domingo, 17 de noviembre de 2019

Peligro.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Chrissy chasqueó los dedos delante de mí, demasiado divertida de verme tan abstraído como para enfadarse. Ya era la tercera vez durante el reparto que tenía que llamarme la atención para que me bajara de la furgoneta, recogiera el paquete que debía entregar, y atravesara la calle en dirección al domicilio que nos habían indicado. La primera vez le había entregado un paquete pequeño a un hombre cuarentón y barrigudo que apestaba a alcohol y tabaco, que seguramente hubiera pedido una muñeca hinchable para pasar los días lluviosos porque no le apetecía ir al club de strip tease que frecuentaba… como había hecho mi hermano.
               Y la segunda, las destinatarias habían sido una pareja de universitarias que me miraron de arriba abajo y me tiraron la caña, a lo que yo había respondido de forma automática, sintiéndome una mierda al instante a pesar de que aquello no significaba nada para mí, y a Sabrae no le molestaría. No era celosa; no conmigo.
               Sabrae… pensar en ella me dolía, un dolor emocional que trascendía las fronteras de los sentimientos y se volvía físico, me aprisionaba el pecho y me ponía hierros incandescentes allí donde Aaron había conseguido golpearme con todas sus fuerzas.
               Estaba siendo un día de mierda, una rutina de mierda, un amor de mierda, una vida de mierda. No quería tener que llegar mañana a clase y volver a verla, saber que por su bien debía alejarme de ella y que por el mío sería incapaz de hacerlo. Lo que Aaron me había dicho antes de liarnos a hostias había sido tan esclarecedor que me sentía un gilipollas por haber siquiera necesitado hablar con él: por supuesto que yo no era bueno para ella, y por supuesto que todo lo malo que había en mi interior tenía origen en mi familia. ¿No decían que todo lo malo se heredaba? Pues yo tenía mucho que heredar. Casi tenía que dar gracias de haber tardado tanto en tener ese tipo de conductas.
               Y, sin embargo, no podía dejar de pensar que, quizá, hubiera alguna alternativa. Tenía que haber una solución, por Dios. ¿Es que todos nacíamos condenados o salvados, dependiendo de nuestra suerte, y cumpliríamos con nuestro destino sin importar qué hiciéramos?
               -Cuando tú quieras-sonrió Chrissy, dándome un toquecito en el hombro, y yo di un brinco y la miré, saliendo de mis ensoñaciones. Me estaba regodeando en la forma en que había conseguido tirar Aaron al suelo y cómo se había intentado revolver él, porque pensar en yo siendo destructivo con mi hermano era mil veces mejor que imaginarme siéndolo con Sabrae.
               -Eh… ah, sí. Ya. ¿Tienes la ref…?-empecé, sacando el móvil del bolsillo de los vaqueros para buscar el número de identificación del paquete y así poder localizarlo antes. Chrissy me tendió una caja marrón con el logotipo de Amazon en una esquina, y yo la miré. No sólo se había ocupado de quitarme mi ensimismamiento, sino que encima había podido buscar el paquete sin que yo me enterara.
               -Menos mal que no es una bici-bromeó mientras lo cogía, y yo puse los ojos en blanco. Durante mi primer mes de curro, me habían encomendado que entregara un paquete en el que venía una bicicleta, y los de administración hicieron caso omiso cuando les expliqué que yo iba en moto y no podía hacer el reparto. Se encogieron de hombros cuando les reiteré a gritos mi postura, porque “ya me lo habían adjudicado a mí y eso era mucho papeleo”, así que ya me había visto arrastrando ese puñetero paquete por medio Londres, a pie. Por suerte, ya había ido de reparto con Chrissy alguna vez, así que ella se había ofrecido a ayudarme. Nos habíamos hecho amigos durante nuestro primer reparto juntos, y me reconfortaba pensar que, el día que uno de los dos se fuera, no perderíamos el contacto. A fin de cuentas, habíamos follado demasiado para marcarnos un “si te he visto, no me acuerdo”.
               Ni siquiera me subí la capucha del impermeable de la empresa cuando salí a la calle. Casi me atropella un coche, lo cual habría sido de agradecer; así ya no tendría que preocuparme de pensar una manera de romper con Sabrae y que ella no consiguiera que le soltara que era una broma cuando terminara con mi retahíla de razones por las que estábamos mejor separados. Subí penosamente las escaleras del edificio a pesar de que había ascensor, y me olvidé de pedir una firma en la casa donde me recogieron el pedido, así que tuve que volver cuando Chrissy me comentó que no le salía nada en la pantalla de su teléfono.
               -Vale, cuando terminemos con el reparto, vamos a parar en algún sitio y me vas a contar qué te pasa. Estás rarísimo-sentenció ella, incorporándose al tráfico y mirándome un momento. Volvió a fijarse en mis moratones, en los que habían reparado todos en el curro cuando me presenté en el almacén el día anterior, que ni siquiera tenía turno. Le había contado una mentirijilla piadosa a Sabrae para que ella no viniera a buscarme por la tarde; sí que tendría una semana intensita, pero no de trabajo, sino por pensar cómo podía poner punto final a lo nuestro. Había subido a hablar con los de administración para ver si había paquetes sin adjudicar, y después de que me dieran un par, me ofrecí a ocuparme de otros de mis compañeros para hacerles más liviana la tarde.
               -Hay una parte del salario que va por reparto-me recordó Rosalie con cansancio, limpiándose las gafas de carey.
               -No me importa.
               -A tus compañeros, sí.
               -Me refiero a que no me importa que no me lo incluyáis en la nómina de este mes-aclaré, y Rosalie frunció el ceño. Dejó su té suspendido en el aire, a centímetros de su boca.
               -¿Estás seguro? Porque, si lo que te pasa es que necesitas un extra, puedo ponerte como preferente en los repartos, y adjudicarte los de envío en dos horas solamente a ti.
               -Sólo quiero… currar-comenté, agitando los brazos, dando palmadas por delante y por detrás de mi cuerpo, como si fuera un subnormal. Me ardía la garganta de las ganas de vomitar. Rosalie parpadeó, asintió con la cabeza, se volvió a la pantalla de su ordenador, y empezó a hacer clics con el ratón.
               -No puedo transferirte los pedidos, pero voy a poner que estás haciendo horas extra para que te lo computen por si en algún momento te quieres pedir el día libre…
               -No voy a querer-la interrumpí. Para lo único que podía querer pedirme los días libres era para estar con Sabrae, y eso se acabó.
               -Bueno. Como tú veas. Pero yo te lo pongo igual. Así, al menos, estarás asegurado por si te pasa algo. Dios no lo quiera…-musitó por lo bajo, sincera, y yo le di las gracias y salí del cubículo, pensando en la suerte que tendría si me caía un piano encima esa tarde, como en las películas.
               -Lo siento-me disculpé con Chrissy, que no me miró-. Te estoy haciendo trabajar de más.
               -Eso me da igual, Al. Está claro que no estás bien, así que no me importa echarte una mano. ¿Está todo bien en casa?
               -Sí. Todo va genial. No te preocupes, es sólo que… no paro de darle vueltas a una cosa, eso es todo.
               Chrissy frunció el ceño y me miró, pero no dijo nada. Supongo que entendió que se trataba de algo de lo que me daba vergüenza hablar o de lo que me sentía un traidor comentando, así que quería darme mi espacio. Me repugnaba pensar en lo que había hecho con Sabrae y en todo lo que eso implicaba, pero estando con ella, solos bajo la lluvia y los truenos, me di cuenta de que, quizá, si compartía mis preocupaciones, éstas se harían menos pesadas.
               -De hecho… ¿te importa si te doy el coñazo?-Chrissy canturreó un suave “mm-mm”, que claramente significaba “tira, que libras”-. Mira, es que…-me aclaré la garganta y me puse de costado en el asiento, mirándola mientras conducía-. No dejo de darle vueltas a una cosa.

               -Me había dado cuenta.
               -Chrissy, ¿tú crees que hay gente que… puede engañar a primera vista durante muchos, muchos años?-así me sentía yo. Una puta estafa. Un fraude, un impostor. Un puto hipócrita por haber detestado toda mi vida a mi padre, haber proclamado que yo no era como él, y a la mínima de cambio abrazar sin pudor la naturaleza tóxica que él me había transmitido-. ¿Crees que es posible que haya gente que puede parecer buena, y lo es durante un tiempo, pero que lleva la maldad dentro y luego esa maldad termina saliendo a flote?-me miró-. ¿Crees que por mucho que luchemos contra algo, si estamos destinados a hacer una cosa determinada, no habrá manera de huir de ella?
               Chrissy frotó el volante con sus manos, pensativa.
               -Vaya. No me esperaba que fuera eso en lo que estabas pensando-se rió por lo bajo-. Qué pregunta más rara, ¿tienes a alguien en mente?-sí, a mí-. Porque yo tengo unos cuantos ex que son unos hijos de puta de los pies a la cabeza, y no van a dejar de serlo-se echó a reír, divertida por su ocurrencia.
               -¿Uno de ellos es Aaron?-me vi obligado a preguntar, y ella dejo de reírse en el acto. Me miró a los ojos, con ambas manos en el volante. El semáforo en el que estábamos detenidos se puso en ámbar, y luego, en verde, pero ella no se movió.
               -¿Ha sido Aaron quien te ha hecho eso?-preguntó, estirando una mano en dirección a los moratones de mi mandíbula, pero yo me aparté.
               -Simplemente contéstame, por favor.
               -Lo haré cuando me digas por qué, de entre todos mis ex novios, has tenido que preguntarme justo por él.
               -Ya sabes por qué.
               Los coches de detrás empezaron a pitarnos, pero Chrissy no les hizo caso
               -Alec, no podríais ser más distintos. Puede que compartáis padres, pero ya está; no hay nada más que os una, no he conocido a dos personas tan diferentes la una de…
               -¿Incluso en la cama?-espeté, porque necesitaba saberlo. Nadie me garantizaba que Aaron me hubiera dicho la verdad, aunque el tono socarrón con el que había hablado cuando la stripper estaba sentada en su regazo, y la chulería que había teñido su voz de orgullo cuando llamó a Sabrae puta por haberle gustado lo que yo le había hecho me hacían sospechar que mi hermano jamás había sido tan honesto con nadie como lo había sido conmigo hacía dos noches.
