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Sabrae estaba parada en el pasillo de salud reproductiva,
con el mentón levantando mientras examinaba los productos cuidadosamente
dispuestos en las estanterías. No había ni un solo hueco libre: como habíamos
llegado tarde, a la hora de cerrar, ya estaba todo colocado para el día
siguiente. La curiosidad le fruncía el ceño y pintaba su mirada en tono suaves,
mientras sus dientes sobresalían entre sus labios al ir leyendo los efectos de
cada uno de los botes que había frente a ella. Los fluorescentes arranaban
suaves destellos blanquecinos de su piel oscura, y las trenzas hacían el
contorno de su silueta que, por lo demás, era blanca.
Mientras
esperaba con una paciencia que me sorprendió a que me trajeran lo que había
pedido, un pensamiento rebotaba en mi cabeza como una bola de pinball. Alec, eres el cabrón con más suerte
del mundo por poder considerarla tuya.
Sabrae notó mis ojos sobre
ella y giró el cuello para mirarme. Su sonrisa se acentuó un poco.
Alec, eres el cabrón con más suerte del
mundo por poder considerarla tuya.
Se mordió el labio y volvió
su vista de nuevo a las estanterías.
Alec, eres el cabrón con más suerte del
mundo por poder considerarla tuya.
Dio un paso al frente y cogió
un pequeño botecito de gel, y entreabrió los labios mientras leía la parte
trasera, con las instrucciones de uso.
-Es
muy bonita-dijo una voz a mi espalda, sobresaltándome. Joanne había vuelto al
otro lado del mostrador, del que se había retirado apenas nos había levantado
de nuevo la persiana metálica de su farmacia cuando me vio aparecer, en busca
de lo que ni siquiera necesitaba pedirle. ¿Qué otra cosa podía ir a buscar en
plena noche, acompañado de una chica preciosa y con expresión de haberme visto
sometido a una cruelísima tortura, sino preservativos? Sus ojos, del color de
las aguamarinas, estaban ligeramente achinados mientras me contemplaba con una
sonrisa afectuosa, propia de una abuelita adorable. Me recordaba muchísimo a
Betty White, tanto por su aspecto físico como por lo tierna que era conmigo
siempre. Desde el primer instante me había tratado como a su nieto preferido, y
el día en que me acerqué a la sección en la que ahora estaba Sabrae por primera
vez, simplemente había esperado pacientemente a que decidiera qué era lo que
necesitaba, qué me vendría mejor, ofreciéndome su ayuda cuando vio que era
incapaz de encontrar la misma marca de condones que había comprado apresuradamente
en Grecia. Y los de Durex tenían tanta variedad que me asustaban.
Ni
siquiera había puesto mala cara cuando nos vio llegar corriendo cogidos de la
mano. Estaba terminando de darle vueltas a la llave de la red metálica de la
farmacia cuando aparecimos, y sólo suspiró cuando me reconoció. A mí no podía
decirme que no, aunque dudaba que pudiera decírselo a cualquier otro, la
verdad.
-Joanne-había
soltado la mano de Sabrae para poner unir las mías en un rezo silencioso-.
Perdóname. No te molestaría si no fuera una verdadera emergencia.
-¿Lo
de siempre?-se cachondeó ella. El chasquido del candado al soltarse le indicó
que ya podía empezar a empujar la verja hacia arriba, y yo me adelanté. Aquella
mierda pesaba mucho, y ella ya estaba a punto de jubilarse cuando yo empecé a
dejarme la paga semanal en condones, así que sus articulaciones agradecían toda
ayuda. Asentí con la cabeza y sonrió-. Muy bien.
Sabrae
se había quedado mirándome con las cejas alzadas, y yo simplemente me encogí de
hombros mientras esperaba a que Joanne encendiera las luces de la farmacia de
nuevo. Una sonrisa divertida adornaba los labios de mi chica.
-Así
que “lo de siempre”-se rió, acercándose a mí y pasándome una mano por los
hombros, enredando sus dedos en mi nuca.
-Bueno,
supongo que no cuela que diga que vengo a por complementos vitamínicos,
¿verdad?
Se
echó a reír y negó con la cabeza.
-No
puedo creer que se nos haya olvidado precisamente lo más importante de nuestra
noche.
-Sabrae.
No me insultes-la regañé-. ¿Cómo se me iba a olvidar comprar condones? Lo comprobé varias veces.
Además, ya te he dicho que todo ha sido cosa de mi hermana. Me los ha cogido
ella, estoy seguro.
-¿Tiene
novio?
-¿Qué
va a tener? Es virgen, pero lo hace por fastidiar. ¿Sigue siendo tu cuñada
favorita? Sabrae había
sonreído, se había puesto de puntillas y me había replicado al oído, acercando
tanto sus labios a mi piel que empecé a endurecerme de nuevo:
-No
voy a decir que no preferiría tenerte dentro ahora mismo-me acarició el brazo-,
pero lo que me has hecho no ha estado nada mal. Así que eso es un punto en
favor de tu hermana.
Aterrizó
de nuevo sobre sus talones con la gracilidad de una grulla, y parpadeó tan
despacio que yo creí que me había convertido en un colibrí y mi corazón latía
diez veces más rápido de lo que solía hacerlo.
Se me
secó la boca mientras por mi mente desfilaban a toda velocidad las cosas que le
había hecho, que habíamos hecho, como
sustitutivo de la penetración. Después de quitarle el tanga a Sabrae, me había
zambullido en su interior de cabeza, sin importarme nada más que el placer que
podía proporcionarle con mi boca. En ningún momento había pensado en lo que
comerle el coño me hacía a mí. Me puso más duro, subió la temperatura de mi
cuerpo hasta los mil grados, y cuando ella se corrió, yo estaba jadeando de una
forma tan acelerada que apenas cabía en mí. Me latía el corazón a mil por hora,
y el sabor de mi chica no hacía más que acrecentar la sensación de estar
visitando el paraíso que estaba experimentando en ese instante.
Y,
para colmo, ella no me había dejado retirarme. No es que fuera a hacerlo, pero
siempre que estaba a punto de llegar al orgasmo, Sabrae se encorvaba para
avisarme de que iba a correrse, para que me apartara si yo quería. Nunca lo
hacía, pero esos segundos de diálogo hacían que sus orgasmos fueran un poco
menos intensos. No fue el caso en esta ocasión. Con mi lengua recorriendo todo
su contorno, mis labios masajeando los suyos y mis dientes a modo de arma de
destrucción masiva, Sabrae me puso una mano en la nuca y tiró de mi cabeza
hacia ella para que no pudiera escaparme mientras empezaba a gritar la primera
letra del abecedario, retorciéndose entre mis manos, y un ardiente tsunami me
mojaba la boca y descendía por mi garganta.
Casi.
Me.
Corro.
Y todo
eso sin ningún tipo de estimulación. Guau.
Sabrae
me soltó el pelo y se quedó espatarrada en la cama, abierta de piernas y con mi
cara sobre sus muslos, mirando al techo con expresión ida, a las estrellas en
las que estaba enredando. Rodé para alejarme de su sexo, porque como siguiera
tan cerca de ella, oliendo su placer, me volvería loco, y yo también me tumbé.
-Necesito
un minuto antes de empezar a vestirme.
-Yo
también. Como algo me roce ahora, terminaré haciéndome una paja.
Sabrae
se giró y se me quedó mirando.
-Y no
quiero hacerme una paja-aclaré. Quiero
aprovechar todo esto que tengo para darte un nuevo orgasmo. Quiero estar tan
duro que cuando entre en ti te sea imposible no volverte loca. Quiero que mis
ganas te consuman.
Y me quiero correr dentro de ti.
-¿Quieres que yo te alivie…
con mi boca?
La
proposición era tan tentadora que mi polla vibró, literalmente. Sí, por favor, dile que sí. Necesito sus
labios, sus dientes, su humedad, su calidez. Es lo más parecido a hacerla mujer
sin su peligro.
Estiré la mano en su
dirección y le acaricié los labios.
-Llevo
demasiados días castigándome como para negarme ahora el premio que siempre me
prometía cuando me asaltaba la tentación.
Se
giró para mirarme. Aún tenía el sujetador puesto, pero me interesaba más el
hueco entre sus ingles que sus pezones oscuros y puntiagudos, que se intuían a
través de la tela del sujetador.
-¿Y
mi coño es el premio?
Me
reí.
-Dicho
así suena muy mal, ¿no?
-Y
muy guarro, pero me gusta. No he venido a tu casa para no ser una
guarra-contestó, acercándose a mí y empezando a besarme, mientras deslizaba una
mano por mi brazo y guiaba la mía hasta su entrepierna. Masajeé su sexo, que ya
estaba listo para un segundo asalto, e introduje un dedo en su interior. Sabrae
gimió, cerró las piernas y acompañó los movimientos circulares de mi dedo con
las caderas. Separó su boca de la mía y me puso las manos en el pecho-. Tenemos
que ir a por condones.
-Cierto.
Pero antes…-saqué mi mano de entre sus muslos, la agarré por las muñecas y le
hice tenderse con las manos en alto debajo de mí. Planeé por su anatomía hasta
que mi entrepierna reposó sobre su sexo y, ante la humedad que manaba de ella y
mojaba mis calzoncillos, surgió una corriente eléctrica que manó de la punta de
mi polla y me recorrió de pies a cabeza-. Quiero que te pruebes. Quiero que
pruebes lo que casi ha hecho que pierda ese premio que tanto tiempo llevo
esperando.
Sabrae
arqueó las cejas, parpadeó, y entreabrió los labios. Cuando introduje el dedo
mojado en su placer en su boca, los cerró muy despacio y, con los ojos fijos en
los míos, empezó a succionar. Pasó la lengua alrededor del dedo en círculos, y
mi polla protestó.
Cuando
terminó y saqué el dedo, sonrió, con las manos a ambos lados de su costado.
-Me
gusta, pero prefiero los orgasmos de otra persona. Es un hombre,
concretamente-susurró en mi oído, pasándome las piernas alrededor de las mías
y frotándose contra mí. Aún no sé cómo
no me corrí. Hacía conmigo lo que se me antojaba; le pertenecía, me tenía en la
palma de la mano y no dudaba en jugar conmigo todo lo que quería.
Su
respiración empezó a acelerarse de nuevo, y antes de que todo se nos fuera de
las manos, me puso las manos en los hombros y me hundió las uñas en la piel de
la espalda, intentando alejarme de ella.
-Tenemos
que irnos-susurró-. Yo esto toda la noche no lo voy a aguantar.
-¿Y
yo sí?-gruñí, más grave de lo que esperaba. Tenía toda la sangre concentrada en
un pequeño espacio (bueno, no tan pequeño) de mi cuerpo; no estaba para
bromitas, ni mucho menos para intentar controlar mi tono de voz.
-¿Vais
a querer algo más?-preguntó Joanne, trayéndome al momento presente. Me la quedé
mirando y noté que se me agolpaba un calor nada incómodo en las mejillas. Por
suerte para mí, mi piel no era de traicionarme, así que mi farmacéutica de
confianza no tenía por qué enterarse de lo que me estaba pasando por la cabeza.
