domingo, 13 de octubre de 2019

Fuego y dinamita.


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Había subido los dos pies al sofá, y estaba acurrucada en una de las esquinas, con las piernas cruzadas, cuando escuché el timbrazo del microondas que indicaba que las palomitas estaban listas. Instintivamente, me revolví en el asiento, pero no porque tuviera ganas de echar mano de algo que llevarme a la boca (sí, me apetecían las palomitas, y cuando él sugirió que las hiciéramos para ver una peli, como si estuviéramos en el cine, sentí que un par de mariposas revoloteaban en mi estómago), sino porque eso significaba que pronto, Alec volvería a estar conmigo. Era increíble cómo podía llegar a echarle de menos incluso cuando estaba a una habitación de distancia, cuando hacía apenas un par de minutos, el equivalente a cuatro toquecitos en el microondas, me había separado de él. Yo me encargaba de llevar las bebidas mientras él se quedaba vigilando de las palomitas.
               Una sonrisa me atravesó la boca cuando apareció por la entrada del salón, que no tenía puerta, y el olor de las palomitas frotó hasta mi nariz, haciéndome salivar. Como si lo que tuviera ante mí no fuera ya increíblemente apetecible.
               Las traía en un bol de cristal transparente en cuyo fondo se intuían granos de maíz que no habían explotado, pero los que sí lo habían hecho brillaban con un ligero tono dorado que te invitaba a soñar con películas que te cambiaban la vida, como ya sabía que lo haría la que íbamos a ver ahora.
               Y estaba guapísimo. Y buenísimo, igual que ellas. Llevaba el pelo un poco más alborotado que de costumbre, y todo gracias o por culpa mía, con los rizos que le terminaban saliendo lo quisiera él o no más enroscados que nunca, especialmente en la zona de la nuca, en la que el sudor que le  había perlado la piel como el rocío en una noche de verano durante el sexo había hecho que su genética cobrara aún más fuerza. La piel aún le brillaba con ese suave resplandor que sólo una buena sesión de sexo puede darte, y tanto sus ojos como su boca sonreían. El chocolate de sus iris estaba derretido de una forma cálida y acogedora, que te invitaba a fantasear con pasar una noche en una cabaña perdida en la montaña, sin cobertura ni electricidad, en la que el único calor que podía protegerte del frío era el de una chimenea crepitante y su cuerpo encima del tuyo, haciendo que te retorcieras mientras te poseía y te hacía descubrir las maravillas que hay en tu interior, al que ningún otro hombre podía acceder como lo hacía él.
               Cuando mis ojos por fin descendieron de los suyos a su boca, descubrí que estaba sonriendo con esa sonrisa traviesa tan suya, y un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza mientras Alec se sentaba a mi lado, tan cerca de mí que prácticamente lo había hecho encima, pero no lo suficiente como para aplastarme. Y, desde luego, no para agobiarme. No podría agobiarme ni aunque quisiera. Le quería encima de mí, debajo de mí, dentro de mí. Estaba más que dispuesta a acostumbrarme a esas noches de lujuria con él, con parones por en medio para poder descansar y hacer cosas típicas de pareja y no de mejores amigos/novios-no-oficiales que follan como locos en cualquier esquina, sin importar que alguien pueda pillarlos. Si te soy sincera, me encanta salir de fiesta: desatarme completamente, saltar y gritar las letras de canciones que me encantan y despiertan en mí sentimientos que sólo se desperezan de noche, volverme loca cuando ponen una canción que me gusta y tomar tragos de alcohol que termine de desinhibirme cuando suene una que no me dé más; bailar con quien me apetezca, reírme con mis amigas, jugar a juegos que sólo son divertidos cuando estás un poco borracha…
               … pero no me importaría cambiar todo eso por asegurarme noches así con Alec, donde él viene a mi casa o yo voy a la suya, cenamos cualquier cosa en el sofá o en su cama, viendo la televisión o fingiendo que le prestamos atención a la pantalla de su ordenador o del mío, y esperando con impaciencia a que la casa se quede vacía y nosotros podamos desnudarnos y empezar con lo que hemos venido a hacer. Porque sí, me encanta salir de fiesta, pero llevaba una temporada en la que el alcohol ya no me hacía brincar y encadenar un gallo tras otro, sino que ya no me apeteciera seguir disimulando que, cada vez que giraba sobre mí misma, no estaba buscando con la mirada a Alec; que cada vez que gritaba por encima de lo que decían los demás, no estaba intentando que él me escuchara y viniera a buscarme para sacarme de aquella sala abarrotada de gente y llevarme a un sitio en el que estuviéramos él y yo solos, un poco borrachos, muy cachondos, y más ansiosos aún de hacer lo que no habíamos podido entre semana.
               Me encantaban los cambios en mi rutina hasta que me di cuenta de que él formaba parte de ella, y ahora… ahora sólo quería alejarme de las sorpresas y que todo girase en torno a él.
               -Hola-saludó, cariñoso, yo no necesité más para decidir que le ansiaba como un alcohólico a un trago de su bebida preferida. Habíamos decidido ver una película para descansar; el polvo que habíamos echado con The Weeknd sonando nos había pasado factura a ambos, pero sobre todo a él: a pesar de que siempre había presumido de que podía pasarse una noche entera follando, había descubierto conmigo que su aguante tenía un límite, que podía no durar tanto como él pensaba y que el placer que le habían dado otras chicas sólo era un aperitivo del que verdaderamente se alojaba en el interior de su cuerpo y en el mío. Incluso el fuego, la fuerza más poderosa del universo, puede consumirse primero si entra en contacto con la dinamita.
               Así que me enrosqué en torno a su brazo como un koala lo haría a su rama de eucalipto predilecta, cerrando tanto brazos como piernas en torno a él, y empecé a besarle el hombro mientras exhalaba un gemido más propio de una gatita que de una humana. Le miré a los ojos mientras mi dedo índice recorría la línea de sus venas, en la cara interna de su brazo, y él se echó a reír.
               Los dos entendimos a la perfección lo que yo le estaba diciendo: quiero sexo.
               Ahora que había encontrado a mi compañero, entendía perfectamente que mis padres tuvieran una familia tan amplia. Yo me veía incapaz de seguir vestida en presencia de Alec, así que podía imaginarme cómo se sentía mamá cuando papá volvía del estudio, y tenía la certeza de que había creado otra obra de arte teniéndola a ella como musa. Ojalá Alec fuera artista y yo pudiera ser su musa.
               O mejor: ojalá yo fuera artista y él pudiera ser la mía.
               Mientras una idea florecía en mi cabeza, Alec se echó a reír y se inclinó hacia mí.
               -¿Tantas ganas tenías de palomitas?-se burló, dejándolas sobre la mesa y volviéndose hacia mí para acariciarme las caderas. Y la idea se evaporó antes de terminar de germinar cuando sus dedos tocaron mi cuerpo. Puede que la tela de su jersey fuese gruesa y no me permitiera sentir el calor de sus manos como debería, pero te aseguro que mi cuerpo notó la cercanía del suyo como si fuera una llamarada que explota en mitad de la noche.
               -Es que estoy muy feliz de estar aquí-respondí, acercándome a él y acariciando su mejilla con mi nariz. No le estaba diciendo ninguna mentira-. La noche está yendo genial, ¿no te parece?
               -Supera mis expectativas-contestó él, y noté cómo mi boca se curvaba aún más en una sonrisa. Tenía razón: había ido a su casa anticipando un orgasmo increíble, de esos que no se olvidan, que me haría no sentir las piernas durante media hora, y había ocurrido algo mejor: el orgasmo había llegado.
               Pero lo había tenido Alec.

               Lo cual era un millón de veces mejor que si lo hubiera tenido yo, porque que yo me corriera de una forma espectacular apenas tenía mérito: Alec era una fiera en la cama y sabía qué botones tocar para hacer disfrutar como nunca a una mujer. Pero que lo hubiera hecho yo, con alguien que había tenido más compañeras sexuales que chicas tenía yo en la agenda de mi móvil, sólo podía significar una cosa: que nuestra conexión era más fuerte de lo que los dos pensábamos. Que yo era la indicada para él. Que yo era especial.
               Puede que estuviera mal compararme con las demás y creerme mejor que ellas; el feminismo nos enseña que somos compañeras en lugar de competidoras, pero… todo el mundo quiere dejar huella. Todo el mundo quiere ser especial. Y ser especial para alguien que lo era tanto para mí era una sensación increíble, de ingravidez, de invencibilidad. Nada podía detenerme ahora que sabía que el mejor polvo de su vida, Alec lo había echado conmigo.
               La balanza empezaba a equilibrarse un poco todo. Él me había abierto las puertas de la sexualidad sin tan siquiera saberlo, y yo, a cambio, le había llevado hasta el tejado. No había nada por encima de nosotros, excepto un cielo cuajado de estrellas que podíamos sobrevolar cuando nos apeteciera.
               -Y las mías. Creo que va a pasar mucho tiempo antes de que olvide esta noche-ronroneé, y él alzó las cejas.
               -¿Quieres olvidarla?
               -Lo que no quiero es que se termine nunca. Y no creo que lo haga-añadí, cogiendo su mano y poniéndomela sobre los tobillos desnudos. Alec sonrió, y no necesitó invitación, algo que me encantaba de él; simplemente subió por mis piernas y metió la mano por dentro de su jersey, explorando mi anatomía, en busca de ese lugar de mi cuerpo que le pertenecía más a él que a mí, a pesar de que yo siempre lo llevaba conmigo-. Me está dejando muchas marcas.
               Le miré a los ojos mientras entreabría la boca y me mordía el labio, deseando que él se diera cuenta de a qué me refería. No me defraudó: un chispazo en su mirada delató el recuerdo que le atravesó la mente en ese momento, el del instante en que se había sujetado con tanta fuerza a mis caderas mientras se corría, que me dejó los dedos marcados en óvalos púrpura en mi piel. Quizá no debiera gustarme que Alec me dejara ningún tipo de marca más allá de los labios un poco enrojecidos por un instante de besos en los que él se hubiera dejado barba y eso me hubiera rascado la boca, pero… saber que se había vuelto tan loco conmigo que incluso me había hecho un tatuaje temporal con sólo su fuerza conseguía que me encendiera en lugares donde nunca antes había tenido fuego.
               Quien dijera que la piel era el órgano sexual más grande que teníamos los seres humanos no podía estar más acertado, y la ligera presión que sentía en mis caderas, con esos diez círculos recordándome qué habíamos hecho hacía apenas una hora, eran una gran prueba de esa verdad.
               -Respecto a eso…-comenzó, porque es un auténtico caballero. A pesar de que el polvo había sigo salvaje, incluso agresivo, no había habido ningún tipo de violencia entre nosotros. Al menos, no para mí: Alec había sido rudo conmigo, es cierto, pero sus acciones no venían cargadas de la rabia que siempre hay detrás de unas marcas que los hombres dejan en las mujeres y que ellas, tristemente, se ocupan de tapar. Él no quería hacerme daño, en ningún momento, ni siquiera de enajenación, porque no lo había tenido. Simplemente se había dejado llevar, había dejado de tratarme como una delicada muñeca y, por una vez, me había convertido de una forma primaria en su objeto de deseo, hasta el punto de que se había olvidado de todo el cuidado que había puesto hasta entonces: nada de asegurarse de que no me hiciera daño al entrar en mi interior, por culpa de su tamaño y dureza; nada de preguntar si estaba segura, pues todo mi cuerpo indicaba que sí; nada de darme una mínima oportunidad de cambiar de opinión, porque sabía que no lo haría. Sólo existíamos él, yo, y la urgencia con la que necesitaba hundirse de nuevo en mi cuerpo y hacerme sentir plena de nuevo, mezclándose conmigo como no lo habíamos hecho nunca.
               En cierto sentido, había perdido más el control conmigo mientras se ponía el condón y se clavaba en mí, de lo que lo había hecho aquella vez en que terminó cediendo a mis súplicas y me dejó cabalgarlo sin nada que se interpusiera entre nuestros cuerpos desnudos, poniéndonos en peligro a ambos, pero especialmente a mí.
               -… lo siento-se disculpó, cogiéndome la mano y besándome la palma. Supongo que  conocía el verdadero significado de aquel gesto: que estaba listo para un nuevo asalto, cosa que tendríamos pronto, esperaba. Mientras tanto, su mano exploraba el elástico de mi ropa interior, como si añadiera “lo digo en serio”, suplicando por un perdón que no tenía que pedir en ningún momento. Sé que le preocupaba que a mí no me gustaran sus marcas. Le había dado demasiadas charlas sobre aquello como para que no se le pasara por la cabeza. Y él mismo las había visto en otra mujer, pero de lo que no se terminaba de dar cuenta era de que no tenían que ver unas con otras. Las de su padre eran de odio. Las suyas, de lujuria. Venían de lugares completamente distintos.
               -Ojalá me dejaras más-repliqué, deleitándome en cómo los cambios de plano de la televisión hacían que en su rostro bailaran sombras-. Una que jamás se borrara-le acaricié la parte de atrás de las orejas, y él se estremeció, sonriendo.
               -¿Algo como… un tatuaje?