               Chrissy se quedó a cuadros, mirándome con la boca abierta.
               -¿A qué coño ha venido eso, Alec?
               -Simplemente contéstame-gruñí por encima de los pitidos rabiosos de los coches que no podían sortearnos. Chrissy soltó una maldición, negó con la cabeza, pegó un acelerón y apartó la furgoneta en una zona de carga y descarga. Necesitaba que me lo dijera. De todas las personas del mundo que podrían decirme cómo era yo en la cama, Chrissy era la única capaz de responder a la pregunta de si me parecía en algo a mi hermano.
               -Nunca me has preguntado por Aaron en ese sentido.
               -Ya te he preguntado más veces sobre Aaron en lo que se refiere al sexo.
               -Mientras lo hacíamos-me recordó-, y porque te ponía cachondísimo que te dijera que tú follabas mejor que él.
               A mi mente volaron cientos de recuerdos de polvos sucios en su cama, en su sofá, en su baño, en su cocina, en el suelo de su apartamento. Todos bestiales, todos que me habían dejado al límite de mis fuerzas, y que me habían hecho correrme de una forma que pocas chicas habían conseguido en otras ocasiones; la única de ellas que era capaz de superar esos orgasmos era, precisamente, Sabrae.
               Me di cuenta de que en todos ellos, cada vez que yo le preguntaba a Chrissy cuál de los hermanos era mejor follando, había un componente de dominación que le daba mucho más morbo a todo. Chrissy siempre había gritado, gemido, gruñido o gimoteado que yo era mejor que Aaron, para empezar a suplicarme después que la hiciera correrse, cosa que yo siempre hacía.
               Pero, ¿cómo podía saber quién de los dos era mejor, si no había un parecido entre nosotros? Decir que la comida italiana es mejor que la mexicana no tiene sentido; son diferentes y no puedes compararlas. En cambio, decir que la pizza margarita del Imperium, al que había ido con Sabrae, era mejor que la de Jeff era completamente legítimo, además de verdad: a fin de cuentas, eran el mismo plato.
               -Pues ahora lo estoy haciendo. Así que dime, Christine, ¿Aaron y yo nos parecemos en algo?
               Chrissy me sostuvo la mirada, desafiante.
               -Los dos tenéis una polla bastante considerable-dijo por fin, y yo me reí con amargura. En una situación normal, me habría metido con ella por decir que mi polla era “bastante” considerable. ¿Qué cojones? Incluso la habría arrastrado a la parte trasera de la furgoneta y me la habría follado con esa polla “bastante” considerable mía, para ver si cambiaba el calificativo. ¿Te parece esto bastante considerable?, le habría preguntado mientras castigaba su coño con mi miembro y la hacía alcanzar un orgasmo que le quitara el sentido.
               Pero no estábamos en una situación normal. Y yo estaba con Sabrae.
               Y que estuviera pensando en follarme a Chrissy en la furgoneta ya decía más de mí de lo que ella o Aaron pudieran.
               Así que respondí con frialdad:
               -Sabes que no es a eso a lo que me refiero.
               -Pues no sé qué quieres que te diga, hijo.
               -La verdad, Chrissy. ¿Alguna vez hice algo que te recordara a mi hermano?
               -Ya te he dicho que no podrías parecerte menos a él. Tu hermano era un manipulador de cuidado. Me tuvo jodida psicológicamente durante años, Alec. ¿Crees que tú me has hecho lo mismo en algún momento? ¿Crees que sería amiga tuya si me hubieras tratado como él? ¿Que no habría dejado de ponerme de rodillas antes de que tú me lo pidieras, si hubieras sido como Aaron?
               -Entonces, ¿por qué me decías que yo era mejor que él en la cama?
               -¡Porque lo eras! Lo eres. Joder-bufó, pasándose las manos por la cara-. Mira, no es por nada, no quiero bajarte de ningún limbo ni nada por el estilo, pero tú no has inventado el sexo, ¿vale? Claro que haces cosas que me recuerdan a Aaron. ¡Y a todos mis otros ex, Alec! Porque, ¡sorpresa! ¡Follé con todos igual que también follé contigo! No has inventado ni la penetración ni el cunnilingus, Alec. Asúmelo.
               Solté un sonoro bufido y me dejé caer sobre el asiento de nuevo mientras me pasaba las manos por el pelo. Me las dejé unidas en la nuca y me quedé mirando la lluvia caer por el parabrisas.
               -Ahora-añadió Chrissy-, que si él te ha dicho algo y por eso os habéis peleado…
               -Él no me ha hecho esto. Llevo sin verle desde Navidad.
               Chrissy me miró por debajo de sus cejas.
               -¿Te crees que soy tonta? Sé cómo te afecta verlo. Reconocería la cara que pones cuando acabas de estar con él en cualquier parte. ¿Cuándo?
               -El lunes por la noche-cedí.
               -Y él te ha hecho esto, ¿verdad?-preguntó, señalándome los moratones. Me reí.
               -Puede, pero si vieras cómo le dejé yo la cara… no sé si seguirá con su nueva novia. Le recoloqué las facciones.
               -Nada que no se mereciera-sentenció Chrissy, cruzando las piernas y los brazos-. Pero bueno, a lo que iba. Sea lo que sea lo que te haya dicho, tienes que saber que es mentira. Tú no eres como él. La gente confía en ti porque te lo mereces. No nos manipulas para conseguir que hagamos lo que quieres. Te ayudamos porque te queremos, Al. Yo, tu panadera, tu hermana Mary…
               -Se llama Pauline-sonreí, negando con la cabeza-. Y no es ni panadera, ni mía.
               -E incluso Sabrae-continuó, sin hacerme caso-. Todo lo que las chicas hacemos por ti, y lo que sentimos por ti, nace de algo genuino. Despiertas en la gente cosas positivas, no como Aaron, que sólo sabe conseguir lo que quiere a base de manipular. ¿Alguna vez has estado con una chica que no quisiera estar contigo? ¿Una que te diera un “no” cuando te acercaste a ella por primera vez?
               -Sí-espeté, tozudo, porque no era mentira. Varias veces había conseguido enrollarme con chicas que en un primer momento me habían rechazado, pero uno ya va descubriendo los distintos tipos de “no” de los que hacen gala las tías. Aunque muchas ya tienen claro que no hay problema en coger directamente lo que quieren, otras aún piensan que deben hacerse las difíciles, y que las valorarás menos si acceden a hacer algo contigo de buenas a primeras, y la diferencia entre un triunfador como yo y otro que no se come una rosca está, precisamente, en saber distinguir las que no quieren nada contigo de las que no quieren que se les note.
               -Pero seguro que no has recurrido jamás a trucos sucios para llevarte a una tía a la cama, ¿verdad?-negué con la cabeza, porque puede que fuese basura, pero de momento no estaba a ese nivel. Chrissy sonrió, alzó una ceja y volvió a cruzarse de brazos-. A eso me refiero. Además, ¿qué hay de Sabrae?-preguntó, y yo me encogí de hombros. No me atrevía a contarle lo que nos había pasado, ni siquiera a desvelar que ella era la razón de que me hubiera encontrado con mi hermano y nos hubiéramos acabado peleando-. ¿La has manipulado para que te quiera? No, ¿verdad?-insistió, y yo no me atreví a mirarla, pero no por las razones que ella se pensaba. En realidad, sí que sentía que la había engañado de alguna forma, aunque fuese completamente inconsciente. Sabrae no tenía ni idea de mis movidas cuando nos enrollamos la primera vez, y yo sabía que había algo en mi interior que no estaba bien, pero hasta el fin de semana no había descubierto hasta qué punto estaba jodido-. Pues ahí tienes la respuesta que me has pedido: no te pareces a tu hermano. Nosotras confiamos en ti. Le caes bien a todos los que te conocen porque eres buena persona, y las buenas personas no pueden caerle mal a nadie. Hay bondad en ti, Al-me tomó de la mandíbula para que la mirara, y vi que sus ojos chispeaban. Qué equivocada estaba. Si supiera las cosas malas con las que disfrutaba, que deberían repugnarme pero me encantaban…-. Confiamos en ti. Por eso te dejamos hacer cosas que no les dejamos hacer a otros-me dio un beso en la mejilla y yo fruncí el ceño.
               -¿De qué hablas?
               -Pues… de innovar más. De hacer cosas más arriesgadas-se encogió de hombros-. No sé, pero cuando estábamos a rollos, sentía que podía proponerte cosas que con otros chicos no se me pasarían ni por la cabeza. Sabía que tú me tratarías bien pasara lo que pasaba, y que serías capaz de parar sin importar qué estuviéramos haciendo si es que te lo pedía.
               Fruncí el ceño.
               -¿Qué tipo de cosas, Chrissy?
               -Mm… “peligrosas”, supongo, si las tuviera que describir de alguna manera-tamborileó con los dedos sobre su labio inferior, que hizo sobresalir. Tenía la vista perdida en sus recuerdos-. O más “violentas”, por así decirlo. Cosas que ni en un millón de años me apetecería proponerle a Aaron.
               Noté que el estómago se me daba la vuelta y me subía la bilis hasta el esófago. Ardía. Parecía un dragón rabioso a punto de reducir todo un reino a cenizas tras descubrir el cadáver de la mujer que lo había recibido en el mundo nada más salir del huevo. En cierto sentido, en una forma tremendamente poética, así era: Sabrae me había hecho salir del huevo y me había descubierto un mundo luminoso y colorido, en el que las buenas emociones siempre triunfaban, hasta el punto de eclipsar a las malas. Me había descubierto el amor. Y ahora… ahora yo sabía que no era digno de ese amor.
               Porque me gustaban esas cosas que a las chicas les daba miedo probar, que sólo se atrevían a probar con alguien con quien tenían mucha confianza, porque sabían que había mucho en juego y, a veces, no se salía a ganar.
               Cosas peligrosas.
               Cosas violentas.
               Como que las cogieran del cuello.
