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Había hecho bien reservándose el baño para el último
lugar. De habérmelo enseñado ayer por la noche, creo que no habría querido
subir a su habitación y descubrir el único lugar de su casa que podría
rivalizar con ella.
Ante
mí se abría una estancia luminosa y tremendamente amplia, de paredes del mismo
mármol que componía las columnas griegas que daban la bienvenida a la casa y la
sustentaban en el amplio vestíbulo del que nacían las escaleras en forma de
paréntesis. Aquellas placas de colores arenosos te recordaban al palacio de
algún emperador romano que no había conseguido pasar a la historia por ser su
reinado tranquilo para su pueblo, y mantenían la armonía de la estancia con la
eficacia de un buen fondo en cualquier cuadro. Sólo había una pared que no
estuviera recubierta de aquel material: la amplia cristalera a través de la que
se colaba la luz del sol, desprendiendo destellos de arcoíris en el suelo
salpicado de unas cuantas alfombras en tonos arena, dorado y granate suave.
Entre los huecos de los pequeños cristales que impedían que se viera nada desde
el exterior, se formaba una vidriera unidireccional que te permitía ver el
jardín desde cualquier punto, estuvieras en el excusado, lavándote los dientes
y contemplándolo en el espejo, o desde
la bañera que presidía la estancia, que me esforcé para dejarla en último
lugar.
El
baño era inmenso; puede que tuviera más de veinte metros cuadrados, y por aquí
y allá había esparcidas pequeñas mesitas con macetas ocupadas por flores que
combinaban con los colores de la habitación. En la pared contraria a la
cristalera había un lavamanos que parecía surgir de la pared, con su propia
cómodo y espejo incorporados. En una esquina, se encontraba el baño.
Pero
lo mejor de todo era la bañera: colocada estratégicamente cerca de la
cristalera, se extendía en un rudo bloque que parecía arrancado directamente de
la piedra, de formas irregulares en su contorno. El interior, sin embargo,
estaba perfectamente pulido, primero por unas manos expertas y después por años
y años de agua terminando de perfeccionar el trabajo. Un grito dorado con dos
manillas para el agua caliente y la fría se situaba justo en el centro del
bloque de piedra irregular.
-¿Es…?-pregunté,
acercándome con tanto respecto a la bañera que cualquiera hubiera dicho que
había un cocodrilo en ella. Alec se estaba mordiendo la lengua con las muelas,
por lo que sólo pudo confirmar mis sospechas con un:
-Mfjé.
Me
volví para mirarlo. La bañera era de mármol de un rosa oscuro, con vetas
blancas y doradas que delataban su origen de uno de los lugares más exclusivos
de Italia.
A
pesar de que del techo colgaba una lámpara de araña que combinaba con los
adornos dorados colocados aquí y allá por las paredes para darle un aspecto
palaciego al baño, la que verdaderamente denotaba lujo era la bañera,
perfectamente tallada en su parte útil, y perfectamente conservada en aquella
que no servía para más que para adornar.
Reparé
de casualidad en que, al lado del bloque de la bañera, había una pequeña
estantería, pero ni siquiera me fijé en su contenido. Estaba demasiado ocupada
admirando el acabado perfecto del interior de ésta, lo cuidados que estaban los
grifos, y los escalones sutilmente tallados en el exterior para facilitarte la
entrada en ella. Ya desde la puerta podías apreciar que era inmensa, pero vista
desde cerca era aún más impresionante: no sólo sus colores y sus formas te
hacían pensar en el esplendor de Roma, sino que el tamaño y el corte te
invitaban a compartirla con alguien.
Con
su metro casi noventa de estatura, Alec podría perfectamente tumbarse dentro de
la bañera y flotar haciéndose el muerto sin tocar ninguno de los bordes. Más
que una bañera, parecía una minipiscina de lujo.
Me
giré sobre mis talones, estudiando los diseños del techo, que se alejaban de
los rectángulos nada desdeñables de las paredes, convirtiéndose en intrincados
brocados que harían llorar a cualquier novia musulmana. Nosotras no nos
poníamos los velos de las cristianas, sencillas telas de gasa blanca, sino que
nos adornábamos en nuestro gran día con encajes de oro y plata más parecidos a
los de los mantones de las vírgenes cuya religión era un poquito más antigua
que la nuestra.
Alec
cerró la puerta, uno de los pocos elementos de madera de la habitación, junto
con los cajones del lavamanos, y las mesillas redondas de entre las esquinas.
Percibí entonces el perfume de las flores: peonías de pétalos blancos que
acababan en puntas doradas. Mi chico se metió las manos en los bolsillos del
pantalón y yo me di cuenta entonces de que volvíamos a estar solos.
-No
me extraña que tardaras en enseñármelo-comenté, volviendo a girarme sobre mí
misma. La dorsal WHITELAW 05 resplandeció un segundo en el reflejo del espejo
del lavamanos-. Seguro que ahora estás pensando cómo vas a hacer para conseguir
que me vaya a mi casa.
-Si
supiera que enseñándote el baño querrías mudarte aquí, te habría traído
derechita nada más llegar-respondió, y yo sonreí, inclinando la cabeza a un
lado.
-Ten
cuidado, Al: puede que te tome la palabra.
-Lo
digo en serio-respondió con una sorprendente determinación que me dejó sin
aliento-. Puedes venir a mi casa siempre que quieras. A mi habitación, al baño,
a la cocina, o a donde se te antoje. Incluso cuando yo no esté. ¿Vale?-a medida
que había ido hablando, se había acercado a mí, salvando la distancia que nos
separaba, y me tomó de la mandíbula. Sus ojos ardían con una pasión tierna que
muy pocas veces le había visto, y que sin embargo me resultó tremendamente
familiar.
Los Malik queremos con todo lo que tenemos, pensé
para mis adentros. Pero los Whitelaw lo
hacen con la tranquilidad de saber que tienen todo el tiempo del mundo.
Supe que era eso lo que me estaba
ofreciendo él, incluso aunque no lo supiera: todo el tiempo del mundo.
-Prefiero
estar contigo a estar en tu habitación-respondí, acariciándole la muñeca de la
mano que tenía en mi mandíbula. Me pasó el pulgar por los labios y yo sentí que
aquella caricia descendía por mi interior hasta encender una chispa en mi
entrepierna. No habíamos tenido suficiente sexo. Jamás tendríamos suficiente
sexo.
-Quiero
que hagamos lo que tu madre esperaba que hiciéramos cuando nos dijo que
viniéramos aquí.
Alec
hizo algo que me obligó a ponerme de rodillas frente a él: se mordió el labio.
Lentamente, con los ojos fijos en los suyos y sabiendo que iba a disfrutar de
lo que tenía en mente, fui descendiendo y descendiendo hasta que mis rodillas
tocaron el suelo helado. Me estremecí de pies a cabeza, cerrando un momento los
ojos. Cuando los abrí, los de Alec se habían oscurecido. Me acarició la mejilla
con la mano al completo, tanto yemas de los dedos como palma.
-¿No
es un poco pronto para que le hagas más caso a tu suegra antes que a tu novio?
Sonreí.
-Pero
tú no eres mi novio.
-Así
que mi madre no es tu suegra-replicó, ágil como una gacela. Me eché a reír, le
acaricié los muslos, muy cerca de su entrepierna, y vi cómo despertaba-. Saab,
para. Quiero que disfrutes.
-Disfruto
con esto-respondí, llevando mis manos, ahora sí, a su sexo, que se espabiló
incluso más con el contacto. Todo su cuerpo le estaba diciendo que me dejara
hacer, pero él era terco como una mula.
-¿No
crees que ya hemos tentado demasiado a la suerte? Nos hemos cambiado los roles
demasiadas veces esta noche.
-Ya
no es de noche-tiré un poco de sus pantalones y jugué con la goma de sus
calzoncillos. Mis manos siguieron el contorno de su miembro cada vez más duro y
más grande. Rió entre dientes, se pasó una mano por el pelo y respondió:
-Ya
sabes a qué me refiero.
-No
me apetece jugar, Al.
-A mí
tampoco, Saab.
-¿Qué
me estás pidiendo? ¿Que pare?-inquirí.
-Sólo
quiero que me dejes enseñarte el último rincón de mi casa que te queda por
conocer-contestó, acunando mi mejilla. No debería ser tierno. Debería estar
follándose mi boca como un condenado. Era lo que me apetecía, y eso que yo ya
estaba sexualmente satisfecha: se había encargado de ello nada más
despertarnos.
-Como
te acabo de decir-ronroneé, pasándole las manos por la cintura y llegando hasta
su culo, al que le di un apretón-: no es tu casa lo que más me interesa.
Se
echó a reír.
-Tengo
que decirte que no quiero para que pares, ¿verdad?-preguntó, y yo asentí.
-Pero
sí quieres-le sobé el culo y descendí por sus piernas. Le di un beso sobre la
tela de sus calzoncillos, y él se echó a reír, me tomó de la mandíbula y me
hizo levantar la vista.
-El
día que no quiera, entiérrame antes de que empiece a oler-los dos nos reímos.
¡Bien, había ganado!
O no…
sus ojos ascendieron de nuevo por mi cara, clavándose en un punto por encima de
ella.
-Pero
me apetece más pasar otro punto de no retorno contigo. Te prometí que te
enseñaría mi casa, y hay algo que no te he enseñado aún. Y hay algo que tú no
has terminado de enseñarme.
-Que
es…
-Tú.
Desnuda. Bañándote-reveló, y yo abrí los ojos como platos. El que no corre, vuela, pensé. ¿Cómo podía haber dudado de las
intenciones de Alec? Tenía la libido a la misma altura que yo, y los años que
me sacaba también eran un plus de astucia, así que cuando yo había visto la
oportunidad de hacerle una mamada en el baño, a la luz del sol pero la vista de
nadie, él había pensado más a lo grande y había decidido que la bañera no sólo
era lo bastante grande como para flotar en su interior: también lo era para que
yo me abriera de piernas para él-. Dejándome verte, y pasando otro punto de no
retorno conmigo.
-Ya
lo hemos medio hecho en la ducha-comenté con el ceño fruncido, y él negó con la
cabeza y señaló la bañera con el dedo índice.
-Mi
madre me metía en esa bañera cuando yo era pequeño. Es de los primeros
recuerdos que tengo.
Me
quedé helada. No era en eso en lo que estaba pensando. Quería que me hiciera
suya en ella ahora que sabía que ésa era su intención, pero nunca pensé que
pudiera tener tanto valor sentimental para él. Mis primeros recuerdos eran muy
importantes y especiales para mí, y lo poco que recordaba de los baños con mis
padres cuando era poco más que un bebé eran de los recuerdos más puros y
felices que tenía. Uno de mis mayores tesoros.
Que
Alec quisiera compartirlos conmigo me daba muchísimo respeto, incluso vértigo,
me atrevería a decir. No estaba segura de si yo estaría dispuesta a hacer lo
mismo con él. Por mucho que le quisiera… había un espacio en el que quería
seguir estando sola, ser importante por mí misma. Como mis tardes de
repostería, mis baños de infancia eran sagrados. Los de Alec también debían
serlo, igual que sus desayunos.
Por
supuesto que quería bañarme con él, disfrutar de una de las mejores escenas de
película romántica: los dos amantes metidos en la bañera, cubiertos de espuma,
bebiendo champán y tomando bombones mientras se ríen y charlan sobre la vida,
sus miedos, sus sueños, sus anhelos, y unos planes de futuro que Alec y yo ya estábamos
escribiendo a pesar del tremendo punto y aparte que sería el verano, cuando él
se fuera al voluntariado.
-¿Quieres
entrar?-me invitó, y yo miré la bañera primero, y luego a él.
-¿Estás
seguro?
Sorprendentemente,
no podía decirle que no. No sabía cómo me las había apañado para hacerlo hacía
un mes, cuando me había pedido salir formalmente y yo le había rechazado. Ahora
era incapaz de negarle nada: lo único que podía hacer para resistirme a sus
planes era encontrar un mínimo rincón de reticencia y anclarme a él con toda la
fuerza posible.
Notó
las dudas y la preocupación en mi voz como sólo él podía leerme, y de nuevo me
dio un toquecito en la mandíbula.
-Ahora
eres la mujer más importante de mi vida, y no se me ocurre un sitio mejor para
crear otro primer recuerdo contigo como esa bañera, ni otro momento más
adecuado que éste.
Sonreí
y le acaricié las piernas despacio, conteniendo el impulso de abrazarme a él.
Mis ojos chispearon cuando bromeé:
-Quieres
volverme loca y la única forma que se te ocurre es mandarme señales
contradictorias, ¿verdad?-él se echó a reír con una preciosa risa musical, y
luego, como el caballero que era en la cama y también fuera de ella, por mucho
que tuviera de vez en cuando algún desliz o me susurrara todo tipo de guarradas
cuando estaba dentro de mí, o me lo hiciera con tanta rudeza que pensaría en
medio del sexo que no podría sentarme en una semana, Alec me tendió la mano
para ayudarme a levantarme. Me apartó el pelo de la cara, colocándome un mechón
detrás de una oreja, y una sonrisa preciosa se extendió por su boca.