Durante un instante, consideré decirle que no. Ya lidiaría con Sabrae más
tarde; la había visto de compras en varias ocasiones, y dedicaba la mayor parte
del tiempo a elegir productos que finalmente desechaba. Recordé la tienda de
discos en la que nos habíamos encontrado en Camden: mientras yo iba directo a
lo que me gustaba y sabía que quería, ella se tomaba su tiempo en examinarlo
todo, disfrutando en elegir por el mero placer de hacerlo.
Me
daba un poco de pena por Joanne, que claramente quería irse a casa después de
un largo día, pero… es que simplemente no puedo decirle que no a ningún
capricho a mi chica. Y tenía la sensación de que estaba a punto de pedirme uno.
-Si
tengo suerte-susurré, dejando la frase en el aire. Joanne se rió con la
discreción de una abuelita que pilla a su nieto favorito embobado mirando un
dulce que acaba de sacar del horno.
-Creo
que ése es el caso esta noche, a pesar de todo-bromeó, sacando una bolsa de
papel e introduciendo la caja dentro. Me giré para mirarla.
-¿A
pesar de todo?
-Bueno,
con lo previsor que tú has sido siempre...
-Ya
ves-me eché a reír y negué con la cabeza mientras Sabrae cogía otro botecito,
éste de un color diferente.
-Aunque
tampoco me extraña que tengas la cabeza en otra parte, la verdad. Tu chica es
preciosa, y tiene cara de ser muy buena. ¿Cuánto lleváis juntos?
-No
estamos juntos, Joanne. Sólo somos amigos.
-Permite
que lo dude-Joanne rió-. De todas formas, ¡está bien! ¿Cuánto tiempo llevo
vendiéndote cosas que sólo disfrutas con ella?
-Menos
del que debería-me mordí el labio cuando Sabrae se puso de puntillas sobre sus
botas de tacón para alcanzar un nuevo botecito y se le subió un poco el jersey
que llevaba puesto a modo de vestido. Si fuera un caballero, habría ido a su
encuentro para ayudarla a alcanzar una estantería a la que a duras penas
llegaba, pero como soy un capullo aprovechado, no me moví del sitio y disfruté
de las vistas de dos centímetros de piel extra que me estaba regalando sin
pretenderlo. Joder, había visto chicas desnudas cuyos cuerpos me habían atraído
menos que esos dos centímetros de piel. Esos dos centímetros de piel de sus
piernas prometían cosas que me gustaban más que lo que juraban piernas de
desconocidas separadas por completo-. Pero al menos ya sabes que tienes que
romper tu secreto profesional y decirme que la has visto venir a por
preservativos si se le ocurre cogértelos a ti. Mantenme informado, por si… ya
sabes. Tiene una emergencia como ésta con otro que no sea yo-añadí en voz alta,
cruzándome de brazos. Sabrae se giró para mirarme, yo le alcé las cejas, y ella
se echó a reír, me sacó la lengua y, de repente, sus ojos crecieron como la
luna llena.
-¿Estoy
tardando demasiado?
-No
tengas prisa, querida-Joanne hizo un gesto con la mano restándole importancia a
su espera, y Sabrae asintió con la cabeza y volvió a sus cosas-. No creo que
vaya a venir a comprar nada que no tenga pensado disfrutar contigo.
-Vaya,
Jo. No sabía que fueras sexóloga.
-Nada
de eso. Soy mujer. Sé que tú me consideras un vejestorio, pero me acuerdo de
cómo son las cosas cuando se tiene la edad de tu novia, y sé…
-No
es mi novia.
-… sé
que ninguna chica se pone la ropa de su novio si les está prestando atención a
otros chicos que la rondan.
Clavé
mis ojos en los suyos, dos lagos cristalinos en cuyas aguas se intuía lo puro
de su alma. A pesar de que tenía el rostro curtido por la vida, su espíritu
seguía siendo tan puro como el día en que nació.
-Y,
por favor, tesoro… no intentes darme gato por liebre. Ya has venido más veces a
verme llevando ese jersey. Y le queda demasiado grande para estar siguiendo
alguna moda absurda de las que traen locas a las chicas de hoy en día-añadió, señalando
a Sabrae, antes de coger un par de caramelos de la cesta y metérnoslos en la
bolsita de papel. Me volví para mirarla en el momento preciso en que Sabrae
dejaba un bote en la estantería de nuevo, y torcía la boca mientras trataba de
elegir entre uno morado y otro rojo.
Porque,
ah, se me había olvidado comentar el minúsculo detalle de que Sabrae estaba usando mi ropa. Resulta que,
cuando decidimos ponernos en marcha, yo lo tuve bastante fácil para meterme
dentro de mis vaqueros y mi camisa, y mientras abría el armario para sacar una
chaqueta con borreguillo que me impidiera acusar el cambio de temperatura entre
mi habitación y la calle (pasaría de dos mil grados a unos pocos sobre cero),
Sabrae luchaba con su pantalones de cuero. Intentaba desesperadamente
subírselos, pero no pasaban más allá de un par de centímetros por encima de sus
rodillas. Me miró con angustia.
-No
me suben-se lamentó, al borde del llanto.
-No
pasa nada. Puedo ir yo solo, si quieres.
-Pero,
¡no quiero que nos separemos! Es nuestra noche.
-No
sería casi nada. Corro muy rápido. Soy atleta, ¿recuerdas? Es más… podría,
incluso, ir en moto. Así tardaría incluso menos.
-¡De
eso ni hablar! No quiero que vayas en moto. Me moriría de la preocupación.
-Pero,
¡si ya he ido en moto con nevadas un montón de veces, Sabrae! ¿Te crees que
dejo de trabajar en Navidad? ¡Si no paro!
-No
lo digo por el tiempo. ¡Lo digo porque te conozco, y sé que no te
concentrarías! ¿Podrías pensar en otra cosa que no fuera que me tienes aquí, en
tu casa, medio desnuda, mientras conduces? ¡Estoy segura de que te saltarías
todos los stops!
Incliné
la cabeza a un lado y puse los ojos en blanco, puesto que tenía razón. No
podría pensar en algo que no fuera ella ni aunque me obligara a mí mismo a
repetir el mantra “conduce con cuidado” en mi cabeza como un disco rayado.
Además, no quería que nos separáramos. Prefería mil veces ir andando bajo el
viento helado de la noche con ella, a tumbarme en una playa paradisíaca a
tostar al sol yo solo. Las cosas que nos hace el amor.
-Te buscaré unos pantalones. Seguro que tengo
algo que pueda servirte… tengo unos de chándal con puños en los tobillos que no
deberías arrastrar.
-¿Puede
ser, mejor, un jersey?-preguntó, apartándose un mechón de pelo rebelde de la
cara y relamiéndose los labios mientras se abrazaba a sí misma-. Podría
llevarlo de vestido. El que me prestaste el finde pasado sería perfecto.
-Te
llegaba por las rodillas, ¿qué hay de tus piernas?
-Tu
hermana es bailarina. Estoy segura de que tiene algunos calcetines largos que
pueda ponerme para taparme un poco del frío.
Le
tendí el jersey de marras y me fui a la habitación de Mimi. Sabrae se asomó a
la puerta y me gritó que, si los había grises o negros, mejor que mejor. Volví
con un par de cada color, y los extendí sobre la cama para que ella escogiera.
Se
acercó al espejo y se dio la vuelta, para admirar el reflejo de su culo, que se
acarició mientras suspiraba. Por favor,
no empieces con esos absurdos complejos. Eres perfecta y me pasaría dándote
besos en el culo dos mil años, si mi esperanza de vida fuera tanta.
-Se
me van a helar las nalgas-espetó, y yo me reí mientras me acercaba a ella y se
las acariciaba.
-Siempre
puedo calentártelas con unos azotes, nena.
-Estoy
hablando en serio, Alec.
-¿Y
crees que yo no?-ronroneé, besándole el cuello. Lanzó un bufido y yo suspiré-.
Bueno, la oferta del chándal sigue en pie.
-No
pienso ir en chándal a la farmacia. Es sábado por la noche, y nos encontraremos
con un millón de personas de fiesta.
-¿Y?
-No
quiero tener unas pintas horribles mientras voy al lado tuyo-me cogió de las
solapas de la chaqueta y tiró de mí para atraerme hacia sí-. No quiero que
piensen que te has vuelto monógamo porque yo te dejo hacerme cosas que ninguna
chica se ha dejado hacer jamás.
-Hay
muy pocas cosas que haya querido hacer con una chica y no haya podido, Sabrae.
¿Has visto mi cara? ¿Y has visto mi polla? Si la primera no os convence, te
aseguro que la segunda os hace poneros de rodillas. A fin de cuentas, te he
conseguido a ti, ¿no?-bromeé, pegándome más a ella, que volvió a suspirar. Le
acaricié la nariz con la mía-. Buen intento, no obstante, aunque se te ha
olvidado el minúsculo detalle de que yo te conozco, y sé que lo que los demás
piensen de ti te da igual.
-Ya
no, si lo piensan de la versión de mí que te pertenece. No quiero desmerecer
tus sentimientos por mí-confesó, mirándome a los ojos, con esas pestañas
infinitas acariciándole las cejas perfectamente perfiladas.
Le
puse una mano en el cuello y le acaricié la mejilla.
-No
podrías desmerecerlos ni con los peores harapos, Sabrae.
-Quiero
estar guapa para ti toda la noche-confesó, inclinándose hacia mi boca.
-Lo
estarías incluso con un saco de patatas.
-Alec-se
echó a reír-. Estaba intentando ser sutil, pero… quiero que me prestes ropa
interior.
Me
quedé a cuadros.
-¿Por
qué no me lo dijiste claramente? Podría haber aprovechado y buscado algo en la
habitación de Mimi cuando fui a por…
-No
me refería a la ropa interior de Mimi-me cogió la mano y me dio un beso en la
palma, para levantar la mirada y acariciarme con ella a continuación. Sus
dientes asomaron de nuevo entre sus labios, y toda la sangre subió de mi
entrepierna a mi cabeza.
Sabrae.
Con
mis calzoncillos.
Usándolos.
O
sea, llevándolos puestos.
Sabrae.
Con
mis calzoncillos.
¿Doctor? ¿Doctor? ¡Doctor, el paciente ha
entrado en parada cardiorrespiratoria! ¡LO PERDEMOS, DOCTOR!
-¿Qué pasa?-rió Sabrae-. ¿No
te parece una buena idea?
-Eh…
Eh… eeeeeeeeeeeeeeeehhhhh…
Sabrae
se echó a reír, me dio un beso en los labios y susurró:
-Si
te parece demasiado pronto, lo entiendo.
-¿Pronto?
No. No, pronto, no. ¿Pronto? ¡Jaja! ¡Ni de coña! Es que… es que… eh… no me lo…
eh…
-Alec,
te estás poniendo un poco pálido.
