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Había subido los dos pies al sofá, y estaba acurrucada en
una de las esquinas, con las piernas cruzadas, cuando escuché el timbrazo del
microondas que indicaba que las palomitas estaban listas. Instintivamente, me
revolví en el asiento, pero no porque tuviera ganas de echar mano de algo que
llevarme a la boca (sí, me apetecían las palomitas, y cuando él sugirió que las
hiciéramos para ver una peli, como si estuviéramos en el cine, sentí que un par
de mariposas revoloteaban en mi estómago), sino porque eso significaba que
pronto, Alec volvería a estar conmigo. Era increíble cómo podía llegar a
echarle de menos incluso cuando estaba a una habitación de distancia, cuando
hacía apenas un par de minutos, el equivalente a cuatro toquecitos en el
microondas, me había separado de él. Yo me encargaba de llevar las bebidas
mientras él se quedaba vigilando de las palomitas.
Una
sonrisa me atravesó la boca cuando apareció por la entrada del salón, que no
tenía puerta, y el olor de las palomitas frotó hasta mi nariz, haciéndome
salivar. Como si lo que tuviera ante mí no fuera ya increíblemente apetecible.
Las
traía en un bol de cristal transparente en cuyo fondo se intuían granos de maíz
que no habían explotado, pero los que sí lo habían hecho brillaban con un
ligero tono dorado que te invitaba a soñar con películas que te cambiaban la
vida, como ya sabía que lo haría la que íbamos a ver ahora.
Y
estaba guapísimo. Y buenísimo, igual que ellas. Llevaba el pelo un poco más
alborotado que de costumbre, y todo gracias o por culpa mía, con los rizos que
le terminaban saliendo lo quisiera él o no más enroscados que nunca,
especialmente en la zona de la nuca, en la que el sudor que le había perlado la piel como el rocío en una
noche de verano durante el sexo había hecho que su genética cobrara aún más
fuerza. La piel aún le brillaba con ese suave resplandor que sólo una buena
sesión de sexo puede darte, y tanto sus ojos como su boca sonreían. El
chocolate de sus iris estaba derretido de una forma cálida y acogedora, que te
invitaba a fantasear con pasar una noche en una cabaña perdida en la montaña,
sin cobertura ni electricidad, en la que el único calor que podía protegerte
del frío era el de una chimenea crepitante y su cuerpo encima del tuyo,
haciendo que te retorcieras mientras te poseía y te hacía descubrir las
maravillas que hay en tu interior, al que ningún otro hombre podía acceder como
lo hacía él.
Cuando
mis ojos por fin descendieron de los suyos a su boca, descubrí que estaba
sonriendo con esa sonrisa traviesa tan suya, y un estremecimiento me recorrió
de pies a cabeza mientras Alec se sentaba a mi lado, tan cerca de mí que
prácticamente lo había hecho encima, pero no lo suficiente como para
aplastarme. Y, desde luego, no para agobiarme. No podría agobiarme ni aunque
quisiera. Le quería encima de mí, debajo de mí, dentro de mí. Estaba más que dispuesta a acostumbrarme a esas
noches de lujuria con él, con parones por en medio para poder descansar y hacer
cosas típicas de pareja y no de mejores amigos/novios-no-oficiales que follan
como locos en cualquier esquina, sin importar que alguien pueda pillarlos. Si
te soy sincera, me encanta salir de fiesta: desatarme completamente, saltar y
gritar las letras de canciones que me encantan y despiertan en mí sentimientos
que sólo se desperezan de noche, volverme loca cuando ponen una canción que me
gusta y tomar tragos de alcohol que termine de desinhibirme cuando suene una
que no me dé más; bailar con quien me apetezca, reírme con mis amigas, jugar a
juegos que sólo son divertidos cuando estás un poco borracha…
…
pero no me importaría cambiar todo eso por asegurarme noches así con Alec,
donde él viene a mi casa o yo voy a la suya, cenamos cualquier cosa en el sofá
o en su cama, viendo la televisión o fingiendo que le prestamos atención a la
pantalla de su ordenador o del mío, y esperando con impaciencia a que la casa
se quede vacía y nosotros podamos desnudarnos y empezar con lo que hemos venido
a hacer. Porque sí, me encanta salir de fiesta, pero llevaba una temporada en
la que el alcohol ya no me hacía brincar y encadenar un gallo tras otro, sino
que ya no me apeteciera seguir disimulando que, cada vez que giraba sobre mí
misma, no estaba buscando con la mirada a Alec; que cada vez que gritaba por
encima de lo que decían los demás, no estaba intentando que él me escuchara y
viniera a buscarme para sacarme de aquella sala abarrotada de gente y llevarme
a un sitio en el que estuviéramos él y yo solos, un poco borrachos, muy
cachondos, y más ansiosos aún de hacer lo que no habíamos podido entre semana.
Me
encantaban los cambios en mi rutina hasta que me di cuenta de que él formaba
parte de ella, y ahora… ahora sólo quería alejarme de las sorpresas y que todo
girase en torno a él.
-Hola-saludó,
cariñoso, yo no necesité más para decidir que le ansiaba como un alcohólico a
un trago de su bebida preferida. Habíamos decidido ver una película para
descansar; el polvo que habíamos echado con The Weeknd sonando nos había pasado
factura a ambos, pero sobre todo a él: a pesar de que siempre había presumido
de que podía pasarse una noche entera follando, había descubierto conmigo que
su aguante tenía un límite, que podía no durar tanto como él pensaba y que el
placer que le habían dado otras chicas sólo era un aperitivo del que
verdaderamente se alojaba en el interior de su cuerpo y en el mío. Incluso el
fuego, la fuerza más poderosa del universo, puede consumirse primero si entra
en contacto con la dinamita.
Así
que me enrosqué en torno a su brazo como un koala lo haría a su rama de
eucalipto predilecta, cerrando tanto brazos como piernas en torno a él, y
empecé a besarle el hombro mientras exhalaba un gemido más propio de una gatita
que de una humana. Le miré a los ojos mientras mi dedo índice recorría la línea
de sus venas, en la cara interna de su brazo, y él se echó a reír.
Los
dos entendimos a la perfección lo que yo le estaba diciendo: quiero sexo.
Ahora que había encontrado a
mi compañero, entendía perfectamente que mis padres tuvieran una familia tan
amplia. Yo me veía incapaz de seguir vestida en presencia de Alec, así que
podía imaginarme cómo se sentía mamá cuando papá volvía del estudio, y tenía la
certeza de que había creado otra obra de arte teniéndola a ella como musa.
Ojalá Alec fuera artista y yo pudiera ser su musa.
O
mejor: ojalá yo fuera artista y él pudiera ser la mía.
Mientras
una idea florecía en mi cabeza, Alec se echó a reír y se inclinó hacia mí.
-¿Tantas
ganas tenías de palomitas?-se burló, dejándolas sobre la mesa y volviéndose
hacia mí para acariciarme las caderas. Y la idea se evaporó antes de terminar
de germinar cuando sus dedos tocaron mi cuerpo. Puede que la tela de su jersey
fuese gruesa y no me permitiera sentir el calor de sus manos como debería, pero
te aseguro que mi cuerpo notó la cercanía del suyo como si fuera una llamarada
que explota en mitad de la noche.
-Es
que estoy muy feliz de estar aquí-respondí, acercándome a él y acariciando su
mejilla con mi nariz. No le estaba diciendo ninguna mentira-. La noche está
yendo genial, ¿no te parece?
-Supera
mis expectativas-contestó él, y noté cómo mi boca se curvaba aún más en una
sonrisa. Tenía razón: había ido a su casa anticipando un orgasmo increíble, de
esos que no se olvidan, que me haría no sentir las piernas durante media hora,
y había ocurrido algo mejor: el orgasmo había llegado.
Pero
lo había tenido Alec.
Lo
cual era un millón de veces mejor que si lo hubiera tenido yo, porque que yo me
corriera de una forma espectacular apenas tenía mérito: Alec era una fiera en
la cama y sabía qué botones tocar para hacer disfrutar como nunca a una mujer.
Pero que lo hubiera hecho yo, con alguien que había tenido más compañeras
sexuales que chicas tenía yo en la agenda de mi móvil, sólo podía significar
una cosa: que nuestra conexión era más fuerte de lo que los dos pensábamos. Que
yo era la indicada para él. Que yo era especial.
Puede
que estuviera mal compararme con las demás y creerme mejor que ellas; el
feminismo nos enseña que somos compañeras en lugar de competidoras, pero… todo
el mundo quiere dejar huella. Todo el mundo quiere ser especial. Y ser especial
para alguien que lo era tanto para mí era una sensación increíble, de
ingravidez, de invencibilidad. Nada podía detenerme ahora que sabía que el
mejor polvo de su vida, Alec lo había echado conmigo.
La
balanza empezaba a equilibrarse un poco todo. Él me había abierto las puertas
de la sexualidad sin tan siquiera saberlo, y yo, a cambio, le había llevado
hasta el tejado. No había nada por encima de nosotros, excepto un cielo cuajado
de estrellas que podíamos sobrevolar cuando nos apeteciera.
-Y
las mías. Creo que va a pasar mucho tiempo antes de que olvide esta
noche-ronroneé, y él alzó las cejas.
-¿Quieres
olvidarla?
-Lo
que no quiero es que se termine nunca. Y no creo que lo haga-añadí, cogiendo su
mano y poniéndomela sobre los tobillos desnudos. Alec sonrió, y no necesitó
invitación, algo que me encantaba de él; simplemente subió por mis piernas y
metió la mano por dentro de su jersey, explorando mi anatomía, en busca de ese
lugar de mi cuerpo que le pertenecía más a él que a mí, a pesar de que yo
siempre lo llevaba conmigo-. Me está dejando muchas marcas.
Le
miré a los ojos mientras entreabría la boca y me mordía el labio, deseando que
él se diera cuenta de a qué me refería. No me defraudó: un chispazo en su
mirada delató el recuerdo que le atravesó la mente en ese momento, el del instante
en que se había sujetado con tanta fuerza a mis caderas mientras se corría, que
me dejó los dedos marcados en óvalos púrpura en mi piel. Quizá no debiera
gustarme que Alec me dejara ningún tipo de marca más allá de los labios un poco
enrojecidos por un instante de besos en los que él se hubiera dejado barba y
eso me hubiera rascado la boca, pero… saber que se había vuelto tan loco
conmigo que incluso me había hecho un tatuaje temporal con sólo su fuerza
conseguía que me encendiera en lugares donde nunca antes había tenido fuego.
Quien
dijera que la piel era el órgano sexual más grande que teníamos los seres
humanos no podía estar más acertado, y la ligera presión que sentía en mis
caderas, con esos diez círculos recordándome qué habíamos hecho hacía apenas
una hora, eran una gran prueba de esa verdad.
-Respecto
a eso…-comenzó, porque es un auténtico caballero. A pesar de que el polvo había
sigo salvaje, incluso agresivo, no había habido ningún tipo de violencia entre
nosotros. Al menos, no para mí: Alec había sido rudo conmigo, es cierto, pero
sus acciones no venían cargadas de la rabia que siempre hay detrás de unas
marcas que los hombres dejan en las mujeres y que ellas, tristemente, se ocupan
de tapar. Él no quería hacerme daño, en ningún momento, ni siquiera de
enajenación, porque no lo había tenido. Simplemente se había dejado llevar,
había dejado de tratarme como una delicada muñeca y, por una vez, me había
convertido de una forma primaria en su objeto de deseo, hasta el punto de que
se había olvidado de todo el cuidado que había puesto hasta entonces: nada de
asegurarse de que no me hiciera daño al entrar en mi interior, por culpa de su
tamaño y dureza; nada de preguntar si estaba segura, pues todo mi cuerpo
indicaba que sí; nada de darme una mínima oportunidad de cambiar de opinión,
porque sabía que no lo haría. Sólo existíamos él, yo, y la urgencia con la que
necesitaba hundirse de nuevo en mi cuerpo y hacerme sentir plena de nuevo,
mezclándose conmigo como no lo habíamos hecho nunca.
En
cierto sentido, había perdido más el control conmigo mientras se ponía el
condón y se clavaba en mí, de lo que lo había hecho aquella vez en que terminó
cediendo a mis súplicas y me dejó cabalgarlo sin nada que se interpusiera entre
nuestros cuerpos desnudos, poniéndonos en peligro a ambos, pero especialmente a
mí.
-… lo
siento-se disculpó, cogiéndome la mano y besándome la palma. Supongo que conocía el verdadero significado de aquel
gesto: que estaba listo para un nuevo asalto, cosa que tendríamos pronto,
esperaba. Mientras tanto, su mano exploraba el elástico de mi ropa interior,
como si añadiera “lo digo en serio”, suplicando por un perdón que no tenía que
pedir en ningún momento. Sé que le preocupaba que a mí no me gustaran sus
marcas. Le había dado demasiadas charlas sobre aquello como para que no se le
pasara por la cabeza. Y él mismo las había visto en otra mujer, pero de lo que
no se terminaba de dar cuenta era de que no tenían que ver unas con otras. Las
de su padre eran de odio. Las suyas, de lujuria. Venían de lugares
completamente distintos.
-Ojalá
me dejaras más-repliqué, deleitándome en cómo los cambios de plano de la
televisión hacían que en su rostro bailaran sombras-. Una que jamás se
borrara-le acaricié la parte de atrás de las orejas, y él se estremeció,
sonriendo.
-¿Algo
como… un tatuaje?
Un
tatuaje. Nunca lo había pensado. Ahora entendía el sentimiento que te impulsaba
a llevar a alguien en tu piel para siempre, la necesidad de que siempre
estuvieran contigo, incluso cuando os separaba la distancia y el tiempo.