               Un tatuaje. Nunca lo había pensado. Ahora entendía el sentimiento que te impulsaba a llevar a alguien en tu piel para siempre, la necesidad de que siempre estuvieran contigo, incluso cuando os separaba la distancia y el tiempo. Siempre había admirado que papá se hubiera hecho tatuajes relacionados con mis hermanos y conmigo (las huellas dactilares de Scott y las cadenas de ADN que coincidían con el suyo, después de que mamá le hubiera hecho una prueba de paternidad para que la abuela Trisha se tragara sus palabras respecto a quién era su padre, incluso cuando ella ya no lo consideraba necesario, pues mi hermano y mi padre eran idénticos desde que Scott había llegado al mundo; mi mano en su pecho, con la misma pintura que le había colocado cuando era sólo un bebé; el pie de Shasha en su cintura, tras darle la idea un día en la playa en la que me aseguré de que mi hermanita lo llenara de arena con sus piececitos; y la silueta de la mano de Duna, que la propia Shasha había perfilado en su espalda una vez que se había quedado dormido en el sofá), pero siempre me habían parecido una verdadera osadía los tatuajes de parejas, o incluso de amistades. Los de pareja eran muy arriesgados, de acuerdo, pero nada te garantizaba tampoco seguir siendo amiga de tus amigas cuando pasara el tiempo. Ahora más que nunca, después de la pelea con las chicas, que había sido breve pero intensa, sabía lo delicados que eran los lazos de amistad. Y las cosas frágiles, pensaba, no debían convertirse en eternas. Iba contra su naturaleza. Y podían hacerte daño.
               Sin embargo, ahora… ya no lo tenía tan claro. ¿No era, a fin de cuentas, un gesto de amor más palpable que un “te quiero”? Puedes mentir con las palabras, pero no con tu piel. Si tu cuerpo es un lienzo y tú eres un artista, jamás podrás engañar a todo aquel que te vea. No escribirás una historia falsa con tinta indeleble en el soporte más resistente jamás creado.
               Quería llevarme a Alec a todas partes, y llevarlo en mi piel podía ser un buen sustitutivo. A fin de cuentas, papá lo había hecho muchas veces: con Perrie, con Gigi. Y ahora, con mamá. Había aprendido a ser más sutil, pero no por ello menos romántico: de una chica al completo, había pasado a unos ojos, y de unos ojos, había pasado tres palabas que para mis hermanos eran un misterio, excepto para mí: lujuria y soberbia. Mis dos pecados capitales favoritos, le había dicho mamá a papá cuando iniciaron su relación. Como para no tatuársela.
               -Yo estaba pensando más bien en algo… un poco menos artificial.
               Alec se echó a reír, y la mano que tenía entre mis piernas se retiró. Me dieron ganas de protestar. ¡Oye! ¡Vuelve esa mano a mis bragas inmediatamente!
               -Alguien es un poco rajada, ¿eh?
               -Eres tú el que ha hablado de tatuajes. Yo estaba intentando ser poética.
               -Ya, ya. ¿Tienes miedo de tatuarte mi cara y que luego te rompa el corazón?
               -¿Y tú?-respondí, doblando las rodillas y sentándome sobre mis pies, con las cejas arqueadas-. ¿Tantas ganas tienes de que nos hagamos un tatuaje de pareja, que vas a aprovechar cualquier excusa para sacarme el tema?
               -¿Crees que necesito que tú te tatúes algo de mí para que yo me tatúe algo de ti?-inquirió, alzando una ceja, y yo me crucé de brazos, pagada de mí misma.
               -No te marques faroles que no vas a cumplir, Al.
               Rió entre dientes, sacudió la cabeza, a continuación asintió, me dio una palmada en la rodilla y se levantó. El aroma de las palomitas flotó de nuevo hasta mi nariz cuando se alejó del sofá y se llevó con él su colonia. Se adentró en la cocina sólo para volver un instante después con un rotulador de punta gruesa, de esos que se usan en las pizarras blancas, en la mano. Se dejó caer de nuevo en el sofá a mi lado y me lo tendió.
               -Elige un sitio y dibuja lo que quieras.
               Me lo quedé mirando.
               -Odias perder, ¿verdad? ¿Crees que me voy a achantar?
               -¿Y yo?-respondió-. Te juro por lo que quieras que me tatúo lo que me dibujes. Va en serio. Tenía pensado tatuarme con 18, pero es más de mi estilo hacer algo ilegal por complacer a una chica.
               -Estás como una cabra-me eché a reír, sacudiendo la mano.
               -Me pregunto quién me tendrá así-respondió, acercándome un poco más el rotulador. Cógelo, me decía con ese gesto. Y yo lo cogí con una mano temblorosa, lo destapé, y di varios toquecitos con la parte trasera en mis piernas. Cogí su mano y le hice extender el brazo mientras me daba los toquecitos de nuevo, esta vez en la barbilla. No se iba a tatuar, y yo lo sabía, pero quería disfrutar de la emoción del momento. Tener en tus manos el futuro de otra persona es muy excitante.
               -Pero mira que eres bobo…-mascullé, inclinándome hacia la cara interna de su codo, en el que le dibujaría un mandala. Se me daban muy bien, y me apetecía que alabara mis dotes artísticas. Puede que recurrir a dibujarlo fuera una buena forma de convertirlo en mi musa, después de todo.
               -Venga, Picasso, que hacer de lienzo no es mi plan prioritario de la noche.
               -¿Y cuál es?
               -Hacer que te corras.
               Levanté la vista y lo miré por debajo de mis pestañas.
               -Sabía que te ibas a rajar con lo del tatuaje-solté, y él estalló en una carcajada-, pero no que fueras a hacerlo tan rápido.
               -Calla y dibuja, Malik-soltó, y que me llamara por mi apellido y no por mi nombre, como hacía a veces con mi hermano, hizo que por mi espalda descendiera un latigazo. Malik, Malik, Malik.
               ¿Por qué dibujarle algo bonito cuando podía hacerle un estropicio que tuviera que llevar con dignidad el resto de su vida? Además, si le echaban del trabajo, tanto mejor. Tendría más tiempo para mí.
               Así que, ni corta ni perezosa, me esmeré en dibujarle una polla, con pelos en los huevos incluidos. Alec se quedó mirando el dibujo, divertido, y sacudió la cabeza.
               -No esperaba menos de ti. Eres súper predecible.
               -Para el segundo ya te sorprendo, tranquilo-me incliné para darle un beso y me acurruqué en el sofá, con el costado sobre el respaldo y los ojos fijos en su dueño-. ¿De verdad quieres tatuarte? Quiero decir… no eso, evidentemente-señalé mi apresurada obra de arte-, sino algo distinto.
               -Oh, ya lo creo. Me voy a llenar de tatuajes-asintió, mirándose los brazos como un escritor que echa un vistazo de sus plumas estilográficas, decidiendo con cuál empezará su siguiente best seller-. No al nivel de tu padre, creo, pero tengo unos cuantos pensados.
               -¿Alguno relacionado conmigo?-coqueteé, y Alec sonrió.
               -Si te portas bien-sentenció, inclinándose hacia mí y poniéndome una mano en la rodilla de nuevo. Me estremecí y cerré los dedos de los pies, aferrándome al espacio que había entre nosotros, rezando porque disminuyera-. ¿Y tú? ¿Te harías uno?
               -¿Por ti, o en general?
               -Cuidado con mi ego, nena-bromeó, y yo sacudí la cabeza y le puse una mano en la cara, alejándola de mí. Se echó a reír.
               -La verdad es que nunca lo he pensado. Pero creo que me lo haría de mis hijos, solamente. Como papá.
               -¿Es eso una invitación?
               Subió la mano por mi rodilla hasta que se perdió por debajo del jersey.
               -Es lo que tú quieras que sea-respondí, hundiéndome en sus ojos. Sonrió.
               -Justo la respuesta que estaba esperando.
               Habíamos decidido bajar una película, la que fuera, antes de volver a enrollarnos. Él estaba cansado, yo estaba cansada, y no queríamos iniciar un polvo que tuviéramos que terminar pronto y mal. Preferíamos calidad sobre cantidad, o eso nos habíamos dicho cuando el orgasmo compartido nos había dejado tumbados sobre la cama, mirando al techo embobados y preguntándonos qué habíamos hecho para merecernos al otro.
               Y todo eso se fue a la mierda en el momento en que nos volvimos a acercar otra vez, con las endorfinas ya disipadas en nuestros organismos.
               Su boca buscó la mía con la intensidad de un cazador. Sin pedir permiso, su lengua invadió el espacio entre mis labios, recordándome a quién le pertenecía mi placer, como si yo hubiera podido olvidarlo alguna vez. Su mano escaló por entre mis piernas y se abrió hueco en mis muslos, consiguiendo que de mi boca saliera un gemido cuando sus dedos se convirtieron en una gloriosa avanzadilla que no iba a detenerse en las fronteras de las líneas enemigas, formadas por el elástico de sus calzoncillos. Cuando recordé que era su ropa interior, y no la mía, la que estaba usando, me recorrió de nuevo un escalofrío. Con razón había sido una sensación ligeramente diferente, más intensa, el momento en el que me había acariciado por encima de las bragas hacía un ratito: porque no lo estaba haciendo por encima de mis bragas, sino por encima de sus calzoncillos. La tela era diferente, se ajustaba de una forma distinta a mi anatomía, y me presionaba ligeramente los muslos allá donde mis bragas (o mi tanga, esa noche) me dejaban absoluta libertad. Él pareció darse cuenta también de que no estaba entrando por el lado correcto, puesto que ágilmente sacó los dedos de los pliegues de mi sexo y volvió a recorrerlos en un ángulo distinto, dándole atenciones a mi clítoris primero esta vez. Ahora que ya no había nada que nos molestara de la pernera de los calzoncillos, lo único que me quedaba era disfrutar.
               Puse las manos a ambos lados de su rostro y continué besándolo como si no hubiera un mañana, concentrada en devolverle el placer que me estaba dando entre mis piernas con mi boca. Mis dedos descendieron por su cuello, por su pecho, y enseguida le estaba acariciando la erección con las dos manos por encima de su ropa. Alec gruñó por lo bajo y asintió con la cabeza cuando una de mis manos se atrevió a meterse dentro de los pantalones, explorando por dentro de sus calzoncillos, en una aventura que me encantó. Estaba duro, listo para complacerme, y yo estaba a punto de empezar a suplicarle que nos olvidáramos de la película y subiéramos a su habitación. Era absurdo pensar en entretenernos con otra cosa que no fueran nuestros cuerpos, y habíamos sido unos ilusos creyendo que necesitábamos un descanso: evidentemente, nuestros cuerpos no iban a rendir como lo habían hecho durante aquel polvo glorioso cuyas marcas portaría durante un tiempo, casi una semana, pero eso no significaba que lo que fuéramos a hacer no fuera a satisfacerme. Incluso cuando nos hiciéramos mayores y folláramos estando cansados por largas jornadas de estudio o de trabajo, Alec seguiría siendo capaz de darme orgasmos geniales, y yo seguiría apañándomelas para conseguir que disfrutara como no lo había hecho ninguna otra. Nuestra conexión trascendía lo físico, sí, pero a la vez era tan fuerte que incluso llegaba a ser palpable, y los dos podíamos lanzarnos al vacío confiando en que no nos estrellaríamos contra el suelo, porque el otro estaría arriba, sujetando con firmeza de una cuerda que impidiera que nos diéramos la hostia.
               Sin embargo, él parecía tener otros planes. Cruel como era, Alec disfrutaba calentándome a fuego lento, metiéndome en una olla en la que me iría cociendo poco a poco, casi sin notarlo. Ese fuego me iba consumiendo lentamente, y él disfrutaba sintiendo cómo perdía el control de mi cuerpo y se lo entregaba en bandeja de plata.
               Se las apañó para tumbarme en el sofá, y se separó de mi cara para poder mirarme a los ojos y disfrutar de cómo me estaba volviendo loca. A duras penas, conseguí entreabrirlos y, tratando de apartar a un lado la deliciosa sensación de plenitud que me hacía sentir con los dedos, que me masajeaban e invadían a partes iguales, susurré:
               -Qué guapo estás después de hacer el amor.
               Alec sonrió. Su pelo ensortijado se había enroscado un poco más sobre sí mismo, haciendo que esos rizos deliciosos se volvieran irresistibles: me daban ganas de hundir los dedos en su pelo y no sacarlos jamás de allí. En sus mejillas había el rubor propio de la excitación, y en su boca no dejaba de bailar una sonrisa que él trataba, sin éxito, de contener.
               -Y tú estás preciosa mientras te masturbo.
               Ahí llegó otro: un nuevo estremecimiento que hizo las delicias de ambos, porque nos pilló con dos dedos suyos en mi interior, y mi mano empezando a sujetar con firmeza el tronco de su miembro. Alec jadeó sonoramente, lo cual me encantó. Me encantaba cuando lo que le hacía le gustaba tanto que perdía el control de sus cuerdas vocales.
               Sabía lo que tenía que hacer para que su boca siguiera emitiendo esos sonidos guturales que tanto me gustaban. Y, sinceramente, yo también saldría ganando si me dejaba llevar por mis instintos. Me molestaba el jersey; impedía que sintiera sus caricias como realmente deseaba. Y, si yo me quedaba desnuda frente a él, la penetración estaría prácticamente asegurada.
               Aunque protestó cuando le saqué la mano de los pantalones, e incluso se detuvo un instante, se mordió los labios cuando vio que lo hacía por un bien mayor: quitarme la ropa. Me llevé las manos al borde del jersey, y tiré de él, arqueando la espalda para liberarme de la prenda cuando conseguí que llegara a la altura de mis pechos. Mis pezones se erizaron con el aire frío de la noche, aunque no partían de cero: ya habían empezado a contraerse cuando Alec había empezado a acariciarme, pero ahora formaban pequeñas montañitas de trufa en dos colinas de chocolate.
               Alec abrió la boca y admiró mi anatomía; sólo me cubrían sus calzoncillos, y por su expresión supe que estaba tratando de memorizar mi imagen. Me dieron ganas de decirle que podía hacerme una foto, si quería, porque sabía que no haría que me arrepintiera de confiar en él más tarde.