-Eres
tan bonita…
-Pues
espera a ver esto-contesté, saliendo de las zapatillas, bajándome los
pantalones, y sacándome la sudadera por la cabeza. Me quedé casi desnuda frente
a él, sólo cubierta por sus calzoncillos, con los pies descalzos y los pechos
al aire. Jamás había sido tan vulnerable delante de alguien como cuando me
quitaba la ropa, y jamás me había sentido tan segura de que estaba haciendo lo
correcto cuando lo hacía delante de Alec. Él siempre sabía estar a la altura de
las circunstancias, y esta vez no fue una excepción: me acarició los pechos con
la palma de la mano, sopesándolos, y se inclinó para besarlos, haciendo que me
estremeciera de pies a cabeza.
-Tan
bonita…-repitió con un suspiro, y yo sonreí.
-Y
toda para ti.
Me
devolvió la sonrisa y empezó a quitarse la ropa: primero la chaqueta, después
la camiseta, a continuación los pantalones. Se quedó con la misma ropa que yo
llevaba puesta, y a pesar de que él me sacaba varias cabezas, en ese momento
éramos iguales, tanto en indumentaria como en sentimientos. A los dos nos
encantaba estar frente al otro de aquella forma.
Le di
un suave apretón en la mano y me di la vuelta. Abrí el grifo dorado, del que
empezó a salir agua que enseguida fue humeante, y me acerqué al lavamanos para
buscar una goma de pelo con la que hacerme un moño. Mientras tanto, Al recogió
la ropa del suelo, la colocó al lado del grifo, donde el mueble se extendía
para poder dejar lo que necesitaras durante tu sesión de baño, y sacó una
bolsita de tela con algo en su interior que desprendía un fuerte aroma
afrutado. Lo dejó a mi lado y sacó mi móvil del bolsillo de su sudadera, del
que yo me había olvidado por completo.
Se me
quedó mirando en silencio, estudiando mi rostro en el reflejo del espejo,
mientras yo terminaba de enrollarme el pelo en torno a la goma y perfeccionaba
mi moño. Con una sonrisa pícara en los labios, me solté un par de mechones que
le hicieron alzar una ceja.
-Son
para ti-expliqué, notando cómo me hacían cosquillas en la espalda. Alec se rió,
asintió con la cabeza, y se mordió el labio cuando yo me bajé los calzoncillos,
quedándome completamente desnuda a su lado, sin apartar mis ojos de los suyos
en el reflejo del espejo. Disfruté de cómo él le echaba un vistazo a mi cuerpo
en vivo y en directo y suspiraba largamente. El nivel del agua ya había
ascendido a la mitad de la bañera, así que caminé hacia ella sin contonearme
(no podría hacerlo ni aunque quisiera en un momento tan íntimo), subí los
escalones de uno de los laterales y me metí en el agua caliente, que me lamió
la piel y me sensibilizó para lo que estábamos a punto de hacer. Cuando me hube
sentado con las piernas dobladas en el interior y el agua me cubrió un poco por
debajo de la clavícula, me giré y le sonreí a Alec, que se me había quedado
mirando embobado.
No
hay nada como que un chico que haya visto desnudas a cientos de chicas antes
que tú, todas más guapas, más altas y más perfectas, se quede sin aliento cada
vez que te quitas la ropa para él. Si Al no existiera, tendríamos que
inventarlo.
-¿No
vienes conmigo?
Sonrió, asintió con la
cabeza, extrajo su móvil del interior de sus pantalones, y se acercó a mí.
Colocó los dos teléfonos en un soporte dorado que había pegado a la bañera,
salido directamente del mármol, más pensado para colocar una pastilla de jabón
que dos teléfonos de última generación. O al menos, eso creía yo, hasta que vi
que Alec giraba una tapita de cristal de la parte de debajo de dicho soporte y
la colocaba con cuidado encima de los teléfonos, creando un cubo de base dorada
y techos de cristal, un poco como el invernadero.
-Creía
que no llevabas el teléfono encima-susurré, acariciándole el pecho y dejando
dos ríos descendiendo por su piel aún seca.
-Eso
es porque no sabes que te he estado haciendo fotos todo el tiempo en el
invernadero. No podía perder la oportunidad de fotografiar a mi flor favorita
entre sus amigas.
Sonreí.
-Métete
en el agua, tonto-ronroneé, y él no se hizo de rogar. Lentamente, se bajó los
calzoncillos, liberando por fin su miembro, y se metió en la bañera sin tan
siquiera utilizar los escalones: ventajas de levantar más de un palmo del
suelo.
Me
acerqué a él como un cocodrilo se acerca lentamente a la orilla para acechar a
las cebras, pero yo no fui tan sutil: lo hice por encima del agua, dejando
intuir mis intenciones. Me apoyé en los bordes de la bañera para poder
acercarme más a su boca, y empecé a besarlo despacio, con el sonido del agua
como única banda sonora.
-Te
deseo.
-Y yo
a ti-respondió contra mis labios, capturando el inferior con sus dientes. Jadeé
y me pegué un poco más a él, dejando que mi cuerpo reposara sobre el suyo. Se
notaba. Se notaba que su cuerpo buscaba el mío, que su sexo se endurecía poco a
poco y que su respiración se iba acelerando.
-¿Hacemos
el amor?-pregunté, esperando que me respondiera alcanzando una caja de condones
que forzosamente tenían que estar escondidos en el pequeño armario de suelo que
había entre la cristalera y la bañera. Más que una pregunta, era una petición:
por favor, empecemos ya. Hace demasiadas horas que no estás dentro de mí.
Sin
embargo, Alec se detuvo en seco y se puso tenso en el acto mientras yo me
dedicaba a darle besitos por el cuello.
-Puedo…-empezó,
porque era un caballero en todos los sentidos. Me iba a poner por encima de él
una vez más, pero había un problema: yo no
quería estar encima de él. Quería estar a su misma altura.
-No
quiero que me des placer. Quiero que nos lo demos juntos. El marcador de
orgasmos está demasiado inclinado a mi favor-le acaricié los hombros-, pero no
quiero renunciar a hacerte mío aquí.
-No
tenemos condones-espetó, y yo arqueé las cejas.
-¿Me
estás diciendo en serio que esta bañera es virgen?
-A
ver, Sabrae… yo no sé lo que hace mi madre con Dylan cuando entran aquí juntos,
pero como comprenderás, cuando tienes un apellido y una hija en común, los
condones dejan de estar en tu lista de la compra.
Miré
el pequeño armario de puertas correderas translúcidas. En su interior había
rectángulos de colores que bien podrían haber pasado por cajas de condones,
pero no tenía sentido que Alec me dijera que no los teníamos si estaban al
alcance de la mano.
Como
si estuviera leyendo mis pensamientos, Alec estiró la mano y deslizó una de las
puertas para mostrarme lo que había en el interior del pequeño armario: en
lugar de cajas de cosméticos de todos los colores como yo me esperaba y sería
lógico, lo que más imperaba eran lomos de libros de todos los tamaños. Había
unos más altos, otros más bajos: tomos increíblemente gruesos y otros que
parecían más bien pequeños folletos. Me giré para mirarlo.
-No
tenías por qué haber hecho eso. Sé que no vas a mentirme, y mucho menos con
respecto a eso.
Se
reclinó en la bañera hasta quedarse apoyado en ella como el dueño y señor del
universo que era; por lo menos, del mío.
-Es
que me encanta la cara que pones cuando piensas que tienes razón y no es así.
Puse
los ojos en blanco.
-Seguro
que lo estás haciendo a posta, ¿verdad?-me alejé un poco de él y me apoyé en el
borde de la bañera, justo al lado de los libros.
-No
pensaba que fueras a querer follar delante de mis padres-se defendió-. Ni que
fueras a seguir a mi madre como un dócil corderito por la casa. Y no soy tan
tonto como para dejar una caja de condones por aquí, donde mi hermana puede
cogerlos y pincharlos sin que me entere.
-Mary
no es tan cabrona.
-Mary
nos robó todos los condones, ¿recuerdas?-me dio un toquecito en la sien-. Hizo
que tuviéramos que interrumpir el polvo para ir a la farmacia.
-Y
allí compramos un gel con el que yo hice squirting.
Nos ha hecho un favor. ¿Qué pasa?-pregunté al ver que había esbozado su
sonrisa de Fuckboy®. A mí no me podía decir que no íbamos a hacer nada y luego
sonreírme de esa manera; conseguiría que me explotara una vena en el cerebro.
-Es
la primera vez que dices “squirting”
sin ponerte colorada.
-Si
no me asustan las cosas que me apetecen hacerte aquí metidos-ronroneé,
acercándome de nuevo a él-, una simple palabrita no va a hacerlo. Pero que lo
sepas, Al: por mucho empeño que pongas en ello, no pienso irme de tu casa sin
volver a chupártela. Quedas advertido.
-¿Por
qué crees que me estoy resistiendo tanto? Si no me hiciera el duro y hubiera
dejado que me la chuparas ahí, de rodillas, como más me gusta verte-señaló el
lugar donde me había puesto de rodillas frente a él-, podrías haberte marchado
sin haber entrado en la bañera.
-No
iba a renunciar a un baño aquí ni loca. Imagínate las ganas que tenía de
meterme aquí, si estoy dispuesta a compartirla contigo…-le pinché, y él me
salpicó con el agua. Me eché a reír y me pegué a su pecho, tumbándome de
costado sobre él y dejando que el agua me lamiera la piel de los hombros-. Al,
¿me serás sincero si te hago una pregunta?
-Lo
soy siempre, bombón.
-¿Te
gusta cómo te lo hago?-pregunté, y levanté la vista-. Ya sé que no tengo mucha
experiencia y con la experiencia es como se mejora, pero… me dices muy pocas
veces qué es lo que quieres que te haga, o cómo mejorar. No vas a herir mis
sentimientos si me das más indicaciones-froté la mejilla contra su pecho-. De
hecho, me gusta cuando me dices qué es lo que quieres que te haga.
Rió
por lo bajo y asintió con la cabeza.
-Lo
tendré en cuenta, bombón, pero, ¿no te has parado a pensar en que me gusta que
hagas lo que te apetezca? No quiero que seas una máquina, sino una chica que me
pueda sorprender.
-¿Y
lo hago?
-Buah.
Ya lo creo. Sinceramente, pensé que lo harías peor. No lo has hecho muchas
veces, ¿no?
-Es
que antes no me gustaba. Pero ahora, contigo, me encanta-sonreí-. Sobre todo al
final, cuando estás a punto de terminar. Siento que te vas soltando a medida
que pasa el tiempo…
-Lo
cual es verdad.
-… y
terminas haciendo lo que a ti te apetece. Que es lo que quiero que hagamos: lo
que nos apetezca a los dos. No sólo a mí.
Frunció
el ceño.
-Pero
si ya lo hacemos.
-Ya.
Bueno. Sólo quería aclararlo. Que sepas que me gusta que te sueltes de vez en
cuando. No tienes por qué estar controlándote siempre. Me encanta que te
vuelvas loco y te desates.
Sus
ojos se oscurecieron y su boca formó una fina línea mientras pensaba. Frunció
el ceño involuntariamente y me preguntó, quizá en un tono más duro del que
pretendía:
-¿A
qué viene esto, Sabrae?
-Sólo
quiero hablar.
-¿Sobre…?
-No
te pongas a la defensiva.
-No
estoy a la defensiva-discutió-. Es que no entiendo adónde quieres llegar.
Me
separé de él, cerré el grifo y apoyé la espalda en el lado contrario de la
bañera.
-Hemos
hecho cosas peores que lo de ayer, y ninguno de los dos se ha escandalizado,
¿sabes? Creo que ninguno de los dos reaccionó bien cuando… bueno...-me aparté
uno de los mechones de pelo detrás de la oreja-. Cuando pasó eso.
Alec
tamborileó con los dedos en la bañera, los ojos en mí.
-¿Ahora
resulta que la culpa de todos mis putos traumas infantiles la vas a tener tú,
cuando ni siquiera habías nacido cuando a mi madre le pasó lo que le pasó?
-Sólo
intento decir… estoy segura de que en todas las parejas hay cosas que se hacen
durante el sexo que a uno de los dos no le gusta. Y no pasa absolutamente nada.
Yo no debería haberme asustado como lo hice. Tú no me harías daño nunca. No hay
más que ver cómo te comportaste en cuanto te dije que no me gustaba lo que
estabas haciendo. Si hubieras sido malo… si esto viniera de un trauma… no
habrías parado. Te habría gustado más que yo luchara.
Volví
al centro de la bañera y Alec vino a mi encuentro. Tenía su pecho frente al
mío, estábamos a centímetros de distancia. Paseé un par de dedos por sus
pectorales.
-No
quiero que me trates como un muñequita de porcelana, ni como una mojigata. No
soy ninguna de esas dos cosas. Me gusta que te descontroles. Me encantó la
forma en que follamos con The Weeknd de fondo, porque por primera vez sentí que
estábamos haciendo lo que a ti te apetecía en lugar de lo que pensabas que yo
quería. Me gusta hacer el amor, pero un poco de sexo duro de vez en cuando
tampoco va a estar mal.
