domingo, 10 de noviembre de 2019

Príncipe de la noche más oscura.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Troté en dirección a Diana, Tommy y Eleanor en cuanto los vi esperándonos en el cruce en el que mi hermano siempre había quedado con el mayor de los Tomlinson para ir juntos a clase, y en mi apresurada carrera dejé atrás a Shasha, algo a lo que mi hermana no estaba muy acostumbrada.
               Acababa de decidir que me encantaban los lunes. Por primera vez en mi vida, me había pasado la noche contando las horas para que el sol volviera a levantarse por la mañana, anunciando la llegada de una nueva semana. Me había pasado las primeras horas de soledad nocturna en mi cuarto, leyendo novelas románticas (las partes que tenía señaladas con marcadores de colorines de plástico, al menos; es decir, las más ñoñas con diferencia de cada libro), balanceando los pies en el aire, suspirando con cada pasaje, y deslizando el dedo por la pantalla de mi móvil, examinando todas y cada una de las fotos de sí mismo que me había mandado Alec. Y, ¿por qué no? También masturbándome. Era imposible no hacerlo si recopilaba todas las fotos subidas de tono que me había enviado a lo largo de las semanas; ya no digamos las que nos habíamos hecho en la intimidad de mi habitación o de la suya, y los dos vídeos que habíamos colgado en nuestras redes sociales eran la guinda de un pastel cuyo glaseado no era otra cosa que su sudadera, que aún olía a él incluso entre las sábanas de mi cama. No dejé de inhalar su aroma profundamente impregnado en la tela y recordar todo lo que habíamos hecho durante el fin de semana: abrirnos el uno al otro un poco más en aquella bañera, hacernos más amigos en el sofá, viendo una peli, y enamorarnos más en su cama, cuando nos mirábamos a los ojos y entrelazábamos las manos mientras hacíamos el amor, o gimiendo nuestros nombres cuando follábamos. Había sido un fin de semana de contrastes: frío de su sofá, calidez de su cama, ardor de su cuerpo desnudo frente al mío. Sequedad durmiendo con él y humedad bañándonos; hambre por la tarde y empacho de madrugada; comida basura nada más llegar, y delicias caseras antes de irme.
               Lo había tenido todo, y aunque hacía sólo unas horas de aquello, yo ya lo echaba terriblemente de menos. No mentía cuando le dije que me sentiría muy sola esa noche, pero no en el mal sentido: a pesar de que me gustaría estar con él, sentir su cuerpo firme y cálido al lado del mío, no me importaba tampoco tener un momento para mí y terminar de asimilar lo que había pasado. Nos habíamos dicho que nos queríamos en el idioma en que Alec había aprendido a hablar, me había regalado su sudadera preferida y me había dejado tomarme fotos con su chaqueta de boxeador. Me había hecho suya viendo una película que me sorprendía que no le molestara por asimilación con el pasado de sus padres, y me había utilizado para darse el placer que más deseaba mientras la música de The Weeknd, una banda sonora que había restringido a todas las demás chicas, era lo único que cubría mi cuerpo (al margen de la dulce capa de sudor que sus empellones rociaban en mi piel).
               Lo había tenido todo, le había tenido a él, y en unas horas así volvería a ser.
               Por eso galopé a toda velocidad en dirección a los Tomlinson y Diana, que me esperaban con una sonrisa en los labios. Ellos eran la prueba de que el lunes había llegado, por fin.
               Haciendo gala de una falta de modales y un favoritismo que empezaban a caracterizarme, impacté contra el pecho de Diana, que me esperaba con los brazos abiertos. Ella había sido la encargada de acompañarme en mi sesión de compras de preparación para la noche que habíamos pasado Alec y yo juntos: necesitaba estar a la altura, y, ¿quién mejor para asesorarme que una modelo profesional, que iba a desfilar en unos meses para la marca de lencería más famosa de la historia?
               Diana había sido un amor y me había despejado la agenda a la velocidad del rayo en cuanto le envié un mensaje diciendo que necesitaba de su consejo de experta, e incluso había movido sus hilos (los suyos, no los de su familia) para que su chófer viniera a buscarme a casa en lugar de coger el transporte público.
               -No sé cómo de eco friendly puede ser esto-comenté entre risas cuando Diana me abrió la puerta trasera desde dentro y me hizo hueco en el asiento.
               -Podría ser peor.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Podría haber pedido que nos trajeran la limusina. Aunque, viendo las ganas que tengo de fundirme la tarjeta de crédito en cosas con las que quitarle el hipo a Tommy, creo que habría sido más prudente-me miró por encima de sus gafas de sol de ojo de gato con montura blanca y cristales negros, que combinaban a la perfección con su jersey y sus botas.
               -No hagas que me sienta mal por hacer que te gastes el dinero que ganas con el sudor de tu frente sólo por acompañarme-me burlé, regodeándome en el asiento.
               -¡Qué mona!-Diana soltó una carcajada-. ¡Ni que fuera un sacrificio por mi parte! Créeme, yo tengo más ganas que tú de ir juntas por un centro comercial. Ir de compras es mi segundo deporte favorito.
               -No sé si necesito preguntarte cuál es el primero-esta vez, la que se echó a reír fui yo.
               -El sexo, por supuesto-Diana se unió a mis carcajadas y se colocó las gafas de sol a modo de diadema-. Bueno, cuéntame cuál es tu plan.
               -Pues… hemos hablado de que yo cojo algo para llevar y voy a su casa, que se supone que va a estar despejada, y… bueno, realmente no hemos concretado mucho más.
               -No, Saab. Me refiero a qué tienes pensado para él.
               -¿Debería pensar algo? Porque estoy hecha un lío. Quiero estar a la altura, ¿sabes? Él estuvo genial. Fue un caballero en todos los sentidos. Cuando tenía que serlo, quiero  decir. Y como era todo improvisado, o lo tenía todo planeado, la verdad es que me da miedo cagarla. Por eso te he pedido ayuda. Mis amigas me han dicho que cualquier cosa que se me ocurra, le gustará a Alec, pero… quiero sorprenderle, así que necesito consejo en todo. Estoy hecha un lío, Didi. De verdad. Para empezar… ¿cómo voy vestida?
               -Con escote, por supuesto-me interrumpió Diana, tajante.
               -Y el pelo, ¿cómo lo llevo? Porque a él le gusta cuando lo llevo suelto, pero yo estoy más cómoda con las trenzas…
               -Hombre, el pelo suelto a veces es un coñazo, pero cuando estás a cuatro patas y él te lo engancha y se lo rodea a la muñeca con firmeza, mm-se estremeció, poniendo los ojos en blanco, y yo me eché a reír.
               -¿Y qué llevo de muda? ¿Debería llevar pijama?
               Diana abrió tantísimo los ojos que pensé que se le saldrían de las órbitas.

               -¿Cómo que pijama? ¡Nena, que vas a casa de un chico! ¡Del mismísimo Alec, nada menos! Mira, yo no soy ninguna experta en la pandilla de Tommy, ni mucho menos, pero si algo he aprendido en estos dos meses que llevo en Inglaterra es que las chicas no somos la criatura favorita de Alec por nuestra resiliencia social, precisamente. Además, ¡incluso si no fuera él! Si un chico te invita a ir a su casa, tú vas como Becky G. Sin pijama, sin pijama-levantó las manos y meneó las caderas al ritmo de la música, y yo puse los ojos en blanco.
               -No seas boba, Diana. No estaba pensando en un pijama gordito, sino más bien en algo tipo… un camisón de encaje, o algo así.
               -Aquí la única boba que hay eres tú, Sabrae. Vas a follar, no a lucirte, querida.
               -Es que, ¿qué ropa podría quitarme él, si me quedo desnuda a la primera de cambio? Vale que él duerme desnudo, y…
               -Para, para, para. ¿Cómo dices? ¿De qué nivel de desnudez estamos hablando?
               -Total y absoluta-me regodeé, recordando su silueta recortada contra las sábanas en mi cama.
               -Madre mía-Diana se llevó las dos manos a la cara-. Me equivoqué de inglés. Tommy me trae por la calle de la amargura con su puñetero pantalón de pijama. Se lo haría trizas si no supiera que se marcharía de la habitación para ir a buscar otro. Encima, con lo bueno que está Alec… Dios mío. Alfred, ¿podrías poner el aire acondicionado?-preguntó, inclinándose hacia delante.
               -¿A qué temperatura?
               -A cinco grados, a ver si se me pasa este mareo. Ahora que te prohíbo llevar algo para la noche, Sabrae-dictaminó, y yo me eché a reír.
               -Soy muy friolera.
               -Pues que te caliente él. Además… ¡hola! ¿Hay alguien en casa?-me dio un toquecito en la sien-. Si no llevas ropa, él tiene que prestarte algo. ¿Y qué hay mejor que una camiseta que te queda grande por todas partes porque te la ha dado tu inglés preferido en el mundo?-volvió a estremecerse con los ojos de nuevo en blanco-. A los tíos no hay cosa que más les ponga que una chica usando su camiseta. Te lo digo yo. Sé de qué hablo-cruzó sus piernas infinitas y me guiñó un ojo.
               -Vale, listilla. ¿Y qué hago cuando vuelva su familia?
               -Cerrar la puerta de tu habitación. Está feo que tu suegra vaya al baño y te vea de refilón metiéndote su polla hasta el esófago.
               -¡DIANA, TÍA!
               -Lo que estoy intentando que entiendas es que hoy no vamos de compras para la mañana siguiente-Diana juntó las manos como si rezara-. A mí la mañana siguiente no me interesa. Si tienes que poner algo de tu parte la mañana siguiente, es que el chico no es el indicado. Ningún chico folla lo bastante bien como para que tengas que preocuparte de qué ropa llevar para cambiarte.
               -Alec folla de cine.
               -Ojalá follara de cine. Así podría verlo en algún sitio-soltó, y yo estallé en una carcajada-. De todas formas, vale, tengamos en cuenta las dotes en la cama de Alec. Precisamente por esas dotes él sabe que tiene que encargarse de ti a la mañana siguiente. Llevar ropa para cambiarte es un insulto.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Significa que no folla lo bastante bien como para que tú no pierdas la cabeza y puedas mirar más allá de qué ropa quieres que él te arranque. Vestirte para impresionar denota interés-se reclinó en el asiento, abriendo los brazos-. Llevar para cambiarte denota que piensas que te vas a una excursión, y que has tenido suerte y has podido echar un polvo. Él no llevaba ropa para el día siguiente el sábado, ¿verdad?-preguntó, alzando una ceja.
               -Porque no pensaba que fuera a sonreírle tanto la suerte como para dormir en mi casa-me reí.
               -Eso es, precisamente, lo que él quería que pensaras-Diana hizo un círculo con sus dedos pulgar y corazón, como un director de orquesta que quiere que el cuarteto de cuerda aguante una nota todo lo que pueda-. Y con esa esperanza se presentó en tu casa, sin ropa para el día siguiente. Iba tan obcecado en meterse en tu cama que no podía ver más allá.
               -Pues yo veo más allá. Será que soy una mujer y puedo hacer más de una cosa a la vez-solté, y Diana sonrió.
               -Cariño, el fin de semana no vas a ser una mujer. Te va a tocar ser una zorra. Pero no te preocupes. Con el uniforme adecuado, conseguiremos que te metas en el papel.
               Y lo había conseguido, vaya si lo había conseguido. Consiguió que me sintiera cómoda en conjuntos que bajo cualquier luz no me convencerían, y que creyera que me favorecían y me hacían sexy modelitos en los que me habría sentido ridícula. Celebraba cada cambio de vestuario con entusiasmo, a pesar de que me quedé con uno de los primeros conjuntos que me probé. Cuando le di las gracias mientras tomábamos un batido en una de las cafeterías de la planta superior, cada una cargada con una cantidad ingente de bolsas de cartón plastificado con lacitos que impedían miradas indiscretas, Diana hizo un gesto con la mano como si espantara una mosca.
               -No hace falta que me las des. Estoy siendo egoísta. Quiero que Alec me deba una-bromeó, y miró con intención las bolsas-, y por lo que he conseguido que compres, creo que va a estar en deuda conmigo toda su vida.
               -Sabes que no soy celosa, ¿verdad?-estiré la mano y le acaricié los nudillos, y Diana alzó unas cejas perfectamente perfiladas.
               -Pues tendremos que averiguar si Tommy tampoco lo es; en cuyo caso, Alec tendrá un problema, y bien gordo.
               Diana me estrechó entre sus brazos con la calidez de una amiga muy querida a la que llevas demasiado tiempo sin ver, que te encuentra cambiada, pero a mejor. En cierto sentido, me sentía cambiada a mejor. Había ganado en confianza en mí misma durante esa noche que había pasado con Alec, viendo que él podía desearme hasta la locura, exactamente igual que me sucedía a mí con él.
               -¿Qué tal ayer?-preguntó suavemente, la voz de la experiencia orientando a la aprendiz que aún no sabe del todo bien en qué mundo se mueve.