               Mi piercing refulgía bajo la luz de las lámparas del techo. Me lo había quitado cuando me puse el conjunto de encaje lila porque me daba miedo que se enganchara con el sujetador, pero ahora que ya había dejado de usarlo, no veía por qué debía renunciar a un accesorio que a Alec le encantaba. Supe que apreció el gesto por la forma en que sus ojos descendieron a mis pechos, lo cual me dio ganas de comérmelo a besos: siempre que me quitaba la ropa para él, me miraba con la misma adoración de la primera vez. ¡Y pensar que me había visto desnuda al completo por primera vez hacía tan sólo una semana! Sin embargo, ya había disfrutado de mis atributos femeninos en más ocasiones, lo cual no parecía hacer que se acostumbrara, sino más bien todo lo contrario: cada vez que los veía de nuevo, parecía disfrutarla más que la anterior, como si se hubiera pasado mucho tiempo recordándolos y la realidad hubiera superado a su imaginación.
               Lo sabía porque eso es lo que me pasaba a mí cada vez que le veía de nuevo, ya fuera sin camiseta, sin pantalones, o con ellos. Mismamente su cara ya conseguía alegrarme el día y hacer que me maravillara de lo hermosas que pueden ser todas las criaturas de la Tierra. Y, de todos los hombres que había en el mundo, yo me había enamorado y había conseguido que se enamorara de mí el más guapo de todos. El más bueno, el más inteligente, el más empático… cómo no iba a querer ponerme guapa para él, si se lo merecía todo.
               No sabes lo agradecida que le estoy a Dios por haberme dejado vivir a la vez que tú, y haberme hecho mujer para que tú quieras disfrutarme, pensé, sintiendo que se me empañaban los ojos un instante, mis emociones cristalizando en forma de lágrimas.
               -Tienes unas tetas preciosas, Saab-murmuró, acariciándomelas con las dos manos. Sus calzoncillos se adhirieron a mi piel ahora que ya no tenía la barrera de sus dedos para separarnos-. ¿Te lo había dicho alguien alguna vez?-me miró a los ojos con sincera adoración, y yo sentí que algo en mi interior florecía. Le diría que sí a todo lo que me pidiera. No podía negarle nada. Sería suya, infinitamente suya, con que él pronunciara una palabra: pertenéceme.
               No debería estar sintiendo eso en un momento tan sexual, pero… las cosas con Alec eran tremendamente complicadas, con muchísimos detalles, en un entramado gigantesco que sin embargo lo hacía todo muy simple. Analizarlo al detalle sería tarea de toda una vida, y yo estaba deseando desgranar nuestra relación a lo largo de los años con él a mi lado.
               -Sí-sonreí, acariciándole la cara, ese rostro esculpido por los dioses. Puede que Annie ya no quisiera a su padre cuando se quedó embarazada de Alec pero, madre mía, con qué ganas lo había hecho… como si quisiera que el hijo fuera la redención-.  Tú, cada vez que las ves.
               -Es que son tan bonitas. Jamás me cansaré de decírtelo-depositó dos dulces pero no por ello menos intensos besos en mis pezones, y noté que sus dientes rozaban mi piel al sonreír-. Dios mío… no sé cómo he podido tener tanta suerte contigo. Aún no sé qué he hecho para merecerte-confesó, cogiéndome la mano y volviéndome a besar la palma. Le acaricié el mentón.
               -Mírate, Alec. Eres precioso. Puedes tener a la chica que quieras. La que ha tenido suerte soy yo, que me has elegido a mí.
               Me incorporé lo justo para poder besarlo, y con un suspiro, él respondió:
               -Eso no tiene ningún mérito. ¿Acaso hay otras?
               -Millones. Sólo en esta ciudad-respondí, metiendo las manos por las mangas de su chaqueta, y empezando a quitarle la camiseta cuando liberé sus brazos.
               -Eso no es verdad. No hay ni una sola. Cuando tú entras en escena, todas las demás se esfuman.
               La punta de su nariz estaba tan cerca de la mía que podía sentir su respiración acariciar mis labios.
               -Dime qué he de hacer para que esto dure para siempre.
               Se detuvo.
               -Pídemelo.
               Pídemelo. Así de simple. Con la confianza de que yo le daría las fuerzas, Alec sería capaz de entregarme la luna sólo si yo se la pidiera.
               Parpadeé despacio, saboreando las palabras antes de que salieran de mi boca.
               -Duremos para siempre.
               Sus ojos bailaron con los míos un instante, fortaleciendo aquella conexión. Y luego, sin más, Alec asintió con la cabeza y se inclinó hacia mí. Siguió jugando con mi sexo, haciéndome suya, disfrutando de tenerme entre sus manos, justo en la palma, donde quería, y haciendo que me riera incluso cuando una no debe hacerlo, puesto que no es el momento ni el lugar, aunque la compañía sí es la adecuada.
               Adoraría eso de él hasta mi último aliento. Incluso en los momentos más serios, incluso en los instantes de más trascendencia, incluso cuando no hubiera más que fuego entre nosotros, Alec siempre, siempre, siempre, se las apañaba para romper el hielo conmigo.
               -Estás muy mojada. Me estás ensuciando mucho los calzoncillos. Vas a tener que devolvérmelos, ¿sabes?
               Y así, sin más, pasamos de estar a punto de hacerlo de nuevo, a simplemente echarnos a reír. Qué genial es poder reírse con la misma persona que te consuela después de hacerte mucho daño, la que te limpia las lágrimas que otros han puesto en tus ojos, y con la que la ropa y los complejos simplemente sobran.
               -¿Quieres que los lave antes?-pregunté, viendo cómo mis ojos chispeaban en el reflejo de los suyos.
               -¿A ti qué te parece?-respondió, dándome un beso en la frente y dejando la suya apoyada en la mía un instante-. Saab… no quiero empezar algo que no sé si voy a poder terminar.
               -Siempre te subestimas-le acaricié los hombros, y me miró.
               -He hecho palomitas. ¿Podemos ser domésticos?
               -¿Te apetece ser domésticos?
               Asintió con la cabeza.
               -Tus deseos son órdenes para mí, amo-respondí, besándole la punta de la nariz e incorporándome ligeramente. Eché mano del jersey y empecé a enrollarlo para volver a ponérmelo.
               -¿Qué hay de “papi”?
               Saqué la melena de dentro del jersey y sonreí, echándomela por encima de los hombros.
               -Supongo que yo también tengo derecho a llamarte por varias palabras, ¿no? Tú me llamas “bombón”, “nena”, “Saab”… lo justo es que yo también tenga un repertorio en el que elegir. “Papi” y “sol” es bastante reducido… y está demasiado cerca en el abecedario.
               -También te llamo “diosa”-hizo un puchero, y yo me reí y le di un beso en la mejilla.
               -Porque eres un exagerado.
               -¿Tenías que vestirte?
               -Sí. ¿No querías ser doméstico? Mi madre no se queda viendo la tele en tetas con mi padre los sábados por la noche.
               -Que tú sepas-espetó, y solté una carcajada tan sonora que hizo que Trufas bajara corriendo a comprobar qué pasaba. No tenía un único guardián en esa casa, parecía ser.
               Mientras Trufas se hacía un hueco en mi regazo, convenientemente colocado de forma que Alec tuviera que esforzarse por buscarme (como efectivamente sucedió), mi chico se inclinó hacia el mando de la televisión y abrió la guía, buscando una película que nos apeteciera ver. No habíamos hablado de nuestros gustos esa noche cuando salimos de la cama, sino que simplemente habíamos pensado que estaría bien cambiar un poco de escenario. Eleanor me había contado que, durante el fin de semana que había pasado con mi hermano, habían probado varios sitios del piso que mis padres tenían en el centro, e incluso se habían atrevido a hacerlo en una discoteca famosa por la cantidad de polvos que se echaban en sus baños, y no necesariamente de droga. Así, me había picado el gusanillo, y no quería que la cama de Alec fuera el único sitio en que estuviera con él. Cuando él sugirió que podíamos ver una película para descansar, a mí se me encendió la bombilla y le respondí que estaría mejor que fuera en el piso de abajo, para así evitar tentaciones. Él simplemente se había reído, seguramente pensando que no habría muchas tentaciones que nos asaltaran en la cama exclusivamente
               Obviamente, no echaban nada en la televisión que nos apeteciera ver. Las madrugadas son horribles para los amantes del cine, pues siempre te toca la reposición de la séptima entrega de una saga que no debería haber pasado de trilogía, pitonisas o las sobreactuaciones propias de los anuncios de la teletienda. Y, por mucho que a mí me apeteciera estar con Alec sin más, tenía que reconocer que no me hacía especial gracia comer palomitas mientras intentaban vendernos una aspiradora automática o le leían las cartas a una telespectadora de signo Capricornio. Así que, cuando él sugirió buscar algo por internet, a mí se me abrió el cielo.
               -¿Qué tienes?-preguntó.
               -Netflix.
               -¿Nada más?
               -¿Cómo que nada más? ¡Vaya con la niña rica! Soy de clase obrera, Sabrae. Tengo que sudar para ganarme el pan cada mes. ¿Qué más querías que tuviera?
               -En mi casa tenemos Netflix, HBO, Waki, Fox Searchlight, Disney+, y Amazon Prime Video. Que yo recuerde-tamborileé con los dedos en mi mandíbula y le dediqué una sonrisa inocente. Alec alzó las cejas.
               -Lo que hace ser de clase alta-comentó, y yo le di un manotazo. Vale que puede que fueran muchas plataformas y no les dábamos un uso continuo, pero nos gustaba tener un buen catálogo donde elegir. Además, éramos muchos en casa, así que nunca estaba de más poder elegir en qué plataforma ver una película.
               -Mi padre es artista-contesté, sin embargo-. Es normal que queramos apoyar a los demás.
               -Más bien pastelero, por el bombón de hija que tiene-respondió, riéndose, entrando en su perfil de Netflix. Me eché a reír y me incliné para darle un beso, pero se apartó-. Oye, ¿no estarás conmigo por ese cliché de la niña rica que se enamora del chico pobre y lo saca de la indigencia?
               -Mira tu casa, Alec. Es tan grande como la mía. Tienes un invernadero en el jardín, por el amor de Dios. Eres de todo menos pobre-hizo un mohín y yo le di un pellizco-. De todas formas, ¿qué tiene de malo? Hay gente que se gasta mucho más dinero al mes en cosas que duran menos. A mí no me parece que sea tirar el dinero tener varios sitios de streaming donde elegir las películas.
               -Yo es que las veo pirateadas. HBO no tiene nada; me parece un puto robo que te cobren ocho libras al mes por seis temporadas de Juego de Tronos.
               -Juego de Tronos tiene ocho temporadas.
               -Ya, bueno, pero que estén bien, son sólo seis. El guión es malísimo.
               -¿Es el guión lo que te molesta, o que el último momento en que se le ven las tetas a Emilia Clarke es en la sexta temporada?
               Alec sonrió, dando un sorbo de su cerveza.
               -No voy a contestar a esa pregunta sin mi abogado.
               Me eché a reír y me incliné para darle un beso en la mejilla, que esta vez no rechazó.
               -Bueno, si quieres, puedes usar mis perfiles. Suelo estar bastante tiempo desconectada, así que no creo que coincidamos.
               -Se me dispararían los gastos.
               -No quiero que me los pagues.
               -Ni yo ser un mantenido.
               -Piénsalo así-respondí, acariciándole la cara interna del muslo, y Alec apretó la mandíbula. Me encantó la forma en que sus músculos se contrajeron, pegándose al hueso, haciendo que la línea de su mandíbula fuera mucho más afinada-: tú me invitas un montón de veces, y no me dejas que te pague mi parte. Considéralo una compensación-le di mordisquitos por el borde de su mandíbula y él inhaló sonoramente por la nariz. Trufas levantó la cabeza y, con las orejas gachas, observó a Alec. Pensaba que le estaba enfadando, seguramente. El pobre animal jamás lo había visto cachondo como yo estaba acostumbrada-. Te gastas más en alcohol al mes de lo que te costarían las suscripciones enteras, así que… tómatelo como un regalo.
               Me miró.
               -¿No vas a hablar de cómo se me ha disparado el presupuesto de condones desde que nos reconciliamos?-atacó, y yo me eché a reír.
               -Pero eso lo disfruto contigo, así que no lo cuento.
               -El alcohol también. Además, casi siempre me invitan.
               -Si yo bebo veinte chupitos, sólo me emborracho yo. En cambio, si uso veinte condones… los que nos corremos somos los dos-le di otro mordisquito justo por donde le pasaba una de las venas del cuello, y él rió.
               -¿Qué dos?-preguntó.
               -Hugo y yo-respondí, apartándome el pelo de la cara.
               -¡¡¡Oooh!!!-acusó Alec, llevándose una mano al pecho y echándose a reír. Asintió con la cabeza y levantó las manos-. Muy bien, muy bien. Tomo nota. Ahora sí que te voy a usar las cuentas, pero sólo para desordenarte las series. Te vas a acordar de esto-me prometió, y esta vez, a quien le tocó reírse fue a mí. Mientras él cogía el mando, yo robé una palomita del bol y se la tendí a Trufas, que la olfateó con desconfianza antes de hincarle el diente. Me encogí de hombros cuando Alec me preguntó qué película me apetecía ver, pero sacudí la cabeza cuando sugirió una de Misión imposible. No obstante, levanté la mirada.
               -¿Es la de Rusia?
               -No. ¿Por qué?
               -Quiero ver si te estás marcando un farol con el tema de hablar ruso.
               -Qué desconfiada eres. ¿Qué pasa, que te tengo que hablar en ruso mientras follamos para que te creas que de verdad lo entiendo?
               Le aguanté la mirada un instante.
               -Estaría bien.
               Alec balbuceó algo que yo no conseguí entender, lleno de sonidos siseantes y os.
               -¿Qué acabas de decir?
