domingo, 28 de mayo de 2023

Pólvora.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No pegué ojo en toda la noche que le siguió a esa tarde en la que debería haber encontrado en la voz de Saab el consuelo que necesitaba para lo mierda que estaba siendo el voluntariado. Después de hablar con ella por teléfono y que nuestra llamada se viera interrumpida de esa manera tan grosera por Valeria, que no necesitaba demostrarme de más modos que no sentía ningún tipo de aprecio por mi persona, había regresado al santuario de las mujeres con la cabeza tan en la Luna que Nedjet había terminado por enviarme de vuelta al campamento un par de horas antes.
               -Si aparte de calcular puntos de soporte para las vigas maestras y vigilar en qué momento pasa alguna de las mujeres por un sitio en el que pueda vernos o escucharnos también tengo que estar pendiente de que no te caiga un tronco encima y te deje peor de lo que ya estás, casi prefiero que te vuelvas con Valeria-gruñó Nedjet. Yo me lo había quedado mirando sin entender a qué coño se refería. Sí, vale, me había puesto como una fiera con Valeria cuando me colgó el teléfono, aunque entendía que llevaba demasiado tiempo acaparando su oficina y tenía cosas más importantes que hacer que esperar a la puerta a que yo terminara de charlar con mi novia, y sólo por la forma en que le había gritado Valeria me había mandado de una patada en el culo de vuelta al santuario, pero hasta ese momento me había sentido relativamente útil.
               Luego Nedjet me había señalado el tablón que había estado clavando a otro con hasta cinco clavos más de los necesarios y me había dado cuenta de que, sí, vale… puede que no estuviera muy fino con mi trabajo, y que lo mejor sería dar un paso atrás, siquiera para que Nedjet pudiera concentrarse en sus cosas, pero eso sólo me había dado más tiempo para retroalimentarme. Ir a la cabaña y quedarme completamente solo no había ayudado tampoco a mi tranquilidad, y para cuando Luca llegó de sus tareas, dispuesto a pegarse una ducha, cenar y meterse en la cama a roncar como una moto, yo ya tenía el cerebro a mil revoluciones por minuto considerando todas las situaciones a las que se debía de estar enfrentando Sabrae por cumplir esas promesas que yo mismo había incumplido durante la llamada.
               No podía decirle que me llamara cuando quisiera porque me habían prohibido volver a la sabana por haber ido a verla; eso sólo serviría para que se martirizara todavía más por todo lo que había pasado. Podía decirme todo lo que quisiera sobre lo segura que estaba de la decisión que había tomado y de lo bueno que yo era para ella, en lo mucho que le estaban fallando sus padres al no darle el apoyo que necesitaba cuando más lo necesitaba (algo en lo que, por cierto, estábamos de acuerdo), pero yo había escuchado el dolor en su voz cuando me había confesado que echaba de menos a su madre. A su madre, y no a la persona con la que ahora convivía.
               Cualquiera que las conociera sabía que eran inseparables. Sherezade había sido durante mucho tiempo la piedra angular en la vida de Sabrae; por mucho que Scott fuera ese sol que ahora me tocaba a mí, por ser el que iluminaba sus días y le daba el calorcito que necesitaba para que no se le helaran los huesos en el frío del invierno que podía llegar a ser la adolescencia femenina, Sherezade había sido siempre esa guía que marcaba en qué dirección caminar. Yo era perfectamente consciente de que le debía mucho a Sherezade; no sólo por haber encontrado a Sabrae en todo el mundo, haberla querido desde el momento en que posó los ojos en ella y haberla criado como lo había hecho, sino porque la había cultivado como a la más hermosa, audaz y poderosa de todas las flores que podías encontrarte en un jardín botánico especializado en belleza. Si Sabrae era como era, era porque Sherezade la había hecho así, y si yo me había enamorado de ella, y ella de mí, era porque Sherezade había interpretado a la perfección su papel de madre concienciada que no iba a dejar que a su hija se la comieran los miedos que asaltan a todas las niñas cuando pasan a ser chicas. Sabrae era segura de sí misma y de su valía, era sabia y también curiosa, todo porque Sherezade había alimentado desde pequeña ese lado de ella, y había hecho que brillara con una luz con la que no lo hacían ninguna de las chicas con las que yo me había cruzado a lo largo de mi vida.
               Cada poco tiempo, además, se preocupaba de retocar su obra maestra con pequeños gestos que iban desde decirle que estaba guapísima en los días en que Sabrae decidía equivocarse y buscar malos ángulos en el espejo; le decía que era lista cuando le costaba un poco más que los demás resolver un ejercicio; y le decía que era valiente cuando se retraía en su interior, escondiéndose de una sociedad que la tenía tomada con ella por representar todo lo que no cumplía con sus cánones: no era blanca, ni cristiana, ni heterosexual. Ni siquiera era hombre, y ya por eso no se merecía que la perdonaran, o eso trataban de hacerle creer. Pero Sherezade siempre había estado ahí para ella, susurrándole al oído una verdad que se escondía en los añicos de luz solar de una calle infectada por las sombras de la multitud: era suficiente. Era perfecta. Era todo lo buena que podía serlo nadie.
               Era Sabrae Malik. Algo único e irrepetible y que se merecía ser celebrado.
               Y no aislado en un rincón de su casa porque no siempre había satisfecho esas expectativas durante quince segundos, porque se había permitido ser joven durante quince segundos, porque había deseado ser egoísta durante quince segundos.
               Porque, durante quince segundos, mi estancia en Etiopía había sido demasiado para soportarla. Demasiado para que Sabrae fuera valiente, para que se sintiera suficiente, para creer que había esperanza y que lo que los demás decían de ella no era lo que la definía, sino lo que ella era.
               Sí, Saab necesitaba a Sherezade más de lo que le gustaría admitir en estos momentos, y desde luego todavía más si no nos tenía ni a Scott ni a mí a su lado. Este año sería muy jodido para ella, y no podía permitirse perder energías fingiendo que no le importaba que su madre hubiera marcado las distancias entre las dos, o que no le ofreciera ese hombro sobre el que llorar que tanto necesitaba por mi culpa. Y me preocupaba que ella, terca como una mula, agotara todas sus energías intentando convertirse en una chica que no tiene una relación muy estrecha con su madre y se le olvidara reservarse para sobrevivir a mi ausencia.
               Y todo, ¿para qué?, me pregunté a mí mismo, solo las estrellas y la Luna para contestarme. Para nada. No; peor que para nada. Para sufrir. Para que nuestras ausencias nos comieran vivos sin que nosotros pudiéramos hacer nada para impedirlo.
               Tengo consuelo sabiendo que eres feliz, me había dicho. Y yo, como el puto cobarde que soy, no me había atrevido a decirle que no era feliz en Etiopía y que, si las cosas en su casa estaban como estaban, iba a pasarme el resto del voluntariado, fueran diez meses o fueran diez horas, comiéndome la cabeza pensando en lo que le había hecho a Sabrae con su familia. Ella me había pedido que me marchara de nuevo al campamento en un contexto radicalmente distinto al que estaba viviendo; no tenía toda la información, y era culpa mía, era yo quien se la estaba negando. Además, estaba incumpliendo una de las promesas más importantes que nos habíamos hecho en el proceso, la que servía de base de toda nuestra relación y sobre la que se asentaban nuestros sentimientos, la confianza que nos teníamos  y que nos permitía echarnos de menos sin miedo: no estaba siendo sincero con ella.
               Ni siquiera sabía si era tan imbécil como para decirme que la estaba protegiendo, porque no sabía a qué obedecía aquel instinto que me había dicho “cállate”: ¿me preocupaba que ella cambiara de opinión si yo le decía que su sacrificio era en vano con respecto a mí, o con respecto a su madre? ¿O me preocupaba que ella me pidiera volver entonces y yo le obedeciera? ¿O que no me lo permitieran? ¿O conservar esperanzas de que las cosas acabarían mejorando y sentirme un egoísta que sólo pensaba en sí mismo cuando estaba clara la solución a los problemas que Sabrae y yo teníamos? Podría regresar a Inglaterra, matricularme en la universidad que no me hubiera inadmitido (si es que la había) y estudiar por la mañana y trabajar por la tarde. Mis padres nos echarían una mano; quizá incluso dejarían que Sabrae y yo nos quedáramos una temporada en casa mientras buscábamos algo a lo que mudarnos. Por supuesto, sabía que no pararíamos de enfrentarnos a obstáculos, pero si yo me sentía impotente en Etiopía era, precisamente, porque no tenía a Sabrae conmigo para animarme a luchar y motivarme lo suficiente para darlo todo de mí y así poder ganar.
               “Ya sé que no te doy todo lo que te mereces, pero, joder, Sabrae, me mato intentándolo” le había dicho por teléfono. Sabía que me mataría incluso más por conseguir sacarla adelante, a ella y a mí, si me ponían contra la espada y la pared y hacían que la situación dependiera exclusivamente de mí.
               Me di la vuelta en la cama y suspiré. ¿Qué pasaría si no era suficiente? Quizá pudiera conseguir algo mínimamente decente después de tiempo estudiando, y luego le tocaría el turno a Sabrae (sus padres no serían tan cabrones de impedirle el acceso a los ahorros que habían guardado para la universidad, ¿verdad?), y ella se labraría un futuro brillante con su propio esfuerzo, algo que no le debería a nadie más que a sí misma. Pero irse de casa supondría que ya no habría más navidades en familia, nada de cumpleaños multitudinarios, ni de vacaciones en las que hubiera que reservar habitaciones pegadas para facilitar el paso de unas a otras.
               ¿Sabrae podría quererme si le permitía dejar de ser ella?
               ¿Seguiría siendo mía si dejaba de ser de su familia?
               Volví a suspirar. No me arrepentía en absoluto de la decisión que había tomado; estar sin ella me mataría, dejar de pertenecerle supondría dejar de ser yo, y me encantaba ser yo ahora que estaba con ella. Pero… quizá debiera haberle ofrecido volver a casa y afrontar aquello juntos. Yo sería ese hombro sobre el que llorar ahora que la causa de sus lágrimas no se apellidaría Whitelaw. Quizá yo pudiera mediar entre las dos, por mucho que me jodiera tener que facilitarle la vida a una tía que quería separarme de su hija, pero por Saab… por Saab, lo que fuera.
               Incluso perdonar a Sherezade. Por imposible que me pareciera e imperdonable que considerara su comportamiento, si la felicidad de Sabrae dependía de que yo pasara página y fuera capaz de sentarme en la misma mesa que su madre, ponerle buena cara y comerme la comida que me sirvieran aun a riesgo de que estuviera envenenada… joder, sería el puto nuevo protagonista de Downton Abbey. “Diplomacia” sería mi segundo nombre.
               Tiré del anillo que me había regalado y que ahora mismo reposaba en mi pecho para poder poner distancia con él y así poder mirarlo. Había leído no sé dónde que los anillos matrimoniales eran anillos porque simbolizaban la eternidad de la unión que las dos personas decidían formar, pues no tenía principio ni tenía fin. Yo no sentía que lo mío con Saab tuviera un principio, así que tampoco podía tener un fin. Para mí, quererla era algo que estaba incluido en mi código genético, la razón por la que respiraba y comía y dormía y había tomado todas las decisiones de mi vida, buenas y malas: todo había sido para llegar hasta ella y encontrarnos algún día en ese punto perfecto en el que estábamos cuando estábamos en la cama.
               Tampoco quería que tuviera un fin. No debía tener un fin. Si Sabrae estaba en lo cierto y había algo después de la muerte, entonces estaba seguro de que mis sentimientos me seguirían. Además, ningún cielo sería tal si yo no estaba con ella; y ningún infierno ardería lo suficiente como para quemar lo que me hacía sentir. Estaba cubierto por ambos frentes.
               Y si era yo el que tenía razón y después de morir no había nada… creo que incluso entonces mis sentimientos por ella pervivirían. Me las apañaría para que mi amor me trascendiera; ya fuera en nuestros hijos o simplemente en las cartas que le enviaba, lo conseguiría.
               Sherezade y Zayn no tenían poder para romper ese círculo y escribir el final de nuestra historia. La pluma la tenía Sabrae, y eso me tenía relativamente tranquilo.
               Lo que me preocupaba muchísimo era que también la tenía yo, y yo tenía un historial de cagadas a mi espalda que no era conveniente ignorar.
               -Espero que estés bien-le susurré al anillo, y me lo llevé a los labios. Estaba frío allí donde el aire estaba en contacto con él, y caliente donde lo había estado mi piel. Las dos caras de una misma moneda, igual que Sabrae y yo.
               -Cosa?-preguntó Luca medio en sueños, y yo inhalé profundamente. Puse los ojos en blanco y me acordé de quién me había pegado ese gesto: otro salvavidas en el mar disponible para Sabrae. Shasha.
               -A planchar la oreja, espagueti-dije. Luca se dio la vuelta, murmuró algo en sueños, y se durmió de nuevo.
               Para cuando me tocó levantarme, me había pasado la noche entera preguntándome cómo enmendar todo esto, si decirle a Sabrae la verdad y elegir entre los dos si me quedaba o volvía, o la mantenía en la ignorancia porque ya bastante tenía con lo suyo como para encima empezar a preocuparse también por mí. ¿Seguía siendo un puto desgraciado sin propósito definido y, además, un mentiroso y la protegía, u honraba a mis promesas y me arriesgaba a terminar de romperla?
               Sólo esperaba que Shasha me estuviera comprando el tiempo que necesitaba… y que Scott no apagara el móvil entre concierto y concierto.
 
