me sentía bueno e inofensivo, y no quería dejar de creer que no había mal en aquel mundo que yo pudiera infligirle.
               No sabía cómo iba a sobrevivir al día siguiente sin ella, a la semana sin ella, a la vida sin ella. Estaba por pedirle muy en serio que se mudara a mi casa a vivir, y una parte de mí me decía que no debía tener miedo ni dudas, pues ella aceptaría.
               Escuché su voz en el piso de arriba, intercambiando unas palabras con mi hermana mientras Trufas bajaba brincando por las escaleras, apoyándose en los últimos centímetros de cada escalón para tomar impulso y seguir descendiendo como un avión del ejército que sobrevuela bajo la tierra.
               -Te queda genial esa sudadera, Saab.
               -¡Gracias! La ropa que traía ayer no abriga mucho, precisamente, y Alec no quiere que coja una pulmonía. Así que me la ha regalado.
               -¿De veras? Qué suerte. A mí no me deja ni acercarme a ella. Cada vez que intentaba ponérmela, me la quitaba. Supongo que ahora ya no tendré la tentación-bromeó Mimi, bajando las escaleras y esbozando una sonrisa divertida cuando se cruzó conmigo. Sabrae se saltó los dos últimos escalones para caer directamente en mis brazos, confiando en que la cogería, como así hice. Trufas se frotó contra mis pies, exigiendo atenciones por parte de mi chica. Te aguantas, bola de pelo, que primero estaba yo.
               -He ido al baño y no estabas.
               -Tenía que poner el móvil a cargar, y me he entretenido enviándole un par de mensajes a mi madre. Pero ya estoy aquí-festejó, acariciándome el pelo como a un perrito. Me aplastó los rizos sobre los ojos, y cuando me soplé para que no se me metieran en ellos, se echó a reír-. ¿Está todo listo?
               -Casi-habló mi madre desde el comedor-, pero ya puedes ir pasando, si quieres. Ya nos ocupamos nosotros. Hoy que Alec está trabajador, hay que aprovechar-mamá le guiñó un ojo y yo gruñí.
               -Yo siempre estoy trabajador, mamá. ¿Qué impresión se va a llevar Sabrae de mí?
               -La correcta-sonrió mi chica, besándome en los labios y saltando de nuevo al suelo. Me fijé en que se había quitado los pantalones, así que entre el espacio que dejaban las zapatillas que le había cogido prestadas a Mimi, de bota, un poco más arriba de su tobillo, y la carne que tapaba el bajo de la sudadera que le había regalado, ahora sólo se veía piel de chocolate, con un ligero brillo producto del sudor y del orgasmo que le había hecho tener hacía poco-. Pero quiero sentirme útil, Annie, así que dime qué falta por poner. Alec y yo nos encargamos, ¡bastante has hecho tú que has tenido que cocinarlo todo!
               Mamá sonrió, complacida. Mi chica sabía cómo ganársela, a pesar de que ya la tenía en la palma de la mano. Supe que había elegido a la chica correcta, y que ella había hecho bien rascando un poco en mi superficie de gallito para descubrir el romántico que ni siquiera yo sabía que tenía por dentro. A nadie en casa se le había escapado el detalle de la sudadera, ya no digamos que tuviera nuestro apellido en la espalda: toda una declaración de intenciones que Sabrae llevaba con orgullo.
               La seguí hasta la cocina, a la que se dirigió con la seguridad de quien está en casa, y le abrí las puertas de las alacenas a las que se empeñó en acceder después de comprobar que aún no me había dado tiempo a poner los vasos. Con su poco más de metro y medio de alto, Sabrae no alcanzaba los estantes más bajos, por lo que se estaba poniendo de puntillas de una forma que yo no pude desaprovechar. Me pegué a ella, apoyando mi entrepierna sobre su culo, y le fui alcanzando los vasos uno a uno. Ella no se amedrentó por el contacto, sino que se frotó contra mí con descaro, buscando calentarme y que la hiciera mía sobre la encimera.
               Debía de creer que no era capaz de poseerla en la cocina, con toda mi familia al otro lado de la pared.
               Sabrae me miró por encima del hombro, sonriendo como si conociera todos los secretos del universo, y se encaminó al comedor. Mientras yo recogía los cubiertos, ella volvió a por el servilletero, rodeó la isla de mi cocina por el puro placer de contonearse delante de mí, volvió a mirarme por encima del hombro, y trató de dirigirse hacia el comedor, pero yo le corté el paso.
               -Sé lo que estás intentando hacer.
               -¿Ah, sí? ¿Qué es, exactamente?
