viernes, 23 de junio de 2023

Prohibido no disfrutar.



¡Hola, flor! Muchas gracias por tu paciencia. Te recuerdo que la semana que viene tengo el examen del que te hablaba, y además, como hoy es viernes, no habrá capítulo este finde. ¡Nos vemos, entonces, el siguiente, donde todo debería ir ya con normalidad!
Un beso, ¡disfruta del cap!
Sinceramente, creo que lo único que estaba haciendo que mantuviera la cordura era la esperanza de saber que Sabrae, a pesar de todo, estaba bien. De que seguía encontrando motivos para sonreír, aferrándose a lo que compartíamos como las estrellas a los últimos jirones de oscuridad justo antes del amanecer, y de que seguía cobijándose en mí incluso cuando yo no estaba con ella.
               Porque eso era exactamente lo que me pasaba a mí. Ella era la única fuente de esperanza que podía encontrar en el voluntariado, y los recuerdos que atesoraba y que repetía en bucle en mi cabeza por el día, y versionaba para alargarlos en mis noches, la única fuente de verdadera felicidad irónicamente a seis mil kilómetros de ella.
               Perséfone se había quedado, habíamos hecho la piña que yo siempre esperaba que se hiciera mientras veía imágenes y leía testimonios de anteriores voluntarios en la web de la WWF, pero yo me pasaba los días preguntándome qué coño hacía allí y buscando excusas para tirar la toalla y volver. Me volvía loco sentir que sudaba bajo un sol abrasador para nada, que daba vueltas en una cama inmensa en la que sin embargo apenas cabía para nada, que la paz que muy en el fondo había decidido ir a buscar allí se me escapaba, que toda mi existencia se reducía a ser castigado por cosas que en cualquier otra situación habrían demostrado gran carácter y una nobleza propia de un príncipe. No estaba seguro de si tenía sangre real en mis venas, pero lo que sí sabía a ciencia cierta era que el imperio que se suponía que me pertenecía se había convertido en polvo mucho tiempo atrás, y con él habían perecido lo bueno y lo malo de pertenecer a la realeza: quizá no tuviera un ejército de siervos a mi disposición que hicieran que mis días fueran un camino de rosas, pero tampoco lo necesitaba; tampoco tenía un enjambre de asesores obligándome a elegir una princesa, una reina o una zarina en base a su potencial reproductivo, obligándome a resignarme a acostarme con alguien a quien quizás no querría nunca y tratando de reprimir mi amor diciéndome que eso era algo que un rey no necesitaba, o al menos no por su reina.
               Yo ya tenía a mi princesa, a mi reina, a mi zarina. Joder, tenía a mi puta diosa. No tenían que hacerme sufrir por amarla y por darle lo que ella se merecía, por comportarme como se esperaba que lo hicieran los protagonistas masculinos de las películas y las novelas románticas, esos a los que les bastaba con tratar a las mujeres como si fueran personas y no un gasto de espacio para ser idolatrados por las mujeres reales, de tan bajo como dejábamos el listón los hombres. ¿Y aparecía uno entre un millón que hacía lo que tenía que hacer y ya lo condenaban? No era justo.
               Yo no debería estar allí. Tendría que estar con Sabrae. Eso me decía cada mañana cuando me despertaba, cada tarde, cuando me daba una de las duchas de rigor antes de seguir deslomándome; y cada noche, cuando me tumbaba a mirar el techo de la cabaña que compartía con Luca con los músculos tan doloridos que hasta me costaba masturbarme. No debería descargar los logros de otros ni sacarles brillo a sus trofeos; me merecía que me castigaran, sí, pero no por haber ido con Sabrae, sino por haberme marchado de su lado en un principio.
               Todo esto era una puta mierda. La sabana, toda oro y belleza y vibrante vitalidad, todo lo que era Sabrae, estaban al otro lado de unos árboles que a mí ya no se me permitía cruzar. Igual que me había pasado con mi novia, me habían dado a probar la miel simplemente para arrebatármela después, condenándome a una vida de hastío en la que ya no podía tragarme las gachas con que pretendían alimentarme. Veía a mis compañeros formar lazos unos con otros, besándose sin miedo y compartiendo sus noches, y yo me preguntaba qué cojones hacía allí aparte de arrancar las hojas del calendario con desesperante lentitud.
               Tenemos que estar el uno sin el otro. Tenemos que ser nuestras propias personas, me había dicho ella cuando le dije de no regresar al campamento. Tú tienes tu historia, y yo tengo la mía. Además de la nuestra, quiero decir.
               Ya, bueno, pues a mí no me interesaba una puta mierda esta historia en la que me dedicaba a ser el último mono, un cero a la izquierda, y el chivo expiatorio de egos desmesurados que no sabían apreciar los gestos grandiosos y el amor adolescente. Cada día que pasaba sin oír su voz, sin acariciar su cuerpo, sin probar sus labios y sin explorar ese tesoro que Sabrae tenía entre las piernas era un paso más al borde de un precipicio cuyos rugidos había crecido escuchando toda mi vida; de ahí que yo no parara de decir tonterías, porque era mejor escuchar a mis amigos reírse o protestando por lo malas que eran mis bromas antes que quedarnos en silencio y que yo pudiera oír el mar ahí abajo. Pero, Dios, qué cerca estaba ahora.
               Y Valeria no me lo estaba poniendo nada fácil para centrarme en las nubes del cielo. Creía que el tiempo la apaciguaría, pero la llamada que había recibido de Sabrae no había hecho sino cabrearla todavía más. No había vuelto a saber nada de Saab a pesar de que nos quedaba todavía una conversación pendiente, y aunque dudaba de que Valeria fuera tan hija de la grandísima puta como para negarse a pasarme llamadas de casa, lo cierto es que no apostaría toda mi pasta a que no estaba sucediendo así. Y veía cómo me miraba cuando llegaba un nuevo convoy con más animales, la envidia que me carcomía viendo a mis compañeros cubiertos de un polvo muy parecido al mío, y a la vez completamente distinto. La veía mirarme y no apartar los ojos de mí mientras cumplía con mis tareas y regresaba al santuario con los hombros hundidos, quiero creer que no tanto por los ánimos sino por el cansancio de la intensidad con que Nedjet me estaba llevando al límite. ¿Para qué coño explotarme hasta la extenuación si no podía salvar animales más allá de los que rescataban mis compañeros? Odiaba sentirme tan inútil, y el saber que yo era el último eslabón que habían añadido a una cadena que ya era lo suficientemente fuerte para cumplir con su función no hacía sino desquiciarme.
               Jamás le daría la satisfacción de derrumbarme en un sitio en el que ella pudiera verme, pero cada vez se me hacía más difícil aguantarme las ganas de plantarme en su despacho y decirle que ella había ganado y que finalmente me largaba, porque no podía más. Si no lo había hecho ya, no tenía nada que ver con lo mucho que me reventaría darle una satisfacción así, sino con dos cosas, ambas relacionadas con Sabrae:
               La primera de ellas, que tirar la toalla nunca había sido mi estilo. No me había retirado subcampeón por rendirme, sino porque me arrebataron mi última victoria. Si ya era indigno de ella cuando no era un campeón consumado, no habiendo llegado hasta el final me quitaría todo derecho a compartir su cama, y creo que jamás podría volver a mirarla a los ojos si me rendía sabiendo aquello.
               Y la segunda… que el que mi historia no me gustara no me daba ningún derecho a impedir que Sabrae escribiera la suya. A ella podía venirle bien nuestra separación; aunque sólo le hubiera dado problemas hasta ahora, quería creer que nuestra relación era un pequeño océano contenido en un cuenco al que le habían agitado ambos bordes. Al principio había un temporal que hacía que los barcos naufragaran, pero luego, cuando las aguas se calmaban, las nubes desaparecían y volvía a brillar el sol, las aguas como tinta china se volvían de un azul turquesa que te permitía disfrutar de los corales del fondo, en los que jugaban una miríada de peces.
               Si yo estaba pasando por un temporal larguísimo, no me quedaba más remedio que joderme, porque no le podía quitar las playas paradisíacas a Sabrae. Mi Mediterráneo embravecido no debía tener más fuerza que la calma de Mykonos, no importaba cuán fuertes rugieran los truenos.
               Así que saber de ella era lo único que me daba fuerzas para seguir sacando la cabeza del agua a pesar de lo obstinadas que eran las olas tratando de hundirme. Por eso se me aceleraba el corazón cada vez que Mbatha volvía con correo de la ciudad. No me permitía a mí mismo tener demasiadas esperanzas para no desilusionarme, pero el corazón siempre se me rompía un poco a medida que Mbatha avanzaba en las cartas, la pila que tenía entre manos se iba haciendo más y más pequeña, y no decía mi nombre.
               Hasta que un día mi suerte cambió.
               -Alec-dijo, tendiéndome un sobre blanco con bordes rojos y azules del que sería el nuevo color de los salvavidas. Atravesé la media luna de gente congregada a su alrededor, recogí la carta y me fui derecho a la cabaña; ni me molesté en pasarme primero por el santuario para avisar a Nedjet de que me tomaba unos minutos de descanso porque había recibido por fin correo de mi novia. Sorprendentemente, ya me había preguntado un par de veces si tenía noticias de ella; era como si sospechara que estaba al borde de la locura y no quisiera perder a un obrero que compensaba su tozudez a obedecer a la primera con más tozudez, pero en terminar sus tareas.
               -¿Ya ha escrito la reina?-bromeó Luca, que estaba tumbado sin camiseta sobre su cama aún sin hacer. Se peleaba con el calor de principios de octubre, más agobiante que el de agosto en Grecia, con un abanico de colores de los que regalaban en los desfiles del orgullo y de cuya existencia yo sabía por mis vacaciones en Mykonos. La primera vez que lo vi sacarlo, me lo quedé mirando como si se hubiera traído una piedra del Coliseo simplemente por nostalgia, hasta que me contó que en Italia y España eran todavía más comunes que en Grecia y que todo el mundo los utilizaba a la mínima oportunidad que se les presentaba. Tócate los huevos. Y Tommy dejando que nos asfixiáramos en los cines al aire libre en las olas de calor de finales de julio.
               -¿Um?-pregunté, levantando la cabeza y mirándolo. Estaba tan concentrado en mirar la manera tan preciosa en que Sabrae escribía mi nombre que apenas le había prestado atención. Luca se echó a reír, se incorporó, metió los pies en sus zapatillas de lona y se puso una camiseta de tirantes que estoy bastante seguro de que era mía. Guay, ahora no sólo tenía que compartir mi ropa con mi novia y con mi hermana, sino también con mi compañero de cabaña italiano. ¿Tendría en algún momento algo que fuera solamente mío?
               Casi pude escuchar a Sabrae riéndose a mi lado.
               -Sigue soñando, sol.
               Me daría un beso en el bíceps y yo olvidaría momentáneamente cómo respirar.
               Dios, definitivamente necesitaba volver a Inglaterra.
               -Te dejo para que disfrutes-Luca me guiñó el ojo mientras me daba una palmada en el hombro y atravesó la puerta.
               Abrí la solapa del sobre, saqué los papeles de su interior, me senté en la cama y me dispuse a empezar a leer.
 
Mi preciosísimo sol, mi ardiente esposo, mi am…
              
               ¿Recuerdas eso que te dije sobre que lo único que me mantenía cuerdo eran las cartas de Sabrae? Bueno, pues olvídalo. Necesito que me busques el psiquiátrico más renombrado del planeta y que me consigas plaza allí, porque ni de coña iba a ser capaz de conservar la cordura con una carta de Sabrae en la que me llamaba “mi ardiente esposo”. O sea, ¿en puto serio? ¿No hay apelativos cariñosos que pudiera utilizar conmigo, sino que tenía que poner por escrito que me consideraba su esposo? Se acabó. Se a-puto-cabó. Acababa de quitarse la careta como una espía de mi padre; era imposible que me quisiera si me llamaba “esposo” por carta cuando sabía de sobra que yo no iba a poder reaccionar a aquello como se merecía, poniéndome a gritar, a correr en círculos y a besarle los pies como la diosa que era. Y luego haría que se arrepintiera en serio por vacilarme así tirándola al suelo y follándomela como no se la habían follado en toda su vida. Ni siquiera yo habría echado un polvo tan épico como el que se merecía aquel momentazo.
               Sinceramente, había que ser hija de puta si lo único que me permitía era dar unas pataditas en el suelo y reírme como un crío de cuatro años al que la profesora que le gusta le da una estrella dorada por su increíble desempeño con la tabla de multiplicar. Aquel no era el comportamiento propio de un boxeador retirado de dieciocho años, casi metro noventa de altura y cerca de cien kilos de peso. Yo no era un personaje de los animes que veía Shasha, llenos de colorines y con mascotas monísimas que hacían que se te cayera la baba simplemente por verlas, así que no debería reírme como lo hice.
               Dejé la carta a mi lado en la cama mientras convulsionaba (porque es increíble lo hija de puta que puede llegar a ser Sabrae) y apoyé las manos a ambos lados de mi cuerpo, reclinándome en el colchón. La miré de reojo, esperando que las letras cambiaran de orden y dejaran de poner aquella puñetera palabra. “Ardiente poseso” también serviría para describirme. Incluso “sopeso”. Cualquier cosa menos  ésa. No cuando estaba a seis mil kilómetros de ella. No cuando cada día me resultaba más pesado que el anterior. No cuando los minutos que me quedaban para volver a verla parecían aumentar en lugar de disminuir.
               Tomé aire y lo solté lentamente, preguntándome si me encontraría con una carta que me hiciera reunir las fuerzas que necesitaba para aguantar hasta el cumpleaños de Tommy, para el que ya faltaban menos de dos semanas (que, sospechaba, se me harían eternas) o si, por el contrario, Sabrae se las apañaría para poner algo con lo que definitivamente no iba a desdecirse sobre lo de que nos venía bien estar separados, pero con lo que me haría saber que sería mejor que me plantara en Inglaterra lo más rápido que me lo permitiera el próximo vuelo comercial hacia allí.
