lunes, 5 de junio de 2023

A cualquier precio.

¡Hola, flor! Primero que todo, quiero darte las gracias por tu paciencia esperando un día extra por este capítulo. Y a continuación tengo una noticia que darte, y que no nos va a gustar mucho a ninguna de las dos: este capítulo va a ser el último en una temporadita. La temporadita en cuestión abarcará hasta el 23 de este mes, y te explico por qué: ¡este finde me voy de viaje! Estoy muy ilusionada porque el jueves voy a ir a ver a Beyoncé en concierto, y, ALERTA DE SPOILER, para mí va a ser un poco como ver a Sabrae por motivos que desvelaré en aproximadamente 500 capítulos.
(Es coña)
(Bueno, no del todo).
FIN DE LA ALERTA DE SPOILER.
Aun así todavía puedo publicar a partir del 17, estarás pensando, ¿no? Y aunque técnicamente tengas razón, lo cierto es que junio va a ser un mes un poco movido para mí. Como bien sabrás, estoy haciendo oposiciones, y resulta que voy a tener un examen la semana del 27 de junio. Es posible que el día 28, pero no lo tengo muy seguro aún. El caso es que quiero dedicarme a estudiar todo lo que pueda, pero no iba a renunciar a subir capítulo el 23. Es por eso que tardaremos un poco más en ver cómo se va desarrollando la vida de Saab sin Alec… aunque, si todo va como planeo, el capítulo del 23 merecerá muchísimo la pena.
Dicho lo cual, ¡disfruta del cap, y muchísimas gracias por tu paciencia, una vez más!   
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Mis pies no me respondían, aunque el suelo parecía arder bajo sus plantas. Me sentía en una de esas pesadillas en las que no puedes correr lo bastante rápido, no paras de caer, y estás completamente paralizada por el miedo mientras unas sombras que sabes a ciencia cierta, como sólo se saben las cosas en los sueños, que son venenosas se acercan a ti, dispuestas a disolverte.
               -¿Qué es esto?-pregunté en tono cortante, y me volví para mirar a Fiorella. Como si no lo supiera ya: una intervención en toda regla, y no una cualquiera, sino la más grave a la que se podía enfrentar una chica. Que tus amigas te hicieran una encerrona en casa de una de ellas porque estabas pasando demasiado tiempo con tu novio y las hubieras desatendido completamente era una cosa ya de por sí desagradable; pero que fuera tu familia al completo la que te esperara en el despacho de tu psicóloga para asegurarse de comerte la cabeza como pretendían me parecía de coña.
                Y lo peor de todo era que se habían tomado la molestia de traer a Scott, porque sabían que si mi madre no podía convencerme de que mi novio era el demonio, ya que yo siempre podría sacar la carta de que ella no había estado con él tanto tiempo como yo, Scott sería el que me desmontaría ese argumento. Él era el Malik que más tiempo había pasado con mi chico, el que le había visto en las situaciones más variadas y que podía disputarme el puesto de persona que mejor lo conocía. Scott era ese as en la manda que mis padres estaban más que dispuestos a utilizar, todo con tal de ganar.
               Conquistarían un imperio exclusivamente de ruinas, porque yo no me rendiría hasta que no quedara nada en pie. Tendrían que masacrarme para convencerme de que Alec no era bueno para mí, o que no debía ser para mí, directamente. Tendrían que descomponer cada una de mis moléculas para hacer que dejara de querer tenerlo  conmigo. Y ellos lo sabían. Parecía un precio que estaban dispuestos a pagar.
               Todo con tal de tener razón. Aparentemente la felicidad de su hija no era lo suficientemente importante como para inclinar la balanza en su favor y hacer que perdiera su orgullo. Bueno, pues que así fuera.
               Claire suspiró a mi espalda, y escuché cómo se apoyaba en el sofá, seguramente mirando a Fiorella, expectante por su explicación. Fiorella levantó un poco la barbilla, fingiendo seguridad, y dijo:
               -Ya te lo he dicho. Hoy he decidido programar una sesión conjunta para ahondar un poco más en lo que te preocupa y tratar de encontrarle una solución.
               -¿No se supone que tienes que avisarme previamente cuando vaya a haber más gente en nuestras sesiones de terapia y que yo tengo que darte mi consentimiento explícito?-ataqué. Cuando Alec se había pasado una semana entera sin dirigirle la palabra a Claire para no avanzar nada en sus sesiones por el terror que le daba descubrir lo que tenía dentro de él, yo me había pasado cada tarde navegando por internet en busca de una solución, cualquier cosa a la que agarrarme para que Alec colaborara, incluso obligado, si hacía falta. Se me podría considerar una experta en las normas deontológicas de la Psicología; e, incluso de no haberme memorizado el Código Deontológico de los Profesionales de Psicología del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, creo que cae de cajón eso de que tu terapeuta tiene que pedirte permiso para traerse público a tus sesiones de terapia. Joder, lo mío con Fiorella era un espacio seguro. No podía pretender en serio que le hablara de mis problemas con total sinceridad si la fuente de mis problemas estaba en la habitación conmigo.
               Fiorella suspiró sonoramente, pero no soltó el pomo de la puerta, que tenía sujeto a su espalda. No se me escapó el simbolismo que había tras ese gesto: “no te vas a ir de aquí”.
               Si quería encerrarme, que lo hiciera en un sitio cuyas paredes no fueran de cristal.
               -Técnicamente sí, pero creo que no pasa nada por saltarnos las normas de vez en cuando, ¿no?
               -Eres literalmente la psicóloga adjunta de un despacho de abogadas-le recordé.
               -Sabrae-advirtió mi madre, en un cierto tono suplicante en el que, lo confieso, me regodeé un poquito. Tenía la mano de Shasha sobre su regazo, entrelazada con una de las suyas. Scott nos observaba como quien ve una escena interesante de una película que le ha estado aburriendo la última hora y media, el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda, el codo derecho sobre la rodilla derecha, y la mandíbula sobre su puño derecho. Era el único que me había dedicado una mínima sonrisa cuando había entrado; los demás se habían limitado a mirarme con la preocupación pintada en la cara. No quería hacerme ilusiones pensando que puede que esa sonrisa fuera un puente que mi hermano estuviera tendiéndome, sobre todo porque si me hacía ilusiones con que Scott fuera aliado mío, caminaría con más seguridad sobre hielo que podía ser muy fino.
               -Te dije que sería mejor que se lo hubieras dicho desde el principio-le dijo Claire, agitando el pelo de manera que su coleta se balanceara como un péndulo y dejándose caer sobre el sofá que iba a ocupar con Fiorella durante la terapia de mi familia, en la que yo ni de coña pensaba participar.
               -Si se lo dijera, no habría venido-respondió Fiorella-. Ella no es tan dócil como Alec.
               -¿Que Alec es dócil? Madre mía, Fiorella, no aguantarías ni media hora en la sanidad pública-rió Claire con cinismo, agitando la cabeza.
               -Nos debemos a nuestros pacientes-dijo Fiorella, y aunque miraba a Claire, me dio la sensación de que también me hablaba a mí-. Tenemos que hacer lo que sea por curarlos, incluso cuando el proceso no sea el más adecuado para ellos.
               -Siempre la misma discusión, Fifi: tu corriente y la mía no son las mismas, y lo sabes. Yo prefiero caminar junto a mis pacientes por el sendero que ellos sigan y tratar de encauzarlos en el buen camino, no forzarles la ruta desde el principio, aunque sea la mejor.
               -Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, Claire.
               -Si tan difícil soy como paciente, siempre puedes renunciar a tratarme. De hecho, no sé si me apetece seguir haciendo terapia contigo si tan poco valoras la confianza que tenemos que tener la una en la otra. Y menos aún si crees que esto no nos va a afectar.
               Las mentiras sólo llevaban a desconfianza, y la desconfianza sólo llevaba a más mentiras. En un lugar en el que tenía que ser tan sincera que incluso me doliera, porque mi bienestar dependía de ello, necesitaba desesperadamente tener una confianza totalmente ciega en la persona que me acompañara a lo largo del camino. Ahora que no tenía a Alec y que las cosas con mis padres y mi hermana estaban tan mal, la única en la que todavía podía depositar esa confianza era Fiorella. ¿Y me fallaba así? ¿Por qué? ¿No habría recibido algún tipo de presión por parte de mi madre? Se suponía que era independiente, pero mamá no dejaba de ser una de las socias fundadoras del despacho, y por tanto jefa de todo el personal que hubiera en él, Fiorella incluida.
               Si se dejaba chantajear por mi madre, ¿quién me garantizaba a mí que ésta no le sonsacaba también todo lo que hablábamos?
               -Eres libre de cambiar de terapeuta siempre que lo desees, Sabrae, pero sabes tan bien como yo que no te interesa dejarme porque soy la única psicóloga en todo Londres que puede darte acceso a lo que pasaba en la terapia de tu novio y llevarte a entenderlo mejor-respondió Fiorella, encogiéndose de hombros y…
               … abriéndome la puerta. Como dándome una vía de escape.
               Retándome a utilizarla.
               Cogí el pomo de la puerta y la fulminé con la mirada.
               -La única, no.
               Y miré a Claire, que frunció ligeramente los labios y sacudió despacio la cabeza.
               -Sería mejor que tuvieras un psicólogo distinto al de tu novio, Sabrae. Sobre todo porque si pasas a ser mi paciente yo sería mucho más estricta con la confidencialidad de nuestras sesiones precisamente por tu relación con Alec-no tuvo que decirme “e igual sucedería a la inversa”, pero yo lo entendí perfectamente.
               Giré el pomo y Fiorella se apartó. Fulminé con la mirada a mis padres, a mi hermana, a Fiorella, a Claire y también a Scott. A estos dos últimos más por inercia que porque me apeteciera, o porque estuviera enfadada con ellos. Empujé la puerta para abrirla, y entonces mi padre dijo mi nombre.
               -Sabrae.
               Me detuve y lo miré. Lo había hecho como si me estuviera riñendo, muy lejos ya de ese tono cansado y triste con el que me había levantado el castigo en mi habitación. No dejaba de estar incomunicada, pero al menos ya no me tenían confinada a esas cuatro paredes de las que puede que necesitaran sacarme para revolver en mis cosas. Se me hundió el estómago al darme cuenta de aquello: tendría que coger un taxi para llegar antes que ellos y asegurarme de que no tocaban las cartas que me había mandado Alec desde el voluntariado. El mensaje que me habían mandado con la última que había recibido era muy claro: acabarían todas arrugadas y en la basura, si no rotas.
               -Ven y siéntate.
               Seguí mirándolo. Mamá tenía los ojos también fijos en mí, pero estaban teñidos de algo que se parecía muchísimo a la tristeza. No podía ser tristeza, no obstante. Si estuviera realmente triste, no habría chantajeado a Fiorella para que accediera a encerrarme en una habitación con ellos, saltándose todas las reglas de conducta que regían su profesión y tirando por la borda la confianza que había depositado en ella, y que sería muy difícil recuperar. Lo veía, más bien, imposible.
               Me había dejado sin psicóloga, ¿cómo iba a estar triste por ello?
               -¿Por qué iba a hacer eso?-inquirí, los ojos fijos en mamá. Quería que hiciera algo, lo que fuera, para que yo pudiera leer en su lenguaje corporal qué era lo que se le estaba pasando por la cabeza. El único indicio de que estaba viva era que se mantenía erguida, amén del pulgar con el que acariciaba el dorso de la mano de mi hermana.
               Quería irme de allí. Me iría a casa de Mimi una temporada, rotaría entre las casas de mis amigas para no tener que explicarle a Annie todo lo que mis padres pensaban de su hijo (no por lealtad hacia ellos, sino porque Annie se lo diría a Alec y yo no quería que él se enterara de hasta qué punto las cosas estaban mal con mi familia), y cuando las cosas estuvieran lo suficiente asentadas como para que yo estuviera segura de que no tenía nada de que temer, y que no podrían convencerme de que rompiera con Alec aunque me trajeran a toda mi familia para conseguirlo, puede que accediera a hablar con ellos. No antes. No estando las cosas como estaban. Había ido a ver a Fiorella porque necesitaba que me ayudara a decidir qué hacer con la carta de Alec, si seguir mi instinto y fingir que no pasaba nada para que él tuviera un poco de paz y tranquilidad por primera vez en su vida, o hacerles caso a todos los que me rodeaban y me decían que le disparara ciegas confiando en que no le acertaría en el corazón.
               Y entonces papá dijo algo que me desarmó:
               -Por respeto a tu hermano-sentenció con la voz típica del cabeza de familia que no dejaba espacio a discusión, ni a que su autoridad fuera cuestionada. Miré a Scott, que sonrió con diversión, mirando al aire, exactamente igual que papá en aquella primera entrega de premios a la que había ido él solo, los American Music Awards de 2016 en que lo habían anunciado como “Zaddy Zayn”. Dios, Scott era idéntico a papá in pretenderlo. Normal que fuera el punto débil de absolutamente todos en la familia, y que recientemente se hubiera convertido también en el ojito derecho de medio mundo.
               Si Scott era una baza que mis padres tenían pensado jugar o si era un puente entre nosotros, todavía no lo sabía. Pero lo que sabía era que, por muy mal que estuvieran las cosas con mis padres, Scott había apostado por Alec y por mí, había intentado que mamá y yo lo arregláramos…
               … y aun cuando cargaba con todo el mundo sobre sus hombros, era capaz de seguir sacando hueco para venir a cuidarme. Quizá él no hubiera delegado tanto como lo había hecho Alec ni hubiera dejado tantos cabos atados y bien atados como mi novio, pero también había que reconocerle que tenía muchas más cosas en las que pensar que mi chico, y mucho menos tiempo para planearlas. Siendo consciente de que su ausencia reverberaba en nuestra casa como un grito de terror en los muros de una inmensa catedral vacía, no dudaba en convertirse en el haz de luz que atravesaba la vidriera para demostrarte en una amplia gama de colores que allí no había nada de lo que preocuparse, y que los monstruos que creías haber visto reptando hacia ti no eran más que las sombras de las estatuas de los santos.
               Inhalé profundamente y expulsé el aire  muy despacio por la nariz.
               -Ha venido desde muy lejos para que podamos hablar los cinco. No querrás que su viaje, con el tiempo de descanso que está perdiendo, sea en balde.