               -Provocarme para que hagamos algo rapidito.
               -¿Por ejemplo, ponerme de rodillas?-sugirió, y yo me eché a reír.
               -¿Te piensas que me importa algo que mis padres y mi hermana estén a cinco metros?-susurré en su oído-. Podría follarte sobre un escenario mientras mil personas nos jalean y que no me importara una mierda quién nos estuviera viendo.
               -¿Es eso una promesa, o una amenaza?
               -Es lo que tú quieras que sea, bombón. Si quieres sexo, pídelo. No tienes por qué frotarte contra mí, ni contonearte, ni…
               -¡Pero si has empezado tú!-se echó a reír.
               -… ni exhibirte como un pavo real. ¿Tienes idea de lo que me pone pensar que debajo de la sudadera, llevas puestos mis calzoncillos?
               Levantó la cabeza, altiva.
               -Sí, pero parece ser que no es lo suficiente como para que tú te vuelvas loco. Y que sepas-añadió, recogiendo el servilletero y sorteándome con habilidad-, que no te los pienso devolver.
               -Pues quítatelos inmediatamente-ordené, procurando no pensar en que si lo hacía, estaría desnuda debajo de mi sudadera, con su sexo al alcance de mis dedos. Me aseguraría de sentarme bien cerca de ella para poder aprovechar durante la comida.
               -Sí, delante de ti, ¿no?-se burló, accediendo al comedor.
               -A poder ser-respondí, siguiéndola, y Sabrae se echó a reír.
               -¿De qué habláis, vosotros dos?-inquirió Dylan, alzando una ceja.
               -De nada. ¿Dónde quieres sentarte, bombón?
               -Me da lo mismo.
               -A la cabecera, por supuesto-sentenció mi madre-. Es la invitada. Ya nos ocuparemos de que todo le quede más cerca.
               Mi chica estaba resplandeciente. Estuvo toda la comida charlando con mi familia, riéndose de las bromas de Dylan, que tenían más gracia que de costumbre, haciendo preguntas sobre las historias que nos contaban mis padres, y alabando cada dos por tres la manera de cocinar de mi madre. La verdad es que mamá se había superado a sí misma: las albóndigas le habían quedado tan tiernas que prácticamente se derretían en tu boca, la salsa estaba sabrosísima; las patatas horneadas, con los bordes crujientes y un corazón mojado que se alejaba mucho de la sensación arenosa del interior que normalmente le terminaba quedando. Además, también había hecho un sofrito de pimientos y preparado una salsa curry con extra de picante para acompañarlas, por si a Sabrae no le bastaba con la salsa, que ella se echó varias veces en el plato, seguramente oliéndose que lo habían hecho especialmente para ella. Los bollitos de pan precocinado, que mamá metía con las patatas para aprovechar el calor, aún estaban humeantes y crujientes, con una miga esponjosa que te recordaba a una nube… o a la espuma en la que nos habíamos estado bañando ella y yo.
               -¿Tú qué tal anoche, Mimi?-preguntó Sabrae, dando un sorbo del agua mineral que había insistido en tomarse; decía que con el zumo de por la mañana ya había sido suficiente, pero agradecía que mamá hubiera sacado otra selección por si le apetecía seguir innovando. Mi hermana se tapó con la servilleta mientras terminaba de rumiar un trozo de lechuga.
               -Muy bien. Salimos por ahí a dar una vuelta, a estar con las chicas un poco, y luego nos fuimos a casa de El a ver una peli, ponernos mascarillas, pintarnos las uñas… en fin, todas esas cosas que hacen que a Alec le den escalofríos-se burló, y yo puse los ojos en blanco.
               -Estoy más en contacto con mi lado femenino de lo que tú te piensas, Mary Elizabeth.
               -Sí, sobre todo desde que tu lado femenino de repente mide metro y medio y se pasea por casa con tu sudadera de boxeo como si fuera un vestido, ¿no?-se echó a reír, y yo estaba a punto de contestarle con una bordería cuando escuché a Sabrae unirse a sus carcajadas, así que decidí no responder a la provocación de mi hermana. A fin de cuentas, habíamos ganado todos: ella me había vacilado, y yo había escuchado a Sabrae reírse.
               -En defensa de Alec diré que está haciendo muchos progresos en lo que se refiere al contacto con su lado femenino-sonrió mi chica, cogiéndome la mano y acariciándome los nudillos con una sonrisa de oreja a oreja.
               -No me cabe duda.
               -Se nota tu toque, Saab. Ya no tengo que pedirle ocho veces que meta los platos en el lavavajillas.