               O puede que Sabrae hubiera decidido que se había cansado de tener que esperarme y hubiera decidido que era mejor ser mi viuda a ser mi eterna novia, esperando hasta el final de los tiempos en el borde de un muelle que no dejaba de bailar al son de un mar que se burlaba de ella porque jamás le regalaba la vista de mi barco recortada contra el horizonte. Y yo feliz, ¿eh? No pienses ni por un instante que no me apetecería que Sabrae me matara lentamente, siempre y cuando lo hiciera bien subidita encima de mí.
               Y llamándome esposo. Buf. Sólo con pensarlo ya me ponía a hiperventilar: ella, sentada a horcajadas encima de mí, vestida con un traje de cuero muy a lo Catwoman…
               Sí, definitivamente, o cerraban el espacio aéreo de Etiopía o no habría manera de que yo no me marchara del país hoy.
               Cogí de nuevo la carta y la desdoblé otra vez.
 
Mi preciosísimo sol, [esto no lo voy a volver a leer, o me dará un aneurisma], mi amadísimo Alec,
               Hace apenas unas horas que colgamos el teléfono y todavía escucho tu voz reverberando en cada rincón de mi ser; hiciste una labor tan exhaustiva descubriendo recovecos nuevos dentro de mi cuerpo que ahora me siento como un odeón vacío en el que resuena con fuerza el eco de hasta el más mínimo susurro. Tu voz es la nana que yo no sabía que necesitaba para poder dormir, porque no era consciente de que sufría de insomnio hasta que tú me hiciste ver que en las estrellas no hay un gran puzzle a resolver, sino un manto con el que cubrirte para descansar. Las risas que te arranqué eran esos rayos de sol que yo tanto necesitaba estos días, en los que todo estaba oscuro y creí que tendría que terminar acostumbrándome a ser una criatura nocturna cuando sabes lo mucho que me entusiasma el verano, los días largos y el calor abrasador, sobre todo porque me dan la oportunidad de llevar menos ropa, presumir más de curvas, volverte más loco y así  disfrutar todavía más cuando decidas tomarme encima o debajo de ti. Quizá nos separáramos en verano, pero sabiendo que te tengo conmigo y que lo haré siempre, me siento como si tuviera garantizado que todos los días fueran un delicioso día de playa, en el que nos reímos saltando las olas, nos picamos en la arena, echándonos protector solar mutuamente, nos hacemos el amor en la orilla y luego nos follamos duro cuando llegamos a casa, con el aroma a salitre llenando la habitación, tu piel resplandeciendo con esos tonos dorados que revelan el color de tu alma y tus manos, tus gloriosas e increíbles manos, por todos los rincones de mi cuerpo, recordándome a quién le pertenece mi piel, mis curvas, mis piernas, mis senos, mis labios y mi sexo.
                Como ya te dije por teléfono, estos últimos días han sido horribles porque mi cabeza, que se ha vuelto pesimista desde que no fue capaz de encontrar un motivo de peso que triunfara sobre los demás y te hiciera quedarte, se había preparado para lo peor. Creía que lo mío contigo  tenía las horas contadas, y siento que soy demasiado joven para ser una muerta en vida o que tengo demasiadas experiencias todavía por vivir como para renunciar a seguir existiendo. Y todas ellas las quiero contigo.
               Nos quedan aún demasiadas cosas por hacer como para rendirnos, y si a alguien le molesta que te quiera como lo hago, me temo (o me enorgullezco, más bien, porque si estoy segura de algo en esta vida es de esto) que va a tener que aguantarse. Porque la verdad es que no puedo vivir sin ti, Al. Ya lo sabes, y yo no me cansaré de repetírtelo, pero igual que un dios egocéntrico al que ninguna retahíla de oraciones le parece lo suficientemente larga, por mucho que te lo repita para mí nunca será suficiente.
               Pensándolo bien, la verdad es que me arrepiento un poco por lo mucho que nuestra conversación se centró en el asunto de mis padres, cuando la realidad es que no podría darme más igual. En serio, no me importa. Ahora que sé que pase lo que pase vamos a seguir juntos, en realidad lo que me digan me resbala. Sé dónde descansan mis lealtades, sé que te soy fiel a ti y sé que tú eres ese futuro que todo ser querido desea para alguien que verdaderamente le importa. Ojalá nos hubiéramos centrado más en el motivo por el que querías que te llamara, y por el que yo también quería escuchar tu voz:
               Ay, mi madre. Se viene, se viene, se viene.
               La verdad es que me debes un orgasmo, Alec Theodore Whitelaw. No se me olvida la promesa que nos hicimos de no volver a hablar por teléfono, con la única excepción de que fuera para darte ese momento que te llevas ganando a pulso desde que naciste, pero más aún cuando me llamaste estando en Nueva York. Sabes que siempre he sentido que nuestra relación está muy desequilibrada en mi favor, y aunque sé que a ti te encanta hacerme disfrutar y que mis orgasmos son fuente de placer para ti, la verdad es que me apetece ser generosa y egoísta a la vez contigo: igual que tú disfrutas haciéndome disfrutar, yo también disfruto haciéndote disfrutar a ti.
               Sé que prefieres que lo haga en persona o que por lo menos lo haga por teléfono para poder deshacerte con mi voz, porque sé que te encanta hacerme saber lo mucho que disfrutas conmigo y cómo soy capaz de llevarte a lugares con los que otras ni siquiera sueñan. Que me hayas elegido a mí de entre todas las mujeres de Inglaterra para serme fiel y demostrarme un mundo que le está vedado a todo el mundo hace que siempre vaya a estarte agradecida, y creo que la mejor manera de darte las gracias será entregándote mi cuerpo para que hagas lo que quieras con él. Porque sí, Al. Quiero que hagas lo que quieras conmigo: juega conmigo, úsame, mastúrbate con mi cuerpo y mantén bien en forma la bestia que has despertado en mi interior.
               Tienes mucho de lo que desquitarte conmigo, y sinceramente, no puedo esperar a que llegue Navidad. ¿Dices que no aguantaremos hasta que lleguemos adonde sea que hayamos decidido ir, y que me harás tuya en el metro? Francamente, a mí me sorprende que no nos acostemos en cualquier rincón apartado del aeropuerto. Dudo, de corazón, que seamos capaces de llegar a los baños. Sé que no seremos capaces de resistir la tentación y que trataremos de buscar alivio en alguna esquina que nos permita conservar mínimamente la cordura cuando volvamos a sentir el calor del cuerpo del otro junto al nuestro, pero que vaya a abrirme de piernas para ti y recibirte con ganas dentro de mí en cualquier baño público mal ventilado y mucho peor aislado acústicamente no quiere decir que vayamos a disfrutar menos más adelante.
               Espero que sepas que ya estoy pensando en qué modelito ponerme para tan feliz ocasión. Lo sé, lo sé; sé cuáles son tus reglas para reencontrarte con una chica después de mucho tiempo sin estar con ella: prohibidos pantalones, y a poder ser, abstenerse de usar ropa interior. No te preocupes, sol: aunque espero que nos saciemos en una sesión muy larga y satisfactoria de sexo, sé que la primera vez que nos enrollemos será más por pura necesidad que por disfrutar, y estaré preparada. Ya sabes que siempre lo estoy. Me pondré mi mejor minifalda, ni se me ocurrirá usar medias (o me pondré unas a las que no les tenga mucho cariño, porque la verdad es que me da bastante morbo el momento en que me las rompes para poder acceder a mí) y tendré memorizado el plano de Heathrow con varias direcciones alternativas a los baños más cercanos. Ni siquiera una excursión de turistas japoneses podrá interponerse entre tu polla y yo. Seré tuya en los baños. Ignoraremos a quien nos mire mal y nos reiremos de a quien le haga gracia lo evidente que será lo que vayamos a hacer allí, y después de colarnos en un cubículo en el que a duras penas quepas tú solo, no ya digamos conmigo, me daré la vuelta, me subiré la falda y dejaré que me penetres. Te lo suplicaré. Jadearé tu nombre cuando te note invadirme, y no me quejaré de que no me hayas comido el coño primero, porque estaré tan necesitada de ti que ya me habré empapado con simplemente ver que tu avión ya ha aterrizado. Sabré que necesitas saciarte con tu polla en mi coño, apareándonos como animales, y lo único que haré será regodearme en lo grande que la tienes, lo dura que está y lo muchísimo que me pone todo lo que me dices al oído cuando me das la vuelta y me separas las piernas. Me dirás que soy una buena chica, que me has echado mucho de menos, que no recordabas lo bien que se sentía estar en mi coño y todas esas barbaridades que me dices y que no se le deben decir a una señorita; suerte que yo dejé de serlo hace mucho cuando se trata de ti.
               Dios mío, Alec… casi puedo sentir tu polla entrando dentro de mí. ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Me has deseado con tanta intensidad que me has sentido en la yema de tus dedos, sobre tus labios, arrodillada delante de ti? No sé cómo es posible, pero a más tiempo pasa y más te deseo, más te tengo aquí conmigo. Ya ni siquiera me supone un esfuerzo sentir la fuerza de tus músculos sosteniéndome contra la pared mientras me follas de pie, mis piernas enredadas en tu cintura como el final de tus vaqueros preferidos; tu lengua en mi cuello, lamiendo el sudor de mi piel y que te pertenece más que a mí, porque tú lo has puesto ahí; tus dientes en mis pezones, demostrándome que todo mi cuerpo está hecho para que tú lo saborees y lo disfrutes.
               -Estás mal de la cabeza si piensas que lo primero que voy a hacer no va a ser comerte el coño como un hijo de puta-me reí, pero ya tenía la mano en los pantalones, porque todo lo que me estaba diciendo era verdad. Yo también podía sentirla conmigo sin esfuerzo, aunque sabía que invocarla en mi cabeza no se comparaba con la sensación de tenerla a mi lado, encima o debajo de mí. Por mucho que ella dijera que yo siempre protestaba cuando intentaba ponerse encima porque “A Mi LaDo MaChiTo Le CosTaBa CeDeR eL ConTrOL” (como si no fuera su puñetero perrito faldero), la verdad es que me gustaba mucho más cuando era ella la que mandaba, la que se ponía encima y marcaba el ritmo.
               No descartaba follármela como decía, contra la pared dentro de un baño del aeropuerto, pero luego me tomaría mi tiempo cuando llegáramos a casa. Se iba a cagar, esa cabrona. No tenía ni puta idea de lo que yo era capaz de hacer si me ponía lo suficientemente cachondo.
               Y estaba poniéndome lo suficientemente cachondo.
               Y todo lo que sé que va a pasar en Navidad cuando tú vuelvas no hace más que volverme todavía más loca. No puedo dejar de pensar en cómo será Nochevieja (doy por sentado que te vas a quedar hasta Nochevieja como mínimo, o verás el pollo que te monto como no sea así). Prepárate para que vaya a por ti, Alec. Va en serio. No tienes ni idea de la que te espera, pero no te preocupes: me siento generosa y te daré una pista, aunque en lugar de ir hacia delante iremos hacia atrás en el tiempo.
               -No-jadeé.
               Sí.
               -No-repetí, aún más sin aliento que antes.
               Ajá. Sí, sol.
               Me gasté bastante dinero en el mono de Nochevieja, y aunque ya me lo quitaste una vez en cierta ocasión especial que creo que los dos recordamos perfectamente, me imagino que entenderás que para mí no sea suficiente. Lo compré con un propósito muy específico: que me lo quitaras al final de un año, y que estuviera tirado en el suelo mientras te tengo entre mis piernas al comienzo de otro.
               Espero que no te importe que repita modelito 😉.
               -Hay que ser hija de puta. Hay que ser hija de la grandísima puta. Joder. El puto Fuckboy original-me empecé a reír, negando con la cabeza-, manda huevos.
               Yo era Alec Whitelaw. El puto Alec Whitelaw, para más señas. El terror de los novios y el mesías de los solteros de todo Londres y alrededores, la pesadilla de los tíos heterosexuales y el sueño hecho realidad de todas las mujeres de mi ciudad. Me habían hecho el pasillo en tantos locales que ya ni podría decirte con exactitud en cuáles no me habían tratado como un héroe, me había escapado por más escaleras de incendios en mis 17 años de soltería que muchos bomberos en toda su carrera, y había hecho que chicas que no se habían planteado tener hijos antes que yo estuvieran seguras de qué nombre le pondrían a su primer hijo varón. Había hecho todo eso, suficiente para estar ya curado de espanto y que estas cosas no me afectaran.
               Y sin embargo allí estaba, en medio de la jungla, hiperventilando, con una erección a punto de reventarme y la cabeza dándome vueltas mientras me imaginaba a la hija de puta de Sabrae, que no se había acostado con más de cinco tíos en toda su vida y cuya experiencia sexual era como un ladrillo donde la mía era el puto Taj Mahal, vestida con aquel puto mono de seda que a mí me traía por la calle de la amargura y por el que no me responsabilizaba de mis actos.
               La muy cabrona sabía dar donde más dolía. Me tenía totalmente tomada la medida, y eso era algo que habría divertido y horrorizado a partes iguales al Alec que yo había sido tiempo atrás, hacía casi un año ya.
               Suerte que ahora no me consideraba un desgraciado por haber dejado que me enganchara una única chica, sino el tío más afortunado del mundo por ser el único al que había elegido aquella diosa. Claro que, de vez en cuando, uno reniega de sus creencias, ¿no? No me malinterpretes: querré y adoraré a Sabrae toda mi vida.