-Estoy
bien. Estoy genial. De puta madre. En mi vida he estado mejor. ¡Guau! ¿Lo ves?
Estoy muy bien. Eh… calzoncillos. Sí. Eso es. En eso tengo que pensar ahora. En
buscarte… calzoncillos-di una palmada y caminé hacia el cajón donde los
guardaba, mientras Sabrae me seguía. Tiré de él con mano temblorosa y empecé a
revolver, pero ella me puso una mano en la muñeca.
-¿Te
importa si elijo yo?
-¡Claro!
¡Claro, claro! Todo tuyo. El que quieras. Los tengo de algodón puro, con
mezcla, negros, blancos, grises, con estampado; bóxers cortos, largos…
-Alec…
-¿Sí?
-No
estamos en el mercado. Me sirve cualquiera.
-Ah.
Vale. Claro, sí.
Me
senté en la cama mientras ella recogía uno, se bajaba el tanga, salía de él y
pasaba sus piernas por los calzoncillos. Se los subió hasta arriba, asintió con
la cabeza y me miró con expresión de “¡no está mal!”.
-¡Son
muy cómodos! No sé por qué te gusta tanto quitártelos-bromeó mientras yo
intentaba respirar. Qué guapa estaba. Jamás pensé que pudiera estar más sexy
que con un conjunto de lencería pensado para quitarme el aliento y querer
follármela en el suelo durante horas, hasta que la vi con mis calzoncillos
negros. No había nada que pudiera superarla.
O eso
pensaba yo. Porque, cuando caminó para colocarse frente al espejo y se miró un
instante, se le ocurrió una idea que a mí me encantó más a aún: se desabrochó
el sujetador y fue a la mesilla de noche, con los pechos al aire.
-¿Qué…?-empecé,
creyendo que se iba a tirar sobre mí, pero sólo alcanzó un móvil (mi móvil) y se plantó de nuevo delante
del espejo.
-Me
gusta muchísimo cómo me quedan, así que voy a hacerme unas fotos. ¿Te importa?
-Eh…
claro que no-estaba babeando. Me
atragantaba con mi propia saliva. Sabrae sonrió, se tapó los pechos con una
mano y con la otra empezó a posar frente al espejo, sonriendo, sacando la
lengua, haciendo muecas… incluso se tapó la cara con el brazo libre mientras
sus trenzas le tapaban los pechos-. Pero… eh… estás usando mi teléfono.
Se
giró y sonrió.
-Ya
lo sé.
-Sabrae-la
reñí cuando cogió un nuevo botecito y trató de hacer malabares con él. Que
acabara de recordar que llevaba puestos mis calzoncillos debajo del jersey, y
lo bien que le quedaban (mejor que a mí, desde luego, y eso que yo estaba para
protagonizar una campaña de Calvin Klein), sólo hacía que tuviera más prisa por
llegar a casa. Mis instintos primarios me gritaban que le pidiera a Joanne que
nos dejara solos y le jurara que yo cerraría la farmacia, porque tenía que
poseerla en la parte trasera, sobre una de las mesas en las que se mezclaban
químicos. Suerte que aún quedara una parte de mí que era racional, directamente
proporcional a la cantidad de ropa que llevaba puesta, y que me decía que
Joanne ya había hecho bastante por nosotros y que convertir su farmacia en mi
picadero particular sería pasarse. Joanne se rió cuando Sabrae se me quedó
mirando con ojos de corderito degollado-. Venga, que no aguantaré mucho más.
¡Sabrae!-recriminé cuando volvió a mirar los botes, y ella puso los ojos en
blanco y negó con la cabeza-. ¡A que me voy a buscar a Pauline! ¡O a Chrissy!
-No
serías capaz-espetó en tono duro, y yo me reí.
-No,
no lo sería-cedí, y esa respuesta pareció complacerla, porque finalmente eligió
uno de los botecitos y trotó hacia mí, todo piernas cubiertas de negro, con las
calzas negras de mi hermana subiéndole por encima de la rodilla, aguantándose a
duras penas en sus extremidades un pelín más anchas que las de mi hermana, que
trabajaba sus piernas de un modo diferente al de Sabrae.
Colocó
una caja negra con una versión del ying y el yang en colores equivocados en la
parte frontal. Lo cogí para asegurarme de que lo conocía y asentí con la cabeza
cuando me cercioré de que era lo que sospechaba, el Lovers connect.
-Creía
que cogerías el de sabor de mora-le solté, y ella alzó una ceja y se inclinó
hacia mí.
-No
creo que tengas queja de mi sabor, ¿no?
-¿Y
tú del mío?
-En
absoluto-se regodeó en responder, y con una sonrisita de suficiencia, echó mano
de su bolso, pero yo fui más rápido y le tendí a Joanne un billete.
-Pago
yo-sentencié cuando ella sacó su cartera, y frunció el ceño.
-A
medias. ¿Nos puedes dar ticket, para que no se nos olvide lo que cuesta?
-No
le hagas caso, Joanne. Invito yo, que así tengo autoridad moral sobre ti y ya
no lo usas con otros.
-¿Qué
otros?-Sabrae llenó la farmacia con esa risa musical suya, y yo no pude evitar
sonreír a modo de contestación.
-Pues…
de los que no me hablas.
Joanne
cerró los ojos y sacudió la cabeza mientras contaba el cambio, y Sabrae se
abrazó a mí y me dio un beso en el costado.
-Gracias
por dejar que viniera contigo-me dijo ya en el exterior, cuando hube terminado
de cerrar la valla metálica de la farmacia y le di las vueltas de rigor a la
llave en su candado. Joanne se había despedido de nosotros agitando la mano en
el aire con la elegancia de las señoras mayores, y había negado con la cabeza
obstinadamente cuando nos ofrecimos a acompañarla: no le importaba pasear sola
de noche, y disfrutaba del sonido de sus pies haciendo crujir la nieve, cosa
que no podría escuchar si íbamos parloteando a su lado. Le dijo a Sabrae que
había sido un placer conocerla, y mi chica respondió igual, abrazándose a mí
como si yo fuera a escaparme. Lo último que quería era alejarme de ella, aunque
fuera un centímetro.
-¿Por
eso querías venir? ¿Para buscar algo con lo que darle más emoción a la noche?
-Me
apetece probar cosas nuevas. No te importa, ¿verdad?—se aseguró, acariciando la
cara interna de mi brazo, al que se estaba agarrando como si fuera una liana y
ella un mono, y mirándome desde abajo con unos ojos enmarcados en unas pestañas
kilométricas.
-¿A
mí? ¿Por qué iba a importarme? Todo lo contrario-eché un vistazo al interior de
la bolsa-. Ya sabes que me gusta experimentar.
-Pues
menos mal-dejó escapar un profundo suspiro-. Una nunca sabe cómo proceder con
los tíos-se detuvo mientras yo seguía caminando-. Si nosotras sugerimos
innovar, se os hiere el ego. Y si nos conformamos con lo que hay, somos unas
aburridas.
-¿Tú
te estás conformando conmigo?-la pinché, y ella rió.
-Ya
sabes a qué me refiero.
-No
sé, no sé…
-¡Alec!-volvió
a reírse, pegando un taconazo en el suelo como si estuviera diciendo “¡ya está
bien!”. Pronunció mi nombre convirtiéndolo en una montaña rusa, en la que las
vocales se retorcían sobre sí mismas en una espiral que subía y bajaba. Me
volví para mirarla.
-¡Te
estoy tomando el pelo, bombón! Aunque debo decir que me duele que pienses que
podría molestarme que quieras traer algo nuevo a la cama. ¿Tengo que suponer
que nunca vamos a usar juguetes?
Abrió
tantísimo los ojos que, de haber estado la noche despejada, se podrían haber
confundido con dos reflejos de la luna.
-¿Quieres
usar juguetes?
-¿Que
si quiero…? Sabrae. Por favor. Estoy deseando
que llegue San Valentín para tener una excusa para regalarte uno de esos
vibradores con mando a distancia. Sabes que te haré la vida imposible a partir
de entonces, ¿verdad? O sales con los dos, o con ninguno. Qué bien me lo voy a
pasar llevándote al cine y no permitiendo que veas ni diez minutos de película
seguidos-me eché a reír mientras su mirada se oscurecía.
-Te
la chuparía ahora mismo.
-Hay
un arbusto por ahí-señalé una esquina de la calle con la cabeza, y se mordió el
labio. Dio un par de pasos hacia él-. Sabrae, estoy de coña.
-¡Joder,
Alec! ¿Por qué me haces ilusiones?
-¿A
que jode?
-¿A
que me compro yo el vibrador y me lo paso bien yo sola?
-¿Eh?
No me estaba refiriendo al vibrador. ¡Que te crees tú que voy a renunciar a
hacértelo pasar mal! Hablaba del arbusto. Ni de coña me la vas a chupar en la
calle. Ya te he dicho que llevo demasiado tiempo en período de abstinencia como
para conformarme con tu boca.
-Así
que, ¿te “conformas” con mi boca?-sonrió, y yo puse los ojos en blanco y me
giré sobre mis talones.
-Mueve
el culo. Tengo muchos polvos que echarte, y mis padres no van a estar fuera
toda la noche, por desgracia.
-Razón
de más para probar el arbusto-espetó, pero trotó hasta mí y entrelazó su mano
con la mía-. Así ya sabemos dónde podemos escaparnos cuando ya no estemos
solos.
-¿Seguro
que quieres que te desnude aquí, en plena calle?
-Yo
estaba pensando más bien en uno rapidito, como el que echamos en el banco del
parque hace un mes.
-¿Marcha
atrás incluida?-ironicé.
-¿Para
qué hemos ido a por los condones?-respondió, y yo bufé, negué con la cabeza.
-No
puedo contigo.
-Es
que soy mucha mujer-contestó, orgullosa, hinchando el pecho y curvando su boca
en una sonrisa.
-No
hace falta que lo jures.
Seguimos
picándonos, haciendo que el trayecto a casa se me hiciera un poco más ameno,
aunque no por eso más corto. De hecho, creo que estábamos tardando más a la
vuelta que cuando fuimos a la farmacia, que había sido casi trotando. Cuando se
lo comenté, ella me pidió disculpas, y me dijo que si estábamos yendo más
despacio era por su culpa: su cuerpo estaba acusando ahora los efectos del
fulminante orgasmo que le había hecho tener, y las endorfinas que éste había
inoculado en su organismo se habían diluido hasta el punto de que ya apenas
sentía esa euforia e invencibilidad que le proporcionaba el haber surcado las
estrellas. Como un astronauta que estaba entrando en la atmósfera y descubría
que, por mucho que hubiera echado de menos a su familia, su cuerpo ya no estaba
adaptado del todo a la gravedad de la superficie terrestre, Sabrae tenía que
luchar contra su cansancio para poder seguirme el ritmo.
Por
eso, me detuve bajo la luz de una farola y le dije que iba a llevarla a
caballito.