               -Genial-sonreí-. Tenías razón; el regalo era para los dos, y no sólo para mí. Yo también me sentía mucho más dispuesta y sexy-le confié en voz baja, asegurándome de que nadie más nos oía, y Diana se echó a reír. Me había dicho que me preocupaba más del conjunto de lencería con razón; el resto del mundo vería mi ropa, pero sólo Alec vería lo que llevaba debajo de ella. Sería un regalo que sólo le haría a él, había coincidido, a lo que la americana había negado con la cabeza antes de corregirme: sería un regalo para los dos. Si yo me sentía sexy, afrontaría con más ganas la noche. Tendría más ganas de hacerlo que si el conjunto no me convencía, por el mero hecho de que querría que me viera semidesnuda y babeara por mí. Incluso puede que me pusiera cachonda antes.
               -Bueno, en realidad, tampoco te hará mucha falta ayuda, teniendo al chico que tienes delante.
               -¿A qué viene esta nueva fijación con Alec?-pregunté alzando una ceja, y echándome a reír cuando Diana pensó que de verdad me molestaba. No lo hacía. Diana y Alec se llevaban muy bien, e incluso se diría que su relación se había fortalecido durante la pelea de Tommy y Scott, porque los dos eran los únicos que se habían puesto un poco a favor de mi hermano, cada uno a su manera. Luchar en el mismo bando une a la gente, y aún más si éste está en minoría.
               -Le tengo mucho más aprecio por todo lo que ha hecho por los chicos, eso es todo. Ha impedido que Tommy me aleje de él-musitó con la voz un poco quebrada, y yo sonreí, me acerqué a ella y le acaricié la mano entre las mías. La entendía mejor de lo que nadie podría entenderla nunca, porque Alec también había impedido que yo  perdiera a mi hermano a base de luchar con uñas y dientes por conservar a Tommy.
                -Entonces, ¿nuestro plan dio resultado?
               -Fue todo un éxito-aseguré, hinchándome como un pavo-. Aunque no utilicé tanto su ropa como yo me esperaba.
               -Eso es buena señal.
               -Bueno, sí, pero si alguien no hubiera entrado en su habitación a reclamarlo-miré a Tommy con intención, que se rascó la nuca y se mordió el labio, poniendo cara de niño bueno-, creo que habríamos estado un poco más juntos, y yo podría haber aprovechado más su ropa.
               -Sí, eh… respecto a eso…-empezó el único chico del grupo, y Diana se volvió hacia él.
               -¿Respecto a qué, exactamente?
               -Verás, Didi, lo cierto es que nosotros tuvimos un papel un pelín más activo este fin de semana que el pasado en lo que a Alec y Sabrae se refiere-explicó Tommy, y el ceño de la americana se profundizó.
               -¿En qué sentido?
               -Tommy nos interrumpió-expliqué.
               -Y Jordan y Scott-se defendió Tommy mientras Diana le daba un manotazo en el hombro.
               -¡Ya hablaremos tú y yo!
               -¡Oye! Pero, ¡Sabrae! Ya que se lo cuentas, ¡cuéntaselo todo! Intenté defenderla, pero alguien no me dejó interceder por ella-miró en dirección a mi casa, en la que Scott estaría tirado en el sofá, mirando la tele y la vida pasar. Había una cierta nostalgia en los ojos azul mar de Tommy, y caí entonces en que aquélla era la primera vez en que iba a clase sin esperar a mi hermano, porque éste jamás vendría.
               Tenía que centrarme en ayudarlos. Ahora que Alec y yo estábamos genial y no había ninguna barrera entre nosotros, teníamos que volcar todas nuestras fuerzas en encontrar una solución para la situación de mi hermano. Reconciliarse con Tommy le había animado mucho, sí, pero era cuestión de tiempo que volviera a agobiarse, sobre todo porque tenía mucho más tiempo libre que los demás para darle vueltas a la cabeza. Intentaba distraerse ocupándose de las tareas de la casa, pero tarde o temprano se pondría al día y todo el mundo se le vendría encima de nuevo.
               Pero, para eso, primero tenía que centrarme, y el mundo parecía estar en contra de ello. No tuve la suerte de ver a Alec a la entrada del instituto, y eso que remoloneé en el vestíbulo hasta que sonó la campana y los conserjes nos ordenaron que nos apresuráramos a nuestras clases. Alec no solía ser de los primeros en llegar, y yo había hecho apresurarse a los Tomlinson, Diana y Shasha, así que, que él estuviera en clase ya era algo que yo había descartado. Quizá llegara tarde, como tenía por costumbre algunos días de la semana.
               Así que me tocó esperar al recreo con el ansia de los repetidores, saliéndome de mi papel de alumna aplicada a la que tenía acostumbrada a toda mi clase. Varias veces me llamaron la atención por distraerme mirando el reloj o lanzando mi mirada a través de la ventana, rezando para que lloviera y tener un lugar de búsqueda mucho más reducido.
               Empecé a revolverme en el asiento cuando quedaban menos de cinco minutos para que sonara el timbre, y mis amigas intercambiaron miraditas y se rieron por lo bajo al verme tan nerviosa.
               -Cualquiera diría que no has estado con él el finde, Saab-se burló Momo, a lo que Kendra respondió:
               -A ver si ha estado con otro, y por eso no ha querido contarnos nada…
               Siseé en dirección al asiento de Kendra. Si no les había contado lo que habíamos hecho el fin de semana, no era por vergüenza ni por arrepentimiento. De hecho, me apetecía rememorarlo, y de paso, presumir. Sin embargo, había llegado con el tiempo justo a clase, y sabía que me interrumpirían constantemente cuando empezara a contarles qué tal había ido mi noche, así que los cambios de clase quedaban descartados.
               Lancé una mirada ansiosa al reloj cuando la manecilla de metal se colocó sobre la última línea antes de las doce. Contuve el aliento durante un minuto mientras el segundero se regodeaba en mi atención. El corazón empezó a latirme desbocado cuando inició la cuenta atrás desde treinta, y un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando llegó al diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco...
               Me revolví de nuevo en el asiento, para diversión de Amoke.
               Cuatro.
               Hice clic seis veces con el boli, y me lo llevé a la boca.
               Tres.
               Empecé a mordisquearlo.
               Dos.
               Descrucé los pies y di un taconazo involuntario en el suelo cuando mis talones volvieron a entrar en contacto con él.
               Uno…
               Exhalé un suspiro de alivio mientras mi cuerpo se ponía en marcha a toda velocidad cuando el sonido de la campana llenó mis tímpanos. Cerré a toda velocidad el cuaderno, con los apuntes a medio tomar, y metí mis cosas apresuradamente en el estuche, con tanta prisa que no conseguí que cerrara del todo bien; el portaminas se había atascado.
               -¡Y no os olvidéis del examen de la semana del viernes! No quiero caras de susto cuando me ponga a repartir los folios. Aunque, si no os importa hacerme un favor, sed buenos y no estudiéis. Si me entregáis folios en blanco, me ahorro el corregir-soltó Louis, cogiendo el libro de teoría de la música que tenía abierto sobre su mesa-. Este fin de semana juegan los Doncaster Rovers, y por nada del mundo quiero perderme cómo nos meten 11 goles antes del descanso. ¡Adiós, eh, Nick!-protestó cuando el primero de mis compañeros salió pitando por la puerta. Puso los ojos en blanco-. Quién me mandaría a mí aceptar la vacante fija, con lo bien que estaba viviendo de los beneficios de mis discos… ¡Sabrae!-celebró al verme pasar por delante de su mesa en dirección a la puerta, y me volví hacia él-. ¿Tienes un minuto?
               -Eh…-empecé, mirando a mis amigas, que se pusieron pálidas y salieron corriendo del aula-. Bueno. ¿He hecho algo?
               Louis esperó a que salieran todos del aula antes de sentarse en la esquina de la mesa del profesor, con una pierna colgando y las dos manos entrelazadas sobre ella. Se me pasaron un millón de cosas por la cabeza: me había olvidado de algún trabajo que tenía que entregar, me había pillado mirando el móvil disimuladamente en el estuche, o había ignorado alguna pregunta que me hubiera hecho directamente a mí. No quería que Louis me echara la bronca: me tenía mucho cariño, y yo a él. No me había criado como había hecho con mi hermano, pero Eri y yo teníamos un fortísimo vínculo que se veía reforzado con el que él mantenía con mi padre. Era como una hija para él, pero no tenía su apellido, así que no había conflicto de intereses que impidiera que él me diera clase, como sí sucedía con Tommy o Eleanor.
               Yo era la única de las dos familias que había estado en alguna clase con él, porque a Shasha le daba clase otra profesora, y Scott siempre había sido compañero de Tommy, así que él también estaba descartado. De modo que yo, por ser la única de los Malik que sabía lo que era Louis como profesor, tenía la doble presión de cumplir con las expectativas de no una, sino dos familias: la mía, y la de él, que sabía de todo mi potencial.
                Louis me miró con dureza un instante, y al ver que yo me amedrentaba, se echó a reír de repente, negando con la cabeza.
               -Nada. Sólo quería pincharte un poco. Parecías muy apurada por salir al patio, y he pensado que retrasarte un poco sería divertido.
               -¡Joder, Louis!-me escuché espetar, y él se rió todavía más-. ¡¿Te parece normal lo que acabas de hacerme?! ¡Pensé que estaba metida en un lío! ¡Esto es abuso de poder!
               -Por favor, no se lo cuentes a tu madre, ¿eh? No quiero que consiga que me echen y me exilien-se limpió las lágrimas de los ojos con los dedos, y yo solté un sonoro bufido mientras me dirigía a la puerta.
               -Quizás lo haga.
               -O bueno, pensándolo mejor… díselo a tu madre. Seguro que ella se lo contará a tu padre.
               -¿Me usas de peón en tu guerra contra papá?
               -Llevo haciéndolo desde que naciste.
               -O sea, cuando dejaste de tener vida y tuviste que empezar a meterte en la de él-ataqué, riéndome, prácticamente citando el tweet que papá le había dedicado antes de que Scott o yo naciéramos, el mismo que había iniciado una guerra terrible entre los dos, rompiendo con su amistad durante varios años.
               -¡VETE AL DESPACHO DEL DIRECTOR AHORA MISMO!-tronó Louis, pero yo no le hice caso, y corrí al encuentro de mis amigas. Salimos escopetadas en dirección a las escaleras, y mientras yo les contaba apresuradamente y sin aliento lo que habíamos hecho el fin de semana de forma resumida (básicamente me detuve en las partes en las que Alec y yo no teníamos sexo, y simplemente me refería a aquellas en las que sí con un “y luego, pues follamos”), nos dedicamos a peinar el patio. Prestamos especial atención a la cancha de baloncesto donde los chicos solían encontrarse, siempre aprovechando los campeonatos entre clases para lucir sus dotes con la canasta, pero no estaban ni allí, ni rodeando las de fútbol, en los que los jugadores de siempre se volcaban a darle patadas al balón como si fueran el próximo Messi, y entre el público hubiera ojeadores del Barcelona.
               Me puse de morros cuando entramos en el edificio y subimos al pasillo del curso de Alec, donde había varios corros de chicas tiradas en el suelo frente a hojas arrugadas de apuntes con todos los colores del arcoíris señalando las partes más importantes. Incluso nos acercamos a la puerta de su clase y tratamos de abrirla, sólo para descubrir que estaba cerrada.
               -Perdonad, chicas, ¿habéis visto a Alec Whitelaw?-preguntó Taïssa, inclinándose hacia unas muchachas que se escribían chuletas en la cara interna del brazo. Las chicas la miraron con el ceño fruncido-. Es como… así de alto-estiró el brazo y se puso de puntillas-. Súper alto, súper guapo.
               -Y súper cachas-añadió Kendra.
               -Y tiene un súper pollón-soltó Momo por lo bajo, de forma que sólo yo pude escucharla. Le di un codazo entre las costillas tan fuerte que podría haberle roto una.
               -Sabemos quién es Alec-respondió una de las chicas, con un septum en la nariz, en tono cortante-. Habrá ido a jugar a baloncesto con Max y los demás-se encogió de hombros-. No suele darnos su agenda detallada cada mañana.
               -Ni siquiera trae agenda-apostilló una de sus compañeras, y la primera la bombardeó con la mirada.
               -Quizá por eso no nos la dé.
               -¿Siempre tienes que dejarme mal, tía?
               -¡Eres tú la que…!
               -Vale, gracias-canturreó Amoke, enganchándome del brazo y arrastrándome lejos de allí. Lo último que necesitábamos era estar en el pasillo de los de último curso en el momento en que estallara una pelea: tendríamos demasiadas explicaciones que dar.
               -¿Buscáis a Alec, chicas?-preguntó una chica desde el interior del baño, sentada entre los dos lavamanos mientras se fumaba un cigarro al lado de la ventana. No tardé ni medio segundo en reconocer a Megan, la ex novia de Tommy. Intenté pasar de largo, sabedora de lo mala que era esa chica, pero Taïssa, que no conocía su reputación ni la larga historia que tenía con mi hermano, se detuvo en seco frente a la puerta y asintió con la cabeza, preguntándole si le había visto-. No, pero en clase estaban hablando de pasar de ir a básquet y tomar algo en la cafetería. Deberíais buscarle allí. No creo que se aleje mucho de Tommy ahora que Scott no está-sonrió, dando una calada y clavando los ojos en mí-, por… ya sabéis. Distancia de seguridad, y tal.
               Mis amigas le dieron las gracias (yo pasé), y corrieron escaleras abajo a mi lado; tuvimos suerte de no caernos, porque habríamos ido una detrás de otra en un terrible efecto dominó.