               Pero si la cría se comporta como la mayor zorra que ha conocido este planeta, se dice y no pasa nada. Y ahora estaba siendo una zorra conmigo. No podía decirme esto y esperar que yo sobreviviera a una carta así. A mí, que me lo expliquen: o se había vuelto tonta y creía en serio que podía salir de aquella con vida, o había conocido a otro y estaba tratando de librarse de mí, porque nada de aquello tenía sentido.
               Suerte que nada en el amor suele tenerlo.
               Así que te voy a decir lo que pasará, Alec.
               -Sí, nena-ronroneé, tumbándome en la cama y metiéndome una mano en los pantalones mientras con la otra sostenía la carta. La mano de mis pantalones era la izquierda; la de la carta, la derecha. Necesitaba destreza para lo que iba a pasar-. Di mi puto nombre.
               El mero recuerdo de cómo lo suplicaba cuando la tenía al borde del orgasmo ya bastaría para hacer que me corriera, pero quería reservarme para todo lo que ella me iba a contar. Tenía imaginación de sobra para hacer que disfrutara, y yo la había enseñado muy bien. Llevaba tiempo sospechando que me había tomado ya la delantera, pero ahora veríamos si estaba en lo cierto y la alumna había superado al maestro.
               De ser así, qué suerte tenía el maestro. Era el cabrón más afortunado del mundo.
               Me perdonarás, por una vez en tu vida, por haberme vestido para matar, porque entenderás que la ocasión lo merece. Llevaremos un año entero teniéndonos ganas de tenernos en Nochevieja, así que te darás cuenta cuando me veas de que no podía llevar otra ropa. Todo será como debió ser desde el principio: en la foto de familia que nos hagamos en tu casa, tú me pondrás la mano en la cintura y yo te la pondré en el pecho, y no podremos evitar regodearnos en la firmeza del cuerpo del otro a nuestro lado. Ni siquiera sé cómo haremos para no devorarnos mientras nos toman la foto; supongo que conservaremos el mínimo de saber estar que te hace falta para no saltar sobre tu novio nada más verlo después de estar mucho tiempo separados.
               Nos iremos de fiesta con tus amigos y mis amigas, y les prometeremos que les dedicaremos todo el tiempo posible, pero todos sabrán que ese tiempo va a ser muy poco. Sabrán que tenemos que retomarlo en el mismo punto en que lo dejamos, y que su presencia no es compatible con ese punto.
               Porque oh, Alec, creo que tú lo recordarás también, pero yo sé de sobra dónde quiero retomarlo y en qué momento exacto nos interrumpieron. ¿Recuerdas que estaba al mando del iPad con la música y que todo el mundo te hacía peticiones? ¿Te acuerdas de qué estabas haciendo cuando nos interrumpieron de una forma tan grosera que tú te enfadaste de una forma que a mí me encendió aún más? Ay, Al, si no me hubiera emborrachado como lo hice, creo que a estas alturas todavía no me habrías perdido el miedo por lo que estaba dispuesta a hacer contigo en aquel momento.
               Nos iríamos de nuevo a ese pasillo apartado que conectaba las dos estancias más grandes de la casa, con el pequeño mueble en el que alguien habría despejado la decoración para que tú pudieras sentarme sobre él y así poder besarnos más cómodamente. Y lo retomaríamos justo en el momento en que lo dejamos haría justamente un año: me bajarías el otro tirante del mono y, con las dos manos, me amasarías las tetas mientras yo froto mi entrepierna contra la tuya. Nuestras lenguas se enredarían como cuando estamos follando, tú encima y yo debajo, y empiezas a moverte más despacio, con más seguridad y más lentitud, convirtiendo este sprint hacia el orgasmo en el que tú y yo siempre nos enzarzamos en una maratón en la que lo importante es el proceso. Podrán vernos. Podrán vernos y a mí me dará igual, porque en lo único en que puedo pensar cuando tú me tocas es en que no quiero que dejes de hacerlo nunca, y en que sólo existo allí donde mi piel está en contacto con tus dedos, y en lo agradecida que estoy de que me hayan hecho de carne y hueso y tú seas tan físico, porque nos compenetramos a la perfección. Podrán vernos y a ti no sólo te dará igual, sino que te encantará saber que nadie se atreverá a desafiar tu dominio absoluto sobre mí. Sabes que nadie vendrá a tratar de arrebatarte lo que es tuyo, porque estoy tan perdidamente enamorada de ti, te pertenezco de una forma tan visceral que todo mi ser es tuyo; mis tetas en tus manos en un pasillo en Nochevieja, mis sueños húmedos cuando tú estás en Etiopía o yo en Inglaterra, y mis primeros orgasmos, los que me hacen entender por qué el sexo es algo que vuelve tan desesperada a la gente cuando no lo tiene. Aunque a tus ojos seré la chica más atractiva de la fiesta, sabes que ninguno de los demás tratará de acercárseme, no sólo por lo celoso que te vuelves cuando se trata de defender lo nuestro (saben que los matarás si hace falta), sino porque los chicos sabéis de sobra cuándo tenéis las batallas perdidas con una chica. Y sabes que la tienen perdida conmigo desde el momento en que empecé a tener mi propia fe en Dios cuando empecé a ponerle tu cara.
               Me convertirás en la puta oficial de la fiesta y a los dos nos encantará. Nos dará igual lo que nos digan, si nos graban o no; sabemos que ningún mal trago posterior superará lo que estaremos compartiendo. Así que después de magrearnos, donde tú terminarás colando una mano por entre mis muslos y abriendo ese paraíso que responde a tu nombre y no al mío, y yo recorreré la envergadura de tu erección con mis dedos y te recordaré por qué decidiste renunciar a visitar mil camas y asentarte en la mía, donde nos desharemos entre los dedos del otro y creeremos que no podemos más y que subiremos a la habitación al instante cuando nos veamos chuparnos ese placer de los dedos como si fuera caviar, nos iremos a estar un poco con nuestros amigos. Tú bromearás con que lo haces para reponerte y aguantar un poco conmigo si nos vamos a la cama, como si yo no supiera que serías capaz de estar toda la noche follando sin parar simplemente porque se trata de mí; el caso es que yo me reiré y te daré un beso que nos sabrá genial por nuestros placeres mezclados, y por ser una promesa de lo mucho que disfrutaremos de ese manjar que lleva un año cocinándose. Me ayudarás a vestirme, me darás un beso en la frente, me dirás que me quieres y me acompañarás con las chicas para que disfrute de mi segunda Nochevieja fuera de casa con ellas. Y tú disfrutarás de tus amigos en la primera Nochevieja en que tenéis que poneros al día.
               Y entonces, cuando estés cansado de preguntarte en qué momento será aceptable que vayas a buscarme (porque me echas mucho de menos y te molestarán un poco los pantalones por lo dura que se te ha vuelto a poner pensando en todo lo que me has hecho y todo lo que quieres hacerme), recibirás un mensaje en tu móvil diciéndote que subas. No te diré adónde, pero tú lo sabrás.
               Entrarás en la habitación en que me metiste la otra vez y me encontrarás en ella. Me mirarás a los ojos y todo sentido del saber estar se evaporará de ti cuando veas la forma en que voy a mirarte.
               Porque pienso hacerlo como lo hago cuando sé que no permitirás que camine sin molestias al día siguiente. Como lo hacía cuando estábamos en Mykonos y, aunque me encantaba el turquesa de las playas, no podía esperar a que llegara el obsidiana de las paredes de tu habitación cuando caía la noche y tú caías sobre mí.
               Mi mono ya no estará en mi piel, sino en el suelo. Estaré sentada en la cama, completamente desnuda, las manos levantadas y apoyadas sobre el cabecero, la espalda arqueada, ofreciéndote mis tetas turgentes, con unos pezones duros que te morirás por saborear, pero…
               … antes querrás degustar lo que tengo entre las piernas, que estarán abiertas, mostrándote sin tapujos ese rincón de mi cuerpo que tantas ganas te tiene. Mi coño estará expuesto para ti igual que en un pedestal para que tú lo veas. Lo admires todo lo que quieras. Y lo devores, y lo poseas, y te lo folles como deseaba que hubieras podido hacerlo en el vuelo que mis padres nos negaron, por el que me volví tan loca y por el que nos metimos en este lío. Imagínate lo que será, Alec: llevarás cuatro meses sin probar a tu hembra, así que el macho que llevas dentro tomará el control. Te zambullirás entre mis piernas y beberás mi entusiasmo, me rodearás el clítoris con la lengua y los dientes y explorarás mi sexo con tu boca y tus dedos para arrancarme uno de esos orgasmos que tanto te gusta saborear. Harás que me corra y te negarás a apartarte ni un solo milímetro mientras yo gimo y grito y me rompo y te empapo con estas ganas tan desquiciantes que te tengo, y cuando creas que ya no puedes más y sientas que estás a punto de correrte cuando yo esté a punto de alcanzar mi enésimo orgasmo, te sacarás la polla, esa polla tan grande, gorda y gloriosa de los pantalones y me la meterás. Me follarás como el hombre hambriento (no, famélico) de mujer que eres, y mientras los fuegos artificiales del año nuevo estallan en la ciudad, tú y yo tendremos nuestros propios fuegos artificiales, arañándonos y mordiéndonos y chupándonos y follándonos mientras cambiamos de año. Mi primera palabra en 2036 será tu nombre gritado al aire, gemido mientras me follas, y lo mismo te pasará a ti. Tendremos un orgasmo sincronizado tan intenso que no recordaremos cómo nos duelen ahora las manos por escribir estas cartas, o por masturbarnos pensando en nosotros. Estará absolutamente prohibido no disfrutarnos cuando estemos juntos.
               Por eso disfrutarás de cada segundo que nos demos el uno al otro, sin tabúes, sin complejos, y sin rendir cuentas ante nadie más que el otro. Y cuando veas las gotitas de tu semen saliendo de mi interior…
               -¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ?
               … y me mires a los ojos, sabrás que a mí también me pone muchísimo ver eso. Así que volverás a ponerte encima de mí y seguirás follándome hasta el año que viene, sin preocuparte de si el condón se rompe o de qué haremos después, y centrándote sólo en lo bien que te sientes estando ahí, conmigo, con mis uñas en tu espalda, mis piernas alrededor de las tuyas y mis ojos mirándote, adorando ese brillo celestial con el que resplandeces cuando estás cubierto del sudor que yo te pongo en la piel. Dios, Alec… te echo tanto de menos. No puedo parar de pensar en ti, ni un segundo del día. Necesito que llegue ya la Navidad y estés otra vez en casa. Creo que no te dejaré marchar la próxima vez.
               ¿Ves factible que me quede contigo en el voluntariado? Aunque me gusta este método que has ideado para recordarnos, la verdad es que preferiría mil veces estar ahí contigo. La sabana debe de ser espectacular ya de por sí, pero si la ves con tu hombre a tu lado, no se me ocurre nada más bonito. ¿Cómo vas con las expediciones? ¿Has salvado a muchos más animalitos? Por favor, recuerda ser prudente y no hacerte el héroe. Tienes toda una vida por delante que tienes que vivir conmigo, y nueve meses me han bastado para darme cuenta de que ni un milenio sería suficiente, así que no pienso conformarme con lo poco que hemos compartido.
               Cuéntame más de lo que haces en las expediciones. No hemos entrado todavía en muchos detalles y me gustaría tener la mayor información posible para hacerme una idea lo más precisa que pueda. ¿Quiénes vais? ¿Cuánto duran? ¿Os dan un mapa o algo así de lo que vais a cubrir? ¿Os dan un tiempo máximo o tenéis que estar fuera sí o sí? ¿Y qué hay del santuario? ¿No tenéis absolutamente ningún tipo de contacto con las mujeres, o Nedjet se relaciona con ellas? Ojalá pudiera ayudarlas de alguna manera. Porfa, si sabes de alguna forma en que podamos colaborar con ellas desde la distancia, házmelo saber.
               Sé que fue hace bastante que me preguntaste y no entré mucho en detalles en mi anterior carta, y como no estoy segura de cuánto te cuenta Mimi, allá va una retahíla de información: Tam y Bey han decidido probar a vivir separadas para que Bey estuviera más cómoda yendo a Oxford, pero creo que les va a durar poco la tontería y enseguida volverán a vivir juntas. No les doy ni dos semanas más, y eso que Karlie decía que no aguantarían ni un mes. Yo creo que llegarán al mes, pero nada más. Los chicos han intentado apostar por ver cuánto aguantarían, pero no te crees el rapapolvo que les echó Bey en cuanto se enteró de que estábamos haciendo una porra, llamándolos misóginos y de todo. Definitivamente tienes un tipo.
               Karlie, por su parte, está encantada con Relaciones Internacionales. Se ha mudado a un piso en Cambridge para estudiar más cómodamente, aunque se pasa más tiempo en trenes para venir a ver a Tam en los ratos muertos que tiene de los ensayos que en el piso, o me atrevería a decir que incluso la universidad. No es que me queje, ni mucho menos; ya sabes que me encanta pasar tiempo con ella y así siento que tu grupo no está tan dividido. Todos ellos, aunque un poco más las chicas, me han apoyado mucho durante estas semanas tan complicadas. Max y Bella están ahora en un piso también en el centro, porque sus campus coinciden, y creo que les va bastante bien. Parecen contentos cuando hablamos por el grupo, y tardan un poco en contestar, así que yo creo que eso es buena señal. Logan sigue con sus padres, en parte porque quiere ahorrar para irse el verano que viene entero a Mykonos (él y Niki van súper en serio; de hecho, creo que Niki quiere venirse de Erasmus ya para el segundo trimestre; no sé si se le apañará); y en parte para estar también cerca de Jor y hacerle compañía. Como si yo no tuviera agobiadísimo al pobre Jordan porque voy a verlo cada vez que puedo. Estar con él me acerca un poco más a ti, que es algo que necesito bastante últimamente. O sea, no me malinterpretes: estoy bien, sol. Las cosas en casa han mejorado bastante desde que nos llamamos ayer: cuando mis padres se enteraron de que estábamos hablando por teléfono, vinieron a mi habitación y tuvimos una charla más tranquila de lo que yo me esperaba sobre lo que queríamos cada uno. Resulta que les molestó especialmente que yo me pusiera celosa de Scott, y querían que yo entendiera que el hecho de que ahora estén centrando los esfuerzos en mi hermano se debe a la situación complicada que está viviendo y lo difícil que está resultándonos encontrar una solución para él. Pero nada más. Todo va bien, o todo lo bien que puede ir ahora que no te tengo contigo.