               -Que estaría cojonudo, no bien-cogió un puñado de palomitas y se las fue metiendo en la boca una a una mientras continuaba descendiendo por el catálogo. Me estiré para alcanzar mi móvil, y estaba abriendo el traductor de ruso para escribirle algo y que él adivinara lo que le había puesto, cuando me dio un codazo-. ¿Y esto?-sugirió, y yo levanté la mirada en el momento justo en que empezaba a sonar una canción que conocía muy bien: Earned it, de The Weeknd. Me eché a reír sin poder evitarlo, pensando en las casualidades de la vida: basta con que nunca hayas escuchado una palabra y la aprendas, para que de repente empieces a oírla por todas partes. Desde que había descubierto que Alec hablaba ruso, me había empezado a encontrar con muchísimas cosas relacionadas con el país más grande del mundo en mis redes sociales, y ahora que le había sugerido hacía escasas horas que viéramos la película de Cincuenta sombras de Grey, que había visto por primera vez hacía apenas un año (porque antes aún era joven para aprender sobre el BDSM), la película nos aparecía por arte de magia en la pestaña de sugerencias, abajo del todo, para que no pudiéramos resistirnos a ella.
               -A mí me sirve-sentencié, poniendo los pies sobre la mesa de los mandos y lanzándole una mirada de disculpa a Alec, que agitó la mano con la que sostenía el mando a distancia, recordándome que estaba en mi casa. Mamá detestaba que hiciera eso, por eso siempre aprovechaba cuando no estaba en su presencia para subir los pies a cualquier sitio-. ¿Te apetece?
               -Trata sobre sexo.
               -Pero tiene momentos que pueden resultarte… ya sabes-apoyé la cabeza en su hombro y él frunció el ceño.
               -¿Qué? ¿Traumáticos?
               -No. Pero incómodos…
               -Lo único que ha hecho el payaso de Christian Grey que no he hecho yo ha sido conseguir que su cuenta bancaria supere los seis ceros.
               -Ya llegará tu momento-le di una palmadita en la pierna y él asintió con la cabeza.
               -En ello estamos-me guiñó un ojo, cogió el bol de palomitas, lo puso sobre su regazo y cogió un paquete de tabaco que tenía escondido entre los cojines del sofá-. También soy contrabandista.
               -Ya veo.
               -A mi madre no le hace gracia que fume.
               -Me pregunto por qué.
               -¿Te molesta?
               Negué con la cabeza.
               -Pero espero que no intentes meterme esa lengua cargada de nicotina en el esófago-solté, y Alec se echó a reír.
               -La verdad es que no era ese agujero el que tenía en mente.
               -¡Alec!-le reñí, dándole un manotazo en la pierna. Casi tiro las palomitas, pero merecía la pena ponerlas en peligro con tal de ponerle en su sitio. No debía dejar que me tomara el pelo de esa manera.
               Sin embargo, nos reconciliamos pronto, y enseguida estuve acurrucada contra él de nuevo, con Trufas espatarrado en una esquina del sofá, rumiando las palomitas que Alec le iba tirando para que nos dejara en paz, con el brazo de mi chico sobre mis hombros y su espalda en la mía. Incluso conseguí que me diera de comer un par de palomitas, lo que le compensé dándoselas yo también.
               Descubrí que ver una película con él podía hacerla mucho más interesante. Había visto la película con la curiosidad de descubrir por fin lo prohibido, sólo para descubrir que no era para tanto (sí, tenía cosas pésimas, como el control emocional que ejercía Christian sobre Anastasia, o el hecho de que no le hiciera el más mínimo caso y siempre impusiera sus deseos sobre los suyos), pero más allá de la toxicidad típica de esa clase de películas, que todavía no se habían dejado influenciar por la ola de feminismo que había resurgido hacía dos décadas, la verdad es que tampoco era para tanto. Ni era tan transgresora en el tema del sexo ni tampoco era tan mala en cuanto a guión. Era una historia de amor típica en la que se echaban más polvos en cámara que de costumbre, pero nada más.
               Lo que yo no sabía era que podía ser divertida. Cosas que con Amoke me habían dado vergüenza ajena, con Alec hacía que estallara en carcajadas, por el mero hecho de que él era un bocazas siempre, pero sobre todo cuando estaba viendo la televisión. Convertía las películas en una experiencia personalizada, dejando que sus ideas se mezclaran con la banda sonora y los diálogos. Por ejemplo, mismamente al principio de la película, cuando Anastasia se cae al suelo porque tropieza sabe Dios con qué, Alec dio un sorbo de su cerveza y soltó:
               -Uf, Christian, cuidadito, que te ponen una demanda por tus alfombras asesinas.
               Solté tal risotada que Trufas se incorporó de un brinco, alerta. Creo que eso era una prueba de Alec: tanteaba el terreno para ver cómo reaccionaba yo si decidía comentar la película. Si no hubiera hecho nada, seguramente se hubiera callado y habríamos visto la película tranquilos. Pero, como mi reacción fue de diversión en lugar de molestia, se lo tomó como su misión personal el hacer de la película una espiral de comedia.
               -Debería ir a visitarte a Amazon un día de sorpresa-comenté cuando pasaron a la escena en la que Anastasia estaba en la tienda en la que trabajaba y Christian se presentaba en ella, aparentemente para recoger materiales para una “obra”.
               -El tío tiene unos cojones como una catedral-respondió Alec, rumiando las palomitas.
               -¿Por qué?
               -Están en Estados Unidos. Anastasia podría sacarle ahora mismo un rifle y decirle “largo de mi propiedad, bicho raro”.
               -Pero no está en su propiedad.
               -Es verdad. Y él es millonario.
               -¡Eso es súper misógino!
               -A ver, Sabrae, que es universitaria. Tendrá un crédito de la hostia. Yo no la juzgaría si quisiera pegar un braguetazo con él. Le echa cuatro polvos, se libra del crédito, y luego si te he visto, no me acuerdo. También podría ser así si la millonaria fuera ella.
               -¿Eso estás haciendo tú conmigo?-inquirí, alzando una ceja y robándole una palomita. Bufó.
               -¿Tanto se nota?
                Los protagonistas se fueron a una cafetería, y Christian le insistía a Anastasia en que se comiera una magdalena.
               -No me extraña que no quiera ni acercarse a ella-soltó Alec-, tiene una pinta de seca… ni con dos litros de café podría comérmela.
               -Es que no saben comer, en Estados Unidos.
               -Ni hablar-añadió, pellizcándome el hombro-. Mira que llamar fútbol al rugby…
               -Que no te escuche Diana.
               -A Diana le encanta cualquier gilipollez que yo diga por el mero hecho de que tengo acento inglés. Podría insultarla y me daría las gracias. Aunque no es la única-me miró con intención.
               -¿A qué te refieres?-inquirí, perspicaz.
               -A nada, a nada…-levantó las manos y me ofreció una palomita.
               -¿Es porque me gusta que me llames de todo menos guapa cuando estamos en la cama? Porque… prueba a llamarme “puta” ahora, a ver qué pasa.
               -No quiero que me estropees mi preciosa cara, Sabrae. A mi madre le costó mucho hacerla.
               La locura se desató en el momento en que Anastasia se emborracha y llama a Christian para meterse con él, y él va a buscarla. No paramos de reírnos mientras la chica lo increpaba arrastrando las palabras; yo, por las cosas que le decía, y Alec, por su acento.
               -¡Es que no se la entiende cuando habla!
               -¡Calla!-siseé, dándole un manotazo en la pierna-. ¡Que me lo estoy pasando bien escuchándola!
               Cuando vomitó, Alec chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
               -Es que hay que beber con responsabilidad. Si no estás acostumbrada, ¿para qué te metes? Menos mal que viene el empresario multimillonario en persona a salvarle el culo a la pobre, en lugar de enviar a algún pringado a acostarla.
               -¿Como tú en Nochevieja?-inquirí, y él puso los ojos en blanco.
               -Qué graciosa.
               Pasamos la borrachera de Anastasia y llegamos a la parte en la que Christian iba verla y le daba un mordisco a su tostada.
               -Me das tú un bocado a mi tostada del desayuno y te muerdo un ojo-comenté y Alec abrió la boca, pero Christian espetó:
               -Si fueras mía, no podrías sentarte en una semana.
               Nos miramos un momento y empezamos a reírnos.
               -No pierde el tiempo, el galán éste, ¿eh? Tío, que la conoce hace dos días. ¿Y no va el pavo y le dice de follarle el culo?
               -Lo dice porque le pegaría, Alec, que pareces bobo.
               -Las mujeres sois muy inocentes. Si algo puede tener connotaciones sexuales, ten por seguro que los hombres lo decimos en ese sentido.
                En el momento en que descubren la habitación de las paredes rojas, Alec alzó las cejas y silbó.
               -Me metes a mí en un sitio así y salgo corriendo.
               -Parece una cámara de torturas de un castillo medieval, sí.
               -Seguro que por ahí tiene correteando alguna rata que transmite la peste bubónica. Menudo sociópata. Está traumatizando a la chica. Que, por cierto, ¿cuántos años tiene?
               -Me suena que se llevaban seis años.
               -Más que tú y yo, y yo no te he asustado tanto.
               -Porque tú no eres un psicópata.
               -Y soy más guapo-añadió, regodeándose.
               Milagrosamente, nos quedamos callados en el momento en que tienen sexo por primera vez. Mientras mostraban un plano de Christian encima de Anastasia y la cámara iba subiendo, para terminar mostrándonos un plano de ambos reflejados en el espejo del techo sobre la cama en la que estaban, sentí que la atmósfera entre nosotros cambiaba. Se volvió más pesada, más electrizante. Alec me miró de reojo, buscando una reacción en mí, puede que decidiendo si sería buena idea hacer una broma que rebajara la tensión del ambiente, o dejar que éste fuera aumentando con el paso del tiempo y el crescendo de la música.
               Escuchamos con atención el momento en que iban narrando el contrato, cláusula por cláusula, y yo sentí que algo en mi interior se despertaba. Alec encendió un cigarro y yo me lo quedé mirando mientras se intercambiaban correos. Me apetecía decirle que me daba mucha curiosidad los límites con los que iban a experimentar en la película, y que no había nadie mejor que él para hacerlo: nadie de quien me fiara más, nadie con quien me fuera a sentir más segura… y nadie que pudiera hacerme disfrutar de todo como él.
               Pero estaba hechizada. Y, además, creo que él se había encendido el cigarro para relajarse. Notaba cómo la tensión sexual cristalizaba en su piel, erizando el vello de sus brazos y haciendo que su sexo se hinchara lentamente, pensando en las cosas que harían y que él quería hacerme a mí. Igual que yo, Alec quería experimentar con nuestros límites, pero creo que había algo que le daba miedo probar, así que recurría al tabaco como forma de distracción.
               Con lo que no contaba era con que eso me encendería aún más a mí. No es que me entusiasmara saber que le sabría la boca a tabaco si yo le besaba ahora, pero ver cómo intentaba distraerse de las súplicas de su cuerpo, con los ojos oscurecidos y los labios ligeramente contraídos, con una droga que no fuera mi cuerpo, lanzaba descargas eléctricas que conectaban directamente con mi sexo. Se le cuadraba la mandíbula, el humo escalaba por su piel como les gustaría hacer a mis dedos, y mi boca… mi boca estaba seca. Y sólo él podría volver a humedecerla.
               Alec se me quedó mirando, dio una calada que hizo que sus labios rodearan el cigarro de una forma muy sensual, y exhaló el humo por las fosas nasales para evitar echármelo a la cara.
               -¿Qué?
               -Sé que no tiene sentido porque no me gusta cómo sabes, pero… me encanta ver cómo fumas.
               Sonrió, dando otra calada.
               -Pues no pienso darte a probar.
               -Ni yo pensaba pedírtelo-repliqué, apartándome el pelo del hombro-. Soy deportista. Igual que tú.
               -Pues ya ves.
               La película seguía enumerándonos el contrato entre los dos protagonistas, pero ya no podía interesarme menos.
               -¿Por qué empezaste? Fumar reduce la resistencia, así que no tiene sentido que lo hagas, especialmente si fuiste boxeador de élite.
               -Por Scott-reveló, y yo alcé las cejas.
               -¿De veras?
               -Sí. Quería hacerse el guay para gustarle a Ashley-el humo empezó a deslizarse por fuera de su boca, acariciando su pecho. Lo expulsó de nuevo por las fosas nasales-. A las tías os molan los tíos que fuman, ya lo ves.
               Dio una nueva calada y soltó el humo por la boca esta vez, y yo me lo imaginé fumando mientras follábamos, sosteniendo un cigarro con la misma mano con la que me impedía acariciarle la espalda, revolverme debajo de su cuerpo… y echándome el humo por el cuerpo, cubriendo mis curvas de una neblina cálida, directamente extraída de sus pulmones.
               Noté cómo mi sexo empezaba a abrirse como una flor, y se humedecía con la llegada de la primavera.
               -Pero le daba cosa-reveló-, así que Tommy, Jordan y yo empezamos con él.
               -Efectos secundarios: que les moléis más a las chicas. Menudo sacrificio.
               -Yo por tu hermano me cortaría el brazo derecho-sentenció, de repente todo serio, con esa lealtad que tanto le caracterizaba y tanto me gustaba. Me estremecí, pensando en cuánto estaría dispuesto a hacer por mí… pero no se me escapó lo que había detrás de esa afirmación.
               -Y él se cortaría el izquierdo por ti.
               Alec soltó una carcajada. No había dicho su brazo dominante por algo, y yo estaba más que dispuesta a descubrir por qué. Acababa de decirme que, si algo tiene una connotación sexual, en ese sentido lo dicen los chicos.
               -Veo que lo pillas, nena.
               -El izquierdo es importante para ti.
               -Es con el que te hago los dedos-soltó, con esa sonrisa torcida suya que había hecho que todo Londres cayera rendido a su pies. Y, como buena londinense que era, yo no iba a ser la excepción.