Levanté
la mirada y me atreví a mirarlo a los ojos.
-¿Te
corriste anoche, Alec?
Él
bufó sonoramente.
-¿Podemos…
correr un tupido velo sobre lo que pasó ayer, por favor?
-Yo
sólo… no quiero que te preocupes por cosas que no tienen importancia. Porque no
la tiene-le aseguré, acariciándole los hombros.
-Ni
yo que te preocupes tú por cosas que
no tienen importancia.
Se
inclinó para besarme, intentando que yo no me diera cuenta de que no me había
respondido.
-Pero
para mí es importante que tú te corras, igual que que lo haga yo lo es para ti.
Así que, ¿lo hiciste?
Alec apartó la mirada, tomó aire profundamente
y lo soltó despacio por la nariz, tratando de reunir toda la paciencia que le
quedaba, a pesar de que yo no estaba haciendo nada de eso por molestarlo. No
quería que se cerrara en banda conmigo, sino que habláramos las cosas,
arrancarlo de las garras con que sus demonios lo asían tan fervientemente. Pero
él no lo veía así: al querer protegerme de ellos, por pensar que eran más
poderosos, se veía atrapado en una jaula cuya llave habían tirado al mar.
Estaba en una encrucijada, y tenía que tomar una decisión: salvarse, y ponerme
a mí en peligro; o salvarme a mí, sacrificándose él.
Como
siempre hacía y como siempre seguiría haciendo, decidió no preocuparme. Y, para
no preocuparme, me mintió.
-Sí.
Tragué
saliva y asentí despacio con la cabeza. Me dolía que no confiara en mí lo
suficiente como para ver lo fuerte que era: lo bastante como para destruir todo
aquello que le hiciera daño, incluida la parte de él que tenía tan enraizada en
su interior que le era imposible no escucharla, y que le decía que no sería
suficiente nunca, y mucho menos suficientemente bueno.
Le
notaba abstraído, ausente, tan alicaído que me daban ganas de llorar. Me
acerqué un poco más a él, de forma que mi boca estuviera a centímetros de la
suya, y busqué su mirada. Tenía toda la presión del mundo sobre sus hombros: no
es plato de buen gusto de nadie tener que mentirle a tu pareja sobre si
realmente habías llegado al orgasmo con
ella, y seguramente se sentía el doble de mal porque era la primera vez que le
pasaba. Estaba segura de que jamás ninguna otra chica le había cortado tanto el
rollo como para no terminar con ella, y que yo hubiera sido la que había
inaugurado la lista tenía que hacerle muchísimo daño.
Me
propuse animarlo, y para ello, qué mejor instrumento que mi cuerpo. Froté mi
nariz con la suya y le di un suave beso en los labios.
-Tú,
lo que necesitas, es una buena sesión de…-le di otro piquito y seguí la línea
de su mentón en un reguero de besos que descendieron por su cuello. Alec se
estremeció.
-Por
favor, no digas sexo.
-Iba
a decir “mimos y cuidados intensivos”-respondí, inclinándome hacia el borde de
la bañera, donde Alec había dejado el saquito con sales minerales con olor a
frutas, y vertiendo un poco de su contenido en el agua-. Y estás de suerte,
porque da la casualidad de que mis baños de cuidados intensivos son famosos a
lo largo y ancho de Inglaterra-le sonreí, y él entrecerró los ojos.
-¿Qué
pretendes?
-Nada.
Simplemente consentir un poco a mi novio en funciones-me encogí de hombros y
abrí los brazos-. Ven. Te daré uno de mis masajes legendarios, se te olvidará
todo y te quedarás como nuevo. Tranquilo, la primera sesión es de prueba, así
que no te voy a cobrar por ella.
-Qué
suerte la mía-ironizó, pero se acercó a mí, se acurrucó sobre mi pecho y se
hundió lentamente en el agua, de forma que sus hombros quedaran a la altura de
mis codos y pudiera así masajearlo. Por mi parte, me incorporé un poco más por
detrás de él, acodándome en la bañera, y cogí un poco de gel de ducha para
hacer una espuma con la que masajearlo. Cuando mis dedos se posaron sobre sus
músculos y empezaron a ejercer la presión que había aprendido a base de
practicar con Scott y con Shasha, noté que el cuerpo de Alec se relajaba. Sus
pies asomaron por el otro extremo de la bañera, y cerró los ojos mientras yo
tocaba todos los puntos duros de sus hombros, aliviando la tensión en ellos y
deshaciendo los nudos que notaba en sus músculos.
Gimió
cuando conseguí librarme de una contractura particularmente difícil y se
estremeció de pies a cabeza, haciendo que el agua bailara sobre nosotros en un
bamboleo de mareas rápidas como las nubes durante una tormenta. Le besé la
cabeza.
-Dime
si te hago daño.
Negó
con la cabeza y yo seguí con lo mío. Cuando noté que ya no había tensión en sus
hombros y parecía relajado, le rodeé el costado con los brazos y le di un beso
en la nuca, en el nacimiento del pelo.
Alec
estaba mirando por la ventana, y los cristales a través de los que se colaba la
luz dibujaban formas simpáticas en su cara, esculpiéndola con sombras tan
sutiles como el perfume de una mujer que acaba de abandonar una estancia.
Estaba guapísimo, distraído, etéreo, en un mundo en el que yo no podía
alcanzarlo, ni tampoco quería. Me conformaba con admirarlo desde la distancia
de centímetros que separaba nuestros corazones, sólo piel y músculo haciéndoles
de barrera.
-No quiero
ser como mi padre-terminó por decir, con una pizca de miedo en su voz, lo cual
requería muchísima valentía.
-Yo
no te dejaré ser como tu padre-le aseguré, acariciándole los brazos y
entrelazando sus dedos con los míos. Alec miró nuestras manos unidas.
-Pero
si me acabas de decir que te gusta que te trate…
-No
puedes ser como tu padre-sentencié, firme-, porque no eres tu padre. Ni
siquiera le conoces. La genética no pinta nada aquí. Puede que seas guapo
gracias a él, pero te ha criado tu madre. Eres un caballero porque ha sido ella
la que ha estado moldeándote mientras crecías. ¿No crees que serías un monstruo
si hubieras estado con él?-pregunté, y él me miró desde abajo-. Claro que sí. Y
no habrías parado si yo te lo hubiera pedido. Lo habrías disfrutado incluso
más. Pero no lo eres. Tú eres bueno. Paraste, que es lo que cuenta.
-Pero
tengo esa predisposición-replicó, tozudo y preocupado, y yo suspiré.
-¿No
podemos dejar de estar a la sombra de nuestros padres, aunque sólo sea un
ratito? Quiero que me dé la luz-levanté nuestras manos juntas y las hice girar,
de forma que las gotitas de agua de entre nuestros dedos capturaran mil
arcoíris-. Estamos hechos para estar a la luz cuando estamos juntos. ¿No
podemos ser simplemente… Theodore y Gugulethu mientras estemos en esta bañera?
Nada del nombre que aún llevabas cuando eras hijo suyo, ni del que mi hermano
me puso nada más conocerme. Los nombres que elegimos después de un período de
reflexión, los que verdaderamente nos representan.
Se
quedó callado, jugueteando con el agua.
-Alec
significa “protector”-reflexionó, y yo sonreí y le di un achuchón.
-Hasta
los médicos se ponen enfermos y necesitan que les curen de vez en
cuando-respondí con cariño, dándole un beso en la mejilla. Alec se mordió el
labio, pensativo-. ¿Qué? ¿Ahora vas a decirme que Theodore significa “monstruo
infernal”, o algo así?
-En
realidad…-frunció el ceño-. Creo que significa “regalo de Dios”.
-¿Crees?-me
eché a reír-. No finjas que no lo has buscado en Google alguna vez.
-No.
Pero es griego. Y yo hablo griego-me recordó-. Doro es “regalo”, y theó es
“dios”.
-Eso
explicaría cómo me has llovido del cielo-comenté, cariñosa, dándole otro beso
en la mandíbula. Alec suspiró.
-No
quiero que ahora empecemos a irnos a la cama con el miedo de que yo pueda
volver a hacerte algo así.
-Pues
no tengas miedo-sentencié, regalándole otro beso a su piel-. Ya te he dicho que
yo no lo tengo. Me pilló de sorpresa, pero si a ti te gusta, no tienes por qué
sentirte mal. Cosas peores se han visto y se han hecho.
-Pero
es que no debería gustarme, Sabrae-gruñó.
-Ya,
bueno, ni a mí debería gustarme que me dieras azotes mientras lo hacemos; no
creo que sea muy compatible con mi discurso feminista, porque la violencia es
básicamente lo que más combatimos, pero… ¿no nos metemos en la cama para que
triunfe el morbo? Porque a mí me da muchísimo morbo que me des algún azote de
vez en cuando-me apreté a él-. Y que me insultes. Te partiría la cara si me
levantaras la mano o me faltaras al respeto fuera de la cama, pero dentro…
dentro lo único que puedo hacer es pedirte que no pares.
-¿Pedirme?-replicó,
volviéndose y mirándome con las cejas alzadas-. Me lo suplicas, Sabrae.
-¿Y
tengo yo cara de suplicar cuando estoy vestida?-contesté-. No le he suplicado
nada a nadie en mi vida; ni siquiera a mi madre. Deberías sentirte especial de
que saque mi cara oculta contigo. Igual que yo me he sentido especial cuando me
has dejado follarte con The Weeknd y te has vuelto literalmente loco utilizando
mi cuerpo para lo que te da la gana.
Entrecerró
los ojos.
-Hablas
como si fuéramos dos personas distintas durante el sexo.
-Alec-puse
los ojos en blanco-. Becky G no dijo “siempre he sido una dama, pero soy una
perra en la cama”, para que tú ahora no proceses que yo soy una señorita todo
el tiempo que no me estoy enrollando contigo.
Alec
se echó a reír.
-Es
que yo no domino el español como lo hacéis en tu casa.
Entre
las nubes de espuma que empezaban a formarse sobre el agua, Alec se volvió a
acurrucar en mi pecho, algo más relajado. Me aseguré de pegarme a él todo lo
posible, presionando mis pechos contra su espalda y haciendo que él sonriera.
-¿Te
estás metiendo por mí por algo en particular?
-En
absoluto. Simplemente quiero estar muy, muy cerca de ti. No tenemos mucho espacio,
¿no te parece?-se rió y empecé a mordisquearle la oreja.
-Sabrae…
-Mm.
-Para,
o te haré mía aquí dentro, y me dará igual tirar todo el agua fuera o las
posibilidades de que venga un bebé en 9 meses.
Doblé
las rodillas e hice que aparecieran sobre el agua y sus montículos de espuma
blanca.
-Creía
que llevabas haciéndome tuya toda la noche.
Se
echó a reír y me besó la cara interna de las rodillas.
-Tanto-añadí-,
que vuelvo a tener ganas de cantar.
-¿Vas
a cantarme aquí?-preguntó, divertido.
-No
veo por qué no.
-Qué
suerte tengo-se mofó, recostándose sobre mi pecho, atrapándome entre la bañera
y su espalda-. Avísame si te molesto.
-Lo
único que puedes hacer que me molesta es vestirte-contesté, y deslicé mis manos
por su pecho esculpido por los dioses para empujarlo un poco hacia mí, poner su
oreja a la altura de mis labios, y empezar a tararearle al oído. Alec cerró los
ojos, se estremeció de pies a cabeza, y me pasó un brazo por el cuello para
pegarme más a él.
Mi
boca rozaba el lóbulo de su oreja mientras yo entonaba la melodía, preparándolo
lentamente para la canción que me había venido a la mente; una canción que,
estaba segura, le encantaría. A fin de cuentas, era de su artista favorito, y
había sido la que nos había empujado a ver la película que había desencadenado
todo lo de la noche.
-You make it look like it’s magic.
-Esto promete-rió Alec,
estirándose.
-Cause I see nobody, nobody but you, you,
you.
-¿De veras?
-Hey, hey-levantó las manos como si
fuera un director de orquesta, sonriente-. I’m
so used to being used. So I love…
-When you call, unexpected-se
unió a mí, y yo me reí-. Cause I hate
when the moment’s expected. So I’ma care for you, you, you-levantó las
manos como si estuviera en una discoteca y yo se las bajé.
-I’ma care for you, you…-siguió él.
-¡Compórtate!
Alec
hizo la mueca de un niño al que pillan en plena travesura, se acomodó en mi
pecho y cerró los ojos.
-Cause boy-sonrió al ver que acomodaba
la letra para que se adaptara a él, en vez de mantenerla intacta-, you’re perfect. You’re always worth it, and
you deserve it, the way you work it. Cause boy, you earned it, yeah, boy you
earned it, yeah. You know-le acaricié el pelo, dejando gotitas de agua en
sus rizos- our love would be tragic.
-Oh, yeah-musitó por lo bajo, besándome la palma de la mano.
-So you don’t pay it, don’t pay it no mind,
mind, mind. We live with no lies, hey-ey, you’re my favorite kind of night-tarareó
conmigo el verso anterior al estribillo, y escuchó con atención mientras yo me
esmeraba en el estribillo. Le acaricié los hombros y los brazos mientras él me
escuchaba con atención.