               No pude evitarlo. Me lo había puesto a huevo y yo había pasado demasiado tiempo con Alec como par que no se me terminaran pegando parte de sus gestos y costumbres; la más conocida de Alec era la vida propia que tenía su lengua, que funcionaba con independencia del resto de su  cuerpo y que, muchas veces, no respondía a lo que su cerebro le ordenaba. Ésa fue una de esas veces.
               -Oh, ¿Scott ha tenido que venir en un vuelo comercial, o a él le habéis dejado coger el avión?-inquirí, y tanto papá como mamá inclinaron la cabeza a un lado, la boca entreabierta en sendas muecas de sorpresa. Shasha se puso rígida; Claire y Fiorella intercambiaron una mirada…
               … y Scott se reclinó hacia atrás en su asiento, se pasó la lengua por las muelas, sonrió e inclinó la cabeza a un lado un segundo, como diciendo “ahí lo lleváis”.
               -No es que no os esté al pelo-dijo por lo bajo, y papá y mamá se volvieron hacia él.
               -¡Estaría justificado porque es una emergencia!-protestó mamá.
               -¡Ah, ¿o sea, que a él le habéis dejado coger el avión?!-chillé, y Scott se encogió de hombros y abrió los brazos, que dejó reposar sobre el respaldo del sofá.
               -Es que soy el primogénito; algo bueno tenía que tener el llevar aguantándolos más tiempo que vosotras.
               -También eres el bastardo-le recordé-. Naciste fuera del matrimonio.
               -Igual que tú, Saab-Scott me guiñó el ojo y se mordisqueó el piercing, sonriendo.
               -Yo no fui concebida fuera del matrimonio, así que yo no cuento-respondí, sacándole la lengua.
               -Tu hermano no ha venido en nuestro avión privado-especificó papá-, si eso es lo que te preocupa.
               Miré a Scott, que negó con la cabeza al ver la interrogación en mi mirada y se llevó una mano al pecho.
               -No podría, Saab. Yo jamás me aprovecharía de mis privilegios de estrella del rock sabiendo que a ti te los niegan porque eres una desempleada.
               -Tengo quince años. Y tú no eres una estrella del rock; haces pop.
               -Yo lo que hago es magia, chavala, así que un respeto.
               -No hay nada de malo en el pop. Papá empezó en el pop, y míralo ahora-lo señalé con un gesto de la mano-: en la cresta de la ola, haciéndole una encerrona a su hija de quince años porque es la única forma que tiene de conseguir que hable con él.
               -Eso no es motivo de orgullo, Saab-dijo Scott sin embargo, y yo me desinflé un poco. Se suponía que éramos un equipo: estábamos de coña, y el comentario que les había hecho a papá y mamá dejaba entrever que él no aprobaba lo que me habían hecho, y mucho menos que estuviera de acuerdo con ellos. Es más, él mismo me había confirmado que no opinaba en absoluto que Alec fuera una mala influencia para mí. Su primer impulso había sido hacerlo, sí, pero después de pensarlo durante dos segundos se había dado cuenta de que eso no podía ser.
               ¿Tan poco me valoraban papá y mamá? ¿Ni siquiera tenían dos segundos para pararse a pensar en mi felicidad, como había hecho Scott? Como para querer hablar con ellos.
               -Pero es la verdad-dije con un hilo de voz, igual que cuando era pequeña y me pillaban al lado de los restos de un jarrón roto particularmente querido por mi madre, y que yo había tirado sin querer. Qué fácil era aquella época de mi vida en la que había tenido menos libertad, o menos necesidad de tantear sus límites, y no pesaban sobre mí el peso de mis decisiones. No creí quepudiera echar de menos mi infancia como lo hice en ese momento, cuando tenía a mi familia allí presente, conteniendo el aliento a la espera de que yo decidiera si quería pertenecerles o no.
               Quería seguir siendo una Malik. O más bien quería ser una Malik si aquello volvía a significar lo que había significado hasta hacía unos meses: que tenía un lugar seguro en el que refugiarme, que no se me juzgaba por cometer errores, que se me brindaban nuevas oportunidades y que siempre, siempre, tenía unos brazos abiertos a los que correr para salvarme si las cosas salían mal.
               Quería tener la libertad de poder coger el teléfono fijo de mi casa y hablar con libertad, porque sabía que nadie me juzgaría por las cosas que dijera o por la manera en que mis sentimientos a veces parecían dominarme. Se suponía que tener el corazón tan grande que no te cupiera en el pecho no era algo malo si en él sólo tenías bondad.
               -¿Y de quién es la culpa?-preguntó Scott, entrecerrando ligeramente los ojos en un gesto que había visto hacer a Alec un millón de veces. No sabría decir quién se lo había copiado a quién, pero sabía de sobra lo que significaba: estaba esperando que diera un paso en falso para encontrar la verdad que tan celosamente estaba escondiendo dentro de mí.
               Tenía que defenderme y que viera que no iba a ceder terreno. Era yo la que estaba siendo invadida por fuerzas hostiles; no era yo la que tenía la culpa de la guerra fratricida en la que íbamos a sumirnos.
               -¿De toda la gente en la habitación, crees que la respuesta la tengo yo?-pregunté, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Claire y Fiorella, que se estaba pasando una mano por la nuca, tirándose suavemente de los mechones de pelo detrás de la oreja mientras esperaba a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
               -Aquí solo hay una persona por la que he tenido que venir de empalme desde Estados Unidos porque esa persona no quiere aclarar las cosas a pesar de que yo le dije que tenía que hablarlo para solucionarlo, así que tú me dirás.
               -¿Ahora soy yo la mala de la película? ¿Yo? ¿Después de todo lo que he tenido que pasar sola?
               -En esta película no hay buenos ni malos, Sabrae. De eso se trata todo esto, ¿vale? Mamá y papá deberían haberte avisado, Fiorella debería haberte avisado, pero si no lo hicieron es para que vinieras aquí y lo hablarais. Cerrarte en banda no te sirve para nada más que para aislarte.
               -Mejor estar aislada y a salvo que no con el coco comido. Siento mucho que hayas venido desde tan lejos para que la jugada de mamá y papá salga bien, pero no pienso sentarme a escuchar en silencio, como seguramente pretende Fiorella que haga, cómo destrozáis a mi novio, que encima ni siquiera está aquí para defenderse, por cosas de las que no tiene la más mínima culpa.
               Papá rió entre dientes y Shasha dio un respingo y miró cómo se revolvía en el asiento. Me dieron ganas de pegarle. ¿Qué problema tenían ahora con Alec? Debería gustarle que no hubiera dejado que mamá me abofeteara delante de él, o que no se quedara tan pichi mientras ella me ponía a parir de esa forma tan exagerada por algo que tampoco había sido para tanto. Fulminé a papá con la mirada y tomé aire para tratar de tranquilizarme, bajando un poco más el pomo de la puerta y decidiendo que, sintiéndolo mucho por Scott, no iba a pasar por el aro si se trataba de dejar a Alec a la altura del betún. Y a mi hermano debería darle vergüenza estar dispuesto a hacerlo por mí y aun así seguir llamándose amigo de él.
               Y entonces Scott dijo:
               -¿Quién dice que yo no haya venido para defender a Alec?
               Papá y mamá lo miraron un instante, como si se esperaran que adoptara esa postura pero conservaran aún la esperanza de que se pusiera de su parte. Los ojos de Scott continuaron clavados en mí. Yo contuve el aliento mientras mi hermano seguía observándome, y levantó ligeramente una ceja, que pareció tirar también de la comisura del labio que le quedaba en ese lado de la cara.
               Un pequeño aperitivo de esa sonrisa de Seductor™ que había hecho que todo el mundo se postrara a sus pies.
               Mi instinto no se había equivocado con él. Que la situación le pareciera divertida cuando yo entré en la oficina de Fiorella no se debía a que yo no hubiera visto la trampa venir, sino a que mis padres debían de haberlo llamado para que viniera creyendo que si yo no atendía a razones con ellos, sí lo haría con él.
               Me habían traído a mi mejor aliado creyendo que me traicionaría, cuando lo que Scott iba a hacer siempre sería guardarme las espaldas. Habían confiado en que el comportamiento de Shasha, vendiéndome al mejor postor, era propio de todos sus hijos, pero su primogénito no iba a renunciar a la felicidad de sus hermanas pequeñas por tener la conciencia tranquila. Es más: la conciencia tranquila de Scott dependía, más bien, de que yo siguiera con Alec y estuviéramos tan bien como lo habíamos estado siempre.
               Porque él había visto el bien que nos hacíamos el uno al otro. Nos había visto de fiesta y disfrutando de tardes tranquilas. Nos había aguantado follando al otro lado de la pared y también dándonos mimos. Me había oído reírme en mitad de la noche cuando creía que todo el mundo dormía.
               Scott tenía un hilo de oro uniéndolo a Tommy.
               Eso significaba que podía ver el que nos unía a Alec y a mí. Y, al reconocer nuestro vínculo y lo especial que era, se daba cuenta de que lo nuestro era algo excepcional, que pasaba una vez en la vida nada más, y que debía ser protegido y preservado a toda costa. A cualquier precio.
               Por muy alto que fuera.
               Porque, en realidad, siempre sería más bajo que lo que supondría para nosotros la pérdida de la persona que teníamos al otro lado del hilo.
               Así que cerré la puerta y rodeé la habitación. Mi padre tenía razón: tenía que respetar el sacrificio que había hecho mi hermano viniendo aquí. No le dejaría librar la batalla por defender a Alec él solo.
               Tomé asiento al lado de mi hermano, que me hizo hueco para que me colocara donde estuviera más cómoda, y me aparté un par de mechones de pelo de la cara, reteniéndolos tras las orejas, y bajé la vista a las patas de la mesa baja, en la que Fiorella tenía unos pocos objetos de decoración cuya utilidad no me quedaba clara más allá de su función de adorno. No me apetecía mirar a mis padres. Entendía que se preocuparan por mí desde su postura errónea, pero la verdad era que ni siquiera podía enternecerme con los extremos a los que estaban dispuestos a llegar por cuidar de mí. Se estaban excediendo en sus labores y tratando de detener cosas que ni siquiera entendían, ganando una partida cuyas reglas no comprendían. Scott sabía por lo que yo estaba pasando, más o menos, y si él me apoyaba, sabía que no era sólo porque quisiera que Alec y yo fuéramos felices, cosa que sólo podíamos conseguir estando juntos, sino también porque creía que éramos buenos el uno para el otro.
               Me pregunté si pretenderían convencerle a él también, y por eso habían hecho que viniera. Podrían haberme tendido la trampa sin que mi hermano estuviera presente, y tenían que contar con que él podía ponerse de mi parte como había hecho, así que el que lo hubieran llamado después de todo no dejaba de escamarme.
               Claire chasqueó la lengua y se inclinó a coger unas almendras del cuenco del que a veces rumiaba Fiorella cuando yo estaba en plena sesión; podía explayarme más de lo que su estómago era capaz de resistir, y a mí jamás me había molestado que mi psicóloga se tomara un tentempié. Se arrebujó en el asiento y miró a su esposa y compañera, que parecía decidida a obligarme por pura voluntad psíquica a que levantara la cabeza. Pues lo llevaba claro.
               Después de un momento de silencio en el que sentí todos los ojos posados en mí, Fiorella por fin decidió romper el silencio. Carraspeó, cogió su libreta y su bolígrafo, le hizo sobresalir la punta de escritura con un clic y se sentó con las piernas cruzadas, la espalda ligeramente recostada en el sofá y las manos entrelazadas sobre el regazo.
               -De acuerdo. Como no puedo asegurar que todos hayáis hecho terapia conjunta alguna vez, creo que lo procedente es explicarlos las reglas de cómo funcionan antes de empezar la sesión. Las terapias conjuntas se realizan con dos profesionales de la Psicología, por lo menos, porque requieren de más atención y son más complejas que las sesiones sencillas, a las cuales no les falta tampoco complejidad. Aquí pueden concurrir distintos puntos de vista, en ocasiones tangenciales y puede que incluso incompatibles, por los que no se debe juzgar a las personas que los expresen. Al aceptar el participar en la sesión, todos os estáis comprometiendo a guardaros el respeto y la consideración propios no sólo por vuestra condición de personas, sino también por seres humanos que se sienten heridos y quieren dejar a un lado sus diferencias. Nada de lo que se hable aquí debe ser comentado más allá de las paredes de esta consulta salvo el consentimiento expreso y libre de todos los participantes en la sesión, y, por supuesto, no debe utilizarse como arma en posibles futuras discusiones. Sher, Zayn-dijo, extendiendo una mano abierta hacia mis padres, y yo los miré por el rabillo del ojo en el momento en que los dos asentían-, me habéis pedido que celebremos esta sesión para que la confianza que Sabrae había depositado en vosotros vuelva a ser la de antes. Me imagino que entendéis las implicaciones emocionales y psicológicas que habrá si traicionáis esa confianza rebatiendo con agresividad lo que ella pueda deciros hoy aquí. ¿No es así?-los dos asintieron-. Bien. Sabrae-se giró hacia mí, y yo levanté la vista y me obligué a mirarla con aburrimiento, fingiendo que no me estaba comiendo la ansiedad-, te digo lo mismo. Haberos tratado a ti y a tu madre de forma paralela mientras pasáis por esta mala racha me ha hecho tener más perspectiva de lo que te está pasando por la cabeza, pero aun así quiero que trates de mantener una actitud abierta y respetuosa respetando el turno de palabra cuando les toque hablar a tus padres. ¿Podrás?
               -¿Respetuosa incluso cuando ellos no lo sean conmigo?
               -Lo serán-dijo Claire.
               -Eso no lo sabes.
               -He estado en otras sesiones conjuntas-dijo Claire-. Sé que el tener otros interlocutores aparte de tu terapeuta habitual hace que los pacientes se vuelvan menos mordaces.
               Se calló a tiempo de desvelar más secretos de las sesiones que había llevado a cabo con Alec, pero por la forma en que me miró, supe que quería que pensara en cómo habíamos llevado Alec y yo nuestra sesión conjunta, y los cambios que ella misma había apreciado en mi chico entre tenerlo para ella sola y tener a alguien más en la habitación, escuchando lo que decía.
               -Entenderéis que me resulte difícil-respondí, y Scott me dio una palmadita en la rodilla acompañada de un suave apretón. Lo miré, y sentí que el corazón, que me latía desbocado, se  me relajaba un poco al permitirme disfrutar un momento de la presencia de mi hermano allí.