               Justo en ese momento, se escuchó el sonido de un golpe en la televisión, y me volví instintivamente hacia ella mientras Alec se pasaba la lengua por los labios, saboreando mi cuerpo antes incluso de que su boca entrara en contacto con él. Christian acababa de darle un manotazo en el culo a Anastasia, y la cámara enfocaba cómo rasgaba un condón con la boca y mientras le ponía el culo en pompa, la penetraba y empezaba a embestirla.
               Me volví plenamente consciente de la canción de Beyoncé que estaba sonando de fondo, amortiguada por una edición que quería que te centraras en los gemidos en lugar de la banda sonora, que resultaba ser lo mejor de la película… y me estremecí de pies a cabeza. Con la voz grave de Beyoncé invitándome a hacer todo lo que se me estaba  pasando por la cabeza desde que Alec encendió el cigarro, me volví hacia él, que había reducido la distancia entre nosotros. Me apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y yo me mordí el labio, como se suponía que la protagonista femenina de la película no debía hacer, pues eso volvía loco al masculino…
               … y surtió el mismo efecto. Con los gemidos de Anastasia llenando el salón, Alec se abalanzó sobre mí cual cazador. La escena cambió a algo mucho más tranquilo, pero ninguno de los dos le estaba haciendo caso a la televisión: demasiado ocupados como estábamos en entregarnos al fuego que amenazaba con consumirnos, nos importaba bien poco todo lo que sucediera en la relación de aquellos dos. Lo único que me interesaba ahora mismo era sentir a Alec entrando en mi interior, invadiéndome.
               Me agarró por las caderas, siguiendo las instrucciones de un instinto que compartíamos y que le susurraba qué hacer ahora que me tenía en la palma de la mano. Le arranqué la camiseta y gemí cuando él metió las manos por debajo de mi jersey y tiró de él para desnudarme. El frío del salón erizó mi piel desnuda mientras yo me afanaba en librar a Alec de sus pantalones. Notaba su erección creciente dura en mi entrepierna, y mi sexo protestaba por el poco caso que le estábamos haciendo. Alec hundió los dedos en mis nalgas mientras yo empezaba a frotarme contra él, intentando satisfacer, aunque sólo fuera un poco, los caprichos de mi sexo, que parecía tener conciencia propia, y desde luego sus propios planes para esa noche.
               Alec gruñó, sus pantalones por los tobillos, cuando le metí la mano por dentro de los calzoncillos y coloqué su polla de forma que recorriera mi sexo de arriba abajo según me iba frotando contra él.
               -¿No me quieres dentro de ti?-preguntó, y yo asentí con la cabeza. No podía formular ni una sola frase coherente, de tanto que me estaba gustando la forma en que me apretaba contra él. Me dio un azote en una nalga y yo me volví loca, exhalando un gemido que nada tenía que envidiar a los de la película, y desde luego, bastante más real que los que nos habían estado acompañando hasta hacía escasos minutos. Sus manos ascendieron por mi cuerpo, se detuvieron en mis hombros, pegándome a él de forma que nuestras bocas no pudieran separarse ni aunque yo lo intentara con todas mis fuerzas, y mientras su lengua invadía el reino de la mía, Alec estiró la mano en busca de algo.
               Le pasé los brazos por alrededor del cuello, y le clavé las uñas en la nuca cuando la mano que no estaba tanteando el sofá descendió de nuevo por mi espalda, se coló en sus (mis) calzoncillos y se introdujo en mi interior. Mi boca se curvó en una O perfecta que hizo que Alec sonriera y me mordiera el labio inferior. La música había dejado de sonar, pero yo quería más. Quería muchísimo más. Ahora que conocía la intensidad del sexo con música que podíamos elegir nosotros, y escuchar sin estar amortiguada por las paredes de la discoteca, no estaba dispuesta a renunciar a ello tan fácilmente, especialmente si teníamos la casa para nosotros solos. Moviéndome arriba y abajo, haciendo que ambos disfrutáramos del roce, miré a Alec a los ojos, que estaban hechos de la negrura esencial de la lujuria, y le pedí:
               -Pon música.
               Sonrió, pagado de sí mismo.
               -¿Eso es lo que quieres?
               -Lo segundo. Lo primero, estás a punto de dármelo-adiviné, lanzando una mano sobre la suya, quitándole el paquetito que acababa de alcanzar, y rasgándolo como lo habían hecho en la película sin romper en ningún momento el contacto visual con él. Me levanté lo suficiente como para poder quitarle los calzoncillos, y su erección rebotó cuando se vio liberada. Contuve las ganas de metérmela en la boca otra vez, y lenta, muy lentamente, extendí el condón por toda su extensión. Alec cerró los ojos, abrió a tope sus fosas nasales, y exhaló un gruñido gutural que me encantó cuando sintió la presión de mis dedos en el tronco de su miembro.
               -Joder, Sabrae-gimió, y yo le agarré la mandíbula. Alcé las cejas cuando abrió los ojos.
               -Dilo otra vez.
               -Joder-repitió, y murmuró algo por lo bajo que yo no logré entender cuando coloqué la punta de su miembro en la entrada de mi vagina. Acaricié mis labios con ella como si fuera un pincel con el que estuviera terminando mi cuadro preferido, y él hundió de nuevo los dedos en la piel de mi cintura-. Deja de torturarme, niña, o te follaré tanto que no podrás respirar más que mi nombre.
               Me detuve un instante, regodeándome en el momento.
               -No hagas promesas que no vas a cumplir… Whitelaw.
               Escuchar su apellido lo volvió loco. Con firmeza, me agarró de las caderas y me empujó para hundirse en mí, pero yo estaba apoyada en mis caderas, y llevaba el control. Hice que se hundiera lenta, muy lentamente en mí, y arqueé la espalda, ofrendándole mis pechos, mientras me aclimataba a la deliciosa sensación invasiva que era tenerlo dentro de nuevo. Tan sólo había pasado una hora desde que habíamos empezado la película, apenas diez minutos después de decidir darnos un descanso, y ya estábamos dale que te pego otra vez.
               -Dios mío… esto sienta tan bien…-suspiré, y él sonrió, pasándome la lengua por los pechos, dándome pequeños mordisquitos en los pezones que hicieron que alcanzara los cielos.
               -Era lo que querías desde el principio, ¿verdad? Por eso me dijiste que bajáramos.
               -Quería probar tu sofá, y me está sorprendiendo muy gratamente.
               -Sí-se burló Alec-, será el sofá.
               Se las apañó para alcanzar mi teléfono y, con mi huella en el botón de inicio, abrió Spotify y buscó rápidamente la banda sonora original de la película. La pusimos a todo trapo, sin molestarnos siquiera en detener la reproducción, y pronto nos centramos sólo en la música y en lo increíble que estaba haciendo nuestro polvo. El que había elegido a los cantantes y las canciones para aquella banda sonora se merecía todos los reconocimientos del mundo del entretenimiento: no había ni una sola canción que no te invitara a quitarte la ropa y pasártelo bien en cualquier rincón de una casa, ya fuera una cama, un sofá, la cocina o el suelo del pasillo. Me imaginé a Alec poseyéndome durante el desayuno con la música tapando nuestros gemidos, la puerta de la cocina entreabierta, advirtiendo de un peligro tan grande que sólo servía para excitarnos más…
                Cambiamos varias veces de posición: empezamos conmigo encima, después, yo debajo, tumbada en el sofá, con las piernas abiertas para permitirle la penetración; a continuación, sentada, con él apoyado en mi cuerpo y embistiéndome como si no hubiera un mañana; me puse de rodillas y se la chupé cuando cayó sobre mí, cansado, y luego, él me devolvió el favor, haciendo que me sentara sobre sus hombros y disfrutando del éter que manaba del interior de mi cuerpo, un éter que sólo él podía poner ahí.
               Justo al final de la película, tenía su boca entre mis piernas, pero yo quería más. Estaba a punto de acabar y quería recompensarlo teniendo un orgasmo que él pudiera experimentar en la parte más sensible de su cuerpo, así que le pedí que me dejara volver a la posición original, con las rodillas a ambos lados de sus piernas y mis caderas marcando el ritmo. No tardé en inclinarme hacia atrás, dejándome caer sobre sus piernas mientras sus brazos me sujetaban con firmeza para impedir que me hiciera daño. Entreabrí los ojos, sintiendo las rodillas de Alec en mis lumbares, con mis pies enredados tras su espalda, y vi cómo los créditos subían (o, desde mi punto de vista), descendían por la pantalla. Recordaba la canción que sonaba en ese momento de la película, así que estiré la mano hacia mi móvil y detuve la reproducción de la que se escuchaba por los altavoces, para dejar que los acordes perfectos de Earned it volvieran a llenar la habitación.
               Con The Weeknd cantándome que me había ganado el trato que me estaban dando, y con el lugar en el que Alec estaba dentro de mí como único punto de anclaje con el mundo, me corrí. Mis brazos se rindieron a la fuerza de la gravedad, y todo mi cuerpo convulsionó en un orgasmo perfecto e intenso que hizo que perdiera la noción del tiempo y el espacio durante un par de segundos. Escuché a Alec gemir sobre mí mientras me sujetaba con fuerza para evitar que me cayera al suelo y me hiciera daño, y como una tonta, empecé a sonreír.
               Noté que se detenía para darme un tiempo de recuperación, y yo levanté la cabeza, con todo el esfuerzo del mundo. Sentía que me pesaba toneladas.
               -¿Estás bien?-asentí despacio. Tenía la cabeza embotada, la boca pastosa, y los oídos tamponados. Cada poro de mi piel estaba alerta, esperando unas caricias que no terminaban de llegar, y cuya fuerza se vería multiplicada por mil ante lo sensible que tenía la piel-. ¿Puedes seguir?-volví a asentir con la cabeza. Vaya que si podía. Estaba cansada, pero eso no impedía que no estuviera más que dispuesta a acabar exhausta con tal de seguir disfrutando. Teníamos el tiempo justo, y, sinceramente, quería descubrir dónde tenía el límite de mis fuerzas-. Eres genial-sonrió él, tirando de mí para poder besarme en la boca. Respondí con torpeza a su beso, pues él aún no había llegado al orgasmo (sorprendentemente), así que tenía la cabeza despejada, con una única idea en su mente-. Quiero volver a follarte con The Weeknd de fondo. Ahora que sé lo que es follarte con su música, no voy a poder parar.
               Sí. Sí, por favor. Había sido increíble la forma en que había perdido el control conmigo. Lo rudo, lo animal, lo salvaje de la forma en que me había hecho suya con su artista preferido sonando a todo volumen en la habitación. Quería volver a sentir eso. Que volviera a agarrarme tan fuerte que me dejara marca, poder notar sus manos sobre mí incluso cuando no las tuviera encima.
               -Pues no sé a qué esperas-respondí, ida, y Alec se echó a reír, lo que tuvo un efecto curioso en mi interior-. Uf-susurré, cerrando las piernas instintivamente, disfrutando de la vibración tan deliciosa que aquellas risas provocaron dentro de mí.
               Alec intentó sacar su miembro de mi sexo, pero yo no le dejé. Con una fuerza que me sorprendió tener, conseguí incorporarme lo suficiente como para poder aferrarme a él, entrelazando mis brazos por detrás de su cuello.
               -Por favor. No.
               Me miró a los ojos y me dedicó una cálida sonrisa cuando se levantó sin apenas esfuerzo, sosteniéndome por los glúteos para que no me cayera. Me dio un besito en la nariz.
               -Sabes que tampoco estoy tan mal de pasta como para abrir otro condón, ¿no?
               -Éste nos está dando buen resultado.
               -Todo esto forma parte de tu plan maestro para que te paseara desnuda por mi casa en brazos, ¿verdad?
               -¿Se nota mucho?-inquirí con expresión soñadora, y Alec se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio un nuevo beso, esta vez en los labios. Con cuidado, me sacó del salón y me llevó escaleras arriba. Ni me molesté en preocuparme de que pudieran llegar sus padres y descubrir el estropicio que habíamos dejado en el piso inferior: nuestra ropa arrugada en el suelo, el bol de palomitas a medio terminar, el cigarro consumido por el paso del tiempo y no por los labios de Alec, y el envoltorio del condón abierto encima de la mesa. Annie cambiaría completamente su concepción de mí; sabía que me consideraba una chica formal y buena, con los pies en la tierra y muy inteligente, y si ahora se encontraba con que me había acostado con su hijo en el sofá de su casa y ni siquiera me había molestado en tratar de borrar las pruebas del delito… bueno, seguro que ya no me consideraba tan buena para Alec.
               Aunque él me quería y yo le quería a él, así que no tenía mucho que decir respecto a si le haría feliz. Por supuesto que sí. De la misma forma en que él se esforzaba en cuidarme y a la vez le salía natural, yo me esforzaría en convertirlo en el chico más feliz del mundo, y me saldría solo.
               Alec le dio una patadita a la puerta de su habitación y me depositó en la cama con cuidado. Me quedé tumbada con las piernas ligeramente separadas y los brazos completamente extendidos, en cruz. En el techo, el reflejo de mi cuerpo desnudo y brillante me devolvió la mirada, y no pude evitar esbozar una sonrisa mientras escuchaba a Alec elegir qué disco haría sonar esta vez. Giré la cara para mirarlo, y mi sexo se estremeció ligeramente en busca de algo a lo que aferrarse cuando me encontré con la visión de su culo respingón ante mí. Quería darle un mordisquito.
               -Te voy a poner a The Weeknd-comentó, sonriente, girándose para mirarme mientras sostenía varios discos entre las manos. Me relamí al contemplar la silueta de su miembro duro y erguido. Le quería dentro de mí. Y él quería estar dentro de mí. Y, aun así, conseguía mantener la compostura de forma que pudiera cumplir todos mis caprichos. Era un auténtico y verdadero sol-, por iniciativa propia.
               -Si lo nuestro sale mal, habré maldito sus discos para siempre-respondí, bromeando.