-On that lonely night.
-Lonely night-respondió él.
-We said if wouldn’t be love but we felt the
rush.
-Fell in love.
-It made us believe it was only
us.
-Only us.
-Convinced we were broken inside…
Fue uno de los momentos más
eróticos de mi vida. Cantarle desnuda mientras compartíamos bañera y lo tenía
en mis brazos era una sensación única, dulce como la miel más cuidada de la
historia. No había flores que permitieran algo tan azucarado, ni diabético que
no decidiera arriesgar la vida por saborear lo que yo pude probar en el aire
esa vez. Alec me dejó terminar la canción sola, escuchándome con la atención
del alumno que por fin empieza el curso que más le interesa en la universidad.
Era mi madre entrando en la clase de violencia de género por primera vez, mi
padre en teoría literaria, mi hermano en astrofísica en unos años.
Los
dos disfrutamos del silencio que vino después de la canción. El momento tenso
de comentar lo que nos había pasado la noche anterior había quedado atrás,
muerto y enterrado bajo una lápida de una tonelada que encajaba a la perfección
con el suelo; no había forma humana de levantarla de allí.
Me
gustaba escuchar su respiración después de haberle encantado. Ahora sabía qué
sentía mi padre cantándole a mi madre las canciones que ella había inspirado
por primera vez. La música suena diferente dependiendo de quién tenga que
escucharla, y cuando es la persona que más quieres, es imposible hacerlo mal,
aunque sea la canción que peor se te dé de todas las que existen. Simplemente,
no puedes fallar, porque el oído que te escucha es el que te hace armonizar
incluso en contra de tu voluntad.
-Y yo
que creía que sus canciones no podían gustarme más-reflexionó Alec después de
un ratito de silencio en el que dejó que sus sentimientos alborotados
reposaran, cogiéndome la mano y besándome el dorso-. Y tu voz…
-¿Qué
le pasa?-ronroneé, cariñosa.
-Se
corresponde con tu cuerpo. No hay nada en ti que no sea perfecto.
-Eres
tú, que me ves con buenos ojos-volví a besarle la cabeza y le acaricié el
hombro.
-Me
molesta que no seas para siempre. De hecho…-se incorporó un poco y se giró para
mirarme-. Se me acaba de ocurrir una idea. ¿Te importa si te grabo?
-¿Cantando?-asintió,
y yo sacudí la cabeza-. Para nada. Papá a veces lo hace. Hay vídeos míos de
bebé en su Instagram, pegando berridas mientras él canta She, por ejemplo. Y ahora por lo menos sueno bien.
-Seguro
que de bebé también sonabas bien, bombón-puse los ojos en blanco y esperé a que
él cogiera el móvil-. De hecho… ¿te parece bien si lo cuelgo?
-¿El
qué?
-El
vídeo.
-Ah,
¿que te referías a un vídeo? Alec… estoy desnuda.
-No
se te va a ver nada, tranquila. Me vuelvo a poner como antes, y ya está. Es
que… me apetece subirlo a Instagram para presumir un poco.
-¿A
Instagram?-no creía haber escuchado bien-. Alec, tú nunca subes nada a
Instagram. Te llevo siguiendo… ¿tres meses? Y has subido un total de 4
historias, todas con la intención de que yo te contestara.
Se
mordió un poco el labio y me dio un pellizco en la mejilla mientras se pasaba
una mano por el pelo. Respondió:
-Sí,
bueno, eh… es que… me apetece presumir de ti. Además… bueno… sé que te hace
ilusión que la gente suba cosas contigo. Y a mí me ha hecho mucha ilusión que
me cantes, así que quiero pagarte con la misma mon…-le corté dándole un sonoro
beso en los labios.
-Eres
el mejor novio del mundo y no sé qué he hecho para merecerte.
-Nada-soltó-,
porque no soy tu novio.
Me
eché a reír, esperé a que cogiera el teléfono y le dejé acurrucarse de nuevo
sobre mi pecho.
-Que
sólo se vean mis labios, que así queda más artístico, ¿vale? Mencióname y así
cuelgo la historia yo también.
-¿En
abierto? Se te van a ver las clavículas, Sabrae.
-Mis
clavículas podrían estar perfectamente en un museo-respondí, acicalándome los
dos mechones de pelo y esperando a que Alec entrara en la aplicación, activara
la cámara y empezara a grabar. Enfocó mi boca como yo le pedía y,
concentrándome en su cara, que aparecía en primer plano en gran parte de la
pantalla, volví a cantarle, aunque esta vez, elegí una canción de mi padre en
lugar de una de The Weeknd: Tonight. Los
ojos de Alec chispearon mientras observaba mis labios moverse y entonar las
notas altas que mi padre había ido seleccionando hacía tantos años, antes
incluso de que yo naciera, cuando él era apenas un niño. Grabó dos vídeos,
escribió mi nombre de usuario en pequeñito en una esquina, y los subió.
-Bueno-comentó,
bloqueando la pantalla de su teléfono mientras yo me estiraba a coger el mío-.
Ahora somos una pareja oficial en Internet. ¿Notas la presión?-bromeó mientras
yo deslizaba el dedo sobre la notificación que me indicaba que me había
mencionado en dos historias.
-Seguro
que ahora nos llueven las ofertas de marcas que quieren forrarse a nuestra
costa.
-Reconozco
que estoy un poco cansado de ser de clase trabajadora-meditó, abriendo los
brazos y hundiéndose en el agua, aún sobre mí-. He nacido para ser burgués.
-Alec,
estás metido en una bañera en la que cabrían cinco personas. Lamento mucho
decirte que no eres de clase trabajadora.
-Disculpa…
cotizo en la seguridad social, me pagan una miseria por las horas extra, y
trabajo en festivos. ¿Qué hay más de clase trabajadora que eso?
-No
llenar la bañera.
-Ugh.
Uno no puede ser romántico hoy en día sin que le acusen de aristócrata-se
quejó, y sonrió al escuchar la sonora carcajada con la que llené el baño. Le
sugerí hacernos unas cuantas fotos y posó gustoso conmigo, sacando la lengua y
dándome besos cuando yo se lo pedía mientras yo le guiñaba el ojo a la cámara,
o viceversa. Le envié todas por Telegram y elegí una en la que salíamos los dos
sonriendo, felices, con un poco de espuma por la cara como fondo de pantalla.
Al verme hacer eso, Alec decidió cachondearse-. Madre mía, quién te iba a decir
a ti que ibas a estar así conmigo, ¿eh?
-¡Y
tú conmigo, no te digo!
-Reconócelo,
Sabrae: un poco pilladita sí que estás.
-No
como tú, que literalmente se te cae la baba conmigo-respondí, sacándole la
lengua. Él se echó a reír, cedió con un “puede que sí”, y empezó a darme besos
largos y profundos, de esos que te pueden arreglar un día de mierda o
calentarte cuando la temperatura está por debajo de cero. Le rodeé el cuello
con los brazos y la cintura con las piernas, sintiendo el peligroso roce de su
sexo en el mío-. Al… ya que estamos de confesiones, ¿me prometes no fliparte
mucho si te cuento una cosa?
-A
ver.
Ahí
estaba. Nuestro último punto de no retorno. En cuanto se lo dijera, ya no
habría vuelta atrás.
Le
miré a los ojos. Mírale, Sabrae. Lleva
sin haber vuelta atrás mucho tiempo.
Le empujé suavemente para que
se colocara sobre la bañera y yo poder apoyarme en él. Me acurruqué sobre su
pecho como él lo había hecho conmigo, y noté que me sonrojaba cuando le
confesé:
-La
primera vez que me masturbé, lo hice pensando en ti.
El
silencio sepulcral que siguió a esa afirmación era el esperable, y sin embargo
me sorprendió. Alec se quedó callado un rato, procesando la información.
-¿Cuándo…
fue eso?-quiso saber, intentando cuadrar los datos que tenía en su cabeza con
aquellos nuevos que acababa de darle. Según sus cálculos, y conforme estaban
las cosas y habían estado hacía unos meses, aquello tenía que haber pasado, sí
o sí, hacía nada más y nada menos que un par de meses. Había tenido sexo con
otras personas antes de tenerlo conmigo misma.
Lo
cual no era muy usual.
Pero,
claro, él estaba contando con algo que había que sacar de la ecuación: la
lógica. Yo le había detestado gran parte de mi vida, así que no tenía sentido
que fuera también mi mito erótico. Sólo que, claro, a veces las cosas en la
vida no tienen mucho sentido: simplemente son como son, y no hay nada que
puedas objetar al respecto.
-¿Recuerdas
cuando fuimos a la playa y yo perdí la parte de arriba del bikini?-pregunté, y
él frunció el ceño, pensativo-. Fui a bañarme y estuve tanto tiempo sin salir
del agua que te tocó entrar a buscarme. Cuando vi que eras tú quien venía y no
Scott, casi me da algo. Pensé que te reirías de mí cuando te expliqué lo que me
pasaba, pero fuiste muy bueno conmigo. Me cuidaste y me trajiste camisetas para
que yo no tuviera frío, y te pasaste más de una hora buceando en el mar
mientras yo te esperaba en la orilla, al lado de una hoguera. Cuando por fin
saliste del agua, el sol se estaba poniendo… pero traías la parte de arriba de
mi bikini en la mano. Te derrumbaste en la toalla y me la tendiste y nos
miramos y nos sonreímos y… y yo pensé que no eras el gilipollas que llevaba
años creyendo que eras.
-Me
acuerdo de ese día-respondió-. Parecía que se te venía el mundo encima cuando
te fui a buscar. Creí que me pedirías que no te sacara del agua bajo ninguna
circunstancia. Y llevabas tanto tiempo nadando que las piernas ya no te
sostenían, de lo cansada que estabas.
-Me tuviste
que llevar en brazos-recordé.
-Y tú
me pasaste las manos por el cuello y me tocaste la nuca sin querer y yo te
dije…
-…
que no podías controlarte cuando una chica te acariciaba como lo estaba
haciendo yo.
-Creo
que las palabras exactas fueron “cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú”-respondió, y yo
sonreí.
-¿Te
acuerdas de eso?
-Ya
te dije que yo me acuerdo de todo lo que tiene relación contigo-contestó, y yo
sonreí.
-El
caso es que… fue todo un detalle lo que hiciste por mí ese día. Cambió mi
manera de verte para siempre.
-¿Y
simplemente llegaste a casa y decidiste masturbarte porque yo te había traído
la parte de arriba del bikini?
-Tú
me veías a mí, pero yo te veía a ti. Y puede que te detestara, Alec, y no me
atraías en absoluto porque eras la típica persona que está buenísima, pero que
no es nada atractiva por culpa de su personalidad. Y yo pensaba que eras un
bravucón de los pies a la cabeza…
-Aún
lo soy.
-Y no
seré yo quien te lo discuta-abrió mucho los ojos, acusando el golpe, y yo me
reí-. Pero ese día, me di cuenta de que quizá era demasiado dura contigo y…
bueno… dejé de verte como un gilipollas, así que me lo hizo todo más fácil. Tú
estabas bueno, yo tenía las hormonas revolucionadas, en ese momento te idolatraba,
y…
Me
mordí el labio.
-¿Y…?
-Había
una chica. Seguramente no la recuerdes. Era de un grupo de españolas que habían
venido de vacaciones, y, Dios sabe por qué, decidieron venirse a la playa ese
día. Tú te ligaste a una. Os marchasteis de la zona de la arena para ir hacia
las rocas. Y yo… bueno, yo estaba buscando unas conchas que cogerle a Duna
cuando… os vi.
Alec
frunció el ceño.
-¿Nos
viste? Qué raro, no me acuerdo de…
-Es
que no estabais… al lío, por así decirlo, todavía. Tú… bueno. Le estabas
comiendo el coño, básicamente-expliqué, retorciéndome las manos-. Y ella… pues
se lo estaba pasando genial. Y yo me quedé como hechizada. Era la primera vez
que veía a dos personas practicando sexo. Para mí se abrió de repente un
universo de posibilidades. Y luego pasó lo de tu rescate. Y, cuando llegamos a
casa, yo no podía dejar de pensar en que había estado prácticamente desnuda en
tus brazos… en lo mucho que me había gustado estar tan cerca de ti, y… quería
hacerme algo, pero no sabía el qué. ¿A ti te ha pasado alguna vez, que tu
cuerpo te dice que necesita algo, pero no el qué, y te dejas llevar por tu
instinto? Bueno, pues yo empecé a acariciarme como tú habías acariciado a esa
chica. Y descubrí que me gustaba. Muchísimo. Me gustaba como no me había gustado
nunca, porque nadie me había acariciado de esa manera… y, además, en cierto
sentido eras tú quien me lo hacía. Me imaginé que eras tú quien me tocaba. Y,
de la misma forma que lo haces tú, aunque con bastante menos seguridad y
muchísima menos maña, empecé a tocarme.
Alec
estaba conteniendo el aliento. Me di cuenta de que se le había puesto la carne
de gallina. A mí también. Tenía toda la piel erizada, y mis pezones se habían
endurecido.
-¿Y
te…?-Alec carraspeó-. ¿Te gustó?
Asentí.