 
 -¿Habéis traído lo que os pedí?-les pregunté a las chicas en un susurro. Habíamos quedado en entrar cinco minutos antes a clase, así que aún no había demasiada gente en el aula que pudiera observar nuestra pequeña sesión de contrabando. Las tres asintieron con solemnidad, y procedieron a dejar las mochilas sobre sus respectivas mesas, abriendo las cremalleras y mirando alrededor como si estuviéramos a punto de traficar con droga. Lo que les había pedido que me trajeran, sin embargo, era más peligroso que una bolsita con polvos bancos o pastillas con marcas de automoción grabadas en su superficie, capaces de derrocar dictaduras y llevar el progreso a los rincones más inhópitos del mundo.
               Libros.
               Les había pedido que me trajeran libros. Pero no libros cualquiera; oh, no. La mañana anterior, el primer día en que había podido hablar con alguien fuera de mi familia de aquel castigo que me habían impuesto mis padres, les había contado con pelos y señales todo lo que había pasado la tarde anterior y por qué las había dejado plantadas. Aunque al principio se habían mostrado enfadadas por haber desaparecido sin dejar rastro, enseguida se disculparon conmigo por sus juicios acelerados y me prometieron que se arrepentían de haberse pasado media tarde insultándome; luego se mostraron escandalizadas cuando les conté lo que mis padres y yo nos habíamos gritado, y finalmente ahogaron un grito cuando llegué a la parte de la nota de Shasha en un post-it morado pegado al anverso de la carta de Alec, como si el color o la cercanía a las palabras de mi chico fuera a volverme más benevolente con ella. De ser ése su plan, no había resultado para nada como mi hermana se esperaba. Habían tenido que obligarme a salir a cenar, y aun así no probé bocado, justo después de castigarme, y cuando Shasha me ofreció ver una serie en mi habitación, me limité a cerrarle la puerta en las narices y pasarme con la vista perdida frente a un libro dos horas más de las que solía emplear en dormir antes de acostarme.
               No le había dirigido la palabra a nadie en casa desde que aquella nota se coló por debajo de mi puerta, con la salvedad de las despedidas a Duna para que tuviera un buen día en el cole. También era la única persona a la que había pasado a darle besos de mi familia. No me apetecía relacionarme ni con mamá, ni con papá, ni por supuesto con la traidora de Shasha.
               Tenía pensado encontrar en mis libros un consuelo que sabía que me costaría horrores, pero tenía la esperanza de que, con unas cuantas escenas de nueva creación a las que yo no había tenido acceso hasta entonces, mi tiempo en la Edad Oscura de la Tecnología, sin más acceso a Internet que los pitidos de los móviles de mamá, papá o Shasha cuando recibían un mensaje, se me hiciera un poco más ameno.
               Y también tenía que escribirle la carta a Alec. No era tan boba como pasar pensar que no me quitarían los folios o los sellos que tenía guardados en un cajón, así que los había escondido en la funda del colchón y en una caja de condones que misteriosamente no me habían requisado, seguramente para burlarse de mí porque sabían que no tenía manera de usarlos, ni tampoco con quién. El vibrador que Alec me había regalado también estaba en el cajón del armario en el que lo guardaba desde que él me lo dio, así que debería tenerlo todo para escribirle a mi novio una carta como la que le había prometido.
               Lo tenía todo, excepto el humor. Y cuando había ido a mi estantería, dispuesta a copiar una y mil veces si hacía falta las principales escenas de sexo que había leído a lo largo de mi vida…
               … cuál había sido mi sorpresa al descubrir que los libros ya no estaban allí, sino que habían sido sustituidos por lecturas mucho más inocentes y constructivas.
               La cabeza había empezado a darme vueltas como cuando sufrí el ataque de ansiedad al descubrir que la culpa de todos mis males era de Shasha, pero me obligué a conservar la cordura, mantener la cabeza fría e idear un plan. Que yo estuviera incomunicada no significaba necesariamente que Alec también lo estuviera, y se merecía disfrutar de tener noticias mías como el que más. Después de todo, con la salvedad de mi encierro, mi vida seguía siendo como hasta la fecha; la de él había pegado un cambio radical que no tenía por qué verse reflejado en su situación sentimental, no en su paz mental. Y no tener noticias mías pronto le afectaría, así que el tiempo jugaba, de nuevo, en nuestra contra. Con la pelea con mis padres había perdido un día entero en el que ni siquiera había sido capaz de pensar en escribirle a Alec; al segundo día no estaba de humor de seguirle el rollo guarro en las cartas.
               No podíamos permitirnos un tercero.
               De modo que, la tarde anterior, aprovechando que Shasha estaba en la ducha, papá encerrado en la habitación de los graffitis “en pleno proceso creativo” (es decir, haciéndose unos porros tan grandes como mi brazo; y luego la mala influencia para mí era Alec), y mamá en el despacho, me colé en la habitación de Shasha, le cogí el móvil, se lo desbloqueé, le mandé un mensaje a Amoke pidiéndole que ella, Taïssa y Kendra me trajeran los libros más guarros que tuvieran mañana a clase, y después de decirle que no le contestara al mensaje a Shasha, eliminé los que acababa de mandarle y me metí de nuevo en mi habitación.
               -¿De dónde vienes?-preguntó papá, que me había escuchado caminar por el piso de arriba y se había asomado a las escaleras para localizarme.
               -Tenía sed-dije.
               -¿Y has bebido de la fuente que hay en la habitación de tu hermana?-atacó, y yo me obligué a mantener la calma. Que papá y mamá no me cayeran bien por aquel entonces no suponía que no fuera consciente de que tenía que llevarme bien con ellos, aunque fuera sólo para que me dejaran coger mi móvil y buscar un piso en el centro al que pudiera mudarme para estar tranquila.
               -Se me ha acabado la tinta de boli con el que copio los enunciados para los deberes y he ido a por el estuche de Shasha.
               -¿Y dónde está el susodicho bolígrafo?
               -No he encontrado su estuche.
               -Qué conveniente.
               -¿Necesito hablar con mi abogado para que me asesore en este interrogatorio, o has terminado?
               -Pues mira, ya que lo dices, que necesitas hablar con tu abogado. Si quieres, puedo llamar a tu madre y que te represente; quizá con un poco de suerte dejarás de cerrarte en banda de una vez.
               -¿Soy yo la que se cierra en banda? Vaya, pensaba que me habían castigado y encerrado en mi habitación.
               Y había pegado un portazo tan fuerte que incluso me causó satisfacción. A veces una chica simplemente necesita ser una dramática de mil pares de narices para sentirse un poco a gusto con su mierda de vida.
                Kendra me tendió libros de erótica pura y dura, simples pero efectivos: la trilogía de Cincuenta sombras era la única que tenía portadas que no mostraran abdominales al aire libre o conjuntos de lencería; Taïssa, por su parte, me había traído una selección de su colección de libros de dulce romántica, en la que había unos marcadores estratégicos aquí y allá, señalando las frases que más le habían gustado o los momentos en que la tensión sexual por fin encontraba su catalizador.
               Y Momo, bendita sea, sabía que necesitaba contenido de alto voltaje del bueno, del que te tiene agazapada en la cama, leyendo bajo las sábanas con una linterna y los dedos de los pies inquietos como en un festival de música electrónica; esos libros que te hacen creer que la zoofilia tampoco es tan repugnante, sobre todo porque dentro de la zoofilia se incluirían las relaciones sexuales entre humanas y ángeles, demonios, metamorfos y hadas. Exhalé un sonoro suspiro cuando reconocí las portadas de la saga de Una corte de rosas y espinas. Necesitaría mucho de los capítulos que tanto Momo como yo habíamos marcado religiosamente en nuestros respectivos ejemplares para no perder de vista los mejores polvos de las parejas inmortales, pero si algo obraban esos libros, eran milagros; y yo necesitaba uno desesperadamente.
               -Por estas cosas eres mi mejor amiga-dije, cogiendo Una corte de niebla y furia y pasando las páginas a toda velocidad hasta el capítulo en el que por fin hay un poco de desenfreno sexual. Suspiré sonoramente y Kendra chistó.
               -¡Oye! Gracias por la parte que nos toca a Taïs y a mí.
               -Que conste que me encanta poner en común escenas cochinas de libros con vosotras, chicas, ¿pero por qué los necesitabas con tanta urgencia y justo ahora?-preguntó Taïssa mientras Momo se sentaba en su silla con una sonrisita de suficiencia. Apretujé los libros al fondo de mi mochila y me regodeé al comprender que tendría que llevar mi carpeta y, al menos, uno de los libros de texto en la mano para poder volver con ellos a casa. Tenía unas amigas que no me las merecía, por cómo salían a mi rescate sin dudar siquiera de si mis gritos de ayuda eran o no exagerados.
               -Aún no he respondido a la carta de Alec-expliqué, poniendo un envoltorio de chicle que encontré en el fondo de mi mochila en el capítulo al que acudiría esa tarde y guardándolo también en mi mochila. Lo último que necesitaba era que Louis, con quien teníamos clase a primera hora, me viera en pleno intercambio literario con mis amigas y dinamitara todo lo que habíamos planeado en silencio y con una sincronización digna de miembros estelares de alguna agencia de espías internacional.
               Momo parpadeó.
               -¿No tardan como un porrón de días en llegar a Etiopía?
               -Gracias por el apoyo moral, Amoke-ironicé, poniendo los ojos en blanco.
               -Simplemente preguntaba.
               -Espera, ¿no pensarás mandarle nuestros libros a Alec para tenerlo entretenido? Porque yo no pienso dejar que mis pequeños salgan del país sin su mamá-Kendra abrió las manos, extendiéndolas hacia mí.
               -¡No! Le regalé un ebook a Alec para que leyera todo lo que quisiera en Etiopía, ¿recordáis? Y sus amigos le dieron una estación de carga solar para la cámara de fotos con conexión USB para que no se le agote la batería; además, se llevó una tarjeta de memoria con más de mil ebooks ordenados en carpetas por categoría, y me encargué personalmente de que una de las categorías se llamara “cosas que te hará Sabrae cuando vuelvas”-les dije con fiereza-, y me imagino que os haréis una idea de qué había allí.
               -Dudo que fueran libros sobre repostería-bromeó Taïssa.
               -Pues, entonces, ¿para qué son?
               Me relamí los labios y eché un vistazo por encima del hombro de Momo, que me ocultaba la puerta. Dos chicos entraban justo en ese momento, pero estaban comentando los resultados prometedores de una de las últimas competiciones deportivas que seguían y no nos hicieron el menor caso más allá de darnos los buenos días de rigor. Vale, mis secretos estaban relativamente a salvo.
               Así que respondí:
               -Necesito ponerme cachonda para escribirle una carta cerda a Alec en respuesta a la que me envió hace quince días.
               Las chicas se envararon y se miraron entre sí, sin saber si reírse o si sentir lástima por mí. Fue Kendra la que escogió por las demás.
               -¿Qué dice de nosotros como promoción si Sabrae es la primera y es más tonta que un queso de bola?-preguntó.
               -¿No te sirve con el centenar de recuerdos sexuales que tienes con Alec, tía?-siseó Momo-. ¿Para qué necesitas más? Creo que tengo que recordarte que Alec y tú no podéis echar polvos en el aire o que os hagan teletransportaros, por ejemplo. O estallar en llamas. O lameros mentalmente el cuerpo y que el otro lo sienta. O…
               -Ya sé que estamos limitados por las leyes de la física, Amoke, no hace falta que me lo recuerdes-gruñí-. Soy muy consciente de que no puedo follarme a mi novio en la distancia, ni tampoco meterme en su cabeza—claro que, visto lo visto, puede que aquello fuera una ventaja. Tener a Alec en la sombra podía servirme para protegerlo ahora que él estaba al corriente de todo lo que había pasado en casa. No era tan boba como para pensar que él no le estaba dando vueltas a todo lo que había hecho, y cómo lo debía de estar pasando yo, mientras iba por ahí de excursión con sus compañeros. Tenía que tener la cabeza despejada para estar atento a todos los peligros que había en la sabana, y lo mío era algo que podía costarle muy caro, así que mejor sería que no supiera nada de lo que me estaba pasando ahora. Debía ser más consecuente la próxima vez que hablara con él, y no pensar en soltarlo todo para desahogarme sino en qué podía afectarle hasta tal punto de que, incluso, no volviera conmigo. Ya no se trataba de que siguiéramos juntos o no, sino de que él pudiera volver a secas. Por mucho que lo monopolizara y que él se proclamara mío a los cuatro vientos, sabía que tenía que compartirlo con mucha gente que lo adoraba y eso me generaba una responsabilidad para con ellos. No podía arrebatárselo.