               -¿Sientes la presión?-colocó un disco en el tocadiscos y me miró, y yo me eché a reír y estiré las manos en su dirección. Le di un beso en los labios y tiré de él para tumbarlo en la cama, y él se las apañó para estirarse en dirección a la mesilla de noche. Me pregunté para qué quería la caja de condones, hasta que me fijé en que no era eso lo que estaba tratando de alcanzar, sino la caja negra con el gel para parejas. La sostuvo frente a mí.
               -¿Te apetece probarlo?-asentí despacio con la cabeza y Alec asintió por su parte-. Vale…-murmuró para sí mismo, abriendo la caja y echando un vistazo a su interior. De él, extrajo no uno, sino dos tubos, uno de color rosa y otro de color morado. Me tendió este último-. Ése es el mío.
               Observé el tubo en forma de lágrima, lo abrí, y me eché una gotita en la yema del dedo. Lo extendí con el pulgar y examiné la película acuosa que se formó en mis dedos, como si fuera un charco particularmente encariñado conmigo.
               -¿No está un poco frío?
               -Se supone que eso va a gustarme.
               -¿Sabes? Si tuviéramos un condón azul, tendríamos la bandera bisexual-comenté, juntando de nuevo los dos tubos y alzando las cejas varias veces en su dirección. Alec se echó a reír, asintió con la cabeza y abrió el suyo. Se echó un chorrito en la palma de la mano y lo dejó a mi lado, en la cama. Reconocí la canción que empezó a sonar: High for this, y crucé los pies instintivamente, presionando mis muslos entre sí para aliviar la tensión de mi sexo. Alec se acercó un poco más a mí, me besó despacio, y me preguntó:
               -¿Te parece que lo probemos a lo grande?
               -Tienes que enseñarme-musité con un hilo de voz, un poco avergonzada. Nunca había probado ningún gel como esos y no tenía ni idea de cuál era la cantidad exacta que había que utilizar, pero no quería meter la pata. Estaba completamente en sus manos.
               -Tranquila, bombón. Sin presiones. Estamos aquí para pasarlo bien-me besó el hombro, me do un mordisquito en la clavícula, subió con su boca por mi cuello y, lentamente, mientras nuestros labios se juntaban, empezó a trazar líneas por mi cuerpo con dos dedos cubiertos de gel. Siguió la línea de mis clavículas, descendió hasta mi ombligo, y luego, en mis pechos, justo alrededor de mis pezones, dibujó unas aureolas.
               Sentí que un ligero calor se extendía allá donde el gel estaba en contacto con mi piel, y me recorrió de nuevo un escalofrío que nació en la parte baja de mi espalda y se expandió por mi cuerpo como la onda expansiva de un meteorito.
               -Haz lo mismo conmigo-me pidió con voz sensual, lamiendo la esquina de una de las líneas de mi clavícula. Su lengua caliente extendió un poco la sensación de calidez por mi piel-. Dibuja líneas en mi cuerpo, como si fueran pintura de guerra. No tengas miedo de usar demasiado.
               Hice lo que me pedía: vertí un chorro de gel sobre mi piel y, con dos dedos, le dibujé dos líneas invisibles en la mandíbula, que se unían en su barbilla para descender por su cuello, siguiendo la silueta de la nuez de su garganta como si fueran el eje sobre el que se mediría su simetría. Llegué hasta el esternón, marqué sus clavículas y después, mirándolo a los ojos para asegurarme de que le gustaba lo que acababa de ocurrírseme, dejé dos huellas de manos sobre sus pectorales. Alec inhaló por la boca sonoramente, y mi sexo celebró aquel sonido con un nuevo estremecimiento.
               -¿Quieres que siga?-pregunté, y él asintió.
               -Yo también voy a seguir.
               Continuamos acariciándonos y dejándonos marcas que sólo se veían a contra luz mientras las canciones de House of balloons iban sucediéndose. Alec me separó las piernas y trazó líneas a lo largo de éstas, iniciándolas en la cara interna de los tobillos y subiendo hasta los muslos. Por mi parte, yo dibujé con el gel frío en su espalda, siguiendo la línea de sus músculos, y le hice dos equis en el culo, una en cada nalga. Alec se echó a reír, poniéndose encima de mí. Se quitó el condón y yo me quedé mirando su erección desnuda.
               -Voy a ponerme otro-me tranquilizó-. El gel va por dentro.
               Asentí con la cabeza, me tumbé con las rodillas dobladas en el colchón, y eché un último chorrito en la palma de mi mano. Me froté las manos para extender bien el gel, y mientras él hacía lo propio, extendí las manos y le acaricié la polla con cuidado. Alec gimió por lo bajo, apoyó la frente en la mía y cerró los ojos con fuerza.
               -¿Demasiado gel?
               -Está perfecto.
               -¿Te estoy haciendo daño?
               -Lo haces genial, Saab.
               -No lo parece.
               -Sólo estoy intentando no… correrme-jadeó, abriendo los ojos y atravesándome con su mirada. La tenía oscura, negra como el espacio exterior. Llevó su mano cubierta de gel a mi entrepierna y me masajeó el clítoris antes de descender por el resto de mi sexo, y yo entendí a lo que se refería. Un calor ardiente se extendió por mi sexo, activando cada sensor de placer que había en mi cuerpo y dejando que las líneas que antes habían sido cálidas en mi torso, ahora llamearan.
               Cuando terminé de masturbarlo, Alec se puso un condón y alcanzó su móvil.
               -Será mejor que haga una lista, ¿no te parece? No creo que pueda portarme bien por mucho que esté sonando una balada. Y no voy a poder salir de ti para poner música más acorde a lo que estemos haciendo en ese momento, así que…-sonrió, y me fijé en que tenía un ligero rubor en las mejillas y que su respiración se había acelerado. Aquellos juegos no eran preliminares, sino el sexo en sí. No había vuelta atrás, y los dos lo sabíamos, porque nuestros cuerpos nos lo gritaban con cada segundo que pasaba, segundo en que los geles aprovechaban para destrozarnos la estabilidad emocional.
               -¿Cuál es la clasificación que sugieres?-susurré, con las mejillas coloradas, y él se rió. Se pasó una mano por el pelo mientras toqueteaba la pantalla de su móvil y se mordisqueó el pulgar. Se relamió inconscientemente al descubrir que aún tenía un poco de gel en sus dedos.
               -Follar guarro-decidió, estirando un dedo y mirándome-, polvo guay, y suavecito. ¿Empezamos con follar guarro? High for this va derecha-decidió, toqueteando su pantalla.
               -Yo le crearía más bien otra categoría-sentencié, cerrando un poco las piernas para así darle un toquecito en los costados con ellas. Alec frunció el ceño, expectante-: squirting.
               Abrió la boca, sorprendido por mi osadía, y aquella sonrisa lasciva volvió a rizarle las comisuras de la boca. Toqueteó un par de veces en la pantalla de su móvil, y cuando me la mostró, me eché a reír: había creado una lista con la palabra que  yo le había sugerido acompañado de dos emoticonos: el del diablo sonriendo y las gotas de agua salpicando. Pero lo mejor no era eso, sino el contenido de la lista: la misma canción, High for this… cincuenta veces.
               Levanté la vista para mirarlo, y sin apartar mis ojos de los suyos, me pasé el dedo por el hombro para limpiar todo resto de gel que pudiera haber en él, y toqué la primera de las canciones. Los sonidos propios de una película de alienígenas llenaron la habitación, y yo me recliné en mi asiento, esperando a que Alec se decidiera a venir a por mí.
               Sólo cuando empezó la música de verdad, con esos golpes rítmicos con los que mi corazón podría sincronizarse, Alec se inclinó hacia mi boca y empezó a besarme. Y yo sentí que podía darle lo que él quería, lo que él me había pedido al principio de la noche, lo que había buscado cuando se levantó temprano para poder preparar la casa. Me correría otra vez como había conseguido hacía unas semanas, a escasos metros de distancia, con la misma sensación de estar atravesando un punto de no retorno del que ninguno de los dos se recuperaría. Iba a conseguirlo. Me correría como a él le gustaba.
               Me besó la boca, me acarició el cuello, me manoseó los pechos y masajeó mi sexo, y cuando empezó el estribillo, Alec separó mis piernas y se hundió en mi interior. Exhalé un grito de puro placer y Alec sonrió, embistiéndome con insistencia, pero sorprendentemente despacio, acoplándose al ritmo de la canción, a las guitarras eléctricas que hacían que todo mi cuerpo vibrara.
               Lo que siguió a continuación fue increíble: la música, que no podría estar mejor elegida, hizo que entrara en una especie de trance en que las sensaciones que sentía, de calor y placer, iban creciendo exponencialmente, a medida que la canción iba avanzando. La voz rasgada, melancólica y dulce de The Weeknd era la compañía perfecta para lo que estábamos haciendo, la guinda del pastel para los besos de Alec, para las caricias de Alec, para los empellones de Alec. Le di las gracias al cielo porque me hubiera concedido el inmenso honor de renunciar a proteger a The Weeknd a toda costa y de que me hubiera dejado entrar en su mundo.
               Empezamos a acelerarnos; la primera vez que escuchamos el último “querrás estar drogada para esto” estábamos siguiendo a rajatabla el ritmo que nos marcaba The Weeknd, pero pronto nos abandonamos a nuestros deseos y dejamos que nuestros cuerpos marcaran el ritmo, mucho más ansioso, mucho más urgente. Hubo arañazos, hubo mordiscos, hubo gemidos, hubo gruñidos y hubo palabrotas mientras luchábamos por ser quien más placer le diera al otro. El gel hacía que mi piel ardiera, y allí donde Alec estaba invadiéndome con su glorioso miembro, me daba la sensación de que jamás había sido tan sensible, de que nunca lo había sentido tanto, ni nunca me había gustado de aquella manera.
               Con su boca mordiendo la mía, sus manos en mis pechos y su miembro entrando y saliendo de mí, haciendo que la temperatura de mi cuerpo convirtiera al sol en un gigante helado y oscuro, terminé.
               Como yo esperaba.
               Como Alec deseaba.
               Lanzando mi placer al universo, igual que el sol escupía sus tormentas solares. Alec me mordió el cuello mientras yo me corría, gruñó un delicioso:
               -¡Sí, joder! ¡SÍ!
               Y continuó embistiéndome con rabia, completamente entregado a sí mismo, dejando que el gel que le había echado y que mis caricias le habían extendido por todo el cuerpo lo volviera completamente loco. Me dio una palmada en las nalgas cuando levanté las piernas para permitirle sujetarme mejor, penetrarme más profundo, y…
               … me agarró del cuello.
               Y apretó.
               Noté que todo mi cuerpo se ponía en tensión en el momento, expectante. Tenía la piel erizada, y un sentimiento que jamás había experimentado con él se apoderó de mí: incomodidad. Ni siquiera cuando lo habíamos hecho por primera vez y él había entrado en mi interior y había empezado a hacerme daño me sentí así. No era incomodidad física, sino… algo diferente. Emocional. Más visceral.
               Abrí los ojos y me lo quedé mirando desde abajo mientras sentía que mi pulso se aceleraba, tanto por el poco aire que podía inhalar aún como por la preocupación que me invadía. No me hagas esto, por favor. No me está gustando, ¿no lo ves?
               Pero él no podía verlo. Mientras me embestía y me sujetaba en la posición que más placer le ocasionaba, había levantado la cabeza y cerrado los ojos, gruñendo por lo bajo.
               Alec, mírame. Mírame, por favor. Por favor.
               Pero estaba tan perdido en sí mismo que no escuchaba mis súplicas mentales.
               -Alec-susurré con un hilo de voz, llevando las manos a la que me había puesto en el cuello. No me escuchó. Sólo cuando cerré las manos en torno a su muñeca, se dignó a mirar hacia abajo-. Alec, esto no me está gustando.
               Sus pupilas oscuras se contrajeron hasta ser dos cabezas de alfiler, y como si mi piel ardiera, Alec me apartó la mano, y la presión de mi cuello desapareció. Tosí, sorprendida de todo el aire que había estado perdiendo durante esos angustiosos segundos, y me encontré con sus ojos. Apoyó una mano al lado de mi cara para mirarme con atención, una emoción nueva ocupando la totalidad de su mirada: preocupación.
               -¿Estás bien?
               -Sí. No te preocupes. Me ha pillado por sorpresa que hagas eso, eso es todo. Sigue. Por favor-le seduje, moviendo las caderas en círculos para que me llenara mejor. Alec se mordió el labio, apoyó su frente en la mía, siguió besándome y, dos canciones después, se quedó muy quieto encima de mí.
               Y luego, salió de mi interior. Se tumbó a mi lado y recuperó el aliento mirando al techo, mientras las guitarras continuaban sonando. No me buscó en ningún momento, lo cual no me gustó un pelo. No quería que se mostrara distante conmigo, no después de eso que había pasado. Un malentendido podía tenerlo cualquiera, y no había pasado ninguna línea roja que fuera a hacer que yo le quisiera menos, o que dejara de confiar en él. Había sido muy noble su manera de reaccionar, apartándose al instante y asegurándose de que estaba bien.
               Algo en sus ojos había cambiado; eran opacos, de chocolate sólido en lugar de líquido, un muro infranqueable. Rodé para ponerme de costado y acurrucarme contra él; le rodeé la cintura y le di un beso en el costado. Me pasó un brazo por los hombros y yo respiré aliviada; al menos, no rechazaba el contacto conmigo. Y, si no rechazaba el contacto conmigo, no había nada que pudiera pasarnos que nos distanciara.
               Estiró el brazo, cogió el móvil y detuvo la reproducción justo cuando la canción se terminaba, dejando que el eco de ésta se perdiera en la habitación.
               -¿Estás bien?-pregunté, acariciándole el pelo.