               El caso… Jordan. Se está machacando en el gimnasio y se está poniendo muy mazado; le he notado el cambio hasta yo, y eso que lo veo prácticamente todos los días y debería resultarme mucho más difícil. Creo que lo mejor que podía haberle pasado era que no lo admitieran en la carrera para que pruebe suerte en el ejército: me parece que así el camino a ser piloto le será mucho más fácil que si lo intentara por la vía académica, aunque también me preocupa el tema de que tienen que hacer ciertas horas de vuelo en combate real antes de que los llamen para las aerolíneas. Pero, bueno, supongo que después de pilotar un caza, un Boeing 747 lleno hasta los topes de pasajeros no es nada, ¿no?
               Tommy y Scott están encantados en la gira por Estados Unidos. También echo bastante de menos a mi hermano, aunque se me pasa viendo con Shash todas las promociones que les hacen hacer. Son súper divertidas, sus entrevistas. Les preguntan cada parida que te descojonarías hasta mañana, y luego ves lo que ellos contestan, te das cuenta de que no hay nadie al volante y te descojonarías hasta la semana que viene. Te encantará. Estoy haciendo una lista de reproducción con las que me parecen las mejores para que las veamos juntos cuando vengas. No tienen desperdicio, y estoy segura de que harás que Scott se arrepienta hasta su último día de vida de haber elegido esta profesión.
               Josh está bien, por cierto. Está pendiente de que le concreten la fecha del trasplante por la pequeña infección que tuvo a principios de mes, no sé si te acuerdas de que te la había comentado. No obstante, ya está del todo recuperado, así que es cuestión de la agenda del cirujano, que tuvo que mover unas cuantas operaciones para no desperdiciar la fecha que le tenían señalada. Calculo que, para cuando recibas esta carta, ya lo habrán subido a planta y estará a punto de salir a jugar con los demás niños en el patio del hospital. No sé cuánto tiempo pretenden tenerlo en observación, pero te prometo que iré a verlo todos los días… independientemente de que vaya Shasha o no, por supuesto. Que, por cierto, ya no protesta cuando le pido que me haga el favor de ir por mí. El otro día, incluso, cuando Bey aprovechó para pasarse por el hospital de la que volvía del despacho de mi madre (esta chica es imposible, en serio; mamá ya le ha dicho un millón de veces que estando en la carrera no hace falta que vaya al despacho, pero Bey insiste en que quiere aprender todo lo posible), me dijo que Shasha todavía estaba allí, y eso que hacía casi tres cuartos de hora que se había pasado su turno. Al final vas a tener buenas dotes de casamentero, a pesar de tu historial, sol.
               La peque te da recuerdos. ¡Oh! Y no te lo vas a creer, pero ya van cuatro veces que Dan me pregunta cuándo vas a volver, o si puedes mandarnos algo de Etiopía cada vez que estás bien. Sí. Dan, no Duna. Chocante como poco. Le he dicho que me escribes cada dos semanas, pero no le voy a dejar leer nuestras cartas porque, bueno… no me corresponde a mí iniciarlo en el mundo del sexo, creo yo, ¿no te parece, sol? LOL.
               Me toca ir despidiéndome ya, amor. He quedado con las chicas, que se están esmerando en tenerme entretenida para que no piense mucho en ti (joke’s on them, porque yo siempre pienso en ti, incluso cuando estoy haciendo exámenes; espero que mi currículum no se resienta) y no quiero llegar tarde. Bastante se meten conmigo por mi manera de andar suspirando por las esquinas mientras me aferro a los colgantes que me has regalado y me quedo ensimismada pensando en ti. ¡Por cierto, hablando de regalos! ¿Vamos a enviarnos algo por nuestro aniversario o los dos vamos a fingir que no tenemos grabada a fuego la fecha exacta en la que te cambié la vida cuando nos acostamos por primera vez? Lo digo por ir mandándote el dinero para que pagues las tasas de paquetería 😉.
               Es broma. Disfruta mucho de tu voluntariado, sol. Hidrátate y échate cremita, ¿vale? Si necesitas que te envíe, sólo tienes que decírmelo. Y si necesitas cualquier cosa…
               -Te necesito a ti, nena-dije en voz baja, relamiéndome los labios.
               … ya sabes que me tienes disponible las veinticuatro horas del día, los 365 días del año. Disponible y, sobre todo, dispuesta 😉 😉
               Gracias por todo, en serio. Eres increíble y me siento terriblemente afortunada de ser tu novia. No tienes ni idea de lo feliz que me haces, incluso estando a seis mil kilómetros de distancia. Cuento los segundos que faltan para que te compense todo lo que has hecho por mí. Espero que todo te vaya genial, que Nedjet sea un poco menos imbécil contigo y que Valeria deje de ser tan protestona contigo; necesitas mano dura, pero no tanto como para no dejarte tontear con tu chica por teléfono.
               Agradecida por tu diligente conCOÑA. ¿TE IMAGINAS QUE TE PONGO “AGRADECIDA POR TU DILIGENTE CONTESTACIÓN” CUANDO LLEVO TRATANDO TU CARA COMO UN SILLÓN DE IKEA DESDE EL OTOÑO PASADO?
               Tu esposita,
               -Es que no la hay más hija de puta que tú, tía-gruñí por lo bajo, negando con la cabeza y riéndome.
               … que te venera, como los fruteros a las peras,
               Saab
               PD: ¿vamos a seguir con nuestro festival de posdatas? Ya sé que me metí contigo porque me ponías muchos, pero la verdad es que me encantan. Anda, di que sí.
               PD2: Oye, no te he preguntado por Perséfone. ¿Cómo ha hecho para quedarse, al final? No me lo digas. Hacéis tan buen equipo y tenéis tan buenos resultados en las expediciones que Valeria se puso de rodillas para pedirle que no se fuera porque sabía que ella era lo único que se interponía entre tú y cualquier rinoceronte bravucón que consideraras que te estaba faltando al respeto. Alec, en serio, aléjate de los rinocerontes. Tienen muy mala leche y vas a perder contra ellos.
               PD3: Jordan quiere saber si vas a poner dinero para el cumpleaños de Tommy. Ha dicho no sé qué de unas strippers. Como se te ocurra acercarte a un local de explotación sexual a la mujer VERÁS LA QUE TE MONTO, ALEC.
               PD4: ¿Me haces el puñetero favor de ponerme por escrito que Mary Elizabeth NO tiene el monopolio de la ropa que te has dejado en el armario? Cada vez que intento cogerte una camiseta o unos pantalones, allí está ella inspeccionando como un buitre que no me lleve lo que se le antoje en el momento, y siempre termina siendo lo que a mí me apetece ponerme. Es INSOPORTABLE. No soy partidaria de pelearme con una chica por ningún hombre, pero o le dices que me deje espacio para revolver en tu armario, que para algo dejo que te corras en mi cara, o la engancharé de los pelos y me la llevaré a rastras a Nechisar para que le expliques que AHORA TU PREFERIDA SOY YO.
               PD5: Es todo. Te quiero por cinco, me apeteces un millón. Medio mundo no es nada y… chao, chao, hubby.
               Me quedé mirando ese te quiero por cinco, ese millón de me apeteces congregados en cuatro palabras, ese medio mundo que no era nada, el hubby y el corazón como si fuera mi nuevo hogar que había aceptado a un cachorrito callejero sin pensar en las consecuencias que tendrías llevar a un animal sin domesticar a una mansión hecha de todo tipo de lujos, con los materiales más exóticos jamás vistos. Quería vivirme a vivir siempre con ella, siempre en ese momento en el que  lo único que sentía era el amor que compartíamos, el brillo cegador de ese lazo dorado resplandeciendo cuando lo reforzaba.
               Sabrae estaba bien. Estaba bien y estaba aprendiendo a ser feliz, ajustándose a mi ausencia de un modo en el que pronto podría empezar a crecer y convertirse en la chica que estaba destinada a ser, igual que una planta a la que cambias de maceta para que deje de compartir el espacio con otra más alta que le impide alcanzar el sol. Pronto sería capaz de florecer como si estuviera viviendo su propia primavera, una primavera en la que no nacían tauros, sino libras.
               Aunque no podía dejar de alegrarme por ella, había una parte de mí que no quería creérselo del todo. Me negaba en redondo a pensar que me estaba engañando (¿por qué habría de hacerlo, de todos modos, cuando nos habíamos prometido sinceridad y nuestros problemas siempre habían venido de desatender esa promesa?), pero también me parecía raro que Zayn y Sherezade hubieran necesitado simplemente una conversación en la habitación de mi chica para cambiar de opinión respecto a mí. Si ya de por sí todo era rarísimo, porque no podían culparme en serio de que ella quisiera pasar todo el tiempo del mundo conmigo y se enfadaba cuando no le concedían un capricho bastante excéntrico aunque razonable, el hecho de que se hubieran bajado de la burra tan rápido sin nada más que hablarlo con Saab no me encajaba del todo. Eran mayores que ella, y además eran sus padres: se suponía que eran ellos los que debían convencerla a ella con más o menos facilidad de que tenían razón y ella se equivocaba, y no al revés, incluso cuando Saab tenía razón y ellos eran unos prejuiciosos. Además, eran dos contra una; todo ventajas, a mi parecer. Desde luego, si hubiera estado en una casa de apuestas, sabía de sobra que los números no nos acompañarían a mí y a Sabrae, sino a sus padres, y tampoco podía culpar a las estadísticas porque resultarían aplastantes.
               A no ser… puede que ella lo hubiera pasado peor de lo que me lo había hecho ver en la carta y en la posterior llamada. Me había dicho que había sufrido mucho, que no estaba bien, que echaba de menos a su madre y que quería que todo fuera  como lo había sido antes, si es que en algún momento era posible recuperar la normalidad. Y yo me había puesto en lo peor, imaginándomela encerrada en sus miedos, tratando de recurrir a Sher, que siempre había sido su roca y ahora resultaba ser la marea que la ahogaba en medio de la tormenta. Me había parecido cansada y con una desesperación contenida en la voz, como si hubiera creído de verdad  que se quedaría completamente sola si yo le daba la espalda, algo de lo que no me veía capaz ni en mil vidas, por mucho que me gustara hacerme el digno, creerme un héroe y fingir que sí. Pero aquello…
               Casi podía imaginarme cómo habría sido la conversación. A pesar de que cuando Valeria había colgado el teléfono ella sonaba como si estuviera sonriendo, un par de lágrimas se deslizarían por su rostro perfecto y ella sorbería por la nariz, limpiándoselas con el dorso de la mano y abrazándose el vientre como hacía siempre que algo le preocupaba. Se apoyaría en la pared, la mirada perdida, pensando en cómo iba a salir de aquella ahora que ya había elegido bando, aunque por lo menos tenía el consuelo de que no tenía que luchar esta guerra sola. Puede que el campo de batalla fuera desolador, pero por lo menos sabía que había alguien al otro lado, luchando y matando por llegar hasta ella y poder cuidarla: yo.
               Aun así… todo era demasiado grande para nosotros dos, e incluso si yo volvía en Navidad, como ella creía que yo le había prometido, eran demasiados días luchando día y noche, sin refugio, sin descansar, sin ni un solo respiro. Sería abrumador para ambos, pero yo tendría que atravesar la jungla mientras que ella se encontraba ya en plena batalla, con la guardia alta constantemente y sin permitirse un segundo de descanso. Sería agotador. Se preguntaría si podría, aunque creía que, por tratarse de mí, no le quedaba opción.
               Y entonces Zayn se asomaría a la puerta y la vería allí, deshecha y tratando de recoger los pedacitos que la componían como una muñequita rota. Él siempre había sentido una debilidad por ella que su madre no experimentaba con tanta fuerza; por eso le preguntaría qué le pasaba, y se mostraría compasivo y decidido a resolver las cosas cuando ella le dijera que no podía más. Que necesitaba que nos apoyaran. Cogería a Sher, las subiría a la habitación de su hija y se sentaría en medio de las dos, haciendo de muro de contención y a la vez mediando entre ellas, que, temperamentales como eran, lo tendrían muy fácil para enfrentarse de nuevo. Quizá Zayn tuviera menos dudas con respecto a mí que Sher, porque era un hombre y me entendía mejor de lo que lo hacía mi suegra. Creería que yo no soy digno de Sabrae, algo en lo que los dos estábamos de acuerdo, pero también se daría cuenta de que estaba intentando hacer las cosas bien, o lo mejor que podía. Él la había cagado mil veces a mi edad, así que sería más benevolente porque sabía por lo que yo podía llegar a pasar. No le haría ni puta gracia que fuera precisamente con su hija con quien pasara por aquello, pero me había creído todas las veces en que lo había mirado a los ojos y le había dicho que estaba dispuesto a lo que fuera con tal de merecerme un poquitito a Sabrae. Creía en serio que me esforzaría.