               Una chispita se encendió dentro de mí como una bengala temprana en una noche de festivales de verano. ¿Y si papá y mamá le habían pedido que viniera para que me tranquilizara?
               ¿Y si no era todo parte de un gran complot para hacer que dejara a Alec, sino para recuperarme a mí?
               -Por lo menos lo puedes intentar-susurró Scott, y yo miré a mis padres, a mi hermana. Shasha tenía en los ojos una expresión de desesperación que me habría roto en mil pedazos en otro momento, pero como aún me duraba el enfado con ella, sólo me dolió un poco por dentro. Luego miré a papá y mamá, que tenían una expresión cansada y suplicante, como si creyeran que no podían resistir mucho tiempo más y de que yo les diera esta oportunidad dependiera todo.
               También había muchas cosas para mí de las que dependía todo, pero… estaba harta de aquello. Harta de luchar, de sentir que cada vez que subía los escalones del porche eran los del cadalso, y que cada vez que me encogía bajo las mantas cuando mamá se acercaba a mi habitación, hiciera en esta tanto frío como si estuviera a cien metros de la cima del Everest.
               -Lo intentaré-dije, y cuando mis padres suspiraron de alivio, añadí-: pero no prometo nada más.
               No voy a dejar que me alejéis de Alec más de lo que ya lo estoy. Intentar entenderles era lo más que podía darles, pero no les garantizaría empatía si ellos no me la mostraban primero a mí.
               Fiorella asintió con la cabeza, hizo que su boli hiciera clic un par de veces y se reclinó en el asiento.
               -Vale. Esto no es muy ortodoxo, pero en este caso, creo que lo mejor será que pongamos sobre la mesa qué es lo que cada uno pretendéis sacar de esta sesión. Zayn, Sher, ¿qué objetivo tenéis en mente?
               -Queremos que todo vuelva a ser como era antes-respondió mamá, y se volvió hacia mí-. Queremos que vuelvas a ser la de antes, Sabrae.
               -Mira, Fiorella: eres una psicóloga de puta madre, porque ya has conseguido que estemos de acuerdo sin tener que decir nada-gruñí, y Scott puso los ojos en blanco y se reclinó en la silla, jugueteando con un cordón de sus Converse rojas-. Yo también quiero que todo vuelva a ser como antes, mamá. Como antes de que se os fuera la olla decidierais que Alec no es bueno para mí. 
                -Esto no se trata solamente de Alec, sino de ti y nosotros.
               -Pero no puedes negarme que lo de Alec tiene bastante importancia-ironicé, cruzándome de brazos. Claire carraspeó.
               -No hay necesidad de hostilidades, Sabrae.
               -Han empezado ellos.
               -Aquí no ha empezado nadie. Esto no es una pelea-intervino Fiorella-. Se supone que queréis acercar posturas y limar asperezas, no separaros más aún.
               -Veo un poco difícil acercar posturas con alguien que quiere separarme de mi novio, que es la persona a la que yo más quiero en esta vida-solté, y mamá dio un respingo. Scott puso los ojos en blanco y se estiró a por una almendra.
               -Drama…-canturreó, y se lanzó una a la boca-. Está exagerando, mamá.
               -No, no lo hago.
               -Bueno, vale, no estás exagerando, pero la vida no va a ser tan genial como te lo planteas en tu cabecita si al final sólo quieres a Alec. También tenemos derecho a tener un hueco en tu vida, enana. Con una sola persona no basta para ser feliz.
               -A ti te bastaría-repliqué.
               -No; Eleanor no puede sutituir a…
               -No hablo de Eleanor-repliqué, y Scott se me quedó mirando extremadamente quieto.
               -No metas a Tommy en esto.
               -¿Por qué? Es lo mismo, ¿no? ¿O me vas a decir ahora que a ti no te bastaría con Tommy?
               -Si me estás preguntando si sobreviviría a que todos los que estáis en esta habitación os murierais y si podría ser feliz si a Tommy no le pasara nada, la respuesta es no, Sabrae. Y mira, entiendo tu sensación de euforia pensando que tienes a Alec y que con él te bastará para siempre, pero no es real. No puedes vivir una vida solamente queriendo a una única persona y sólo confiando en ella. Y menos cuando perteneces a esta familia. Nos necesitas igual que nosotros a ti, ¿vale? Así que no tengas tantas ganas de tirarlo todo por la borda simplemente porque estás emparejada, porque sin esa clase de amor no se puede vivir bien, pero tampoco basta si es lo único que tienes.
               -¿Recuerdas cómo estabas cuando te peleaste con Tommy? Querías morirte, Scott-le recordé, y él se revolvió en el asiento, incómodo-. ¿Y ahora se supone que tengo que creerme que papá y mamá quieren lo mejor para mí si están dispuestos a arriesgarse a que yo pase también por ahí?
               -Yo no conozco sus argumentos para creer que Alec no te hace bien, pero sí les conozco a ellos. Les he conocido durante el suficiente tiempo como para saber que eso no es una opción para ellos, Saab. Así que escúchalos. Deja que te expliquen por qué creen que Alec no es bueno. Sólo así podrás convencerlos de que se equivocan. Si seguís interrumpiéndoos constantemente, de poco servirá que yo coja un millón de aviones, aparte de para perderme conciertos y que suba mi precio de salida en el mercado bursátil de jóvenes talentos-soltó, estirándose y soltando un bostezo. Mamá y papá lo miraron.
               -¿Sabes lo de la compra?
               -Claro que sé lo de la compra. Y no sé qué es lo que me ofende más, si que no se os haya ocurrido soltarle al gilipollas de Simon Asher un cheque sin fondos, u ofenderos porque sólo pidan doscientos millones por mí. Pero basta de hablar de mí, al menos de momento.
               -Joder, sí que debes de ver chunga la situación si no quieres hablar de ti-ironicé, mirándome las uñas, y Scott me fulminó con la mirada.
               -Scott tiene razón; será mejor que no nos centremos ahora en eso. La situación ya es bastante compleja de por sí como para añadirle todavía más elementos que la compliquen-dijo de nuevo Fiorella, apartando una pelusilla de su libreta-. Bien. ¿Qué notáis que ha cambiado para que echéis de menos lo que teníais antes?-les preguntó Fiorella a mis padres, y mamá y papá se miraron.
               -¿Podemos hablar con libertad?
               -Para eso estamos todos aquí.
               -Incluso aunque no sea respondiendo directamente a tu pregunta.
               Fiorella abrió las manos por toda respuesta, asintiendo con la cabeza una única vez, como diciendo “adelante”. Mamá y papá se miraron un instante, y luego mamá se volvió para mirarme a mí.
               -Escucha, Saab…-carraspeó-. Estamos preocupados por ti. Muy, pero que muy preocupados. Has cambiado tantísimo estas últimas semanas que apenas te reconocemos. Has pasado de ser una niña segura de sí misma, con una inteligencia y una capacidad de decisión muy superiores a las de la gente de tu edad, a volverte insegura e impulsiva. Tu padre y yo sabemos que estás pasando por una mala época de tu vida y queremos que sepas que nos tienes aquí para lo que necesites. Siempre lo has hecho y siempre lo harás. Sabes que no te juzgaremos hagas lo que hagas, ni te castigaremos por cometer errores. Dios, si no cometieras errores sería muy preocupante, porque significaría que no estás creciendo en absoluto.
               » Lo que quiero decir es que… no pasa nada por sentir que las cosas te superan a veces, o que no puedes con todo, o que has tomado una mala decisión de la que te arrepientes. Nadie te culparía nunca por no soportar que tu novio no esté contigo, haberle animado a marcharse o echarlo de menos.
               »Pero eso no debe ser la excusa a la que te aferres para permitirte tu propio descenso a la locura. Estamos preocupadísimos por el episodio de las drogas. No sólo porque decidieras ponerlo en práctica, sino porque, bueno, se te ocurriera esa solución desde el principio. Creo que ése ha sido el punto de inflexión para tu padre y para mí-miró a papá, que asintió con la cabeza y se relamió los labios. Mamá tragó saliva y continuó-. Shasha nos contó qué es lo que te pasó con Alec para que decidieras hacer aquello, así que creo que no hará falta que te explique por qué hemos tenido el cambio de opinión con respecto a él que hemos tenido. Si te hubiera sido infiel…
               -Alec no me ha sido infiel.
               -No la interrumpas ahora-me regañó Fiorella.
               -Pero es que dice la verdad. Alec no le haría eso-contestó Scott, y mamá tomó aire y continuó.
               -Si Alec te hubiera sido infiel, tú no tendrías que hacer absolutamente nada para redimirlo. El ser merecedor de perdón no depende de nadie más que de la persona que lo requiere, incluso cuando esa persona sea Alec. Pero eso no es lo más grave de todo, Sabrae. Tu padre y yo te habríamos perdonado, aunque nos hubiéramos preocupado terriblemente, por lo que hiciste. Lo que nos tiene absolutamente aterrorizados es que hayas sido capaz de pasar por todo esto sin decirnos nada a ninguno de los dos. Sin decírmelo a mí, mi niña.
               »Sé perfectamente que tienes una red a tu alrededor que te cuida y te protege, pero hay veces en que necesitas los consejos que sólo tus padres pueden darte. No los de tu hermana, no los de tu hermano, ni sus amigos, ni tus amigas, y tampoco los de Mimi. A veces necesitas pedirnos consejo a nosotros porque somos los que mejor te podremos orientar. Y que jamás, en estos casi dos meses desde que sucedió aquello, hayas sentido la tentación de decírnoslo ni a tu padre ni a mí…-mamá sacudió la cabeza, y se le llenaron los ojos de lágrimas-. No sé por qué crees que no puedes contarnos estas cosas cuando sabes de sobra que queremos lo mejor para ti. Siempre ha sido así, mi vida. Tu padre y yo no tenemos más objetivo en mente que tu bienestar y tu felicidad.
                Ahora me tocó el turno a mí de relamerme los labios mientras luchaba contra ese fuego que me ardía en la boca el estómago y que trataba desesperadamente de humedecerme los ojos.
               -¿Y qué pasaría si lo que me hiciera feliz fuera incompatible con lo que me hace bien?
               Scott se giró para mirarme con la rapidez de un látigo. Y me recordó muchísimo a Alec, lo cual hizo que sintiera una punzada en el corazón.
               Por su parte, mamá y papá intercambiaron una mirada aprensiva.
               -Creo que sabes la respuesta. Si no fuera así, no estaríamos aquí-dijo mamá con suavidad.
               -Por eso precisamente no podía decíroslo-jadeé, desesperada-. Por eso hice lo que hice. Porque sabía que si os lo decía intentaríais que dejara a Alec, porque creeríais que lo volvería a hacer y que yo sólo podría sufrir con él a partir de entonces. Y… si os lo hubiera dicho… no estaríamos teniendo esta conversación porque habríais sido capaces de convencerme entonces. Porque tendría sentido. Tendría sentido y yo os creería y… necesitaba el consejo de alguien que creyera también en Alec, y no sólo en mí. Yo estaba muy mal, mamá. Estaba tan mal que sabía de sobra que no me dejaríais perdonarle.
               -Cariño, tu padre y yo jamás te obligaríamos a hacer algo que tú no quisieras. Entendemos la paternidad como Claire entiende la terapia: tus hermanos y tú sois las flores que crecen en nuestro jardín. Tenemos que mimaros, cuidaros y protegeros para que alcancéis  vuestro máximo potencial, pero jamás os impondremos de qué manera florecer.
               -Y aun así, aquí estamos-dije, aceptando el pañuelo que me tendió Scott, al que se lo había pasado Shasha se la mesa con los adornos de Fiorella-. No queréis imponerme cómo florecer, pero sí queréis que deje a Alec. Y lo habéis orquestado todo genial. Pero no os va a salir nada bien. No voy a romper con Alec. Le quiero. Él es lo que más me importa ahora, y ya no sé ser yo si no es la versión de mí que soy cuando estoy con él. No podéis obligarme a dejar de ser yo. No os dejaré obligarme-sacudí con la cabeza, nerviosa, y sentí la mano de Scott en mis lumbares. Me recordó tanto a cómo me tocaba Alec cuando estábamos de fiesta, o cómo me tranquilizaba cuando me presentaba a alguien que él conocía y del que me había creado unas expectativas inmensas, como me había pasado con su abuela, que casi me vuelvo loca.
               No podía creerme que estuviera negociando mi vida amorosa con mis padres delante de mis hermanos. No podía creerme que mis padres creyeran en serio que mi vida amorosa estaba disponible para negociar con ella.
               -No vamos a obligarte a romper con Alec.
               -Aunque ganas no nos falten-escupió papá con desprecio, y yo me lo quedé mirando. Scott se revolvió en su asiento, incómodo, y tragó saliva.
               -¿Cómo puedes decir eso y quedarte tan tranquilo?
               -¿¡Cómo puedes esperar que hablemos de esto y a mí no me den ganas de matarlo, Sabrae!? ¡Te volviste loca por su culpa! ¡PODRÍAN HABERTE HECHO MUCHÍSIMO DAÑO, TODO POR SU CULPA! Ni siquiera puedo pensar en lo que te podría haber pasado sin que me hierva la sangre.
               Me quedé muy quieta, sin saber qué decir, cómo recuperar la respiración. Era el único argumento que no podía rebatirles, porque por mucho que yo lo viera desde otro ángulo, entendía de sobra que papá y mamá lo vieran así. Yo lo vería de la misma manera que ellos si se tratara de mi hija.
               -Alec no tiene la culpa de los errores que comete Sabrae-lo defendió Scott, sin embargo, y había en su mirada una fiereza que me habría hecho ofrecerle hijos si no fuera mi hermano. Papá lo miró como un tigre que se enfrenta a una pantera que ha entrado en su territorio, una pantera joven e inexperta, mucho menos pesada y con menos posibilidades salvo, quizá, por su juventud y por no tener nada que perder.
               -Todo lo que le hice a Perrie durante los cuatro años que estuvimos juntos le provocó una ansiedad de la que tardó años en curarse. ¿Me estás diciendo en serio que eso no es culpa mía?
               -Supera a Perrie de una putísima vez, papá-ladró Scott, poniéndose de pie y pasándose una mano por el pelo-. Perdónate de una puta vez-añadió, rodeando el sofá en el que estaba sentada y apoyando las manos en el respaldo a ambos lados de mi cabeza-, sácate la cabeza del culo, y date cuenta de que Sabrae no es Perrie y Alec no es tú.