               Me aguanté las ganas de preguntarle a Chrissy si alguna vez habíamos tenido un episodio parecido al que habíamos vivido Sabrae y yo, porque ella era más experimentada en el sexo y no se echaba tan para atrás como podía hacerlo mi chica que, a fin de cuentas, apenas era una niña.
               Joder… ahí estaba la puta diferencia de edad de la que me había hablado Bey. Había hecho bien preocupándose. Por muy madura que fuera Sabrae, había cosas que le venían grandes por el simple hecho de su juventud. Chrissy, en cambio, al ser mayor que yo, había visto más mundo y ya no se escandalizaba tanto.
               Pero, ¿qué pasaba si le preguntaba y ella me decía que sí, que la había agarrado del cuello varias veces? ¿Y si era eso precisamente a lo que se refería con “cosas peligrosas”? ¿Cómo iba a encajar que no sólo Sabrae sacaba mi peor cara, sino que tarde o temprano me terminaba saliendo con todo el mundo?
               Por eso conseguí, por una vez en mi vida, morderme la lengua. Podría vivir una vida distrayéndome con otras mujeres mientras echaba menos a Sabrae, pero no podría vivir sabiendo que no podía tocar a ninguna y volver a sentir placer con otra chica fingiendo que era la única a la que le había regalado mi cantante favorito.
               Mierda, ¿por qué había tenido que pasarnos todo eso al poco de vestirla con la música de The Weeknd? ¿Por qué se había tenido que romper tan pronto la burbuja? ¿No podíamos haber vivido en ella un poco más? Yo quería verlo todo desde las gafas doradas que era la presencia de Sabrae; bastante mierda había en el mundo como para que sólo me dejaran echar un apresurado vistazo, pero no lo suficiente como para que yo no memorizara cada detalle y lo echara de menos de por vida.
               Chrissy me puso una mano en la rodilla, sacándome de mis ensoñaciones.
               -Lo que no entiendo es cómo es que te lo encontraste.
               -¿A quién?
               -A Aaron. ¿Dónde estaba, y cómo dejaste que estuviera tanto tiempo contigo para que pudiera comerte la cabeza y os empezarais a pelear?
               -Ya sabes que Aaron no necesita mucho para comerte el coco-carraspeé, incómodo, y sorbí por la nariz-. Y en lo de pelearnos, bueno… los dos podemos pasar de cero a cien en un segundo, así que tampoco es de extrañar.
               -Es que… me parece muy raro todo-comentó, arrancando de nuevo la furgoneta e incorporándose al tráfico-. Los lunes por la noche tú sueles estar en casa. Y él…-se quedó callada, y su mirada se oscureció. Seguramente estaba pensando en las veces que Aaron se había inventado que iba de cañas con los colegas, y terminaba volviendo a casa sin blanca, con todos sus billetes en el tanga de una stripper.
               -Me surgió una cosa y tuve que acompañar a un amigo-mentí, sintiéndome aún más miserable. A Chrissy no le había hecho nada de eso jamás, y sin embargo allí estaba, cubriendo mi vergüenza con más y más mentiras.
               -Bueno-cedió-. ¿Me prometes que no dejarás que lo que él te diga te afecte?-inquirió, deteniéndose en un semáforo. Yo apoyé el codo en la helada ventanilla, la cabeza en la mano, y asentí con la cabeza sin atreverme a mirarla. Chrissy sonrió, se inclinó hacia mí y me agarró de la mandíbula-. A veces echo de menos la época en la que éramos algo más. Vuelves más rápido conmigo si me quito la ropa. Aunque supongo que ahora ya tienes a otra que se ocupe de despejarte la cabeza-me dio un besito en la punta de la nariz, se rió, y continuó con el trayecto mientras yo le devolvía torpemente la sonrisa.
               Ojalá las cosas fueran tan sencillas como antes. Casi hasta deseaba que lo de Sabrae no hubiera pasado. Así nadie podría tomarme el pelo con ella, ni yo me sentiría una mierda, porque no me habría dado cuenta del monstruo que vivía en mi interior.
               Maldita sea, estaba hecho un putísimo lío. Desde la pelea con Aaron (desde que Aaron había llamado “puta” a Sabrae, en realidad), tenía muy claro que lo nuestro tenía que acabarse. Pero, por mucho que mi cerebro estuviera ya trazando un plan para recuperar aquella soltería que tanto me había gustado una vez, mi corazón no dejaba de bombardearme con recuerdos relacionados con ella. Sabrae me había hecho feliz como no lo había sido en mi vida, y querer renunciar a eso era estúpido y cruel. Además, estaba perdiendo mi confianza en ella. Era más fuerte de lo que parecía, y podía hacerme más fuerte a mí. Podía combatir a esos demonios sola, o ayudarme a combatirlos yo para no arriesgarla a daños; ella, que era mil veces más valiosa y preciosa de lo que yo lo sería nunca.
               Me apetecía verla, pero sabía que no debía. Es curioso cómo estaba hambriento (apenas había comido esa mañana, de tantas cosas que tenía en la cabeza), y agotado, sólo quería comer y acostarme a dormir, y sin embargo, no podía dejar de pensar en ella, y sabía que lo pospondría todo con tal de verla otra vez. ¿Estaba tan mal que la deseara? ¿Realmente nos iba a hacer tanto mal seguir? ¿De verdad me estaba pasando de la raya?
               Seguía deseándola e incapaz de resistirme a ella como si la tuviera delante como se me mostró en el fin de semana: desnuda, excitada, dispuesta para mí, ansiosa de volver a estar juntos y del placer que nos dábamos mutuamente. Alguien que te hace sentir tan bien, tanto física como emocionalmente, no se merece menos. Jamás me había sucedido con otras chicas lo que me sucedía con Sabrae: sí que había perseguido a algunas con más insistencia, y me había divertido cuando se me hacían las difíciles y me negaban lo que ambos queríamos, pero eso nunca me había impedido de disfrutar del sexo con otras. Pero con Sabrae, era distinto.
               A no ser…
               Miré a Chrissy, que estaba concentrada en sortear los taxis. Pauline y ella me habían distraído cuando estaba frustrado por algo tantas veces que yo no podía contarlas, igual que tampoco podía contar las veces que me habían llamado por teléfono con un “estoy agobiada, ¿vienes y follamos?”, y yo había escuchado sus movidas con mi ropa en el suelo de sus dormitorios y los restos de nuestro placer mezclados entre sus muslos.
               En otra época, las mujeres habían sido una buena evasión de mis problemas. Quizá, después de todo, consiguiera superar a Sabrae si seguía con mi vida como si lo nuestro hubiera sido un paréntesis, en lugar del punto y aparte que había supuesto en mí. ¿Cómo es eso que dicen? Fake it till you make it, ¿no? 
               Quizá, si volvía a ser quien era antes, algún día me despertaría sin necesidad de esforzarme en ser ese cabrón chulo y prepotente que le había comido la boca a Sabrae en la pista de baile hacía tanto tiempo, cuando la testosterona y mi bragueta eran las que mandaban en lugar de mi corazón. Ella me superaría, evidentemente. Yo no podía ser el amor de su vida si no me la merecía, y seguro que había un tío ahí fuera que la estuviera esperando, o incluso buscando; algún pobre diablo que la tratara como a una princesa, que pudiera concederle todos los caprichos y que no le hiciera tener miedo en la cama como me había sucedido a mí. Yo estaba seguro de que no encontraría a otra como ella, pero el mundo no es una fábrica de conceder deseos, y si miles de millones de personas vivían conformándose con un poco menos de lo que habían deseado, yo también podía. Por lo menos había probado a una criatura tan extraordinaria como Sabrae, lo cual no estaba al alcance de muchos.
               Sentí un vacío reparador en mi pecho al pensar en que había afortunado de disfrutar un poco de Sabrae. Un vacío que me dijo que había luz al final del túnel; tenue, titilante, apagada en comparación con la que había dejado atrás, pero conseguiría seguir con mi vida. Ahora sólo tenía que ocurrírseme la forma de hacer que Sabrae entendiera que lo nuestro no podía ser, no por falta de sentimientos ni de deseo (nada me gustaría más que despertarme a su lado el resto de mi vida, y las veces que le había dicho que sólo la imaginaba a ella trayendo al mundo a mis hijos estaba siendo sincero; supongo que por eso estaba triste, porque estaba renunciando, también, a una parte de mi futuro que sólo ella había hecho que deseara), sino por pura incompatibilidad.
               Debería haberme preocupado esa falsa e insípida tranquilidad, pero tenía cosas más importantes de las que ocuparme que el hecho de estar dejando de sentir. Ya había echado de menos con anterioridad en mi vida, y aunque sabía que al principio era una mierda separarse de alguien que te importaba, a la larga llega un momento en que, simplemente, la añoranza desaparece. Yo sólo tenía que aguantar. Aguantar y pensar una forma de terminar bien con Sabrae, pero de manera definitiva, de manera que si yo me volvía débil y la echaba demasiado de menos, hasta el punto de suplicarle volver, ella se negara en redondo. La fuerte de la relación era ella, yo sólo tenía que devanarme los sesos pensando una manera de sacar esa fuerza de su interior.
               Cuando nos bajamos de la furgoneta, ya con el reparto hecho y el cielo convertido en un manto negro en el que de vez en cuando estallaba un relámpago, le sonreí a Chrissy y la estreché entre mis brazos. Le di un beso en la mejilla mientras ella me rodeaba con los suyos,  disfrutando de mi calor corporal.
               -Gracias por esa charla, Chris-ronroneé en su oído, y ella suspiró, inhalando el aroma que desprendía mi cuello.
               -Ya sé que tienes toda una red de seguridad a tu alrededor, como te mereces, pero acuérdate de que aquí me tienes para lo que haga falta, ¿vale?-me acarició el cuello y yo asentí con la cabeza. Lo tenía más en cuenta de lo que ella pensaba. Tras darle un beso en la mejilla, cogí mi chaqueta, me puse los auriculares, y me subí a mi moto, que ronroneó cuando la arranqué. Me debatí durante el trayecto a casa entre la idea de hablar con Pauline para que ella me diera también su punto de vista, puesto que también conocía a Aaron (aunque no tan a fondo como Chrissy, gracias a Dios), y la música terapéutica de The Weeknd. No debería haber activado la reproducción en su lista por el peligro de los recuerdos, pero la posibilidad de tranquilizarme con sus canciones merecía el riesgo de empalmarme mientras me caía la lluvia encima por los recuerdos de Sabrae.