               -Perfectamente-sentenció, rehuyendo mi mirada, más tenso de lo que parecía en un principio. Su voz le delataba.
               -¿Has llegado?
               Alec exhaló por la nariz, tan fuerte que un par de mechones de pelo me cayeron sobre la cara.
               -Al…-susurré, alargando la vocal. Se pasó una mano por el pelo, cerró los ojos, apretó la mandíbula, y, por fin, me miró. Sólo un segundo, pero me miró.
               -¿Vas a dormir con eso?-quiso saber, moviendo el dedo índice en círculos frente a mi cara. Fruncí el ceño, sin entender a qué se refería, hasta que caí en que aún no me había desmaquillado. Debía de estar hecha un desastre, y no quería dejar su almohada manchada de eyeliner, rímel y corrector, al margen de que era malísimo dormir maquillada, con lo que negué con la cabeza y me incorporé-. Te dejaré una camiseta-sentenció, levantándose, poniéndose rápidamente los calzoncillos y caminando hacia su armario. La indiferencia con la que me estaba tratando me repugnaba y me hacía muchísimo daño, porque ya me había apartado de él una vez, y eso me había herido de muerte. Las cicatrices aún resquemaban cuando cambiaba el tiempo.
               -Alec…-susurré, y él se volvió y me miró. Tenía las cejas más juntas que de costumbre, en un ceño que no me gustó nada, pues jamás lo había exhibido ante mí. Tragué saliva y empecé-: Me ha pillado por sorpresa. Por eso no me ha gustado. Si me hubieras avisado… estoy dispuesta a probar cosas nuevas contigo. Simplemente necesito que me digas que vas a hacer algo nuevo cuando… bueno, cuando lo haces. Pero creo que podría gustarme. Si es una fantasía tuya, podemos intentar…
               -No es una fantasía mía-me cortó, tendiéndome la camiseta, que yo cogí con un millón de dudas y un trillón de miedos. Quería estar a la altura de él, igual que él lo estaba a la mía. Siempre habíamos hecho lo que yo quería, y siempre lo habíamos disfrutado. Seguro que también podíamos cumplir sus deseos y disfrutar en el proceso-. Y tú no has hecho nada malo.
               -Pero… desde que… en fin… estás diferente.
               -Es que… a mí también me ha pillado de sorpresa-confesó, pasándose una mano por el cuello y dejándola allí un instante-. Ni siquiera me he dado cuenta de lo que estaba haciendo hasta que tú me lo dijiste. Y no pensé que yo pudiera…-su rostro se ensombreció.
               -Que no pudieras, ¿qué?
               Negó con la cabeza.
               -No importa. No quiero pensar en eso ahora. ¿Quieres que vaya a buscar a la habitación de Mimi con qué desmaquillarte?-cambió radicalmente de tema, y yo torcí la boca un instante. No quería que las cosas se quedaran así: sería mejor si lo hablábamos, pero tampoco quería resultarle pesada y terminar consiguiendo que se cerrara en banda. Alec podía ser muy testarudo cuando se lo proponía, y si se le metía entre ceja y ceja que no iba a hablar de lo que había pasado, no hablaría y punto.
               -Traigo mi neceser-respondí, levantándome y pasando a su lado para recoger mi bolso, que estaba sobre su escritorio. Yo no lo había colocado ahí: había sido él. Él, y su afán de cuidarme siempre.
               Me volví y me lo encontré a dos centímetros de mi cuerpo. Parecía estar luchando consigo mismo, resistiendo unos impulsos que temía. Los dedos de mis pies tocaban los suyos, mis pechos rozaban suavemente el suyo con mi respiración. Levanté la vista y Alec me pasó un dedo por la mejilla, capturando así un mechón de pelo entre los dedos y sonriendo con tristeza.
               -Lo siento muchí…-empezó, pero yo le puse el índice en los labios, me puse de puntillas y le di un beso. Me colgué de su cuello y él inhaló el perfume de mi pelo.
               -No tienes que pedir perdón. Ni que preocuparte. No me has hecho daño. No podrías, ni aunque quisieras-sostuve su rostro entre mis manos y le di un nuevo beso-. Me apeteces. Eres el hombre de mi vida-le aseguré, mirándolo a los ojos con tanta intensidad que no podía huir de mi mirada. No podía pensar otra cosa diferente de lo que yo acababa de decirle, que no era más que la pura verdad-. Eres mi dios personal, porque me haces conocer el paraíso cuando estamos juntos. Pero también eres mi hombre, y como hombre que eres, vas a cometer errores. Y a mí me encantará verlos, Al. Significa que estaremos juntos. Y que estarás lo bastante relajado como para no luchar siempre por ser perfecto. No quiero que seas perfecto. Quiero que seas tú. No me he enamorado de ti por algo que no eres-volví a besarlo-, ni me desenamoraré por lo que sí eres.
               Él sonrió, agradecido de mi sinceridad, con los ojos un poco húmedos. Noté que los míos también se empañaban.
               -Por esto te quiero tanto-tomó mi mandíbula con la mano y me devolvió el beso con pasión, pero con muchísima calma. No teníamos ninguna prisa: aún no.
               Cuando aterricé sobre mis talones de nuevo, sentía que la nube que se había instalado sobre nuestras cabezas se había disipado, y que brillaba el sol. Abrí mi neceser y le mostré el cepillo de dientes que había empaquetado junto con los básicos: agua micelar desmaquillante, bálsamo labial, crema hidratante, colonia, desodorante y lápiz de ojos, por si le apetecía ir a dar una vuelta más tarde.
               -Esto… ¿te parece bien si… dejo el cepillo en tu baño?-pregunté, sintiendo que me ardía la cara-. El capuchón no puede volver a colocarse una vez que… bueno. Ya sabes. Que lo abres.
               Una sonrisa preciosa le cruzó la boca.
               -Joder, nena, ¡vamos en serio, ¿eh?!-bromeó, y yo suspiré, aliviada. Por supuesto que no le parecería excesivo. Me daba miedo que creyera que estaba invadiendo su espacio, como si su espacio no fuera también el mío-. Por mí genial. Sería un honor, de hecho, que honraras a mi baño con la mudanza de tu cepillo de dientes-hizo una profunda reverencia propia de un mayordomo de la campiña y yo me eché a reír.
               -Sólo quería asegurarme. Bueno, pues…-me miré los pies-. Voy al baño, ¿vale?
               -Te acompaño.
               -¿Así? Quiero decir… te pondrás unos pantalones, por lo menos, ¿no? Yo estoy casi vestida.
               Alec puso los ojos en blanco.
               -A ti no te van las sutilezas, ¿eh? No quiero que haya nada que nos moleste si se presenta la oportunidad de hacer algo en el baño.
                -Siento un cosquilleo nada desagradable en las piernas-ronroneé-. Creo que ya está bien de orgasmos por hoy.
               -¿Quién hablaba de que tuvieras un orgasmo, Sabrae?-ironizó, y yo me eché a reír.
               -Contigo tampoco se puede ser sutil, ¿verdad? Quiero que tengas algo que yo pueda quitarte antes de pasar a la acción. La anticipación lo es todo-le guiñé un ojo y salí de su habitación, meneando las caderas. Escuché cómo se reía mientras abría la puerta de su armario y pasaba las manos por las perchas.
               Para cuando volví a verlo, llevaba puestos unos vaqueros desgastados, y yo me eché a reír.
               -¿Vas a atarme a la cama como Christian Grey?-me reí, pasándome un disco de algodón por la boca. Alec hizo un mohín.
               -Con lo que me gusta a mí que me arañes la espalda mientras follamos…
               Le lancé a la cara una toalla mientras se reía, y miré su reflejo en el espejo cuando se sentó en la taza del váter con los brazos cruzados, escudriñándome con muchísima atención. Decidí ignorarle y ocuparme entonces de mis ojos, que menguaron en tamaño y profundidad en cuanto terminé de retirar todo el maquillaje. Cogí otro disco y le tocó el turno a la totalidad de mi cara, para quitar la capa de base ultra resistente que me había echado antes de salir de casa para unificar una piel que, según mi madre y mis amigas (entre las que se incluía la mismísima Diana Styles, supermodelo internacional) no necesitaba maquillaje. Pero yo quería estar absolutamente perfecta, impecable, esa noche, y no me había pasado horas y horas perfeccionando mis dotes con Youtube como para ponerme quisquillosa.
               Alec se levantó y se apoyó en el baño tras de mí mientras yo extendía perlas de crema hidratante por mi cara.
               -Han vuelto tus pecas-comentó, contento.
               -Te gustan, ¿eh?
               -Son preciosas. Parecen…
               -No me lo digas-extendí un poco de bálsamo labial por mi boca-. Virutas de chocolate sobre mi piel de chocolate.
               -Iba a decir “la primera foto de una nebulosa por la que han pasado 200 años”, pero… sí. Lo de las virutas servirá.
               Me volví para tenerlo frente a frente y apoyé las manos sobre las suyas.
               -¿Quieres probar mi bálsamo de frambuesa?
               Y él, ni corto ni perezoso, se lo echó en los labios. Solté una risotada.
               -No me refería a eso.
               -Ya has visto que yo no soy de sutilezas, bombón-ronroneó, inclinándose hacia mi boca y dándome un beso con un sabor… interesante. Me recordó a mis prácticas con Amoke, edulcoradas con su labial de fresa. Le eché los brazos al cuello y me entregué a ese beso en cuerpo y alma.
               Alec me cogió por las caderas, me sentó sobre el lavamanos, y coló una de sus manos por debajo de mi camiseta. Empezó a besarme por el cuello, descendiendo por la línea de los tirantes de la camiseta de boxeo que me había prestado.
               -Adoro tu cuerpo, Sabrae. Me quedaría a vivir en él.
               -Pues quédate-sentencié. Por mí no había inconveniente.
               -¿A cuánto está el alquiler?
               -Seguro que podemos hacer un apañito-respondí, abriendo las piernas y dejando que él descendiera por el hueco que había entre ellas. Me levantó la camiseta y besó el vientre, y siguió bajando y bajando y bajando, hasta que su boca estuvo a la misma altura que mi sexo. Sólo la tela de los calzoncillos que me había prestado, y que ya estaban empapados, los separaba.
               -Cuidado, bombón-se burló-. No vayas a enamorarte de mí. Acuérdate de que me voy a Etiopía.
               Puse los ojos en blanco.
               -Gilipollas… es verdad-le di un empujón para alejarlo de mí y salté de vuelta al suelo-. No vayamos a involucrarnos demasiado el uno con el otro…
               -Pero mira que eres mala, Sabrae.
               -Soy una zorra de los pies a la cabeza.
               -Menos mal que también eres baja. Si no, habría que tener un cuidado contigo…-soltó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Qué agradable eres, hijo. En fin… necesito ducharme. Estoy toda pegajosa por culpa del gel.
               -El gel está desarrollado para no ser pegajoso. Di mejor que estás pegajosa porque yo soy una puta fiera que puede hacer que te corras a chorro, como un aspersor, cuando quiero-se hinchó como un pavo y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Has terminado de ser un machito? Porque necesito que me busques una toalla. Una vieja servirá. O la tuya… si no la usas después de masturbarte, claro.
               -Buen intento, nena, pero, de hecho, ya está todo pensado-abrió un armario de la pared y me tendió un par de toallas; una más pequeña, con forma de aguacate, de color lila claro; y otra blanca, rectangular, con una tira lila de seda en cada extremo, para distinguirla. Las cogí y las acaricié con cuidado: eran suavísimas, y estaban tan cuidadas que parecían nuevas de paquete.
               -Las compré el martes-reveló, adivinando mis pensamientos-. Por si te apetecía ducharte. ¡Y tú pidiéndome permiso para dejar aquí tu cepillo de dientes!
               -¿Vas en serio?
               -Claro.
               -¡Si incluso son lila!
               -¿En serio? No me había dado cuenta-ironizó, poniéndose bizco. Me abalancé sobre él para abrazarlo.
               -Eres el mejor, Al. ¡El mejor!
               -Me lo dicen mucho. Bueno, eh… por nuestra propia seguridad, yo te espero en mi habitación. Tienes gomas del pelo en este cajón, por si quieres recogértelo-me las enseñó-, y hay un paquete de esponjas… espera, que te lo saco… aquí tienes. Elige la que quieras. Tienes geles, champús y acondicionadores, aunque yo no me fiaría mucho de los champús que usan en esta casa. Ya sabes… pelirrojos-hizo una mueca y yo me eché a reír-. Si necesitas algo, sólo llámame, ¿vale?
               -Está bien.
               Alec se quedó allí plantado mientras colgaba la toalla del pelo de las perchas al lado de la mampara de la ducha. Me volví hacia él.
               -¿No te ibas?
               -¿Eh? ¡Ah, sí! Sí, es verdad-asintió con la cabeza-. Yo… eh… eeeeeeeh…-balbuceó, incapaz de articular palabra. Acababa de quitarme la camiseta y los calzoncillos, y los dejé cuidadosamente doblados sobre la taza del váter. Me envolví en la toalla y lo miré.
               -Adiós, Al.
               Se mordió el labio un momento, dio un par de golpecitos con el puño en el marco de la puerta, pero finalmente, su lado caballeroso venció al canalla y reunió el valor suficiente para irse. Conteniendo la risa por la expresión con la que se marchó, de perrito apaleado, me metí en la ducha y cerré la mampara. Dejé que el chorro caliente me limpiara la piel, acariciándomela como las manos de un amante, y cuando vertí un poco de gel de granada en mis manos para hacer espuma y lavarme a conciencia, retirando los restos de gel que aún seguían adheridos a mi cuerpo, me volví repentinamente consciente de dónde estaba.
               En el baño de Alec. En la casa de Alec. En nuestro segundo fin de semana juntos. Disfrutando de sexo e intimidad como nunca antes los habíamos tenido, fortaleciendo tanto nuestra relación que se podía palpar.