                -Tú no lo entiendes-papá fulminó a Scott con la mirada.
               -No os peleéis-susurré.
               -Basta, Zayn-dijo mamá, pero Scott y papá estaban enzarzándose en una pelea por ver quién era el macho alfa de la manada y no iban a dejarlo estar tan fácilmente.
               -¿Qué es lo que no entiendo? ¿El terror de ver que no encuentras a tu hermanita pequeña, a la que has cuidado toda la vida, y que sabes que está hecha mierda pero no sabes por qué? ¿El pánico de verla rodeada de un grupo de tíos que no paran de reírse porque ya no sabe dónde está ni con quién y lo bien que se lo van a pasar a su costa? ¿Las ganas de morirte al pensar en la putísima suerte que has tenido de que sus amigas tuvieran un geolocalizador y se lo pudieran colar en el bolso antes de perderla? ¿O las ganas de matarla cuando por fin la llevas a un lugar seguro y te das cuenta de que ha hecho esta putísima gilipollez porque le da pánico lo que la gente piense de ella si perdona a su novio por follarse a otra?
               -Alec nunca me dijo que…-empecé, pero Scott me cortó.
               -¡YA SÉ QUE ALEC NUNCA TE DIJO QUE SE HUBIERA FOLLADO A PERSÉFONE-bramó-, PERO YO CREÍA QUE HABÍA HECHO ESO PORQUE SI ME HUBIERAS DICHO DESDE EL PRINCIPIO QUE SE HABÍAN MORREADO YO ME HABRÍA DADO CUENTA DE QUE EL PUTO ALEC WHITELAW, QUE NO SE HA PASADO SIN FOLLAR TRES DÍAS SEGUIDOS EN TODA SU JODIDA VIDA, SE ESTABA HACIENDO UNA PAJA MENTAL DE AQUÍ A TOMBUKTÚ, SABRAE! PORQUE ESTÁ JODIDAMENTE OBSESIONADO CONTIGO Y DESDE QUE ESTÁS CON ÉL ES MÁS PADRE DE FAMILIA QUE PAPÁ Y LOUIS JUNTOS. ¡SI IBA A METER LA PATA, LO HARÍA A LO GRANDE! ¿Es eso lo que no entiendo?-ladró, volviéndose hacia papá-. ¿El que no puedas perdonar a tu hija de quince años por ser una mocosa melodramática por primera vez en toda su existencia y la tomes con su novio, que no ha roto un plato en toda su puta vida y que lo único que ha hecho mal desde que nació es haberlo hecho con una ansiedad de caballo que le hace creerse responsable hasta del asesinato de Kennedy? No, papá, desde luego que no lo entiendo. Entendería que lo cruzarais a él. Entendería que no quisierais volver a verlo cerca de Sabrae si fuera verdad. Joder, incluso entendería que no quisierais que se le acercara aun haciendo lo que hizo, pero, ¿darle la espalda a Sabrae de esta manera, decirle que no os hace gracia que estén juntos cuando lo está pasando así de mal? Estoy a un puto océano de distancia-escupió-. No podéis permitiros alejarla de nadie más a quien ella quiera. Alec está en la otra punta del mundo, porque así de lejos ha tenido que irse para encontrar su puto amor propio.
               Mamá y papá estaban en absoluto silencio.
               -No creería que habéis fallado como padres porque Sabrae pensara que no la apoyaríais si decidía perdonarlo aunque le hubiera puesto unos cuernos que ni los renos de Santa Claus, pero viendo que no sois capaces de tratarla como siempre con lo mal que lo ha pasado, tragándoos vuestro puto orgullo y la culpabilidad que sentís para que a ella se le haga más llevadero… joder, yo también quise destrozar a Alec en su momento, ¿sabéis? Pero pasé página porque me di cuenta de que culparlo por la pésima gestión de la situación que hizo Sabrae no  era justo para él. Y castigarlo por esto sería como odiarlo por haberle puesto los cuernos cuando no lo ha hecho. Independientemente de todos los defectos que tiene…
 
¿Qué defectos tengo, puto subnormal?
 
-… sabéis de sobra que la adora. Incluso si no hubierais visto el cambio que pegó cuando empezó con ella, con verlos dos minutos ya basta para darte cuenta de la forma en que Alec orbita alrededor de ella. ¿Que Sabrae lo está pasando muy mal porque se ha ido? Joder, ya lo creo que sí. Pero es mi hermana-me miró desde arriba-, y aun con todo lo que está sufriendo, yo no quiero que se acabe para ella. Porque creo que merecerá la pena. Por eso sigue vivo Alec-miró de nuevo a papá y mamá-, porque me di cuenta de que la soberana gilipollez que hizo Sabrae se me olvidaría en cuanto volviera a verlos juntos. Y creo que, en el fondo, vosotros también sabéis que se os va a olvidar igual que a mí-dijo, cogiendo unas almendras-. Por eso queréis que lo deje antes de que él vuelva: para no sentiros culpables.
               Mamá fulminó a Scott con la mirada.
               -A nosotros no se nos va a olvidar tan fácilmente como a ti que tu hermana podría haber muerto por su culpa.
               -Ya, bueno, mamá, pues por esa regla de tres, papá te podría haber pegado una ETS que te habría podrido el coño a las tres horas de conocerte, y a juzgar por el pedrusco que llevas en la mano y la cantidad de gente que hay en esta habitación que parece una macedonia de tus rasgos y los suyos, diría que no te costó mucho perdonarle, ¿no?
               Shasha y yo lo miramos con la más absoluta estupefacción en el rostro, pero Scott les aguantó la mirada a papá y mamá como el absoluto rey que era. Incluso se lanzó unas almendras a la boca y las masticó despacio.
               -¿En serio no notas el cambio que ha sufrido tu hermana desde que Alec se marchó?-preguntó papá-. Porque ése es el problema principal que nosotros tenemos.
               Scott hizo de analizarme todo un espectáculo.
               -Hombre-admitió por fin-, sí que es verdad que le brilla menos la piel, pero, claro, cuando dejas de dormir día sí, día también, con La Puta Oficial de Londres, es lo que te pasa: que se te resiente un poco el cuerpo-Scott se encogió de hombros y a mí me dieron ganas de comérmelo a besos.
               -A Alec le encantará saber que por fin admites que él era La Puta Oficial de Londres y no tú.
               -Iré preso por perjurio antes de admitir que he dicho eso.
                -No  podéis ir en serio-protestó papá, y Fiorella decidió intervenir por fin.
               -Creo que será mejor si rebajamos un poco el tono y planteamos los problemas desde una perspectiva más resolutiva y menos beligerante. Ahora que ya sabemos la opinión de cada uno respecto a Alec, ¿quién quiere empezar a argumentar el por qué de su posición?
               -El problema no es Alec-dijo mamá, sin embargo, y papá tragó saliva y asintió con la cabeza. Scott y yo nos los quedamos mirando, estupefactos. Si el problema no era Alec, ¿qué coño hacíamos aquí? Mamá se apartó el pelo de la cara y miró a papá, mordisqueándose el labio con una inseguridad que jamás había visto en sus ojos.
               Todo porque no había estado presente cuando hablaron de Alec y de mí en su habitación; todo porque no me habían dejado entrar en sus cabezas cuando yo más había necesitado que no me aislaran. Papá tomó aire, lo soltó lentamente en un suspiro catastrofista, y se frotó los ojos, tapándose la boca con las manos e inclinándose hacia delante, acodándose en las rodillas y…
               … luchando por retener las lágrimas. Shasha se revolvió en el asiento, incómoda, y nos miró a Scott y a mí, como preguntándonos qué era lo que tenía que hacer. Scott y yo no teníamos ni idea de cómo proceder; nunca habíamos visto a papá llorar fuera de los ataques de ansiedad, y si ver a mamá llorando nos mataba, que papá estuviera en ese límite hizo que se me rompiera el corazón.
               Ni siquiera pensé en que pudieran estar tendiéndome una trampa para que me apiadara de ellos y los escuchara con más atención. En lo único en que podía pensar era en las ganas que tenía de atravesar la pequeña habitación, pedirle que me diera un abrazo y no dejar que esas lágrimas descendieran por sus mejillas en una espiral de dolor y descontrol. Lo único que sentía era culpabilidad por ser la causa de esas lágrimas. Sabía que tenían un nombre, y que ese nombre era el mío.
               Mamá le puso una mano en la espalda y le acarició despacio la nuca, hundiendo los dedos en el nacimiento de su pelo. Ella también tenía los ojos húmedos.
               -Estoy un poco perdida-dijo Fiorella, y Scott la miró.
               -Y eso que tú tienes estudios universitarios.
               -Si el problema no es Alec, ¿cuál es el problema?-preguntó Claire, tendiéndole un pañuelo a papá en un gesto que yo detesté. No quería que mi padre necesitara usar pañuelos.
               Papá se lo frotó contra la cara y sorbió por la nariz. Se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza antes de mirarme.
               -El problema eres tú, Sabrae.
               Sentí que el suelo a mis pies cedía, que el sofá se me tragaba y que me sumía en un estado de ingravidez tremendamente desagradable y que nada tenía que ver con esos paseos que me daba por las estrellas cada vez que Alec me hacía alcanzarlas.
               Scott también tomó aire y lo soltó por la nariz. Se la rascó y se mordisqueó el piercing, negando con la cabeza, mirando al techo.
               -¿No tengo derecho a estar triste?
               -¿Por qué no acudiste a nosotros?-preguntó mamá, y sobre mis hombros se posó el peso de todo el universo. No podía con esto. No yo sola. No sin Alec. Sacudí la cabeza y me arrebujé en el asiento. Me habría gustado que Scott me diera la mano y me dijera que todo iba a salir bien, pero su silencio y su quietud me decían que él había adivinado mucho antes las verdaderas razones por las que nuestros padres se estaban comportando así, fueran las que fueran. Era como si ya hubiera adivinado que yo tenía la culpa de todo lo que me estaba pasando, que era responsable de mis propios actos y de la locura contagiosa en que me sumía y que se expandía a mi alrededor.
               Tampoco es que pudiera sorprenderme de eso: él había confiado en Alec ciegamente hasta que me dijo lo de Perséfone, y desde entonces Scott había tenido que batallar día sí, día también, con lo que suponía ser su amigo y también mi hermano, con el complicado equilibrio entre esas dos facetas de su persona, entre querer que yo estuviera con Alec y que me alejara de él porque creía que no me hacía bien. Pero él había dicho que creía que Alec era bueno para mí. ¿Tan difícil veía que papá y mamá llegaran a la misma conclusión a la que había llegado él, incluso si sus posiciones no eran exactamente las mismas? ¿Tanto había influido el cariño que le tenía a Alec como amigo hasta el punto de que creyera que era esencial, y que sin él su decisión habría sido otra?
               Scott se afianzó en su postura en el sofá, las manos detrás de la espalda, y, por fin, me miró. Había una disculpa en sus ojos que no me gustó nada.
               Con el estómago haciéndome un nudo contra el que sabía que no iba a poder combatir mucho tiempo, y menos aún en un territorio que yo todavía consideraba hostil, me di cuenta de que sólo me quedaba una opción: ser sincera.
               Mi principal arma era mi honestidad, los sentimientos que atesoraba en mi corazón, la fuerza de mi amor y la intensidad de mis emociones, que daban testigo de todo lo que habíamos pasado Alec y yo, de cuánto estábamos dispuestos a sacrificar con tal de estar juntos. Mamá y papá no habían sido justos con nosotros cerrándose en banda como lo habían hecho, y su comportamiento no estaba justificado porque no habían tenido en cuenta la variable que suponía Alec en mi vida, no sólo por lo que había hecho por él, sino por todo lo que él hacía por mí. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma, me había abierto la mente y me había enseñado que podía utilizar de base en el lienzo de mi vida colores que antes sólo reservaba para las esquinas. Había hecho del dorado lo que definía mi existencia, cuando antes era poco menos que anecdótico. Me había dado un hogar fuera de la casa en la que me había criado, y me había enseñado que tu corazón puede latir fuera de tu cuerpo, siguiendo un ritmo marcado por la respiración de otra persona.
               No podían vencer contra eso. Mimi tenía razón: mamá no entraba en batallas que no supiera a ciencia cierta que fuera a ganar.
               Por eso no había corrido a decirme desde el primer momento que debía dejar a Alec.
               Sabía que no lo haría.
               Ése era el problema: que, por primera vez en mi vida, iban a ordenarme algo que sabían que yo no obedecería. Era por ello por lo que Alec no era el problema, según ellos, sino yo. Por mucho que Alec fuera la influencia mayor y la base de mi decisión, la decisión era mía y no de él.
               Me relamí los labios y, luchando contra ese instinto primordial de preservación, me obligué a mí misma a desnudar mi alma delante de mis padres, abrirles mi corazón y confiar en ese proceso. Después de todo, estaba con dos psicólogas en la habitación; se suponía que no me harían daño.
               O eso esperaba, al menos.
               -Porque sabía que intentaríais hacer lo que estáis intentando hacer ahora-dije con un hilo de voz-. Sabía que me diríais que Alec no es bueno para mí si es capaz de ponerme los cuernos. Sabía que no lo perdonaríais incluso si yo sí lo hacía. Y no podía arriesgarme a que me hicierais poner en duda mis sentimientos por él. Y no me refiero a mi amor-susurré con un hilo de voz, mirando a mis padres alternativamente-, sino a la certeza de que con él es con quien tengo que estar para poder ser feliz. Creo que una parte de mí siempre supo que Alec no estaba siendo sincero-miré a Fiorella, que asintió despacio con la cabeza, confirmando lo que habíamos hablado en varias ocasiones respecto a mí misma-, pero la posibilidad de que eso hubiera sucedido de verdad me daba el suficiente miedo como para no poder plantarme siquiera que más gente lo supiera. No sé si se lo habría dicho a Shasha si no estuviera delante cuando me enteré. No se lo iba a decir a Scott-confesé, y él subió un pie al sofá y asintió con la cabeza, la vista perdida en un punto en el suelo y las cejas formando una montañita cuya cúspide estaba justo en su ceño.