-¿Y…
terminaste?
-¿Que
si tuve un orgasmo?
-Sí.
-Sí-Alec
sonrió-. El primero de mi vida. Supongo que estaba destinada a llegar hasta
aquí, ¿no?-jugueteé con el agua-. El círculo no se habría completado nunca si
no me hubiera enamorado de ti.
Sus
ojos chispeaban de pura felicidad.
-Joder,
Sabrae… muchas gracias.
-¿Por
qué?
-Es
que… me hace muchísima ilusión, no sé. Me dedicaste tu primer orgasmo. Eso es
precioso. Es más especial incluso que perder la virginidad. Eso pasa a veces,
pero el primer orgasmo… eso se elige. Y me siento orgulloso de que me hayas
elegido a mí.
-No
me dejaste elección. Ese día te veía básicamente como un dios. Además… todo fue
un poco premonitorio. Yo no sabía lo que era, ni lo que esperar, así que cuando
lo tuve, y tenía tu cara en mi cabeza, sólo podía pensar en lo que pienso ahora
cuando te veo desnudo: que, definitivamente, Dios existe. Es imposible que los
orgasmos o tú seáis un accidente del universo.
Alec
se echó a reír, me rodeó por la cintura, me pegó a él y me dio un largo beso.
-¿Tú
recuerdas en quién pensabas?
-En
una actriz porno, seguramente. No soy muy especial en ese sentido. Siento
decepcionarte.
-Era
de esperar-hice una mueca.
-¿Sabes?
Es curioso el papel que tiene el sexo en nuestra relación. No por lo mucho que
nos gusta y por lo físicos que somos, sino… creo que es mucho más trascendental
en nosotros que en el resto de parejas.
-¿A
qué te refieres?
-¿Sabes
cuándo supe que estaba enamorado de ti?
-Follando
con Chrissy-le recordé, y él frunció el ceño.
-¿Qué?
No. Bueno, sí. Pero no me refiero a eso. Me refiero a cuándo descubrí hasta qué punto estaba enamorado de ti.
Hasta qué punto te quería-sacudí la cabeza-. Cuando volvimos a vernos después
de pelearnos, y lo hicimos en el parque. Nunca había hecho la marcha atrás. Nunca
antes me habría molestado, sinceramente. Ahí supe que me importabas más que
nadie. Estaba dispuesto a renunciar a mi placer sólo por saber que tú estarías
bien. A salvo-me pasó el pulgar por la boca y yo me estremecí-. No me
malinterpretes: nunca he sido un cabrón con ninguna chica, o al menos no a
propósito. Pero contigo fue diferente. Me ha pasado de hacerlo sin condón con
algunas sin estar planeado. Y simplemente me lo pasaba bien, y luego las
acompañaba a por la píldora. La pagábamos a medias, y cada uno a su casa. Pero
yo no podía hacerte eso. Tenía que protegerte. Me importaba una mierda
correrme: lo único que me importaba era aguantar lo suficiente para que
pudieras correrte tú y no tener que hacerte pasar por los efectos secundarios
de la puta píldora. Ninguna chica había estado por encima de mi placer hasta
que apareciste tú-me acarició la mejilla y yo seguí la ruta de su dedo con mi
rostro. No quería que dejáramos de tener contacto nunca.
-¿Sabes?
Creo que tienes una imagen un pelín pésima de ti mismo. Hablas de ti como si
fueras un capullo.
-Y lo
era, más o menos. No el capullo al uso al que estáis acostumbradas las tías,
pero… un capullo, al fin y al cabo. Me esforcé durante años para conseguir la
reputación que tú bautizarías como la del fuckboy
original, ¿recuerdas?
-Sólo
te estabas preparando para estar a la altura de mis expectativas sexuales, lo
que pasa es que no lo sabías-sonreí, hundiéndome en el agua.
-Pues
entonces he sido el alumno más aplicado de la historia. Si el sexo fuera una
asignatura en la universidad, yo sería el primero de mi promoción sólo por las
ganas con las que he estudiado.
-La
práctica hace al maestro, sol-contesté, deslizándome por la bañera. Miré la
hora en la pantalla de mi móvil y me quedé con la barbilla apoyada en el borde
un ratito, sumida en mis pensamientos. Alec me tiró un poco de agua por la
espalda, y yo me estremecí-. ¡Oye!
-Tierra
llamando a Sabrae. ¿En qué piensas? ¿En a qué playa tenemos que ir este verano
para que vuelvas a hacer el paripé de la damisela en apuros?
Le
saqué la lengua y volví la vista a los libros de la estantería.
-Siempre
he visto en las películas a mujeres relajarse leyendo un libro mientras se
bañan, pero nunca pensé que esto se hiciera a este lado del océano.
-Mi
madre sabe cómo darse caprichitos.
-A mí
me encantaría leer en la bañera.
-Pues
por mí, puedes empezar. Siempre y cuando me leas en voz alta, claro-sonrió,
acariciándome el cuello-. Me encanta tu voz cuando cantas, y también cuando
hablas. Podrías leerme el diccionario y yo no me quejaría.
-A
ver si te empiezo a cobrar por escucharme-me eché a reír-. No sería la primera
de mi familia que lo hace.
-Es
verdad-Alec se unió a mis risas-. ¿Nunca has pensado en dedicarte a cantar?
-Me
gusta, pero eso es trabajo de papá. Él lo hace mucho mejor que yo, y a mí no se
me da bien componer canciones.
-¿Lo
has intentado?-me besó un hombro y yo negué con la cabeza.
-Lo
cierto es que no me ha dado por ahí, no. La verdad es que, hasta ahora, no creo
que haya tenido nada interesante que decir.
-No
estoy de acuerdo-respondió, jugueteando con un mechón de pelo rebelde que se
había escapado de mi moño y se enroscaba en mi nuca, haciendo el rizo de la
cola de un cerdito. Me sequé las manos con una toalla que había sobre el
pequeño armario, especialmente colocada allí para ello, y pasé los dedos por
los tomos de los libros. Me fijé en uno de color azul claro y letras blancas
que me resultaba vagamente familiar, pero no podía situar. En su grueso lomo
sólo había dos palabras: Ahha Kapehnha.
Fruncí el ceño, lo saqué cuidadosamente de la
balda y lo sostuve frente a mí con la portada orientada hacia mi cuerpo. La
portada tenía un diseño sencillo y elegante, con una especie de plumas blancas
en fila sobre el mismo fondo azul claro, y las mismas palabras en un rectángulo
libre de plumas acompañado de otras letras que yo no conseguí descifrar.
-¿Vas
a leerme en ruso?-sonrió Alec, y yo me giré.
-¿Tu
madre lo hace?
-Le
gusta leer a Tolstói en su idioma. Ya que también es el nuestro...-se encogió
de hombros-. Dice que se pierden cosas. Que sería como escuchar una versión
doblada a otros idiomas de las canciones de un cantante inglés. Como Zayn, por
ejemplo. Seguro que no suena tan bien en urdu como lo hace en inglés.
-Tiene
una canción en urdu-le recordé, acariciando el lomo y abriendo el libro. Pasé
un par de páginas y me detuve a analizar el título, hasta que caí. Tolstói.
Ahha. Kaperhnha-. ¿Ana Karenina?-pregunté, y Alec asintió con la cabeza.
-No
está mal para una analfabeta.
-¿Cómo
se lee?
-Como
lo has pronunciado. El alfabeto no es el mismo, ¿recuerdas?-tocó las dos letras
centrales de la primera palabra del título-. Las H suenan como N. Las N
invertidas, como la I. La P es una R. Esto-señaló el nombre del autor, que
empezaba por una letra muy parecida a la pi griega-, es una L. Esta B se
convierte en una V cuando la pasas a nuestro alfabeto; luego hay otra B que se
parece a la nuestra minúscula, pero con el rabito ondulado, que es la que se
convierte en nuestra B. La K es la C, cuando suena como K-siguió las líneas del
segundo nombre de Tolstói-. Esto que parece una Y suena como CH. Y la C es
nuestra S. Liev Nikolaievich Tolstoi-leyó-. Liev significa león, por eso hay libros en que lo llaman así.
-¿Me
enseñas a leer?-pregunté, pasándole el libro, y Alec lo cogió con el ceño
fruncido.
-Es
un poco jodido, ¿eh? Tienen más letras que nosotros.
-Tenéis-le
recordé-. Tú tienes sangre rusa.
-Ya,
bueno-sonrió, pasando las páginas, y accedió al primer capítulo. Me enseñó
distintos tipos de W, una con un rabito y otra normal, y me explicó la
sutilísima diferencia que había entre ellas, que yo no logré comprender. Me
enseñó el sonido de la P y me explicó cómo había que leer las O dependiendo de
qué letra las precediera, o los dos tipos de E que había en el alfabeto y que
no tenían por qué corresponderse con las nuestras. Le tomé el pelo diciéndole
que seguro que se estaba marcando un farol y me estaba engañando, a lo cual él
respondió leyéndome un párrafo del que no comprendí absolutamente nada. Sin
embargo, me gustó la experiencia. Me acurruqué sobre su pecho, entre el libro y
él, y observé las líneas, intentando repetir los sonidos que iban saliendo de
su boca a medida que su dedo se deslizaba por las palabras.
-¿Tú
me vas a enseñar urdu, a cambio?-bromeó, dándome un beso en la cabeza, cuando
le hice repetirme una frase sencilla ocho veces para intentar decirla igual que
él. Me reí.
-Sólo
cuando aprenda a hablar ruso de verdad. Quién sabe si me estarás enseñando a
insultar a la gente, y yo aquí tan tranquila, pensando que estoy describiendo
una mesa.
-Aquí
pone “si me sigue, llamaré a los criados y a los niños”-replicó, seguro de sí
mismo. Entrecerré los ojos.
-Sí.
Seguro.
-¿No
te fías de mí?
-No
en esto-respondí, riéndome, cogiendo el teléfono y abriendo el traductor de
Google. Me mordí el labio un momento cuando conseguí activar el teclado ruso:
había demasiadas letras, y las que yo conocía estaban en lugares diferentes del
teclado. Alec se echó a reír al ver mi confusión, me susurró un cariñoso
“trae”, y cogió mi teléfono. Tecleó rápidamente, le dio a “traducir al inglés”,
y me dedicó una sonrisa satisfecha cuando el altavoz de mi móvil reprodujo
exactamente sus palabras-. ¡Seguro que has elegido esta frase para que yo me la
aprenda porque es justo la única que conoces en todo el libro!
-¡Elige
la que te dé la gana, Sabrae, a ver si sé hablar ruso o no!-respondió, y yo
abrí el libro por una página al azar, señalé una frase, él la leyó en voz alta,
primero en ruso y luego en inglés, y luego la puso en el traductor. No falló ni
una sola vez, aunque sí que en su traducción había ligeras diferencias con la
de Google, pero la idea era la misma y las palabras eran muy cercanas entre sí.
Y lo pronunciaba bien.
Claro
que yo no dudaba de él, por supuesto. Ya me lo había dicho la semana pasada y
yo le había creído desde el primer momento: ¿qué sentido tenía que me engañara
con eso? No ganaba nada, y si le hubiera puesto a prueba y me estuviera
contando una trola, habría quedado fatal, todo por hacerse el interesante.
Pero
me lo pasaba en grande poniéndolo a prueba. Disfrutaba viendo cómo se iba
mosqueando poco a poco con cada frase que le hacía leer en voz alta y traducir.
Y me gustaba muchísimo cómo pronunciaba palabras que yo no entendía, exóticas y
sensuales como no me esperaba que un idioma como el ruso lo fuera. Siempre
había creído que las lenguas eslavas eran mucho más fuertes, con sonidos mucho
menos suaves que aquellos a los que estaba acostumbrada, y me estaba
sorprendiendo gratamente. El ruso estaba cargado de siseos, de us y as.
Y la
voz de Alec cambiaba ligeramente cuando me hablaba en ese idioma. No era la
misma, sino que se volvía un poco más grave, quizá incluso más ronca. Me
recordaba a cómo hablaba cuando acababa de despertarse.
-Ya
no quiero jugar más-bufó, apoyando la nuca en el borde de la bañera y emitiendo
un gruñido que me hizo estremecerme.
-¿Una
última frase? Por favor-ronroneé, con una idea en la cabeza que sabía que le
haría ilusión.
-Mm-cedió,
frotándose la nariz y asintiendo despacio con la cabeza. Con disimulo, cogí mi
móvil y tecleé en la cajita de la traducción del inglés.
-No
mires-le insté.
-No
estoy mirando. Estoy mirando al techo.
-Vale,
pero no mires-terminé de teclear, le di a “traducir”, y me quedé mirando las
tres palabras que aparecieron acto seguido. Por lo menos, eran tres, como en mi
idioma, lo cual me generó mucha confianza. Además, la primera de ellas era la
famosa R mayúscula invertida, que Alec me había dicho que se leía “ya” y
significaba, normalmente, “yo”, así que todo pintaba bastante bien. я
люблю тебя.