-¿Podrás
conmigo?-fue todo lo que le preocupó, mi niña preciosa. Si yo estuviera en su
lugar, habría pensado en que eso me cansaría un poco y ya no rendiría igual en
la cama, pero… sinceramente, me daba igual. Confiaba en el subidón de adrenalina que Sabrae
quitándose la ropa siempre me hacía experimentar. Estaríamos bien. Yo cumpliría
con mis labores de amante. Además, ella estaba satisfecha: era yo quien todavía
no había llegado al orgasmo, aunque me hubiera faltado poco.
Arqueé
las cejas y la miré por debajo de ellas.
-Sabrae,
por favor. Que levanto mi propio peso, y peso más que tú. Venga, ¡sube!-le
insté, acuclillándome para que se subiera de un salto a mi espalda, y eso hizo.
Dejó escapar una carcajada emocionada, de niña pequeña cuando llega la navidad
y le traen su regalo favorito, cuando yo me erguí.
-¡DIOS
MÍO!
-¿Qué
pasa?
-¡Qué
alto eres! ¡Da vértigo!-miró al suelo
y cerró las piernas en torno a mi cintura, asegurándose de que no se caería,
como si yo fuera a consentirlo-. Ir a festivales siendo así de alto debe de ser
la hostia. Seguro que te da igual quién se te ponga delante.
-No
está mal, la verdad. Deberíamos hacer la prueba. Tenemos que mirar un festival
en verano al que nos apetezca ir a los dos.
-Pero
en verano te vas a Etiopía-comentó con un deje de nostalgia en la voz, y yo
chasqueé la lengua. Mierda. Era verdad. Todos los planes que había hecho en las
noches en que no podía dormir ni tampoco dejar de pensar en ella, en los que la
llevaría a conocer el mundo y lo descubriríamos juntos, no eran más que sueños
que tendríamos que posponer un año. Yo no iba a estar ese verano con ella. Me
iría a principios de julio, aún no sabía el día, pero no tendríamos tiempo suficiente
ni tan siquiera para ir a Grecia. Y yo quería enseñarle Grecia. Quería que se
bañara en las playas en que lo había hecho yo, que se tumbara a tomar el sol en
los mismos lugares en que yo lo había hecho, que se emborrachara con las mismas
bebidas que yo, que bailara en las mismas fiestas que yo, y que me dejara
hacerle el amor donde antes había tenido sexo con otras chicas. Ella le daría
un nuevo sentido de hogar a Grecia, pero por desgracia, no sería ese verano.
Ahí
estaba de nuevo, el muro que había frente a nosotros y la vida que queríamos
vivir. El que yo estaba intentando desmoronar a base de darle puñetazos, y
aunque había visto que poco a poco las piedras que lo conformaban se iban
moviendo, seguían estando demasiado bien unidas las unas a las otras, la
muralla demasiado bien cimentada. No me marcharía de Inglaterra pudiendo decir
que dejaba a una novia esperándome, pero jamás atrás.
-Te
he puesto triste.
-No
es eso. Es que… a veces pienso que tenemos más tiempo del que tenemos. Eso es
todo.
-Lamento
mucho que sea así.
-Yo
también.
-Pero
no pensemos en eso ahora, ¿vale? Ya tendremos tiempo para preocuparnos más
tarde. Hoy tenemos que pasárnoslo genial. Es nuestra segunda noche oficial-me
dio un beso en el hombro-. No tenemos que caer en los errores de la pasada y
disgustarnos por cosas que no podemos cambiar.
-Para
mí, no hubo errores en la pasada-contesté, y ella se quedó callada, invitándome
a continuar-. Sé que todo lo que te conté de mi familia lo ensombreció todo un
poco, pero… me alegro de haberlo hecho.
-Y yo
de que lo hicieras. Me he expresado mal. Lo que quiero decir es que… no quiero
que te disgustes otra vez. Te mereces ser feliz una noche al completo.
-Incluso
cuando estoy llorando de frustración, soy feliz a tu lado, Saab.
Sabrae
se quedó callada un instante. Me acarició el pelo y me besó la nuca.
-Mi
sol…-se limitó a decir con cariño, sus dedos hundiéndose entre mis mechones del
color del chocolate. Se pegó un poco más a mí, en un abrazo afectuoso que yo le
agradecí, ya que me ayudó a recomponerme del todo y a eliminar el frío que el
verano anunciaba al ser innegable que terminaríamos separándonos. Y, por mucho
que yo necesitara hacer el voluntariado y que incluso me hiciera ilusión, la
verdad es que ya no lo sentía como antes. Ahora tenía motivos para pensar en
cancelarlo todo y quedarme. Podría dedicar ese año que iba a estar en Etiopía a
intentar enderezar mi vida académica, repetir y sacar mejores notas, prepararme
para, incluso, hacer una carrera universitaria.
Toda
excusa sería buena para no interrumpir la tradición de los fines de semana que
Sabrae y yo estábamos creando, y que se convertiría en mi favorita los meses
que me quedaran en casa. Incluso… incluso podría decirle que viniera conmigo.
Podría estudiar a distancia. Podría…
No seas tonto, Alec.
Sabrae me notaba perdido en
mis pensamientos, peleándome con un invierno que venía en épocas equivocadas,
y, como no quería que me perdiera de nuevo en las marismas de mi alma, se
incorporó un poco en mi espalda y me preguntó en el oído:
-¿Confías
en mí?
-Claro.
-Bien…-cerró
un poco más las piernas en torno a mi cintura y ancló sus codos en mis hombros,
para así tener las manos libres y poder ponérmelas sobre los ojos-. Venga, te
guío yo.
-¡Eres
tontísima!
-¡Que
sí! Será divertido.
Y lo
fue. Mi chica era capaz de hacer que cualquier situación fuera mejor que la
anterior, incluso cuando en la presente no hubiera ropa de por medio, y ahora
estuviéramos en plena calle, cada uno con varias capas sobre su cuerpo. Avancé a
ciegas por la calle, sorteando charcos a duras penas y metiendo los pies en
otros que Sabrae no era capaz de indicarme, pero aunque no podía ver, sentía
que formaba parte del entorno como no lo había hecho nunca antes. Además,
estaba demasiado ocupado escuchando sus indicaciones como para comerme la
cabeza con cosas que escapaban a mi control e ilusiones que no tenía sentido
que me hiciera a esas alturas de la película.
A
través de las rendijas que había entre sus ojos, pude distinguir las luces del
porche de mi casa cuando, por fin, llegamos a mi calle. Sabrae me los destapó,
y cuando parpadeé para acostumbrarme a la luz que había (que no parece mucha
cuando has tenido los ojos abiertos durante el día, pero una vez los cierras y
tienes que volver a abrirlos, las farolas queman), chistó para indicarme que
siguiera andando a ciegas.
-¿Y
cómo pretendes que abra la puerta?
-Yo
lo haré. Déjame bajar.
Me
tomó de la mano cuando sus pies volvieron a tocar el suelo, y dejé que me
guiara por entre la nieve y los guijarros del camino de casa. Escuché el
tintineo de las llaves mientras se peleaba con ellas, intentando averiguar cuál
era la correcta.
-Es
la plana-expliqué, y Sabrae se rió.
-¡Todas
son planas!
-Me
refiero a la más plana-la introdujo en la cerradura y abrí un ojo-. Tienes que
tirar del pomo un poco hacia ti para que se desactiven los mecanismos de…
-¡No
mires!
Habría
puesto los ojos en blanco de haberlos tenido abiertos, pero como no podía, me
tuve que conformar con bufar. Sabrae se peleó con la puerta, murmuró que pesaba
muchísimo, y cuando yo le dije que era blindada, se quedó callada un instante
antes de pedirme que le repitiera qué era lo que tenía que hacer para abrirla
mejor. Le pedí que tuviera cuidado y la abriera despacio, por si Trufas se escapaba, y contuve el aliento
cuando escuché el cepillo de la parte baja de la puerta acariciar las baldosas
del vestíbulo.
Di un
par de pasos, y cuando escuché el cambio de sonido que los acompañaba, empujé
despacio la puerta con el pie.
-Ya
puedes abrir los ojos-lo hice y Sabrae levantó un brazo. Con el otro, sostenía
a Trufas contra su pecho-. ¡Tachán!
¿Qué te parece?
-Que…
es mi casa-comenté, conteniendo una risa, y Sabrae asintió.
-¡Así
es! Te he traído sano y salvo. De nada. Creo que eso se merece una recompensa,
¿no te parece?-cerró los ojos y puso morritos. Yo me reí, me acerqué a ella, le
aparté un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja, y, en el último momento,
le di un beso en la mejilla en lugar de en los labios. Sabrae hizo una mueca de
disgusto, y miró a Trufas-. ¿Has
visto, Trufas? Alec no me quiere dar
un beso. Seguro que tú eres más generoso, ¿a que sí?
-Deberías
soltarlo, antes de que te coja demasiado cariño y se dedique a perseguirte por
la casa.
-Eso
no parece propio de él, ¿a que no, bonito? Eres una bola de pelo fuerte e
independiente, como debe ser-le acarició entre las orejas y Trufas cerró los ojos, disfrutando del
contacto. Una sonrisa adorable le cubría la boca a Sabrae, como si hubiera
nacido para acariciar conejos y estuviera cumpliendo por fin su propósito en la
vida. Le dio un achuchón y Trufas,
lejos de intentar escaparse, esperó pacientemente a que Sabrae dejara de
estrujarlo contra su pecho-. Qué bueno eres. ¿Nos has estado esperando tan
tranquilo, sin hacer ningún estropicio? Buen chico.
-Ten
cuidado. Engaña un montón. Puede parecer inofensivo, pero cuando menos te lo
esperas, te está destrozando los guantes de boxeo nuevos en un rincón de tu
habitación.
-Él
no haría eso, ¿a que no?-Sabrae le hizo una carantoña y Trufas acercó su naricita a la cara de Sabrae, como si quisiera
darle un beso. Sabrae, satisfecha con este gesto, lo dejó en el suelo, y se rió
cuando el conejo empezó a correr en círculos en torno a sus pies y luego salió
disparado en dirección a la cocina.
Cuando
se asomó a la puerta, ya no la estaba mirando a ella, sino a mí. Caí en la
cuenta de que probablemente mi hermana no le había dado de comer, así que tomé
de la mano a mi chica y seguí al animal, que brincó hasta la puerta donde
guardábamos su comida. Sabrae se sentó en uno de los taburetes de la cocina
mientras yo cogía un puñado de pienso y se lo daba al conejo, que lo comió de
mi mano con gesto de satisfacción. Sabrae apoyó el codo en la mesa y tiró de mi
jersey para que terminara de cubrirle las rodillas.
-¿Quieres
tener mascotas cuando te independices?-preguntó, y yo me la quedé mirando desde
abajo.
-¿Es
esto una proposición?
-Creo
que puedes adivinar mucho de una persona preguntándole si querrá tener mascotas
en un futuro. A mí me encantaría tener perros. No es que tenga nada en contra
de los conejos, pero… no puedes enseñarle trucos.