               Para cuando llegué a casa, estaba empapado de pies a cabeza, pero resuelto como nunca. Había tenido la suerte de que no me tocara ninguna canción que pudiera relacionar con mi (todavía) chica, así que ningún recuerdo había empañado mi paseo nocturno. Y había tomado una decisión: hablaría con Pauline, aunque sólo fuera por reafirmarme en mi postura. La llamaría por teléfono después de ducharme, mi francesa me expondría sus ideas, y luego, como de costumbre, yo haría lo que me saliera de los cojones.
               Mamá me dedicó una sonrisa radiante cuando me acerqué a darle un beso, y sus labios se movieron en palabras silenciosas que quedaron ahogadas por los ecos finales de Starboy.
               -¿Qué?
               -Has tardado-ronroneó-. Tenía ganas de que llegaras.
               -Pues ya estoy aquí, mami-ronroneé-, y soy todo tuyo.
               Trufas se frotó contra mí con precaución a modo de saludo, y mientras subía las escaleras, me recorrió un escalofrío. Empezó a sonar Often.
               La primera canción que habíamos bailado de The Weeknd. La canción que nos había confirmado, a mí y a Jordan, que Sabrae me importaba más que ninguna otra.
               La primera canción con la que había besado a Sabrae.
               Si eso era una señal de que estaba tomando el camino erróneo, jamás lo sabría.
               Porque, en cuanto abrí la puerta de mi habitación, con la canción terminando los jadeos del principio, antes del primer verso de Abel, me encontré frente a frente con la última persona a la que esperaba ver en mi habitación: la misma, curiosamente, que la había hecho suya durante el fin de semana.


El estómago me dio un triple salto mortal hacia atrás cuando escuché sus pasos subir las escaleras. Reconocería su manera de andar en cualquier parte, incluso cuando no caminaba como solía hacerlo: seguro de sí mismo, confiado, disfrutando del paseo porque sabía que lo que le esperaba al final merecía la pena la espera. Esta vez, arrastraba un poco los pies, seguramente por el cansancio acumulado. Si había estado viendo partidos por la noche, había ido a clase y luego había tenido que ir a trabajar con el día horrible que estaba haciendo, seguramente estaría hecho polvo.
               Bueno, pues allí estaba yo para conseguir que se relajara. Le pediría que se quitara la ropa, lo tumbaría en la cama y le daría un masaje con el que sus músculos pudieran descansar. Quizá, si teníamos suerte, hasta terminábamos el masaje en un final feliz. Intenté no pensar mucho en la posibilidad de sentirlo de nuevo dentro de mí, pero fracasé estrepitosamente en el intento, tanto porque era una de las principales razones por las que había decidido ir a su casa, como porque estaba sobre su cama y no había mucho que hacer.
               Sentí un suave tirón en mi entrepierna cuando lo vi aparecer por la puerta abierta, mirando la pantalla de su móvil, con los auriculares introduciéndose en su pelo empapado y goteante, y sus facciones resaltadas por el agua que le había caído encima. Me estremecí de pies a cabeza, imaginándomelo levantando la mirada, deteniéndose en seco, dedicándome esa sonrisa torcida suya y cerrando la puerta con el talón.
               -Los sueños se cumplen-ronronearía antes de abalanzarse sobre mí.
               Sin embargo, no hizo eso, para mi decepción. Cuando levantó la mirada y se dio cuenta de que estaba allí, en su casa, en su habitación, abrió tanto los ojos que pareció el protagonista de una película de terror que se encuentra con un fantasma.
               -Eh…-musitó, estupefacto. Miró hacia atrás por encima del hombro, como asegurándose de que no había ninguna cámara grabando sus reacciones, y volvió de nuevo la vista a mí. El agua le chorreaba por pelo y el cuello, deslizándose por su pecho de una forma en la que a mí me gustaría deslizar los dedos… o la lengua.
               -Hola, cariño-ronroneé, levantándome de la cama y caminando hacia él. Puede que pudiéramos jugar un poco, después de todo. ¿Qué mal podía hacernos? Las chicas me habían dicho que le sorprendiera, y nunca habíamos seguido ningún rol en la cama más que el de ser nosotros mismos y disfrutar al máximo.
               Me imaginé que le pondría muchísimo fingir que éramos una pareja de recién casados y yo era una aplicada ama de casa que esperaba pacientemente a que su marido regresara de un duro día de trabajo, que le compensaría con una buena sesión de atenciones femeninas, entre las que venía incluido, por supuesto, el sexo.
               -¿Qué tal el trabajo?      
               Le desabroché los botones del polo semitransparente por el agua y metí las manos por dentro de su chaqueta. Aprovechando para acariciarle los hombros, se la quité.
               -Eh… bien. ¿Qué haces aquí?-preguntó, quitándose un auricular y deteniendo la reproducción. Me fijé en que estaba escuchando Often, lo cual me sacó una sonrisa cargada de recuerdos: sus manos en mis caderas, en el contorno de mis senos, su boca en mi cuello y más tarde en mis labios, mientras aquella canción tan sensual inundaba el ambiente. Ahora, incluso, tenía más importancia para nosotros, ya que sabía que Alec se reservaba las canciones de The Weeknd para sí mismos.
               -Me apetecía verte-respondí, besándole el pecho y descubriendo que su piel tenía un nuevo regusto frío que no terminaba de disgustarme-. Y supuse que con este día de mierda, no te apetecería hacer otra cosa que estar metidito en la cama, cómodo y calentito, así que he decidido apuntarme a un plan de sofá, peli y manta, pero mejor-me volví y le mostré con orgullo la bolsa del Burger King que había traído de mi casa, después de convencer a mis padres para pedir a domicilio para la merienda y haber robado unas cuantas cajitas de chilli cheese bites antes de que se dieran cuenta de cuál era mi verdadero plan. Con los auriculares puestos, me había pasado por el súper del barrio para comprar ingredientes para hamburguesas caseras, y después de preguntarle a Annie si su hijo ya había llegado a casa, me dediqué a prepararle un menú de los que más le gustaban. Sé que me había dado trabajo a mí misma por puro vicio, pero me apetecía cocinar para Alec. Además, freír una hamburguesa tampoco es la tarea más complicada del universo-. ¿Tienes hambre? He hecho hamburguesas, con sus patatas incluidas. Un poco caramelizadas, como a ti te gustan-ronroneé, acariciándole el cuello, y Alec asintió con la cabeza, los ojos fijos en las bolsas.
               -Lo cierto es que-hizo una pausa dramática- me muero de hambre. Pero me tengo que duchar antes de meterme en la cama. No quiero empaparla. ¿Llevas mucho aquí?-preguntó de forma casual, quitándose el polo por la cabeza y dejándome ver sus músculos bien definidos.
               -Llegué justo antes de que empezara a granizar-Alec hizo una mueca.
               -Eso es mucho tiempo.
               -He estado entretenida. Lo he hecho todo, salvo los chilli cheese bites, claro-sonreí, apartándome un mechón de pelo tras la oreja. Alec alzó una ceja, se inclinó hacia la bolsa el Burger y empezó a revolver en ella. Extrajo el paquetito de papel en el que estaban los bites, inhaló su aroma prometedor, sonrió, y se lanzó uno a la boca-. Y luego, me he venido a tu habitación. Te he cogido el ordenador para estar entretenida; espero que no te importe.
               Alec sonrió y echó a andar hacia mí, con el torso descubierto, los músculos empapados,  y la bolsa de bites en la mano, masticando otro que se llevó a la boca de forma sugerente.
               -Claro que no me importa, bombón-ronroneó, pasándome dos dedos por el cuello-. Qué más quisiera yo que haber llegado de trabajar y pillarte entreteniéndote con mi ordenador en mi cama-me guiñó un ojo y yo bufé.
               -Ya sabes lo que opino del porno, Alec.
               -Y ya sabes que yo soy muy de soñar despierto-se metió otra bolita de queso en la boca y clavó sus ojos en los míos, haciendo que sintiera que perdía la gravedad bajo mis pies-. Me voy a la ducha-anunció-. ¿Te importa esperarme un poco más?
               -¿Es que no vas a ofrecerme que te acompañe?
               Esbozó esa sonrisa chulesca suya que tan loca me volvía, lo cual confirmó mis sueños: todo lo que me había parecido raro con él no eran más que imaginaciones mías. Estaba cansado, y yo estaba presionándole demasiado para que me hiciera un hueco en un tiempo libre que era escasísimo y del que se merecía disfrutar como él quisiera.
               -¿Por qué me da la impresión de que no vas a necesitar que te invite?
               Esta vez, la que sonreí fui yo. Me puse de puntillas para darle un beso en la mandíbula y le acaricié el brazo, dibujando ríos de gotas de lluvia con la yema de mis dedos.
               -Porque me conoces bien.
               Me contoneé delante de él en dirección al baño, asegurándome de que así se nos olvidaba que estaba cansado y la distancia que yo había creído que había entre nosotros. Cuando por fin entramos y cerramos la puerta, nos miramos desde una distancia prudente de unos dos metros desde la que pudimos disfrutar del cuerpo del otro. Alec había cogido ropa seca con la que cambiarse; yo, por el contrario, vestiría la misma que ahora llevaba puesta, salvo que a él le apeteciera prestarme de nuevo una de sus valiosas prendas. Me quité el jersey de color mostaza que llevaba puesto y de un puntapié me libré de mis botas, mientras Alec me estudiaba con una mirada oscura, cargada de intención. Me pregunté si en el baño habría condones, o si, por el contrario, tendríamos que aliviarnos de alguna manera antes de volver a su habitación.