               Afortunadamente, no tuvimos que lamentar ninguna baja en nuestro grupo, pero sí haber perdido el tiempo recorriendo el instituto como una cuadrilla de sabuesos: nada más llegar al piso inferior, donde se situaba la cafetería, escuchamos las risas a pleno volumen de Bey. Alec no podía andar muy lejos.
               Nos abrimos hueco a codazo limpio entre la gente que hacía cola para comprar un bocadillo y por fin pudimos ver la zona de las mesas. Mi corazón dio un vuelco. Allí estaba Alec, sentado de lado en una silla, con el codo apoyado en el reposabrazos y escuchando un relato divertidísimo que Max le contaba al grupo, y que dibujaba una preciosa sonrisa en sus labios. Llevaba el pelo alborotado y se le empezaba a notar un asomo de barba que me apeteció morderle, y el jersey color crema que vestía hacía que el sutil bronceado mediterráneo de su piel brillara con más intensidad. Alec se mordió el labio, soltó una carcajada y asintió con la cabeza, completamente ajeno a mí, y a continuación se pasó una mano por la mandíbula, que seguro que ya rascaba. Deseé sentir ese dulce escozor en mi boca, en mi cuello, en mis pechos, en mi sexo. Tenía que decirle que no se afeitara esta tarde, cuando se duchara.
               O, ¿por qué no? Que me dejara ducharme con él.
               Troté, o más bien floté, hacia él, esquivando las mesas con la elegancia del hada de la primavera, y enseguida se percató de mi cercanía. Sus ojos se encontraron con los míos entre la multitud, y sentí que algo vibraba en el aire que había entre nosotros. Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza, y cuando me quise dar cuenta, todos sus amigos estaban mirándome.
               -Hola, chicos-saludé, abriéndome paso por detrás de las sillas de las chicas en dirección a la de Alec-. Hola, guapo-ronroneé, inclinándome para darle un beso en los labios. Alec respondió a mi cercanía con un cariñoso piquito-. ¿Os importa si me uno?-pregunté, más por mis amigas que por sus amigos. No quería que se quedaran allí de pie, sin saber qué hacer. Por parte del grupo de Alec sabía que no habría ningún inconveniente, de modo que Momo, Kendra y Taïssa tendrían libertad para quedarse si así lo deseaban, pero dudaba que quisieran. No tenían mucho en común, aparte de la amistad con una mitad de nuestra pareja.
               -¿Nos dejará Al otra alternativa?-se burló Logan, mirando en dirección a su amigo, que puso los ojos en blanco y lanzó un bufido cansado.
               -Todo es más divertido cuando el objeto de las coñas no soy yo.
               -Seguro que sí-convino su amigo, dando un sorbo de su refresco.
               -¿Te busco una silla?-se ofreció Alec, mirándome desde abajo. Y yo, ni corta ni perezosa, le agarré una rodilla, le separé las piernas, y me senté sobre su muslo. Todos sus amigos aullaron; mientras, Alec parpadeó, aturdido, y se rió-. O también te puedes sentar sobre mí.
               -Para no perder la costumbre-ronroneé, inclinándome hacia él y besándole justo por debajo de la oreja-. Llevo todo el recreo buscándote. Tenía muchas ganas de verte. Te eché de menos de noche.
               -Haberme hablado-contestó, estirándose hacia su bebida y acercándosela a la boca-. Sabes que siempre contesto.
               -Qué desapegado, Alec-le recriminó Tam en tono jocoso. Jordan apretó los labios frente a ella, sin levantar la mirada de la bolsa de patatitas que habían abierto en canal para que todos, desde todas direcciones, pudieran coger.
               -¿Haces algo esta tarde?-pregunté, jugueteando con un rizo que le caía sobre los ojos. No me había molestado en absoluto su contestación, ni me había parecido fuera de lugar. Puede que hubiéramos acordado de forma tácita no hablar la noche pasada para recuperarnos de tantas emociones, pero Al tenía razón: de la misma manera que habíamos decidido darnos espacio, también podíamos decidir acercarnos de nuevo.
               Alec levantó los ojos hacia mí, y se perdió en mi mirada, tentado por el abanico de posibilidades que estaba dispuesto a abrir ante él.
               -Puedes venir a mi casa-le confié, inclinándome hacia su oído y acariciándoselo con los labios de forma intencional. Se puso rígido ante la mezcla del contacto y la sugerencia, y noté que su miembro despertaba en su entrepierna-, y traerte los geles. Mi padre tiene sesión de estudio de grabación hoy, y seguro que Tommy y Scott se van por ahí. Podemos seguir dándoles uso, no se vayan a pasar.
               Carraspeó, aturdido.
               -Es que tengo que trabajar.
               Torcí la boca. A veces se me olvidaba que mi chico era un hombre trabajador, que contribuía a levantar la economía del país con la fuerza de sus (gloriosos) hombros y la fuerza de su (deliciosa) espalda.
               -¿Y después?-sugerí. No estaría trabajando toda la tarde, y yo podría animársela un poco con mi cuerpo. Podíamos hacerlo despacio; él, ponerse debajo y dejarme el trabajo más importante a mí. Dios sabía que disfrutábamos de la misma manera estuviera quien estuviera encima. Y después, incluso, podría hacer que se diera la vuelta y regodearme en manosearlo todo lo que me apeteciera mientras le daba un masaje con la que aliviar el cansancio que le atenazara la espalda.
               Noté que me humedecía mientras me imaginaba sus gemidos de satisfacción y alivio ante la destreza de mis dedos.
               -Después tengo que entrenar-se disculpó, agachando la cabeza como un perrito. No entendía esa reacción. Vernos en el gimnasio era incluso mejor que vernos en mi casa. Me traía tantos recuerdos, y tan buenos… por ejemplo, de él cubierto de sudor, golpeando con fuerza un saco con los músculos hinchados en una tormenta de testosterona. O yo, de rodillas, dándole placer con mi boca, y sintiendo cómo se deslizaba por mi garganta.
               -¡Oh! Yo también debería ir al gimnasio. ¿A qué hora irás?
               -No sé. Depende de a qué hora termine de currar. Seguramente vaya directo.
               -¿No sabes, aunque sea, una hora aproximada?
               -Es que tengo pedidos pendientes. Y con la tormenta que hay anunciada, igual me los acumulan con los de Chrissy-se encogió de hombros y yo asentí con la cabeza, un poco abatida.
               -Bueno, tú avísame con lo que sea. ¿Hablamos de noche?-sugerí, un poco a la desesperada. Quizá no pudiéramos tener sexo en persona, pero quizá hubiera suerte y pudiéramos disfrutar de una buena sesión de sexting… siempre y cuando a él le apeteciera-. Si no estás muy cansado, claro. Parece que te espera un día agotador.
               -Un poco. Claro-sentenció, dándome una palmadita en el culo-. Te abro, ¿vale?-me guiñó un ojo y asintió con la cabeza, así que yo asentí también-. Quedamos en eso.
               -Genial. Te veo a la salida-sentencié, poniéndome en pie. Toda la mesa me miró.
               -¿Te vas ya, Saab?-preguntó Tommy, confuso, y yo asentí.
               -Sí, no quiero acaparároslo demasiado-bromeé, acariciándole el cuello a Alec.
               -Tonterías. ¡Quédate, mujer!
               -Que no, de verdad. Me voy con mis amigas, y os dejo a vuestro rollo. Hasta luego, chicos. Me apeteces, Al-me despedí, dándole un beso en los labios.
               -Me apeteces, bombón-asintió, dándome una última palmadita a modo de despedida tras corresponder a mi beso, y observó cómo me marchaba entre la gente con gesto taciturno. Me sentí un poco estúpida por no haber aceptado la invitación de Tommy para quedarme un poco más con él, porque era lo que me apetecía, pero también consideraba un poco egoísta el plantarme allí con ellos después de haberlo tenido sólo para mí durante el fin de semana.
               Y, mientras un millón de miradas llovían sobre mí llenas de envidia al desfilar yo por la cafetería después de haber besado a Alec, envidiando que hubiera conseguido al soltero más codiciado ahora que mi hermano no estaba en el instituto, me di cuenta de una cosa:
               Alec, al contrario que Tommy, no había insistido en que me quedara con ellos.


Ignoré la millonésima vibración de mi móvil en el bolsillo de los vaqueros de nuevo, sintiendo que una mano helada me oprimía el pecho y me decía que me estaba equivocando al meterme en la boca del lobo con tanta alegría. Pero yo no lo estaba haciendo con ningún tipo de alegría, ni tan ricamente, como había dicho Bey. Me jodía en el alma tener que hacer lo que estaba a punto, pero sentía que no tenía otra opción.
               Si me sentía un cabrón y un mierdas por ir a pedirle consejo a mi hermano, desde luego no era por gusto, sino por evitarme un mal mayor: comerme la cabeza durante el tiempo que tardara en finalmente llegar a la conclusión de que yo no era lo suficientemente bueno para Sabrae, y tenía que alejarme de ella. Me había pasado la noche anterior en vela, negándome a conectarme a Telegram para que nadie viera que estaba despierto, y así darle una excusa a Jordan para enviarme un mensaje o directamente presentarse en mi puerta. Con aguantarle por la mañana ya tendría suficiente; además, estaba Sabrae. Que me hubiera dicho esa misma mañana que me había echado de menos por la noche había hecho que se me encogiera el corazón. Cuando me levanté, después de enviarle un videomensaje agotado en el que a duras penas conseguía escalar el tragaluz, estaba resuelto a hablar con ella, explicarle la situación, lo mucho que me preocupaba y que no me movería de la decisión que había tomado de tomarnos un tiempo.
               Y todo se había ido a la mierda en el momento en que la vi en el patio. Ojalá hubiera tenido motivos más egoístas que estuvieran en consonancia con el monstruo que estaba descubriendo que era, como que la quería demasiado y me sería muy difícil mantenerme al margen, pero la forma en que sonrió al encontrarme entre la multitud y el cosquilleo que sentí cuando se sentó en mi regazo y me dio un beso en el cuello me susurraron algo en la parte de atrás de la espalda: ella sufriría también. Puede que incluso más que yo. Se sentiría perdida, insuficiente, inútil, incapaz de mantener al único chico que le había importado como yo lo hacía a su lado durante más de tres meses.
               Por eso necesitaba respuestas. Por eso tenía que hablar con Aaron, saber si lo mío era genético o no. Podía luchar contra mis demonios, que a fin de cuentas no eran más que aire; pero por mucho que me abriera en canal, lo que estaba escrito en mi sangre seguiría allí mientras respirara.
               Jordan se movió a mi lado, descendiendo detrás de mí por las escaleras que daban al sótano supuestamente clandestino de clientela de peor reputación que la que frecuentaba la sala Asgard. No en vano, estábamos a dos manzanas de distancia de la discoteca en la que había más polvos mágicos que en un desierto de hadas madrinas.
               Al principio, yo no quería que Jordan me acompañara. Debía ocuparme de mis mierdas como el adulto al que jugaba a ser, y que desde luego estaba tratando de alcanzar con esa excursión, pero mi amigo consiguió disuadirme, aunque no por los métodos convencionales. En lugar de acudir a argumentos curradísimos, me había acorralado con la ayuda de alguien a quien yo no podía decirle que no, porque ella sabía leerme mejor incluso de lo que hacía Jordan.
               Me quedé helado cuando entré en su cobertizo para echar una partida y relajarme antes de irme al gimnasio, para no entregarme demasiado con el saco y terminar más cansado de lo que me convenía, y descubrí a Bey sentada con las piernas y los brazos cruzados en el sofá que normalmente era monopolio exclusivo de Jordan y mío.
               Bey alzó una ceja perfectamente arqueada cuando me vio entrar y detenerme en seco. Vale, por lo menos sabía que me iba a caer una bronca, así que los preliminares eran innecesarios. Yo no era gilipollas. Sabía a qué había venido nada más verla.
               -¿Para qué quieres hablar con ese gilipollas?-soltó sin rodeos, levantando la barbilla de una forma tan altiva que me dieron ganas de gritarle que no se pusiera chula conmigo, que nadie le había dado vela en este entierro. ¿Ves? Yo antes no era así. El episodio con Sabrae había despertado algo en mí. Por eso necesitaba ver a mi hermano.
               -¿Es que no se te puede decir nada, Jordan?-ataqué, atravesándolo con la mirada. Al menos Jordan parecía amedrentado, de pie en una esquina del cobertizo, con las manos en los bolsillos y los hombros hundidos-. Joder.
               -¿Vas a responderme?
               -A ti nadie te ha dado vela en este entierro, Bey. Métete en tus asuntos.
               -Tus asuntos son mis asuntos, y más si te vas a dedicar a ir por ahí haciendo el imbécil frente a tu hermano. ¿Se puede saber qué coño puede tener él que tú quieras? ¿Qué buscas en Aaron que Jordan, Tommy, Scott, o incluso yo no podamos darte?
               -Quiero saber-sentencié, agarrando de mala manera el mando de la consola y encendiendo la televisión.
               -¿Saber qué?
               -¡Saber cosas que no te importan!
               -¿Es por lo que te pasó con Sabrae?