Siempre había admirado que papá se hubiera hecho tatuajes relacionados con mis
hermanos y conmigo (las huellas dactilares de Scott y las cadenas de ADN que
coincidían con el suyo, después de que mamá le hubiera hecho una prueba de
paternidad para que la abuela Trisha se tragara sus palabras respecto a quién
era su padre, incluso cuando ella ya no lo consideraba necesario, pues mi
hermano y mi padre eran idénticos desde que Scott había llegado al mundo; mi
mano en su pecho, con la misma pintura que le había colocado cuando era sólo un
bebé; el pie de Shasha en su cintura, tras darle la idea un día en la playa en
la que me aseguré de que mi hermanita lo llenara de arena con sus piececitos; y
la silueta de la mano de Duna, que la propia Shasha había perfilado en su
espalda una vez que se había quedado dormido en el sofá), pero siempre me
habían parecido una verdadera osadía los tatuajes de parejas, o incluso de
amistades. Los de pareja eran muy arriesgados, de acuerdo, pero nada te
garantizaba tampoco seguir siendo amiga de tus amigas cuando pasara el tiempo.
Ahora más que nunca, después de la pelea con las chicas, que había sido breve
pero intensa, sabía lo delicados que eran los lazos de amistad. Y las cosas
frágiles, pensaba, no debían convertirse en eternas. Iba contra su naturaleza.
Y podían hacerte daño.
Sin
embargo, ahora… ya no lo tenía tan claro. ¿No era, a fin de cuentas, un gesto
de amor más palpable que un “te quiero”? Puedes mentir con las palabras, pero
no con tu piel. Si tu cuerpo es un lienzo y tú eres un artista, jamás podrás
engañar a todo aquel que te vea. No escribirás una historia falsa con tinta
indeleble en el soporte más resistente jamás creado.
Quería
llevarme a Alec a todas partes, y llevarlo en mi piel podía ser un buen
sustitutivo. A fin de cuentas, papá lo había hecho muchas veces: con Perrie,
con Gigi. Y ahora, con mamá. Había aprendido a ser más sutil, pero no por ello
menos romántico: de una chica al completo, había pasado a unos ojos, y de unos
ojos, había pasado tres palabas que para mis hermanos eran un misterio, excepto
para mí: lujuria y soberbia. Mis dos
pecados capitales favoritos, le había dicho mamá a papá cuando iniciaron su
relación. Como para no tatuársela.
-Yo
estaba pensando más bien en algo… un poco menos artificial.
Alec
se echó a reír, y la mano que tenía entre mis piernas se retiró. Me dieron
ganas de protestar. ¡Oye! ¡Vuelve esa mano a mis bragas inmediatamente!
-Alguien
es un poco rajada, ¿eh?
-Eres
tú el que ha hablado de tatuajes. Yo estaba intentando ser poética.
-Ya,
ya. ¿Tienes miedo de tatuarte mi cara y que luego te rompa el corazón?
-¿Y
tú?-respondí, doblando las rodillas y sentándome sobre mis pies, con las cejas
arqueadas-. ¿Tantas ganas tienes de que nos hagamos un tatuaje de pareja, que
vas a aprovechar cualquier excusa para sacarme el tema?
-¿Crees
que necesito que tú te tatúes algo de mí para que yo me tatúe algo de
ti?-inquirió, alzando una ceja, y yo me crucé de brazos, pagada de mí misma.
-No
te marques faroles que no vas a cumplir, Al.
Rió
entre dientes, sacudió la cabeza, a continuación asintió, me dio una palmada en
la rodilla y se levantó. El aroma de las palomitas flotó de nuevo hasta mi
nariz cuando se alejó del sofá y se llevó con él su colonia. Se adentró en la
cocina sólo para volver un instante después con un rotulador de punta gruesa,
de esos que se usan en las pizarras blancas, en la mano. Se dejó caer de nuevo
en el sofá a mi lado y me lo tendió.
-Elige
un sitio y dibuja lo que quieras.
Me lo
quedé mirando.
-Odias
perder, ¿verdad? ¿Crees que me voy a achantar?
-¿Y
yo?-respondió-. Te juro por lo que quieras que me tatúo lo que me dibujes. Va
en serio. Tenía pensado tatuarme con 18, pero es más de mi estilo hacer algo
ilegal por complacer a una chica.
-Estás
como una cabra-me eché a reír, sacudiendo la mano.
-Me
pregunto quién me tendrá así-respondió, acercándome un poco más el rotulador. Cógelo, me decía con ese gesto. Y yo lo
cogí con una mano temblorosa, lo destapé, y di varios toquecitos con la parte
trasera en mis piernas. Cogí su mano y le hice extender el brazo mientras me
daba los toquecitos de nuevo, esta vez en la barbilla. No se iba a tatuar, y yo
lo sabía, pero quería disfrutar de la emoción del momento. Tener en tus manos
el futuro de otra persona es muy excitante.
-Pero
mira que eres bobo…-mascullé, inclinándome hacia la cara interna de su codo, en
el que le dibujaría un mandala. Se me daban muy bien, y me apetecía que alabara
mis dotes artísticas. Puede que recurrir a dibujarlo fuera una buena forma de
convertirlo en mi musa, después de todo.
-Venga,
Picasso, que hacer de lienzo no es mi plan prioritario de la noche.
-¿Y
cuál es?
-Hacer
que te corras.
Levanté
la vista y lo miré por debajo de mis pestañas.
-Sabía
que te ibas a rajar con lo del tatuaje-solté, y él estalló en una carcajada-,
pero no que fueras a hacerlo tan rápido.
-Calla
y dibuja, Malik-soltó, y que me llamara por mi apellido y no por mi nombre,
como hacía a veces con mi hermano, hizo que por mi espalda descendiera un
latigazo. Malik, Malik, Malik.
¿Por
qué dibujarle algo bonito cuando podía hacerle un estropicio que tuviera que
llevar con dignidad el resto de su vida? Además, si le echaban del trabajo,
tanto mejor. Tendría más tiempo para mí.
Así
que, ni corta ni perezosa, me esmeré en dibujarle una polla, con pelos en los
huevos incluidos. Alec se quedó mirando el dibujo, divertido, y sacudió la
cabeza.
-No
esperaba menos de ti. Eres súper predecible.
-Para
el segundo ya te sorprendo, tranquilo-me incliné para darle un beso y me
acurruqué en el sofá, con el costado sobre el respaldo y los ojos fijos en su
dueño-. ¿De verdad quieres tatuarte? Quiero decir… no eso, evidentemente-señalé
mi apresurada obra de arte-, sino algo distinto.
-Oh,
ya lo creo. Me voy a llenar de tatuajes-asintió, mirándose los brazos como un
escritor que echa un vistazo de sus plumas estilográficas, decidiendo con cuál
empezará su siguiente best seller-.
No al nivel de tu padre, creo, pero tengo unos cuantos pensados.
-¿Alguno
relacionado conmigo?-coqueteé, y Alec sonrió.
-Si
te portas bien-sentenció, inclinándose hacia mí y poniéndome una mano en la
rodilla de nuevo. Me estremecí y cerré los dedos de los pies, aferrándome al
espacio que había entre nosotros, rezando porque disminuyera-. ¿Y tú? ¿Te harías
uno?
-¿Por
ti, o en general?
-Cuidado
con mi ego, nena-bromeó, y yo sacudí la cabeza y le puse una mano en la cara,
alejándola de mí. Se echó a reír.
-La
verdad es que nunca lo he pensado. Pero creo que me lo haría de mis hijos,
solamente. Como papá.
-¿Es
eso una invitación?
Subió
la mano por mi rodilla hasta que se perdió por debajo del jersey.
-Es
lo que tú quieras que sea-respondí, hundiéndome en sus ojos. Sonrió.
-Justo
la respuesta que estaba esperando.
Habíamos
decidido bajar una película, la que fuera, antes de volver a enrollarnos. Él
estaba cansado, yo estaba cansada, y no queríamos iniciar un polvo que
tuviéramos que terminar pronto y mal. Preferíamos calidad sobre cantidad, o eso
nos habíamos dicho cuando el orgasmo compartido nos había dejado tumbados sobre
la cama, mirando al techo embobados y preguntándonos qué habíamos hecho para
merecernos al otro.
Y
todo eso se fue a la mierda en el momento en que nos volvimos a acercar otra
vez, con las endorfinas ya disipadas en nuestros organismos.
Su
boca buscó la mía con la intensidad de un cazador. Sin pedir permiso, su lengua
invadió el espacio entre mis labios, recordándome a quién le pertenecía mi
placer, como si yo hubiera podido olvidarlo alguna vez. Su mano escaló por
entre mis piernas y se abrió hueco en mis muslos, consiguiendo que de mi boca
saliera un gemido cuando sus dedos se convirtieron en una gloriosa avanzadilla
que no iba a detenerse en las fronteras de las líneas enemigas, formadas por el
elástico de sus calzoncillos. Cuando recordé que era su ropa interior, y no la
mía, la que estaba usando, me recorrió de nuevo un escalofrío. Con razón había
sido una sensación ligeramente diferente, más intensa, el momento en el que me
había acariciado por encima de las bragas hacía un ratito: porque no lo estaba
haciendo por encima de mis bragas, sino por encima de sus calzoncillos. La tela
era diferente, se ajustaba de una forma distinta a mi anatomía, y me presionaba
ligeramente los muslos allá donde mis bragas (o mi tanga, esa noche) me dejaban
absoluta libertad. Él pareció darse cuenta también de que no estaba entrando
por el lado correcto, puesto que ágilmente sacó los dedos de los pliegues de mi
sexo y volvió a recorrerlos en un ángulo distinto, dándole atenciones a mi
clítoris primero esta vez. Ahora que ya no había nada que nos molestara de la
pernera de los calzoncillos, lo único que me quedaba era disfrutar.
Puse
las manos a ambos lados de su rostro y continué besándolo como si no hubiera un
mañana, concentrada en devolverle el placer que me estaba dando entre mis
piernas con mi boca. Mis dedos descendieron por su cuello, por su pecho, y
enseguida le estaba acariciando la erección con las dos manos por encima de su
ropa. Alec gruñó por lo bajo y asintió con la cabeza cuando una de mis manos se
atrevió a meterse dentro de los pantalones, explorando por dentro de sus
calzoncillos, en una aventura que me encantó. Estaba duro, listo para
complacerme, y yo estaba a punto de empezar a suplicarle que nos olvidáramos de
la película y subiéramos a su habitación. Era absurdo pensar en entretenernos
con otra cosa que no fueran nuestros cuerpos, y habíamos sido unos ilusos
creyendo que necesitábamos un descanso: evidentemente, nuestros cuerpos no iban
a rendir como lo habían hecho durante aquel polvo glorioso cuyas marcas
portaría durante un tiempo, casi una semana, pero eso no significaba que lo que
fuéramos a hacer no fuera a satisfacerme. Incluso cuando nos hiciéramos mayores
y folláramos estando cansados por largas jornadas de estudio o de trabajo, Alec
seguiría siendo capaz de darme orgasmos geniales, y yo seguiría apañándomelas
para conseguir que disfrutara como no lo había hecho ninguna otra. Nuestra
conexión trascendía lo físico, sí, pero a la vez era tan fuerte que incluso
llegaba a ser palpable, y los dos podíamos lanzarnos al vacío confiando en que
no nos estrellaríamos contra el suelo, porque el otro estaría arriba, sujetando
con firmeza de una cuerda que impidiera que nos diéramos la hostia.
Sin
embargo, él parecía tener otros planes. Cruel como era, Alec disfrutaba
calentándome a fuego lento, metiéndome en una olla en la que me iría cociendo
poco a poco, casi sin notarlo. Ese fuego me iba consumiendo lentamente, y él
disfrutaba sintiendo cómo perdía el control de mi cuerpo y se lo entregaba en
bandeja de plata.
Se
las apañó para tumbarme en el sofá, y se separó de mi cara para poder mirarme a
los ojos y disfrutar de cómo me estaba volviendo loca. A duras penas, conseguí
entreabrirlos y, tratando de apartar a un lado la deliciosa sensación de
plenitud que me hacía sentir con los dedos, que me masajeaban e invadían a
partes iguales, susurré:
-Qué
guapo estás después de hacer el amor.
Alec
sonrió. Su pelo ensortijado se había enroscado un poco más sobre sí mismo,
haciendo que esos rizos deliciosos se volvieran irresistibles: me daban ganas
de hundir los dedos en su pelo y no sacarlos jamás de allí. En sus mejillas
había el rubor propio de la excitación, y en su boca no dejaba de bailar una
sonrisa que él trataba, sin éxito, de contener.
-Y tú
estás preciosa mientras te masturbo.
Ahí
llegó otro: un nuevo estremecimiento que hizo las delicias de ambos, porque nos
pilló con dos dedos suyos en mi interior, y mi mano empezando a sujetar con
firmeza el tronco de su miembro. Alec jadeó sonoramente, lo cual me encantó. Me
encantaba cuando lo que le hacía le gustaba tanto que perdía el control de sus
cuerdas vocales.
Sabía
lo que tenía que hacer para que su boca siguiera emitiendo esos sonidos
guturales que tanto me gustaban. Y, sinceramente, yo también saldría ganando si
me dejaba llevar por mis instintos. Me molestaba el jersey; impedía que
sintiera sus caricias como realmente deseaba. Y, si yo me quedaba desnuda
frente a él, la penetración estaría prácticamente asegurada.
Aunque
protestó cuando le saqué la mano de los pantalones, e incluso se detuvo un
instante, se mordió los labios cuando vio que lo hacía por un bien mayor:
quitarme la ropa. Me llevé las manos al borde del jersey, y tiré de él,
arqueando la espalda para liberarme de la prenda cuando conseguí que llegara a
la altura de mis pechos. Mis pezones se erizaron con el aire frío de la noche,
aunque no partían de cero: ya habían empezado a contraerse cuando Alec había
empezado a acariciarme, pero ahora formaban pequeñas montañitas de trufa en dos
colinas de chocolate.
Alec
abrió la boca y admiró mi anatomía; sólo me cubrían sus calzoncillos, y por su
expresión supe que estaba tratando de memorizar mi imagen. Me dieron ganas de
decirle que podía hacerme una foto, si quería, porque sabía que no haría que me
arrepintiera de confiar en él más tarde.