               Enseguida mis preguntas encontraron su respuesta, puesto que cuando nos metimos debajo del chorro de agua caliente, los dos completamente desnudos, yo con un moño apresurado y él con el pelo cayéndole sobre los ojos, me encajonó en una esquina y me miró con una intensidad preñada de deseo. Tenía sus manos a ambos lados de mi cara, convirtiéndose en una especie de guardaespaldas del mundo del que yo no quería librarme jamás.
                -Vas a tener que conformarte con mi sabor, nena.
               Vale. Así que no íbamos a follar a la vieja usanza, aunque el sitio no fuera precisamente tradicional. Quizá así fuera mejor: quería probarlo cuando estuviera a plena capacidad, cuando no estuviera cansado y pudiera satisfacerme. Asentí con la cabeza y me relamí, anticipando sus gemidos cuando empezara a bajar por su anatomía y me metiera su miembro en la boca.
               -¿Y qué hay de ti?-pregunté, acariciándole los hombros. Sonrió.
               -“Tu sabor” y “conformarse” son palabras incompatibles, nena.
               Se inclinó hacia mí y empezó a besarme, con urgencia, con desesperación, y creí probar el sabor de una disculpa en aquellos labios. En cierto sentido, me daba la sensación de que él se había dado cuenta también del cambio que había sufrido, y estaba intentando remediarlo a base de invadir mi boca hasta convertirnos en una sola persona. Alec me agarró de las caderas y tiró de mí hacia él de forma posesiva, haciendo que el chorro de agua cayera entre nosotros, empapándonos a ambos y propiciando una curiosa sensación en mis muslos, que no sólo estaban disfrutando del agua lamiendo los pliegues de mi sexo, sino que sentían la presión de la punta de su miembro contra esos mismos pliegues. Empecé a frotarme inconscientemente contra él, y Alec gruñó, gozando de aquella tortura que podía terminar muy mal para ambos si yo le pedía que me penetrara y él no se resistía, e hizo descender a su boca por mi cuello. Descubrió mis pechos con sus labios y capturó mis pezones con sus dientes, jugando con el piercing que tan bien había hecho en hacerme de una forma que hizo que me humedeciera hasta el punto de poder competir con la ducha.
               Estiré la mano en dirección a su polla, grande y dura, ansiosa de mis atenciones, y Alec gruñó cuando cerré los dedos en torno a ella y empecé a frotarla lentamente, deleitándome en cada centímetro de su piel. Su lengua se alejó de mis pechos para subir de nuevo por mis clavículas, mi cuello y mi boca, y sus manos también ascendieron: ya no me tenía sujeta por las caderas, sino que estaba ocupado amasando mis tetas como si le pertenecieran.
               -Joder-gruñó, y yo me estremecí de pies a cabeza. Si empezaba ya con las palabrotas, creo que terminaría teniendo que tomar la píldora del día después al día siguiente. No me conformaría con cualquier cosa-. Cómo voy a echar de menos esto-ronroneó, jugueteando con mis pechos entre los dedos, retorciendo sus pezones y haciéndome gemir. Me recorrió un latigazo de placer que hizo que mi sexo palpitara, suplicando un poco más de atención. La verdad era que, de lejos, era la parte de mi cuerpo que menos estaba cuidando, pero eso se iba a acabar.
               Acerqué la punta de su miembro a mi pubis y presioné levemente mi clítoris con ella. Dejé escapar un gemido.
               -Aún estoy aquí-susurré, y Alec se puso tenso. Una de sus manos descendió por mi espalda hasta mis lumbares, mientras la otra se colocaba en su entrepierna. Cerré los ojos y arqueé la espalda, frotando mis pechos contra sus pectorales. Por favor. Sólo quiero tenerte dentro. El agua no estaba ayudando a que yo mantuviera la cordura, pero, ¿qué más daba? No iba a pasar nada. Sólo quería disfrutar de mi chico, tenerlo en mi interior, que él me llenara y me completara hasta un punto en que jamás nadie me había completado antes.
                Sus dedos se cerraron en torno a los míos sobre su entrepierna, y, lejos de alejarse para seguir dándole placer mutuamente, él se ocupó de dirigir el masaje lento que su polla hacía en mis labios. Empecé a gemir y a boquear, en busca de aire: no habíamos hecho nunca algo semejante durante tanto tiempo, y descubrí que lo único mejor que mis dedos para masturbarme era la propia polla de Alec. Como era mayor que estos, activaba más nervios y me proporcionaba más placer. Le mordí el pecho y clavé las uñas en su espalda, negándome a que se fuera.
               -Quiero que me la metas.
               -Y yo quiero metértela-respondió, pero no lo hizo-. Joder, Sabrae, me vuelves loco.
               Dicho lo cual, la mano que había estado sobre mi espalda descendió un poco más, se abrió paso entre mis nalgas, y llegó a la abertura de mi sexo. Alec introdujo dos dedos en mi interior, y empezó a moverlos en círculos mientras yo me detenía en seco, ponía el culo en pompa y seguía los movimientos que él me iba indicando dentro de mi sexo. Gruñó, apretó la mandíbula, y sentí que un calor viscoso se derramaba sobre mi monte de Venus. Abrí los ojos y miré hacia abajo en el momento justo en que su semen se deslizaba por mi pierna, llegaba a mi tobillo, tocaba el suelo y desaparecía por el desagüe, arrastrado por el agua. Contuve las ganas de ponerme de rodillas y meterme su miembro en la boca para probar ese regusto salado que mi cuerpo provocaba en él.
               -No te muevas-me pidió, estirándose para coger el teléfono de la ducha. Lo extrajo de su soporte y lo orientó hacia mi entrepierna, poniendo mucho cuidado en no alejarse de mí. Me di cuenta de que sus dedos seguían dentro de mí, pero ahora estaban quietos. Tras aclarar la zona, alcanzó una esponja del pequeño soporte con rejillas masajeó de nuevo mi sexo con ella, asegurándose de hacerlo con mimo para no hacerme daño en esa zona especialmente sensibilizada.
               Miré su expresión de concentración mientras se ocupaba de que no hubiera peligro de que un poco de su semen entrara en mi vagina y así quedarme embarazada, y un sentimiento de amor tan intenso como la llama de un volcán me sobrepasó. Me dieron ganas de echarme a llorar. Alec me quería y me cuidaba como nadie lo había hecho nunca, y yo se lo pagaba dudando de él.
               Le acaricié la mejilla y él levantó la vista.
               -Te quiero-se me declaró, y se me hizo un nudo en la garganta-. No lo olvides nunca. Mi corazón te pertenece, ahora y siempre.
               Se pegó de nuevo a mí de forma que nuestros cuerpos estuvieran rozándose, y con un brazo en torno a mi espalda, me besó la frente y me preguntó si quería que bajara para que yo alcanzara el orgasmo. Negué con la cabeza.
               -Quiero besarte mientras me corro.
               Sonrió, asintió con la cabeza y empezó a besarme lento y profundo, asegurándose de que cada rincón de mi boca estuviera atendido. Repartió besitos por mi cara y, cuando sintió que yo estaba cerca, volvió a mis labios. Sonrió al notar que me rompía para él, y le dio un beso a mi boca entreabierta, conteniendo los gemidos.
               Respiré agradecida al pensar en lo sorprendido que había parecido cuando me encontró en su habitación. Son imaginaciones tuyas, Sabrae. Estabais bien. Siempre habéis estado bien. Si no, ¿por qué iba él a preocuparse así por ti? Sostuvo mi rostro entre sus manos durante un instante, estudiando mis facciones como si fuera la obra de arte más hermosa jamás realizada. Me pasó el pulgar por los labios, me miró a los ojos, lanzó un tremendo suspiro y cerró los ojos. El silencio del baño nos envolvió mientras nos quedábamos allí plantados, con nuestros cuerpos emitiendo humo como si fueran géiseres. Me sentía a gusto allí con él, desnuda y vulnerable pero hermosa y protegida. Estaba un poco molesta conmigo misma por  haber tirado piedras contra mi propio tejado, pues estaba claro que, para Alec, todo iba genial entre nosotros.
               Sin embargo, yo no podía dejar de notar cambios sutilísimos en él que no me permitían salir de mi estado de alerta. Lo de la ducha fue un efímero oasis del que pronto tuvimos que irnos para volver a enfrentarnos a las áridas arenas del desierto. Seguramente se terminaría cansando de mí por lo mucho que le daba vueltas a la cabeza, pero a veces tenía pequeños gestos que me hacían pensar cosas horribles, que se podían incluir básicamente en dos grupos: que se arrepentía de lo que habíamos compartido durante el fin de semana, o que actuaba como si éste no hubiera pasado.
               La primera de ellas sucedió mientras nos secábamos. En lugar de charlar como lo habíamos hecho la otra vez, lo hicimos en silencio, concentrados en nuestros cuerpos sin apenas mirar al otro. O, por lo menos, Alec no me miraba a mí, porque yo varias veces dejé que mis ojos se escaparan hacia él, con la esperanza de pillarlo mirándome, pero ése no fue el caso.
               Quizá sean paranoias mías, pero me parecía preocupante que mi chico no intentara aprovechar para echar un último vistazo de mi cuerpo desnudo otra vez. Siempre había sentido que en cuestión de deseo y sentimientos estábamos equilibrados, incluso con mi forma tan rabiosa de amar. Las únicas veces que no había sido así, estábamos pasando por un bache, e incluso entonces había una fuerza tirando del uno hacia el otro contra la que teníamos que luchar para resistirnos. Ahora, por el contrario, no sentía esa fuerza llamando a Alec hacia mí, y empecé a preguntarme si él se alegraba de que yo hubiera ido a su casa, o si habría preferido estar solo, por mucho que hubiéramos tenido sexo.
               Aunque también es verdad que no había mucha diferencia entre lo que yo le había hecho y lo que él podría hacer en soledad, así que realmente mi presencia no cambiaba mucho. Precisamente por eso me molestaba la indiferencia de Alec. No me estaba prestando más atención que si fuera Trufas el que estuviera en el baño con él, agitándose para secarse el pelaje. No es que sienta afición por estropearlas cosas, de veras que no, pero no podía dejar de fijarme en que notaba algo en él cambiado. No parecía del todo el chico con el que había estado el fin de semana, ni tampoco el que había sido antes, y desde luego no era como me lo esperaba después. Creía que el estar juntos llevaría a más necesidad, como si fuéramos drogas o azúcar y cuanto más tomáramos más necesitábamos, pero estaba equivocada. Puede que las cosas se estuvieran desequilibrando y yo estuviera sucumbiendo a la maldición de mi familia. Era como si Alec hubiera atravesado una puerta de la que yo no era capaz de encontrar el pomo.