               Me quedé a cuadros. Noté cómo un escalofrío me recorría de arriba abajo como la llegada del invierno. Me giré lentamente para mirarla, y me encontré con que su expresión se había suavizado. Había una comprensión en ella que me volvió absolutamente loco. No me merecía que me mirara así.
               Mis ojos ascendieron del rostro de mi amiga al de mi amigo, que se había encogido un poquito más si cabe en su esquina. Una rabia llameante estalló en mi estómago y deshizo el recorrido que había seguido el invierno, convirtiendo mi cuerpo en un torrente de lava. Jordan no tenía derecho a contarle nada de eso a Bey. Yo era el único que podía hablar de la mierda que había en mi interior; con qué excusa lo hubiera hecho él me daba lo mismo. Incluso si lo había hecho con la mejor de las intenciones, seguía sin ser algo que le perteneciera y que pudiera ir aireando por ahí.
               -Te voy a matar, Jordan, te lo juro-le aseguré, y él se encogió un poco más. Si hubiéramos estado sobre un ring y yo le hubiera tocado en ese momento, significaría descalificación inmediata. Pero no estábamos sobre un ring. Y por muchas ganas que tuviera de hacerlo, no le puse la mano encima. Eso no me haría mejor que la familia de la que llevaba renegando toda la vida y cuya herencia ahora se revolvía contra mí.
               -Deja a Jordan en paz. Está preocupado por ti. Igual que yo. No le mires así. No ha querido darme detalles de lo que os pasó. Sólo me ha dicho que estás muy rayado por una gilipollez, y que no dejas de darle vueltas a la absurda idea de que eres el digno hijo del desgraciado de tu padre.
               -Si te hubiera contado toda la verdad, la idea no te parecería tan absurda-respondí, tirando el mando sobre la mesa y pasándome la mano por el pelo. Bey frunció el ceño.
               -¿Y por qué no me la cuentas tú?
               -Porque no puedo.
               -¿Y por qué no…?
               -¡Porque me da vergüenza, Beyoncé!-estallé, y Bey parpadeó despacio, dispuesta a soportar mi tormenta. Se limpió una pelusilla de los pantalones y levantó de nuevo la mirada hacia mí, entrelazando sus manos sobre el regazo.
               -A ti nunca te ha dado vergüenza nada en toda tu vida, Alec.
               -Esto sí. Y si Jordan se hubiera callado, o te hubiera contado todos los detalles, me ahorraría tener que volver a pasarla ahora.
               -¿Qué demonios se supone que has podido hacerle a Sabrae para que ahora me hables como si fueras un oráculo incapaz de decir una cosa de forma clara?
               Miré a Jordan, que tragó saliva, carraspeó, y respondió:
               -Agarró a Sabrae del cuello.
               Bey se giró hacia él, su cara una máscara impasible.
               -Durante cinco segundos.
               -Los cinco mejores segundos de toda mi puta vida sexual-aclaré, y Bey se volvió hacia mí, sin desvelar ninguna emoción.
               -¿Y por eso quieres ir a ver a Aaron? ¿Porque tienes una fantasía con el estrangulamiento? Si yo fuera a ver a las personas tóxicas de mi vida por cada depravación que me pone cachonda, no me veríais el pelo-se echó a reír, pasándose una mano por la frente.
               -¡¿Es que no lo pillas, Beyoncé?! ¡Mi padre era un puto maltratador! ¡Y estas cosas pueden ser genéticas! Si voy a ver a Aaron, y hablo con él, podré saber si él también lo hace y por eso lo hago yo, o si es algo normal entre la gente, o… ¡no lo sé! ¡A ti nunca te lo han hecho, ¿verdad?!
               -¡Me han pegado durante el sexo!-se defendió Bey, incorporándose, y Jordan silbó por lo bajo. Ahora que ella se había puesto en pie y me había levantado la voz, ya podíamos pelearnos como los dos queríamos hacerlo: como perros rabiosos que están dispuestos a matarse-. ¡Eso no es ningún escándalo!
               -¡Pero es que no era una situación violenta, Beyoncé, joder! ¡Yo también he pegado y no ha pasado nada porque el contexto era el que era, y con Sabrae hacer eso no encajaba!
               -¡A todos nos gusta dominar de vez en cuando, ¿qué hay de malo en eso?!
               -¡QUE MI PADRE DOMINABA A MI MADRE TODO EL RATO CON EL MISMO GESTO QUE YO TUVE CON SABRAE DE MADRUGADA!-bramé, y se me hundieron los hombros, derrotado-.  Sabes cuáles son mis primeros recuerdos. Lo poco que he sacado de él. Que yo haga las mismas cosas que él le hacía a mi madre cuando yo era poco más que un bebé, sin importarle que yo pudiera verlo e interiorizarlo, mientras follo, debería ser preocupante. No quiero ser como él. Ni como mi hermano.
               -No lo eres.
               -Eso no lo sabemos.
               -Sí lo sabemos, Alec. Antes de follar con Sabrae, también follaste conmigo, ¿recuerdas? Y no hubo nada que pudieras esconderme aquella noche. Sé cómo eres aquí-me clavó el dedo índice en el pecho, a la altura del corazón-. Y sé que ni en un millón de años te podrías parecer a tu padre, ni a tu hermano, porque por lo poco que sé de ellos, sé que ellos jamás se preocuparían tanto como te preocupaste tú por mí. Mira, sé que te preocupa que Sabrae se deje llevar por lo que siente por ti, que te pase cosas que a otros no les pasaría, porque ella es joven e inexperta, pero yo tengo más experiencia que ella, así que tienes que hacerme un poquito más de caso cuando te digo que jamás ningún chico se había preocupado tanto de que estuviera a gusto y disfrutara como lo hiciste tú. ¿Lo has hablado con ella?
               Miré a Jordan. Parece que sólo le había contado lo que me preocupaba, y no el cuadro entero. Jordan se mordió el labio.
               -Sí. Y me dijo que no pasaba nada, que no me preocupara, que no pensara más en ello y que pasara página, porque para ella no tenía importancia.
               -¿Y por qué no te basta con la opinión de Sabrae y la mía?-preguntó, acariciándome la cara-. ¿Por qué necesitas ir a buscar a alguien que no te quiere, que quiere que estés mal, y hará lo posible por hacerte daño?-sus ojos eran dos charcos de miel en los que no me había importado chapotear tiempo atrás, pero en ese momento, me dolía horrores mirarlos, porque sentía que, si me asomaba demasiado a ellos, me terminaría cayendo y me ahogaría.
               -Porque Sabrae y tú estáis enamoradas de mí.
               Bey apretó los labios, recorriendo mi cara con su mirada.
               -Me temía que me dirías eso-suspiró, retirando sus dedos de mi rostro-. Pero que yo te  quiera como lo hago no significa que Aaron vaya a ser sincero.
               -Tampoco tiene ningún motivo para mentirme, si no sabe de qué estoy intentando que me aconseje.
               -Al, ya sé que has tomado una decisión, pero, por favor, escucha mi consejo: no dejes que tu familia te siga haciendo daño. No se lo merecen. Tienes que darles puerta de una vez por todas. Pensaba que ya lo habías conseguido.
               -Yo también-apostilló Jordan, y los dos lo miramos-. Pero se está replanteando muchas cosas con Sabrae.
               -No era esto lo que yo me esperaba cuando me dijiste que estaba loco por ella-murmuró mi amiga, y volvió la vista hacia mí.
               -Ya sé que me lo dices porque te preocupas por mí, Reina B. Y te prometo que voy a tener cuidado-le aseguré, cogiéndole la mano y besándole los nudillos-. Pero no puedo hacer que mi familia deje de hacerme daño. Seguirán siendo parte de mí, me guste o no, hasta el día en que me muera.
               Bey había exhalado un largo suspiro y se había apartado un mechón de pelo dorado de la cara.
               -Por lo menos, si vas… vete acompañado.
               Así que no había podido negarme, y tras volver del gimnasio, apenas probar bocado y decir que me iba con Jordan al centro a celebrar un partido que ni siquiera se jugaba ese día, había ido en busca de mi amigo y nos habíamos largado montados en mi moto al centro de Londres, donde la vida bullía con la misma actividad de día que de noche, aunque con distintos protagonistas dependiendo de la hora del día y la zona que visitaras.
               No nos había costado entrar en el local donde se suponía que estaría mi hermano, al que habíamos localizado pidiéndole un favor enorme a Chrissy, que había tenido que preguntar por él y exponerse a preguntas incómodas entre su grupo de amigos. Cuando me envió un mensaje con la dirección del local donde Aaron siempre echaba unas partidas al póker los lunes por la noche para recibir la semana a lo grande, me estremecí de pies a cabeza: era un local de strip tease.
               Ni una palabra de que he visitado ese sitio a Sabrae, le escribí a Chrissy, que me respondió con un: Si ni siquiera la conozco. Cuando le dije lo mismo a Jordan, éste me miró con el ceño fruncido.
               -¿Por qué iba a decirle nada?
               -Tú sólo… controla la lengua, ¿quieres?-apagué de nuevo la pantalla de mi teléfono cuando ésta se encendió con una nueva notificación, que por suerte no era de ella-. Seguro que tiene una opinión de mierda de estos sitios, y no quiero que acabemos a malas.
               -¿Es que tienes pensado acabar?-inquirió, alzando una ceja, y yo respondí:
               -Depende de lo que me diga Aaron. Tú calladito, ¿eh?
               A pesar de que éramos menores y no deberíamos estar allí, no nos fue difícil entrar en el local de luces rosas y música estruendosa, con mesas redondas repartidas aquí y allá, abarrotadas de hombres, la mayoría en traje, que jaleaban a chicas ligeras de ropa con unos cuerpos de escándalo. Jordan se quedó plantado, hipnotizado, delante de una belleza de ébano de tetas menudas que se estaba quitando el sujetador. Lo agarré por los hombros y lo conduje a la barra para conseguirle algo con lo que distraerse, pero cuando la chica terminó de quitarse el sostén y lo lanzó al fondo del escenario, exhibiendo sus pezones a un público que la adoraba, Jordan dejó escapar un gemido.
               -¿Tu hermano no podía echar la partida en un puto casino normal y corriente?
               -Esto es más propio de él-gruñí, inclinado sobre la barra, esperando a que una chica cuyo uniforme era un sujetador de cuero negro y una faldita que le dejaba al descubierto el tanga nos servía dos vodkas con lima. Había albergado la esperanza de que Aaron estuviera en un sitio un pelín más normal, pero dicha esperanza había sido muy pequeña: mi hermano era un cabrón de los pies a la cabeza, y como buen cabrón, disfrutaba del contacto de compañía femenina por la que había que pagar-. Perdona, guapa-llamé, inclinándome sobre la barra cuando la chica pasó de nuevo delante de mí, contoneándose sobre sus tacones-. He oído que hay una partida de póker en la que se juega mucha pasta en este sitio. ¿Me podrías indicar dónde?
               -Las partidas son privadas, cariño-ronroneó, acariciándome la mandíbula.
               -Soy hermano de uno de los jugadores. Vengo a impedir que dilapide la fortuna familiar.
               La chica parecía repentinamente interesada. Las palabras hermano y fortuna familiar debían de sonarle tremendamente bien a alguien que se pasea semidesnuda sirviendo copas a babosos cuarentones. No la culparía si vendía la identidad de todos los que allí estaban al mejor postor si con eso conseguía pagar el alquiler del piso conservando las bragas.
               -¿Quién?
               -Aaron.
               -Oh, sí-sonrió-. Conozco a Aaron. ¿Y dices que es tu hermano? Jamás había comentado nada del estilo.
               -Sí, bueno, eh… medio hermano, podríamos decir-la chica asintió con la cabeza, miró a Jordan un momento, que estaba inclinado sobre su vaso, bebiendo obedientemente de la pajita, intentando concentrarse en el ardor del vodka, y tras un instante de vacilación, señaló con un dedo terminado en una uña afilada una puerta en la que ninguno de los dos se había fijado.
               Enganché a Jordan del codo y lo arrastré lejos de la barra después de dejarle una propina de diez libras a la chica para que no dijera nada de que nos había visto, a lo que me respondió con un “ni siquiera sé tu nombre” y una caída de pestañas que no terminó de disgustarme.
               Joder, era un puto cabrón.
               Y, precisamente, cuando el de seguridad nos abría la puerta para que accediéramos al sótano en el que se estaba jugando la partida tras un gesto de la camarera, pude confirmar que lo era: un putísimo cabrón de campeonato.
               Porque, en lugar de darme la vuelta y volver a casa para hablar con Sabrae, que acababa de enviarme dos mensajes (uno un “hola”, y otro una foto), bloqueé mi móvil, lo puse en modo vibración, y bajé las escaleras con cuidado.
               Nos encontramos en una sala parecida a un búnker remodelado en el que una inmensa mesa de póker era la principal atracción. Sentados a ella, fumando puros o cigarros y bebiendo whiskey ambarino, había seis tíos que se reclinaban en sus asientos, cada uno fingiendo más hastío que el anterior, como si ninguno de ellos deseara estar allí. Tendrían entre 20 y 30 años, y me sorprendió que mi hermano no fuera el más joven de todos.
               Justo en el momento en que llegábamos abajo, la canción que estaba sonando en el piso superior y que atronaba a través de la puerta cambió a una que conocía muy bien: Dangerous, de David Guetta, y se me pusieron los pelos de punta. El universo intentaba decirme algo, pero yo ya había llegado demasiado lejos como para detenerme entonces.