               Se me revolvió al estómago al recordar aquellos días fatídicos en los que había creído a Alec capaz de hundirse en lo más profundo de lo explorado por la especie humana. Ya no era sólo que debía confiar en mi novio ciegamente y saber que si me quería, no me haría eso;  era que había sido capaz de dudar de alguien que era la razón de que su familia existiera y de que su madre estuviera viva. Había en Alec una bondad inherente que muy pocas personas alcanzaban en toda su vida, y la gran mayoría lo hacían después de una larga travesía de sacrificios y estudio. A Alec le salía todo de forma natural, y se había ocupado de esconderlo bajo una capa de bravuconería con la que había tratado de tapar también el hecho de que no se quería a sí mismo.
               No podía soportar el pensar que mis padres lo juzgaran, o que dijeran que no era digno de mí, o que  le creyeran capaz de las peores cosas que podrían pasarme. Alec me había dado la opción de descubrir un amor sin reservas que hacía que mi vida mereciera mil veces más la pena, simplemente por la intensidad con la que lo experimentábamos todo. Y que ellos no se dieran cuenta de que él jamás me haría pasar por ese dolor indescriptible por el que había pasado cuando me confesó aquella infidelidad que no había cometido…
               Claro que mis padres no lo entenderían. Sólo me habían visto comportarme como un fantasma, arrastrando cada minuto como si fuera un castigo hasta que él me liberó. Había intentado disimularlo, pero cuando tienes una herida en el pecho que no deja de sangrar y te impide respirar, no puedes fingir que eres capaz de correr una maratón. Simplemente no puedes.
               -Podría entender que os pusierais en contra nuestra en el momento en el que pasó-continué ante el silencio de mis padres-. Creo que si la situación fuera al revés, yo haría lo mismo con mis hijos. No me haría la más mínima gracia que un chico se fuera a miles de kilómetros de distancia, le prometiera fidelidad a mi hija y no tardara ni una semana en romper su promesa, pero tenéis que entenderme. Es de Alec de quien estamos hablando. Es de de quien estamos hablando. Me visteis cuando él llegó a casa. Visteis cómo le defendí y cómo intenté por todos los medios rascar hasta el último minuto con él. Y, lo más importante, visteis lo que hizo él. Alguien que no me mereciera jamás habría venido a Inglaterra simplemente para impedirme romper con él. Todos los esfuerzos que ha hecho Alec a lo largo de nuestra relación… no me parece justo que no los tengáis en cuenta porque yo cometí un error. Un error horrible, sí, y del que me arrepiento profundamente porque no pensé en las consecuencias. Pero tenéis que entenderme. Me sentía sola. No podía deciros nada porque sabía que os pondríais en nuestra contra, y eso me mataba. La única razón que tengo ahora mismo para levantarme por las mañanas es pensar que es una mañana menos en la que me despierto sola. Sabía que no iba a ser nada fácil y lo de Perséfone no hizo más que complicarlo. No necesitaba que me juzgarais por decidir que no tenía importancia y que le perdonaría si hacía falta con tal de poder seguir como hasta antes de que él se fuera.
               Papá se frotó las manos y dio unas suaves palmaditas silenciosas, analizando el suelo frente a él con la misma intensidad con la que lo había hecho Scott. Mamá, sin embargo, tenía los ojos puestos en mí. En mí y en el dolor que había en mi rostro.
               -Nosotros no te habríamos juzgado, Sabrae.
               -Lo estáis haciendo ahora-respondí, limpiándome una lágrima con el dorso de la mano y aceptando el pañuelo que Scott me tendió, sacado directamente de la cajita que Fiorella tenía en la mesa. Mamá negó despacio con la cabeza.
               -No. Eso no es cierto, tesoro. Esto no se trata de lo que decidieras hacer con Alec después de que él te fuera infiel. Son cosas en las que nosotros podemos orientarte, pero la decisión última sólo la tienes tú.
               -Por mucho que nos duela-intervino papá, y levantó la vista y me miró-, sabemos que tienes que equivocarte para aprender. Hay hostias que sólo te puedes llevar tú, Sabrae, por mucho que a tu madre y a mí nos hubiese gustado sustituirte. Hay momentos en los que eso no es posible.
               -¿Os habría extrañado?-les pregunté. Fiorella pasó una página en su libreta y Claire descruzó las piernas para volverlas a cruzar. Mamá y papá intercambiaron una mirada. Scott carraspeó. Shasha se revolvió en el asiento, hundiendo un poco más las manos en el hueco entre sus piernas, y contuvo la respiración-. Que Alec me pusiera los cuernos. ¿Os habría extrañado u os habría parecido normal?
               -A mí me habría extrañado que fuera tan rápido-admitió mamá-. Creo que es una posibilidad que está ahí, y por remota que sea, hay que tenerla en cuenta.
               Papá no respondió. Apoyó el codo en el respaldo del sofá y se tiró con nerviosismo del lóbulo de la oreja, reflexionando.
               -Papá-pedí, y él me miró.
               -No lo sé, Sabrae. Visto en retrospectiva, es muy difícil averiguar qué es lo que yo habría pensado si me hubiera enterado.
               -Yo creo que está bastante claro: le habríais creído a él. Sobre todo si la que os lo contara fuera yo. Y no habríais pensado en lo que yo necesitaba que pensarais, en lo que pensaron sus amigos y en lo que también pensó Scott cuando le conté lo que él me había dicho: que lo estaba exagerando todo. Que la ansiedad estaba hablando por él. Y yo… estaba tan mal. No os hacéis una idea. No habría podido impediros convencerme de que es malo para mí. No tenía la fuerza que tengo ahora para rebatir lo que sea que tenéis en mente.
               -Es que no te habríamos intentado convencer de que él es malo para ti, Sabrae-respondió mamá, inclinándose hacia mí-. Te habríamos acompañado en el camino y te habríamos apoyado en cada paso que dieras, igual que estamos intentando hacer ahora.
               -¿Hacerme una encerrona con mi psicóloga es apoyarme?
               -Hablas de que estabas muy mal como ya lo hubieras pasado, pero tu padre y yo tenemos ojos en la cara, mi niña. Te vemos sufrir cada día. Vemos cómo te vas apagando poco a poco.
               -¿Y de quién es la culpa? ¿También de Alec?-espeté.
               -Sabrae, vamos a intentar mantener un  tono cordial-pidió Fiorella, y yo tomé aire y lo solté despacio. Scott me puso una mano en la pierna y me dio un suave apretón a modo de apoyo. Shasha tragó saliva, observando la mano de nuestro hermano sobre mi cuerpo con una añoranza que no parecía propia de ella. Ella, que era tan fría y que rehuía el contacto…-. Tener posiciones opuestas con tus padres no implica que tengáis que adoptar posiciones completamente antagónicas. Estoy segura de que puedes formular tus ideas de otra forma sin convertirlas en un ataque directo a tu familia.
               -Os alegrasteis cuando Alec vino a verme. Me acuerdo de cómo sonreíais cuando entré en casa y él estaba allí, esperándome, sin que yo tuviera ni idea. Insististeis en que subiera a mi habitación lo más pronto posible. ¿Por qué habéis cambiado de opinión así, tan de repente? Hacía un mes de lo de la fiesta y de todo lo demás.
               -No sabíamos nada.
               Miré a Shasha, y ella se encogió un poco más.
               -¿Cuándo se lo dijiste?-pregunté, y apretó los labios.
               -Deja en paz a Shasha-ladró Scott, y yo me volví a mirarlo, alucinada. ¿De parte de quién estaba él?
               -Al poco de tener la discusión cuando él vino a casa-respondió mamá, y yo alcé las cejas. ¿No había sido cuando pasó, sino a raíz de la discusión? O sea que… si yo hubiera mantenido la cabeza fría… mamá y papá no sabrían nada de lo de mi desmadre y seguirían apoyándonos a Alec y a mí. Vaya. Al final que iba a ser culpa mía-. Un par de días después. No te pienses ni por un segundo-añadió, su voz adquiriendo un cariz tajante y protector, una leona defendiendo a la menor de sus cachorros presentes- que todo esto es culpa de tu hermana, porque no es así. Shasha ha hecho lo que deberías haber hecho cuando pasó todo aquello. Para tu hermana fue muy difícil venir a nosotros con la verdad, en parte por la lealtad que os tiene a ambos.
               -Y eso es precisamente lo que nos preocupa, Sabrae: que estéis dispuestas a guardarnos  secretos como éste con tal de proteger a Alec-dijo papá-. ¿Qué es lo que hemos hecho para que no os fieis de nosotros?
               Nada. Todo. No sabría decirles. Sabía de sobra lo que me habrían dicho de haberme pillado en mis horas más bajas, cómo las cosas serían tan diferentes que resultarían irreconocibles si le hubiera dicho a mamá todo lo que me había pasado con Alec, lo que aquello me había hecho a mí. Pero ahora que estaban tan tercos con que no habrían intentado meterse entre Alec y yo, no me quedaba más remedio que no utilizar esa baza. Así que no contesté. ¿Qué es lo que les dices a tus padres cuando sabes que su afán por protegerte te conducirá a la destrucción?
                Jugueteé con el pañuelo entre las manos, nerviosa. Sentí que Scott se apoyaba en el respaldo del sillón, a mi lado, y pasaba el brazo a mi alrededor, protegiéndome sin llegar a hacerlo, dándome apoyo sin enfrentarse directamente a papá y mamá.
               Esto era una mierda. Odiaba sentir que era yo contra ellos dos, o que había equipos en la familia.
               -Nos hemos pasado los últimos quince años apoyándote ciegamente. ¿Por qué pensaste que no íbamos a seguir haciéndolo si nos decías lo que te pasaba? Jamás te hemos pedido detalles de lo que hacías o dejabas de hacer por morbo, Sabrae. Tu madre no te pedía que te explayaras en lo que hacías en la cama con Alec para recrearse y ponerlo en práctica conmigo. Queremos protegerte. Siempre ha sido así. Nosotros podemos ver cosas que tú aún no puedes, que puede que jamás seas capaz de identificar, y aun así nunca te hemos dicho que algo es malo o te lo hemos quitado de las manos. ¿Por qué pensaste que tenías que escondernos algo así? ¿Por qué pensaste que te apartaríamos de Alec?
               -Porque con esa llamada de teléfono me di cuenta de que Alec podía destruirme-respondí, la voz rota de dolor-, y sabía que vosotros no se lo permitiríais.
               -Claro que no.
               -Ni aunque yo quiera que lo haga.
               Mamá y papá se pusieron rígidos. Fiorella se mordió el labio mientras escribía a toda velocidad, demasiada información que recopilar, de modo que Claire tomó la palabra.
               -Un segundo, Zayn, Sher. Quiero que Sabrae profundice un poco más en esta idea.
               -No puedes decirnos esto y pedirnos que cambiemos de opinión respecto a vosotros-dijo papá-. Y menos aún cuando es precisamente en lo que nos basamos para no querer que esto siga adelante.
               -Ahora tendréis la oportunidad de expresar vuestro punto de vista, Zayn, pero primero quiero que Sabrae hable. Sabrae, ¿por qué crees que quieres que Alec te destruya?
               Miré a Claire, y la miré de verdad: su pelo dorado, la piel tiznada de caramelo por el sol, los ojos azulísimos que me miraban con la inteligencia milenaria de un iceberg que se sabía lo bastante poderoso como para hundir hasta los barcos más tenaces. Ella había tratado a Alec y había mirado frente a frente a los demonios que él tenía dentro. Sabía que él era bueno, la luz prístina que manaba de él, lo poderosísima que era  si había sido capaz de seguir refulgiendo incluso cuando las sombras lo tenían completamente sometido. Tenía que saber que un corte de Alec era una bendición.
               -Porque es lo que está haciendo ahora.
               Scott se rió por lo bajo.
               -Y él es el dramático por ser el Piscis-soltó por lo bajo, y empezó a reírse aún más. Mamá lo fulminó con la mirada, pero él continuó a lo suyo, disfrutando de la vida y también de ser imbécil.
               -¿Te está destruyendo, cómo?
               -No estando aquí. No viniendo todos los días a verme, acompañándome a casa, quedándose a dormir o haciendo planes conmigo. Ha elegido irse a la otra punta del mundo para poder crecer, y aunque lo apoyo y sé que es lo que necesita, no puedo evitar echarlo de menos tanto que siento que me estoy rompiendo por dentro.
               Claire asintió con la cabeza, miró a Fiorella, que levantó un dedo para que esperara y continuó escribiendo.
               -¿No crees que la manera en que te refieres a él y a lo que os está pasando denota tu verdadero parecer respecto a la situación en sí?
               -Yo no quería que se fuera, pero le tuve que pedir que lo hiciera para que pudiera seguir avanzando. Creía que le vendría bien tener que arreglárselas solo un tiempo, principalmente porque así se daría cuenta de que puede confiar en sí mismo.
               -¿Y tú? ¿Puedes confiar en ti misma?-preguntó Claire, apoyando la barbilla en el puño cerrado y analizándome con atención. Fiorella levantó la vista y la miró.
               -Es mi paciente-le recordó.
               -Y la novia del mío.
               -Coge más pacientes si estás aburrida en el hospital, pero deja a los míos en paz-instó, dándole un manotazo en la pierna con el que me di cuenta de que estaban bromeando.
               Jugueteé con la bolita de papel que tenía en las manos, meditando. ¿Podía confiar en mí misma? La verdad es que no estaba segura. Pero, ¿no se trataba madurar precisamente de eso? De darte cuenta de tus propios límites y tratar de sortearlos. Cuando eres pequeño, a duras penas eres consciente de tu propia mortalidad y de todo lo que no puedes hacer. Al enfrentarte a situaciones que te superan empiezas a ver que las montañas tienen caras por las que no puedes subir, que hay olas que no pueden surfearse y que las nubes son inalcanzables sin importar cuán alto vueles.
               Alec siempre me llamaba diosa, me decía que no había nada que yo no pudiera hacer, y que todo lo bueno que él había hecho era gracias a mí. Pero cuando él me dejaba, yo me quedaba sola y desamparada, apenas una sombra de lo que era a su lado (lo cual era bastante irónico, pues mis días eran menos luminosos desde que no le tenía conmigo).
               -Creo que no. No del todo, al menos. No después de cómo me tomé lo de Alec. Ya no sólo por mi reacción, sino porque me lo creí. Y no debería haber sido así-me encogí de hombros y sacudí la cabeza-. Él me ha dado tantas cosas buenas que deberían neutralizar las malas, y debería haber sido más lista cuando habló conmigo. No debería haberme dejado llevar por mi dolor y debería haber sido más crítica. Debería haber sido más lista.