               Quería hablarlo con él. Quería que me hiciera sentir como si eso fueran tonterías, que diera un paso al frente y de repente me quitara la toalla, o simplemente me diera un beso en la frente y me dijera que se alegraba muchísimo de que yo estuviera allí. Sé que debería bastarme con lo que me había dicho mientras me hacía llegar al orgasmo, pero algo en mi interior me decía que a mi alrededor estaban pasando cosas que yo no era capaz de ver.
               Por supuesto, él no hizo nada de eso. Y yo sentía que si le decía algo, estaba siendo demasiado posesiva.
               La segunda cosa que me puso la mosca detrás de la oreja fue que me sostuvo la puerta del baño para que pasara, como el caballero que le habían criado para que fuera, pero en ningún momento hizo amago de acompañarme en el sentido más estricto de la palabra. No me rodeó la cintura con el brazo, no me cogió de la mano. Simplemente se limitó a ponerse a mi lado, como si sólo fuéramos amigos y me estuviera haciendo el favor de acompañarme en una aburrida tarde de compras.
               Y la tercera, la vencida, fue su pregunta cuando entramos en su habitación.
               -¿Qué quieres hacer?
               Te prometo que yo no suelo ser así. No le doy cien mil vueltas a todo en busca de algo por lo que preocuparme o de lo que quejarme. Ni con Alec, ni con nadie. Pero es que la sensación de que algo pasaba y yo no me estaba enterando no hacía más que aumentar. Se volvía imperiosa y me hacía sentir estúpida. Había dicho algo en el baño que yo no era capaz de señalar aún, pero que había levantado la liebre y hacía que ahora analizara todos sus movimientos con lupa. Y mi lupa era minuciosa: me hizo darme  cuenta de que no me preguntaba qué quería que hiciéramos, o qué me apetecía que hiciéramos, haciendo un guiño a nuestro “te quiero” particular. No; en su lugar, que quería hacer. Impersonal. Neutro. Lejano. Indiferente.
               Casi como si yo estuviera a punto de imponerle algo.
               Por toda respuesta, me encogí de hombros. Fuera lo que fuera lo que él escogiera, me serviría. Yo, lo único que quería, era estar con él. Me daba lo mismo que lo hiciéramos (aunque, bueno, la verdad era que lo prefería) a que simplemente nos pusiéramos a jugar a las cartas. ¿Me estaba obcecando demasiado intentando que nuestro fin de semana se repitiera en un formato acelerado de un par de horas?
               Alec se me quedó mirando, miró la bolsa con la comida, y, de nuevo, a mí. Se rascó la nuca.
               -¿Te has preparado algo para ti también, o es todo para que me lo coma yo?
               -Hay cosas que pueden ser para compartir-contesté. No iba a decirle que la segunda hamburguesa, más pequeña y más simple, era para mí de buenas a primeras. Alec asintió con la cabeza, sujetándose la nuca y suspiró.
               -La verdad es que tengo un poco de sueño…-murmuró, pensativo, con la vista perdida en un punto del techo justo encima de mí.
               -¿Quieres que me vaya?-me ofrecí, sintiendo que las palabras ardían en mi boca y dejaban en ella un regusto a veneno. Me dio miedo el momento en que me mirara, y cuando lo hizo, supe que lo temía con razón. Alec ni siquiera estaba sorprendido. Ni siquiera frunció el ceño. Le daba igual la respuesta a la pregunta que estaba a punto de hacerme a continuación.
               Porque, sí, me hizo una pregunta. Y eso me rompió el corazón, porque significaba que, definitivamente, algo no iba bien.
               En lugar de:
               -¡Pues claro que no!
               Fue un:
               -¿Tú quieres irte?
               Me quedé allí plantada, de pie, sintiéndome de repente pequeña, estúpida, posesiva y dependiente.
               Muy dependiente.
               -Yo he preguntado primero.
               Alec sonrió, pillado. Se relamió los labios y me indicó la cama con un gesto para que me echara en ella.
               -No quiero que te hayas esforzado tanto en balde.
               Me dolió que considerara que había tenido un detalle con él sólo porque quería sacar algo a cambio. Me apetecía mimarlo, eso era todo. Si me hubiera recibido con alegría pero me hubiera dicho que iba a echarse una siesta antes de nada, y que cenaría las hamburguesas, y me despidiera para que yo no estuviera esperando hasta que se despertara con un beso y un “me apeteces”, me habría sentido más unida a él y más feliz de lo que me sentí sentándome en un borde de la cama, del lado en el que había dormido hacía unos días que me parecían siglos, y metiendo la mano dentro de la bolsa de plástico. Le pregunté qué haríamos, y me respondió que no lo sabía. ¿Ver una película, quizás? ¿Cuál? La que yo quisiera. A mí no se me ocurría ninguna. A él, tampoco. Entramos en Amazon. Bajamos por el catálogo. Vi Cincuenta sombras más oscuras en la sección de “estrenos”, y le dije que podíamos seguir con esa, para  ir viendo la saga entera juntos.
               -Vale-respondió, encogiéndose de hombros. En ningún momento bromeó con el alto contenido sexual de la película, o el papel que había tenido la primera durante uno de nuestros polvos. Literalmente, lo había provocado. Nos habíamos enrollado en su sofá por haber estado viendo Cincuenta sombras de Grey, y ahora yo le sugería ver la segunda y él ni se inmutaba. Seguro que si le hubiera propuesto ver una película de Doraemon habría reaccionado con más entusiasmo. Se habría metido conmigo. O no. Lo cierto es que estaba muy raro, y yo no sabía qué esperar de él.
               Pusimos la película y nos sentamos en la cama con las espaldas apoyadas en el cabecero y las piernas extendidas, la bolsa con las hamburguesas y las patatas entre los dos. Era el único punto de contacto.
               Alec gruñó cuando le dio un mordisco a la hamburguesa y toda la salsa empezó a desbordar por ambos lados. Empezó a chuparse los dedos mientras yo rebuscaba en mi bolso y le tendía un pañuelo de papel. El Alec de siempre habría bromeado con la posibilidad de que yo le limpiara los dedos con mi boca. El de ahora, sin embargo, aceptó el pañuelo con un escueto “gracias”.
               -Te ha quedado de fábula.
               -Gracias. Le he puesto salsa barbacoa de la de los nuggets. Es mi truco especial.
               -Qué fina.
               Terminamos las hamburguesas y nos comimos las patatas. Nuestras manos chocaron en el interior de la bolsa, y los dos insistimos en que el otro cogiera la última.
               -¿La mitad para cada uno?-sugerí, esperanzada. Quizá se le encendiera la bombilla y nos hiciera recrear la escena de La dama y el vagabundo. Alec asintió con la cabeza, extendió los dedos para coger la patata, y…
               En lugar de ponérsela en la boca y acercarse a mí para que yo me comiera la mitad que me correspondía directamente de sus labios, la partió con los dedos y me tendió mi parte. La cogí, dubitativa, y me la quedé mirando.
               -¿Prefieres este pedazo?-me ofreció, enseñándome lo que le había tocado para demostrarme que me había dado la mitad mayor-. A mí no me importa comerme el que tú no quieras, ¿eh? Me da absolutamente igual.
               Me he dado cuenta, pensé, negando con la cabeza y llevándomelo a la boca. Lo mastiqué de forma mecánica, notando el interior de la patata arenoso, repugnante. Tuve que hacer un esfuerzo por tragar, así que rechacé el último chilli cheese bite que Alec me ofreció con caballerosidad.
               -¿Seguro?-asentí despacio con la cabeza, y él me estudió un par de segundos, decidiendo si era mejor comérselo y callar, o insistir en que yo me lo tomara, siguiendo la educación que le habían dado sus padres. Triunfó lo segundo-. ¿La mitad para cada uno, como la patata?
               -Para ti todo.
               Pero Alec no me hizo caso. Le dio un mordisco y me pasó el trocito humeante y chorreante de queso, en una muestra de afecto que para mí no fue suficiente.
               -Vamos, Saab-insistió, y yo lo cogí con desgana, me lo llevé a la boca y lo rumié como pude, aguantándome las ganas de escupirlo mezcladas con unas absurdas ganas de llorar. No me gustaba sentirlo tan lejos. No me gustaba estar en la cama con él, viendo una peli, y que tuviéramos menos conexión de la que tenía con mis hermanos. Le estaba atosigando, estaba claro.
               Noté que una gotita de queso se deslizaba por mi boca hasta mi mandíbula, y en lugar de tenderme un pañuelo, Alec la recogió con su dedo índice y se la llevó a los labios. Me lo quedé mirando.
               -Esa gotita me pertenecía.
               -¿Ah, sí? Pues te la he quitado. ¿Qué piensas hacer para recuperarla?-preguntó, alzando la barbilla con altivez. Me mordí el labio y me incliné hacia los suyos, sabiendo que me lo estaba jugando todo a una carta, y que como esa carta fuera peor que la suya, Alec me destrozaría y yo no podría evitar echarme a llorar.
               Tuve suerte, porque entreabrió los labios y se acercó a mi boca para presionarla con la suya. Exhalé un suspiro de alivio que me supo a gloria mientras me entregaba a su dulce beso, y cuando Alec me rodeó la cintura con sus manos, me dije que tenía que tranquilizarme, que estaba nerviosa como si fuera boba. No tenía nada de lo que preocuparme con él; me había prometido ser sincero conmigo, así que todo lo que yo veía distinto no eran más que minucias a las que yo les daba demasiada importancia.
               Puse una mano en su hombro y fui descendiendo por su pecho. Acaricié sus abdominales, decidida a olvidar todos aquellos atropellos que él ni siquiera sabía que me había hecho, y me animé cuando alcancé el borde de sus pantalones. Pero no me dejó ir más allá. Me agarró de la muñeca, como si no pudiera permitirme seguir, y abrimos los ojos; yo, sobresaltada; él, determinado.