               El crupier nos ignoró deliberadamente mientras llegábamos abajo, acostumbrado al pulular de la gente a su alrededor, y por gente me refiero a chicas que iban de acá para allá, desde una barra iluminada de azul con unos cuantos licores, a la mesa, en la que dejaban con cuidado las bebidas que habían pedido los jugadores, así como un par de ellas que se sentaban sobre el regazo de ellos y jugueteaban con su pelo como niñas de papá que intentaban conseguir que les concedieran su siguiente capricho.
               No me sorprendió ver que mi hermano era uno de los dos chicos que tenía a una castaña despampanante sentada en su regazo, sorprendentemente vestida para lo que era la moda femenina en ese local, con las piernas cruzadas y el escote bien cerca de la boca de Aaron, que escudriñaba sus cartas con la mejor cara de póker que había visto en mi vida. Con razón decían que el póker era un deporte de extremos: de ratas y caballeros. Y, por supuesto, mi hermano no estaba en la lista de invitados a la cena de Navidad de Buckingham Palace.
               Fue la chica que estaba haciendo compañía a Aaron la que se percató de nuestra presencia, y aunque le extrañó y su semblante la traicionó un segundo, supo disimular a la perfección en un abrir y cerrar de ojos. El humo de la estancia, que se acumulaba en el techo, vibraba con los acordes de la canción estruendosa del piso superior.
               Como si se viera vinculado a lo que la chica percibiera con una conexión invisible, Aaron levantó la cabeza y se me quedó mirando un segundo, sin reconocerme. No se esperaba que estuviera allí, y el alcohol que había ingerido y que le ponía los ojos brillantes le susurraba al oído que no sabía quién era yo. Pero él lo sabía. Lo supo en cuanto di un paso al frente y me lo quedé mirando con dureza, incapaz de controlar la repulsión que sentía hacia él. No sólo frecuentaba los tugurios que sólo fabricaban personajes como mi padre, sino que para colmo se aprovechaba de la experiencia completa cada vez que podía. La chica parecía demasiado a gusto en presencia de Aaron como para tratarse sólo de una relación de dinero. Algo me dijo que se la tiraba.
               -Vaya, vaya-rió, curvando su boca en una sonrisa torcida que nada tenía que ver con la mía, y que sin embargo se le parecía mucho-. Chico, mirad, mi querido hermano se ha bajado de su pedestal moral para venir a visitarme-se volvió hacia sus amigos, abriendo la mano en la que no tenía la carta, y todos los presentes se echaron a reír, incluido el crupier. Jordan se tensó a mi lado, sabedor de lo poco que me gustaba que se riera de mí gente en la que desconfiaba. Y de mi hermano no me fiaba un pelo-. ¿Has venido a jugar, hermanito?-me pinchó. Otra de las cosas que no soportaba de él era su obsesión con recordarme siempre nuestro vínculo, que era lo único que hacía que le permitiera ver a mamá cada año, durante Nochebuena. De lo contrario, no habría dejado que se acercara a ella ni muerto.
               -Tengo que hablar contigo-respondí, apretando los puños a ambos lados del cuerpo, y Aaron alzó una ceja.
               -¿En serio? Estoy un poco liado ahora mismo. No te importará que charlemos otro día, ¿verdad? Podría ir a casa, y estaríamos más tranquilos, sin tanta gente escuchando-se burló, alzando las cejas tan sutilmente que nadie más que yo se percató del gesto de desafío.
               -No quería causarte ninguna molestia, y no me importa que oigan nuestra conversación.
               Me acababa de marcar un farol increíble, pero confiaba en que Aaron mordiera el anzuelo.
               -Tentador-respondió, toqueteando las cartas, haciendo que bailaran sobre la mesa hechas un taco delgado. Miró uno a uno a sus contrincantes y lanzó dos monedas al centro, subiendo la apuesta-. Termino la partida y estoy contigo, Alec.
               -Puedes seguir con la puñetera partida luego.
               -¿Y si estoy en racha?-se volvió hacia mí y yo puse los ojos en blanco.
               -Tiene una escalera de color-anuncié-, no subáis vuestras apuestas.
               Todos en la mesa se quedaron pasmados ante mi afirmación; todos, excepto el crupier, que frunció los labios como si acabara de cagarme en sus muertos y no pudiera replicarme.
               -¡Joder, tío!-ladró Aaron, tirando las cartas boca arriba sobre la mesa y negando con la cabeza-. Casi tenía al cabrón de Jackson-miró al que debía de ser Jackson con verdadero odio en la mirada; definitivamente éramos la viva imagen del otro, porque así era como yo lo miraba a él-, muchas gracias por joderme la maldita partida. Puto mocoso de los cojones…
               -Tranquilo, Ar-ronroneó la chica, que se las había arreglado para no caerse de su regazo a pesar de lo mucho que se había movido él-. Siempre habrá otras manos.
               Aaron se la quedó mirando un momento, y luego, le comió la boca como si no hubiera un mañana. La chica respondió a su beso con entusiasmo, y yo sentí que se me revolvían las tripas. El muy cabrón había conseguido engañarme en ese sentido en Nochebuena, pero ni siquiera eso había cambiado: seguía siendo un hijo de puta en cada aspecto de la vida, sin importar desde dónde trataras de mirarlo. Cuando trajo a Yara a casa para la cena de nochebuena, pensé que empezaba a haber esperanza para él y que podría encauzarse con el paso del tiempo, pero saber que sólo había jugado a las casitas con mi madre y su novia mientras se pasaba los lunes follando con una golfa de la noche me daba ganas de vomitar. Mi madre no se merecía que le ilusionaran con unos nietos que no iban a darle (aunque yo me aliviaba de saber que Aaron no iba a reproducirse), y Yara parecía buena chica; desde luego, no se merecía que la tratara así.
               -No me tientes, o le daremos una lección a este niñato que no olvidará-instó cuando se hartó de morrearse con ella, recogiendo las fichas que le quedaban y metiéndoselas en los bolsillos del traje negro que llevaba. Me recordó a su vestuario en Nochebuena, con probablemente la misma chaqueta, y un jersey negro que había contrastado con el que llevaba yo, de color blanco. Puede que el de ahora fuera de color crema, pero el contraste entre nosotros volvía a ser evidente: pertenecíamos a dos mundos diferentes, opuestos e incompatibles, los dos bandos enfrentados de una guerra que llevaba librándose desde que habíamos nacido ambos, y que llevaba intensificándose desde que nació Mary Elizabeth.
               Sabrae decía que yo era un sol, y a veces incluso me llamaba “rey”. Pues si yo era el sol, Aaron era una noche oscura, sin luna, en la jungla. El príncipe de la noche más oscura en la que te pudieras ver atrapado por los monstruos que acechaban en ella, en nuestro interior.
               La chica en cuestión sonrió, y yo me harté de tantos jueguecitos. No había venido a ver cómo follaban sobre la mesa del póker, por mucho que pareciera ser ésa la intención del resto de mamarrachos allí presentes.
               -¿Cómo está Yara?-sonreí, metiéndome las manos en los bolsillos. Aaron rió por lo bajo; el único al que le hizo gracia mi pulla. El resto se vio sumido en un silencio sepulcral, y la golfa nocturna se limitó a mirarme con un odio venenoso en la mirada mientras se levantaba del regazo de Aaron, obedeciendo la palmadita que le dio en el culo, para que fuera a buscarle algo de beber. Mira qué bien. Camarera y puta en el mismo pack.
               -En casa. Disfrutando que tenemos una relación abierta-se llevó un cigarro a la boca y dio una profunda calada. Alcé una ceja.
               -¿Y ella lo sabe?
               -Oh, vamos. Ni que fuera muy distinto de lo que tú te traes con Sabrae-se burló, alcanzando su vaso de whiskey y dando un sorbo con una sonrisa en los labios. Creía que me había dado en mi zona más sensible, y en cierto modo, así era.
               Con lo que él no contaba era con que me comportaría no como el perrito faldero que siempre me había considerado, sino como un gato salvaje dispuesto a defender su territorio a muerte. No me encogería mientras me apaleaban y aceptaría mi destino; si me tocaban los cojones, estallaría. Y eso fue lo que hice.
               Me escuché reír como si me escuchara en la radio, y mi cerebro se desconectó, fascinado en esa risa, regodeándose en lo escalofriante que era. Con ímpetu, me acerqué a mi hermano, lo enganché del cuello y lo tiré de la silla, sujetándolo en el suelo de forma que estuviera completamente a mi merced.
               Le apreté como apreté a Sabrae. Con más fuerza, si cabe. Porque a él sí que deseaba hacerle daño. Sí que deseaba que dejara de respirar, y que lo hiciera por mi culpa, secretamente.
               Y, al contrario que cuando me descubrí ahogando a Sabrae, esa vez no me separé como si su cuello quemara ni me escandalicé de mis deseos. Los abracé. Ya había obtenido la respuesta que necesitaba.
               Escuché el sonido de las sillas arañando el suelo cuando todos se pusieron en pie, alerta. Aaron me miró con odio, sabiéndose sometido. Tosió mientras me intentaba sujetar las muñecas para separarme de él y que lo soltara, pero yo era más fuerte, a pesar de ser el menor. Disfruté de la sensación de tenerlo en mis manos completamente, sintiéndome poderoso, y me incliné hacia él:
               -Te dije que, como volvieras a pronunciar el nombre de Sabrae, te mataría.
               Y entonces, lo solté. Todo el desprecio que había en los ojos de Aaron se desvaneció cuando el aire llameante entró de nuevo en sus pulmones. Boqueó, tosió, y me miró con odio mientras se incorporaba. Como si recordara que estaba allí, de repente clavó los ojos en Jordan.
               -¿Y tú qué? ¿Vienes de guardaespaldas y te dedicas a mirar, maricón?
               -Le he pedido que me impida matarte-le expliqué yo, aún desde abajo, con las rodillas hincadas en suelo un tanto pegajoso-, pero no que te deje tetrapléjico. Hay una diferencia-sonreí, y Aaron puso los ojos en blanco. Me puse en pie, me limpié los vaqueros e hice un gesto con la mano en dirección a las escaleras-. Después de ti, Aaron.
               -Daisy-ordenó Aaron, girándose hacia la chica en cuestión, que se había quedado paralizada en el sitio. Me pregunté si sería tan mala fingiendo sus orgasmos como lo era fingiendo sorpresa: seguro que había peleas en ese tugurio prácticamente todos los días. La combinación de mujeres desnudas y testosterona a mansalva es lo que tiene.
               La tal Daisy fue la primera en salir de la sala de juegos, y nos condujo a un pasillo con puertas rojas  que parecían dar todas al mismo sitio. Lo atravesó y se detuvo en la puerta del final, mirando a Aaron con una interrogación en la mirada. Cuando una pareja formada por una chica que debía tener mi edad y un cuarentón barrigudo salió de la primera del pasillo, caí en la cuenta de que estábamos en los reservados del club.
               Aaron negó con la cabeza e hizo un gesto para que continuáramos nuestra excursión… y, de repente, me vi en un callejón pobremente iluminado, al lado de un contenedor de basura, en cuyo principio se intuían las siluetas de los jóvenes que no se habían enterado del final del fin de semana.
               -¿Me vas a sacar la navaja?-pregunté viendo cómo Daisy se quedaba a la puerta, insegura. Aaron se volvió para mirarme, riéndose.
               -Ni de coña pago yo las 500 libras del reservado para lo que sea que hayas venido a decirme, niñato. Ya que te empeñas en que quieres intimidad, confórmate con esto-abrió los brazos y yo puse los ojos en blanco. Me saqué la cajetilla de tabaco del bolsillo y me encendí un cigarro, repentinamente nervioso. No sabía cómo empezar. Responder a la provocación de Aaron había sido un error: ahora no tenía forma de iniciar una conversación sincera con él, y debía confiar en saber conducirlo hacia donde yo quería sin que él se diera cuenta.
               Observé que él miraba mi cigarro con expresión indescifrable, y opté por intentar ganármelo ofreciéndole uno, que para mi sorpresa, aceptó.
               -Debe de ser la primera vez que me das algo sin que yo te lo pida-murmuró.
               -¿No cuentas las hostias que nos dábamos de pequeños?-pregunté, y Aaron me miró un momento. Nos echamos a reír, y por un instante fuimos hermanos y no rivales, y yo necesitaba consejo y él podía dármelo. Jordan se revolvió detrás de mí, y le dedicó una mirada confusa a Daisy, que estaba allí plantada sin saber muy bien qué hacer.
               -¿Cómo está mamá?
               -Bien. Pero no he venido a hablar de ella.
               -¿Entonces?
               -Necesito que seas sincero conmigo-dije-. Nunca antes te he pedido nada. ¿Podrás?
               -¿Y qué saco yo?-ah, ahí estaba. El lado interesado de mi hermano que, por supuesto, tenía que terminar saliendo tarde o temprano. Suspiré. Definitivamente, no habría manera de tener una conversación normal con él. ¿Cómo podía obtener las respuestas que necesitaba si no podía fiarme de lo que Aaron me dijera? Bien podía decirme que la mierda que había en mi  interior era cosa mía para que yo arriesgara a Sabrae, o decirme que todo era genético para hacerme perderla. De las dos maneras sufriría, así que yo sólo podía perder, y Aaron sólo podía ganar.