               -No eran ocho, mamá-protesté.
               -Es verdad; eran ocho por la mañana, y siete por la tarde-rió Dylan-. Se ve que trabajar le cansa.
               -Pobrecito-se lamentó Sabrae, haciendo una mueca.
               -¿Verdad? Me deslomo recorriendo las calles de esta ciudad llueva, nieve o haga sol, y cuando llego a casa me tratan como a un criado, y todavía se ríen de mi explotación. Libérame, nena.
               -Si te deslomas es porque quieres-contestó Sabrae, encogiéndose de hombros.
               -¡Eso es lo que le digo yo!
               -Me gusta tener mis ahorros, ¿acaso es eso un crimen?
               -A ti lo que te pasa es que te encanta tener una excusa para tener moto y poder ir fardando por ahí con las chicas-acusó mi madre-. Me pregunto qué harás con ella ahora que tienes a Sabrae.
               -Pues pasear a Sabrae-me encogí de hombros, y Sabrae se echó a reír.
               -¿Tengo que pedir un casco a Amazon?
               -Si pones que quieres que te lo traiga el repartidor más guapo que tengan, me mandan a mí para que te lo lleve a casa.
               -Quizás lo haga-sonrió Sabrae, metiéndose un trozo de lechuga en la boca.
               -¿Después qué tenéis pensado hacer?-preguntó mi madre, y Sabrae y yo nos miramos. Follar, pensamos los dos. Volvimos a mirar a mi madre.
               -No somos muy de planes, mamá. Nos va más improvisar.
               -Sí, sobre todo cuando tenemos que ir corriendo a la farmacia por culpa de alguien-Sabrae fulminó con la mirada a Mimi, pero lo hizo de broma, así que mi hermana, en lugar de ponerse colorada, sólo se echó a reír. Perra…
               -Lo decía por si querías que te dejáramos el salón libre para ver una peli o algo.
               -También la podemos ver en mi cama-contesté, y mamá alzó las cejas, Dylan sonrió descaradamente, y Mimi se metió un trocito de pan en la boca para no echarse a reír.
               -Guau, Al. Qué sutil-alabó Sabrae, asintiendo con la cabeza. Me volví hacia ella.
               -Sutil es mi segundo nombre, bombón.
               -¿Y Sincero?
               -Ése es mi apellido-le dediqué una sonrisa radiante y ella me acarició la cara, riéndose.
               -Vale, así que… podré ver mi novela en el salón.
               -Claro, Annie. Estás en tu casa; nosotros nos adaptamos.
               -Ay, Sabrae, eres un cielo, pero tú también estás en tu casa-mamá se levantó y yo me estiré hacia atrás. Había comido un montón, pero eso no me impediría rendir en la cama si Sabrae así lo quería. Y esperaba que así fuera.
               -¿Friego yo, mami?
               -No te hagas el bueno y el inocente porque esté ahora Sabrae, que no cuela. Nunca das un palo al agua, y hoy que tienes invitada, menos todavía.
               -Jo, mami-hice una mueca y mamá se rió.
               -Serás bobo… Mary, ¿me ayudas con los…? Estate quieta, Sabrae.
               -Sólo estoy pasándoos los platos para que no tengáis que rodear la mesa como camareros en una boda.
               -Que. Te. Estés. Quieta.
               -No puede, mamá. Es superior a ella.
               -Si se estuviera quieta estando contigo, Al, tendríais un problema-espetó Dylan, y mamá le agredió con una servilleta mientras Sabrae y yo nos echábamos a reír. Mi hermana y ella se ocuparon de llevarse los platos, mi padrastro despejó la mesa, y mamá volvió con una bandeja en la que traía una tarta flambeada que hizo que se me hiciera la boca agua. La colocó en una esquina de la mesa y empezó a cortarla, arrancando de ella una cuña de nata, caramelo y bizcocho que me dio ganas de llorar. Le pasó el plato a Sabrae, que se quedó mirando el trozo de tarta espantada.
               -¡Esto es muchísimo!-se quejó-. Estoy súper llena. Ni siquiera tenía pensado tomar postre.
               -La he hecho yo-explicó mamá, y eso fue a misa para Sabrae.
               -Ah. Vale. Bueno, entonces creo que haré un hueco. ¿Me cortas un trozo más pequeño? Toma, Al-intentó empujar el plato en mi dirección, pero mi madre se lo impidió.
               -¡Ni se te ocurra! Me va a parecer mal, Sabrae.
               -¿Me ayudas a terminarla?-me preguntó con ojos de corderito degollado, y yo asentí, pegué la silla a la suya, cogí mi cuchara y ataqué la tarta. Sabrae cogió un poco de nata con la punta de la cuchara, se la metió en la boca y cerró los ojos.