Mi
piercing refulgía bajo la luz de las lámparas del techo. Me lo había quitado
cuando me puse el conjunto de encaje lila porque me daba miedo que se
enganchara con el sujetador, pero ahora que ya había dejado de usarlo, no veía
por qué debía renunciar a un accesorio que a Alec le encantaba. Supe que
apreció el gesto por la forma en que sus ojos descendieron a mis pechos, lo
cual me dio ganas de comérmelo a besos: siempre que me quitaba la ropa para él,
me miraba con la misma adoración de la primera vez. ¡Y pensar que me había
visto desnuda al completo por primera vez hacía tan sólo una semana! Sin
embargo, ya había disfrutado de mis atributos femeninos en más ocasiones, lo
cual no parecía hacer que se acostumbrara, sino más bien todo lo contrario:
cada vez que los veía de nuevo, parecía disfrutarla más que la anterior, como
si se hubiera pasado mucho tiempo recordándolos y la realidad hubiera superado
a su imaginación.
Lo
sabía porque eso es lo que me pasaba a mí cada vez que le veía de nuevo, ya
fuera sin camiseta, sin pantalones, o con ellos. Mismamente su cara ya
conseguía alegrarme el día y hacer que me maravillara de lo hermosas que pueden
ser todas las criaturas de la Tierra. Y, de todos los hombres que había en el
mundo, yo me había enamorado y había conseguido que se enamorara de mí el más
guapo de todos. El más bueno, el más inteligente, el más empático… cómo no iba
a querer ponerme guapa para él, si se lo merecía todo.
No sabes lo agradecida que le estoy a Dios
por haberme dejado vivir a la vez que tú, y haberme hecho mujer para que tú
quieras disfrutarme, pensé, sintiendo que se me empañaban los ojos un
instante, mis emociones cristalizando en forma de lágrimas.
-Tienes
unas tetas preciosas, Saab-murmuró, acariciándomelas con las dos manos. Sus
calzoncillos se adhirieron a mi piel ahora que ya no tenía la barrera de sus
dedos para separarnos-. ¿Te lo había dicho alguien alguna vez?-me miró a los
ojos con sincera adoración, y yo sentí que algo en mi interior florecía. Le
diría que sí a todo lo que me pidiera. No podía negarle nada. Sería suya,
infinitamente suya, con que él pronunciara una palabra: pertenéceme.
No
debería estar sintiendo eso en un momento tan sexual, pero… las cosas con Alec
eran tremendamente complicadas, con muchísimos detalles, en un entramado
gigantesco que sin embargo lo hacía todo muy simple. Analizarlo al detalle
sería tarea de toda una vida, y yo estaba deseando desgranar nuestra relación a
lo largo de los años con él a mi lado.
-Sí-sonreí,
acariciándole la cara, ese rostro esculpido por los dioses. Puede que Annie ya
no quisiera a su padre cuando se quedó embarazada de Alec pero, madre mía, con
qué ganas lo había hecho… como si quisiera que el hijo fuera la redención-. Tú, cada vez que las ves.
-Es
que son tan bonitas. Jamás me cansaré de decírtelo-depositó dos dulces pero no
por ello menos intensos besos en mis pezones, y noté que sus dientes rozaban mi
piel al sonreír-. Dios mío… no sé cómo he podido tener tanta suerte contigo.
Aún no sé qué he hecho para merecerte-confesó, cogiéndome la mano y volviéndome
a besar la palma. Le acaricié el mentón.
-Mírate,
Alec. Eres precioso. Puedes tener a la chica que quieras. La que ha tenido
suerte soy yo, que me has elegido a mí.
Me
incorporé lo justo para poder besarlo, y con un suspiro, él respondió:
-Eso
no tiene ningún mérito. ¿Acaso hay otras?
-Millones.
Sólo en esta ciudad-respondí, metiendo las manos por las mangas de su chaqueta,
y empezando a quitarle la camiseta cuando liberé sus brazos.
-Eso
no es verdad. No hay ni una sola. Cuando tú entras en escena, todas las demás
se esfuman.
La
punta de su nariz estaba tan cerca de la mía que podía sentir su respiración
acariciar mis labios.
-Dime
qué he de hacer para que esto dure para siempre.
Se
detuvo.
-Pídemelo.
Pídemelo. Así de simple. Con la
confianza de que yo le daría las fuerzas, Alec sería capaz de entregarme la
luna sólo si yo se la pidiera.
Parpadeé
despacio, saboreando las palabras antes de que salieran de mi boca.
-Duremos
para siempre.
Sus
ojos bailaron con los míos un instante, fortaleciendo aquella conexión. Y
luego, sin más, Alec asintió con la cabeza y se inclinó hacia mí. Siguió
jugando con mi sexo, haciéndome suya, disfrutando de tenerme entre sus manos,
justo en la palma, donde quería, y haciendo que me riera incluso cuando una no
debe hacerlo, puesto que no es el momento ni el lugar, aunque la compañía sí es
la adecuada.
Adoraría
eso de él hasta mi último aliento. Incluso en los momentos más serios, incluso
en los instantes de más trascendencia, incluso cuando no hubiera más que fuego
entre nosotros, Alec siempre, siempre, siempre,
se las apañaba para romper el hielo conmigo.
-Estás
muy mojada. Me estás ensuciando mucho los calzoncillos. Vas a tener que
devolvérmelos, ¿sabes?
Y
así, sin más, pasamos de estar a punto de hacerlo de nuevo, a simplemente
echarnos a reír. Qué genial es poder reírse con la misma persona que te
consuela después de hacerte mucho daño, la que te limpia las lágrimas que otros
han puesto en tus ojos, y con la que la ropa y los complejos simplemente
sobran.
-¿Quieres
que los lave antes?-pregunté, viendo cómo mis ojos chispeaban en el reflejo de
los suyos.
-¿A
ti qué te parece?-respondió, dándome un beso en la frente y dejando la suya
apoyada en la mía un instante-. Saab… no quiero empezar algo que no sé si voy a
poder terminar.
-Siempre
te subestimas-le acaricié los hombros, y me miró.
-He
hecho palomitas. ¿Podemos ser domésticos?
-¿Te
apetece ser domésticos?
Asintió
con la cabeza.
-Tus
deseos son órdenes para mí, amo-respondí, besándole la punta de la nariz e
incorporándome ligeramente. Eché mano del jersey y empecé a enrollarlo para
volver a ponérmelo.
-¿Qué
hay de “papi”?
Saqué
la melena de dentro del jersey y sonreí, echándomela por encima de los hombros.
-Supongo
que yo también tengo derecho a llamarte por varias palabras, ¿no? Tú me llamas
“bombón”, “nena”, “Saab”… lo justo es que yo también tenga un repertorio en el
que elegir. “Papi” y “sol” es bastante reducido… y está demasiado cerca en el
abecedario.
-También
te llamo “diosa”-hizo un puchero, y yo me reí y le di un beso en la mejilla.
-Porque
eres un exagerado.
-¿Tenías
que vestirte?
-Sí.
¿No querías ser doméstico? Mi madre no se queda viendo la tele en tetas con mi
padre los sábados por la noche.
-Que
tú sepas-espetó, y solté una carcajada tan sonora que hizo que Trufas bajara corriendo a comprobar qué
pasaba. No tenía un único guardián en esa casa, parecía ser.
Mientras
Trufas se hacía un hueco en mi
regazo, convenientemente colocado de forma que Alec tuviera que esforzarse por
buscarme (como efectivamente sucedió), mi chico se inclinó hacia el mando de la
televisión y abrió la guía, buscando una película que nos apeteciera ver. No
habíamos hablado de nuestros gustos esa noche cuando salimos de la cama, sino
que simplemente habíamos pensado que estaría bien cambiar un poco de escenario.
Eleanor me había contado que, durante el fin de semana que había pasado con mi
hermano, habían probado varios sitios del piso que mis padres tenían en el
centro, e incluso se habían atrevido a hacerlo en una discoteca famosa por la
cantidad de polvos que se echaban en sus baños, y no necesariamente de droga.
Así, me había picado el gusanillo, y no quería que la cama de Alec fuera el
único sitio en que estuviera con él. Cuando él sugirió que podíamos ver una
película para descansar, a mí se me encendió la bombilla y le respondí que
estaría mejor que fuera en el piso de abajo, para así evitar tentaciones. Él
simplemente se había reído, seguramente pensando que no habría muchas
tentaciones que nos asaltaran en la cama exclusivamente
Obviamente,
no echaban nada en la televisión que nos apeteciera ver. Las madrugadas son
horribles para los amantes del cine, pues siempre te toca la reposición de la
séptima entrega de una saga que no debería haber pasado de trilogía, pitonisas
o las sobreactuaciones propias de los anuncios de la teletienda. Y, por mucho
que a mí me apeteciera estar con Alec sin más, tenía que reconocer que no me
hacía especial gracia comer palomitas mientras intentaban vendernos una
aspiradora automática o le leían las cartas a una telespectadora de signo
Capricornio. Así que, cuando él sugirió buscar algo por internet, a mí se me
abrió el cielo.
-¿Qué
tienes?-preguntó.
-Netflix.
-¿Nada
más?
-¿Cómo
que nada más? ¡Vaya con la niña rica! Soy de clase obrera, Sabrae. Tengo que
sudar para ganarme el pan cada mes. ¿Qué más querías que tuviera?
-En
mi casa tenemos Netflix, HBO, Waki, Fox Searchlight, Disney+, y Amazon Prime
Video. Que yo recuerde-tamborileé con los dedos en mi mandíbula y le dediqué
una sonrisa inocente. Alec alzó las cejas.
-Lo
que hace ser de clase alta-comentó, y yo le di un manotazo. Vale que puede que
fueran muchas plataformas y no les dábamos un uso continuo, pero nos gustaba
tener un buen catálogo donde elegir. Además, éramos muchos en casa, así que
nunca estaba de más poder elegir en qué plataforma ver una película.
-Mi
padre es artista-contesté, sin embargo-. Es normal que queramos apoyar a los
demás.
-Más
bien pastelero, por el bombón de hija que tiene-respondió, riéndose, entrando
en su perfil de Netflix. Me eché a reír y me incliné para darle un beso, pero
se apartó-. Oye, ¿no estarás conmigo por ese cliché de la niña rica que se
enamora del chico pobre y lo saca de la indigencia?
-Mira
tu casa, Alec. Es tan grande como la mía. Tienes un invernadero en el jardín,
por el amor de Dios. Eres de todo menos pobre-hizo un mohín y yo le di un
pellizco-. De todas formas, ¿qué tiene de malo? Hay gente que se gasta mucho
más dinero al mes en cosas que duran menos. A mí no me parece que sea tirar el
dinero tener varios sitios de streaming donde
elegir las películas.
-Yo
es que las veo pirateadas. HBO no tiene nada; me parece un puto robo que te
cobren ocho libras al mes por seis temporadas de Juego de Tronos.
-Juego de Tronos tiene ocho temporadas.
-Ya,
bueno, pero que estén bien, son sólo seis. El guión es malísimo.
-¿Es
el guión lo que te molesta, o que el último momento en que se le ven las tetas
a Emilia Clarke es en la sexta temporada?
Alec
sonrió, dando un sorbo de su cerveza.
-No
voy a contestar a esa pregunta sin mi abogado.
Me
eché a reír y me incliné para darle un beso en la mejilla, que esta vez no
rechazó.
-Bueno,
si quieres, puedes usar mis perfiles. Suelo estar bastante tiempo desconectada,
así que no creo que coincidamos.
-Se
me dispararían los gastos.
-No
quiero que me los pagues.
-Ni
yo ser un mantenido.
-Piénsalo
así-respondí, acariciándole la cara interna del muslo, y Alec apretó la
mandíbula. Me encantó la forma en que sus músculos se contrajeron, pegándose al
hueso, haciendo que la línea de su mandíbula fuera mucho más afinada-: tú me
invitas un montón de veces, y no me dejas que te pague mi parte. Considéralo una
compensación-le di mordisquitos por el borde de su mandíbula y él inhaló
sonoramente por la nariz. Trufas
levantó la cabeza y, con las orejas gachas, observó a Alec. Pensaba que le
estaba enfadando, seguramente. El pobre animal jamás lo había visto cachondo
como yo estaba acostumbrada-. Te gastas más en alcohol al mes de lo que te
costarían las suscripciones enteras, así que… tómatelo como un regalo.
Me
miró.
-¿No
vas a hablar de cómo se me ha disparado el presupuesto de condones desde que
nos reconciliamos?-atacó, y yo me eché a reír.
-Pero
eso lo disfruto contigo, así que no lo cuento.
-El
alcohol también. Además, casi siempre me invitan.
-Si
yo bebo veinte chupitos, sólo me emborracho yo. En cambio, si uso veinte
condones… los que nos corremos somos los dos-le di otro mordisquito justo por
donde le pasaba una de las venas del cuello, y él rió.
-¿Qué
dos?-preguntó.
-Hugo
y yo-respondí, apartándome el pelo de la cara.
-¡¡¡Oooh!!!-acusó
Alec, llevándose una mano al pecho y echándose a reír. Asintió con la cabeza y
levantó las manos-. Muy bien, muy bien. Tomo nota. Ahora sí que te voy a usar
las cuentas, pero sólo para desordenarte las series. Te vas a acordar de
esto-me prometió, y esta vez, a quien le tocó reírse fue a mí. Mientras él
cogía el mando, yo robé una palomita del bol y se la tendí a Trufas, que la olfateó con desconfianza
antes de hincarle el diente. Me encogí de hombros cuando Alec me preguntó qué
película me apetecía ver, pero sacudí la cabeza cuando sugirió una de Misión imposible. No obstante, levanté
la mirada.
-¿Es
la de Rusia?
-No.
¿Por qué?
-Quiero
ver si te estás marcando un farol con el tema de hablar ruso.
-Qué
desconfiada eres. ¿Qué pasa, que te tengo que hablar en ruso mientras follamos
para que te creas que de verdad lo entiendo?
Le
aguanté la mirada un instante.
-Estaría
bien.
Alec
balbuceó algo que yo no conseguí entender, lleno de sonidos siseantes y os.
-¿Qué
acabas de decir?