               No habíamos hablado de Perséfone, pero yo esperaba que ella se hubiera quedado finalmente a su lado y le estuviera cuidando, igual que haría si la situación fuera al revés. No se me ocurría nadie con quien comparar mi relación con la de Alec y Perséfone, pero quería creer que ella era lo suficiente buena amiga como para estar pendiente de él incluso sabiendo que eso suponía entregárselo a una chica que finalmente no se lo devolvería.
                -Así que lo único que me queda es recurrir a libros, dado que no tengo acceso a nada más, y rezar para inspirarme lo suficiente para recordar qué tenía pensado decirle que quería hacerle, o que él me hiciera a mí,  cuando le insinué que debíamos empezar a mandarnos cartas subidas de tono.
               -¿Y por qué necesitas los libros?-preguntó Taïssa, toda comprensión y dulzura. Me mordí el labio.
               -Entenderás que la situación no es la ideal, y que ahora mismo no me sale hablarle de posturas sexuales cuando lo único que hago en casa es estudiar y llorar.
               -Pero ¿no le prometiste que le contarías todo lo que te pasara mientras estuvieras aquí? Incluso si le hacía daño. Es decir, te dio permiso para acostarte con otros chicos si te apetecía, y todo-meditó Kendra, y volví la vista hacia ella.
               -Sí, pero me preocupa cómo puede tomarse que esté castigada, o que mis padres sepan lo de la noche que me desmadré. Sale a la sabana, chicas. Está con animales salvajes un montón de tiempo. Necesito que esté al cien por cien concentrado en qué hace, y creo que si le mando una carta siendo sincera, no hará más que rallarse. Y no quiero que le pase nada. No lo soportaría-dije, y noté que se me llenaban los ojos de lágrimas. Me aterraba tanto pensar en perder a Alec que ni siquiera me podía obligar a mí misma a hacerlo. Sería abrirme un canal en el corazón por que el que podrían pasar transatlánticos-. Le conozco, chicas. Sé que se martirizará si se lo cuento, y lo último que necesita ahora mismo es tener todavía más presión. He notado que está mejorando mucho allí, pero no quiero forzarlo a descubrir sus límites demasiado pronto, sobre todo porque ni siquiera él mismo es consciente de cuánto ha cambiado ya. Creo que sólo yo me he quedado cuenta de su evolución. Cuando hablé con él por teléfono, me dijo que le enfadaba que mis padres pensaran que era malo para mí, que él sabía que era bueno, y…-me limpié rápidamente una lágrima y me escondí detrás de Amoke; la clase se estaba llenando a toda velocidad-. Le he notado tan cambiado, tan en paz. Le dije que le quería porque no podía evitarlo; me sentía tan maravillada de lo que ha madurado, tan orgullosa, que ni siquiera podía dejar que terminara la frase. Y a él le sorprendió, ¿sabéis? No sabe lo que le está haciendo madurar el voluntariado. Y no quiero echarlo todo a perder porque yo cometí un error fatal y ahora le echan la culpa a él.
               -Dudo que Alec se preocupe de lo que Zayn y Sherezade piensen de él después de esto, Saab-dijo Momo, dándome unas palmaditas en las rodillas. Negué con la cabeza.
               -No; yo sé que no le preocupa. Incluso me lo dijo él. Pero sé que lo que le preocupa es cómo lo puedo estar pasando yo. Está bastante enfadado con mis padres por cómo me han dado la espalda, y eso que no sabe ni la cuarta parte de la historia, así que imagínate cómo sería si se lo cuento todo. Tengo que fingir que no pasa nada-dije, echándome el pelo hacia atrás y reposándolo tras las orejas-. Tengo que escribirle una carta cochina en la que le diga tantas barbaridades que ni se dé cuenta de que no le he dicho nada más de cómo está la cosa en casa.
               -¿Y crees que colará?-preguntó Kendra, y yo la miré.
               -No te ofendas, pero no has tenido a ningún novio al que enseñarle las tetas para que se calle en una discusión, Ken. No sabes el poder que una chica puede tener sobre un chico si se propone tener poder sobre él.
               -Puede-cedió Kendra-, pero sí sé que al Fuckboy original va a ser más difícil engañarlo que a un chico normal. Eso es todo-se encogió de hombros y se sentó en su silla. Taïssa siguió sentada sobre su mesa, con las piernas dobladas, mientras la clase se iba llenando y el murmullo de los estudiantes a primera hora de la mañana, quejándose de deberes particularmente difíciles, comentando algún reality o simplemente protestando por el sueño que tenían iba llenando el ambiente.
               -Una carta tampoco es enseñarle las tetas a Alec-meditó Momo.
               -Ya, pero si me pongo lo bastante creativa y le hablo de, no sé, la deliciosa succión que siente cuando le chupo la polla y la satisfacción con que le miraré mientras me trago su lefa, puede que tenga una posibilidad.
               -¿Y tú necesitas libros para inspirarte? Lo harás bien.
               -Yo sigo sin entender muy bien por qué tienes que escribirle eso si no te apetece. Es decir, puede que ahora mismo no quieras hacerlo, pero quizá en otra carta ya estén las cosas más calmadas y te salga de dentro, ¿no?-Taïssa alzó los hombros y abrió una mano-. No sé, Saab. Que no le digas a Alec que te han castigado es una cosa, y puedo entender tu razonamiento y creo, incluso, que es muy noble, pero de ahí a fingir que está todo bien…
               -Yo tengo todas las herramientas para disfrutar de mi sexualidad a mi alcance. Alec sólo me tiene a mí, Taïs-razoné-. Se lo debo.
               Kendra rió por lo bajo.
               -Vamos, Saab. Creo que no me has oído cuando he dicho que Alec es el Fuckboy original hace dos segundos. ¿Te preocupa que no tenga imaginación de sobra para cascársela pensando en lo que te ha hecho o te puede hacer? Taïs tiene razón. Forzarte a escribirle una carta guarra no es muy sincero, y os prometisteis sinceridad. Sé que para ti es lo más fácil, pero…
               -Para mí no es lo más fácil, Kendra. Lo más fácil sería decirle a mi puto novio que me han castigado por volverme loca una noche de fiesta y luego sentarme en la terminal de llegadas de Heathrow para recibirlo con los brazos y las piernas abiertos cuando regrese. Porque si le digo a Alec cómo están las cosas ahora, volverá. Y no puede volver.
               -¿Por qué no? No habéis tenido más que problemas desde que se marchó. ¿Tan malo sería reconocer que el voluntariado es un experimento que os está saliendo mal? No pasa nada por cometer errores de vez en cuando, Saab.
               -Creo que la que no me ha oído antes eres tú, Ken. El voluntariado le está haciendo bien. Se está curando en Etiopía él solito; ni siquiera con Claire habría hecho estos avances tan rápido. No puede dejarlo. Y yo no puedo irme por las ramas en una carta para no decirle qué quiero que me haga. Taïs tiene razón en una cosa: puede que ahora no me apetezca, pero me terminará apeteciendo, así que, ¿qué hay de malo en adelantar lo que haré en el futuro cuando tenga ganas, si no hacerlo ahora me puede suponer un problema? Además, se lo debo. Hace casi un mes que me mandó la carta guarra, y más de un mes desde que yo le dije que quería que empezáramos a escribirnos así. No puedo rajarme ahora. Al margen de en lo que me convertiría eso, Alec se merece…
               -¿En qué te convertiría eso?-preguntó Momo.
               -En una calientapollas-respondí, y todas se pusieron a protestar a la vez. Si bien con palabras distintas, las tres me vinieron a decir que si yo nunca había llamado eso a ninguna chica (principalmente porque ninguna chica le debía nada a nadie y podía parar cuando quisiera), menos aún podía llamármelo a mí.
               -Alec te pegaría una hostia si te escuchara decir eso-dijo Taïssa, bajándose de la mesa y sentándose en su silla cuando Louis entró en la clase.
               -Vale, puede que no lo haya formulado como debería, pero entendéis la idea, ¿no? Le dije a finales de agosto que me moría de ganas de mandarnos cartas cerdas, y míranos ahora: cuando le envíe esta carta mía, octubre estará a la vuelta de la esquina. No he hecho más que darle disgustos, así que lo justo es que le compense por todo lo que ha hecho por mí dándole algo que pueda disfrutar realmente.
               -Dudo que Alec sienta que le debes nada, Saab.
               -Sé que él cree que no, pero yo estoy segura de que sí-respondí, y Kendra sacudió la cabeza. Taïssa suspiró, y Momo simplemente frunció los labios-. Lo digo en serio. Es lo mínimo que puedo hacer por él. Quiero que disfrute de su tiempo en Etiopía, y sé que él tiene ganas de que haga esto. ¡Venga! Él se ha sacrificado por mí un millón de veces. Me ha cuidado estando con la regla incluso cuando ya estaba en Etiopía. Me ha prestado sus zapatos y ha ido descalzo por la calle volviendo de fiesta cuando mis tacones me mataban. Me ha sujetado el pelo para que no me lo manchara mientras vomitaba estando enferma. No me ha dejado beber para que me emborrachara más. Me protegió en Nochevieja-las tres se pusieron rígidas-. Odio recordaros esto porque no quiero que penséis que aún os guardo algún rencor, porque no es así, pero, chicas… Alec es un novio excepcional. Tenéis que admitirlo. Y se merece que le premie por todo lo que ha hecho por mí. Incluso aunque tengamos el listón muy, pero que muy bajo con los hombres y lo que esperamos de ellos, sabéis que Alec supera con nota la prueba de buena pareja. Yo sólo quiero que él esté tranquilo. ¿Tan malo es? No me parece justo descargar todo el peso de mis preocupaciones y mis problemas sobre él, sobre todo ahora que está tan lejos. Quiero que se sienta bien y que no tenga que pensar en volver. Es feliz allí. Yo tengo que aprender a serlo aquí, o aguantar hasta que vuelva. Y debo procurar hacerle la estancia en Etiopía lo más placentera posible, y eso incluye poner sus necesidades por delante de las mías. Lo justo es que reciba una carta de la que pueda disfrutar; cuando lo llamé por teléfono, me dijo que llevaba sin masturbarse desde que me escribió la suya, todo porque quiere correrse con la que yo le mande. Quiere correrse conmigo igual que yo me corro con él, chicas-dije en un susurro tan bajo que me sorprendió que me escucharan, pero lo hicieron-. Puede que ahora mismo no esté muy católica para eso, pero tengo que pensar en él.
               -Tú nunca estás católica para nada, Saab-bromeó Kendra, y yo sonreí. Aquella frase era tan de Alec que no hacía sino reforzarme en mi teoría de que tenía que sacrificarme y luchar por él más de lo que tenía que luchar por mí. Había sido el centro de la relación durante demasiado tiempo; ahora era su turno.
               -Bueno, ya me entendéis.
               -Tú sólo prométenos que esto no sentará precedente y, cuando él vuelva, no empezaréis a tener sexo simplemente porque a él le apetece y no porque también te apetece a ti-me pidió Momo.
               -¿Has visto a Alec? ¿Cuándo no va a apetecerme tener sexo con él?
               Todavía no sabía cómo había hecho para dejar que se subiera al avión, o para hablar con él sin montarme sobre él y cabalgarlo como al más glorioso de los sementales, pero, a decir verdad, no me veía con la edad de él, con veinte, con treinta años, no estallando igual que un fuego artificial ante la más mínima insinuación por su parte. Era pólvora en manos de Alec. Un simple guiño, su Sonrisa de Fuckboy®, incluso una leve caricia de la yema de sus dedos sería suficiente para que toda la ropa me sobrara, que entre mis piernas se condensara un océano, y que yo me diera cuenta de que en mis muslos había un hueco porque yo estaba incompleta cuando no lo tenía dentro de mí.
               También estaba siendo un poco egoísta haciendo que se quedara en Etiopía; sentía que ésa era la mejor manera de garantizarme ese futuro en el que llegaría el día en que compraríamos nuestra propia casa y la estrenaríamos follando en todos los rincones.
               Estaba segura de que me apetecería escribirle guarradas en el futuro. Pero, para garantizarme ese futuro, tenía que esforzarme un poco ahora. Además, confiaba en que me gustaría. Seguro que sería como cuando tienes un hobby creativo, como pintar o escribir, y te aborrece ponerte con él, pero luego lo disfrutas terriblemente y no quieres ni puedes parar. Sólo tenía que ponerme un poco a tono, dejarme llevar por mis sentimientos por él, reconectar con mi feminidad interior, ésa que atesoraba el corazón de mi añoranza por Alec, y redescubrir ese espacio entre mis piernas en que adoraba recibirlo. Verlo complicado ahora no suponía, ni mucho menos, que fuera imposible.
               Momo, Ken y Taïs intercambiaron una sonrisa.
               -Si quieres podemos ayudarte-se ofreció Momo, ronroneando-. ¿Quieres que vayamos a la biblio en el recreo?
               -Ni de broma. Necesito mucho más sol del que estoy teniendo últimamente-le guiñé el ojo, esperando que lo pillaran. Y, gracias a Dios, lo pillaron.
              