-Yo
también quiero perros, aunque eso de los trucos… fíjate. Trufas-indiqué, cerrando la mano. El conejo se me quedó mirando-.
Antena-Trufas parpadeó, procesando la
información, y entonces, movió las orejas en círculo. Sabrae soltó una risita-.
¿Me das la patita?-le tendí al mano y el conejo levantó la suya-. Buen chico, Trufas. Ten-abrí la nevera, le saqué una
zanahoria del cajón de las verduras, y el conejo salió disparado hacia una
esquina con ella en la boca, donde la rumió tranquilamente, bajo la atenta
mirada de Sabrae-. Pero tú no tienes que adivinar nada sobre mí-me miró-. Creo
que no hay nadie en el mundo que me conozca tan bien como tú.
Me
dedicó una dulce media sonrisa mientras Trufas
se levantaba y venía a embestirme en las espinillas.
-¿Puedo
darle de comer?
-Claro,
pero con cuidado, que muerde a quien no conoce.
-Somos
amigos-sentenció Sabrae, cogiendo una zanahoria y acuclillándose para dársela
al animal, que primero la aceptó con desconfianza. La segunda, no le costó
tanto, y la tercera se la pidió directamente a base de convertirse en un
minúsculo toro con tendencias suicidas. Se frotó contra sus pies cuando
cerramos la puerta de la nevera, y Sabrae sonrió.
-Fíjate,
le gusto.
-Ya
somos dos-contesté, poniéndole un dedo bajo la mandíbula-. Bueno… ¿quieres
subir a mi habitación?
-Ya
pensaba que no me lo pedirías.
-Despídete
de Trufas. Si no lo haces, te seguirá
por toda la casa. Ahora eres su nueva fuente de alimento.
Sabrae
hizo una mueca, creyendo que le estaba tomando el pelo, y negó con la cabeza.
Pero, cuando dio un paso, tirando de mí, y Trufas
se metió entre nosotros, se echó a reír.
-Parece
decidido. No son sólo los perros los que se parecen a sus dueños-comentó,
mirándome con intención. Se inclinó para darle unas palmaditas en la cabeza-.
Tengo que dejarte solo un rato para ocuparme de este bobo-me señaló con el
dedo-. Adiós, Trufi.
Trufas se la quedó mirando un instante,
procesando de nuevo la información. Agachó las orejas, sumiso, se puso en pie,
olfateó en mi dirección, y a continuación se fue brincando, dispuesto a vivir
la vida, acompañado de una risa de Sabrae que consiguió arrancarle más deprisa
incluso de lo que yo podía hacerlo. Me acerqué a mi chica como un depredador
que le lleva comida a sus crías, y le rodeé la cintura con el brazo. Ella se
volvió para mirarme, se pegó contra mí, me puso una mano en el pecho y se
mordió el labio, examinando mi indumentaria. Ninguno de los dos se había
desprendido de una sola prenda: yo todavía llevaba mi chaqueta de borreguillo,
y Sabrae aún vestía mi jersey y sus botas de tacón.
Cuando
nuestros ojos se encontraron, sentí que saltaban chispas entre nosotros.
-¿No
tienes calor con tanta ropa?
-Sí,
pero no tiene nada que ver con la ropa.
Sonrió.
-Qué
lástima. Lo de la ropa tendría más fácil solución…-reflexionó, metiendo las
manos por debajo de mi chaqueta y tirando de mis mangas para hacer que se
cayera al suelo. La agarré de los glúteos y tiré de ella para levantarla en el
aire; Sabrae colaboró dando un pequeño brinco y pasándome las piernas en torno
a la cintura, como había hecho antes, cuando la traje a cuestas.
Sólo
que, ahora, todo era mucho más interesante. Dado que la tenía frente a mí y no
a mis espaldas, podíamos pasárnoslo mejor, juntando nuestras bocas y haciendo
que nuestras manos se perdieran en el cuerpo del otro. Con los ojos cerrados
(porque besar a una chica con los ojos abiertos es una puta aberración, y más
si los ojos de la chica son las puertas del paraíso), me las apañé para sacarla
de la cocina y llevármela escaleras arriba. Empujé la puerta de mi habitación
y, por pura inercia, le di una patada para cerrarla que hizo que Sabrae se
estremeciera de pies a cabeza.
-Trufas se preguntará si nos hemos
enfadado con él.
-Un
poco, por hacer que pospusiéramos esto.
-Ya
veo-rió entre dientes-. ¿No piensas dejarme en el suelo?
-Estoy
a gusto así. Te tengo mucho más cerca.
-Pero
así no podremos ir muy lejos.
-Lo
suficiente-respondí, besándole el cuello y ella se echó a reír. Me acarició los
brazos y se separó de mí lo justo y necesario para mirarme con unos ojos
oscuros, en los que dos abismos hacían de cuna de la lujuria que iba calentando
su piel.
-Quiero
que te vuelvas loco conmigo, como no te lo has vuelto nunca.
-Lo
estás consiguiendo-aseguré, volviendo a inclinarme hacia ella, que me acarició
la nuca y asintió despacio con la cabeza, dejando escapar un suspiro cuando mis
dientes se encontraron de nuevo con su piel. Esta vez, le mordisqueé la oreja.
La
bolsa de la farmacia se cayó al suelo con un ruido sordo, y de repente, yo
recordé dónde estaba, el mundo de posibilidades que se abría entre nosotros si
nos animábamos a abrir la puerta. Sabrae me desabrochó los botones de la camisa
que tenía a tiro y me la abrió todo lo que pudo, dejándola arrugada sobre mis
hombros allí donde no podía bajar más por los botones que no había sacado de
sus agujeros. Observó mi pecho desnudo con hambre, me pasó las manos por los
pectorales como si estuviera a punto de darme por terminado, como si fuera su
obra maestra y ella, la mejor escultora de todos los tiempos.
-Mi
boxeador-comentó con admiración, adorando cada uno de mis músculos. Jamás me
había enorgullecido tanto de lo mucho que cuidaba mi cuerpo como en aquel
instante en que la última célula del cerebro de Sabrae que se ocupaba de
mantener el decoro se desconectó. Igual que sus curvas me volvían loco, mis
ángulos la volvían loca a ella, y yo estaba más que dispuesto a darle una
prueba de aquel cuerpo que, desde hacía meses, era sólo suyo. Por mucho que se
lo hubiera dado a probar a más chicas, mi placer tenía nombre y apellidos:
Sabrae Malik. Sabrae Gugulethu Malik.
La
dejé en el suelo para poder desabrocharme la camisa yo mismo y disfrutar de
cómo su mirada se oscurecía a marchas forzadas. Por su parte, ella se descalzó
de dos puntapiés, y rápidamente su estatura menguó frente a mí. Me contempló
desde abajo con absoluta adoración, como si yo fuera un dios y ella su
sacerdotisa, y no al revés. Se mordió el labio, dio un paso hacia mí, se puso
de puntillas y empezó a besarme con una urgencia que la delataba. Tenía la
respiración acelerada, como cuando estaba encima de mí y tenía el absoluto
control de nuestra sesión de sexo, y sus mejillas estaban encendidas. Me besaba
con una desesperación que no era propia de ella, pero no era la que uno espera
cuando está a punto de acostarse con su chica favorita en el mundo. Así que yo
me ocupé de hacer que nuestros besos se tranquilizaran, resistiéndome a subir
el ritmo cuando ella me presionaba para que lo hiciera, y acariciándola allí
donde yo sabía que más le gustaba y la tranquilizaba.
-¿Qué
pasa?-pregunté en voz baja cuando dejó su boca a centímetros de la mía. Sus
pestañas me acariciaban las mejillas.
-Estoy
un poco nerviosa-confesó, y yo sonreí.
-¿Aún?
Creía que había conseguido relajarte.
-Sí,
claro, pero… no sé…-se tapó los ojos con las manos y negó con la cabeza,
superada por sus sentimientos. ¿Estábamos yendo demasiado rápido? Joder, le
había dicho varias veces que tenía muchas ganas de follar por fin con ella. Que
era un premio que yo había estado reservándome para el fin de semana. Puede
que eso le supusiera demasiada presión.
No había sido justo con ella. ¿Qué podía hacer para que se sintiera a gusto?
-Tranquila,
que Jordan viene a grabarnos a las tres de la mañana, porque antes no
podía-espeté, y ella se me quedó mirando-. Así que tenemos tiempo para ensayar.
Sus
ojos como platos estallaron con dos supernovas cuando se echó a reír,
visiblemente más tranquila. Le cogí las manos y me la quedé mirando.
-¿Mejor?
-Sí.
Es que… lo siento, me he dado cuenta de repente de lo que está pasando, y… es
que, ahora que lo pienso, nunca había pasado más allá del vestíbulo de tu casa,
y verme ahora desnuda en tu cama… no sé, es todo muy fuerte.
-Aún
no estás desnuda. ¿O tengo problemas de vista?-pregunté, y ella se volvió a
reír.
-Pero
es inminente que esté desnuda en tu cama.
-Es nuestra cama. Desde el momento en que
pronuncié tu nombre.
-Aún
no lo has hecho.
-Sí,
Sabrae. ¿No me escuchaste? Lo jadeé cuando abrí la puerta y de vi allí
plantada, con las cajas de pizza como lo que es: la palabra más preciosa del
mundo, porque es la palabra por la que respondes.
Sonrió.
-También
respondo por bombón-contestó, pegada a mi boca, tan bajo que pensé que lo había
soñado, y me habría convencido a mí mismo de que así era de no ser por la
sonrisa que le adornaba los labios. Retomamos nuestros besos, y yo la sentí más
tranquila. Me cogió las manos y las colocó a mi espalda. A continuación, se
ocupó de la cremallera de mis pantalones. Me desabrochó el botón, y tiró
despacio de ellos hacia abajo, poniéndose de rodillas frente a mí.
-Sabrae…
-Déjame
adorarte-me pidió, mirándome desde abajo. Lenta, muy lentamente, tiró de mis
calzoncillos para tratar de liberar mi erección, pero yo la detuve.
-No
quiero empezar desde la casilla de salida. No tienes que devolverme nada.
-Quiero
hacerlo. Quiero que te vuelvas loco conmigo como yo lo hago contigo. Y quiero…
quiero que ésta sea como nuestra primera vez. Lo disfruté como nunca. Quiero
que sientas lo que yo sentí nuestra primera noche.
-Había
música-fue lo que se me ocurrió decirle, porque no debía permitir que se metiera mi polla en la boca, o me correría en
ella. Lo tenía tan claro como que yo era un hombre o que el mundo era
redondo. Se rió por lo bajo.
-¿Y
quieres que la ponga?
Sabrae
se tomó mi silencio como un sí. No sabía lo que quería, más allá de que
estuviera cómoda y se lo pasara bien conmigo. No me apetecía mucho que me
hiciera una mamada, la verdad; prefería la penetración a la vieja usanza, pero
tampoco es que fuera a sufrir de lo lindo posponiendo un poco mi entrada en su
sexo.