               -Mm.
               -¿Entiendes ahora por qué estoy todo el rato haciendo ejercicio? Me pondría como una bola con la cocina de mi madre.
               -Con la cocina de todas las madres, más bien-sonrió Sabrae, chupando la cuchara-. Que la de la mía también te gustó.
               -A buen sitio vas a ir tú a parar, Sabrae-comentó mamá, riéndose por lo bajo.
               -¡Deberías aplaudirme por todo lo que como y lo en forma que estoy, mamá, no criticarme por no dejar que tires nada a la basura!
               -En eso has salido a tu abuelo-asintió mamá-. En mi vida he visto a nadie comer como lo hacía mi padre.
               -¿Falleció?-preguntó Sabrae, y mamá asintió.
               -Cuando yo era pequeña.
               -Vaya. Lo siento. Mamá no conoció a su madre.
               -No pasa nada. Los pocos recuerdos que tengo de él, son buenos. Y Alec es igualito que él-mamá sonrió, mirándome con cariño-, así que es como si lo tuviera en casa y tuviera que cuidarlo.
               -¿Y tu madre no se volvió a casar, Annie?
               -¿Mama?-preguntó, llamándola en ruso en lugar de en inglés, como solíamos hacer cuando hablábamos de Mamushka-. No. Por Dios-mamá se rió-. Mi madre es lo menos romántico que te puedas encontrar. Con un hombre en su vida, dice que le basta y le sobra. Pero quería con locura a mi padre. Aún lo hace, de hecho. Le quiere sin echarlo de menos. Es algo curioso. Para ella, amar y no tener son casi sinónimos. No tiene a su marido, apenas tiene a sus nietos…
               -¿No vive en Londres?
               Negué con la cabeza.
               -Vino aquí una temporada cuando yo era pequeño para cuidarnos, pero luego volvió a Manchester.
               -Bueno. Está lejos, pero hay buenos trenes.
               -Es verdad. La visitamos muy a menudo y ella viene a pasar las Navidades muchas veces. Qué lástima. Si Alec te hubiera traído un poco antes, podrías haber conocido a su hermano y a su abuela.
               Me puse tenso con la sola mención de Aaron. No le quería imaginar cerca de Sabrae, y menos ahora que sabía que yo también tenía el veneno que tenía nuestro padre corriéndole por las venas. De Aaron, no me cabía ninguna duda que lo había heredado. Lo que no me esperaba era haberlo heredado yo.
               Sabrae se dio cuenta de mi cambio de actitud. Hundió la cuchara de nuevo en la tarta y, tras meterse otro trozo en la boca, rescató un tema un poco menos peligroso.
               -Bueno, Al… y ahora que ya has probado a las dos mejores cocineras de esta zona de Londres, ¿con cuál te quedas?
               Mamá alzó una ceja, expectante.
               -Sabrae… no me hagas estas preguntas, ¿quieres?-bufé, tomando otro trozo de tarta-. Porque tengo que vivir en esta casa. Tú estás de puta madre: vienes aquí, dices cuatro pijadas, te ganas a mi madre, y luego te marchas, pero yo me quedo aquí con el marrón de no saber qué contestar.
               -Podrías decir que las comparaciones son odiosas-sugirió Dylan, sonriente.
               -Sí, pero mamá es lo bastante retorcida como para interpretar eso como que prefiero la cocina de Sherezade a la suya.
               -¡Desheredación, desheredación, desheredación!-empezó a canturrear Mary Elizabeth, lo cual exaltó a Trufas, que se puso a correr en círculos alrededor de la mesa.
               -¡Tendrás queja de mi comida, Alec!
               -¿Lo ves, Dylan? ¡A ver, mamá! ¡Que tú haces las mejores albóndigas del mundo! ¡Son súper redonditas, y… esféricas… y… eh…! ¿He dicho redondas?-sonreí, levantándome-. Te quiero, mami-le di un beso en la mejilla que no la convenció.
               -Vale. O sea, que Sherezade cocina mejor que yo.
               -No. En general, no. Pero en repostería… bueno. Te lleva ventaja-solté, mirando a Sabrae por el rabillo del ojo. Cruzó las piernas y esperó a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
               -¿De veras?-mamá entrecerró los ojos.
               -Sí. Esto… joder, Sabrae, hija, ya te vale. A ver, mamá, a ti se te da genial los primeros platos, los segundos, y los terceros… y el postre también, ¿eh? La tarta está cojonuda. La mejor que he probado en mucho tiempo.