 
Cargar con todas las obras literarias de relevancia en la mochila hacía que fuera mucho más lenta caminando de lo que normalmente lo era volviendo a casa; claro que supongo que también influía el hecho de que no me apetecía estar allí. Hoy, al menos, contaba con la excusa de que tenía una cita programada con Fiorella, así que tenía esa vía de escape a la que aferrarme. Con un poco de suerte podría alargar la cita hasta que durara varias horas, o quizá conseguir que me dejaran volver andando; siempre, eso sí, con la ubicación del teléfono activada, y ni siquiera la del mío, sino el de mamá. Como no podía ser de otra manera, esta deshonra con patas que mamá y papá tenían por hija no tendría derecho aún a recibir su móvil.
               Ir como una mula de carga me hacía ser también más vulnerable a los intentos de Shasha de volver conmigo a casa y tratar de entablar conversación, pero después de dos días regresando en el más absoluto de los silencios, parecía que por fin se había dado por aludida y había escogido irse con sus amigas, todavía no sé muy bien adónde. La verdad es que tampoco me importaba lo más mínimo. Por muy sola que me sintiera en casa, era mejor estarlo que estar mal acompañada, y estaba esperando que llegara a mí esa rabia que en algún momento tendría que encontrarme y que me haría ir contra mi hermana y destrozarla igual que ella me había destrozado a mí. No quería tener a Shasha delante porque verla era como repasar en una película apresuradísima todo lo que había pasado durante las últimas semanas, el dolor que había experimentado y la desesperación de estar segura de que todas mis relaciones se habían ido a la mierda. No entendía qué coño la había empujado a contarles a papá y mamá todas mis miserias y mis errores, y en qué momento le había parecido que sería buena idea y que me ayudaría de alguna forma el decirles que me había desmadrado hasta el punto de no recordar nada de lo que había hecho y perder todo el sentido de la preservación y también del ridículo. ¿En qué cojones estaba pensando Shasha cuando se lo contó a nuestros padres? Debería darle la cabecita para pensar que, si Scott había guardado silencio, ella debería hacerlo también. Me había demostrado más en ese mes lo poco que era de fiar que en todos los demás años juntos en que le había confiado cosas sin importancia; ahora entendía que ella había guardado mis secretos no porque alguna especie de sentimiento de lealtad hacia mí, sino porque le parecían insignificantes: cosas de chicos, pedidos en línea de libros que mamá y papá me habían dicho que esperara a comprar y que pedía que enviaran a casa de los Tomlinson o de alguna de mis amigas para que no se enteraran… todo habían sido minucias de las que Shasha no había abierto la boca, y yo creía que no lo había hecho porque éramos hermanas, nos unía un vínculo que ni siquiera nos unía a papá y mamá. Se suponía que siempre estaríamos en la vida de la otra, que una de las dos sufriría muy pocos años de la ausencia de una porque éramos prácticamente de la misma edad; incluso en eso nos diferenciábamos de papá y mamá, a los que estábamos destinados a sobrevivir.
               Francamente, pensar en Shasha hacía que tuviera dentro una espiral de emociones que se contrarrestaban entre sí, y no podía tenerla delante hasta que una de las dos no venciera. ¿Lo haría la rabia de que lo hubiera echado todo a perder… o el dolor por el duelo de haber perdido a una hermana?
               A ella también iba a echarla de menos cuando las aguas se calmaran, lo sabía. Y creo que me estaba obligando a mí misma a guardar las distancias con ella para que la hostia no fuera tan grande cuando eso sucediera. Perder a mamá, perder a papá, perder a Shasha… incluso se podría decir que también había perdido a Scott. Estaba segura de que Shasha lo habría puesto al corriente de lo que había pasado, y que no me hubiera llamado ni una sola vez para ver cómo estaba me dolía, a pesar de que sabía que mi hermano estaba tremendamente ocupado y un minuto de su tiempo era tan difícil de obtener como tres días en el mío.
               Necesitaba aferrarme a Alec con todas mis fuerzas porque sentía que era lo único que todavía conservaba algo de sentido en mi vida, lo único que me quedaba. Claro que también estaba Duna, pero… ella era tan joven que no contaba. No me entendía como yo necesitaba que lo hicieran.
               Supongo que el pesimismo era una enfermedad terriblemente contagiosa que tarde o temprano lo absorbía todo, o puede que la otra hermana que aún conservaba fuera aún demasiado reciente como para que yo la tuviera en cuenta en mis planes, algo así como una nueva ecuación en matemáticas que te hacía resolver los problemas antes, y a cuya fórmula aún no le habías pillado del todo el tranquillo.
               Por suerte para mí, Mimi contaba más conmigo de lo que yo contaba con ella, siquiera porque se sentía igual de sola que yo.
               -¡Saab!-me llamó desde la distancia, trotando desde su grupo de amigas y despidiéndose de ellas con la mano mientras los volantes de su falda volaban a su alrededor. Me detuve en seco y luché por mantener la espalda recta, sintiéndome de repente un poco chepuda tanto por el peso que cargaba a la espalda como por la gracilidad con que corría Mimi. El tiempo dedicado al baile hacía que hiciera todo con una elegancia innata que me habría hecho detestarla si no le hubiera cogido tanto cariño gracias a nuestras noches acurrucadas en la cama de Alec, compartiéndolo a él o peleándonos por su ropa. Ahora que lo pienso, dice mucho de Mimi que jamás hubiéramos competido por la atención de su hermano; quería pensar que se debía, más bien, a que sabía dar un paso atrás y permitirme disfrutarlo como ambos nos merecíamos a que no entraba en batallas que sabía que no podía ganar-. ¿Dónde te metes? Hace un montón que no vienes por casa. Mamá me ha dicho que te diga que va a hacer pollo tikka masala para cenar, a ver si así te animas a visitarnos-me guiñó el ojo-. Además, te recuerdo que tuvimos que dejar un capítulo de Los Bridgerton a medias porque te morías de sueño. ¡Y es el mejor de la temporada porque por fin le vamos a ver el culito respingón al Duque! ¡No puedes dejarme sin verle el culito respingón al Duque, Sabrae!-hizo un puchero mientras daba un taconazo al suelo, y luego sonrió. Se empujó las gafas por el puente de la nariz y me observó con atención, frunciendo el ceño de esa manera en que también lo hacía Alec.
               Dios, quería ver ese ceño fruncido cada día de mi vida hasta el día que me muriera. Era tan “¿qué quieres decir con eso de que no podemos comprarle a nuestra hija el castillo de princesas más grande de los grandes almacenes un jueves cualquiera? ¡Será puta broma! ¡No voy a permitir que me impidas malcriar a mi niña!”. Alec iba a ser un padre tremendo si teníamos hijas, ya me lo veía venir.
               Tenía que aferrarme a Mimi como fuera para sobrevivir a este año horrible.
               Bueno… casi diez meses. Tú puedes, Sabrae.
               -¿Qué llevas ahí?-preguntó, mirando mi mochila y cómo sus cremalleras hacían lo imposible por no romperse. La verdad es que las estaba poniendo a prueba.
               -Oh, son… libros. Es que tengo que entretenerme con algo, ya sabes. Todavía no han empezado en serio a mandarme deberes, y las tardes se me hacen muy largas, así que…-me encogí de hombros y puse los ojos en blanco. Mimi pestañeó.
               -¡Jolín! Pues respóndeme entonces a los mensajes, doña ocupada. Ayer te envié uno y no me aparece que todavía lo hayas leído-dijo, mirando la pantalla del móvil-. O, mejor aún, ¡pásate por casa! Trufas tiene muchas ganas de que vayas a jugar. Podríamos hacer galletitas, o algo así.
               -Es que estoy castigada.
               Mimi parpadeó de nuevo, y frunció aún más el ceño. Si hubiera sido su hermano y no ella a quien tuviera delante, ese ceño fruncido habría querido decir algo así como “¿cómo que dos mil invitados son muchos para una boda, Sabrae? Mira, ya has conseguido convencerme de que no nos casemos en el estadio de Wembley lleno a reventar, pero si lo que te pasa es que no quieres casarte en absoluto y punto, me lo dices y listo. Para que empiece a comerte el coño hasta que cambies de opinión. Puede que incluso hasta un poco después”.
              