-Que
estaría cojonudo, no bien-cogió un puñado de palomitas y se las fue metiendo en
la boca una a una mientras continuaba descendiendo por el catálogo. Me estiré
para alcanzar mi móvil, y estaba abriendo el traductor de ruso para escribirle
algo y que él adivinara lo que le había puesto, cuando me dio un codazo-. ¿Y
esto?-sugirió, y yo levanté la mirada en el momento justo en que empezaba a
sonar una canción que conocía muy bien: Earned
it, de The Weeknd. Me eché a reír sin poder evitarlo, pensando en las
casualidades de la vida: basta con que nunca hayas escuchado una palabra y la
aprendas, para que de repente empieces a oírla por todas partes. Desde que
había descubierto que Alec hablaba ruso, me había empezado a encontrar con
muchísimas cosas relacionadas con el país más grande del mundo en mis redes
sociales, y ahora que le había sugerido hacía escasas horas que viéramos la
película de Cincuenta sombras de Grey, que
había visto por primera vez hacía apenas un año (porque antes aún era joven
para aprender sobre el BDSM), la película nos aparecía por arte de magia en la
pestaña de sugerencias, abajo del todo, para que no pudiéramos resistirnos a
ella.
-A mí
me sirve-sentencié, poniendo los pies sobre la mesa de los mandos y lanzándole
una mirada de disculpa a Alec, que agitó la mano con la que sostenía el mando a
distancia, recordándome que estaba en mi casa. Mamá detestaba que hiciera eso,
por eso siempre aprovechaba cuando no estaba en su presencia para subir los
pies a cualquier sitio-. ¿Te apetece?
-Trata
sobre sexo.
-Pero
tiene momentos que pueden resultarte… ya sabes-apoyé la cabeza en su hombro y
él frunció el ceño.
-¿Qué?
¿Traumáticos?
-No.
Pero incómodos…
-Lo
único que ha hecho el payaso de Christian Grey que no he hecho yo ha sido
conseguir que su cuenta bancaria supere los seis ceros.
-Ya
llegará tu momento-le di una palmadita en la pierna y él asintió con la cabeza.
-En
ello estamos-me guiñó un ojo, cogió el bol de palomitas, lo puso sobre su
regazo y cogió un paquete de tabaco que tenía escondido entre los cojines del
sofá-. También soy contrabandista.
-Ya
veo.
-A mi
madre no le hace gracia que fume.
-Me
pregunto por qué.
-¿Te
molesta?
Negué
con la cabeza.
-Pero
espero que no intentes meterme esa lengua cargada de nicotina en el
esófago-solté, y Alec se echó a reír.
-La
verdad es que no era ese agujero el que tenía en mente.
-¡Alec!-le
reñí, dándole un manotazo en la pierna. Casi tiro las palomitas, pero merecía
la pena ponerlas en peligro con tal de ponerle en su sitio. No debía dejar que
me tomara el pelo de esa manera.
Sin
embargo, nos reconciliamos pronto, y enseguida estuve acurrucada contra él de
nuevo, con Trufas espatarrado en una
esquina del sofá, rumiando las palomitas que Alec le iba tirando para que nos
dejara en paz, con el brazo de mi chico sobre mis hombros y su espalda en la
mía. Incluso conseguí que me diera de comer un par de palomitas, lo que le
compensé dándoselas yo también.
Descubrí
que ver una película con él podía hacerla mucho más interesante. Había visto la
película con la curiosidad de descubrir por fin lo prohibido, sólo para
descubrir que no era para tanto (sí, tenía cosas pésimas, como el control emocional que ejercía Christian sobre
Anastasia, o el hecho de que no le hiciera el más mínimo caso y siempre
impusiera sus deseos sobre los suyos), pero más allá de la toxicidad típica de
esa clase de películas, que todavía no se habían dejado influenciar por la ola
de feminismo que había resurgido hacía dos décadas, la verdad es que tampoco
era para tanto. Ni era tan transgresora en el tema del sexo ni tampoco era tan
mala en cuanto a guión. Era una historia de amor típica en la que se echaban
más polvos en cámara que de costumbre, pero nada más.
Lo
que yo no sabía era que podía ser divertida. Cosas que con Amoke me habían dado
vergüenza ajena, con Alec hacía que estallara en carcajadas, por el mero hecho
de que él era un bocazas siempre, pero sobre todo cuando estaba viendo la
televisión. Convertía las películas en una experiencia personalizada, dejando
que sus ideas se mezclaran con la banda sonora y los diálogos. Por ejemplo,
mismamente al principio de la película, cuando Anastasia se cae al suelo porque
tropieza sabe Dios con qué, Alec dio un sorbo de su cerveza y soltó:
-Uf,
Christian, cuidadito, que te ponen una demanda por tus alfombras asesinas.
Solté
tal risotada que Trufas se incorporó
de un brinco, alerta. Creo que eso era una prueba de Alec: tanteaba el terreno
para ver cómo reaccionaba yo si decidía comentar la película. Si no hubiera
hecho nada, seguramente se hubiera callado y habríamos visto la película
tranquilos. Pero, como mi reacción fue de diversión en lugar de molestia, se lo
tomó como su misión personal el hacer de la película una espiral de comedia.
-Debería
ir a visitarte a Amazon un día de sorpresa-comenté cuando pasaron a la escena
en la que Anastasia estaba en la tienda en la que trabajaba y Christian se
presentaba en ella, aparentemente para recoger materiales para una “obra”.
-El
tío tiene unos cojones como una catedral-respondió Alec, rumiando las
palomitas.
-¿Por
qué?
-Están
en Estados Unidos. Anastasia podría sacarle ahora mismo un rifle y decirle
“largo de mi propiedad, bicho raro”.
-Pero
no está en su propiedad.
-Es
verdad. Y él es millonario.
-¡Eso
es súper misógino!
-A
ver, Sabrae, que es universitaria. Tendrá un crédito de la hostia. Yo no la
juzgaría si quisiera pegar un braguetazo con él. Le echa cuatro polvos, se
libra del crédito, y luego si te he visto, no me acuerdo. También podría ser
así si la millonaria fuera ella.
-¿Eso
estás haciendo tú conmigo?-inquirí, alzando una ceja y robándole una palomita. Bufó.
-¿Tanto
se nota?
Los protagonistas se fueron a una cafetería, y
Christian le insistía a Anastasia en que se comiera una magdalena.
-No
me extraña que no quiera ni acercarse a ella-soltó Alec-, tiene una pinta de
seca… ni con dos litros de café podría comérmela.
-Es
que no saben comer, en Estados Unidos.
-Ni
hablar-añadió, pellizcándome el hombro-. Mira que llamar fútbol al rugby…
-Que
no te escuche Diana.
-A
Diana le encanta cualquier gilipollez que yo diga por el mero hecho de que
tengo acento inglés. Podría insultarla y me daría las gracias. Aunque no es la
única-me miró con intención.
-¿A
qué te refieres?-inquirí, perspicaz.
-A
nada, a nada…-levantó las manos y me ofreció una palomita.
-¿Es
porque me gusta que me llames de todo menos guapa cuando estamos en la cama?
Porque… prueba a llamarme “puta” ahora, a ver qué pasa.
-No
quiero que me estropees mi preciosa cara, Sabrae. A mi madre le costó mucho
hacerla.
La
locura se desató en el momento en que Anastasia se emborracha y llama a Christian
para meterse con él, y él va a buscarla. No paramos de reírnos mientras la
chica lo increpaba arrastrando las palabras; yo, por las cosas que le decía, y
Alec, por su acento.
-¡Es
que no se la entiende cuando habla!
-¡Calla!-siseé,
dándole un manotazo en la pierna-. ¡Que me lo estoy pasando bien escuchándola!
Cuando
vomitó, Alec chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
-Es
que hay que beber con responsabilidad. Si no estás acostumbrada, ¿para qué te
metes? Menos mal que viene el empresario multimillonario en persona a salvarle
el culo a la pobre, en lugar de enviar a algún pringado a acostarla.
-¿Como
tú en Nochevieja?-inquirí, y él puso los ojos en blanco.
-Qué
graciosa.
Pasamos
la borrachera de Anastasia y llegamos a la parte en la que Christian iba verla
y le daba un mordisco a su tostada.
-Me
das tú un bocado a mi tostada del desayuno y te muerdo un ojo-comenté y Alec
abrió la boca, pero Christian espetó:
-Si
fueras mía, no podrías sentarte en una semana.
Nos
miramos un momento y empezamos a reírnos.
-No
pierde el tiempo, el galán éste, ¿eh? Tío, que la conoce hace dos días. ¿Y no
va el pavo y le dice de follarle el culo?
-Lo
dice porque le pegaría, Alec, que pareces bobo.
-Las
mujeres sois muy inocentes. Si algo puede tener connotaciones sexuales, ten por
seguro que los hombres lo decimos en ese sentido.
En el momento en que descubren la habitación
de las paredes rojas, Alec alzó las cejas y silbó.
-Me
metes a mí en un sitio así y salgo corriendo.
-Parece
una cámara de torturas de un castillo medieval, sí.
-Seguro
que por ahí tiene correteando alguna rata que transmite la peste bubónica.
Menudo sociópata. Está traumatizando a la chica. Que, por cierto, ¿cuántos años
tiene?
-Me
suena que se llevaban seis años.
-Más
que tú y yo, y yo no te he asustado tanto.
-Porque
tú no eres un psicópata.
-Y
soy más guapo-añadió, regodeándose.
Milagrosamente,
nos quedamos callados en el momento en que tienen sexo por primera vez.
Mientras mostraban un plano de Christian encima de Anastasia y la cámara iba
subiendo, para terminar mostrándonos un plano de ambos reflejados en el espejo
del techo sobre la cama en la que estaban, sentí que la atmósfera entre
nosotros cambiaba. Se volvió más pesada, más electrizante. Alec me miró de
reojo, buscando una reacción en mí, puede que decidiendo si sería buena idea
hacer una broma que rebajara la tensión del ambiente, o dejar que éste fuera
aumentando con el paso del tiempo y el crescendo
de la música.
Escuchamos
con atención el momento en que iban narrando el contrato, cláusula por
cláusula, y yo sentí que algo en mi interior se despertaba. Alec encendió un
cigarro y yo me lo quedé mirando mientras se intercambiaban correos. Me
apetecía decirle que me daba mucha curiosidad los límites con los que iban a
experimentar en la película, y que no había nadie mejor que él para hacerlo:
nadie de quien me fiara más, nadie con quien me fuera a sentir más segura… y
nadie que pudiera hacerme disfrutar de todo como él.
Pero
estaba hechizada. Y, además, creo que él se había encendido el cigarro para
relajarse. Notaba cómo la tensión sexual cristalizaba en su piel, erizando el
vello de sus brazos y haciendo que su sexo se hinchara lentamente, pensando en
las cosas que harían y que él quería hacerme a mí. Igual que yo, Alec quería
experimentar con nuestros límites, pero creo que había algo que le daba miedo
probar, así que recurría al tabaco como forma de distracción.
Con
lo que no contaba era con que eso me encendería aún más a mí. No es que me
entusiasmara saber que le sabría la boca a tabaco si yo le besaba ahora, pero
ver cómo intentaba distraerse de las súplicas de su cuerpo, con los ojos
oscurecidos y los labios ligeramente contraídos, con una droga que no fuera mi
cuerpo, lanzaba descargas eléctricas que conectaban directamente con mi sexo.
Se le cuadraba la mandíbula, el humo escalaba por su piel como les gustaría
hacer a mis dedos, y mi boca… mi boca estaba seca. Y sólo él podría volver a
humedecerla.
Alec
se me quedó mirando, dio una calada que hizo que sus labios rodearan el cigarro
de una forma muy sensual, y exhaló el humo por las fosas nasales para evitar
echármelo a la cara.
-¿Qué?
-Sé
que no tiene sentido porque no me gusta cómo sabes, pero… me encanta ver cómo
fumas.
Sonrió,
dando otra calada.
-Pues
no pienso darte a probar.
-Ni
yo pensaba pedírtelo-repliqué, apartándome el pelo del hombro-. Soy deportista.
Igual que tú.
-Pues
ya ves.
La
película seguía enumerándonos el contrato entre los dos protagonistas, pero ya
no podía interesarme menos.
-¿Por
qué empezaste? Fumar reduce la resistencia, así que no tiene sentido que lo
hagas, especialmente si fuiste boxeador de élite.
-Por
Scott-reveló, y yo alcé las cejas.
-¿De
veras?
-Sí.
Quería hacerse el guay para gustarle a Ashley-el humo empezó a deslizarse por
fuera de su boca, acariciando su pecho. Lo expulsó de nuevo por las fosas
nasales-. A las tías os molan los tíos que fuman, ya lo ves.
Dio
una nueva calada y soltó el humo por la boca esta vez, y yo me lo imaginé
fumando mientras follábamos, sosteniendo un cigarro con la misma mano con la
que me impedía acariciarle la espalda, revolverme debajo de su cuerpo… y
echándome el humo por el cuerpo, cubriendo mis curvas de una neblina cálida,
directamente extraída de sus pulmones.
Noté
cómo mi sexo empezaba a abrirse como una flor, y se humedecía con la llegada de
la primavera.
-Pero
le daba cosa-reveló-, así que Tommy, Jordan y yo empezamos con él.
-Efectos
secundarios: que les moléis más a las chicas. Menudo sacrificio.
-Yo
por tu hermano me cortaría el brazo derecho-sentenció, de repente todo serio,
con esa lealtad que tanto le caracterizaba y tanto me gustaba. Me estremecí,
pensando en cuánto estaría dispuesto a hacer por mí… pero no se me escapó lo
que había detrás de esa afirmación.
-Y él
se cortaría el izquierdo por ti.
Alec
soltó una carcajada. No había dicho su brazo dominante por algo, y yo estaba
más que dispuesta a descubrir por qué. Acababa de decirme que, si algo tiene
una connotación sexual, en ese sentido lo dicen los chicos.
-Veo
que lo pillas, nena.
-El
izquierdo es importante para ti.
-Es
con el que te hago los dedos-soltó, con esa sonrisa torcida suya que había
hecho que todo Londres cayera rendido a su pies. Y, como buena londinense que
era, yo no iba a ser la excepción.