               Y empecé a reír. Con esa risa feliz, adorable, propia de alguien a quien todo en su vida le va bien. Habíamos tenido un pequeño bache con el tema del cuello, pero ya lo habíamos superado, o eso pensaba yo. Ahora nos quedaba media noche por delante, y yo podría dormir en su cama, acurrucada contra su pecho, dejando que me calentara con su calor corporal y emborrachándome con su colonia, soñando con él, y despertándome con él. Puede que incluso viera el amanecer, que tantas veces me había enseñado, en vivo y en directo. No podía estar más feliz.
               Cuando abrí la puerta de la mampara para coger la esponja y poder lavarme mejor, solté un grito. Había alguien conmigo en el baño, sentado en el lugar donde antes estaba mi ropa.
               -Perdón-se disculpó Alec, uniendo las manos por las palmas como si rezara-. Es que… te has puesto a cantar.
               Alcé las cejas.
               -¿De veras? No me había dado cuenta.
               -Sí. Y cantas genial. Nunca te había escuchado cantar sin música. Tienes una voz preciosa, Saab.
               Sonreí, complacida. A mis padres les gustaba mucho escucharme, igual que a mis amigas, pero yo no solía ponerme a cantar en solitario. Me gustaba más cantar con papá, con Scott, con las chicas… me daba lo mismo que quien me acompañara no lo hiciera bien: lo que yo quería era compartir algo con alguien. Como quería compartirlo entonces con él.
               -¿Qué estaba cantando?
               -Singing in the shower.
               -Muy apropiado-sonreí.
               -Sí. Bueno, eh… siento si te he cortado el rollo, bombón. Te dejo a tu aire.
               -Espera-le detuve, colgándome de la mampara-, yo… quédate conmigo-Alec sonrió, se sentó de nuevo y apoyó los codos en las rodillas, la barbilla en las manos-. No, me refiero a que te quedes conmigo, Al.
               Me miró a los ojos, asegurándose de que entendía lo que le estaba pidiendo.
               -No he traído los condones. No venía pensando en esto.
               -Podemos pasárnoslo bien sin condones-respondí, abriendo la mampara de forma que viera mi cuerpo desnudo y mojado. Se le hizo la boca agua, y no tardó mucho en entrar a acompañarme.
               Fue genial. Simple y llanamente genial. Me acarició como siempre y a la vez como nunca, me besó, me bebió y me disfrutó como sólo él sabía, y yo hice lo propio. Disfruté de sexo bajo la ducha por primera vez en mi vida sin tan siquiera recurrir a la penetración, y después de ponerme de rodillas frente a él y darle placer con mi boca, me tocó el turno a mí.
               Habíamos cerrado el grifo por eso de que hay que cuidar del planeta y ahorrar agua, y porque nos gustaba escucharnos gemir y jadear. Lo que no sabíamos era que eso nos permitiría enterarnos de que ya no estábamos solos en el momento en que sucediera.
               Alec estaba jugando con mi clítoris con la lengua, acercándome al enésimo orgasmo de la noche (no sabía cuántos más podría aguantar, pero yo no iba a hacerle ascos a un buen cunnilingus marca de la casa), cuando escuchamos ruido de pasos al otro lado de la pared. Abrí muchísimo los ojos, a la vez que Alec, que se incorporó de un brinco y me dejó con una pierna apoyada en la pared y la otra en el suelo, el pelo pegado a la espalda y la piel empapada.
               -Mis padres-explicó, y salió escopetado de la ducha, dejándome sola allí. Se envolvió una toalla a la cintura y abrió de par en par la puerta del baño. Pude ver cómo salía al pasillo, goteando en el suelo, a recibir a sus padres por el espejo del lavamanos.
               -Alec-constató su madre, visiblemente sorprendida (bueno, no visiblemente, porque no podía verla, pero… ya me entiendes)-. Estáis despiertos.
               -Claro, ¿por qué estarían las luces encendidas, si no?
               -Creí que estaríais cansados y habíais subido a tu habitación. Como ni siquiera te has dignado a recoger lo del salón…-comentó Annie con retintín, y Alec gruñó.
               -Mamá, no empieces. Mañana lo recojo, ¿no querrás que tenga a Sabrae esperando mientras me ocupo de la casa, verdad?
               -A ti todo te viene bien, chico-espetó Annie-. Por cierto, ¿dónde está Sabrae?
               Al borde del orgasmo, Annie. ¿Podrías decirle a tu hijo que volviera a terminar lo que empezó?
               -Está en el baño-reveló Alec.
               -¿Se encuentra bien?-Annie parecía afectada, y Alec se mordió el labio, puso los brazos en jarras, y explicó:
               -Esto… se está duchando.
               Escuché una risa por lo bajo. A juzgar por su timbre, era Dylan quien se lo estaba pasando en grande.
               -Oh. Ya… veo-Annie repasó de arriba abajo a su hijo con la mirada, arqueando las cejas-. ¿Necesitáis algo, vosotros dos?
               Sí. Que te vayas.
               -Estamos bien, mamá. ¿Qué tal la cena?
               -De lujo.
               -¿Y el musical?
               -¡Espectacular! Tienes que ir a verlo. Deberías llevarte a Sabrae. Quizá sea buena idea para San Valentín… puedes volver a mover tus hilos, y no te preocupes por el dinero; estaré encantada de echarte una manita si no te llegan los ahorros, considéralo un regalo…
               -Annie.
               -¿Qué?
               -Creo que Alec sólo estaba siendo educado. Puedes hablarle del musical mañana por la mañana, cuando… bueno, cuando esté vestido. Y Sabrae también.
               Alec asintió profundamente con la cabeza, abriendo mucho los ojos y mordiéndose los labios.
               -Oh. ¡Oh! Cierto. Bueno, eh… buenas noches, cariño.
               -Buenas noches, mamá. Que durmáis bien. Dylan.
               -Buenas noches, Al. ¡Buenas noches, Sabrae!-se despidió su padrastro, mi suegro, pensé.
               -¡Buenas noches!-me despedí, hecha un ovillo en un rincón de la ducha. Alec entró de nuevo en el baño y se asomó a la mampara.
               -Jamás, en mi vida, me habían hecho algo semejante.
               -¡No había pasado tanta vergüenza en toda mi existencia, Alec!-siseé-. ¡¡Saben que estábamos follando en la ducha, ¿cómo se supone que les voy a mirar a la cara mañana, durante el desayuno?!!
               -No seas exagerada, Sabrae. Me has hecho una mamada y luego yo te he comido el coño.
               -¡Estoy a dos milisegundos de tirarte el bote de crema depilatoria a la boca, cállate un mes!
               -Así que… cancelamos el polvo, ¿no?-suspiró, pasándose una mano de nuevo por el pelo. Le hice una seña para que cerrara la puerta, y mientras él se secaba, yo terminé de quitarme los restos de jabón del pelo y el cuerpo. Tanteé desde dentro de la ducha para envolverme dentro en la toalla y que así Alec no me viera desnuda y no caer de nuevo en la tentación. Descubrí que me estaba esperando cuando salí del baño, con el pelo húmedo cayéndome por los hombros.
               -¿Nos arriesgamos a salir corriendo juntos a mi habitación?
               -No puedo pasearme envuelta en una toalla por ahí, Alec. ¡Tus padres están en casa! Me moriría de vergüenza. ¿No puedes traerme ropa para que me vista aquí, y que no se note tanto lo que hemos estado haciendo?
               -A ver, que son mis padres, Sabrae: ya saben que yo no me paso las noches haciendo macramé.
               -Alec, por favor-supliqué con voz de niña buena; incluso puse ojitos-. Que Annie me conoce desde que nací.
               -Yo también, y eso no te impide meterte mi polla hasta el esófago.
               -La próxima vez que te la chupe, te la morderé, a ver si sigues siendo tan simpático cuando estés castrado.
               Alec puso los ojos en blanco, y tras refunfuñar que me conseguiría unos pantalones y una camiseta que ponerme, se marchó del baño. Eché el pestillo y apagué la estufa para escuchar cuando él viniera a traerme ropa limpia, y me afané en desenredarme el pelo y secarme el cuerpo como si fuera un soldado a punto de entrar en combate.
               Una vez ya estuve seca, me senté en la taza del váter a esperar. Y esperé. Y esperé. Y esperé. Y esperé.
               Escuché el reloj de pared del piso inferior dar una hora y cuarto. Y luego, la media hora.
               Y Alec seguía sin aparecer.
               Será gilipollas… pensé, y, sulfurada, abrí la puerta del baño y atravesé le pasillo a grandes zancadas, dispuesta a echarle la bronca de su vida como se hubiera quedado dormido.
               No estaba dormido. Fue algo peor.
               Estaba comiendo los brownies que había hecho esa misma tarde, tumbado sobre su cama, con unos pantalones de chándal grises y una camiseta blanca de manga corta como uniforme. Había migas marrones sobre la funda nórdica de su cama. Estaba mirando el móvil, aburrido.
               -¿Eres imbécil?-espeté, y él me miró. Se incorporó hasta quedar sentado y se llevó las manos a la cabeza de manera teatral.
               -¡Hostia! ¡Que estabas aquí! Se me había olvidado. Ya me extrañaba el sujetador al lado de la cama-musitó, pensativo-, pero como estoy acostumbrado a dormir con ropa interior femenina por ahí desperdigada, no le di más importancia.
               -¡Subnormal!-le grité en voz baja, acercándome a él y dándole manotazos a diestro y siniestro-. ¡Que te den! ¡He estado media hora esperándote! ¡Eres gilipollas! ¡Me voy a mi casa!-estallé, cogiendo mis cosas rápidamente. Alec se incorporó-. ¡Me tienes harta, tío, eres insoportable! ¡¡No va y me tiene media hora…!! ¡¡SUÉLTAME!!-bramé cuando me agarró por la cintura y tiró de mí para tumbarme en la cama-. ¡QUE ME SUELTES! ¡TE JURO POR DIOS QUE ME VOY A PONER A CHILLAR HASTA QUE VENGA AQUÍ LA MISMÍSIMA REINA! ¡ESTOY CABREADÍSIMA CONTIGO, ERES RETRASADO PERDIDO, SUÉLTAM…!
               Pero él tenía otros planes: ni visita real, ni de la policía, ni nada. Me agarró la mandíbula y me plantó un beso de película, de esos que quitan el sentido.
               -Me apeteces-ronroneó, juguetón. Bufé, y contuve las ganas de darle un tortazo.
               -Te odio.
               -No es el único sentimiento ardiente que sientes por mí.
               -Subnormal.
               -Eso ya lo has dicho.
               -Retrasado.
               -Eso también lo has dicho.
               Le miré, desafiante, mientras él contenía las ganas de reír.
               -Como se te ocurra reírte, te cruzo la cara, Alec.
                Esbozó una amplia sonrisa, y se mordió los labios. Se apartó de mí bruscamente cuando yo me moví.
               -No me he reído aún-levantó las manos como un delincuente pillado con las manos en la masa, y yo bufé de nuevo.
               -Capullo…
               -Mira, eso es nuevo.
               Se inclinó para besarme y yo le mordí el labio.
               -Qué recuerdos me trae esto.
               -Sí, de Vietnam. ¿A ti qué coño te pasa?
               -¿Netflix y chill?-sugirió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Más chill que Netflix.
               -Tú y yo no estamos en la misma onda, nena. Tú y yo somos la misma puta nota musical en la canción.
                -Tendrás suerte si te dejo volver a tocarme en lo que te queda de vida.
               -¿Le dirás que no a esta carita?-puso cara de niño bueno y aleteó con las pestañas.
               -No voy a decirte lo que quiero hacerle a esa carita.
               -¿Es sentarte sobre ella?-quiso saber, y yo me eché a reír. Escondí la cara entre las manos y negué con la cabeza.
               -Eres…-lo miré-, la criatura más insoportable que alguna vez haya caminado por la tierra.
               -Vale, pero, ¿terminamos lo que empezamos en el baño, por favor?
               -No-sentencié, dura, caminando hacia la puerta de su habitación y cerrándola. Lamenté que no tuviera pestillo.
               -Por favor.
               -No.
               -¿Quieres que suplique?
               -Sí-sonreí, volviéndome hacia él-. Pídeme perdón.
               -Perdón.
               -Así no-negué con la cabeza-. De rodillas.
               Alec caminó hacia mí, hincó una rodilla en el suelo, y me miró desde abajo.
               -¿Vas a pedirme otra cosa?
               -¿Qué tal te encuentras con tu apellido?
               -De puta madre. Y no me vaciles, Alec. Sigo cabreada contigo. Pídeme perdón de rodillas.
               -Perdóname, bombón.
               Sonreí.
               -Así no.
               Y, asegurándome de que lo miraba a los ojos con la misma atención con la que él me miraba cuando me penetraba, desanudé el nudo de mi toalla, dejé que cayera al suelo, y abrí las piernas.



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1 comentario:

  1. Paula:purple_heart:14 de octubre de 2019, 10:45

    DIOOOOOOOSSSS, ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO. O SEA UN CAPITULO QUE SEA PRÁCTICAMENTE TODO SEXO? APÚNTAME AHÍ. Fuera coñas, realmente me ha encantado no sólo por el material de pajas gratis sino porque ha habido momentos buenísimos. Cuando están viendo la peli y comentándola o sea, yo cada día me enamoro mas de Alec eh es que no es puto normal. Luego el momento del agarrón en el cuello me ha dejado tensisima y me he puesto muy plof, estoy deseando ver como ahondas más en ese tema con Alec a través de Sabrae porque realmente aunque quiera ver que no esta muy marcado por todo lo que vivió por culpa de su padre y luego el momento de la ducha cuando llegan Annie y Dylan es buenísimos o sea me he descojonado viva y con el final más aún ains

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