               Le tendría de mi lado simplemente porque Sabrae estaría mal, así que…
               … se tragaría su orgullo y se volvería para decirle a su mujer que tenían que cambiar de postura, siquiera por esta vez. Le diría a Sher que prefería tener a Sabrae a tener la razón, y Sher lo miraría y se daría cuenta de que no se lo estaban poniendo nada fácil a su hija, que no era el momento de hacer que sufriera ni ponerla a prueba. Y Sher miraría a Saab, vería su dolor y sus ganas de que la apoyaran, y le cogería las manos y le diría que aunque no creyera que yo era digno de ella, y que sabía que no lo sería nunca, confiaba en sus decisiones y no se interpondría entre nosotros dos. No ahora, al menos. Puede que no lo hiciera nunca, si sabía que yo no le dejaría alejarme de Saab cuando volviera con ella.
                La perdonarían por sus errores y le darían la mano para ayudarla a escalar un agujero en el que yo no pensé que estuviera metida; la había notado derrotada cuando hablé con ella, y destrozada en la carta, pero de ahí a estar hundida… había sido peor de lo que me había dicho, entonces. Y no había especificado lo que le pasaba seguramente para no hacerme daño.
               No importaba. Podía perdonarla por eso. Dios, aunque no me hiciera ni puta gracia que se anduviera con paños calientes conmigo: podía aguantar lo que me echaran con respecto a ella, y que lo hubiera pasado peor no habría hecho que cambiara de parecer respecto a la decisión que había tomado. No, las cosas no iban por ahí. Preferiría mil veces saber la verdad aunque me doliera a que me tuviera en ascuas, pero entendía por qué lo había hecho: yo estaba enfermo. Estaba enfermo y estaba solo, en un país en el que nadie más que Perséfone me conocía, y Pers iba a marcharse: Sabrae tenía que hacer lo imposible por ayudarme a conservar la calma y a no detestar aún más esa existencia que me habían regalado, y de la que yo no me creía en absoluto digno. Había cuidado de mí como se suponía que yo debía cuidar de ella, y no lo había hecho cuando decidí seguir con los planes estúpidos que había hecho estando soltero, cuando no tenía que pensar en nadie más que en mí, y cuando creía que no me graduaría y necesitaría una oportunidad para poder poner mi vida en pausa y justificar después el retraso que llevaría con los demás.
               Había sido un cobarde, y Sabrae había sido muy valiente poniéndome por delante de ella. Se suponía que era lo que yo tenía que hacer.
               Y ahora estaba bien, gracias a Dios. Todo parecía estar encauzándose y por fin podía disfrutar de la vida sin mí, pero en la que también me tenía. Me alegraba tremendamente de que así fuera, y sentía que me había quitado un enorme peso de encima ahora que me había dicho que su vida poco a poco estaba volviendo a encarrilarse.
               Sin embargo, había algo dentro de mí que no paraba de revolverse, como una especie de presencia presionándome la parte baja del vientre. No me sentía cómodo pensando en escribirle justo ahora, porque no sabía muy bien qué decirle después de aquella carta en que me había demostrado que la experiencia como lectora era capaz de superar la experiencia a secas, y estaba claro que ella me daba mil vueltas en ese asunto. ¿Se suponía que debíamos seguir con las cartas guarras, o con una de vez en cuando ya bastaba? Me apetecía decirle un montón de burradas, y a la vez abrirme en canal y confesarle lo mal que me estaba yendo todo. Pero no me imaginaba sentándome ahora frente al escritorio, cogiendo papel y boli y poniendo por escrito todo lo que sucedía.
               Esa incomodidad que tenía dentro me lo impedía, pero me dije que era simplemente porque me había dado cuenta de que las cosas habían sido más duras para ella de lo que me había imaginado en un principio. Decidido a aclararme las ideas, me cambié los calzoncillos, que había manchado al correrme leyendo cómo ella me contaba la forma en que se abriría de piernas para mí en Nochevieja; me puse unos pantalones y una camiseta y atravesé el campamento en dirección al santuario. No había ni rastro de Luca por ningún lado, y los pocos compañeros con que me crucé estaban tan acostumbrados a que los vacilara sobre mi paradero que ya ni se molestaban en preguntarme. Subí el sendero, pasé por delante de Killian, que continuó con la vista fija en un punto más allá de mi cabeza, entre las copas de los árboles que daban intimidad al santuario, y me metí entre los árboles para rodear la plaza y llegar hasta las nuevas obras que estábamos haciendo, con una fuente que conectaríamos al pequeño pozo del centro de la plaza del santuario ahora que éste estaba creciendo a marchas forzadas gracias, en parte, a mí. Salí de entre los árboles junto a Nedjet, que se encontraba de espaldas, inspeccionando la excavación, y dio un brinco cuando notó mi presencia.
               -¡Joder! ¿Pretendes que me dé un puto infarto? ¿Qué coño te crees que eres, acechándome así igual que un leopardo?
               -Querías que fuera silencioso para que las mujeres no se percataran de que estoy aquí y lo he sido, ¿no? Sólo estoy obedeciendo tus órdenes, oh, amo-hice una reverencia y Nedjet me fulminó con la mirada.
               -Llegas cuarenta y ocho minutos tarde.
               -Me halaga que lleves la cuenta.
               -¿Me puedes explicar de dónde cojones vienes? Y no me digas que Valeria ha vuelto a llamarte, porque entonces se las tendrá que ver conmigo. No voy a soportarte solamente cuando a ella se le antoje. He tenido que cambiar la rotación simplemente para suplirte.
               -No estaba con Valeria, ¿no ves que no traigo cara de perro?-Nedjet arqueó una ceja y esperó, y yo me reí-. He recibido una carta de Sabrae.
               -¿Y has estado casi una hora fuera por eso? ¿Tan despacio lees? Creía que a los blanquitos pijos como tú los mandaban a colegios de bien en que les enseñan varios idiomas a la vez.
               -Tenía que hacerme una paja.
               Como si no sospechara que más de mis compañeros de los que pretendían que lo supiera me entendían, casi todos se rieron por lo bajo. Nedjet, sin embargo, se cruzó de brazos.
               -Pues espero que haya merecido la pena, porque ahora vas a volver al campamento una hora y media más tarde. ¿Qué te parece?
               -Que me la pela. No tanto como con la carta de Sabrae-sonreí, abriendo los brazos-, pero me la pela.
                Nedjet puso los ojos en blanco y me tendió una pala.
               -Excava hasta que encuentres petróleo, puto mocoso.
               Estuve diez minutos más  de lo que me pidió Nedjet simplemente por joderle y ver cómo reaccionaba, todo porque confiaba en que Luca y Perséfone me hubieran guardado algo de la cena, como efectivamente hicieron. El cansancio del trabajo duro superado me distrajo lo suficiente como para poder participar en las conversaciones de la cena como si nada hubiera pasado, pero cuando, ya recién duchado y las luces apagadas, me vi de vuelta en el colchón de mi cama, fue como si esa sombra hubiera estado esperando a que cayera en su trampa.
               Sabrae estaba bien, me decía, y yo me alegraba por ella, me decía. Era bueno que todo hubiera quedado en nada.
               Pero, entonces, ¿por qué coño sentía que una parte de mí había estado esperando que me dijera que todo iba fatal para así tener la excusa para rendirme y volver a casa, con ella… y que todo volviera a esa normalidad que echaba tanto de menos?
               ¿Por qué coño me decepcionaba que mi novia estuviera pasando página?
               Fácil, me respondió esa sombra: porque yo no podía.
              
 
No sabía qué cojones estaba haciendo con mi vida, y la espera por tener noticias de Saab se me hacía más cuesta arriba a medida que pasaban los días. Hacía más de una semana que le había respondido a su carta, y desde que se la había dado a Mbatha para que la echara al buzón más cercano, llevaba con una opresión en el pecho que apenas me permitía pensar con claridad.
               Después de pasarme media noche dando vueltas en la cama tras haber recibido su carta, y la otra media deambulando por el campamento en un silencio sólo interrumpido por los sonidos de la jungla, había decidido que no podía dejar que mi conciencia fuera un palo en las ruedas de la vida de Sabrae. Si ella había conseguido superar lo de sus padres, a mí me tocaba joderme y apechugar con las consecuencias de lo que había hecho; no podía preocuparla más de lo que lo había hecho hasta ahora, y confesarle que ya no iba a la sabana, sino que me obligaban a descargar los trofeos de los demás cuando regresaban como castigo por haber desobedecido a Valeria, haría exactamente eso. Se culparía porque creería que me había impulsado a cometer un error por su mala gestión de la situación, cuando la realidad era que yo tenía la culpa de todo lo malo que había pasado ya desde el principio: propiciando la cercanía con Perséfone, no atendiendo a lo que mi amiga griega me decía cuando me insistía en que yo no había hecho nada más que apartarme cuando me di cuenta de lo que sucedía, y luego poner la vida de Saab patas arriba presentándome en Inglaterra cuando ella había llegado a una conclusión lógica, pero con argumentos erróneos. La verdad es que ella habría estado mejor sin mí, pero era un puto egoísta que no soportaba la idea de volver a ser ese Alec de hacía un año al que se la resbalaba todo y que no se soportaba muy en el fondo, y… joder, me costaba mucho pensar en una Sabrae que no fuera mía ahora que había descubierto cómo podía hacerla de feliz. Incluso cuando no hacía más que hundirla en la miseria.
               Así que no tenía ningún derecho a compartir con ella ese castigo que, seguro, creería que era culpa suya. Por una vez en mi vida había hecho lo que tenía que hacer, y las medidas de Valeria habían sido desproporcionadas para mi comportamiento. Me merecía un tirón de orejas, por supuesto, y lo que había hecho estaba muy mal, pues había puesto en peligro a mis compañeros para que me cubrieran las espaldas  y que mis acciones no tuvieran consecuencias, cuando todo habría sido mucho mejor si hubiera sido claro desde el principio y le hubiera dejado claro a Valeria que lo de que me fuera a Inglaterra para hablar con mi novia no estaba abierto a discusión alguna. Posiblemente mi castigo hubiera sido más benévolo: quizá me despidiera de la sabana, pero por lo menos me dejarían fingir que más allá de los árboles no había nada, en lugar de obligarme a reabrirme la herida cada vez que alguno de mis compañeros volvía de alguna expedición. Perséfone ni siquiera hablaba de sus aventuras más allá de los árboles delante de mí, y eso que yo sabía que las disfrutaba a pesar de que sentía que me estaba traicionando al hacerlo: podía ver la manera en que resplandecía de felicidad cuando se bajaba del todoterreno cada vez que regresaba, algo que a mí me mataba y que Valeria se aseguraba de que sucediera mucho más a menudo que con el resto de sus compañeros. Una parte de mí, esa parte egoísta que se lamentaba de no haberle dicho la verdad a Sabrae y poder confiar en que ella me haría el voluntariado más ameno de alguna forma que yo ni siquiera concebía, me decía que a Pers no la elegían porque fuera la mejor de las voluntarias, sino por hacerme más daño a mí. Valeria se daba cuenta de sobra de que el que ella se fuera me hacía mucho más daño que el que lo hicieran los demás, y que me fastidiaba todavía más descargar su remolque que los de nuestros compañeros, y Perséfone podía ser perfectamente ese punto débil que ella encontraba en todos nosotros y que no le importaba explotar con tal de que el voluntariado funcionara como la seda.
                Luego me sentía todavía más mezquino por pensar eso de Perséfone, que hacía méritos allá por donde pasara, y me comía todavía más la rabia. No debería dejar que Valeria me quitara mi relación con Pers, por mucho que estuviera haciendo todo lo que podía para mantenerla lo más alejada de mí el mayor tiempo posible; bastante tenía ya con que me hubiera arrebatado el disfrutar de Etiopía.
               Y de Sabrae. Esa noche que me había pasado en vela había sido crítica para mí, y me había costado horrores tomar la decisión correcta de protegerla a toda costa. Tenía que ponerle las cosas fáciles; se suponía que ésa era mi misión principal como su novio, así que no me había quedado más remedio que poner en una balanza las promesas que nos habíamos hecho de manera explícita, sobre todo hablando de la sinceridad que debíamos profesarnos para que esto funcionara; y las promesas que nos hacemos todas las parejas para que nuestras relaciones sean sanas y funcionen. Mientras escribía, tachaba y volvía a escribir, incluso pasando la carta a limpio para que ella no notara que cambiaba de versión veinte veces y se diera cuenta de que algo no iba bien, no dejaba de repetirme a mí mismo que esto que estaba haciendo no tenía nada que ver con lo que mi padre había hecho con mi madre, que mi falta de honestidad con Saab era por su bien y no por el mío, y que yo estaba alejándome de mi herencia genética poniéndola a ella por encima de mí.
               No me gustaba sentirme un mentiroso, pero creo que prefería eso a sentir que había dejado a Sabrae en la estacada y que no paraba de empujarla hacia la cuerda floja. Ya le sería sincero cuando regresara a casa y pudiera estar allí para cuidarla; le suplicaría perdón, y confiaría en que ella encontraría la bondad suficiente en su interior para decidir que no podía renunciar a estar conmigo ahora que volveríamos a poder tener sexo, y me rompería los cuernos para conseguir que todo volviera a ser como antes. No tendría ningún otro secreto con ella, lo juro.
               O puede que aquello sucediera antes de lo que yo me esperaba, porque pasado mañana era el cumpleaños de Tommy. Mañana salía el vuelo que había cogido en una de las ausencias de Valeria en que Mbatha estaba al cargo, y no estaba seguro de si sería capaz de hacer como que no pasaba nada con el voluntariado para que Sabrae estuviera tranquila cuando volviera…
               … si es que decidía volver.