               -Porque Sherezade nunca te ha dado a probar de la suya-soltó mamá, sabelotodo, poniéndose una mano en la cadera.
               -Puede ser. Pero, a ver, es que Sherezade se entrena. Tiene muchísimos libros de repostería, ¿no, Saab?
               -Oh, sí.
               -Y cocina todos los fines de semana algo distinto.
               -Eso es verdad-apostilló Sabrae.
               -Así que tiene más práctica que tú. Eso es todo. ¿No has visto los brownies que nos ha traído Sabrae? Estaban riquísimos. ¿Y quién le enseñó a hacerlos? Sherezade. Así que imagínate cómo los hará la madre, si a la hija le salen así. ¿Estás ahora a ese nivel, mamá? Porque ya has visto los brownies, pero lo mismo se aplica a sus natillas, al arroz con leche, o a los bombones. Especialmente, a los bombones.
               -¿Los bombones, Alec?-preguntó Sabrae, alzando una ceja.
               -Sí, los bombones, Sabrae-asentí, mirándola un momento-. Son su especialidad-le expliqué a mi madre, que me miraba como si estuviera chiflado-. Hace unos de chocolate espolvoreados con trufa y con interior de praliné que están que te mueres. Nunca he probado nada igual en toda mi vida. Ni los de Lindt saben tan ricos. Cuando los muerdes te explotan en la boca y te la llenan de chocolate fundido que te baja por la lengua y… joder, Sabrae. ¿Cuándo le toca volver a hacerlos?
               Sabrae se echó a reír.
               -Seguro que si se lo pides por favor, puede modificar su calendario de postres.
               -¿Lo ves, mamá? Sherezade tiene un calendario de postres. Estamos hablando de una profesional de la glucosa.
               Mamá miró a Sabrae.
               -¿Ves lo que acaba de hacer? Así es como ha conseguido no cumplir ninguno de los castigos que le he impuesto de forma íntegra en 17 años.
               -Has parido a un artista de la lengua, mi amor-comentó Dylan, acariciándole la mano a mamá.
               -Si yo te contara-soltó Sabrae por lo bajo, volviendo su atención a la tarta. Me senté a su lado y le ayudé a terminarla, robándole trocitos de su cuchara y haciéndola de rabiar. Para cuando terminamos, un poco perdidos de nata por haber jugado más de lo que deberíamos, descubrí que estábamos solos.
               -Se han ido.
               -Seguramente oyeran lo que me dijiste sobre follar con público y les resulte un poco violento ver a su hijo en plena acción-comentó como quien habla del tiempo, y yo me eché a reír.
               -Ellos se lo pierden. ¿Subimos a mi habitación?
               -Ya pensaba que no me lo ibas a pedir. Pero… estoy un poco empachada-se llevó una mano al vientre, que tenía abultado por culpa de la comida-. ¿Qué te parece si sorprendemos al mundo viendo de verdad una película?
               -¿Me prometes que te vas a portar bien?
               -Siempre y cuando no suene The Weeknd…-sonrió, recogiendo a Trufas del suelo y hundiendo la cara en él. Abrió los ojos y me miró por entre el pelaje oscuro del conejo, y yo me di cuenta de una cosa:
               Puede que tuviera un monstruo dentro. Pero, viendo cómo con sólo una mirada Sabrae era capaz de revolver todas y cada una de mis moléculas, lo raro era que no terminara despertando hasta a la peor versión de mí mismo.
               Sólo esperaba que también fuera lo bastante poderosa como para terminar con ella. Porque yo solo no iba a poder. Por mucho que debiera. Tampoco debía haberla agarrado por el cuello.
               Y lo había hecho.




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1 comentario:

  1. Mira sino me he derretido con este capítulo ha sido de puro milagro. El momento de la bañera creo que ha sido de los momentos más íntimos, por no decir el que más, y que más soft me ha puesto de todo lo que llevamos de novela. Me ha encantado como Sabrae lo ha tranquilizado y lo ha mimado y como han hablado de lo del momento cuello que yo realmente creía que dejarían apartado más tiempo, al menos por parte de Alec, y todo lo del video. Es que de verdad no puedo con lo monos y domésticos que son, me supera. Me he pasado mitad del capítulo sonriendo como una boda sin remedio. Me ha gustado mucho también que le confesara finalmente lo de la primera vez que se masturbo y ver como poco a poco Sabrae está cada vez más integrada en la familia Whitelaw.
    Estoy deseando ya que se despidan para ver como hablan el uno del otro con sus respectivos amigos ains.

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