               Claire asintió con la cabeza y miró a papá y mamá.
               -Zayn-dijo Fiorella, aún escribiendo, y papá se giró un poco como para estar frente a frente conmigo. Dio de nuevo unas palmaditas, tratando de ordenar sus ideas, sus ojos ahora en los tatuajes de sus dedos, y no pude evitar preguntarme con qué cara podía decir alguien que tenía tatuadas partes del cuerpo de sus exnovias a lo largo de su torso que no había tomado una nueva decisión sentimental.
               -Entiendo por lo que estás pasando, Saab. Vivir lejos de tu pareja es muy difícil, se hace cuesta arriba en ocasiones, pero… tu madre y yo-le puso una mano en la rodilla a mamá, que asintió con la cabeza, mirándolo para darle ánimos- no queremos que pienses que estás sola en esto, porque no es así. Tienes una familia que te quiere, y que te respeta, y que te echa de menos. No sólo durante estas semanas, sino también… lo que eras antes de que Alec se fuera. ¿No entiendes en qué momento cambiamos de opinión con respecto a él y tú? Es sencillo: cuando empezaste a convertirte en la chica en la que tanto esfuerzo habíamos puesto en que evitaras. Mírate, hija: estás aquí sentada, hablando de que te están destruyendo y que amas que te lo hagan, cuando tú antes eras libre. Reconoces tener inseguridades y creer que no puedes fiarte de tu buen juicio cuando antes en lo que más confiabas era en tu instinto. Alec te ha destrozado marchándose, pero lo que nos preocupa a tu madre y a mí no es que haya sucedido; era evidente que iba a pasar y, por cuánto le quieres y el tiempo que has pasado con él, aprovechando al máximo lo que os quedaba juntos, diría que incluso inevitable. Y hasta deseable, si hubieras aprovechado la distancia y la oportunidad que ha supuesto que él se vaya para que tú vuelvas a ser la de antes.
               »Lo que nos preocupa a mamá y a mí es que… Alec te ha destrozado, sí, vale, pero en lugar de tratar de levantarte y recomponerse y disfrutar un poco de la distancia que os separa, precisamente lo que te dijo tu madre que hicieras y por lo que era una buena idea que Alec se marchara, lo que estás haciendo es justo lo contrario. Te desintegras a ti misma como si esperaras, no sé, que así fuera a llevarte el viento de vuelta con él. Has puesto tu vida en pausa. Ya no confías en ti. Crees que no vales nada simplemente porque Alec no está aquí para valorarte. Y si te enfadas cada vez que no te dan lo que quieres, o te pones a la defensiva y no piensas más que en estar con él y no ves los esfuerzos que la gente de tu alrededor hace por protegerte o por tratar siquiera de quererte aunque tú no se lo permitas… por eso tu madre y yo no lo vemos con los mejores ojos.
               »Y una parte de mí entiende que lo veas como una traición, o que pienses que estamos aprovechándonos de un momento en el que estás débil para tratar de convencerte, pero, mi niña… no es así en absoluto, créeme. No le hemos puesto buena cara a Alec para luego clavársela por la espalda porque creamos que si vamos directamente contra él contigo delante tú nunca nos perdonarás (aunque la verdad es que somos conscientes de que puede pasar), sino porque… te estamos viendo. Te vemos apagarte y marchitarte y… tú eras la luz que más brillaba en casa. Y no me refiero sólo a cuando estabas con él, sino siempre. Eras una niña excepcional, la mejor en todo, y no hablo de la clase o de tus actividades extraescolares. Ni siquiera me refiero a que colaboraras en casa más que nadie. Eras la mejor con tus hermanos, y con tus amigos, y también con nosotros. Has hecho de ser tus padres todo un orgullo y un privilegio, porque nos has allanado un camino que nosotros no sabíamos que pudiera allanarse.
               »Y ahora… ni siquiera llegas a ser la sombra de la que eras antes. Discutes, das portazos, te encierras en ti misma, te pasas llorando más tiempo que riéndote, y cuando intentamos ayudarte, te lo tomas como si estuviéramos atacándote y te encierras más en ti misma. Has dejado de contar con nosotros, de confiar en nosotros. La Sabrae que eras antes no nos habría mentido con algo tan grave como lo de la fiesta, y de haberlo hecho, se habría mostrado arrepentida de haberlo ocultado y nos habría ofrecido todas las explicaciones necesarias para que encontráramos la solución que mejor te viniera. Antes nunca nos habías visto como el enemigo, y ahora cada gramo de energía que exudas dice lo contrario. Tu postura, tu lenguaje corporal, la forma en que nos hablas o nos miras… ya no crees que queramos lo mismo. Y quizá tengas razón. Tu madre y yo sólo queremos que estés bien y que seas feliz, pero si tenemos que elegir entre una cosa y otra, elegiremos que estés bien. Porque sabemos que limpiarte una herida puede hacerte muchísimo daño, pero somos tus padres y tenemos que pensar a largo plazo, y es mejor salvarte a ti entera que al final conservar sólo un pedacito de ti porque no nos atrevimos a tomar las medidas necesarias para hacerlo cuando todavía estábamos a tiempo.
               Intenté procesar lo que me decían, y podía verle un cierto sentido. Sabía que su trabajo era protegerme de todo mal y hacer que mi vida fuera más sencilla.
               A la vez, tampoco era capaz de compartir su punto de vista. Ahora que había amado y había perdido, sabía lo inútiles que podían llegar a ser las tiritas y los antisépticos. Alec era mío y yo era de él, y ni todo el dolor en el mundo podría compararse con lo que me haría separarnos.
               Entendía que echaran de menos a aquella Sabrae de hacía un año, que se creía la reina del mundo y no le tenía miedo a nada, que se reía de las debilidades de los demás y de las propias también, porque creía que en algún momento las superarían; y que creía que lo sabía todo de absolutamente todo y que sólo estaría dispuesta a aprender de los sabios por excelencia.
               Pero esa Sabrae ya no estaba. A base de besos, caricias y despedidas la habían bajado de ese pedestal. Había abrazado sus debilidades y se había dado cuenta de que eran lo que más la definía, porque no es valiente quien no tiene miedo, sino quien se enfrenta a él; no hay coraje en reírse en la cara de la oscuridad, sino en apagar la linterna y caminar hacia ella confiando en que no te comerá. Se había reconciliado con su propia ignorancia y había aceptado escuchar incluso a los seres más diminutos, esos que le susurraban al oído cosas con las que los gigantes ni siquiera soñaban.
               Se había quitado la corona y había descendido del trono, vestida nada más que con su piel y el aire a su alrededor. Y, al mismo tiempo, había dejado que la pusieran en un pedestal, construyeran un templo a su alrededor y la llamaran “diosa” en un idioma en el que sólo existía esa palabra con un puñado de sinónimos: nena, bombón, mi amor.
               Sabrae.
               Yo también echaría de menos a una hija que me había hecho su crianza un camino de rosas, especialmente si había tenido que lidiar antes con un aspirante a estrella del pop y se veía venir la adolescencia que nos daría Shasha, que tenía toda la pinta de postularse como la protestona oficial de la familia y para la que un abrazo requería previamente un eclipse.
               Pero no era mi responsabilidad hacerles la vida un poco más fácil a mis padres si eso significaba desandar todo el camino que había andado, con el consiguiente riesgo que eso supondría: el de perder a Alec.
               Apoyar a alguien cuando triunfa no tiene mérito. Querer a alguien cuando te lo pone fácil no tiene mérito. Lo que tiene mérito es estar a pico y pala, en las duras y en las maduras, día tras día tras día, llanto tras llanto tras llanto.
               Lo que tenía mérito no era escribirle canciones que ganaran Grammys a tu hija recién adoptada, sino ser el puñetero Fuckboy original, no haberte pasado más de tres días seguidos sin follar desde que perdiste la virginidad, y estar en casa de la chica que te ha rechazado, la única con la que te has planteado estar de forma más formal, y verla con la piel tiznada de sudor por la fiebre, ver su mirada desenfocada, escuchar su respiración trabajosa y llena de mocos y pensar que la quieres. Que esto es lo que quieres. No lo fácil, no la gratificación instantánea, no las chicas que te esperan al otro lado de la ciudad, universitarias veinteañeras que se las saben casi todas, excepto ese truquito tuyo con el clítoris y los dientes que tanto te ha costado perfeccionar. La quinceañera que no puede salir de fiesta este fin de semana, que ni siquiera es capaz de hacerte una mamada porque se ahoga en pleno catarro, y que no tiene ni idea de la mitad de las posturas que hay en el Kamasutra, pero que está dispuesta a compensar su falta de experiencia con entusiasmo y curiosidad a raudales. La que es un poco más bajita de lo que te resultaría cómodo y no tiene miedo de cantarte las cuarenta cuando metes la pata, hace de calentarte su deporte preferido y se adueña de más de la mitad de tu cama, amén de tu armario.
               La que hace que te cuestiones si el estilo de vida que has llevado hasta entonces realmente era para ti, o si sólo estabas esperándola.
               La única que sería capaz de decirte que te vayas a seis mil kilómetros de ella… y también la única capaz de destrozarse la vida con tal de impedir que te echen de ella.
                Mírame a los ojos, nena, me pedía cuando entraba en mí, como si no pudiera creerse que fuéramos de verdad. A veces a mí también me costaba creérmelo.
               Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo.
               Estaba vivo, se movía, era líquido, era dorado. Lo que las demás te daban no podría compararse con esto. Morirías una y mil veces por experimentarlo aunque fueran solo cinco minutos. Y destrozarías a quien fuera que intentara arrebatártelo.
               Te quiero. Me apeteces. Voy a volver a tu amor.
               Alec no era una herida. O no lo había sido para la persona que yo era ahora. Había herido de muerte a la Sabrae que mis padres echaban de menos, pero yo no iba a rescatarla ni a reanimarla.
               -Alec me hace bien-respondí, la mirada perdida en el suelo-. Me ha hecho crecer como persona.
               -Sabrae, cielo… eso no es del todo así-dijo mamá, inclinándose hacia mí-. No, al menos, mientras él esté allí.
               Levanté la cabeza.
               -Te equivocas. Os equivocáis los dos. Lo estáis confundiendo con los miedos que tiene, los que le explicó a Claire y por los que ha tenido que marcharse a Etiopía. El Alec que visteis cuando vino a verme es mi novio. El que me llamó por teléfono y por el que me volví loca no era mi Alec, sino sus demonios. Y necesito que aprendáis a distinguirlos, porque yo no puedo estar así. Os necesito-jadeé, sintiendo que mis emociones me superaban y se hacían con el control. Tenía que intentar luchar contra ellas, pero era muy difícil mantenerlas a raya-. Necesito que me hagáis esto más fácil, y que me digáis que confiáis en mí incluso aunque sea mentira, y que lo que he hecho es lo que había que hacer, porque si os he perdido a vosotros, cada día que pase será para mí como una década. Tengo que aguantar entera hasta que vuelva Alec.
               -Saab, tú nunca vas a perdernos.
               -Ya no me apoyáis en lo que me hace más feliz-sollocé, lágrimas calientes desbordándome los ojos y colmándome las mejillas-. Y aquí no hay términos medios. O estáis con Alec y conmigo, o estáis contra mí.
               Mamá y papá intercambiaron una mirada. Scott se pasó una mano por el pelo.
               -Saab…-empezó.
               -No. No puedo ceder en esto. No puedo, Scott. No puedo dejar opción a romper con Alec. Los dos dependemos de mí ahora-me limpié las lágrimas apresuradamente con la yema de los dedos-. Alec me ha protegido muchísimo tiempo, y ahora es mi turno. Ni siquiera sé si podré perdonaros que lo consideréis malo-añadí, mirando a papá y mamá.
               -No creemos que sea malo per se, pero sí que ahora mismo no te está causando el mejor de los efectos-respondió papá, y yo suspiré.
               -¿A ti no te dolió cuando te separabas de mamá y de nosotros para irte de tour? Pues esto es lo mismo. Me duele tenerlo lejos, papá. Creo que yo también tengo derecho a ser humana y a equivocarme de vez en cuando. Y él tiene derecho a que consideréis los sacrificios que hace por mí, cogiendo aviones que no puede permitirse, durmiendo en pleno vuelo y no pidiéndome absolutamente nada a cambio más allá de que no le deje.
               -¿Crees que no lo valoramos?-preguntó papá, la cabeza ligeramente inclinada-. Porque sí que lo hacemos. Si os hemos dado el beneficio de la duda ha sido precisamente porque no fue él el que nos pidió el avión ni el que se volvió loco cuando le dijimos que no podíais cogerlo.
               Abrí la boca para responder, pero mamá se me adelantó.
               -¿Él lo sabe?
               Me costó entender a qué se refería.
               -¿Lo de la fiesta?-mamá asintió, y yo también asentí-. Sí.
               -¿Cuánto sabe?
               -Lo necesario.
               -¿Sabe lo de las drogas? ¿Sabe que casi te violan?-preguntó, y Shasha dio un respingo.
               -Me salvó en Nochevieja de que abusaran de mí, así que puede lidiar con eso también-solté, y ahora los del respingo fueron papá y ella.
               -¿Qué?
               -Pero, ¿tú a qué cojones te dedicas cuando sales de fiesta con tu hermana?-ladró papá, y Scott se encogió un poco en el sofá.
               -Es que es bajita y escurridiza, pero lo estoy solventando.
               -¿Por eso le defiendes?-preguntó mamá-. ¿Porque sientes que tienes alguna especie de… deuda… con él-escupió-, y por eso tienes que defenderlo a capa y espada?
               -No, mamá-dije, levantándome y cogiendo mi bolso-. Le defiendo porque le quiero. Le defiendo porque no me da la gana estar sin él. Le defiendo porque es mi Zayn. ¿A que tú no renunciarías a papá por mucho que el abuelo te dijera que no es para ti? ¿Quién si no él podría haberte dejado preñada por accidente y luego perdonarte porque no pudieras darle más críos?-escupí sin poder frenarme, y me arrepentí en el acto por la cara que me puso mamá. Las dos pensamos en lo mismo: la razón por la que estábamos allí, por lo que habían ido a buscarme al orfanato.