               -Me callo. No le digo a Yara nada de lo que vienes a hacer aquí-señalé con la cabeza hacia la puerta, donde aún permanecía Daisy-, ni de quién te espera.
               Aaron miró un momento a la chica, y le hizo un gesto con la mano en la que sostenía el cigarro para que se fuera. Cuando escuché el clic de la puerta a mi espalda, asintió con la cabeza, dando una calada a su cigarro.
               -No es que te importe, pero yo no estoy haciendo nada malo. Simplemente me lo paso bien.
               -Tenemos conceptos del bien y del mal un poco diferentes, Aaron.
               -Sospecho que no has venido desde tu casita de ensueño a darme lecciones de moral, Alec.
               -Con lo buena que está, tío, y lo buena que es… ¿y se la pegas con la primera que encuentras?
               -No es la primera que me encuentro. Y no se la estoy pegando. Pero a ti, todo eso, te la suda, ¿no es así? Estás encantado de haber encontrado otra cosa en la que eres mejor que yo. Algo que echarme en cara y por lo que decirme que no soy buena persona, con lo que regodearte cada noche. Te han criado como a un puto príncipe. No tienes ni idea de cómo es la vida real, Alec. Yo sí. Por eso sé que desfogar de vez en cuando no es malo. Y Yara lo acepta. Sabe que vengo aquí; no es tan estúpida como piensas que es, porque al contrario de lo que te pueda parecer, yo no soy tan mal partido como crees. No me he follado a ninguna de esas tías, y no será por falta de ganas. Pero tengo novia. Y la quiero. No me mires así. Es la jodida verdad.
               -Tú no has querido a nadie en tu vida, Aaron.
               -Quiero a mamá. Y te quería a ti cuando éramos pequeños y sólo éramos dos. Cuando aún eras mi hermano-gruñó, y yo pensé que me abrazaría y se echaría a llorar en mi hombro y me pediría que fuéramos al campo a recoger margaritas mientras nos cantábamos que nos queríamos para recuperar el tiempo perdido… pero, por supuesto, ese no era el estilo de Aaron. Nada de eso lo era. Él no daba puntada sin hilo, y no utilizaba su boca para otra cosa que no fuera manipular y escupir veneno-. Y quiero a Yara. Es la única chica que ha visto mis mierdas y no ha salido pitando. No tendré la moralidad tan estricta como la tuya, Alec, pero te aseguro que no soy gilipollas. Sé reconocer a una buena chica cuando la veo. Y Yara lo es. Sólo viendo cómo aguanta mis meteduras de pata y mis movidas sin quejarse, ya lo sé.
               -De eso, precisamente, quiero que hablemos: de meteduras de pata y de movidas.
               Aaron alzó las cejas, apoyándose en un contenedor.
               -¿San Alec, metiendo la pata y teniendo movidas? Me gustaría verlo. Habla.
               -Antes de que te cuente nada, júrame que serás sincero.
               -Alec-me atravesó con una mirada intensa-, te juro por mamá que te voy a ser sincero. Habla de una puta vez.
               -Por mamá, no-sentencié, y Aaron entrecerró los ojos-. Júralo por papá.
               Se rió.
               -¿Qué sentido tiene…?
               -Tú le quieres. Yo le quiero ver enterrado. Si me mientes… bueno, digamos que un disgusto me compensará el otro.
               Aaron meneó la mandíbula, pensativo. Me estudió con la mirada mientras yo soportaba su escrutinio con paciencia. Sabía que le había picado la curiosidad; yo no iría al centro en un día de entre semana, recorriendo kilómetros en el principio de la fría madrugada londinense, para cualquier pijada. Lo que tenía que haber ido a contarle debía ser serio, y gordo. Y yo debía de estar muy jodido si necesitaba su ayuda (sí, ahí debía darle la razón).
               Le dio una calada a su cigarro, exhaló lentamente y asintió con la cabeza.
               -Está bien. Te lo juro por papá. Seré sincero. Venga, mocoso. Desembucha-se cruzó de brazos-. Tengo un par de miles de libras que ganar esta noche. ¿Qué es eso tan interesante de lo que necesitas desesperadamente hablar conmigo?
               -Sexo-revelé, y Aaron alzó las cejas, impresionado… y se echó a reír.
               Jodido hijo de puta. ¿A qué cojones había ido? Tenía que ser muy imbécil si pensaba que Aaron podía ayudarme. Debía resolver mis mierdas yo sólo.
               Sólo allí, cuando ya no había marcha atrás, se me ocurrió que podría haberle preguntado las rutinas sexuales de mi hermano a alguien que las conocía y que no me humillaría por tener miedo: la misma que me había conseguido su localización esa noche. Chrissy.
               Eres imbécil, Alec.
               -¿Qué pasa, que ya no puedes hacer que se corra?-se burló, y Jordan echó a andar hacia él, dispuesto a destrozarlo, pero yo lo detuve. Ahora era demasiado tarde para echarse atrás.
               Mi móvil vibró en ese momento, y el estómago se me dio la vuelta. Ahora o nunca. Debes saber cuánto de mal hay en ti. Cuánto hay para calibrar si ella lo podrá soportar.
               -En eso sería yo quien tendría que darte consejo a ti, y no al revés, payaso-respondí, arremangándome instintivamente. Puede que hubiéramos tenido una breve tregua durante nuestra conversación, pero todo había estallado de nuevo; o, si no lo había hecho aún, estaba a punto-. No. De lo que vengo a hablar es… bueno, de tus hábitos en la cama.
               -Mis hábitos en la cama-repitió-. ¿Qué pasa? ¿Quieres saber cuál es mi postura favorita, o qué, mocoso?
               -No, gilipollas, ¿quieres callarte? Por lo que te quiero preguntar es por si… al follar haces algo… que se salga de lo común-Aaron dio una calada, expectante-. En plan… más violento de lo normal.
               Soltó despacio el aire.
               -Define “más violento de lo normal”.
               -Pues… violento. Las cosas que papá le hacía a mamá.
               Aaron se echó a reír, sorprendido.
               -En 17 años no me has preguntado por él ni una sola vez.
               -Bueno, pues, ¡lo estoy haciendo ahora!-estallé-. ¿Te comportas como papá en alguna ocasión?
               Sonrió.
               Sonrió, joder.
               Había sido una idea de mierda ir a verlo. Me había puesto en sus manos. ¿Por qué nadie me había convencido de que ir a ver a Aaron y pedirle consejo en algo tan serio era una idea de mierda? Tendría que haberlo consultado con Sabrae. Ella me habría disuadido. Sabía cómo hacerlo. Puede que lo hubiera hecho porque no quería perderme, pero a fin de cuentas, el motivo no importaba. El fin justificaba los medios. Deberá haberme quedado con ella, haber ido a verla antes de ir al gimnasio, haberme quedado en casa hablando con ella en lugar de ir a ese estúpido local de mierda, a señalarle al cabrón de mi hermano mis puntos débiles para que él me despedazara y se comiera mis entrañas aún calientes.
               Ella les prendería fuego a mis demonios, esos demonios a los que ahora Aaron estaba a punto de darles el poder de la inmortalidad.
               -¿Qué has hecho?
               No pude controlar mi lengua. De nuevo, se hizo con el control de sí misma y se rebeló a todo lo que yo pensaba o deseaba. No quería darle más pistas, sino irme y ya estaba, pero en el fondo sabía que Aaron no me dejaría marchar así como así. Y me había tomado demasiadas molestas para irme ahora sin respuestas. Era un puto cobarde. Si me daba miedo contarle la verdad, era porque ya sabía lo que iba a decirme: que si era tan bueno como me creía, debía alejarme de ella, porque la maldad de mi interior era parte de mi código genético.
               Se lo conté. No con todos los detalles con que se lo había contado a Jordan, pero le hablé de mi descontrol, de mi placer sometiéndola y sabiéndome el amo de su cuerpo, de lo mucho que me gustó utilizarla hasta el punto de que prácticamente me masturbé con su cuerpo… y le dije que la estrangulé, y me corrí mientras lo hacía, porque jamás me había sentido tan liberado y tan hombre y tan en consonancia con el universo como en el momento en que jugué con la vida de Sabrae.
               Por supuesto, no le dije nada del calibre de “me gustó tener su vida entre mis manos aunque fuera sólo unos segundos”, pero creo que Aaron lo entendió incluso aunque yo me lo callara.
               -Y yo sólo quiero saber si… bueno. Si es algo normal en nosotros dos. Si tú también lo haces.
               Aaron tomó otra calada, muy lentamente, disfrutando de mi control.
               -A ella le gustó, ¿verdad? Si no, no estarías aquí, preguntándomelo-sonrió, y yo me quedé callado. Sí, en el fondo, le había gustado. Le había cogido desprevenida, pero le había terminado gustando. Sus insinuaciones no dejaban pie a malinterpretarlas: Sabrae quería volver a probarlo, esta vez de manera menos sorpresiva y más consensuada… pero yo tenía miedo de que se me fuera de las manos. No podíamos volver a pasar por eso otra vez. ¿Y si le hacía verdadero daño? No podría perdonármelo jamás. Ni aunque no la espantara. No quería hacerle daño.
               No quería ser la pesadilla que amara, como había hecho mi madre tiempo atrás con el hombre que la había convertido en madre las dos primeras veces.
               Aaron dio un par de pasos hacia mí.
               -Mira, Al…-mi diminutivo sonaba a insulto salido de su boca. Me puso una mano en el hombro y levantó la cabeza para encontrarse con mis ojos, y me dedicó una sonrisa lobuna-. A las chicas es gusta que les demostremos quién manda. Algunas lo ocultarán más, y otras lo ocultarán menos. Eso saca a la puta que todas llevan dentro. Y cuando esa puta sale, se convierten en verdaderas solas. Sólo piensan en una cosa: la que tienes entre las piernas, y en correrse usándola de todas las formas que se les ocurran. Lo tuyo es un don, tío. No todos consiguen que su chica pierda la cabeza. Mi consejo es que disfrutes de la puta que has creado, hermanito-me dio una palmadita en la cara y me guiñó un ojo.
               Apreté los nudillos. No la llames así. Esto no está bien. No la llames así.
               No quería hacerle daño. A Sabrae, no. A cualquiera, menos Sabrae.
               -Sabrae no es ninguna puta-me escuché decir. Estaba enamorada, estaba perdida en mí, y sólo me ofrecía hacer eso porque pensaba que era lo que yo quería (porque era, en el fondo, lo que yo quería), no porque le gustaran esas cosas. Estaba seguro. Había visto su miedo en sus ojos, un brevísimo instante que duró milenios. Ella no disfrutaba poniendo su vida en mis manos.
               Ninguna lo hacía. Nadie lo hacía jamás.
               Aaron se rió, sorbió por la nariz, se inclinó hacia mí y me susurró al oído:
               -¿Y por qué sigue contigo si la has estrangulado? Sólo las putas hacen eso. Y sólo los que tenemos ese don podemos hacerlo y conseguir que les guste.
               Le pegué un puñetazo que le desencajó la mandíbula y despertó a la bestia rabiosa que llevaba dentro, y ojalá lo hubiera hecho porque hubiera llamado puta a Sabrae, pero mis motivos no eran tan nobles. Sí, me jodía que la llamara así, y la defendería a muerte, pero me jodía más otra cosa: que me hubiera confirmado que eso estaba en mi sangre.
               Y me hubiera descartado toda duda de si tenía que dejarla.
              

Cuando finalmente apagué la luz el lunes por la noche, lo hice un poco desanimada. Me había pasado la tarde haciendo dulces que no me llevaran mucho tiempo y que pudiera dejar en cualquier momento si algo me distraía, algo que tenía nombre y apellidos. Me había dedicado a la repostería con desgana, e incluso había dejado preparada mi bolsa de deporte encima de la mesa de la cocina por si acaso llegaba ese mensaje que ansiaba, por si finalmente surgía un plan, pero en el fondo de mi corazón, sabía que era una bobada albergar esperanzas de que aquello sucediera, porque, desde luego, como finalmente confirmé más tarde, no iba a pasar. Para cuando el reloj dio las 7 y yo supe que Alec no iba a mandarme un mensaje avisándome de que se iba al gimnasio, o directamente pasar a recogerme, decidí ir en busca de Shasha y ponernos a ver una película para matar el tiempo.
               Le envié un mensaje por la noche con una esperanza débil, titilante como una estrella lejana, de que me contestara, pero algo en mi pecho que hacía más difícil respirar me dijo que estaba siendo estúpida por insistirle tanto cuando me había dejado claro que no iba a tener tiempo para estar pendiente del teléfono y ponerse a enviarme mensajitos. Me había dicho que me hablaría él, no que esperaba que yo le abriera conversación (en cuyo caso, lo habría hecho nada más llegar a casa), así que me estaba dedicando a forzar mi destino.
               Me acosté disgustada, lo reconozco. Me sentía estúpidamente abandonada, falta de un cariño que sabía que me tenía. Eran cosas mías, me decía; me había enganchado demasiado a él durante el fin de semana y él necesitaba su espacio, que yo debía darle. No podía esperar que estuviera pendiente de mí todo el tiempo, igual que el sábado, un lunes por la tarde, cuando era de último curso y para colmo tenía que trabajar. Simplemente, no era realista.