               Ni siquiera había creído que aquello fuera una posibilidad hasta que Perséfone no me lo preguntó directamente, abordándome en una tarde en la que yo estaba de un particular mal humor porque Nedjet nos había tenido excavando a más profundidad de la necesaria para la fuente del santuario, de modo que la bomba que pretendía instalar en ella para abastecer a la aldea no serviría. A veces me daba la sensación de que él también se descojonaba de mí, pero tenía que recordarme a mí mismo que se había enfrentado a Valeria para que no me echara del voluntariado y se había ofrecido a darme tareas mientras ella no requiriera de mis servicios como su puta particular. Apenas le había dirigido un seco saludo a Pers cuando me la crucé en la plaza, y ella, ni corta ni perezosa, había esperado a que me metiera en mi cabaña para confirmar que no iba a pelearme con Valeria (lo cual justificaría mi mal humor) y  había entrado detrás de mí.
               -Bueno, vale… seguramente no quieras hablar conmigo-dijo, cerrando la puerta tras de sí y manteniendo la mirada en mi cara mientras yo me quitaba la ropa empapada de sudor-porque todavía apesto a búfalo, pero creo que será mejor que sueltes lo que sea que te esté rondando por la cabeza antes de que te explote dentro y dejes tu mural de fotos-lo señaló con el dedo—hecho un Cristo.
               -Me lo va a notar-dije sin más.
               -¿Quién?
               -Sabrae. Me va a notar que no le he sido sincero en la carta.
               -No lo hará.
               -No es tonta.
               -Ya sé que no es tonta, pero tú eres muy guapo, y lleva mucho tiempo sin verte. Si has metido la pata en algo de la carta, se le olvidará al momento nada más verte.
               -Ya, ¿y qué haré cuando ya hayamos follado y se le baje el subidón, eh, Perséfone? No va a estar en las nubes siempre. Y no quiero que piense que la he utilizado para desahogarme, porque… bueno, un poco sí que me voy a desahogar con ella, pero no quiero que crea que la he engañado para garantizarme un polvo.
               -Ya tienes los polvos garantizados aquí-soltó-, ¿por qué ibas a necesitar engañarla para echarlos, mm?
                Me quedé plantado delante de ella, solamente con los calzoncillos puestos. Ella no pudo evitar bajar la vista a mi paquete, que se quedó mirando unos segundos, y luego suspiró.
               -No sé por qué siempre te empeñas en hacer las cosas lo más duras posible.
               -Mira quién habla. A ti te gustaba duro-me burlé, cogiendo una muda de ropa limpia y haciéndola una bola en mis manos-. ¿Querías algo o me dejas que vaya a ducharme antes de que mi olor a tigre se quede en la cabaña y tenga que aguantar a Luca lloriqueando una semana entera?
               -Crees que has hecho algo-dijo, dando un paso hacia mí, con los ojos de nuevo en los míos-. Llevas toda la vida pensándolo, así que entiendo que te sea muy difícil salir de ese bucle, pero por una vez en tu vida deberías darte la oportunidad de creer de verdad que el mundo no está siendo justo contigo sin autoflagelarte, ¿sabes, Al? Eso sólo va a ser perjudicial para ti a la larga.
               -A la larga-repetí, riéndome y negando con la cabeza-. ¿Ya estamos en la larga? Porque mira la gilipollez que he hecho por proteger a Sabrae. Voy a perderla. Como vaya a Inglaterra y se dé cuenta de lo que he hecho, voy a perderla. Pensará que no creo que sea lo bastante fuerte como para soportar todo lo que estamos pasando por mi culpa y… no sé-sacudí la cabeza y alcé las manos-. Creo que me merezco poder ir a casa tranquilo y no tener que preocuparme de si mi novia se comerá la cabeza pensando que la considero débil cuando regrese, aunque sólo sea para que ella pueda disfrutar de mi visita. ¿Es que tanto pido? O sea… es imposible que Sabrae no me lo note. Y la única opción que le encuentro a alargar esto un poco más es no ir al cumpleaños de Tommy, pero es… joder, el cumpleaños de Tommy­-negué con la cabeza-. Es el último cumpleaños del año en mi grupo de amigos, y lo tengo todo cuadrado. Jordan cuenta conmigo, y quiero pensar que el resto de mis amigos cuentan también con que yo aparezca aunque no se atrevan a decirlo en voz alta, y… no quiero dejarlos tirados. Y echo mucho de menos a Sabrae-se me hizo un nudo en la garganta y los ojos de Perséfone resplandecieron-. No voy a aguantar hasta Navidad sin verla. Ni siquiera creo que vaya a hacerlo hasta el cumpleaños de Mimi. Pero no quiero joderlo todo ahora y que ella se preocupe el resto de meses que me quedan aquí. Doce meses son muchos meses.
               -A ti te quedan unos diez, Al.
               -Aun así es muchísimo. Valeria es una hija de puta-murmuré, mirando la ropa-. Ha sabido darme donde más duele, y creo que ni siquiera se ha dado cuenta de que quitándome la sabana y castigándome así me está jodiendo como no lo ha hecho nadie hasta ahora, porque me ha quitado lo que más valoraba de estar con Saab, ¿sabes? La tranquilidad. El saber que hay una persona que no me juzgará y que cree que lo hago todo bien, aunque se equivoque más a menudo de a lo que los dos nos gustaría. Ni siquiera sé cómo haré para despedirme de ella y volver, y más aún si empieza a sospechar que no lo estoy disfrutando…
               -¿Es absolutamente necesario?
               -¿El que yo lo disfrute?-dije con los ojos húmedos, y sorbí por la nariz y me reí con cinismo-. Hombre, teniendo en cuenta que voy a estar aquí otros diez meses, yo diría que…
               -No me refiero a que lo disfrutes. Estamos de acuerdo en que deberías hacerlo. No, yo me refiero a…-Perséfone tragó saliva y agitó la cabeza de manera que su coleta alta bailó como un péndulo tras ésta-. Que vuelvas.
               Se me había parado el corazón al escucharla.
               -Pero… yo… tú te… te quedaste para que pudiéramos estar los dos aquí.
               Perséfone asintió con la cabeza.
               -Sí, Al, me quedé en gran medida porque tú estás aquí, pero… no soporto ver lo que te está haciendo esto. Te está comiendo por dentro, como si te pudrieras. Te amarga los días. Antes eras feliz, no esperabas nada y todo te sorprendía, pero ahora que sabes lo que hay ahí fuera, sé que con lo de aquí no te basta. Y tienes derecho a que no te baste. Tienes razón: Valeria está siendo una hija de puta contigo, y ni siquiera te permite pasar página-había dicho, acercándose a mí, y yo me había quedado paralizado en el sitio porque había usado precisamente la misma expresión que yo había usado pensando en Sabrae: “pasar página”. Eso tenía que significar algo-, lo cual es todavía más ruin que el que te haya apartado de la sabana y ya está. Debería haberte quitado un tiempo, pero no para siempre. Así que tienes todo el derecho del mundo a sentirte traicionado y frustrado y… no tienes que ser un mártir, ¿vale? No has nacido para eso. Has nacido para hacer grandes cosas, pero parece que has hecho de tu misión en la vida el sacrificarte por los demás. Llevas dieciocho años renunciando a todo lo que te importa para sentirte con el derecho a que los demás te queramos, Al, y todos a tu alrededor lo haremos sin condiciones. Lo único que nos preguntamos es en qué momento vas a parar. Renunciaste al boxeo, con lo que a ti te gustaba. Renunciaste a mí, cuando podríamos haber intentado que funcionara-se relamió los labios-. Renunciaste a Bey con tal de no perder lo que teníais, y luego renunciaste a intentarlo con ella cuando sabías perfectamente que podrías haber vuelto a quererla si de verdad lo intentaras cuando ella empezó a quererte a ti. ¿Por qué te empeñas en seguir renunciando a todo lo que te hace feliz para que el mundo trate de seguir su curso? Sabrae no quiere evolucionar si no es contigo. No querría crecer en su propia dirección si supiera que estás aquí, hundiéndote día tras día. Ninguno de nosotros está aquí obligado. Somos voluntarios, Al. No estamos cumpliendo ninguna pena. ¿Ves alguna valla que nos impida salir? Podemos irnos cuando queramos. Y no me vengas con las penalizaciones por no cumplir el plazo por el que nos comprometimos-añadió, sonriendo, porque me conocía y sabía por dónde iban los tiros-, porque tú y yo sabemos que, por mucho que te encante ir de clase obrera, lo que has pagado por estar aquí lo gana Dylan en una semana. Para tu familia no es nada.
               -Para mí sí, Perséfone. ¿Sabes la cantidad de horas extra que hice en Amazon para poder permitirme el darle caprichos a Saab y no tener que retirar mi registro de este lugar?
               -Entonces piénsalo de esta manera: estás renunciando a Sabrae por estar aquí. No sólo a la de ahora, sino a la de hace unos meses, cuando tenías que hacer horas extra y no podías pasarte las tardes con ella. ¿Renunciaste a ella por sufrir?
               Perséfone me puso una mano en el pecho, justo sobre el esternón, donde tenía la mayor cicatriz. Sus ojos se posaron allí donde estaban sus manos, y doblando el índice y el corazón, recorrió la envergadura de mi cicatriz desde la punta de sus dedos hasta la palma. Sabrae había hecho ese gesto un millón de veces, siempre en los momentos más íntimos que compartíamos cuando estábamos solos.
               -Ya no seré portada de la revista Men’s Health-había bromeado una vez en que me sentía particularmente inseguro. Las había tenido al sol demasiado tiempo y las cremas solares no habían hecho el efecto deseado de protección, así que se habían puesto un poco rojas. Sabrae se había esmerado en echarme aloe vera a conciencia desde que habíamos vuelto a casa, y entonces estábamos en mi cama, las sábanas embadurnadas de los jugos frescos de la planta, y su piel brillante. Sus senos resplandecían a la luz del crepúsculo que se colaba por la claraboya, con los pezones lubricados de una forma que a mí se me hacía imposible pensar en algún momento de mi vida en que no fantaseara con no llevármelos a la boca. Estaba tan cómoda estando conmigo cuando no llevábamos ropa…
               -Eso es porque la gente no sabe valorar la auténtica belleza. Eres mucho más guapo ahora. Por aquí-dijo, moviendo los dedos sobre mi piel como lo había hecho Perséfone-, fue por donde regresaste a mí.
               En aquel momento había experimentado uno de esos instantes de revelación en los que eres plenamente consciente de la suerte que tienes. Y yo me había dado cuenta de que tendría hijos con ella. Pasara lo que pasara, yo la convertiría en lo más bonito que un hombre puede convertir a una mujer: madre. Sería una madre genial. La mejor de todas.
               Y de mis críos. Imagínatelo.
               -¿Te hiciste esto…-continuó Perséfone, sacándome de mi ensoñación; sus ojos estaban de nuevo en los míos-, para sufrir?
               Y yo llevaba dándole vueltas desde entonces. Cada vez que me veía en los espejos de los baños y me fijaba en mis cicatrices, a los que mis compañeros se habían acostumbrado mucho antes que yo, me acordaba de todo lo que se escondía debajo de esa piel enrojecida. De lo que me había hecho Sabrae la primera vez que me desnudé delante de ella después del coma.
               No quiero apagar la luz, Alec. Me gusta verte, Alec. Mírame, siénteme: estoy muy mojada, Alec. Y es todo por ti. Me apeteces.
               Podía sentir sus piernas alrededor de mis caderas, sus dedos en mi nuca, su respiración profunda en mi cuello mientras la embestía. No pares. No pares. Así me gusta. Me gusta muchísimo. Ay, mi amor…
               Te quiero tantísimo.
               Había momentos en que estaba seguro de que había metido la pata hasta el fondo y ahora todo pendía de un hilo finísimo que se deshilachaba a marchas forzadas, y había momentos en los que estaba convencido de que había tomado la única decisión factible. Había momentos en que me sentía un crío y otros en los que me consideraba todo un hombre. Lo único que esperaba era que los días que me pasaría en Inglaterra me pillaran en la cresta de la ola y no hundido, como me veía a veces.
               No sabía cómo lo había hecho, pero todavía no había tenido ni un solo ataque de ansiedad respecto a lo de ahora. Supongo que mi cabeza sabía que, como me diera la oportunidad de saltar al vacío, lo haría de cabeza, y a pesar de que mi cerebro no solía tener el instinto de supervivencia muy afinado en lo que se refería a cuestiones mentales, por lo menos se estaba portando.
               Estaba comiéndome la cabeza, completamente absorto en mis pensamientos, cuando escuché los gritos.
               Había llegado al límite del claro en el que se asentaba el santuario y estaba a punto de esconderme entre los árboles para ir al final, donde le daríamos los últimos retoques a la fuente, cuando empezó todo el alboroto. El santuario no era un lugar tranquilo, precisamente, y menos aún cuando los niños estaban correteando de un lado a otro por la pequeña plaza central, pero aquellos sonidos eran distintos. Mientras que las mujeres parecían felices la mayor parte del tiempo, ahora había desesperación. Los soldados que estaban custodiando la entrada se giraron y se quedaron allí plantados mientras las mujeres gritaban alrededor del centro de la plaza. Uno de ellos era Killian, que abrió los ojos al escucharlas.
               Y con ver su expresión a mí me bastó para confirmarme que algo andaba mal. Muy, pero que muy mal.
               Así que eché a correr a toda velocidad hacia el centro de la plaza, y no fue hasta que no llegué al muro medio derruido que me di cuenta de que había en el centro de la plaza:
               El pozo.
               -¡Alec! ¡ALEC!-bramó Killian al verme correr hacia las mujeres, que se apelotonaban en el pozo y gritaban, estirando las manos y reteniendo a una de ellas, que luchaba por inclinarse hacia él de una forma tan peligrosa como desesperada, y que sólo podía significar una cosa. Si había una regla de oro que no podíamos romper bajo ninguna circunstancia era que las mujeres no podían vernos. No podíamos establecer contacto con ellas por muy mal que creyéramos que lo estaban pasando, y daba lo mismo lo fuerte que gritaran o con cuánta desesperación pidieran ayuda mientras daban a luz o les curaban las heridas: nosotros no éramos esa ayuda, sino la causa de su dolor.