               El bebé que mamá había perdido antes incluso siquiera de poder darle un nombre.
               Mamá me miró como si me viera por primera vez, un cuadro grotesco que hubiera pintado con los ojos cerrados, brochas peladas y pintura cortada. Papá se puso en pie y dio un paso hacia mí, dispuesto a cruzarme la cara, pero nada me habría hecho más daño que ser consciente de lo que acababa de hacer.
               Elegir bando. Destruir al enemigo.
               Equivocarme y creer que mamá era el enemigo.
               Cogí mi bolso y salí rápidamente de la consulta de Fiorella y del despacho de mamá, ignorando mi nombre de labios de mi hermano, al que no le dejaron venir detrás de mí. Salí a la calle y corrí y corrí y corrí, alejándome del edificio, de todo lo que había en él, de lo que habíamos hablado y del veneno que yo no sabía que tenía dentro y que había vertido sobre mamá. Corrí hasta que me dolieron los pies, e incluso entonces seguí corriendo, orilla del Támesis abajo, hasta que el corazón me martilleó tan fuerte en los tímpanos que pensé que me dejaría sorda, y que los pulmones me ardieron como si estuviera en medio de un incendio forestal.
               Me apoyé en la barandilla del río y luché por tomar una bocanada de aire, obligándome a mí misma a centrarme en mi cuerpo y en las sensaciones que estaba experimentando, por abrumadoras que fueran. El mundo a mi alrededor empezó a dar vueltas, y pronto mi campo de visión se oscureció, focalizándose como si  estuviera en un túnel en cuyos bordes hubiera puntitos de luz. No, no, no, no, no…
               Cinco cosas que puedes ver, intenté pensar, cuatro que puedas tocar, tres que puedas oír, dos que puedas oler, una que puedas probar.
               Cinco cosas…
               Alec. Alec, Alec, Alec, Alec. ALEC, le chillé al abismo. Me imaginé flotando en el infinito, con el lazo a mi alrededor, bailando, juguetón, ignorando a propósito lo mal que lo estaba pasando a modo de castigo. Allí también me eché a llorar, y apoyé la frente en la barandilla de hierro, caliente por el contacto con el sol, pero nada que me molestara comparado con lo que tenía dentro de mí.
               -Alec, por favor-gemí, notando las lágrimas deslizarse por mi rostro y sin poder hacer nada más que tratar de expulsarlas. Quizá si lloraba lo suficiente, el mundo dejaría de dar vueltas y de amenazar con morderme. Si lloraba lo suficiente, me deshidrataría y me desmayaría. O puede que hiciera un charco lo bastante grande como para poder considerarlo un lago y ahogarme en él.
               Estaba sola. Acababa de quedarme totalmente sola por mis propias acciones.
               Me las apañé para coger el hilo y tiré de él con fuerza. Se puso tenso en el acto. Busca ayuda, le pedí. Tráemelo.
               Mientras esperaba y me moría a la vez, alguien se me acercó y me dio un toquecito en el hombro.
               -¿Te encuentras bien?
               Me volví y pude ver a duras penas el rostro de un par de chicas con maquillaje de cara lavada impoluto. Parecían salidas de un anuncio de cosméticos promocionando una nueva línea de rutinas de cuidado facial carísimas, pero que valían su peso en oro. Me limpié las lágrimas rápidamente y asentí con la cabeza.
               -Sí, sólo estaba…
               -¡Oye! Tú eres Sabrae, ¿no? Sabrae Malik, la hermana de Scott-dijo la chica que me había puesto la mano en el hombro, y miró a su amiga en busca de confirmación. Ésta abrió muchísimo los ojos y la boca.
               -¡Sí! ¡Es Sabrae!
               -Oye, ¿nos podemos hacer una foto contigo?
               -Eh… ahora no es buen momento, lo siento. Puede que otro día-farfullé, recogiendo mi bolso del suelo y comprobando que tenía dentro la cartera. Me puse nerviosa al ver que no estaba mi móvil, pero luego recordé que no me lo habían devuelto aún, así que me colgué la correa al hombro y eché a andar con pasos temblorosos lejos de allí. Me había detenido cerca de un parque en el que los dueños de varios perros me estaban mirando como si fuera la atracción principal de aquella acera. Puede que lo fuera.
               Las chicas vinieron detrás de mí.
               -Eh, ¡espera! Solo una foto, por favor. ¡Venga! No somos de aquí, hemos venido a la apertura de una tienda pop up. ¿Qué te cuesta?
               No soy un animal de feria, pensé con rabia, limpiándome las lágrimas y apretando el paso.
               -Sí, no te preocupes, la retocaremos para que no se note que estás llorando-dijo la segunda-. Que, por cierto, ¿por qué lloras? ¿Tiene algo que ver con Alec?-preguntaron, y yo me quedé clavada en el sitio. ¿Cómo coño lo sabían esas dos imbéciles…?
               -¿Lo habéis dejado? No paran de salir rumores sobre eso últimamente. Y tú no subes nada con él. ¿Os habéis peleado?-preguntó la primera, sacándose el móvil del bolsillo trasero de los pantalones y enfocándome con la cámara. Automáticamente me di la vuelta y eché a andar, la cabeza gacha, las piernas doloridas por el esfuerzo, pero tenía que salir de allí.
               -¡O sea que ya no estáis juntos! ¿Es por algo en particular? ¿Te ha puesto los cuernos? Tiene una pinta de poner cuernos que no…
               -¡ALEC NO ME HA PUESTO LOS CUERNOS!-bramé-. Y NO HEMOS ROTO, JODIDAS COTILLAS DE MIERDA. ¿POR QUÉ NO OS METÉIS EN VUESTROS PUTOS ASUNTOS, EH? Y DAME ESE PUTO MÓVIL-ladré, enganchándole el teléfono con una facilidad pasmosa-. ¿¡OS PENSÁIS QUE POR SER FAMOSA AUTOMÁTICAMENTE DEJO DE SER UNA PERSONA!? ¿O ES QUE PENSÁIS PAGAROS LA OPERACIÓN DE CIRUGÍA ESTÉTICA CON LO QUE SAQUÉIS VENDIÉNDOLES UN VÍDEO MÍO LLORANDO A LOS TABLOIDES? PUES ALLÁ VA VUESTRA PASTA, IMBÉCILES-ladré, lanzando el teléfono lo más lejos que pude en dirección a la calle. Las chicas chillaron y salieron corriendo tras él, insultándome de paso, y yo aproveché la ocasión para correr lejos de allí.
               Tenía que esconderme en algún sitio. Me di cuenta de que ser Sabrae Malik tenía sus ventajas, como asistir a fiestas privadas y codearme con los artistas más importantes del momento…
               … pero también inconvenientes, como que mi dolor fuera motivo de entretenimiento nacional.
               Estaba sola. Sola y al descubierto, completamente vulnerable. No podía ir a casa, pero tampoco podía quedarme fuera.
               No sabía adónde coño ir.
               Y se me ocurrió que podía ir al único sitio en el que siempre sería bienvenida, al que me habían invitado incluso a estar sola, aquel cuya llave era mi corazón exclusivamente: la habitación de Alec.
               Mi santuario, mi refugio, el lugar en el que me había permitido ser yo sin ningún tipo de atadura, careta o disimulo por primera vez en mi vida; podía hablar tan alto como quisiera, reírme tan fuerte que hasta me doliera, o pasearme desnuda sin que me dieran miedo o me avergonzaran mis curvas.
               Lo bueno de que no me hubieran dado el móvil aún era que tampoco tenían manera de alcanzarme en mi Odisea particular, así que tendría un poco de paz en medio de la tormenta en que estaba convirtiéndose mi existencia. Contar con mi cartera me daba la suficiente independencia que necesitaba para salvarme; no podía coger el metro como una persona normal, no cuando podían reconocerme ahora, en mi hora más baja. Incluso aunque no supiera lo que iba a ser de mí o de mi familia, ese instinto de protección de mi privacidad y del control que me gustaba tener sobre lo que el mundo sabía de mí me llevaba a alejarme de los escaparates, de las cafeterías con terraza o de las tiendas particularmente pijas, que me atraerían con promesas de descuentos o regalos a cambio de conseguirles más clientes con mi mera presencia y un par de fotos. El dinero llama al dinero, y aunque yo estaba hecha de libras esterlinas para muchísima gente, precisamente llamadas era lo que no quería recibir.
               Detuve en plena carrera al tercer taxi que pasó a mi lado, ocupado por un hombre de pelo canoso y aspecto un poco lento en cuya aparente vejez confiaba para tener un poco de intimidad. Me refugié en la parte trasera, me senté tras él para que le fuera más complicado verme si me echaba a llorar de nuevo, y recité de carrerilla la dirección de casa de Alec. Sin decir nada, con esa indiferencia tan típicamente inglesa que solía horrorizarme más que gustarme, pero que ahora mismo me venía como la lluvia a un campo en plena sequía, puso la intermitencia, se incorporó al tráfico, subió un poco el volumen de la radio con las noticias permanentes de la BBC y me dejó a mi aire. Apoyé la cabeza en el cristal, mirando la ciudad pasar, mi casa. Esos rascacielos que habían protagonizado tantas películas y que tan exóticos y familiares a la vez les parecían a los extranjeros precisamente por ello, y que a mí no me habían atraído lo más mínimo hasta ese momento.
               Vivir en un barrio residencial de las afueras de la ciudad implicaba que valorara enormemente el espacio que una casa unifamiliar te proporciona, así como la libertad de tener un jardín en el que poder sentarte con la intimidad de que nadie verá lo que haces, excepto si son vecinos cotillas que no conozcan la vergüenza y a los que no les importe quedarse en el primer piso de su casa y asomarse a la ventana minúscula de su baño para poder espiarte. Me gustaba vivir en un lugar con escaleras, en el que pudieras identificar los pasos que pasaban por tu cabeza simplemente por sus sonidos, en el que los olores de repostería ascendieran hasta el desván y hubiera luz por los cuatro costados de la casa. No me atraían los pisos del centro, la necesidad de utilizar el ascensor para llegar a casa o el agobio que me producían los pasillos demasiado estrechos de los apartamentos que habían construido para los primeros años de los aspirantes a ejecutivos.
               Pero puede que mi casa dentro de muy poco fuera así. No lo había hablado aún con Alec, y no sabía si él se lo había planteado, pero un piso era una solución más que viable para un problema temporal, que sería el de nuestra residencia si en mi familia decidían no perdonarme. Lo que le había dicho a mamá había sido horrible, fruto de una maldad que yo no sabía que tenía dentro. Había sufrido lo indecible con el pasado y con todo lo que había tenido que pasar por la abuela y por sus reticencias a aceptarla en la familia aunque llevara una extensión de ésta en su vientre, y aunque sintiera desdén por la abuela y le produjera satisfacción saber lo equivocada que había estado, yo sabía que preferiría mil veces lo que Alec había tenido con ella a lo que ella había experimentado desde antes, incluso, de que su relación naciera.
               No sabía de dónde había venido aquello, o que lo tuviera en mi interior siquiera. No sabía cómo haría para volver a casa en algún momento de mi vida, o si me atrevería a volver a mirar a mamá a la cara. La forma en que ella y papá habían orquestado la sesión y lo tranquilos que se habían mostrado en comparación conmigo, perdiendo los papeles en momentos muy puntuales que incluso yo comprendía, me indicaban que sólo se preocupaban por mí. Puede que no lo estuvieran haciendo todo lo bien que deberían, pero de camino a casa de Alec en el taxi, sólo podía pensar en aquellos vídeos y frases que había visto en mis múltiples sesiones deslizándome por mis cronologías en mis múltiples redes sociales que hablaban sobre cómo idealizamos a nuestros padres y les exigimos una perfección impropia de un ser humano. Juzgaba mucho a mi madre y pensaba que no lo hacía bien más veces de las que lo pienso de mí misma, había escuchado una vez a una influencer mientras sostenía a su hijo recién nacido en brazos, porque no era consciente de que mi madre también estaba creciendo y madurando a la vez que yo.
                Todo esto era territorio nuevo para mis padres. Yo no quería volver a ser la Sabrae de antes, y veía difícil recuperarla porque Alec había dejado una huella indeleble en mí, marcando un antes y un después en mi vida de los que provocan que los años pasen de contarse a la inversa a hacerlo a derechas. Pero sabía que aquella Sabrae había sido más manejable para ellos. Les había dado más respiros, menos disgustos.
               Ojalá hubiera un punto intermedio en el que fueran compatibles las dos versiones de mí que ahora estaban en conflicto: la Sabrae de Alec y la Sabrae de mis padres.
               Ya la buscaría mañana. Ahora, de momento, lo único que me apetecía era meterme en la cama de Alec, taparme con sus sábanas, y llorar y llorar y llorar hasta dormirme. No recordaba ninguna época de mi vida en la que hubiera llorado tanto como antes, o en la que hubiera tenido tan de seguido pesadillas en las que volvía a estar en el capazo y la puerta no se abría. Ahora más que nunca necesitaba a Alec a mi lado, acunándome por las noches, hundiendo los dedos en mi pelo y diciéndome que él estaba allí, había obtenido la vida que estaba destinada a obtener, mi nombre era la palabra que a él más le gustaba pronunciar y yo era una Malik. Era una Malik. Era una Malik.
               No quería dejar de ser una Malik.
               Ni tampoco dejar de ser Sabrae.
               No tenía ni idea de cuándo aquello se había vuelto incompatible, y me tocaría elegir.
               -Ya hemos llegado, señorita.
               Sorbí por la nariz, abrí la cartera y le tendí un billete de cincuenta libras al taxista, que enseguida se puso a revolver en la guantera en busca del cambio, pero yo salí sin esperar a que me lo diera. Ni mi familia ni mi economía estaban para esos estipendios, pero ahora no podía pararme a pensar en el dinero cuando lo único que quería era esconderme y dar rienda suelta a mi dolor, mi tristeza, mi decepción.
               -¡Señorita, el cambio!-me dijo el hombre.
               -Quédeselo-dije con un hilo de voz apenas audible sobre el sonido de mis pasos en la grava de casa de Alec. Que el karma lo considerara una pequeña compensación por lo que había hecho con el teléfono de esa chica, aunque una parte de mí creyera que ella se lo merecía.