               Pero una voz en mi cabeza me decía que había estado pendiente de mí todo el tiempo durante el principio de nuestra relación. ¿Por qué ese cambio tan repentino? ¿Y si se estaba perdiendo la magia? Yo no quería perder lo que habíamos tenido al principio, la pasión, la necesidad, las ansias del otro. Había durado demasiado poco; sólo me conformaría con toda una vida con esos sentimientos preciosos.
               Claro que todos esos pensamientos enfermizos se fueron al traste, y mis voces diciéndome que no le importaba tanto, se callaron cuando me desperté y, como siempre, como si nada hubiera pasado, recibí una notificación suya a primera hora (literalmente) de la mañana, un videomensaje en el que me mostraba primero su cuerpo desnudo, y luego, el sol pintando el cielo de tonos dorados.
               Un Alec aún adormilado se frotó la cara y se disculpó conmigo por haberme tenido abandonada la noche anterior; había tenido más trabajo del que se esperaba y Sergei le había pegado una paliza en el gimnasio, así que había llegado a casa molido y tarde, con lo que no había visto mis mensajes. Sonreí, agradecida por que todo aquello de la pérdida de la magia estuviera en mi cabeza, y tecleé.
No pasa nada, sol buenos días
               Sin embargo, mientras me lavaba los dientes antes de vestirme, me asaltó un pensamiento: podría haber tenido el detalle de enviarme un mensaje diciendo que finalmente no podríamos hablar para que yo no me comiera la cabeza, ni me entraran dudas. Claro que él no sabía que me afectaría tanto que no habláramos, pero si la situación fuera a la inversa, yo le habría avisado.
                Esa vez, sin embargo, tuve más suerte que la mañana anterior y me lo encontré a la salida, con lo que no tuve que desesperarme hasta que llegara la hora del recreo y poder ir a buscarle. Estaba charlando con Momo mientras entrábamos, cuando vi que aparecía por la entrada, acompañado de las gemelas, Jordan y su hermana. Sentí que el corazón me daba un brinco al verlo, tan guapo y tan alto y tan mío y tan presente…
               … hasta que me fijé en que tenía la mandíbula amoratada y marcas de arañazos en el cuello.
               Dejando a Momo con la palabra en la boca, corrí hacia él como alma que lleva el diablo, preocupada por mi chico como si yo pudiera defenderle mejor de lo que lo haría él.
               -¿Qué te ha pasado?-casi chillé en la marea de estudiantes que remoloneaban en dirección a sus clases, y Alec se detuvo en seco y me miró con ojos como platos, como si estuviera perfectamente y yo me estuviera imaginando todo.
               -¿Eh? Ah. Eh… se nos cayeron unos cuantos paquetes encima ayer por la tarde. De libros-aclaró, llevándose la mano a la mandíbula y exhalando un gemido cuando sus dedos tocaron la superficie amoratada-. ¿Ves por qué no es tan bueno como dices leer?
               -Jo. Pobrecito. Ven que te dé un beso, a ver si te curas antes-ronroneé, poniéndome de puntillas y entrelazando mis dedos con los suyos. Alec se inclinó obedientemente hacia mí, y cuando le di un beso, protestó:
               -¿Sólo uno?
               Me eché a reír, le agarré de la mandíbula y orienté su boca hacia la mía, dándole un sonoro beso en los labios que hizo que sus amigos se echaran a reír. Cuánto le había echado de menos, y eso que le había visto hacía menos de 24 horas. Era increíble cómo podía llegar a necesitarlo; sospechaba que una semana entera sin separarnos no sería suficiente. O, al contrario, sería más que de sobra para que yo me diera cuenta de que ya no podía vivir sin él.
               -Te eché de menos ayer por la noche-confesé, dándome la vuelta para ir andando a su lado en dirección a su pasillo. Alec, sin embargo, me condujo con tranquilidad hacia las escaleras que llevaban a mi pasillo, alejándose así de sus amigos.
               -Sí, eh… respecto a eso, te debo una disculpa-comentó, frunciendo el ceño y mirándose los pies.
               -No pasa nada. Tienes cosas que hacer.
               -Es que estaba cansado. Lo siento mucho.
               -Bueno, por lo menos no te he dado el coñazo durante varias horas y habrás podido dormir-sonreí, volviendo a colgarme de su brazo para darle un beso en la mejilla, mimosa. Alec sonrió, distraído, y asintió con la cabeza-. Y me has enviado el videomensaje.
               -¿Por quién me tomas, Sabrae?-se detuvo, ofendido, y como yo subí un par de peldaños antes de volverme, pudimos estar a la misma altura-. Sabía que lo esperabas y que te hacía ilusión.
               -También me hacía ilusión hablar de noche-volví a ronronear, pasándole los brazos por los hombros y jugueteando con el remolino que tenía en la nuca antes de darle otro beso. Alec hundió los hombros y me agarró de la cintura, agachando la cabeza como un perrito que sabe que se ha portado mal y asume el castigo que su dueño quiera imponerle.
               -Lo siento. Debería haberte escrito para decirte que estaba muy cansado. No es justo por mi parte tenerte esperando…
               -No pasa nada. No sé por qué te he dicho eso otra vez. No es ningún drama, de verdad. Tenemos nuestras vidas-sonreí, dándole un toquecito en la nariz-. No pasa nada porque atiendas tus asuntos de vez en cuando, señorito ocupado. No me voy a morir.
               Alec sonrió, alzando una ceja.
               -¿“Señorito ocupado”?
               -Sí, tú también me lo has escuchado, ¿verdad?-me eché a reír y jugueteé con su pelo-. El caso es que… perdona por habértelo repetido. Que descanses es lo primero. ¿Lo estás?-coqueteé, tomando su rostro entre mis manos. Exageró un bostezo y luego asintió con la cabeza, somnoliento. Me pegó un poco más a su cuerpo y yo me reforcé en la idea de que me había agobiado de forma tonta. No pasaba nada entre nosotros. Encima que tenía un percance en el trabajo y su entrenador lo machacaba, yo le daba el coñazo. Alec era un santo-. Entonces, ¿te apetece quedar hoy?
               -Es que… también tengo que currar. Voy a tener una semana un poco intensita-puso los ojos en blanco y yo chasqueé la lengua.
               -¿Estás seguro de que te gusta ser independiente económicamente? Yo prefiero mil veces estar en casa y administrarme mi paga a tener que jugarme el cuello con pilas de paquetes de libros de Amazon todos los días.
               -Tenemos aspiraciones distintas en la vida, Saab-sonrió, besándome la mano.
               -Bueno, entonces, ¿qué te parece si voy a tu casa, mm?-sugerí, acariciándole de nuevo la nuca. Recordé sus palabras en la playa en que me había hecho descubrir que yo también sentía deseo sexual, no puedo controlarme cuando una chica guapa como tú me toca así-. Todavía tengo que correrme con tu chaqueta de boxeador-le susurré al oído, y le di un suave mordisquito en el lóbulo de la oreja justo en el momento en que sonaba el timbre que indicaba que todos los alumnos debían estar ya en clase.
               -Um… quizá sea mejor que lo dejemos para otro día. Ya sabes, no quiero crearte unas expectativas que luego no sé si voy a poder cumplir. Seguro que tardo un huevo en el curro.
               Torcí la boca, desanimada.
               -No pasa nada-vi que Jordan se nos acercaba a toda velocidad, apurado, y que se colocaba al lado de Alec. Éste se giró y lo miró con un interrogante en la mirada.
               -Nos van a poner un examen sorpresa a tercera.
               -No me jodas, Jordan. ¿De qué?
               -¿Yo qué sé, tío? ¡Es sorpresa, como su propio nombre indica! Siento cortaros el rollo, Saab, pero…
               -¿Jordan? ¿Alec? ¿Qué hacéis en este pasillo?-les recriminó su antigua profesora de música-. ¡Tirad para vuestras clases!
               -¿Hablamos de noche?-pregunté a la desesperada mientras Alec hacía amago de soltar mi mano, y se volvió de nuevo hacia mí.
               -Hoy empiezan los campeonatos de la NBA con Jordan, y siempre los vemos en su casa-respondió, y yo sentí que me desinflaba. Me había rechazado tres veces en tres minutos, los mismos que llevábamos de conversación.
               -Vale-hice un mohín y él dio un paso hacia mí, acunó mi mejilla con su mano y me prometió:
               -Pero si quieres, podemos hablar mientras.
               -Me gustaría-asentí despacio con la cabeza, y él sonrió, se inclinó y me dio un beso fugaz y superficial-. Me apeteces.
               -Me apeteces, bombón-respondió automáticamente, y echó a correr detrás de Jordan cuando la profesora de música gritó de nuevo su nombre.
                Subí como alma en pena las últimas escaleras que conducían a mi clase, y entré en mi aula con una cara tan larga que las chicas se levantaron y vinieron a por mí, a pesar de que en nada entraría nuestro profesor. Ya no estaba tan segura de que esas dudas estuvieran en mi cabeza, no después de ver que Alec me rechazaba constantemente. Me sentía rara, como si no tuviera derecho a entristecerme, y aun así no pudiera evitarlo. Momo me abrazó y me dio un beso en la mejilla.
               -A ti lo que te pasa es que echas de menos que salgamos las cuatro por ahí, a tener una tarde de chicas, y por eso te estás volcando tanto con Alec-sonrió, dándome un apretón. Taïssa me recolocó las trenzas.
               -Sí, hace mucho que no hacemos algo especial, chicas. ¿Qué os parece si vamos al cine hoy? Podemos usar la tarjeta de estudiante y coger un menú.
               -¿Has oído, Saab? ¡Un menú! ¡Guau!
               -No sé si me apetece mucho, chicas-comenté, lastimera, sentándome en mi pupitre y sacando mecánicamente las cosas de mi mochila-. Hoy va a hacer frío, y están anunciadas más tormentas.
               -Bueno, pues peli en casa de alguna.
               No podía dejar de pensar en cómo las marcas que tenía Alec en el cuerpo no encajaban con un paquete de libros agresivo. Además, ¿no sonaba un poco a excusa tonta? Si viera una escena como la que Alec me había narrado en una película, seguro que me reiría de lo absurdo que era el guión.
               Era mezquino por mi parte pensar eso, pero… ¿no estaba siendo un poco boba creyéndome sus excusas baratas? Yo notaba que algo iba mal. No era hipocondríaca; si le daba vueltas a las cosas y me preocupaba, era porque tenía motivos. Y Alec me los estaba dando.
               -O quizá podamos tener una tarde de chicas, con mascarillas, pintauñas, revistas y realities-añadió Momo, rodeándome los hombros de forma amorosa y colgándose de mí. Aleteó con las pestañas en mi dirección-. Vamos, Saab. No aceptaré un no por respuesta. Te vendrá bien distraerte, y de paso, fortalecer la relación con nosotras. ¿Es que no te apetece pintarte con una paleta de sombras carísima? Quizá hasta podríamos invitar a Diana y Eleanor para que se trajeran sus productos caros y buenos-me guiñó un ojo y yo me la quedé mirando. Pues… no sonaba tan mal eso de pasarse la tarde cotilleando, poniéndonos mascarillas y jugando con maquillaje que mi madre no me dejaría que me comprara en la vida. A Diana le estaban enviando continuamente los últimos productos estrella de cada casa, así que tenía una colección de neceseres abarrotados de eyeliners, rímel, sombras y pintalabios que podría rivalizar perfectamente con los de una perfumería.
               Además, ¿qué mejor para distraerse un poco de un distanciamiento de tu novio en funciones que una tarde de atenciones extra con tus amigas? Nos pintaríamos las uñas, comeríamos comida basura, cotillearíamos a muerte y nos reiríamos aún más. Incluso me aconsejarían. Diana y Eleanor eran mayores que yo y las dos estaban en una relación más duradera que la mía, amén de que ya tenían una experiencia que a mí me faltaba.
               -Jo, Momo. Siempre sabes qué decirme-gimoteé, devolviéndole el abrazo y comiéndomela a besos.
               -Es que eres más transparente que una nuez.
               -¿Cómo que más transparente que una nuez?
               -Sí. ¿Nunca te has fijado en las nueces? Tienen las mismas rugosidades por dentro que por fuera. Pues tú eres igual. ¡Buenos días!-canturreó a coro con la clase cuando entró el profesor. Esa vez, también ansié la llegada del recreo, pero por motivos muy distintos. Me moría de ganas de ver a Diana y Eleanor e invitarlas a una fiesta de pijamas diurna que habíamos decidido hacer en mi casa, en el sótano, que llenaríamos de cojines y peluches y bolsas de bollería industrial con las que ponernos ciegas. Para cuando sonó el timbre, sin embargo, conseguí levantarme con más tranquilidad, ahora que sabía que tenía un rumbo fijo: la cafetería.
               No nos costó encontrar a las chicas, que ya se habían sentado con su grupo de amigas habitual en su mesa de siempre. Caminé con decisión hacia ellas, quienes me saludaron con la misma calidez que había mostrado el grupo de Alec la mañana anterior.