Síp. Definitivamente son dos cosas que yo diría. No sabía que mis cejas fueran tan expresivas.
 
 Eres tontísimo.
               -Pero, ¿por?
               -Es que he vuelto a pelearme con mis padres por Alec-expliqué, y ella arqueó la ceja. Si hubiera sido Alec el que tuviera delante…
 
Lo pillamos, Sabrae, estás obsesionada conmigo.
 
Si quieres dejo de hablar de ti y me pongo a hablar de otros. De Hugo, por ejemplo.
 
Pero mira que eres hija de puta.
 
… aquella ceja levantada habría querido decir “a ver con qué parida me sorprendes esta vez”.
               -¿Por Alec?-asentí-. Pero, ¿por qué?
               -Nada, es que ayer recibí una carta suya, y lo llamé por teléfono, y cuando terminé la llamada…
               -¿Qué decía la carta?-me interrumpió. Y luego se puso colorada al comprender que puede que el contenido de la carta fuera algo que a ella no sólo no le incumbiera, sino que tampoco le apetecería escuchar-. Es decir, si no es una cosa… íntima-dijo, roja como un tomate, apartándose un mechón de pelo de la cara, colocándoselo tras la oreja y mirándose los pies. Alec se habría descojonado de ella sólo por decir esa palabra, “íntima”, aunque no podría ser más acertada.
               -No. No, de hecho… es bastante escueta. Muy, pero que muy corta, en realidad. Me dijo que le sudaba la polla lo que mis padres pensaran de él y que no íbamos a romper, así que que dejara de intentarlo. Y que lo llamara cuando recibiera la carta.
               Mimi me observó durante un instante con una inteligencia que me encantaría decir que nunca había visto en los ojos de Alec aunque fuera por hacerle de rabiar, pero, si he de ser sincera, Alec lo observaba todo con esa inteligencia agazapada en lo más profundo de su mirada. Ni él mismo se daba cuenta de todas las cosas de las que se daba cuenta, pero se daba cuenta de muchas más cosas de las que la mayoría de la gente se daba cuenta.
               Y luego, por fin, Mimi dijo:
               -¿De verdad? Pues estoy súper orgullosa de él.
 
Joder, vaya si le afecta mi ausencia a mi hermana.
 
¿QUIERES DEJAR DE INTERRUMPIRME CADA DOS PÁRRAFOS?
 
ES QUE ESTOY NARRANDO MUY POCO ESTOS DÍAS Y, PUES, ¡¡ME FRUSTRO!!
 
-Eso no te lo habría dicho hace unos meses. ¡Dios, Saab, quizá ni siquiera te lo hubiera dicho hace unas semanas! Y, francamente, no podría estar más de acuerdo con él. O sea, no puedes aspirar a nadie mejor que mi hermano. Es decir-se apresuró a añadir, sus mejillas tiznándose de nuevo de rojo-, no lo digo por ti, ¿eh? Tú eres una reina y te mereces todo lo mejor, pero es que no creo que haya ningún chico mejor que Alec. Y, lo siento mucho, pero tus padres son unos gilipichis por pensar que mi hermano es malo para ti. Perdona la palabrota.
               -“Gilipichis” no es una palabrota, Mimi-me reí, y ella agitó la mano en el aire.
               -Bueno, ya me entiendes, es que yo soy una señorita, no como el cazurro de mi familia con el que te relacionas más habitualmente. Yo tengo modales, cosa que no tiene él.
               -Cuando tengas novio te darás cuenta de que uno con modales es lo peor que te puedes echar a la cara.
               Se puso colorada, comprendiendo perfectamente a qué me refería, pero continuó.
               -Bueno, eh…-soltó una risita nerviosa-. El caso es que estoy muy, pero que muy enfadada con tus padres si te han castigado por llamarlo por teléfono. ¿Qué se esperaban, que Alec no lucharía por ti? Pues eso es que lo conocen menos aún de lo que parece, y parece que lo conocen más bien poco.
               -En realidad es que yo me puse chula cuando colgué con él, porque los escuché hablando la noche anterior sobre nosotros y sabía que querían hablar conmigo para convencerme de que dejara marchar a Alec. Y yo… bueno, entré un poco en pánico entonces. Y no quería dejarles que hablaran conmigo por si me convencían.
               -No lo harán.
               -Mi madre es muy tenaz cuando se lo propone, Mimi. Literalmente vive de ganar discusiones. No ha perdido un juicio en su vida. Yo no tengo posibilidades contra ella-razoné, y Mimi inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Vive de ganar discusiones… o de escoger las que sabe que va a ganar seguro para que su reputación inmaculada no quede en entredicho?-inquirió, y me tocó a mí alzar la ceja.
               -Lo gane todo porque es una abogada genial o porque sabe elegir muy bien sus batallas, el caso es que si ha elegido hablar conmigo es porque sabe que me convencerá.
               -No lo hará.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Porque vivo pared con pared con Alec y te he escuchado reírte en medio de la noche cuando crees que los demás estamos durmiendo. Y permíteme que te diga que tienes una risa adorable cuando estás con Alec. Así que… nop-Mimi hizo un sonido de “pop” con los labios al final de la palabra-. No vas a romper con mi hermano. Nadie que se ría así con otra persona se aleja de esa otra persona.
               -¿Hablas por experiencia?
               Volvió a ponerse colorada.
               -No estamos hablando de mí y de mis cosas ahora.
               -¿¡Cosas!? ¡¿Qué cosas?! ¡Mary Elizabeth, ¿hay algo que no me estés contando?!-chillé en medio de la calle, y pegué un bote que casi hace que me caiga por el desequilibrio que me suponía tener los libros a la espalda.
               -¡Párate quieta! Nos están mirando-gimió, horrorizada, mirando en derredor y viendo a nuestros compañeros de instituto, que se desperdigaban como hormiguitas en busca de expandir el hormiguero, con los ojos puestos en nosotras dos. A veces me preguntaba cómo alguien tan tímido podía soñar con ser bailarina.
               Luego recordaba la cantidad de veces que había podido verla transformarse sobre un escenario y se me pasaba. Los dos hermanos Whitelaw eran radicalmente opuestos entre sí en situaciones normales, pero cuando se apagaban las luces o se encendían los focos, Alec se acercaba más a Mimi y  Mimi se acercaba más a Alec de lo que parecía posible en un principio.
               -¿¿Tienes novedades con Trey??
               Se sonrojó un poco más.
               -Se ha dado cuenta de que Alec ya no está para venir a recogerme a ballet cuando salgo y se ha ofrecido a acompañarme a casa cuando sea invierno y se haga de noche mucho antes.
               -¡¡OH, DIOS MÍO DE MI VIDA!!-grité a pleno pulmón. De repente me encantaba mi vida, aunque fuera sólo durante ese breve lapso de tiempo en el que podía vivir un poco de felicidad a través de Mimi. Mimi siseó y me tapó la boca con la mano.
               -¡¡Para ya, Sabrae!! Si hubiera sabido que te ibas a poner así, no te habría dicho nada.
               -Creo que me voy a poner a llorar.
               -Mira, de verdad-espetó, muy seria de repente-. Con que Alec me avergonzara por toda Italia con las pedidas de Eleanor me basta y me sobra. No necesito que me hagas pasar vergüenza tú también, y encima en casa. Así que o te comportas, o no te consuelo más.
               -¿Y qué vas a hacer con Jordan?
               -Qué voy a hacer con Jordan, ¿de qué?
               -Alec le hizo prometerle que te acompañaría a ballet.
               -Él tiene tantas ganas de llevarme a ballet como yo de que me acompañe si eso significa dejar de tener la opción de Trey ahí. ¡Pero no me cambies de tema! Si tus padres están enfadados contigo y quieren que dejes a un novio que te hace bien, mi sugerencia es que les montes un pollo del demonio y les dejes muy clarito que no vas a romper con mi hermano por las tonterías que a ellos se les antojan. Es decir, ¿qué tienen, diez años? ¿Pides un avión para poder pasarte la noche de revolcones con mi hermano y ya eres la mala de la película? Pero, ¿qué es eso, una película mormona, o qué narices pasa?-protestó-. Madre mía, estoy súper enfadada-se cruzó de brazos y negó con la cabeza, ceñuda. No voy a decir qué parecería si fuera Alec porque no quiero aumentar más su desmesurado ego, aunque se me ocurrieron un par de ocasiones en que Alec podría poner esa cara.
 