Justo
en ese momento, se escuchó el sonido de un golpe en la televisión, y me volví
instintivamente hacia ella mientras Alec se pasaba la lengua por los labios,
saboreando mi cuerpo antes incluso de que su boca entrara en contacto con él.
Christian acababa de darle un manotazo en el culo a Anastasia, y la cámara
enfocaba cómo rasgaba un condón con la boca y mientras le ponía el culo en
pompa, la penetraba y empezaba a embestirla.
Me
volví plenamente consciente de la canción de Beyoncé que estaba sonando de
fondo, amortiguada por una edición que quería que te centraras en los gemidos
en lugar de la banda sonora, que resultaba ser lo mejor de la película… y me
estremecí de pies a cabeza. Con la voz grave de Beyoncé invitándome a hacer
todo lo que se me estaba pasando por la
cabeza desde que Alec encendió el cigarro, me volví hacia él, que había
reducido la distancia entre nosotros. Me apartó un mechón de pelo detrás de la
oreja y yo me mordí el labio, como se suponía que la protagonista femenina de
la película no debía hacer, pues eso volvía loco al masculino…
… y
surtió el mismo efecto. Con los gemidos de Anastasia llenando el salón, Alec se
abalanzó sobre mí cual cazador. La escena cambió a algo mucho más tranquilo,
pero ninguno de los dos le estaba haciendo caso a la televisión: demasiado
ocupados como estábamos en entregarnos al fuego que amenazaba con consumirnos,
nos importaba bien poco todo lo que sucediera en la relación de aquellos dos.
Lo único que me interesaba ahora mismo era sentir a Alec entrando en mi interior,
invadiéndome.
Me
agarró por las caderas, siguiendo las instrucciones de un instinto que
compartíamos y que le susurraba qué hacer ahora que me tenía en la palma de la
mano. Le arranqué la camiseta y gemí cuando él metió las manos por debajo de mi
jersey y tiró de él para desnudarme. El frío del salón erizó mi piel desnuda
mientras yo me afanaba en librar a Alec de sus pantalones. Notaba su erección
creciente dura en mi entrepierna, y mi sexo protestaba por el poco caso que le
estábamos haciendo. Alec hundió los dedos en mis nalgas mientras yo empezaba a
frotarme contra él, intentando satisfacer, aunque sólo fuera un poco, los
caprichos de mi sexo, que parecía tener conciencia propia, y desde luego sus
propios planes para esa noche.
Alec
gruñó, sus pantalones por los tobillos, cuando le metí la mano por dentro de
los calzoncillos y coloqué su polla de forma que recorriera mi sexo de arriba
abajo según me iba frotando contra él.
-¿No
me quieres dentro de ti?-preguntó, y yo asentí con la cabeza. No podía formular
ni una sola frase coherente, de tanto que me estaba gustando la forma en que me
apretaba contra él. Me dio un azote en una nalga y yo me volví loca, exhalando
un gemido que nada tenía que envidiar a los de la película, y desde luego,
bastante más real que los que nos habían estado acompañando hasta hacía escasos
minutos. Sus manos ascendieron por mi cuerpo, se detuvieron en mis hombros,
pegándome a él de forma que nuestras bocas no pudieran separarse ni aunque yo
lo intentara con todas mis fuerzas, y mientras su lengua invadía el reino de la
mía, Alec estiró la mano en busca de algo.
Le
pasé los brazos por alrededor del cuello, y le clavé las uñas en la nuca cuando
la mano que no estaba tanteando el sofá descendió de nuevo por mi espalda, se
coló en sus (mis) calzoncillos y se introdujo en mi interior. Mi boca se curvó
en una O perfecta que hizo que Alec sonriera y me mordiera el labio inferior.
La música había dejado de sonar, pero yo quería más. Quería muchísimo más.
Ahora que conocía la intensidad del sexo con música que podíamos elegir
nosotros, y escuchar sin estar amortiguada por las paredes de la discoteca, no
estaba dispuesta a renunciar a ello tan fácilmente, especialmente si teníamos
la casa para nosotros solos. Moviéndome arriba y abajo, haciendo que ambos
disfrutáramos del roce, miré a Alec a los ojos, que estaban hechos de la
negrura esencial de la lujuria, y le pedí:
-Pon
música.
Sonrió,
pagado de sí mismo.
-¿Eso
es lo que quieres?
-Lo
segundo. Lo primero, estás a punto de dármelo-adiviné, lanzando una mano sobre
la suya, quitándole el paquetito que acababa de alcanzar, y rasgándolo como lo
habían hecho en la película sin romper en ningún momento el contacto visual con
él. Me levanté lo suficiente como para poder quitarle los calzoncillos, y su
erección rebotó cuando se vio liberada. Contuve las ganas de metérmela en la
boca otra vez, y lenta, muy lentamente, extendí el condón por toda su
extensión. Alec cerró los ojos, abrió a tope sus fosas nasales, y exhaló un
gruñido gutural que me encantó cuando sintió la presión de mis dedos en el
tronco de su miembro.
-Joder,
Sabrae-gimió, y yo le agarré la mandíbula. Alcé las cejas cuando abrió los
ojos.
-Dilo
otra vez.
-Joder-repitió,
y murmuró algo por lo bajo que yo no logré entender cuando coloqué la punta de
su miembro en la entrada de mi vagina. Acaricié mis labios con ella como si
fuera un pincel con el que estuviera terminando mi cuadro preferido, y él
hundió de nuevo los dedos en la piel de mi cintura-. Deja de torturarme, niña,
o te follaré tanto que no podrás respirar más que mi nombre.
Me
detuve un instante, regodeándome en el momento.
-No
hagas promesas que no vas a cumplir… Whitelaw.
Escuchar
su apellido lo volvió loco. Con firmeza, me agarró de las caderas y me empujó
para hundirse en mí, pero yo estaba apoyada en mis caderas, y llevaba el
control. Hice que se hundiera lenta, muy lentamente en mí, y arqueé la espalda,
ofrendándole mis pechos, mientras me aclimataba a la deliciosa sensación
invasiva que era tenerlo dentro de nuevo. Tan sólo había pasado una hora desde
que habíamos empezado la película, apenas diez minutos después de decidir
darnos un descanso, y ya estábamos dale que te pego otra vez.
-Dios
mío… esto sienta tan bien…-suspiré, y
él sonrió, pasándome la lengua por los pechos, dándome pequeños mordisquitos en
los pezones que hicieron que alcanzara los cielos.
-Era
lo que querías desde el principio, ¿verdad? Por eso me dijiste que bajáramos.
-Quería
probar tu sofá, y me está sorprendiendo muy gratamente.
-Sí-se
burló Alec-, será el sofá.
Se
las apañó para alcanzar mi teléfono y, con mi huella en el botón de inicio,
abrió Spotify y buscó rápidamente la banda sonora original de la película. La
pusimos a todo trapo, sin molestarnos siquiera en detener la reproducción, y
pronto nos centramos sólo en la música y en lo increíble que estaba haciendo
nuestro polvo. El que había elegido a los cantantes y las canciones para
aquella banda sonora se merecía todos los reconocimientos del mundo del
entretenimiento: no había ni una sola canción que no te invitara a quitarte la
ropa y pasártelo bien en cualquier rincón de una casa, ya fuera una cama, un
sofá, la cocina o el suelo del pasillo. Me imaginé a Alec poseyéndome durante
el desayuno con la música tapando nuestros gemidos, la puerta de la cocina
entreabierta, advirtiendo de un peligro tan grande que sólo servía para
excitarnos más…
Cambiamos varias veces de posición: empezamos
conmigo encima, después, yo debajo, tumbada en el sofá, con las piernas
abiertas para permitirle la penetración; a continuación, sentada, con él
apoyado en mi cuerpo y embistiéndome como si no hubiera un mañana; me puse de
rodillas y se la chupé cuando cayó sobre mí, cansado, y luego, él me devolvió
el favor, haciendo que me sentara sobre sus hombros y disfrutando del éter que
manaba del interior de mi cuerpo, un éter que sólo él podía poner ahí.
Justo
al final de la película, tenía su boca entre mis piernas, pero yo quería más.
Estaba a punto de acabar y quería recompensarlo teniendo un orgasmo que él
pudiera experimentar en la parte más sensible de su cuerpo, así que le pedí que
me dejara volver a la posición original, con las rodillas a ambos lados de sus
piernas y mis caderas marcando el ritmo. No tardé en inclinarme hacia atrás,
dejándome caer sobre sus piernas mientras sus brazos me sujetaban con firmeza
para impedir que me hiciera daño. Entreabrí los ojos, sintiendo las rodillas de
Alec en mis lumbares, con mis pies enredados tras su espalda, y vi cómo los
créditos subían (o, desde mi punto de vista), descendían por la pantalla.
Recordaba la canción que sonaba en ese momento de la película, así que estiré
la mano hacia mi móvil y detuve la reproducción de la que se escuchaba por los
altavoces, para dejar que los acordes perfectos de Earned it volvieran a llenar la habitación.
Con
The Weeknd cantándome que me había ganado el trato que me estaban dando, y con
el lugar en el que Alec estaba dentro de mí como único punto de anclaje con el
mundo, me corrí. Mis brazos se rindieron a la fuerza de la gravedad, y todo mi
cuerpo convulsionó en un orgasmo perfecto e intenso que hizo que perdiera la
noción del tiempo y el espacio durante un par de segundos. Escuché a Alec gemir
sobre mí mientras me sujetaba con fuerza para evitar que me cayera al suelo y
me hiciera daño, y como una tonta, empecé a sonreír.
Noté
que se detenía para darme un tiempo de recuperación, y yo levanté la cabeza,
con todo el esfuerzo del mundo. Sentía que me pesaba toneladas.
-¿Estás
bien?-asentí despacio. Tenía la cabeza embotada, la boca pastosa, y los oídos
tamponados. Cada poro de mi piel estaba alerta, esperando unas caricias que no
terminaban de llegar, y cuya fuerza se vería multiplicada por mil ante lo
sensible que tenía la piel-. ¿Puedes seguir?-volví a asentir con la cabeza. Vaya
que si podía. Estaba cansada, pero eso no impedía que no estuviera más que
dispuesta a acabar exhausta con tal de seguir disfrutando. Teníamos el tiempo
justo, y, sinceramente, quería descubrir dónde tenía el límite de mis fuerzas-.
Eres genial-sonrió él, tirando de mí para poder besarme en la boca. Respondí
con torpeza a su beso, pues él aún no había llegado al orgasmo
(sorprendentemente), así que tenía la cabeza despejada, con una única idea en
su mente-. Quiero volver a follarte con The Weeknd de fondo. Ahora que sé lo
que es follarte con su música, no voy a poder parar.
Sí. Sí, por favor. Había sido increíble
la forma en que había perdido el control conmigo. Lo rudo, lo animal, lo
salvaje de la forma en que me había hecho suya con su artista preferido sonando
a todo volumen en la habitación. Quería volver a sentir eso. Que volviera a
agarrarme tan fuerte que me dejara marca, poder notar sus manos sobre mí
incluso cuando no las tuviera encima.
-Pues
no sé a qué esperas-respondí, ida, y Alec se echó a reír, lo que tuvo un efecto
curioso en mi interior-. Uf-susurré, cerrando las piernas instintivamente,
disfrutando de la vibración tan deliciosa que aquellas risas provocaron dentro
de mí.
Alec
intentó sacar su miembro de mi sexo, pero yo no le dejé. Con una fuerza que me
sorprendió tener, conseguí incorporarme lo suficiente como para poder aferrarme
a él, entrelazando mis brazos por detrás de su cuello.
-Por
favor. No.
Me
miró a los ojos y me dedicó una cálida sonrisa cuando se levantó sin apenas
esfuerzo, sosteniéndome por los glúteos para que no me cayera. Me dio un besito
en la nariz.
-Sabes
que tampoco estoy tan mal de pasta como para abrir otro condón, ¿no?
-Éste
nos está dando buen resultado.
-Todo
esto forma parte de tu plan maestro para que te paseara desnuda por mi casa en
brazos, ¿verdad?
-¿Se
nota mucho?-inquirí con expresión soñadora, y Alec se echó a reír, asintió con
la cabeza y me dio un nuevo beso, esta vez en los labios. Con cuidado, me sacó
del salón y me llevó escaleras arriba. Ni me molesté en preocuparme de que
pudieran llegar sus padres y descubrir el estropicio que habíamos dejado en el
piso inferior: nuestra ropa arrugada en el suelo, el bol de palomitas a medio
terminar, el cigarro consumido por el paso del tiempo y no por los labios de
Alec, y el envoltorio del condón abierto encima de la mesa. Annie cambiaría
completamente su concepción de mí; sabía que me consideraba una chica formal y
buena, con los pies en la tierra y muy inteligente, y si ahora se encontraba
con que me había acostado con su hijo en el sofá de su casa y ni siquiera me
había molestado en tratar de borrar las pruebas del delito… bueno, seguro que
ya no me consideraba tan buena para Alec.
Aunque
él me quería y yo le quería a él, así que no tenía mucho que decir respecto a
si le haría feliz. Por supuesto que sí. De la misma forma en que él se
esforzaba en cuidarme y a la vez le salía natural, yo me esforzaría en
convertirlo en el chico más feliz del mundo, y me saldría solo.
Alec
le dio una patadita a la puerta de su habitación y me depositó en la cama con
cuidado. Me quedé tumbada con las piernas ligeramente separadas y los brazos
completamente extendidos, en cruz. En el techo, el reflejo de mi cuerpo desnudo
y brillante me devolvió la mirada, y no pude evitar esbozar una sonrisa
mientras escuchaba a Alec elegir qué disco haría sonar esta vez. Giré la cara
para mirarlo, y mi sexo se estremeció ligeramente en busca de algo a lo que
aferrarse cuando me encontré con la visión de su culo respingón ante mí. Quería
darle un mordisquito.
-Te
voy a poner a The Weeknd-comentó, sonriente, girándose para mirarme mientras
sostenía varios discos entre las manos. Me relamí al contemplar la silueta de
su miembro duro y erguido. Le quería dentro de mí. Y él quería estar dentro de
mí. Y, aun así, conseguía mantener la compostura de forma que pudiera cumplir
todos mis caprichos. Era un auténtico y verdadero sol-, por iniciativa propia.