               -Estamos pensando en una fiesta de pijamas en mi casa-informé, agachándome en el hueco entre Diana y Eleanor-. ¿Os apuntáis? Podemos…
               -Quieta ahí-Eleanor levantó la mano-. Me tienes desde que has pronunciado la palabra “pijamas”. Cuenta conmigo, peque-ronroneó, cariñosa, rodeándome la cintura y balanceándome hacia ella. Desde que su relación con Scott se había hecho pública, Eleanor estaba en una nube, y nuestra relación se había fortalecido aún más.
               Diana, por su parte, dio un sorbo de su zumo natural. Por supuesto, una modelo no toma refrescos con gas por la mañana.
               -Me encantaría, pero hoy me toca entrenamiento y tengo un fitting-torció la boca-. Aunque si la cosa se alarga, podría robar cosas del cátering y llevarlas a tu casa-sugirió, a lo que Kendra reaccionó cogiéndole la mano entre las suyas.
               -Siempre he creído que Estados Unidos es la primera potencia mundial de forma muy merecida. Y que Nueva York se mea en la boca de Los Ángeles.
               -Has dicho un total de cero mentiras en la última frase-respondió Diana, apartándose el pelo del hombro y asintiendo con la cabeza-. En lo referente a lo de primera potencia mundial…-lanzó una mirada cargada de intención en dirección a la mesa de Tommy, que la sintió mirándola y le devolvió la mirada. Estaba columpiándose en la silla, con el respaldo apoyado en la pared en un ángulo de 45 grados. Le sonrió a su americana y se llevó dos dedos a la frente, haciendo el saludo militar-. Bueno, yo siempre he defendido el patriotismo en las relaciones interpersonales, pero con chicos tan guapos y que hablan con un acento que literalmente les hace el amor a tus oídos… uf-Diana puso los ojos en blanco y volvió a estremecerse.
               -¡Alerta! Diana necesita bragas nuevas-se burló Kendra, y yo la fulminé con la mirada.
               -Yo también necesitaría bragas nuevas cada vez que pensara en Tommy si me dedicara a tirármelo.
               -Algunas nacen con suerte, y otras nacemos estrelladas-se lamentó Taïssa.
               -Mimi, tú también estás invitada, si quieres venir-comenté, y la interpelada se empujó las gafas por el puente de la nariz.
               -Es que tengo práctica de ballet. Pero gracias por la invitación. Me haría mucha ilusión ir.
               -Es una pena. Íbamos a criticar a tu hermano-comentó Momo entre risas, y Mimi me miró, muy seria.
               -¿A qué hora dices que hay que estar?
               Al final, la única que no era de nuestro grupo y se presentó igualmente en mi casa, fue Eleanor. Cuando llegó acompañada de Tommy, Scott se vio en la terrible encrucijada de elegir entre su chica y su mejor amigo, lo cual trató de resolver sentándose a lo indio en el suelo, pasándose las dos manos por el pelo rapado, y exhalando un profundo gemido de dolor.
               -Alá no hace más que ponerme pruebas.
               -Deja de hacer el imbécil, Scott, que estás quedando de pena. Eleanor no ha venido a echar un polvo. Va a criticarte con tu hermana y sus amigas.
               -¡Tendrás queja de mí, Eleanor!-protestó Scott mientras yo bajaba las escaleras, acarreando un peluche de una jirafa inmenso que le había robado a Duna mientras se echaba la siesta en el regazo de papá, y que tenía pensado usar como el colchón más mullido del mundo.
               -A veces tienes el piercing muy frío cuando bajas a… ya sabes-Eleanor se puso colorada y Tommy se pellizcó el puente de la nariz.
               -Qué imagen mental más tierna para formarme con mi hermana pequeña y literalmente mi puto mejor amigo. Levántate del suelo, Scott, que nos vamos a mi casa-ordenó Tommy-. No me fío yo de que no intentes convencerme para que bajemos y nos pongan pepinillos en los ojos. Y tenemos que prepararlo todo para mañana, cuando venga Zoe-Zoe era la mejor amiga de Diana, también neoyorquina, que había aprovechado los billetes que Diana se había comprado para irse de vuelta a Nueva York durante la pelea con Tommy y que finalmente no tenía pensado utilizar. Se suponía que iba a quedarse unos días en casa de Tommy, compartiendo la habitación de Diana, así que aún quedaban cosas por hacer.
               -Son muy buenos para que no se te formen bolsas-se excusó mi hermano, poniéndose de pie y subiendo a su habitación a cambiarse de ropa.
               Menos mal que me dejé convencer por mis amigas. Apenas pensé en Alec, o en qué estaría haciendo, o el verdadero origen de aquellas marcas y dónde se las había hecho, mientras me reía, me dedicaba a destrozar junto con mis amigas los productos que Eleanor le había pedido a Diana para pasárnoslo bien esa tarde, me metía en la boca nachos que habíamos cogido papá y yo en una visita exprés al supermercado, y no le hacíamos el menor caso a las comedias románticas que habíamos elegido para la tarde.
               Me gustaba estar distraída, y no lo habría conseguido estando con mis hermanas, que se entregaron a la tarea de devorar los piccolini que habíamos rescatado del congelador como si les fuera la vida en ello. En un momento dado, Duna se acurrucó en mi regazo, tremendamente mimosa, se encaramó a mi cuello y se quedó dormida como una preciosa cría de koala de origen pakistaní. Le di un beso en la cabeza a mi hermanita pequeña, sintiéndome agradecida de tener una red de amigas tan buenas que se preocupaban tanto por mí.
               -Me hace mucha ilusión que estéis aquí.
               -Ay, y a nosotras, boba-ronroneó Taïssa mientras le hacía unas trenzas como las suyas a Shasha, que se había sentado delante de ella y se había negado a moverse de allí hasta que no tuvieran un peinado idéntico-. Para lo que necesites, ya sabes que estamos. Lo de hace unas semanas fue la excepción que confirma la regla.
               -Sí, te vamos a cuidar cuando lo necesites, Saab-me prometió Kendra, y yo sonreí.
               -¿Por qué estáis tan sensibleras? ¿Necesitas que te cuiden, Saab?-preguntó Eleanor, alzando las cejas. Tragué saliva.
               -Bueno, verás… no sé si lo estoy sacando todo un poco de contexto, pero… Alec está raro estos días conmigo.
               Frunció el ceño y dejó el pincel de sombras que había estado usando con Amoke.
               -¿De verdad? ¡Qué raro! ¿No acabas de pasar el fin de semana en su casa?
               -Sí, bueno… la noche del sábado al domingo, y parte del domingo. Y allí estuvo genial. Fue, literalmente, un sueño hecho realidad-suspiré, dejando a Duna sobre el peluche de la jirafa y masajeándome el cuello, que notaba un poco dolorido-. Lo he notado raro desde el lunes. El domingo por la noche no hablamos, pero eso también es culpa mía, pero ahora… siento que me evita. Y, bueno…-miré un momento a Duna, asegurándome de que dormía. Ahora que Shasha sabía lo que era un orgasmo, estaba segura de que no me juzgaría-. Me apetece mucho volver a hacerlo-Eleanor sonrió-. Te parecerá que estoy salida, y tienes toda la razón del mundo, pero cuanto más lo hago con él, más quiero, ¿me entiendes? Y él está muy liado. No parece tener tiempo para mí. Y yo estoy que me subo por las paredes.
               -Doy fe-aseguró Shasha, levantando una mano-. Ayer tuve que darle con la escoba para que se bajara de la lámpara del salón.
               Todas nos echamos a reír, y Eleanor sacudió la cabeza.
               -Yo lo veo perfectamente normal. Cuando empecé con Scott, Dios mío-sonrió, mordiéndose el labio-. Sólo pensaba en una cosa. Y el fin de semana que pasamos cuando tú te fuiste a Bradford… guau. Fue increíble. Estuve cachonda todas las fiestas por culpa de lo que hicimos. A mí me parece normal. Lo que me extraña es que Alec no se sienta igual.
               -¡A mí también! Somos muy físicos, y él es súper sexual, ya lo sabes. Por eso me preocupa tanto que las cosas no sean como siempre. Cada vez que me insinúo un poco, parece que ha hecho un voto de castidad y me echa abajo todos los planes incluso antes de que termine de formulárselos. No para de trabajar, pero seguro que tiene un hueco para estar conmigo, ¿no?-Eleanor asintió-. Pero, por otro lado, me siento estúpida pensando así. Él me pidió salir formalmente, y yo le dije que no estaba preparada… y ahora me quejo de que no me presta las atenciones que yo quiero cuando en ningún momento he accedido a ser más.
               -Que no hayas accedido no significa que no lo seáis. Desde mi punto de vista-añadió para aclararlo, llevándose una mano al pecho.
               -Amén, hermana-coincidió Momo, levantando las manos.
               -En esta casa hay una mujer casada-comentó Shasha-, y tened en cuenta que mamá está en el despacho.
               -¡Eres tontísima, Shasha!-le lancé un cojín que hizo que Taïssa le soltara un mechón de pelo y bufara por lo bajo.
               -Pero ahora en serio. A mí no me parece que estés reaccionando mal. Si Scott de repente empezara a ponerme excusas para no verme y tratara de pasar de mí, le diría: chico, ¿qué te pasa? Tú te lo pierdes-Eleanor sacudió la cabeza y las demás aplaudimos. Parecía la dueña de una peluquería de negras en una comedia racial americana-. Ahora bien, también te digo que con los chicos no hay que andarse con sutilezas. Tienen un total de tres neuronas en su cuerpo, y dos las ocupan en respirar. Si Mimi estuviera aquí, además, te diría que la tercera de Alec está atrofiada-se rió, y yo también-. Así que yo creo que, si quieres algo con una persona con la que tienes confianza (como es el caso), simplemente vas y lo coges. Cuando a Diana le apetece estar con Tommy, baja las escaleras y entra en su habitación. Cuando yo quiero ver a Scott, me pongo las botas y vengo a tu casa. Así de sencillo. A veces pedimos demasiado, y hacemos muy poco-me miró-. ¿Quieres acostarte con Alec? Pues no le des opción. Ve a su casa, quítate la ropa, y espéralo desnudo en su cama. A ver si te pone excusas entonces.
               -Tienes… ¡razón!-grité, levantándome. Duna se despertó y se me quedó mirando, alucinada. Qué tonta había sido. Me había dedicado a pedir, pedir, pedir, cuando Alec estaba acostumbrado a que yo cogiera, cogiera, y cogiera, a dar y dar y dar sin que hubiera actos intermedios de por medio. Nada de ¿vienes a mi casa y lo hacemos? Simplemente había venido y punto.
               ¡Por Dios bendito, si había ido en su busca nada más llegar a Londres de las vacaciones de Navidad! Habíamos ido a cenar y luego nos lo habíamos pasado en grande. ¿Cuánto de eso habría salido bien si le hubiera dicho que regresaba? Éramos una pareja de improvisaciones, no de planes. La prueba de ello era Nochevieja: lo único que habíamos planeado en toda nuestra relación, es decir, vernos desnudos, había resultado un completo desastre.
               Lo único que habíamos planeado había sido la noche del sábado en su casa, y ni siquiera: sólo dijimos que él pondría la casa, y yo, la comida. E incluso aquello se nos había torcido un poco con el tema de los condones.
               -¡Simplemente tengo que ir a buscarlo!-festejé, ilusionada. No pasaba nada. Simplemente había intentado seguir una dinámica a la que ninguno de los dos estaba acostumbrado. No hablábamos de noche por planearlo; lo hacíamos porque nos enviábamos mensajes. No nos veíamos por quedar; lo hacíamos porque íbamos a vernos.
               -¡Quieta pará!-me recriminó Eleanor en español-. Vas a ir a buscarlo, sí, pero no va a ser hoy. Estoy en racha con el eyeliner, y encima Diana está haciendo un fitting para Oscar de la Renta. ¿Sabes qué es lo mejor de Oscar de la Renta? Sus vestidos-no esperó a que yo contestara-. ¿Y sabes qué es lo segundo mejor? Las mini hamburguesas del cátering que tienen contratado a perpetuidad con Martín Berasategui. No hay fuerza en este mundo, ni humana ni divina, que vaya a permitir que nadie salga de esta habitación antes de que llegue Diana con esas hamburguesitas. Así que siéntate ahí, Sabrae. Los hombres son importantes, pero las hamburguesitas lo son más-me recriminó Eleanor, y yo obedecí, tomando asiento de nuevo con una valiosísima lección de vida aprendida. Bueno, dos.
               La primera: que los hombres son importantes, pero las hamburguesitas lo son más.
               Y la segunda: que con los chicos, a veces, simplemente tienes que dejar de pedir y empezar a coger por ti misma lo que quieres de ellos. Les gusta más. Y lo entienden mejor.




¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

1 comentario:

  1. Espero que el tema de Alec con lo del estrangulamiento se solucione pronto, de verdad que odio profundamente que de hostigue tanto con el tema y que piense de verdad que puede parecerse a su padre. Odio soberanamente a Aaron, seguramente no pase pero ojalá en algún punto de la novela Sabrae también lo funda a hostias porque. Me ha dado mucha penita lo mal que se ha puesto Sabrae cuando el la ha empezado a rechazar constantemente y de verdad que espero que no lo pase mal cuando el tonto este se tire a Zoe proximamente.
    Me ha encantado también eso momentito de chicas del final del capítulo y como has introducido un poquito más la relación de Sab y Diana en la novela.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