Le di al altavoz y me giré para
mirar a Alec mientras la voz femenina, casi de una chica que parecía ilusionada
con el mensaje a transmitir, decía en voz alta las tres palabras. Alec abrió
los ojos, levantó la cabeza, y se me quedó mirando. Por un instante, pensé que
había metido la pata y había introducido en Google la única frase con doble
significado, uno terrible y otro muy bonito.
Pero luego, él sonrió, se inclinó
para besarme, me acarició la nariz con la suya, y contestó casi lo mismo, sólo
que con una palabra en medio.
-Ya tozhe lyublyu tebya-ronroneó como un gatito, con esa voz ronca y
suave que tanto me gustaba y que tan pocas veces tenía la ocasión de
escucharle. Le rodeé el cuello con los brazos y empecé a darle besos en los
labios, repitiendo la misma frase una y otra vez: ya lyublyu tebya, ya lyublyu tebya, ya lyublyu tebya. Te quiero, te
quiero, te quiero.
-Tozhe, ¿es también?-pregunté, y él asintió con la cabeza-. Vaya,
pues al final, sí que vas a saber ruso.
-Eres más tonta… supongo que esto
no cuenta como tu primera declaración, ¿verdad?-negué con la cabeza.
-Para oírmelo decir en inglés,
todavía vas a tener que esperar un poco. ¿Sabes? Me gusta cómo se escribe. Es
mucho más estético que el nuestro, ¿no te parece?-me acurruqué de nuevo en su
pecho y le miré desde abajo-. Creo que deberías considerar tatuártelo.
-Así, si las cosas salen mal
contigo, por lo menos no tendré un tatuaje que borrarme y podré inventarme que
me lo hice por mi abuela.
-¡Eres un cenizo, Al!-protesté,
salpicándole con agua, y él se echó a reír. Dejó el libro lejos del alcance del
agua y me devolvió el salpicón, y antes de que nos diéramos cuenta, nos vimos
envueltos en una encarnizada batalla para ver quién dejaba más mojado al otro.
Por supuesto, ganó él, cómo no: era más alto, más fuerte, y tenía más
experiencia. Me acorraló en el otro extremo de la bañera, metido entre mis
piernas, y se inclinó para sellar la paz con unos besos. Me eché a reír, sujetándole
el rostro entre las manos, mientras él me daba mordisquitos en el cuello por el
puro placer de hacerme cosquillas-. Al, para, ¡para!-chillé, pataleando,
retorciéndome de la risa debajo de él. Se separó de mí lo justo para mirarme a
los ojos, decirme que me quería, yo responderle “también” en el idioma de su
abuela, y me dio un beso en la punta de la nariz.
-A partir de ahora, tienes un compromiso moral
con tu familia para enseñarle ruso a tu chica-le guiñé un ojo-. Espero que lo
hagas con cada vídeo enseñándome el sol.
-¿Y yo qué saco a cambio?
-Fotos mías. A más calidad de la
enseñanza, menos ropa-le saqué la lengua y él se estiró a por el móvil.
-Empezamos ahora mismo-sentenció,
recogiendo su teléfono del mismo soporte en el que hasta hacía poco había
estado el mío y encendiendo la pantalla. Frunció el ceño al ver cómo un desfile
de rectángulos de notificaciones se peleaban por conseguir el primer puesto en
la parte superior de su pantalla-. Qué cojones…-musitó, deslizando el dedo por
la pantalla para comprobar qué pasaba. Me arrimé a él y me apoyé en su hombro
para echar un vistazo yo también a su teléfono, en el que ahora no había nada.
Entró derecho a Instagram y se
quedó a cuadros: la pestaña de notificaciones no terminaba de cargar,
mostrándole a cada segundo que pasaba que una nueva persona le enviaba un mensaje, comentaba en su
perfil, o simplemente empezaba a seguirle. Alec entró en su perfil y abrió la
boca, estupefacto.
-Me han empezado a seguir 15 mil
personas-constató, y yo cogí su teléfono y me quedé mirando el número de
seguidores, que no dejaba de aumentar. Tardé un momento en entender por qué se
sorprendía tanto, cuando mis notificaciones solían ser una locura incluso con
los filtros que yo tenía activados… hasta que caí en que, claro, yo era famosa,
más o menos. Pero él, no.
Y, de la misma manera que yo era
famosa, lo había convertido en tal a base de hacer oficial que estábamos
juntos.
-Ha sido la historia. La he
compartido y todo el mundo la está viendo-expliqué, devolviéndole el teléfono y
recogiendo el mío-. ¿Quieres que la borre?
-A mí no me molesta. Es sólo que
me ha sorprendido. O sea, ¿qué interés pueden tener tus seguidores en mí?
-La mayoría de gente que me sigue
lo hace por si cuelgo algo con papá. Seguro que se han llevado una grata
sorpresa viendo que estoy acompañada, aunque no sea por él, para variar-bromeé,
y Alec silbó. Toqueteó en su perfil y, tras un instante de locura, decidió
ponerse la cuenta privada y decidir más tarde qué hacer con ella. Empezaron a
llegarle peticiones de seguimiento a los pocos segundos, pero él estaba
demasiado ocupado descendiendo por la bandeja de entrada de sus mensajes. El
icono del avión de papel estaba acompañado de un 75 blanco dentro de un círculo
rojo que nada tenía que envidiar a los influencers.
Me fijé en que todas las personas
que le habían enviado algo eran chicas, y me dije que quizá debería apartar la
vista. Por muy bien que fuera nuestra relación, seguía teniendo derecho a una
ventana de privacidad. Siempre la tendría, y yo tenía que respetarla. Pero es
que no podía evitarlo: la pantalla de su móvil me atraía como la miel a una
mosca.
Y él tampoco parecía molesto por
mi indiscreción, porque incluso me enseñó una notificación diferente a las
demás y comentó:
-Mira, ésta me ha enviado un
vídeo en lugar de una foto. Miedo me da; no sé si abrirlo. Cindy está como una
cabra…-se echó a reír y negó con la cabeza, y yo fruncí el ceño.
-Espera, ¿la conoces?-él me miró
y asintió-. ¿Y a alguna más?
-A todas, Saab. Nos seguimos mutuamente,
¿por qué?
-Nada. Es que me llama la atención que te escriban tantas personas, eso
es todo.
Alec se echó a reír.
-Sí, bueno, nunca ha sido tan
exagerado, pero la verdad es que cuando daba señales de vida antes en
Instagram, siempre había alguna chica que me abría conversación para hablar… y
lo que surja, ya me entiendes-me guiñó un ojo y chasqueó la lengua.
-¿Sexting?-pregunté, y él asintió con la cabeza.
-No es mi parte preferida del
sexo, pero bueno… tampoco me disgusta. Nunca lo ha hecho. Es una buena forma de
pasárselo bien estando solo. Intercambiar nudes
es divertido, y me sigue cada pibonazo que…-silbó, y luego alzó las cejas,
dándose cuenta de su error-. Aunque, por supuesto, desde que tú y yo vamos más
en serio, eso se ha acabado, ¿eh? No he vuelto a hacer nada con nadie. Al
margen de los polvos con Pauline y Chrissy, quiero decir. Pero, en ese sentido,
te he sido fiel.
-No tienes por qué darme
explicaciones, Al. No teníamos ningún tipo de compromiso.
-Pero aun así, te las doy. Y por
mi parte sí que lo había, así que quero que lo sepas. No he hecho nada con
ninguna de estas chicas desde que empezamos más en serio. La única con la que
me paso fotos eres tú.
-¿Y guardas las de las demás?
Se rió, nervioso.
-Sí, claro, pero… eh… no las he
vuelto a mirar.
-Pues eso está mal-sentencié,
levantándome y escurriéndome el agua de los dos mechones de pelo que me había
soltado. Empezaba a tener frío en la bañera, y pronto sería hora de comer, así
que sería mejor que estuviéramos disponibles para poner la mesa.
-¿Por qué?-preguntó Alec desde
abajo, con las rodillas asomándose entre las nubes de espuma-. Yo no las
comparto, ni nada. Están en mi galería, más a gusto que un arbusto.
-Ya, si sé que no vas a hacer
nada con ellas, pero… gracias-murmuré cuando me tendió la mano para ayudarme a
bajar los escalones de la bañera-. Aun así, está mal que guardes fotos que te
han pasado en un contexto determinado cuando las circunstancias que lo han
motivado cambian.
-Vamos, nena: todas estas chicas
tienen fotos mías, sé que las guardan, y a mí no me importa. De hecho, si
empezaran a rularlas por ahí también me daría igual-se encogió de hombros.
-Bueno, pero ahora es todo un
poco distinto, ¿no te parece? Ahora ellas saben que tú tienes novia… más o
menos. Sería deshonesto por tu parte que las conservaras, porque, si dices que
sólo te masturbas conmigo, ¿qué sentido tiene que guardes las del resto?
-Nostalgia-respondió sin
convicción, simplemente por quitarme de en medio-. Yo soy un tío legal. No
pienso hacer nada con ellas. Pero también me las he ganado, ¿sabes? A fin de
cuentas, cuando tú me pasas fotos, estás regalándomelas, y lo que se da, no se
quita.
-¿Crees que te gustaría que Hugo
tuviera fotos mías en su teléfono si yo se las hubiera pasado cuando éramos
novios, estando ahora nosotros como estamos?
Alec se me quedó mirando,
pensativo. Luego, bajó la mirada a su móvil un momento. Tras un instante de
cavilación, finalmente abrió la galería, descendió por sus álbumes, tecleó la
contraseña de uno, y empezó a borrar las fotos que allí tenía guardadas, una
por una. Sonreí, me incliné para abrazarle y darle un beso en la mejilla, y le
di las gracias.
-Haría cualquier cosa por ti,
bombón-me prometió con una mirada cargada de emociones-. Cualquier cosa.
-Mientras hagas lo correcto, me
da igual por qué razón sea-le di un beso en la cabeza y me envolví en la
gigantesca toalla que había sacado del mueble del lavamanos. Esperé a que
saliera de la bañera y nos secamos mientras charlábamos, cómodos en nuestra desnudez
y con la confianza más fuerte que nunca.
Metí la cabeza en su sudadera y
me senté sobre el lavamanos a esperar a que Alec terminara de vestirse, pero él
era mucho más lento que yo. No tenía tanta prisa como yo por salir de aquel
baño, y lo estaba demostrando a base de remolonear con una toalla atada a la
cintura. Balanceé los pies en el aire mientras él se me quedaba mirando, le
saqué la lengua y él alcanzó el móvil y me sacó una foto, en la que se me veía
sonriente, feliz, y con la espalda vigilada por su dorsal. Me la envió por
Telegram y yo, por pura malicia, la subí a mis historias volviendo a
etiquetarlo.
-¡Sabrae!-gimoteó al ver que le
volvían a bombardear con notificaciones, y yo me eché a reír.
-Tenemos que conseguir que te
verifiquen la cuenta, para que puedas activar los filtros de privacidad.
-Sí, pero mientras tanto no voy a
poder ver las cosas que subas.
-Activa mis notificaciones… ah,
no, que no vas a distinguirlas-me burlé, y él gruñó un “qué graciosa” haciendo
una mueca mientras se quitaba la toalla y se toqueteaba el pelo, coqueto y
completamente desnudo. Alcancé mi móvil y le hice una foto.
-¿También vas a subir eso?
Podríamos usarlo para que me verifiquen como personaje público-se burló.
-Ésta es sólo para mí. De
recuerdo de este día.
-¿Es que no te basta para
acordarte bien con el regalo que te he hecho?-preguntó, metiéndose entre mis
piernas y separándome las rodillas. Su boca estaba tan cerca de la mía que me
quedé sin aliento, sintiendo el ardor del suyo en los labios-. Mm, quizá deba
hacerte otro regalo que haga que no puedas dejar de pensar en mí en mucho,
mucho tiempo-rió, y sus dos colgantes me acariciaron la piel desnuda de las
piernas cuando me subió la sudadera y me quitó los calzoncillos que le había
cogido prestados, liberando así mi sexo, que palpitó de anticipación. Alec me
mordisqueó la cara interna de las piernas y trazó dos líneas rectas con la
punta de su nariz por mis muslos, los límites de una autopista directa a mi
cielo personal. Sopló sobre mi sexo y yo me estremecí, y luego, se hundió
lentamente en él, poseyéndome con su lengua y su boca como había hecho hacía
escasas horas.
Perdí el control de la mitad
inferior de mi cuerpo, que se empezó a retorcer al ritmo de los embates de su
lengua y sus labios. Enrosqué los dedos de los pies y empecé a jadear, buscando
un punto de apoyo que encontré en el espejo. Abrí los ojos y vi nuestro reflejo
difuminado en la pared como de vidriera, con Alec entre mis piernas,
completamente desnudo, y yo retorciéndome de placer frente a él.
Estaba mojada, abierta y
dispuesta. Quería que me poseyera allí, sin importarme si teníamos condones o
no.
Pero él era muy cruel, y tenía
sus propias intenciones. Cuando notó que acababa de remontar una loma y
empezaba a ascender vertiginosamente, se separó de mí y sonrió desde abajo.
-Ah, se me olvidaba que el
marcador de orgasmos está demasiado inclinado a tu favor.
Se puso en pie de nuevo y me
subió los calzoncillos por las piernas. Lo miré con desesperación dormida.