               Llamé al timbre. Tenía las llaves conmigo, pero me parecía lo más correcto, dado que venía en calidad de refugiada y no de usuaria de pleno derecho de aquella casa. Escuché unos pasos al otro lado de la puerta y una cadena que se descorría. Annie abrió la puerta, y su expresión era lúgubre cuando me miró. Expectante. Su boca estaba contraída en una mueca de disgusto, y abrió los brazos para dejar que me refugiara en ellos sin entrever que le sorprendiera que hubiera ido a su casa después de todo.
               Me derrumbé en su pecho, agradeciendo la calidez de su cuerpo y siendo incapaz de ignorar la diferencia que había entre el suyo y el de mamá. No sabía si en algún momento recuperaría esos abrazos que tanta tranquilidad me habían dado en el pasado, y la sola idea de pensar en que puede que nos hubiéramos dado ya el último abrazo sincero bastó para arrancar de mí un sollozo que nació de lo más profundo de mi pecho.
               Me estaba desgarrando por dentro.
               -Shh. No te preocupes, cariño. Todo va a pasar.
               Annie me acarició la cabeza y el pelo. Alec no me acariciaba la cabeza y el pelo cuando me abrazaba para consolarme, sino que me acariciaba la espalda, me daba besos en la sien, y me acunaba suavemente como recordándome que podía ser su niña si así lo deseaba o necesitaba.
               -¿Puedo quedarme a dormir esta noche?
               -Claro que sí, tesoro. Siempre que tú quieras.
               Annie no me preguntó qué me había pasado ni por qué estaba así. Simplemente me acompañó escaleras arriba, un brazo sobre mis hombros, la mano en mi brazo, me abrió la puerta de la habitación y me sentó en la cama. Me ayudó a quitarme los zapatos, me abrió la cama, me acercó un paquete de pañuelos y lo dejó sobre la mesita de noche, justo al lado del cargador del móvil de Alec. Pensé en buscar su móvil para ver los videomensajes, pero en cuanto me di cuenta de que siempre los relacionaría con ese momento de mi vida, decidí que sería mejor verlos en otro momento, cuando estuviera más tranquila. Llevaba ya los suficientes días sin verlo como para que uno más no tuviera apenas importancia.
               Annie esperó a que yo me metiera en la cama, me arropó, y me dio un beso en la frente. Sorbí por la nariz y miré cómo se disponía a marcharse, y supe que si se iba, algo dentro de mí se rompería y jamás volvería a unirse.
               -Annie-susurré, y ella se volvió-. ¿Te tumbas un poco conmigo?
               En las noches de tormenta, cuando yo era un bebé, lo único que me mantenía tranquila era que mamá me tumbara a su lado y me acariciara la tripa, mirándome con esos ojazos suyos que podrían guiarme por la más absoluta oscuridad, esos ojazos en los que yo no tenía defecto alguno, y era lo más perfecta que lo ha sido jamás ninguna persona. Necesitaba ser perfecta aunque sólo fuera una última vez.
               Necesitaba que alguien me ayudara a capear el temporal.
               Necesitaba ser hija y tener una madre una última vez para, así, si hacía falta, aunque yo no quisiera, saborear hasta el último instante y, luego, poder despedirme.
               Annie tragó saliva, apartándose un mechón de pelo de la cara, y asintió con la cabeza.
               -Pero antes deja que te traiga un vaso de agua.
               -Vale-dije con un hilo de voz. Me di la vuelta en la cama y tiré un poco más de la funda nórdica para taparme hasta la nariz. Apenas veía una ranura de la habitación de Alec, pero era una ranura que se correspondía con su techo, una ranura que había sido el fondo muchas noches de amor y pasión. Así que miré esa ranura y la luz que se colaba por la claraboya mientras Annie trasteaba en el piso de abajo. La escuché caminar en un silencio felino en dirección a la cama; dejó el vaso de agua en la mesita de noche, se descalzó, y se tumbó a mi lado de una forma tan familiar que resultaba incluso dolorosa. Cerré los ojos con fuerza, como así fuera a eximirme de las leyes de la física y retener mis lágrimas.
               Annie me pasó la mano por el costado, siguió las líneas de mi silueta, y terminó en mi pelo. Así debería haber sido con mamá si en algún momento Alec dejara de quererme y yo buscara su consuelo.
               Pensar en que eso pudiera pasarme alguna vez me rompió un poquito más si cabe. Sorbí por la nariz, inhalando el aroma del perfume de Annie, a alhelí y azahar y…
               … y…
               Orquídea.
               Me di la vuelta y la miré por encima del hombro, y mamá me sonrió con tristeza, mostrándome todos sus dientes.
               -Sé que se lo pediste a Annie, pero nos pareció que no te importaría que te diéramos una sorpresa más hoy.
               Sorbí de nuevo por la nariz, tratando de enfocarla a través de mi cortina de lágrimas.
               -¿Cómo sabías que vendría aquí?
                -Porque no tenías otro sitio al que ir.
               -Podría haber ido a casa.
               A mamá se le humedeció la mirada, y su boca se torció en una mueca de disgusto muy parecida a una sonrisa invertida.
               -He hecho que ya no consideres mi casa tu casa, mi amor. Y no sabes lo terriblemente arrepentida que estoy de haberte arrebatado uno de los pocos lugares seguros que te quedaban ahora que…
               Dejó la frase en el aire, pero era un comienzo. Las dos sabíamos que le costaría un poco volver a pronunciar su nombre, pero con unos puntos suspensivos a mí me bastaba para saber que ese “ahora” quería decir “ahora que Alec no está”.
               Me acarició el nacimiento del pelo, jugueteando con mis rizos como cuando era un bebé y descubrieron cómo sería mi melena.
               -Mi princesita de ricitos de azabache-me había dicho una y mil veces, sujetándome por debajo de los brazos con las dos manos y agitándome en el aire, riéndose cuando yo me reía y dándome un beso en la punta de la nariz. Supongo que era normal que no quisiera compartirme con nadie. Yo también habría matado por defender a esa niña, incluso aunque ya no la echara de menos. No cuando sabía la mujer en que podía convertirse, en la que Alec la había convertido.
               Ese silencio era un comienzo. Muchos silencios lo eran.
               Tragué saliva, me relamí unos labios que notaba resequísimos, y musité:
               -Siento muchísimo lo que te dije, mamá-no sé cómo hice para terminar la frase sin que me fallara la voz, pero lo conseguí.
                -Lo sé, cariño. Y yo también siento mucho todo por lo que estás pasando. Siento que papá y yo te hayamos hecho creer que queremos hacerte daño. Te aseguro que no es así, mi amor. Daría mi vida por ti sin pensármelo dos veces-me prometió, inclinándose a darme un beso en la sien. Era el primer beso que me daba en el que yo no me apartaba después de unas semanas larguísimas, y odié que estuviera edulcorado con lágrimas por parte de las dos.
               -Quiero que todo vuelva a ser como antes, mami.
               Mamá asintió con la cabeza. Sabía a lo que me refería: a no cerrar del todo la puerta de la habitación, a sentarme sin más entre sus piernas cuando quería que me cepillara el pelo, a hacer yoga las dos juntas, uno al lado de la otra. A hablar de amor y de parejas y soñar con que yo podría tener lo que ella ya tenía: una casa propia, una familia hecha por ella, hijos que la adoraran, un marido siempre dispuesto a compartir con ella el paraguas y la cama.
               Lo quería con Alec. Por favor, por favor, que me dejara tenerlo con Alec.
               -Tendremos que esforzarnos un poquitín. Pero yo creo que podremos. Juntas, tú y yo, podremos. Con la ayuda adecuada será posible.
               Sorbí por la nariz y dejé que me sonara como si fuera una cría desvalida y enfermita.
               Porque era una cría desvalida y enfermita.
               -Pero no puedo renunciar a Alec, mamá.
               -Eso lo sé. En parte, para eso va a ser la ayuda. Tienen que recordarme los motivos por los que le confié mi tesoro más valioso. Pero no te preocupes: soy abogada, y bastante buena. Sé aceptar los buenos argumentos de mis contrincantes, y retirarme de la pelea antes de perderla.
               Me besó la frente.
               -¿Me das un beso, preciosa?
               Me incliné para besarla en la mejilla, y ella sonrió con tristeza.
               -Duerme un poco, mi amor. Necesitas descansar después de todo por lo que has pasado.
               Después de todo por lo que has pasado. Era eso exactamente lo que me había dicho cuando le dije que saldría con mis amigas y que, por tanto, no podíamos tener aquella conversación que tanto le urgía. ¿Cómo de distintas serían ahora las cosas si no hubiera aceptado que me fuera?
               ¿Y cuánto se le curaría la herida que yo le había infligido al decirle que era mala madre cuando había priorizado mi bienestar por encima de su tranquilidad?
               -¿Quieres que te traiga la mochila y los libros para ir al instituto mañana directamente desde aquí?
               Negué despacio con la cabeza, y por fin asomó una sonrisa alegre a su boca.
               -Bueno. En ese caso, tú descansa. Cuando quieras volver a casa, llámanos, y papá pasará a buscarte, ¿vale, tesoro?
               Asentí, y mamá se acercó a la puerta.
               -Descansa, mi niña.
               Sorbí por la nariz.
               -Mamá.
               -¿Qué, cielo?
               -Siento mucho que perdieras a tu bebé.
               Mamá apoyó la mano en la puerta y se mordió los labios, inclinando la cabeza a un lado y luchando contra sus lágrimas.
               -No perdí a mi bebé. Nació ese mismo día. Otra mujer la dio a luz por mí, solo que no se dio mucha prisa, así que llegó un poquito más tarde.
               Me eché a llorar con más fuerza.
               -Lo siento tantísimo…
               -No te martirices más, cielo. No pasa nada. Tu hermano tiene razón: no podemos castigarte por sufrir. Así que no lo hagas más, mi vida. Mañana hablaré con Fiorella y le pediré que nos haga hueco para sesiones juntas y para ti sola, ¿te parece bien?
               Asentí con la cabeza de nuevo, y mamá empezó a cerrar la puerta.
               -Mamá.
               -¿Qué?
               -No decía en serio lo de que eras una madre de mierda. De hecho, creo que eres la mejor. Yo tendría suerte si fuera la décima parte de buena que lo eres tú.
               Sonrió, esta vez de verdad.
               -Si tus hijos son la centésima parte de buenos que lo has sido tú con tu padre y conmigo, entonces serás mil veces mejor que yo, Saab. Descansa, mi vida.
               Y cerró la puerta, dejándome a solas en la habitación de Alec. Me di de nuevo la vuelta y me quedé mirando las fotos que se había dejado en casa, en la mesita de noche. Había hecho copias de un par nuestras para metérselas en la maleta y las había dejado de vuelta en la mesita de noche; una de ellas era de los dos en su graduación, conmigo mirando a la cámara, levantando un pie y haciendo el gesto de la victoria mientras ponía morritos, mientras él me pasaba el brazo por la cintura y simplemente me miraba sonriendo. Y, al fondo, entre la multitud, papá y mamá nos miraban también, igual de sonrientes, o puede que más, que Alec. Se alegraban de que me hiciera feliz. Se enorgullecían de que hubiera encontrado a alguien bueno y luchador como él.
               No tenía garantizado que volvieran a mirarnos así, pero supongo que la terapia era un paso en la dirección correcta. Adónde nos llevaría ese camino aún no lo sabía, pero tenía cosas más importantes de las que preocuparme ahora.
               Por ejemplo… qué coño le decía en la próxima carta. ¿Sacrificaba al Alec de veinte, treinta, cuarenta años, por mantener tranquilo al de dieciocho, o lo arrojaba a los leones ahora y rezaba para que no le hicieran nada?
                ¿Hacía honor a las promesas explícitas que le había hecho y le contaba la verdad, jugándomelo a los dados… o cumplía las promesas que nos hacíamos todos los amantes en mitad de la noche, cuando nos mirábamos a los ojos y nos decíamos lo que las palabras no podían, y le protegía con mi vida, desde hoy hasta el final?




             
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. BUENO EMPIEZO ESTE COMENTARIO DICIENDO QUE LE COMO LOS HUEVOS A SCOTT MALIK Y BESO EL PUTO SUELO POR EL QUE CAMINA MIL VECES.
    NO SE CANSA DE SER LO MEJOR QUE HA PUTO PARIDO EL UNIVERSO LITERARIO SI SEÑOR.

    Centrandome ya en la sesión no se como lo has hecho pero has conseguido que termine empatizando muchísimo con Sher, antes incluso de la escena final he de decir, y sinceramente aun que lo que ha dicho sabrae es jodidamente horrible no me parece tan out context. Me parece que todos se llenan la boca que la ausencia de Alec ha cambiado a Sabrae y eso no es mentira sin duda, pero ya implicito que tmb eso ha generado que se mas contestona y yo solo puedo pensar que a todos se nos olvida que tiene 16 años y que esta en la puta edad del pavo.

    Volviendo a la charla, me ha faltado escuchar a Sasha que aunque se que vendrá mas tarde pensaba que diría algo o lo semi resolverian.

    Por otro lado Zayn me sigue pareciendo el mas idiota y estoy deseando que sea ya el puto cumpleaños de Tommy para que alec vuelva y si es necesario le meta un puño (aunque ya el tema se haya solucionado)

    Pd: estoy deseando ver como se desarrolla todo y solo espero que realmente el cuente todo a alec

    ResponderEliminar
  2. Por fin estoy al día!! Comento cositas del cap:
    - La tensión en la mayoría del capítulo se podía cortar con un cuchillo madre mía.
    - Scott dios nuestro señor siendo el puto amo un día más osea el momento “¿Quién dice que yo no haya venido a defender a Alec?” ha sido maravilloso y el momento ponerse a gritar a Zayn más aún. De vez en cuando tienes que recordarnos que la razón por la que Sabrae tiene un spin off es Scott y me parece genial la verdad.
    - Que risa el “¿Qué defectos tengo, puto subnormal?” de Alec, echo de menos a Scalec interactuando.
    - Scott defendiendo a Shasha me ha puesto tiernita la verdad.
    - La terapia conjunta ha sido una muy buena idea.
    - Me da que el momento de Sabrae con las “fans” va a traer alguna consecuencia negativa, me lo veo venir.
    - Adoro que Sabrae siempre encuentre un lugar seguro en casa de Alec.
    - El momento Sher-Sabrae ha sido precios dios las ganas que tenía de que esto pasase de verdad.
    Ganitas del cap de hoy <3

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