               -¿Qué pasa?
               -No… podemos.
               -¿Por qué?-miré la puerta. Estaba cerrada. Annie sabía que estaba en casa, así que nadie nos molestaría. ¿Qué le impedía…?
               -Tengo que hacer la digestión.
               Parpadeé, anonadada. Miré mi mano, muy cerca de su entrepierna, y la retiré de allí como si quemara.
               -Yo… perdona.
               -No hay nada que perdonar.
               Ni siquiera sabía qué decirle. Alec me estudió un segundo, se inclinó para darme un beso en la mejilla, me dijo que la hamburguesa estaba deliciosa, y se hundió en la cama hasta tener la cabeza apoyada en la almohada, los pies cruzados y las piernas bien estiradas.
               Yo me hice un ovillo, abrazándome las piernas y apoyando la mandíbula en las rodillas unidas. Clavé mis ojos en la película, sin verla realmente.
               -¿Hoy entrenas?-pregunté, porque no soportaba el silencio sepulcral que se había implantado entre nosotros. Y menos soportaba aún el no ser capaz de soportarlo.
               Alec sorbió por la nariz, levantó la vista hacia la claraboya, y negó con la cabeza.
               -Con este día, el menda no sale más de casa-sentenció-. Además, Tommy y Scott no están. Se han suspendido los entrenamientos de la semana.
               Fruncí el ceño. Me refería al boxeo, no al baloncesto. Después de que los Tommy y Scott se hubieran hecho amigos de nuevo, se habían reanudado las sesiones de entrenamiento en el gimnasio al que también íbamos Taïssa y yo. Sin embargo, desde entonces, Alec había respetado su antigua tradición de darle un poco al saco, y en varias ocasiones habíamos logrado coincidir, para felicidad mía y de Taïssa, a la que le encantaba mirar a mi chico casi tanto como a mí. A pesar del malentendido, decidí no corregirlo; a fin de cuentas, me había confirmado que no tenía pensado hacer nada, ni de boxeo ni de baloncesto, con lo que mi tiempo en su casa duraría hasta que él lo decidiera, o yo consiguiera aguantar.
               -Ya. Zoe-consentí, mirándome los pies.
               -Mm-asintió Alec. Zoe era la mejor amiga de Diana, que venía esa misma tarde a pasar unos días en casa de Tommy. Se suponía que Scott iba a dormir también con los Tomlinson, así que mi casa estaría un poco más vacía esa noche. Mi hermano también había ido con su amigo y su novia a recoger a Zoe en el aeropuerto, y luego se suponía que la llevarían a hacer turismo. A esas horas, probablemente estuvieran dejando las maletas de Zoe en el ático de Tommy, que hacía las veces de habitación de Diana.
               -Le ha tocado mal tiempo-comenté-. Pobrecita. Ni los turistas tienen suerte.
               -Detesto cuando llueve teniendo visitas de fuera-bufó-. Es en plan… ¡basta de topicazos! Hay sitios de España en los que llueve más que en Londres, ¿lo sabías? Tommy me lo dijo.
               -Pero aquí también llueve. Además, seguro que a Zoe no le importa. Diana me dijo que le hacía mucha ilusión venir y tener “la experiencia inglesa completa”, signifique eso lo que signifique-me tiré de un pelo del calcetín mientras Alec me miraba-. Además, si tiene suerte y nieva, las fotos de Instagram le quedarán preciosas. Tiene un perfil muy cuidado, ¿sabías?
               -No la sigo-contestó, encogiéndose de hombros.
               -Ah, yo sí. Diana quiere que pasemos una tarde de chicas ellas dos, Eleanor, Mimi, y yo. También ha dicho que puedo llevarme a Momo, si quiero. Seguramente lo haga. Momo es muy extrovertida y le encanta conocer gente nueva. El caso es que, cuando me dijo lo de la tarde de chicas, nos pidió que la siguiéramos para que Zoe estuviera más familiarizada con nosotras. ¿Quieres que te la enseñe?-ofrecí, y Alec asintió con la cabeza. Cogí mi móvil, entré en Instagram, y abrí el perfil de Zoe. Toqué la última foto que había subido, arrebujada en un abrigo de pelo que medía el doble que ella, y presumiendo tanto de cara como de un escote plagado de pecas. Giré el móvil para mostrarle la pantalla a Alec.
               Y Alec se incorporó.
               Y cogió el móvil.
               Hizo zoom en la imagen y estudió la cara de la chica, sin detenerse ahí. Como buen tío que era, se le quedó mirando el canalillo un par de segundos.
               -¿Tienes más fotos?-preguntó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Sírvete-respondí, volviendo la vista a la película, sin prestarle ya la más mínima atención. Estaba demasiado ocupada mirando por el rabillo del ojo como Alec se deslizaba por las fotos de Zoe y entraba a ver todas aquellas en las que estuviera presumiendo de escote, de piernas, o de las dos cosas. Lo cual no dejaba muchas fotos fuera de la categoría, he de decir.
               El colmo fue ya cuando llegó a la parte de las fotos del verano, época en que Zoe había bombardeado sus redes sociales de fotos en bikini, tumbada tomando el sol o subida a unos hinchables con forma de flamenco, cisne, unicornio o pizza, casi siempre acompañada de Diana.
               -Está buena-comentó Alec, y muy a mi pesar, me recorrió un escalofrío. Me dieron ganas de soltarle un tortazo, a pesar de que sabía que los celos no eran nada buenos en una relación, pero es que no podía evitarlo. Encima que se portaba como si le diera igual que yo estuviera allí, todavía decía esas cosas en mi presencia.
               La Sabrae que había sido antes me pegaría por estar pensando como lo hacía. No debía enfadarme porque Alec mostrara interés por otra chica, pues él no me pertenecía (y menos si no éramos nada, como nos pasaba, estrictamente hablando), y tampoco podía controlar la atracción que sintiera hacia otras personas. Pero la Sabrae que había sido antes no llevaba sentada en su cama esperando a que se dignara a mirarla como a una chica más de una hora.
               Así que la Sabrae que había sido antes se sorprendió, a la vez que yo, cuando, presa de una rabia contenida y deseando que Alec me diera una razón para montarle un pollo de mil demonios, le solté con una tranquilidad fingida que hizo que me mereciera un Oscar:
               -Si te quieres liar con ella, por mí no hay problema.
               Ni siquiera me creía que hubiera dicho eso en voz alta. Alec frenó en seco su misión de investigación, y levantó la cabeza para mirarme, estupefacto.
               -¿Me lo estás diciendo en serio?-preguntó casi sin atreverse, y yo volví a tirarme de los calcetines.
               -Claro-que no. ¿Tú eres tonto?
               Alec bloqueó el teléfono y empezó a juguetear con él, haciéndolo girar entre sus dedos como si fuera la rueda de un carro, pensativo.
               -A ver, no sé qué decirte. Es cierto que me apetece-espetó, y yo con eso ya había oído suficiente, así que me puse a tararear una canción en urdu en mi cabeza para no abalanzarme sobre él y arrancarle la piel a tiras-, y que es ahora o nunca, porque total, va a venir sólo una vez, y nunca me he acostado con una americana. Es una nacionalidad que me falta. Pero…
                -¿Pero…?-pregunté, deseosa de que metiera la pata hasta atrás.
               -Es que… me da cosa por ti. No quiero malos rollos contigo.
               -¿Malos rollos? Pf-me eché a reír, agitando la mano-. ¿Cuántos años te piensas que tengo? ¿Dos? Ya sé que sientes atracción por otras chicas; no nací ayer. Y, ya que yo no he cedido en lo de ser tu novia, creo que lo justo es que tú tengas libertad de hacer lo que quieras. Ya me has dejado claros tus sentimientos-clavé en él una mirada asesina, pero Alec ni se inmutó. Asintió con la cabeza, se sacó su móvil del bolsillo y entró en el perfil de Zoe.
               Perdió una oportunidad genial de decir que quería utilizar su libertad en estar conmigo. Diciéndome eso, habría conseguido que olvidara todo lo que sentía que había mal entre nosotros y terminara de convencerme de que tener unas expectativas distintas después de un fin de semana idílico no significaba que la relación fuera mal.
               En cambio, decidió decepcionarme. Y lo hizo a lo grande: mostrando indiferencia, como si a él le fuera a dar igual lo que yo hiciera con otros chicos. Quería que le importara si yo me iba con Hugo un día. Quería que le importara que yo me enrollara con otro que no fuera él. Puede que fuera enfermizo, pero quería que le molestara igual que a mí me molestaba la sola idea de irme a la cama con otro que no fuera él.
               -Vale, gracias-dijo solamente, y yo fruncí los labios y no dije nada más hasta que no se terminó la película. Algo que, tampoco, pareció preocuparle en exceso. Se pasó todo el rato haciendo el imbécil con el móvil, pasando de mí como si fuera un objeto de decoración más en su habitación. Definitivamente, algo nos había pasado, pero yo no iba a ser tan miserable de arrastrarme por él. Aunque no lo pareciera por la concesión que acababa de hacerle, tenía mi orgullo, y no pensaba humillarme suplicándole una atención que debería prestarme porque él quería, y no porque yo se lo pidiera.
               Esperé mientras sonaba la canción de los créditos en la que había participado mi padre junto a Taylor Swift, I Don’t Wanna Live Forever, rezando por que Alec se diera cuenta de que la película había acabado. Cuando se terminó la canción y él no se movió, decidí que había tenido bastante, y apagué la televisión.
               -¿Quieres que me quede a dormir?-pregunté. ¿O ya te has cansado de fingir que no te estoy molestando? Quizá Zoe esté libre ya esta noche.
               -Eh…-Alec tamborileó con los dedos sobre su vientre-. La verdad es que me viene un poco mal, nena. Hoy también hay partido de la NBA, y Jordan va a venir para verlo. Lo siento-hizo una mueca que en cualquier otra situación habría sido adorable, pero que en ese momento me dio ganas de arañarle la cara como la gatita rabiosa que en realidad era.