¿Qué coño me pasaba? La quería a ella, en
todas sus formas. Todo lo que ella quisiera darme estaría bien, fuera una
migaja o ella al completo. Y, desde luego, su boca no era una migaja, ni mucho
menos.
-Hazme
lo que quieras-me descubrí diciéndole, con los pantalones por los tobillos, mi
dignidad más o menos a la misma altura, y mis calzoncillos como única prenda,
que a duras penas conseguían ocultar mi erección. Sabrae se giró y me miró-.
Pero quítate la ropa antes de hacerlo.
Sonrió.
-Te
mereces la experiencia al completo, Al.
Y,
sin vacilar, cogió su móvil y abrió la aplicación de música. Dio varios toques
en la pantalla y me miró con una sonrisa pícara cuando de los altavoces del
equipo de música empezaron a sonar los primeros acordes de la canción que había
elegido. Por un instante, creí que sería Let
me, que para algo la habíamos bailado ya. Quizá, Jason Derulo.
Pero,
desde luego, nunca en mi vida me habría esperado que eligiera la artista por el
que terminó decantándose. Aunque, pensándolo en frío, es lógico que eligiera a
The Weeknd de entre toda la biblioteca musical de su teléfono: sabía que era mi
cantante favorito.
Lo
que no sabía era que yo no tenía sexo con su música jamás, porque no quería que ninguna chica me empañara la
experiencia de escuchar a Abel Tesfaye si, por la razón que fuera, terminaba a
malas con ella.
Con
los acordes de Starboy, la canción
que le daba el nombre al disco y también la habría, Sabrae caminó hacia mí,
moviendo las caderas ligeramente, al ritmo de la música, y se llevó las manos a
la parte baja del jersey. Lentamente, siguiendo el ritmo de la música y de la
voz melosa del cantante, se levantó el jersey y lo dejó caer al suelo,
revelando sus pechos desnudos y la curva de su cintura cuando ésta comenzaba a
ensancharse en dirección a sus caderas, aún cubiertas por mis calzoncillos.
Lenta, muy lentamente, hizo que sus manos le acariciaran el pecho, descendiendo
desde sus hombros hasta sus caderas, pasando por sus pechos y su vientre, y
entonces, empezó a tirar de los calzoncillos.
Aproximadamente
cuando empezaba el estribillo, Sabrae se levantaba, completamente desnuda
frente a mí. Y yo me di cuenta de que me había privado de escuchar a The Weeknd
mientras hacía cosas con chicas con muy buen criterio por mi parte: es imposible que no te enamores de
cualquier chica con la que escuches sus canciones mientras ella está desnuda. Le da a todo un cariz
mágico, casi extrasensorial. Sabrae me parecía mil veces más hermosa
precisamente por la música que la rodeaba.
Me
senté en el borde de la cama mientras la miraba.
-Vuelvo
a estar en tus manos-ronroneó cual gatita, acercándose a mí y poniendo una
rodilla en el colchón, a mi lado. En esa postura, tenía las piernas abiertas, y
yo podía oler el dulce aroma que acompañaba al maná de su sexo. Dios mío. Me
daba vueltas la cabeza. Quería hacerle tantas cosas que no se me ocurría
ninguna. Quería hacerle todo tipo de perversidades, cosas que harían sonrojar a
los inventores del Kamasutra, cosas que nadie debería hacerle a otra persona,
cosas que no deberían salir de las mentes más perturbadas… pero es que no me
daba opción a pensar de forma coherente. Sólo quería poseerla de una forma
salvaje, animal. Quería causarle tanto placer que jamás pudiera volver a ser la
misma. Que se rindiera por completo a mí y a lo que podía hacer con su cuerpo,
y le abriera una dimensión nueva de placer en la que ni siquiera yo había
entrado-. ¿Qué quieres que haga ahora?
Su
boca estaba tan cerca de la mía que podía saborear su aliento. Quiero follarme
tu boca. Quiero follarme tu cuerpo. Quiero follarte por todas partes, en todas
las posturas, en todos los rincones de esta puñetera casa. Quiero que te pongas
debajo y obligarte a correrte dos mil veces y quiero que te pongas encima y me
montes como si estuviéramos a punto de morir los dos y ése fuera nuestro último
deseo. Quiero que me arañes la espalda y tirarte del pelo y hacerte daño y que
tú me lo hagas a mí y que eso nos encante y fundirnos en un solo cuerpo y que
sea imposible separarnos y…
-Quítate
las trenzas.
Sabrae
sonrió, y pensé que no me obedecería, pero lo hizo de buena gana. Lentamente,
disfrutando del proceso, se llevó las manos a las trenzas y las deshizo con
cuidado. Sus rizos empezaron a enredarse en torno a su cara.
Cuando
hubo terminado con su pelo, se ocupó de mis calzoncillos. Tiró de ellos y consiguió
bajármelos, los sacó de mis pies y los dejó lejos. Se relamió mientras miraba
mi erección, ansiosa. Sus ojos negros eran dos pozos de lujuria en los que yo
perdería mi alma. ¿Qué más me daba? Prefería arder en el infierno si era de
ella, a vivir en mil paraísos que fueran de otras.
Sabrae
me acarició los muslos. Puede que fuera de inocente e inexperta, pero de eso no
tenía un pelo. Sabía cómo ponerme como una moto y estaba más que dispuesta a
aprovecharse de cada uno de sus atributos. Me miró a los ojos, y se inclinó
ligeramente hacia mi miembro. Lo sujetó con una mano, mientras la otra se
perdía entre sus piernas, y, tras orientar mi polla hacia su boca, me dio un
beso en la punta y empezó a ocuparse de mí. Dejé escapar un gruñido de pura
satisfacción cuando la lengua de Sabrae rodeó la punta y precedió a la presión
de su garganta. Le puse una mano en la cabeza, dirigiéndola, y me pregunté cómo
podía haber sido tan imbécil de no haberle pedido que me la chupara antes.
Si no
me había hecho ninguna paja había sido por puro egoísmo. Simple, y llanamente.
Quería correrme con ella. Quería que viera el hombre al que había conquistado.
Quería que me considerara un puto dios del sexo, que me llevara hasta mis
límites y se maravillara con lo amplios que los tenía. Quería que se
aprovechara de la experiencia que mil chicas antes que ella habían ido
perfeccionando.
Quería
que fuera mi excepción a la regla, el punto de no retorno.
Su
boca castigaba mi polla como si estuviera enfadada contigo, pero sus gemidos y
los movimientos involuntarios de su cadera, al compás de la mía, me hacían
sospechar lo contrario. Me había echado hacia atrás y estaba dejando que mi
cuerpo se rindiera a su control. De mi boca salían gemidos y jadeos inconexos
que nos excitaban a los dos: a mí, porque tener una vía de escape significaba
poder encenderme, y a ella, porque le encantaba escucharme. Su parte favorita
del sexo en sitios públicos era cuando yo me inclinaba hacia su oído y le
susurraba auténticas barbaridades mientras mi polla impactaba en su interior
con la rabia de un bombardeo.
Y lo
estaba disfrutando. Lo notaba en su forma de intentar tragar, en lo acelerado
de su respiración, que intentaba restringir a su nariz, pero le resultaba
imposible. Pude abrir los ojos y quedarme sentado de nuevo con la espalda
recta, y, con el corazón martilleándome en los oídos, mi cerebro me invitó a
buscar una imagen que jamás olvidaría, y que me hizo desear que mis ojos
tuvieran cámaras fotográficas.
Porque,
frente a nosotros, estaba el espejo de mi habitación. Así que podía ver
perfectamente, en vivo y en directo, cómo Sabrae me la chupaba, la forma en que
mi polla entraba y salía de su boca y su mano se encargaba de darme el placer
que sus labios y su lengua no podían. Y, a la vez, si levantaba un poco la
vista, podía verla con las rodillas ancladas a ambos lados de mi colchón, su
cuerpo encorvado en mi dirección, y su sexo entreabierto y palpitante, al que
le estaba prestando casi las mismas atenciones que a mí. Observé cómo se
masturbaba sintiendo que mi erección crecía más y más, y cada vez que ella se
metía los dedos, un gemido salía de su boca y un gruñido de la mía.
Había
terminado la canción. Ahora, estábamos con Party
Monster. Y yo quería a mi propio monstruo, la única que podía darme una
vida más envidiable que las de las estrellas del rock, cuyo mantra de sexo,
drogas y rock n’ roll ya no me interesaba en absoluto, sólo para mí.
Íntegramente mía. Angelina, lips like
Angelina, like Selena, ass shaped like Selena.
Sí, definitivamente las
canciones de The Weeknd hablaban de Sabrae. Y yo era el único cabrón en el
mundo que podía gozar de ella.
La agarré del pelo y tiré de
ella para separarla de mí. Sabrae me dedicó una mirada borracha, ida. No
parecía ser ella del todo, y sin embargo, lo era más que nunca: libre de su
ropa, de sus inhibiciones, abandonada a sus deseos más primarios.
-Te
he dicho-le recordé, con una voz oscura que hizo que se estremeciera de pies a
cabeza-, que no quiero que te masturbes-alcancé la caja de condones, saqué uno
de su interior, lo rasgué y la miré mientras lo extendía por toda la extensión
de mi erección. Sabrae se relamió, y sonrió cuando tiré de ella para que se
pusiera en pie y poder hacer que cayera de rodillas sobre la cama-, que tus
orgasmos-la agarré de las caderas y la coloqué sobre la punta de mi miembro.
Sabrae cerró los ojos, intentó hacer que me hundiera en ella, pero yo no se lo
permití-… Sabrae-insté-. Mírame a los ojos.
Sabrae
los entreabrió a duras penas, y se llevó una mano a la entrepierna, pero yo fui
más rápido y la agarré de la muñeca. Gimió, intentando liberarse de la presión
de mis manos, pero yo era más fuerte que ella y podía manejarla como me
placiera.
-¿Qué
te he dicho?
-Alec,
por favor…
-Repítelo,
nena. Demuéstrame que me prestas atención.
-Alec…
-Te
refrescaré la memoria-me incorporé para quedar a su altura, y me pegué tanto a
ella que su aliento quemaba en mi cara. Jamás había follado tan duro con
ninguna chica como estaba a punto de hacerlo con ella-. Tus orgasmos me
pertenecen. ¿De acuerdo?
-Sí.
-Sí,
¿qué?
-Mis
orgasmos…
-¿Qué
les pasa?-me tumbé de nuevo sobre el colchón y le coloque las manos sobre las
caderas. Hundí mis dedos en su piel tanto que puede que le quedara marca, pero
a ninguno de los dos nos importaba en ese momento.
-Que
te pertenecen.
-Buena
chica. Que no se te olvide.
Y la
penetré. Más bien, se la clavé, mientras los últimos acordes de Party Monster morían en los altavoces.
-¡DIOS
MÍO!-bramó Sabrae, y de mi garganta surgió una pregunta de si le había hecho
daño… pero ésta no llegó a atravesar mis labios.