¿Desmesurado ego? Bastante humilde soy para lo grande que la tengo.
 
-En realidad-dije, mordiéndome un poco el labio-, no es por lo del avión.
               -Ah, ¿no?
               -No. Es porque… saben lo de las drogas.
               -¿Qué drogas?-preguntó.
               -Lo de la noche que me drogué para acostarme con otro chico y que así todo el mundo comprendiera que yo le perdonara por ponerme los cuernos.
               -Ah, sí. La noche de Las Mil Y Una Pollas-sonrió, y yo la fulminé con la mirada.
               -Ya le arreé a Kendra por llamarla así, así que no pienso consentirte que lo hagas tú también.
               -¿Pero he dicho alguna mentira?
               -No, pero sí una palabrota.
               -Está justificada. Es una cita literal. ¿Cómo se enteraron?
               -¿De qué?
               -De lo de Las Mil Y Una Pollas.
               -¡Mary Elizabeth, te he dicho que no la llames así!
               -¡Vale! Pues de Las Aventuras Promiscuas de Sabrae Malik, ¿mejor?
               -Llamémoslo “el incidente” y punto.
               -Me gusta más Las mil…-empezó, y se quedó callada por la forma en que la fulminé con la mirada.
               -Shasha se lo contó-informé cuando vi que no se atrevía a continuar por ahí, y ella inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Por qué?
               -No sé por qué.
               -¿No has hablado con ella?
               -Claro que sí, Mimi; y luego nos cepillamos el pelo y hablamos de chicos. ¡Pues claro que no he hablado con ella! ¿Cómo quieres que soporte siquiera estar en la misma habitación que mi hermana cuando sé que mis padres quieren convencerme de que rompa con mi novio por su culpa?
               -¿Por qué iba a querer Shasha decirles algo así cuando sabía de sobra que podía provocar algo como lo que ha pasado? No tiene sentido-Mimi negó con la cabeza, llevándose un dedo a los labios mientras reflexionaba, la vista clavada en un punto en el suelo más allá de nosotras dos. Era exactamente como Alec hacía cuando se ponía a cavilar sobre algo-. Shasha adora a mi hermano. Le he visto darle un beso. Ni siquiera la he visto darte nunca un beso a ti, pero a él sí. ¿Cómo es posible eso?
               -Es que Alec es muy besable, las cosas como son.
               -Sí, bueno, a buena le he ido a preguntar.
               -Me coló una nota diciendo que se lo había dicho porque estaba preocupada por mí, pero podía haber esperado a que yo gestionara las cosas, ¿no te parece?
               -¿Qué quieres decir?
               -¿No es evidente? Si estaba preocupada, se lo debió de decir nada más pasó. En lugar de guardarme el secreto como hizo Scott, cogió y le fue con el cuento a papá y mamá, que deben de haber estado esperando a que Alec o yo metiéramos otra vez la pata para soltar la bomba y que todo estuviera justificado.
               -Si tú fueras madre, ¿esperarías a que tu hija volviera a meter la pata si ha hecho algo tan gordo como lo que tú hiciste de fiesta?
               -Sí, si mi hija fuera yo. Ella también ha tenido que oírme reír cuando Alec está en casa. Puede que le diera un poco de lástima, y que le echara para atrás cómo me he comportado todos estos meses estando con él, y él conmigo. Conoce a Alec desde que era un crío, así que en el fondo sabe cómo es. Supongo que el que yo les gritara fue la gota que colmó el vaso cuando él vino de visita, igual que ha vuelto a serlo ahora, cuando le llamé por teléfono y luego me puse como loca ante la posibilidad de que me hicieran romper con él.
               -No es lo mismo oírte reír cuando Alec está en casa a cómo te ríes en medio de la noche, Saab. Y así creo que sólo te hemos oído Scott y yo. ¿Y quién os ha apoyado siempre, incluso viendo el percal? Scott y yo-Mimi puso los brazos en jarras e inclinó la cabeza a un lado, como diciendo “ahí lo tienes” y “eres tonta por no haber llegado a esa conclusión antes”. Cuando yo no dije nada, continuó-. ¿Sabes? Creo que deberías hablar con Shasha. Ya sé que no te apetecerá lo más mínimo, pero por lo menos así aclaráis las cosas. Cuanto antes lo solucionéis, mejor. No te puedes permitir ahora mismo perder a una hermana, Saab.
               -Ya lo sé, Mimi. Ya lo sé. Pero tampoco me puedo permitir perder a Alec. Tengo mucho sobre la mesa ahora mismo, y como no doy abasto, tengo que priorizar. Y ahora mismo quiero centrarme en tu hermano. Ha hecho infinidad de cosas por mí y yo no le he devuelto ni el uno por ciento de todo lo que me ha dado, así que quiero concentrar mis fuerzas en que él esté bien.
               -¿Y crees que él estará bien sabiendo que no te hablas con tu familia, o que estás enfadada con Shasha? Eso sería suficiente para que volviera a plantarse aquí y darte un rapapolvo.
               -Alec no tiene por qué enterarse. Y tú no se lo vas a contar-añadí, amenazante, señalándola con un dedo acusador. Mimi levantó las manos.
               -No; la verdad es que soy lo bastante lista como para no meterme en los problemas de otra familia, aunque en esa familia haya miembros que son de la mía también. Pero comprenderás que, si Alec me pregunta, yo no le mentiré, Saab. No quiero que se enfade conmigo, y sé que lo hará si no le digo la verdad.
               -No te preguntará por ello porque tengo pensado hacer que se le olviden todos los problemas que hemos tenido a lo largo de estas semanas-dije, palmeándome la mochila, y ella frunció el ceño de nuevo.
               -¿Me recuerdas qué llevabas ahí?
               -Libros. Para escribirle una carta guarra.
               Mimi parpadeó una, dos, tres veces.
               -¿Voy a tener que escribirle cartas guarras en algún punto a Trey si la cosa coge ritmo?
               -Depende, ¿Trey va a irse de voluntariado a algún lado?
               -Uf, espero que no.
               -Entonces creo que no te hará falta.
               -Pero, ¿para qué son los libros? Es decir… me consta que Alec y tú os lo pasáis muy bien-farfulló con un hilo de voz, sonrojándose de nuevo, y yo pensé en el suplicio que debía ser el ser tan tímida como Mimi y compartir techo con el Alec Whitelaw al que conocía y del que hablaba todo Londres.
               -Es que con todo lo que tengo encima no me encuentro muy de humor para escribirle una carta guarra, así que necesito encontrar inspiración en algún libro para así coger carrerilla y darle a tu hermano lo que se merece.
               Mimi abrió la boca, la cerró, parpadeó una, dos, tres veces, y luego la volvió a abrir.
               -Igual es meterme donde no me llaman, pero, Saab… ¿esto no es incumplir la promesa que os hicisteis de que os seríais sinceros pasara lo que pasara? O sea… independientemente de lo que pueda hacerle a mi hermano, creo que tú también te mereces poder desahogarte con él si lo necesitas. Creo que hacer como que todo va bien es contraproducente.
               -Es que yo sólo quiero que todo esto se acabe de una vez, Mimi. Que sea lo que tenga que ser, y punto. Y si lo pongo por carta, no sólo seguiré alimentando el bucle, sino que convertiré la correspondencia con Alec en una crónica de lo mal que lo estoy pasando, y sé que si Alec piensa que me han castigado “por su culpa”-hice el gesto de las comillas y una mueca-, fijo que deja el voluntariado aunque lo esté disfrutando y le venga genial simplemente para estar conmigo y hacérmelo todo más llevadero. Tú y yo lo conocemos; sabes que su naturaleza es proteger, incluso aunque tenga que autoinmolarse en el intento. Y después de tanto tiempo como lleva mirando por los demás, creo que es hora de que los demás miremos por él. Si se lo digo, él vendrá, me propondrá irme de casa y yo… pues aceptaré-confesé, y Mimi me miró con aprensión-. Claro que aceptaré. Tengo muchas ganas de empezar la universidad, y eso que aún me quedan unos años, porque significará que ya tengo edad suficiente para empezar a convivir con Alec en serio. Así que el irme ahora con él sólo tendría ventajas. Viviríamos la típica historia de amor en la que tenemos que buscarnos la vida y luchar contra viento y marea con uñas y dientes, y aunque en un principio yo estaría encantada de vivir con él… me da miedo que en algún momento del futuro empezara a guardarle rencor. Todo porque elegirlo, aunque es lo que más deseo, supone también dejar de ser parte de mi familia, Mimi. Y aunque ahora mismo no me entusiasma ser parte de mi familia… pero tampoco sé si quiero dejar de pertenecer a un lugar en el que están tan dispuestos a cuidarme y defenderme, ¿sabes? Porque, mira, ahora entiendo un poco a mis padres. Incluso puedo entender un poco a mi hermana. Sé que lo que hice fue horrible y que podría haber salido muy, pero que muy mal, y todos habríamos sufrido muchísimo, pero… no puedo perdonarles que le echen la culpa a Alec de mi mala gestión de las emociones y la presión. Alec no tiene absolutamente nada que ver en las cosas que yo hago mal, y muchísimo en las que sí que hago bien.
               »Además… si le digo a Alec lo enfadadísimos que están mis padres por lo de esa noche, me preocupa que él le dé más importancia d la que tuvo y que cambie de opinión respecto a nosotros. Porque, sí, lo que te acabo de decir: sé que lo que hice estuvo fatal y que podría haber salido todavía peor, pero no me pasó nada, y… conozco a Alec. Sé la tendencia que tiene a echarse a la espalda las culpas que les corresponden a los demás, y no me perdonaría jamás que decidiera que mis padres tienen razón, que no es bueno para mí, y que me dejara porque yo no supe darme cuenta de que no me había hecho daño, sino que lo estaba malinterpretando, y que, además, no estaba haciendo las cosas como una persona normal. Creo que si le digo todo por lo que estoy pasando ahora mismo volverá a hacer lo de siempre, se echará la culpa a sí mismo, y… me da miedo que llegue a la conclusión de que nuestra relación es tóxica, o algo así, y prefiera alejarse antes de terminar de emponzoñarme, por muy bien que me venga este veneno. No puedo arriesgarme a perder ahora a tu hermano. Nunca voy a arriesgarme a perder a tu hermano. Y decirle lo que está pasando no es arriesgarme a perderlo: es apostar a que alguien sacará de la baraja una carta con el número trece.
               Mimi me miró con la lástima ensombreciéndole la mirada.
               -Yo sólo espero que puedas convencer a mi hermano de que lo has hecho por vuestro bien. Porque creo que esto sólo servirá para distanciaros aún más, Saab. Si le cuentas más adelante lo que ha pasado de verdad, creo que siempre estará dándole vueltas; las veces que le cuentes algo que ha salido bien, siempre lo comparará con lo que ha pasado ahora y se preguntará si no le estás diciendo la verdad. Y me da mucha lástima. Ya no sólo por vosotros dos, porque me encantáis juntos y creo que os hacéis muy bien, aunque ahora estéis sufriendo un poco. También me da lástima sobre todo por mi hermano. Lástima y rabia. Porque se merece tranquilidad, Saab. Se la merece. Ha tenido una vida de mierda hasta hace unos meses simplemente por lo que tenía en la cabeza, y luego tú has venido y le has convencido para que fuera al psicólogo y ha empezado a despejarse y curarse y… no sé. Esto es un poco como retirarle la confianza que se dio a sí mismo cuando quiso marcharse lejos de todo y de todos, aun sabiendo que te dejaba atrás a ti.
               -Precisamente eso quiero darle, Mím-susurré-: tranquilidad. Los amores apasionados como tormentas son increíbles, pero los que de verdad valen la pena son los que se parecen a descalzarte después de un duro día de trabajo y tumbarte en la cama a descansar. Eso es lo que Alec me hace sentir, y como sé que le hacía sentir a él. No quiero sacrificarlo por limpiar mi conciencia.
               -Tú sólo… piensa en que puede que vayas a sacrificar la tranquilidad del Alec de veinte, treinta, o cuarenta años, que tendrá que fiarse de que vienes de estar con amigas después de entrar a hurtadillas en casa a las tres de la mañana, todo para que el Alec de estos meses pueda hacerse el héroe tranquilo en un país que no lo recordará cuando se vaya.
               Los libros me pesaban como una losa en la espalda; cada palabra era un kilo que soportar, del que tirar. La mirada de Mimi era a mirada comprensiva de Alec, la de alguien que te tendía la mano incluso cuando pensabas que no había nada que hacer, y que no te alcanzaría.
               -Mamushka dice que no hay que tomar decisiones cuando el pasado nos aplasta y el futuro nos arrastra-continuó-. Quizá necesites un poco más de tiempo para reflexionar. Alec lo agradecerá. Después de todo, te esperó sin saber que lo hacía durante 17 años. Un par de días para él no serán nada.
               Tomé aire y lo solté despacio.
               -Creo que eso sólo servirá para hacernos más daño, Mím.
               Mimi torció la boca.
               -Si quieres, puedo pedirle a mi madre que hable con la tuya y que te deje venirte a dormir un día a mi casa. Necesitas desconectar. Estar encerrada no te debe de estar haciendo mucho bien.
               -Créeme, el no poder salir de mi habitación es casi una bendición estando las cosas como están. Pero te lo agradezco.
               -¿Se lo digo, entonces?
               -Mejor esperamos un poco. No quiero involucrar a Annie en esto y que tengamos que explicarle a qué se debe mi pelea con mi familia. Discúlpame con ella por lo del pollo y dile que iré en cuanto pueda.
               Asintió con tristeza, e incluso entonces fue elegante también. Se acercó y me dio un abrazo, con cuidado de no descargar el peso de su cuerpo sobre el mío y así terminar de desequilibrarme. Como buena Whitelaw que era, se ofreció a acompañarme a casa y a cargar con los libros, pero ése era un peso que tenía que soportar yo sola.
               Uno de muchos.
               Una parte de mí no se sorprendió al encontrarme a Shasha esperándome en mi habitación cuando llegué a casa; mi entrada fue silenciosa y nadie parecía pretender apreciarla, o al menos eso parecía cuando subí las escaleras y vi a mamá asomarse por el pie de las mismas. Estos días me reprendía por no saludar cuando llegaba, pero ahora tampoco parecía importarles si salía o entraba. Tenían garantizado que cumplía con mi castigo, y tenían mi móvil y mi ordenador a buen recaudo, así que no disfrutaría de mi reclusión.