               -Ah, vale. Tu espacio es importante, lo respeto-respeta tú el mío y deja de comportarte como un gilipollas.
               -Vale. Gracias, bombón-sonrió, seductor, y yo tuve que contenerme para no borrarle la sonrisa de un tortazo. Como vuelvas a decirme “vale, gracias”, te apuñalo con uno de los trofeos del cabecero de tu cama.
               No me gustaba sentirme así, ni pensar cosas tan negativas. Decidí que era mejor que Alec y yo estuviéramos separados, por la cuenta que nos traía a ambos. Me levanté de la cama y me sorprendió levantándose también, y siguiéndome escaleras abajo. En ningún momento hice ademán de despedirme de él con un beso; por eso, me sorprendió que él sí buscara una despedida, aunque fuera con un simple beso en la frente.
               -¿Estás enfadada?-preguntó con una inocencia que no podía ser fingida. Inhalé y exhalé profundamente, tragué saliva, y decidí no contestarle. Me puse de puntillas y le di un beso en los labios, creyendo que el tiempo curaría las heridas que nos estábamos infligiendo, y que puede, pasada la noche, que Alec se lo pensara mejor y finalmente no hiciera nada con Zoe. Por supuesto, yo sabía que no tenía derecho a exigirle nada, pero si notara que algo que yo quería le hacía daño, dejaría de hacerlo. Y estaba segura de que, si las tornas estuvieran cambiadas y fuera yo quien se sintiera atraída por otra persona en lugar de él, no haría nada por el mero hecho de que sabía que eso le haría daño.
               La distancia diluyó la rabia que sentía por todo lo que había pasado, y volví a confiar en que Al haría lo correcto y no me haría daño cuando llegué a casa, me metí en mi habitación, me enfundé el pijama y fui en busca de Shasha, que estaba viendo un drama coreano en su ordenador, con los auriculares puestos. Decidimos ir a ver a papá y mamá en el piso de abajo, y con el transcurso de la noche, recibí un mensaje de Alec preguntándome si todo estaba bien, si quería que habláramos esa noche. Admito que me alivió en cierto sentido que Alec quisiera hablar las cosas, pero yo aún estaba un poco dolida y decidida a castigarle. Además, tenía un partido de baloncesto que ver con Jordan, y no quería sentirme también culpable por hacer que no prestara atención a sus amigos, por lo que le dije que no se preocupara, disfrutara de su partido, y me enviara un mensaje si le apetecía.
               Amanecí con su videomensaje de siempre, con lo que supuse que las cosas se estaban enderezando. Qué ilusa. No me lo encontré a la entrada del instituto, aunque también es cierto que no le esperé. No quería encontrármelo y volver a notarle cosas raras; prefería que mis miedos se quedaran en el pasado, junto con su presencia. Por esa misma razón, les conté muy por encima a mis amigas lo que había pasado, y creí que todo se quedaría ahí, en un día malo entre muchos días buenos, cuando Diana vino a buscarme en el patio.
               -Necesito hablar contigo-me instó, y yo me puse en pie, le hice un gesto con la cabeza a Momo para que me acompañara si quería, y seguí a Diana por entre la gente, a un rincón apartado donde nadie nos molestaría ni podría escucharnos. Diana se volvió, los brazos cruzados sobre el pecho, y se mordió el labio-. Vale, Saab, el caso es que Alec ha venido a hablar conmigo sobre una cosa, y quiero asegurarme de que estás al tanto de lo que puede que pase este fin de semana.
               Sentí que se me hundía el estómago y la sangre huía de mi rostro, pero me esforcé en fingir entereza mientras le apretaba la mano a Momo disimuladamente en mi espalda.
               -¿Sobre qué?
               -Bueno… ayer llegó Zoe, como ya sabrás, y tenía pensado presentársela a todos los amigos de Tommy y Scott-empezó, y yo me mordí la cara interna de la mejilla y asentí con la cabeza despacio, concentrada en no dejar entrever la más mínima emoción-. Y el caso es que Z es un poco como yo… antes-aclaró, recordando que su versión más promiscua había quedado en el pasado-. Le gustan mucho los chicos. Especialmente los guapos. Y yo no tenía planeado dejar que pasara nada entre ella y ninguno de los amigos de los chicos, principalmente porque…
               -Didi, me estás poniendo más nerviosa con tanta vuelta que si me lo dices a bocajarro. Alec te ha dicho algo sobre Zoe, ¿verdad?
               -Bueno, me ha preguntado si está soltera. Y yo le he dicho que sí, que lo está-cerró la mano en un puño y golpeó con el dorso de éste la palma de la mano contraria-. Y me ha dado la sensación de que lo pregunta porque le apetece intentar algo con ella. La cosa es… ¿tú estás al corriente? ¿Quieres que lo pare?
               Sentí que el mundo empezaba a dar vueltas a un ritmo vertiginoso a mi alrededor. Momo carraspeó a mis espaldas, dispuesta a entrar en acción si yo la necesitaba. Pero le hice un gesto con la mano; aquello era entre Alec y yo, y nadie más.
               -Claro. Lo hemos hablado-comenté de forma casual, llevándome un mechón de pelo inexistente tras la oreja-. Me ha pedido permiso, y yo le he dicho que no tengo nada que decir-me encogí de hombros mientras Diana fruncía el ceño y Amoke flipaba tras de mí-. Dile a Zoe que tiene vía libre con él. Que se lo tire si quiere, a ver si Alec aprende algo nuevo de ella que luego pueda poner en práctica conmigo-sonreí, cogiendo una trenza entre mis dedos y dándole vueltas como si fuera la mismísima Britney Spears.
               Diana parpadeó.
               -¿Estás… segura? Es decir… es tu novio.
               -No es mi novio. Somos amigos. Amigos que follan y se quieren mucho, pero amigos al fin y al cabo-me encogí de hombros-. Tú también tienes otros amigos aparte de Tommy, ¿no?
               Diana tragó saliva, sin atreverse a dar un paso conmigo, no fuera a ser en falso.
               -Es que lo mío con Tommy no es una simple amistad.
               -Lo mío con Alec tampoco. Pero no es tan oficial como lo tuyo. Así que no te preocupes. Gracias por decírmelo-sonreí, dándole un toquecito en el codo-. Lo aprecio de verdad. Eres una buena amiga. Que Zoe disfrute mientras pueda. Yo haría lo mismo si estuviera en su lugar.
               Di un paso hacia Diana y la estreché entre mis brazos. Puede que odiara lo que acababa de decirle, y que fuera una mentirosa de campeonato, pero en se momento, sorprendentemente, me sentí agradecida de tener amigas tan buenas rodeándome. Amigas que no dejaban que el chico con el que estaba se aprovechara de una situación en la que yo no podría intervenir. Diana era una buena chica, a pesar de lo mucho que se detestara por la razón que la había traído hasta Inglaterra, fuera cual fuera.
               -Vale. Se alegrará de saber que eres tan comprensiva en lo que respecta a Alec. Y él… tiene una suerte contigo increíble, Saab. Eres un auténtico amor-me devolvió el abrazo y me dio un beso en la mejilla.
               -No, qué va-negué con la cabeza, me despedí de ella, y en lugar de volver con Taïssa y Kendra, giré una esquina y me metí en el edificio del instituto, con Momo pisándome los talones. Corrí al baño, Momo nos encerró en un cubículo, y me tendió un pañuelo limpio cuando me senté en la taza del váter, llorando a lágrima viva. Me costaba respirar, y apenas podía enfocar  la vista. Momo me cogió por los hombros, guiando mi respiración para así conseguir tranquilizarme, y yo no pude evitar recordar cómo yo misma había hecho lo mismo hacía dos semanas, cuando Alec había tenido un ataque de ansiedad delante de mí.
               -No quiero que se enrolle con ella, Momo-gimoteé, echando a perder el tercer pañuelo que me tendió, de tanto que estaba moqueando y llorando. Momo me abrazó la cabeza y me acunó contra su pecho, siseando para que me callara, dejando que me tranquilizara cuando yo lo considerara oportuno.
               -Pues entonces, díselo. Yo creo que sí estás en tu derecho de pedirle que no haga nada con ella. Puede que no quieras darle el título de novio de manera oficial, Saab, pero eso no significa que lo sea menos. Alec y tú estáis más juntos que Tommy y Diana, o Scott y Eleanor.
               -Eso no cambiaría nada-sollocé, sonándome de un trompetazo en el pañuelo.
               -¿Cómo que no? ¡Lo cambiaría todo! Alec jamás haría nada de manera consciente para hacerte daño. Lo sabes. Le conoces.
               -Es que eso no es lo que me preocupa, Momo. Ya lo sé. El problema no es que esté dispuesto a renunciar a lo que sea por mí. No es que yo no quiera que ellos se enrollen-boqueé, en busca de aire, y me fijé en un par de iniciales encerradas en un corazón sobre un azulejo. S+A. No las había hecho yo, pero aquellos bien podríamos haber sido nosotros.
               La cabeza empezó a darme vueltas. Sentía que estaba a segundos de perder la cordura.
               -¿Entonces?
               -¡Lo que no quiero es que él quiera enrollarse con ella!
               Momo hizo una mueca, me acarició la espalda, y me tendió un nuevo pañuelo. Llevaba el tiempo suficiente siendo mi amiga como para saber lo que me desesperaba que me dolieran cosas que escapaban a mi control.
               Y Alec empezaba a dolerme, porque se estaba escapando de mí.




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1 comentario:

  1. Estoy súper triste de verdad. Hacía tiempo que no me dejaba tan plof un capítulo. Quiero darle una hostia bien fuerte a Alec, entiendo porque se está comportando así, tiene miedo, esta aterrorizado pero es que de verdad que con lo fácil que sería hablarlo con Sabrae y ya uffff. Lo peor va a ser el polvo con Zoe, que en cts era todo muy de jas jas y ver como eso va a afectar a Sabrae sobradamente va a ser horrible de leer. De verdad que necesito que se acabe esta storyline cuando antes porque me hace pasarlo fatal y solo quiero pegar a Alec por ser tan necio.

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