Porque,
en cuanto se acabó el jadeo que se había transformado en grito, su boca se
curvó en una sonrisa, su espalda se arqueó, sus manos se apoyaron en el cristal
de la claraboya, y empezó a empujarse contra mi erección.
Empezó
otra canción que, mezclada con sus gritos, sus jadeos y sus súplicas de “no
pares, no pares, por favor, no pares”, me sonó a puta música celestial.
Y
decidí abandonarme a la deliciosa sensación que ella estar follándome a Sabrae
como si ése fuera mi último día en la tierra, sin preocuparme de qué haría con
The Weeknd si ella, algún día, me rompía el corazón.
Me encantaba cómo me estaba llenando. Le daba sentido a
todos y cada uno de los rincones que me componían. Era demasiado grande, pero
no me importaba. Me había hecho un poco de daño al principio, pero eso sólo
había sido un aliciente. Me encantaba cómo se había abandonado así mismo y me
había dejado a mí el control. No quería que me cuidara, esa noche no.
No
era mi Alec de siempre. No era el que se preocupaba de mirar por encima de mi
hombro antes de cruzar la calle, por si llegaba un coche que no hubiera visto.
Era el Alec que me había hecho disfrutar
del sexo oral por primera vez. El que me había bajado las bragas y me había
descubierto que mis padres no eran una excepción, que el sexo realmente era lo
mejor del mundo y que no había nadie en el mundo que lo practicara por inercia,
sino porque era adictivo.
Y me
gustaba. Me gustaba el Alec que me decía cosas bonitas, pero también este Alec
que era autoritario, que sabía lo que quería y lo cogía sin pedirlo prestado.
Estaba descubriendo que quería que me dominaran, que una de las razones por las
que tan bien me lo había pasado con él era porque no había hecho caso de mis miedos
y me había hecho ver el potencial que tenía mi cuerpo.
Tenía
los ojos cerrados, la espalda ligeramente arqueada, sus caderas se movían al
ritmo de las mías, y de su boca salían jadeos con forma de palabrotas.
-Joder.
Sabrae. Me cago en la puta. Así. Dios. Joder. Joder… Joooodeeeeerrrr…
Me
gustaba sentirme una reina del sexo con él, hacer que hubiera perdido sus
miedos y que se mostrara como deseaba ser… porque yo sabía que, si tenía
cuidado durante el sexo, en parte era porque no quería parecerse a su padre. Lo
había descubierto esa misma semana, cuando me contó su historia. Por supuesto,
él era bueno y no quería hacerle daño a nadie, pero que no terminara de
soltarse en la cama conmigo se debía a que no quería despertar esos demonios que creía que llevaba dentro.
Y que
ahora se estuviera abandonando a mí, confiando en que no me haría daño, me daba
ganas de llorar… pero estaba demasiado ocupada jadeando y gimiendo como para
abandonarme a mis lágrimas. No era momento de ponerse sentimentales, sino de
disfrutar de lo físico, y, ¡vaya si lo estábamos disfrutando!
Cogí
sus manos y las puse sobre mis pechos, y aquello fue la invitación que él
necesitaba. Empezó a manosearme, a masajearme, mientras notaba cómo su erección
dentro de mí crecía, alcanzando niveles de dureza que no pensé que fueran
posibles en el cuerpo humano (al menos, no en esa zona).
Alec
se tensó al completo y yo me regodeé. Sí. Sí. Sí. Iba a hacer que se corriera
antes que yo. Eso era todo un hito.
Sus
manos volvieron a mis caderas y yo me incliné hacia él. Le lamí los labios, se
los mordí, y me froté contra él como una gatita callejera a la que siempre le
traen una lata de bonito, con la esperanza de que se la lleven a casa. Sus
dedos se clavaron en mi piel y yo sentí que no podía tensarse más, así que le
cogí la mandíbula y orienté su cara a la mía. Alec abrió los ojos y me miró a
través de una bruma de placer que le impedía pensar en nada más que en lo
gloriosa que era la presión que mi interior ejercía alrededor de su polla.
-Abre
los ojos. Quiero ver cómo te corres-le cité con voz oscura, y Alec me comió la
boca como si no hubiera probado bocado en años. Volví a agarrarlo de la
mandíbula y, sintiendo cómo se abandonaba al orgasmo, me separé de él lo justo
y necesario para poder mirarle.
No
reconocí la canción que sonaba en los altavoces, pero poco me importó. Por
mucho que aquella marcara un punto de inflexión en nuestra historia, la que
siempre consideraría nuestra sería la que estaba sonando cuando nos besamos por
primera vez: Breathing, de Jason
Derulo.
Alec
jadeó debajo de mí, me acarició la mejilla y me apartó un mechón de pelo de la
cara. Una sonrisa cansada le adornaba la boca.
-¿Te
ha gustado?
-¿Nos
hemos intercambiado los papeles?
Asentí,
y sonrió.
-Ha
sido… increíble.
-Me
alegro. ¿Qué tal el premio? ¿En qué posición has quedado?
-El
podio entero es para mí. Eres genial, Sabrae. Gracias-me dio un beso en la
punta de la nariz y yo la arrugué.
-El
placer ha sido mío. De verdad. Me ha encantado verte perder el control conmigo.
Deberías hacerlo más a menudo. He descubierto que me gusta que me tires del
pelo mientras te la chupo para interrumpirme y poder follarme como es
debido-sonreí, acurrucándome sobre su pecho. Su miembro aún estaba en mi
interior.
-¿Te
he hecho daño?
-Un
poco, al entrar, pero nada insoportable. Es más… incluso me ha gustado. Que la
tengas dura significa que lo estaba haciendo bien, ¿no?
-De
fábula-me acarició el pelo y me besó-. ¿Te has corrido? No lo he notado con
tanto...
Negué
con la cabeza y le di de nuevo un beso en el pecho.
-No
es mi prioridad.
-Pero
sí la mía. Quiero que disfrutes-me puso una mano en la mandíbula y yo sonreí.
-Ya
lo he hecho. No podrías hacer nada que me gustara más que ver cómo pierdes toda
la vergüenza en la cama estando conmigo.
-Aun
así… déjame compensártelo, ¿vale?
-No
seré yo quien regatee un orgasmo-alcé las manos-, pero… no con tu boca, por
favor. Quiero besarla mientras me haces llegar.
Asintió despacio con la cabeza, me rodeó con
los brazos y se incorporó. Cuando pensé que lo haríamos sentados, me hizo
tumbarme sobre mi espalda y se acomodó sobre mi cuerpo. Tenía la cabeza a pocos
centímetros de los pies de la cama. Empezó a besarme mientras una de sus manos
descendía por mi anatomía y estimulaba mi clítoris, como si necesitara
humedecerme más aún. Su lengua se mezcló con la mía y todo el mundo
desapareció: sólo existíamos nosotros dos, la unión de nuestros cuerpos, y la
música de The Weeknd, que nos hacía de banda sonora.
Miré
el panel del equipo de música al que había conectado mi teléfono, deseando que
quedaran aún suficientes canciones con las que seguir disfrutando. Me había
sorprendido el aguante de Alec: a pesar de que yo me había esmerado en hacer
que se corriera rápido, habíamos superado el ecuador del disco sin que él diera
señales de cansancio. Eso sí, su orgasmo había sido intensísimo, así que,
¡punto para mí!
Alec
se detuvo, consciente de que algo extraño me pasaba. Frunció el ceño, siguió la
dirección de mi mirada, y contuvo el aliento cuando vio qué era el objeto de
mis atenciones.
-¿Quieres
que pare la música?-preguntó, y yo me mordí el labio, pero negué con la cabeza.
Le acaricié la parte baja de la espalda, y puede, y sólo puede, que me
deleitara en sus nalgas más de la cuenta.
-No
quiero que salgas de mí.
Asintió
despacio con la cabeza, mordiéndose el labio, y se inclinó de nuevo para darme
otro beso. Y otro más. Y otro más. Descendió por mi cuello y me besó las
clavículas, y yo me eché a reír, pero noté que no se animaba a embestirme todavía.
-¿Al?
Te adoro, y adoro tus besos, pero no creo que seas capaz de hacer que tenga un
orgasmo si no le das un poco de atención a…-chasqueé la lengua, señalando el
punto de nuestra unión, y él sacudió la cabeza.
-Perdona,
bombón. Es que… no me había dado cuenta. Estaba como en trance, ¿sabes?
-¿A
qué te refieres?
-A la
música. No me acordaba de que estaba sonando.
-¿Y
qué tiene que ver con el sexo? The Weeknd te gusta, ¿no?
-Sí,
sí-se pasó una mano por el pelo y asintió con la cabeza-. Es mi cantante
favorito.
-Tienes
buen gusto.
-Es
que… es la primera vez que follo con The Weeknd.
Me
quedé a cuadros. ¿Qué? Eso era imposible. La música de The Weeknd era el himno
oficial del sexo, lo decía la ONU. ¿Cómo no iba él, Alec Whitelaw, el Fuckboy
Original, a no haber echado nunca un polvo con música de The Weeknd de fondo?
Vale que yo no lo había hecho nunca, pero mis compañeros sexuales habían sido
todos regulares, tirando a malos, con excepción de él, así que mi experiencia
era tan poca que ni siquiera se me aplicaba aún la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de Placer Sexual.
-¿Cómo?
-Bueno,
en realidad, nunca he hecho nada con
The Weeknd sonando. Ni follar, ni practicar sexo oral o que me lo practiquen,
o… enrollarme con nadie. Aunque sí lo hice contigo, ¿no? Tú eres mi excepción a
la regla.
-Pero
si su música… está en todas las listas de reproducción de sexo de Spotify.
-Lo
sé. Si lo he evitado, ha sido de forma deliberada, créeme.
-¿Por
qué?
Se
encogió de hombros y se incorporó hasta quedar sentado. Salió de mí, pero yo no
me vi con derecho a protestar. Se estaba abriendo para mí, y lo único que yo
debía hacer era respetarlo. Eso era todo.
-Su
música… es importante para mí. No sé. Va más allá de que no hay cantante que
suene mejor que él. No te ofendas-sonrió, y yo negué con la cabeza.
-Para
nada. Papá tiene sus días.
-Pero
el caso es que… siento que conecta conmigo. Me encanta, y me siento
identificado en sus letras, en cómo habla de sexo y cómo habla de amor y de
fiestas y de… supongo que hay mucho romanticismo en sus canciones, y yo no
sabía que era un romántico hasta que te conocí-su sonrisa se volvió la de un
niño inocente, y yo me incliné para darle un beso en la mejilla-. Así que no
quería poner en peligro eso sólo por mejorar un polvo con cualquier chica. No
me parecía justo para mí. Imagínate que pongo su música mientras estoy con una
chica, y luego, por lo que sea, acabamos mal. Y después, cada vez que escuche
sus discos, no podré evitar acordarme de ella. Aunque probablemente no tuviera
ningún impacto en mi vida. Pero… no sé. No quería “contaminarla”.