               Los libros que llevaba a la espalda o la tarea de reflexión a que me enfrentaba no hacían sino darles la razón.
               Mi silencio también fue una sorpresa para mi hermana, que acostumbraba a escuchar mis pasos subiendo las escaleras casi antes de que empezara a hacerlo, y corría a mi encuentro en situaciones normales. No así hoy, porque se sabía mal recibida en mi habitación: es por eso que me la encontré con la espalda encorvada, mirando en todas direcciones, como buscando algo a lo que agarrarse o, quizá, algo de lo que hablarles a nuestros padres. Cuando me vio entrar, se giró como un resorte, su pelo negro, dolorosamente parecido al de mamá, bailando sobre un rostro que ya no parecía el de mi hermana. Ya no me despertaba la ternura de siempre, incluso cuando estaba enfadadísima con ella y sólo me apetecía matarla. Ahora… era una desconocida para mí, igual que el resto de gente de mi casa. Copias de lo que había sido mi familia a las que se les había olvidado descargar todo el disco duro, y que por tanto parecían incluso más fuera de lugar que si hubieran metido figuras totalmente distintas en mi casa. Así, al menos, te esperarías un comportamiento distinto. Lo de ahora te descuadraba todavía más.
               Se revolvió en la cama y escondió las manos entre sus piernas, mordisqueándose los labios, nerviosa, mientras yo me limitaba a entrar después de detenerme un segundo a mirarla, dejaba la mochila en el suelo, junto a mi escritorio, y empezaba a cambiarme de ropa. Me puse una camiseta de boxear de Alec y unos pantalones por la rodilla que a mí me llegaban casi hasta los tobillos. Si no querían que estuviera con Alec, les daría Alec hasta en la sopa.
               -Sabrae-dijo Shasha. Normalmente me volvía absolutamente loca cuando entraba en mi habitación sin mi permiso, y más lo había hecho cuando había tratado de entrar ahora que yo estaba castigada, incluso cuando ella me pedía que la dejara acompañarme. Lo de hoy era algo nuevo para ella, igual que para mí lo era que fuera contando mis cosas por ahí-. Sabrae-repitió. Me quité los pendientes dándole la espalda, los dejé sobre la bandejita de cerámica con forma de corazón de la mesita de noche, y también me quité el reloj. Me anudé el pelo en dos trenzas y, recolocándome las cadenas que me había regalado Alec, con su inicial en plateado y el elefantito dorado, hice amago de salir de la habitación.
               No me dejó.
               O, más bien, el hecho de que se levantara de la cama retorciéndose las manos con nerviosismo me lo impidió.
               -Sabrae, por favor-gimió, y yo tomé aire y me giré despacio.
               -¿Qué pasa ahora, Shasha?
               -Necesito que hablemos. Por favor.
               Dio un paso hacia mí, y yo me quedé totalmente quieta. Le miré los pies y ella no se atrevió a avanzar más. Bien. Acuérdate de quién coño es la hermana mayor.
               -No puedes seguir rehuyéndome. Necesito… tenemos que estar juntas. Quiero explicártelo. Te echo de menos-gimió. Creo que era lo más sentimental que me había dicho desde aquella vez que se resbaló en la piscina y se hizo un raspón en la planta del pie que yo le estuve untando de crema de aloe vera con mimo durante quince días y ella, que por aquel entonces tenía ocho años, me había mirado y me había dado las gracias de una forma en que no muchas parejas se dicen que se quieren.
               Normalmente habría hecho que me derritiera como un charquito a sus pies y que hiciera todo lo que ella me pidiera; igual que yo era capaz de bajarle las defensas a Scott, Shasha podía hacerlo conmigo.
               Pero no estábamos en una situación normal. Yo estaba vacía por dentro, completamente destrozada, y parte de la culpa de eso, si no toda, la tenía Shasha.
               -Por favor, Saab. No me esperaba que las cosas terminaran así. Déjame que te lo explique y así lo entenderás… quiero volver a como estábamos antes. Scott está a no sé cuántos miles de kilómetros, y tú y yo no podemos alejarnos así.
               Tomé aire y lo solté muy despacio. A pesar de que ya era más alta que yo a sus trece años, me las apañé para mirarla desde arriba. Supongo que el privilegio de la edad te hace crecer los centímetros que haga falta para poner en su sitio a tus hermanas menores.
               -No me corresponde a mí arreglar lo que tú has roto, Shasha-respondí con una calma gélida que hizo que ella se echara a temblar. Incluso se le llenaron los ojos de lágrimas de cocodrilo que a mí no iban a enternecerme. Lo había hecho mal. Alec y yo estábamos en la cuerda floja.
               Por.
               Su.
               Puta.
               Culpa.
               -Lo sé. Lo sé, Saab. Lo sé, y lo siento muchísimo. Pero quiero arreglarlo. De veras que sí. Yo sólo… déjame que te explique… si Scott estuviera aquí, te diría que me escucharas antes de juzgar…
               -Pero Scott no está aquí-zanjé, dando un paso hacia ella, que tuvo el buen juicio de retroceder-. Scott no está aquí. ¿Y sabes quién no está tampoco? Alec-su nombre ardió en mi lengua como si fuera un disparo, y de la misma manera reaccionó Shasha-. Está a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros de mí, pero eso no va a ser suficiente para que ni tú, ni nadie, pueda separarnos, Shasha.
               -Es que yo no quiero separaros, Saab. De verdad.
               -Pues eso no es lo que parece.
               -No es así en absoluto. Sabes que adoro a Alec. Le quiero muchísimo, con toda mi alma, como si fuera de la familia. Para mí es como otro hermano más, y…
               -Tienes una forma un poco rara de querer, si echas a tus hermanos a los lobos sin miramientos.
               -No digas eso, Sabrae-gimió, las lágrimas derramándosele por las mejillas. Me sentía mal por ella. En el fondo me sentía mal, muy mal. Toda esta situación era una mierda, y sabía que si yo hubiera tenido buen juicio no estaríamos así. Pero yo también tenía derecho a equivocarme, ¿no? Tenía derecho a mi intimidad y a contar con mi hermana para que no les dijera a nuestros padre las cosas que hacía y de las que me arrepentía, y de las que me alegraba de que nunca pudieran enterarse. Shasha debería haber sido más lista que yo, tener la cabeza más fría, y no cometer un error todavía peor que el mío.
               Odiaba dónde estábamos. Este puto punto de rabia y rencor… pero no podía dejar de pensar en que Mimi, una vez más, me había dado una clave con la que yo no contaba: tenía que sacrificar a algún Alec. Si era al de ahora o al de dentro de unos años, no lo sabía todavía, pero tenía que sacrificar a algún Alec.
               Y todo porque Shasha era una puta bocazas.
               Estaba convencida de que había sido ella la que le había ido con el cuento a mamá y papá. Era lo único que tenía sentido, porque ellos no habían intentado acorralarme antes de ir a por ella, ni tampoco habían sospechado nada en ningún momento. Habían achacado mi tristeza a la marcha de Alec, y yo estaba más o menos recompuesta cuando ellos llegaron a casa después de aquella fatídica llamada de teléfono en la que él me confesó pecados imperdonables que luego resultó no haber cometido.
                Había sido ella. Ella desde el putísimo principio.
               -Yo sólo… estaba preocupada por ti. Muy, pero que muy preocupada, y… por favor, Saab. Tienes que creerme; no lo hice con mala intención. Ni siquiera pensé que papá y mamá pudieran… si pudiéramos hablar con tranquilidad…
               -Tengo psicóloga.
               Shasha me miró y sorbió por la nariz.
               -Pero esto me está matando-dijo-. Necesito que lo hablemos tú y yo, no tú y tu psicóloga.
               -No. Me refiero a que hoy tengo psicóloga. No tengo tiempo para esto, Shasha.
               -¿No tienes tiempo para tu hermana?
               -Estoy segura de que encontrarás otras maneras de entretenerte que no tengan nada que ver conmigo. Después de todo, tú eres libre de usar tu móvil o tu ordenador, y hasta puedes salir de tu habitación.
               -Pero, Sabrae…
               -Tengo hambre. Será mejor que vayamos a comer.
               No se me escapó la mirada que le dirigieron papá y mamá a Shasha cuando bajamos al comedor, pero ella negó con la cabeza con gesto lúgubre, y se sentó a la mesa. Yo me senté a su lado, con Duna haciéndome de barrera entre mamá y yo; puede que estuviera cabreadísima con ella, pero no se me había olvidado quién era el verdadero enemigo.
               Mis padres no dijeron nada de mi vestuario, toda una declaración de intenciones; y Shasha no volvió a abrir la boca más que para comer a lo largo de toda la tarde. Cuando terminamos, mi plato manchado con los restos de una comida que me había dedicado a pasear de un lado a otro, y el de Shasha como el protagonista de un bodegón, me levanté de la mesa, recogí los platos, los dejé en el fregadero, saqué los postres y, finalmente, después de fregarlos y colocarlos en sus alacenas respectivas, subí a mi habitación. Me senté en el escritorio y me puse con los deberes, muy consciente del silencio en la habitación de Shasha, aunque sabía que ella estaba allí también.
               Cuando dieron unos toquecitos en mi puerta, no me giré. Ni tampoco cuando la abrieron.
               -Sabrae-dijo mi padre. Miré el reloj y vi que aún era temprano.
               -Falta todavía para ir al despacho a mi cita con Fiorella.
               -Tu madre y yo hemos decidido que ha sido suficiente por ahora, así que puedes salir de tu habitación.
               Qué generosos, pensé.
               -Muy bien.
               Pasé la página de mi libreta y seguí escribiendo. Ni siquiera sabía qué puñetera asignatura estaba copiando en las hojas cuadriculadas.
               -¿No vas a salir?-preguntó papá.
               -Tengo deberes.
               -Hace un día precioso.
               Me giré y lo miré. Estaba de pie en la puerta, las piernas separadas y una expresión un tanto suplicante en la mirada.
               -Tengo deberes-repetí. Y volví a ponerme recta en la silla. Crucé los tobillos y pregunté-: ¿Puedo usar ya mi móvil? Me concentro mejor con música.
               Y así, de paso, podré ver los videomensajes que Alec me ha estado enviando estos días y a los que no queréis que conteste. Otro problema más: ¿cómo le explicaría este silencio si finalmente no le decía nada del castigo?
               -El móvil todavía no-dijo papá, en un tono un tanto duro, y yo no pude reprimir una sonrisa.
               -Era por confirmar.
               Seguí escribiendo hasta que él se fue, y sólo cuando lo escuché bajar las escaleras me permití mirar por encima del hombro para asegurarme de que estaba sola. Me levanté, fui a cerrar la puerta, me senté en la cama y me dediqué a llorar de rabia la media hora que faltaba hasta que Louis vino a recogerme para llevarme al despacho de mamá. Papá me había dejado una nota diciendo que había tenido que irse al estudio; Shasha había salido de casa al poco de que papá me dejara salir de la habitación, y Duna se quedaba a dormir en casa de los Tomlinson. Con un poco de suerte la sesión de grabación se prolongaría hasta la noche, Shasha se quedaría a dormir en casa de alguna de sus amigas, y mamá se pasaría trabajando hasta más allá del atardecer, así que igual tenía tiempo para pasear mis miserias por toda la casa y, así, airear un poco mi habitación. Necesitaba estar sola, y era algo un poco complicado cuando pertenecías a una familia numerosa, así que los momentos de privacidad eran más que bienvenidos.
               Dispuesta a aprovechar al máximo la sesión con Fiorella y a que me ayudara a desgranar las consecuencias de mis actos si optaba por una u otra solución en función de lo que me había dicho Mimi, subí los escalones y entré en el despacho de mamá. Como siempre, el ajetreo del edificio fue como una bofetada de realidad: el único mundo que se había detenido y había implosionado en consecuencia era el mío. El resto de gente continuaba viviendo su vida con normalidad, agobiándose en el trabajo, deseando llegar a casa, siendo feliz con su pareja.
               Me extrañó que las puertas del despacho de Fiorella estuvieran cerradas, pero el gesto de la recepcionista indicándome que entrara fue invitación más que suficiente para que yo me refugiara en su oficina y así dejar de estar a expensas de que en cualquier momento mamá saliera de su despacho y me viera. Necesitaba ese rinconcito de tranquilidad, donde podía ser yo, volcar mis miedos y hablar con libertad y con rabia si lo necesitaba.
               Fiorella estaba de pie junto a la puerta, dando un sorbo de un té rojo del Starbucks de la esquina, la espalda vuelta hacia la entrada. Se giró y me miró.
               -Sabrae-dijo-, pasa. Te estábamos esperando. Hemos pensado que te vendrá bien una sesión conjunta.
               Al abrir la puerta del todo, me encontré a Claire sentada en el sillón que normalmente ocupaba Fiorella; tenía la piel de un suave tono caramelo que no le quedaba nada mal, y su pelo resplandecía un poco más por la acción del sol. Me alegré de verla al instante. Tenía buenos recuerdos de ella, y sólo le estaba agradecida por todo lo que había hecho por Alec, y por la buena disposición que había mostrado ayudándome a tomar una decisión sobre lo que hacía con él.
               Aunque… también me extrañó un poco. Sólo había estado en una sesión con dos psicólogas una vez, y había sido precisamente en la sesión conjunta con Alec.
               Cuando entré en la habitación, sin embargo, mi extrañeza se evaporó. La sesión conjunta no era mía con Claire y Fiorella.
               Con la salvedad de Duna, sentada en un sofá que habían traído expresamente para la ocasión, estaba toda mi familia, esperándome.
               Scott incluido.