-Si
lo nuestro sale mal, habré maldito sus discos para siempre-respondí, bromeando.
-¿Sientes
la presión?-colocó un disco en el tocadiscos y me miró, y yo me eché a reír y
estiré las manos en su dirección. Le di un beso en los labios y tiré de él para
tumbarlo en la cama, y él se las apañó para estirarse en dirección a la mesilla
de noche. Me pregunté para qué quería la caja de condones, hasta que me fijé en
que no era eso lo que estaba tratando de alcanzar, sino la caja negra con el
gel para parejas. La sostuvo frente a mí.
-¿Te
apetece probarlo?-asentí despacio con la cabeza y Alec asintió por su parte-.
Vale…-murmuró para sí mismo, abriendo la caja y echando un vistazo a su
interior. De él, extrajo no uno, sino dos tubos, uno de color rosa y otro de
color morado. Me tendió este último-. Ése es el mío.
Observé
el tubo en forma de lágrima, lo abrí, y me eché una gotita en la yema del dedo.
Lo extendí con el pulgar y examiné la película acuosa que se formó en mis
dedos, como si fuera un charco particularmente encariñado conmigo.
-¿No
está un poco frío?
-Se
supone que eso va a gustarme.
-¿Sabes?
Si tuviéramos un condón azul, tendríamos la bandera bisexual-comenté, juntando
de nuevo los dos tubos y alzando las cejas varias veces en su dirección. Alec
se echó a reír, asintió con la cabeza y abrió el suyo. Se echó un chorrito en
la palma de la mano y lo dejó a mi lado, en la cama. Reconocí la canción que
empezó a sonar: High for this, y
crucé los pies instintivamente, presionando mis muslos entre sí para aliviar la
tensión de mi sexo. Alec se acercó un poco más a mí, me besó despacio, y me
preguntó:
-¿Te
parece que lo probemos a lo grande?
-Tienes
que enseñarme-musité con un hilo de voz, un poco avergonzada. Nunca había
probado ningún gel como esos y no tenía ni idea de cuál era la cantidad exacta
que había que utilizar, pero no quería meter la pata. Estaba completamente en
sus manos.
-Tranquila,
bombón. Sin presiones. Estamos aquí para pasarlo bien-me besó el hombro, me do
un mordisquito en la clavícula, subió con su boca por mi cuello y, lentamente,
mientras nuestros labios se juntaban, empezó a trazar líneas por mi cuerpo con
dos dedos cubiertos de gel. Siguió la línea de mis clavículas, descendió hasta
mi ombligo, y luego, en mis pechos, justo alrededor de mis pezones, dibujó unas
aureolas.
Sentí
que un ligero calor se extendía allá donde el gel estaba en contacto con mi
piel, y me recorrió de nuevo un escalofrío que nació en la parte baja de mi
espalda y se expandió por mi cuerpo como la onda expansiva de un meteorito.
-Haz
lo mismo conmigo-me pidió con voz sensual, lamiendo la esquina de una de las
líneas de mi clavícula. Su lengua caliente extendió un poco la sensación de
calidez por mi piel-. Dibuja líneas en mi cuerpo, como si fueran pintura de
guerra. No tengas miedo de usar demasiado.
Hice
lo que me pedía: vertí un chorro de gel sobre mi piel y, con dos dedos, le
dibujé dos líneas invisibles en la mandíbula, que se unían en su barbilla para
descender por su cuello, siguiendo la silueta de la nuez de su garganta como si
fueran el eje sobre el que se mediría su simetría. Llegué hasta el esternón,
marqué sus clavículas y después, mirándolo a los ojos para asegurarme de que le
gustaba lo que acababa de ocurrírseme, dejé dos huellas de manos sobre sus
pectorales. Alec inhaló por la boca sonoramente, y mi sexo celebró aquel sonido
con un nuevo estremecimiento.
-¿Quieres
que siga?-pregunté, y él asintió.
-Yo
también voy a seguir.
Continuamos
acariciándonos y dejándonos marcas que sólo se veían a contra luz mientras las
canciones de House of balloons iban
sucediéndose. Alec me separó las piernas y trazó líneas a lo largo de éstas,
iniciándolas en la cara interna de los tobillos y subiendo hasta los muslos.
Por mi parte, yo dibujé con el gel frío en su espalda, siguiendo la línea de
sus músculos, y le hice dos equis en el culo, una en cada nalga. Alec se echó a
reír, poniéndose encima de mí. Se quitó el condón y yo me quedé mirando su
erección desnuda.
-Voy
a ponerme otro-me tranquilizó-. El gel va por dentro.
Asentí
con la cabeza, me tumbé con las rodillas dobladas en el colchón, y eché un
último chorrito en la palma de mi mano. Me froté las manos para extender bien
el gel, y mientras él hacía lo propio, extendí las manos y le acaricié la polla
con cuidado. Alec gimió por lo bajo, apoyó la frente en la mía y cerró los ojos
con fuerza.
-¿Demasiado
gel?
-Está
perfecto.
-¿Te
estoy haciendo daño?
-Lo
haces genial, Saab.
-No
lo parece.
-Sólo
estoy intentando no… correrme-jadeó, abriendo los ojos y atravesándome con su
mirada. La tenía oscura, negra como el espacio exterior. Llevó su mano cubierta
de gel a mi entrepierna y me masajeó el clítoris antes de descender por el
resto de mi sexo, y yo entendí a lo que se refería. Un calor ardiente se
extendió por mi sexo, activando cada sensor de placer que había en mi cuerpo y
dejando que las líneas que antes habían sido cálidas en mi torso, ahora
llamearan.
Cuando
terminé de masturbarlo, Alec se puso un condón y alcanzó su móvil.
-Será
mejor que haga una lista, ¿no te parece? No creo que pueda portarme bien por
mucho que esté sonando una balada. Y no voy a poder salir de ti para poner
música más acorde a lo que estemos haciendo en ese momento, así que…-sonrió, y
me fijé en que tenía un ligero rubor en las mejillas y que su respiración se
había acelerado. Aquellos juegos no eran preliminares, sino el sexo en sí. No
había vuelta atrás, y los dos lo sabíamos, porque nuestros cuerpos nos lo
gritaban con cada segundo que pasaba, segundo en que los geles aprovechaban
para destrozarnos la estabilidad emocional.
-¿Cuál
es la clasificación que sugieres?-susurré, con las mejillas coloradas, y él se
rió. Se pasó una mano por el pelo mientras toqueteaba la pantalla de su móvil y
se mordisqueó el pulgar. Se relamió inconscientemente al descubrir que aún
tenía un poco de gel en sus dedos.
-Follar
guarro-decidió, estirando un dedo y mirándome-, polvo guay, y suavecito.
¿Empezamos con follar guarro? High for
this va derecha-decidió, toqueteando su pantalla.
-Yo
le crearía más bien otra categoría-sentencié, cerrando un poco las piernas para
así darle un toquecito en los costados con ellas. Alec frunció el ceño,
expectante-: squirting.
Abrió la boca, sorprendido
por mi osadía, y aquella sonrisa lasciva volvió a rizarle las comisuras de la
boca. Toqueteó un par de veces en la pantalla de su móvil, y cuando me la
mostró, me eché a reír: había creado una lista con la palabra que yo le había sugerido acompañado de dos
emoticonos: el del diablo sonriendo y las gotas de agua salpicando. Pero lo
mejor no era eso, sino el contenido de la lista: la misma canción, High for this… cincuenta veces.
Levanté
la vista para mirarlo, y sin apartar mis ojos de los suyos, me pasé el dedo por
el hombro para limpiar todo resto de gel que pudiera haber en él, y toqué la
primera de las canciones. Los sonidos propios de una película de alienígenas
llenaron la habitación, y yo me recliné en mi asiento, esperando a que Alec se
decidiera a venir a por mí.
Sólo
cuando empezó la música de verdad, con esos golpes rítmicos con los que mi
corazón podría sincronizarse, Alec se inclinó hacia mi boca y empezó a besarme.
Y yo sentí que podía darle lo que él quería, lo que él me había pedido al
principio de la noche, lo que había buscado cuando se levantó temprano para
poder preparar la casa. Me correría otra vez como había conseguido hacía unas
semanas, a escasos metros de distancia, con la misma sensación de estar
atravesando un punto de no retorno del que ninguno de los dos se recuperaría.
Iba a conseguirlo. Me correría como a él le gustaba.
Me
besó la boca, me acarició el cuello, me manoseó los pechos y masajeó mi sexo, y
cuando empezó el estribillo, Alec separó mis piernas y se hundió en mi
interior. Exhalé un grito de puro placer y Alec sonrió, embistiéndome con
insistencia, pero sorprendentemente despacio, acoplándose al ritmo de la
canción, a las guitarras eléctricas que hacían que todo mi cuerpo vibrara.
Lo
que siguió a continuación fue increíble: la música, que no podría estar mejor
elegida, hizo que entrara en una especie de trance en que las sensaciones que
sentía, de calor y placer, iban creciendo exponencialmente, a medida que la
canción iba avanzando. La voz rasgada, melancólica y dulce de The Weeknd era la
compañía perfecta para lo que estábamos haciendo, la guinda del pastel para los
besos de Alec, para las caricias de Alec, para los empellones de Alec. Le di
las gracias al cielo porque me hubiera concedido el inmenso honor de renunciar
a proteger a The Weeknd a toda costa y de que me hubiera dejado entrar en su
mundo.
Empezamos
a acelerarnos; la primera vez que escuchamos el último “querrás estar drogada
para esto” estábamos siguiendo a rajatabla el ritmo que nos marcaba The Weeknd,
pero pronto nos abandonamos a nuestros deseos y dejamos que nuestros cuerpos
marcaran el ritmo, mucho más ansioso, mucho más urgente. Hubo arañazos, hubo
mordiscos, hubo gemidos, hubo gruñidos y hubo palabrotas mientras luchábamos
por ser quien más placer le diera al otro. El gel hacía que mi piel ardiera, y
allí donde Alec estaba invadiéndome con su glorioso miembro, me daba la
sensación de que jamás había sido tan sensible, de que nunca lo había sentido
tanto, ni nunca me había gustado de aquella manera.
Con
su boca mordiendo la mía, sus manos en mis pechos y su miembro entrando y
saliendo de mí, haciendo que la temperatura de mi cuerpo convirtiera al sol en
un gigante helado y oscuro, terminé.
Como
yo esperaba.
Como
Alec deseaba.
Lanzando
mi placer al universo, igual que el sol escupía sus tormentas solares. Alec me
mordió el cuello mientras yo me corría, gruñó un delicioso:
-¡Sí,
joder! ¡SÍ!
Y
continuó embistiéndome con rabia, completamente entregado a sí mismo, dejando
que el gel que le había echado y que mis caricias le habían extendido por todo
el cuerpo lo volviera completamente loco. Me dio una palmada en las nalgas
cuando levanté las piernas para permitirle sujetarme mejor, penetrarme más
profundo, y…
… me
agarró del cuello.
Y
apretó.
Noté
que todo mi cuerpo se ponía en tensión en el momento, expectante. Tenía la piel
erizada, y un sentimiento que jamás había experimentado con él se apoderó de
mí: incomodidad. Ni siquiera cuando lo habíamos hecho por primera vez y él
había entrado en mi interior y había empezado a hacerme daño me sentí así. No
era incomodidad física, sino… algo diferente. Emocional. Más visceral.
Abrí
los ojos y me lo quedé mirando desde abajo mientras sentía que mi pulso se
aceleraba, tanto por el poco aire que podía inhalar aún como por la
preocupación que me invadía. No me hagas
esto, por favor. No me está gustando, ¿no lo ves?
Pero él no podía verlo.
Mientras me embestía y me sujetaba en la posición que más placer le ocasionaba,
había levantado la cabeza y cerrado los ojos, gruñendo por lo bajo.
Alec, mírame. Mírame, por favor. Por favor.
Pero
estaba tan perdido en sí mismo que no escuchaba mis súplicas mentales.
-Alec-susurré
con un hilo de voz, llevando las manos a la que me había puesto en el cuello.
No me escuchó. Sólo cuando cerré las manos en torno a su muñeca, se dignó a
mirar hacia abajo-. Alec, esto no me está gustando.
Sus
pupilas oscuras se contrajeron hasta ser dos cabezas de alfiler, y como si mi
piel ardiera, Alec me apartó la mano, y la presión de mi cuello desapareció.
Tosí, sorprendida de todo el aire que había estado perdiendo durante esos
angustiosos segundos, y me encontré con sus ojos. Apoyó una mano al lado de mi
cara para mirarme con atención, una emoción nueva ocupando la totalidad de su
mirada: preocupación.
-¿Estás
bien?
-Sí.
No te preocupes. Me ha pillado por sorpresa que hagas eso, eso es todo. Sigue.
Por favor-le seduje, moviendo las caderas en círculos para que me llenara
mejor. Alec se mordió el labio, apoyó su frente en la mía, siguió besándome y,
dos canciones después, se quedó muy quieto encima de mí.
Y
luego, salió de mi interior. Se tumbó a mi lado y recuperó el aliento mirando
al techo, mientras las guitarras continuaban sonando. No me buscó en ningún
momento, lo cual no me gustó un pelo. No quería que se mostrara distante
conmigo, no después de eso que había pasado. Un malentendido podía tenerlo
cualquiera, y no había pasado ninguna línea roja que fuera a hacer que yo le
quisiera menos, o que dejara de confiar en él. Había sido muy noble su manera
de reaccionar, apartándose al instante y asegurándose de que estaba bien.
Algo
en sus ojos había cambiado; eran opacos, de chocolate sólido en lugar de
líquido, un muro infranqueable. Rodé para ponerme de costado y acurrucarme
contra él; le rodeé la cintura y le di un beso en el costado. Me pasó un brazo
por los hombros y yo respiré aliviada; al menos, no rechazaba el contacto
conmigo. Y, si no rechazaba el contacto conmigo, no había nada que pudiera
pasarnos que nos distanciara.
Estiró
el brazo, cogió el móvil y detuvo la reproducción justo cuando la canción se
terminaba, dejando que el eco de ésta se perdiera en la habitación.