-Si
quieres, puedo pararla-ofrecí, y él me miró-. Nos hemos vuelto locos, pero no
tenemos por qué relacionarlo con la música. Es más, yo ni le estaba prestando
atención. Sólo me he acordado de que sonaba ahora, cuando hemos dejado de hacer
ruido. A mí me sirve cualquier otro cantante. O incluso el silencio. Lo único
que quiero es estar contigo.
-No,
no. Quiero saber qué le gusta a todo el mundo de esto-decidió-. Y sólo deseo
descubrirlo contigo-me miró a los ojos con una intensidad que desnudó mi alma,
la sacó de mi cuerpo y la hizo flotar entre nosotros-. Además... creo que,
parte de lo que ha pasado, ha sido a raíz de la música. Starboy empieza muy fuerte.
Supongo que por eso me he desatado tanto.
-A mí
me ha encantado que te desates.
-Y siempre me voy a acordar de este polvo. Y
aún no lo hemos terminado-sonrió, cansado, y yo le devolví la sonrisa.
-Pues
hagamos que sea memorable.
-Todos
los polvos son memorables si son contigo, bombón.
Sonreí,
me acerqué a él, busqué su mano y la entrelacé con la mía, y me tumbé de nuevo
en el colchón. Esperé a que él se abriera hueco entre mis piernas y me
acariciara para asegurarse de que todo estaba en orden en mi sexo. Puso las
rodillas entre las mías y las separó con cuidado mientras su boca se fundía con
la mía. Me acarició los pechos y subió por mi piel hasta mi boca, que le dio un
beso a la yema de sus dedos. Se introdujo lentamente en mí y continuó besándome
un rato, mientras otra canción más lenta que las primeras llenaba la
habitación.
Y no
me embistió.
No
hizo nada. Se quedó allí, besándome, esperando a que yo tomara la iniciativa,
así que empecé a moverme. Él se quedó quieto, e incluso se puso un poco rígido,
lo que hizo que me detuviera.
-¿Estás
seguro de esto? No tienes que convertirme en tu excepción a la regla. Para mí
esta noche ya significa muchísimo sin que tengamos que empujar tus límites.
Negó
con la cabeza, bajando la mirada con vergüenza.
-Quiero
hacerlo, Saab. Es sólo que... ahora lo entiendo. El miedo que me tienes. Estoy
empezando a tenértelo yo a ti.
Sus
ojos de chocolate transmitían mucho dolor, un dolor que él no quería que
ensuciara esta noche perfecta.
-No
te tengo miedo. No te he dicho que no, a secas. Es sólo “aún no”. Hay mucha
diferencia.
-Lo
sé…
-Lo
que me da miedo es nuestro futuro. Pero ahora estamos en nuestro presente, y tú
me dijiste que me concentrara en el presente, ¿no? Hazlo tú también. Haz caso
de tus propios consejos. Son muy buenos-le di un beso en los labios-. Y no me
tengas miedo, Alec-cogí su rostro entre mis manos y le hice mirarme-. No voy a
hacerte daño. No voy a hacer que lamentes haber hecho esto conmigo.
-Es
que… siento que no podría recuperarme de esto si algún día nos pasara algo.
-No
nos va a pasar nada.
-Siento
que estamos pasando un punto de no retorno al que yo no sobreviviré si tengo
que tratar de volver.
-Yo
creo que hemos pasado muchos. Éste no es tan diferente de los demás. Es más,
diría que es el segundo más bonito. Nuestras vidas no iban a ser iguales de
todas formas, así que, ¿por qué no disfrutar?
-¿Cuál
es el primero?
Sonreí.
-El
momento en que me di cuenta de que estaba enamorada de ti.
Alec
se me quedó mirando un instante, asegurándose de que no estaba de coña… y,
cuando procesó esa información, su boca también se torció en una preciosa
sonrisa.
Me
dio un beso en el cuello y me susurró al oído:
-Te
quiero.
Por
toda respuesta, me abracé a él y le devolví el beso.
-Aún
hay cosas que quiero decirte, así que… me reservaré mi respuesta para cuando la
noche esté un poco más avanzada, ¿te parece? Por ejemplo… cuando termines de
hacerme el amor.
Alec
sonrió, asintió con la cabeza, y comenzó a besarme. Ya no había dudas en sus
labios, ni en su forma de acariciarme, ni tampoco el nerviosismo le erizaba la
piel. Era yo la que conseguía que se pusiera nervioso, en lugar de lo
trascendental de lo que estábamos haciendo. Empezó a moverse dentro de mí
suavemente, colmándome como no lo había hecho ningún otro y poseyéndome como
sólo él podía, y sentí que una intensa emoción me embargaba cuando empezamos a
dejar espacio entre nuestros besos. Me daba un piquito, y se incorporaba un
poco para mirarme a los ojos.
-Eres
preciosa-me decía.
-Tú
sí que eres precioso-replicaba yo, acariciándole la cara y volviendo a besarle,
porque era el único punto de conexión que tenía con su alma. Su aliento eran
sus pedacitos de alma saliendo al exterior y volviendo a entrar, y cada vez que
se lo robaba, sentía que nos mezclábamos de una forma indisoluble. Ni siquiera
nosotros podríamos volver a recuperar nuestra esencia pura: Alec siempre
tendría un poco de mí con él, y yo siempre tendría un poco de él conmigo. Y
todo porque había decidido que su amor por mí era mayor que el que sentía por
la música de The Weeknd.
En
cierto sentido, me sentía como papá, que le dedicaba su arte a otra persona que
no era él: mi madre. Ella podría irse un día y hacer que su música doliera cada
vez que sonaba en la radio, que componer fuera un proceso de un hurgar
constante en heridas que no dejaban de supurar, y aun así, él seguía
dedicándosela. Porque no tenía sentido componer si no era pensando en ella, no
tenía sentido grabar canciones que luego no pudiera cantarle a ella, y no tenía
sentido ganar premios que no pudiera dedicarle a ella. Así era como yo me
sentía, como si Alec me estuviera convirtiendo en su Sherezade personal. Y eso
me encantaba, porque papá había cambiado toda su vida por ella, la había hecho
mil veces mejor… y yo quería hacer la vida de Alec mil veces mejor. Quería
darle consejos y pedirle a él los suyos, escuchar todo lo que tuviera que
decirle y contarle cosas que yo no sabía contar, abrazarlo en los días de frío
y compartir con él un helado en los días de calor. Quería que fuera él quien me
completara, si es que necesitaba que me completaran.
Le
llegó el turno a I feel it coming, y
a mí me sorprendió descubrir que estábamos a punto de terminar el disco. Como no
se me ocurría una manera mejor de acabar, empujé suavemente a Alec para que me
dejara ponerme encima y, mirándolo a los ojos, empecé a moverme en círculos, aprovechando
un ángulo nuevo que había descubierto en medio de la euforia del polvo
anterior, mucho más salvaje y alocado. Al ir más despacio, además, podía
disfrutar de frotarme contra él y hacer que a mi cuerpo lo recorrieran oleadas
de placer que se veían incrementadas por la presión que sentía en mi interior. Froté
mi clítoris contra su pelvis, hundiendo las uñas en su pecho y cerrando los
ojos, embistiéndolo despacio desde abajo, y…
… Alec
se dejó caer, como muerto, sobre el colchón. Se tapó los ojos con el antebrazo
y empezó a respirar entre jadeos.
-Para.
Para, para, para, paraparaparapara…-gruñó, y yo me quedé quieta.
-¿Qué
pasa? ¿Te estoy haciendo daño?
-No-volvió
a gruñir-. No, por dios, esto es absolutamente genial. Es que… joder, Sabrae-bufó,
dejando caer el brazo que le tapaba los ojos a su costado-. Dios mío. Dios mío. Eres una diosa. No puedo
creerlo.
-¿Te
gusta así?-me reí, volviendo a moverme de nuevo, y él volvió a emitir un sonoro
gruñido que le nació en el interior de la garganta.
-¿Qué
si me…? Nena, tienes que cambiar de posición, porque como sigas follándome de
esta manera no voy a durar ni veinte segundos. Y quiero durar mucho para ti.
-Dura
poco, mi amor-le besé la mejilla y seguí con mi lento baile encima de él,
alrededor de él-. Piensa un poco en ti, por una vez. Además… aún te debo muchos
orgasmos-me apoyé en sus hombros y seguí botando suavemente sobre él. Ya no
tenía la misma postura, pero eso poco importaba. Le sentía tan cerca que le habría
bastado cualquier cosa.
-Oh,
sí, nena… por Dios, así-asintió, cerrando los ojos y sujetándome por los
muslos-. Joder, no puedo creerme que, en nuestro primer polvo en mi casa, vayas
a hacer que me corra dos veces antes que tú. No puedo creer que vaya a ser así.
-¿Así
de delicioso, quieres decir?-pregunté, dándole un lento y húmedo beso en los
labios.
-Quiero…
durar… para… ti-jadeó.
-Oh,
Al. Por muy cuqui que suene eso, no me importa que duremos mucho mientras…-empezó
a masajearme el clítoris y yo me detuve un instante, para seguir a continuación
los movimientos de su dedo. Ahora, quien sonreía y llevaba la voz cantante era
él-. Mm… disfrute… Oh. Disfrutemos-conseguí articular, mordiéndome el labio-, como
lo estamos haciendo.
-Tenemos
que encontrar la manera de hacer esto durante días-comentó, besándome los
pechos, y yo asentí con la cabeza. Sonaba genial eso de tenerlo dentro un día
entero, dos, tres. No quería salir de la cama, no quería tener ninguna
necesidad más allá de la de estar enredada en torno a él. Nada de comer, beber,
ni ir al baño. Solos él, yo, y ese instinto animal que nos incitaba a estar
juntos y a no separarnos bajo ningún concepto, haciendo que nuestra noche se
plegara en el tiempo y se convirtiera en mil más.
-Sí,
por favor-le pedí, cerrando los ojos y dejándome llevar por la marea que
empezaba a mojarme los pies, y que pronto me arrastraría. Aunque tendríamos que
separarnos tarde o temprano, en ese instante tenía la certeza de que
acabaríamos con el marcador de orgasmos, escandalosamente inclinado a mi favor,
un poco más equilibrado.
Y con
eso me bastaba.
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DIOOOOOS, HE ENCANTADO EL PUTO CAPÍTULO DE ARRIBA ABAJO. Yo te juro que no puedo con lo enamorado de que está Alec de Sabrae, es que cada vez que la describe o habla de ella o así es que chillo muchísimo y me explota una sonrisa en la cara. No puede ser más jodidamente bonito. El momento de The Weekend me ha parecido maravilloso, ha sido un punto y aparte en su relación yo creo. Se nota que a partir de ahora todo va a ser para ellos como ir en una montaña rusa cuesta abajo. El momento caballito me ha parecido tan jodidamente adorable y gracioso, es que son el uno para el otro y la frase de “Prefería arder en el infierno si era de ella, a vivir en mil paraísos que fueran de otras.” ME HAS JODIDAMENTE MATADO Y ENTERRADO DE VERDAD. Maravilloso ha sido, deseando estoy seguir leyendo como continua la noche.
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