               Y yo lo estaba rompiendo por unos gritos que no entendía, pero cuyo significado resonaba en lo más profundo de mi interior. Y todo, ¿por qué?, te preguntarás.
               Porque la mujer a la que estaban sujetando para que no se arrojara al pozo gritaba en el mismo tono exacto en que lo había hecho mi madre cuando mi padre amenazó con matarme al enterarse de que estaba embarazada de otro.
               Que Nedjet me hiciera lo que quisiera, pero no iba a dejar que aquella mujer chillara así.
               Las mujeres gritaban, lloraban, y Killian y el otro soldado se miraban sin saber qué hacer mientras yo me abría paso a codazo limpio entre sus cuerpos para llegar al pozo. Estaban consiguiendo alejarla del muro medio derruido que impedía que los niños se cayeran dentro al jugar, pero pude ver que tenía las uñas rotas de tanto tratar de aferrarse al suelo para recuperar terreno.
               Varias de ellas me cogieron por la camiseta y trataron de alejarme de allí, gritándome seguramente unas normas absurdas que no tenían sentido alguno si me impedían hacer lo que había que hacer.
               -¡Ahora me voy, ahora me voy!-les gritaba, intentando acercarme al muro. Y entonces me di cuenta de que tiraban de mí no para llamarme la atención, sino para atraerla: me sacudían y señalaban luego el pozo, gritando y llorando en un idioma que yo no entendía. Me libré de ellas y me asomé al agujero mientras gesticulaban como locas en dirección a la mujer y el pañuelo en el que solían llevar a sus hijos, que se encontraba vacío; a la polea rota y las piedras desperdigadas por el suelo.
               Apoyé las manos en el borde que aún resistía y eché un vistazo hacia abajo, rezando sin darme cuenta de que lo hacía para no encontrarme lo que sabía que me iba a encontrar.
               Un niño chapoteando en el fondo, gritando en un tono agudo de puro terror que me heló la sangre. Los niños de aquel santuario no se habían acercado nunca al lago, así que no sabían nadar.
               Pero yo soy inglés con ascendencia griega. Llevo nadando desde que nací.
               Así que aparté más piedras para poder meterme en el pozo y le grité a Killian:
               -¡TRAE A NEDJET!
               Y me tiré dentro del pozo.
               Habría matado al crío de haber caído sobre él, pero confiaba en que el hueco que había sería lo suficiente estrecho como para detener mi descenso, así que pude agarrarme a los bordes antes de llegar al agua y frenar el impacto. El crío continuó chillando a mis pies, cada vez más cansado y con menos energía, pero también más presa del pánico, así que me costó un poco agarrarlo para apartarlo y meterme en el agua con él. En cuanto me hube mojado, me aseguré de cogerlo y pegarlo contra mi pecho.
               -Tranquilo. Tranquilo, tranquilo. No pasa nada. Ya está-dije, acunándolo contra mi pecho y abrazándolo para que se tranquilizara-. Mira, flotamos, ¿lo ves? Quieto.
               Me miraba con ojos hechos del más absoluto terror, y yo no sabía cómo cojones iba a sacarlo de allí. Sólo sabía que tendría que hacerlo pronto, o se me terminaría escurriendo de entre los brazos y, quizá, siendo tragado por las corrientes que alimentaban el pozo. No quería pensar ahora en ellas, al igual que tampoco quería pensar en la posibilidad de que el crío se me resbalara.
               -¡Tranquilo, tranquilo!
               Escuché gritos desde la boca del pozo, y el niño se relajó un poco. Levanté la cabeza y vi que Nedjet, Killian y la mujer, que sólo podía ser su madre, estaban asomados al pozo. Nedjet y la madre le gritaban algo mientras Killian daba instrucciones para que fueran a buscar a los chicos del voluntariado, a todos ellos, y los trajeran inmediatamente para sacarnos a los dos de allí.
               Fueron los dos minutos más angustiosos de mi vida, porque el puñetero crío seguía histérico y yo empezaba a cansarme de mantenernos a los dos a flote. Los días de ejercicio intenso para no pensar en lo que me esperaba en Inglaterra estaban pasándome factura: normalmente no tenía problema con que me dolieran las piernas cuando me acostaba, pero cundo estaba metido en un espacio estrechísimo en el que el agua estaba ansiosa por tragarme la cosa cambiaba radicalmente.
               No dejaba de chapotear, no dejaba de chillar, y yo era incapaz de conseguir que se calmara…
               … hasta que Valeria asomó la cabeza y gritó, aterrorizada:
               -¿ALEC? ¿QUÉ HACES AHÍ?
               -¡ESPELEOLOGÍA! ¿A TI QUÉ COÑO TE PARECE?
               -¡SACADLO DE AHÍ! ¡SACADLO DE AHÍ, NEDJET, POR DIOS!-bramó, y entonces se echó a llorar. Cojonudo. Supongo que sería de pena porque no había tenido la oportunidad de arrojarme allí ella misma.
               Una mano oscura la agarró del hombro y la apartó con rudeza, y entonces Mbatha se asomó al círculo de luz del techo. Le ladró algo al chiquillo, que levantó la cabeza, dejó de llorar y se quedó quieto.
               Suspiré de alivio, bajé la guardia un segundo, y nos hundimos en el agua por eso. El niño volvió a chillar, al igual que todos en la superficie, y yo pataleé para regresar y poder tomar el aire. Nos lanzaron una cuerda, y yo até las piernas del crío con ella, lo levanté lo que pude para que se alejara pronto del agua, y me apoyé en las paredes estrechas mientras observaba cómo lo subían.
               Estaba agotado, al límite de mis fuerzas. La cabeza me daba vueltas y me daba la sensación de que, ahora que ya no había ninguna vida inocente allí, el pozo había decidido que estaba hambriento. Muy, pero que muy hambriento.
               -Cortad la cuerda.
               -Hay que poner la polea.
               -No hay tiempo; hay que sacarlo ya.
               -¿Resistirá su peso?
               -Tiene que hacerlo.
               -¡ALEC!-chilló Perséfone-. ¡Alec, cógete a la cuerda!-sollozó, y ella misma me la lanzó. Escuché la voz de Luca organizando a los demás voluntarios mientras Perséfone deslizaba la cuerda por sus manos, de forma que no perdiéramos tiempo para sacarme. Me pegó en la cara y tuve que retorcerme para poder agarrarla, pasármela por los brazos y así poder tirar de ella. Entonces, mi amiga se dio la vuelta y empezó a pegar berridas en griego.
               -No te entienden-dije con un hilo de voz. El esfuerzo me estaba llevando al límite y se notaba ese trozo de pulmón que me habían extirpado. No sabía cuánto podía aguantar más.
               Por suerte, empezaron a tirar de mí con fuerza, y mucho antes de lo que me esperaba. Siguiendo las indicaciones de Perséfone, que no dejó de gritarme e insultarme para que no me rindiera, fui apoyando las puntas de los pies en las paredes del pozo para facilitar el ascenso. Me resbalé una vez en medio de la subida, y escuché los gritos sorprendidos de mis compañeros cuando mi peso se duplicó y cedieron unos metros. Volví a sentir el agua en los tobillos y me quedé todo lo quieto que pude para que terminaran de subirme sin más incidentes.
               Ni siquiera tuve que estirar las manos para apoyarme en el muro del pozo; cientos de ellas se extendieron para recogerme en el momento en que mi cabeza se asomó a la luz del sol, y antes de que me diera cuenta estaba ya sobre el patio, rebozándome en la arena igual que una croqueta. Me tumbaron en el suelo y una mujer de tez negra como el carbón se inclinó sobre mí para examinarme, y cuando declaró algo que yo no entendí, pero que por el suspiro generalizado que le siguió debía de ser algo como “está bien, no le ha pasado nada” (se notaba que no me conocía la dichosa señora), Perséfone se abalanzó sobre mí, sollozando.
               -Puto imbécil. No vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes, jodido subnormal? Menudo susto nos has dado. Eres un gilipollas. Me cago en tu vida. Me cago en tu existencia. Puto desgraciado de los cojones. Jodido tarugo de los huevos. Te odio, te odio, te odio, te…-dijo, dándome besos por toda la cara.
               Hasta que me pegó un puto morreo. Bueno, no me metió la lengua ni nada. Era lo único que nos faltaba ya.
               Se separó de mí como si quemara y se quedó completamente clavada en el sitio, mirándome con ojos como platos. Empezó a ponerse roja como un tomate, y no ayudaba el silencio de nuestros compañeros, que sabían de sobra las implicaciones de lo que Perséfone acababa de hacer; o las risitas cómplices de las mujeres, que nunca la habían visto tan gorda.
               -Alec, yo… no lo he… no pretendía… ha sido sin… no quería…
               Tosí y la miré, absolutamente agotado, pero encontré un poco de energía dentro de mí para sonreírle.
               -Si tantas ganas tienes de hacerme el boca a boca, puedo ir a darme un chapuzón con Serrucho en el lago. Eso sí, si luego Sabrae te deja calva, yo no quiero saber nada.
                Perséfone se echó a llorar, riéndose, y todos soltaron un suspiro de alivio generalizado. Apoyé la cabeza en el suelo y cerré los ojos.
               -¿Estás bien, Al?-preguntó Mbatha-. ¿Necesitas algo?
               -Sí. Que me toque el Euromillón.
               Todos se rieron.
               -¿Qué son esos gritos?-pregunté, y Luca, que estaba arrodillado a mi lado, respondió:
               -Nedjet le está cantando las cuarenta a Valeria.
               -Uf. Que alguien me lo grabe, por favor. Le daré lo que quiera. Sexo oral incluido. Mi novia lo entenderá.
               Volvieron a reírse, y mientras yo trataba de discernir lo que Nedjet le gritaba a Valeria en el edificio frente al médico, la madre del pequeño al que acababa de salvar se arrodilló a balbucearme un montón de agradecimientos en un idioma que no conocía. Le asentí con la cabeza, le di una palmadita en la mano y pasé ganas de pedirle que por favor cerrara el pico, que me estaba quitando el único momento de auténtica satisfacción que había tenido desde que había aterrizado por segunda vez en el país.
               Cuando consideraron que ya estaba lo suficiente recuperado como para caminar, me auparon entre unos cuantos y me llevaron al comedor. Allí Fjord se afanó en cebarme, y no se ofendió lo más mínimo cuando vomité dos veces lo que engullí como un desgraciado, todo de los putos nervios.
               Perséfone y Luca me quitaron la ropa mojada y me pusieron una muda limpia y se sentaron en el suelo, a mi lado en la cama, mientras yo dormitaba. Hice amago de levantarme para ver cómo estaba el pequeño, pero Perséfone me ordenó que me quedara en el sitio y ella misma fue al santuario. No había ninguna regla en contra de que fueran las chicas del campamento, así que me imagino que eso daría menos problemas que si iba Luca.
               -No te cansas de sacarte la polla, ¿eh, tío?-se rió Luca cuando nos quedamos solos, y yo sonreí.
               -Los viejos hábitos son difíciles de olvidar.
               El italiano se echó a reír, pero se quedó callado cuando llamaron a la puerta. Levanté la cabeza y vi que Valeria estaba al otro lado de la mosquitera, y aunque no me apetecía una mierda aguantarla ahora, sabía que tenía el deber de asegurarse de que yo no la iba a cascar bajo su guardia. Respetaba aquello, así que hice un gesto con la mano para que Luca la dejara pasar. Fue a abrirle la puerta y se acercó de nuevo a mí, pero cuando ella pidió hablar conmigo a solas, tuvo que claudicar.
               -Estaré aquí fuera si necesitas algo, Al.
               -Vale.
               Valeria cogió la silla en la que yo me sentaba para escribir mis cartas y la acercó a la cama. La colocó frente a mí y se sentó con las piernas separadas, el tronco inclinado hacia mí. Se frotó las manos y se mordió los labios, y no dijo nada, así que yo tampoco. Dejé que ordenara sus ideas; tenía experiencia siendo insultado por orden alfabético, y no me esperaba que le saliera tan fácilmente como le salía a Saab.
               -Lo que has hecho hoy ha sido muy valiente, Alec.
               -Lo habría hecho cualquiera.
               Lo pensaba de verdad. ¿Qué clase de persona veía a un crío ahogándose, a la madre luchando por impedirlo, y no hacía nada al respecto? Yo simplemente había reaccionado más rápido que los demás, pero sabía que Killian habría saltado sin pensárselo. Igual que el otro soldado.
               -Podrías haber muerto intentando salvarlo y aun así ni te lo pensaste.
               -Es un crío, Valeria. Se supone que no tienes que pensártelo.
               Se quedó callada un momento y dio unas palmaditas silenciosas.
               -Nedjet y yo hemos estado hablando y…
               -A todo volumen, por cierto-respondí, y ella tomó aire y lo soltó despacio en un suspiro cansado.
               -Mi marido-cedió; era una manera de humillarse ante mí, yo lo sabía. No hablaba de él en esos términos con nadie, ni siquiera con Mbatha- me ha hecho ver que has hecho más por merecerte mi confianza que nadie que esté en este campamento. Así que, si te parece bien, saldrás en el próximo convoy a la sabana.
               Abrí los ojos y la miré, sin permitirme que se me acelerara demasiado el corazón. Parecía ir completamente en serio.
               -¿Vas en serio?
               Valeria asintió con la cabeza.