-¿Estás
bien?-pregunté, acariciándole el pelo.
-Perfectamente-sentenció,
rehuyendo mi mirada, más tenso de lo que parecía en un principio. Su voz le
delataba.
-¿Has
llegado?
Alec
exhaló por la nariz, tan fuerte que un par de mechones de pelo me cayeron sobre
la cara.
-Al…-susurré,
alargando la vocal. Se pasó una mano por el pelo, cerró los ojos, apretó la
mandíbula, y, por fin, me miró. Sólo un segundo, pero me miró.
-¿Vas
a dormir con eso?-quiso saber, moviendo el dedo índice en círculos frente a mi
cara. Fruncí el ceño, sin entender a qué se refería, hasta que caí en que aún
no me había desmaquillado. Debía de estar hecha un desastre, y no quería dejar
su almohada manchada de eyeliner, rímel
y corrector, al margen de que era malísimo dormir maquillada, con lo que negué
con la cabeza y me incorporé-. Te dejaré una camiseta-sentenció, levantándose,
poniéndose rápidamente los calzoncillos y caminando hacia su armario. La
indiferencia con la que me estaba tratando me repugnaba y me hacía muchísimo
daño, porque ya me había apartado de él una vez, y eso me había herido de
muerte. Las cicatrices aún resquemaban cuando cambiaba el tiempo.
-Alec…-susurré,
y él se volvió y me miró. Tenía las cejas más juntas que de costumbre, en un
ceño que no me gustó nada, pues jamás lo había exhibido ante mí. Tragué saliva
y empecé-: Me ha pillado por sorpresa. Por eso no me ha gustado. Si me hubieras
avisado… estoy dispuesta a probar cosas nuevas contigo. Simplemente necesito
que me digas que vas a hacer algo nuevo cuando… bueno, cuando lo haces. Pero
creo que podría gustarme. Si es una fantasía tuya, podemos intentar…
-No
es una fantasía mía-me cortó, tendiéndome la camiseta, que yo cogí con un
millón de dudas y un trillón de miedos. Quería estar a la altura de él, igual
que él lo estaba a la mía. Siempre habíamos hecho lo que yo quería, y siempre
lo habíamos disfrutado. Seguro que también podíamos cumplir sus deseos y
disfrutar en el proceso-. Y tú no has hecho nada malo.
-Pero…
desde que… en fin… estás diferente.
-Es
que… a mí también me ha pillado de sorpresa-confesó, pasándose una mano por el
cuello y dejándola allí un instante-. Ni siquiera me he dado cuenta de lo que
estaba haciendo hasta que tú me lo dijiste. Y no pensé que yo pudiera…-su
rostro se ensombreció.
-Que
no pudieras, ¿qué?
Negó
con la cabeza.
-No
importa. No quiero pensar en eso ahora. ¿Quieres que vaya a buscar a la
habitación de Mimi con qué desmaquillarte?-cambió radicalmente de tema, y yo
torcí la boca un instante. No quería que las cosas se quedaran así: sería mejor
si lo hablábamos, pero tampoco quería resultarle pesada y terminar consiguiendo
que se cerrara en banda. Alec podía ser muy testarudo cuando se lo proponía, y
si se le metía entre ceja y ceja que no iba a hablar de lo que había pasado, no
hablaría y punto.
-Traigo
mi neceser-respondí, levantándome y pasando a su lado para recoger mi bolso,
que estaba sobre su escritorio. Yo no lo había colocado ahí: había sido él. Él,
y su afán de cuidarme siempre.
Me
volví y me lo encontré a dos centímetros de mi cuerpo. Parecía estar luchando
consigo mismo, resistiendo unos impulsos que temía. Los dedos de mis pies
tocaban los suyos, mis pechos rozaban suavemente el suyo con mi respiración.
Levanté la vista y Alec me pasó un dedo por la mejilla, capturando así un
mechón de pelo entre los dedos y sonriendo con tristeza.
-Lo
siento muchí…-empezó, pero yo le puse el índice en los labios, me puse de
puntillas y le di un beso. Me colgué de su cuello y él inhaló el perfume de mi
pelo.
-No
tienes que pedir perdón. Ni que preocuparte. No me has hecho daño. No podrías,
ni aunque quisieras-sostuve su rostro entre mis manos y le di un nuevo beso-.
Me apeteces. Eres el hombre de mi vida-le aseguré, mirándolo a los ojos con
tanta intensidad que no podía huir de mi mirada. No podía pensar otra cosa
diferente de lo que yo acababa de decirle, que no era más que la pura verdad-.
Eres mi dios personal, porque me haces conocer el paraíso cuando estamos
juntos. Pero también eres mi hombre, y como hombre que eres, vas a cometer
errores. Y a mí me encantará verlos, Al. Significa que estaremos juntos. Y que
estarás lo bastante relajado como para no luchar siempre por ser perfecto. No
quiero que seas perfecto. Quiero que seas tú. No me he enamorado de ti por algo
que no eres-volví a besarlo-, ni me desenamoraré por lo que sí eres.
Él
sonrió, agradecido de mi sinceridad, con los ojos un poco húmedos. Noté que los
míos también se empañaban.
-Por
esto te quiero tanto-tomó mi mandíbula con la mano y me devolvió el beso con
pasión, pero con muchísima calma. No teníamos ninguna prisa: aún no.
Cuando
aterricé sobre mis talones de nuevo, sentía que la nube que se había instalado
sobre nuestras cabezas se había disipado, y que brillaba el sol. Abrí mi
neceser y le mostré el cepillo de dientes que había empaquetado junto con los
básicos: agua micelar desmaquillante, bálsamo labial, crema hidratante,
colonia, desodorante y lápiz de ojos, por si le apetecía ir a dar una vuelta
más tarde.
-Esto…
¿te parece bien si… dejo el cepillo en tu baño?-pregunté, sintiendo que me
ardía la cara-. El capuchón no puede volver a colocarse una vez que… bueno. Ya
sabes. Que lo abres.
Una
sonrisa preciosa le cruzó la boca.
-Joder,
nena, ¡vamos en serio, ¿eh?!-bromeó, y yo suspiré, aliviada. Por supuesto que
no le parecería excesivo. Me daba miedo que creyera que estaba invadiendo su
espacio, como si su espacio no fuera también el mío-. Por mí genial. Sería un
honor, de hecho, que honraras a mi baño con la mudanza de tu cepillo de
dientes-hizo una profunda reverencia propia de un mayordomo de la campiña y yo
me eché a reír.
-Sólo
quería asegurarme. Bueno, pues…-me miré los pies-. Voy al baño, ¿vale?
-Te
acompaño.
-¿Así?
Quiero decir… te pondrás unos pantalones, por lo menos, ¿no? Yo estoy casi
vestida.
Alec
puso los ojos en blanco.
-A ti
no te van las sutilezas, ¿eh? No quiero que haya nada que nos moleste si se
presenta la oportunidad de hacer algo en el baño.
-Siento un cosquilleo nada desagradable en las
piernas-ronroneé-. Creo que ya está bien de orgasmos por hoy.
-¿Quién
hablaba de que tú tuvieras un
orgasmo, Sabrae?-ironizó, y yo me eché a reír.
-Contigo
tampoco se puede ser sutil, ¿verdad? Quiero que tengas algo que yo pueda
quitarte antes de pasar a la acción. La anticipación lo es todo-le guiñé un ojo
y salí de su habitación, meneando las caderas. Escuché cómo se reía mientras
abría la puerta de su armario y pasaba las manos por las perchas.
Para
cuando volví a verlo, llevaba puestos unos vaqueros desgastados, y yo me eché a
reír.
-¿Vas
a atarme a la cama como Christian Grey?-me reí, pasándome un disco de algodón
por la boca. Alec hizo un mohín.
-Con
lo que me gusta a mí que me arañes la espalda mientras follamos…
Le
lancé a la cara una toalla mientras se reía, y miré su reflejo en el espejo
cuando se sentó en la taza del váter con los brazos cruzados, escudriñándome
con muchísima atención. Decidí ignorarle y ocuparme entonces de mis ojos, que
menguaron en tamaño y profundidad en cuanto terminé de retirar todo el
maquillaje. Cogí otro disco y le tocó el turno a la totalidad de mi cara, para
quitar la capa de base ultra resistente que me había echado antes de salir de
casa para unificar una piel que, según mi madre y mis amigas (entre las que se
incluía la mismísima Diana Styles, supermodelo internacional) no necesitaba maquillaje. Pero yo quería
estar absolutamente perfecta, impecable, esa noche, y no me había pasado horas
y horas perfeccionando mis dotes con Youtube como para ponerme quisquillosa.
Alec
se levantó y se apoyó en el baño tras de mí mientras yo extendía perlas de
crema hidratante por mi cara.
-Han
vuelto tus pecas-comentó, contento.
-Te
gustan, ¿eh?
-Son
preciosas. Parecen…
-No
me lo digas-extendí un poco de bálsamo labial por mi boca-. Virutas de
chocolate sobre mi piel de chocolate.
-Iba
a decir “la primera foto de una nebulosa por la que han pasado 200 años”, pero…
sí. Lo de las virutas servirá.
Me
volví para tenerlo frente a frente y apoyé las manos sobre las suyas.
-¿Quieres
probar mi bálsamo de frambuesa?
Y él,
ni corto ni perezoso, se lo echó en los labios. Solté una risotada.
-No
me refería a eso.
-Ya
has visto que yo no soy de sutilezas, bombón-ronroneó, inclinándose hacia mi
boca y dándome un beso con un sabor… interesante. Me recordó a mis prácticas
con Amoke, edulcoradas con su labial de fresa. Le eché los brazos al cuello y
me entregué a ese beso en cuerpo y alma.
Alec
me cogió por las caderas, me sentó sobre el lavamanos, y coló una de sus manos
por debajo de mi camiseta. Empezó a besarme por el cuello, descendiendo por la
línea de los tirantes de la camiseta de boxeo que me había prestado.
-Adoro
tu cuerpo, Sabrae. Me quedaría a vivir en él.
-Pues
quédate-sentencié. Por mí no había inconveniente.
-¿A
cuánto está el alquiler?
-Seguro
que podemos hacer un apañito-respondí, abriendo las piernas y dejando que él
descendiera por el hueco que había entre ellas. Me levantó la camiseta y besó
el vientre, y siguió bajando y bajando y bajando, hasta que su boca estuvo a la
misma altura que mi sexo. Sólo la tela de los calzoncillos que me había
prestado, y que ya estaban empapados, los separaba.
-Cuidado,
bombón-se burló-. No vayas a enamorarte de mí. Acuérdate de que me voy a
Etiopía.
Puse
los ojos en blanco.
-Gilipollas…
es verdad-le di un empujón para alejarlo de mí y salté de vuelta al suelo-. No
vayamos a involucrarnos demasiado el uno con el otro…
-Pero
mira que eres mala, Sabrae.
-Soy
una zorra de los pies a la cabeza.
-Menos
mal que también eres baja. Si no, habría que tener un cuidado contigo…-soltó, y
yo puse los ojos en blanco.
-Qué
agradable eres, hijo. En fin… necesito ducharme. Estoy toda pegajosa por culpa
del gel.
-El
gel está desarrollado para no ser pegajoso. Di mejor que estás pegajosa porque
yo soy una puta fiera que puede hacer que te corras a chorro, como un aspersor,
cuando quiero-se hinchó como un pavo y yo puse los ojos en blanco.
-¿Has
terminado de ser un machito? Porque necesito que me busques una toalla. Una
vieja servirá. O la tuya… si no la usas después de masturbarte, claro.
-Buen
intento, nena, pero, de hecho, ya está todo pensado-abrió un armario de la
pared y me tendió un par de toallas; una más pequeña, con forma de aguacate, de
color lila claro; y otra blanca, rectangular, con una tira lila de seda en cada
extremo, para distinguirla. Las cogí y las acaricié con cuidado: eran
suavísimas, y estaban tan cuidadas que parecían nuevas de paquete.
-Las
compré el martes-reveló, adivinando mis pensamientos-. Por si te apetecía
ducharte. ¡Y tú pidiéndome permiso para dejar aquí tu cepillo de dientes!
-¿Vas
en serio?
-Claro.
-¡Si
incluso son lila!
-¿En
serio? No me había dado cuenta-ironizó, poniéndose bizco. Me abalancé sobre él
para abrazarlo.
-Eres
el mejor, Al. ¡El mejor!
-Me
lo dicen mucho. Bueno, eh… por nuestra propia seguridad, yo te espero en mi
habitación. Tienes gomas del pelo en este cajón, por si quieres recogértelo-me
las enseñó-, y hay un paquete de esponjas… espera, que te lo saco… aquí tienes.
Elige la que quieras. Tienes geles, champús y acondicionadores, aunque yo no me
fiaría mucho de los champús que usan en esta casa. Ya sabes… pelirrojos-hizo
una mueca y yo me eché a reír-. Si necesitas algo, sólo llámame, ¿vale?
-Está
bien.
Alec
se quedó allí plantado mientras colgaba la toalla del pelo de las perchas al
lado de la mampara de la ducha. Me volví hacia él.
-¿No
te ibas?
-¿Eh?
¡Ah, sí! Sí, es verdad-asintió con la cabeza-. Yo… eh… eeeeeeeh…-balbuceó,
incapaz de articular palabra. Acababa de quitarme la camiseta y los
calzoncillos, y los dejé cuidadosamente doblados sobre la taza del váter. Me
envolví en la toalla y lo miré.
-Adiós,
Al.
Se
mordió el labio un momento, dio un par de golpecitos con el puño en el marco de
la puerta, pero finalmente, su lado caballeroso venció al canalla y reunió el
valor suficiente para irse. Conteniendo la risa por la expresión con la que se
marchó, de perrito apaleado, me metí en la ducha y cerré la mampara. Dejé que
el chorro caliente me limpiara la piel, acariciándomela como las manos de un
amante, y cuando vertí un poco de gel de granada en mis manos para hacer espuma
y lavarme a conciencia, retirando los restos de gel que aún seguían adheridos a
mi cuerpo, me volví repentinamente consciente de dónde estaba.