-Alec, por favor…-supliqué,
mirándolo a los ojos. Le agarré una muñeca con las dos manos para impedir que
se alejara.
-Bueno, si nos ponemos
así-respondió, metiendo la mano por dentro de mis calzoncillos y masajeando mi
sexo con sus dedos expertos. Me mordió la boca para que no gritara, e introdujo
dos dedos en mi interior cuando me notó cerca del orgasmo para volverlo más
intenso, mientras masajeaba en círculos
mi clítoris, que ya tenía a su nombre-. Córrete para mí, Sabrae-me ordenó. Me
corrí. Sonrió, me besó con lascivia, excitado, duro, firme, dispuesto. Sacó su
mano de mi interior y se metió los dedos en la boca para degustar mi sabor-.
Joder. Cómo voy a echar de menos tenerte conmigo para poder probar el sabor de
tu placer cuando me dé la gana.
-Pues no dejes que me vaya-respondí
en tono suplicante, y él se rió.
-No me des ideas,
bombón-respondió, pellizcándome la barbilla y subiéndose los pantalones. Se
vistió rápidamente y me dejó intimidad para que hiciera pis y me vistiera, y
cuando salí del baño, lo hice con las piernas aún un poco entumecidas y una
sonrisa tonta en la boca.
Descubrí que me moría de hambre
en cuanto me topé con el aroma de la comida recién preparada, lo sabroso de la
carne estofada mezclada con el dulzor del merengue en un mix sorprendentemente
agradable. Comprobé que Alec había aprovechado el tiempo que yo había estado en
el baño para recoger lo que habíamos dejado desperdigado por el sofá, y ahora
el jersey que tan amablemente me había prestado estaba cuidadosamente doblado
sobre la mesa de los mandos. Y se me ocurrió una idea.
Era momento de ser mala.
Sabrae
tardó más de lo que me esperaba en salir del baño; tanto, que incluso me fui a
buscarla, sólo para descubrir que ya ni siquiera estaba allí. Se había esfumado
como el sueño de una noche de verano, la ilusión de un hada de primavera que
desaparece con los primeros rayos de sol.
La comida estaba lista: mamá
había hecho albóndigas para pedirme perdón por algo que yo aún no sabía que me
había hecho, aunque por su insistencia por la mañana juraría que le preocupaba
haber llegado demasiado pronto y habernos estropeado la noche a Saab y a mí. Lo
que ella no sabía era que ya habíamos disfrutado más de lo que nos correspondía
antes de que llegaran, y que lo hubieran hecho en ese momento había contribuido
a que descansáramos un poco.
La mesa estaba a medio poner, y
se suponía que era responsabilidad mía a pesar de que mis padres me estuvieran
echando un cable, pero yo no estaba a lo que hay que estar. Necesitaba estar
con ella, todo lo cerca que pudiera, a pesar de que eso pudiera no sentarle
bien. Aún no sabía muy bien cómo sentirme respecto de lo del agarrón: Sabrae
había puesto muchísimo empeño en hacerme ver que no era para tanto y no debía
preocuparme, que todo el mundo se descontrolaba en la cama, pero ella no sabía
lo que me había pasado por la cabeza mientras la estrangulaba. Porque sí, era
eso lo que había intentado: estrangularla. Había una diferencia inmensa entre
darle unos azotes en la cama, a agarrarla del cuello y tratar de asfixiarla.
Dentro de lo que cabe, los azotes son inofensivos, pero el estrangulamiento, ya
no tanto.
El caso es que con ella cerca,
mis pensamientos se difuminaban y ya no tenía que preocuparme del monstruo que
había despertado en mi interior, y que yo había esperado toda la vida que no
estuviera allí. Cuando ella me miraba, yo me sentía bueno e inofensivo, y no
quería dejar de creer que no había mal en aquel mundo que yo pudiera
infligirle.
No sabía cómo iba a sobrevivir al
día siguiente sin ella, a la semana sin ella, a la vida sin ella. Estaba por
pedirle muy en serio que se mudara a mi casa a vivir, y una parte de mí me
decía que no debía tener miedo ni dudas, pues ella aceptaría.
Escuché su voz en el piso de
arriba, intercambiando unas palabras con mi hermana mientras Trufas bajaba brincando por las
escaleras, apoyándose en los últimos centímetros de cada escalón para tomar
impulso y seguir descendiendo como un avión del ejército que sobrevuela bajo la
tierra.
-Te queda genial esa sudadera, Saab.
-¡Gracias! La ropa que traía ayer
no abriga mucho, precisamente, y Alec no quiere que coja una pulmonía. Así que
me la ha regalado.
-¿De veras? Qué suerte. A mí no
me deja ni acercarme a ella. Cada vez que intentaba ponérmela, me la quitaba. Supongo
que ahora ya no tendré la tentación-bromeó Mimi, bajando las escaleras y
esbozando una sonrisa divertida cuando se cruzó conmigo. Sabrae se saltó los
dos últimos escalones para caer directamente en mis brazos, confiando en que la
cogería, como así hice. Trufas se
frotó contra mis pies, exigiendo atenciones por parte de mi chica. Te aguantas, bola de pelo, que primero
estaba yo.
-He ido al baño y no estabas.
-Tenía que poner el móvil a
cargar, y me he entretenido enviándole un par de mensajes a mi madre. Pero ya
estoy aquí-festejó, acariciándome el pelo como a un perrito. Me aplastó los
rizos sobre los ojos, y cuando me soplé para que no se me metieran en ellos, se
echó a reír-. ¿Está todo listo?
-Casi-habló mi madre desde el
comedor-, pero ya puedes ir pasando, si quieres. Ya nos ocupamos nosotros. Hoy
que Alec está trabajador, hay que aprovechar-mamá le guiñó un ojo y yo gruñí.
-Yo siempre estoy trabajador, mamá. ¿Qué impresión se va a llevar Sabrae
de mí?
-La correcta-sonrió mi chica, besándome
en los labios y saltando de nuevo al suelo. Me fijé en que se había quitado los
pantalones, así que entre el espacio que dejaban las zapatillas que le había cogido
prestadas a Mimi, de bota, un poco más arriba de su tobillo, y la carne que
tapaba el bajo de la sudadera que le había regalado, ahora sólo se veía piel de
chocolate, con un ligero brillo producto del sudor y del orgasmo que le había hecho
tener hacía poco-. Pero quiero sentirme útil, Annie, así que dime qué falta por
poner. Alec y yo nos encargamos, ¡bastante has hecho tú que has tenido que
cocinarlo todo!
Mamá sonrió, complacida. Mi chica
sabía cómo ganársela, a pesar de que ya la tenía en la palma de la mano. Supe que
había elegido a la chica correcta, y que ella había hecho bien rascando un poco
en mi superficie de gallito para descubrir el romántico que ni siquiera yo
sabía que tenía por dentro. A nadie en casa se le había escapado el detalle de
la sudadera, ya no digamos que tuviera nuestro apellido en la espalda: toda una
declaración de intenciones que Sabrae llevaba con orgullo.
La seguí hasta la cocina, a la
que se dirigió con la seguridad de quien está en casa, y le abrí las puertas de
las alacenas a las que se empeñó en acceder después de comprobar que aún no me había
dado tiempo a poner los vasos. Con su poco más de metro y medio de alto, Sabrae
no alcanzaba los estantes más bajos, por lo que se estaba poniendo de puntillas
de una forma que yo no pude desaprovechar. Me pegué a ella, apoyando mi
entrepierna sobre su culo, y le fui alcanzando los vasos uno a uno. Ella no se amedrentó
por el contacto, sino que se frotó contra mí con descaro, buscando calentarme y
que la hiciera mía sobre la encimera.
Debía de creer que no era capaz
de poseerla en la cocina, con toda mi familia al otro lado de la pared.
Sabrae me miró por encima del
hombro, sonriendo como si conociera todos los secretos del universo, y se
encaminó al comedor. Mientras yo recogía los cubiertos, ella volvió a por el
servilletero, rodeó la isla de mi cocina por el puro placer de contonearse
delante de mí, volvió a mirarme por encima del hombro, y trató de dirigirse hacia
el comedor, pero yo le corté el paso.
-Sé lo que estás intentando
hacer.
-¿Ah, sí? ¿Qué es, exactamente?
-Provocarme para que hagamos algo
rapidito.
-¿Por ejemplo, ponerme de
rodillas?-sugirió, y yo me eché a reír.
-¿Te piensas que me importa algo
que mis padres y mi hermana estén a cinco metros?-susurré en su oído-. Podría follarte
sobre un escenario mientras mil personas nos jalean y que no me importara una
mierda quién nos estuviera viendo.
-¿Es eso una promesa, o una
amenaza?
-Es lo que tú quieras que sea,
bombón. Si quieres sexo, pídelo. No tienes por qué frotarte contra mí, ni
contonearte, ni…
-¡Pero si has empezado tú!-se
echó a reír.
-… ni exhibirte como un pavo real.
¿Tienes idea de lo que me pone pensar que debajo de la sudadera, llevas puestos
mis calzoncillos?
Levantó la cabeza, altiva.
-Sí, pero parece ser que no es lo
suficiente como para que tú te vuelvas loco. Y que sepas-añadió, recogiendo el
servilletero y sorteándome con habilidad-, que no te los pienso devolver.
-Pues quítatelos
inmediatamente-ordené, procurando no pensar en que si lo hacía, estaría desnuda
debajo de mi sudadera, con su sexo al alcance de mis dedos. Me aseguraría de
sentarme bien cerca de ella para poder aprovechar durante la comida.
-Sí, delante de ti, ¿no?-se
burló, accediendo al comedor.
-A poder ser-respondí,
siguiéndola, y Sabrae se echó a reír.
-¿De qué habláis, vosotros
dos?-inquirió Dylan, alzando una ceja.
-De nada. ¿Dónde quieres
sentarte, bombón?
-Me da lo mismo.
-A la cabecera, por
supuesto-sentenció mi madre-. Es la invitada. Ya nos ocuparemos de que todo le
quede más cerca.
Mi chica estaba resplandeciente. Estuvo
toda la comida charlando con mi familia, riéndose de las bromas de Dylan, que tenían
más gracia que de costumbre, haciendo preguntas sobre las historias que nos
contaban mis padres, y alabando cada dos por tres la manera de cocinar de mi
madre. La verdad es que mamá se había superado a sí misma: las albóndigas le
habían quedado tan tiernas que prácticamente se derretían en tu boca, la salsa
estaba sabrosísima; las patatas horneadas, con los bordes crujientes y un
corazón mojado que se alejaba mucho de la sensación arenosa del interior que
normalmente le terminaba quedando. Además, también había hecho un sofrito de
pimientos y preparado una salsa curry con extra de picante para acompañarlas,
por si a Sabrae no le bastaba con la salsa, que ella se echó varias veces en el
plato, seguramente oliéndose que lo habían hecho especialmente para ella. Los
bollitos de pan precocinado, que mamá metía con las patatas para aprovechar el
calor, aún estaban humeantes y crujientes, con una miga esponjosa que te
recordaba a una nube… o a la espuma en la que nos habíamos estado bañando ella
y yo.
-¿Tú qué tal anoche, Mimi?-preguntó
Sabrae, dando un sorbo del agua mineral que había insistido en tomarse; decía
que con el zumo de por la mañana ya había sido suficiente, pero agradecía que mamá
hubiera sacado otra selección por si le apetecía seguir innovando. Mi hermana
se tapó con la servilleta mientras terminaba de rumiar un trozo de lechuga.
-Muy bien. Salimos por ahí a dar
una vuelta, a estar con las chicas un poco, y luego nos fuimos a casa de El a
ver una peli, ponernos mascarillas, pintarnos las uñas… en fin, todas esas
cosas que hacen que a Alec le den escalofríos-se burló, y yo puse los ojos en
blanco.
-Estoy más en contacto con mi
lado femenino de lo que tú te piensas, Mary Elizabeth.
-Sí, sobre todo desde que tu lado
femenino de repente mide metro y medio y se pasea por casa con tu sudadera de
boxeo como si fuera un vestido, ¿no?-se echó a reír, y yo estaba a punto de
contestarle con una bordería cuando escuché a Sabrae unirse a sus carcajadas,
así que decidí no responder a la provocación de mi hermana. A fin de cuentas,
habíamos ganado todos: ella me había vacilado, y yo había escuchado a Sabrae reírse.
-En defensa de Alec diré que está
haciendo muchos progresos en lo que se refiere al contacto con su lado
femenino-sonrió mi chica, cogiéndome la mano y acariciándome los nudillos con
una sonrisa de oreja a oreja.
-No me cabe duda.
-Se nota tu toque, Saab. Ya no
tengo que pedirle ocho veces que meta los platos en el lavavajillas.
-No eran ocho, mamá-protesté.
-Es verdad; eran ocho por la
mañana, y siete por la tarde-rió Dylan-. Se ve que trabajar le cansa.
-Pobrecito-se lamentó Sabrae,
haciendo una mueca.
-¿Verdad? Me deslomo recorriendo
las calles de esta ciudad llueva, nieve o haga sol, y cuando llego a casa me
tratan como a un criado, y todavía se ríen de mi explotación. Libérame, nena.