             
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2 comentarios:

  1. Bueno mentiría si dijese que no me han dado ganas prácticamente de vomitar de los nervios con el final, pero vamos por partes.
    Primero, quiero sinceramente coger a Alec y protegerlo de todo lo malo de este mundo porque no se merece toda esta mierda y me parte el corazón.
    Por otro lado cada día que pasa rooting mas por Mimi y las amigas de Saab convirtiendose en mis personajes fav de la novela que residen ahora mismo en Londres.
    Por otro lado y ya pasando al final, no dudo de las buenas intenciones de Sasha y Mimi tiene varios puntos pero es que sinceramente yo estaría cabreada igual que una mona como Sabrae.
    Terminando con el final, quitando el hecho de que me parece una encerrona (porque ya me joderia) tengo sudores fríos con lo que pueda salir de ahí y sinceramente ya me pongo de malas solo de pensar en que Scott o Sasha se pongan en contra de Alec porque sinceramente, si tengo que cancelar a Scott Malik una segunda vez en esta vida, aunque me dure dos dias como la primera vez que lo hice, lo pienso hacer.

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  2. BUENO BUENO BUENO EL DRAMA ERI (agradezco bastante no tener que esperar una semana para el siguiente la verdad). Comento por partes que si no es imposible:
    - Hay que proteger a Alec a toda costa de verdad, pobrecito mío no merece
    - Alec hablando de la relación de Sabrae y Sherezade me ha dejado bastante regu
    - “Era Sabrae Malik. Algo único y que se merecía ser celebrado” hola? HOLA???
    - Se viene llamadita de Alec y Scott y MÁS VALE QUE AYUDE Y NO EMPEORE AÚN MÁS TODO.
    - Mimi siendo la mejor un capítulo más. “Porque vivo pared con pared con Alec y te he escuchado reírte en medio de la noche cuándo crees que los demás estamos dormidos” lo precioso que me ha parecido esto????
    - Los momentos rompiendo la cuarta pared geniales como siempre.
    - Lo siento, pero me he descojonado con lo de la noche de las mil y una pollas/las aventuras promiscuas de Sabrae Malik JAJAJJAJAJ
    - La conversación de Shasha y Sabrae me ha destrozado, no me gusta nada verlas así de verdad.
    - Y ese final, ESE FINAL, se viene DRAMA. La verdad es que creo que es necesario que hablen y espero que esto empiece a solucionar las cosas porque no levantamos cabeza.
    Tengo muuuchas ganas de seguir leyendooo <3

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