En el
baño de Alec. En la casa de Alec. En nuestro segundo fin de semana juntos. Disfrutando
de sexo e intimidad como nunca antes los habíamos tenido, fortaleciendo tanto
nuestra relación que se podía palpar.
Y empecé
a reír. Con esa risa feliz, adorable, propia de alguien a quien todo en su vida
le va bien. Habíamos tenido un pequeño bache con el tema del cuello, pero ya lo
habíamos superado, o eso pensaba yo. Ahora nos quedaba media noche por delante,
y yo podría dormir en su cama, acurrucada contra su pecho, dejando que me
calentara con su calor corporal y emborrachándome con su colonia, soñando con
él, y despertándome con él. Puede que incluso viera el amanecer, que tantas
veces me había enseñado, en vivo y en directo. No podía estar más feliz.
Cuando
abrí la puerta de la mampara para coger la esponja y poder lavarme mejor, solté
un grito. Había alguien conmigo en el baño, sentado en el lugar donde antes
estaba mi ropa.
-Perdón-se
disculpó Alec, uniendo las manos por las palmas como si rezara-. Es que… te has
puesto a cantar.
Alcé las
cejas.
-¿De
veras? No me había dado cuenta.
-Sí. Y
cantas genial. Nunca te había escuchado cantar sin música. Tienes una voz
preciosa, Saab.
Sonreí,
complacida. A mis padres les gustaba mucho escucharme, igual que a mis amigas,
pero yo no solía ponerme a cantar en solitario. Me gustaba más cantar con papá,
con Scott, con las chicas… me daba lo mismo que quien me acompañara no lo
hiciera bien: lo que yo quería era compartir algo con alguien. Como quería
compartirlo entonces con él.
-¿Qué
estaba cantando?
-Singing in the shower.
-Muy
apropiado-sonreí.
-Sí.
Bueno, eh… siento si te he cortado el rollo, bombón. Te dejo a tu aire.
-Espera-le
detuve, colgándome de la mampara-, yo… quédate conmigo-Alec sonrió, se sentó de
nuevo y apoyó los codos en las rodillas, la barbilla en las manos-. No, me
refiero a que te quedes conmigo, Al.
Me miró
a los ojos, asegurándose de que entendía lo que le estaba pidiendo.
-No
he traído los condones. No venía pensando en esto.
-Podemos
pasárnoslo bien sin condones-respondí, abriendo la mampara de forma que viera
mi cuerpo desnudo y mojado. Se le hizo la boca agua, y no tardó mucho en entrar
a acompañarme.
Fue genial.
Simple y llanamente genial. Me acarició como siempre y a la vez como nunca, me
besó, me bebió y me disfrutó como sólo él sabía, y yo hice lo propio. Disfruté
de sexo bajo la ducha por primera vez en mi vida sin tan siquiera recurrir a la
penetración, y después de ponerme de rodillas frente a él y darle placer con mi
boca, me tocó el turno a mí.
Habíamos
cerrado el grifo por eso de que hay que cuidar del planeta y ahorrar agua, y porque
nos gustaba escucharnos gemir y jadear. Lo que no sabíamos era que eso nos
permitiría enterarnos de que ya no estábamos solos en el momento en que
sucediera.
Alec estaba
jugando con mi clítoris con la lengua, acercándome al enésimo orgasmo de la
noche (no sabía cuántos más podría aguantar, pero yo no iba a hacerle ascos a
un buen cunnilingus marca de la casa), cuando escuchamos ruido de pasos al otro
lado de la pared. Abrí muchísimo los ojos, a la vez que Alec, que se incorporó
de un brinco y me dejó con una pierna apoyada en la pared y la otra en el
suelo, el pelo pegado a la espalda y la piel empapada.
-Mis
padres-explicó, y salió escopetado de la ducha, dejándome sola allí. Se
envolvió una toalla a la cintura y abrió de par en par la puerta del baño. Pude
ver cómo salía al pasillo, goteando en el suelo, a recibir a sus padres por el
espejo del lavamanos.
-Alec-constató
su madre, visiblemente sorprendida (bueno, no visiblemente, porque no podía
verla, pero… ya me entiendes)-. Estáis despiertos.
-Claro,
¿por qué estarían las luces encendidas, si no?
-Creí
que estaríais cansados y habíais subido a tu habitación. Como ni siquiera te
has dignado a recoger lo del salón…-comentó Annie con retintín, y Alec gruñó.
-Mamá,
no empieces. Mañana lo recojo, ¿no querrás que tenga a Sabrae esperando
mientras me ocupo de la casa, verdad?
-A ti
todo te viene bien, chico-espetó Annie-. Por cierto, ¿dónde está Sabrae?
Al borde del orgasmo, Annie. ¿Podrías
decirle a tu hijo que volviera a terminar lo que empezó?
-Está en el baño-reveló Alec.
-¿Se
encuentra bien?-Annie parecía afectada, y Alec se mordió el labio, puso los
brazos en jarras, y explicó:
-Esto…
se está duchando.
Escuché
una risa por lo bajo. A juzgar por su timbre, era Dylan quien se lo estaba
pasando en grande.
-Oh.
Ya… veo-Annie repasó de arriba abajo a su hijo con la mirada, arqueando las
cejas-. ¿Necesitáis algo, vosotros dos?
Sí. Que te vayas.
-Estamos bien, mamá. ¿Qué tal
la cena?
-De
lujo.
-¿Y
el musical?
-¡Espectacular!
Tienes que ir a verlo. Deberías llevarte a Sabrae. Quizá sea buena idea para
San Valentín… puedes volver a mover tus hilos, y no te preocupes por el dinero;
estaré encantada de echarte una manita si no te llegan los ahorros, considéralo
un regalo…
-Annie.
-¿Qué?
-Creo
que Alec sólo estaba siendo educado. Puedes hablarle del musical mañana por la
mañana, cuando… bueno, cuando esté vestido. Y Sabrae también.
Alec asintió
profundamente con la cabeza, abriendo mucho los ojos y mordiéndose los labios.
-Oh.
¡Oh! Cierto. Bueno, eh… buenas noches, cariño.
-Buenas
noches, mamá. Que durmáis bien. Dylan.
-Buenas
noches, Al. ¡Buenas noches, Sabrae!-se despidió su padrastro, mi suegro, pensé.
-¡Buenas
noches!-me despedí, hecha un ovillo en un rincón de la ducha. Alec entró de
nuevo en el baño y se asomó a la mampara.
-Jamás,
en mi vida, me habían hecho algo semejante.
-¡No había
pasado tanta vergüenza en toda mi existencia, Alec!-siseé-. ¡¡Saben que
estábamos follando en la ducha, ¿cómo se supone que les voy a mirar a la cara mañana,
durante el desayuno?!!
-No
seas exagerada, Sabrae. Me has hecho una mamada y luego yo te he comido el
coño.
-¡Estoy
a dos milisegundos de tirarte el bote de crema depilatoria a la boca, cállate un mes!
-Así que… cancelamos el
polvo, ¿no?-suspiró, pasándose una mano de nuevo por el pelo. Le hice una seña
para que cerrara la puerta, y mientras él se secaba, yo terminé de quitarme los
restos de jabón del pelo y el cuerpo. Tanteé desde dentro de la ducha para envolverme
dentro en la toalla y que así Alec no me viera desnuda y no caer de nuevo en la
tentación. Descubrí que me estaba esperando cuando salí del baño, con el pelo húmedo
cayéndome por los hombros.
-¿Nos
arriesgamos a salir corriendo juntos a mi habitación?
-No
puedo pasearme envuelta en una toalla por ahí, Alec. ¡Tus padres están en casa!
Me moriría de vergüenza. ¿No puedes traerme ropa para que me vista aquí, y que
no se note tanto lo que hemos estado haciendo?
-A
ver, que son mis padres, Sabrae: ya saben que yo no me paso las noches haciendo
macramé.
-Alec,
por favor-supliqué con voz de niña buena; incluso puse ojitos-. Que Annie me
conoce desde que nací.
-Yo
también, y eso no te impide meterte mi polla hasta el esófago.
-La
próxima vez que te la chupe, te la morderé, a ver si sigues siendo tan simpático
cuando estés castrado.
Alec puso
los ojos en blanco, y tras refunfuñar que me conseguiría unos pantalones y una
camiseta que ponerme, se marchó del baño. Eché el pestillo y apagué la estufa
para escuchar cuando él viniera a traerme ropa limpia, y me afané en
desenredarme el pelo y secarme el cuerpo como si fuera un soldado a punto de
entrar en combate.
Una vez
ya estuve seca, me senté en la taza del váter a esperar. Y esperé. Y esperé. Y esperé.
Y esperé.
Escuché
el reloj de pared del piso inferior dar una hora y cuarto. Y luego, la media
hora.
Y Alec
seguía sin aparecer.
Será gilipollas… pensé, y, sulfurada,
abrí la puerta del baño y atravesé le pasillo a grandes zancadas, dispuesta a
echarle la bronca de su vida como se hubiera quedado dormido.
No estaba
dormido. Fue algo peor.
Estaba
comiendo los brownies que había hecho
esa misma tarde, tumbado sobre su cama, con unos pantalones de chándal grises y
una camiseta blanca de manga corta como uniforme. Había migas marrones sobre la
funda nórdica de su cama. Estaba mirando el móvil, aburrido.
-¿Eres
imbécil?-espeté, y él me miró. Se
incorporó hasta quedar sentado y se llevó las manos a la cabeza de manera
teatral.
-¡Hostia!
¡Que estabas aquí! Se me había olvidado. Ya me extrañaba el sujetador al lado
de la cama-musitó, pensativo-, pero como estoy acostumbrado a dormir con ropa
interior femenina por ahí desperdigada, no le di más importancia.
-¡Subnormal!-le
grité en voz baja, acercándome a él y dándole manotazos a diestro y siniestro-.
¡Que te den! ¡He estado media hora esperándote! ¡Eres gilipollas! ¡Me voy a mi
casa!-estallé, cogiendo mis cosas rápidamente. Alec se incorporó-. ¡Me tienes harta,
tío, eres insoportable! ¡¡No va y me tiene media hora…!! ¡¡SUÉLTAME!!-bramé
cuando me agarró por la cintura y tiró de mí para tumbarme en la cama-. ¡QUE ME
SUELTES! ¡TE JURO POR DIOS QUE ME VOY A PONER A CHILLAR HASTA QUE VENGA AQUÍ LA
MISMÍSIMA REINA! ¡ESTOY CABREADÍSIMA CONTIGO,
ERES RETRASADO PERDIDO, SUÉLTAM…!
Pero
él tenía otros planes: ni visita real, ni de la policía, ni nada. Me agarró la
mandíbula y me plantó un beso de película, de esos que quitan el sentido.
-Me
apeteces-ronroneó, juguetón. Bufé, y contuve las ganas de darle un tortazo.
-Te
odio.
-No
es el único sentimiento ardiente que sientes por mí.
-Subnormal.
-Eso
ya lo has dicho.
-Retrasado.
-Eso también
lo has dicho.
Le miré,
desafiante, mientras él contenía las ganas de reír.
-Como
se te ocurra reírte, te cruzo la cara, Alec.
Esbozó una amplia sonrisa, y se mordió los
labios. Se apartó de mí bruscamente cuando yo me moví.
-No
me he reído aún-levantó las manos como un delincuente pillado con las manos en
la masa, y yo bufé de nuevo.
-Capullo…
-Mira,
eso es nuevo.
Se inclinó
para besarme y yo le mordí el labio.
-Qué
recuerdos me trae esto.
-Sí,
de Vietnam. ¿A ti qué coño te pasa?
-¿Netflix
y chill?-sugirió, y yo puse los ojos en blanco.
-Más
chill que Netflix.
-Tú y
yo no estamos en la misma onda, nena. Tú y yo somos la misma puta nota musical
en la canción.
-Tendrás suerte si te dejo volver a tocarme en
lo que te queda de vida.
-¿Le
dirás que no a esta carita?-puso cara de niño bueno y aleteó con las pestañas.
-No
voy a decirte lo que quiero hacerle a esa carita.
-¿Es
sentarte sobre ella?-quiso saber, y yo me eché a reír. Escondí la cara entre
las manos y negué con la cabeza.
-Eres…-lo
miré-, la criatura más insoportable que alguna vez haya caminado por la tierra.
-Vale,
pero, ¿terminamos lo que empezamos en el baño, por favor?
-No-sentencié,
dura, caminando hacia la puerta de su habitación y cerrándola. Lamenté que no
tuviera pestillo.
-Por
favor.
-No.
-¿Quieres
que suplique?
-Sí-sonreí,
volviéndome hacia él-. Pídeme perdón.
-Perdón.
-Así
no-negué con la cabeza-. De rodillas.
Alec caminó
hacia mí, hincó una rodilla en el suelo, y me miró desde abajo.
-¿Vas
a pedirme otra cosa?
-¿Qué
tal te encuentras con tu apellido?
-De
puta madre. Y no me vaciles, Alec. Sigo cabreada contigo. Pídeme perdón de
rodillas.
-Perdóname,
bombón.
Sonreí.
-Así
no.
Y, asegurándome
de que lo miraba a los ojos con la misma atención con la que él me miraba
cuando me penetraba, desanudé el nudo de mi toalla, dejé que cayera al suelo, y
abrí las piernas.
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DIOOOOOOOSSSS, ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO. O SEA UN CAPITULO QUE SEA PRÁCTICAMENTE TODO SEXO? APÚNTAME AHÍ. Fuera coñas, realmente me ha encantado no sólo por el material de pajas gratis sino porque ha habido momentos buenísimos. Cuando están viendo la peli y comentándola o sea, yo cada día me enamoro mas de Alec eh es que no es puto normal. Luego el momento del agarrón en el cuello me ha dejado tensisima y me he puesto muy plof, estoy deseando ver como ahondas más en ese tema con Alec a través de Sabrae porque realmente aunque quiera ver que no esta muy marcado por todo lo que vivió por culpa de su padre y luego el momento de la ducha cuando llegan Annie y Dylan es buenísimos o sea me he descojonado viva y con el final más aún ains
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