-Si te deslomas es porque
quieres-contestó Sabrae, encogiéndose de hombros.
-¡Eso es lo que le digo yo!
-Me gusta tener mis ahorros,
¿acaso es eso un crimen?
-A ti lo que te pasa es que te
encanta tener una excusa para tener moto y poder ir fardando por ahí con las
chicas-acusó mi madre-. Me pregunto qué harás con ella ahora que tienes a Sabrae.
-Pues pasear a Sabrae-me encogí
de hombros, y Sabrae se echó a reír.
-¿Tengo que pedir un casco a
Amazon?
-Si pones que quieres que te lo
traiga el repartidor más guapo que tengan, me mandan a mí para que te lo lleve
a casa.
-Quizás lo haga-sonrió Sabrae,
metiéndose un trozo de lechuga en la boca.
-¿Después qué tenéis pensado
hacer?-preguntó mi madre, y Sabrae y yo nos miramos. Follar, pensamos los dos. Volvimos a mirar a mi madre.
-No somos muy de planes, mamá. Nos
va más improvisar.
-Sí, sobre todo cuando tenemos
que ir corriendo a la farmacia por culpa de alguien-Sabrae
fulminó con la mirada a Mimi, pero lo hizo de broma, así que mi hermana, en
lugar de ponerse colorada, sólo se echó a reír. Perra…
-Lo decía por si querías que te
dejáramos el salón libre para ver una peli o algo.
-También la podemos ver en mi
cama-contesté, y mamá alzó las cejas, Dylan sonrió descaradamente, y Mimi se
metió un trocito de pan en la boca para no echarse a reír.
-Guau, Al. Qué sutil-alabó Sabrae,
asintiendo con la cabeza. Me volví hacia ella.
-Sutil es mi segundo nombre, bombón.
-¿Y Sincero?
-Ése es mi apellido-le dediqué
una sonrisa radiante y ella me acarició la cara, riéndose.
-Vale, así que… podré ver mi
novela en el salón.
-Claro, Annie. Estás en tu casa;
nosotros nos adaptamos.
-Ay, Sabrae, eres un cielo, pero
tú también estás en tu casa-mamá se levantó y yo me estiré hacia atrás. Había comido
un montón, pero eso no me impediría rendir en la cama si Sabrae así lo quería. Y
esperaba que así fuera.
-¿Friego yo, mami?
-No te hagas el bueno y el inocente
porque esté ahora Sabrae, que no cuela. Nunca das un palo al agua, y hoy que
tienes invitada, menos todavía.
-Jo, mami-hice una mueca y mamá
se rió.
-Serás bobo… Mary, ¿me ayudas con
los…? Estate quieta, Sabrae.
-Sólo estoy pasándoos los platos
para que no tengáis que rodear la mesa como camareros en una boda.
-Que. Te. Estés. Quieta.
-No puede, mamá. Es superior a
ella.
-Si se estuviera quieta estando
contigo, Al, tendríais un problema-espetó Dylan, y mamá le agredió con una
servilleta mientras Sabrae y yo nos echábamos a reír. Mi hermana y ella se
ocuparon de llevarse los platos, mi padrastro despejó la mesa, y mamá volvió
con una bandeja en la que traía una tarta flambeada que hizo que se me hiciera
la boca agua. La colocó en una esquina de la mesa y empezó a cortarla,
arrancando de ella una cuña de nata, caramelo y bizcocho que me dio ganas de
llorar. Le pasó el plato a Sabrae, que se quedó mirando el trozo de tarta espantada.
-¡Esto es muchísimo!-se quejó-. Estoy
súper llena. Ni siquiera tenía pensado tomar postre.
-La he hecho yo-explicó mamá, y
eso fue a misa para Sabrae.
-Ah. Vale. Bueno, entonces creo
que haré un hueco. ¿Me cortas un trozo más pequeño? Toma, Al-intentó empujar el
plato en mi dirección, pero mi madre se lo impidió.
-¡Ni se te ocurra! Me va a
parecer mal, Sabrae.
-¿Me ayudas a terminarla?-me
preguntó con ojos de corderito degollado, y yo asentí, pegué la silla a la
suya, cogí mi cuchara y ataqué la tarta. Sabrae cogió un poco de nata con la
punta de la cuchara, se la metió en la boca y cerró los ojos.
-Mm.
-¿Entiendes ahora por qué estoy
todo el rato haciendo ejercicio? Me pondría como una bola con la cocina de mi madre.
-Con la cocina de todas las madres, más bien-sonrió Sabrae,
chupando la cuchara-. Que la de la mía también te gustó.
-A buen sitio vas a ir tú a
parar, Sabrae-comentó mamá, riéndose por lo bajo.
-¡Deberías aplaudirme por todo lo
que como y lo en forma que estoy, mamá, no criticarme por no dejar que tires
nada a la basura!
-En eso has salido a tu
abuelo-asintió mamá-. En mi vida he visto a nadie comer como lo hacía mi padre.
-¿Falleció?-preguntó Sabrae, y
mamá asintió.
-Cuando yo era pequeña.
-Vaya. Lo siento. Mamá no conoció
a su madre.
-No pasa nada. Los pocos
recuerdos que tengo de él, son buenos. Y Alec es igualito que él-mamá sonrió,
mirándome con cariño-, así que es como si lo tuviera en casa y tuviera que
cuidarlo.
-¿Y tu madre no se volvió a
casar, Annie?
-¿Mama?-preguntó, llamándola en
ruso en lugar de en inglés, como solíamos hacer cuando hablábamos de Mamushka-. No. Por Dios-mamá se rió-. Mi
madre es lo menos romántico que te puedas encontrar. Con un hombre en su vida,
dice que le basta y le sobra. Pero quería con locura a mi padre. Aún lo hace,
de hecho. Le quiere sin echarlo de menos. Es algo curioso. Para ella, amar y no
tener son casi sinónimos. No tiene a su marido, apenas tiene a sus nietos…
-¿No vive en Londres?
Negué con la cabeza.
-Vino aquí una temporada cuando yo
era pequeño para cuidarnos, pero luego volvió a Manchester.
-Bueno. Está lejos, pero hay
buenos trenes.
-Es verdad. La visitamos muy a
menudo y ella viene a pasar las Navidades muchas veces. Qué lástima. Si Alec te
hubiera traído un poco antes, podrías haber conocido a su hermano y a su
abuela.
Me puse tenso con la sola mención
de Aaron. No le quería imaginar cerca de Sabrae, y menos ahora que sabía que yo
también tenía el veneno que tenía nuestro padre corriéndole por las venas. De Aaron,
no me cabía ninguna duda que lo había heredado. Lo que no me esperaba era
haberlo heredado yo.
Sabrae se dio cuenta de mi cambio
de actitud. Hundió la cuchara de nuevo en la tarta y, tras meterse otro trozo
en la boca, rescató un tema un poco menos peligroso.
-Bueno, Al… y ahora que ya has
probado a las dos mejores cocineras de esta zona de Londres, ¿con cuál te
quedas?
Mamá alzó una ceja, expectante.
-Sabrae… no me hagas estas
preguntas, ¿quieres?-bufé, tomando otro trozo de tarta-. Porque tengo que vivir
en esta casa. Tú estás de puta madre: vienes aquí, dices cuatro pijadas, te
ganas a mi madre, y luego te marchas, pero yo me quedo aquí con el marrón de no
saber qué contestar.
-Podrías decir que las
comparaciones son odiosas-sugirió Dylan, sonriente.
-Sí, pero mamá es lo bastante
retorcida como para interpretar eso como que prefiero la cocina de Sherezade a
la suya.
-¡Desheredación, desheredación,
desheredación!-empezó a canturrear Mary Elizabeth, lo cual exaltó a Trufas, que se puso a correr en círculos
alrededor de la mesa.
-¡Tendrás queja de mi comida, Alec!
-¿Lo ves, Dylan? ¡A ver, mamá! ¡Que
tú haces las mejores albóndigas del mundo! ¡Son súper redonditas, y… esféricas…
y… eh…! ¿He dicho redondas?-sonreí, levantándome-. Te quiero, mami-le di un
beso en la mejilla que no la convenció.
-Vale. O sea, que Sherezade cocina
mejor que yo.
-No. En general, no. Pero en
repostería… bueno. Te lleva ventaja-solté, mirando a Sabrae por el rabillo del
ojo. Cruzó las piernas y esperó a ver cómo se desarrollaban los
acontecimientos.
-¿De veras?-mamá entrecerró los
ojos.
-Sí. Esto… joder, Sabrae, hija,
ya te vale. A ver, mamá, a ti se te da genial los primeros platos, los
segundos, y los terceros… y el postre también, ¿eh? La tarta está cojonuda. La mejor
que he probado en mucho tiempo.
-Porque Sherezade nunca te ha
dado a probar de la suya-soltó mamá, sabelotodo, poniéndose una mano en la
cadera.
-Puede ser. Pero, a ver, es que Sherezade
se entrena. Tiene muchísimos libros de repostería, ¿no, Saab?
-Oh, sí.
-Y cocina todos los fines de
semana algo distinto.
-Eso es verdad-apostilló Sabrae.
-Así que tiene más práctica que
tú. Eso es todo. ¿No has visto los brownies
que nos ha traído Sabrae? Estaban riquísimos. ¿Y quién le enseñó a hacerlos? Sherezade.
Así que imagínate cómo los hará la madre, si a la hija le salen así. ¿Estás ahora
a ese nivel, mamá? Porque ya has visto los brownies,
pero lo mismo se aplica a sus natillas, al arroz con leche, o a los
bombones. Especialmente, a los bombones.
-¿Los bombones, Alec?-preguntó Sabrae,
alzando una ceja.
-Sí, los bombones, Sabrae-asentí,
mirándola un momento-. Son su especialidad-le expliqué a mi madre, que me
miraba como si estuviera chiflado-. Hace unos de chocolate espolvoreados con
trufa y con interior de praliné que están que te mueres. Nunca he probado nada igual en toda mi vida. Ni los de Lindt
saben tan ricos. Cuando los muerdes te explotan en la boca y te la llenan de
chocolate fundido que te baja por la lengua y… joder, Sabrae. ¿Cuándo le toca
volver a hacerlos?
Sabrae se echó a reír.
-Seguro que si se lo pides por
favor, puede modificar su calendario de postres.
-¿Lo ves, mamá? Sherezade tiene
un calendario de postres. Estamos hablando de una profesional de la glucosa.
Mamá miró a Sabrae.
-¿Ves lo que acaba de hacer? Así
es como ha conseguido no cumplir ninguno de los castigos que le he impuesto de
forma íntegra en 17 años.
-Has parido a un artista de la
lengua, mi amor-comentó Dylan, acariciándole la mano a mamá.
-Si yo te contara-soltó Sabrae por
lo bajo, volviendo su atención a la tarta. Me senté a su lado y le ayudé a
terminarla, robándole trocitos de su cuchara y haciéndola de rabiar. Para cuando
terminamos, un poco perdidos de nata por haber jugado más de lo que deberíamos,
descubrí que estábamos solos.
-Se han ido.
-Seguramente oyeran lo que me
dijiste sobre follar con público y les resulte un poco violento ver a su hijo
en plena acción-comentó como quien habla del tiempo, y yo me eché a reír.
-Ellos se lo pierden. ¿Subimos a
mi habitación?
-Ya pensaba que no me lo ibas a
pedir. Pero… estoy un poco empachada-se llevó una mano al vientre, que tenía
abultado por culpa de la comida-. ¿Qué te parece si sorprendemos al mundo viendo
de verdad una película?
-¿Me prometes que te vas a portar
bien?
-Siempre y cuando no suene The
Weeknd…-sonrió, recogiendo a Trufas
del suelo y hundiendo la cara en él. Abrió los ojos y me miró por entre el
pelaje oscuro del conejo, y yo me di cuenta de una cosa:
Puede que tuviera un monstruo
dentro. Pero, viendo cómo con sólo una mirada Sabrae era capaz de revolver
todas y cada una de mis moléculas, lo raro era que no terminara despertando
hasta a la peor versión de mí mismo.
Sólo esperaba que también fuera
lo bastante poderosa como para terminar con ella. Porque yo solo no iba a
poder. Por mucho que debiera. Tampoco debía haberla agarrado por el cuello.
Y lo había hecho.
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Mira sino me he derretido con este capítulo ha sido de puro milagro. El momento de la bañera creo que ha sido de los momentos más íntimos, por no decir el que más, y que más soft me ha puesto de todo lo que llevamos de novela. Me ha encantado como Sabrae lo ha tranquilizado y lo ha mimado y como han hablado de lo del momento cuello que yo realmente creía que dejarían apartado más tiempo, al menos por parte de Alec, y todo lo del video. Es que de verdad no puedo con lo monos y domésticos que son, me supera. Me he pasado mitad del capítulo sonriendo como una boda sin remedio. Me ha gustado mucho también que le confesara finalmente lo de la primera vez que se masturbo y ver como poco a poco Sabrae está cada vez más integrada en la familia Whitelaw.
ResponderEliminarEstoy deseando ya que se despidan para ver como hablan el uno del otro con sus respectivos amigos ains.