               -Sí. Creo que ya has pagado bastante por lo que hiciste hace un mes. Sé que no te he hecho sencillo todo lo que has pasado, pero déjame decirte que te puse este castigo porque sabía que lo soportarías. Si había alguien que podía soportarlo, ése eres tú, Alec-carraspeó-. Así que… bueno-se dio una palmada en los muslos con las manos y empezó a levantarse-, si mañana estás del todo recuperado, saldrás en el convoy de Perséfone. Podrán hacer sitio para uno más.
               Por supuesto. Era demasiado bueno para ser verdad.
               -Sabes que mañana me marcho, Valeria. Tienes un calendario con todos los permisos que hemos pedido, y mañana es el primero de los que me corresponden.
                Se me quedó mirando como si fuera un niño berreón en unos grandes almacenes, y ella fuera una madre comprensiva que detesta decirme que no, aun a riesgo de malcriarme.
               -¿Vas a volver?
               Me reí por lo bajo.
               -¿Tan evidente es que me lo estoy pensando?
               -Sí. Nedjet me ha transmitido su preocupación. Dice que te nota distraído y enfadado, y Mbatha y yo hemos notado también que ya no esperas el correo como lo hacías antes. Creemos que hay posibilidades de que nos dejes, y… Alec, no quiero presionarte, pero esto es una oportunidad que no le brindamos a todo el mundo. Si te marchas, puede que no te vuelva a ofrecer lo de la sabana. Por descontado, no te haré descargar lo de tus compañeros nunca más, pero… tan sólo dale otra oportunidad. Sal antes de irte y experimenta aquello de nuevo. Así podrás recordarlo mejor y tener una perspectiva mejor de todo, y tomar una mejor decisión.
               Reí de nuevo y negué con la cabeza.
               -Me acuerdo perfectamente de lo que es. Con haber salido un par de veces ya ha sido más que suficiente para que no se me olvide, y en parte ha sido gracias a ti, Valeria. Me acuerdo de la sensación del sol en todos lados y del dorado cegándote y de sentirte gigantesco e inmenso a la vez, pero eternamente libre. Me acuerdo de lo que es que no haya límite entre el cielo y la tierra y que las sombras al otro lado del horizonte parezcan piezas de tu ser aunque ni siquiera pertenezcáis a la misma especie. Me acuerdo de que eso es el paraíso y que me encerrasteis aquí por querer proteger el único paraíso que sólo responde a mi nombre. Y me mucha gracia, Valeria. Me hace mucha con que penséis que necesito volver a salir para darme cuenta de que lo deseo.
               »Pero todavía me descojono con una cosa, y es con esta obsesión que tenéis de intentar hacerme elegir entre Sabrae y esto-hice un gesto con la mano abarcando toda la cabaña-, cuando sabéis de sobra que no os va a salir bien. Yo nunca elegiré nada por encima de Sabrae. Incluso esta libertad que hay al otro lado de los árboles. Sabrae es mi libertad. Es todo lo que yo necesito y todo lo que está bien en mi vida. Si me gusta la sabana es porque me recuerda a ella; y no me gusta ella porque me recuerde a la sabana.
               »Así que si lo que queréis es que me vaya… joder, hazme la vida más fácil aunque sólo sea una vez y échame, y así no tendré que volver a casa con la vergüenza de saber que llegó un punto en que dejé de intentarlo.
               Valeria entrelazó las manos y respiró despacio.
               -No es necesario que me respondas ahora.
               -Que me des tiempo no va cambiar mi decisión. ¿Sabes?-me incorporé un poco hasta quedar medio sentado-, la pasada Nochevieja, cuando estaba cuidando a Sabrae, que se puso… bueno, enferma por circunstancias-puse los ojos en blanco-, vinieron un par de chavalas a ofrecerme un trío. Y ¿sabes cuánto tardé en decirles que no a pesar de que sabía que no iba a hacer nada con Sabrae esa noche? Seis nanosegundos. Ése es mi tiempo de reacción cuando se trata de Sabrae. No necesito que me deis más. Me preguntaron cuánto tardaría en acabar con ella y poder irme con ellas, y yo les respondí que toda la vida. Y eso es exactamente lo que pienso quedarme con Sabrae: toda la vida. Así que si quieres que te responda ahora… no voy a ir en el convoy de mañana. Sabrae me está esperando en casa, y no voy a renunciar a un original por conformarme con una copia.
               Valeria me miró con cansancio y un cierto deje de tristeza que supe en el mismo instante en que me lo dedicó que me acompañaría durante mucha distancia.
               Concretamente, seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros.
               Bueno, quizá un poquito más. Después de todo, Heathrow estaba un poco más al norte que Londres, así que hice unos kilometrillos extra que no deberían alterar demasiado el sentido de mis palabras, ¿no?
               Aún con la mirada cansada y arrepentida de Valeria en la cabeza, atravesé la terminal de llegadas y miré el panel informativo con los tiempos de llegada del metro. Resultaba que estaban haciendo obras en la línea que conectaba el aeropuerto con la ciudad, así que más me valía emplear las quince libras que había conservado en la cartera sin cambiarlas a la divisa de Etiopía para garantizarme el mayor tiempo posible con mi chica. Fui a una librería a que me cambiaran para unas monedas, y mientras un grupo de universitarias se me comía con los ojos, me apoyé en una de las cabinas de teléfono, eché cincuenta peniques y marqué de memoria el número de Sabrae.
               Sonó un toque, dos toques, tres toques, cuatro toques, y yo ya estaba ensayando lo que le diría, algo así como “estoy en Heathrow, ¿vienes a por mí y ponemos en práctica lo de mi carta?”, cuando saltó el mensaje del buzón de voz.
               Demasiado pronto para que se hubiera cortado solo. Puse los ojos en blanco, metí de nuevo cincuenta peniques y esperé dos toques.
               -Ha llamado al cero, siete, dos…
               Colgué el teléfono y metí cincuenta peniques.
               Un toque, y…
               -Ha llamado al…
               -¡Cógeme el puto teléfono, princesita consentida!-bufé, y colgué de nuevo. Me pellizqué el puente de la nariz y bufé. Vi que una de las universitarias se levantaba y metí cincuenta peniques más.
               Y metí el número de Jordan, que respondió a los tres toques.
               -¿Diga?-dijo tras una pausa en la que escuché música de fondo.
               -Espero de corazón que no me estés jodiendo las estadísticas de juego del Animal Crossing.
               -¿Alec?
               -Sep. ¿Es que le jodes las estadísticas de juego a más gente que a mí?
               -Eh… ¿por qué me llamas?
               -¿Está Sabrae contigo?
               -¿Qué? No-escuché cómo fruncía el ceño-. ¿Por?
               -La estoy llamando y no me lo coge.
               -Ya sabes que no se lo coge a números que no conoce.
               -Me cago en Dios, ¿me voy a tener que cagar en la madre que la parió? Estoy en el puto Heathrow, ¿cómo coño consigo un número que ella conozca?
               -¿¿Cómo que estás en Heathrow?? ¿Pero no venías mañana?
               -Eh, no, guapo. Eso fue una paja mental que te hiciste tú. Acertaste con lo de que vendría para el cumple de Tommy, pero yo en ningún momento dije que fuera a venir en el cumple de Tommy.
               -Joder, ¿vamos a buscarte?
               -No, Jordan, me apetece pasarme en el aeropuerto tres días antes de volver a Etiopía-ironicé, y Jordan gruñó.
               -Joder, cómo se te nota la abstinencia sexual.
               -Me lo dices, o me lo cuentas. Oye, ¿sabes si Sabrae está en casa? No quiero llamar y que me lo coja su madre o su padre.
               -Ya, las cosas están un poco tensitas. Sí, creo que está en casa, pero Scott y Tommy ya han vuelto de la gira, así que me imagino que si lo llamas a él…
               -De puta madre; recógelos en cinco minutos-dije, y colgué el teléfono antes de que me cobraran más por la llamada. Negué con la cabeza, sonreí, metí cincuenta peniques y marqué el número de Scott de memoria, rezando porque no se me hubiera subido a la parra y ahora hiciera lo mismo que su hermana.
               Por suerte, no fue así. Sólo tardó en responder dos toques.
               -¿Sí?
               -Uf, ¿eres una estrella del pop y sólo tardas dos tonos en responder? Es absolutamente penoso. Vas a aguantar en el negocio dos telediarios. Hasta Jordan se hace más de rogar que tú, y Jordan es casi virgen.
               -¿Alec?-preguntó, y escuché cómo se alejaba el teléfono de la oreja para mirar el número-. ¿Dónde estás? Me sale un prefijo nacional.
               -Sép, es que estoy en Heathrow. Oye, ¿estás con tu hermana?
               -Esto… sí, creo que está en casa. Espera… ¡SABRAE!... ajá, está en casa. Eh, un momento, ¿qué haces en Heathrow?
               -Hincharme a Toblerones gigantes del duty free. Vamos a ver, Scott
, ¿qué día es mañana?-pregunté, frunciendo el ceño y poniendo los brazos en jarras. Scott tomó aire.
               -¿Has venido desde Etiopía para el cumpleaños de Tommy?
               -No me fío de que a esa criatura le hagáis una fiesta como Dios manda sin mí, así que he tenido que venir. ¿Me pasas con mi esposa?
                -¿Con cuál de las tres?
               -Con la mayor. Bueno, la de mayor edad. Shasha ya es más alta que ella…
               Scott se echó a reír y lo escuché caminar. Abrió la puerta de su habitación y dio unos cuantos pasos, abrió la de la habitación de Sabrae sin llamar y dijo:
               -Teléfono.
               Escuché cómo se lo tendía a Sabrae y se me aceleró el corazón al oírla.
               -¿Me llaman a través de tu móvil? Por fin el mundo se da cuenta de quién es la Malik que más mola-se chuleó. Uf. Me apetecía comérmela, en serio.
               -Calla y contesta, zopenca.
               Sabrae soltó una risita y se llevó el móvil a la oreja.
               -¿Sí?
               -¿Qué pasa, bombón?-tonteé. Ya que me había hecho nueve horas de avión, tenía el derecho a ponerme todo lo gallito que quisiera-. ¿Te encanta tu vida de soltera y ya no me quieres coger el teléfono?
               Sabrae tardó un par de segundos en responder quién le hablaba.
               -¿Alec?-dijo por fin, y joder, qué bien sonaba mi nombre de sus labios ahora que volvíamos a estar en la misma zona horaria y teníamos tiempo para disfrutarla-. ¿Por qué llamas a mi hermano?
               -¡Pues porque tú no me lo cogías! Deberías responder al teléfono si te insisten en la llamada; podría ser el hombre de tu vida pidiéndote que vayas a recogerlo a Heathrow, nena.
               -¿Qué?-jadeó, y yo sonreí un poco más. Si me hubiera tenido delante, se habría derretido ante mi Sonrisa de Fuckboy®.
               -Que estoy en Inglaterra, bombón. ¿Vienes a por mí?
               -¿Qué…? Pero, ¿¡tú no venías en Navidad!?
               Y volví a reírme.
               -Sabrae… estás mal de la puta cabeza si creías en serio que iba a ser capaz de aguantar sin verte hasta Navidad. Sabía que te tenía loquita, nena, pero no que estuvieras loca a secas.
               -No me estarás vacilando. Dios, Alec, como me estés vacilando, te juro que te pego.
               Le sonreí al teléfono, confiando en que escucharía la sonrisa en mi voz.
               -Eso promete. ¿Por qué no vienes aquí y lo averiguas, preciosa?
               -¡SCOTT!-bramó, y yo me reí-. ¡QUE ALEC HA VENIDO A VERME!
               -¿Y por qué te pones así? Es que era lo mínimo-protestó. Otra razón más para saber que había hecho lo correcto viniendo.
               Porque saber que iba a pasarme tres días metido en la cama con Sabrae estaba bien, pero que encima aquello pusiera celoso a Scott porque se había acabado su reinado de hermano mayor estaba incluso mejor.



             
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2 comentarios:

  1. BUENO MIRA A MI ME DA UN SOPONCIO. COMO ME DEJAS ESO ASI POR DIOS.
    Voy por puntos. El momento de Alec en el pozo salvando al niño casi me tenía al borde del llanto por Dios. Y luego lo de Persefone como no va a tener trascendencia me callo pero di virda en fin que pesadita.
    Luego ver a valeria bajarse las bragas pues mira xd lo he disfrutado como una cría y el momento del puto Alec rechazando su oferta puede ser mas puto icónico por dios santo.
    Me esta dando algo solo de pensar en el próximo capítulo y el reencuentro

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  2. NO ME PUEDO CREER QUE POR FIN VAYA A LLEGAR EL PRIMER REENCUENTRO ES QUE NO ME LO CREO. Comento por partes que estoy muy alterada:
    - Lo duro que es leerles a los dos pasándolo fatal pensando que al otro le está viniendo bien la separación.
    - Madre mía la carta,,, MADRE MÍA
    - Que MAL lo he pasado con el pozo dios que angustia. Aunque la verdad es que 0 sorpresas Alec siendo el mejor un día más.
    - Estoy de Perséfone un poquito hasta el gorro (lo siento, pero te juro que cada vez me parece más una metomentodo) yo quiero que se siga desarrollando la amistad Alec-Luca.
    - Menos mal que Valeria ha cedido POR FIN. Aunque le haya dicho que no es seguro que le vaya a volver a ofrecer lo de la sabana yo sé que sí, así por eso no me preocupo la verdad.
    - Y bueno EL MOMENTO. Cuando he sido consciente de que por fin ha llegado el momento del cumple de Tommy me he vuelto LOCA osea que ganas del reencuentro que ganas del cumple de Tommy y que ganas de todo. No obstante, creo que se vienen conversaciones incómodas porque ambos se han estado mintiendo así que a ver cómo se desarrolla esto.
    No puedo tener más ganas del domingo que viene, estoy contando los días te lo juro <3

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